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El Cuerno de África, Hambre y Esperanza Más de diez millones de personas luchan por sobrevivir, sobre todo las comunidades de pastores Número 1 13 de enero de 2012 Edición gratuita www.cambioycorto.com

Cambio y Corto

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Revista práctica 4º periodismo

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El Cuerno de África necesita ayudaEl Cuerno de África, Hambre y EsperanzaMás de diez millones de personas luchan por sobrevivir, sobre todo las comunidades de pastores

Número 113 de enero de 2012

Edición gratuitawww.cambioycorto.com

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INTERNACIONAL

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Existen 800.000 niños víctimas de la violen-cia de género que, has-ta hace poco, no eran considerados como tal

Por Isabel Galán

SOCIEDAD

Invisibles entre los golpes

La entrada del juzgado de prime-ra instancia número 4 se mostra-ba agitada entre los malos humos del cigarrillo de los nervios. Allí, apartados del paso de la gente, una mujer sexagenaria y sus dos hijas esperan a Miguel, que aún no ha llegado. Desde lejos, ven aproxi-marse a un bien vestido joven que portaba con el mínimo esfuerzo un maletín que parecía estar vacío. Jorge Muñoz, recién licenciado en derecho, se acercó acelerada-mente a la señora para preguntar por el paradero de su hijo, pero ella se encontraba tanto o más sor-prendida. Ya debería estar aquí.

La puerta principal de los juzgados escupió de manera repentina a Ma-ribel López, que colgada a su telé-fono móvil esgrimía preocupación e impotencia. Algo estaba pasando y ella lo sabía, no era lógico que su representada no hubiera acudi-do, ni llamado, ni nada. “Hay que localizarla como sea”, exhortaba a una de las socias de ‘Grito en Silencio’, organización de la que tanto ella como Marta, su repre-sentada, eran integrantes. Detrás de las arrugas preocupadas de su frente surgió una última opción: ir a buscar a Marta a su propia casa. Volvió sobre sus pasos apresurada-mente para encontrar al juez que lleva el caso. Con pocas palabras, informó al juez de la importan-

cia de aplazar la vista por la cus-todia del hijo de Miguel y Marta, y acudir inmediatamente con una patrulla policial al domicilio de ambos. Dados los antecedentes de maltrato y a las amenazas recibi-das por la mujer los días previos al juicios, el juez asintió y se dispuso a informar al abogado de Miguel.

El infierno de las víctimas: vivir con su agresor-Anoche me llamó muy inquie-ta. El niño ya estaba en la cama, pero ella no podía dormir porque estaba nerviosa-, cuenta Antonia a la abogada de su hija mientras se frota una y otra vez las manos. El motivo de su inquietud eran las continuas llamadas de Miguel. En esas llamadas, la amenazaba reite-radas veces con quitarle a Pablo, hijo de ambos y después de per-seguirla hasta dar con ella. Marta había sufrido durante quince años

malos tratos y abusos por parte de su marido, quien conseguía man-tenerla a su lado tratando de que creyera que era lo mejor para su hijo. Por este motivo, no fue hasta hace un año que se decidió a de-nunciar a Miguel ante el temor a que un día consiguiera acabar con su vida. Según Antonia, la madre de Marta, ella y su nieto han su-frido un infierno durante mucho tiempo y aún así “ese infeliz” –in-capaz de pronunciar su nombre- consigue luchar por la custodia de su nieto. No consigue entenderlo.

En España, según datos de la ONG ‘Save the Children’, existen 800.000 niños víctimas de la violencia de género que, hasta hace poco, no eran considerados como tal. No obstante, desde siempre han cons-tituido las otras víctimas del mal-trato machista, invisibles para casi todos. Aunque desde la aprobación de la Ley Contra la Violencia de Género ha puesto especial énfasis en la asistencia para mujeres mal-tratadas y sus hijos, a pocos días de cerrar el año, las cifras sobrepasan preocupantemente las de los tres últimos años: 24 mujeres y cuatro menores fallecidos y unos 200 casos de padres maltratadores que consi-guen la custodia total de sus hijos.

Para evitar este tipo de casos na-ció “Grito en Silencio”, una aso-

Hambre y esperanza en el Cuerno de África

Por Jeffrey d. Sachs

Una vez más, el hambre acecha en el Cuerno de África. Más de diez millones de personas luchan por sobrevivir, sobre todo las co-munidades de pastores de las re-giones extremadamente áridas de Somalia, Etiopía y el norte de Kenia. Cada día trae noticias de más muertes y enormes flujos de personas hambrientas hacia los campamentos de refugiados en Kenia, en la frontera con Somalia.

La causa inmediata de este desastre es clara: no ha llovido lo suficien-te en dos años consecutivos en las regiones secas de África oriental. Son lugares donde el agua es tan escasa año tras año, la producción agrícola es marginal en el mejor de los casos. Millones de hogares, con decenas de millones de personas nómadas o seminómadas, crían camellos, ovejas, cabras y otros animales, que desplazan a lo largo de grandes distancias para llegar a los pastizales de secano. Cuando no llueve, los pastos se marchitan, el ganado muere y las comunida-des se enfrentan a la hambruna.

El pastoreo ha sido durante mu-cho tiempo un difícil modo de vida en el Cuerno de África. La ubicación de los pastizales que le dan sustento está determinada por lluvias inestables y en gran medi-da impredecibles, más que por la

No se pudo predecir con exactitud una gran sequía este año, pero el riesgo de una hambruna era fácilmente previsible. De hecho, hace dos años, en una reunión con el presidente de EE UU, Barack Obama, describí la vulnerabili-dad de las zonas áridas de África. Cuando no llueve allí, comienzan las guerras. Mostré a Obama un mapa de mi libro Commonwealth, que representa la superposición de los climas de tierras secas y las zonas de conflicto. Le hice notar que la región necesita con urgen-cia una estrategia de desarrollo, no un enfoque militar.

Obama respondió que el Congreso de EE UU no apoyaría una inicia-tiva de desarrollo importante para las tierras secas. “Consígame otros 100 votos en el Congreso”, dijo.

No sé si el liderazgo de Obama de-bería haber podido encontrar esos votos, pero sí sé que EE UU no ha respondido de manera eficaz a las necesidades del Cuerno de África. Está demasiado centrado en enfo-ques militares caros y fallidos en las tierras secas -ya sea en Afga-nistán, Pakistán, Yemen o Soma-lia- como para prestar atención a estrategias de desarrollo econó-mico de largo plazo destinadas a abordar las causas profundas de las actuales crisis de estos países.

Las fronteras políticas son un legado colonial, no realidades cultura-

les y económicas

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fronteras políticas. Sin embargo, vi-vimos en una época en que las fron-teras políticas, no la vida de los pas-tores nómadas, son sagradas. Estos límites, junto con el crecimiento de la población de agricultores seden-tarios, han terminado por acorra-lar a las comunidades de pastores.

Las fronteras políticas existen como un legado de la época colo-nial, no como el resultado de las realidades culturales y las necesi-dades económicas. Por ejemplo, en Somalia vive solo una parte de la población de pastores de habla somalí, muchos de los cuales viven en la frontera con Kenia y Etiopía. Como resultado, la frontera entre Etiopía y Somalia se ha visto devas-tada por la guerra durante décadas.

No se pudo predecir con exactitud una gran sequía este año, pero el riesgo de una hambruna era fácil-mente previsible.

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ciación formada por mujeres maltratadas que han perdido o están a punto de perder la cus-todia de sus hijos en manos del padre -y agresor- por culpa del Síndrome de Alienación Paren-tal (SAP). Este síndrome sostiene que las madres lavan el cerebro a sus hijos para que acusen a su pa-dre de abusos, creando el recha-zo del menor por su progenitor.

El trayecto desde los juzgados has-ta la casa de Marta y su familia, se alargaría durante 45 minutos. Por la autopista, circulaban a la velocidad máxima permitida dos patrullas de la Policía Nacional y otros tres turismos. En el pri-mero, Antonia y Maribel rezaban en silencio; el segundo, llevaba a Carmen y a sus hijas la familia de Miguel- incrédulas e incapaz de imaginar nada; y en el último, el juez encargado del caso, el señor Rodríguez Cueto, quien una hora antes se había puesto en contacto con el cuartel de la Guardia Ci-vil de la localidad de la Costa de la Luz. Las instrucciones fueron claras: localizar y retener a Mi-guel Garrido Botello como medi-da preventiva y localizar a Mar-ta Costa Cruz y a su hijo, Pablo.

Desde ese momento, los tres Jeeps de la benemérita isleña co-menzaron la búsqueda de las tres personas. Por un lado, una de las patrullas se presentó en el domi-cilio donde vivía Miguel desde la separación. Allí no encontraron nada ni a nadie. La casa aparecía

en calma y cerrada a cal y can-to. Las otras dos, fueron direc-tamente al domicilio de Marta.

En el coche, la madre de Marta divisa el cartel que señaliza la sa-lida de la autopista hacia su pue-blo. Los nervios se asientan en su estómago, temerosa de todo y de nada a la vez, pues es mejor no dejar volar la imaginación. El móvil de la abogada sonó en ese momento, despertándolas del le-targo inducido voluntariamente. Descuelga el teléfono mientras mira por los retrovisores, pru-dente al tomar la salida. Ninguna palabra sale de su boca y no gesti-cula más que un tic nervioso en el párpado derecho. Antonia la mira con el ceño fruncido y tratando de tragar una saliva que no tiene.

Delante de ellas, las dos patrullas de la Policía Nacional encienden sus luces y aceleran la marcha. Cuando se encuentran con tráfi-co, no tienen más que hacer so-nar las sirenas y todos los coches precedentes se apartan ligeramen-te a la derecha, cediendo el paso a la comitiva. Maribel cuelga el teléfono y le dice a Antonia que han encontrado a Miguel y que deben llegar rápido para obtener más información. La mujer, que tiene ese instinto casi adivinato-rio que posee toda madre, evi-tó la histeria y se conformó con dos kilómetros para prepararse.

Las patrullas entran en el pue-blo cruzando el puente sobre la

DISEÑO Y MAQUETACIÓNColaboraciones*

*Colaboradores: gran parte de los conteni-dos de nuestra página web (www.cambioycor-to.com) y de esta revista son recursos reco-gidos de diferentes medios digitales (El país, república, 20 Minutos, Públigo, así como blogs y cualquier otra fuente de documentación). La intención de este equipo no es la de vulnerar los derechos de nautor de nadie. Dejarse de rollos,

LUGAR DE EDICIÓNMi casa, teléfono...

DIRECCIÓNIsabel Galán Hernández

Isabel Galán Hernández

Isabel Galán Hernández

REDACCIÓN

ría Carrera, donde se apretuja una abundante flota de barcos pesque-ros. La localidad está adornada con la luz de color rojo escarlata que se filtra desde el sol. Son las diez de la mañana y la vida sigue su curso habitual.

En la mayoría de los casos las amenazas se cumplenMedia hora antes, cuatro agentes de la Guardia Civil se encontraron frente a la puerta de Marta y lla-maron dos veces al timbre. La casa se encuentra cerca del cementerio local, a las afueras, rodeada de pina-res, marismas, dunas y una inmensa playa. No se oía nada en los alrede-dores más que algunos coches que pasaban por la carretera y el sonido de las olas trasportado por el viento. Tras intentar -en vano- ver algo por las ventanas, se decidieron a entrar en la casa.

“Guardia Civil, ¿hay alguien?” Na-die contestaba. Siguieron su camino precavidamente, paso a paso como si el suelo estuviera minado. Al fondo, a la derecha, una luz parpa-deaba iluminando por momentos la entrada a la habitación. Se en-cendía y se apagaba y al cabo de los diez segundos, volvía a hacer lo mismo. Los cuatro agentes cubrie-ron el poco terreno protegiéndose las espaldas mientras encaraban el marco de la puerta. En el suelo, un móvil parpadeaba con un nombre en la pantalla: Mamá. A un metro, Miguel se encaraba con el suelo, in-móvil y sin fuerza. Sobre una cama pequeña yacía Marta.

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