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Calles de Edimburgo - novelasparami.files.wordpress.com · tratarme como si fuera de cristal. De todas formas me había dado cuenta de ... La noche anterior, Joss y yo habíamos estado

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CALLES DEEDIMBURGO

Samantha Young

Traducción de Javier Guerrero

Título original: Until Fountain BridgeTraducción: Ruth Moragrega Lerga1.ª edición: noviembre, 2013 © 2013 by Samantha Young© Ediciones B, S. A., 2013Consell de Cent, 425-427 - 08009Barcelona (España)www.edicionesb.com

Depósito Legal: B. 27.461-2013

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-699-1

Maquetación ebook: Caurina.com

Todos los derechos reservados. Bajo las

sanciones establecidas en elordenamiento jurídico, quedarigurosamente prohibida, sinautorización escrita de los titulares delcopyright, la reproducción total oparcial de esta obra por cualquier medioo procedimiento, comprendidos lareprografía y el tratamiento informático,así como la distribución de ejemplaresmediante alquiler o préstamo públicos.

Contenido

Portadilla Créditos

Nota para los lectores Capítulo uno Capítulo dos Capítulo tres Capítulo cuatro Capítulo cinco Capítulo seis

Capítulo siete Capítulo ocho Último Primer capítulo Portada Calle Londres Calle Londres Capítulo 1

Nota para los lectores

Tras la publicación de Calle Dublínme sentí abrumada por la cantidad delectores que se pusieron en contactoconmigo no solo para decirme cuántohabían disfrutado de la historia de Joss yBraden, sino también para expresarmesu amor por Ellie y Adam, y pedirmemás sobre ellos. Calles de Edimburgoes la respuesta a todas aquellaspeticiones, con mi agradecimiento porsu inquebrantable apoyo y entusiasmo.

Así que ahí van Ellie y Adam.

¡Feliz lectura!

Capítulo uno

Siempre era lo mismo cuandobuscabas algo en una pila enorme de«algos»: el algo que estabas buscandose hallaba en lo más bajo de esa enormepila de algos. Después de un buen ratodeposité la última caja en la otra puntadel cuarto y me sequé el sudor de lafrente.

Cuando me mudé al piso de Adam,hacía ya tres meses, le prometí que todaslas cajas de trastos que había dejado enla habitación de invitados estarían

clasificadas y colocadas en un par desemanas como máximo.Desgraciadamente no había cumplidocon mi palabra, y no me avergonzabadecir que estaba todavía demasiadoparalizada por el miedo al tumor comopara reñirme a mí misma comocorrespondía. Me habían diagnosticadoun tumor cerebral benigno —y aun asíterrorífico— ocho meses antes, undiagnóstico que no solo traumatizó a mifamilia y a mi amiga Joss, sino quesacudió a Adam, el mejor amigo de mihermano, de pies a cabeza. Finalmentehabía admitido delante de todo el mundoque estaba enamorado de mí, y desde

entonces era raro el día que no habíamosestado juntos. A pesar de que nuestrarelación había cambiado, seguíamossiendo nosotros, y Adam intentaba notratarme como si fuera de cristal. Detodas formas me había dado cuenta deque me dejaba hacer cosas que no mehubiera permitido antes —como ocuparcon mis cachivaches su minimalistadúplex de lujo— y no sabía si era pormi mismo temor o porque habíamospasado a ser pareja y estaba haciendoconcesiones.

Me lancé sobre la última con ungruñido de triunfo y arranqué la cinta de

embalar. Dentro encontré exactamente loque estaba buscando y sonreí. Ya habíavolcado la caja y dejado caer mis viejosdiarios cual cascada sobre el parqué deAdam cuando se me ocurrió que volcaruna caja llena de diarios podría dejararañazos. Hice un pequeño, estúpidoaspaviento hacia las memoriasdesparramadas como si de ese modo,por arte de magia, fuera a suavizarse elimpacto de su rápida caída.

No sirvió de nada.Me arrodillé, recogí las libretas y

revisé la madera. Nada. Gracias a Dios.Adam era arquitecto, y eso significaba

que le gustaba que su espacio estuvierade una determinada manera, y esamanera tendía a ser impoluta,especialmente cuando todo le habíacostado una fortuna. Aquel suelo no erabarato, Adam ya había cambiado su vidapor mí, dando un giro de trescientossesenta grados, pasando de hombre sincompromiso y orgulloso propietario deun piso de soltero a novio encantado yorgulloso propietario de un piso llenode bártulos inservibles que su peculiarpareja, romántica hasta decir basta,recogía de los lugares más variopintos,incluyendo casas de caridad. Me habíapermitido dejar mi impronta en cada una

de las habitaciones, así que estropear elsuelo no era precisamente una formabonita de agradecérselo. Me besé lasyemas de los dedos y las pasé por elparqué a modo de disculpa.

—Els, ¿qué ha sido ese ruido? ¿Estásbien?

La profunda voz de Adam se oyó através del vestíbulo. Se encontraba en suoficina, trabajando en el proyecto en elque estuviera inmerso en aquel momentocon Braden.

—Ajá —le respondí, ojeando deprisalos diarios para asegurarme de queestaban todos y cada uno de ellos. Tan

concentrada me encontraba que no oí laspisadas.

—¿Qué estás haciendo? —Su vozsonó de repente por encima de mí ysalté, alarmada, perdí el equilibrio y caíde culo mientras murmuraba un «oh».Leoí contener una carcajada y le encaré.

—Voy a tener que ponerte uncascabel.

Ignorándome, se acuclilló con la vistapuesta en los diarios. Como siempre quele miraba con detenimiento, sentí unligero aleteo en la boca del estómago yun cosquilleo en la piel. Con el cabelloespeso y oscuro y un cuerpo magnífico

(endurecido a base de sesiones diariasen el gimnasio), Adam era un hombremuy atractivo, pero de la clase dehombre atractivo que se convertía en«tío bueno que te pone a mil» en cuantocomenzabas a hablar con él. Tenía unasonrisa traviesa y ladeada, ojos castañososcuros e inteligentes que se iluminabancuando le interesaba lo que le contabas,y una voz deliciosa que apuntabadirectamente a las zonas erógenas decualquier mujer. Aquellos increíblesojos suyos se detuvieron sonrientes enlos míos.

—No había visto uno de estos desdehacía tiempo.

—¿Mis diarios? —murmuré, mientrasintentaba ordenarlos cronológicamente—. Dejé de escribirlos.

—¿Por qué?—Lo dejé cuando comenzamos a

salir. Parecieron perder el sentido, yaque básicamente eran una vía de escapepara lo que sentía por ti.

Las comisuras de sus labios securvaron.

—Pequeña —susurró, y levantó elbrazo para colocarme un mechón cortodetrás de la oreja.

Fruncí el ceño ante el recordatorio dela longitud de mi cabello. Antes del

tumor tenía una larga melena rubia clara.Adoraba mi pelo, y sabía que Adamtambién lo adoraba. Sin embargo, loscirujanos me habían afeitado una partepara que nada les obstaculizara a la horade cortarme un trozo del cerebro. Cubríde manera provisional la zona rapadacon algunos pañuelos, pero dejé deusarlos cuando mi cabello comenzó acrecer de nuevo, y permití a mi madreque me convenciera de cortarme el peloa lo chic pixie.

Salí horrorizada de la peluquería ysolo me apacigüé algo cuando Adam medijo que se me veía linda y sexy. Y meaplaqué completamente cuando Joss me

dijo que cualquier cosa era mejor que untumor.

Tenía razón. Si algo me habíaenseñado aquella experiencia sobre lavida era a no sofocarme por nimiedades.Eso no significaba que no fuera unmaldito fastidio tener que esperar a quemi melena volviera a crecer. En aquelmomento apenas me llegaba a labarbilla.

—¿Y por qué los estás sacando? —preguntó Adam, que tomó uno y lo ojeódistraídamente.

No me importó. En cualquier caso yoera una persona abierta, especialmente

con Adam. No estaba avergonzada denada de lo que había escrito. Confiabaen él desde lo más profundo de mi alma.

—Son para Joss —respondíalegremente, sintiéndome frívola contodo el asunto.

La noche anterior, Joss y yo habíamosestado pasando el rato en el piso quecompartía con Braden —mi antiguo pisoen la calle Dublín— y me comentó quesu manuscrito estaba quedando precioso.Joss era escritora, americana, y vino aEdimburgo huyendo de un pasadotrágico. Su historia me rompió elcorazón. Cuando tenía catorce años

perdió a toda su familia en un accidentede coche. Nunca llegaría a imaginar loque debió de significar para ella. Solosabía que la había dejado profundamentemarcada.

Me gustó Joss inmediatamente cuandola entrevisté para compartir mi piso,pero supe también entonces que habíaalgo dañado en ella, y quise ayudarla dealguna manera. Se había mostrado muydistante cuando comenzó a quedar conmi hermano mayor, Braden, y fui testigodel cambio que se obraba lentamente enella. Joss decía que habíamos sidoambos, Braden y yo, quienes lahabíamos cambiado, pero en realidad

había sido él. La ayudó tanto que inclusohabía comenzado a escribir una historiabasada en la relación de sus padres. Eraun gran paso para ella, y anoche me dijoque no se podía creer cuánto estabadisfrutando al hacerlo. Aquello me habíadado una idea para su próximo proyecto.

—¿Por qué para Joss?—Porque estos diarios contienen

nuestra historia. —Le sonreí—. Es unabuena historia de amor. Creo quedebería ser su siguiente novela.

Vi que Adam se moría por reírse, ycomo yo no sabía por qué, le ignoré.

—¿Siguiente… novela romántica?

—Siguiente como el que vienedespués del anterior. La novela de suspadres es una historia de amor. Creo quedebería ser su siguiente novela.

—Aun así, estoy bastante seguro deque Joss no se clasificaría como unaescritora de género romántico. De hechose lo le he oído decir.

—Y yo. —Arrojé mi primer diariode nuevo a la caja, pues sabía que noayudaría a Joss en su documentaciónteniendo en cuenta que tenía siete añoscuando lo garabateé. Iba básicamente demis muñecas Barbie y Sindy y de lacuestión de los pies planos de Sindy y su

imposibilidad de intercambiar zapatoscon Barbie. Aquello solía volvermeloca—. «Y la dama protesta demasiado,

creo yo.»1 Es definitivamente unaescritora de novelas de amor. Heinfluido en su carácter para que lo sea,tras someterla a tantos dramasrománticos. Sería un milagro que no seconvirtiera en una autora de novelasrománticas.

Se rio de mí al tiempo que seagachaba a mi nivel hasta quedararrodillado, con mis diarios todavíaabiertos en las manos. Sus ojos oteabanlas páginas.

—Así que ¿escribías sobre mí enellos?

Sí, lo había hecho. Había estadoprendada de Adam desde que yo teníadiez años y él diecisiete. Ese antiguoenamoramiento se había ido haciendocada vez mayor hasta que cumplí loscatorce, y a partir de entonces fue comouna bola de nieve. Lancé otro diario demi niñez a la caja y alcancé el siguientedel montón.

—Te he querido durante muchotiempo, amigo mío —murmuré.

—Quiero leerlos —me contestó conternura, y la solemnidad de su tono me

hizo alzar la cabeza. Sus ojos memiraban, luminosos, llenos de ladevoción y el sentimiento que nuncadejaban de darme aliento—. Quierocada trozo de ti. Incluso las cosas queme perdí sin saber siquiera que me lasestaba perdiendo.

Sentí que me derretía. Yo era unaromántica, hasta la médula, y aunquesorprendería a cualquiera que leconociera, Adam atendía a mi ladoromántico con una dedicación que meemocionaba. Tenía un don con laspalabras que hacía que me fundiera… ydespués de fundirme normalmente meponía muy caliente, con lo que él

siempre salía ganando.Le dediqué una suave sonrisa

mientras volvía a mis diarios y hojeévelozmente hasta que encontré el quequería. Leyendo por encima di con elpárrafo exacto que buscaba y lo coloquéen su regazo, abierto por la páginaadecuada.

—Toma. Empieza por aquí. Teníacatorce años.

Adam arqueó una ceja, asumí queante la idea de leer los pensamientos deuna niña de catorce años, y me lo cogió.Yo sabía lo que estaba leyendo. Lorecordaba como si hubiera sido ayer.

Lunes, 9 de marzoHa sido un día verdaderamenteraro. Comenzó como cualquierotro. Me levanté justo cuandoClark salía precipitadamentehacia el trabajo y ayudé a mamácon Hannah, pues ella estaba muyocupada con Dec, y traté dedesayunar mientras daba dedesayunar a Hannah. Lo quesignificó tener que cambiarme lacamisa del colegio porque lapequeña todavía cree que lasgachas de avena solo sirven paradecorar. Ojalá hubiera sido ese elúnico incidente del día, pero no

fue el caso. En el momento en quellegué con Allie y June a laspuertas del colegio, simplementesupe que algo iba mal…

En cuanto sonó el timbre que dabapaso al descanso de la comida casidespegué de mi silla y salí corriendo dela clase de español como si losmismísimos perros del infierno mepisaran los talones. Intentaba contenerlas lágrimas, de veras que lo intentaba,porque no quería que ninguno deaquellos idiotas supiera lo que me habíahecho. Pero en cuanto dejé atrás laentrada principal del colegio, las

compuertas de mis ojos se abrieron.Todos los murmullos y los insultos…

era horrible. Nunca antes me habíaocurrido. No así. Normalmente solíagustar a la gente. ¡Era encantadora! Noera… bueno, desde luego no era una«zorra». Lloré todavía más al oír a loschicos de un curso superior al mío reírsede mí cuando los adelanté en las puertas.Con dedos temblorosos saqué el móvilque Braden me había comprado porNavidad y llamé a mi hermano mayor.

—Els, ¿estás bien?En el momento en que escuché su voz

otro sollozo brotó de mi garganta.

—¿Ellie? —Pude discernir deinmediato su preocupación—. Ellie ¿quéocurre?

—Bri… —Luché para tomar alientoentre los sollozos. —Brian —Laslágrimas no dejaban de interrumpirme—Fairmont… tiene quince años y le hadicho a todo el mundo que nosacostamos juntos en la fiesta decumpleaños de Allie el sábado por lanoche.

Me detuve y me arrebujé en la vallade un jardín ya lo bastante lejos delcarísimo colegio que mi siempre ausentepadre pagaba para que asistiera cada

año. Estaba a solo veinte minutos de lacasa de mis padres en St. Bernard’sCrescent y me sentía muy tentada depasar del colegio y esconderme en casalo que quedaba de día.

—Ese pequeño pedazo de mierda —siseó Braden. Su furia irradió a travésdel teléfono hasta llegar a mi mano.

—Dicen que soy una zorra y una puta,murmuran y se ríen de mí. Y ahora Juneno me habla.

—¿Por qué demonios no te hablaJune?

—Le gusta Brian. Yo nunca…Braden, crucé con él apenas cuatro

palabras el sábado por la noche. Mepidió un beso y le dije «quizá en otrarealidad».

—¿Había audiencia cuando se lodijiste?

—Sus amigos estaba allí, sí —sollocé.

—Así que rechazaste al pequeñodegenerado e inició el rumor. —Bradensoltó otra palabrota—. De acuerdo,¿dónde estás ahora mismo?

—Me voy a casa. No podría soportarotras tres horas de esto.

—Cariño, no puedes irte a casa. Alcolegio Braebank no le gusta que sus

alumnos se salten las clases. Espera enlas puertas. Voy a solucionarlo. —Podíadeducir por su tono que Brian Fairmontiba a aprender que nadie se metía con lahermana pequeña de BradenCarmichael.

Colgué y me lavé la cara, satisfechapor una vez de que mamá no me dejarallevar rímel, ni ningún otro tipo demaquillaje, ya que estaba, no hasta quetuviera quince. Y entonces me dejaríausar rímel y corrector antiojeras pero nobase, y definitivamente nada depintalabios hasta los dieciséis.

Mis amigos pensaban que mi madre

era rara.Mientras esperaba a Braden me sentí

algo mejor sabiendo que venía en mirescate. Mi hermano mayor era enrealidad mi medio hermano.Compartíamos el mismo padre, DouglasCarmichael. Papá era un tipo importanteen Edimburgo, poseía una inmobiliaria yvarios restaurantes y un montón depropiedades que alquilaba. Estabaforrado y, a pesar de que dedicabatiempo a Braden, parecía creer quedarme dinero a mí era disculpasuficiente por haber estado ignorándomedurante los catorce años que hacía queyo habitaba en el planeta Tierra. Su

abandono me dolía. Mucho. Pero tenía aBraden, que prácticamente me crio tantocomo mi madre y Clark, mi padrastro.Mamá se había casado con Clark hacíacinco años, y él, desde que entró en lavida de mi madre, dejó claro que queríaser como un padre para mí. Y lo era.Mucho más de lo que jamás lo seríaDouglas Carmichael.

A veces me preguntaba cómo eraposible que Braden y yo hubiéramossido engendrados por él. Ambos éramosdemasiado buenos para ser hijos suyos.Tomando a Braden como ejemplo,después de negarse abiertamente a

trabajar con nuestro padre, unos añosatrás decidió que quería formar partedel «imperio» Carmichael, lo queimplicaba hacer más horas que unesclavo para que Douglas se sintierafeliz. No solo trabajaba muchísimo,además se tomó en serio su relación conla chica con la que estaba saliendo,Analise. Era una estudiante australiana ya Braden parecía gustarle realmente. Yaun así seguía encontrando tiempo paramí. Lo que quería decir para rescatarmede situaciones espantosas como en laque ahora me veía envuelta.

—Ellie. —Una voz familiar, pero nola que estaba esperando, captó mi

atención y me giré al tiempo que oíacerrarse la puerta de un coche.

Mis ojos se agrandarondesmesuradamente cuando vi a AdamGerard Sutherland rodeando el capó desu Fiat de seis años, un coche queBraden calificaba de absurdo drenajepara las finanzas considerando queAdam estudiaba en la Universidad deEdimburgo y aparcar en la ciudad era uninfierno.

Adam Gerard Sutherland, a todo esto,era el mejor amigo de Braden.

Me sentía cautivada por él en ciertaforma desde que tenía diez años, así que

me vi algo más mortificada al saber quemi hermano mayor le había enviado arescatarme de mi problema. Aunque nodebería sorprenderme. Ambos habíancompartido tareas y responsabilidadesdesde que yo era una cría.

—Adam. —Palidecí, esperando queno me quedara rastro de lágrimas en lacara.

No di importancia a la forma en quesu oscura mirada me estudiaba y a cómosu mandíbula se tensó. Notaba los ojoshinchados y rojos, y era obvio por qué.

—Braden se disculpa. Le has pilladoen medio de una reunión y no podía

escaparse —me explicó tal y como seacercaba. Llevaba una camiseta limpia ysin una sola arruga y unos vaquerosdescoloridos. Adam era demasiadoaseado y pulcro como para parecer unode esos estudiantes grungies. Incluso suviejo coche estaba impoluto por dentro ypor fuera—. Me ha llamado y resultaque yo tenía la tarde libre. Ven aquí,cariño.

Sin preguntar, me acerqué a él einmediatamente pegué la mejilla a sucuerpo y le abracé fuerte, esforzándomepor no llorar.

—¿Y dónde está ese pequeño pedazo

de mierda?Me aparté, consciente de repente de

por qué había acudido y de cuan furiosoestaba.

—¿Qué vas a hacer?—¿Tiene quince años?—Dieciséis.Torció el gesto con furia.—No puedo pegarle, pero puedo

dejarlo jodidamente cagado de miedo.Braden y Adam decían muchísimas

palabrotas, y solían hacerlo tambiéndelante de mí. Afortunadamente habíainteriorizado desde que nací que no sedecían palabras malsonantes delante de

Elodie Nichols, y nunca repetía las queellos soltaban. Para ser justa, usabantacos muy suaves cuando estabanconmigo, los había oído peores en elcolegio. Ese día, de hecho, los mismoshabían sido dirigidos a mi personadirectamente.

Sentí como mis ojos se tornabaacuosos una vez más.

Adam se percató y entornó lospárpados.

—Els, ¿dónde está ese chico?Suspiré con pesadez.—En la parte trasera, detrás del

comedor.

—De acuerdo.Adam cruzó las puertas y corrí tras

él, ignorando las miradas curiosas demis compañeros y el murmullo exaltadoconforme adivinaban que Adam,claramente mayor que el resto, estabaallí por mí y que algo iba a ocurrir.

Mis mejillas enrojecieron devergüenza, y el corazón me martilleabade anticipación ante el justo castigo porla peor mañana de toda mi vida escolar.

Giramos la esquina del edificio.Adam se detuvo y miró fijamente a ungrupo de alumnos mayores. Los chicosde quinto y sexto grado fueron volviendo

la cabeza hacia nosotros; pusieron losojos como platos al ver a Adam junto amí.

—¿Cuál de ellos es? —preguntócategóricamente.

—Brian es el de la sudadera atada ala cintura.

—¿El crío rubio con una botella dezumo en la mano? ¿El que tiene pinta decapullo?

—Podría ser ese.—Pequeño… —gruñó entre dientes y

se dirigió hacia él directamente, lospuños cerrados colgando a los lados desu cuerpo.

Un amigo de Brian le dio un codazoseñalándole a Adam y al instante estetambién palideció al verle. Cuando secolocó a su lado, Adam le superaba enalrededor de quince centímetros dealtura. Agachó la cabeza a su nivel, y loque fuera que le dijo hizo que los otroschicos agrandaran todavía más los ojos.

—¿Y bien? —exigió Adam en vozmás alta. Brian murmuró algo—. Másfuerte, jodido mentiroso de mierda.

—No me acosté con ella, loreconozco. —Gritó Brian—. ¡Nisiquiera la toqué! —Se giró y me vioobservándole, y con la mirada pareció

suplicarme que alejara a Adam de él—.¡Lo siento! Mentí, lo acepto.

El murmullo de la multitud hizo quemis pupilas pasaran de Brian alcomedor, y mi estómago se encogió alver al señor Mitchell en pie vigilando aAdam. Adam debía de haberle vistotambién porque levantó la cabeza. Aunasí no se separó de Brian.

—¿Quién eres? —preguntó el señorMitchell en tono beligerante, al tiempoque se le acercaba—. No tienes permisopara venir al patio del colegio.

—Hummm, de acuerdo señorMitchell. —Tragó saliva y se alejó de

Brian, tomando de paso una distanciasegura con el profesor de geografía.

—Adam —le llamé, deseando que semarchara antes de meterse en líos.

—Señorita Carmichael, sabeperfectamente que no están permitidaslas visitas en horario escolar.

—Lo lamento, señor Mitchell.—Ya me iba. —Adam lanzó una

última mirada de advertencia a Brian yde manera casual se dirigió hacia mí.Tomándose todo el tiempo del mundo.

A Adam no le gustaba que le dijeranqué podía o no podía hacer. Cuando mealcanzó colocó su brazo alrededor de

mis hombros y me hizo acompañarlehasta la entrada del colegio. Ya nadieme insultaba o me miraba mal. Memiraban de hecho como si fuera lo más.Quiero decir, para ser honesta, que memiraban como si lo fuera por tener elbrazo de Adam rodeándome y que élhubiera venido a dejar claro que Brianhabía mentido sobre mí.

Sonreí ampliamente y Adam me pillóy soltó una suave carcajada, que me hizosentir calor y confusión.

—¿Te sientes mejor ahora? —mepreguntó cuando nos detuvimos.

—Sí, gracias.

—En cualquier caso, ¿qué hacías enuna fiesta un sábado por la noche?

Puse mala cara ante la posesividadde su tono.

—Tengo catorce años, Adam. Era elcumpleaños de una amiga. Y además nosabía que irían chicos mayores.

Adam cabeceó, asintiendo.—Simplemente ve con cuidado, ¿de

acuerdo?—Claro. —Bajé la mirada,

sintiéndome estúpida por haberleenvuelto en mi drama adolescente.

—Ven aquí. —Me atrajo hacia sí yme dio un suave beso en la frente antes

de abrazarme.Una vez dejé de lamentar mi mañana

y llorar sobre su hombro, fui plenamenteconsciente de que estaba pegada a supecho. Olía de maravilla y su cuerpo eraduro y musculado. Me sentía biensabiéndome rodeada por él.

Un cosquilleo extraño se despertó enla parte baja de mi vientre y noté comomi piel de pronto se ruborizada de formaincreíble. Me hice atrás e intentésustituir la sensación de extrañeza poruna sonrisa temblorosa y un gestodisparatado.

Adam me dedicó una sonrisa burlona

y dijo:—Si me necesitas cuando sea,solo llama, ¿de acuerdo? —Yo asentí—.Muy bien, cielo. Te veré después.

—Adiós.Me dedicó otra sonrisa mordaz, y esa

sonrisa lanzó de nuevo una oleada deese algo extraño que se expandió dentrode mí. Mientras lo veía subirse al cochey alejarse, me di cuenta de que mienamoramiento por Adam se acababa deintensificar. Mi mente ya no era lo únicoque se sentía atraído por él. Mi cuerpoadolescente, sobrehormonado, iba aestar también loco por él desdeentonces.

1 Versos de Hamlet, Shakespeare. Eninglés: «And I do believe the lady dothprotest too much.» (N. de la T.)

Capítulo dos

Adam frunció el ceño mientras alzabala vista del diario, pero me dedicó unaleve sonrisa divertida.

—No sé cómo sentirme respecto aser el causante del despertar sexual deuna niña de catorce años. Es todo unpoco Lolita.

Me reí de su incomodidad.—No significa que tú sintieras lo

mismo por mí entonces. De todasformas, ahora que soy toda tuya,¿realmente hubieras preferido que fuera

otro el que despertara por primera vezmi deseo?

Sus cejas se unieron y su miradaregresó a las páginas.

—Anótate un tanto.—Toma. —Le pasé otro diario,

abierto por más de la mitad, y le quitéde las manos el de los catorce años—.Este es el del año siguiente.

Sábado, 23 de septiembreEstoy a punto de gritarle a Adamque deje de tratarme como si fuerasu hermana. ¡No soy su hermana!Cómo me gustaría que se diera

cuenta de una vez…

Respiré hondo y sostuve el rímelalejado de las pestañas. Me examiné enel espejo del tocador y exhalé despacio,preparándome mentalmente y tratando decalmarme. Por más que lo intentara nopodía detener el salvaje aleteo demariposas en el estómago. Me rendí ylentamente volví a mirarme en el espejopara aplicarme la máscara de pestañas,que era lo único que mamá me dejabausar de maquillaje. Siempre habíatenido unas pestañas largas yestupendas, pero nadie supo cuan largasy estupendas eran hasta que empecé a

oscurecerlas. Ahora eran muy largas y elcolor negro hacía que mis ojos clarosparecieran aún más azules.Afortunadamente el rímel me hacíatambién parecer mayor, pues aunque eraalta, todavía era enjuta y estaba casiplana, y unas cuantas pecas en el puentede la nariz me hacían sentir como unaniña de cinco años y no como una chicade quince.

Aquella noche tenía una cita. Miprimera cita. Con Sam Smith, quienestaba en sexto año y era guapo y lomás, y realmente, realmente me gustaba.Tanto como me podía gustar un chicoque no fuera Adam. Claro que Adam ya

no era un chico.Un golpe en la puerta de mi

habitación hizo que me cepillara elcabello por enésima vez.

—Adelante —dije, agitada sin razón,puesto que sería probablemente mimadre, que parecía estar másemocionada que yo con la cita, ytambién más preocupada.

Para mi sorpresa, la cabeza queasomó por el marco no era la de mimadre, sino la de Adam. Mi corazón dioese pequeño saltito en el pecho, comosiempre hacía cuando le veía, y le sonreíalegre.

—¿Qué haces aquí?Entró y cerró la puerta, con sus cejas

mostrando consternación, mientras leesperaba en pie a modo de bienvenida.Sus ojos me recorrieron de arriba abajoy vi como le pulsaba una vena de lamandíbula. Yo llevaba un vestido cortosin mangas. Tenía un escote discreto yllevaba una rebeca que me cubría losbrazos y medias tupidas para tapar laspiernas desnudas, pero adivinaba que elcorte minifaldero era lo suficientementealto para, aun con las medias,fastidiarle. Me crucé de brazos, y elmovimiento devolvió su mirada a mi

rostro. El recordatorio de que meconsiderara su hermana pequeña y quecreyera tener que protegerme logróenfadarme.

—Clark le dijo a Braden que teníasuna cita esta noche. Queríamos estarpresentes en tan gran ocasión. ¿Quién esél?

Aparté los ojos ante su tonodespótico.

—Es solo un chico.—¿Y qué edad tiene ese chico? —me

preguntó en voz baja conforme avanzabaunos cuantos pasos más hacia mí.

—¿Dónde está Braden?

—Abajo. No esquives la pregunta.¿Cuántos años?

—Sam tiene diecisiete.—¿Qué? —Respiró hondo—. ¿Y

Elodie está de acuerdo?No mencionó a Clark, dado que él se

tomaba estas cosas con más calma quemi madre.

—Está más emocionada que yo conesto.

—Está cloqueando como una gallinanerviosa ahí abajo.

—Eso es porque Sam llegará en unminuto. —Evité sus ojos, pues no megustaba la obstinación que se entreveía

en la inclinación de su mandíbula.—¿Adónde va a llevarte?—Al cine, y después a cenar.—¿Estarás en casa antes de las once?Cogí el bolso de encima de la cama y

suspiré exageradamente.—Sí...—Y no permitirás que te toque.Aquello no era una pregunta.Me quedé helada ante su exigencia y

fruncí el ceño mientras él cubría lospocos pasos que nos separaban hastaquedar justo delante de mí, tan cerca quetuve que echar la cabeza hacia atrás paraenfrentar su mirada.

—Es una cita, Adam —susurré—. Sesupone que tocarse forma parte deljuego.

—No cuando tienes quince años. Nocuando tú eres tú. —Retrocedí de nuevo,tomándome sus palabras como uninsulto, y Adam hizo una mueca deinmediato—. Els, no quería que sonaraasí. Lo que quería decir… es que tú noeres cualquier chica.

—Mira, Braden ya me ha dado lacharla hace tres horas por teléfono.

—Ellie. —Me dedicó una mirada quedecía claramente «cállate»—. Tú eresespecial. Mereces a un chico que lo

entienda, y un chico que lo entienda nointentaría nada demasiado travieso estanoche, ¿de acuerdo?

—¿«Demasiado travieso»? —Levanté las cejas—. Estoy bastantesegura de que Sam no intentará nadademasiado travieso.

—Els, eres una romántica, y ademáseres joven. Los chicos de su edad… noson románticos. Solo tienen una cosa enmente, y únicamente esa cosa. Y esepequeño cerdo no la obtendrá de ti.

Enfadada ante su sugerencia de queera una cría cándida, le rocé al pasarpor su lado.

—¿No tienes una cita comatosaesperándote en algún sitio?

—Pequeño polluelo descarado. —Sequejó y me siguió cuando salí de lahabitación y me dirigí a las escaleras—.Te prefería cuando eras una enanamonísima y nunca respondías.

Gruñí ante sus palabas, y el gruñidose volvió ronco al oír el timbre.

—Maldita sea —dije casi sin aliento,y bajé corriendo el último tramo deescalones mientras Braden salía delcomedor con un botellín de cerveza enla mano. Mis ojos se abrieron ante surepentina aparición y los suyos se

ensombrecieron al ver mi vestido. Hiceuna carrera con él y choqué con laespalda de Clark, que daba labienvenida a mi cita en la puerta.

—Precisamente aquí llega —dijoeste, y volví a tropezar con él,dirigiéndole una mirada inquisitiva.Estaba siendo muy evidente eintimidante. Era marciano.

—Sam. —Tomé aire, sintiendomariposas volar agitadas de nuevo alverle.

Sam era tan alto como Braden, apesar de que su estructura era másdelgada y larguirucha, y tenía un pelo

desordenado castaño claro que parecíatener vida propia. Se había hechofamoso en el colegio por ese pelo.Todas las chicas querían ser la quepeinara con los dedos aquel cabello. Ytras esta noche esperaba ser yo esachica.

Sam dejó de mirar a Clark concautela y entonces me lanzó una sonrisaque marcó sus hoyuelos.

—Ey, Els, estás estupenda.—No lo está. —Braden apareció de

repente tras mi espalda y la de Clark, ycerré los ojos de auténtico dolor alsentir la tensión de Adam a su lado. Los

dos intentaban freír el culo de Sam comosi tuvieran rayos en los ojos—. Estácomo una niña de quince. Recuerda eso.

«Oh, Dios. Mátame. Mátame ahora.»—Si la tocas, me aseguraré de que

pierdas cualquier sensibilidad.Permanentemente —le advirtió Adamamenazadoramente.

—Lo suscribo —gruñó Braden.Cuando me atreví a abrir los ojos,

con el corazón en la garganta, encontréla cara de Sam mirando cenicienta aBraden y Adam como si fueranmerodeadores vikingos llegados paracortarle la cabeza.

—¿Qué está pasando aquí? —La vozde mamá envió un latigazo de alivio pormi cuerpo—. Apartaos de la puerta. —Adam y Braden fueron enviados asegunda línea, y Clark les siguió, hastaque mi madre, Elodie Nichols, quedósola frente a la puerta. Alta y esbelta,era también maravillosa, y en esepreciso momento un ángel.

—Gracias —dije agradecida.Vio mi expresión y lanzó una mirada

dura por encima de su hombro hacia loshombres que se batían en retirada. Tuvela sensación de que de alguna manerarecibirían una reprimenda verbal que

haría parecer lo de Sam un juego deniños.

Cuando se dio la vuelta de nuevo,tendió la mano a mi cita.

—Elodie Nichols, es un placerconocerte, Sam.

—Para mí también, señora Nichols—respondió en voz baja, estaba claroque aún no se había recuperado.

—Bueno, será mejor que dejemosque os marchéis. —Sus ojos brillaronmientras me colocaba un mechón detrásde la oreja y me daba un beso en lamejilla—. Pásalo bien, pequeña. Vuelveantes de las once.

—Gracias, mamá.—¿Llevas tu teléfono?Asentí con la cabeza y bajé

velozmente los escalones de la puertaprincipal, empujando con delicadeza aSam hacia la calle. Él no dijo ni unasola palabra mientras nosencaminábamos a la parada del autobús.

—Ignóralos, es lo más sencillo —leaconsejé, finalmente—. Solo estabanjugando contigo.

Me dedicó una débil sonrisa ycomprobó su reloj.

—La película comenzará en breve.Será mejor que nos demos prisa.

Pegué un portazo al entrar,esforzándome en contener las lágrimasque parecían empeñadas en brotar demis ojos.

—¿Eres tú, pequeña?Sintiéndome miserable y necesitada

de un abrazo maternal, me arrastré desdeel recibidor hasta el comedor solo paraencontrarme con una sorpresamayúscula.

Eras las diez y media, y Braden yAdam seguían en casa.

Mamá y Clark estaban en los sillones,Braden y Adam en el sofá, ninguno delos cuatro miraba ya la televisión, sino a

mí.Los miré y supe por qué estaban allí,

y lágrimas de rabia me anegaron losojos.

—¿Cómo ha ido tu cita? —preguntómamá, aunque vaciló al ver miexpresión.

—Fatal. —Dejé de mirarla paraposar mis pupilas en Braden y Adam—.No volverá a pedirme que quedemos porculpa de estos dos idiotas.

—Bien —respondió Bradencategóricamente—. Eres demasiadojoven para tener citas.

—No es demasiado joven. —Mamá

suspiró.—Es demasiado joven —convino

Adam—. Y mira lo que lleva puesto.—No hay nada de malo en lo que

lleva. Se ha puesto unas medias espesas.—Tiene quince años —argumentó

Braden—. Tiene todo el tiempo delmundo para tener citas. Deberíacentrarse en sus estudios.

—Oh, suenas como un viejo carcamal, Braden.

—No me puedo creer tu actitud,Elodie —siseó Adam—. Creí que seríasmás cuidadosa con estas cosas.

—¿Cuidadosa? —farfulló mamá—.

Era una cita.Mientras reñían, toda mi furia tuvo

tiempo de calentarse hasta hervir y hacerarder mi humillación. El chico másagradable, guapo e interesante delcolegio me había pedido salir y mihermano y su mejor amigo lo habíanarruinado todo.

—Me gustaba —les informé depronto, calmada pero en un tono quecortó la discusión. Y una lágrima sedeslizó por mi mejilla mientras seguíahablando—. Realmente me gustaba.Vosotros dos lo habéis estropeado todoy ni siquiera os importa.

Me dolía el pecho por la presión dela angustia. Me precipité corriendo a lasescaleras, ignorando la llamada deBraden.

—Yo iré —le dijo Adam, lo queprovocó que mis piernas se movieranmás deprisa por los escalones.

Cerré la puerta de mi habitación deun golpe, escondí la cara en la almohaday lloré sobre ella.

Oí un golpecito en la puerta porencima de mis fuertes sollozos y levantéla cabeza lo justo para gruñir.

—Lárgate.Escondí de nuevo la cabeza bajo la

almohada y esperé.Dado que sabía cuan tenaz era Adam

no me sorprendió que obviara mipetición. Oí cómo se abría la puerta y elcrujido del suelo conforme se acercabaa la cama. El colchón se hundió a miderecha y le oí suspirar.

—Lo lamento —se disculpó con lavoz llena de sinceridad—. Cariño, lolamento.

No dije nada, la garganta me ardíamás hondo aún cuando me caí en lacuenta de que era la primera vez que mehabía hecho daño.

—Els…

Saqué la cara de la almohada yentonces pude verle. Ignoré su mirada depreocupación en su joven, maravillosorostro y le dije con gravedad:

—Solo lárgate, Adam.Se pasó la mano por el pelo,

mirándome más intensamente.—Mira, me siento como una mierda,

Els. No pretendía arruinarte la noche.Tampoco Braden.

—Oh, estoy segura de que cuandohabéis amenazado con deprimir susistema nervioso no teníais ningunaintención de estropear mis opciones conél.

—Dios —se quejó Adam—. Eresdemasiado lista para tu edad. Es comodiscutir con una mujer adulta.

—¿Y cómo sabes tú lo que es discutircon una mujer adulta? Nunca te quedasel tiempo suficiente al lado de la mismapara lograr cabrearla.

Torció el gesto ante mi respuesta yagitó la cabeza.

—Dios —repitió.Tras un minuto de silencio se giró de

nuevo hacia mí. Su expresión ya nocontenía diversión alguna. De hecho sele veía terriblemente serio.

—Si ese crío se aleja de ti porque no

es lo suficientemente hombre paraplantar cara a la preocupación de tufamilia, entonces es que no es el tipo dechico con el que quieres estar.

La palabra «familia» presionó esepequeño botón en mi interior. Le fulminécon la mirada y estallé:—No eres mihermano, Adam. Deja de comportartecomo tal.

Sentí un ramalazo de pena en elpecho al ver su expresión herida, y laculpabilidad hizo que me entrarantodavía más ganas de llorar.

—Ya lo sé, Ellie.Nos sostuvimos la mirada, y mi

preocupación por él hizo que se mesonrosara la piel.

—¿Lo sabes? —murmuré un pocoexageradamente.

Algo brilló por un momento en susojos y se puso en pie, incómodo.

—Te dejaré un rato, solo quería quesupieras que nunca te haría dañointencionadamente.

No dije nada más, y Adam suspirócansado y se marchó. Cuando cerraba oíla voz de Braden justo al otro lado.

—¿Está bien?—Está cabreada. Dejémosla en paz

durante un rato.

—Quiero hablar con ella.—Braden…—Te veo bajo —le cortó, abriendo

la puerta. La preocupación en los ojosde Braden me bloqueó, conforme seacercaba a paso seguro a mi cama.

—Els, cariño. —Su voz era fuerte ysegura—. Lo siento mucho.

Y ante eso rompí a llorar y me lancésobre su pecho, dejando que sus brazosme rodearan con fuerza y sus tiernossusurros me calmaran.

Capítulo tres

—¿Perdonaste a Braden? —Adamfrunció el ceño mientras mantenía eldiario fuera de mi alcance.

Me encogí de hombros, recuperé eldiario y lo coloqué al lado del que habíaescrito con catorce años.

—Tú me hiciste más daño. No apropósito, claro, pero quería que mevieras como a una mujer, no como a unaniña.

Adam me miró como si estuvieraloca.

—Eras una niña. Tenías quince años.—Entonces, ¿no me viste de esa

manera? ¿No aquella noche, con mivestido minifaldero? —Le estabaprovocando.

—No en aquel momento —admitióbajito, como si temiera herir missentimientos—. Seguías siendo lahermana pequeña de Braden por aquelentoncesNo me sentí mal. Enretrospectiva, y siendo sincera, mehabría preocupado si hubiera gustado aAdam siendo una chica larguirucha yplana de quince años. Aun así, sentíacuriosidad.

—¿Cuándo cambié a tus ojos?Me miró con otro «tú estás loca».—No pienso contártelo.—¿Por qué no?—Porque es una de esas cosas de tíos

que no entenderías y que probablementete cabreará.

Genial. Ahora estaba definitivamenteintrigada.

—No me enfadaré. Solo dímelo porfavor —le supliqué con dulzura.

—Vale. —Me miró con cautela—.Fue la mañana siguiente a tudecimoctavo cumpleaños.

Mis ojos se agrandaron al recordarlo.

«¿En serio?»—Sí, la mañana en la que tú… oh,

casualmente, me dijiste que habíasperdido la virginidad.

¿Fue ese el momento en que se diocuenta de que sentía algo por mí?Dios… Joss tenía razón, los hombresera trogloditas. Aquella mañana regresóa mi mente vívida y detalladamente, ysolté una carcajada cuando reviví todala situación sabiendo que Adam habíaestado celoso. Guau. No fue lo que mepareció en aquel momento.

—Supe que estabas enojado conmigo,pero creí que era otro de esos episodios

de «hermano mayor sobreprotector».—¡No! —Adam movió la cabeza

sombríamente, se echó hacia atrás y seapoyó en las palmas de las manos—.Fue uno de esos episodios «estoybuscando a la hermana pequeña de mimejor amigo, que me acaba de decir quese ha acostado con un tío por primeravez y lo único que veo son sus labioshinchados y su pelo revuelto reciénsalido de la cama y me he puestojodidamente cachondo». —Sus ojos sedetuvieron en mi boca conformerecordaba—. Mi cuerpo reaccionó a loque habías dicho antes de que pudierahacerlo mi cabeza. De repente me

encontré preguntándome cómo sería seracariciado por tus labios, a qué sabrías,cómo me sentiría al tener tus largaspiernas alrededor de mi espaldamientras empujaba dentro de ti... —Mesacudí, notando cómo se me calentaba lapiel ante el conocimiento de que Adamhabía estado teniendo pensamientoslascivos sobre mí durante mucho tiemposin que yo tuviera ni idea—. Así que mecabreé. Conmigo por desearte así. Ytambién contigo… por dejarleprobarte…

Nuestras miradas se encontraron y mirespiración se tornó pesada.

Supe que si no decía nadaterminaríamos haciendo el amor en lasegunda habitación antes de quepudiéramos acabar nuestro paseo por elsendero de la memoria. Y sinceramenteestaba disfrutando de aquel viaje.

Me aclaré la garganta y saqué otrodiario, mirándolo rápidamente porencima. Encontré lo que buscaba y se locoloqué en las manos.

—Deberías saber —le murmuré concariño— que todo lleva a ti.

Domingo, 30 de abrilAnoche perdí la virginidad. Con

Liam. No fue como había soñadoque sería. No fue con quien queríaque fuera. No fue con alguien dequien estuviera enamorada comosiempre juré que lo haría. Y dolió.Y después dejó de doler. Enrealidad no estuvo tan mal. Perootra cosa dolió anoche, y adiferencia del sexo no dejó dedoler. No ha dejado de doler…

El salón de actos del hotel Marriotestaba completamente lleno, y cuandomiré a mi alrededor me di cuenta de quehabía gente a la que ni siquiera conocía.

De cualquier modo, había muchos

invitados, y Allie había declarado mifiesta de decimoctavo cumpleaños todoun éxito, y eso que todavía no se habíaterminado. Braden había alquilado unade las salas del hotel, y contratado un djy catering. Mi familia había invitado amás familia, y también a amigos quehabían invitado a más amigos, y misamigos habían invitado a sus amigos.Era una multitud, el bufé prácticamentese había agotado y la pista de baileestaba a rebosar.

El equipo de catering salió delprivado con más frivolidades paracomer y me molestó ver cómo Adamdetenía a una de las camareras más

guapas cuando esta pasaba y le decíaalgo que le hizo reír y ladear la cabezacoqueteando. Los vi e ignoré el ataquede celos.

—¿Te he dicho ya lo sexy que estásesta noche?

Me vi impulsada hacia atrás contra uncuerpo tibio y alcé la barbilla apenaspara encontrarme con el rostro atractivode Liam. Me sonreía con los ojosbrillando ligeramente. Iba achispado,pero no bebido como Adam, que habíacomenzado a «ponerse alegre» una horaantes de que la fiesta comenzara. Ysiguiendo su costumbre se había

buscado la vida solo. Por loscomentarios sueltos que había oído aBraden a lo largo de esos años, Adamera un auténtico mujeriego que nunca seacostaba con mujeres con las quepreviamente había tenido una cita.Probablemente porque él no tenía citas.

Liam en cambio trataba demantenerse sobrio. Y yo creía saber porqué. Tenía diecinueve, estudiaba en laUniversidad Napier, y nos conocimoscuando me pasé a ver su universidad elaño anterior. Nos habíamos mantenidoen contacto, chateando, hasta que elaparentemente conservador Liam mehabía pedido una cita hacía seis

semanas. Habíamos estado jugando unpoco (me había proporcionado miprimer orgasmo), pero me habíamostrado reacia a acostarme con él. Mehabía llenado la cabeza con muchasnovelas y películas románticas hastaconvencerme de que mi primera vezsería con alguien de quien estuvieraenamorada. A pesar de que me gustabaLiam y me sentía atraída por él, noestaba enamorada todavía. De todasformas estaba casi segura de que élpensaba que, porque yo cumplía losdieciocho esa noche, iba a ser la noche.Y era la razón, por tanto, de que tratara

de mantenerse sobrio.Estaba algo tensa, porque aún no

sabía cómo iba a lograr quitarle la ideade la cabeza.

Sonriéndole, asentí avergonzada.—Quizá lo hayas mencionado una o

dos veces.Liam sonrió, deslizando las manos

hasta posarlas en mis caderas.—Vale la pena mencionarlo más de

una vez. Todos los tíos presentespiensan que soy un cabrón con suerte yprobablemente tengan razón.

Sus labios rozaron los míos y fuebonito. Verdaderamente bonito. Pero

desde mi primer beso con PeteRobertson un viernes noche quequedamos varios amigos en la bolera,unos meses después de mi desastrosacita con Sam, no había sentido eso de loque las novelas románticas hablaban.Había besado a cinco chicos desdeentonces y ninguno de aquellos besoshizo que mi piel ardiera ni que micuerpo vibrara ni que mi estómagorevoloteara. Comenzaba a creer que lasnovelas románticas me habían llevadopor el mal camino.

—No pretendo interrumpir, peroquiero un baile con la chica delcumpleaños.

Ante el sonido de la voz de Adam,rompí de inmediato cualquier contactocon Liam y di media vuelta paraencontrármelo de frente, dirigiendo unamirada a Liam de «tienes cincosegundos para quitarle las manos deencima o te rompo la cara». Hacía dosaños y medio que había empezado asalir con chicos, y Adam y Bradentodavía se divertían apabullando a losasustadizos de mis novios.Afortunadamente este no se amedrentabacon facilidad.

Liam presionó mis caderas.—Voy a pedirte algo de beber. Estaré

fuera con Allie y los chicos.Asentí y lo vi desaparecer en la

distancia, entre la multitud.Una mano cálida en la cintura me

devolvió la vista hacia Adam, quien mesonrió al tiempo que me acercaba a él.Tan pronto mi cuerpo rozó el suyo sentíel familiar cosquilleo otra vez,descendiendo por mis piernas cuando elbrazo que Adam tenía en mi cintura secerró, su otra mano cogió la mía y laacercó a su pecho. Coloqué la otra en suhombro y me dejé llevar por él. Estartan cerca el uno del otro hacía que mecostara respirar e intenté con todas mis

fuerzas que él no lo notara. Las yemasde sus dedos presionaron justo encimade mi trasero, y como llevaba un vestidocon la espalda al aire el contacto fuepiel con piel. Mi cuerpo reaccionó deuna forma que reconocí y agaché lacabeza, incapaz de mirarle.

Había estado en la habitación deLiam un par de semanas antes yhabíamos estado besándonos ytoquiteándonos. Las caricias se habíantornado más íntimas de lo que yo solíapermitir, así que cuando su dedo sedeslizó bajo la falda para meterse en miropa interior y tocarme ahí casi mecaigo de la cama. Lo había sentido al

mismo tiempo entre las piernas y en lospechos. Colocó un dedo en el clítoris yjugó con él hasta que mi cuerpo empezóa resquebrajarse lentamente pararomperse de pronto en una explosión deplacer.

Adam no había necesitado una manoentre mis piernas. Había sido suficientesentir su tacto para que los familiarescosquilleos vibraran dentro de mítambién.

—¿Estás disfrutando de tucumpleaños?

Bajé la vista para mirarle, con la caracasi pegada a la suya. Yo medía uno

ochenta, era solo seis centímetros másbaja que Adam, pero aquella noche mehabía puesto tacones altos que me hacíanun poquito más alta que él. Tambiéndebió de darse cuenta, porque sonrió yme miró rápidamente de arriba abajo,mientras le respondía.

—Sí, me estoy divirtiendo.—¿Has abierto ya algún regalo?—No, iba a hacerlo más tarde y creo

que ahora todo el mundo está un pocobebido como para importarle, túincluido.

—No estoy bebido, algo achispado,eso es todo. —Entornó los ojos—. Tú

no has bebido ¿verdad?Entrecerré los míos.—Adam, tengo dieciocho años,

legalmente me está permitido beber.—¿Eso es un sí o un no?—He tomado un par de chupitos, eso

es todo.Permanecimos callados durante un

tiempo e incluso me permití relajarmesobre él. Hasta que flexionó sus dedossobre mi espalda y un escalofrío merecorrió. Adam se tensó, como si sehubiera percatado de mi reacción, y alcéla cara rápidamente para confirmarlo.Sus ojos oscuros brillaban de una forma

que no había visto nunca.Tragué saliva.Me observó por un momento y me

encontré todavía más apretada contra sucuerpo. Mis dedos se curvaronalrededor de su hombro. Sus siguientespalabras casi me vuelven loca.

—Eres la cosa más hermosa que hevisto nunca, Els —me dijo, con la vozronca por la emoción.

Mis ojos se agrandaron,conmocionados ante su comentario, y elcorazón me hizo un ruido sordo dentrode las costillas. ¿Adam creía que eraguapa? No, no solo guapa, sino «la cosa

más hermosa que jamás hubiera visto».Guau.De acuerdo. Mi pecho subía y bajaba

con rapidez.—Adam —respondí en voz baja, sin

saber si hablaba en sentido platónico osi al fin había abierto los ojos para verque ya no era una niña. Para empezarahora tenía pecho.

—Me preocupo por ti a todas horas—confesó—. Eres tan dulce y amable,demasiado amable a veces. Me agobiapensar que alguien pueda herirte y yo noesté ahí para detenerle.

Era cierto que tendía a ver lo mejor

de cada persona, y que tenía un pequeñocomplejo de heroína (me preguntaba dedónde habría salido eso), pero no eratonta. Era una mujer y podía saliradelante sola. Así se lo dije.

—No me refiero a eso. Acaparasmucha atención masculina, Ellie, y aveces es difícil distinguir a losgilipollas. Por ejemplo, el tío con el quehas venido esta noche. Flirtea mucho…especialmente con cualquiera que tengatetas y un par de buenas piernas —gruñóAdam.

Ofendida ante el insulto, intentéapartarme.

—Liam es un buen chico.—Liam solo busca una cosa. Si lo

sabré yo…—De acuerdo, ya la has acaparado

demasiado. —De repente Braden estabadetrás de nosotros, sonriendo—. Quieroun baile con la chica del cumpleaños.

Adam me abrazó más fuerte, hastaque pareció darse cuenta de lo quehacía, entonces me permitió separarme ysonrió a Braden. Nos miramos unaúltima vez y de repente él ya no estaba yera Braden quien me rodeaba con susbrazos.

¿Qué demonios acababa de ocurrir?

¿Había Adam Sutherland… acaso él…era aquello algo más que un consejo deamigo? La forma en que me habíatocado, cómo me había hablado, cómome había mirado. Todo había parecidodiferente, lo había sentido diferente. Micorazón latía desenfrenadamente, unaburbuja de frívola esperanza flotandodentro de mí. El pobre Liam se habíaperdido en el olvido mientras yo meperdía en mis propios anhelos yfantasías.

—Estoy orgulloso de ti —me dijoBraden con aspereza, devolviéndome alsalón, lejos de mi búsqueda de trajes denovia y de la elección de mi dama de

honor. Me preguntaba si debería serAllie, dado que era a la que conocíadesde hacía más tiempo.

Sonreí a mi hermano mayor, sintiendomi pecho expandirse ante sudeclaración.

—¿Y eso?—Por muchas razones. Por entrar en

la Universidad de Edimburgo. Porpreocuparte por Elodie y Clark, y porser una buena hermana mayor conHannah y con Dec. Y por ser una granhermana pequeña conmigo. Ha sido unaño difícil, Els, y te estoy muyagradecido por tu ayuda.

Le abracé fuerte por un segundo, micorazón dolorido de nuevo por él. Trasenamorarse y casarse con su noviaaustraliana, Analise, Braden pidió eldivorcio al encontrársela acostándosecon un antiguo amigo suyo del colegioen una de las propiedades vacías de la

New Town.2 La muy zorra lo habíaestado haciendo pasar por el aro durantelos últimos nueve meses de sumatrimonio para engañarle después conun viejo amigo. Era la última traición.Peor, nuestro padre fue el primero endarse cuenta, y había guiado a Bradenhasta que este descubrió a la traidora

pareja. Aquellos eran los modos depapá. Pero Braden no pareciómolestarse con él. Incluso parecióagradecérselo. Yo, por otro lado, creíque era un gilipollas insensible. Denuevo, no albergaba precisamentesentimientos tiernos por DouglasCarmichael en aquel momento (o algunavez).

Como si me leyera la mente, Bradensusurró:—Papá lamenta no poder estaraquí, Ellie. Yo también lo lamento.

—No te disculpes en su nombre. —Aparté la cara, mirando hacia arribapara detener las lágrimas.

Hay quien pensaría que después dedieciocho años de abandono a esasalturas ya estaría hecha a él.Desgraciadamente el dolor nuncaterminaba de irse. Simplemente nolograba entender que veía de malo en míDouglas Carmichael para rehuirme una yotra vez. Cumplía dieciocho, por elamor de Dios, y no podía levantar surico culo para venir a ofrecerme susmejores deseos en mi cumpleaños.

Braden suspiró de nuevo y le oísoltar una palabrota en voz baja. Teníaahora una buena, equilibrada relacióncon nuestro padre y yo no quería ser

causa de ningún problema entre ellos,así que le di un apretón y sonreí.

—Estoy bien. Estoy mejor que bien.Estoy rodeada de amigos y familia quese preocupan por mí. Y eso es todo loque me preocupa a mí.

Compartimos otra sonrisa y otroabrazo durante unos segundos, antes deque la música subiera el ritmo, y mimadre y Clark se acercaran a nosotros.Baile con los dos a la vez, riendo comouna boba cuando me empujabanmoviéndose de una manera que no debíahaberse visto en al menos dos décadas.

A medida que avanzó la noche alterné

con mi familia y mis amigos, pero misojos se movían errantes entre la multituden busca de Adam. Mi estómago era unmotín de mariposas, y no podía quitarmesus palabras de la cabeza.

«Eres la cosa más hermosa que hevisto nunca, Els.»

Sonreí por algo que Allie le dijo aLiam y vi que él se moría de la risa,pero no tenía ni idea de qué iba el tema.Mi cabeza estaba estancadarebobinando.

Cuando la habitación empezó a estardemasiado cargada, pedí una botella deagua, me escabullí por la puerta trasera

y encontré la dirección a la salida. Erala de incendios y me llevó a la parte deatrás del hotel, donde se almacenabanlos contenedores de basura. Me deslicésilenciosamente, aspiré profundamente ydisfruté de la paz. Me tomaría unmomento para darle vueltas a la cabezasobre lo que había ocurrido y si lo quecreía que había ocurrido era lo querealmente había ocurrido.

Sentí que una sonrisa tontacomenzaba a estirarme los labioscuando un gruñido seguido de un gemidome dejaron helada. Mi corazón seaceleró un poco al tiempo que entendí loque aquellos sonidos significaban y con

lo que había tropezado. Cuando se oyóotro gruñido me cubrí la boca con lamano para contener la risa queamenazaba con brotar.

—Sí —gimió una voz femenina—.Adam..., oh, Dios mío.

La risa murió instantáneamente y lasangre se agolpó en mis oídos. Sentíarder el fondo de la garganta. Como si eldiablo o algo masoquista que tuvieradentro me impulsara, me aupé ensilencio para ver tras los contenedores.

Cualquier esperanza que pudierahaber tenido explotó y se desintegró ami alrededor.

Vi a Adam tirándose a una de lascamareras del catering contra una paredde ladrillos, y me di cuenta de lo tontaque era. Un cría, cándida e idiota.

La rabia se instaló en mí. Lafrustración. El dolor… como si en ciertomodo no fuera lo bastante buena. Nopara Adam. No para mi padre.

Fruncí el ceño. Había alguien paraquien sí era lo bastante buena, así que ¿aqué estaba esperando? ¿Flores y sonetosy un hombre arrodillado? Aquello no ibaa ocurrir. Esto era el mundo real. Elsexo era sexo. No había nada mágico enél.

Eso estaba claro.No era una persona irascible por

naturaleza, pero la hoguera de los celoshabía sido alimentada y regresé al hotelen silencio. En cuanto estuve dentro laimagen de Adam moviéndose contra lacamarera volvió a mi retina. Me sentíenferma. Bebí más agua y tomé unadecisión. Necesitaba sacármela de lacabeza.

Encontré a Clark hablando con suhermano en el salón de reuniones y,gracias a Dios mi madre, no estabacerca, porque lo que iba a pedirseguramente a ella no le haría feliz.

—Els, ¿qué quieres hacer con losregalos? —Señaló la mesa al fondo enla que habían sido colocados.

—¿Puedo pediros a mamá y a ti ungran favor?

Sonrió, adivinando cuál era el granfavor.

—¿Quieres que nos llevemosnosotros los regalos a casa?

—Mis amigos y yo querríamos ir auna discoteca, si os parece bien.

Clarck me miró por un momento y alfinal suspiró.

—Vete antes de que tu madre te vea.Y ten cuidado.

Asentí y le di un beso en la mejilla.Me fui y al llegar a la pista de baileencontré a Liam y a Allie bailandojuntos. Aparté a Liam a un lado y lancéuna sonrisa de disculpa hacia Allie.

—¿Qué pasa? —me preguntó,sonriente.

Le miré a los ojos y me dio un vuelcoel estómago al tiempo que le decíasignificativamente:—Vámonos.

Su cuerpo se tensó y sus cejas seunieron.

—¿Solos tu y yo?—Sí.—¿Adónde quieres ir?

Presioné mi cuerpo contra el suyo,dejando claras mis intenciones.

—¿Adónde quieres llevarme?Liam respiró hondo y respondió:—

Podría reservar una habitación.—De acuerdo, entonces.Nos fuimos enseguida,

escabulléndonos de la fiesta antes deque mamá o Braden pudieran verme. Losnervios me atenazaban conforme nosacercábamos a la recepción del hotel, yme costó no vomitar cuando Liam pagóuna habitación.

Cada centímetro de mi cuerpotemblaba mientras el ascensor nos subía

a la primera planta, y cuando entramos ala habitación empezamos a besarnos ypudo sentir que me temblaban los labios.

—¿Estás segura de esto? —susurróen mi boca.

La imagen que intentaba sin éxitoborrar de mi mente relampagueó denuevo. Quería cosquilleos y excitadasmariposas, quería pieles sonrojadas ypasión. Quería confianza y seguridad,quería afecto y risas. Quería lealtad yamistad. Quería amor.

Desgraciadamente la vida me habíagastado una broma cruel y me habíaenamorado de la única persona a la que

jamás podría tener.Pero que no pudiera tenerle, en todo

caso, no significaba que no pudiera teneruna vida. Ninguna de mis amigas eravirgen todavía. ¿Qué era eso sino unamolestia? Me gustaba pensar en planromántico que era un regalo. Se suponíaque lo que había sido era una marca depropiedad. Pero estábamos en el sigloXXI. No pertenecía a nadie. Y mivirginidad era algo que podía entregar aquien me diera la gana.

—Sí —le susurré en respuesta,alcanzando el lazo halter de mi vestido ydesanudándolo—. Sí, estoy segura.

Afortunadamente Liam se tomó sutiempo. Me hizo alcanzar un orgasmoantes de ponerse un preservativo yentrar en mí, así que estaba tanpreparada como se podía estar. Aun así,dolió. Después de un rato el dolordisminuyó y me sentí bien con lo quehacíamos. Liam lo disfrutó. Intentóaguantar hasta que yo llegara con él,pero no lo hice. No podía dejar depensar una y otra vez, mientras élentraba y salía de mi cuerpo, que lahabía jodido a lo grande.

Me había prometido a los catorceaños que la primera vez que hiciera el

amor lo haría estando enamorada.En cambio estaba acostada en la

habitación de algún hotel con un chicoque meramente me gustaba y quecasualmente había aceptado el regaloque le ofrecía. Sentí un gran peso en elestómago cuando Liam terminó. Memantuve despierta, escuchándole roncara mi lado e insultándome como nuncapor permitir que la rabia y los celos merobaran lo mejor de mí.

Estuve allí durante un par de horas,hasta que finalmente decidí que no podíasoportar quedarme en la habitación delhotel. Pasadas las cuatro de la

madrugada salí a hurtadillas y pedí enrecepción que llamaran a un taxi. Lamujer de recepción echó una mirada ami pelo revuelto y al estado reveladorde mi vestido y supo exactamente quéhabía estado haciendo. La sonrisa queme dedicó me hizo sentir barata, y me dicuenta enseguida de que lo que me hacíasentir barata era que yo sentía que habíaactuado de una forma barata.

Intenté no llorar mientras el taxi mellevaba a casa, y definitivamente intenténo llorar cuando entré silenciosamenteen ella. Avanzaba hacia las escalerascuando una cabeza se asomó por lacocina, lo que me dio un susto de

muerte. Tomé aire agarrándome el pechocon la mano, asustada.

Seguí a Adam a la cocina y cerré lapuerta tras de mí. Observé su rostro y visus ojos inyectados en sangre. El olor acafé inundaba el ambiente y vi tostadascon queso en un plato. Obviamente teníaresaca e intentaba disminuir los efectos.Estaba demasiado ocupada mirandoalrededor para advertir su enfado.

—¿Dónde coño has estado? —mesiseó.

Le miré mal, culpándolemomentáneamente por la perdida de mivirginidad.

—Por ahí.—¿Dónde?—Simplemente por ahí.Frunció el ceño.—¿Con quién?—Con Liam.La cara de Adam se ensombreció al

instante, dio un paso hacia mí y miróprimero mi pelo hecho un lío y se fijódespués en mi boca. Sus ojos sedetuvieron en ella hasta que me toquélos labios, preguntándome qué tendríande fascinantes.

—¿Qué habéis estado haciendo? —preguntó finalmente, con brusquedad.

Y aquel fue el punto de laconversación en el que perdí losnervios. Mi pérdida de control seconvirtió en hastiada petulancia.

—Tengo dieciocho años, Adam.Puedo acostarme con mi novio.

Su cuerpo se sacudió, como si lehubiera disparado.

—¿Sexo? —respondióahogadamente.

Me encogí de hombros como si micorazón no estuviera martilleando contrami caja torácica.

—Era el regalo que me hacía a mímisma.

Tomó aire, sus ojos sobre mí denuevo.

—¿Me estás diciendo… que hasperdido la virginidad esta noche?

Asentí con la cabeza despacio, habíaalgo en sus palabras, un filo que me hizoasustarme un poco.

La mirada de Adam era alarmante yme mantuve allí retorciéndome mientrasme devoraba de los pies a la cabeza. Meruboricé ante su examen, no muy segurade lo que estaba ocurriendo. Peroentonces me lo dejó claro, girando sobresus talones y empujando la puerta de lacocina para abrirla. Sin preocuparse por

quienes dormían. Adam se precipitófuera de la casa, dando un portazo alsalir.

Tomé un temblorosa bocanada deaire y comprendí dónde estaba el límiteentre nosotros ahora.

Adam me veía como su hermanapequeña. Ningún hermano mayor queríaoír que su hermana pequeña se había«entregado a alguien». Más allá incluso,me preguntaba si se sentiría tandecepcionado conmigo como lo estabayo. Me conocía. Sabía que creía en lasnoches estrelladas y en los amaneceres yel «felices para siempre». Había

comprometido aquello en lo que creíateniendo sexo casual con un chico al queapenas conocía.

Las lágrimas llegaron y corrí a mihabitación con la visión borrosa. Cogíropa interior limpia y un pijama, y losmetí en el baño conmigo. Estuve en laducha durante más de media hora,llorando todo el tiempo.

Al menos, me dije, había aprendidouna gran lección.

Había aprendido que había cosas enla vida que nunca se podían recuperar.

2 New Town es el barrio georgiano

de la ciudad, mandado construir porJorge IV a principios del siglo XIX. Esla zona más cara de Edimburgo. (N. dela T.)

Capítulo cuatro

Adam dejó de leer y me miró conalgo parecido al remordimiento en losojos. No quería que se sintiera mal, soloquería que entendiera que inclusoaunque mi primera vez no hubiera sidocon él, siempre quise que lo fuera.

—Cariño, lo siento —susurró.Fruncí el ceño y agité la cabeza.—No lo sientas. No era eso… Solo

quería que supieras que siempre hassido tú.

—Pero tu primera vez tendría que

haber sido especial, Els. Tendría quehaber sido romántica.

Me encogí de hombros.—En el gran orden de las cosas, eso

no es lo peor que pasó. Papá…—Douglas murió apenas unos días

después de tu cumpleaños.—Sí —respondí en voz baja,

recordando haber estado hecha un líotras la muerte de mi padre. Me habíaapenado, claro que sí, pero no estabasegura de si lamentaba la muerte de mipadre o la muerte de DouglasCarmichael. Para complicar más lascosas me dejó una cantidad enorme de

dinero y me costó mucho reconciliarmecon cómo me hacía sentir la herencia.Sin tener en cuenta…—. Estaba muyenfadada con él y murió estando muyenfadada con él.

Adam se deslizó y pasó su brazoalrededor de mis hombros,estrechándome con fuerza.

—Ellie, creí que habías dejado desentirte culpable por eso. Era un padrede mierda, tenías todo el derecho a estarenfadada con él, sin importar lo queocurriera.

Asentí y me acurruqué contra él,percibiendo su esencia y la de su loción

para después del afeitado. Olía bien. Élsiempre olía bien.

Estuvimos sentados en silenciodurante un rato hasta que Adam dijo:—Solo para que lo sepas, apenas recuerdoqué ocurrió con la camarera delcatering. Y no tenía ni idea de lo que tehabía dicho en tu fiesta de cumpleaños,de que te llamé hermosa y te dije que mepreocupaba por ti todo el tiempo. Putosmensajes contradictorios. Iba bastanteborracho aquella noche.

—Lo sé, pero al final tenías razónsobre Liam, acabó engañándome conAllie.

—¿Por eso dejaste de hablarte conAllie? ¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque te habrías pegado con elimbécil de Liam.

—Cierto.Resoplé.—Siempre queriendo luchar mis

batallas por mí.—Contigo, cariño. Contigo, no por ti.Encantada con eso, me giré y le besé,

atraída por el ahora familiar contacto desu boca sobre la mía. Me aparté y ladeéla cabeza.

—Creí que el año en que habíascomenzado a verme como una mujer fue

el año siguiente a mis dieciocho.—¿El año siguiente a…? —Adam

frunció el ceño y reflexionó durante unminuto hasta que su mirada se aclaróconforme recordaba—. El casi beso.

Mientras él leía la entrada anterior yohabía estado buscando esa esperandoque me dijera que fue entonces cuandoempezó a verme como algo más que lahermana pequeña de Braden. Cogió eldiario con una pequeña sonrisa mientraslos recuerdos volvían a él.

Viernes, 5 de julioEsta noche he tenido mi primeracita adulta, sofisticada y, bueno,

CALIENTE. Es solo que no estoysegura de con quién la he tenido…

Mientras Christian me ayudaba a salirdel taxi me pregunté si iba a ser «este».Christian era atractivo, encantador, todoun caballero, y tenía clase. Todavía nome había hecho reír, pero estaba segurade que eso llegaría a medida que nossintiéramos más cómodos el uno con elotro.

Me sonrió de nuevo y estiró eldobladillo de mi vestido negro haciaabajo. Yo lo había subido un pocomientras estábamos en el taxi.

—Estás estupenda.Me ruboricé. Cuando me miraba me

sentía estupenda. Llevaba un vestidoliso, negro y sin mangas que deberíahaber sido de alguna manera recatadoteniendo en cuenta su modesto escote ysu corte hasta media rodilla. En cambioel vestido abrazaba cada centímetro demi cuerpo dejando poco a laimaginación. Era un vestido sofisticadocon un toque sexy.

Lo había comprado ese mismo díaespecialmente para Christian.

Nos habíamos conocido una semanaantes en la asociación de estudiantes. Él

estaba en derecho, era dos años mayorque yo y venía de una buena familia, condinero, además. Tenían una propiedad

familiar en las Highlands.3 Pero desdeluego no era nada de eso lo que meatraía de él. Fue su comportamiento eldía en que nos presentaron, abierto yhonesto, lo que me llegó hondo. Me hizosentir que yo también podía ser abierta yhonesta con él. Que podía ser yo misma.

Christian me dijo que aunque sufamilia tenía una casa en las Highlands,tenían también una en Corstophine, unbarrio residencial al oeste de la ciudad.Sus padres la habían comprado cuando

su hermana se trasladó a la ciudad ycomenzó a tener hijos. Estabaembarazada del tercero, y toda lafamilia se hallaba cerca para apoyarla.Eso decía mucho a favor de ellos yestaba casi emocionada ante la idea deconocerles.

Para mi placer, Christian habíaencargado una mesa en el La Cour paranuestra primera cita. No había tenidooportunidad de decirle que aquelrestaurante pertenecía a Braden. Lohabía heredado de mi padre. Iba acomentárselo nada más entrar, pero élcomenzó a hablarme de la carta y de loque creía que me gustaría pedir. Iba a

contestarle que sabía exactamente quécenar, dado que había estado en el LaCour más veces de las que podíarecordar, cuando oí la voz de Adamllamándome.

Christian y yo estábamos siguiendo almaître hacia la mesa, cuando giré lacabeza para encontrar a Adam en elcentro del restaurante con unamaravillosa morena sentada frente a él.Ignoré la llamarada de celos, que meescocía, y me recordé que estaba enplena cita con un hombre fabuloso, y queaquella maravillosa morena eraúnicamente una de las muchas parejas

sexuales de Adam. Adam era unmujeriego, un promiscuo.

Pero era mi promiscuo, así que nopude evitar acercarme con Christian ami lado, y una gran sonrisa pintada en lacara, pues como siempre me alegraba deverle.

Adam me sonrió abiertamente,aunque esa sonrisa se redujo un pococuando su mirada encontró a Christian.Pasó sus preciosos ojos de él a mí denuevo. Me examinó con su sonrisa ycuando sus ojos volvieron a los míosestaban llenos de ternura.

—Estás sencillamente estupenda, Els.

No solamente me ruboricé ante sucumplido, ardí.

—Gracias —murmuré, y saludéeducadamente a su pareja con un «hola».

Ella me miró fijamente.«Oh, genial.»—Adam, este es Christian.Adam le ofreció un gesto tenso y

tendió la mano a su pareja.—Esta es Megan.—Es Meagan —le corrigió irritada,

pronunciándolo correctamente.Vi a Adam contener un suspiro de

sufrimiento. Oh, Oh. Obviamente su citano estaba yendo bien.

—Mejor nos vamos a nuestra mesa.—Christian me empujó delicadamentepor el hombro.

—Disfruta de la noche —le dijemientras le dedicaba una última sonrisa.

—Tu también, cariño.Fui a seguir a Christian, pero solo

había dado el primer paso cuando sentíuna mano en el borde de mi vestido.Miré a Adam, fruncí el ceño y me dicuenta de que me estaba poniendo laetiqueta con el precio por dentro.Enrojecí al tiempo que me guiñaba elojo.

Cerré los ojos con fuerza. Me había

dejado la etiqueta con el precio puesta.Dios, esperaba que Christian no sehubiera dado cuenta. Abriendo los ojose ignorando deliberadamente a la cita deAdam murmuré un sentido «gracias».Sonrió, y articulé una ligera carcajadaantes de apresurarme a alcanzar aChristian en nuestra mesa cruzando elrestaurante.

—¿Quién era ese? —preguntóChristian en tono casual cuando nossentamos.

—El mejor amigo de mi hermano —repliqué en el mismo tono—. Crecimosjuntos.

Asintió, y seguidamente pidió vinoblanco para los dos. Yo prefería el tinto.

Comenzamos a charlar esperando aque el camarero volviera, y me habló deun proyecto de caridad que estabaorganizando. Se detuvo cuando vinierona tomarnos nota y pidió por mí. Quisepensar que era más encantador quedespótico, pero le informé de que era elrestaurante de mi hermano y que sabíaperfectamente qué quería cenar. Quedóimpresionado al saber que La Cour erade Braden y durante cinco minutos lehablé de sus otros negocios.

Después volvimos a sus cosas.

Para cuando llegó el segundo platomis esperanzas de que fuera «este»habían disminuido considerablemente.No solo no parecía tener ningún interésreal en mi persona, sino que cuanto másconsciente era de lo centrado que estabaen sí mismo, más me fijaba en que Adamestaba sentado un poco más allá, enfrente de mí. Adam, cuyos ojos brillabancada vez que yo hablaba.

Justo acababa de coger el tenedorpara cortar un trozo de carne cuandosonó un teléfono. Música de Debussy..¿De verdad? Incluso su tono del móvilera pretencioso.

Lo sacó del bolsillo y abrió los ojoscomo platos.

—Estaré allí ahora mismo. —Volvióa guardar el teléfono y se levantó.

Le miré fijamente, completamentealucinada. ¿Iba a dejarme allí? ¿Enmitad de una cita?

—Mi hermana acaba romper aguas.—Me explicó, lo vi dejar unos billetesencima de la mesa—. Quédate, acaba decenar. —Se inclinó y me rozó apenas lamejilla—. Te llamaré.

Y se marchó.Siendo justa no podía odiarle porque

me abandonara en la primera cita porque

se iba para estar al lado de su hermanaparturienta. Ante ese pensamiento medesplomé en la silla. Christian era unabuena persona. Pero también ocurría queera increíblemente egocéntrico. Mepercaté de que se había comportadoigual la semana anterior en la asociaciónde estudiantes, y que yo lo habíainterpretado según los criterios de miromántico corazón para que fuera unapersona abierta y honesta. Miré lacomida sombríamente.

Una mano se apoyó en el respaldo demi silla y una sombra se cernió sobremí. Alcé la mirada para encontrarme aAdam a mi lado, con cara de enfado.

—¿Adónde cojones se ha ido? —gruñó.

Dios, le quería.—Su hermana ha roto aguas.Adam se relajó, pero no se movió.—Estoy bien —le prometí. Aunque

no estaba bien. Quería llorar. Y él losabía.

Se giró y llamó a un camarero por sunombre.

—¿Puedes trasladarnos a una mesamás grande?

—Por supuesto, señor Sutherland.—Adam, no —protesté—. No quiero

fastidiar tu cita.

Tomó mi mano y me alzó.—Te has arreglado, cariño. Al menos

te acabarás la cena.Adam me tomó el brazo y me guio

hacia la mesa, mientras con unmovimiento de cabeza indicaba a su citaque se acercara a nosotros. Él se sentó ami lado mientras Meagan tuvo quehacerlo en frente; su mirada brillaba deenfado.

—Ellie se une a nosotros. —Su tonono admitía discusión.

—Lo siento —murmurédisculpándome con ella.

—No te disculpes —replicó Adam

con firmeza—. No tienes nada por loque disculparte.

Los camareros nos llevaron losplatos a la mesa, y mientrasesperábamos Adam me preguntó porChristian.

—Bueno. —Suspiré después detragarme un trozo de carne—. Hastahace cuarenta minutos creía que eraperfecto. Hasta hace cuarenta minutos nosabía que intentaría pedir por mí ohablar incesantemente sobre él.

Adam sonrió con malicia.—¿Y qué me dices de su pelo? Me

apuesto lo que quieras a que le ha

costado sus buenos cuarenta minutosdejar ese tupé en su sitio… decidir quéespuma usar y por qué, la cantidad queutilizar para conseguir la altura ycurvatura exacta…

Reía como una boba mientrascontinuaba tomándome el pelo. Eracierto. Christian llevaba un tupé bastantealto. Aunque supongo que hacía cuarentaminutos hubiera hablado de supersonalidad y su estilo. En esemomento me preguntaba si Adam estaríaen lo cierto. Aquel hombre pasaría mástiempo arreglándose el pelo que yo yeso nunca era bueno.

Durante la cena Adam me hizo reírhasta que olvidé lo ruinoso de mi cita deaquella noche. No fue hasta que elcamarero recogió nuestros platos y nosofreció la carta de postres cuandorecordé que Meagan estaba connosotros. Nos lo recordó ellalevantándose de la silla y mirando aAdam.

—Acabo de recordar que mañanatengo que madrugar. Gracias por lacena, Adam. Te veré por ahí.

Antes de que él pudiera decir nada sehabía escabullido del restaurante sobresus tacones de firma.

Instantáneamente me sentí fatal. Adamy yo no la habíamos incluido en laconversación para nada. Era unagrosería por nuestra parte.

Adam debió de reconocer laculpabilidad en mi rostro, porque negócon la cabeza.

—No te sientas mal, cariño. Ella haempezado a quejarse en el mismomomento que he pasado a recogerla. Sihe sido maleducado, ha sido enretribución a su comportamiento.

—Parece que nos rescatamos el unoal otro de unas citas horrorosas,entonces.

—Eso parece. —Sonrió y miró lacarta—. Y bien, ¿qué quieres de postre?

—No es necesario —contesté concalma—. Podríamos pedir la cuenta, yome iré a casa y te dejaré seguir la noche.

Sus ojos dejaron de leer la carta y melanzaron una de sus miradas de «tú estásloca».

—Els, cierra el pico y elige unpostre.

Esbocé una sonrisa y bajé la vista ala carta.

Salimos al calor de la nocheveraniega, y Adam me tomó el brazo y

lo envolvió con el suyo.—¿Adónde vamos ahora?Parpadeé sorprendida. Habíamos

acabado la cena y había asumido que meiría a casa.

—Hummm, ¿adónde te apetece?—El Vodoo Rooms está a solo cinco

minutos a pie y conozco a loscamareros, así que seguramente nosconseguirán una mesa.

Asentí, intentando que el corazón nose me saliera del pecho. Adam mellevaba a tomar algo. Nunca habíamossalido a tomar algo los dos solos. Hacíapoco Braden, él y yo habíamos quedado,

pero nunca Adam y yo y nadie más.Mientras caminaba calle abajo con

él, cogidos del brazo, me permitífantasear con que éramos una pareja.Eso sería lo que otras personaspensarían cuando nos vieran al pasar.Mi pecho se encogió colmado de anhelo.

El amor no correspondido no era nide cerca romántico, como las novelasnos querían hacer ver.

—¿A quién no conoces tú en estaciudad? —bromeé, intentando parecerrelajada a su lado.

—Todavía hay algunas personas a lasque conocer. —Sonrió.

Resoplé al oírle. Adam y Bradenllamaban a Edimburgo «su ciudad» y lodecían casi literalmente. Teníanconocidos en todas partes y cada vezque salía con ellos pasábamos mediahora saludando a la gente. Algunospodrían decir que Adam nunca habríallegado a tener esa relación con laciudad de no haber crecido siendo elmejor amigo de Braden. A diferencia denosotros, él no venía de una familiaacomodada. Su padre y su madre erangente corriente que daban la impresiónde no haber querido nunca tener un hijo.Aunque no hubieran sido negligentes ocrueles, sus padres habían sido

distantes, y él se había pasado la niñezcolgado de Braden, lamentando losveranos que él pasaba con su madre enEuropa. En cuanto cumplió losdieciocho se fue a vivir a un piso deestudiantes, lo que le supusoendeudarse, pues sus padres habíantomado un avión y se habían trasladadoa Australia. Había sabido de ellos unavez al mes más o menos. Porque sí,Braden canceló su préstamo de estudios,algo que él orgullosamente se negaba aaceptar hasta que Braden lo emborrachóy grabó con su iPhone su renunciaarrastrando cada palabra. Había oído

aquella grabación. Decía «te quiero,colega, eres el mejor» un montón deveces a Braden, tantas que cuando lo oícasi me hago pis encima de la risa.

Conocía a Adam lo suficiente comopara saber que las diferencias de estatusno significaban nada para él. Incluso sino hubiera tenido a Braden abriéndoletodas aquellas puertas, estabaconvencida de que con su encanto ycarisma habría seguido siendo un tipo alque mucha gente hubiera llegado aconocer, a apreciar, a querer ser comoél o querer acostarse con él.

Cuando llegamos al bar restaurante el

horario de cenas estaba terminando y ellugar estaba lleno.

—Adam. —Uno de los camareros levio nada más entrar, y Adam le saludómoviendo apenas la barbilla—. Teconseguiré una mesa.

Le seguimos en cuanto reclamó unaen la que una pareja se marchaba y lalimpió con un trapo húmedo. El tipo memiró mientras me sentaba en la bancaday entonces le lanzó a Adam una miradade aprobación que hizo que mesonrojara hasta las raíces del cabello.

—¿Qué os pongo?—Yo quiero un Macallan con ginger

ale. Cariño, ¿tú qué quieres?—Tomaré un mojito, por favor.Adam se acomodó en el banco

conmigo, su brazo estirado en elrespaldo detrás de mi cabeza. Poralguna razón me sentí muy extraña y meesforcé por encontrar algo que decir.

—Lamento que tu cita haya sido unasco.

Adam se encogió de hombros.—Lo celebraré contigo.—¿Celebrarás?Me miró sonriendo, complacido

como un niño con algo. Esa mirada mellegó directamente al vértice de las

piernas. Iba a necesitar ayuda.—Ya pertenezco a la Junta de

Arquitectos Colegiados.Mis labios se separaron en una

exclamación silenciosa eimpulsivamente le rodeé el cuello conlos brazos.

—¡Enhorabuena!Rio en mi oreja y temblé, adorando la

presión de aquellas fuertes, creativasmanos en mi espalda.

—Gracias, cariño.—¿Lo sabe Braden?—Sí, me ha felicitado haciéndome un

contrato fijo.

Reí abiertamente. Eso era muy deBraden.

Adam había hecho el proyecto yacumulado la experiencia necesaria paracolegiarse trabajando junto al arquitectode la empresa de Braden. Ese últimoaño, no obstante, había trabajado él soloy, como ya había logrado lacualificación necesaria, había optado auna plaza en la Junta de ArquitectosColegiados.

—Estoy realmente feliz por ti.—Lo sé. Por eso prefiero de largo

estar aquí contigo que con Megan.—Meagan —le corregí.

—Pues eso —murmuró.Llegaron las bebidas y le pregunté

por el proyecto en el que estabantrabajando Braden y él en ese momento.Él me preguntó por mis estudios. Habíaelegido Historia del Arte y Bellas Artescon grandes esperanzas de abrir unagalería algún día, pero una vez quehabía comenzado la universidad megustaba la idea de una carreraacadémica. Clark, que era profesor dehistoria clásica en la universidad, estabaextremadamente orgulloso y emocionadoante la idea de que siguiera sus pasos.Cuando le dije a Braden que estaba

pensando hacer un posgrado me dedicóuna de las miradas de Adam de «tú estásloca», pero luego me besó la frente concariño y me dijo que cualquier cosa queme hiciera feliz estaba bien.

La noche parecía pasar volando y,antes de que me diera cuenta, iba ya porel tercer mojito y estaba completamentepegada a Adam, riendo mientras meentretenía con anécdotas suyas y deBraden sobre el trabajo y otros asuntos.

El resto del mundo los creía doshombres de veintipico extremadamentemaduros.

Yo los conocía mejor que todo eso.

Me sequé las lágrimas que brotabande tanto reírme y di otro sorbo a micopa.

—Vosotros dos sois idiotas.—Chisss, eso es un secreto.Le sonreí, pero la forma en que él me

devolvió la sonrisa me dejó helada.—¿Qué? —pregunté, con el corazón

en la boca.Tragó saliva y negó con la cabeza.—Es solo que a veces me pregunto

adónde se ha ido el tiempo.—Lo sé, parece que todos nos hemos

hecho mayores —bromeé.Sus ojos buscaron algo en mi rostro,

enigmáticos.—Sí, todos.Y el tono en que lo dijo hizo que el

aire entre nosotros se cargara de tensiónde repente. Juraría que en aquelmomento exacto dejé de respirar. Susojos se oscurecieron y me miraron conintensidad y sentí el calor de su miradaresbalar sensualmente hasta el centro demi cuerpo. Nerviosa, me humedecí ellabio inferior y su mirada se posó en miboca.

Mi mirada en la suya.No se quién se movió, si él hacia mí

o yo hacia él. ¿Ambos, tal vez? Fuera

como fuese, nuestras caras estabanpegadas, nuestros labios prácticamenterozándose. Podía sentir su aliento en miboca y él el mío en la suya. El olor aMacallan y a Adam desataron el caos enmis hormonas. Mi pecho comenzó asubir y a bajar precipitadamente denerviosa excitación y esperanzadaanticipación.

Moví la cabeza apenas un poco más ynuestro labios se rozaron.Infinitesimalmente. Y aun así aquelpequeño roce supuso que la lujuria sedesbordara por todo mi cuerpo.

De la garganta de Adam brotó un

gruñido ronco y hubiera jurado que iba acerrar el minúsculo espacio quequedaba entre nosotros…

… Pero jamás llegaría a saberlo concerteza. El móvil le sonó dentro delbolsillo de la chaqueta, lanzando unjarro de agua fría sobre el momento. Mesacudí hacia atrás y observé su rostronublarse a medida que iba siendoconsciente de lo que casi llega a ocurrir.Con la mandíbula tensa buscó en subolsillo el móvil, a pesar de que yahabía dejado de sonar. Levantó la vistay me dijo con brusquedad.

—Braden.

Entendí que me decía que era Bradenquien había llamado. Pero tambiénadiviné que hablaba con doble sentido.Y supe que estaba en lo cierto cuandopagó rápidamente y me metió en un taxi,terminando abruptamente nuestra nochejuntos.

Yo era Ellie, la hermana pequeña deBraden. Para Adam siempre sería lahermana pequeña de Braden, y esosignificaba que estaba más allá de suslímites.

Cuando me metí en la cama aquellanoche envié a Adam al infierno conbillete de ida y vuelta. Si no me había

arruinado la vida antes, definitivamentelo había hecho tras esta noche.

Apenas un roce de labios.Apenas un diminuto roce de labios y

había sentido esa chispa que habíaestado esperando desde que PeteRobertson me besara aquella noche en labolera. El siguiente tío que llegara iba atener que trabajárselo mucho.

3 Lo que hace pensar que era unafamilia de cierto abolengo, con unapropiedad heredada y no comprada. (N.de la T.)

Capítulo cinco

—Estaba flipando. —Admitió Adam,con una sonrisa maliciosa—. En mi vidame había puesto tan duro solo con rozarlos labios de una mujer. Después deaquello quería follarte cada vez que teveía.

Le empujé juguetona, ruborizándome.Adam era a menudo deliberadamentecrudo porque sabía que aquello meavergonzaba y me excitaba a partesiguales. Siempre había odiado cuando lagente usaba la palabra «fo…» para

describir el sexo, creyéndola exenta desentimiento y como algo fortuito. Perocuando Adam y yo comenzamos comopareja descubrí que cuando estabasenamorado de alguien y sabías que esapersona te correspondía había distintosniveles de sexo. A un lado del espectroestaba el sexo tierno, dulce, lento al queyo llamaba «hacer el amor» y al otrolado estaba el sexo rudo, salvaje,«nunca tengo suficiente de ti», que eradefinitivamente la palabra «fo…».Adam era de lo más eficiente en ambosextremos.

Recapacité sobre sus palabras yfruncí el ceño.

—Hiciste un trabajo magníficoocultándolo.

—No sé de qué me hablas —carraspeó. Volvió a mirar el diario—.¿Qué fue de aquel tío, de Christian, atodo esto?

—Lo rechacé amablemente cuandome llamó para quedar de nuevo.

—Debería decir «pobre chico», perotuve que aguantar cinco años deseándotesin tenerte.

—Eso fue enteramente culpa tuya. —Busqué el diario que quería y, cuando loencontré, llegué enseguida al párrafoque quería, en tanto era una noche que

no olvidaría fácilmente—. Nueve mesesantes de que Joss apareciera. Unejemplo perfecto de que fue única ycompletamente culpa tuya.

Sábado, 23 de octubreSe acabó. Me rindo. Me sientohumillada. Confusa y humillada. Yherida. Dios, herida ni siquieraempieza a describir cómo mesiento…

Se suponía que iba a pasar el sábadopor la tarde con Jenna y unas cuantasamigas de la universidad tomandococktails y hablando de cualquier cosa

que no fueran nuestros estudios. Encambio iba en un taxi directa al dúplexde Adam en Fountainbridge. Podríahaber ido andando, pero me inundabauna fuerte sensación de urgencia porllegar y asegurarme de que él estababien.

Y realmente necesitaba darle lasgracias por cubrirme el culo. Comosiempre hacía.

La semana no había sidoprecisamente buena. Y eso siendooptimista.

Había sido traicionada. Otra vez.Pero esta vez había sido peor que nunca.

Durante cinco meses había estadosaliendo con Rich Sterling. Durantecinco meses creía haber estado saliendocon un hombre decente que trabajaba enGlasgow para una agencia de empleo. Yme había enterado finalmente de que eraun espía industrial que trabajaba para elmayor competidor de las empresas demi hermano en Edimburgo. Ese inversorinmobiliario estaba tan desesperado porvencerle en la compra de un terrenocodiciado por Commercial Quay quehabía contratado a Rich para que se meacercara y, a través de mí, a Braden,para intentar descubrir su oferta yofrecer más dinero por aquel pedazo de

tierra.No es que estuviera enamorada de

Rich, pero había permitido a ese cerdoentrar en mi vida, en mi cama, y le habíaentregado un pedacito de mí. Creo quenunca me había sentido más estúpida entoda mi vida. Toda mi familia y amigosseguían diciéndome que era demasiadoconfiada, que no tenía intuición en loque a las personas se refería, y que asíentraban en mi vida los gilipollas, yfinalmente estaba empezando a creer quetenían razón.

Podía cerrarme, no permitir que lagente se me acercara, ser más prudente,

más selectiva… pero entonces no seríayo, y de algún modo habría permitidoque Rich me ganara. Así que prefería nocambiar, y me consolaba sentir que meapuntaba aquella pequeña victoria.

Sin embargo, todavía me sentíaapesadumbraba y no podía hacer nada,no podía devolverle el golpe de ningunamanera. Así que cuando Braden habíavenido a mi piso —ese preciosoapartamento en la calle Dublín que habíarenovado y me había dejado despuéspara vivir en él gratis— y me habíadicho que Adam y él se habíantropezado con Rich por la ciudad lanoche anterior, aguanté la respiración,

sabiendo exactamente lo que venía acontinuación. Seguro que Braden habíatenido que emplearse a fondo paraquitarle a Rich a Adam de encima yllevárselo a casa para calmarlo yponerle hielo en los nudillos. Adamhabía dejado claro a todo el mundocómo se sentía cuando alguien metraicionaba. No le gustaba. Y cuando nole gustaba, marcaba en el rostro deltraidor su disgusto.

En cuanto Braden se marchó comencéa dar vueltas por el piso presa de unataque de nervios, preguntándome quédebía hacer. ¿Debía llamar a Adam y

darle las gracias? ¿Ir a su piso yagradecérselo en persona? ¿Regañarlepor utilizar la violencia para dejar clarosu punto de vista? No, esa última opcióndefinitivamente no la usaría con él.Adam no era una persona violenta. Dehecho, aunque podía ser amenazante yhabía amedrentado a un montón deniñatos cuando yo era más joven, esa erala primera vez, que yo supiera, quegolpeaba a alguien en mi favor. Adamhabía explotado y se había marchadohecho una fiera cuando Braden lesexplicó lo que había averiguado sobre elasunto. Braden me lo había dichocuando me contó toda la historia, pero

tenía la garganta atascada por laslágrimas y me lo hubo de explicar tododos veces.

Tras quedarme sola, tomé la decisiónde cancelar mi salida con las chicas.Salté a la ducha, me planché el pelo yme puse una falda larga con un cinturónfino, mis botas Ugg y un suéter de lanacon cuello alto y los bordes cortados.Quería parecer informal, por supuesto,pero dado que sabía que Adam iba averme quería recordarle que era unamujer con las curvas de una mujer.Aunque tampoco es que fuera aimpresionarle. A pesar de que

evidentemente de vez en cuando memiraba de arriba abajo, Adam se habíamantenido especialmente platónico ennuestras interacciones tras aquelpequeño roce en los labios hacía ya tresaños. Había salido con tres tíos desdeentonces en un intento de olvidarle.Nunca funcionaría. Todos los hombrespalidecían en comparación con él y lasrelaciones se desvanecían.

Pensando en el frío cogí una chaquetacorta para encima del suéter y unabufanda e hice señas a un taxi que habíadelante de mi casa. No fue hasta queestuve dentro del taxi cuando se meocurrió que quizá debería haberle

llamado para avisarle de que iba haciaallí. Era sábado por la noche. Tal veztuviera compañía.

Mi estómago se revolviómolestamente ante la idea. La última vezque me presenté en su casa sin avisar fuehacía cuatro meses, y lo habíasorprendido con una mujer llamadaVicky.

No solo me horrorizó ser testigo unavez más de uno de sus interludiossexuales, sino que me quedéconmocionada al descubrir que mihermano y él compartían amantes. No almismo tiempo, gracias a Dios. Sabía que

las compartían (y no quería saber si eraalgo recurrente) porque Braden habíaestado viendo a Vicky durante tresmeses. En un intento de aliviar lasmagulladuras en mis nocionesrománticas, Adam me había explicadoque Braden y Vicky mantenían unarelación casual, y que cuando Vickyhabía dicho que le gustaba Adam mihermano se lo había comentado a él yAdam había dicho y —¡la, la, la, la, la,la!— no oí nada más, porque desdeluego ya me había metido los dedos enlos oídos infantilmente y le cantaba «¡la,la, la!».

Para mí el sexo no era algo casual.

No solo estaba enfadada porque mihermano, que una vez fue un románticoen secreto, se hubiera convertido en unmonógamo en serie, estaba todavía másenfadada con Adam por animarle.

Le pedí al taxista que esperara unsegundo y llamé a Adam.

—Ey, cariño. —Me recibió su ricavoz llena de inquietud. Estaba todavíaclaramente preocupado por cómollevaba la traición de Rich.

—Hola —respondí en voz baja,permitiendo que el calor de su vozpenetrara en mi pecho—. Estoy abajo.¿Te viene bien que suba?

—Claro, te abro.Colgué, pagué al conductor, salí del

coche con el corazón a la carrera y meprecipité hacia el portal justo en elmomento en que él le daba al botón y mepermitía entrar. Las palmas de las manosme empezaron a sudar mientras elascensor subía a su piso. Era extraño,pero mi reacción ante la idea de estar asolas con Adam no había hecho más queempeorar en los últimos años. Cada vezera como una primera cita, y eso que leconocía mejor de lo que conocíaprácticamente a nadie.

Cuando la puerta del ascensor se

abrió, mis ojos se encontraron con losde Adam. Estaba en pie, bajo la puerta,en el recibidor, con los brazos cruzadosa la altura del pecho y el hombroapoyado en el marco. Llevaba unacamiseta blanca lisa, unos vaquerosviejos, los pies descalzos, el pelorevuelto, y necesitaba un afeitado.

Estaba tan malditamente sexy quecomencé a preguntarme si no me pondríaa hiperventilar allí mismo.

Crucé el pasillo y me acerqué a él,enseñándole la botella de vino que habíallevado conmigo. La cogió con unasonrisa burlona y suspiré.

—Era una de las dos cosas: o unabotella de vino o una palmada en eldorso de la mano. —Miré sus nudillosmagullados intencionadamente.

—El vino servirá —dijo Adam conuna mueca.

Le seguí al interior del dúplex, y misojos absorbieron el espacio, comosiempre. Una gran escalera abierta dabala bienvenida al frente de la entrada yconducía a dos espaciosas habitaciones,un baño y un estudio. Tras la escalera,en el piso de abajo, había un espacioabierto, una zona amplia para sentarse,con ventanales del suelo al techo

cubriendo las paredes, y al final deltodo una estilosa cocina con isla, conbarra de desayuno y mesa y sillas.

Era una propiedad lujosa y él podíapermitírsela de sobra. No solo porqueBraden le pagara extremadamente bien.Adam había invertido su propio dineroen propiedades para alquilar estos dosúltimos años, con lo que implementabasu renta más que adecuadamente.

Eché otra ojeada alrededor delamplio espacio, sonriendo. A diferenciade mi piso, el de Adam estabacompletamente ordenado. Cada cosahabía sido cuidadosamente elegida y

tenía su sitio. Si no hubiera sabido deprimera mano que era el tío másheterosexual de los heterosexuales(bueno, con la excepción de Braden),aquel dúplex me habría convencido detodo lo contrario.

—Creo que abriré esto. Me huelo unsermón. —Su voz bromeaba mientrassus ojos recorrían la cocina.

Mientras me encogí de hombros y mequité la chaqueta y la bufanda, levanté lacabeza y vi su delicioso culo alejándosede mí. Aquel hombre tenía el mejor culode la historia de todos los culos. Dejémi chaqueta en una esquina de su enorme

sofá, oteé hacia la cocina y vi cómosacaba dos copas de vino del armario ylas servía. Adam se giró justo cuando lemiraba y vi sus ojos sobre la pieldesnuda entre el borde de mi suéter y elcinturón de la falda antes de que losapartara rápidamente al versesorprendido. Me consentí una secretasonrisa presumida. Buena elección dearmario.

—Toma —me dijo con aspereza,pasándome la copa.

Nuestras miradas se cruzaron cuandotomábamos un sorbo de vino. Mientrasbajaba la copa le dije con solemnidad:

—He venido a darte las gracias.Adam hizo un gesto con la mano,

restándole importancia.—Ellie, no había necesidad de que

vinieras a darme las gracias. —Surostro se ensombreció—. Fue un placer,créeme.

—Braden dice que le costó un buenrato separarte de Rich.

—Te la metió, Els. Y quiero decirque realmente te la metió.

—Literalmente —murmuré, y Adamse puso rígido.

—No —me advirtió—. Estoy a puntode acabar con esa basura.

Sentí algo de miedo ante lasinceridad de su voz. Adoraba queAdam se preocupara tanto por mí. Quizáno fuera proclive a verme como otracosa que no fuera la hermana pequeñade Braden, pero era un gran premio deconsolación saber que albergaba algúntipo de sentimientos por mí.

—Debería estar dándote una buenareprimenda.

Alcancé su mano libre, utilizando lasheridas como excusa para tocarle, y mela acerqué para inspeccionarla. Susnudillos no estaban solo magullados,estaban hinchados y uno de ellos tenía

un corte a medio curar.—¿Cuántas veces le golpeaste? —

siseé sin aliento.Adam se acercó, sin apartar la

mirada de la mano que yo le sostenía.—Golpeé una primera vez a la pared

al lado de su cabeza a modo de aviso.No atendió a la advertencia, soltó algode mierda por la boca que no deberíahaber dicho, y creo que le di cuatroveces antes de que Braden me apartarade él.

Lo miré fijamente, sin sentir yaningún miedo.

—¿Lo dejaste consciente?

—Apenas —respondió Adam sinocultar su enfado—. ¿Te importa?

—No quiero que tengas problemaspor mí.

Su expresión se suavizó yamablemente liberó su mano.

—No te preocupes, cariño. Según lasfuentes yo ni siquiera estaba cerca de laNew Town anoche. Tenemos una docenade testigos que declararán que estaba enel bar Kohl cuando se produjo elsupuesto ataque.

Asentí, pero me mordí el labiosuperior, preocupada.

—Els, en serio, ¿cómo estás? —me

preguntó en voz baja, tentativamente.En lugar de contestar de forma

directa, me di la vuelta y lentamente mehice un hueco en su confortable sofá y oícómo me seguía. Me acomodé y Adamhizo lo propio muy cerca de mí,relajando el brazo en el respaldo, detrásde mi cabeza. Finalmente volví amirarle y me encogí de hombros.

—Soy idiota.Las cejas de Adam se juntaron y su

boca se tensó.—No eres idiota.—Soy idiota —insistí—, y cándida…

y he sido humillada.

Se deslizó todavía más cerca; susdedos rozaron mi muñeca parareconfortarme.

—No tienes nada por lo que sentirtehumillada. Es él el imbécil que hajugado contigo. Es él el idiota. Es él eljodido capullo que un día mirará atrás yse dará cuenta de que durante cincomeses fue el cabrón más afortunado delplaneta por estar contigo. Se arrepentiráde esto, pequeña.

«Pequeña.»Por un momento me olvidé de

respirar. Adam nunca me había llamado«pequeña» antes. Había algo íntimo en

ello. Me gustaba un montón.Le sonreí.—Siempre sabes exactamente lo que

hay que decir.—Eso es porque siempre digo la

verdad. Eres única, Els. Algún tío serálo bastante afortunado como paratenerte.

Busqué en sus ojos sintiendo suspalabras como una caricia sobre micuerpo, y su mirada parpadeó sobre míuna vez más, examinándomesubrepticiamente antes de tomar otrosorbo de vino. Se me ocurrió que tal vezlo único que Adam necesitaba era un

empujón. Sí, era la hermana pequeña deBraden, pero también era Ellie, la chicaque al parecer él creía que merecía lomejor del mundo, y la que habíaadmitido que consideraba hermosa.Culpad al vino o al hecho de que él sehubiera movido por mí una vez más,pero decidí impulsivamente que estabacansada de esconder mis sentimientos.

Dejé que Adam me hiciera sentirmejor y nos acabamos las copas de vino.Pasó una hora antes de que me dieracuenta, y me había quitado las botas yestaba acurrucada en su sofá, sentadamuy cerca de él. Su brazo todavíareposaba detrás de mí y cada vez que me

reía tocaba su bíceps o rozaba surodilla. Era una persona afectuosa, táctily abierta, pero aquello era mucho másque eso, y Adam lo sabía. Vi sus ojos amedida que charlábamos y esperé queestuviera funcionando.

Quizá podríais pensar que sentirmedolida y traicionada me habría vueltotímida como para abrirme de nuevo ydejar pasar todo lo ocurrido, pero esque no estaba en mi naturalezaencerrarme en mí misma y ser distante.No podía ser quien no era, ydefinitivamente no quería ser ese alguiencon Adam.

Cuando la hora se convirtió en dos,estaba más determinada que nunca a queesa noche las cosas entre Adam y yocambiaran. Estaba harta de salir con tíosde los que no me podía enamorar, y másharta de ser engañada por ellos.

Adam estaba en mitad de unaanécdota sobre una charla con su madrepor Skype la semana anterior y losplanes de sus padres de volver duranteun tiempo al Reino Unido por abril,cuando estiré los brazos hacia arriba,simulando que necesitaba crujir laespalda. El movimiento tiró deldobladillo del top hacia arriba,

mostrando la piel desnuda de mi vientreliso, y también empujó mis pechos haciafuera. Cuando volví a bajar la cabeza yla relajé, Adam había dejado de hablar ypude ver un músculo pulsando en sumandíbula.

—Ellie, ¿se puede saber qué cojonesestás haciendo? —Su voz sonóenronquecida y baja.

Aunque mi cara enrojeció ante laposibilidad de un rechazo, me encogí dehombros despreocupadamente.

—Me estiro.Sus ojos recorrieron mi cuerpo y

sentí su propia tensión.

—Sabes de lo que estoy hablando.Rozarme, flirtear, estirarte…

Con el corazón martilleándome, meacerqué más a él en el sofá, hasta quemis rodillas tocaron la parte externa desu muslo. Me humedecí los labiosnerviosa pero totalmente excitada ante lamera idea de que él me devolviera elcontacto.

—Creo que lo sabes —le susurré.Nuestros ojos se encontraron, y

nuestras miradas se aferraron la una a laotra. El ambiente se espesó entrenosotros. Adam tragó saliva con fuerza.

—Ellie. —Tomó aire.

Sosteniéndole la mirada saqué unamano temblorosa, la alcé y la coloquésobre su muslo y lentamente la movíhacia arriba, acariciándole. Casi habíaalcanzado el calor de su entrepierna,donde para mi absoluta satisfacción yplacer pude ver su erección pulsarcontra su cremallera, cuando su granmano agarró la mía con fuerza.

Apenas iba a dejar escapar unsuspiro de sorpresa cuando me soltó lamuñeca, tirando de mí. Choqué contra ély aprovechó mi momento dedesorientación para su beneficio. Measió por la nuca y cerró mi boca contra

la suya, famélico.Me derretí contra él. Sencillamente

me derretí.Mis dedos se hundieron en su cabello

y cambié de postura para quedar con unapierna a cada lado de su regazo. Micuerpo se hundió en el suyo. Mi boca sehundió en la suya.

Aquello era todo y más de lo quesiempre había imaginado.

La piel me ardía, mis terminacionesnerviosas burbujeaban y sentía unhormigueo por todas partes. Adam sabíaa vino, a calor… y a casa. Gemí dentrode su boca y sus brazos presionaron con

más fuerza en mi cintura, acercándometodavía más, lo que parecía imposible,cambiando el beso de apasionado aobsceno en un nanosegundo. De repenteestaba picante y mojada, nuestraslenguas enredadas y lamiéndose, ydescubriendo cada centímetro de la bocadel otro.

Y aun así no estábamos lo bastantecerca.

Seguimos besándonos, perdidos enuna neblina de sensualidad y unaquímica tan eléctrica que nunca mevolvería a dudar de las novelasrománticas, cuando sentí que sus manos

rudas me rodeaban los tobillos yascendían por mis pantorrillas hasta laparte de atrás de mis muslos, mientrasliberaba mi falda de la maraña queéramos y la enganchaba en el cinturónalrededor de mi cintura. Aquellas manossuyas me acariciaron el culo,estrujándolo y enviando un ramalazo decalor entre mis piernas que me hizosuspirar en su boca.

Adam gruñó e imprimió más presiónen mis caderas, empujándome contra suregazo, y su dura erección se frotódirectamente contra mi pelvis, notandoentre nosotros nada más que el vaqueroy el fino algodón de mi ropa interior.

Busqué la deliciosa fricción, cabalgandosobre él hasta que nuestras bocastuvieron que separarse a intervalos paratomar aire.

Lo necesitaba más cerca, lonecesitaba dentro de mí, y me hundí másen él y mis dedos se clavaron en sushombros, conforme me frotaba másfuerte.

Adam gimió y se apartó de mí paraquitarme el suéter. Levanté los brazos,nuestros movimientos rápidos yfrenéticos al tiempo que me quitabatambién el sujetador. Ahuecó mis pechosen sus manos y arqueé la espalda ante su

contacto.—Tan perfectos —murmuró

roncamente—. Tan jodidamenteperfectos.

Capturó un pezón entre sus labioscalientes y grité ante el calor queinvadió mi cuerpo, empujándome cadavez más cerca del orgasmo.

Verme tan caliente pareció hacerarder a Adam. Después de un pequeñogrito me encontré acostada de espaldasen el largo sofá y lo vi a través de unaneblina, con la visión borrosa comoconsecuencia de la lujuria, quitarse lacamiseta y tirar de mi falda y de mi

tanga. Los músculos de sus abdominalesse flexionaron deliciosamente y sentícrecer la humedad entre mis piernas.

No era justo que estuviera tanmalditamente bueno.

Nuestros labios se encontraron denuevo cuando él se abalanzó sobre míotra vez, mis pezones rígidos aplastadoscontra su duro pecho, mis piernasextendidas para adaptarse a él yrodearnos. Todavía llevaba losvaqueros, y la tosquedad de la telacontra mi piel desnuda le daba un toquede sensual tortura.

La desesperación de nuestros besos

fue en aumento y vi lo que quería de él,encontré el botón y la cremallera de lospantalones y me deshice de ambos. Tiréde sus boxers, para deslizar la manodentro, asirlo y liberarlo. Estabapalpitante, caliente y duro, y no mepodía creer que esto fuera a ocurrir alfin. Ahora lo sabía todo sobre él.

—Joder —gruñó contra mis labios, ysus caderas empujaron mientras yopresionaba la cabeza del glande contrami clítoris.

Le solté para poder rodearle la partebaja de la espalda, inclinando mispropias caderas hacia arriba hasta que

él me sintió. Me besó de nuevo, confuerza, y noté que su erección sedeslizaba hacia abajo…

Abrí más los muslos y con agilidadmoví las manos por los músculos de suespalda tirando de los vaqueros haciaabajo todo lo que pude. Agarré susnalgas y lo empujé contra mí.

—Adam, por favor —supliqué—.Adam…

Se enfrió. Al momento. Su nombre enmis labios lo sacó de la mágica neblinasexual.

Nuestras miradas se encontraroncuando él incorporó la cabeza, su

cuerpo cernido sobre el mío, susmúsculos temblando por la tensión.Mientras imaginaba que mi mirada debíaser de confusión, la de Adam era deterror.

Fue una mirada que hizo que desearaarrastrarme dentro de mí misma.

Me dolió como nada que hubieraexperimentado antes.

Él se revolvió apartándose de mí, tirósus boxers y vaqueros hacia arriba y mearrojó la falda para cubrir mi desnudez.

—Ellie, no podemos.Sacudió la cabeza y prácticamente

saltó del sofá, agarró la camiseta y se la

puso de nuevo.Sentía una mezcla de sentimientos,

confusión, dolor, frustración sexual, asíque fui incorporándome lentamente.

—Por el amor de Dios, Ellie, vístete—me espetó Adam duramente, y mecostó todo lo que tenía, lo que era, noacobardarme… no llorar.

Mientras me ponía la ropa Adamexhaló.

—Cariño, lo siento, no pretendía…—Su voz se hallaba cargada deremordimientos.

No dije nada, solo me arreglé la ropay alcancé las botas, intentando

mantenerme entera. No podíaderrumbarme delante de él.Sencillamente no podía.

—¿Ellie?Finalmente le miré, ya en pie. En su

mirada se veía un corazón tan roto comoel mío. Era una especie de consolación.

—Ellie, eres la hermana pequeña deBraden… no puedo… no podemos… —Golpeó con impotencia el sofá antes depasarse la mano por el pelo.

Y ahí es cuando al fin me di cuenta dealgo trágico. Mientras que yo estabaconvencida de que lo que estabaocurriendo era algo nacido del afecto,

de la atracción, sí, y del amor, paraAdam lo que casi había ocurrido eraproducto de la lujuria. Él no queríahacerme el amor. Él quería follarme.

El dolor se alojó en mi garganta sinpedir permiso y supe que en cincosegundos rompería a llorar sin consueloni esperanza. Me alejé de él dando lavuelta al sofá, con la larga melenacubriéndome el rostro, cogí la chaquetay corrí a la puerta.

—¡Ellie! —Adam me gritó conpánico, pero yo ya estaba prácticamenteen la entrada—. ¡Ellie! ¡Joder!

Oí la palabrota, di un portazo tras de

mí y me precipité hacia las escaleras,sabiendo que quizá el ascensor nollegaría a tiempo para mi veloz huida.Las lágrimas caían por mis mejillasmientras corría escaleras abajo,intentaba contener los fuertes sollozosque estaban a punto de estallar.

—Ellie, por favor. —De repenteAdam estaba en la escalera también, suspasos aporreaban el suelo cada vez máscerca de mí.

Aceleré, ignorando sus gritos paraque volviera y hablara con él.

El tiempo que le costó llegar al portalfue suficiente para que yo cruzara la

calle y alcanzara un autobús que estabaa punto de arrancar. Entré y las puertasse cerraron. Suspiré de alivio y miré elnúmero de la ruta sin inmutarme.

Me daba completamente igual adóndeme llevara siempre que me alejara, mealejara muchísimo del mayor error quejamás hubiera cometido.

Pocas veces en mi adolescenciahabía llorado hasta dormirme. Un par deesas veces había sido por Adam. Perocuando era una adolescente, comomuchas adolescentes, cualquier cosaremotamente negativa parecía el fin delmundo. Afortunadamente la tendencia al

drama suele desaparecer cuando entrasen la edad adulta. O al menos eso meocurrió a mí. Así que cuando os digoque estuve sollozando hasta dormirmeaquella noche lo digo sin que pretendaque parezca un melodrama de los malos.El dolor que habitaba dentro de mí erareal. Genuino. Crudo.

Durante unas ocho horas no soloestuve convencida de que había recibidouna prueba cien por cien irrefutable deque Adam no me amaba como yo a él,sino que además pensé que habíaarruinado una de mis cosas favoritas enel mundo, mi amistad con él.

Apenas dormí, me desperté tempranoy me hice un té y me senté en mi enormepiso sola y con la cara hinchada, conunos calcetines desparejados y un unahorquilla de cocodrilos roto en el pelo.

Unos golpes en la puerta mesobresaltaron, con lo que el té sederramó por el borde de la taza y mecayó sobre la piel desnuda. Solté unapalabrota, dejé el té con cuidado en lamesa y me escabullí fuera de lahabitación hasta el recibidor sinencender la luz.

—¡Elli, abre! —Su grito atravesó larobusta madera—. ¡Ellie!

Quería hablar con él. Quería dealguna manera arreglar las cosas y echaratrás los relojes, pero sabía que si ledejaba entrar en ese momento solo conechar un vistazo a mi cara se daríacuenta de que yo, Ellie NicholsCarmichael, estaba perdidamenteenamorada de él y de que la nocheanterior me había dejado destrozada.

Así que no abrí la puerta. Me apoyécontra la pared del recibidor y fuiresbalando hasta quedar sentada en elfrío suelo de madera.

Oí a Adam golpear mi puerta y gritarmi nombre. Oí como el teléfono sonaba

en mi habitación. Oí como Adam dejabaun mensaje. Oí como se marchaba…

Cuando me desperté estaba hecha unovillo en el suelo helado. Parpadeé,intentando que mi cabeza se pusiera afuncionar, y en cuanto lo hizo todovolvió a mí. No tuve tiempo de pensaren ello, reparé en que lo que me habíadespertado era el móvil sonando. Mepuse en pie con un gruñido, con laespalda y el cuello doloridos por laextraña postura adoptada para dormir, ycorrí a mi habitación para cogerlo.Según el teléfono había dormido algomenos de dos horas.

Mi estómago se encogió al ver la fotode Adam en la pantalla. Tomé unabocanada de aire y contesté.

—Ellie, joder, menos mal. —Suspiróaliviado, y pude imaginármeloalisándose el pelo con ansiedad—. Heido esta mañana temprano.

—Estaba durmiendo. Tomédemasiado vino anoche y estaba muerta—mentí.

—Els, ni siquiera sé por dóndeempezar. Lo siento. Dios, lo sientomucho.

—Adam…—No puedo perderte, Els. No puedo

creerme que la jodiera hasta ese punto,pero tienes que perdonarme. No puedoperderte.

Cuando decía cosas como esas meresultaba muy difícil odiarle. Peor, seme hacía más difícil superarlo. Holgabadecir que iba a intentarlo. Tenía queintentarlo. No podía seguir viviendosuspirando por él. Así que decidíprecisamente eso.

—Adam, está bien —le dijesuavemente—. Fue un error. Nosdejamos llevar por el momento. Ylamento haber salido huyendo de ti.Estaba avergonzada, eso es todo.

Le oí lanzar un enorme suspiro dealivio y tuve que contener las lágrimas.

—Els, no tienes porqué avergonzartede nada. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.—Así que… —Bajó todavía más la

voz— ¿estamos bien?, ¿seguimos siendonosotros?

—Seguimos siendo nosotros —leconfirmé, parpadeando para no llorar.

—No quiero que nos sintamosincómodos el uno con el otro.

—No ocurrirá. Yo no lo permitiré sitú tampoco lo haces.—Dios, cariño. PorDios. Vamos a olvidar esto. No

significó nada.El dolor me azotó de nuevo.—No, no significó nada.

Capítulo seis

—Es como en un accidente de coche—susurró Adam, pasándose la mano porla cara y devolviéndome el diario—. Esdoloroso leerlo desde tu perspectiva,pero no puedo dejar de mirar. —Señalóotro diario—. Quiero saber más.

No me gustaba la tensión grabada ensus gestos, de manera que negué con lacabeza.

—Adam, todo esto pertenece anuestro pasado. No quería que fueradoloroso. Solo pensé… bueno, ahora

que estoy contigo puedo mirar atrás, alas piezas de nuestra historia, sin que meduela. Y ya me conoces —Me encogí dehombros—, la angustia de todo esto meresulta romántica. —Entonces fruncí elceño—. Pero es obvio que tú no te loestás tomando de ese modo, así que serámejor que haga desaparecer todo esto.

Apoyó su gran mano en la mía cuandoiba a colocarla sobre los diarios. Lemiré y me dijo que no con una pequeñasonrisa.

—Es doloroso leer que mi estupidezte hizo daño en aquellos días, pero megusta estar dentro de tu cabeza. Me gusta

saber que mientras luchaba contra elhecho de que me había enamorado de lahermana de mi mejor amigo ella tambiénme amaba, y más de lo que teníacualquier esperanza de merecer.

Le sonreí.—Primero, te lo mereces. Y segundo

—Señalé los diarios, nuestra historia—,esto es totalmente romántico, ¿estáclaro?

Adam rio, agitando la cabeza ante mideterminación de convertirnos en unanovela romántica.

—Lo es. Pero no le digas a nadie quelo he reconocido. Arruinarías mi

reputación.Empujé los diarios buscando el que

más familiar me resultaba, el de la tapade cuero roja, el último.

—Cariño, la arruinaste tú solo el díaque le dijiste a Braden Carmichael queestabas enamorado de mí.

—Y el pequeño cabronazo lo habíasabido todo el tiempo —murmuró Adamdescontento—. Un par de meses en losque me provocaste más dolor que unacoz en el culo.

—Quieres decir —Encontré el diarioy comencé a pasar páginas— el par demeses en los que tú fuiste peor que una

patada en mi culo.—Una bonita forma de decirlo. Pero

no olvidemos que no fui el único quedaba patadas.

—Todo lo que hice fue volver a salircon tíos. Y me costó diez meses despuésde muestra escenita en tu sofá. Perdíaslos nervios con facilidad. —Le pasé eldiario y lo cogió de un tirón, malcarado.

—Estaba reclamando lo que era mío.—No, en realidad lo que hacías era

mear a mi alrededor sin reclamar lo queera tuyo.

Soltó una risita y bajó la cabeza a laspáginas sin rechistar, sabiendo que yo

tenía la maldita razón.

Domingo, 13 de agostoNo he tenido tiempo de escribir enunos días, en parte por misestudios y en parte porque larabia que hervía dentro de mí meha tenido bastante ocupada. Yaves, todo comenzó el viernes amediodía, cuando unaconversación casual con Nicholasterminó conmigo deseandoestrangular a Adam.

Mientras Joss y yo caminábamos porlos Meadows para ir de picnic con

Braden, Adam, Jenna y Ed, pensé encontarle a Joss lo que había descubiertoayer cuando tomaba un café conNicholas, mi compañero de clase yamigo. No había tenido oportunidad dehablar con ella la noche anterior porquehabía estado trabajando en el Club 39.Sabía que Joss se enfadaría por mí, ynecesitaba aquella furia, necesitaba esamotivación para poner a Adam a unbrazo de distancia y ver qué tal lesentaba.

A Adam y a mí nos había costadounos cuantos meses superar la sensaciónde rareza por haber estado a punto deacostarnos juntos, y aun así las cosas no

terminaban de ser lo mismo. Sireflexionaba sobre ello, hacía mástiempo que las cosas habían cambiado.Tal vez desde el roce de labios cuandoyo tenía diecinueve.

En cualquier caso, sabía que Adamhabía estado acostándose con otrasmujeres después de tenerme en su sofá yherirme de un modo que aún no habíahallado el modo de explicar. Se mehacía imposible pasar de todo elincidente y seguir adelante, y no lo habíalogrado. Hacía diez meses que no teníauna cita.

Pero eso iba a cambiar, de un modo u

otro. Excepcionalmente confié aNicholas esa especie de mal de ojo quehabía significado una sequía de citas yél me dijo que tal vez tendría más suerteen ese terreno si mi amigo Adam nofuera por ahí intimidando a cualquierhombre que estuviera interesado en mí.Sorprendida como mínimo, y confusa, lepedí que se explicara solo paradescubrir que Nicholas había queridopedirme salir hacía algunos meses.Sabiendo que era íntima de Braden yAdam, pero considerando a Adam laopción más segura, le había llamado y lehabía pedido consejo sobre adóndellevarme. La respuesta de Adam había

sido «mantente alejado de Ellie o terompo la cara».

Pero ¿se podía saber de quédemonios iba?

¿En serio?No podía siquiera comenzar a

procesar lo poco honesto que era eso.¿Estaba apartando a tíos de lo másagradables de mí? Así que ¿él estabaautorizado a tirarse a todo lo que semoviera en Edimburgo y yo no podíatener ni una sola cita? Me parecía quelas cosas no iban a ser como él quería.

Me apetecía contárselo a Joss. Apesar de mostrarse absolutamente

hermética sobre su pasado, habíademostrado ser sincera y directa.Necesitaba que me dijera si estaba bienjugar sucio con Adam. Sinceramente, meestaba cansando de ser la niña buena ala que todo el mundo podía pisotear,sabiendo que al final era a él a quienquería. Sus actos habían demostrado queera posesivo en lo que a mí se refería, loque significaba que a «su» manera yo lepertenecía de algún pequeño modo. Ibaa demostrarle que no era suya. Que noiba a serlo si no me demostraba quequería algo más que un rollo de unanoche.

Quería confiarle todo a Joss aquella

soleada mañana de sábado mientraspaseábamos hacia los Meadows, peroella parecía distraída con algo y penséque no era un buen momento. Teníacuriosidad por saber si elensimismamiento de Joss tenía algo quever con Braden. Había estado actuandode forma extraña con respecto a él, losuficientemente extraña como para quelo notara durante de una de las secuelasde mis jaquecas. Fuimos a comprarlibros con Hannah cuando ocurrió. Eldolor de cabeza me dejó totalmentefuera de juego de repente, como habíaestado haciendo durante los dos últimos

meses. Era horrible y solía veniracompañado de cosquilleos yentumecimiento en el brazo. Cuando seterminaba estaba exhausta. De hechocuando pasaban, mis niveles de energíaestaban por los suelos. Había querido iral médico, pero siempre se me revolvíael estómago de pensarlo y lo dejabacorrer, prometiéndome que llamaría aldía siguiente.

En todo caso la jaqueca volvía y Jossestaba preocupada —no me engañabacon su rollo «paso de todo el mundo»—y me llevó a comer por ahí para hablardel tema. Y tropezamos con Braden yViky. Mientras que yo me enfadé

muchísimo porque se había acostado denuevo con ella, trayéndola otra vez anuestras vidas (y a la órbita de Adam),noté la tensión entre Joss y mi hermano.

Debía admitir que cuando los vijuntos la primera vez fantaseé con laidea de hacer de casamentera entreellos, pero revelaciones posterioreshabían hundido cualquier esperanza.Aun así Braden todavía me hacíamuchas preguntas sobre Joss y sequedaba mirándola fijamente (muchasveces), y empecé a sospechar que,aunque ambos lo negaran, algo estabaocurriendo. No sabía cómo sentirme una

vez que sabía que Joss no quería tenerningún tipo de relación seria con nadie.Era difícil distinguir sus verdaderossentimientos sobre cualquier cosa ytampoco quería que Braden sufriera porsu culpa.

Decidí morderme la lengua sobremuchas cosas y mantuve unaconversación divertida acerca dedistintos temas hasta que alcanzamos anuestros amigos. Braden, Adam, Jenna yEd ya habían llegado, y estaban sentadosen una manta de felpa larga con doscestas de picnic tras ellos. Busquéenseguida a Adam, pero aparté los ojoshacia Braden cuando vi que Adam

también me miraba a mí.Reí cuando Joss tomó el pelo a

Braden cuando llegamos, algo que casinadie fuera de nuestra familia se atrevíaa hacer y quise más a Joss por eso. Creoque secretamente mi hermano también laquiso más por eso. Sin pensarlo, medejé caer en el mantel al lado de Adam.Su fuerte brazo me rodeó al instante yme presionó con cariño hacia él.

—Me alegro de verte, Els.La razón del picnic era encontrarnos

con Adam y Braden, ya que habíanestado trabajando mucho en la nuevapromoción y apenas los habíamos visto

en las últimas semanas. Los habíaechado de menos a los dos, de veras quesí. Había echado de menos a Adam, y alinhalar su particular esencia y sentir sufuerza rodeándome a mi derecha, por unmomento casi olvidé mi anteriorresolución. Casi.

—Sí, yo también me alegro. —Ledediqué una sonrisa sin demasiadoentusiasmo y de manera casual me alejéde su abrazo. Me giré hacia Jenna y Edpara saludarles con propiedad,ignorando la repentina tensión que Adamirradiaba. Me conocía demasiado bien,y supo de inmediato que algo iba mal.

Bien.Oí a Joss decir a Braden que tenía

que escaparse del picnic, y mipreocupación por ella regresó. Miré sucara de agobio y me pregunté si habíahabido algo más que distracción en susademanes cuando veníamos de lo quepreviamente había creído.

—¿Va todo bien? ¿Necesitas que teacompañe?

Joss negó con la cabeza y me mostróel teléfono.

—No, estoy bien. Rhian solo necesitaalguien con quien hablar. No puedoquedarme más tiempo. Lo siento. —

Evitaba la mirada de Braden por algunarazón y vi que este la estudiaba de unamanera extraña. ¿Acaso no le creía? ¿Ypor qué no? Rhian era la mejor amiga deJoss. Estaba en Londres, y había tenidoproblemas personales recientemente,por lo que era totalmente plausible quequisiera hablar—. Os veré luego.

Y se marchó, la larga coletabalanceándose contra su espalda. Megiré hacia mi hermano y lo vi mirándolade un modo que me puso nerviosa.Había determinación en sus ojos, laexpresión de concentración en su carade cuando iba tras algo —casi siempreun proyecto y nunca una mujer— que se

revelaba en el brillo de sus pupilas.Nunca le había visto mirar así a nadie.Mi lado romántico suspiró feliz. Mi ladopráctico (lo creáis o no, tenía uno) hacíaque me mordiera los labios depreocupación, pensando que Joss yBraden era la pareja perfecta o el peordesastre por venir.

Después, tras haber dejado a Adamfuera de control y seriamente enfadado,mis sospechas se vieron confirmadascuando Braden se pasó el camino devuelta interrogándome sobre Joss. Supepara cuando me dejó en la calle Dublínque iba tras ella, y sabía desde que nací

que cuando él quería algo de veras eraabsolutamente implacable, inclusoaunque aspirara a lo imposible. Soloesperaba que Joss no le hiriera mientrastrataba de alcanzarla.

Pasé el picnic charlando con Jenna yriendo las bromas de Braden y Ed.Quizá una vez en las tres horas queestuvimos pasando el rato me dirigídirectamente a él, y evité su mirada portodos los medios. Y fue difícil,considerando que estuvo todo el tiempointentando llamar mi atención. Menosmal que no hubo ni un solo momento detranquilidad para que pudiera

preguntarme qué me ocurría, así miforma de tortura trabajó incluso mejorde lo esperado.

Me satisfizo descubrir que era unaforma de tortura, pues cuando Braden yyo nos fuimos la cara de Adam estabaensombrecida y malhumorada. Lonormal habría sido que Braden sehubiera dado cuenta de nuestrocomportamiento, pero, como Joss,estaba ensimismado.

Me sentí más satisfecha cuandodescubrí después, tras la conversaciónque Joss y yo mantuvimos al respecto deBraden —seguía sin saber en qué puntoestaba Joss en todo aquello desde el

momento en que afirmaba solo un pocodemasiado vehementemente sudesinterés—, y le conté lo de Adam, queella estaba de acuerdo conmigo: Adamnecesitaba aprender una lección. Si noquería formar parte de mi vida en unsentido romántico, entonces tenía quealejarse de la parte romántica de mivida. La tortura continuaría esa noche.

Joss trabajaba en el bar esa noche yBraden, Adam y yo iríamos a tomar unascopas con Darren, el gerente de ladiscoteca Fire, y la esposa de Darren,Donna. Yo llevaba un top negro sinespalda. Se sujetaba con un lazo de seda

en mitad de la espalda, mientras que laparte delantera era discreta, con uncuello alto y el cuerpo de chiffondrapeado que caía unos diez centímetrospor debajo de mi cintura. Habíacombinado el top con unos vaquerospitillo que me quedaban tan ajustadosque era como si me los hubieranpintado. Me había recogido el pelo enun moño despeinado pero tirante quedaba el máximo impacto al top, ycalzaba unas sandalias con un tacón dedoce centímetros a juego con lospendientes plateados que llevaba.

Iba algo más mujer fatal de lo quesolía, pero ahí estaba el truco. Los ojos

de Adam casi se le salen de las órbitascuando me giré a mirarlo después desaludar a Donna; su mirada ardió alcontemplar todo el conjunto.

Aquello me irritó.Y todavía me irritó más el anuncio de

Braden de que íbamos al Club 39. Sabíaque iba esperando encontrar a Joss, porlo que no me sentí cómoda al permitirlellevar a cabo su plan mientras ellaestaba trabajando y muy ocupada. Detodas formas Braden no me hubieraescuchado y Donna quería echar unaojeada al local.

Mis niveles de irritación se elevaron

cuando Adam me tomó por la espaldacuando caminábamos por George Street.

—¿Me vas a decir qué te pasa o voya tener que adivinarlo? —me dijomasticando cada palabra.

Me encogí de hombros, sin mirarle.—No sé de qué me estás hablando.—Ellie, no. No te pega comportarte

como una zorra.Me estremecí, pero seguí caminando.—¿Sabes lo que tampoco me pega?

Estar soltera, pero al parecer esotampoco es de mi elección.

—¿De qué coño estás hablando? —siseó, su voz era baja en tanto Braden

estaba cerca.Mantuve mi voz baja también al

tiempo que lo iluminaba, girando lacabeza para mirarle directamente.

—Sabes perfectamente de qué hablo,tú, déspota gilipollas.

—¿Todo bien? —Braden giró lacabeza y nos miró con el ceño fruncido.

Asentí con fuerza y caminé másdeprisa para ponerme a su lado.Conforme nos acercábamos al Club 39,le susurré:—Braden, espero que sepaslo que estás haciendo.

Me lanzó una mirada perversa.—Siempre. ¿Sabes?, Darren conoce

al tipo de la puerta. —Se volvió haciaDarren y puso su pequeño y tortuosoplan en marcha—. Darren, ¿por qué novas a por las bebidas? Mientrasencontraremos una mesa.

Darren asintió e ignoró las malasmiradas de la gente de la cola a la queiba empujando para hacerse hueco hastala puerta del club. Saludó al guardia deseguridad y charlaron unos minutos. Sevolvió, señaló dónde estábamos, y almomento siguiente íbamos escalerasabajo. Darren desapareció ya en el cluby vi a Braden coger del brazo a Donna.

Le taladré con la mirada la espalda.

Donna era una morena muy atractiva y éliba a utilizarla para poner celosa a Joss.Sabía cómo trabajaba. Le gustaba laidea porque podría poner celosa a Josssin necesidad de involucrar a unasegunda mujer. A mi hermano legustaban las reacciones, y suponía queesperaba una gran reacción por parte deJoss. Una parte de mí deseaba que secomportara con él con su habitualsobriedad.

Desgraciadamente mis esperanzas nose cumplieron. En el momento entramosen el Club 39 busqué a Joss y vi ladureza con la que miraba a Bradenmientras él susurraba algo a Donna al

oído. Se giró hacia ella y vi una especiede parpadeo o algo que no me gustó ensus ojos antes de que se girara.

Realmente me hubiera gustado chocarla cabeza de mi hermano contra la deAdam.

Más que nada lo que quería eradejarlos solos a los dos. Pero Adam nome lo permitiría. Me tenía fuertementecogida, mientras Braden se encargaba deque nos limpiaran una mesa, así que tiréfuerte de la mano y me solté, todavía confrialdad. Me dirigí a Braden seguida deAdam hasta que él y Donna sedetuvieron para acomodarse en uno de

los sofás.—Ellie, sienta tu culo aquí —me dijo

con voz cortante por encima de lamúsica.

Entorné los ojos y negué con lacabeza.

La expresión de Adam seensombreció y antes de que tuvieraalguna oportunidad de apartarme tomómi brazo, tiró de él y me sentó a su lado.Percibí la presión de su cuerpo a milado, así que luché por apartarme de él,pero me vi detenida por el sensualrecorrido de sus dedos sobre mi cinturadesnuda. Su mano bajó hasta mi cadera y

me acercó más a él, susurrándome aloído:—Si dejas de actuar como una niñapetulante, dejaré de actuar como undéspota.

Dejé de revolverme contra él, peropermanecí tensa para que supiera queseguía estando enfadada. Durante lasiguiente hora me tuvo agarrada; suforma de cogerme era posesiva y desdeluego mucho más que amistosa.

Braden ni siquiera se dio cuenta. Susojos lanzaban dardos en dirección a Jossy a su colega Craig, quien habíaempezado la noche dando un pico aJoss, y habían pasado pasado la última

hora coqueteando y divirtiéndose juntos.Me encantaba esa faceta de Joss.

Aparentemente a Braden no legustaba nada. No. Ni una pizca. O no legustaba cuando lo hacía con otro tío. Elpequeño drama que se representaba másallá casi consiguió hacerme olvidar elmío, pero cuando Braden, queclaramente había tenido suficiente, selevantó y se acercó a la barra cuandoJoss se tomó un descanso, de algunamanera se las arregló para convencerotro camarero de que le permitieraentrar en el privado, volví a mi propioproblema.

Darren y Donna se habían levantado apor más bebidas.

Adam y yo estábamos solos en elsofá.

Me acarició la cadera con suavidad,obviamente intentando relajarme.

—¿Y bien? —Me hablaba de nuevoal oído, reforzando la sensación de queestábamos en una pequeña burbujadentro del bar—. ¿Vas a contarme porqué te estás comportando como unazorra conmigo?

—Deja de llamarme así —le advertí,girando la cabeza; nuestras narices casirozaron.

—Deja de comportarse como tal.—Estoy cabreada —le expliqué—.

Puedo estar cabreada.—¿Me lo cuentas?Me volví de nuevo, y esta vez no

intenté ocultar el dolor y la confusiónpor sus actos, porque su propia carareflejaba preocupación.

—¿Por qué amenazaste a Nicholascon romperle la cara cuando te pidióconsejo para pedirme una cita?

La comprensión llegó a sus ojos ysuspiró con pesar.

—No es lo bastante bueno para ti.—No es una decisión que debas

tomar tú.Sus dedos se hundieron en mi cadera

y se curvaron en respuesta a mireacción.

—Pero sí me encargo de protegerte.Cerré los ojos, sus palabras me

herían.—No soy tuya para que me protejas.El cuerpo de Adam, sólido, se acercó

más al mío y estuvimos en silenciodurante un momento.

El silencio se rompió cuando subrazo perdió fuerza contra mis caderas.Estaba girando la cabeza parapreguntarle cuando sentí el tacto de sus

dedos bajando por mi espalda, sobre elprincipio de mi pantalón. Despacio,tortuosamente, siguió la piel desnudasobre mi columna y mi piel enrojeciósintiendo cómo los pezones seendurecían y se marcaban en la tela queme cubría el pecho.

—¿Estás segura de eso? —mesusurró al oído con voz ronca.

Mis ojos se abrieron más mientras lemiraba fijamente, una ráfaga deconfusión y preguntas amotinándose enmi cabeza, ninguna de las cuales pudocobrar voz, porque Donna y Darren sesentaron a nuestro lado de nuevo con

nuestras bebidas. El brazo de Adamvolvió a rodearme, su mano reposandogentil sobre mi cadera, y yo me mantuveallí sentada en aturdido silenciopreguntándome qué demonios habíaquerido decir con aquello.

Capítulo siete

Adam hizo una mueca al tiempo queme miraba.

—Sí que te mandaba mensajescontradictorios.

—¿Tú crees?Sonrió tímidamente.—Lo siento, Els, me cabreaste.

Estaba intentado demostrarte que erasmía. No fue justo.

Me encogí de hombros.—Estabas indeciso en aquel

momento. Te perdono. Especialmente

porque hace de ello una buena historia.Rio y alcanzó de nuevo el diario,

ojeando las páginas, buscando lasiguiente entrada.

—Esa noche en el Club 39 no fue nide cerca tan mala como la de la nocheen el Fire.

Adan gruñó.—Mierda, no sé si quiero leer

aquello desde tu punto de vista.—Lo dejé bastante detallado.Arqueó una ceja hacia mí.—¿«Detallado»?Yo asentí, ruborizándome.Vio mi piel enrojecida y sonrió, al

tiempo que me devolvía el diario.—Nena, eso será caliente.

Domingo, 16 de septiembreNo puedo más. Se acabó. Me daigual cómo quede lo mío conAdam… definitivamente esto haterminado.

No había estado esperandoprecisamente la noche del Fire, porqueeso significaría estar atascada en un clubviendo cómo Adam flirteaba con todo loque se moviera, pero era una gran nochepara Braden, pues había estadoorganizando un acontecimiento especial

para la Fresher’s Week,4 y le habíaprometido que estaría allí.

Como siempre Joss y él estabandemasiado centrados en sus propiascosas como para saber de la tensión quehabía entre Adam y yo. Era esa horribletensión incómoda, mezclada confrustración sexual, que había surgidotras nuestro último enfrentamiento pocodespués de la memorable noche en elClub 39.

Resultó que acepté quedar con un tipollamado Jason que había conocido enStarbuks. Jason estaba bueno y parecíaagradable y no vi ningún riesgo en tomar

algo con él. Pero… Braden se lo contó aAdam y Adam se pasó toda la nochellamándome por teléfono por tonterías.Me había arruinado la cita. Erainmaduro y completamente indignante.

Todavía lo era más el hecho, comoJoss tan sinceramente me puntualizó, deque groseramente yo hubiera contestadoa cada llamada en lugar de apagar elmóvil. La verdad era que había estadodisfrutando con la reacción de Adam. Enalgún lugar del camino se me habíaolvidado la promesa de pasar de él trasla noche en su apartamento y habíaentrado en nuestro estúpido juego unavez más. Quería una reacción por su

parte y lo cierto era que ya la tenía. Perodespués de echarle la bronca al díasiguiente, en la comida de los domingosen casa de mis padres, Adam habíapasado de fuego a hielo. Procuraba noquedarse a solas conmigo y cuando lohacía hablaba sobre cosas con las que sehablaría con un perfecto extraño. Habíaestado intentando mantener lacompostura durante las últimas semanas,y si le sumaba mis preocupaciones conlos estudios y las recurrentes jaquecas,que parecían no querer desaparecer, meencontré deseando pagar con él todasmis frustraciones.

Todo el mundo tendría a la agradableEllie, a la dulce Ellie, a la Ellie a la quetodos conocían y querían. Adam tendríaa la Ellie malhumorada, a la Elliecansada, a la Ellie amargada y con elcorazón roto.

Mientras Braden retenía a Joss poralgo relacionado con la altura de suvestido (mi hermano podía ser unaespecie de macho alfa estúpido aveces), Adam me llevó a un reservadodel bar. Me deslicé a un lado y mequedé sorprendida cuando él se sentó ami lado, muy cerca.

—Ve con cuidado —le advertí

secamente—, creo que estás rompiendotu propia regla de mantenerte a más deun metro de mí.

Torció el labio, para nadaimpresionado.

—No empieces, no esta noche.—Ni esta noche ni ninguna.Sus ojos relampaguearon.—¿Sabes por qué nunca tengo pareja,

Ellie? Para evitarme toda esta mierda.Esto es como tener una jodida relaciónpero sin los beneficios.

Herida, le dirigí la mirada másterrible que pude componer.

—No, es como tener una relación de

amistad que tú estropeaste.Tras conseguir hacerle daño, me sentí

fatal, y sentirme fatal por eso me hizocabrearme más con él. No quería que meimportara herir sus sentimientos.

Adam iba a contestarme cuando unmovimiento nos hizo girarnos y vimos aJoss intentando no interrumpir nuestrabronca. Adam le lanzó una mirada quedecía que aposentara su culo y ella sesentó con nosotros, salvándolo de mí.

Sentí casi el mismo alivio que élcuando Joss se sentó a mi otro lado.

—Braden está tomando algo en algúnsitio —dijo, sus ojos se dirigían hacia

los invitados—. No tenía ni idea de quefueran a venir otros amigos, creí queseríamos nosotros y unos cuantosseleccionados al azar.

—No —respondí despreocupada,pero mi malhumor había causado uncortocircuito entre mi cerebro y mi boca—. No, a muchas de sus ex novias y asus anteriores amigas con derecho aroce les encanta ir de discotecas, demodo que las ha invitado a todas, asícomo a las de algunos de sus amigos.

No fue hasta que Adam me soltó un«Ellie, ¿a qué se supone que estásjugando?» cuando me volví y siguiendo

su mirada llegué a Joss, quien se habíaquedado helada ante mi falta de tacto.

Mortificada, me apresuré adisculparme.

—Oh, mierda Joss, no quería decireso. Me refería a que esas chicas nosignificaban nada…

—Bebamos —dijo ella demasiadoalegremente, y me sentí fatal por hacerlasentir incómoda e insegura sobreBraden.

—No creo que sea una buena idea,mejor esperamos a Braden —insistióAdam.

Como fuera, Braden pasó un buen

rato charlando y coqueteando con losinvitados, y la tensión en nuestra mesacreció y se volvió tan espesa que todosqueríamos escapar de allí. Joss y yo nosfuimos a la pista de baile, y la acompañéun rato hasta que fui a por una botella deagua a la barra. Tal y como me acercabavi a Adam de soslayo y pude sentir ese,oh, Dios, familiar calor. Llevaba unacamisa negra con las mangas dobladaspor encima de los codos, con unpantalón de vestir negro. Era sencillo,era muy sexy. A él siempre se le veíasexy, caliente. Y aquella noche se leveía así mientras estaba inclinado haciauna chica sentada en un taburete en la

otra punta del bar. Ella rio y eso losacercó lo suficiente como para poderbesarse. Lo que fuera que le dijo hizoque su risa suave se convirtiera en unasonrisa seductora, y el calor de micuerpo se convirtió en deseos de llorar.

Como si hubiera sentido que leobservaba, Adam levantó la cabeza y mevio mirándole. Nunca me habíaresultado sencillo ocultar misemociones, especialmente cuando estabasintiendo algo particularmente profundo,así que giré la cara rápidamente paraque no lo viera.

—¿Qué te pongo? —me dijo uno de

los camareros cuando finalmente seacercó a mí.

—Una botella de agua. —Mi vozsalió tan ronca por el dolor que él seinclinó hacia mí y tuve que repetirle loque quería.

Justo cuando sacaba el dinero para elagua, una mano se colocó en la partebaja de mi espalda y su colonia megolpeó unos segundos antes de que suslabios lo hicieran con mi oreja.

—Els —me dijo Adam en voz muybaja, ronca de emoción.

No sabía qué responder. Mis ojospermanecían fijos en la botella de agua

mientras intentaba recuperar el control,sabiendo que cada día estaba más cercade forzar nuestra situación hacia algúntipo de resolución a base de sacar laverdad hacia fuera.

—Cariño, mírame.Hice lo que me pedía, buscando en su

cara las respuestas que todavía noestaba preparado para darme.

Apartó la mano de mi espalda y merozó con los nudillos la mandíbula conternura, siguiendo el movimiento con lamirada.

—La cosa más hermosa que jamáshaya visto —murmuró.

Las palabras me picaron porque merecordaron a otro momento quehabíamos tenido, uno más de nuestrostiovivos de señales equivocadas. Rehuísu contacto, haciendo una mueca.

—No lo hagas.Dejó caer las manos.—Ellie…Surgieron murmullos de conmoción y

gritos que le interrumpieron, y los dosnos volvimos y miramos por encima desu hombro la cara para encontrar aBraden golpeando a…

—Gavin… —Jadeé.Adam se levantó inmediatamente para

acudir junto a su amigo y yo le seguí,con el corazón desbocado por mihermano. Gavin había sido amigo delcolegio, suyo y de Adam, pero cuandocreció se convirtió en un auténticogilipollas. Braden, por alguna razón,había sentido lealtad hacia él y siemprelo había tenido más o menos cerca. O lotuvo hasta cinco años antes, cuando losorprendió en la cama con Analise,traicionándole.

¿Y estaba en su discoteca?—Ese es Gavin —Braden le lanzó

una mirada de disgusto a Joss—. Elamigo que se follaba a Analise. ¿Por qué

cojones hablabas con él como si leconocieras?

Oh, Dios mío, ¿Joss conocía aGavin? Por un momento sentí un pánicoabsoluto ante la idea de que la historiase estuviera repitiendo para mi hermano.Pero entonces recordé que aquella eraJoss, y a pesar de sus fallos, nunca seríadesleal. Solo tuve que ver cómo lecambiaba la expresión de la cara aldescubrir quién era Gavin para saberque, fuera lo que fuera aquello, era ungran malentendido.

Bueno, al menos por parte de Joss. —Es entrenador en mi gimnasio —explicó

Joss—. Me ayudó una vez.Le miró como si le prometiera que no

tenía ni idea de quién era Gavin,permitiendo que los sentimientos quealbergaba por Braden fueran visibles.Estaba segura de que ella no se habíadado cuenta, o se habría sentidomortificada por ser tan transparente. Detodas formas me alegré de verlo ydetesté que mi hermano estuviera tanfuera de quicio que se le escapara.

—Parece que te entretienes conmejores cosas ahora, Bray. —Gavinmiró a Joss de una manera que hizo queme estremeciera y vi como los hombros

de Adam se tensaban delante de mí—.Aquí me tienes, deseando que la historiase repita, porque he querido tenerlaentre las piernas desde hace semanas.¿Qué me dices, Joss? ¿Te apetece unpolvo con un hombre de verdad?

Nunca había visto a mi hermanopegar a nadie, pero se echó sobre Gavinantes de que alguien pudiera detenerlo.Adam hizo lo que pudo, aunque yo sabíaque una parte de él no quería empujarley apartarle de aquel sórdido, malditocabrón. Pero lo hizo, solo que con lafuerza suficiente para mantener ciertocontrol sobre él cuando Gavin dijo algotan obsceno que incluso yo le hubiera

pegado un puñetazo.Para cuando seguridad llegó para

llevarse a Gavin, creí que Adam iba asoltar a Braden solo para poder tenertambién él los brazos libres. Y pobreJoss. Vi su preocupación mientrasBraden, erizado por la adrenalina y laira de una manera que nunca antes lehabía visto, la arrastraba por la pistaprincipal y la subía escaleras arriba a lazona privada, hasta su despacho.

Prefería no saber lo que iba a pasarallí arriba.

Así que permanecí donde estaba,temblorosa todavía tras todo lo

ocurrido, mientras los exaltados clientese invitados se dispersaban paracontinuar disfrutando de la noche. Adamy yo seguíamos en medio de la pista,mirándonos el uno al otro. Creo que losdos estábamos tratando de averiguardónde nos encontrábamos nosotros y quénarices había pasado.

La chica del taburete volvió a él conun jersey a modo de vestido tan ajustadoque parecía una pera. Era más baja queyo, pero, como Joss, tenía más caderas yculo. Me sentí de repente desaliñada conmi figura, con mi vestido brillante.Parándose a su lado, colocó la manosobre su brazo con propiedad.

—Déjame que te invite a algodespués de eso.

Adam apartó los ojos de ella paramirarme, y desesperada como estaba porno resultar tan transparente como antes,agaché la cabeza un poco escondiendomis gestos y le dije categóricamente:—Ve, yo me marcho a casa de todosmodos.

Le rocé al pasar antes de que pudieracontestarme, me hice hueco entre lamultitud y bajé cuidadosamente lasescaleras hasta llegar al nivel de lacalle. Una mano me cogió del brazo ycasi me hace perder el pie y me

sorprendí al ver a Adam con la chaquetapuesta.

—Me aseguro de que llegas bien acasa.

—No es necesario.Ni contestó ni me dejó marchar.

Estaba demasiado cansada para discutir,así que le permití meterme en un taxi yme senté en silencio mientras nosllevaban a la calle Dublín.

Pagó el taxi y me siguió arriba, hastala puerta de casa. Esperó pacientementehasta que le di las llaves y entramos enla oscuridad del piso. Subí unos cuantosescalones hasta el distribuidor, le di al

interruptor de la luz y me giré sobre lostacones hacia él.

—Puedes irte ya.En lugar de eso Adam estrelló la

puerta de la entrada al cerrarla de unportazo y me miró hoscamente.

Suspiré con suavidad, cansada depelear. Mama siempre bromeaba conque yo no era una luchadora, era unaamante. Incluso me compró una camisetaque lo decía.

—Puedes irte ya, Adam. Gracias portraerme a casa.

—¿Qué quieres de mí? —mepreguntó de repente, su voz dura por la

ira.Me hice atrás ante su tono,

apoyándome en la pared, mirándole concautela conforme se acercaba, al acecho.Incliné la barbilla, y mis labios seabrieron de sorpresa cuando le vicolocar las manos contra la pared a loslados de mi cabeza para aprisionarmeentre su cuerpo. Bajó la cabeza, su narizse deslizó por la mía hasta que suslabios quedaron prácticamente sobre losmíos. Tragué saliva y encontré al fin mivoz.

—¿Qué quieres tú de mí?Su respuesta fue cubrir la distancia

que separaba nuestras bocas casi conviolencia.

Como la otra vez que me habíabesado así, el mundo desapareció,llevándose la realidad y cualquier cosaque importara. Rodeé con mis brazos sucuello, enredé mis dedos en su pelo,presioné mis pechos con fuerza contra elsuyo, mientras nos devorábamos el unoal otro.

Después de un tiempo Adam suavizónuestro pasional beso liberando mi bocahinchada para darme suaves besos en lamandíbula y la parte baja del cuellomientras su mano se deslizaba entre mis

muslos. Me dejé caer contra la paredcon un suspiro, los ojos cerradosmientras regresaba a mis labios,probándome con la lengua. Sus dedos secolaron por debajo de la ropa interiorde encaje que llevaba bajo el vaporosovestido y gemí contra su boca ante lapresión de aquellos dedos queempujaban dentro de mí.

Adam los sacó, su aliento tanjadeante como el mío, y comenzó a jugarconmigo. Cerré los ojos de nuevo; elplacer me tensó. Me agarré a sus brazosconforme me empujaba hacia elorgasmo.

—Adam —le supliqué.—Mírame. —Sus palabras

retumbaron en mi boca e inmediatamenteabrí los ojos para encontrar los suyos,ardientes—. Quiero ver cómo te corres.

Sentí que mis mejillas se sonrojabanaún más ante su petición, pero le sostuvela mirada mientras sus dedos meacariciaban, mis caderas se mecieroncontra su mano, mi mirada se volvióadormecida. La respiración de Adam sevolvió cada vez más entrecortada, ycuando me presionó el clítoris con elpulgar estallé, pegándome a él durantemi orgasmo, y él gritó una palabrota

mientras se apoyaba en el hueco de micuello.

Las piernas apenas me sosteníancuando bajé de las alturas, regresando ala la realidad. La confusión me abrumó ysentí que algunas lágrimas me escocíanen los ojos. El aliento cálido de Adamme acarició la piel mientras bajaba lacabeza para suspirar en mi oído.

—Casi me corro solo de verte a ti.Temblé, sintiendo de nuevo aquel

cosquilleo por todo el cuerpo.—Haces que se me ponga tan

jodidamente dura. —Me confesó, altiempo que me tomaba la mano y me la

dirigía para que presionara su ereccióna través de los pantalones.

El triunfo apartó a la confusión por unmomento, y el sentimiento de poder quedaba la victoria me hizo acariciarle yescuchar sus gemidos de placer en mioreja. Al menos me deseaba. Al menosaquello le causaba verdadero tormento.

—Si no paras, nena —Me apartó lamano— voy a explotar.

Cuando levantó la cabeza, me miró alos ojos y los vio acuosos, y se hizoatrás con otra palabrota. Pasándose lamano por el pelo, suspiró pesadamente.

—No debería haber hecho esto, Els,

lo siento. —Arrugó la cara y vi laautoflagelación en su rostro.

—¿Por qué? —le preguntésuavemente, necesitaba entender de unavez por todas qué era lo que ocurríaentre nosotros—. ¿Por qué no deberíashaberlo hecho? ¿Por qué no podemosestar juntos?

Sus maravillosos ojos oscuros memiraron con sorpresa, como si nopudiera creer que no lo entendiera.

—Es por Braden, Els. Es mi mejoramigo, mi familia. No puedo correr elriesgo de que no me perdone por… —Gesticuló con impotencia hacia mí.

El calor de las secuelas del orgasmoque me había proporcionado se viosustituido por un escalofrío tras oír suspalabras. Me quedé de pie contra lapared intentando controlar la bola defuego que tenía acumulada en lagarganta.

—Pero yo sí estoy dispuesta. Estoydispuesta porque estoy enamorada de ti.Sabes que estoy enamorada de ti.

La ausencia de sorpresa en su carafue la confirmación.

Negué con la cabeza, me reíamargamente y me sequé las lágrimasque habían comenzado a caer.

—Todos estos años, incluso ahora,me dices que todo lo que has querido hasido protegerme de lo que pudierahacerme daño. Y aun así haces y dicescosas que me confunden. Que me hacencreer que sientes por mí lo mismo quesiento yo por ti, y al segundo eres frío yte paseas con otra mujer delante de misnarices. —Las lágrimas corrían velocesahora y pude ver el brillo de dolor enlos ojos de Adam. Me dio igual. Teníaque sacar aquello de dentro de mí—. Laúnica persona que siempre me ha heridoen lo más hondo eres tú. Y te lo sigopermitiendo.

—Ellie. —Sonaba destrozado, dio unpaso hacia mí. Se detuvo, no obstante,con los ojos llenos de dolor cuando yome aparté—. Te quiero. —Admitió, y enlugar de sentir alegría por sus palabras,el último pedacito de mí que todavíaconservaba la esperanza se rompió.

Negué con la cabeza.—Pero no lo suficiente.—Sabes que eso no es cierto, Els.

Tú, entre todos, tienes que entenderlo. Sitú y yo empezamos algo y sale mal,pierdo también a Braden. Perderé a lasdos únicas personas en el mundo quesignifican algo para mí.

Quería entenderle. Intentaba entenderlas razones que había detrás de lasacciones de las personas, porque queríaver lo mejor de cada uno. Pero lo únicoque sabía era que si él me quisiera losuficiente lo arriesgaría todo —arriesgaría nuestra historia— por algomás, y el hecho de que no estuvieradispuesto a hacerlo me decía que nopodía sentir por mí lo mismo que sentíayo por él. No quería meterme en unarelación en la que yo amaría al otro másde lo que él jamás sería capaz deamarme.

—Vete a casa, Adam —le respondí

en voz baja—. Hemos terminado.Sus ojos se agrandaron con la

conmoción.—Ellie...—Disimularé por Braden. Cuando

estemos juntos fingiré que nada hacambiado entre tú y yo. —Me sostuvo lamirada, tratando de ser fuerte mientrasyo ponía fin a lo nuestro—. Pero, sea loque sea, se ha terminado. No me llames,no vengas a verme… No lo hagas. No tequiero cerca a menos que sea necesario.Y si te preocupas por mí aunque sea unpoco, sé que te mantendrás alejado.

No le permití replicar. No podía. Me

di la vuelta y recorrí el pasillo hasta mihabitación, luego cerré la puerta y meapoyé en ella, concentrada en seguirrespirando.

Se produjo un silencio al otro ladoque me pareció que duraba unaeternidad, antes de que finalmente oyerala puerta de la entrada cerrarsesuavemente.

El ardor de la garganta estalló ensollozos, y resbalé por la maderabuscando aire en medio del dolor.

4 La Fresher's Week es la primerasemana del curso universitario en

Edimburgo, y se prepara para losestudiantes distintos eventos a modo derecepción. (N. de la T.)

Capítulo ocho

—Las semanas más jodidamentemiserables de mi vida después deaquello. —Adam pasaba las páginasleyendo por encima las siguientesentradas tras aquella noche.

Le acaricié la nuca con la mano.—También las mías, cielo.Me retiró la mano de su cuello y le

dio la vuelta para besarme distraído enlos nudillos.

—La noche en que se casaron Jenna yEd fue una jodida tortura.

Lo fue, ambos fuimos con pareja. Yollevé a Nicholas únicamente por serespecialmente irritante y Adam llevó aalguna chica al azar. Aunque durante laboda mostré mi cara más amable y menegué firmemente a mirar a Adam, fueuna de las experiencias más dolorosasde mi vida.

Adam enlazó sus dedos con los míosy los colocó en su regazo.

—Aquí está —Levantó el diario.—¿El qué? —Fruncí las cejas,

intentando entender mi letra.—Iba rápido esperando encontrar mi

visita matutina.

Lunes, 17 de diciembreEstoy escribiendo esto tan rápidocomo puedo porque veo a Adamdeseando robarme el boli y cogercualquier cosa que esté en sumano para llamar mi atención. Entanto que me gustarían lasmaneras que usaría, será mejorque deje de escribir. Ha sido unterrible fin de semana, pero hoyme siento más fuerte y tengo unrato. Esta mañana me hedespertado con algo bonito, y juroque después de la semana que hetenido creí que eso seríaimposible…

Concentrada en una grieta en el techodecidí dejar atrás la confusión y ladesesperación. Estaba esa parteenterrada de mí que seguía intentandoempujar hacia arriba y asir mi pechodesde dentro hacia fuera para tirar de míy susurrar «no estoy preparada paramorir».

«Detente, detente, detente, detente,detente, detente…»

No podía pensar de ese modo.Sin embargo, era de lo que me había

estado guardando durante meses.Cuando el doctor me dijo que necesitaba

gafas, ignoré mis propios instintos y meaferré a esa solución con absolutoalivio.

Aun así las jaquecas seguíanviniendo, el cansancio fue a peor y laansiedad que oculté a todo el mundosiguió creciendo.

Diez días antes había tenido unataque en la cocina. Estaba tan aterraday a la vez tan aliviada en la sala deespera del hospital mientras esperabaturno para la resonancia, con elestómago encogido de dolor pero con latranquilidad de saber de una vez quédemonios me estaba ocurriendo.

Era un tumor. Un tumor cerebral.Intenté tomar aire. Habíamos

esperado diez días para que nos dieranlos resultados y eran esos, y no mepodrían decir nada más. Tenía queesperar otras veinticuatro horas parasaber si era cáncer o no.

Quería afrontarlo de manera elegante,no solo por mí, sino también porBraden, mi madre, Clark, Hannah yDeclan. Quería afrontarlo de buen gradopor Joss, pues sabía que para ella iba aser muy difícil. Y, sin embargo, sureacción…

Una lágrima resbaló por mi mejilla al

recordar su reacción apenas unas horasantes. Había visto el pánico en sus ojosy luego simplemente… se encerró en símisma. Sencillamente me dejó. Cuandomás la necesitaba ella simplemente… semarchó.

Braden estaba furioso y muerto demiedo por mí y por ella e intentando noestarlo. Su ansiedad me estaba poniendopeor, así que le pedí que se marchara ahablar con mi madre y con Clark.Entendió que necesitaba algo de tiempopara mí misma y me lo concedió.

No podía pensar en lo peor. No seríacomo Joss. Me refiero a que quería estar

preparada, pero no era pesimista. Yseguramente, era demasiado jovenpara… Uno nunca piensa que algo así leva a pasar. Es como un sueño, essurrealista, como si estuvieras viendo lavida de otro en una película.

Sonó el móvil y me giré para mirarpor encima de la almohada en la mesita.

Era Adam.Respiré a pesar de la opresión que

sentía en el pecho y alcancé el teléfono.Desde que aterrizara en el hospital hacíaentonces diez días, Adam habíarenegado de su promesa de mantenersealejado de mi vida. Me llamaba todos

los días e iba al piso como si pensaraque iba a permitir que se saliera con lasuya. Demasiado cansada para pelear, síle permití salirse con la suya esa vez.

—Hola —contesté, e incluso yoadvertí que no sonaba como yo misma.

Se produjo un crujido en la línea,hasta que él dejó escapar un enormesuspiro.

—Braden ha llamado.Me puse tensa al oír la aspereza en la

voz de Adam, el quebrantamientoahogado de su tono.

—Sí.—Dios, Ellie —gimió como en

agonía—. Cariño…—No. —Sacudí la cabeza aun cuando

no podía verme y me mordí el labiointentando contener el torrente delágrimas. Tan pronto como supe quepodría continuar hablando sin llorar,añadí—: No sabemos nada todavía.

—Sé que necesito ir a donde estés.Estaré allí en diez minutos.

—No, no vengas —dije con fuerzaantes de callarme; el corazón megolpeaba el pecho ante la idea de tener aAdam aquí y abrazarme contra él—. Noquiero que vengas.

—Joder, Els.

Hice una mueca ante el dolor quereflejaba su voz.

—Por favor, Adam.—Lo necesito. Necesito estar a tu

lado. Te quiero Ellie. Estoy jodidamenteenamorado de ti.

Estaba llorando.Nunca le había oído ni visto llorar

antes. Ante sus lágrimas y su rotundaconfesión, yo también comencé a llorary dejé caer la cabeza sobre la almohada,apretando fuerte el teléfono contra mioreja. Al final suspiré.

—Solo mantente en la línea conmigo,¿te parece?

Adam se aclaró la garganta y con lavoz rota me dijo:—Lo que quieras,pequeña.

Suspiré y me acerqué aún más elteléfono.

—No sabemos nada todavía —repetí.—Podría no ser nada—añadió.—Sea lo que sea, voy a luchar.—Lucharé contigo.—Chisss —le silencié despacio—.

Sin promesas. No de esas.—He dejado de perder el tiempo,

Els.Sonreí con tristeza, demasiado

agotada para hablar de nada.

—Solo pierde un poquito más detiempo por mí. Por favor.

Permaneció callado durante un rato, yfinalmente me contestó bajito:—Solo unpoco más, pequeña. Solo un poco más.

La factura de teléfono de Adam debióser ridícula, pero dudo que le importara.Estuvo conmigo al teléfono durante doshoras y apenas hablamos. Sencillamentele oía respirar y él me oía respirar a mí.Finalmente colgamos cuando Bradenregresó, pero se negó a decirme «adiós»y por primera vez sentí el miedo sindiluir en su voz cuando me suplicó queno pronunciara esa palabra.

Era mucho, era una enormidad. Perouna cosa era admitir ante mí que meamaba y otra admitirlo frente a Braden.Necesitaba combatir primero la crisisdel tumor antes de comenzar aplantearme lidiar con mi situación conAdam.

Vi un rato la televisión con Braden,me acurruqué a su lado mientras meacariciaba el pelo con cariño. Mi madrey Clark habían tenido una gran discusióncon él porque querían venir y él habíadicho que no había nada que pudieranhacer y que, mientras estuviera perdidaen el limbo, era mejor dejarme en paz y

tranquila y que no me preocupara sobrecómo llevaban los demás el asunto. Loagradecí muchísimo, pero de todasformas les llamé, una llamada corta paraque escucharan mi voz y para pedirlesque me llevaran a la cita con el médicoal día siguiente. Pese a que al principiofue todo bien, Clark dijo adiós de formaprecipitada cuando mamá comenzó asollozar. Desde luego eso me hizosentirme fatal, y entonces me calmé, yfuera ya se había vuelto oscuro y latarde había pasado, y el miedo a lo queme pudieran decir al día siguiente meatenazó.

Braden me llevó a la cama y me puso

en la mano un tazón de agua caliente conwhisky. Se sentó en la cama mientras melo bebía y se quedó allí hasta quefinalmente cerré los ojos.

Se abrieron de repente ante el sonidode un crujido en el suelo de mihabitación. Estaba hecha un ovillo en laoscuridad de mi cama y, a través de laluz de la luna que se filtraba por elventanal, vi a Joss en pie frente a micama.

Sorprendida de que hubiera vueltopero todavía dolida por su anteriordeserción, solo pude mirarla con ojosinterrogantes.

Abrí los ojos desorbitadamente aladvertir que Joss estaba llorando. Joss.Sabía que había salido corriendo antespor el equipaje que cargaba con lamuerte de toda su familia. Tambiénsabía que era el miedo lo que la habíahecho salir corriendo, pero ser testigoahora de sus lágrimas me hizo darmecuenta de cuánto significaba para ella.Estaba aterrada ante la idea deperderme.

Mis mejillas se llenaron de lágrimasy eso puso a Joss en acción. Se arrastróhasta la cama y se acomodó detrás demí, así que me di la vuelta y de

inmediato apoyó la cabeza en mi hombroy se colocó todavía más cerca. Me cogióla mano y la acunó entre las suyas.

—Lo siento —susurró.—Está bien —le contesté, y lo decía

de veras—. Has vuelto.—Te quiero, Ellie Carmichael Y vas

a salir de esta.¿Me había ganado el amor y el afecto

de alguien tan perdido como JossButler? Para mí aquello fue un montónde luz en un montón de oscuridad y mesentí abrumada. Traté de tragarme unsollozo para poder contestarle, y lesusurré la misma verdad:—Yo también

te quiero, Joss.

Braden se había levantado tempranoesa mañana y nos había hecho eldesayuno. Aun con la cita con elneurocirujano que se avecinaba aquellatarde, pude deducir que algo terriblehabía pasado entre Braden y Joss. Alpreguntarles, adiviné que habían roto eintenté no sentirme culpable. Fracasé.

Estaba claro que habían roto por mí,por la reacción de Joss a lo que meestaba ocurriendo. Oí la voz helada conla que Braden se dirigía a ella y el dolorque le provocaba y quise intervenir,quise arreglar lo que inadvertidamente

había ayudado a romper. Pero ellos nolo hubieran aceptado y me enviaron a lahabitación a darme una ducha.

En un momento oí como sus voces seelevaban por encima del chorro del aguay entonces un plato que se rompía,seguido de más gritos. Preocupada,cerré el grifo y salí, pero las voceshabían vuelto a convertirse enmurmullos. Aun así me sequérápidamente y me puse un albornoz,preparada para interponerme entre ellossi era necesario. Mientras caminabadespacio por el distribuidor oí la voz deBraden diciéndole que la amaba y queno pensaba dejar de luchar por ella. Le

prometió a su manera que seríaimplacable. La romántica que hay en mícasi se desmaya en el acto.

—Tú estás enfermo —le siseó ella enrespuesta.

—No. —Me mostré en desacuerdo alllegar a la cocina y detenerme en lapuerta sonriéndoles—. Está luchandopor lo que quiere.

—No es el único.Giré la cabeza conmocionada ante el

familiar sonido de su voz, con elcorazón galopando, mientras Adamentraba en el piso y se dirigía hacia mí.Se le veía fatal, con ojeras bajo los ojos

rojos, y como si no se hubiera afeitadoen un par de días.

Y aun así estaba absolutamentearrebatador, y la forma en la que memiraba, como si yo fuera algo preciosorevoloteando fuera del alcance de susbrazos, era sencillamente maravillosa.

Cuando se detuvo delante de mí, metomó la mano, se la llevó a los labios ycerró los ojos con fuerza al tiempo queme la besaba. Me quedé sin alientocuando abrió los ojos y vi que laslágrimas de la tarde anterior regresaban,brillando en sus profundidades. Supetambién por la determinación en su

mirada que hablaba en serio cuando dijoque perdería muy poco tiempo más pormí. Y ese tiempo eran menos deveinticuatro horas.

Por eso cuando tiró de mi mano y memetió en la cocina con él mientrasencaraba a Braden, se lo permití. Porquehacía apenas unas horas habíadescubierto que tal vez sí o tal vez notenía la mayor lucha de mi vida en mismanos y, por encima de todo, quería quela persona que luchara a mi lado fueraAdam Gerard Sutherland. Teníamos unahistoria, y quería seguir añadiendo añosa esa historia.

—Necesito decirte algo. —Adammiró a Braden y pude ver la tensión quevibraba en su cuerpo.

Lo estaba haciendo. Iba realmente aarriesgarlo todo por mí. Apreté confuerza su mano.

Braden se cruzó de brazos, sus ojosmiraron a Adam, luego a mí y volvieronde nuevo a Adam, y supe que lo sabíapero que no iba a ponérselo fácil.

—Dime.—Eres como un hermano para mí.

Nunca haría nada que te hiciera daño. Ysé que no he sido lo que se dice trigolimpio con tu hermana pequeña, pero

estoy enamorado de Ellie, Braden, lo heestado durante mucho tiempo y no puedono estarlo. He desperdiciado muchotiempo intentándolo.

No creo que ninguno de nosotrosrespirara mientras esperábamos larespuesta de Braden. Después de unminuto de contemplación, finalmente segiró hacia mí, mirándome con ternura.

—¿Le quieres?Adam me miró y me sorprendió ver

un destello de inseguridad en sus ojos.Hombre tonto. Tomé su brazo con másfuerza para infundirle seguridad yentonces sonreí a mi hermano.

—Sí.Y de forma bastante casual, como si

Adam y yo no estuviéramos muertos demiedo por su posible reacción, Bradense encogió de hombros y se acercó aenchufar el hervidor de agua.

—En jodida buena hora. Empezabaisa provocarme dolor de cabeza.

Mis músculos se tensaron. ¿Lo habíasabido todo ese tiempo? Adam y yo noshabíamos colocado en una situacióndolorosa que casi nos rompe el corazónestos últimos meses, ¿y Braden sabíaqué sentíamos el uno por el otro?

—Eres realmente lo que se dice una

verdadera patada en el culo —le dijoJoss por nosotros. Lo empujó al pasarcon enfado y se detuvo para añadir másbajo—: Me alegro por vosotros —aAdam y a mí antes de desaparecer haciasu cuarto de baño.

Braden rio con suavidad.—Realmente me ama.La puerta del baño se cerró de golpe

y Braden rio de nuevo. Adam frunció elceño hacia él.

—Espero que te las haga pasar putas,cabrón arrogante.

Braden le dirigió una sonrisaafectada y luego su mirada cambió.

—Necesitaba saber que estabasdispuesto a luchar por ella. Ella bienvale esa lucha.

Adam suspiró y me pasó el brazo porel hombro para acercarme más a sucuerpo y poderme besar así la coronilla.

—Lo sé mejor que nadie.Cerré los ojos, aspiré su esencia y di

gracias al ser divino que fuera por haberañadido otra ráfaga de luz a mioscuridad.

Por un momento me quedé allíacostada, con la sonrisa pegada en laalmohada. No solo había despertado con

el calor de Adam acurrucado a miespalda, su frente presionando mi nucamientras él seguía durmiendo, su pesadobrazo alrededor de mi cintura y supierna derecha entre las mías, sino queme había despertado con ligereza alrecordar la liberación. Me despertésintiéndome más fuerte de lo que mehabía sentido en mucho tiempo.

El día anterior, a pesar de que sabíapor su mirada que quería acompañarme,Adam se quedó intentando mantener lacalma en mi piso acompañado deBraden, Joss, Hannah y Dec mientras mimadre y Clark me acompañaban a micita con el neurocirujano. El doctor

Dunham era un hombre amable decuarenta y pocos años que acabó contodo mi miedo y el de mis padres conseis palabras.

—No hay nada de que preocuparse.Nos aseguró que la causa física de

los síntomas era un quiste alargado condos pequeños tumores, y que el quisteestaba presionando el cerebro. Dijo quehabía que quitarlo precisamente porqueestaba situado en la superficie de micerebro, que la cirugía tenía muy pocoriesgo. Alrededor de un dos por cientode riesgo. También nos dijo que habíauna muy pequeña posibilidad de que los

tumores fueran cancerígenos y que losmandaría a biopsiar para estartranquilos. Programó la operación parados semanas después, y a pesar de queya había tenido tiempo de pensarlo yestaba aterrada ante la idea del bisturí,el alivio de saber que tenía una enormeposibilidad de luchar una pequeñísimabatalla y no por mi vida era abrumador yagotador a partes iguales.

Cuando volvimos a casa y les di lanoticia, Adam me sorprendió besándomedelante de mis padres. Me sorprendítodavía más cuando vi que ellos noestaban en absoluto sorprendidos.Después bajamos al pub de bajo de casa

a compartir pensamientos y a intentarrelajarnos después de las peoresveinticuatro horas que hubieraexperimentado en toda mi vida. Mesenté con Adam a un lado y Hannah seacurrucó contra mí en el otro, y a pesarde todo me sentí afortunada cuando mevi rodeada de mi familia y amigos.

En determinado momento mi madre yCark se llevaron a Hannah y Dec;aunque reticente, Braden se marchó paradar algo de espacio a Joss, y Jossdesapareció en su habitación paradarnos algo de espacio a Adam y a mí.Pedimos algo para llevar, que devoré

con avidez, en tanto sentía que hacía unaeternidad que no comía nada, y me metíen la cama. Teníamos mucho de quehablar y yo estaba demasiado exhaustapara darle ninguna perspectiva. Parecióque Adam también, porque se marchócon las sobras y regresó únicamentepara acurrucarse conmigo en la cama yapagar la luz.

Cuando me desperté con la suave luzde la mañana filtrándose a través de lascortinas, me sentía fuerte y preparadapara hacer cualquier cosa, y Adamestaba abrazado a mi espalda en lacama.

Era especial, único.Sentí que su cabello rozaba mi cuello

mientras movía el brazo y lo cerrabamás alrededor de mi cintura.

—¿Despierta, pequeña? —murmurósomnoliento, con una voz supersexy.

—Sí. —Mi sonrisa se agrandó. Leacaricié ligeramente la frente—.¿Sabes? En todos los años que teconozco nunca he dormido cerca de ti.Haces ruiditos.

Sentí su pecho moverse tras de mí,riendo.

—¿«Ruiditos»?Se giró, de forma que podía mirarle a

los ojos. Le sonreí mientras se inclinabahacia mí.

—Haces ruiditos como «hummm».Me devolvió la sonrisa.—¿Qué son ruiditos «hummm»?—Ya sabes, ruiditos, como cuando

algo te gusta o te suena bien.Sonrió, pícaro.—¿Cómo «mmm»?—Sí, bueno, exacto, ya sabes,

«mmm».—Creo que mi masculinidad acaba

de recibir un golpe.Rompí a reír y me giré, colocándome

cara a cara con él, alargando las manos

para acariciarle la mandíbula.—Tranquilo, me han gustado. He

imaginado que esos «mmm» eran por mí.Me rodeó con sus brazos con más

fuerza y empujando mi pierna alrededorde su cadera hasta quedar pegados, losojos somnolientos de Adam seencendieron y miró mi boca.

—Eran por ti.—¿Cómo puedes saber que eran por

mí si ni siquiera sabías que los estabashaciendo?

—Porque he soñado contigo —contestó al instante, lo que me dejósorprendida. Se dio cuenta y me apretó

—. He tenido esos sueños sobre ti deunos años a esta parte.

—¿Qué hago en esos sueños tuyos?—le pregunté sin aliento. El calor crecíaen mi pecho, y un cosquilleo lo hacíatodavía más entre mis piernas ante suconfesión.

Su mano se deslizó por mi caderapara acariciarme el culo y entonces meempujó hacia delante y pude sentir suerección matutina contra mi pelvis. Mispezones reaccionaron tensándose, ysolté un tembloroso suspiro.

—Unas veces hacemos el amor, otrasfollamos.

Le miré, mi sonrisa había disminuido.—Sabes que detesto esa palabra.Su boca se torció.—Crees que es «antirromántica».Me conocía bien. Me encogí de

hombros, insegura.—Els, desear follarte no significa

que te quiera menos.Necesitaba que se explicara, de

manera que bajé las manos por su cara ylas coloqué ligeramente sobre su pecho.

—¿Qué significa entonces?—Cuando quiero follarte lo que

significa es que quiero hacerlo de unaforma ruda y dura.

Para mi propia conmoción, suspalabras me estaban excitando.

—Creo que nunca me han… —Seguíasin estar segura de poder pronunciar lapalabra. Había reñido a Joss muchasveces por usarla porque me resultabasórdida, pero cuando Adam hablabaasí…

—Dilo —dijo prácticamente sobremi boca—. Quiero oírtelo decir con tudulce boca.

Tragué saliva y le miré con valentía.—Nunca… nunca me han follado —

susurré.Si era posible, se puso más duro

contra mí y, cuando su mano bajó porentre nuestros cuerpos hasta mi tanga,sus dedos entraron con cuidado perofácilmente en mí.

—Pequeña. —Se inclinó hacia abajo;su boca rozó mis labios, su lengua solotocó la punta de la mía—. Creo que tegusta la idea de que yo te folle.

En respuesta le besé. Fue un besointenso, para incitarle, pero en lugar dehacerlo se volvió conmovedor ydesesperado.

Adam me dio la vuelta y me colocóde espaldas, presionando mis piernaspara que las apartara y pudiera

acomodarse entre ellas, y cuandorompió el beso fue para mirarme con taladoración que no pude respirar.

—No te follaré esta mañana,pequeña. Esta mañana te voy a hacer elamor. Te dejaremos descansar hasta queestés totalmente recuperada y hayasrecobrado todas las fuerzas. —Un brilloprometedor iluminó su mirada—. Lasnecesitarás.

Sonreí, consciente de pronto de queera Adam quien estaba ahí, en misbrazos, hablando de un futuro juntos. Erael sueño de los últimos trece años hechorealidad.

—No puedes ni hacerte a la idea delo mucho que te quiero.

Asintió despacio, subiéndome elcamisón por el torso.

—Tanto como yo te quiero a ti.Fue la primera vez que lo dijo en un

momento en que realmente me pudepermitir sentirlo. Aquellas dos palabrascayeron sobre mí y llenaron mi pecho, ymientras me sacaba el camisón por lacabeza y yacía casi desnuda para que memirara cuanto quisiera le sonreítímidamente.

—¿Sabes? No me importa lo quehagamos esta mañana. Puedes hacerme

cualquier cosa que desees.Para mi sorpresa, eso hizo que Adam

gruñera y escondiera la cabeza en elhueco de mi hombro.

—¿Pequeña?Giró la mejilla y presionó sus labios

contra mi piel desnuda, sus manosbordeando mis costillas para ahuecarmis pechos. Me arqueé ante su contactosuspirando mientras él contestaba.

—¿Cómo he podido tener tantasuerte? Inteligente, divertida, dulce,preciosa, apasionada, y me dice quepuedo hacerle cualquier cosa que desee.—Rio entonces—. Tiene que tener

truco. —Me sonrojé intensamente, yAdam levantó la cabeza para mirarme,riendo—. He olvidado decir modesta.

—Para. —Le empujé juguetona en elhombro, pero necesitaba que lo dejara oseguramente rompería a llorar.

Se echó a reír de nuevo, y el rumorde sus pequeñas carcajadas contra mipecho causó un efecto curioso másabajo. Me dio otro beso rápido en elhombro y se sentó, manteniéndome ahorcajadas hasta que se quitó lacamiseta. Me embebí lo que veía,mordiéndome el labio y absorbiendocada detalle. Se me había olvidado lo

atractivo que era. Anchos hombros yduros músculos. Y unas abdominalespara morirse.

Sus ojos permanecieron concentradosen los míos al tiempo que sus manos seposaban en la hebilla su cinturón.Temblé de anticipación mientras se loquitaba y se bajaba la cremallera de losvaqueros.

—Esta mañana voy a hacerte el amorporque nuestra primera vez debería serasí. Además no importa lo bien que tesientas, y puedo decirte que te vas asentir mucho mejor, tu cuerpo debeseguir exhausto. Así que lo haremos

despacio y con ternura.Tiró a la vez de los pantalones y los

calzoncillos, y me quedé sin alientocuando su erección se vio liberada,sobresaliendo hacia arriba y hacia fuera,dura y palpitante. Ahora entendía porqué el canalla tenía tanta seguridad en símismo. Porque caminaba con eso dentrosus pantalones.

—Ahora eres tú quien hace ruiditosde esos de «hummm» —me dijo, y larisa se reflejaba en su voz, al tiempo quese giraba para dejar los vaqueros reciénquitados.

—¡No es cierto! —protesté,

enrojeciendo otra vez, pensando quehabía estado tan ensimismada mirándoleque existía una gran posibilidad de quehubiera estado haciendo «hummm».

—Sí lo estabas. Y es jodidamenteadorable. —Se volvió hacia mí solopara llegar a mi ropa interior.

Balanceé las caderas para ayudarle aque la bajara por las piernas, y mientraslo hacía se detuvo aquí y allá para besarmi piel desnuda. Cuando al fin terminóempujó mi rodilla izquierda y vi,conforme el calor se centraba en la bocade mi estómago, cómo trazaba unreguero de besos por mi pantorrilla,

pasando la rodilla y por la parte interiorde mi muslo.

—Tus piernas son eternas —susurróal tiempo que sus ojos buscaban losmíos—. No puedo esperar a tenerlas ami alrededor mientras estoy dentro de ti.

—Adam… —Me costaba respirar,estaba completamente a su merced.

Repetí su nombre más roncamentecuando su boca descendió entre mispiernas y su lengua me lamió consuavidad el clítoris. Permaneció untiempo con su boca allí, lamiendo ysuccionando hasta que me corrí, fuerte yrápido contra él.

Todavía estaba gimiendo y diciendo«Dios mío» cuando Adam subió por mivientre y se detuvo para meterse uno demis pezones en la boca. Jugó un rato conél, diciéndome todo el tiempo cosasbonitas y palabras de amor, hasta quevolví a estar tan excitada que le supliquéque se enterrara en mí.

Al percibir su presión entre mispiernas me tensé y Adam entrelazó susdedos con los míos, anclándose en mí detodas las maneras posibles. Sus labiosse abrieron en una exhalación en elmomento en que empujó dentro de mí yse hundió profundamente. Jadeé y

levanté las caderas instintivamente,creando una fricción deliciosa paraambos. Los ojos de Adam se abrieron,velados, mientras me estudiaba conexpresión tierna.

—Te quiero, Ellie Carmichael. —Suvoz estaba cargada de sinceridad.

Asentí con la cabeza y alcé lascaderas jadeando ligeramente mientrascontestaba.

—Te quiero, Adam.La presión de sus manos se volvió

prácticamente dolorosa al tiempo quesalía casi completamente de mí paravolver a deslizarse muy adentro. Me

ondulé contra él, cogimos la mismacadencia, un ritmo que creció y crecióhasta que me hizo desesperarme porllegar al final. Mis piernas le envolvían,mis muslos le apretaban con fuerza,suplicando más.

—¡Adam! —grité, empujando contrasus manos, queriendo tocarle, queriendollevarle conmigo—. Más fuerte.

Gruñó en voz alta mientras salía demí solo para volver a entrar, esta vezcon más fuerza. Comencé a murmurarsinsentidos, básicamente «sí, sí» una yotra vez mientras él se hundía en mícada vez más exigente y más duro.

—Córrete para mí, Els —mereclamó, sus ojos en mi rostro—.Córrete, pequeña.

Y como si lo hubiera estado haciendodurante años, le di lo que quería. Elritmo se aceleró y me rompí porcompleto gritando, mientras Adampresionaba su mejilla contra la mía y setensaba. Yo seguía flotando en el limbopostorgásmico cuando él se estremeciócontra mí al correrse también.

Los dos jadeando pesadamente, losdos envueltos en una fina capa de sudor,e imaginé que los dos un pocopegajosos. Sonreí al techo. Era lo que

ocurría cuando tenías el mejor sexo detoda tu vida.

—Guau —susurré, pasando lasmanos por su espalda una vez que me lashubo liberado.

Adam separó su mejilla de la mía,con los gestos relajados de placersatisfecho. Su mirada oscura, de todasformas, brillaba intensamente.

—«Guau» ni siquiera empieza adescribirlo. Llevo toda mi vidaesperando esto.

Me mordí el labio porque me pareciótan bonito que me entraron ganas dellorar.

Notándolo, me sonrió y me dio unsuave beso, mientras unía las cejas.

—Esto ha sido un poquito de ambascosas.

—¿Qué? —Le devolví el gesto,confusa.

—He empezado haciéndote el amorpero es culpa tuya si he acabadofollándote.

—¿Culpa mía?—«Adam.» —Su voz se volvió

ridículamente jadeante mientras meimitaba—. «Más fuerte, por favor.» —Agitó la cabeza, riéndose—. Soy unhombre con un férreo control, pero

eso…Presioné mis muslos contra él de

placer.—¿Estás admitiendo que tengo algún

poder sobre ti, Adam Sutherland?Sus cejas se alzaron mientras negaba

con la cabeza, un movimiento que prontose convirtió en asentimiento mientras mereía debajo de él. Cerró los ojos en loque parecía un dolor placentero y derepente me atrapó por la cintura y nosdio la vuelta, de forma que él estaba deespaldas y yo encima. Me abrazó fuertey me relajé contra él. Comprensión alamanecer. Solo tenía que abrazarme y

recordaba que todo iba bien.Por enésima vez me sentí abrumada

por el hecho de que estuvieraenamorado de mí. Sonreí contra su piely me acurruqué más.

Después de un rato murmuró:—Estástomando la píldora, ¿no?

Resoplé ante la inesperada pregunta yalcé la cabeza con una ceja levantada.

—¿No deberías haber preguntadoantes de tomarme, oh, tan salvajemente?

Me sonrió.—No estaba pensando en nada que no

fuera en tomarte, oh, tan salvajemente.—Bueno, no te preocupes. Tomo la

píldora —le respondí, y volví aacomodarme en su pecho.

—No me hubiera preocupado detodos modos —me dijo acariciándomeel pelo.

Me tensé.—¿Qué quieres decir?—Que si hubiera un accidente

tampoco me preocuparía. Un accidentecontigo es un niño contigo.

La conmoción me dejó heladamientras lo interiorizaba. ¿Cuántasveces había oído a Braden bromear conAdam sobre su terror a dejarembarazada a una mujer? Era una de las

razones por las que mi hermanosospechaba que Adam nunca repetíachica. En la lógica retorcida de su mentede tío, pensaba que eso significaba quelas posibilidades de un accidentedisminuían, o al menos sí que una seenganchara demasiado e intentara forzarun accidente.

—¿Quieres un bebé conmigo? —grazné.

Sentí sus nudillos rozarme la columnaa modo de caricia, lo que hizo que se meencogieran los dedos de los pies.

—Ellie, lo quiero todo contigo.Lágrimas brillaron en mis ojos,

levanté la cabeza y le contestésuavemente:—No sabía que pudieras sertan romántico.

Los labios de Adam se torcieron enrespuesta y negó con la cabeza contra laalmohada.

—No lo soy, pero reconozco queharía cualquier cosa por ti y, dado queeso ha supuesto tragarme a tu lado máscomedias románticas de las que ningúnhombre debería, sé que eres unaromántica… Solo quiero que seas feliz.Tengo mucho que compensar. —Meapartó el pelo de la cara—. Y tú me lopones fácil. —Me tiró suavemente del

cabello hacia atrás, serio de repente—.Pero si le cuentas a tu hermano una solapalabra, o a cualquier otra persona, yaque estamos, habrá consecuencias.

Sacudí la cabeza.—No lo haré. Te lo prometo. Me

gusta saber algo sobre ti que nadie mássabe.

—Entonces pensamos lo mismo.—¿Qué quieres decir?Volvió a darme la vuelta y soltó una

carcajada mientras luchaba conmigo enla cama. Una vez me hubo capturado,con mis piernas en su cintura, me besó yretrocedió para murmurar.

—Soy el único que sabe que la dulce«la mantequilla no se derretiría nunca ensu boca» Ellie Carmichael se ponecuando le digo cosas obscenas.

Mi piel volvió a enrojecer devergüenza, pero no le contradije. Nopodía porque era malditamente cierto.

Último Primer capítulo

—Vale, he decidido que no puedesdarle esto a Joss. —Adam cerró eldiario de golpe—. De hecho deberíasquemarlo.

Se lo quité de las manos y lo apilé.—¿Por qué?—Porque entras en demasiados

detalles, Els. No solo sobre sexo, sinosobre lo que digo antes, durante ydespués de acostarme contigo.

Intenté no reírme, pero fracasémiserablemente.

—¿Te refieres a la parte romántica?Me lanzó una mirada poco

impresionada.—No se lo darás a Joss. Se lo

contará a Braden y no me dejará en pazcon el tema.

—¿Sabes que Joss trata de serconsiderada porque Braden es mihermano pero a veces se le escapancosas y las que se le escapan sonrománticas?

Vi cómo sus cejas se levantaban y loslados de su boca se alzabanmaquiavélicamente.

—Romántico, ¿de qué manera?

Le gruñí.—Como si fuera a contártelo y darte

munición para torturarle.—Es de justicia si tú vas a darle

munición para que él me torture a mí.Riéndome ante su temor a que mi

hermano descubriera su lado más tierno,negué con la cabeza y contesté como sital cosa:—No voy a hacerlo.

—¿Qué quieres decir con que no vasa hacerlo?

—Acabo de decidir que no le daré aJoss los diarios.

Alzando la cabeza confundido, losojos de Adam preguntaron por él.

Me encogí de hombros.—Iba a hacerlo hasta la última

entrada. Al leerla me he acordado decuánto hemos sentido, de cuántosentimos, de cuánto de nosotros hay enellos. No pertenece a nadie más y creoque no quiero que lo haga. Es solonuestro. Es nuestra historia. No se lopuedo dar a Joss. No puedo darle todoesto a Joss.

Señalé los diarios y me puse a cuatropatas para recoger el desastre y ponerlotodo otra vez en su sitio. Fui detenida derepente por la presión de las manos deAdam, una a cada lado de mis caderas.

Mis labios se abrieron cuando sentícomo empujaba mi culo hacia él y notésu erección frotándose contra mí.

—¿Qué haces? —Pregunté en unresuello.

En vez de responder, con una manodeslizó la cremallera de mis shortsmientras con la otra bajaba la de susvaqueros.

íDentro de un rato subiremoé lasescalerasépara hacer el amor, peroahora mismo voy a follarme a mi futuraesposa encima de nuestra historia.

De alguna manera Adam conseguíaintroducir la palabra «fo…“ en la frase

más romántica, y a mí no me importaba.En lugar de eso jadeé mientras se movíacontra mí y le respondí con la vozcargada de deseo

—¿Qué pasa con el suelo? Puede quelo rayemos.

Subió las manos por mi columna y lasbajó de nuevo a mis caderas y mearrastró con más fuerza contra él.

—¿Crees que ahora mismo meimporta una mierda el suelo?

Negué con la cabeza, temblando deanticipación.

—Adivino que no.Adam rio malicioso.

—Empecemos el siguiente capítulo,nena.

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"Quien diga quesegundas partes

nunca fueronbuenas no ha leído

esta novela."De una reseña en ElRincón de la Novela

Romántica

¡Lee el primercapítulo de CALLE

LONDRES!Lanzamiento: diciembre

de 2013

1

Edimburgo, Escocia

Miré la obra de arte y me preguntéqué demonios estaba yo mirando. A míme parecía solo un montón de líneas ycuadrados de diferentes colores conalgún sombreado disperso. Resultabafamiliar. De hecho, creí recordar quetenía por ahí guardado un dibujo hechopor Cole a los tres años y que se parecíabastante. Aunque dudaba mucho quealguien pudiera llegar a pagartrescientas setenta y cinco libras por el

dibujo de Cole. También dudaba de lacordura de alguien dispuesto adesembolsar trescientas setenta y cincolibras por un trozo de tela que parecíahaber permanecido junto a una vía férreaen el preciso instante en quedescarrilaba y se estrellaba un trencargado de pintura.

No obstante, mirando al azar a mialrededor, comprobé que a la mayoríade la gente de la galería le gustaba elarte expuesto. A lo mejor yo no era lobastante inteligente para entenderlo. Enun esfuerzo por parecerle mássofisticada a mi novio, compuse una

expresión pensativa y pasé al lienzosiguiente.

—Emmm, vale, no lo entiendo —anunció una voz queda y ronca a milado. La habría reconocido en cualquiersitio. Las palabras con acento americanose veían alteradas aquí y allá por unacadencia, o por las consonantes másfuertes de la pronunciación irlandesa,todo ello como consecuencia de que suemisor había vivido en Escocia casi seisaños.

Me invadió el alivio al tiempo quebajaba la cabeza para cruzar la miradacon Joss, mi mejor amiga. Era la

primera vez que sonreía yo con ganasesa noche. Jocelyn Bitler era una chicaamericana corajuda, sin pelos en lalengua, que servía copas conmigo en unbar bastante pijo llamado Club 39, unsótano situado en George Street, una delas calles más famosas de la ciudad. Lasdos llevábamos allí ya cinco años.

Con un vestido negro de diseño yzapatos Louboutins de tacón alto, mibajita amiga parecía ir cachonda. Lomismo que su novio, BradenCarmichael. Detrás de Joss, con la manorodeando posesivamente la espalda deella, Braden rezumaba confianza. Tehacía salivar; era el tipo de novio que

yo había estado buscando durante años,y si no hubiera sido porque quería unmontón a Joss y Braden la adoraba conlocura, la habría pisoteado paraenrollarme con él. Braden medía más demetro noventa, ideal para alguien de miestatura. Yo, uno setenta y algo, y conlos tacones adecuados llegaba a metroochenta. El novio de Joss tambiénresultaba ser atractivo, rico y divertido.Y estaba perdidamente enamorado deJoss. Llevaban juntos casi dieciochomeses. Se estaba cociendo unapropuesta de matrimonio.

—Estás increíble —le dije mirándole

las curvas. A diferencia de mí, Josstenía buenas tetas, y unas caderas y unculo que no desmerecían—. Gracias porvenir. A los dos.

—Bueno, me debes una —farfullóJoss, arqueando una ceja mientrasechaba un vistazo alrededor a los otroscuadros—. Si la artista me pregunta miopinión, voy a mentir de verdad.

Braden le estrujó la cintura y lesonrió.

—Bueno, si la artista es tanpretenciosa como su arte, ¿por quémentir si puedes ser crudamentesincera?

Joss le dirigió una sonrisa burlona.—Es verdad.—No —tercié yo, sabiendo que si le

dejaba, Joss haría precisamente eso—.Becca es la ex novia de Malcolm ysiguen siendo amigos. Si le das en elculo con Robert Hughes, la que salerebotada soy yo.

Joss frunció el ceño.—¿Robert Hughes?Exhalé un suspiro.—Un famoso crítico de arte.—Me gusta esto. —Joss sonrió con

aire malvado—. Dicen que la sinceridadva de la mano con la piedad.

—Creo que de la limpieza, nena.—De la limpieza, claro, pero seguro

que la sinceridad la sigue de cerca.El obstinado brillo de los ojos de

Joss casi me obtura la garganta. Joss eratodo un carácter a tener en cuenta, y siquería opinar o decir algo, poco sepodía hacer para impedirlo. Cuando laconocí, me pareció una personatremendamente reservada que preferíano implicarse en los asuntos privados desus amigos. Desde que salía con Bradenhabía cambiado mucho. Nuestra amistadse había fortalecido, y ahora Joss era laúnica persona que conocía realmente la

verdad de mi vida. Yo me sentíacomplacida con esa amistad, pero enmomentos como este lamentaba que nofuera la Joss de antes, la que seguardaba los pensamientos y lasemociones.

Yo llevaba casi tres meses saliendocon Malcolm Hendry. Para mí era ideal.Amable, tranquilo, alto... y rico.Malcolm era el más viejo de mis«viejos verdes», como los llamaba Jossen broma. Aunque con treinta y nueveaños no era exactamente viejo. En todocaso, me llevaba quince. Daba igual.Convencida de que podía ser eldefinitivo, no quería que Joss hiciera

peligrar la relación con Malcolmofendiendo a su buena amiga.

—Jocelyn... —Braden volvió aagarrarla por la cintura mirándome a míy a mi creciente pánico—. Creo que,después de todo, sería mejor que estanoche practicaras el arte del artificio.

Joss me leyó por fin el pensamiento yle plantó una tranquilizadora mano en elbrazo.

—Estoy de cachondeo, Jo. Meportaré de maravilla. Lo prometo.

Asentí.—Es que... las cosas van bien, ya me

entiendes.

—Malcolm parece un tío cabal —señaló Braden.

Joss emitió un sonido con la parteposterior de la garganta, pero ambas lopasamos por alto. Mi amiga habíadejado clara su opinión sobre mielección de novio. Estaba convencida deque yo estaba utilizando a Malcolmigual que él estaba utilizándome a mí.Cierto, él era generoso y yo necesitabaesa generosidad. Sin embargo, tambiénes verdad que a mí él me importaba deveras. Desde mi «primer amor», John, alos dieciséis años, me había quedadoprendada de encantadores sostenes

económicos y de la idea de seguridadpara mí y para Cole. Pero John, harto detener un papel secundario, al cabo deseis meses me dio la patada.

Eso me enseñó una lecciónimpagable.

Ahora cualquier otro posible noviotenía que satisfacer un nuevo requisito:debía tener un buen trabajo y las cosasclaras, ser trabajador y cobrar bastante.Por mucho que yo trabajara, sin títulosni verdadero talento, yo nunca iba aganar suficiente dinero para conseguirpara mi familia un futuro estable. Noobstante, era lo bastante bonita para

conseguir un hombre con títulos ytalento.

Unos años después de que merecuperase del fracasado idilio conJohn, entró Callum en mi vida. Detreinta años, abogado acomodado,guapísimo, culto, sofisticado. Resuelta aque la relación durase, me convertí en loque para él era la novia perfecta. Serotra persona acabó siendo unacostumbre, sobre todo desde quepareció que surtía efecto. Callum pensódurante un tiempo que yo era perfecta.Estuvimos dos años juntos... hasta quemis reservas respecto a la familia y miincapacidad para «ponerle al corriente»

crearon entre nosotros tal distancia queacabó dejándome.

Tardé meses en recuperarme de lo deCallum... y cuando lo hice fue para caeren brazos de Tim. Nefasta decisión. Timtrabajaba para una sociedad deinversiones. Estaba siempre tanatontadamente ensimismado en sutrabajo que yo le di pasaporte. Entoncesle llegó el turno a Steven. Steven eradirector de ventas de una de esasirritantes empresas de venta puerta apuerta. Trabajaba muchas horas, lo cualpensaba yo que nos favorecería, perono. Joss creía que Steven me había

dejado por mi incapacidad para serflexible sobre nada a causa de misobligaciones familiares. La verdad esque quien me dejó fue Steven a mí.Steven me hacía sentir indigna. Suscomentarios sobre mi inutilidad generalme traían a la memoria demasiadosrecuerdos, y aunque también yo pensabaque había pocas cosas sobre las quehacerme comentarios aparte de mibelleza, cuando tu novio te dice lomismo y en última instancia te hacesentir como si fueras una señorita decompañía, ya es hora de cortar el rollo.

Aguanté mucha mierda de la gente,pero yo tenía mi margen de tolerancia, y

cuanto mayor me hacía, más se reducíaese margen.

Pero Malcolm era distinto. Nunca mehabía hecho sentir mal conmigo misma,y hasta entonces la relación se habíadesarrollado sin contratiempos.

—¿Dónde está el Lotoman?Eché un vistazo hacia atrás para

buscarlo sin hacer caso del sarcasmo deJoss.

—No sé —murmuré.Con Malcolm me tocó literalmente el

gordo, pues era un abogado-convertido-en-ganador-de-la-lotería. Tres añosatrás le había tocado el euromillón y

había dejado su empleo —de hecho, sucarrera— para empezar a disfrutar de sunueva vida como millonario. Habituadoa estar ocupado, había decidido probarcomo promotor inmobiliario y ahora eradueño de una cartera de propiedades.

Nos encontrábamos en un viejoedificio de ladrillo con sus suciasventanas hechas de hileras de pequeñosrectángulos más susceptibles de servistos en un almacén que en una galeríade arte. Dentro era otra cosa. Con suelosde madera noble, una iluminaciónincreíble y mamparas, resultaba el sitioideal para una galería. Malcolm se habíadivorciado solo un año antes de ganar el

premio, pero como es lógico un hombrerico y apuesto atraía a las mujeresjóvenes como yo. Pronto había conocidoa Becca, una espabilada artista irlandesade treinta y seis años. Habían salidojuntos unos meses y tras romper habíanseguido siendo buenos amigos. Malcolmhabía invertido dinero en las obras deella y había alquilado una galería a unascuantas manzanas de mi viejo piso deLeith.

Hube de admitir que la galería y laexposición eran dignas de admiración. Yello pese a que a mí el arte no me decíanada.

Malcolm había conseguido que ungrupo de compradores particularesacudieran a esta inauguración especialde la nueva colección de Becca y,gracias a Dios, a ellos el arte sí que lesdecía algo. Tan pronto hubimos llegado,perdí a mi compañero para el resto de lavelada. Becca se había precipitadohacia nosotros luciendo unas mallasmetálicas y un jersey descomunal,golpeando con los pies descalzos elgélido suelo de madera. Me habíadirigido una sonrisa nerviosa, habíaagarrado a Malcolm y había exigido queél la presentara a la gente que habíavenido. Entonces me puse a recorrer la

exposición preguntándome si elproblema era que yo no tenía gustoartístico o que aquellos cuadros eransimplemente espantosos.

—Pensaba comprar algo para el piso,pero... —Braden soltó un débil silbidoal ver el precio del cuadro frente al quese hallaba—. Tengo por norma no pagarde más si compro mierda.

Joss resopló y asintió con la cabeza.Tras decidir que era mejor cambiar detema antes de que se dieran cuartelillo yse mostraran abiertamente groseros,pregunté:

—¿Dónde están Ellie y Adam?

Ellie era un encanto capaz de dar unsesgo positivo a cualquier cosa.También lograba suavizar los bruscoscomentarios de su mejor amiga y de suhermano, razón por la cual la habíainvitado yo de forma expresa.

—Ella y Adam se quedan en casaesta noche —explicó Joss con unaseriedad tranquila que me preocupó—.Hoy le han dado los resultados de laresonancia. No hay ningún problema,claro, pero le han vuelto todos losrecuerdos.

Hacía apenas un año desde que aEllie le habían practicado una operación

cerebral para extirparle unos tumoresbenignos que le habían estadoprovocando ataques y molestias físicas.Entonces yo no la conocía, pero Joss sehabía quedado una noche a dormir en miviejo piso durante la recuperación deEllie, y de lo que contó deduje que habíasido una época dura para todos.

—Intentaré pasar a verla —farfullé,sin saber si me daría tiempo. Entre misdos empleos, cuidar de mi madre y deCole y acompañar a Malcolm cada vezque me llamaba para algo, mi vida erade lo más ajetreada.

Joss asintió, y entre las cejas se le

dibujó una arruga de inquietud. Ellie lepreocupaba más que nadie. Vale, másque nadie quizá no, pensé lanzando unamirada a Braden, cuyas cejas tambiénestaban juntas componiendo unaexpresión atribulada.

Braden era muy probablemente elhermano más sobreprotector que hellegado a conocer, pero como yo losabía todo sobre protección excesiva aun hermano más pequeño, no teníamargen para reírme.

En un intento de ahuyentarles lossombríos pensamientos, bromeé sobre eldía de absoluta mierda que me esperaba.

Los martes, jueves y viernes trabajabade noche en el Club 39. Los lunes,martes y miércoles trabajaba de díacomo secretaria personal de ThomasMeikle, contable de la empresa Meikle& Young. El señor Meikle era un cabrónde humor cambiadizo, y como«secretaria personal» era solo unamanera fina de decir «recadera», sufríacontinuos trallazos de su volubletemperamento. Unos días todofuncionaba con normalidad y nosllevábamos bien; pero otros, como hoy,iba literal y completamente de culo y mesentía del todo inútil. Por lo visto, esedía mi inutilidad había batido otro

récord: no había habido suficienteazúcar en el café del señor Meikle, lachica de la panadería había pasado poralto mis instrucciones de quitarle lostomates del bocadillo, y yo no habíamandado por correo una carta que él sehabía olvidado de darme. Menos malque al día siguiente me libraba deMeikle y su lengua vitriólica.

Braden intentó una vez másconvencerme de que dejara Meikle ytrabajara a tiempo parcial en su agenciainmobiliaria, pero rechacé suofrecimiento de ayuda igual que habíarechazado otros de Joss en el pasado.

Aunque agradecía el detalle, estabaresuelta a apañármelas sola. Cuando teapoyas en personas que te importan y lesdas tu confianza en algo importantecomo eso, inevitablemente tedecepcionan. Y la verdad es que noquería sentirme decepcionada por Joss yBraden.

Esa noche Braden, a todas luces másinsistente, estaba transmitiendo lasventajas de trabajar con él. De repentenoté que se me erizaba el vello delcogote. Se me tensaron los músculos yvolví la cabeza ligeramente, y entonceslas palabras de Braden fueronapagándose mientras yo verificaba quién

o qué me había llamado la atención.Parpadeé recorriendo la estancia y seme entrecortó la respiración cuando mimirada se posó en un tío que me mirabafijamente. Los respectivos ojos secruzaron, y por alguna razón totalmenteextraña la conexión resultó física, comosi reconocer cada uno la presencia delotro me hubiera fijado en el sitio. Notéque se me aceleraba el ritmo cardíaco yque la sangre se me agolpaba en losoídos.

Como entre nosotros había unadistancia considerable, yo no distinguíael color de sus ojos, pero eran

reflexivos y perspicaces, y la frente sele arrugaba como si estuviera tanconfuso como yo por la electricidadestática que había entre los dos. ¿Porqué me había llamado la atención? Noera el típico tío ante el que yo solíareaccionar. Pero bueno, sí, era bastanteguapo. Pelo rubio y descuidado y barbasexy. Alto, aunque no como Malcolm.Seguramente no más de metro ochenta.Con los tacones que llevaba esa noche,yo le superaría en unos centímetros. Leveía los músculos de los bíceps y lasgruesas venas de los brazos porque afinales de invierno el muy idiota llevabacamiseta, si bien no tenía la complexión

de los otros tipos con los que yo salía.No era ancho ni cachas, sino delgado ynervudo. Emmm... «nervudo» era unapalabra adecuada. ¿He mencionado lostatuajes? No sé qué eran, pero alcancé averle la pintoresca tinta del brazo.

Yo no me hacía tatuajes.Cuando escondió los ojos bajo las

pestañas, inhalé la sensación desacudida que me sobresaltó cuando sumirada me recorrió el cuerpo de arribaabajo y de abajo arriba. Sentíretorcerme, abrumada por su flagranteexamen, aunque por lo general, cuandoun tipo me repasaba así yo solía

sonreírle con gesto coqueto. En elmomento en que sus ojos regresaron ami rostro, me dirigió una última miradaabrasadora, una mirada que se dejabasentir como una caricia callosa, y actoseguido la desvió. Aturdida ydecididamente cachonda, lo vi andar azancadas tras una de las mamparas quedividía la galería en secciones.

—¿Quién era ese? —La voz de Jossatravesó mi niebla.

Parpadeé y me volví hacia ella con loque supongo que era una mirada deestupefacción.

—No tengo ni idea.

Joss sonrió con aire de complicidad.—Tenía un polvo.Se aclaró una garganta a su espalda.—¿Y eso?Los ojos de Joss titilaron maliciosos,

pero al darse la vuelta para ponersefrente a su ceñudo compañero habíasustituido su expresión por otra deinocencia.

—Desde un punto de vista puramenteestético, por supuesto.

Braden resopló pero la atrajo conmás fuerza a su lado. Joss me hizo unamueca burlona y yo no pude menos quesonreír. Braden Carmichael era un

hombre de negocios sensato, franco,intimidante, pero de algún modo JocelynButler conseguía manejarlo a su antojo.

Creo que estuvimos ahí de pie más omenos una hora, bebiendo champángratis y hablando de todo lo habido ypor haber. Cuando estaban los dosjuntos, a veces yo me sentía cohibidaporque eran inteligentes y cultos. Raravez me sentía capaz de añadir algoprofundo e interesante a laconversación, así que solo reía ydisfrutaba de su compañía tomándoles elpelo a base de bien. Pero cuando estabaa solas con Joss, era distinto. Como laconocía mejor que a Braden, estaba

segura de que ella nunca querríahacerme sentir que yo debía ser unapersona diferente. Un buen cambio deritmo con respecto al resto de mi vida.

Charlamos con otros invitadosintentando no parecer confundidos porsu entusiasmo por el arte, pero al cabode una hora Joss se dirigió a mí con tonode disculpa.

—Hemos de irnos, Jo. Lo siento,pero Braden tiene una reunión por lamañana a primera hora. —Se me notaríala decepción, pues ella meneó la cabeza—. ¿Sabes una cosa? No, me quedo.Que se vaya Braden. Yo me quedo.

No, ni hablar. Me he visto antes ensituaciones como esta.

—Joss, vete a casa con Braden. Estoybien. Aburrida. Pero bien.

—¿Seguro?—Segurísimo.Me dio un cariñoso apretón en el

brazo y tomó a Braden de la mano.Braden me hizo una señal con la cabeza,y yo respondí con una sonrisa y un«buenas noches», y luego los vi cruzarla galería hasta el perchero dondecolgaban los abrigos de los asistentes.Como un auténtico caballero, Bradensostuvo el abrigo de Joss y le ayudó a

ponérselo. Antes de volverse paraponerse el suyo la besó en el pelo. Conel brazo alrededor de los hombros deella, la condujo hacia la fría noche defebrero dejándome a mí dentro con undolor desconocido en el pecho.

Miré el reloj Omega de oro queMalcolm me había regalado porNavidad, y, como siempre que miraba lahora, lamenté no poder venderlotodavía. Probablemente era el regalomás caro que me habían hecho en lavida, y haría maravillas con nuestrosahorros. Aunque siempre quedaba laesperanza de que mi relación conMalcolm llegara a ser algo más

importante y de que vender el reloj yano fuera un problema. De todos modos,siempre procuraba no extralimitarmecon mis esperanzas.

Eran las nueve y cuarto. Me repuntóel pulso y revolví en mi diminuto bolsode mano imitación Gucci en busca delmóvil. Ningún mensaje. Maldita sea,Cole.

Acababa de pulsar ENVIAR unmensaje de texto recordándole a Coleque me llamara en cuanto llegase a casacuando se deslizó un brazo por micintura y el olor a bosque y cuero delaftershave de Malcolm me llenó las

fosas nasales. Sin necesidad de inclinarla cabeza para que se cruzaran nuestrasmiradas, pues llevaba mis tacones dedoce centímetros, me volví y sonreídisimulando mi inquietud por Cole.Había decidido ir sofisticada y me habíapuesto el vestido de tubo rojo de Dolce& Gabanna que Malcolm me habíacomprado en nuestra última excursión decompras. El vestido realzaba a laperfección mi estilizada figura. Meencantaba. Sería una lástima añadirlo ami montón de eBay.

—Por fin. —Malcolm me sonrióburlón, con los ojos castaños que lebrillaban al arrugarse atractivamente en

las comisuras. Tenía la cabeza llena depelo negro y exuberante y una sexytonalidad gris en las sienes. Lucíasiempre traje, y esa noche no era unaexcepción: uno exquisito de Savile Row—. Si hubiera sabido que no venían tusamigos, no te habría dejado sola.

Ante esto esbocé una sonrisa y lepuse la mano en el pecho.

—No te preocupes. Estoy bien. Hanestado aquí, pero tenían que irse. —Miré el móvil todavía acurrucado en mimano. ¿Dónde estaba Cole? En miestómago se despertaron pequeñosgremlins que me mordisqueaban

ansiosos las tripas.—Voy a comprar uno de los cuadros

de Becca. Ven y finge que es genial.Reí entre dientes y enseguida me supo

mal y me mordí el labio para ahogar elsonido.

—Me alegro de no ser la única queno entiende de esto.

Los ojos de Malcolm iban de un ladoa otro, los labios ondulados de regocijo.

—Bueno, gracias a que estaspersonas saben de arte más quenosotros, al menos mi inversión serárentable.

Mantuvo el brazo alrededor de mi

cintura y me guió por la galería y tras unpar de mamparas, donde Becca estabade pie bajo una enorme monstruosidadde salpicaduras de pintura. Casitropiezo y me caigo al ver con quiénestaba ella discutiendo.

El Tío de los Tatuajes.Mierda.—¿Estás bien? —Malcolm bajó la

mirada hacia mí y frunció el ceño alnotar la tensión en mi cuerpo.

Emití una sonrisa radiante. Reglanúmero uno: no dejar que se te vea deninguna manera que no sea positiva yencantadora.

—De maravilla.El Tío de los Tatuajes le sonreía

burlón a Becca, con una mano en lacintura de ella intentando atraerla parasí, con una expresión que rayaba en elapaciguamiento. Pasé por altodeliberadamente el temblor en mirespiración ante el destello de su blancay perversa sonrisa. Becca aún parecíaalgo molesta, pero lo entendíperfectamente cuando cedió al abrazo deél. Me dio la sensación de que cualquiermujer le habría perdonado al cabróncualquier cosa si le sonreía así.

Aparté los ojos del Tío de los

Tatuajes y seguí a Malcolm, que se paró,y la pareja se volvió hacia nosotros.Becca tenía las mejillas coloradas y lebrillaban los ojos de emoción.

—No nos hagáis caso ni a mí ni aCam. Estamos discutiendo porque es unidiota.

No lo miré pero oí su risita.—No, estamos discutiendo porque no

tenemos el mismo gusto artístico.—Cam aborrece mis obras —dijo

Becca con un resoplido—. No puede sercomo otros amigos y mentir un poco.No. Despiadadamente sincero, ahí lotienes. Al menos a Malcolm le gusta mi

trabajo. ¿Te ha dicho Mal que va acomprarme un cuadro, Jo?

Pensaréis que estaba celosa delevidente cariño de Malcolm por Becca,y sé que suena fatal, pero estuve un pococelosa hasta que vi su arte. Yo no eraexcepcionalmente inteligente. Nodibujaba. No bailaba. No cantaba. Erasolo una cocinera pasable... Menos malque era guapa. Alta, con unas piernasque no se acababan, me han dichoinnumerables veces que tenía un cuerpobonito y una piel fantástica.Combinemos esto con unos inmensosojos verdes, un abundante pelo rubiorojizo y unos rasgos delicados, y

tenemos un paquete atractivo... que hahecho volverse muchas cabezas desdeque era adolescente. Sí, no tenía grancosa, pero lo que tenía lo utilizaba enprovecho de mi familia.

Saber que Becca era mona y teníatalento me había preocupado un poco. Alo mejor Malcolm se cansaba de mí yvolvía con ella. Sin embargo, lareacción nada entusiasta de Malcolmante la obra de Becca me hizo sentirmejor en cuanto a su relación con ella.En cualquier caso, no es que eso tuvieralógica alguna.

—Sí. Buena decisión. —Sonreí a

Malcolm, y vi que él se moría de ganasde reír. Deslizó la mano desde micintura hasta mi cadera y yo me arrimémás a él al tiempo que echaba un vistazofurtivo al móvil. Todavía nada de Cole.

—Jo, te presento a Cameron, unamigo de Becca —dijo de prontoMalcolm, y levanté al punto la cabezapara examinar por fin al hombre quedurante los últimos segundos habíaprocurado evitar. Cruzamos la mirada, ysentí otra vez un escalofrío de arribaabajo.

Tenía los ojos azul cobalto y mientrasme analizó detenidamente por segunda

vez parecía estar desnudándome. Vi queparpadeaba al ver la mano de Malcolmen mi cintura. Me puse rígida mientrasCameron nos captaba, sacaba algún tipode conclusión sobre nosotros y mostrabaun semblante inexpresivo apretando loslabios con fuerza.

—Hola —conseguí decir, y él mededicó un asentimiento casiimperceptible. El resplandor de sus ojoshabía desaparecido por completo.

Becca se puso a charlar con Malcolmsobre el cuadro, y entonces yo pudemirar otra vez el móvil. Ante un bufidode contrariedad, alcé la cabeza de

golpe, los ojos pegados a los deCameron. No entendía el desagrado ensu semblante ni por qué sentí la urgentenecesidad de mandarlo a tomar por elculo. Ante la animosidad o laagresividad, yo solía sobresaltarme y nodecir palabra. En este caso, la actitudcondenatoria y sentenciosa de aquelimbécil tatuado me empujó a quererdarle un puñetazo y romperle la yadefectuosa nariz. Junto al caballete teníaun pequeño bulto que debía haberestropeado su atractivo, pero soloañadía dureza a sus facciones.

Me mordí la lengua antes de haceralgo impropio de mí y bajé los ojos a

sus tatuajes. En el antebrazo derechohabía una bella caligrafía negra: dospalabras que yo no sería capaz dedescifrar sin que se notara mi intención.En el izquierdo se veía una imagendetallada y vistosa. Parecía un dragón,pero no me quedó claro, y entoncesBecca se acercó más a Cameron y me lotapó.

Me pregunté por un momento cómoBecca podía pasar de salir con alguiende treinta y tantos como Malcolm, con sutraje a medida y todo, a salir con unveinteañero como Cameron, con su relojde aviador y sus pulseras de cuero de

los setenta, una camiseta Def Leppardque había sido lavada un montón deveces y unos Levi's raídos.

—Mal, ¿le has preguntado a Jo sobreel empleo?

Desconcertada, miré a mi novio.—¿Empleo?—No pasa nada, Becca, en serio —

insistió Cameron con una voz grave queme enviaba por todo el cuerpo unescalofrío que yo no quería admitir. Misojos fueron a chocar con los suyos y lovi mirándome fijamente, ahora carentede expresión.

—Tonterías —dijo Malcolm con tono

afable, y luego me miró pensativo—. Enel bar aún estáis buscando otrocamarero, ¿verdad?

Era cierto. Mi amigo y colega Craig(y mi único ligue de una noche...Después de lo de Callum estaba hechapolvo) nos había dejado y se habíamarchado a Australia. El martes habíasido su última noche, y la gerente, Su,llevaba una semana haciendoentrevistas. Echaría de menos a Craig. Aveces su flirteo me cansaba y nunca tuvelas pelotas de decirle que se callara(Joss, sí), pero al menos estaba siemprede buen humor.

—Sí, ¿por qué?Becca me tocó el brazo, y le vi la

cara suplicante. De pronto se me ocurrióque, aunque fuera algunos años mayorque yo, parecía y hablaba como unachica joven, con aquellos grandes ojosazules, la piel suave y la voz chillona.No podíamos ser más diferentes una deotra.

—Cam es diseñador gráfico. Trabajópara una empresa que hace todo elmárketing y el etiquetaje de conocidasmarcas en todo el país, pero les hanrecortado el presupuesto. Aquello deque los últimos serán los primeros. Y

Cam llevaba allí solo un año.Lancé a Cam una mirada cautelosa y

a la vez compasiva. Perder el trabajo esduro.

De todos modos, no entendía quéteníamos que ver con eso yo o el puestode barman.

—Becca. —Ahora Cam sonabamolesto—. Te dije que esto lo arreglaríapor mi cuenta.

Becca se sonrojó un poco ante lapenetrante mirada de Cam, y de repenteme sentí en sintonía con ella. Yo no erala única intimidada. Bien.

—Déjame echar una mano, Cam. —

Becca se volvió hacia mí—. Él estáintentando...

—Estoy intentando encontrar trabajocomo diseñador gráfico. —Cam lainterrumpió con los ojos encendidos.Entonces pensé que ese aparente malhumor no tendría nada que ver conmigosino más bien con su situación—.Malcolm dijo que había un puesto librede jornada completa en el Club 39, y yotengo cierta experiencia como barman.Necesito algo para ir tirando hastaencontrar otro empleo. Si puedesconseguirme un impreso de solicitud, telo agradeceré.

Sigue siendo un misterio por quédecidí ser servicial teniendo en cuentaque ni él ni su actitud me gustabandemasiado.

—Haré algo mejor. Hablaré con lagerente y le daré tu número.

Él me miró unos instantes, y yo nopude descifrar ni por asomo qué pasabadetrás de sus ojos. Por fin asintiódespacio.

—Muy bien, gracias. Mi número es...En ese momento me vibró el móvil en

las manos y lo levanté para ver lapantallita.

LLEGO DESDE CASA DE JAMIE.NO TE ALARMES. COLE.

Desapareció la tensión de mi cuerpo,emití un suspiro y le escribí enseguidaun mensaje de respuesta.

—¿Jo?Alcé los ojos y advertí las arqueadas

cejas de Malcolm.Maldita sea. El número de Cam. Me

ruboricé al caer en la cuenta de que mehabía olvidado de él por completo a raízdel mensaje de Cole. Le dirigí unaavergonzada sonrisa de disculpa querebotó en su férrea compostura.

—Perdona. ¿Tu número?Con gesto aburrido, lo dijo de un

tirón y yo lo tecleé en el móvil.—Se lo daré mañana.—Sí, claro —dijo él con tono

cansado, dando a entender que yo nocontaba con las células cerebralesnecesarias para recordarlo.

Su actitud hacia mí me tocó lasnarices, pero decidí no permitir que esome fastidiara y me arrimé con más ganasa Malcolm, ahora que sabía que Coleestaba sano y salvo en nuestro piso deLondon Road.