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1 C entro M onseñor Romero, AÑO XXXVI, No. 687-688 mes julio y agosto d e 2 0 1 7.

C e n tr o M o n s e ñ o r R o m e r o , A Ñ O XVI, No ... · salvadoreño nacido hace 100 años en Ciudad Barrios. ... mismos rostros, asombro. Y al final, más de algunos de

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Centro Monseñor Romero, AÑO XXXVI, No. 687-688 mes julio y agosto de 2017.

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Pág. 2

MonseñorJon Sobrino

Pág. 3-4

Cien años de MonseñorJosé María Tojeira

Pág. 5-6

Homilía del padre Rogelio Ponseele en la cripta de Catedral

Pág. 7-8

Monseñor, el arzobispo que desafió al imperioJuan José Tamayo

Pág. 9-10

Tres días de peregrinaciónGregorio Rosa Chávez

Pág. 1 1-18

La travesía de los “romeristas”Víctor Peña, elfaro.net

Centro Monseñor Romero, campus UCA Bulevar Los Próceres, Apto. postal 01-168,

Antiguo Cuscatlán, La Libertad, El Salvador.

Carta a las Iglesias es una publicación de análisis de las realidades del ámbito religioso, político, económico y social

desde un enfoque cristiano.

Jon SobrinoMonseñor

Director de publicación:Jon Sobrino S.J. Diseño y diagramación: Ronald CardozaCorrección de estilo: Liliana RivasImprenta: Talleres Gráficos, UCA.

No se me ocurre mejor nombre para nombrar a aquel salvadoreño nacido hace 100 años en Ciudad Barrios.

Muchas cosas me vienen a la cabeza. Lo primero, como siempre su parecido con Jesús de Nazaret. A Jesús le llamaron “Nuestro Señor”, “Señor y maestro”... pero pronto le llamaron “El Señor”. Nosotros queremos llamar al señor Oscar Romero con la sencilla palabra de “Monseñor”.

Así es conocido en el país. En una vigilia de los mártires de la UCA, subiendo las gradas hacía el jardín de rosas, me encontré con varias escenas familiares. Una mamá llevaba en brazos a su hijito minusválido. Sonreían pues iban a ver a monseñor. La otra era más alegre: un niño de unos siete años estaba perdido entre mucha gente. Para ayudarle a que se orientase le pregunté: ¿” quién es ese señor que esta en medio de los otros hombre y mujeres de la pared”? Sin pensarlo me contestó: “monseñor”. Yo insistí: ¿” Y quién es monseñor”? Y volvió a contestarme: “monseñor”.

Esto es lo que queremos contar en esta carta a las iglesias. Con nosotros ha vivido “un monseñor”. Y para hacerlo como él era, alegre y dinámico, recordamos los tres días de marcha y peregrinación desde la catedral de San Salvador hasta su ciudad natal, Ciudad Barrios.

Le recomendamos al lector que preste atención a las fotos que cubren esa marcha de tres días. Hay de todo: jóvenes que se apresuran, mujeres que se sientan a aliviarse los pies con sus manos. Varones fornidos que miden con la mirada los kilómetros que han caminado y los que les faltan por caminar. Todos remiten al único “monseñor”. Y monseñor se hace presente en todos ellos.

Pág. 19-21

Mons. Oscar Arnulfo Romero, mártir de la esperanzaEminencia Ricardo Ezzati

Pág. 22-23

Repensando el método teológico latinoamericanoHugo C. Gudiel García

Pág. 24

Monseñor, DOCTOR DE LA IGLESIA Oscar López

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José María Tojeira, Director Idhuca

Cien años de Monseñor

Monseñor

La elección que en su honor hizo la Asamblea General de las Naciones Unidas del 24 de marzo, fecha de su muerte, como día mundial del derecho a la verdad de las víctimas le dio el valor universal que merecía su trabajo y ejemplo como pastor comprometido con los más débiles. La beatificación, cuyo proceso comenzó hace ya más de veinte años, tampoco tardó en llegar. En torno a su beatificación, antes y después, se ha ido produciendo una muy positiva evolución dentro de la Iglesia católica en El Salvador, tanto en la recuperación de su ejemplaridad como en la profundización del compromiso con los más pobres, en seguimiento del pastor.

Sin embargo, este centenario debe hacernos reflexionar sobre algunos temas vinculados a la irrupción de fuerza cristiana y de esperanza que Romero significa y alimenta en El Salvador. El primero de ellos es el de su insistencia en la construcción de una sociedad en constante esfuerzo de superación de las injusticias estructurales. Es cierto que desde la muerte martirial de nuestro santo obispo el país ha avanzado en algunos aspectos. Pero quedan demasiados elementos por remontar. La idolatría de la riqueza sigue presente no solo en amplios sectores del capital, sino también en muy diversas capas del mundo político, sin distinción de ideologías, así como en una

cultura consumista e individualista incapaz de mirar con ojos cristianos al prójimo.

La corrupción; la incapacidad de reconocer la verdad tanto respecto a violaciones de derechos humanos como a las debilidades estructurales de nuestras redes de protección social; la dificultad de llegar a acuerdos de bien común en la política chocan directamente con los anhelos de justicia y paz de nuestro mártir. Y muestran que la idolatría del poder sigue en muchos aspectos vigente en partidos políticos que mienten, respaldan a mentirosos y protegen a sus propios corruptos. Nuestro pueblo pobre se encuentra sometido a intereses privados excluyentes e injustos. Con razón dijo el actual arzobispo que un salario de menos de 300 dólares equivale a un pecado mortal, refiriéndose, por supuesto, a quienes avalan ese tipo de sueldos miserables. La gente sigue migrando porque la pobreza, la violencia, la falta de recursos y la debilidad de las estructuras de educación, salud y justicia impiden llevar una vida en conformidad con los derechos básicos de la ciudadanía. El recuerdo de monseñor Romero debe continuar invadiendo conciencias y convenciéndonos de que solo un país con justicia social tiene un futuro digno.

En el propio caso de monseñor permanece una deuda con la verdad. Aunque la Comisión de la Verdad, instalada

El centenario del nacimiento de monseñor Romero ha llegado marcado por la recuperación universal de su persona y su obra. Hubo antes una constante labor de publicación de escritos, homilías y aproximaciones biográficas a su vida, sin la que difícilmente se hubiera llegado a su reconocimiento internacional y a su beatificación.

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Monseñor

como parte de los Acuerdos de Paz, señaló al mayor D'Aubuisson como el autor intelectual del asesinato, el reconocimiento estatal del crimen, con sus autores y responsables, no se ha producido todavía. Llegar a la aceptación de la verdad por vía judicial o por otras formas estatales resulta necesario para el país. Al igual que en otros crímenes gravísimos y de enorme brutalidad, dejar las cosas como si no hubiera pasado nada no ayuda moral ni éticamente, por más que se quiera disimular la irresponsabilidad y la agresión contra los débiles con la falsa moralidad del perdón y olvido.

Con respecto a la plaga de violencia imperante, el recuerdo de Romero tiene también consecuencias que no queremos ver ni mucho menos reflexionar. Él insistía en que frente a “la violencia de las tanquetas y de las guerrillas” había una violencia más fuerte: la cristiana que opta por el diálogo y la paz a pesar de las provocaciones y ofensas que se le hacen por ello. Es una “violencia contra sí mismo”, decía el pastor, puesto que rechaza la tendencia natural a la venganza, al ojo por ojo, diente por diente, cuando se recibe una ofensa. Hoy en día no hay mejor manera de superar la violencia que el impulso de la cultura de paz. Las manos duras, el endurecimiento de penas no son tan eficaces como la prevención que invierte en educación, salud, trabajo y salario decente, vivienda digna. Es cierto que la persecución del delito es indispensable, que la investigación policial y fiscal debe ser acuciante y seria, que la penalización es necesaria.

Pero lanzarse a una especie de guerra contra el crimen asegurando que si el delincuente es duro más dura será la respuesta, puede quedarse en simple propaganda vacía, con el agravante de aumentar el clima de violencia, al menos verbal.

El beato Romero, nuestro San Romero de América, como repitió el cardenal Ezzati en su homilía, continúa desafiándonos. Su recuerdo nos exige una sociedad más centrada en las personas y sus necesidades. Demasiados hablan del bien común, pero muy pocos ponen los medios para construirlo. Compartir y repartir mejor la riqueza que este pueblo produce es un desafío urgente. Invertir en la gente mucho más de lo que hacemos en la actualidad es indispensable, por mucho que cada generación de políticos diga que invierte mucho más que las anteriores. Ni es suficiente ni es justo lo que se invierte en nuestra población pobre. Mucho menos existe la intención de universalizar derechos básicos en cantidad y calidad adecuadas. Recordar a Romero es reflexionar. No se trata de subirlo a los altares, para enaltecerle y tenerle allá arriba, separado de los salvadoreños. Al contrario, su santidad nos lo pone enfrente obligándonos a recordar su ejemplo, su palabra y su fe generosa e inquebrantable que le llevaron a dar la vida por el bien de todos, personal y estructuralmente, en seguimiento del Maestro.

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Monseñor

Homilía del padre Rogelio Ponseele en la cripta de Catedral

De acuerdo al evangelio de este domingo (Mt 15, 21-28), Jesús suele estar muy convencido que su misión está dirigida exclusivamente al pueblo de Israel; en tierra pagana no tiene nada que hacer. Sin embargo, movido por la gran fe de la mujer cananea y por su deseo de aliviar todo sufrimiento, atiende y le dice: “Mujer, qué grande superar, que se cumpla lo que deseas”.

El mensaje es evidente. Por encima de toda otra consideración está el deber de solidarizarnos y de aliviar el dolor de quienes sufren. Nuestro Dios es un Dios que no quiere ver sufrir a nadie.

Monseñor Romero, consciente, de que su tarea prioritaria era atender a esta pequeña porción del pueblo que se llama iglesia, con su acción y su palabra trasciende estos límites un tanto tímido en el trato con los demás, me gusta decir, que junto al pueblo se agigantó. Se hizo un gigante. Esto pude verlo en Lovaina cuando se le otorgó el 2 de febrero de 1980 el doctorado honoris causa. A Monseñor le tocó el discurso, parte principal del acto. Había escogido como tema: “La dimensión política de la fe desde la opción preferencial por los pobres”.

Comenzó tímidamente. Pero luego avanzando en su discurso su voz cobró fuerza y su palabra, siempre elocuente, empezó a golpear las conciencias de quienes asistimos al acto. Parecía, de repente, como que estaba dando una homilía en la catedral metropolitana. Se agigantó.

Los rostros de aquellos profesores reflejaban al inicio, una sonrisa de buena voluntad, como dando la oportunidad a este humilde pastor proveniente de un país lejano a que dijera unas palabritas. Luego vi, en esos mismos rostros, asombro. Y al final, más de algunos de ellos estaban asustados ante todo lo que este obispo pudo trasladarles en este rato que había tomado la palabra. De nuevo se agigantó, compartiendo su experiencia adquirida junto al pueblo.

En este discurso, y no puedo dejar de compartirlo, hay unas palabras a las que acudo frecuentemente, ante la confusión que existe respecto a lo que es el reino de Dios. No pocos tienden a querer negar u ocultar la dimensión histórica del reino. Dice Monseñor Romero con una claridad asombrosa: “En nombre de Jesús, queremos y trabajamos naturalmente para una vida en plenitud, que no se agota en la satisfacción de las necesidades materiales primarias, ni se reduce al ámbito de lo socio político. Sabemos muy bien que la plenitud de vida solo se alcanza en el reino definitivo del Padre y que esa plenitud se realiza históricamente en el honrado servicio a ese reino y en la entrega total al Padre. Pero vemos con igual claridad que en nombre de Jesús sería una pura ilusión, una ironía y, en el fondo, la más profunda blasfemia, olvidar e ignorar los niveles primarios de la vida, la vida que comienza con el pan, el techo y el trabajo” (Voz de los sin voz, p.191).

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Monseñor

En este sentido, sobre cómo Monseñor se agigantó junto al pueblo, quisiera decir tres cosas más.

Primero. Monseñor Romero, tímido y hasta distante, se convierte en un verdadero profeta en la medida en que se fue insertando en la problemática del pueblo.

Al profeta le toca señalar y denunciar los grandes problemas que aquejan al país. En esto fue muy audaz. Dijo la verdad y toda la verdad. Si se le pregunta al cristiano común por qué asesinaron a Monseñor Romero, la respuesta no se deja esperar: lo asesinaron porque dijo la verdad.

Al profeta le toca introducir en la historia una firme esperanza. Esto, igualmente, lo hizo muy bien, anunciando una esperanza fundada en Dios y en el pueblo. En una entrevista dijo: “La nueva sociedad viene, y viene con prisa. La paz de los cementerios es Consecuencia, mejor dicho se debe a que en las tumbas solo hay muertos. Y esa paz no la puede obtener la oligarquía frente a un pueblo como el salvadoreño (Voz de los sin voz, p.445).

Actualmente enfrentamos al menos 4 problemas graves:

1. Las dificultades que se tienen para sanar los fondos públicos. Es preocupante porque ponen en peligro los programas sociales que tanto bien han hecho a nuestra gente.

2. La pobreza que persiste y que por la sequía se profundizará aún más. Un insistente llamado a la solidaridad de todos los y las que nos llamamos cristianos.

3. La violencia que se ha desatado a lo largo y ancho de nuestro país. ¿Quién podrá parar esta situación que tanto angustia a nuestro pueblo?

4. La migración que para muchos se está volviendo una tragedia.

Por todo esto y otras cosas más el Arzobispo dijo que el país estaba a punto de convertirse en un estado fallido. Afirmación al que el Señor Presidente respondió: tengamos fe.

Podemos estar de acuerdo con lo que dijo el Señor Presidente, toda vez que se entienda la fe no como un mero sentimiento o como la aceptación intelectual de una serie de verdades sino como un insistente llamado a que nos comprometamos y nos involucremos en tantas cosas que juntos y juntas podamos hacer para sacar adelante a nuestro pueblo.

Segundo. Monseñor Romero, habiendo recibido una formación clásica, tradicional, junto al pueblo se

convierte en un digno representante de la Teología de la Liberación.

Estaba consciente que su pueblo necesitaba liberarse del pecado personal y social para poder realizarse plenamente. El Dios de Jesús y el Dios de Monseñor Romero es Aquel que quiere que nos liberemos de todo aquello que nos ata y esclaviza a fin de que podamos realizarnos plenamente como humanos y cristianos.

Liberación supone conversión y transformación. Es un proceso que debe arrancar en el corazón del ser humano. Esto Monseñor Romero lo tiene muy claro.

“Si se cambian las estructuras, si se hacen transformaciones agrarias y demás, pero vamos a ocuparlas con la misma mente egoísta, lo que tendremos serán nuevos ricos, nuevas situaciones de ultraje, nuevos atropellos. No basta cambiar estructuras. Es esto el cristianismo, y en esto he insistido. Por favor entiéndamme que el cambio que predica la iglesia es a partir del corazón del hombre. Hombres nuevos que sepan ser fermento de sociedad nueva (Voz de los sin voz, p.321).

Tercero. Habiendo nacido en una pequeña ciudad de San Miguel, en El Salvador, el pulgarcito de América, junto al pueblo se hace famoso en el mundo entero.

Monseñor nunca quiso ser famoso. Con sinceridad lo dijo: “mi mayor gloria es estar en medio del pueblo pobre”. Pero famoso ya lo es. Hasta el Vaticano se sintió obligado a decir que van a acelerar su proceso de canonización. Solo que el acelerador del Vaticano no suele ser muy bueno. Cuántos años ya estamos esperando.

En mí el entusiasmo en torno a la canonización ha bajado bastante. Cino, porque el pueblo ya lo canonizó. Y dos, porque no vaya a ser que, siendo santo, lo tratamos Como a otros tantos santos que tenemos, a quienes pedimos favores y brindamos culto, pero no nos ocurre seguir su ejemplo.

En relación con Monseñor Romero lo que importa más que cualquier otra cosa es seguir su ejemplo.

Sigamos trabajando y luchando juntos y juntas para ir forjando un país como el lo soñaba.

Se agigantó junto al pueblo. Estar con el pueblo, compartiendo sus angustias, sus luchas, sus esperanzas es como podemos crecer humanamente y cristianamente.

(in saludo a todos y todas, de las comunidades eclesiales de base del Norte de Morazán.

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Monseñor

El 15 de agosto de 2017 se celebra el centenario del nacimiento de Oscar A. Romero, arzobispo de San Salvador (El Salvador), asesinado por un francotirador a las órdenes del Mayor Roberto D’ Abuisson el 24 de marzo de 1980 mientras celebraba misa en la capilla del Hospital de la Divina Providencia, en la colonia Miramonte, que tantas veces he visitado para mantener viva la memoria del profeta salvadoreño de la liberación.

Durante las tres décadas que siguieron a su asesinato en los sectores eclesiásticos –dominados- por el conservadurismo- y políticos- bajo el partido derechista ARENA- en cómplice alianza, en El Salvador se tendió un velo de silencio sobre la figura de monseñor Romero y se olvidó el legado profético de su cristianismo liberador y de su compromiso con las mayorías populares.

Durante todo ese tiempo Romero vivió en una especie de clandestinidad eclesiástica, un arrinconamiento por parte de la mayoría de los obispos salvadoreños y buena parte del clero del país y un olvido freudiano por parte de las altas instancias vaticanas. El propio arzobispo de San Salvador de 1995 a 2008, el español Fernando Sáenz Lacalle, miembro del opus Dei y general de brigada de la Fuerza Armada de El Salvador, puso todos los obstáculos para que no fuera elevado a los altares.

Pronunciar el nombre de Romero estaba vetado en muchos de esos sectores. Pocos eran los movimientos y las personas que se declaraban seguidores suyos en

Juan José Tamayo, publicado en El País

Monseñor, el arzobispo que desafió al impero

El Salvador. Hubo sin embargo, honrosísimas y muy significativas excepciones. Por ejemplo, el arzobispo auxiliar de San Salvador Rosa Chavez, a quien el Papa Francisco ha nombrado cardenal, quizá como reconocimiento por mantener viva la memoria de Romero; la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA); los teólogos Jon Sobrino e Ignacio Ellacuría –asesinado en 1989-; la Fundación Monseñor Romero; el Comité de Solidaridad Monseñor Romero y pocos más.

Los Papas Juan Pablo II (1979-2005) y Benedicto XVI (2005-2013) contribuyeron en buena medida con sus recelos a esa marginación. Hubo que esperar al Papa Francisco para que se le devolviera el reconocimiento que merecía como mártir por la justicia y testigo del Evangelio. Ahora Romero está en boca de todos y es objeto de culto popular. Pero creo que se está desenfocando su verdadera personalidad, como muchos temíamos una vez fuera elevado a los altares. La imagen que se está difundiendo es de un obispo piadoso, devoto de la Virgen, milagrero, fiel a Roma. No pongo en duda su devoción mariana, pero no fue esa la faceta por la que destacó durante los tres años de arzobispo de San Salvador, ni la función principal que ejerció y menos aún el motivo de su asesinato.

Urge recuperar la figura profética y liberadora de Monseñor Romero, su dimensión política subversiva, su permanente desafío al Gobierno de la Nación, al que

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Monseñor

acusó de ser el responsable de la represión sangrienta y aun mortal y de estar haciendo gran mal al país; a la oligarquía, a la que acusó de poseer la tierra que es de todos y de asesinar a campesinos, estudiantes, obreros, maestros, etc.; al Ejército y a los cuerpos de seguridad, a quienes acusaba de sembrar la muerte y el aniquilamiento; al Mayor D’ Abuisson, al que califica de falaz, mentiroso y deformador de la realidad.

Ahí están para demostrarlo sus sermones evangélico-políticos de cada domingo contra la idolatría de la riqueza, que consideraba el mayor peligro para el país, y contra la injusticia social, que es a su juicio la verdadera razón del malestar del pueblo y la causa de la violencia. Cabe recordar el último sermón que pronunció el 23 de marzo de 1980 en la catedral un día antes de su asesinato: “En nombre de Dios,… y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!”.

Romero osó desafiar también al Imperio. Sí, al Imperio norteamericano. Y lo hizo a través de una carta dirigida al presidente de los Estados Unidos Jimmy Carter el 17 de febrero de 1980 cuando tuvo noticia de que Estados Unidos iba a enviar ayuda económica y militar a la Junta de Gobierno de El Salvador. Esa ayuda, le decía a Carter, lejos de “favorecer una mayor justicia y paz en El Salvador agudiza sin duda la injusticia y la represión contra el pueblo organizado que muchas veces ha estado luchando por que se respeten sus derechos humanos más fundamentales”.

En la carta acusaba a la Junta de Gobierno, a la Fuerza Armada y los cuerpos de seguridad salvadoreños de haber recurrido solo a la violencia represiva produciendo un saldo de muertos y heridos mucho mayor que los regímenes militares pasados. Por eso pedía a Carter que no permitiera dicha ayuda militar al Gobierno salvadoreño y le exigía que Estados Unidos no interviniera directa o indirectamente con presiones militares,

económicas, diplomáticas, etc. en determinar el destino del pueblo salvadoreño. La carta fue calificada de “devastadora” por un miembro del Gobierno de Estados Unidos.

37 años después de su asesinato todavía seguimos preguntándonos por qué lo mataron. Coincido con la respuesta del profesor de filosofía de la UCA Carlos Molina: “No fue por defender los derechos de la Iglesia ante el poder secular, sino por ponerse al lado de los pobres, esos que tanto el

poder secular como las mismas iglesias habían explotado, oprimido y excluido […], por haber asumido el profetismo utópico que era la única respuesta ante los falsos dioses que se cebaban en la vida del pueblo y así se convirtió en su enemigo”.

Los múltiples desafíos a los que sometió Romero a influyentes actores políticos y militares tanto nacionales como internacionales desembocaron en su asesinato, que bien puede calificarse de crónica de una muerte anunciada. Su autoridad moral tanto en El Salvador como a nivel mundial desafiaba la alianza Gobierno-Ejército-Oligarquía-Estados Unidos. Si a esto sumamos la poca estima en que era tenido en el Vaticano y en la jerarquía de su país, la sentencia estaba dictada: “Romero es reo de muerte”.

Su recuerdo en efemérides tan significativa como el centenario de su natalicio es un verdadero ejercicio de memoria histórica ante tan injusto olvido, el reconocimiento de su coherencia moral en un clima de inmoralidad institucional y la rehabilitación de su dignidad en una situación de indignidad de los poderosos aliados para asesinarlo.

El autor es Director de la Cátedra de Teología y ciencias de las Religiones “Ignacio Elacuría”. Universidad Carlos III de Madrid y director y coautor de San Romero de América, mártir por la justicia (Tirant lo Blanch, Valencia, 2015).

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Gregorio Rosa Chávez

Tres días de peregrinación

Han peregrinado, han caminado, se han puesto en marcha. Y la Iglesia con la que el Papa Francisco sueña es justamente una Iglesia que está en camino, que abre sus puertas, que va a la periferia, que es misionera y que anuncia la alegría a todos. Una demostración perfecta de esa Iglesia es “una Iglesia en salida”. Así es como ha resumido el cardenal Ricardo Ezzati la peregrinación que ha culminado este domingo. Miles de salvadoreños han caminado para conmemorar los cien años del nacimiento del Beato Óscar Romero. Arzobispo y mártir a quien, según ha revelado el cardenal Gregorio Rosa Chávez, el pontífice tiene intención de canonizar en persona en El Salvador, posiblemente en 2018.

“Fue un gran pastor”, destacó el cardenal chileno Ezzati, enviado especial del pontífice a las celebraciones del natalicio del Beato, al oficiar una misa de cierre junto a los obispos y el cardenal Rosa Chávez. Insistió que después de la experiencia acumulada durante los tres días de peregrinación “qué hermoso es sentirnos Iglesia en salida, una Iglesia que no se contempla a sí misma”.

Monseñor Gregorio Rosa Chávez confirma que el Papa tiene “intención de venir” a El Salvador para canonizar a Romero. La caminata “marca un antes y un después en la historia del país”.

La peregrinación salió el pasado viernes de la tumba de Romero, en la cripta de la catedral de San Salvador, y cerró al anochecer de ayer en Ciudad Barrios, donde el 15 de agosto de 1917 nació el pastor, quien por denunciar la injusticia social fue asesinado por un escuadrón de la muerte ultraderechista el 24 de marzo de 1980. Los actos conmemorativos del centenario del natalacio de Romero concluyen el martes.

Rosa Chávez: “Esto marca un antes y un después en la historia del El Salvador”

Por su parte, el cardenal Rosa Chávez -reflexionado sobre la experiencia de la peregrinación con Radio Vaticana- ha insistido en que “un pueblo que se pone en camino como éste, es invencible”. “Estamos muy emocionados y esto marca un antes y un después en la historia del El Salvador”.

“Estamos sorprendidos de la respuesta y maravillados del ambiente que ha reinado”, ha dicho el cardenal, destacando a su vez tanto la cantidad de “gente joven que

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Monseñor

está asumiendo la bandera de Romero” como también la de la gente adulta “que quiere comunicar valores, fe y utopías”.

Y en cuanto a posibles fechas para la canonización de Romero, el cardenal salvadoreño va dejando unas pistas.

“Después de esta marcha, ¿quién no va a querer que monseñor Romero sea canonizado el próximo año?”, declaró a Radio Vaticana. La posibilidad se ha tornado más que probable, después de que el cardenal dejara un

mensaje en su cuenta de Facebook la misma noche de este domingo confirmando que ha tenido conversaciones con el Papa sobre precisamente este tema.

“El Papa Francisco me ha confirmado esta noche su intención de venir al país para la posible santificación de nuestro Beato”. “Daré más información los próximos días. Dios los bendiga”.

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Victor Peña, elfaro.net

La travesía de los “romeristas”

Amanecer del viernes 11 de agosto. Alfonso Vaquerano, de 71 años, llegó hasta Catedral Metropolitana desde el municipio de Cojutepeque, en Cuscatlán, para participar en una peregrinación de 157 kilómetros hasta Ciudad Barrios, cuna de monseñor Óscar Arnulfo Romero, en el oriente del país. “Este esfuerzo lo hago para agradecer un poco de lo que él hizo por nosotros”, aseguró. Alfonso asistía en ocasiones a las homilías que monseñor Romero daba en la iglesia El Rosario. Esos sermones le sirvieron en su vida personal.

Alrededor de dos mil personas recorrieron 157 kilómetros para conmemorar a monseñor Óscar Arnulfo Romero en una travesía que por tramos abandonó la fervosidad religiosa y se convirtió en una marcha que clamó justicia para el beato, cuyo magnicidio lleva 37 años en la impunidad. Los peregrinos salieron desde la Catedral Metropolitana, en el centro de San Salvador, el viernes 11

de agosto, y culminó en el municipio de Ciudad Barrios, en San Miguel, cuna del beato, el domingo 13. La festividad fue organizada por la Iglesia católica para conmemorar los 100 años del nacimiento de Romero. El cardenal Gregorio Rosa Chávez, que lideró la peregrinación, dijo que apuestan porque la actividad se convierta en una tradición.

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Monseñor

El Arzobispado de San Salvador organizó la peregrinación para conmemorar los cien años del nacimiento de monseñor Romero. Unos dos mil feligreses de distintas zonas del país, en su mayoría de San Salvador, acudieron al homenaje. A las 7 de la mañana del primer día, la caminata pasó sobre la Alameda Juan Pablo II de la capital.

María Bonilla, 80 años. Conoció a monseñor Romero en el departamento de San Vicente. “Él llegaba a la catedral de San Vicente a dar misas. Yo estaba muy joven, y él también estaba joven, pero sus prédicas siempre me decían algo bueno. Siempre seguí los consejos que daba en sus sermones“. En la marcha, ella portó con orgullo el retrato del beato. Un regalo especial de su hijo menor, Mario López, sacerdote del seminario San José de la Montaña. María vive en la colonia Santa Lucía, de Cojutepeque. En la tarde del viernes 11 de agosto, ella salió a esperar la llegada de los peregrinos al kilómetro 35 de la carretera Panamericana.

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Jesús Hernández, de 76 años y Maura Rodríguez, de 65, descansaron sobre el kilómetro 35 de la carretera Panamericana, en el municipio de Cojutepeque, después de 10 horas de recorrido. “Conocí a Romero cuando llegó al municipio de El Paisnal para ver los cadáveres de Rutilio Grande, Manuel Solórzano y Rutilio Lemus, que fueron asesinados el 12 de marzo de 1977. Esa vez lo escuché hablar, y supe que iba a ser un gran hombre. Yo tenía 35 años cuando lo conocí”, dijo Hernández. La pareja actualmente vive en el municipio de El Paraíso, en el departamento de Chalatenango. Ambos se conocieron en los campamentos guerrilleros durante el conflicto armado.

En la tarde noche del primer día de marcha, los habitantes de San Rafael Cedros, en el departamento de Cuscatlán, recibieron la peregrinación, que ya había recorrido 40 kilómetros durante 13 horas. Al llegar a ese municipio, la multitud pedía justicia por el asesinato de Romero, un crimen impune y por el que se responsabiliza a un escuadrón de la muerte comandado por el mayor Roberto d’Aubuisson, fundador del partido de derecha, Arena.

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A las 11 de la noche del viernes 11 de agosto, los peregrinos descansaron en la casa parroquial, la casa comunal, el Instituto Nacional y el corredor exterior de la Alcaldía Municipal de Apastepeque, en el departamento de San Vicente.

Ramón Portillo Coto, de 77 años, realizó la peregrinación desde San Salvador hasta Ciudad Barrios, en San Miguel, con el propósito de pedir la curación de la diabetes que padece su hermana Norma Portillo, de 60 años. “A monseñor Romero lo veía cuando él llegaba al seminario María Auxiliadora, en la Colonia Escalón. Yo trabajaba como jardinero ahí, y tuve el privilegio de conocerlo, aunque sea a lo lejos”, dijo Portillo. 7 de la mañana del sábado 12 de agosto, en el segundo día del recorrido.

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“Vine a hacer esta peregrinación porque quiero paz, quiero que los jóvenes comprendan el sentido de la vida”, comentó Abrahán Hernández, de 80 años, habitante de Soyapango y maestro del Centro Escolar de Ciudad Credisa. Hernández amarró sus zapatos para iniciar el nuevo tramo de recorrido, desde el municipio de Apastepeque hasta el río Lempa.

María López, de 78 años, caminó con los pies descalzos los 30 kilómetros que comprendió el segundo tramo de recorrido. Nueve horas pisando sobre el asfalto caliente, desde el municipio de Apastepeque hasta el puente Cuscatlán, donde el río Lempa divide los departamentos de San Vicente y Usulután. María es habitante de El Carmen, un municipio pequeño del departamento de Cuscatlán. “Para mí no es un sacrificio, toda mi vida he caminado descalza. Esto es por amor a la iglesia y por la misericordia de Dios con nosotros”, dijo.

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Jóvenes de las comunidades que conforman los caseríos del municipio de Apastepeque se incorporaron a la peregrinación en el segundo día del recorrido.

Tras 58 horas de recorrido por 157 kilómetros, y bajo la lluvia, más de 2 mil peregrinos hicieron su entrada al municipio de Ciudad Barrios. Así cerraron la actividad de tres días, que fue programada para conmemorar un siglo del nacimiento de Óscar Arnulfo Romero y para pedir justicia por su asesinato.

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Religiosas de la parroquia San Francisco, de San Salvador, durante la llegada de la peregrinación al kilómetro 85, sobre el puente Cuscatlán, en el río Lempa. Ahí culminó la segunda etapa, el sábado 12 de agosto, luego de 24 horas de recorrido. En ese punto los peregrinos tomaron los autobuses que los transportaron hasta el municipio de Chapeltique, en San Miguel, para tomar un descanso.

Los habitantes del desvío de Moncagua, sobre el kilómetro 124, esperaban sobre la orilla de la carretera con aplausos y palabras de aliento a los peregrinos. Como esta comunidad hubo muchas que habitan a lo largo del camino que, aunque no peregrinaron, mostraron su apoyo, y regalaron agua y comida a los peregrinos.

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A las 6 de la mañana del domingo 13 de agosto, Jaime Orlando Barraza, de 40 años, habitante de San Salvador, se preparó para iniciar el tercer día de la jornada. Los peregrinos recorrieron 16 kilómetros desde el centro del municipio de Chapeltique hasta Ciudad Barrios. “Decidí caminar por el legado de un hombre de verdad, un verdadero profeta, que luchó por el amor a los pobres de su pueblo salvadoreño”, dijo Barraza.

El Arzobispado de San Salvador organizó la peregrinación para conmemorar los cien años del nacimiento de monseñor Romero. Unos dos mil feligreses de distintas zonas del país, en su mayoría de San Salvador, acudieron al homenaje. A las 7 de la mañana del primer día, la caminata pasó sobre la Alameda Juan Pablo II de la capital.

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Eminencia Ricardo Ezzati Andrello

Mons. Oscar Arnulfo Romero, mártir de la esperanza

El Papa Francisco, al nombrarme su Enviado, escribe: “Ya se cumplen cien años del nacimiento del beato Oscar Arnulfo Romero, obispo y mártir, ilustre pastor y testigo del Evangelio, decidido defensor de la Iglesia y de la dignidad del hombre. Hijo de la amada tierra de El Salvador, habló a la gente de nuestro tiempo de la obra salvífica de nuestro Señor Jesucristo y de su amor hacia todos, especialmente hacia los pobres y descartados. Tanto en su vida sacerdotal como en el comienzo de su ministerio episcopal experimentó un singular camino espiritual, que lo llevó a propagar la justicia, la reconciliación y paz”.

Es impresionante y emocionante leer y releer algunas de sus homilías así como su Diario de Vida. ¡Cuánto bien al alma me han hecho!

El Papa ha tenido la bondad de enviarme como su Legado personal, para representarlo en este acontecimiento eclesial que los convoca en este día de júbilo. Ustedes saben tanto como yo, que él tiene un afecto muy grande por esta tierra “que lleva el nombre del Divino Salvador”, y saben también, de su reiterado deseo de que el martirio de Monseñor Romero no deje de dar frutos abundantes de comunión eclesial, de reconciliación y solidaridad entre los salvadoreños, a fin de edificar una sociedad justa y noble. Mucho es lo que ustedes han sufrido; difíciles las circunstancias que tienen que seguir enfrentando. Es demasiado valiosa la vida de cada salvadoreño como para no superar la violencia homicida con “la violencia del

– Homilía de Su Eminencia Ricardo Ezzati Andrello, sdb, Cardenal Arzobispo de

Santiago de Chile, Enviado Extraordinario de Su Santidad el papa Francisco para el

centenario del nacimiento de Mons. Oscar Arnulfo Romero, Beato y Mártir. Catedral

Metropolitana de San Salvador.

15 de agosto de 2017 –

amor”. En esta esperanzada lucha por la vida, el Papa está con ustedes, los exhorta a humanizar y a compartir con equidad el desarrollo de su país y les envía su bendición apostólica.

Algo de su historia

Queridos hermanos y amigos: No es un momento para volver a contar la historia de quien celebramos, en esta mañana. Sé que, a lo largo de todo este año jubilar, se han enriquecido espiritualmente con ella, sin embargo, permítanme destacar sólo algunos de sus rasgos, para procurar adentrarnos en su corazón y en su mensaje.

Algo tímido e introvertido, a los 13 años ingresó al Seminario Menor dirigido por los Padres Claretianos. A los veinte al Seminario de San José de la Montaña, de allí, enviado a Roma. Fue ordenado sacerdote el 4 de abril de 1942. Poco tiempo después, a causa de la segunda guerra mundial, tuvo que adelantar su regreso a la patria, donde ejerció el ministerio presbiteral en varias comunidades, entre ellas, párroco en la Catedral de San Miguel. Más tarde es nombrado Obispo Auxiliar de San Salvador (1970), Obispo de Santiago de María (1974), hasta que el Papa Pablo VI lo nombra Arzobispo de San Salvador, un 23 de febrero de 1977: tiempos complejos y desafiantes para la Patria y para la Iglesia.

Así se fue desarrollando la vida apostólica de este joven sacerdote de corte más bien tradicional. Hombre

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virtuoso, muy activo en su parroquia, cercano a la gente, caritativo con los pobres, algo distante de las opciones pastorales renovadas impulsadas por el post concilio.

Sin embargo, algo empezó a cambiar en él, especialmente en Santiago de María, al conocer más de cerca la pobreza extrema de los campesinos. El varón justo se empieza a inquietar por la injusticia y el Pastor Bueno, que quiere hacerse todo con todos y para todos, tiene la experiencia de que no basta con acompañar a los más pobres y dar consejos a los más ricos. Evangelizar, sobre todo después de la Exhortación Apostólica del Papa Pablo VI “Evangelii Nuntiandi” significa llevar la Buena Nueva a todos los ambientes, transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación” (Ib. 18-19). Y no hay equidistancia entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, los pobres y los ricos. Así se comprende la opción preferencial por los pobres y excluidos, como opción del mismo Dios en la historia de su pueblo.

Su ministerio pastoral continúa y llegan acontecimientos trágicos que remecen sus entrañas. Uno de ellos fue la matanza de un grupo de peregrinos que regresaban a su pueblo después de visitar un Santuario. Poco tiempo después, fue el asesinato del P. Rutilio Grande, acribillado por “desconocidos”, junto a dos parroquianos en un camino rural de su parroquia, empeñado en la formación de comunidades Eclesiales de Base y apoyando la organización campesina. Esto fue demasiado. El fuego de Dios incendió el corazón del Arzobispo. Exigió al Presidente de la República una investigación inmediata y, al domingo siguiente, celebró una sola Misa en San Salvador con más de 100,000 participantes. Venciendo su timidez pasó a ser “voz de los sin voz”, para clamar “la violencia del amor” que destierra la violencia del odio. No a la violencia del régimen. No a la violencia guerrillera. Sí a una paz, basada en la justicia y en la verdad, respetuosa de los derechos de los pobres.

Y pasando de la palabra a los hechos, crea la oficina del “Socorro Jurídico”, para ir en ayuda de los derechos humanos de los campesinos más pobres, iniciativa que tuvo una relación muy cercana con la Vicaría de la Solidaridad, creada por la Iglesia en Chile, para acoger a las víctimas de la dictadura.

Por otra parte, esta “voz de los sin voz” se escucha por radio en todo el país, cada domingo, haciendo una lectura evangélica y cristiana de los acontecimientos; una palabra que forma e informa, un mensaje de esperanza y respeto a la vida, en un lenguaje que entienden los más pobres. La voz del Pastor traspasa las fronteras de San Salvador, remece el corazón de la Iglesia en América y de otros continentes. Como es propio de una figura controvertida, su palabra es rechazada por algunos y aplaudidas por otros. Quienes se detienen en el pórtico occidental de la Abadía de Westminster, importante templo anglicano, en un lugar destacado de la galería de los diez mártires, podrá contemplar una estatua de Mons. Oscar Romero, flanqueado por el pastor Martin Luther King y el teólogo luterano, Dietrich Bonhoeffer.

Una conversión pastoral

¿Qué pasó en el corazón de Monseñor Romero para dejarse transformar de esa manera por el Espíritu de Dios? Humanamente hablando no cabe duda que su cercanía con los pobres, en la medida que fue asumiendo responsabilidades pastorales mayores, lo llevó a ver con sus ojos la injusticia que sufrían los campesinos y a constatar con Jesús, cuán difícil es que un rico ciego entre en el Reino de los Cielos.

“La Iglesia tiene una buena noticia que anunciar a los pobres, –decía–. Aquellos que, desde hace siglos, han escuchado malas noticias y han vivido la peor realidad, están escuchando ahora, a través de la Iglesia, la palabra de Jesús: “el Reino de Dios está cerca”, y de ahí, también hay una buena noticia que anunciar a los ricos: que se vuelvan pobres para compartir con Él los bienes del Reino.”

Hoy, basados en la Conferencia de Aparecida, podemos decir que nuestro Mártir experimentó una profunda “conversión pastoral”. Se trata de una conversión decididamente misionera que toca directamente la vida pastoral y sus opciones. Según Aparecida “la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico en que viven sus miembros”. Por eso debe estar “disponible a abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe”, pasando “de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera”. ¿No fue eso lo que vivió Monseñor Romero años antes de Aparecida?

Haciendo real esta conversión dio un paso que a todos nos concierne y nos cuestiona. No será posible de escuchar con nitidez la voz de Dios en la historia si no estamos insertos en el acontecer vital de nuestro pueblo. Así lo expresó nuestro Beato: “Como quisiera yo grabar en el corazón de cada uno esta gran idea: el cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir, de prohibiciones. Así

“Quienes como Monseñor Romero entran decididamente por el camino de Jesús..., saben que están expuestos a pasar de manera semejante al Maestro”.

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resulta muy repugnante. ¡El cristianismo es una persona que me amó tanto y que me reclama mi amor! ¡El Cristianismo es Cristo!”.

La conversión pastoral lleva a desear vivir como Jesús con los más débiles, los más pobres, los que no cuentan. Y, desde esa experiencia purificadora, anunciar la Buena Nueva con la vida, el testimonio y la palabra, asumiendo la defensa integral de la vida que incluye la justicia social. Recuerdo, a propósito, el llamado urgente que hizo San Juan Pablo II hace treinta años en su visita a Chile, en la sede de la CEPAL, para todo el continente americano: “¡los pobres no pueden esperar!”, dijo. En un mundo de tanta riqueza, de tantas posibilidades, de tantos adelantos tecnológicos, es incomprensible que los pobres deban seguir esperando. Y más incomprensible aún, que esto siga sucediendo en un Continente cristiano.

Quienes como Monseñor Romero entran decididamente por el camino de Jesús..., quienes dicen y obran a la manera de Jesús, saben que están expuestos a pasar –a hacer pascua– de manera semejante al Maestro. Así le sucedió. Terminada su breve homilía, en el rito del ofrecimiento de los dones, antes de entrar en el corazón de la Eucaristía, la bala asesina apuntó a su corazón... El francotirador recibió como Judas unas cuantas monedas. Pocos días antes, el mismo u otro sicario, había perdido la ocasión de dar muerte a Monseñor Romero junto a otro altar de la Arquidiócesis. Esa demora hizo posible escuchar el testamento espiritual del este gran Arzobispo Mártir, en su breve homilía antes de morir: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere...” Y dicho esto, entregó su espíritu.

Coherente con estas reflexiones, me atrevo a decir que el Beato Mons. Romero es un mártir de la Esperanza. Lo es para los más pobres del continente, lo es para nuestra querida Iglesia, lo es para los que luchan por la justicia, la reconciliación y la paz que, con cariño renovado, ya lo llama “San Romero de América”.

Edin Martínez 1954-2017Presidente de la Fundación Romero y, durante toda su vida,

incansable portador de mensaje de Monseñor.

Edín Martínezamigo de monseñor

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En la semana del lunes 14 al viernes 18 de agosto del año en curso 2017, 16 miembros y un invitado de la Comisión Teológica de la Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina (CPALsj), realizaron su reunión anual en Santo Domingo, República dominicana. El encuentro se llevó a cabo en la casa de Ejercicios Espirituales Manresa Altagracia. Dos grandes preocupaciones se impusieron en este encuentro. Veamos la primeras.

1. El método, los problemas y los temas

El tema que la Comisión se propuso trabajar en 2016, para este año 2017 es, por primera vez y por primer año, Repensar el método teológico latinoamericano. Esto porque efectivamente “el método sí importa en el momento de hacer teología” y este ha de ser orgánico e interdisciplinario (V. Martínez, Ecografía). De hecho, y en esta dirección, la Comisión pretende “que sus miembros se ayuden y se incentiven a hacer teología desde la realidad socio-eclesial latinoamericana, favoreciendo de ese modo la misión de la Compañía de Jesús en ella”.

Las cuestiones de fondo que comenzaron a surgir gradualmente son: ¿qué es el método teológico latinoamericana en este momento histórico? ¿Cuál es el modo propio de hacer teología en América latina que nos revele la marcha de Dios en los pobres y en la praxis histórica? ¿Cuáles son las experiencias fundamentales que aparecen como punto de partida de esa teoría teológica que nos llevan a historizar la teología latinoamericana? ¿Cómo descubrir a Dios en las marchas de la esperanza

de algunos pueblos? ¿Cómo hablar de Dios a los que han sido declarados no-personas, invisibles?

Las ponencias y comunicaciones presentadas y discutidas en la reunión fueron unas 9, y giraron en torno a la siguiente temática: la primera, “El método en teología”, por Pedro Trigo radicado en Venezuela. La segunda, “Hacer teología desde la investigación participativa. Experiencia con un grupo de Mujeres que vive con VIH”; esta es una investigación elaborada en conjunto y presentada aquí por uno de sus investigadores: Víctor Martínez Morales. La tercera, “María de Nazaret: modelo de discipulado cristiano (cfr. Lc 1,26-56): narración de fe de una pequenina”, del biblista brasileño Jaldemir Vitório. La cuarta, “La teología latinoamericana y el giro descolonizador”, del dominicano y profesor del Bonó, Pablo Mella, invitado especial para la ocasión.

La quinta presentación fue sobre “La estética teológica y la teología de la liberación”, del teólogo ecuatoriano Vicente Chong. La sexta, “Algunos elementos en torno a una teología de la comunidad, para una sociedad inmunitaria. La aportación del Concilio Vaticano II”, del mexicano Raúl Cervera. La séptima, “Un Ethos desde la fragilidad”, de Tony Mifsud, radicado en Chile. La octava, “A call to evengelism: la misión más allá de la división entre católicos y protestantes”, trabajo elaborado en conjunto por los estadounidenses Daisy Machado y Eduardo Fernández, presentado en la Comisión por este último.

Hugo C. Gudiel García

Coordinador de la Comisión Teológica CPALsj

Repensando el método teológico latinoamericanoTeología

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2. Marcha Verde e inmigración haitiana

Además de esta primera preocupación, hubo dos realidades y experiencias históricas que ubicaron, entroncaron y radicaron nuestro quehacer teológico en Santo Domingo. Ambas se nos presentaron en el Centro Pedro Francisco Bonó: la realidad social y su dinamismo por un lado, y la inmigración haitiana por el otro.

En la primera realidad se puso de manifiesto la importancia del actual movimiento social dominicano, la Marcha Verde, presentado por Carlos Pimentel. Se trata de un movimiento social de grandes proporciones que ha logrado aglutinar a diversos grupos y sectores de la sociedad civil frente a la corrupción estructural, “gangrena de un pueblo” (papa Francisco) y la impunidad. La corrupción generalizada “rompe de manera directa con el proyecto de Dios para la humanidad porque hace que las relaciones con las personas y las cosas se transformen en espacios de explotación y muerte, en especial, al entablarse una relación idolatra con el dinero y el poder” (Compañía de Jesús, provincia de las Antillas 2017).

Ha llamado fuertemente la atención, entre otras cosas, la capacidad de los dirigentes de este movimiento social, de administrar la pluralidad y la diversidad de procedencia de los distintos sectores sociales que lo conforman: juventudes, clases medias, empresarios, jerarquía eclesiástica etc. A mi juicio, esta pluralidad y diversidad es uno de los signos de los tiempos que merece toda nuestra atención para discernir teológicamente y descubrir la presencia y el actuar del Dios en la historia, hoy: es un Dios que también Marcha Verde. Además, es interesante la libertad del movimiento para no confundirse y menos convertirse en un movimiento político partidista. Es significativo también, la autonomía política y económica: es efectivamente un movimiento autofinanciado por las colectas y la solidaridad de los mismos integrantes del movimiento. Es, finalmente, un movimiento totalmente pacífico que tiene la capacidad y sabiduría de no caer en la provocación violenta de las fuerzas policiales y que expresa su marcha y su alegría en forma lúdica.

Por tanto, y en definitiva, el movimiento social la Marcha Verde, expresa la esperanza profunda de este pueblo dominicano que anhela la transparencia y la justicia social. A mi juicio en la Marcha Verde, el Dios de los pobres se está poniendo de manifiesto en el mismo modo de Dios de ser un Dios nómada que va marchando él mismo con este movimiento social original.

La segunda experiencia que ha marcado nuestro quehacer teológico fue la de la inmigración haitiana a Santo Domingo, presentada por Miguel y por Elena Lara. Miguel nos ha platicado sobre los centros para acoger a los haitianos, donde tienen asistencia y se les anima a para que conformen sus asociaciones para que ellos mismos puedan defender sus derechos. Apoyados en el video Hasta la Raíz, que expone la gravedad de esta problemática, fuimos viendo cómo desde el 2007 se niega la cédula y los documentes de identidad a los dominicanos nacidos de padres haitianos. Con ello, a los dominicanos con ascendencia haitiana se les ha querido dar una muerte civil y moral. El problema, entonces, aparece en toda su crudeza planteado por ellos mismos: ¿si no soy dominicano ni haitiano, entonces qué soy? Una pregunta teológica resuena aquí: ¿cómo hablar de Dios a estos seres humanos que algunos han declarado no-personas, y que han sido descartados de la sociedad dominicana? ¿Cómo hablar de Dios en medio de un racismo institucionalizado que expresa hasta dónde puede llegar la maldad de unos pocos privilegiados y sus instituciones, con otras personas realmente frágiles?

En definitiva, en esta semana hemos tenido sendas presentaciones sobre el método teológico latinoamericano con el trasfondo de la Marcha Verde y de la Inmigración haitiana a Santo Domingo. La afirmación que a mi juicio resume todo nuestro encuentro de este año 2017 puede sintetizarse del modo siguiente: la fragilidad, la diversidad, el arte liberador y la complejización de la pobreza expresada sobre todo en los no-personas han aparecido como el punto de partida del quehacer teológico latinoamericano para la Comisión Teológica. Dios está revelándose en lo frágil, en lo diverso, en el arte liberador y en las no-personas.

Agradecemos finalmente la incondicional ayuda, la presencia cercana y la efectividad del escolar jesuita Ariel Tejeda, del teólogo Eugenio Rivas y del filósofo del Bonó, Pablo Mella por la acogida, la delicadeza y las finas atenciones a cada uno de la Comisión durante toda semana de nuestra reunión.

Santo Domingo 2017

Teología

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Suscripción de Carta a las Iglesias

El Salvador:Personal $ 4.00 Centroamérica y Panamá $ 20.00 Europa y otras regiones $35.00Correo $ 8.00 Norte y Suramérica $ 25.00 Precio por ejemplar $ 0.35

Si desea más información, puede ingresar a nuestra página web: www.ucaeditores.com.sv o escríbanos a la dirección electrónica: [email protected] Tel. 22106600, Exts 240,241,242, Telfax: 503- 22106650

Oscar López

Monseñor, DOCTOR DE LA IGLESIA

La filosofía de Monseñor Romero es estudiada en centros educativos de otros países, sin embargo, en El Salvador hasta la fecha no se ha tomado en cuenta su ejemplo para formular contenidos pedagógicos e impartirlos a los niños y jóvenes durante su formación académica.

Roberto Cuéllar, director de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) declaró: “Instamos al Ministerio de Educación a que tome el pensamiento de Romero y lo haga currícula, que tome la pastoral de Romero y la práctica de la justicia”.

Explicó que no se pretende “rezar el Padre Nuestro ni el Ave María, sino inculcar el pensamiento humanista de Romero, el pensamiento de respeto a la persona, el pensamiento basado en la verdad, ese es el sentido”.

“Monseñor Romero es una figura ejemplar que aferra en El Salvador sentimientos de concordia, respeto, escucha atenta por las ideas de los otros. Hace 40 años Monseñor ya planteó la necesidad de una educación aferrada a la participación lícita de los niños”.

Roberto Cuéllar lamentó que en el país todavía exista un “atraso secular”, lo que imposibilita ver el ejemplo de personajes como Monseñor Romero. “Universidades americanas, europeas, canadienses, latinoamericanas estudian el pensamiento de Romero, no solamente la pastoral, sino también la dimensión política de su fe cristiana”.

Y agregó que un grupo de universidades estudian el pensamiento de Monseñor Romero para presentar al Vaticano una petición: que Monseñor Romero sea reconocido como “Doctor de la Iglesia”. Es un título otorgado por el Papa o un concilio ecuménico a ciertos santos en razón de su erudición y en reconocimiento como eminentes maestros de la fe para los fieles de todos los tiempos.

No hay que olvidar que Monseñor Romero fue reconocido por Naciones Unidas desde enero del 2010 “como emblema del derecho a la verdad que tienen las familias víctimas de violaciones graves de Derechos Humanos en todo el mundo”. El 24 de marzo quedó constituido como el Día Internacional del Derecho a la Verdad.