Boltanski- El Amor y La Justicia_1

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    Ciertas acciones son del orden de la justicia; estn regidas por lareciprocidad y se apoyan en principios de equivalencia quefundan el equilibrio de las relaciones y los intercambios o de-nuncian lo contrario. Otras conciernen al amor, y se manifies-tan por la gratuidad, la renuncia al clculo. Si bien todas las per-sonas son capaces de estos diversos modos de accin, as como= : = I e ejercer la violencia que reduce la relacin a un enfrentamientoentre fuerzas, la cuestin es cmo lo logran y cmo pasan de una modalidad a otra.

    Luc Boltanski examina la posibilidad de tratar la justicia y el amor como compe-tencias y esboza modelos destinados a clarificar las capacidades que desarrollanlas personas cuando reclaman justicia, dan gratuitamente, recurren a la fuerza uoscilan entre una y otra modalidad. Estos modelos, aplicados al anlisis de liti-gios, permiten comprender mejor el sentimiento de injusticia y las diversas ma-niobras que las personas intentan para obtener respuesta a sus reclamos.En efecto, las operaciones que los actores de un litigio pueden ejecutar para darvalidez a su causa deben, para ser aceptables, tener en cuenta ciertas restriccionescuyo anlisis permite extraer reglas que pueden describirse como se describen lasreglas de una gramtica.Luc BOLIANSKI es Director de estudios de la Ecole des Hautes Etudes en Scien-ces Sociales. Desde 1985 dirige el Grupo de Sociologa Poltica y Moral de laEHES y del CNRS. Entre sus obras ms recientes podemos citar Les eadres. La

    formation dan grnupe social y, en colaboracin con Laurent Thvenot, Les conomies dela grandeza:

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    SBN 950 518-184-I I

    aAmorrortuleditores 9 789505 301

    Luc BoltanskiI Amor y la Justiciacomo competenciasTres ensayos de sociologa de la accin

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    Primera parte. Aquello de que la gente es capaz

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    1. Una sociologa de la disputa

    Las disputas atrajeron nuestra atencin en el curso de los traba-jos de campo, llevados a cabo entre 1976 y 1981, que acompaaronla investigacin que condujimos sobre la construccin de la catego-ra del personal directivo [cadres] (Boltanski, 1982). Dentro del cen-tenar de cuadros dirigentes que entrevistamos a lo largo de ese pe-rodo a menudo largamente y en el curso de repetidos encuen-tros, unos cuantos, reencontrados en muy diversas ocasiones, du-rante entrevistas procuradas por conocidos comunes, en los sindica-tos o incluso en pasantas de formacin, haban experimentado, enel curso de su vida profesional, accidentes de trayectoria paraemplear la pdica denominacin que con frecuencia ellos mismosutilizaban que los haban marcado profundamente, a veces demodo irreversible. Esos ,accidentes, que haban conducido a la ma-yora de ellos al desempleo, no consistan en despidos en buena y de-bida forma, sino en largos procesos de exclusin y de abandono quelos haban llevado a presentar su renuncia y tambin, en numerososcasos, a perder definitivamente la confianza en su aptitud para lle-var adelante una vida activa como la que haban desarrollado hastaese momento. Ellos describan esos procesos de modo de resaltar sucostado absurdo, imprevisible, incomprensible, de la misma mane-ra en que describen el mundo las novelas picarescas, en las cualescualquier cosa puede ocurrir: un da el favor del prncipe, al da si-guiente el destierro o la prisin. Repentinamente se haban acu-mulado reproches sobre sus cabezas, segn ellos sin fundamentos.Quienes en la vspera los felicitaban por su xito y por su entusias-mo en el trabajo y los alentaban a asumir responsabilidades, alanzarse, a comprometerse cada vez ms, de pronto, sin que se su-piera bien. por qu, ya no los invitaban a las reuniones, colocabanpor encima de ellos a jvenes directores incompetentes, les quita-ban su secretaria, su telfono, su oficina, los dejaban durante largosmeses sin misin, sin trabajo, en esa situacin humillante en. quela ocupacin de cada da debe ser mendigada y en que la tarea a rea-lizar (barrer, por ejemplo) no se corresponde en. nada con el ttulo, elsalario y las responsabilidades oficialmente concedidas. Poco a poco,

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    a medida que, para demostrar su buena voluntad o poner de relievela injusticia que se cometa con ellos, acumulaban metidas de pata[gaffes] mezclando los excesos verbales, los pedidos de explicacinde hombre a hombre, las apelaciones a los sindicatos y las amena-zas de acudir a recursos legales, sus colegas y amigos se aparta-ban de ellos, ya no los reconocan y los evitaban como si temieranque el simple contacto los arrastrara en el mismo proceso de deca-dencia y exclusin. Esos temores no carecan de fundamento, puestoque ellos reclamaban sin tregua el apoyo de los dems, tratando dellevarlos a testimoniar en su favor y a recordar sus xitos del pasadoen sntesis, procurando movilizarlos en aquello que en lo sucesivodenominaran su caso [affaire] y cuyo resultado era frecuente-mente un estado cuasi patolgico que sola ser descripto por quieneslo sufran como depresin nerviosa mientras que sus adversarios,y tambin a veces sus antiguos amigos, designaban, a media voz yen privado, con el trmino paranoia. 1

    1 Las entrevistas ms interesantes fueron realizadas a partir de un dispositivoreprobado por los manuales metodolgicos dado que parece romper con las exigen-cias de exterioridad, de neutralidad, de objetividad y de no implicacin que durantelargo tiempo fueran consideradas criterios de cientificidad en la relacin entreinvestigador e investigado. Estas entrevistas se producan, en efecto, en el curso deuna comida o en veladas en que se encontraban presentes los amigos comunes quehaban concertado la reunin entre el socilogo y los ejecutivos kadres] entrevista-dos. Ahora bien, este dispositivo que, segn la clasificacin propuesta en EG, po-dra ser calificado como domstico presentaba numerosas ventajas para el objetode la investigacin, sobre todo la de generar entre entrevistador y entrevistado unclima de confianza que raramente se obtiene cuando la persona entrevistada es con-tactada directamente en la empresa, en especial cuando el socilogo le es presentadopor miembros de la jerarqua, lo que lo hace fcilmente sospechoso de complicidadcon la direccin. Este clima de confianza facilitaba el relato de las injusticias sufri-das y la adopcin de una actitud crtica por parte del informante. Adems, la presen-cia de amigos comunes ejerca sobre la situacin una coaccin que favoreca la bs-queda de justificaciones slidas en apoyo de denuncias que, para ser legtimas, de-ban elevarse por encima del caso personal de la vctima y generalizarse a la empre-sa en su conjunto. Esta presencia suscitaba tambin una expectativa de coherenciabiogrfica a menudo difcil de satisfacer. En efecto, en la mayora de los casos esosamigos de larga data haban conocido al ejecutivo interrogado en un momento ante-rior de su carrera en el cual, lejos de criticar a su empresa, se encontraba a gusto enella y con frecuencia no retaceaba elogios para sus empleadores y sus condiciones detrabajo. Entonces, la pregunta que se le haca explcitamente o, ms a menudo,tcitamente era, en sustancia, la siguiente: cmo haba podido permanecer du-rante tanto tiempo ciego a las exacciones y a las injusticias cometidas a su alrededory ms an, cmo estar seguros de que l mismo no haba tenido algo que ver conalgn asunto desagradable? Sometida a esta coaccin, que pesa sobre numerososarrepentidos o disidentes, la vctima no slo debe justificar sus acusaciones sinotambin exculparse de la acusacin tcita de complicidad con sus acusados de hoy.

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    Ante todo nos dedicamos a describir esta clase de casos, tratan-do de conservar, en la medida de lo posible, las caractersticas queles eran propias y, en primer trmino, la extraordinaria incertidum-bre que los rodeaba. En cada caso examinado, las versiones de losdiferentes actores eran divergentes. La de la vctima no coincidacon la de los representantes de los sindicatos, ni con la de su mejoramigo, ni con la del jefe de personal, ni con la de su mujer, etc. Cadauno tomaba partido, produca una interpretacin ms veraz, mejorinformada y ms inteligente que la de los otros interlocutores. Pare-ca imposible abordar estos casos sin quedar de inmediato atrapadoen esa situacin, sin caer a su vez en ellas, es decir, sin alinearse asu turno con una u otra de las interpretaciones propuestas o sin pro-porcionar una interpretacin plausible propia; es decir, sin tomarpartido y elegir un bando. En cuanto socilogos, estbamos bien pro-vistos para ello. Disponamos, en nuestro arsenal, de mltiples he-rramientas interpretativas y, por no decir ms, de una ciencia quenos autorizaba a sealar, en ltima instancia, de qu se trataba. Dehaberlo hecho, habramos sido reclutados a nuestro turno por la vc-tima, por el sindicato, por la asistente social, etc. Nos rehusamos aello. Lo que nos interesaba era el caso en s mismo, su desarrollo, suforma y las constantes formales que parecan surgir al compararcasos en apariencia muy diferentes.Nuestro proyecto consisti en constituir la forma caso en cuantotal y en hacer del caso un concepto de la sociologa. Para ello resulta-ba necesario recopilar un cuerpo suficientemente importante de ca-sos, surgidos en los contextos ms diversos que fuera posible. No sepuede acceder a un objeto semejante por medio de los mtodos habi-tuales de la sociologa: el cuestionario o la entrevista. Ello sera co-mo buscar una aguja en un pajar. Tras haber tomado contacto conlos protagonistas de casos suficientemente prolongados e importan-tes como para haber tenido eco en la prensa, y observado que las per-sonas involucradas en ellos escriban sin descanso frecuentemen-te a los peridicos para movilizar a la mayor cantidad de genteposible en torno de su causa, nos dispusimos a averiguar, en las re-dacciones de varios diarios, si podamos encontrar rastros de esascartas que nos pondran sobre la pista de objetos interesantes.Nuestros esfuerzos fueron recompensados cuando nos pusimos encontacto con la redaccin de la seccin sociedad de Le Monde, di-rigida entonces por Bruno Frappat. Este tena la buena costumbrepor motivos que todava no hemos aclarado por completo, pero enCmo no pensar, en efecto, que no abri los ojos ms que cuando las conductasinjustas, consuetudinarias en la institucin, se volvieron en su contra?

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    los que se mezclaban sin duda la curiosidad del investigador y lacompasin. del humanista de responder todas las cartas que le lle-gaban directamente o que eran reenviadas a su equipo por otras sec-ciones del diario, y de conservar esa importante correspondencia. Ytuvo la generosidad de permitirnos acceder a ella. Nos encontramosentonces frente a varias decenas de cajas llenas de cartas acompa-adas de expedientes, a menudo voluminosos. Esos expedientescontenan montones de documentos heterogneos testimonios,folletos, actas notariales, recibos, resoluciones procesales, fotocopiasde cartas, etc. que los remitentes incluan en sus envos para exhi-birlos a ttulo de prueba de su buena fe y la legitimidad de sus razo-nes. Hicimos entonces la experiencia que tan bien conocen los histo-riadores especializados en el examen de archivos judiciales. Una vezabierto, cada uno de esos expedientes pona de relieve un caso com-plejo, a primera vista impenetrable, a veces muy antiguo, a menu-do trgico, con una multitud de protagonistas, un squito de perso-nas, objetos, pruebas y sentimientos tales como devociones, odiosinexpiables, injusticias abominables, etc. Pasamos muchos mesessimplemente leyendo, tomando notas, intentando clasificacionessiempre provisorias y hablando con los periodistas. En esas conver-saciones se pona enseguida en primer plano el problema de la nor-malidad. Algunas de estas historias son reales, nos decan. Pero enmuchos casos estamos tratando con paranoicos. En otros, finalmen-te, no podemos saberlo. Les preguntamos cules eran los signos porlos cuales decan descubrir, de una sola ojeada, la locura del remi-tente. Su semiologa era ms o menos la misma que nosotros utili-zbamos espontneamente. Pues tambin para nosotros ciertascartas parecan normales mientras que otras parecan provenir deenfermos o locos. La cuestin de la paranoia, con la cual ya nos ha-bamos topado en las entrevistas realizadas en las empresas, termi-n por colocarse en el centro de nuestros interrogantes. Tomamos ladecisin de considerarla no a la manera del psiquiatra o sea, darde ella una definicin sustancial que pudiera servir de punto de apo-yo para un diagnstico o un peritaje jurdico-- sino a la manera delsocilogo es decir, int,entar describir el tipo de competencia quepermite a cualquiera realizar el mismo diagnstico y, tambin, es-forzarnos por comprender las situaciones en que personas hasta en-tonces normales se vean inducidas a comportarse de un modo talque deba atraerles infaliblemente la calificacin de locas. Lo quenos interesaba no era, entonces, la locura en cuanto tal, sino lasdiferentes manifestaciones del sentido ordinario de la normalidadque todos somos capaces de poner en prctica en la vida cotidiana.En este camino nos haban precedido diferentes trabajos, sobre todo

    norteamericanos, y en particular el artculo pionero de Lemert(reproducido en Lemert, 1967), as como algunas de las investigacio-nes realizadas en torno de la Law and Society Review, especialmen-te la de Festinger y su equipo (Festinger, Abel y Sarat, 1981).2 La2 Utilizando mtodos de tipo etnogrfico, E. M. Lemert estudi casos de personassometidas a cuidados psiquitricos y con un diagnstico de paranoia, a raz de situa-ciones originadas en su lugar de trabajo. A partir de la reconstruccin de su historiay de entrevistas en las empresas donde el caso haba comenzado, E. Lemert se re-

    monta hasta las ofensas sufridas por la vctima y fundamenta en la realidad lo queel abordaje psiquitrico trata con la forma del fantasma (la seudo comunidad cons-pirativa). Pertenecientes a la corriente de la labelling theory [teora del etiqueta-miento], esas investigaciones que presentaron la inmensa ventaja de despejar elcamino para un abordaje sociolgico de fenmenos considerados hasta entoncescomo puramente psicolgicos o psiquitricos tienen el defecto de colocarse en unarelacin polmica con la psiquiatra, cuya posicin simplemente invierten.La postura adoptada por los trabajos publicados alrededor de la dcada de 1980 enla Law and Society Review ligados al programa norteamericano de estudio de loslitigios (Civil Litigation Research Project)-- es ms radical. Este programa, que te-na como prioridad la middle range disputing [litigios de alcance medio] excluyen-do, por un lado, los litigios personales que permanecen enteramente al margen de lainstitucin judicial y, por el otro, los grandes conflictos con una dimensin explcita-mente colectiva o poltica, es interesante porque descansa en un mtodo que apun-ta a reconstituir la lgica a que obedece la evolucin de las disputas en el tiempo. L.Festinger, R. Abel y A. Sarat distinguen as tres fases: en la primera (naming) [deno-minacin], el pe:juicio es identifican, nombrado y constituido como tal a ttulo deperceived injurious experience [experiencia percibida como agraviante]; en unaseg-unda fase, la responsabilidad del perjuicio se imputa a otro actor contra el cual seplantea un reclamo (blaming) [acusacin]; por ltimo, en la tercera fase la acusacinse pone en conocinento de otras personas en particular del causante del proble-ma acompaada por una demanda de reparacin (claiming) [demanda]. El princi-pal inters de este enfoque consiste en que aplica la perspectiva y los mtodos cons-tructivistas a objetos que hasta entonces se trataban dentro de un marco jurdico osociolgico, y cuya especificidad se defina, en gran medida, en oposicin al derecho.La utilizacin de la perspectiva constructivista permiti en ese campo la mismaapertura que, por ejemplo, en los dominios de la sociolog-a de las crisis polticas(Dobry, 1986) o de las controversias cientficas (Latour ed., 1982). En el caso de lostrabajos de la LSR (Law and Society Review), esta perspectiva est limitada por elhecho de que postula, en el punto de partida de toda disputa, la existencia de unaunperceived injurious experience [experiencia agraviante no percibida] que precede asu toma de conciencia y a su calificacin, y por la bsqueda de un mtodo que permi-ta definir, reg,istrar y eventualmente calcular esos perjuicios no advertidos por losactores (Coates, Penrod, 1980; Miller, Sarat, 1980), lo cual tiende a reinscribir en laperspectiva adoptada preocupaciones ligadas a una concepcin esencialista de losconflictos y de sus causas. Es precisamente para escapar a esa forma de esencialismoque, en su estudio de los litigios de consumidores parcialmente inspirado por losmtodos puestos en prctica por la Law and Society Review , J.-L. Trepos hace usodel concepto de cristalizacin de un caso, que remite a la vez al fortalecimiento quele aporta su inscripcin en formas y a la movilizacin que acompaa su despliegue enel tiempo ('Prepos, 1988), y que permite ahorrarse conjeturas inverificables relativasa las causas primeras de los casos considerados.

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    cuestin de la normalidad y del sentido de la normalidad tena unvnculo directo con la cuestin de la justicia y del sentido de la justi-cia hacia la cual habamos encaminado la interrogacin sobre los ca-sos. En efecto, en los casos es siempre la justicia lo que est en cues-tin aun cuando, como ocurre a menudo, no terminen en los tribuna-les. En un caso, quienes protestan lo hacen porque su sentido de lajusticia ha sido ofendido. Pero incluso antes de examinar si estn ono en su legtimo derecho, debe resolverse otra cuestin, que es laprecondicin de la admisibilidad de su demanda: la de saber si quienla formula es o no normal. As, se pona de manifiesto que, ms allde los numerosos obstculos a menudo muy reales que se opo-nen al reclamo, y que son del orden de la violencia o, lo que vienea ser lo mismo, de la amenaza y del temor, existe una coaccin nomenos importante constituida por las reglas de normalidad que elautor de la queja debe observar para que su demanda sea considera-da como digna de ser examinada Ahora bien, nada indica a priorique siempre sea posible respetar esas reglas. As pues, ciertas pro-testas no podran, en ausencia de toda violencia y de toda presinexplcita o implcita, llevarse sin riesgos al espacio de los debates p-blicos. La cuestin que tomamos por objeto pas a ser entonces la si-guiente: qu condicin debe satisfacer la denuncia pblica de unainjusticia para ser considerada admisible (sea cual fuere el curso da-do a la demanda). Aportar un esbozo de respuesta a esta cuestinsupona tratar con los mismos instrumentos las demandas juzgadascomo normales y las estimadas como anormales, en vez de conten-tarse como hasta entonces era frecuentemente el caso con unaclasificacin previa, ya efectuada por los dispositivos sociales que seocupan de las protestas y de los protestatarios sindicatos, ins-tancias mdicas, psiquitricas, judiciales, policiales, de trabajo so-cial, etc.. Haba que renunciar asimismo a la divisin entre disci-plinas, que remite ciertos objetos a la sociologa y otros a la psico-loga social, a la psicologa, e incluso a la psiquiatra. Era necesariauna recoleccin de casos previa a todo reparto entre disciplinas y, encierto modo, desordenada, para tratar de establecer las propiedadesde los casos en general e identificar los rasgos distintivos de los ca-sos normales en oposicin a los casos anormales; en sntesis, paraintentar constituir unagramtica entendida como un conjunto decoacciones que se imponen a todos de la protesta contra la injusti-cia y en la acusacin que le es inherente. 3 Puesto que, para exigir

    3 Podemos encontrar otro ejemplo de ello en el anlisis realizado por V. Delamourd(Delamourd, 1988) de un corpus de trescientas cartas enviadas por desempleados alPresidente de la Repblica con el fin de exponerle su caso y pedirle que intercedieraen su favor para que les fuera otorgado un empleo. El anlisis se refiere a las opera-

    reparacin, quien protesta contra la injusticia que le ha sido infligi-da debe necesariamente designar a su autor y, por tanto, poner enmarcha un proceso de acusacin que aquel a quien seala tambinpuede, a su vez, destacar como una injusticia. En estos casos no pue-de saberse a priori quin es el perseguidor, y quin, el perseguido.Pero la intencin de tomar los casos como objeto y tratarlos comouna forma social, propia de una sociedad determinada y cuya histo-ria podra elaborarse,4 conduca a una ruptura an ms temible. Laempresa no era posible ms que a condicin de renunciar a la parti-cin sobre la cual descansa la divisin de las disciplinas dentro delas ciencias humanas y, en cierto modo, las ciencias sociales mis-mas entre lo que remite a lo singular y lo que remite a lo generalo, para conservar el lenguaje habitual de la sociologa, de lo colec-tivo y, de esa manera, dejar de tomar en cuenta la distincin entrelo que remitira a un nivel microsocial y lo que remitira a un nivelmacrosocial. En efecto, entre los casos que habamos recolectado,ciones cognitivas puestas en prctica en ese ensayo epistolar y, en especial, a las ma-niobras de justificacin realizadas por los solicitantes con el fin de que se admitierala validez de su trmite. As, el estudio de ese corpus permite captar las coacciones aque debe someterse, para ser aceptable, una carta que reclame la intercesin delPresidente. Esas restricciones, que funcionan del mismo modo que una gramtica,constituyen un ejemplo de saber compartido, como lo testimonian las numerosasfiguras dialgicas que hacen referencia a las objeciones de un interlocutor (ya sque. . ., tengo perfecta conciencia de que. ..). Ellas se ejercen sobre la construccindel dispositivo de interpelacin al Presidente (con la tensin entre el Presidente defi-nido en sus atribuciones republicanas y en sus atribuciones monrquicas), sobre larelacin de la demanda particular en beneficio de un individuo singular con un biencomn vlido para todos, incluso, por ejemplo, sobre la presentacin que hace de smismo para justificar la prioridad de su demanda de empleo. Algunas de estas ma-niobras pueden entrar en tensin. As, por ejemplo, para apoyar su demanda elsolicitante a menudo utiliza el argumento de la urgencia: su solicitud es prioritariaporque la condicin de desocupado acarrea la disminucin de sus capacidades que,en ausencia de prctica, se disuelven y la destruccin progresiva de su personali-dad. Pero quienes se valen de este argumento tambin deben mostrar que siguensiendo capaces de tener nuevamente un empleo y que poseen todava las cualidadesnecesarias para ocupar el puesto que se les ofrezca.

    4 Hasta el momento no existe, en nuestro conocimiento, una historia sistemticade la nocin de causa como forma social especfica. En los trabajos disponibles lanocin de causa es objeto de construcciones diferentes segn sea abordada desde laproblemtica del espacio pblico (Habermas, 1978), del nacimiento de la crtica(Kosselleck, 1979) o de la historia de la opinin pblica (Baker, 1987). El inters delos actuales trabajos de E. Claverie sobre la constitucin de la causa como forma so-cial en los siglos XVIII y XIX y, ms precisamente, entre el caso Calas y el casoDreyfus radica en que vinculan estrechamente la historia judicial y la historia po-ltica, la emergencia de la forma caso y la construccin de la concepcin republicanade la ciudadana (Claverie, 1987).

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    algunos eran minsculos, involucraban a un pequeo nmero de ac-tores durante un perodo limitado y movilizaban pocos recursos (porejemplo, una agarrada entre dos tcnicos una maana en un ta-ller); otros, en cambio, eran enormes, se extendan a lo largo de mu-cho tiempo y movilizaban un nmero importante de actores y unamultitud de recursos heterogneos. Empero, al comienzo de un casonadie puede decir apriori hasta dnde llegar. Quin hubiera credoque la degradacin de un capitn del ejrcito, judo y presunto espaa sueldo de Alemania, movilizara en pocos arios a la casi totalidadde la nacin francesa y la totalidad de los recursos de que sus miem-bros disponan para crear una causa y exponer sus razones pren-sa, ciencia, literatura, poltica, llegando a separar incluso a quie-nes se encontraban unidos por los lazos ms slidos: integrantes deuna misma familia, de un mismo partido, de una misma corrienteliteraria, de un mismo crculo de amigos, etc. El estudio de los casossupone, pues, la renuncia a calificar previamente el objeto deestudio y, particularmente, a establecer sus dimensiones.5 Ahorabien, la distribucin de un proceso entre las disciplinas depende fun-damentalmente de sus dimensiones. Si una secretaria protestacontra una injusticia, se obstina en su protesta sin lograr movilizara una cantidad importante de personas ni comprometer en su causaa representantes de instituciones, sindicalistas, periodistas, etc., suproblema ser tratado como puramente personal. Ella sigue siendoun caso singular. Lo que se pondr en cuestin ser su personalidad,por lo que se la enviar a ver a la asistente social, al mdico laboralo al perito psiquitrico. Pero si, por el contrario, su protesta es escu-chada, si ella consigue que la sigan, si ciertas instancias autorizadasparticularmente los sindicatos establecen una equivalencia en-tre su caso y otros casos considerados similares; si su caso, defini-do entonces como ejemplar, se utiliza al servicio de una causa quepasa a ser considerada general, podr en consecuencia ampliar-se, movilizar a un nmero importante de personas, acceder al statusde problema colectivo y atraer la atencin. del socilogo. Lejos deaceptar la particin a priori entre lo que es individual que seraentonces materia de la psicologa y lo que es colectivo y quecorrespondera por ello a su propia disciplina, el socilogo debe

    5 Podemos encontrar un indicio de la pregnancia de las categoras de lo singular yde lo colectivo en el trabajo que se toma un historiador tan versado, sin embargo,en los procesos de constitucin de entidades colectivas como el autor de The Mak-ing of the English Working Class, E. P. Thompson, para demostrar que las cartasannimas del siglo XVIII que toma por objeto de anlisis (Thompson, 1975) no re-miten a individuos singulares, aislados o incluso dementes lo cual, desde su puntode vista, les quitara todo inters sino que se inscriben en movimientos colectivos.

    tratar la calificacin singular o colectiva del caso como producto dela actividad misma de los actores. En lugar de tratar con colectivosplenamente constituidos y, en cierto modo, ya preparados para suuso, puede entonces aprehender las operaciones de construccin delos colectivos examinando la formacin de las causas colectivas, esdecir, la dinmica de la accin poltica.Son, pues, los procesos mismos que el socilogo planea analizarlos que establecen, a fin de cuentas, el carcter individual o colectivodel objeto. Por su construccin, esos procesos se le escapan si aceptacomo autoevidentes las clasificaciones que los actores lograneita-blecer. Pues en el curso de un caso la apuesta principal de la disputaen que se encuentran involucrados los diferentes protagonistas esprecisamente el carcter individual o colectivo, singular o generalde aquel. Segn la configuracin del caso, ciertos actores se lasingenian para desinflarlo, para mostrar que ha sido completa-mente montado, para reducirlo a sus justas proporciones, mien-tras que otros, por el contrario, se apresuran en todos los sentidospara revelar su verdadero rostro, mostrar sus facetas ocultas yhacer ver con ello que el caso concierne, en realidad, a bastantems gente de lo que hubiramos podido imaginar a primera vista:que concierne a todo el mundo. Es a ese precio que se lo transfor-ma en. una causa colectiva. Pues las causas de las ms pequeas alas ms grandes, de las ms extraas a primera vista a las ms evi-dentemente legtimas para nuestro sentido de la justicia tuvieronque elaborarse, construirse, establecerse, probarse en algn mo-mento6 y, por slidamente instaladas que parezcan, siempre pueden

    6 Al estudiar litigios ocurridos en el marco de la SNCF [Societ Nationale desChemins de Fer], Philippe Corcuff (Corcuff, 1989) proporciona as el ejemplo de ca-sos que, basados en un principio sobre otros casos similares, se redujeron a lo indivi-dual o, por el contrario, se generalizaron hasta adquirir un carcter colectrvo:reigual modo esclarece el rol que en esas operaciones tuvieron psiclogoiYllidicalis-tas e, indirectamente, las disciplinas sobre las que fundan, al menos en parte, la legi-timidad de sus acciones es decir, la psicologa para los primeros y la sociologa deltrabajo para los segundos. Considrense, en primer lugar, dos casos de baja demquina, es decir, de cese del trabajo de conduccin uno de ellos temporario-- yde recategorizacin. En los dos casos analizados, la medida de suspensin de la con-duccin se toma a raz de problemas nerviosos de los maquinistas cuestionados. Laintervencin mdico-psicolgica permite reducir el caso al orden de lo singular luegode un esbozo de protesta y de recurso a los sindicatos. El xito de la intervencinparece estar ligado al establecimiento de lazos personales y de una relacin de con-fianza entre los agentes sancionados y sus terapeutas. Los conductores renuncian aerigir la baja de mquina de que han sido objeto en lucha colectiva, y lo asumen attulo de decisin personal con el fin, segn parece, de no tener que soportar elcosto de una ruptura de lazos personales con los terapeutas que los han tomado a sucargo. As es como uno de estos maquinistas explica, ms adelante, su historia:

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    deshacerse, de igual modo, mediante esos mismos procedimientos.Indirectamente buscbamos tambin proveemos de un mtodopara analizar la manera en que las personas crean causas, buenascausas, causas colectivas, prolongando de ese modo nuestra tentati-va de arrojar luz sobre el inmenso esfuerzo colectivo que fuera nece-sario, entre las dcadas de 1930 y 1960, para hacer del personal di-rectivo, como categora social, una causa digna de existir y de serapoyada (Boltanski, 1982).En este lugar no reproduciremos en detalle la descripcin delmtodo utilizado ni los resultados del anlisis que el lector encontra-r en la Tercera parte de este volumen, que retorna con una formamodificada el trabajo de 1984. Hemos renunciado, en efecto, asometerlo a modificaciones demasiado profundas que indudable-mente nos hubieran llevado a recomenzar la tarea desde cero, porindolencia pero tambin para dejar a la vista el trabajo de investiga-cin que el producto terminado o considerado provisoriamentecomo tal necesariamente conduce a desdibujar. Nos contentare-mos, entonces, con recalcar lo que nos parece hoy particularmentedefectuoso en ese trabajo ya antiguo, y tambin con volver a indicarbrevemente el modo en que la reflexin sobre el modelo sumario alque habamos llegado nos condujo hacia modelos ms sofisticados,al punto de hacer surgir nuevas preguntas. Ante todo, una palabraacerca del mtodo. En el trabajo de 1984 optamos por un procedi-miento que pasaba por la codificacin y el anlisis estadstico msprecisamente, por el anlisis factorial de correspondencia. Lo en-

    Entonces, ah empec a no entender lo que pasaba, as que, claro, criticaba todo.Criticaba la estructura sindical, la estructura patronal, etc. Cuando, en realidad, nose trataba de eso, sino de mi estructura.En un tercer caso examinado, el de una empleada contratada que trabajaba en laventanilla de una estacin y que fue despedida por incapacidad fsica luego de unexamen psiquitrico, el resultado es totalmente distinto. Este caso, en efecto, ser laoportunidad para que la CT construya una causa colectiva denunciando la utiliza-cin de la medicina y de la psicologa con fines represivos. Para ello moviliza los re-gistros de la voluntad colectiva y de la opinin pblica: conferencias de prensa, lla-mamiento a personalidades (como Flix Guattari), etc. El socilogo mismo, cuyaprincipal participacin en el caso es sindical, es objeto de un trabajo de reclutamien-to. Al adquirir carcter colectivo, el caso conduce a la direccin, a los mdicos y a lospsiclogos a comprometerse a su vez con mayor determinacin y vigor a fin de acu-mular pruebas de la enfermedad mental de la empleada cuestionada y atribuirle ungrado elevado de irreversibilidad. Pero el motivo psiquitrico del despido no se haceoficial. El sindicato intenta entonces atacar la irreversibilidad del diagnstico deanormalidad deshaciendo los vnculos entre las diferentes licencias por enfermedadpara conferirles un carcter contingente, y luego presenta un recurso ante el tribu-nal administrativo.

    contramos acertado. Tras un comienzo a tientas, codificamos unpoco todo lo que se presentaba, lo que sobresala y pareca teneralguna pertinencia ya fueran, por ejemplo, tanto las caractersti-cas del caso, el contexto en que haba surgido, su duracin, etc., co-mo ciertas propiedades estilsticas o grficas tales como el uso deuna mquina de escribir o de papel con membrete, la presencia denumerosos subrayados, de insultos, etc.. Pese a todo, ese trabajose sostena gracias a dos operaciones sin las cuales el anlisis no hu-biera sido legible. Por un lado, la constitucin de un jurado, com-puesto por personas comunes que pusieron en juego su sentidocorriente de la normalidad y de la justicia y que se encargaron deotorgar, luego de una primera lectura rpida de los documentos, unacalificacin de normalidad a cada expediente. Por otro lado, la defi-nicin de un sistema actancial* de la denuncia que comprende acuatro actantes: una vctima, un denunciante, un perseguidor y unjuez. Cada uno de los actantes fue codificado segn su tamao[taine] sobre un eje singular-general. La introduccin de estas dosnociones dependa directamente de las operaciones de codificacin.Lo que nos incit a investigar las dimensiones que permitan califi-car nuestros objetos en su forma ms general fue ante todo la volun-tad de reducir la extrema diversidad del material codificando con lasmismas nomenclaturas casos en apariencia completamente dismi-les. Pero al mismo tiempo nos veamos en la necesidad de efectuardesplazamientos en relacin con algunas de las nociones mejor esta-blecidas de la sociologa, lo que nos libraba de su tutela y abra nues-tro esquema a la posibilidad de tomar en cuenta una diversidad demagnitudes posibles. As, la sustitucin de la oposicin individual /colectivo ms familiar a la literatura sociolgica por la oposicinsingular/general autorizaba la diversificacin de las operacionesconcebibles sobre ese eje del cual el pasaje de lo individual a locolectivo no es ms que un caso particular. Del mismo modo, hablarde tamao (nocin que B. Latour utilizaba en su anlisis de las con-troversias cientficas) permiti, en un primer momento, no especifi-car qu la constitua y, as, prescindir de conceptos tales como los destatus, poder, capital, etc. Con este sistema muy general de co-dificacin podamos integrar todos los casos reunidos. As, por ejem-plo, un desconocido agredido en la calle se codificaba como una vc-

    * El modelo actancial [actanciel] tiene su origen en la lingstica, como un intentode vincular el inventario de funciones de los personajes a las funciones sintcticas dela lengua. Esta concepcin nace con Tesnire y alcanza pleno desarrollo con Grei-mas, quien introduce la nocin de actante [actant]. Los actantes de Greimas son: su-jeto, objeto, emisor, destinatario, adversario y auxiliar. Las relaciones entre ellosconstituyen un modelo o sistema actancial. (N. de la T.)

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    tima menor, mientras que un militante que invocaba una causa co-lectiva o, ms an, una asociacin, se codificaban como vctimas demayor tamao Slo el juez no fue codificado. Consideramos, en efec-to, que en ese caso se trataba siempre de la opinin pblica, ins-tancia que quiere referirse a la pretensin de aparecer en un peri-dico como Le Monde y, por tanto, actante de g,ran dimensin. Porotra parte codificamos los grados de proximidad de la relacin entrelos actantes, proximidad que poda variar desde la identidad (porejemplo, cuando la vctima y el denunciante son una sola y la mismapersona) hasta la alteridad mxima, cuando vctima y denunciantenunca tuvieron ninguna relacin previa a la situacin de injusticiaque los rene (como, por ejemplo, cuando alguien escribe porque havisto a un joven magreb ser maltratado por policas a la salida delsubte). La codificacin y el anlisis de correspondencia nos permitie-ron acceder rpidamente y, en cierto modo, de manera sinttica, ahiptesis sobre la gramtica de la protesta y el tipo de coaccionesque reconoce el sentido de la normalidad y de la justicia. Lo cierto esque, por definicin, este mtodo conduca a aplastar el material y aconstituir equivalencias a priori (ese es el sentido mismo de la ope-racin de codificacin, y el anlisis factorial de correspondenciapuede reducirse a una codificacin de codificaciones). No nos permi-ta seguir naso a paso las relaciones establecidas por las personasmismas entre las diferentes vinculaciones que componan los expe-dientes y el trabajo de interpretacin que realizaban todo el tiempo.Sobre todo, el mtodo result perjudicial porque ya no nos autori-zaba a tener en cuenta el lugar que ocupaban los diferentes docu-mentos en la historia del caso. Ahora bien, en los casos y, especial-mente, en los de larga duracin, la dimensin temporal es esencial,tanto ms cuanto que, con el tiempo, numerosos casos diferentes seincorporan unos a otros y se entrelazan.7

    7 Esta crtica nos ha sido formulada por F. Chateauraynaud, cuyos esfuerzos seconsagran actualmente a la bsqueda de una herramienta informtica capaz deasistir al investigador en su exploracin de casos sin provocar el efecto de aplasta-miento de los datos que produce el anlisis estadstico (Chateauraynaud y Mac-quart, 1988).

    2. Las bases polticas de las formas generales

    La crtica principal que podemos hacer retrospectivamente a esetrabajo se refiere al hecho de que el modelo descansa, en lo esencial,en la posicin ocupada por los diferentes actantes sobre un solo ejeparticular-general. Nuestra interpretacin era, sucintamente, la si-guiente. Una denuncia de injusticia aparece como anormal cuandolos diferentes actantes no ocupan la misma posicin sobre el eje sin-gular-general. Ahora bien, como el juez siempre es, en los casos ana-lizados, un actante de grandes dimensiones, los casos cuya exposi-cin permanece en el orden de lo singular es decir, los que no hansido objeto de un trabajo de des-singularizacina travs de su apro-piacin por parte de una instancia cuyo carcter colectivo puedasostenerse de manera creble-- aparecen como anormales (es, porejemplo, el caso en que el querellante escribe para acusar de injusti-cia a su vecino, quien a su vez lo acusa de haberle robado una esca-lera). Lo que es ms, hemos considerado que los querellantes juzga-dos anormales posean el mismo sentido de la normalidad que laspersonas normales, y que producan todo un conjunto de elementosinterpretados por los dems como signos de anormalidad precisa-mente para tratar de satisfacer los requerimientos de la normalidaden situaciones particularmente delicadas. En efecto, lo que pareceanormal en estos documentos son precisamente las maniobras quelos querellantes despliegan para tratar de engrandecerse y, en con-secuencia, para ponerse a la altura del juez eminentemente colec-tivo puesto que se trata de la opinin pblica al que someten sucaso (por ejemplo cuando se presentan como si los apoyara un co-mit de defensa del cual son el presidente y el nico miembro, e in-cluso al atribuirse ttulos rimbombantes, acumular sellos y subra-yados, etctera).Las siguientes etapas del trabajo, conducentes a la elaboracindel modelo de justicia presentado en EG y realizadas en colabora-cin con Laurent Thvenot, se dedicaron esencialmente, en primerlugar, a la reflexin sobre la oposicin entre lo particular y lo generaly sobre lo que se deba entender aqu por general; en segundo lu-gar, a la sustitucin del concepto de tamao por el de magnitud; y,

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    una pluralidad de magnitudes posibles. El recurso al concepto demagnitud nos permita subsumir en una forma ms general la di-mensin que habamos intentado aprehender al hablar de tama-o, nocin ligada a la posibilidad de un reconocimiento por parte delos dems y que, en el marco de EG, sera en consecuencia asignadaa una manera particular de constituir la magnitud que denomina-mos renombre. Por otra parte, la reflexin sobre lo que colocbamosen el extremo superior del eje particular-general condujo al esta-blecimiento de un nexo entre la forma de generalidad que ejerce unacoaccin sobre la denuncia de injusticia y la forma de generalidadque sostiene la constitucin de un orden poltico. La postulacin deese nexo result muy facilitada por la lectura de los trabajos deLouis Dumont (Dumont, 1966 y 1977) y de FranQois Furet sobre laRevolucin Francesa (Furet, 1978) y la visin comparatista de Toc-queville (Furet, 1981), que nos permitieron reconocer, en lo que lossocilogos denominan, sin demasiadas ceremonias, lo colectivo,una forma poltica particular que ha sido objeto de una extensa yminuciosa descripcin en la filosofia poltica.Para comprender las coacciones que pesan en Francia sobre ladenuncia pblica de las injusticias, era necesario interrogar en pri-mer lugar el modo en que se conform all ese actante que nuestrotrabajo de 1984, retomado en este volumen, deja en las sombras, yque es sin embargo el personaje principal del drama que constituyeun caso, es decir, el juez. Pero para captar mejor lo que hasta enton-ces llambamos opinin pblica debimos fijar nuestra atencin so-bre el modo en que se constituy en Francia la definicin del cuerpopoltico, de la ciudadana, y por lo tanto la relacin entre cada ciuda-dano, considerado en particular, y la totalidad del cuerpo poltico alque pertenece. En efecto, la definicin de lo que es o no posible hacervaler en pblico, del gnero de argumentos y de pruebas que puedenaportarse y de lo que parece aceptable o inaceptable, normal o anor-, mal, lcito o escandaloso, depende del modo en que se constituye, enun rgimen poltico particular, la relacin de las partes con el todo,como dice Louis Dumont umont, 1977, pg. 30). Nuestro trabajoapuntaba, en priruer lugar, a captar mejor en qu consista la formade 'eagnitud (cvica)"que confieren las operaciones de representa-cin.--Ektos-nlisisultaron tiles porque nos permitieron consi-derar, a continuacin, las diferentes formas de magnitudes comodiferentes modos de comprendera los otros es decir, de duplicarlos

    en su persona (encarnarlos, identificarlos, etc.), de los cuales larepresentacin originada en el sufragio no constitua ms que unamodalidad particular. El trabajo se consagr luego, ms precisa-mente, al anlisis del escndalo) cuya denuncia fig,uraba con tantafrecuencia en los documentos que componan nuestro corpus. Enefecto, en nuestra sociedad la denuncia de escndalo asume siempre ,una misma forma. Consiste en desenmascarar lo particular p-ordebajo deTo-general, aTpersona Si-ig-u-lar por dblirdel repre-len-, tante o el magistra o, e interes pa icu ar ocu o e je a pro-craTna-i cin. meramente superficial de una adhesn al inters generTjossecretos vnculos personales que subyacen a relaciones presenta-das como oficiales: el magistrado a quien vieron cenando en un res-taurante con el acusado; el promotor inmobiliario que construye unnuevo barrio y que es, en realidad, el primo del alcalde que le con-sigui la autorizacin. Unos y otros en connivencia.As, el escndalo es siempre la conspiracin, es decir, la alianzasecreta en aras de un inters particular all donde slo debera exis-tir el acuerdo de todos en pro del bien comn. Los jurados, repre-sentantes de la voluntad general, en realidad se han puesto deacuerdo en la hostera el da anterior, y adems provienen todos delmismo pueblo (Claverie, 1984), etc. Ahora bien, el esquema de la

    conspiracin, tan presente en las denuncias que estudibamos,posee una dignidad poltica: se encuentra, en El contrato social, conla forma del concepto de intriga (Rousseau, 1964).,,En Rousseau laintriga es, precisamente, esa alianza secreta en inters de particula-res quronipe ra-c-urdo en ara-s-derbien conitin. Nada fue ms tilpara nuestro trabajo que lectura-de-16-s-es-Crifos polticos de Rous-seau y de alg-unos de los numerosos comentarios que ellos origina-ron, en particular el de Derath (Derath, 1970). La arquitectura dela totalidad en el Contrato hace ver cmo se pens y constituy enFrancia el cuerpo poltico, y quiz pone de manifiesto, ms all, al-gunas de las coacciones fundamentales a las que tiene que obedecerla construccin de un orden poltico que aspire a la validez generales decir, a la legitimidad. Como es bien sabido, el ncleo de laconstruccin rousseauniana descansa sobre la oposicin entre lavoluntad de todos y la voluntad general: la voluntad de todos noes la voluntad general. La voluntad general no puede constituirsesumando las voluntades de cada uno de los ciudadanos, tomado enparticular, como persona individual y con su inters especfico. Susurgimiento depende de la capacidad de los ciudadanos de ignorarsus intereses particulares y volcarse al objetivo del bien comn. Aspues, el cuerpo poltico se compone de dos conjuntos entre los cualesse establecen complejas relaciones: el de las personas particulares,

    finahnente innovacin que ocasion una profunda modificacindel modelo--, al pasaje de un universo que abarcaba un solo eje par-ticular-general a un universo que inclua varios ejes particular-ge-n 1 neral, numerosas maneras de constituir lo general y, por lo tanto,

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    encerradas en la impureza de sus propios intereses y libradas por lotanto a la disparidad y, por otro lado, el conjunto de los ciudadanosreunidos por el objetivo de un mismo bien comn. Estos dos con-juntos comprenden a las mismas personas, pero en estados diferen-tes, de modo tal que es correcto de cir, como lo subraya Derath, queen la arquitectura del Contrato social cada uno suscribe un contratoconsigo mismo. A hora bien, para que el pasaje de un conjunto al otropueda producirse, para que las personas humanas pued an escapara la tirana de los intereses particulares, a la disparidad, a la indife-rencia o a la guer ra y constituirse como cu erpo poltico, es necesarioque les sea dada la posibilidad de identificarse por referencia a unprincipio de orden. Por medio de ese trabajo de identificacin es-tarn en condiciones de realizar las posibilidades comprendidas ensu naturaleza y, por consiguiente, de acceder a la plenitud de su hu-manidad. En ese sentido la construccin de Rousseau puede conrazn calificarse de metafisica, del mismo modo, por otra parte, enque puede serlo la construccin de la sociedad en D urkheim, en lamedida en que comporta dos niveles, uno de los cuales no es ocupadoon las )ei--7Z i r S rs -segundo niveles, en efecto, efajts convenciones gue definen la humanidad de laspersonas y que califican s vror es decir, el aspecto en quesonsusceptibles de grandeza sobre las relaciones entre la voluntadgeneral en Rousseau y la conciencia colectiva en Durkheim, cf. EG, 5.1.5). Esta construccin en dos niveles es lo que hem os denomina-

    49 \\do unaliudactAs, para construir una ciudad no alcanza con un conjunto depersonas. Es necesario, adem s, definir un bien comn que las su-yere y que pueda establecer equivalencia entre ellas. El carcterjusto o injusto de las relaciones que m antienen unas con otras podrestablecerse, precisamente, sobre la base de esta equivalencia, por-que del principio de equivalencia seleccionado l slue califique la for-m a de magnitud a que las personas pueden acceder, depender laposibilidad de instaurar entre ellas un orden de magnitud que nosea arbitrario y que pueda, por lo tanto, calificarse como justo. Nosabemos definir la justicia de otro mo do que no sea p or referencia ala igualdad. Como bien lo indica el comentario que Michel Villeyconsagra a la justicia en Aristteles Villey, 1983), la justicia estasegurada en un orden poltico cuando la distribucin entre las per-sonas de lo que tiene valor se realiza por referencia a un principio deigualdad. Pero el respeto de ese principio no supone la divisinaritmtica de todo entre todos. Pues debe tener en cuenta el valor o,si se prefiere, la magnitud relativa de aquellos entre quienes serealiza la distribucin. Ahora bien, para tom ar en con sideracin esa

    magnitud, el juez debe poder apoyarse sobre un principio de equiva-lencia que l no ha elegido y que, situado por encima del juicio, sos-tiene la construccin del orden poltico en su conjunto. El modelo decompetencia para el juicio presentado en EG cuyas principales l-neas recordaremos en un momento se consagra, precisamente, aldespliegue de esta metafisica poltica. As, por ejemplo, en la ciudadque, de manera tautolgica, hemos calificado de cvica para distin-guirla de otras ciudades fundadas sobre principios de equivalenciadiferentes, y que es justamente aquella cuyo diseo se encuentra enla construccin de Rousseau, los grandes son quienes encarnan locolectivo, quienes representan a los dems y sirven a la expresin dela voluntad general. El magistrado es una generalidad encarnada.Debe hacer olvidar su cuerpo porque su cuerpo, que le pertenece, nopuede albergar ms que intereses particulares. Esa es, sin duda, larazn por la cual los panfletos que a menudo acompaan las protes-tas de injusticia en las cuales se denuncia un escndalo hacen usotan a menudo de alusiones escatolgicas o pornogrficas (Angenot,1983). Al poner en primer plano los intereses que el magistrado queincumpli su misin debe al hecho de poseer un cuerpo cuyas sa-tisfacciones le pertenecen exclusivamente y no pueden, por defini-cin, ser compartidas con otros se llega, con la mayor fuerza deconviccin, a develar su miseria es decir, su singularidad bajolas apariencias de la grandeza que le confiere la pretensin de serviral bien comn.Pero y es aqu donde se opera la ruptura con el modelo que sos-tena las primeras investigaciones sobre la lgica de la acusacinpblica lo que aparece como miseria por referencia al bien comande una ciudad caracterizada de manera definida y capaz, porconsiguiente, de suministrar un principio de equivalencia quepermita establecer un orden entre las personas y expresar sumagnitud, puede a su vez ser considerado grandeza en otra ciudadconstruida sobre otro principio de equivalencia que la primera ig-1 nora. Nuevamente, la pluralidad de las ciudades se nos manifesten primer lugar a travs delanlisis_ Le la estructura del escndalo.Para ello nos apoyamos en la posibilidad hacia la cual nos ha-ban conducido particularmente los trabajos de Louis Dumont-de tratar simtricamente form as de construccin del lazo polticojerrquico e individualista en Dumont) que se encuentran lasms de las veces en relaciones de redu ccin. En la forma de m agni-tud reconocida por la ciudad cvica las relaciones entre las personasno son relaciones singulares. Para ser legtimas, deben estarsiempre med iadas por la referencia a un colectivo que obre en fun-cin del bien comn, un dispositivo dependiente del Estado, una

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    asociacin con fines filantrpicos, etc. Esa es la razn por la cual slolas denuncias de injusticia que haban sido sometidas a un trabajod e , d e s - - - j -ngulari. podan, como bien mostrara el trabajo emp-rico, lleVarse al espacio pblico de debate sin ser objeto de una ds-i calificacin por motivos de anormalidad. Los actores de esos casosnunca figuraban, en. el acta de denuncia, a ttulo personal, con sunombre propio y sus rasgos singulares, sino en calidad de encarna-cin de entes colectivos en cuanto cuasi personajes, como dice PaulRicceuren su anlisis de la puesta en intriga Ricceur, 1986). No setrataba ya del seor X, que conoca bien al seor Y, un viejo amigo dela familia que lo haba contratado en su empresa, sino, como tanbien se ve en los panfletos sindicales, de la patronal, los asalaria-dos, el Estado patrn, etctera.1Pero, por un lado, la profundizacin del anlisis de las mltiplesrelaciones que tienen vigencia en un caso y no solamente de aque-llas de las que es posible valerse en pblico (ante una comisin pari-taria de arbitraje, por ejemplo) pona de relieve otras situacionesen. que la acusacin poda asumir una forma sing-ularizada y seguirsiendo aceptable sin ser tachada de anormal. Por otra parte, la ex-tensin de las investigaciones sobre el modelo deia ciudad ms all1 de la ciiiiird-CVie-ahca surgir otros modos de constituir la totali-dad Poltica y de fundarla sobre un bien comn; en sntesis, otrasfornias de gneridad.-s, noes 'Posible comprender, por ejemplo,la construccin de la ciudad cvica en su versin rousseauniana si seignora que est enteramente orientada hacia la denuncia de las re-laciones de dependencia personal que prevalecan en el Antig-uo R-gimen. Precisamente la liberacin de las dependencias personaleses lo que define, para Rousseau, lo que l denomina libertad.2 Pero

    1 En ciertos casos dispusimos de una serie de textos de protesta, de afiches, de pan-fletos, aparecidos en diferentes fases del desarrollo de casos que ponan en cuestinlas relaciones de trabajo en la empresa. De ese modo fue posible seguir los cambiosdel modo de designacin de los principales actores a medida que el caso adquira am-plitud y pasaba del estadio de la protesta individual al de su apropiacin por parte deinstancias colectivas, en particular los sindicatos. Las personas cuestionadas, que enlos primeros textos se designaban por su nombre, por su apellido o por un apodo,eran reemplazadas, a medida que el caso se desarrollaba, por personas designadaspor su ttulo o por entidades representativas de cuasi personajes (como, por ejemplo,la patronal). Cf., sobre este punto, el trabajo de B. Urlacher (Urlacher, 1984).2 En la obra de Rousseau, la cuestin de la dependencia personal es el ncleo tantode los escritos polticos como de los escritos ntimos. En este sentido, los escritos po-lticos aportan una solucin general a un problema singular. Los conflictos entremagnitudes y, en particular, la tensin entre la magnitud cvica, que no conocems que relaciones des-singularizadas, y la magnitud domstica, que no conoce sinorelaciones personalizadas que son tratados con los recursos de la filosofa polticaen El contrato social, ocupan as numerosos pasajes de las Confesiones, donde se de-

    no podemos quedarnos en la descalificacin del Antiguo Rgimen so-bre la que la Revolucin funda la construccin del orden republicanoyr en la forma en que construye al ciudadano en tanto hombre sinatributos, desvinculado de toda pertenencia basada en el estableci-miento de lazos personales como, por ejemplo, las pertenencias loca-les o, en el caso de la profesin, las pertenencias a la corporacin y aloficio.3 Pues como lo muestra, por ejemplo, el anlisis de los escritospolticos de Bossuet (cf. EG 2.2.2), las relaciones de dependenciapersonal tambin pueden construirse como un principio de equiva-lencia apto para sostener un orden legtimo y, por consiguiente, ca-paz de servir de cimiento para la construccin de una ciudad. Ahorabien, aun si en la actualidad ya no sirve para fundar la legitiraidaddel Estado, ese principio de equivalencia no ha desaparecido denuestro mundo, y es posible mostrarque en nuraerosas situaciones,a menudo calificadas com~os juicios que los actores&raen Sobr lo que esiuSto o injusto, conveniente o inconveniente,

    bre la cual esta esAl mismo tiempo, poda tomarse distancia respecto de las denun-cias de maniobras escandalosas tal como aparecan en los documen-tos de nuestro corpus. La definicin de otra ciudad en que los rasgosmiserables descubiertos en los fracasados podan, en otras situacio-nes, ser considerados como magnitudes, permita reintroducir unasimetra que toda la denuncia apuntaba a excluir. Al definir la de-nuncia de las relaciones escandalosas entre las personas pblicassarrollan en el registro de las emociones y los sentimientos. En gran medida, lo quese ha denominado la locura de Rousseau (Starobinski, 1971a) podra sin duda in-terpretarse como el resultado de una tensin imposible de asumir entre magnitudesincompatibles (cf., sobre este punto, EG, 2.2.4).

    3 El cdigo electoral se dedica a separar el lazo cvico del lazo domstico. As, sesabe que, segn ese cdigo, en las comunas de ms de quinientos habitantes, losascendientes y los descendientes, los hermanos y las hermanas no pueden ser simul-tneamente miembros del consejo municipal. Del mismo modo, la ley que enumeralas incompatibilidades prev que no son elegibles para el consejo municipal los con-tratistas de servicios municipales y los empleados de la comuna que puedan estar li-gados a los magistrados en funciones por una relacin de dependencia personal o porun vnculo comercial. (Sobre la denuncia de las relaciones domsticas desde una ciu-dad cvica, cf. EG, 4.2.4.) Ms generalmente, la definicin del ciudadano como hom-bre sin atributos y la dificultad para representar polticamente los intereses en laconstruccin poltica de la nacin francesa surgida de la Revolucin y fundada sobrela abolicin de la sociedad corporativa constituirn un problema poltico mayor queconducir a la bsqueda de diferentes soluciones tales como el corporativismo o laplanificacin, en especial entre 1930 y 1950 (Boltanski, 1982).

    fio son coMpre en cuanto se remiten al principio de equi-v valencia d a ciudad domstica a la definicin del bien comn so-

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    como un develamiento de relaciones domsticas mantenidas ensecreto, nos dbamos la posibilidad de construir tambin la figurainversa, es decir, la denuncia de las maniobras indecentes deaquellos que, en situaciones familiares, de amistad o incluso mun-danas, sometidas al principio de magnitud que prevalece en la ciu-dad domstica, se obstinaban en comportarse con la frialdad, la im-personalidad, la distancia y la altivez que caracterizan las relacio-nes legtimas en la ciudad cvica (cf. EG 4.2.2). Estas dos ciudadesno son las nicas sobre las cuales las personas pueden hoy apoyarsepara construir lazos duraderos o para denunciar el carcter injustode las relaciones entre la gente. Examinamos varias otras en el mo-delo de justicia a que se consagra EG. Pero antes de recordar sucin-tamente la arquitectura del modelo y ello con el fin de facilitar lalectura del texto presentado en la Segunda parte de este volumen,que se apoya en los resultados ya obtenidos es necesario volver r-pidamente a las reglas de mtodo que hemos seguido en esta em-presa y a lo que ellas nos ensean acerca de la tarea del socilogo.

    3. Denuncias ordinarias y sociologa crtica

    No sin ciertas reservas mentales nos habamos decidido a tomarpor objeto las disputas entre las personas, el sentido de la justiciaque estas ponen en accin en ellas y las denuncias de injusticia quepresentan unas contra otras tanto en las situaciones ms corrientesde la vida cotidiana como en contextos marcados por la rareza o laextravagancia. La denuncia nos interesaba tambin por otros moti-vos, ms personales en la medida en que ataan a nuestra propiaactividad profesional y a los intereses que volcbamos en ella. Pueslas personas que el socilogo denomina comunes cuando las tomapor objeto no son las nicas que formulan denuncias de injusticia ylas trasladan al espacio pblico. En efecto, en la literatura sociolgi-ca y, sin duda, en particular en los trabajos realizados en Franciaen los ltimos treinta aos es posible sealar una multitud de de-nuncias que, si bien no siempre se presentan como tales, no son me-nos similares punto por punto a las acusaciones de injusticia queaparecen en los documentos que constituan nuestro objeto de anli-sis. La pretensin de mantener una distancia radical entre la activi-dad de denuncia de las personas y la actividad cientfica de los sociologoss exhiba una dificultad ligada al propio trabajo de campo. EneTecto, no resultaba infrecuente que, para probar y respaldar su po-sicin, las personas involucradas en casos de injusticia retomaranexplcitamente, y prcticamente en los mismos trminos, tal anli-sis o tal concepto tomados en prstamo a los socilogos del momento,a los que conocan por haber ledo sus textos o a travs de artculosde diarios o de libros destinados al gran pblico, por haberlos vistopor televisin o escuchado en la radio e incluso por haber recibidouna formacin que contena elementos de ciencia social. Esta cons-tatacin planteaba dos cuestiones. Por un lado, nos impulsaba a tra-tar de comprender mejor la postura que el socilogo que llamare-mos, de manera esquemtica y, para decirlobrevemente, clsicointroduca en su tarea, tan prxima a la de los propios actores. Peronos incitaba tambin, por otra parte, a intentar definir un senderocapaz de darnos los medios para analizar la denuncia en cuanto taly tomar por objeto el trabajo crtico operado por los actores mismos.

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    Para ello era necesario renunciar a la intencin crtica de la sociolo-ga clsica.En efecto, cmo habra abordado el socilogo clsico nuestrocampo el de los casos si, por casualidad y sin haber establecidoel correspondiente concepto, se hubiera sentido atrado por un obje-to semejante? Se habra trasladado al lugar o habra enviado a uninvestigador. Sin duda habra realizado entrevistas y completadocuestionarios con el fin de recolectar datos sobre las caractersticasdel pblico estudiado, es decir, informaciones sobre los rasgos msestables de los agentes, aquellas caractersticas imposibles o difci-les de modificar en otras palabras, las ms irreversibles, tales co-mo la edad, el sexo, la profesin, la profesin de los padres o el nivelde estudios. Una vez terminada la investigacin, y sobre la basede las informaciones recolectadas, el socilogo clsico habra escritoun informe o, ms precisamente, segn los trminos vigentes, uninfoi me de investigacin. La concepcin de un informe de ese ti-po suscita esencialmente dos observaciones. Por un lado, un infor-me de investigacin es portador de una pretensin de verdad. Elinvestigador en ciencias sociales reivindica su capacidad de aportaruna perspectiva de la realidad diferente y superior a la de los acto-res. Por otro lado, su validez no depende de la conformidad de los ac-

    - tores. Muy por el contrario, aun cuando reconozca haber producidouna interpretacin que no agota la realidad, el socilogo clsico estconvencido de echar luz sobre una dimensin de la realidad que noaparece como tala los ojos de los actores. Por lo tanto tendr ciertatendencia a deducir, de las reticencias delos actores para reconocerla verdad del informe que ha redactado, una confirmacin de lo bienfundado de su anlisis, lo que lo asemeja al psicoanalista cuyo siste-ma de interpretacin prev e integra las resistencias del analizado. 1cerca, los actores no podran acceder a la verdad de sus acciones.Ligados al mundo social por intereses, tenderan pues ya sea a disi-mular la verdad cuando es contraria a sus intereses o, en los mode-los ms sofisticados empleados en la sociologa moderna, a ocultarse

    'Segn nos parece, lo que debe tenerse en cuenta en primer lugar es, por el contra-rio, la facilidad con que las personas corrientes aceptan las explicaciones que propo-nen los socilogos. En ese sentido puede aplicarse a la sociologa la inversin queWittgenstein efectuaba en el caso del psicoanlisis: Con su anlisis, Freud brindaexplicaciones que muchas personas estn inclinadas a aceptar. El subraya que no loestn. Pero si la explicacin es tal que las personas no estn inclinadas a aceptarla,es altamente probable que sea tambin un tipo de explicacin que estn inclinadas aaceptar. Y es eso, de hecho, lo que Freud ha dejado en claro (Wittgenstein, 1971,pgs. 90-1).

    la verdad de sus actos y de sus tomas de posicin y, en consecuencia,a mantener con la realidad social una relacin de mala fe que les ha-ra actuar en forma desdoblada: la mano derecha se obstinara en ig-norar lo que hace la mano izquierda. Y precisamente sobre el corteentre lo que los actores reivindican a ttulo de ideal y la realidadoculta que es develada por el socilogo reposa, en este modelo, laposibilidad de realizar las acciones compatibles con el orden social yque no podran ser asumidas por los actores si la realidad del intersy la necesidad de la coaccin no se disimularan bajo el velo del desin-ters o del libre albedro. El mantenimiento del orden descansa,pues, sobre una ilusin. La tarea del socilogo clsico consiste endescribir esta ilusin en cuanto tal, lo cual supone la capacidad dever y describir los intereses subyacentes que ella disimula.

    -En qu se apoya esta capacidad? En la posesin de un saber-ha-cer especfico, de un mtodo adosado a una ciencia y, tambin, indi-sociablemente, en una posicin de exterioridad que hace posible unalejamiento de los intereses en lucha con el objeto de considerarlosdesde afuera y describirlos. Ese lugar exterior instrumentado porun mtodo no es otro que el laboratorio. El socilogo puede interve-nir en las luchas sin dejarse absorber por ellas porque dispone de unlaboratorio. ' Fuera de l, es un actor como los dems. Como lo hamostrado la sociologa de la ciencia y pensamos aqu, en particu-

    2 En la sociologa clsica, la asimetra exigida para asegurar la coherencia delparadigma del develamiento es sostenida por una instrumentacin muy poderosa.La importancia de los datos acumulados en Francia entre fines de la dcada de 1950y comienzos de la dcada de 1980 fue posible gracias a la puesta en marcha de lo quepodra denominarse una cadena de montaje de produccin estadstica (Desrosires yThvenot, 1979) y sociolgica: definicin del problema (a menudo en relacin con unademanda social y, ms especficamente, con una demanda del Estado referida aproblemas de distribucin de bienes y servicios); entrevistas no directivas que sirvende pre-encuesta; confeccin de un cuestionario; aplicacin del cuestionario a unamuestra representativa o razonada; codificacin; tratamiento informtico; anlisisde los datos estadsticos (cuadros de doble entrada, correlaciones, etc.); estableci-miento de regularidades; descripcin de esas regularidades en enunciados que aso-cian trminos y cifras; redaccin de un informe final de investigacin. Adems de lasganancias en tiempo y de las economas de escala ligadas a la estandarizacin de losprocedimientos, esta cadena permita establecer una estricta divisin del trabajo,por ejemplo entre quienes conceban el diseo general de la investigacin y los en-cuestadores, e incluso entre los codificadores y los estadsticos, etc.; en muchos casospermita, adems, interponer un nmero importante de operadores entre los co-laboradores tcnicos en contacto con las personas afectadas por la investiga-cin y los investigadores encargados de la interpretacin de los datos, a menudoconfinados en su laboratorio o su instituto. En efecto, esta cadena de produccin sepone en marcha en unidades construidas ya sea segn el modelo de los laboratoriosutilizados por las ciencias naturales, ya sea segn el modelo de las administraciones,e incluso en una forma mixta (bastante adecuadamente designada con los trminos

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    lar, en los trabajos de Bruno Latour (cf., especialmente, Latour,1989b), la capacidad adquirida en el laboratorio se basa en un sa-crificio. El cientfico puede domesticar y hacer hablar a su objetoprecisamente porque renuncia a aprehender la realidad en su tota-lidad y se limita a frag-mentos aislados y trasladados al espaCiocerrado de los instrumentos; es posible mostrar cmo un renuncia-miento de este tipo ha permitido la constitucin misma de las cien-cias experimentales.3 El socilogo clsico consiente tambin un sa-crificio que no es menor: el de la ilusin. Porque renuncia a las ilu-siones de los actores y a sus propias ilusiones cuando l mismo noes otra cosa que un actor, puede adquirir un ascendiente sobre larealidad y develar su verdad.La oposicin entre la realidad y la ilusin, la idea segn la ctiallos actores estn dominados por sus ilusiones, y la concepcin de unorden social apoyado en el mantenimiento de una ilusin son cen-trales en la arquitectura de la sociologa tal como se constituyera enel siglo XIX, en la cual ocupan un lugar tan eminente como en la psi-cologa freudiana. La asimilacin de la actividad cientfica a tinaoperacin de desenmascaramiento de las ilusiones puede encontrar-se, bajo formas diversas, en las obras de Ilarx, Durkheim, Weber oPareto, quienes designan las ilusiones sociales con trminos dife-rentes: ideologas. preconceptos, represent ciones, creencias, resi-duos, etc.4 Ahora bien, segn nos parece es posible mostrar que la

    de instituto o de centro de estudios de. . .), que se desarrollan a partir de fines dela dcada de 1950 y sobre todo desde mediados de la dcada de 1960 (Pollak, 1976), amenudo a raz de intervenciones ligadas al plan Marshall (Boltanski, 1982, pg.212). Estas unidades de investigacin administrativa se transforman en un impor-tante lugar de contactos entre universitarios, funcionarios del sector pblico, plani-ficadores, empresarios, sindicalistas, etc., es decir, entre los diferentes actores quedefinen la demanda social de ciencias sociales.3 Cf. el anlisis que realiza B. Latour (Latour, 1990) de la obra de S. Shapin y S.Schaffer (Lev iathan and the Air Pump. Hobbes, Boyle and the Experimental L ife,Princeton: Princeton University Press, 1985) consagrada a la invencin del laborato-rio como mbito separado del lugar de las querellas polticas o teolgicas, en el que esposible desarrollar controversias bajo el control de los hechos observables y, por lotanto, escapando a la violencia o llegar a acuerdos conforme a la razn, lejos de to-da dominacin arbitraria. Lo que interesa a B. Latour en este ejemplo es que permiteresituarse en el momento histrico en que se produce la escisin, siempre actual,entre la poltica y la ciencia entre lo que competera, por un lado, al lazo entre loshombres, y, por el otro, al nexo entre las cosas.4 Como base del paradigma terico que sustenta un gran nmero de investigacio-nes realizadas en Francia en los aos 1960-1980 encontramos, en gran medida, uncompromiso entre Marx y Durkheim instrumentado por medio de tcnicas de otroorigen, tomadas en prstamo, en su mayora, de la psicologa social norteamericana

    atencin que se pone en las ilusiones de los hombres en sociedadparte de una reflexin sobre la religin. La sociologa clsica hall almenos dos problemas fun.damentales, que eran los de las sociedadesy la poca en que se constituy. En primer lugar, el problema de laconservacin del orden social en una situacin histrica marcadapor fuertes desigualdades y por el pauperismo y todava impregna-da por el recuerdo de los motines revolucionarios de 1792, 1830 y

    del perodo de entreguerras (como, por ejemplo, las tcnicas de encuestas por son-deo). Afines de la dcada de 1950 el durldieimismo recuper posiciones en la sociolo-ga francesa por medio de la antropologa --en particular la de curio estructuralista,a travs de la obra de Claude Lvi-Strauss. En cuanto a la importancia acordadaal marxismo trmino vago que en aquel momento se aplicaba ms o menos a tan-tas construcciones diferentes como comentaristas existan, evidentemente se ladebe relacionar con los debates polticos que, en el campo de las ciencias sociales, seentablan alrededor de la presencia de un fuerte contingente de intelectuales co-munistas.Por qu Marx y Durkheim, Marx con Durkheim? Con frecuencia se los opone, enel sentido en que el primero habra insistido en las dimensiones conflictivas y el se-gundo, en los aspectos consensuales del orden social. Pero constituye un aporte im-portante de la obra de Pierre Ansart (Ansart, 1969) el haber mostrado precisamentetodo lo que Marx debe a la nueva concepcin de la realidad formada a comienzos delsiglo XIX en Francia y una de cuyas primeras exposiciones sistemticas se encuen-tra en la obra de Saint-Simon. Contra la antigua filosofIa, dice Saint-Simon, es nece-sario buscar las leyes reales de la sociedad, concebida como un organismo natural.Esta extensin positivista del derecho natural opone como dir ms tarde Durk-heim en ese texto tan iluminador que es la leccin inaugural de su curso de cienciasocial de Bordeaux de 1887 (Durkheim, 1970) las leyes naturales de la sociedada las leyes civiles que hacen los prncipes. A lo largo de todo el siglo XIX la inven-cin de la sociedad como organismo con una realidad propia, independiente de losindividuos que la componen, encontrar en la estadstica y, en particular en el pro-medio (Desrosires, 1988) un poderoso apoyo: el promedio, cuyo valor no pertenecea ninguno de los elementos, est encargado de dar prueba emprica de la existenciadel grupo como realidad supraindividual. Ahora bien, este esquema, explcitamentepresente.en Durkheim, puede tambin imputarse a Marx, al menos cuando se haceuna interpretacin holista de su obra, para retomar los trminos de Louis Dumont(sobre interpretaciones que, por el contrario, ponen de relieve el lugar que Marx con-cede a lo singular, cf. Segunda parte, 3.2). Apoyado en estas dos obras, permiteconstruir un espacio de develamiento definido por la oposicin entre la infraestruc-tura y la superestructura. Por un lado, un conocimiento superficial consciente peroartificial: el derecho, el Estado, los preconceptos, las ideolog-as; por el otro, una rea-lidad profunda, opaca, exterior a las conciencias, cuyo modo de existencia es compa-rable al de las realidades biolgicas que obedecen a leyes que les son propias. Su de-velamiento, que exige ignorar los motivos de las personas, a priori sospechosos, su-pone la utilizacin de mtodos especficos, y especialmente del mtodo estadsticoencargado de descubrir regularidades objetivas que hacen las veces de leyes na-turales.

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    1848. 5 Este problema no es otro que el de la justicia, es decir, msprecisamente, el de las condiciones adecuadas para asegurar la jus-ticia social y, con ella, un consenso relativo que permita escapar a laguerra civil permanente, en el marco de un Estado nacin. El segun-do problema es el de la religin. Se presenta menos con la fauna deuna crtica radical de la religin dirigida a extirpar la ilusin religio-sa por medio de la relativizacin o de la irona o incluso con la for-ma de una empresa de reconstruccin orientada a hacerla aceptablegracias a su fundamento en la razn (como en los tiempos de las Lu-ces) que con la apariencia de un intento de preservar lo que es ver-daderamente til en ella para los hombres en sociedad. Para ello esnecesario desmontar la religin, descubrir su principio, lo que debehacer posible su reemplazo por una construccin menos alejada dela realidad, menos ilusoria y menos absurda para los hombres mo-dernos. Efectivamente, en los primeros socilogos y ms all desus diferencias en otros aspectos la crtica de la religin es indiso-ciable de una teora de la modernidad que todos ellos comparten, almenos en su estructura es decir, de una filosofa de la historia queacepta como un hecho la existencia de una ruptura radical entre losviejos tiempos y los tiempos modernos y la coaccin de una evolucinal mismo tiempo deseable y necesaria. La intencin de proveer unsustituto aceptable de la antigua creencia religiosa, que es particu-larmente visible en Durkheim, se encuentra ligada a la cuestin dela justicia, y por lo tanto al problema de la conservacin del ordensocial, por medio del reconocimiento de un imperativo de moralidad.Como lo afirmara Durkheim sin remilgos en especial en sus es-critos pedaggicos destinados a fundar sobre la ciencia sociolgica laposibilidad de una moral laica transmitida por la escuela (Durk-heim, 1963, e particular la leccin introductoria, pgs. 1-12), otambin en sus disputas con los utilitaristas (Durkheim, 1975, vol.2) y con los socialistas (Durkheim, 1971), el abandono de la moralconduce a una sociedad anmica o anrquica y, en ltima instancia,a la guerra de todos contra todos (cf. infra, Segunda parte, 2.3).Ahora bien, hasta entonces la moral se basaba en la ilusin religio-sa. Por lo tanto la tarea de la sociologa consiste no solamente en eli-minar esa ilusin sino tambin en salvar la moral por medio de unanueva fundacin capaz de reconciliarla con la realidad social.Pero el desenmascaramiento sociolgico de la ilusin religiosapuede apoyarse tambin en versiones ms radicales, es decir, menos

    El papel jugado por el recuerdo de la Revolucin Francesa en la formacin delpensamiento sociolgico ha sido sealado por numerosos autores (cf. en especialAron, 1967; Dumont, 1977; Nisbet, 1984).

    en el marxismo, incmodo con la homologa entre la filosofa de lahistoria sobre la que descansa y la escatologa cristiana (Kolakows-ki, 1987),_43ie en construcciones inspiradas en el mtodo empleadoporZlietzschara objetivar y someter a una crtica irnica el mun-do deTsa Ores en su totalidad, y que impregn a la sociologa consus esquemas durante mucho tiempo, particularmente por la inter-mediacin de Max Weber (cf. EG, pgs. 278-90). Ese mtodo consis-te, para decirlo rpidamente, en apoyarse en cada uno de los valo-res particulares para cuestionar la validez del valor que se le oponeen el desinters del artista para hacer ver la bajeza del clculoburgus o, a la inversa, en la omnipotencia de los intereses para im-pugnar toda pretensin hipcrita de desinters, etc., y en revisarde esa forma los valores a fin de reducirlos recprocamente median-te comparaciones sucesivas. El desenmascaramiento de la ilusinreligiosa ha servido implicitamente y en la mayora de los casossin que quienes lo practicaban tuvieran conciencia de ello comoparadigma para abordar dominios cada vez ms alejados de la ac-tividad social en primer lugar aquellos concernientes a la teoradel conocimiento o a la teora del arte, que podan reinterpretar-se fcilmente aplicndoles la teora de la religin de Durkheim(Durkheim, 1960a), hasta alcanzar, paso a paso, la totalidad delmundo social, concebido como un sistema de relaciones simblicascuyo anlisis se agota cuando se lo revela como representacin ocomo creencia. As.. para esta sociologa polmica todo es creencia,pero todo no es ms que creencia, lo que es tambin un modo dedecir que la creencia no es nada y, por lo tanto, de sugerir al menosimplicitamente y en el registro de la nostalgia que podra o de-bera existir algo que no fuera apariencia. Pues el desenmascara-miento de la creencia no puede, so pena de caer en un nihilismo dif-cilmente sostenible, 6 renunciar por completo a apoyarse en un pun-to fijo, en una realidad ms verdadera que la ilusin, a partir de lacual la creencia pueda ser desenmascarada como tal." Ese punto fijo

    6 La paradoja del nihilismo es enunciada por Nietzsche en los siguientes trminos:Un nihilista es un hombre que juzga que el mundo tal como es no debera existir, yque el mundo tal como debera ser no existe. As, pues, vivir (actuar, sufrir, desear,sentir) carece de sentido: lo que el nihilismo tiene de pattico es el saber que "todo esen vano" y el patetismo mismo es una inconsecuencia ms en el nihilista (Nietzs-che, 1948, pg. U).7 Puede verse, por ejemplo, en Goffman, y particularmente en sus primeras obras,donde establece los principales conceptos actor, pblico, representacin, escena,bastidores, etc. que le permiten desplegar su visin del mundo como teatro y, deese modo, renovar una tradicin en la cual se inscriben, en especial, los moralistasfranceses del siglo XVII (como La Rochefoucauld, La Bruyre y, en ciertos aspectos,Pascal). Puesto que mostrar el mundo como teatro es tambin, necesariamente, apli-

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    lo constituyen en primer trmino el laboratorio y la ciencia sobre lacual este se asienta. Son tambin, en segundo lugar, los objetosasociados a las personas y tratados como formas simblicas destina-das a sustentar su identidad. El laboratorio sirve ante todo para re-conocer y recoger esos objetos. Pues y esto es lo que los distinguede las personas los objetos son considerados incapaces de mentir.Su objetividad es decir, su estabilidad en la existencia les impi-,le desplazarse a voluntad y, por lo tanto, les prohibe la duplicidad. Arferencia de las personas, ignoran la mala fe, y segn esta perspec-tiva estas pueden traicionarse y revelar su verdad debido a su apegoa los objetos que las traducen y las simbolizan.El socilogo, entonces, se apoyar en el laboratorio para con-validar su trabajo frente a las ilusiones de los actores. Puesto que elinforme de investigacin que ha realizado no est destinado ni-camente a un pblico de colegas. Si ese fuera el caso, no se entende-ra cul es el sostn de sus aspectos polmicos. Debe tambin regre-sar, a menudo por vas indirectas por ejemplo, por medio de los or-ganismos de Estado que lo han requerido o tambin a travs de losmedios de comunicacin: prensa, radio, televisin, etc., al espaciopblico donde los actores resuelven sus disputas. Por lo dems, esprecisamente por ello que el socilogo clsico puede decirse crtico1 y reivindica.- r, indisociablemente, la autoridad de la ciencia y unautilidad social. La idea de una crtica eternamente desvinculada deaquellos a quienes critica, eternamente oculta, es contradictoria.Pero, reinscripto en el espacio pblico, el informe del socilogo crti-co entrar a competir, como hemos visto, con una multiplicidad deotros informes producidos por los mismos actores --cartas, volantes,declaraciones, facturas de servicios, actas de reuniones, consideran-dos procesales, relatos informales (realmente, voy a contarte loque en verdad ha pasado. . .), etc. que es posible reunir al acumu-lar documentacin sobre un caso. El informe de investigacin tiene,pues, grandes posibilidades de transformarse a su vez en documen-

    carle una estrategia de la sospecha (Roltanski, 1973) y desenmascararlo como inau-tntico. El actor goffmaniano es inautntico incluso cuando no busca disimular o en-gaar, porque para l el registro de la expresin siempre puede ms que el de la ac-cin. Esto es especialmente claro cuando Goffman reutiliza paradigmas sartreanostales como el del alumno que quiere ser atento o aquel, no menos clebre, del mozode caf, conforme, demasiado conforme a su concepto (Goffman, 1973, pgs. 38 y76). Pero la descripcin de un mundo inautntico no puede lograrse sino basndose,al menos implcitamente, en el ideal de una autenticidad, es decir, en el caso de Goff-man, una adecuacin entre el mundo exterior, el de la representacin, y el mundointerior, el de la experiencia vivida (Habermas, 1987, t. 1, pgs. 106-10), en relacinmutua de perfecta transparencia.

    to del expediente, una contribucin al debate,8 un recurso que puedeponerse en juego para apoyar argumentos y hacer avanzar el casoen que los actores estn comprometidos. Algunos de estos buscarnrespaldarse en su objetividad puesto que proviene de un laborato-rio exterior para dar pruebas de lo bien fundado de su causa,mientras que otros lo rechazarn como una interpretacin entreotras y se dedicarn a mostrar que es tendencioso, ya sea por faltade informaciones o a causa de los presupuestos ideolgicos opolticos del autor. Puesto que el socilogo crtico no est protegidodel tipo de crtica que l opone a los actores y que, por otro lado, suscolegas no cesan de volver en su contra. El laboratorio nunca es tanpoderoso, ni el mtodo tan riguroso, como para eliminar todo riesgode ver al adversario develar a su vez las ilusiones del autor y mos-trar cmo estas, en realidad, se basan en intereses ocultos, lo cuallleva al socilogo honesto y sensible a la crtica a tratar, por su parte,de separar, a travs de un autoanlisis previo, lo que podra quedaren l de presupuestos tcitos, y a embarcarse as en una regresin alinfinito orientada a despojar su trabajo de toda impureza. Por lodems, esta regresin estaba potencialmente contenida en elmovimiento antes mencionado que condujo a la sociologa a pasar deuna sociologa de la ilusin religiosa a una sociologa del conoci-miento literario o artstico y desde all a una sociologa de la ciencia,de las ciencias humanas, de la sociologa misma.Ahora bien, cuando se comparan los informes del investigadorcon los informes de los actores haciendo a un lado tanto como seaposible los dispositivos, a menudo retricos o estilsticos, que sostie-nen la asimetra entre ambas clases de textos, impresionan sus si-militudes tanto de forma como de contenido. Como los informes deinvestigacin, los informes de los actores encierran una pretension

    /N de validez y apoyan esta pretension en mamobras destinadas aestablecer pruebas. Aportan interPretaciones, despliegan arg,umen-tos, destacan hechos seleccionando los que, en el contexto del caso,pueden retenerse como necesarios o rechazarse como contingentes,invalidan objeciones, ofrecen justificaciones de la accin o seentregan a la crtica, etc. Por otra parte puede observarse que lasexplicaciones suministradas por los actores no difieren radicalmen-te en su principio de las explicaciones aportadas por el socilogo (Ci-

    8 La misma observacin vale para una gran cantidad de trabajos de historiadoresque, a travs de sus investigaciones en archivos y de sus publicaciones, contribuyena hacer revivir las discusiones pasadas que toman por objeto de estudio o a proseguiren el presente los casos sobre los que tratan sus investigaciones. Ello vale particular-mente para la Revolucin Francesa, como lo ha demostrado F. Furet (Furet, 1978),pero tambin sin duda para numerosos casos, especialmente para el caso Dreyfus.

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    courel, 1979, pg. 51); la diferencia es menos marcada que en lasciencias llamadas de la naturaleza en las cuales, por ejemplo, paradar cuenta de los movimientos de los rganos internos del cuerpo,los investigadores recurren a explicaciones que no son accesibles ala introspeccin o a la experiencia ordinaria. Pero, en el orden de losocial, la realidad que conocen los actores y la realidad que devela elinvestigador no son mundos recprocamente opacos. 9 As, un grannmero de teoras sociales producidas por especialistas puedentratarse como modelos de competencia de los actores, en el sentidoen que reelaboran con una forma sistemtica, con pretensiones deexplicitacin y coherencia, construcciones que subyacen a los argu-

    9 Las relaciones entre las construcciones cientficas de la sociologa y la competen-cia que las personas comunes ponen en prctica para orientarse en el mundo socialfueron claramente establecidas en una investigacin experimental llevada a caboentre 1980 y 1982 en colaboracin con L. Thvenot, que apuntaba a recapturar, pormedio de una serie de tests y de juegos, la capacidad de las personas, en primerlugar, para efectuar clasificaciones comparando formularios extrados del censo enlos que figuraban, adems de la profesin, otras informaciones como el sexo, la edady el ttulo; en segundo lugar, para ponerse de acuerdo, a travs de la negociacin,sobre una taxonoma de profesiones aceptable para todos y considerada, por con-siguiente, como generalmente vlida; y, por ltimo, para averiguar la profesin deuna persona a partir de otras informaciones relativas, por ejemplo, a las actividadesculturales, los ritmos de vida o los objetos de su propiedad, es decir, mediante laexploracin del rbol cognitivo de las asociaciones ms probables (Bol tanski yThvenot, 1983). El anlisis de los resultados de estos ejercicios mostraba, por unlado, la difusin y la pregnancia entre los no especialistas de las clasificacionessociales en particular de las clasificaciones socioprofesionales utilizadas tantopor los grandes organismos de produccin estadstica el INSEE [Institut Nationalde la Statistique et d'Etudes Economiques] en primer lugar como por la sociologay, por el otro, la capacidad de las personas para hacer el tipo de inducciones queguan el conocimiento sociolgico del mundo social cuando toma por objeto las rela-ciones entre conductas consideradas contingentes y atributos considerados ms es-tables o ms duraderamente vinculados a la identidad de los individuos, como la pro-fesin. Es evidente que no se puede deducir de esos resultados que las personas co-munes movilizan este tipo de competencia, que puede emparentarse con una sociolo-ga determinista, en todas las situaciones en que se encuentran, sino solamente que,sometidas a las coacciones especficas de la situacin experimental, son por lo comntotalmente capaces de movilizarla, aunque en grados desiguales segn los indivi-duos. Estas desigualdades de la competencia para poner en accin un esquema de-terminista parecen estar en funcin, particularmente, del grado en que las personas,para adquirir un dominio prctico de su ambiente y hacer previsiones acerca del fu-turo, deben elaborar interpretaciones sobre la gente que las rodea y, en especial,sobre aquellos de quienes dependen directamente, en vez de contentarse con apo-yarse en reglas o hbitos convencionales. Sin duda es esa la razn por la cual estacompetencia p