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1 TRAS LA HUELLA DEL ELEFANTE, ENTRE OTRAS METÁFORAS… BORRADORES DE UN DIÁLOGO IMAGINABLE ENTRE LA LINGÜÍSTICA COG- NITIVA Y EL ANÁLISIS POLÍTICO DE RAIGAMBRE POSTESTRUCTURALISTA Edgardo Gustavo Rojas Centro de Estudios e Investigaciones Lingüísticos Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación Universidad Nacional de La Plata [email protected] Resumen La lingüística cognitiva se ha definido desde sus orígenes como un proyecto interdisci- plinario; la teoría de la metáfora conceptual, de hecho, se ha desarrollado en algunas de sus vertientes gracias al diálogo con otras disciplinas, en un encuentro que ha redundado en benefi- cio de los distintos campos de conocimientos implicados. En su aplicación al análisis del dis- curso político, tal vez la obra de Lakoff No pienses en un elefante (2004) haya sido el hito más destacado en este sentido. Por otra parte, la definición tropológica de la política en el pensa- miento posestructuralista ha hecho de la metáfora un concepto clave del análisis político con- temporáneo. En efecto, el proyecto posestructuralista no solo postula la deconstrucción de me- táforas como uno de sus pilares metodológicos, sino que además se vale de múltiples expresio- nes metafóricas para materializarlo: el concepto derrideano de huella, o trace y su anagrama ecart, vale como ejemplo. “Tras la huella del elefante” es una metáfora que construimos ex profeso para bosquejar un diálogo posible entre ambas aproximaciones a la metáfora en el dis- curso político. Nuestra propuesta consiste en proponer algunas directrices y tensiones que sub- yacen a un blend epistemológico que no por infrecuentes dejan de ser, de acuerdo con nuestra perspectiva, un promisorio campo de estudios. Palabras clave: lingüística cognitiva metáfora discurso análisis político

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TRAS LA HUELLA DEL ELEFANTE, ENTRE OTRAS METÁFORAS…

BORRADORES DE UN DIÁLOGO IMAGINABLE ENTRE LA LINGÜÍSTICA COG-

NITIVA Y EL ANÁLISIS POLÍTICO DE RAIGAMBRE

POSTESTRUCTURALISTA

Edgardo Gustavo Rojas

Centro de Estudios e Investigaciones Lingüísticos

Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación

Universidad Nacional de La Plata

[email protected]

Resumen

La lingüística cognitiva se ha definido desde sus orígenes como un proyecto interdisci-

plinario; la teoría de la metáfora conceptual, de hecho, se ha desarrollado en algunas de sus

vertientes gracias al diálogo con otras disciplinas, en un encuentro que ha redundado en benefi-

cio de los distintos campos de conocimientos implicados. En su aplicación al análisis del dis-

curso político, tal vez la obra de Lakoff No pienses en un elefante (2004) haya sido el hito más

destacado en este sentido. Por otra parte, la definición tropológica de la política en el pensa-

miento posestructuralista ha hecho de la metáfora un concepto clave del análisis político con-

temporáneo. En efecto, el proyecto posestructuralista no solo postula la deconstrucción de me-

táforas como uno de sus pilares metodológicos, sino que además se vale de múltiples expresio-

nes metafóricas para materializarlo: el concepto derrideano de huella, o trace y su anagrama

ecart, vale como ejemplo. “Tras la huella del elefante” es una metáfora que construimos ex

profeso para bosquejar un diálogo posible entre ambas aproximaciones a la metáfora en el dis-

curso político. Nuestra propuesta consiste en proponer algunas directrices y tensiones que sub-

yacen a un blend epistemológico que no por infrecuentes dejan de ser, de acuerdo con nuestra

perspectiva, un promisorio campo de estudios.

Palabras clave: lingüística cognitiva – metáfora – discurso – análisis político

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INTRODUCCIÓN

Una representación extendida sobre la naturaleza del lenguaje –que puede rastrearse tanto

en el sentido común como en las ciencias sociales– supone que las expresiones verbales solo

proveen información para ser procesada por las formas superiores de razonamiento como la

inducción, la deducción y la analogía; la lingüística cognitiva, por el contrario, entiende que

aun en los niveles más elementales de la construcción lingüística intervienen las mismas pro-

piedades formales del razonamiento general de alto nivel (Fauconnier 1996: 57 y 2005: 151-

153; Turner 1996: 93-96). La metáfora representa un claro ejemplo de este posicionamiento

teórico, dado que el tipo de proyecciones que pone en juego son esenciales para la cognición en

sus múltiples formas, abarcando ámbitos tan diversos como la literatura, la música, el humor,

las matemáticas, el diseño, la informática, la religión, la política y la epistemología.

Esta ubicuidad de la metáfora y sus vínculos con la creatividad y la imaginación, en un

espectro de manifestaciones que incluye el descubrimiento científico, deja entrever que las

metáforas no solo recrean semejanzas preexistentes sino que, por el contrario, tienen el poten-

cial de “crear” tales semejanzas (Johnson 1991: 137-138; Evans y Green 2004: 415-418; Croft

y Cruse 2004: 83; Fauconnier 2005: 151-152; Fauconnier y Turner 2008: 53-66; Dirven y Ruiz

de Mendoza Ibáñez 2010: 39). La metáfora, lejos de ser simplemente una figura retórica, es un

mecanismo cognitivo que impregna el lenguaje y el pensamiento habitual, y que resulta parti-

cularmente eficaz para comprender conceptos complejos en términos de otros cognitivamente

más accesibles. Es, por lo tanto, un mecanismo omnipresente de la cognición humana que in-

fluye directamente sobre la racionalidad, dado que las metáforas no se limitan a “estructurar” el

significado: son, en sí mismas, estructuras de significado (Lakoff y Johnson 1980: 39-41;

Clausner y Croft 1997: 247-249; Cuenca y Hilferty 1999: 24, 98 y 121; Langacker 1999: 80-

81; Evans y Green 2004: 43-44 y 296-303; Delbecque 2008: 36; Croft y Cruse 2004: 258).

El estudio de la metáfora ha cobrado un impulso notable gracias a la teoría de los espa-

cios mentales y la fusión conceptual, formulada por Turner y Fauconnier para describir y ex-

plicar la correlación dinámica de estructuras conceptuales, las “pistas” lingüísticas que permi-

ten evocar y enriquecer sus contenidos, sus múltiples relaciones y los encadenamientos que

pueden adoptar a lo largo del discurso (Evans y Green 2004: 386-387; Evans et al 2006: 28-

31). Si bien dicha teoría se aplica a distintos fenómenos cognitivos como la analogía y la metá-

fora, el énfasis de sus creadores recae sobre los usos particulares, emergentes, creativos y di-

námicos del lenguaje, incluyendo el descubrimiento científico y la formulación de teorías

(Evans y Green 2004: 400-403; Coulson 2006: 188 y 192; Coulson y Oakley 2008: 27).

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Nuestra propuesta consiste en valernos intencionalmente del razonamiento analógico pa-

ra establecer una correlación explícita entre la teoría de la metáfora conceptual y la teoría del

discurso que propone Ernesto Laclau. Consideramos que la alineación de estas estructuras con-

ceptuales no resulta caprichosa, dado que distintas orientaciones de la lingüística cognitiva en

el estudio de la metáfora se han revelado como potentes herramientas para el análisis del dis-

curso (Dirven y Ruiz de Mendoza Ibáéz 2010: 52-55), al tiempo el análisis político posfunda-

cional considera a la metáfora como un principio estructurante del campo de la discursividad

donde se producen las contiendas políticas en pos de la hegemonía (Román Brugnoli 2007:

S/N; Laclau 2010: 17-23). Por estas razones, consideramos que el concepto de blend nos resul-

tará eficaz no solo para cartografiar el sistema de proyecciones epistémicas que motivan esta

presentación, sino también para explicitarlas y organizar la estructura general del ensayo. La

Figura 1 propone una representación simplificada de la fusión conceptual que desarrollamos

en este trabajo:

Figura 1: fusión conceptual entre las teorías que hacemos dialogar en este trabajo

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Como puede apreciarse en este organizador gráfico, los espacios de entrada están consti-

tuidos por la teoría de la metáfora conceptual aplicada al discurso político, representada por la

obra de George Lakoff, y el pensamiento político posfundacional, es decir, de raigambre poses-

tructuralista, desarrollado en la obra de Ernesto Laclau. Encontramos en ambas teorías relacio-

nes explicitadas por los autores entre la política, el discurso y la metáfora, circunstancia que

nos conduce a proponer un espacio genérico que, en primera instancia, estaría conformado por

estos elementos. Finalmente, como hemos indicado en el resumen inicial, el blend epistémico

que configuramos de esta forma queda sintetizado en la metáfora que da título al trabajo; en lo

sucesivo, desarrollaremos las particularidades de esta fusión conceptual teniendo en mente la

Figura 1. Sin embargo, debido a la naturaleza del evento para el cual elaboramos esta presen-

tación, es decir, el IV Simposio de la Asociación Argentina de Lingüística Cognitiva, entende-

mos que resultaría ocioso profundizar en la teoría de la metáfora conceptual, de forma tal que

nos concentraremos principalmente en el lugar que el análisis político contemporáneo asigna al

lenguaje figurado, tema del cual nos ocuparemos en el siguiente apartado.

HACIA LA CONSTRUCCIÓN DE UN ESPACIO GENÉRICO: LA POLÍTICA COMO

DISCURSO

El análisis político posfundacional incorpora la noción de metáfora en dos planos opera-

tivos: por un lado, indagando cómo funcionan las operaciones metafóricas en la política, bus-

cando poner en tensión los efectos hegemónicos del lenguaje figurado y desnaturalizar su em-

pleo en el ejercicio del poder; por el otro, construyendo metáforas propias que proyectan al

campo del análisis político diferentes categorías de los estudios lingüísticos (Román Brugnoli

2007: S/N). En el primer nivel de análisis, se enfatiza sobre el carácter performativo del len-

guaje y se desestiman las perspectivas que analizan los tropos del discurso político como una

“simple retórica”i o sucesión de acciones discursivas sin efectos sobre la realidad social (Mu-

ñoz y Retamozo 2008: 146; Fernández y Retamozo 2010: S/N). En función de ello, se sugiere

que la retórica constituye un modelo eficaz para comprender la naturaleza misma de la política,

su lógica constitutiva y sus principios estructurantes en términos discursivos (Laclau 2005: 24);

figuras como la catacresis, la metáfora y la metonimiaii, desde esta perspectiva, se presentan

como instrumentos analíticos para desentrañar la “tropo-lógica” de la política.

En este marco de análisis, se entiende que toda práctica significante, incluida la produc-

ción social de significado a través del discurso y la acción política, pone en juego las dimen-

siones constatativa y performativa del lenguaje, de modo tal que las categorías lingüísticas se

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presentan como herramientas operativas para definir las relaciones políticasiii

(Laclau 2010:

26). Toda construcción de una “topografía social” mediante los “juegos del lenguaje” político,

en consecuencia, se concibe como una configuración discursiva y contingente, hipótesis que

deslegitima la conceptualización esencialista o “prediscursiva” de las identidades sociales y

políticas (Laclau 1990: S/N, 2005: 92-93; Glasze 2007: S/N). Planteado en estos términos, “lo

social” resulta inaprehensible para el lenguaje por cuanto implica un exceso de sentido que el

discurso es incapaz de dominar completamente (Laclau y Mouffe 1987: 81-82, 179 y 189;

Laclau 2003: S/N; Retamozo 2009: 81; Fernández y Retamozo 2010: S/N), circunstancia que

habría pasado desapercibida para la teoría política clásica.

De este modo, el discurso político es definido metafóricamente como la puesta en acto de

una “catacresis”, tropo que, en la obra de Laclau, se presenta como la práctica simbólica que

consiste en nombrar lo “innombrable” mediante la universalización de un elemento particular

del sistema político-discursivo (Laclau 2003: S/N). Mientras que el análisis político estructura-

lista basó sus formulaciones teóricas en la posibilidad de un sistema estable y cerrado de rela-

ciones diferenciales, el posestructuralismo descree de los límites que permitirían el cierre o

“clausura” definitiva del sistema, como así también la posibilidad de representarlo a través de

sus elementos constitutivos. Dar un nombre al sistema social y a sus componentes, por lo tanto,

es una operación retórica por naturaleza, pero que no consiste en la simple sustitución positiva

de un término “literal” por otro figurado, sino en nombrar lo “innombrable” (Laclau y Mouffe

1987: 81-82 y 179; Laclau 1996: 82-84, 2003: S/N y 2010: 24-26) a través “significantes va-

cíos” que representan una falla estructural del sistema.

La lógica de los significantes vacíos, es decir aquellos elementos del sistema privilegia-

dos por los discursos hegemónicos en sus intentos de representar y dotar de sentido la realidad

social, es entonces esencialmente catacrética (Laclau 2005: 95-97 y 2010: 28-29). De este mo-

do, las identidades políticas son provisoriamente anuladas por un discurso que las representa a

través de ciertos significantes que el grupo hegemónico procura dotar de sentido (Glasze 2007:

S/N; Retamozo 2009: 81; Fernández y Retamozo 2010: S/N). La existencia y la articulación de

sujetos políticos, en consecuencia, son posibles únicamente por la construcción de significantes

tendencialmente vacíos (Laclau 2005: 135-137 y 2009: 60-61) que se articulan a través de las

prácticas discursivas. Así definida, la hegemonía articula prácticas heterogéneas produciendo

“efectos de frontera” que dividen a los amigos de los enemigos, erigiendo en “universales”

determinados significantes que, a pesar de su particularidad, contribuyen al cierre provisorio,

simbólico, imposible pero necesario, del sistema (Muñoz y Retamozo 2008: 128; Laclau y

Mouffe 1987: 224-228; Laclau 2005: 93-95, 2009: 63-64 y 2010: 24 y 28-29).

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La Figura 2 representa el contraste entre las concepciones estructuralista y postestructu-

ralista de los sistemas políticos: para la visión estructuralista, las identidades políticas constitu-

yen sistemas estables y cerrados de relaciones; para la visión postestructuralista, conforman

sistemas abiertos, dinámicos y contingentes que solo precariamente son “suturados” a través de

las prácticas discursivas tendientes a la hegemonía. En buena medida, estas prácticas se basan

en la postulación de elementos que se sustraen de sus particularidades para adquirir un alcance

universal, sustrayéndose de la lógica tradicionalmente asignada a los sistemas significantes.

Ernesto Laclau propone llamarlos “significantes vacíos” para diferenciarlos de los demás ele-

mentos –identidades– que se articulan en el sistema, dado que mientras estos últimos guardan

una relación uno a uno con aquello que representan, los significantes vacíos tienden a represen-

tar –en el discurso hegemónico– la totalidad del sistema político-social; como veremos en el

último apartado del trabajo, es el caso de las apropiaciones de términos como “pueblo” y/o

“patria” en el lenguaje figurado del discurso político.

Figura 2: concepciones estructuralista y postestructuralista de los sistemas políticos

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Una de las repercusiones más destacadas y extendidas en el campo académico de esta

teoría del discurso ha sido su aplicación en la reconceptualización del populismo. Con el fin de

postular una definición “formal” de este fenómeno, se propone evitar la consideración de sus

“contenidos” particulares en tanto ideología o movimiento social, operación que siempre ha

conducido a explicitar numerosos reparos, valoraciones éticas y excepciones. En su lugar, se

define al populismo por las prácticas políticas, discursivas y tropológicas, entendiendo que

estas no “expresan” a los sujetos sino que, por el contrario, los constituyen y articulan (Laclau

y Mouffe 1987: 195-198; Laclau 2005: 150-161 y 2009: 51-53). Lejos de presentar la lógica

del populismo como un arreglo irracional y antidemocrático del modo habitual, Laclau ve en

estas prácticas una manifestación del momento político por antonomasia, instancia disruptiva

caracterizada por el tránsito de la “lógica de la diferencia” hacia la “lógica de la equivalencia”.

La lógica de la diferencia supone un orden relativamente estable en que prevalecen las

formas institucionales y la satisfacción de demandas individuales de los sujetos, entendidas

como peticiones, por canales políticos prestablecidos que, por lo tanto, no afectan al sistema.

La lógica de la equivalencia, por el contrario, supone un antagonismo radical o configuración

de tipo amigo-enemigo en base a la insatisfacción de demandas, entendidas como exigencias y

reivindicaciones que desestabilizan el sistema político-institucional (Laclau 2005: 103-110,

2009: 57-58 y 2010: 28-29). Es precisamente en esta instancia que la productividad de los sig-

nificantes vacíos –tropos, términos particulares, mitos o la figura del líder, por ejemplo– se

despliega con mayor intensidad, estableciendo una frontera entre grupos cuyas demandas inter-

nas, en cada caso, se representan como equivalentes.

La Figura 3 representa y contrasta ambos arreglos político-institucionales en la teoría del

discurso político desarrollada por Ernesto Laclau. Por una parte, se representan las identidades

políticas en función de su diversidad; de allí los diferentes colores utilizados y la noción de

“lógica diferencial”. En estos sistemas “institucionalistas” la particularidad de las identidades

políticas se conservan por vía de demandas que son satisfechas, parcial o completamente, por

el propio sistema o que, en todo caso, son de alguna forma “absorbidas” por el sistema político,

prevalenciendo cierto status quo institucional. Por otra parte, en el sistema populista, las iden-

tidades políticas se sustraen de sus particularidades para representarse como “equivalentes” y

en términos dicotómicos, adoptando una lógica de tipo amigo-enemigo. El disparador que pro-

duce el tránsito del sistema institucionalista al sistema populista suele ser la insatisfacción de

demandas por los canales habituales del sistema, circunstancia que motiva la diferenciación

tajante entre los portadores de tales demandas –los amigos– y los responsables de dicha insatis-

facción –los enemigos–, de allí la reducción del espectro cromático a dos únicos colores.

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Figura 3: contraste entre los sistemas políticos institucionalistas y populistas

Los arreglos políticos representados en la Figura 3 suponen una extensión de las concep-

ciones estructuralista y postestructuralista de los sistemas políticos graficados en la Figura 2.

Mientras que los sistemas institucionalistas o diferenciales guardan una correlación directa con

la concepción estructuralista del sistema político, es decir, la noción de un sistema estable y

cerrado, los sistemas populistas o equivalenciales se correlacionan principalmente con la con-

cepción postestructuralista, es decir, la noción de un sistema abierto, inestable y en disputa por

la hegemonía. Es en esta segunda alternativa donde se manifiesta principalmente la operativi-

dad discursiva de los significantes vacíos, dado que tanto los amigos como los enemigos se

representan a través de elementos particulares erigidos en universales: la figura de un líder y

sus oponentes, lo social y lo antisocial, el pueblo y la oligarquía, la patria y los apátridas. Se-

gún las coyunturas histórico-políticas, la lógica equivalencial se manifiesta, por lo tanto, me-

diante complejos juegos de metáforas y metonimias en torno a dichos significantes vacíos; de

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hecho, la universalización de determinados significantes es en sí misma una operación meto-

nímica y la diferenciación amigo-enemigo es de carácter evidentemente metafórico.

Ahora bien, que la dimensión anti-institucional o reivindicativa de las demandas pueda

prevalecer por encima de la dimensión institucionalista significa que las peticiones individuales

estuvieron previamente imbuidas de una ambivalencia constitutiva entre lo diferencial y lo

equivalencial (Laclau 1996: 78). En otras palabras, la reconceptualización formal del populis-

mo implica que la lógica institucionalista o diferencial del sistema político contiene el germen

de la relación equivalencial, dado que los elementos del sistema –las identidades políticas–

están marcados por huellasiv

que retienen y al mismo tiempo posponen o “difieren” su signifi-

cado (Derrida 1967: 274-282; Johnson 1998: 48-53). La deconstrucción de la teoría política, en

definitiva, implica ir tras las huellas que hacen a la ambivalencia constitutiva, diferencial y

equivalencial al mismo tiempo, del sistema político y del discurso que intenta configurarlo.

ESBOZOS DE UNA POSIBLE APLICACIÓN EMPÍRICA: LAS METÁFORAS DE

“LA PATRIA”

Con la finalidad de hacer visible la productividad y automaticidad del enmarcado en el

discurso político, en una obra clásica sobre el rol de la metáfora en el discurso político, Lakoff

recuerda que solía iniciar sus clases proponiendo a sus alumnos un ejercicio: “no pienses en un

elefante”, acción discursiva que ineludiblemente producía el efecto contrario (Lakoff 2004: 6).

El establecimiento, la evocación y el cambio de los marcos cognitivos a través del discurso

constituye una potente estrategia performativa para constituir e imponer formas de conceptua-

lizar la realidad de la cual se valen los referentes de la política (Lakoff 2004: 8-11 y 16-20),

circunstancia que no ha pasado desapercibida para la lingüística cognitiva y otros campos dis-

ciplinarios como las teorías de la comunicación social (D´ Adamo, O., García Beaudoux, V. y

Freidenberg, F. 2000: 48-50; D´ Adamo, O. y García Beaudoux 2007: 20-21). En la citada obra

de Lakoff, particularmente, se analiza la productividad de las expresiones metafóricas en la

política norteamericana para activar determinados marcos cognitivos en el electorado.

En función de ello, retomando la presentación del blend epistemológico bosquejado en la

Figura 1, proponemos el siguiente razonamiento: si la esencia del razonamiento metafórico

consiste en volver accesible y aprehensible lo complejo y abstracto mediante el enmarcado

(Lakoff y Johnson 1980: 41; Lakoff 1993: 191-193; Clausner y Croft 1997: 247-249; Cuenca y

Hilferty 1999: 98 y 101; Evans y Green 2004: 286; Croft y Cruse 2004: 83; Evans et al 2006:

25), lo cual explicaría, por ejemplo, la proliferación de metáforas orientacionales en los discur-

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sos sobre la configuración y dinámica de la sociedad (Lakoff y Johnson 1980: 50-54; Soriano

2012: S/N), y si el discurso político se concibe como la postulación de significantes vacíos para

representar el sistema social y político, las expresiones del lenguaje figurado resultan candida-

tos especialmente apropiados para cumplir con ese rol en la lucha política. Uno de los errores

de la teoría política clásica fue, precisamente, desestimar las operaciones performativas del

lenguaje figurado, basándose exclusivamente en la “literalidad” del discurso y del sistema polí-

tico (Laclau 2003: S/N); la teoría de la metáfora conceptual, en su aplicación al discurso políti-

co de acuerdo con la propuesta de Lakoff, también supone una crítica a los estudios del discur-

so que desestiman la productividad de las metáforas en el campo político.

En el caso de la historia argentina reciente, por ejemplo, se ha estudiado cómo la figura

del “pueblo”, a través de múltiples y cambiantes expresiones metonímicas, ha sido explotada

por regímenes políticos de los signos más diversos. Ello no debería resultar extraño, dado que

la “construcción del pueblo”, de acuerdo con la propuesta formalista del análisis político que

reseñamos previamente, es una clara construcción discursiva que no tiene existencia antes ni

por afuera de la política (Laclau 2009: 70). Entendido como significante vacío de relevancia en

la historia argentina reciente, “el pueblo” fue parte de la operación hegemónica no solo de los

gobiernos democráticos, dado que también los regímenes dictatoriales lo adoptaron, general-

mente en relación con otros significantes como “familia, tradición y religión” (Muñoz y Reta-

mozo 2008: 125). Más allá de las particularidades coyunturales, la operación consistió, bási-

camente, en la división del conjunto social: mientras el grupo hegemónico se postuló a sí mis-

mo como representante del pueblo y de sus intereses, los grupos opositores se subsumieron en

la categoría del enemigo que está “en contra del pueblo”.

Un derrotero similar ha seguido la dicotomía entre “La Patria” y los “Anti-Patria o A-

Pátridas” en sus múltiples manifestaciones históricas. Sin ánimos de exhaustividad, estas for-

mas de representar la historia argentina se evidencian en la alternancia de ejemplos concretos

tales como: Patria Socialista, Patria Terrateniente, Patria Peronista, Patria Fusilada, Patria Sin-

dical, Patria o Muerte y, más recientemente, Patria Sojera, Patria Zocalera y Patria Tweetera.

Se trata de expresiones metonímicas, dado que un grupo es “La Patria”, y metafóricas al mismo

tiempo, ya que “La Patria” se representa como un sujeto político mediante una personificación.

En este sentido, es posible apreciar una diferencia notable entre las metáforas conceptuales

estudiadas por Lakoff en la política norteamericana y sus análogos locales: mientras el enmar-

cado opera en el discurso de republicanos y demócratas en torno a metáforas del tipo “Norte-

américa es una familia”, a las cuales remiten expresiones metafóricas recurrentes como “los

padres de la patria”, en la historia argentina tales expresiones resultan extrañas y proliferan las

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expresiones –no solo lingüísticas, sino también pictóricas, numismáticas, esculturales, heráldi-

cas, arquitectónicas, etc.– que remiten a la patria personificada como una mujer.

Más allá de las diferencias entre las metáforas conceptuales que prevalecen en una u otra

cultura, si retomamos la noción laclauseana de significante vacío, no parece descabellado pro-

poner que, en la universalización de determinados elementos particulares que caracteriza al

discurso político, las expresiones metafóricas cumplen un rol sumamente importante. Vistas de

esta forma, tales expresiones conforman intentos de fijar lo social en un orden o estructura, en

una suerte de clausura o sutura que consiste en poner en juego la acción performativa de nom-

brar innombrable, es decir, la totalidad social (Laclau 1990: S/N y 2005: 127-130), a través de

una figura recurrente del discurso. Dicho en otros términos, si los sistemas políticos equivalen-

ciales, que intentamos representar en la Figura 3, suponen un ocultamiento de las particulari-

dades de los sujetos/identidades políticos/as y, paralelamente, su representación a través de

determinadas figuras del discurso, el lenguaje figurado se presenta como una gran usina de

significantes vacíos: ya sea representada como una familia o como una mujer, la patria subsu-

me todas las identidades políticas de quienes son vistos como amigos, volviéndolos equivalen-

tes y, en el mismo proceso, los opone a una figura opuesta; para el caso norteamericano, solo

un grupo de amigos políticos representa los valores de la familia tradicional y “correctamente”

constituida, en tanto que el grupo opositor representa los anti-valores correspondientes.

Para el análisis político posfundacional, la metáfora y la metonimia son transgresiones al

principio diferencial de los sistemas significantes que operan selectivamente en los ejes para-

digmático y sintagmático del discurso. Ello podría explicar la recurrencia de estas expresiones

más allá del signo y el momento político, ya que mientras la metonimia es del orden de la con-

tigüidad y la combinación, y por lo tanto del “institucionalismo”, la metáfora es del orden de la

analogía y la sustitución, y se manifiesta particularmente en el “populismo” (Laclau 2003: S/N

y 2010: 22-23). Asimismo, la intersección de ambos ejes en un significante vacío supone cierta

historicidad, dado que el “detonador analógico” de la metáfora habilita una “reacción en cade-

na” o irradiación metonímica (Laclau 2010: 15-17). El entrecruzamiento de ambos ejes, ade-

más, resulta eficaz desde el punto de vista estratégico, ya que el orden metonímico de la conti-

güidad resultaría más visible si no fuera por el orden metafórico de la analogía que tiene la

facultad de ocultarlo fácilmente (Laclau 2010: 23-24).v

Con sus diferentes perspectivas, metodologías e intereses, tanto la lingüística cognitiva

como el análisis político posestructuralista sostienen que las metáforas iluminan en forma par-

cial la realidad, destacando y al mismo tiempo ocultando algunos de sus aspectos (Lakoff y

Johnson 1980: 46-49; Cuenca y Hilferty 1999: 123; Evans y Green 2004: 303-304; Román

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Brugnoli 2007: S/N). Coinciden también en sugerir que la metáfora y la metonimia constituyen

polos en un continuum de gradaciones posibles, como así también que la metonimia podría ser

el origen de numerosas metáforas, razón por la cual no siempre resultaría factible deslindar

unas de otras en las figuras del discurso (Croft y Cruse 2004: 282-284; Soriano 2012: S/N).vi

Ambas afirmaciones permitirían explorar en mayor profundidad las metáforas de “La Patria”

en la historia argentina contemporánea, tarea que aspiramos a emprender en las proyecciones

del estudio cuyos primeros borradores presentamos en estas páginas.

Nuestra intención ha sido bosquejar un diálogo imaginable entre las teorías de la metáfo-

ra conceptual y el discurso político posfundacional; tratándose de una primera aproximación a

esta fusión conceptual, de la cual no hemos hallado antecedentes bibliográficos, consideramos

que quedan muchos nudos problemáticos por desentrañar, aspectos por revisar y afirmaciones

por matizar; de hecho, entre las notas incluidas al final del trabajo, señalamos algunas observa-

ciones que gentilmente fueron hechas durante su presentación en el simposio y que permitirán

encausar algunas de estas revisiones en el futuro. Particularmente, a partir del debate generado

durante dicha exposición y una visión retrospectiva del trabajo en la redacción de esta última

versión, convendría considerar una profundización de las aplicaciones empíricas que, tal vez

concentrados en sintetizar los estudios de Laclau sobre el lenguaje figurado en el discurso polí-

tico, hemos tratado aquí demasiado sucintamente.

REFLEXIONES FINALES

El posestructuralismo ha revitalizado en las últimas décadas el debate académico sobre

los fenómenos políticos, resignificando numerosas categorías lingüísticas, lo cual no debería

extrañarnos ya que se enmarca en la filosofía de la deconstrucción, campo de estudios que ha

hecho de la escritura uno de sus objetos privilegiados. En forma coetánea, las teorías de la me-

táfora y la integración conceptual han constituido una caja de herramientas teóricas y metodo-

lógicas de gran impacto entre los analistas del discurso, proponiendo también una resignifica-

ción de conceptos ampliamente tratados en los estudios lingüísticos precedentes. Sin embargo,

los conocimientos construidos en ambos campos disciplinarios no se han integrado en forma

sistemática hasta la actualidad, circunstancia que nos sugiere la posibilidad de encontrar allí un

campo teórico que aguarda ser explorado. Particularmente, consideramos que los estudios lin-

güísticos en clave cognitiva pueden proveer al análisis político distintos instrumentos para in-

terpretar y explicar la recurrencia de ciertas expresiones metafóricas en el discurso político. En

forma recíproca, entendemos que la teoría política contemporánea puede aportar a los estudios

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lingüísticos un desarrollado marco teórico sobre la especificidad de este tipo de discursos, enri-

queciendo las discusiones al respecto a través del diálogo interdisciplinario.

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NOTAS

i Para la lingüística cognitiva las metáforas tampoco son simples figuras retóricas sino operaciones cognitivas que

facilitan la percepción, organización y conceptualización de la realidad, incluyendo la “realidad social” (Lakoff y

Johnson 1980).

ii En la obra de Ernesto Laclau se subsumen bajo la noción de metonimia distintos tipos de relaciones referenciales

que la retórica clásica categorizaba como sinécdoque; en este punto, su concepción de la metonimia es coincidente

con la que propone la lingüística cognitiva (Cuenca y Hilferty 1999).

iii La teoría del discurso de Ernesto Laclau puede concebirse como una gran metáfora estructural (Lakoff y John-

son 1980, Cuenca y Hilferty 1999, Soriano 2012) cuyo dominio de origen es la lingüística estructuralista y postes-

tructuralista, y cuyo dominio meta es la lógica de la práctica política.

iv La noción de “huella” pone en juego procedimientos metafóricos que resultan fundamentales en la elaboración

de la teoría derrideana de la escritura; en este plano, dicha construcción teórica comparte con la obra de Laclau y

buena parte del proyecto postestructuralista una orientación similar: la deconstrucción de aquellas metáforas sobre

las cuales se ha erigido el pensamiento occidental desde los comienzos de la modernidad, y la construcción de

nuevas metáforas para encausar dicho proyecto.

v Debo a la Dra. Patricia Hernández, coordinadora de la Mesa sobre Metáfora y Metonimia del simposio donde se

presentó este trabajo una interesante y pertinente observación sobre estas afirmaciones: adolecen de una clara

perspectiva estructuralista, afín a los estudios de Jakobson sobre estas figuras del discurso. Efectivamente, Ernesto

Laclau cita a Jakobson en forma recurrente en sus obras sobre la metáfora y la metonimia en el discurso político.

Allí subyace, para el autor de este trabajo, un nuevo punto de interés a desentrañar en el avance de la investiga-

ción: a pesar de su afiliación al postestructuralismo, la teoría del discurso político de Ernesto Laclau, contradicto-

riamente, asume una concepción estructuralista del lenguaje figurado. Ahora bien, esta observación solo es posible

adoptando una perspectiva cognitivista del discurso, circunstancia que nos conduce a confirmar la pertinencia del

diálogo entre las teorías que formarían el blend epistemológico que aquí se propone.

vi Debo también a la Dra. Patricia Hernández algunas observaciones sobre la necesidad de deslindar, en el avance

de la investigación, el origen metafórico y/o metonímico de lo que en este trabajo se categoriza, rápida y simple-

mente, como “metáforas de La Patria”. Estas observaciones permiten vislumbrar líneas de investigación no previs-

tas inicialmente y que podrán ser desarrolladas en futuras presentaciones.