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BÚSQUEDA : Escucha, Israel. Escúchanos, Señor. Cesare Giraudo. Búsqueda. Siempre se busca cuando se siente que se ha perdido algo o cuando se quiere encontrar algo que no se tiene, aquí reconocemos falencias de algo que no tenemos ni hemos tenido, lo podemos ver en el otro, aprendizaje vicario de búsqueda. Dos variantes de búsqueda consecuencialmente puede ser el hallar o innovar. Ambas son parte del encontrar. Dios, reúne estas características cuando se oculta y nos invita a innovar sobre Él. Por su parte, generalmente se esconde. «Verdaderamente Tú eres el Dios que te escondes: el Dios de Israel» (Isaías 45:15). Nunca está lo suficientemente cerca para que no lo podamos considerar posesión nuestra. Él nos tiene y no únicamente nosotros Él. Tampoco se encuentra lo suficientemente lejos de ahí la alegría genuina de poder reencontrarnos. El problema es que, aunque sabemos que esta no sabemos dónde, reza en Génesis «estabas aquí y no lo sabía» (Gén. 28:16). Buscar a Dios es un proceso humano. Buscar a Dios cuando desaparece es un proceso divino del hombre. Es este último un proceso doloroso, porque para buscar hay que reconocer que se ha perdido, y para encontrar no hay más remedio que crear a Dios en lo humano, para salir a su búsqueda, todo lo que podamos crear, será creación nuestra y no será propiamente Dios. Puede y que nuestra creación nos consuele, a eso podríamos llamarle milagro. Pero cuando lo que se pierde y lo que se encuentra no es Dios, nos invita a preguntarle a Dios ¿por qué lo perdí? ¿Por qué no lo puede encontrar? ¿Dónde está? Has de preguntarle cual es la posición que tomas como Dios ¿Y Tú dónde estabas? Siempre y cuando la responsabilidad de retener no sea la nuestra, sino la suerte de un Destino. Es así como se comienza a buscar lo que se pierde y se busca lo que no se tiene.

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BÚSQUEDA:

Escucha, Israel. Escúchanos, Señor.

Cesare Giraudo.

Búsqueda. Siempre se busca cuando se siente que se ha perdido algo o cuando se quiere encontrar algo que no se tiene, aquí reconocemos falencias de algo que no tenemos ni hemos tenido, lo podemos ver en el otro, aprendizaje vicario de búsqueda. Dos variantes de búsqueda consecuencialmente puede ser el hallar o innovar. Ambas son parte del encontrar.

Dios, reúne estas características cuando se oculta y nos invita a innovar sobre Él. Por su parte, generalmente se esconde. «Verdaderamente Tú eres el Dios que te escondes: el Dios de Israel» (Isaías 45:15). Nunca está lo suficientemente cerca para que no lo podamos considerar posesión nuestra. Él nos tiene y no únicamente nosotros Él. Tampoco se encuentra lo suficientemente lejos de ahí la alegría genuina de poder reencontrarnos. El problema es que, aunque sabemos que esta no sabemos dónde, reza en Génesis «estabas aquí y no lo sabía» (Gén. 28:16).

Buscar a Dios es un proceso humano. Buscar a Dios cuando desaparece es un proceso divino del hombre. Es este último un proceso doloroso, porque para buscar hay que reconocer que se ha perdido, y para encontrar no hay más remedio que crear a Dios en lo humano, para salir a su búsqueda, todo lo que podamos crear, será creación nuestra y no será propiamente Dios. Puede y que nuestra creación nos consuele, a eso podríamos llamarle milagro.

Pero cuando lo que se pierde y lo que se encuentra no es Dios, nos invita a preguntarle a Dios ¿por qué lo perdí? ¿Por qué no lo puede encontrar? ¿Dónde está? Has de preguntarle cual es la posición que tomas como Dios ¿Y Tú dónde estabas? Siempre y cuando la responsabilidad de retener no sea la nuestra, sino la suerte de un Destino. Es así como se comienza a buscar lo que se pierde y se busca lo que no se tiene.

También se busca lo que no se puede encontrar. Es decir, eso que irremediablemente ya no está, y nunca más estará en la condición que solíamos conocerlo. A ese dolor, a ese espacio vacío que no puede ser nunca más llenado, una ausencia irremediable, le llamamos perdida. Y es este espacio-perdida el que nos moviliza a ser llenado constantemente, moviliza la reflexión y los sentimientos tal vez esta sea la únicamente forma en que el sentimiento y la razón sean unánimes. ¿Quién puede ser feliz si muere un hijo? ¿Quién puede estar contento con esa idea? ¿A caso la madre no lo busca cada mañana en su cuarto? ¿A caso la mesa vacía no es símbolo de que algo falta y si falta quisiera que este? Job pierde sus hijos y los busca, los ve en la injusticia que sufre, tácitamente los extraña: «sus pequeños corretean como manada, sus hijos anda brincando [de alegría]» (Job 21:11). Job no está deseando el mal, ni la perdida de los hijos de nadie, él sabe que es perder un hijo, lo que se quiere es consuelo. Si él sabe, apuesto que no quiere ser sabio, aquel que conoce la organización empírica del cosmos.

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¿Por qué buscar? ¿Y qué buscar? Cómo responder esta pregunta, sacrifiquemos un poco el intelecto, «piel por piel» «pregunta tras pregunta» ¿Por qué no buscar? ¿Por qué no intentar saciar la sed? Se ansían las respuestas, se quieren ya, no porque esto sea una diabólica y mala propaganda de Dios. Si las preguntas son dignas, las respuestas no deben hacerse esperar y las personas no tiene por qué cargar con la culpa de formularlas, sobre todo si tienen a un Dios a quien injuriar, justo antes de que el tiempo se acabe, es así que Job les dice a sus amigos, urgente de Dios, «Recuerda que mi vida es un soplo» (Job 7).

Por qué buscar, sabemos por experiencias pasadas, por viejas experiencias, que Dios puede aliviarnos, nosotros queremos que sea Él y nadie más que Él. Eso está en nosotros. Creemos en Dios y queremos un Dios, en Él entendemos que esta el consuelo. Y únicamente Dios es digno de escucharnos, cuando es el único oído digno. «Yo quiero hablar con el Todopoderoso, quiero entrar en razón con Él» (Job 13:3). Se reconoce que es una conversación, es una cuestión personal que necesita ser hablada. Esta es la diferencia de «hablar de Dios» atrincherados en nuestras miserias de seguridades y de «hablar con Dios» en nuestras miserias de inseguridades. A caso como puede accionar Dios a un hombre, si este no habla con Él, del modo que sea, con las palabras que sean, aunque fuesen una blasfemia.1Hablar con alguien es invitar a alguien, hablar de alguien es perder el tiempo.

Erri de Luca, en su libro Hora Prima, escribe lo siguiente «Aquí reside la profunda diferencia entre el que cree y no cree. El que cree habla a Dios de “tú”, consiguiendo encontrar dentro de sí el verso, el grito o el susurro para dirigirse a él, el lugar, la iglesia la casa o el campo, la hora para separarse de sí mismo y orientarse a otro oriente. El que, como yo, no cree, puede hablar de esto porque lo lee en las Escrituras, lo encuentra a su alrededor en la vida de los otros, de los creyentes, pero arrastra la distancia abismal de la tercera persona, que no es solamente lejanía, sino separación».

1 Job maldijo su nacimiento con todas sus fuerzas y ha empleado para Dios un tono blasfemo irónico, habla con alguien como si ese alguien fuese un maldito, perdón que se escriba así, pero habla como si Dios fuese su maldito creador. En los versos 7, 20 habla de Dios como el «carcelero del hombre» nótzer adám, caricatura sarcástica del iótzer adám «el que ha formado al hombre». Y este según el propio Dios ha hablado nekoná «modo correcto».