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"Callejones" Placeres Clandestinos

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Trabajo final de Taller de 4to. Rescate patrimonial. Este libro es el registro gráfico de las historias ilustradas del museo planteado en este trabajo.

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Los puteríos de antaño, las casas de remolienda, eran de todo: pub, discoteca, salón de baile y, por supuesto, prostíbulo. Entre los años treinta a cuarenta en la capital hubo una treintena de prostíbulos, en diferentes sectores de Santiago, pero un sector que se llevaba todas las miradas, era el que comenzaba por allí por 10 de Julio. Fa-mosas casonas con sus tías y niñas felices que dieron vida al barrio Los Callejones.

Pero al pasar los años, todo llega a su fin. Las casas de remolienda comenzaron a apagar sus luces, a desaparecer. Aplastadas por el peso del tiempo, pasaron a llenar las páginas de las memorias urbanas Santiaguinas.

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La salida a la crisis económica, política y social de los años veinte -crisis expresada en el fin del ciclo del salitre, el agotamiento del ré-gimen parlamentario y en la falta de participación de los sectores populares y medios- generó nuevos sistemas de organizaciones.

En lo económico, la doblemente golpeada economía primario expor-tadora -primero por la crisis del salitre y luego por la crisis internacio-nal de 1929- dio paso a un nuevo impulso de desarrollo económico, esta vez basado en la capacidad de producción interna: el país refor-zó así el camino de su industrialización. Lo que provocó la migración campo-ciudad que llenó a Santiago de población masculina.

En lo social, el Estado asumirá un activo rol buscando crecientes grados de integración social, económica y política de la población, cumpliendo así la función de extender los beneficios del desarrollo a nuevos grupos sociales, a la gente más vulnerable.

Estos factores, y la constante búsqueda de mayores niveles de desarrollo económico dio paso a que algunas mujeres, aprovechan-do su belleza, comenzaran a explotar la profesión más antigua del mundo; la prostitución. Profesión que le otorgaba oportunidades económicas a niñas venidas del campo, diversión y distensión a los hombres que dejaron sus familias para venir a trabajar a la capital y grandes dividendos a las tías dueñas de los lupanares.

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u na de Pelequén, de Cunco, Lolol o Huente-lauquén. Todas eran del sur, venían cruitas,

eran sólo huasitas, lindas niñas. Entusiasmar a los parroquianos era su trabajo, bailar junto al piano, servir las poncheras. Cuales ninfas con sus espejos, flores y ramilletes. Se sentían rei-nas, no lo eran, solo un rebaño que la regenta reservaba a la mejor clientela.

En el comedor un piano desvencijado y sobre el un maricón aporreando boleros y uno que otro tango. Puteros fueron muchos; el paco, el político y el banquero. Pasaban noches enteras buscando el amor entre sabanas sin preocu-parse de sus males ni de nada.

Las que fueron niñitas se cansaron de ser nin-fas; perdieron batallas, ganaron amores, dinero y cicatrices. Pero lo más importante, ganaron fama. Así pasaron los años, abrazos y cariños. Ya no bastaba con ser una chicuela, todas buscaban ser la reina. Cada una con su piano, sus huasitas y clientela.

Los años quedaron en sus pieles, así como la gloria de aquellos días. Puteros ya no existían. El paco mataba al vecino, los políticos eran presos, los banqueros unos cesantes. Esas mismas que un día llegaron del sur se juntaban en Diez de Julio por las mañanas a pasear. Guillermina, Lechuguina y Nena se decían al caminar.

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por las calle de la capital, por ahí en Los Callejones, vivía una emblemática puta. Bella

y esbelta, o firme, rechoncha y ruda. quizás fue la misma en dos etapas de su cruda vida. la llamaban la loca, la loca Marión, la de la cicatriz en la ceja y humilde ardor. El tajo en la cara se lo ganó peleando, un día caluroso y agitado; con la gorda; la cabrona del burdel donde ella enamoraba. La obligo a tomar un cliente; de nombre Casimiro, un hombre muy adinerado pero nada agraciado.

La loca ya había elegido a su querendón, ese que vendía tortillas y huevos duros en la esquina del callejón. Chevalier le decían, al hampón desastrado, que con un buen vaso de tinto en mano, embrujó por siempre a la Marión.

Aquel día iban a arrancar, la loca con Chevalier, y comenzó una discusión de alto calibre con la gorda del burdel. Con una navaja china, le

propinó un corte en su cara. ese día no siguió la fiesta, no siguió la jarana, ni los gatos se queja-ban; pero de todos modos la Marión se fue con su amante y con la luna despechada.

Ella surgía de entre la noche a veces vistiendo con pieles y glamorosos encajes aunque otras aparecía vistiendo harapos en lugar de largos trajes. pese a todo, seguía esforzándose en tratar de parecer atractiva. Una loca parecía con los espectáculos que daba noche a noche, los vecinos no la soportaban, de ahí que la apodaran.

Nadie sabe con precisión qué sucedió con la Marión. el mundo de la vejez, la fue retirando a la fuerza, apagándole los últimos combustibles de su vida sin regenta. Quizás la Loca encontró al fin al hombre de sus sueños, desapareció por Los Callejones, como lo haría un recuerdo frágil, nunca mas se supo de ella, nunca más de sus amores.

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la Lechuguina y sus chiquillas, se adueñaban del barrio matadero para dejar a sus clientes

contentos, remolienda Santiaguina glamorosa de esquina a esquina. Todos buscaban lo mis-mo, deleitar ojos, cuerpo, alma y por supuesto los oídos, con aquella música que el piano entregaba.

Se decía Lechuguina a una niña bonita, pero que en su reflejo no era mas que una vieja vivida, destacaban sus modales cuidadosos y su distinguida elegancia, haciendo que la visitaran solo artistas aventureros y folkloristas con de-seos. Encontraban música y piano, para darle un pasito antes de seguir con los abrazos.

La casa de puta se armó donde la Carlina cuan-do el maricón no tubo donde poner sus manos, les falto hasta el aire, chillaban buscando al culpa-

ble, se arrancaron gritaban, pillen a esos que le quitaron la vida a nuestra casa. La envidia invadió a la Lechuguina, llevándose lo mas preciado que era el piano de alegrías, era un piano de cola donde se tocaban cuecas lindas.

Cómo lo cargarían, si no es na’ vihuela, dijo la Nena junto con la Chabela. No era na’ liviano, los de cola son re’ pesados, con qué vamos a cantar las lindas cuecas, con qué vamos alegrar la vida. La Lechuguina fue, la Lolo le ayudó. repetían las chicuelas. Pero nadie hacia reparos en el chico Ricardo, que en el ganseo de la Carlina, de la Chabe y la Lechuguina, se llevó ágil el piano por la puerto sin el banjo.

Se robaron el piano, era de la Carlina. ¿fue la Lolo o la Lechuguina? Ya daba lo mismo, se arran-caron con el piano, se llevaron los abrazos. Se robaron la alegría, se arrancaron con los tarros.

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la Guillermina, regenta, huasa que llego a Santiago repartiendo placeres prohibidos,

instalo su famoso lugarcito en Los Callejones, atrayendo intelectuales, bohemios y artistas dejándoles sonrisitas.

La decadencia de Guillermina llego sin avisarle a nadie, rompiendo con ciertos rituales de las noches de lujuria. Cuando el negocio y las pu-tas ya estaban seguras, la Guillermina cerraba sus puertas, asegurando fortuna con el ropero en la puerta. Esta noche fue única, se callo el piano se apago la victrola y se cerro la jornada, pero algo hizo que Guillermina no asegurara la cerrada, nadie podía pasar con semejante ba-rrera colocada, y por lamentable coincidencia olvido poner el mueble trancando la entrada.

Farfán el proxeneta, narcotraficante y amante de una mujerzuela. Enamorado de esta, entro fácil y confiadamente hasta su habitación pero lo que no sabia es que ella esta cumpliendo su función, con otro hombre descarnado en busca de un cariñito desenamorado. Farfán en copas sintió celos hasta de las sombras y sin dudar su acción, arremetió contra ella matándola en su propia habitación. La asesino en su propia cama olvidando toda pasión descarnada.

Así Guillermina y su remolienda fueron aplas-tadas por el rumor y la prensa, pero paso a llenar paginas de memorias urbanas con tanta historia desgarrada, es que el amor también se hacia presente en casas donde solo el cuerpo expresaba, esa pasión provocaba historias que quedan grabadas en la historia y cultura de una época olvidada.

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“Se sentían reinas, no lo eran, solo un rebaño que la regenta reservaba

a la mejor clientela”

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Organiza Auspicia

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