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Société suisse des Américanistes / Schweizerische Amerikanisten-Gesellschaft Bulletin 68, 2004, pp. 73-90 Perspectiva y argumentos A pesar de la diversidad cultural que los coloniza- dores confrontan con la conquista de América, la existencia de una categoría genérica de sujetos llamados «indios» generará quizás menos dudas que el status humano de esos contingentes (TROUILLOT 1991). Con el tiempo, la sorpresa irá quedando vincu- lada menos a la perdurabilidad de una categoría que subsiste más allá de la certeza de que las Américas no eran las Indias, que a la persistencia misma de los contingentes así denominados, a pesar de profecías augurando su mestizaje, blanqueamiento, digestión civilizatoria o proletarización. Es que más allá de cambios sustantivos en las prácticas y condiciones de existencia de contingentes nativos y sistemas (neo)coloniales – o de transformaciones igualmente sustantivas en las relaciones entre ambos – dichos contingentes se han venido construyendo como pueblos de existencia milenaria, para demandar ciudadanía plena y, recientemente, el reconocimiento de sus derechos especiales. Más aún, emergen día a día colectivos autovindicados como indígenas en regiones que los estados-nación consideraban ya «libres de indios». Es precisamente entonces porque los indígenas y las sociedades encapsulantes han cambiado tanto como la forma de concebir la historia universal y lo indígena que no resulta ocioso pregun- tarse – como lo hace BERKHOFER (1978) – por qué la idea de «indio» ha sobrevivido tantos siglos. Para empezar a responder ese interrogante, el concepto de aboriginalidad (BECKETT 1988a, 1988b y 1991, BRIONES 1998a) propone abordar la unificación categorial y perdurabilidad de contingentes con trayectorias sociales en verdad dispares y azarosas como aspectos igualmente problemáticos de procesos de producción de «otros internos» y de organización de la diferencia cultural generadores de adscripciones que, lejos de haberse congelado de una vez y para siempre, se han ido resignificando en y a través de relaciones sociales y contextos histó- ricos cambiantes. En este marco, la aboriginalidad emerge como producción cultural que depende menos de los componentes de un producto que de las condiciones de una praxis consistente de marca- ción y automarcación que ha resultado tanto en que la alteridad de las poblaciones indígenas asocie efectos específicos respecto de la de otros grupos étnicos y/o raciales, como en que hoy existan dilemas compartidos por pueblos originarios en distintos países y continentes. Ahora bien, pretender identificar y describir la génesis y operatoria de factores que permiten englobar a distintos pueblos dentro de lo que hoy se llama «Cuarto Mundo», sin dejar paralelamente de ver cómo diversas aboriginalidades han ido adqui- riendo rasgos distintivos de los diversos contextos en que se ha ido modelando, nos enfrenta con dos problemas y, por ende, desafíos principales. Por un lado, aunque distintos países reconocen contar con indígenas en su ciudadanía, no es lo mismo ser «indio» en Argentina, en Brasil o en los EE.UU. Las condiciones de reproducción material y existencia de los Pueblos Indígenas varían de país a país, no sólo en términos socioeconómicos sino también de reconocimiento, re-presentación política y simbólica, o juridización de su alteridad. En este sentido, el desafío es producir estudios que atiendan las cons- trucciones específicas de aboriginalidad que se dan tanto por países como por regiones, construcciones Construcciones de aboriginalidad en Argentina * Claudia BRIONES Profesora de la Universidad de Buenos Aires e investigadora CONICET-Argentina Resumen Para poner en contexto la aparente excepcionalidad del caso argentino en términos de las políticas seguidas con los pueblos indígenas, este artículo parte de definir la aborigina- lidad como praxis históricamente específica de producción de alteridad que ha hecho que la marcación y automarcación de los pueblos indígenas asocie efectos específicos respecto de la alterización de otros grupos étnicos y/o raciales. Postula además que, si bien hoy existen dilemas compartidos por pueblos originarios en distintos países y continentes, las construcciones de aboriginalidad cambian por época y país. Para identificar entonces líneas de consistencia que permitan caracterizar cada caso, propone analizar la mutua co-cons- trucción de aboriginalidad y nación. * Una versión preliminar de este artículo fue presentada como ponencia en el encuentro Indigenismo na América Latina: O estado da arte, organizado por Alcida Ramos en la Universidad de Brasilia, entre el 23 y 24 de noviembre de 1998.

Briones Construcciones de Aboriginalidad en Argentina

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  • Socit suisse des Amricanistes / Schweizerische Amerikanisten-GesellschaftBulletin 68, 2004, pp. 73-90

    Perspectiva y argumentos

    A pesar de la diversidad cultural que los coloniza-dores confrontan con la conquista de Amrica, laexistencia de una categora genrica de sujetosllamados indios generar quizs menos dudas queel status humano de esos contingentes (TROUILLOT1991). Con el tiempo, la sorpresa ir quedando vincu-lada menos a la perdurabilidad de una categora quesubsiste ms all de la certeza de que las Amricasno eran las Indias, que a la persistencia misma de loscontingentes as denominados, a pesar de profecasaugurando su mestizaje, blanqueamiento, digestincivilizatoria o proletarizacin. Es que ms all decambios sustantivos en las prcticas y condicionesde existencia de contingentes nativos y sistemas(neo)coloniales o de transformaciones igualmentesustantivas en las relaciones entre ambos dichoscontingentes se han venido construyendo comopueblos de existencia milenaria, para demandarciudadana plena y, recientemente, el reconocimientode sus derechos especiales. Ms an, emergen daa da colectivos autovindicados como indgenas enregiones que los estados-nacin consideraban yalibres de indios. Es precisamente entonces porquelos indgenas y las sociedades encapsulantes hancambiado tanto como la forma de concebir la historiauniversal y lo indgena que no resulta ocioso pregun-tarse como lo hace BERKHOFER (1978) por qu laidea de indio ha sobrevivido tantos siglos.

    Para empezar a responder ese interrogante, elconcepto de aboriginalidad (BECKETT 1988a, 1988b y

    1991, BRIONES 1998a) propone abordar la unificacincategorial y perdurabilidad de contingentes contrayectorias sociales en verdad dispares y azarosascomo aspectos igualmente problemticos deprocesos de produccin de otros internos y deorganizacin de la diferencia cultural generadores deadscripciones que, lejos de haberse congelado deuna vez y para siempre, se han ido resignificando eny a travs de relaciones sociales y contextos hist-ricos cambiantes. En este marco, la aboriginalidademerge como produccin cultural que dependemenos de los componentes de un producto que delas condiciones de una praxis consistente de marca-cin y automarcacin que ha resultado tanto en quela alteridad de las poblaciones indgenas asocieefectos especficos respecto de la de otros grupostnicos y/o raciales, como en que hoy existandilemas compartidos por pueblos originarios endistintos pases y continentes.

    Ahora bien, pretender identificar y describir lagnesis y operatoria de factores que permitenenglobar a distintos pueblos dentro de lo que hoy sellama Cuarto Mundo, sin dejar paralelamente dever cmo diversas aboriginalidades han ido adqui-riendo rasgos distintivos de los diversos contextosen que se ha ido modelando, nos enfrenta con dosproblemas y, por ende, desafos principales.

    Por un lado, aunque distintos pases reconocencontar con indgenas en su ciudadana, no es lo mismoser indio en Argentina, en Brasil o en los EE.UU.Las condiciones de reproduccin material y existenciade los Pueblos Indgenas varan de pas a pas, noslo en trminos socioeconmicos sino tambin dereconocimiento, re-presentacin poltica y simblica,o juridizacin de su alteridad. En este sentido, eldesafo es producir estudios que atiendan las cons-trucciones especficas de aboriginalidad que se dantanto por pases como por regiones, construcciones

    Construcciones de aboriginalidad en Argentina *

    Claudia BRIONES

    Profesora de la Universidad de Buenos Aires e investigadora CONICET-Argentina

    Resumen

    Para poner en contexto la aparente excepcionalidad delcaso argentino en trminos de las polticas seguidas con lospueblos indgenas, este artculo parte de definir la aborigina-lidad como praxis histricamente especfica de produccinde alteridad que ha hecho que la marcacin y automarcacinde los pueblos indgenas asocie efectos especficos respectode la alterizacin de otros grupos tnicos y/o raciales. Postulaadems que, si bien hoy existen dilemas compartidos porpueblos originarios en distintos pases y continentes, lasconstrucciones de aboriginalidad cambian por poca y pas.Para identificar entonces lneas de consistencia que permitancaracterizar cada caso, propone analizar la mutua co-cons-truccin de aboriginalidad y nacin.

    * Una versin preliminar de este artculo fue presentadacomo ponencia en el encuentro Indigenismo na AmricaLatina: O estado da arte, organizado por Alcida Ramos enla Universidad de Brasilia, entre el 23 y 24 de noviembre de1998.

  • que han hecho que los procesos etnogenticos vayanteniendo diversas concreciones incluso al interior decada formacin nacional, segn los pueblos indgenascomprometidos y tambin los diversos frentes colo-nizadores y civilizatorios puestos regionalmente enjuego.

    Por otro lado, incluso cuando nos centramos en elestudio de una cierta formacin nacional o regional,vemos no slo que las construcciones de aborigina-lidad van cambiando histricamente, sino tambinque diversas construcciones coexisten a un mismotiempo, como es obvio entre sectores antagnicos(por ejemplo, las de los bloques hegemnicos y susdiversos agentes vs. las de los sectores indgenas ysus grupos de apoyo), pero tambin al interior decada uno de esos sectores. Si lo pensamos entrminos de agencias estatales, es fcil observarmatices y fisuras entre las construcciones de abori-ginalidad recreadas desde los poderes ejecutivo,legislativo o judicial, desde las agencias educativa,militar y religiosa, o tambin desde diferentes ONGsque el estado toma como interlocutores privilegiadospara atender a sus ciudadanos indgenas. En estadireccin, el desafo es dar cuenta de perspectivasen disputa al interior de estas agencias, pero tambinidentificar lneas que dan cierta consistencia histricaal tratamiento de los indgenas en cada pas y/oregin, lneas que explican por qu priman ciertosproyectos y no otros y, a su vez, ayudan tambin aentender por qu razones apareja dinmicas yefectos diferenciales ser indgena en Argentina, enBrasil o en los EE.UU.

    Mi estrategia para identificar esas lneas de consis-tencia dando cabida adems a las mltiples cons-trucciones de aboriginalidad que se suceden ycoexisten en una formacin regional o nacional deter-minada pasa por ir analizando cmo aboriginalidad ynacin se co-construyen mutuamente en cada pocay contexto. Esta perspectiva se apoya a su vez en dostesis relacionadas: Aunque toda nacin-como-estado reproduce desigual-

    dades internas y renueva consensos en torno a ellas tematizando ciertas diferencias e invisibilizandootras, cada una lo hace instrumentando una economapoltica de la diversidad que etniciza y/o racializa 1selectivamente distintos colectivos sociales, fijandoas marcas y umbrales de uniformidad y alteridad queatribuyen en cada caso dispares consistencias, poro-sidades y fisuras a los contornos (auto)adscriptivos decontingentes clasificados y naturalizados comogrupos/minoras tnicas y/o raciales.

    Esas marcas y umbrales permiten identificar regulari-dades en la jerarquizacin sociocultural de tipos deotros internos construidos como parcialmente segre-gados y segregables en base a caractersticas supues-tamente propias, pero definidos siempre por unatriangulacin que los especifica entre s y los (re)posi-ciona vis--vis el ser nacional.

    En su autoevidencia, las afirmaciones de sentidocomn son una interesante va para buscar esas posi-bles lneas de consistencia histrica. Si nos centramosen Argentina, nos encontramos con un pas cuyaautoimagen est plena de certezas y paradojas.Desde el siglo pasado, muchos de sus habitantes e

    intelectuales lo vienen proclamando como un casoexcepcional por sus ventajas y desventajas compa-rativas respecto de otros pases de Latinoamrica y elmundo. Privilegiado por su potencial, pero condenadoa no saber/poder capitalizarlo. Pujante por sus riquezashumanas y naturales, pero obligado a una conquistapermanente del desierto para poner a la civilizacina salvo de ser doblegada por la barbarie. Libre deproblemas raciales y racismo as como generosocon todos los hombres del mundo que quieranhabitar el suelo argentino, pero defraudado por inmi-grantes europeos anarquistas y comunistas, inco-modado por aluviones zoolgicos y cabecitasnegras provenientes del interior esto es, de lasprovincias que se radican en el puerto-capital, yconvencido de que los residentes indocumentados depases limtrofes provocan las altas tasas de delin-cuencia y desocupacin que actualmente existen.Bendito por ser fruto de un crisol de razas sin prece-dentes, pero minusvlido por carecer de races y/odel sentimiento patritico necesario para promoveruna identidad nacional sustantiva.

    El seguimiento de construcciones de aboriginalidaden Argentina requiere tomar en cuenta esta autoi-magen de excepcionalidad firmemente encarnada enlos discursos cotidianos pues, adems de atrave-sarlas, la misma pone en evidencia la efectividadresidual (JAMESON 1991) de procesos de significa-cin ligados a la construccin de hegemona cultural.Sugerira adems que, particularmente en este caso,una punta programtica expedita para entender laeconoma poltica de la diversidad que sustenta dichaautoimagen y construcciones pasa por rastrear cmose han ido triangulando histricamente los signosIndios, Inmigrantes y Criollos triangulacin que,presuponiendo y creando la argentinidad, permiteadems identificar consistencias, porosidades yfisuras performativas de la nacin-como-estado.

    Este artculo tiene por tanto como propsito iden-tificar algunos de los anclajes de esas construcciones,viendo cmo se ha ido fundamentando y variando lamutua triangulacin de los sectores identificadoscomo insumos y/o antagonistas de la posibilidad deentramar la argentinidad. Aspira no slo a aportar a lacomprensin de un caso particular, sino a dar indiciosde cmo podramos pensar comparativamente desdelas afinidades y diferencias entre distintos indige-nismos latinoamericanos, hasta las particularidadescompartidas por construcciones de aboriginalidadpropias de contextos con similares tradiciones colo-niales y republicanas.

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    1 En un trabajo anterior (BRIONES 1997), definimos la racia-lizacin como forma social de marcacin de alteridad queniega la posibilidad de smosis a travs de las fronterassociales, descartando la opcin de que la diferencia/marca sediluya completamente, ya por miscegenacin, ya por homo-genizacin cultural en una comunidad poltica envolventeque tambin se racializa por contraste. La etnicizacin remiteen cambio a aquellas formas de marcacin que, basndoseen divisiones en la cultura en vez de en la naturaleza,contemplan la desmarcacin/invisibilizacin y prevn opromueven la posibilidad general de pase u smosis entrecategorizaciones sociales de distinto grado de inclusividad.

  • Argentina: un pas de excepcin ?

    Hay una encrucijada ideolgica inherente a pasescon poblacin indgena (en su mayora, nacionesindependizadas de un dominio colonial) que resultaen construcciones de aboriginalidad globalmentearmadas sobre lneas semejantes. Lo que ancla dichaencrucijada es esa necesidad constitutiva dediscursos nacionales tempranos obligados a distan-ciarse y, a la vez, apropiarse material y simblica-mente de pueblos que preexistan a lo que se estabaconstruyendo como (nuevo) hogar 2.

    Brevemente, distintas hegemonas colonialesusaron la existencia de aborgenes como armaconceptual para normalizar colonos metropolitanosblancos segn nociones burguesas de orden, perotambin para sujetar y neutralizar las eventualesdemandas de criollos rebeldes, en base al argumentode que la inferioridad de las poblaciones y la natura-leza indomable de las nuevas tierras no slo erancontagiosas sino capaces de degradarlos por contacto(SIDER 1987). Anclada la (auto)estima de los gruposlocales emergentes en ser y en efecto mostrarse diferentes del salvajismo metropolitanamente atri-buido a nuevo entorno geo-simblico, los distintosprocesos independentistas por ellos lideradosencuentran en la (pre)existencia de indgenas unrecurso para la simbolizacin del pasado tan inelu-dible como disonante. Por un lado, en la medida enque la legitimacin de las independencias requeraarmar y escenificar una tradicin local y distinta ya dela metropolitana, los indgenas aparecen como prove-edores claves de elementos propios y distintivospara entramar esa tradicin. Por el otro, haba queresignificar el hecho de que el nuevo hogar eracompartido con habitantes que, a pesar de estar alldesde antes y ser una especie de ancestro local,tenan que quedar material y simblicamente supedi-tados a los destinos (y al mismo origen fundacional)de cada nueva nacin. En consecuencia, en distintaspartes del globo entran en conflicto construccionesde aboriginalidad que proponen versiones idealizadasde las poblaciones autctonas como fundamento deuna herencia gloriosa y distintiva para los nuevoshijos de este suelo, con otras en base a las cualesse busca justificar el avance no tan civilizador delos propios sobre espacios fronterizos amenazadosy amenazantes por las conductas impredecibles ybarbricas de pueblos aborgenes que constituyenesas regiones como fronteras interiores de lasnacientes repblicas.

    Aunque promoviendo una esttica y lgica de la dife-rencia compartida, las imgenes surgidas de estaencrucijada genrica van especificndose en cada pas,en base a prcticas de construccin de estado y nacinacordes con experiencias y trayectorias colonialesprevias, particulares y diferenciadas. Por ello, antes deprestar atencin a algunas construcciones de aborigi-nalidad hegemnicas en Argentina, puede resultarsugerente sealar algunas congruencias y diferenciasamplias entre las polticas indigenistas adoptadas poreste pas y las implementadas por otros pases.

    Como en los EE.UU., el avance del estado argen-tino presupone una tctica militar de establecimientode lneas de fortines o fuertes durante el siglo XIX en

    lo que an se consideraba territorio indgena (bsi-camente, Chaco y Pampa-Patagonia), tctica de pacese incursiones punitivas ms o menos espordicas,acompaada por intercambios comerciales asiduos yla tolerancia/complicidad en el contrabando deganado. Hacia el ltimo cuarto de ese siglo, cuandopriman las condiciones para eliminar fronteras inte-riores, matanzas sistemticas de los gruposrebeldes, deportaciones y radicaciones compul-sivas de las familias cautivadas se convierten, comoen los EE.UU., en moneda corriente (MAYBURY-LEWIS1998). Sin embargo, casi no hubo en ArgentinaFounding Fathers como Jefferson que buscaranvalorar el aporte indgena, ni reconocimiento jurdicode los pueblos originarios como naciones doms-ticas dependientes. La compra de territorios acom-paada por la firma de tratados con valor vinculantenunca se ensay como alternativa para mantenerpacificadas las fronteras y permitir el avance de lospioneros. Tampoco hubo proyectos de crear unestado indgena confederado, ni las tierras de lasreservaciones se fueron ampliando con el tiempo.Menos an existirn iniciativas para sistematizarConsejos Tribales encargados de mediar entre elestado y las comunidades, o polticas de reconoci-miento y respeto explcito de derechos de autogo-bierno o de administracin de recursos propios 3. Porel contrario, Argentina crea espasmdicamente reser-vaciones, misiones o colonias para indgenas que sloexcepcionalmente conllevarn el reconocimiento dealguna forma de propiedad de la tierra y los recursos 4.

    Como en el Canad francs, la agencia misionaldesempe en Argentina un papel ideolgicamenterelevante al momento de pensar estrategias deavance de circuitos de comercializacin que tuvierana los indgenas como actores relevantes. Noobstante, jams este ltimo pas produjo textoslegales orientados a la determinacin jurdica de lapertenencia indgena por quantum de sangre o crite-rios de filiacin variables, segn se buscara ampliar oreducir por pocas el nmero de indgenas destatus y, por tanto, el apoyo financiero previsto parasubvencionar el funcionamiento de sus comunidades.Efectos comparables de reduccin de ciudadanosindgenas se irn logrando mediante tcticas msinformales de invisibilizacin como, por ejemplo, eletnocidio estadstico-censal 5. Tampoco Argentina se

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    2 Para la formulacin general de esta idea, ver BECKETT(1991). Algunos anlisis de caso que le dan encarnadurapueden encontrarse en LATTAS (1987) para el caso austra-liano, o en BERKHOFER (1978) para el americano.

    3 Para polticas indigenistas estadounidenses, ver BACA1988, CORNELL 1988, DELORIA y LYTLE 1983 y 1984, KELLEY1979, STRONG y VAN WINCKLE 1993 y 1996, US COMMISSIONON HUMAN RIGHTS 1992, WILKINSON 1987.

    4 Para polticas indigenistas de Argentina, ver CARRASCO1991, CARRASCO y BRIONES 1996, MARTNEZ SARASOLA 1992,SLAVSKY 1992.

    5 Argentina ha realizado un nico Censo Indgena Nacionalen 1965, el cual se limit a contar indgenas de comunidady no pudo ser completado por el golpe militar de 1966. Entodo caso, el punto a destacar es que an no hay cifrasoficiales acerca del nmero de ciudadanos indgenas del

  • sirve de tratados coloniales y republicanos como basepara establecer acuerdos territoriales regionales, nipromover el pluralismo como poltica de estado 6.

    Al igual que en Australia, Argentina tambin hapensado las reservaciones como forma de radicacintransitoria en tanto paso intermedio antes de extin-ciones/asimilaciones definitivas. Asimismo, vincula asus poblaciones aborgenes con la (sub)ocupacin degrandes espacios vacos sobre los cuales los inmi-grantes de origen europeo deban avanzar. Pero no hadistribuido privilegios ni emprendido una poltica deentrega de tierras sistemtica. Tampoco ha llegado alpunto de generar un discurso multicultural que reco-nozca que lo aborigen ha constituido y constituye enla actualidad un aporte cultural y artstico sustantivopara la australianidad 7.

    La comparacin de Argentina con cada uno de lospases latinoamericanos nos excede. Existen sinembargo algunos contrastes dignos de mencin.

    Si pensamos por ejemplo en Mxico, hay prcticasestatales que convergen en sus propsitos de, porun lado, desindianizar ambos pases y, por el otro,mexicanizar o argentinizar los pueblos indgenas. Sinembargo, el estado argentino no acept ni reconocila persistencia de instituciones coloniales como lossistemas de cargo en la re-organizacin ms contem-pornea de las comunidades indgenas, ni convirtial indigenismo en poltica de estado y empresa delcampo intelectual. Menos an ofici de defensor deun modelo de nacin mestiza basado en la idea de unaraza csmica, y lejos est de empezar a discutirregmenes de autonoma (BARTOLOM 1996 a y b,HEWITT de ALCNTARA 1984, KNIGHT 1992). Tampocohay en Argentina nada parecido a esa gran fluidezadscriptiva entre las categoras indio, cholo,mestizo, blanco/criollo que, segn KNOWLTON(1992), existe en Bolivia, evidenciando una jerarquaque se vincula con gradientes histrica y contextual-mente cambiantes de indianizacin y desindianiza-cin, al menos de cierto tipo de indgenas concretamente, los campesinizados o de tierrasaltas, pero no los silvcolas (NAVIA RIBERA 1993).

    Justamente porque algunos podran esgrimir elfactor demogrfico para explicar las diferencias sea-ladas entre pases como Mxico o Bolivia y Argentina,comparar este ltimo caso con el brasileo parecean ms pertinente. Supuestamente y a diferencia deotros estados del continente, estaramos ahora con-frontando dos en los cuales el porcentaje de pobla-cin indgena es notoriamente reducido respecto delos totales generales de habitantes de cada pas.

    Saltan as a primera vista algunas semejanzas enlo que hace a la consistencia con que ambos estadosinterpelaron a los indgenas como sujetos relativa-mente incapaces, necesitados de su funcin tutelar.En relacin a esto, mantienen vigencia en los doscontextos imaginarios que responsabilizan a los ind-genas de un subdesarrollo siempre preocupante,objeto potencial adems del accionar de agitadoresdispuestos a usar la causa de los primeros para suspropios fines 8. No obstante, las diferencias sonmucho ms notables.

    En Argentina, jams el estado plane la domesti-cacin de los indgenas basndose en una estrategiasistemtica de atraccin, ni particip de la idea de

    que hasta tiempos recientes haba una frontera msall de la cual quedaban tierras inexploradas congrupos sin contacto (RAMOS 1995). Prim ms unevolucionismo biologista que relativizaba los escr-pulos de imponer por la fuerza una civilizacin queen todo caso se impondra por su propio y arrolladorpeso filogentico que un evolucionismo de cortehumanista, prono a extender el amor a la humanidadtambin a los indgenas, y a esperar que estos abra-zaran la civilizacin por voluntad propia 9.

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    pas, a pesar de que el censo nacional de 2001 incluyera unavariable de auto-identificacin indgena. En algunas provin-cias como Ro Negro, distintas agencias estatales inclusomanejan informaciones incongruentes acerca del nmero decomunidades aborgenes localmente reconocidas comotales. Por ejemplo, mientras la Casa de la Provincia de RoNegro reconoce 19 reservas, la Subsecretara de AccinSocial de esa Provincia slo lista 11. En todo caso, es suges-tivo que el Instituto Nacional de Asuntos Indgenas carezcaa la fecha de cifras oficiales a punto de ofrecer a los intere-sados informacin estimativa manejada por una ONG, elEquipo Nacional de Pastoral Aborigen (ENDEPA).

    6 Algunas caractersticas de las polticas en territorio cana-diense se pueden encontrar en ASCH 1989, BAINES 1997,FEIT 1989, MOSES 1994, ROOSENS 1989 y WOLF 1993.

    7 Para el caso australiano, ver BAINES 1997, BECKETT 1988a,1988b, JONES y HILL-BURNET 1982, LATTAS 1987, 1990 y 1991,MORRIS 1988, PETERSON 1982, THIELE 1991, VACHON 1982.

    8 Adems de haber experiencia y anlisis acumuladosrespecto a sospechas y acusaciones de este tipo paraBrasil y Argentina (RAMOS 1991 y 1997a, BRIONES y DAS 2000),cabe mencionar que tendencias similares se observan enVenezuela y otros pases de Amrica Latina (HILL 1994,ITURRALDE 1997).

    9 La posicin de Jos Ingenieros es un claro ejemplo delo que Soler define como evolucionismo biologista propiodel positivismo argentino (SOLER 1979). En 1904, el PoderEjecutivo presenta un proyecto de Ley Nacional del Trabajoque nunca se sanciona. En lo que respecta al tema indgena,se toman all provisiones para que los empleadoresademsde respetar las disposiciones laborales que rigen para asala-riados no indgenaslas completen con otras que seproponen definir su condicin civil inducindolos ademsa entretenimientos propios de la vida civilizada. Todo ellobajo supervisin de un Patronato de Indios a ser creado a finde ejercer una especie de tutela proteccin jurdica ymoral. Al comentar este proyecto, Ingenieros dice que elmismo puede tener valor jurdico pero carece de una basecientfica. Sostiene en su obra Socialismo y legislacin deltrabajo aparecida en 1906 que El indio a que la ley se refiereno es asimilable a la civilizacin blanca; no resiste nuestrasenfermedades, no asimila nuestra cultura, no tiene suficienteresistencia orgnica para trabajar en competencia con elobrero blanco: la lucha por la vida lo extermina. La cuestinde razas es absurda cuando se plantea entre pueblos queson ramas diversas de la misma raza blanca; pero es funda-mental frente a ciertas razas de color, absolutamente infe-riores e inadaptables. En los pases templados, habitablespor razas blancas, su proteccin slo es admisible paraasegurarles una extincin dulce; a menos que responda ainclinaciones filantrpicas semejantes a las que inspiran a lassociedades protectoras de animales. (LENTON 1994: m.i.)

  • A su vez, Argentina nunca pudo definir una agenciaestatal indigenista como el Servicio de Proteccin alIndgena (SPI, luego FUNAI) que perdurara en eltiempo, tuviera un lugar inamovible en el organigramaestatal, y fuera dando progresiva cabida a los ind-genas como funcionarios. As, ni los pueblos nativosse han caracterizado por su alta visibilidad, ni hanocupado un lugar destacado u omnipresente en elimaginario nacional, como capital simblico apto paraconsumo interno y exportacin (RAMOS 1997b). Msbien, han sido una presencia fantasmagrica y pres-cindible, siempre destinada a desaparecer y siempreanacrnica por no hacerlo del todo. Y a tal punto estoes as que an al da de hoy, cuando el gobierno haempezado a publicitar el tema indgena como cues-tin que hace a su competencia e inters directos(GELIND 1999), hay connacionales que preguntanazorados al antroplogo que dice trabajar con ind-genas si es verdad que todava quedan algunos.

    Hasta aqu, pareciera que la excepcionalidad delcaso argentino o al menos del campo poltico-ideo-lgico en el que se ha jugado la aboriginalidad pecams por negar y omitir que por hacer. En verdad, talvez quepa postular que, comparativamente, la notams distintiva de la poltica estatal ha sido la falta deprogramas de accin explcitamente dirigidos a losindgenas como sector diferenciado dentro delconjunto social mediante una poltica indigenistaglobal y sostenida, carencia que se convierte as ensu verdadera poltica. Y cuando digo sostenida nome refiero a una poltica estable o sin redirecciona-mientos, sino ms bien a una poltica que, a pesar decambios esperables en sus propsitos y ejecutores,muestre continuidad en el tiempo. Indicador de estoes la azarosa creacin de organismos indigenistas 21 entre 1912 y 1980 (MARTNEZ SARASOLA 1992: 387-389) los frecuentes cambios de jurisdiccin minis-terial que dichas reparticiones experimentaron, ascomo la inexistencia de organismos de este tipodurante ciertos perodos.

    Desde una mirada ingenua, podra argumentarseque estas omisiones y sinuosidades se deben a lairrelevancia del problema, esto es, a la baja significa-cin numrica de los aborgenes respecto de la pobla-cin total del pas. Porque este factor no ha impedidoque pases como Brasil se comportaran de otromodo, se hace necesario buscar en otra direccin,una que apunte a rastrear qu economa poltica dela diversidad ha promovido en Argentina omisionesy sinuosidades semejantes en los procesos socialesy polticas estatales de (des)marcacin de indgenas.Retomemos a tal fin lo que propusimos como puntaprogramtica expedita para identificar esas consis-tencias, porosidades y fisuras performativas detipos de otros internos y de la misma nacin queayudan a explicar la produccin, circulacin yconsumo de argumentaciones y prcticas idiosincr-ticas de pertenencia y exclusin. Esto es, veamoscmo la triangulacin histrica de Indios, Inmigrantesy Criollos ha coadyuvado a recrear una nacin-como-estado con marcas y umbrales de uniformidad y alte-ridad distintivos.

    El Tringulo de las Bermudas:Indios, Inmigrantes y Criollos en Argentina

    A medida que se busca completar el avance militarsobre tierra de indios a fines del siglo XIX, las elitesmorales discutirn fervientemente las condicionesde incorporacin de los indgenas a la nacin en basea tres ejes. Primero, si es posible; luego, bajo quperfil y, por ltimo, apelando a qu medios. En estosmomentos del pas, el proceso de consolidacinestatal discurre por una etapa tan claramente distintaa las anteriores como definitoria en trminos de pol-tica indgena, evidenciada en posicionamientosdistintos aunque siempre contextualmente varia-bles frente a las desigualdades sociales.

    Concretamente, en las etapas fundacionales de lasProvincias Unidas del Ro de la Plata, el Iluminismoque inspira de los lderes de la revolucin de Mayolleva a soar con una incorporacin irrestricta delindgena a la nacin naciente mediante la abolicin detoda forma de diferenciacin que conspirase contrael principio doctrinario de igualdad ante la ley. Enotras palabras, los indgenas se pensaban al menosen trminos declarativos como iguales potencialesen trminos de derechos y dignidad. Muestra de elloes que, en 1811, la Junta Provisional de Gobierno delas Provincias Unidas del Ro de la Plata ordena laabolicin del tributo que los indgenas pagaban a lacorona. Luego, la Asamblea del Ao XIII declara quelos indgenas son hombres perfectamente libres yen igualdad de derechos de todos los dems ciuda-danos. A su vez, el Congreso Constituyente quedeclara la independencia en 1816 sostiene quesiendo los indios iguales en dignidad y en derechosa los dems ciudadanos, gozarn de las mismas pree-minencias y sern regidos por las mismas leyes. Entodo caso, si digo que estos trminos parecen mayor-mente declarativos es porque tambin se advierte eneste perodo la tendencia a construir la tradicinselectiva (R. WILLIAMS 1990) que pugna por repre-sentar al conjunto usando ambiguamente lo indgenacomo eptome de un pasado tan glorioso comodistante en tiempo y espacio.

    As, si las canciones elegidas para emblematizarla patria los himnos pueden ser vistas comoindicador de las tendencias coyunturalmente hege-mnicas, es interesante advertir que ya en losprimeros aos del proceso independentista los ind-genas son una presencia acotada, preponderante-mente confinada a un pasado lejano. Por ello, de lasnueve estrofas que componen la lrica extendida delhimno nacional escrito y adoptado como tal antes dela independencia de 1816, slo la mitad de una deellas que adems no se canta hace alusin a loindgena como elemento de filiacin para la argenti-nidad. En ese tramo se expresa que Se conmuevendel Inca las tumbas / y en sus huesos revive el ardor,/ lo que ve renovando a sus hijos / de la Patria el anti-guo esplendor. Esto es, en vez de haber mencionesa grupos locales, se selecciona un signo de lo ind-gena el Inca invocado distante y prestigioso,para confinarlo de todos modos a un tiempo tan lejanocomo muerto, ya que slo cabe a ese signo conmo-verse en su tumba, y a los patriotas, sus hijos crio-llos, renovar un esplendor ya antiguo.

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  • Ahora bien, luego de las guerras de la indepen-dencia, el discurso que alentaba las primeras cons-trucciones criollas de aboriginalidad fue progresiva-mente siendo dejado de lado en sus contenidos msiluminados (MENNI 1995). Con el romanticismopropio de la generacin del 37, la Civilizacin seconvierte en patrimonio de un otro externo (Europay/o los EE.UU.) y en utopa para la nacin que sebusca construir. La Barbarie aparece como atributode un componente indgena que ingresa en una pen-diente de creciente externalizacin.

    En la lectura de SVAMPA (1994), el positivismo autc-tono de Echeverra, Alberdi y Sarmiento se basar enun realismo social (SOLER 1979) que ir convirtiendodicha polaridad no slo en una metfora literaria, sinoen una representacin de la sociedad y en un prin-cipio que legitima el poder y la forma en que ciertaselites morales planean tomarlo. Se consolidan enesta poca dos imgenes poderosas: la del Desiertocomo espacio vaco a ser llenado de un nuevo tipode sujetos 10, y la de que esa empresa est estrecha-mente ligada a un reemplazo poblacional dirigido,esto es, con inmigrantes europeos, en tanto aportehumano y cultural clave para el progreso del pas.Por ello el artculo 25 de la Constitucin del 53 expl-citamente aclara que el gobierno federal fomentarla inmigracin europea. Adems de aparecer endisyuncin irresoluble con la Civilizacin, la Barbariese amplia hasta quedar encarnada no slo en y porlos indgenas, sino tambin los gauchos, las masashispano-criollas, las montoneras. La lgica de vincu-lacin preponderante de los polos es Civilizacin oBarbarie, un planteo de mxima exclusin quetimbra tambin al colectivo Criollo con unaimpronta ambigua y negativa que mostrar notableperdurabilidad.

    Con la neutralizacin militar y el control de los terri-torios indgenas hacia fines del siglo XIX, no decaela fuerza potica de una imagen que construye partedel espacio nacional como un desierto, como un vacoya bajo control estatal efectivo pero pendiente deser poblado y, sobre todo, civilizado. Sin embargo,aunque la vida del pas siga siendo simblicamenteorganizada en torno a los dos mismos polos, sostieneSVAMPA (1994) que puede advertirse una diferenciabastante significativa. Ahora, la relacin entre ellostiende a regirse ms sobre una lgica de conjuncinque de disyuncin, pues lo que prevalentementepreocupa es cmo lograr la coexistencia de Civiliza-cin y Barbarie para ir progresivamente cubriendo lasegunda con la primera 11.

    A este respecto, jams se llegar a establecer unapoltica global. Como anticipamos, emergen posi-ciones encontradas en torno a tres ejes si la asimi-lacin es posible, bajo qu perfil, y a travs de qumedios aunque haya siempre acuerdo general enque los costos econmicos que ocasione al erario laincorporacin del indgena debern ser mnimos, a finde poder invertir en lo que verdaderamente traerprogreso al pas 12.

    En cuanto a la posibilidad misma de la incorpora-cin, se contraponen dos argumentos. Uno de ellosfundamenta la idea de que todo esfuerzo que se hagapodr responder a razones humanitarias pero esvano, por la inviabilidad racial de los indgenas.

    Mediando un umbral de alteridad alto y basado enuna fisura bastante radical, la extincin de los abor-genes es slo una cuestin de tiempo. En esta direc-cin, sostiene por ejemplo el senador Miguel Canen 1899:

    Yo no tengo gran confianza en el porvenir de la razafueguina. Creo que la dura ley que condena los orga-nismos inferiores ha de cumplirse all, como se cumpley se est cumpliendo en toda la superficie del globo;pero es el honor, el deber de las sociedades civilizadas,as como el mdico a la cabecera del enfermo sinremedio, hacer cuanto pueda por prolongar la exis-tencia y aumentar el bienestar de esas razas desvalidase indefensas. (LENTON 1992: 59)

    Otros en cambio entienden que, de tomarse lasmedidas apropiadas, la absorcin de los indgenas esplausible y justa. En este caso, el umbral de alteridadse vuelve una diferencia ms de grado que de esencia.Los lmites de la barbarie muestran cierta porosidad.Abonando la posibilidad de recuperacin del indgenasostiene el diputado vila:

    [] est fuera de toda discusin que los indios soncapaces de labrar la tierra, ganarse su subsistencia yhacer fortuna, lo prueba la esperiencia (sic) que seha hecho en estos infelices trados esta Capital otros centros de civilizacin: se han formado buenospeones, buenos sirvientes y he odo muchas familiasde mi relacin que estn sumamente satisfechas conlos servicios de los indios que les dio la Nacin. Esoprueba que esta raza, prxima a extinguirse ya, no es

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    10 Dice Juan Bautista Alberdi: Qu nombre merece unpas compuesto de doscientas mil leguas de territorio y deuna poblacin de ochocientos mil habitantes ? Un Desierto. Qu nombre dara usted a la Constitucin de ese pas ? LaConstitucin de un Desierto. Ese pas es la RepblicaArgentina, y cualquiera sea su constitucin ella no serdurante muchos aos ms que la Constitucin de undesierto (SVAMPA 1994: 39).

    11 Aunque SVAMPA (1994) tambin seala que ambasformas de relacin con la alteridadCivilizacin o Barbarie;Civilizacin y Barbarieya aparecen coexistiendo en elFacundo de Sarmiento hacia 1845.

    12 Buena parte de los testimonios que se presentarn acontinuacin surgen de un debate en la Cmara deDiputados que adquiere gran relevancia para ver construc-ciones contemporneas de aboriginalidad en pugna, por laforma en que se explicitan y evidencian con notable nitidezposiciones encontradas al interior de un bloque hegemnicoque sin embargo la historiografa presenta como bastantehomogneo. Es un debate de 1882 que busca dirimir lacontinuidad de una partida presupuestaria para que elMinisterio del Interior cumpla con el pago de gendarmes ysostenimiento de la colonia Conesa, formada en Ro Negrodesde 1879 con indios sometidos. Por acontecer cuandoan no se haba dado por finalizada la conquista de Patagoniay se estaba avanzando militarmente sobre la reginchaquea, este hecho puntual da pie a explicitar disidenciasen torno a cmo radicar no slo a los contingentes yavencidos sino tambin a aquellos que todava se esperabaderrotar. Una lectura de este debate puede encontrarse enBRIONES y LENTON (1997).

  • radicalmente refractaria los usos de la civilizacin yque esos infelices, tratados convenientemente, aten-didos de una manera cristiana, pueden fcilmenteadquirir los hbitos de trabajo y hacer su felicidad pormedio de sus esfuerzos. (BRIONES y LENTON 1997:307)

    Sin embargo, subsiste incluso en estos casosbastante ambigedad acerca de qu es lo que permitey a dnde conduce dicha porosidad. Quienes tiendena verla desde una perspectiva ms etnicizada,piensan la absorcin como una cuestin de invisibi-lizacin de la marca indgena por aprendizaje de losusos de la civilizacin. Quienes lo hagan desde unams racializada, remitirn de nuevo y paradjica-mente al tema de la extincin, tal como lo hace eldiputado Cabral en 1900:

    No quiero yo que se establezca un paralelo: por unaparte los indgenas y por otra los argentinos, comohicieron y hacen los norteamericanos con los negros.Yo quiero la mezcla inmediata, con la seguridad de que,de una generacin a otra el salvaje va a desaparecer,porque es un hecho innegable que la civilizacin supe-rior destruye a la inferior, se impone, la domina. (LENTON 1992: 53)

    En cuanto a los medios que se proponen para lograrla incorporacin, la seleccin de estrategias alterna-tivas parece estar bastante relacionada con el perfilque se espera que asuma, o el rol que se espera quecumpla el indgena dentro de la nacin. A este res-pecto, las posiciones ms ntidas oponen dosproyectos: convertirlos en colonos o en jornaleros.Como parte entonces de un mismo debate, el dipu-tado Pereira es uno de los que defiende el sistemade colonias como alternativa para que los indgenasse sedentaricen y civilicen mediante la adquisicin dehbitos de trabajo. Descalifica entonces el proyectode suspender el financiamiento de la Colonia Conesa,cuando debiera hacerse exactamente lo contrario,esto es, un proyecto para reglamentar, para orga-nizar esta colonia, fin de que tenga vida propia, finde que los indios sean enseados a trabajar(BRIONESy LENTON 1997: 308). En cambio, el diputado Esta-nislao Zeballos traza en este debate de 1882 un pano-rama opuesto para solucionar la cuestin indgena,panorama que esta en clara relacin con el futuro queasigna a estos contingentes dentro de la nacin:

    [] todo lo ms humanitario, lo mas civilizador, lo mashonroso que la Nacin podra hacer con ellos, es refun-dirlos en el Ejrcito, donde se les ensea leer yescribir, y las primeras nociones de una patria que jamshan conocido. Se les pone en contacto con la civiliza-cin y por consiguiente en aptitud de poder ser tiles su pas, separndose ms tarde del Ejrcito para con-vertirse en jornaleros. (BRIONES y LENTON 1997:306)

    En todo caso, desde una u otra visin a futuro, loque no cabe duda es que antes que los indgenaspuedan transformarse en colonos o jornaleros debentransitar un empinado camino de redencin. A esterespecto, los medios alternativos que por entoncesse manejan para lograr uno u otro destino pueden

    pasar tanto por continuar an con un repartimientoen casas de familia para el servicio domstico que sehizo habitual con la conquista militar algo a lo quealgunos se oponen por razones humanitarias comopor ampliar el sistema de educacin formal para civi-lizar ciudadanizando y eventualmente lograr que laalteridad misma desaparezca. Es contundente a esterespecto la postura por ejemplo del Diputado ManuelCabral, quien se opone en 1900 a aprobar una partidapresupuestaria para subvencionar misiones religiosasentre los indgenas y a que la tarea de civilizarestos ciudadanos quede en manos confesionales,argumentando las ventajas y metas ltimas de laeducacin pblica para ciudadanizar/civilizar desin-dianizando:

    Es la civilizacin lo que yo busco, y voy a decirlo en unlenguaje un poco naturalista, pero completamente claro.Yo no quiero mantener los pocos indios que hablan, porejemplo, unos toba, otros chulup; yo quiero que laescuela argentina, la escuela nacional, vaya al centro delos indios, de tal manera que los indiecitos se conviertanen ciudadanos argentinos [] lo que debemos es llevargente que establezca el cruzamiento con los indgenaspara que se pierda por completo la raza primitiva. (LENTON 1992: 52)

    Obviamente, la radicacin de indgenas en colo-nias agrcolas ser una alternativa razonable paraquienes confan que la prosperidad del pas dependede imponer un modelo agroexportador, y que la facti-bilidad de este modelo requiere habitantes impreg-nados de los valores burgueses de orden y progreso,no slo bien entrenados en los hbitos de trabajo,sino ante todo sedentarios. La otra propuesta quebusca imponerse es destinar a los indgenas varonesa la milicia, donde podran concurrir acompaadosde sus mujeres. En este sentido, mientras algunosdestacan las ventajas de esta forma de colocacin enbase a razones econmicas pues es ms barato quemantener colonias otros enfatizan la eficacia delmtodo para disciplinar gentes indmitas. Dentro deeste contexto, el diputado liberal correntino TorcuatoGilbert introduce otra faceta que debe cubrir elproceso civilizador, cual es la de nacionalizar ademsde domesticar y disciplinar en hbitos de trabajo:

    Creo que si algn honor se puede hacer los indios quese toman en los campos de la Repblica, es hacerlosfigurar al lado de los soldados argentinos. Qu masquiere un indio, que se trae por la fuerza la civilizacin,que estar al lado de los valientes soldados argentinos,que dieron libertad la Repblica! Qu mas quiere quemarchar la sombra de la gloriosa bandera de la patria !Es elevarle de nivel, convertirle la civilizacin. Es cienmil veces preferible a dejarle en pretendidas colonias,para que se mantenga siempre en la barbrie, para queviva como viva en sus toldos. No! en la tropa de lnease honra, como se honran todos los argentinos que laforman. (BRIONES y LENTON 1997:309)

    En todo caso, lo interesante es cmo en Zeballos,uno de los diputados que ms consistentementedefiende el destinamiento de los indgenas a los cuer-pos de lnea, aparecen razones no tanto econmicas

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  • cuanto ligadas a un quantum tan alto de barbarismoen la alteridad indgena que hasta se sigue viendodudoso el mismo proyecto de promover su incorpo-racin pacfica luego de la pacificacin:

    [] haba enunciado la idea de que estos indios debanser incorporados al ejrcito de lnea, y se suscit unligero debate [] Se deca que estos indios deban sertratados con arreglo la civilizacin y la humanidad,colocndolos bajo el amparo de las leyes que protegena los habitantes de la Repblica. Y yo debo decir quesi fueran considerados habitantes del territorio y comotales sometidos al rigor de las leyes, habra sido nece-sario pasarlos por las armas [] porque estn en peorcategora que los salteadores mismos de caminos; y porconsiguiente fuera del amparo que la civilizacin y lahumanidad otorgan a los buenos habitantes de un pas.(BRIONES y LENTON 1997:306)

    A pesar de estas variaciones, hay empero doscosas sobre las cuales existe acuerdo: el mandato escivilizar y, de una manera u otra, ello llevar a solu-cionar la cuestin indgena con el tiempo, ya porextincin ya por invisibilizacin. Es interesantetambin que, an quienes adoptan una postura msclemente frente a los indgenas destacando obien sus derechos civiles en tanto argentinos yrazones humanitarias 13, o bien la ventaja comparativaque su adaptacin al medio comporta para realizarciertos trabajos 14, o bien la desprolijidad de no garan-tizar trato equivalente para todos los habitantes 15 no lleguen nunca a argumentar la defensa quellevan adelante en trminos del aporte cultural yhumano que esos indgenas habran efectuado (opodran efectuar) a la nacin. Son casi nulas las vocesque apuntan en esta direccin (LENTON 1994).

    Ahora, aunque en trminos de defender lo indgenaestas elites de la generacin del 80 se distancian a losargumentos de las elites romnticas de mitad desiglo, es asimismo notable cmo en esta poca elcomponente Criollo tampoco aparece comoelemento suficiente para garantizar la civilizacin dela barbarie. A modo de ejemplo, una de las cosas quese pone en discusin en el debate de 1882 es si lasfunciones de polica en los espacios ya pacificados delos territorios nacionales deben seguir bajo el controlde ejrcitos de lnea o ser desempeadas porgendarmes, unos y otros criollos en su mayora. ElMinistro del Interior Bernardo de Irigoyen defiende eldestinamiento de gendarmes ms que de ejrcitos delnea, como alternativa para dejar encargada la tareaa una clase de gente cuyo entrenamiento militar lahace ms adecuada. El diputado Mallea rebate losargumentos del Ministro poniendo en duda que losgendarmes dispuestos a ir a servir por sueldos bajosa lugares tan distantes como la Patagonia seanhombres de mejores condiciones y costumbres quelos que forman el ejrcito de lnea. Curiosamente ypara tratar de avalar una propuesta que en compara-cin es ms condescendiente con los indgenas, eldiputado Pereira incurre en una estigmatizacin quese ampla a toda la gente de la campaa eufe-mismo que, en los usos de la poca, alude a los Crio-llos. Sostiene as Pereira que los indgenas noconstituyen per se un problema demasiado distinto al

    que es propio de otros contingentes, la gente decampaa, que ya han sido incorporados en la comu-nalizacin nacional como subordinados tolerables(B. WILLIAMS 1993):

    [] yo s, por informes de personas competentes, queefectivamente los indios que existen all [] son pobresy andrajosos [] No dudo que los indios, si no se lesensea trabajar, trabajarn poco y robarn tambin.Pero esto no es estrao (sic) porque entre los que noson indios, en toda la Repblica, hay muchsimos queroban. No es nada de estrao (sic) que los indios nece-sitados roben; hay mucha gente en nuestra campaaque siempre roba: es un mal que se padece en toda laRepblica Argentina. (BRIONES y LENTON 1997:308)

    En todo caso, una de las cosas que piden las vocesms benvolas respecto de los indgenas es notratarlos peor de lo que se trata a los inmigrantes,negndoles los privilegios que se concede a losextranjeros. As, cuando el diputado Pizarro buscafundamentar su oposicin a los que argumentan quela civilizacin de los indgenas se alcanzara hacin-dolos servir en los ejrcitos de lnea, objeta esa formade entender la misin civilizadora de la nacin-como-estado sosteniendo que:

    La civilizacin bien entendida, seor Diputado, estaraen que todos los habitantes de la Repblica tuvierangarantidos los derechos que les acuerda la ley, y en queno se les impusiera un servicio que ella no les obliga ![] La civilizacin bien entendida estara en que la colo-nizacin se hiciera de preferencia con los que estn ennuestro territorio, sin que cueste nada su conduccin,acordndoles las ventajas que concedemos al que noes nativo de esta tierra ! (BRIONES y LENTON 1997:308)

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    13 El diputado Olmedo condena en 1885 las formas dereparto de indios que se venan implementando: no slopor cuanto hieren los derechos, las garantas individualesde que deben gozar los indios, que al fin estn equiparadospor nuestra constitucin los ciudadanos argentinos, sin(sic) porque importan una violacin flagrante y grosera detodas las leyes que rigen las relaciones humanas, hasta enlos pueblos semibrbaros. (LENTON 1994: m.i.)

    14 Expresa el presidente Roque Senz Pea ante elSenado en 1912: [] en favor del buen trato y conserva-cin de los indios militan no slo un mandato constitucionaly razones de humanidad, sino tambin otras muy intere-santes de orden econmico. El indgena es un elementoinapreciable para ciertas industrias, porque est aclimatadoy supone la obra de mano barata, en condiciones de difcilcompetencia. (LENTON 1994: m.i.)

    15 Para defender la radicacin indgena en colonias, el legis-lador Pereira enfatiza la importancia de garantizar igualdadde oportunidades: Es sabido que las colonias de Santa F(sic), compuestas de europeos, de hombres que saben leery escribir, se les di (sic) tres aos de plazo para quehiciesen sus ensayos; y no comprendo porqu, tratndosede una colonia formada por los elementos de que esta estformada, no se le haba de dar la misma ventaja. (BRIONESy LENTON 1997: 306)

  • An as, los inmigrantes europeos aparecensiempre como poseyendo ventajas comparativasrespecto de los indgenas. Su umbral de alteridad noslo es mucho ms bajo, sino que se ve factible dedesaparecer en breve. Sin embargo la cualidad quehace digeribles a los inmigrantes no los acerca atodos los argentinos por igual. As como los distanciade los indgenas, los distancia tambin de un compo-nente criollo pensado como gaucho tan distante delas elites locales y de los inmigrantes, cuanto cercanoa los salvajes. Ahora, ese componente claramenteinsina un clivaje de clase social, pensada sta entrminos no slo econmicos sino tambin educacio-nales, culturales y poltico-ideolgicos. Dice porejemplo el senador Villafae en 1870:

    Yo me apercib de una cosa: de que era ms extranjeroun gaucho de los que serva a Rosas o un salvaje de laPampa, que un turco que tuviera las mismas creenciasy hubiera recibido la misma educacin y profesara elmismo credo que yo en cuestiones sociales y polticas.Porque los salvajes que han nacido en Amrica sonms extranjeros que un turco que se hubiese educadoms o menos lo mismo que nosotros. (SLAVSKY 1992: 73)

    Sugestivamente, esta actitud de receptividadaparentemente irrestricta hacia los inmigrantescambiar con el tiempo, a medida que el incrementode las protestas por recrudecimiento de la cuestinsocial lleve a culpar a los extranjeros y a pensar quesu disciplinamiento ledo como efecto de su nacio-nalizacin no es un resultado tan automtico comoinicialmente se pensaba. As, desde los ltimos aosdel siglo XIX, se empieza a observar preocupacinpor cun verdaderamente porosa en verdad sera laalteridad de los extranjeros. As, cuando en 1896 sediscute un proyecto para imponer el castellano comolengua oficial en todas las escuelas de la CapitalFederal y de los Territorios Nacionales, el diputadoMarco Avellaneda explicita:

    algunos desrdenes actuales [] dbense a algunasagrupaciones extranjeras [] nuestra carta funda-mental, abriendo las puertas de la nacin [] ha plan-teado un problema [] la nacionalizacin del extranjero[] No podemos aceptar, no es justo que esa inmensapoblacin [] permanezca extraa a nuestra vidapblica, mantenindose en colectividades autnomasen donde procuran perpetuar en sus hijos, como unaherencia, su triste condicin de emigrados [] Seamosun Pueblo cosmopolita, pero sin dejar de ser ese puebloque ha pensado con Moreno, con Rivadavia, conSarmiento; para que nuestra patria no se convierta unda, como el templo de Jehovah, en una vasta tiendade mercaderes. (LENTON 1994:m.i.)

    Coexisten as en estos aos quienes siguen enfa-tizando las ventajas de atraer y fundir en el crisol alos inmigrantes y los que crean el clima propicio quellevar a la sancin de la Ley de Residencia en 1902,por la cual se autoriza la deportacin de elementosindeseables, mayormente sospechados de anar-quistas y comunistas. La intervencin del diputadoJoaqun Castellanos en 1900 es ilustrativa de cmo

    se va creando ese clima y cules son las equivalen-cias simblicas que permiten empezar a construir lainmigracin como problema en vez de solucin:

    [] en virtud del movimiento inmigratorio extranjero [][Buenos Aires] recibe una cantidad de poblacin mayorque la que puede asimilar su movimiento industrial,comercial y administrativo. De aqu resulta un sobrantede poblacin en el que estn comprendidos los indo-lentes, los inhbiles, los viciosos [] que se dedican alos partidos polticos, desnaturalizando de esta manerala base esencial de nuestro sistema representativo []Y esos elementos sin ubicacin fija en el trabajo [] vanen el sentido de una corriente oculta [] la tendenciasocialista que empieza a manifestarse en la capital dela Repblica [] Tericamente el socialismo es unabsurdo [] pero, prcticamente, existe ya en la Rep-blica Argentina y cada da aumentan sus elementos deaccin y rganos de propaganda. (LENTON 1994:m.i.)

    A este respecto, apreciaciones ambivalentespueden en verdad coexistir en un mismo sujeto.Cabe aqu introducir dos intervenciones del Ministrodel Interior Joaqun V. Gonzlez con cierta extensin,porque muestran un interesante cuadro acerca de lacomposicin del pas sobre la que se cree opera (ydebe operar) el melting pot. Dice el Ministro al hablarante el Senado en 1913:

    El hombre culto y civilizado, el hombre europeo, en elsentido histrico de la palabra, es ms valor productivoque el hombre inferior, que el hombre de razamezclada, mestiza. Y dir, de paso, para evitar cualquiersuposicin por ah fuera, que cuando hablo de razasinferiores, lo hago a toda conciencia, porque yo no soyde los que sostienen que todos los hombres soniguales, sino en un sentido poltico. Son desiguales lasrazas, como los hombres de cada una de ellas entre s,y en esa desigualdad consiste la riqueza, y la variedadde vida del gnero humano, y la ley de su progreso []Bien, las razas inferiores, felizmente, han sido excluidasde nuestro conjunto orgnico; por una razn o por otra,nosotros no tenemos indios en una cantidad apreciable,ni estn incorporados a la vida social argentina. Notenemos negros; los que se introdujeron, en abun-dancia, en tiempos anteriores, en la poca de Rosas,han desaparecido tambin; no se avienen a nuestromedio social, y si existen algunos adventicios de otrasrazas son en cantidad insignificante, de un valor simple-mente individual; y no forman el fenmeno social desu incorporacin a la sangre colectiva, de esta futuraraza argentina que se est formando aqu. Queda, pues,el elemento puramente blanco, venido de Europa consus sentimientos de civilizacin secular, para renovarseen nuestra tierra por la transformacin propia que expe-rimenta el cambiar de clima, de medio de trabajo, etc.(LENTON 1994:m.i.)

    A su vez, fue este mismo Ministro quien en 1904defendiera ante diputados opositores la sancin dela Ley de Residencia, argumentando que las medidasrestrictivas de la inmigracin son procedentes:

    [] por razones de alta significacin social, econmicay poltica. Social porque la inmigracin irrestringida traeelementos tnicos inconvenientes para el progreso dela raza; econmica, porque la inmigracin de estos

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  • elementos despreciados por sus propias leyes e insti-tuciones rebajan las condiciones de vida y hacen impo-sible el cumplimiento de los destinos sociales poraqullos que practican las leyes econmicas en formasproporcionadas y normales; y poltica, porque el poderpblico est interesado en mantener el equilibrio de lasdistintas fuerzas sociales y en velar porque ellas sedesenvuelvan en el sentido de un progreso visible,permanente y nunca interrumpido de los elementosque han de constituir la nacionalidad presente y futura.(LENTON 1994:m.i.)

    En suma, se advierte en Gonzlez una racializacinque define tanto los contornos de los otros internoscomo los de una nacionalidad en construccin haceque Indgenas y Negros (eventualmente amarillos)queden excluidos de toda mezcla, mientras que losInmigrantes sean elemento central de la misma. Sinembargo, no cualquier Inmigrante. Hay en este colec-tivo elementos tnicos inconvenientes cuyoingreso desvirtuara la alquimia de un caldero que esa la vez racial, cuanto de clase y poltico-ideolgico.

    Hacia finales de la dcada de 1930, la actitud anti-inmigrante vuelve a prevalecer en un contexto des-bordado por la crisis econmica interna, y sensible porlas tensiones sociales y el surgimiento del nazismoen Europa. Es a este respecto interesante cmo laconversin de inmigrantes en extranjeros o suespecificacin como refugiados (rtulos stos queincrementan el umbral de alteridad) va de la mano deuna especie de suavizacin de las distancias con losindgenas. Veamos.

    Hacia fines de los 30, la imagen de que Argentinaes un pas despoblado (o falto de un caudal humanoen consonancia con su rea y capacidad de produc-cin como dice el presidente Ortz frente al Con-greso) an se ve como una de las cuestiones argen-tinas ms graves y urgentes en lo social y lo econ-mico. Preocupa por tanto a parte de las elites morales(especialmente socialistas) dos cosas. La consolida-cin de latifundios en Patagonia muchas veces coningreso de capitales extranjeros mayormente brit-nicos y el paradjico descenso del caudal migratorioque en 1937 slo asciende a poco menos de 25'000personas.

    En 1939 se produce en la Cmara de Diputadosuna interpelacin a Ministros del Poder Ejecutivopor el fracaso numrico de la poltica inmigratoria 16.El congresal Horne los acusa de poner demasiadastrabas y exhorta a levantarlas. Basa su llamamientoen la idea de que la consolidacin del tipo argentinocomo base de un pueblo joven, renovado, traba-jador, audaz e inteligente depende del aporte de unconjunto de razas y de pueblos. Pero de qu razas ypueblos hablamos ? Seguimos viendo que esta aper-tura no se ha modificado demasiado respecto depocas anteriores. Por un lado, cita a Jos Ingenieros,cuya lectura histrica del perodo 1852/1910 inter-preta la vida nacional como una lucha entre el esp-ritu hispano-indgena de la colonia espaola y esprituargentino de la revolucin, en la cual la civilizacineuropea y la raza blanca afirman su predominio.Adems, Horne enfatiza lo injusto de las trabas habidacuenta de que no estaban llegando a nuestro pascontingentes de la India, de razas negras y amarillas

    como s ocurra en EE.UU., Canad y Australia, impul-sando a estos pases a regular su inmigracin.

    En el marco de ambas cuestiones (formacin delatifundios y despoblamiento del pas), diputadoscomo Montagna emprenden una estrategia dedefensa de las poblaciones indgenas 17. Oponindosea los motivos esgrimidos por el Poder Ejecutivo paraordenar el desalojo de varias familias indgenas detierras reservadas por decreto para ellos aos atrs concretamente, se adujo que los aborgenes encuestin no eran argentinos sino chilenos el dipu-tado Montagna presenta evidencias para demostrarno slo que los indgenas forman de derecho partedel colectivo nacional, sino que merecen esa inclu-sin quizs ms que otros sectores, porque ademsson patriotas. Ambas cosas le permiten denostar undesalojo que ruboriza por la iniquidad que se hacometido con estos indgenas.

    Las evidencias presentadas operan en variasdirecciones. Primero, las familias desalojadas son delpas. Muchos de sus integrantes han hecho elservicio militar, demostrando as su cumplimiento delas obligaciones formales del ciudadano. Incluso, noslo es mentira que sean personas faltas de hbitode trabajo, sino que ellos mismos construyeronuna escuela en tierras de la comunidad que fueraquemada durante su desalojo. Por ltimo, sirvieronde testigos en un fallo arbitral del rey ingls EduardoVII, fallo que desoy el reclamo chileno por la mani-festacin que estos indgenas hicieron de quequeran pertenecer a la Argentina.

    Acto seguido, Montagna enumera no slo una seriede muestras de desatencin por parte del gobierno,sino tambin prcticas de particulares ambiciosos dela zona, que buscan aumentar sus tierras y ganadoesquilmando a los indgenas. Ve todas estas prc-ticas como indicadores alarmantes de la direccin enque se estn cristalizando las poblaciones regionales,proceso en el cual los inmigrantes cumplen, segn l,tambin un rol preocupante. Dice Montagna:

    Al paso que vamos, si los verdaderos dueos de esasregiones son expulsados, suceder lo que la Comisinha visto en Puerto Deseado y puede confirmar el seordiputado Agulla, que est presente. En Puerto Deseadose pens fundar hace algunos aos un 'crculo de resi-dentes argentinos' porque result que todos eranextranjeros y cuando el diputado Agulla pregunt en la

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    16 Los debates de la poca en torno a las polticas inmi-gratorias pueden verse en LENTON (1998).

    17 En 1939, Montagna ingresa a la Cmara dos proyectos.Uno de ellos consiste en un pedido de informes al PoderEjecutivo, para que explique por qu autoriza por un decretode 1937 a la Direccin de Tierras a trasladar a las familiasde la tribu Nahuelpan a Colonia Cushamen, a ColoniaGualjaina o a otros puntos del territorio, a fin de proceder alfraccionamiento en lotes y entrega a pobladores de la zonade las tierras as desocupadas. El otro busca de la Cmarade Diputados una declaracin expresando que la mismavera con agrado que el Poder Ejecutivo suspendiese tododesalojo de indgenas que habitan campos consideradosfiscales, hasta que el Honorable Congreso haya dictado laley de amparo al indio argentino. Ambos proyectos seexaminan en BRIONES y LENTON (1997: 311)

  • escuela ms importante, frente a la estacin de ferro-carril [] luego que los nios cantaron el HimnoNacional en forma descolorida [] cuando el diputadoAgulla dijo: levanten la mano los que son hijos de espa-oles, de los cien la levantaron noventa y nueve. Quieredecir que los habitantes de Puerto Deseado son en suenorme mayora extranjeros. No digo esto como unataque a los extranjeros, bienvenidos sean ellos alaborar nuestra grandeza [] si a los verdaderamenteargentinos se los va eliminando de sus propias tierraspor los extraos a la Patagonia, slo quedarn extran-jeros y bonaerenses. (BRIONES y LENTON 1997:311)

    Partiendo entonces de la idea de que quienespueblan la regin del sur deben tener ms posibi-lidades de permanecer en ella que quienes vienen deotros pases u otras partes del pas, Montagna poneal descubierto fracturas categoriales en el seno deuna nacin que tiende a presentarse como homo-gnea. Precisa as dos colectivos: los extraos a laPatagonia y los que en contraposicin deben serconsiderados verdaderos argentinos en el lugar.Adems de los Inmigrantes (a quienes llama extran-jeros) es ajena a la Patagonia tambin su prole, a laque no cataloga de argentinos sino de hijos deespaoles. Curiosamente tambin, hace jugar comoextraos a los bonaerenses. As, verdaderosargentinos de y en la Patagonia son tanto los ind-genas (verdaderos dueos de esas regiones) querecibieron tierras reservadas, como los nacionalesque especficamente hayan nacido en ese suelo.A diferencia de los colectivos enunciados por unageneracin del 80 que buscaba antes que nada y casiexclusivamente nacionalizar, el discurso de Mon-tagna evidencia ya un intento por regionalizar lapoblacin, aunque falten ms de dos dcadas paraefectivizar la provincializacin de la zona.

    Obviamente, las intervenciones del diputado nolograrn torcer una discursividad hegemnica que andesestima al indgena. As, cuando el Ministro de Agri-cultura Jos Padilla acude a la interpelacin de 1939para explicar las causas del descenso inmigratorio, elfuncionario encuentra la manera de responsabilizar deun cierto estado de cosas actual a los Indgenas perotambin a los Inmigrantes. Respecto de los primeros,el Ministro reitera muchas dcadas despus los argu-mentos centrales de la conquista del desierto posi-bilitada por la hegemona roquista:

    Sus caractersticas raciales, sus hbitos, sus costum-bres, y su estado de cultura, los mostraba ineptos paraexplotarla [tierra] y mantener una vida de relacin.Aparte de ser una constante amenaza, eran la negacinde todo progreso; no era posible contar con su concursoen el esfuerzo que se necesitaba desplegar para asentarla libertad poltica en el desarrollo econmico social quese buscaba. (LENTON 1998:146)

    En cuanto a los inmigrantes, Padilla centra la expli-cacin del descenso inmigratorio en la situacincoyuntural de los pases expulsores de poblacin, enla crisis econmica interna que se vivi de 1931 a1935, as como en la forma en que fue resulto enArgentina el problema agrario. No obstante acabaresponsabilizando a los extranjeros por el fracaso de

    la gesta roquista, al sostener que la conformacin delatifundios y el escaso poblamiento de Patagonia fueresultado de que la inmigracin no se radicase de lamanera esperada y se concentrara en las ciudades,regresase a su pas de origen, e incluso mostrasebaja productividad o un ritmo lento de asimilacincultural. Para justificar adems las restricciones inmi-gratorias, el Ministro Padilla explicita razones para elrechazo de ciertos contingentes, haciendo una distin-cin entre inmigrantes y refugiados que le sirvede base para mostrar cul es el problema que enverdad se pretende evitar al pas: conformarse comouna sociedad con minoras. Afirma concretamenteel ministro:

    La corriente humana que bajo el ambiente hostil deciertos pases de Europa busca una salida desesperadahacia los pases libres de Amrica no es una corrienteemigratoria en el sentido econmico de la palabra. Elinmigrante es aqul que abandona por su propiavoluntad su pas de origen con un plan econmico paraser cumplido en el pas de eleccin. Pero el indeseable,el expulsado, el refugiado poltico, el refugiado racialque huye de Alemania, de Austria, de Italia, de Espaano es un inmigrante [] Ser un error aplicar a esacorriente humana el criterio a la vez generoso y utilitarioque hemos aplicado hasta hace muy poco tiempo []Crearamos ncleos de desasimilados, crearamosentre nosotros el grave problema de las minoras.(LENTON 1998:147-148)

    En suma, los sectores que en esta poca reclamanel liderazgo moral e intelectual en Argentina siguenrepitiendo viejos clichs. La fraccin de las elitesmorales con una posicin ms pro-indgena nueva-mente la justifica no tanto por una cuestin derespeto al aporte cultural hecho por estos ciudadanos,como por la necesidad de respetar los acuerdos deuna democracia formal que no puede aceptar el tratodesigual a nadie que fuera lo suficientementepatriota. Otra vez, la defensa de los indgenas no seenuncia a partir de la posibilidad de que los mismoshayan aportado valores propios a esa idea de Patria,sino a su predisposicin para mostrarse practicantesde valores nacionales. Respecto a los Inmigrantes,vuelve a quedar claro que la entrada al melting potno est abierta a cualquiera, aunque se hace muyexplcito que a veces el establecimiento de tiposde otros internos no surge slo de su procedenciasino tambin de sus motivaciones. Sobre esta basese explica la defensa de unos (verdaderos inmi-grantes) y el rechazo de otros (los refugiados).

    Como reconstruye Diana LENTON (1998), habr porcierto voces que denuncien en esa poca que afirma-ciones semejantes se basan en el prejuicio racial. Detodos modos, sigue primando la perspectiva quehace de la polaridad Civilizacin/Barbarie una clave delectura privilegiada de la vida nacional que justificavarias cosas. Entre ellas, promover una mezcla selec-tiva, no slo destinada a evitar la formacin de mino-ras, sino fuertemente orientada a promover laconstitucin de la futura raza argentina que todavasigue sin aparecer. En los albores de la incorporacinpoltico-social extendida que promover el presidenteJuan Domingo Pern para hacer de los humildesdescamisados criollos e indgenas sin distincin

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  • parte medular del pueblo argentino (CARRASCO1991), el diputado oficialista Vicente Solano Limaseguir insistiendo que todava nuestro pas estluchando contra el desierto y que esto es la luchaeterna por la civilizacin y la cultura. En vez de desa-fiar la marcha de las polticas poblacionales, hace unllamamiento alertando de que todava hay que trabajarpara concretar el crisol de razas. Pide as a la dirigen-cia dar

    al pas un rgimen orgnico que permita incorporar alas venas de nuestra nacionalidad, sangre trada de lasmejores culturas y de las mejores civilizaciones,pasando por el proceso de seleccin necesario parapoder eliminar aqullos grmenes que seran nocivospara el desarrollo de esta conjugacin de razas, de lacual saldr el arquetipo de la futura raza argentina.(LENTON 1998:153)

    Aunque varios pases han apelado a la ideologa delmelting pot como argumento estructurador deldiscurso nacional, no todos organizaron ese crisoldel mismo modo. Tratemos de pasar ahora en limpioalgunas regularidades en las construcciones dealteridad que surgen de las triangulaciones exami-nadas, para pensar cul sera la idiosincracia delcrisol de razas argentino.

    Secretos de una buena fragua:alquimistas, ingredientes y cerrojos

    Algunas de las peculiaridades del melting pot argen-tino derivan de que el mismo se ha ido fraguando enmedio de una paradoja constitutiva: la de pensar alpas como uno que, a diferencia de otros, no tieneproblemas raciales ni racismo, promoviendo almismo tiempo una matriz de diversidad fuertementeracializada y profundamente asimtrica.

    El difundido dicho de que los peruanos vienen delos incas, los mejicanos de los aztecas, y los argen-tinos de los barcos apunta precisamente a corro-borar la creencia tan claramente explicitada por elMinistro Gonzlez en 1913: en Argentina no haynegros 18, y casi no hay indios. Por tanto, los aportesde alteridad quedan mayormente en manos europeas.

    Sobre esta base, otras consideraciones del Ministroponen de manifiesto el carcter racializador y asim-trico que dirime relaciones entre los distintos colec-tivos. En palabras de Gonzlez, la igualdad en unsentido poltico no obsta que exista una raza europea,culta, civilizada, y directamente superior, con un valorproductivo mayor que el de la raza mezclada omestiza. Esta constatacin permite adems legi-timar desigualdades sociales, en tanto factor quemuestra y resulta de la riqueza y variedad del gnerohumano y evidencia la ley del progreso.

    Obviamente, no todas las construcciones de alte-ridad que hemos visto racializan colectivos socialesde manera igualmente explcita, pero a pesar de lasvariaciones sealadas vemos que, en trminos gene-rales, prima una alquimia orientada a obtener unanueva raza o tipo argentino bsicamente blancoy europeizado, basado ms en valores universalesligados a la civilizacin, que en una mezcla original de

    aportes de diferentes procedencias por ejemplo,indgenas, afro y portuguesas como en Brasil. Esaalquimia confa en el potencial homogeneizador delprogreso en tanto vector que franquea el paso aalgunos y excluye de cuajo a quienes no se vislum-bran capaces de reconvertir su diferencia, desambi-guar sus lealtades y, con el tiempo, invisibilizarse enla comunidad imaginada como limitada y soberana.

    A su vez, ese caldero argentino tampoco muestralas mismas condiciones de reciclado de aportes paratodos los que ingresan en l. Ms bien, plantea uopera en base a distintas posibilidades de fundicin,incluso respecto de las colectividades de origenextranjero (todos los hombres del mundo) que sonlas que fueron globalmente bienvenidas. Ha resultadoen principio ms palatable el aporte espaol o italianoque, por ejemplo, el judo o el japons.

    Respecto de los Indgenas, eventualmente el crisolles abri una puerta minscula de entrada, pero insta-lando una asimetra fundante anclada en racializa-ciones ms sostenidas e insidiosas. Ello se advierteni bien ponemos en relacin formas prevalentes deconstruir la alteridad aborigen y formas de construirla de los Inmigrantes, formas que fijan estndaresdobles para evaluar la membreca en o desadscrip-cin de uno y otro colectivo (BRIONES 1997 y 1998a).

    Concretamente, mientras desde el imaginario de lanacin a los Inmigrantes les cupo con el tiempoargentinizarse, una argentinizacin equivalentetiende a definirse entre y para los indgenas comoblanqueamiento. Si este concepto no se aplica acolectividades de origen extranjero no es porque sualteridad no est racializada en definitiva, sonsupuestamente blancos sino porque ya sonblancos. Respecto entonces del nosotros nacional,su cuota de alteridad est etnicizada.

    La alteridad de los indgenas, en cambio, requierede una reconversin ms profunda de esencia, msque de grado para acceder a ese nosotros. Tanprofunda que se piensa irreversible. Por eso, mientrasa los Inmigrantes nunca se les niega por completo suderecho a adscribirse como descendientes de trazando y conservando incluso ms de una lnea defiliacin se espera que quienes se presentan comodescendientes de indgenas expliciten en un puntode qu lado preponderantemente estn si del ind-gena o del no indgena pues no se puede serambas cosas a la vez. Adems, si optan por el ladoindgena pero presentan un aspecto sospechosa-mente modernizado es factible que se pongan enduda los mviles o licitud de semejante adscripin.

    En relacin a esto, resulta tambin curiosa lamanera que en Argentina ha tendido a concebirse laidea de mestizaje. No es que lo mestizo no quedaraeventualmente dentro de la nacin. De hecho, la cate-gora Criollo inscribe una idea de hibridez hispano-indgena que marca esa interioridad. Lo que no haocurrido es que esa idea sirviera de pivote paraestructurar la identidad nacional en base a un modelode nacin mestiza. As, y al menos en trminos

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    18 Aunque, somo analiza SEGATO (1991), la desaparicinde los negros en Argentina fue antes ideolgica que demo-grfica.

  • comparativos, en Argentina el mestizo est catego-rialmente ms cerca del indgena que del no indgena,pues prevalece un principio estricto de hipodescen-dencia que hace a que la categora marcada (en estecaso, lo indgena) tienda a absorber a la mezclada.Y esa cercana parece manifestarse de dos modos.

    En un sentido histrico, se ha avalado en base a uncriterio de hipodescendencia la subestimacin demasas criollas que no se consideraban ya aborgenespero tampoco argentinos completamente acepta-bles. En usos contemporneos, ese principioredunda en que sean muy pocos los (auto)adscriptoscomo mestizos y en que, los que lo son, quedencategorialmente ms cerca de lo indgena que de loque no lo es. En otras palabras, la hipodescendenciaconlleva en este caso que uno sea ms como suprogenitor indio que como su progenitor noindio. Esta idea de mestizaje muestra entonces unaracializacin distinta a la que opera para otros gruposy evidencia que no para todos ellos valen los mismosprocesos de desmarcacin o invisibilizacin en lacomunidad nacional. Por alguna razn, nadie llamaramestizo a quien es hijo de euroargentinos dedistintas colectividades.

    Esta lgica de clasificacin y de transformacinreinscribe, en verdad, una de fuerte jerarquizacin deotros internos que fue dirimiendo en su momentoingredientes y formas de incorporacin a la mezcla.Por un lado, los Indgenas no entraban a la fundicincomo tales, no porque no los hubiera en absoluto(como supuestamente era el caso de los Negros),sino porque su tipo de alteridad requera que lospocos que haba ingresaran ya civilizados, estoes, acriollados. Por eso, las colonias, reservas omisiones se pensaban como paso intermedio a ladesaparicin, asimilacin o invisibilizacin. Pero para-djicamente, los Criollos entran al crisol en una posi-cin tambin devaluada, que ya se haba empezadoa cristalizar hacia 1837 y parece seguirse agudizandocon el tiempo.

    En realidad, pareciera que buena parte de esteproyecto de ingeniera social no ha hecho en Argen-tina ms que apuntar a mejorar estas cepas con lascuales las elites locales no se queran mezclar. Portanto, su mejoramiento deba venir de afuera. Y essto lo que claramente diferencia este crisol argen-tino de un melting pot como el estadounidense, quebusca ms bien absorber (subordinar) la diferencia delos alctonos su etnicidad en y desde lo WASP(lo Blanco Anglosajn Protestante) como supuesta ysuperior no etnicidad (BANKS 1996).

    En Argentina, los Inmigrantes aparecen en cambiocomo aquellos cuyo aporte consiste en incorporar esasangre que mejorar, que domesticar una dura-dera cuota interna de indomable barbarie, aunqueobviamente tambin se espera de ellos que se subor-dinen a la nacionalidad. Pero este subordinar su aportea la nacionalidad juega siempre en tensin con unasensacin de carencia, con la conviccin de que nohay un elemento local con atributos socioculturalescapaces de (o adecuados para) timbrar con suimpronta distintiva la consistencia de la mezcla quefijara la nacionalidad. Esto se vincula con lo que diag-nostica SEGATO (1991: 265) como propio del nation-building argentino, cuando habla de una identificacin

    nacional liberada de un contenido tnico particularcomo centro articulador de la identidad identificacinprogesivamente basada en un patriotismo constitu-cional que ir inscribiendo en el proceso prcticas dediscriminacin generalizada que harn que toda pecu-liaridad idiosincrtica llame la atencin.

    En todo caso, los Inmigrantes no quedan exentosde mcula tampoco, aunque otra de las conviccionesfundantes en que se bas la ideologa argentina delcrisol sea la de que el mismo se ha basado en lagenerosidad y en la falta de prejuicio respecto detodos los hombres del mundo que quieran habitarel suelo argentino. As, no slo se procur evitar elingreso de los no europeos (especialmente amari-llos). Se busc tambin activamente que algunos deesos europeos quedasen afuera: los portadores deideas forneas eufemismo frecuente para aludiral comunismo debin permanecer al margen. Unaltima cita muy ilustrativa a este respecto.

    En el marco de un debate para la aprobacin en1910 de la Ley de Defensa Social que permite encar-celar a disidentes polticos (fuesen extranjeros onacionales), el Diputado Ayarragaray busca matarvarios pjaros de un tiro al momento de enumeraruna lista de indeseables. Adems de los anar-quistas, propone tambin excluir

    [] la inmigracin amarilla que estamos amenazadosde recibir [] En este sentido, debemos proceder consentido cientfico. Nosotros no necesitamos inmigra-cin amarilla, sino padres y madres europeas, de razablanca, para superiorizar los elementos hbridos ymestizos que constituyen la base de la poblacin delpas y que posiblemente son de origen amarillo.(LENTON 1994:m.i.)

    La novedad de este testimonio respecto de otrosya vistos es menos la racializacin que abarca e infe-rioriza a los mestizos o criollos respecto de otrosargentinos, que la claridad con que muestra la lgicahipogmica. Los criollos deben ser superiorizadosporque son fruto de una mezcla hispano-indgenadonde el componente indgena racialmente subva-luado aqu, adems, en base a la atribucin deorgenes transpacficos, i.e., amarillos contaminay arrastra hacia abajo al que por s mismo est unpoco mejor valuado (lo espaol).

    En todo caso, esta economa poltica de la diver-sidad altamente restrictiva y racializadora ha alimen-tado creo dos imgenes que operan fuertementea nivel de sentido comn y de discurso poltico expl-cito. Por un lado, mientras el fruto de una mezclaexitosa de ingredientes adecuados es lo que con-forma una clase media extensa y slida que hasido motivo de orgullo y parte central del argumentode excepcionalidad para tantos argentinos, la exis-tencia de criollos inadecuadamente procesados porel melting pot permitir explicar, por el otro, cmo esque un pas totalmente blanco y europeizado se llenade pronto de cabecitas negras.

    La categora de cabecita negra es sin duda unefecto complejo de la economa poltica de la diver-sidad en Argentina, un hbrido que muestra tanto laextensin y selectividad de la lgica hipogmica,

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  • como la temprana y sostenida tendencia a alterizarbarbarizando no slo a quienes se procura excluir delnosotros nacional, sino tambin a una parte signifi-cativa de los que quedan incluidos. Por ello en untrabajo anterior (BRIONES 1998b) proponamos ver aquienes se toman como referente de esta rotulacincomo subordinados ms o menos tolerables, unpropio del pas que, a diferencia de otros otrosinternos (los negros a secas, los indgenas o losinmigrantes) se puede alojar en los mrgenes socialespero no expatriar de los confines geosimblicos de lanacin. En tal sentido, la argentinidad del cabecitanegra siempre ha sido embarazosa a los ojos hege-mnicos, en trminos de aspecto, de adscripcin declase, de prctica cultural. Esos ojos los ven como lacara vergonzante de la nacin porque, siendo partede ella, dan muestra de inadecuaciones ya de soma-totipo (rasgos indgenas, por ejemplo, heredados deuna poblacin autctona supuestamente extinguida),de actitud (falta de cultura en el sentido de puli-miento), de consumo y esttica (chabacanera), deespacialidad (villeros, ocupas ilegales), de hbitosde trabajo (desocupados, criminales). As, el cabe-cita negra surge como el entenado vergonzante quese interpela como tal dentro de la familia, pero delque no se habla frente a terceros. Ante stos, haoperado ms bien como el esqueleto a esconder enel ropero.

    Al momento entonces de sintetizar cmo ciertascadenas de equivalencia recurrentes articulan lassobredeterminaciones de sentido preponderantes esto es, las ideas-fuerza que generan consistenciasque nunca neutralizan del todo las mismas ambige-dades y contradicciones que instalan y procuranenmascarar (HALL 1985), sugerira que el peso delconjunto de imgenes que atribuyen una calidadpotencialmente falente o efectivamente fallada amuchos de los ingredientes (y a algunos de losproductos) del caldero de razas argentino ha ido apor-tando consistencia a otra significacin dominante. Lamisma se basa en la conviccin de que, a pesar de lahomogeneidad declamada, el crisol que se tomacomo anclaje sociolgico innegable de la nacionalidadnunca termin de fundir del todo el tipo argentinoesperado. Por eso, en el pas que se ha jactado hist-ricamente de ser el enclave europeo en y de Latino-amrica, los indios nunca terminan de desaparecer yla ausencia de negros contrasta con la abundancia decabecitas negras. Por eso, en el pas abierto a todoslos hombres del mundo que quieran habitar el sueloargentino, los hijos de inmigrantes de pases lim-trofes se siguen viendo como bolivianos o peruanosque extreman las inadecuaciones atribuidas a ciertosnacionales, aunque permitiendo externalizarlas.

    Sugerira a su vez que estos distintos indicios deque la argentinizacin ha sido tan inevitable comoincompleta animan otra de las certezas en la que ccli-camente se asienta un sentido comn generalizadopara llenar la brecha existente entre las supuestasventajas comparativas del pas que se viven comoinusuales y los recurrentes desencantos y senti-mientos colectivos de frustracin. Me refiero a laconviccin de que los males provienen de un devenirque no dio como resultado ms que una identidadnacional dbil y un sentimiento patritico exiguo.

    Como si el paso del tiempo hubiese aportado unasuperficie de emergencia diferente al fantasma invo-cado por las elites morales decimonnicas, en tantoel fracaso no remitira ya a la nacionalizacin de losextranjeros, sino a la de los propios nacionales.

    Duro de matar

    A pesar de las transformaciones, qu quedavigente de una economa poltica de la diversidad tanreacia a contener y convivir con la diferencias ?Desgraciadamente, bastante. Entre algunos sectores,dicha lgica no slo funciona casi sin retoques, sinoque a veces extrema an ms los umbrales de alte-ridad.

    Al inaugurar el Congreso Nacional de Historia sobrela Conquista del Desierto, que se hiciera en Gral. Roca(Ro Negro) durante el mes de noviembre de 1979, elentonces Ministro del Interior Gral. de Divisin AlbanoHarguindeguy da un discurso de bienvenida a losexpertos participantes, aprovechando para desambi-guar el sentido de eventos fundantes para eldevenir nacional:

    En nuestra historia, lo que se ha dado en llamar laConquista del Desierto ofrece, como pocos, las carac-tersticas de un proceso que, inicindose con la llegadaal Ro de la Plata de los colonizadores espaoles, marcasu impronta en los aos 70 del siglo XVIII, cuando elVirrey Ceballos reconoce la existencia de una fronterainterior, determinada por la oposicin del salvaje alavance de la civilizacin, y finaliza en 1913, cuando elTeniente Coronel Rostagno encabeza la ltima expedi-cin al Chaco. Este largo perodo, lleno de numerosasacciones de todo tipo llevadas a cabo por hombres ymujeres, por argentinos y extranjeros imbuidos de unmismo espritu, por hroes nominados o no por la his-toria, ofrece al estudioso infinitas facetas para aden-trarse en su desarrollo y producir cultura [] LaConquista del Desierto fue la respuesta de la nacin aun desafo geopoltico, econmico y social. La campaade 1879 logr expulsar al indio extranjero que invadanuestras Pampas, dominar poltica y econmicamenteel territorio, multiplicar las empresas y los rendimientosdel trabajo, asegurar la frontera sur y poblar el interior.Solucionando un problema de siglos, se constituy enla base del Proyecto Poltico que gobern al pas []y por el cual se configur al Estado [] En 50 aos, laRepblica se desarroll hasta ser uno de los primerospases del mundo, por la gracia de Dios y la visin yaccin de sus hombres. (Academia Nacional de laHistoria 1980, tomo I: 42-3)

    El valor testigo de esta cita pasa por dos cosas.Primero porque, a pesar del tiempo transcurrido, essorprendente la fidelidad con que un militar y funcio-nario de la ms cruenta dictadura militar que padeciel pas retoma signos ideolgicos (como los deDesierto o fronteras internas) que cien aosantes le permitieron a otro militar, Julio ArgentinoRoca, legitimar la territorializacin cruenta del estadoy un cierto orden poltico. Recordemos simplementeque en su mensaje presidencial de 1885 al CongresoNacional, Roca informaba del xito de las expedicio-nes militares a las tierras de indios

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  • Quedan, pues, levantadas desde hoy las barrerasabsurdas que la barbarie nos opona al Norte como alSud en nuestro propio territorio, y cuando se hable defronteras en adelante, se entender que nos referimosa las lneas que nos dividen de las naciones vecinas, yno a las que han sido entre nosotros sinnimos desangre, de duelo, de inseguridad y de descrdito parala Repblica. (DIP 1991: 205)

    Podra pensarse que opera en ello algo ligado auna especie de tradicin castrense. Sin embargo,hay bastante ms. Vimos que sectores civiles hantambin compartido la autora de signos claves en lanarrativa maestra que estructura la Historia Oficialargentina.

    En segundo lugar, el valor de esta cita tambinpasa por que, a pesar de su brevedad, las frases deHarguindeguy pintan con trazo fino un principio que,extremando umbrales de alteridad, sigue siendoclave para jerarquizar otros internos. Concretamente,que la extranjera opere como alteridad porosa ocomo fisura radical depende menos del lugar deprocedencia que de plantear intereses antagnicosrespecto de lo que se trace como destino de laNacin.

    As, realineando aloctonas imputadas indioextranjero y (slo) extranjeros Harguindeguyinstala un enfrentamiento irreconciliable entre dosbandos/espacios sociales. De un lado, ubica la gene-aloga de un nosotros que sorprendentementeatraviesa casi sin fisuras las etapas colonial y repu-blicana, y se amplia para reunir a argentinos y extran-jeros imbuidos de un mismo espritu el de lacivilizacin que los mancomuna tras un desafocomn: desalojar al indio extranjero que incursio-naba en nuestras pampas. Los indgenas en cambioaparecen como antagonistas que quedan empla-zados tanto en el confn exterior de la gesta patri-tica como en el pasado pues, en todo su discurso,Harguindeguy no hace ninguna mencin a losmuchos indgenas que siguen viviendo en la provinciaanfitriona del encuentro y an hoy se consideranvctimas y sobrevivientes de esa Campaa.

    A su vez, esa gesta no slo se fija como nicaposible en su momento, sino como gua de pasosfuturos, como queda claro cuando el General exhortaa los participantes del Congreso a que:

    [] vueltos a sus roles ciudadanos y como eruditos dela historia, difundan incansablemente las enseanzasque la misma nos brinda [] [porque] Son ustedes,quizs, los ms indicados para conformar el espritunacional y tienen, en el tema que hoy nos ocupa, unafuente inagotable de inspiracin. (Academia Nacionalde la Historia 1980, tomo I: 42-3)

    El hecho de seguir buscando conformar el esp-ritu nacional en base a lecturas de este tipo alarma.Y alarma porque muestra cun activa est an unaeconoma poltica de la diversidad que fija un umbraltan bajo de alteridad tolerada y un umbral tan alto deuniformidad requerida para ingresar al nosotrosnacional. Y esto no slo es un problema de quienesavalan de palabra y obra regmenes autoritarios.

    Supuestamente, mucha agua ha corrido bajo elpuente. La reforma constitucional de 1994 ha reco-nocido la preexistencia de los pueblos indgenas, yconvierte en atribuciones del Congreso: garantizar elrespeto a su identidad y el derecho a una educacinbilinge e intercultural [] y la posesin y propiedadcomunitarias de las tierras que tradicionalmenteocupan, entre otras cosas.

    Aunque prima la opinin de que este reconoci-miento es operativo, los pasos dados hacia su imple-mentacin son an insignificantes. Si para algunos esslo una cuestin de tiempo, la demora muestra param la persistencia de construcciones de aborigina-lidad y nacin que ofrecen resistencias profundasal cambio, incluso entre quienes clamando liderazgomoral e intelectual en tiempos de globalizacin yneoliberalismo supuestamente deben abrevar en laFilosofa y convertir el sentido comn en buensentido. O acaso debe verse como un olvidoingenuo que los constituyentes de 1994 incorporaranuna serie de clusulas contra la discriminacin perodejaran intocado el artculo 25 que todava habla defomentar la inmigracin europea ?

    Bibliografa

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