Braudel El Mediterraneo

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  • F E R N A N D B R A U D E L

    EL MEDITERRANEO

    Y E L

    M U N D O M E D I T E R R A N E O

    E N L A E P O C A D E F E L I P E I I

    T O M O P R I M E R O

    -' I ; : ! Funes 32-0

    liwn;:r;o!

    FONDO DE CULTURA ECONOMICA

    MEXICO

  • Primera edicin en francs, m9 Primera edicin en espaol 1953

    Sefu"d! I ' ' - " y ^"encada, 1966 Segunda edicin en espaol, 1976 (Espaa) fTimera reimpresin, 1981

    I

    Ttulo original: La Miditerrane et le monde mditerrantn a L'poque de Phippe U 1966, Libraipe Armand Coln, Pars

    D . R. 1953, FONDO DE CULTURA ECONMICA Av. de la Universidad, 975; Mxico 12, D. F.

    ISBN 968-1-0775-9 I S B N 968-16-0774-0 (Edicin General)

    Impreso en Mxico

  • PROLOGO A LA PRIMERA E D I C I O N FRANCESA

    Amo npasionadametite al Mediterrneo, tal vez porque, como tantos otros, y despus de tantos otros, he llegado a l desde las tierras del norte. Le he dedicado largos y gozosos aos de estudios, que han sido para m bastante ms que toda mi juventud. Confo en que, a cambio de ello, un poco de esta alegra y mucho de su luz se habrn comunicado a ks pginas de este libro. El ideal se-ra, no cabe duda, poder manejar a gusto de uno al personaje de nuestro libro, no perderle de vista un solo instante, recordar cons-tantemente, a lo largo de todas las pginas, su gran presencia. Pero, por desgracia o por fortima, nuestro oficio no tiene ese margen de admirable agilidad de la novela. El lector que desee abordar este libro como a m me gustara que lo abordase har bien en aportar a l sus propios recuerdos, sus visiones precisas del mar Interior, coloreando mi texto con sus propias tintas y ayudndome activa-mente a recrear esta vasta presencia, que es lo que me he esfor-zado en hacer en la medida en que he podido... Creo que este mar, como cada cual pueda verlo y amarlo, sigue siendo el ms valioso de los documentos para ilustrar su vida pasada. Aunque no haya retenido ms idea, que sta de las enseanzas recibidas de los ge-grafos que tuve por maestros en la Sorbona, la he hecho ma con una tenacidad que da su tnica y su sentido a mi obra.

    Tal vez alguien piense, y con razn, que otro ejemplo ms sen-cillo que el del Medi ter rneo me habra permitido destacar con mayor fuerza los nexos permanentes que unen la hisxoria al espa-cio, sobre todo si se tiene en cuenta que, visto a la escala del hom-bre, el mar Interior del siglo X V l era ailn mucho ms vasto que en nuestros das. Es un personaje complejo, embarazoso, difcil de en-cuadrar. Escapa a nues'ras medidas habituales. Intil querer escri-bir su historia lisa y llana, a la manera usual: naci el da tantos de tantos...>; intil tratar de exponer la vida de este personaje bue-

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    mente, tal y corno las cosas sucedieron... El Mediterrneo no es siquiera un mar; es, como se ha dicho, un complejo de mares, y de mares, adems, salpicados de islas, cortados por pennsulas, ro-deados de costas ramificadas, Su vida se halla mezclada a la tierra, su poesa tiene mucho de rstica, sus marinos son, cuando llega la hora, campesinos tanto como hombres de mar. El Mediterrneo es el mar de los olivos y los viedos, tanto como el de los estrechos barcos de remos o los navios redondos de los mercaderes, y su historia no puede separarse del mundo terrestre que lo envuelve, como la arcilla que se pega a las manos del artesano que la modela. Lauia lt man tenk'n tnrv (Elogia el mar y qudate en tierra), dice un proverbio provenzal. Por ello cuesta trabajo saber, exactamen-te, qu clase de personaje histrico es este Mediterrneo: necesi-tamos, para llegar a averiguarlo, poner en la empresa mucha pa-ciencia, revolver muchos papeles y exponernos, evidentemente, a ciertos errores inevitables. Nada ms ntido que el Mediterrneo del oceangrafo, o el del gelogo, o el del gegrafo: trtase de campos de estudio bien deslindados, jalonados y marcados por sus etiquetas. No as el Medi terrneo de la historia. Cien advertencias autorizadas nos previenen y ponen en guardia: el Mediterrneo no es esto, ni es aquello, ni lo de ms all; no es un mundo que se baste a s mismo, no im prado con lindes bien definidas. Desgra-ciado, diramos nosotros, aleccionados por la experiencia, desgra-ciado del historiador que crea que esta cuestin prejudicial ni se plantea, que el Mediterrneo es un personaje histrico que no hay por qu definir, que se halla definido desde hace mucho tiempo, como algo claro y ntido, que cabe reconocer a primera vista y que podemos captar sin ms que recortar la historia univer-sal, siguiendo la lnea de puntos de sus contornos geogrficos. De-que sirven estos contornos para nuestras investigaciones?

    Podramos, en efecto, escribir la historia de este mar, aunque slo fuese durante un per odo de cincuenta aos, hacindola dete-nerse, por una punta, en las Columnas de Hrcules, y por la otra, en el pasillo martimo cuyos bordes vigilaba ya la antigua Ilion? Y estos problemas del encuadramiento, los primeros que se nos plan-tean, traen en seguida consigo todos los dems: delimitar es defi-nir, analizar, reconstruir y, cuando haga falta, elegir, incluso adop-1 tar una filosofa de la historia.

    Es cierto que tenemos ante nosotros, para ayudarnos en esta empresa, una masa portentosa de artculos, de memorias, de libros, de publicaciones, de estudios, unos de historia pura y otros, no

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    14 P R O L O G O A LA P R I M E R A E D I C I O N F R A N C K S A

    menos inceresances, escritos por nuestros vecinos, lo? etngrafos, - los gegrafos, los botnicos, los gelogos, los especialistas en tec-

    nologa... No hay en el mundo mbito mejor esclarecido, ms car-gado de humanidad, mejor inventariado que este del mar Interior y

    : el de las tierras iluminadas por su reflejo. Pero, hay que decirlo, aun a trueque de pasar por ingratos a los ojos de nuestros antece-sores: esta masa de publicaciones abruma al investigador como una lluvia de ceniza. Muchos de estos estudios hablan en un lenguaje pretr i to, anticuado en ms de un respecto. Lo que les interesa no es el vasto mar, sino tal o cual minsculo trozo de su gran mosaico, no s extensa y agitada vida, sino los actos o los gestos de los prncipes y los ricos, un polvo de hechos menudos, que nada tiene

    que ver con la poderosa y lenta historia que a nosotros nos preo-cupa. Muchos de estos estudios necesitan ser revisados, reajustados para encuadrarlos dentro del conjunto, removidos para infundirles nueva vida.

    No cabe tampoco trazar la historia de este mar sin el conoci-miento exacto de las vastas fuentes de sus archivos. Tarea sta que parece superior a las fuerzas del historiador aislado. No hay, en el siglo X V I , Estado medi terrneo cuyos cartularios no estn, por lo general, repletos de documentos salvados de los incendios, de los sitios, de las calamidades de todas clases por lus que pas el mundo mediterrneo. Para inventariar y clasificar estas fuentes autnticas, para sondear estas minas del ms bello oro histrico, haran falta, no ya una vida, sino veinte vidas, veinte investigadores, consagra-do cada uno do ellos a esta tarca con su vida propia. Tal vez llegue el da en que no se trabaje en las canteras de la historia con nuestros mtodos de pequeos artesanos... Ese da, acaso sea dable escribir la historia general sobre los textos originales, y no, como hoy suele hacerse, sobre libros ms o menos de primera mano. Huelga decir que, por muy amplio que mi esfuerzo haya sido en

    'este punto, no he podido consultar, ni mucho menos, todos los ' documentos de los archivos que he tenido a mano; que mi libro se basa en una investigacin forzosamente parcial; que s de ante-mano que sus conclusiones sern revisadas, discutidas, 4espla2adas por otras, y que deseo que as sea. As progresa y tiene que pro-gresar la historia.

    Por otra parte, y por su propia naturaleza, por sus realidades tcnicas, por su situacin cronolgica poco favorable entre las l-timas grandes llamaradas del Renacimiento y de la Reforma y esa poca dura y ya de repliegue que ha de ser el siglo X V l I (digamos

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    P R O L O G O A LA PRI.MhRA E D I C I O N I H A N C t S . 15

    tambin entre dos tajos de historia), el Mediterrneo de la segunda mitad del siglo X V l es, indudablemente, como escriba Lucien Feb-vre, un tema engaosamente hermoso. ;Hace falta sealar el in-ters que encierra.' No creemos que carezca de utilidad saber qu sucede en el mar Interior en los umbrales Je la poca moderna, en-el momento en que el mundo deja de girar en torno a l, de vivir para l, con l y ajustndose a su ritmo. La decadencia inmediata de este mar y de este mundo, de que tanto se habla, no me parece un hecho probado; o, ms exactamente, todo parece demostrar lo con-trario. Pero, al margen de este drama, tengo para m que todos los problemas planteados por el Mediterrneo son de una excepcional riqueza humana y que interesan, por tanto, a historiadores y no histo-riadores. Y creo, incluso, que estos hechos ayudan tambin - lumi-nar el tiempo presente, que no se hallan desprovistos de utilidad, en el sentido estricto de la palabra, tal como Nietzsche la exiga de la misma historia.

    No voy a extenderme ms sobre el aliciente y las tentaciones que este tema encierra. Sus insidias, quiero decir sus dificultades, sus traiciones, ya las he enumerado. Aadir, si acaso, otra, a saber: que no he podido contar, entre nuestras obras de historia, con nin-guna que me brindara una gua segura. Un estudio histrico cen-trado sobre un espacio lquido encierra todos los encantos, pero tambin, y ms todava, todos los peligros de una novedad. Ante una balanza cuyos dos platillos, igualmente cargados, se equilibra-ban, habr tenido razn al inclinarme, a la postre, por el lado del riesgo, al creer, atentando contra la prudencia, que vala la pena correr la aventura.'

    , Puede servirme de excusa la historia niisiua de este libro. Cuando lo emprend, en 1923, fue bajo la forma clsica, induda-blemente ms prudente, de un estudio consagrado a la historia ine-diterrnea de Felipe I I . Mis maestros de entonces lo elogiaron mu-cho.LLo vean encuadrado dentro de los marcos de aquella historia diplomtica bastante indiferente a las conquistas de la geografa, poco atenta (como la diplomacia misma con harta frecuencia) a la economa y a los problemas sociales; bastante desdeosa para los grandes hechos de la civilizacin, las religiones y las letras y las artes, los grandes testigos de toda historia digna de su nombre; de aquella historia diplomtica que, arrellanada en su part pris. no se dignaba mirar ms all de las oficinas de las cancilleras, para con-templar las realidades de la vida, espesa y fecunda. Explicar la pol-

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  • 16 PROIOOO f, LA PRIMERA EDICION FRANCESA

    tica del Rey Prudente significaba, ante todo, sopesar las responsabi-lidades tiue, en la elaboracin de esta poltica, les caban al sobe-rano y a sus consejeros y las que incumban al papel de las cam-biantes circunstancias; equivala a determinar los grandes factores y los factores de menor importancia; a reconstruir el mapa genera! de la poltica mundial de Espaa, de la que el Medi terrneo no fu ms que un settor, y no por cierto privilegiado.

    A l llegar la dcada de 1580, la fuerza de Espaa se vio, en efecto, empujada de golpe hacia el Atlntico, Era aqu, consciente o no del peligro, donde el vasto imperio de Felipe I I tena que hacerle frente y defender su existencia amenazada. Un poderoso movimiento bascular lo empujaba hacia sus destinos ocenicos. In- teresarse por este juego subterrneo, por esta fsica de la poltica de Espaa, anteponiendo estas investigaciones a la clasificacin de las responsabilidades de un Felipe I I o de un d o n j u n de Austria, pensando, adems, que estos grandes personajes, pese a las ilusio-nes que pudieraif hacerse, fueron con frecuencia juguetes tanto como actores de los acoutecimientos, equivala ya a salirse de los cuadros tradicionales de la historia diplomtica; preguntarse, en fin, si el Medi te r rneo no haba tenido, por encima de este lejano y agitado juego de Espaa como potencia (juego bastante gris, por lo dems , si dejamos a un lado el gran acto pasional de Lepanto), su historia propia, su destino, su poderosa vida, y si esta vida no me-reca otra cosa que el papel de un pintoresco teln de fondo; equi-vala a dejarse llevar de la tentacin de este inmenso y peligroso tema que a la postre me ha aprisionado.

    C m o poda no darme cuenta de ello.' Cmo perseguir, de archivo en archivo, el documento revelador, sin tenir'lps ojos Bien abiertos a esta vida, tan diversa y animada? Cmo no volver la atencin, ante tantas actividades nutricias y heterogneas, a aque-lla historia econmica y social, revolucionaria, que un puado de trabajadores se esforzaba por elevar, en Francia, al rango que nadie le disputaba ya ni en Alemania ni en Inglaterra, ni en los Estados Unidos, ni siquiera en Blgica, tan cercana a nosotros, o en Polo-nia? Captar la historia del Medi terrneo en su masa compleja era seguir el consejo de estos hombres, ponerse a la sombra de su experiencia, acudir en su ayuda, tomar partido por una forma nueva de.historia^.repensadn y.elaborada.dentro de nuestrasXrpnte-ras y que merece trasponerlas; una historia imperialista, s, no cabe duda, consciente de sus problemas y de sus posibilidades, pero de-scosa tambin, por hallarse obligada a romper con ellas, de destruir

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  • 18 P R O L O G O A LA P R I M E R A E D I C I O N F R A N C E S A

    guerra no es, como sabemos, un dominio reservado exclusivamente a las responsabilidades individuales.

    -____ia3lroence,. la rercera.parte, la de la historia tradicional o, si queremos, la. de ,laJaistDria.XQrtada, no a Ja_j|iedi4aJei^hombre,

    .^a.a-kjne_dida-cLeLiadmdm3..-^ los acontecimientos, de Franqois Simiand: .la^agitacin_deja^s^ olas que alzan

    .las_^mareas en sJJ. ROieMe .m^^ Una historia"de oscilaciones brfi.ves. ..fiialdaUL.flg.rvess.- Ultrasensible por defi j ikj^^ .paso queda marcado en sus.Mtrumentos_de medida. Historia que tal y como es. es la ms apajlonante.' la ms rica en humanidad, v tambin la ms peligrosa. Desconfiemos de esta historia todava en ascuas, tal como las gentes de la poca la sintieron y la vivieron, al ritmo de su vida, breve como la nuestra, Esta historia tiene la di-mensin tanto de sus cleras como de sus sueos y de sus ilu-siones.

    En el siglo X ^ I , despus del verdadero Renacimiento, viene el Renacimiento de os pobres, de los humildes, afanosamente entre-gados a la faena de escribir, de contarse las cosas, de hablar de os otros. Toda esta preciosa balumba de papeles es harto deformante, invade abusivamente este tiempo perdido, ocupa en l un lugar que desentona de la verdad. El lector que se dedicara a leer los papeles de Felipe I I , como si estuviera sentado en el sitio de ste, se vera transportado a un mundo extrao, al que le faltara una dimensin; a un mundo poblado, sin duda, de vivas pasiones: a un mundo ciego, como todo mundo vivo, como el nuestro, despreo-cupado de las historias de profundidad, de esas aguas vivas sobre las cuales boga nuestra barca, como un navio borracho, sin brjula.

    U n mundo peligroso, diramos nosotros, pero cuyos sortilegios y cuyos maleficios hubiramos conjurado de antemano, al fijar aque-llas grandes corrientes subterrneas y a menudo silenciosas cuyo sentido slo se nos revela cuando abrazamos con la mirada grandes perodos de tiempo. Lo^ s acontecimientos resonantes no son, con frecuencia, ms que instantes fugaces, en los que se manifiestan estos graneles desrinos y que slo pueden explicarse gracias a ellos.

    Hemos llegado, as, a una descomposicin de la historia por pisos. O, si se tjifft.', a la distincin, dentro del tiempo de la histo-ria, de un tiempo geogrfico, de un tiempo social y de un tiempo individual. si se prefiere esta otra ft^mula, a la descomposicin del hombre e un cortejo de personajes. Tal vez sea esto lo que menos se me perof^ar, aunque l iHrmerdefend indome de ante-mano, que tambin los recortes tradicionales fraccionan la historia

    P R O L O G O A LA P R I M E R A E D I C I O N F R A N C E b A 19

    viva y susiancialmente una; aunque sostenga, en contra de Ranke o de Karl Brandi, que la historia-relato no es un mtodo , o no es el mtodo objetivo por excelencia, sino tambin una filosofa de la historia: aunque asevere, y demuestre ms adelante, que estos pla-nos superpuestos no pretenden ser otra cosa que medios de expo-sicin y no me abstenga, ni mucho menos, de pasar de uno al otro, sobre la marcha... Pero,

  • espritu... Expreso tambin mi agradecimiento a los archiveros ita-lianos, alemanes y franceses, a quienes abrum de consultas, en el curso de mis investigaciones. Y debo mencionar aparte, en este captulo de gracias, al seot Truhelka, reputado astrnomo e in-comparable archivero de Dubrovnik, el gran amigo de mis viajes a travs de los archivos y las bibliotecas.

    Tambin es muy larga, y dispersa por varios pases, la lista de mis colegas y de mis estudiantes en Argel, Sao Paulo y Pars, que, en ima medida o en otra, me aportaron su ayuda. Debo dar las gracias, especialmente, a Earl J. Hamilton, Marcel Bataillon, Ro-bert Ricard y Andr Aymard, quienes me prestaron su valioso con-curso por diversos conceptos. Entre mis camaradas de cautiverio quiero citar a dos, que se asociaron a mis trabajos; Maltre Add-Vidal, abogado en la Corte de Apelacin de Pars, y Maurice Rou-ge, urbanista y a ratos histotiador. Y no olvido tampoco la ayuda que jams me ha regateado el pequeo grupo de la Reme Hislori-que Maurice Crouzet y Charles-Andr Julien, en los tiempos en que Charles Bmont y LJUS Eisenmann protegan all nuestra agresiva juventud.

    Pero la mayor parte de .mis deudas de gratitud es la que tengo con los Armales, con su enseanza y oai\u espritu. Sabido es que procuro hacer honor a ella lo mejor que puedo. Antes de la guerra, slo pude mantener un primer contacto con Marc Bloch. Creo po-der asegurar, sin embargo, que he procurado captar hasta los ms pequeos detalles de su rico pensamiento.

    Puedo aadir, por ltimo, que este trabajo que el lector tiene entre sus manos no habra llegado a terminarse tan pronto a no haber sido por la afectuosa y enrgica solicitud^.de Lucien Febvre? Sus estmulos y sus consejos me ayudaron a salir de una larga zo-zobra con respecto a la razn de ser del empeo en que me haba metido. Es casi seguro que a no ser por l, me habra engolfado una vez ms en mis investigaciones y en mis legajos. El inconve-niente de las empresas demasiado ambiciosas es que se pierde uno en ellas, a veces con complacencia. '

    Mayo de 1946

    ' En el curso de l;is ltimas correcciones a mi libro, lie tenido en cuenta las observaciones y sugestiones ilc Marcel Dataillon, Emile Coornaert, Roger Dion )< C. E. Librousse.

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    PROLOGO A LA SEGUNDA E D I C I O N FRANCESA

    He dudado mucho antes de reeditar El Mediterrneo, Algunos de mis amigos me aconsejaban que no cambiase nada, ni una pala-bra, ni una coma, arguyendo que no deba alterar un texto ya clsi-co. Era justo que escuchase sus palabras.' Con el aumento de nuestros conocimientos y los progresos de las ciencias sociales, ve-cinas de las histricas, los libros de historia envejecen hoy con mu-cha mayor rapidez que ayer. Basta que transcurran unos instantes para que su vocabulario quede anticuado, su novedad pase a ser tpica, y las explicaciones que ofrece, cuestionables.

    ./- Por otra parte. El Mediterrneo no data, en realidad, de 19^9, ' ao de su publicacin, ni tampoco de 1947, ao en que se defen-

    di, como tesis, en la Sorbona. El libro, si no escrito enteramente, estaba redactado en sus grandes lneas desde 1939, es decir, coin-cidiendo en la fecha con el final de la primera y deslumbrante ju-ventud de los Annales de Marc Bloch y de Lucien Fevbre, de los cuales es resultado directo. Asi pues, el lector har bien en no dejarse confundir por algunos de los argumentos que aparecen en el prlogo de la primera edicin, y que son ataques contra posicio-nes viejas, olvidadas hoy en el mundo de la investigacin, si no en el de la enseanza. Nuestra polmica de ayer persigue,'pues, fan-tasmas del pasado.

    Muy pronto advert que una nueva edicin implicaba una seria y extensa si no tot:d revisin del texto, una puesta al da que no se poda limitar a la inclusin de aquellos mapas, esquemas, grfi-cas e ilustraciones que las dificultades materiales que imperaban en 1949 me haban impedido publicar. Las correcciones, las adicio-nes y las refundiciones son, a veces, muy considerables, dado que he debido tener en cuenta no slo los nuevos conocimientos, sino algo que es mucho ms importante: las nuevas problemticas. A l -gunos captulos han tenido que ser escritos de punta a cabo.

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  • 22 PROLOGO A LA SEGUNDA EDICION FRANCESA

    Toda labor de sncesis como tancas veces repeta Henri Pi-renne provoca una nueva ola de investigaciones especializadas.. Tales investigaciones no han faltado, siguiendo la estela de mi l i -bro. Comenzaron tras mis pasos, pero hoy me han arrollado. Nece-sitara pginas y pginas para dar cuenta del inmenso trabajo que se ha llevado a cabo desde 1949, en terrenos que conciernen directa-mente a esta obra, con los libros y estudios, publicados o no, de m e r Liitfi Barkan y sus alumnos, de Julio Caro Batoja, de Jean-Franqois Bergier, de Jacques Berque, de Ramn Carande, de A l -varo Castillo Pintado, de Federico Chabod, de Huguette y Fierre Chaunu, de Cario M . Cipolla, de Gaetano Cozzi, de Jean Delu-meau, de Alphonse Dupront, de Elena Fasano, de Rene Gascn, de Jos Gentil da Silva, de Jacques Heers, de Emmanuel Le Roy Ladurie, de Vitorino Magalhes Godinho, de Hermann Kellenbenz, de Henry Lapeyre, de Robert Mantran, de Felipe Ruiz Martn, de Frdric Mauro, de Ruggiero Romano, de Raymond de Roover, de Frank Spooner, de lorjo Tadic, de Alberto Tenenti, de Valentn Vz-quez de Prada, de Fierre Vilar, y, finalmente, los trabajos del grupo formado por el llorado Jaime Vicens Vives y sus e.xtraordinarios alumnos. He participado, a veces muy de cerca, en la elaboracin de estos trabajos.

    Por lo que a mi se refiere, he aadido mucho a la informacin de la primera edicin, en el curso de continuas investigaciones y lecturas en los archivos y bibliotecas de Venecia, Parma, Mdena, Florencia, Genova, aples , Pars, Viena, Simancas, Londres, Cra-covia y Varsovia.,

    Ha habido que integrar todo el material recolectado, y enton-ces se me han presentado insidiosas cuestiones de mtodo, como inevitablemente haba de suceder en un libro de estas proporciones que toma como tema el espacio mediterrneo, considerndolo en sus ms vastos lmites o abarcando codos los aspectos de su densa y rica existencia. Aumentar la informacin trae necesariamente con-sigo el desplazamiento o la eliminacin de los antiguos problemas, y la inevitable aparicin de otros nuevos, cuyas soluciones se vis-lumbran difciles y poco precisas. Por otra parte, durante los quince aos que separan esta nueva edicin de la redaccin inicial, tambin el autor ha cambiado. Por ello resultaba imposible tocar el libro sin alterar automticamente el equilibrio de ciertos razona-mientos, e. incluso la articulacin mayor en torno a la cual se haba estructurado toda la obra: la dialctica espacio-tiempo (historia-geografa), que era la justificacin original del libro. Me he viste

    PROLOGO A LA SEGUNDA EDICION FRANCESA 23

    obligado, esta vez, a acentuar perspectivas que apenas haba esbo-zado en el primer texto. La economa, las ciencias polticas, una determinada concepcin de las civilizaciones, y un estudio demo-grfico ms ateiito son los puntos que ms me han solicitado. He multiplicado aquellas nuevas perspectivas que, si no me equivoco, arrojan una luz nueva en la misma mdula del libro.

    Sin embargo, el problema bsico contina siendo el mismo. Es el problema con el que se enfrenta toda empresa histrica: Es posible aisrehenJer, Je una forma u otra, al mismo tiempo, una histo-ria que se transforma rpiJamente cambios tan continuos como dramticos y otra, subyacente, esencialmente silenciosa, induda-blemente discreta, casi ignorada por quienes la presencian y la vi-ven y que soporta casi inmutable la erosin del tiempo.' Esta contradiccin decisiva, que debe ocupar siempre el centro de nues-tros pensamientos, se revela como un magnfico instrumento de conocimiento y de investigacin. Aplicable a todos los aspectos de la vida, reviste necesariamente diferentes formas segn sean los trminos de la comparacin.

    Los historiadores se han habituado cada vez ms a describir esta coiuradiccin en trminos de Citiintiinis y toyuntNiii, las pri-meras denotando realidades a largo plazo, y a corto plazo las se-gundas. Es evidente que existen diferentes clases de estructuras, y lo mismo ocurre con las coyuiuuras, variando unas y otras en sus duraciones. La historia acepta y descubre mltiples explicaciones, y lo hace por desplazamientos verticales, de un plano temporal a otro. Y en cada plano se producen tambin conexiones y correla-ciones horizontales. Esto es lo que ya explicaba, aunque en trmi-nos ms simples e inequvocos, el prlogo de la primera edicin, donde, adems, doy cuenta de mis intenciones originales y explico la sucesin de los captulos de este libro.

    19 de junio de 1963

    Los mapas y diagramas de esta segunda edicin lian sido trazados, si-guiendo mis indicaciones, en el Laboratorio ile Cartojjraha de la VI Sec-cin de la cole de Hautes tudes, bajo la snjiervisin de Jacciucs Hertin. Ijuiero expresar mi agradecimiento a la seorita Martiie lriata, a la seora Marianne Mahn, a A. Tenenti y a M. Keul por la aytula que me han pres-tado coteiand la bibliografa y leyendo las prueban.

  • , P R I M E R A P A R T E ]

    LA I N F L U E N C I A DEL M E D I O AMBIENTES

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  • i !

    Como su tirulo indica, la primera parte de este libro se centra en torno a la geografa. Pero es una geo.grafa ^^y_/j jemris, atenta especial.ro.ence a cuanto concierne a los factores humanos. Y no slo eso; es tambin un incentp de dar con una particular espe-cie de historia.

    Aun en el caso de haber contado con datos ms numerosos y perfectamente fechados, no nos habramos podido contentar con una investigacin sobre la geografa'lTifr', limitada e M'pend qj ya del ao 1550 al ao 1600, ni-siquiera en elcaso de haberla ernprendido con la falaz intencin de llegar a una expli-cacin determinista.. Y dado que ni mucho menos disponemos de testimonios completos, y que ni siquiera han sido recogidos siste-mticamente por los historiadores, no' nos queda otra posibilidad, si queremos iluminar ese corto instante de la vida mediterrnea que va de 1550 a 1600, sino la de interpolar y analizar imgenes, paisajes y realidades de otras pocas, sean anteriores o posteriores; y algunas son tan posteriores, que las hemos sacado del tiempo que estamos viviendo. El resultado de esta acumulacin ser un marco en el que, a travs del tiempo y del espacio, se desarrolla una histo-ria cmara lenta que permite descubrir rasgos permanentes. En semejante contexto lr^eogr^fi^>,deja,..de_seF-un-il.n_en..5_p.a.ra j{errirse_.en_.un.jiedio;.,rios._ayud^

    .real[dades..,..esrrua^^^ eri una perspectiva jegn_el_ RJ.'}E9!..,S_XySi..?,J.S-y,?:Cn ms larga^ '^... Tambin la geografa puede, como la historia, dar respusT'a muchos interrogantes. Y en nuestro caso, nos ayuda a descu^ brir^ e^ ^^ ^ im-perceptiWe^^de^Ji^^mro^ a~ condicin, naruralmenter'^'Se^iae

    "estemos abiertos a sus lecciones y aceptemos sus divisionesy categoras.- . ' .

    ' FERNANDBRAUDEL, Histoire etsciencies sociales, la longue d u r e , en A?j

  • En la priinra.'3arte de'este libro heme tratado de individuar,, partiendo del espacio, todo lo que es repeticin, lentitud, pernia-nencia. . . . . . . En nuestra bsqueda de lo inmvil o lo cuasl-inmvil n hemos vacilado en rebasar los lmites cronolgicos de un, estudio restrin-gido en principio a la segunda mitad del sigjo XVI, ni n utilizfu' testimonios de otra? pocas, iaduso de la actual. Con sus propios ojos descubri Vctor Bra r los paisajes d la Odiseai en el murido mediterrneo. Pero sucede cot frecuencia que; adems de Corf, la isla de .los feacios, o Djerba, la Isla de ' los ' lo tfagos , podemos encontrar tambin al propio Ulises, im tipo de hombre inmundo frente al pasar de las centurias. ' ' .

    En contraste con esta perspectiva a larga escala tertiporal, nues-' tro segundo libro se propone tratar una isistae ritmo ms^pr^-ximo'a lo individual: la historia de Igsgnjpbs^ .de.}QR/idss^ ^^ '

    'social: todo arranca en elja del Jhomb/e^ del ^^ ^^ ^^ y no'de Jas fi)jrfjJprno'Jira "]faurice'H^ o ,^uia.n,d,o oora.expresJn, de" io que el^ hombre h jcs t ru . i9o a partir, de. las cosas. /

    IDe"hecho, este segundo i ibro obedece a propsitos, contradic-torios. Se,interesa_pof lis estructuras sociales, las cuales estn pro-vistas de^njecaninips que soportan bastante bien el paso del tiem-p ^ p e r o ' t a m b i ^ se interesa por el,modQ.en jue-Se mueven..di?has e.ttucturasrAna, en^consecuencia, lo que en- nuestra jerga'de es-pecialistas, llamamos.gj/wf/;yra y coyuntura, lo^ln^n^vil'yJgmim^ .doJa^lg.tiHmd,y-el,.excieS(xdr^eo^^^^ ltas dos realidades; como bien saben los economistas * d e hecho es a ell.os a quienes

    . ' GABWEI.AUDIS10,i/

  • 'do io u i u , uc9giu.Lia.uii i.uu:>c-
  • .3

    .'LAS CIVLZAGfbNES.-'"-'':&-.'^

    _^ , Las civilizaciohc.s .son los personajes ms complejos y contrae]ic-torios tk'l mmuh) inciliterrnco. Apeiras se les rcCont)C4i.imV.c.arac-;.

    ^ . j terstica, cuaritlc). se naqficsta, inmediatamente, la-contraria. La?;. . ciyilizai.ionesjsjiii j'rternales, .jiberj^ !^ " !^ PJ^'rQ.SO.f.l....aLlliI!aJ!ja

    m

    : , v a n

    g:;.^D.unas, se aSJt5;jJiOe^l^iJj'J|,X.^y^^^ Algo n^ itco^ ^^ l.as ilurvas ;^

    ymcmcnte iullicrids a; l

  • p|; ,c: ,;:: |:;C0YUNTURA Y . ( C O Y U N T U R A S v 7 : >

    A l hablar de coyuntura despus, de una serle d e / c a p t u b S G o h - = ' sagrados a la vida econmica, poltica, cultural y belicosa del Medi-terrneo, no es ro intencin cerrair el tema.con.un-balance recapi- " t u l a t i v o , sino abrir n u e v a s d i r e c c i o n e s a l a i n v e s t i g a c i n y sugerir . a l g u n a s e x p l i c a c i o n e s n u e v a s . ,

    A lo largo de las pginas precedentes se le.ha recordado cons-.;. tantemente al lector la interrelacin que. existe entre movimiento y serhi-inmovilidad en la historia; Pero si ahora .estrechamos el , campo de observacin hasta enfocar nicamente el elemento del . cambio, del movimiento, la escena se altera'de modo dramtico: se ' i puede encontrar un paralelo matemtico en la transicin, por eli-mmacin- de una dimensin, de una geometra de los volmenes,

    del espacio, auna geometra plana (que inevitablemente habr d ser ms simple). En este caso nos encontramos ante una narracin .. de la historia, con su. contenido episdico, sus perodos, sus crisis, sus fases, sus aos decisivos, su patetismo y sus explicaciones c-modas, aunque muchas veces falaces. Sucede que la coyuntura ec:o-^ nmica, la ms obvia y mejor conocida de, las que tenemos- que Considerar, se impone muy rpidamente a todas &s otras, aplastan^

    ., dolas bajo Su propia terminologa y. categoras. Un tieomaternlismo '. nios est ofreciendo s u s ^-servicios. Es o to lcito,recurrir a ll ':

    . ; : . Unas palabras de advertencia / r

    Nuestro problema consiste ahora en imaginar y localizar las;' .;

    J > j correlaciones e n t r e lois r i t m o s de l a vida material y las otras fluc-V) t.V'" ' tuaqiones, tan diversas, de l a vida de los hombres. Pues no hay utia

    rsmo'unas coyunturas, historias que se superponen al tiempo que se desarrollan-simultneamente. Sena demasiado simple y demasiado

    ^^h'ffijl^-.fpetkcto poderlas reducir todas ellas a un. ritmo dominante. Pero, |3^:hasEa que p u n t o existe ese ritmp? No nospodemosUmitar a a c e p - t;;,

    gn^, simple: c c D y u n t u r a econmica, c o n sus imperativos y-su? :,'. .^^ '"^ ' ' - r ' ' - : 320 : , ' : . '" '

    prp^ i'Pfi^ l^^ ^^^^^ fe%vtoente;fela^

    . que gcnina* acepta? l; kpeirto decenas-y'.deceiia* de.m segn su longitud temjporal:.el^^

    diivi.ijautlii 1" JTfas^lai

    fCiS

    ;osri lis

    tgrci^s' '); las c\fntiry'-cor'ts ^cklo'^ ^^^^^^ estacioQales. As,.' en el- curs del; ipovimienra vida econmicavVs'rve^^^ tico relativamente . artificial, diferentes lenguajes coritt

    De modo (Jue cuando queremos i:il2ii 'la;.^ ver a-encontrar,i.'travs, del teriipo'|asadjyel bdo de las causalt-^^ dades, nos vemos, obligados a echarifrioi denlos' diez-o'doce; len .^^ f guajes posibles que sa,/nos presenta^'

    - hilos.conductores.;.tilia vez ms, la historia se'-hace multiplei'e fi-cierta,;y.es.pbsible qu;arseguir.'tdaStestas.vibractones,. todas estas t . , olas del tiempo vivido que deberiansumarseal^ final como lo hacen ^ los minutos, los segundos y las. horas^e incluso lQs:dias,:en.el.meca nismo de un-reloj, descubramos que todo ese conjunto: se nos: es capa entre los dedos

    Asi las-cosas, valdr mas recurrir a un lenguaje concreto c ! prolongar un.i discusin terica. Ante nuestros ojos se cxtiei I ahora el Mediterrneo entero a todo'lo; largOvdelASiglo XVI, tal | como hemos intentado reconstruirlo Olvidenm nuestras reser ; y, nuestras dudas, y. tratemos, por .un. momento, de tomar med las ! segn las. normas del trend seculsir y de las fcdyunturasf.eeonomi i \ largas Omitiremos las fli)ctuacipne$^cort%'6stacionales

    L l itrend >LCUIII I " I "----' i-i ,. V, Alrededqr de 1410 se imcia un movimiento aseendent^i!' di la,

    vida economici y se interrumpe o al menos se'haca pj^jti i i -durante los aos en que se disparan lo.s precios: (159QsfQ] l^'*Tilli' ' : tln^andQ en cierta medida hjista 1650_ Las fechas AL 1 170

    n

  • J

  • . K C ijir i l ^ ^

    ' ; , ' Slo despus' de' mucHa's: vcacons aje -he'dec'^ d^^ ^^ ^^ est^ tercera parte, bajo el signo de los conej:inientos: al.hacerlo as' ,

    : la vinculo a una; hisroriografia francsunente tradicin^ ; Ranke, de hatr vivido, habra encontrado en.estas pgii^^^ mhj^l^ ; . que le habra resultado farriiliar, tanto eii.,e tema.objetQ|d est^^

    como en elaatamiehtq que se le da. Pero resulta evidente, qu u t i M ^ .(TustoriVgloMTlno se puede .limitar, slo, ftl delasjestructr^sw

    estables y el lento progreso.de la evolucin:..stas^realidade^^ , manen tes, estas sociedades..conservadoras,.stas economas at^ ^ ' das en la imposibilida.di.estas .ciyilizacpn^^

    '.'cen todas ejlas lcitas, posibilidades d acercamieiitos^ . . dad a la historia, y, et\i opinin, nos dan Iq.esencial del pasad"^' ~

    d e j o s hombres al'meiios, lo quei.los.hm^rgs^deisigl^^^ , , considerarnos coino' esencial-. Perojeste^e^

    ,,,;i.i,,.,Es..ips,..v i ''./ ;'a.los..cota(;enipOra^^^ ]

    . que eran de. la' escena, detsiglo Xyi,.:tantp.enr^ ^^ ^^ ^^ i' ..; fuera de, i,..se; sintieron, con. raznja^ i

    ..' Vi.viyQ. que antes.. que; .C.ulguiera. ptr^ cqnsiderabatj. ;cp|^ ^^ i { drama. Que eso. slo haya sido, una ilusin., es. probable, y., mas.q.uc

    i5/...'^rpbab.. PgrO

    '^^f'^Bm^., ?^a i i ^j id^y lssy;:pcf3^ b r ^ ; f ( i i g ^ | t e f u m o . m o | u | n i 0 ' uq i-vasta, p^^^

    /.cultural y. hasta geogrf ico-^ se. ve:iluminad^''d| 1

    porta (i im inclus), M

    ' histor i 'fk s iCl I

  • |)(S^rvpe| acontecimiento^ En nuestros captulos, anteriores i e i ^ |-^tjjzad5'p^^^ incisivos sin los cuales s-;,,'/ i;,,Va' pocas veces imposible ver claro. me considero/eribsp- '

    Juto, enemigo jurado delacotitcimiento.. -y.y-"-: Pero nuestro problema, ya en el.umbral de esta tercera.parte,

    s muy diferente. No se trata ahora de aprovechar los resplandores ; iluniinadores de la historia de los acontecimientos, para entregarnos a inV.stigaciones que la desbordaran, sino que debemos pregn-

    ^'^"^''^O.'^0'''^:"ormas de la mejor historia tradicio^n^^ ^^ ^ _ ^ i la suma de esas tiices, si esos mensajes, unos junto a otros, cons-

    ' ' ' ' truyen o o uh forma ylidade historia, es decir.Uha cierta espe-cie de historia.' Gro.'qii' la irspuesta. es afirmativa,, pero a cohi-

    .'cit de que seamos Conscientes de que sta, historia implica una .^eccin entr esos misinos corttciiiintois, eleccin qiie s d-ber 'hacer por lo menos aCtlos)niveles. ' ' En primer liigar: la, historia as concebida no atiende sino a los

  • CONCLUSION

    liste libro, a lo largo tle los veinte aos que lleva en circulacin, se lia visto citado, criticado (raras veces) y alabado (con demasiada r'ccuencia). Durante ese tiempo lie tenido ocasin de elaborar sus ex|->licncioncs, de defcnfler sus puntos de vista, de reflexionar sobre las actitudes que ailopia y de corregir sus errores. Ahora, con mo-tivo de su segunda edicin, lo lie vuelto a leer cuidadosamente, y he iiurf)ducido en l cambios importantes y extensos. Pero es inevita-ble que totio libro viva una cxisiOKk^iecsjmaLcxHaplciamgnte al, '''ii!HlUl^^5i'-iiI

  • 78K 1.1 ) N ( I . I I S I O N

    inconveniente ilc tic con frecuencia las voces se cubren unas a otras. Nunca ha habitlo una voz que se haya impuesto para cantar un solo, rechazando cualquier clase de acompaamiento ,;Ct)mo se podra, entonces, percibir, en el sincronismo de un solo instaiuc, y como por transparencias, las historias difcreiues que la realidad su-perpone? Me tratado de salir al paso de este problema recurriendo a considerar ciertas palabras y ciertas cxplicacitines como otros tan-tos temas o aires familiares comunes a las tres secciones del libro. Pero la ilificultail estriba en que no hay slo dos o tres temporali-dades, sino m.s bien varias ilcccnas: y cada una de ellas im|dica una historia particular. Slo Ja suma de estas temporalidades, de estas mciHilas ilcl tiempo, i)peracla por las ciencias d(,'| hombro (conver-tidas en retrospectivas |>ara poder ayudar al historiailor), ptictle tic-volvernos osa historia testal cufa imagen tan difcil resida de re-constituir en su rica entidad.

    I <

    A nadie se le ha ocurrido rej^rocharme la anexin a este libro tic historia ticl muy extenso ensayo geogrfico con que comienza, y que es cl homenaje que rindo a las rcalithuics iiucni|v)r;dcs cuyas imgqnes y irescncias no cosan de hacer, una y otra voz, acto de presencia de la primera a la ltima pgina de este grueso libro. Hl Mediterrneo, con su vaco rcador, con la asombrosa libertad ilc sus rutas martimas (su librecambio automtico, como lo llama l i r -ncst Libroussc), con sus tierras diferentes y semejantes, sus ciuda-des nacidas del moviinieiuo, .sus jioblaciones complomoiuarins y sus hostilidades congnitas, es una obra sin cesar abordada por ma-nos de hombre, pero siempre a partir de un plan imperativo, lu-. chando sin cesar entura una naturaleza poco generosa y con l'ro-ciicncia salvaje que impone limitaciones y dificultades de muy larga duracitn. Toila civilizacin es construccin, dificultad, ten-sitn: las civilizaciones de la cuenca ineditcrrnca han luchiido con mil obstculos evidentes usando un material humano a veces ina-decuado, luchando sin fin y a ciegas contra las enormes inasas con-tinentales que cercan cl mar Iiucrior; han llegado incluso a coiuen-der con las iiunensidades de los ocanos Pacfico y Atliuico.

    He buscado, por eso. dentro del marco de. un estudio gcogili-CO, localizaciones, permanencias, inmovilidailes, repeticiones, es decir, Ins icx.nliiviil

  • ( O N C I . M S I O N

    ciucmlicla la expresin en su semillo ni;is anijilio nos IIOV inme-diata y constantemente a toparnos con un problema tan insidioso c insolublc como es el del deterioro de su vida material, a encontrar-nos con esas mltiples decadencias en caiicna ile Tuitiua, del Is-lain, de Italia o de la pennsula Ibrica, por decirlo con cl idioma de los historiadores de antai-io o con las rupturas y averas de sus sectores motores, finanzas pblicas, inversiones, industrias, nave-gacin, para decirlo con las pal.abras de los economistas de hoy. I la habido historiadores

  • I ( ) N ( I I I S l d N

    l i l i ' acaba ilc ilfuiosirar (|iit' I I K simpicmciiio rcsuliiuln

  • 7' :()N( LUSioN

    Frnncois Siiniaiul: los restos llotnntcs que lie pescailo (.'ti esto ocano tic la vitia histrica, y que he puesto aii.iTroTorc'l nombro lie ittmTfamieiiIns, son los acoijtocimicntt^s Im-ics y pniiicos. on es-pecial aquellos que l a historia tradicional l l a m a .uncios meiinntihlcs.

    No quiero decir con esto quo esto polvillo brillante n o lo sirva al historiador para naila, ni quo la reconstruccin histrica do con-junto no pueda perfectamente bien partir do esta micro-historia. La micro-sociologa, en la que hace pensar (errneamente, a mi pare-cer), no tiene, por otra parte, tan execrable reputacin en cl mundo de In investigacin cientfica, Bion es cierto i\uc l a micro-sociologa consiste en una constante repeticin, mientras quo en la micro-historia de los acontccimionttj.s uido sera singularidail y exce|Hn; so trata, de hecho, de un desfile do socio-livniiis. Pero Benedetto Croce ha sostenido, no sin razn, que todo acnitocimiyiit) lor ejemplo cl asesinato de Hnriquc IV en 1610, o, para salimos ctim-pletamcntc de nuestro peroilo, la llcgaila a l poder ilol ministerio Juics Fcrry, en 188.^ conticn en cmbrinJiLiustoria-c^ntc-ra^dGl hombre. Dicho con otras paaHras: la historia os o l iK 'iitaKrama-on erque se inscriben estas notasjndividuales.

    U n a vez dicho esto, debo confosar que, no siendo filtSsofo, mo resisto a discutir sobre todas esas cuestiones concernientes a la im-

    , portancia de los acontecimientos y la libertad del hombre, Ilabra que ponerse primero do acuerdo on cuanto a la palabra libertad, tan cargada de sentidos mltiples y luinca'la misma on ol curso de los siglos. Tambin deberamos distinguir, jtl menos, entro la liber-tad de los grupos, es decir, la de las unidades econmicas y socia-les, y la de los individuos. Qu es hoy, exactamente, la libcrtail de esa unidad social que llamamos Francia.' Qu era, en 1571, la l i -.bertad de Espaiia, considerada en conjunto, en ol sentido de las posibilidades que se abran ante ella? Con qu grado do libertad

    ^contaba Felipe 11, o cual era la libertad tic don Juan de Austria, perdido en medio del mar, con sus navios, sus aliados y sus solda-dos? Cada una de estas llamadas libertades me laroce una peque-sima isla,,casi una prisin.

    Establecer la estrechez de los lmites ilc accin es negar el papel del individuo en la historia? No lo creo. Queda siempre cl poder elegir entre dos o tres posibilidades. Se impone la rcgunta: escogeremos una de ellas?, la llevaremos eficazmente a su tr-mino o no?, comprondcrcmos o no que esas pocas posibilidades y slo sas estn a nuestro alcance? Me inclino en favor de la si-guiente paradoja: el gran hombre de accin es aquel que despus

    (.oNcmsioN 795 do cali'.irar con justcza lo limitado de sus posibilidatlcs, elige inan-tenorsi.- doiuro de ellas y aprovechar el peso de lo inevitable, ejer-ciendo su empuje personal en la misma direccin. Est condenado to ant;:mano al fracaso cualquier esfuerzo realizado a contraco-rriente tic la direccin que en un inomonto datlo lleva la historia.

    Por oso, cuando pienso en cl hombre individual, siempre tiendo a imaginrmelo prisionero de un destino sobre cl que ape-nas puede ejercer algn inHujo, encerrado en un paisaje que se extiendo ante y detrs do l en esas perspectivas infinitas que he-mos llamado de In f^^j" /Jur^fin Hn cl anlisis histrico, tal como yo lo veo con razn o equivocadamente, se impone siempre el tiempo largo. Us un tiempo que nnigujla una rnn cantidad dcacon-, tccimiciitos, todos aquellos que no puede acomodar en su propia corriente, y que echa a un lado despiadadamente; limiti, sin duda alguna, la libertad de los hombres e incluso el papel dct azar. Yo sn^tl