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Trabajo propio presentado en Hª del Mundo Actual que trata el tema, de actualidad, de los Jemeres Rojos y los juicios recientes. La locura de un sincretismo del comunismo maoísta y del nacionalismo más racista.
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Gritos del Silencio y la Kampuchea de Pol Pot — Samuel Benito de la Fuente
Samuel Benito de la Fuente
Presente, pasado, ¿…y futuro?
La verdad es que hacer o crear una imagen, siquiera una historia —en un sentido
narrativo—, me cuesta por la complejidad y la duración de este ensayo; no sé si podría
aproximarme, después de leer sobre la cuestión1, y todavía menos se acerca, creo yo,
Gritos del Silencio. Y es que, para mí, posiblemente la visión que realiza desde la
actualidad Mark Aguirre, es mucho más interesante debido a la actualidad del tema,
puesto que es un tema sin cerrar —similar a la Memoria Histórica en España, aunque
con muchas más connotaciones políticas de actualidad y de mayor cercanía temporal
con los hechos criminales—: lo que ha supuesto para Camboya los jemeres rojos en una
población que en sus estratos más bajos es quien lo sufre más, aunque sus problemas
actuales sean más coyunturales, propios del ambiente económico de los países asiáticos
—con el fenómeno económico de los “tigres asiáticos”, sobrepasados los típicos como
Taiwán, y con un Japón en retroceso2—, en pleno “éxtasis” del crecimiento —y también
de la explotación del neoliberalismo—. Mucho tiempo después de la “actualidad” del
tema de Gritos del Silencio.
El caso que Kiernan nos presenta en su libro para denunciar el genocidio, haciendo una
gran “crónica” de los “hechos”, que a pesar de la “oscuridad”, llega a parecer en
algunos momentos una historia tan personal, de personajes desconocidos para nosotros,
personas normales de un tiempo ya lejano, que hoy revive todo esto, crea el mismo
efecto “novelesco” de la narrativa por el que uno empatiza y siente una realidad que ya
no existe (más que en abstracto, la abstracción del pasado, es decir, de la Historia).
—Quizás se haya repudiado dentro de la Historia (como disciplina) a las historias
(como narración) por creerse impropias para ésta, así como hacía Tucídides atacando a
Heródoto; pero éstas pudieran explicar realidades que se alejan de una realidad
“oficializada”, fundamentada en espacios elevados en torno al poder, y que tampoco la
niegan, al menos en el relato de Kiernan sobre la Camboya de Pol Pot.
1 El trabajo de Kiernan (Kiernan, B., 2010: El Régimen de Pol Pot. Raza, poder y genocidio en Camboya
bajo el régimen de los Jemeres Rojos, 1975-1979. Prometeo. Buenos Aires, Argentina.) patrocinado por
la ONU es muy exhaustivo… Hablar de todo sería un gusto, pero inviable quizás. 2 Ríos, Á. de los, “Nuevas perspectivas económicas en el mundo actual”, en: Martín de la Guardia, R.M. y
Pérez Sánchez, G. A. (coor.), 1993: El sueño quedó lejos. Crisis y cambios en el mundo actual.
Universidad de Valladolid.
Gritos del Silencio y la Kampuchea de Pol Pot — Samuel Benito de la Fuente
La obra de Kiernan para la ONU es tan amplia y descriptiva de la situación camboyana,
con tantos temas, que uno se empequeñece. Y luego siente desasosiego al saber que las
“miserias” —morales, éticas— han llevado a la inutilidad realmente, en la raíz del
problema —porque la justicia, verdaderamente social, no es sólo punitiva, que
también—, sin conseguir acabar con el problema subyacente que es terminar con los
restos de los verdugos o manos hacedoras de Pol Pot; la intención de condena de
Kiernan, para simple papel, decorativo, de una fallida y quizás no más que idílica ONU
—en parte por un Bush, dentro de un ambiente de verborrea del “Imperio americano”,
que la propia opinión pública se dio para sí, interesado (/s) más por el “honor” de su
país, pero sobre todo, por los intereses económicos: dos elementos indisolubles,
enlazados por la estructura político-empresarial en las relaciones internacionales
norteamericanas. Es decir, por parte de lo que se ha llamado, aun con problemas
semánticos, el neoliberalismo y, concretamente, el neoconservadurismo.
Unos juicios paródicos en los que el gobierno camboyano ha jugado una bonita partida
de ajedrez en la opinión pública, en estos tiempos, que desde los débiles, en
comparación a los actuales con las Redes Sociales o Internet, que ya fueron utilizados
potentemente en los tiempos del Watergate —de los que hablaré después—, los poderes
mediáticos —muy de actualidad— pueden usar o ser usados para una política tan de
despacho, cada vez más, como en la guerra, la cual ya no ve a quienes están por debajo
de su torre de ébano, o lo hace sino deshumanizada, propia de los supraestados o los
estados con enormes estructuras administrativas nunca antes vistas, cuyo fenómeno
quizás J. Ortega y Gasset esbozo para el arte en su famoso ensayo. Con polémicas como
las del “exmonarca”, en cuyo pasado, tremendamente oscuro, toqueteó con Pol Pot en
algún momento, y, sin lugar a dudas, tuvo una gran culpa en el proceso de degradación
en Camboya, y tienen la misma esencia que en España con la memoria histórica —
término problemático—.
Parece ser que el lavado de cara del nuevo régimen (que por muy antitético se hubiera
de considerar del de Pol Pot), con el genocidio de su propio pasado “nacional”, nos debe
de pretender hacer olvidar que pasado y presente, y por tanto el futuro, están unidos.
Parece ser que el cinismo político, tan cercano por nuestra actualidad política y
mediática, eso sí, en España, igual de semejante en eso como con un pasado
problemático, será olvidado gracias a velados juegos y/o un boom que, precisamente, a
esos hijos de las víctimas de la miseria, aún mísera para éstos, no sólo no beneficiará
sino que empobrecerá, salvo quizás sueños como el que relata Khim Deab3 a lo cuento
de la lechera esperando salir de la miseria —un bálsamo que vivimos en Occidente,
aunque últimamente en retroceso, y en miras de conseguir quizás la misma realidad—;
y, mientras, al lado de esta “historia” algún “hijo de papa” de la nueva élite —como en
la China, híbrido monstruoso del distopismo comunista orwelliano y del El Mundo Feliz
3 M. Aguirre (Aguirre, M., 2009: Camboya. El legado de los Jemeres Rojos. El Viejo Topo. España. Pp.
10-30) hace de “poeta” de las experiencias de algunos camboyanos de la Camboya pos-polpoltiana, como
el de esta trabajadora textil, dentro de ese tipo de explotación típica del actual “Tercer Mundo”, desde
Marruecos y el Magreb, a Camboya, Indochina o toda Asia.
Gritos del Silencio y la Kampuchea de Pol Pot — Samuel Benito de la Fuente
de nuestros días, lo cual se da de distintas formas en otras partes de Asia—, estrellando
coches de lujo, algún Ferrari, como el que estrellara algún “estrellado” futbolista de vez
en cuando en nuestro mundo occidental.
La realidad, como la del propio mundo, parece estar en una sólida “paz”4 llena de
inestabilidad y que denota un caos profundo dentro de sus más hondas raíces; unas
grandes contradicciones a niveles políticos, sociales, económicos, y hasta históricas: un
inmenso lugar como el del Tercer Mundo (Asia y África, en gran medida, aunque
también de América—en España aliviado por ser protagonistas, ¿orgullosos?, de la
conquista—), que desconocemos, y con una Historia que no suele estudiar su pasado,
eurocéntrica, y complica comprender, seguramente, la realidad de una forma profunda.
—Aunque a veces puede que pase con nuestra propia historia, debido a estudiar un
momento histórico con causas y consecuencias, sólo inminentes, y en el que no
veríamos (más allá5) a largo plazo como un territorio parapetado por ciclópeas
montañas “históricas”.
Gritos de Silencio.
Que Los Gritos del Silencio tiene un carácter de denuncia, yo creo que está más que
claro, y aún más, por lo problemático que es tratar un problema imbricado con dos
hechos traumáticos para EE.UU.: la guerra de Vietnam y por ende después Camboya (es
decir, Indochina, problema “heredado” por culpa del imperialismo francés, dado que
EE.UU. copó el espacio de superpotencia de ésta); y el caso Watergate y Nixon,
personaje que hasta Oliver Stone ha intentado quitar un poco de esa “oscuridad”, puesto
que la opinión pública tiñó de este mantra turbio, realizando documentales o ríos de
tinta sobre la “epopeya” de la anticorrupción y (como dirían los norteamericanos,
habituados por su idealización a su cultura democrática anglosajona y
posindependentista) la libertad frente a la «tiranía». —Es doloroso para ellos mismos
que permitieran, como muchas veces, cínicos, que un «tirano» tuviera culpa de muchos
de los males que, si no eran reales, serían imaginarios pero muy simbólicos de esta
«tiranía», como lo fue el trato indigno de EE.UU. a países subdesarrollados y míseros
como Camboya y Vietnam. Y también importante como crisis de un país como EE.UU.,
superpotencia enfrentada a la URSS, cuya crisis ésta última sí que no soportaría, y que
en forma de fénix agónico vive Rusia ahora, en un tiempo en el que ambas, antiguas
rivales antitéticas, de nuevo enfrentadas, andan pisando el terreno mundial con pies de
barro.
Es muy interesante el inicio de la película, cuando se nos muestra a Nixon y sus
contradicciones, como la de su informe televisivo de sus no-bombardeos a Camboya:
para muchos autores actuales y de la época, determinantes en lo que luego sucedería;
cayendo por mano de los norteamericanos, 161.000 toneladas de bombas, una cantidad
4 Creo que está bien recordar este artículo de Arturo Pérez-Reverte muy poco después de las Torres
Gemelas: http://arturoperez-reverte.blogspot.com.es/2011/01/el-siglo-xxi-empezo-en-septiembre.html. 5 Plus ultra: el lema de España cambiado por la acción de Colón, pues era Non plus ultra.
Gritos del Silencio y la Kampuchea de Pol Pot — Samuel Benito de la Fuente
elevadísima para “ser un error” o algo incuestionable por necesidades “tácticas” debido
a la presencia de la guerrilla vietnamita, lo que justificaría todo, como incluso luego
también hizo Bill Clinton en los 90. Nos remarca la visión occidental, lo que es
importante para este ensayo, y también nos induce a una cuestión: la culpa es
norteamericana. No me gustaría decir que esto es mentira, porque no lo es, y si es
verdad que para mí, gran parte, de forma activa con los bombardeos, o indirectamente
con sus “oscuros” vínculos con los jemeres, ellos mismos o por influencia china,
tuvieron la culpa; aun con todo ello, es faltar a la verdad. Tampoco, como luego querrá
hacernos ver la película, unos jemeres vacíos y malvados —como son todos los
«enemigos» de este Occidente “norteamericanizado”, con ese no tan desactualizado
«Eje del Mal» de J. Bush hijo, que quiso hacernos creer en su tiempo, ¡como si las cosas
fueran así de fáciles y ramplonas!— fueron los causantes directos de su propia masacre,
de su propia locura, de su neurosis diría yo. Para mí, que desde muy pronto en la vida he
pensado que uno se labra lo que tiene, aunque con el tiempo he entendido que eso no
siempre es así, y que muchas veces lo que te rodea, la coyuntura, influye mucho en
cómo eres, creo yo que en este caso se dieron el “hambre” (la miseria camboyana-
jemer) y las “ganas de comer” (las ansías y las utopías tornadas distopias de los más
radicales comunistas camboyanos, que arrasarían con los antiguos comunistas de
Camboya y que harían cualquier cosa por conseguir cumplir sus megalómanos
objetivos, hasta puntos que rozan la locura sicótica —al menos desde mi punto de
vista—).
Son unas expresiones que ya he utilizado alguna vez para hablar del periodo de
Entreguerras, concretamente con Hitler6, y es paradigmático porque es también un
“bonito” y “alocado” refrito de ideas en plena contradicción. Un Pol Pot que mintió
sobre casi todos sus aspectos de vida, como si fuera no más que un «actor» de un
«teatro» de la vida —quizás un esperpento valle-inclanesco—, criado en un ambiente
palaciego, que se formó en una Francia revolucionaria donde estuvo cerca de Ho Chi
Ming y que, como nos cuenta Kiernan, le rechazó ya que consideraba que su
federalismo indochino era no más que alguna especie de «imperialismo» vietnamita.
Combinó (y el régimen en general) elementos nacionalistas y elitistas, clasistas y
racistas, sobre todo contra los vietnamitas, pero también, contra etnias rivales, como la
china o la tailandesa, supuestamente porque eran enemigas de Camboya, o contrarias
por su etnia a la ideología de la revolución camboyana —aunque realmente diera igual,
mientras se los considerasen «enemigos» del régimen pol-potiano—, y en cambio
defendiera a otras del norte, aliadas suyos desde el inicio de la revolución; o al igual que
Mao, renunciando del marxismo-leninismo por el viraje de la URSS, pasarse primero al
Maoísmo, y finalmente a una paranoia total, en la que unía elementos de un
6 Que se puede encontrar aquí, en este enlace de internet a Google Drive:
https://drive.google.com/file/d/0B0hah8bqLLKvQnVSRG9MdkxKS0U/view?usp=sharing.
En el escrito hablaba de la cuestión no sólo israelí sino de la zona llamada como «Canaán», aunque en
este caso, el caso particular del genocidio judío, también polémico, y que también está publicado (con un
corte al final y sin notas a píe de página) en la revista universitaria de Filosofía de la UVa, «Gárgolas-
Vacas», en este mismo año (2015), con el nombre de «Israel, Canaán, Palestina, y la locura humana».
Gritos del Silencio y la Kampuchea de Pol Pot — Samuel Benito de la Fuente
comunalismo primitivista (cercano al anarquismo de corte agrario, que en algunos de
sus más radicales quisieron eliminar la moneda) y un triunfalismo sobre su “pureza
socialista” y los logros que iban… a conseguir mucho más que los otros «camaradas»,
viendo el internacionalismo desde una óptica ultranacionalista; y gracias a todo ello,
desconfiando de todos, «Los jemeres por sí solos están en ahora en pugna con todo el
mundo»7, tanto en el interior, como en el exterior, con su propia aliada, China, por
ejemplo… Yo lo veo como lo que nosotros llamaríamos «una sicosis», una paranoia
convertida en una sicosis generalizada, en la sique colectiva y que se extendió como un
mal. Para nosotros, debemos pensar que, Franco o, en general para los europeos, Hitler,
o Stalin en el caso soviético, fueron unos genocidas o unos asesinos despiadados, pero
casi no conocemos —y yo mismo no lo conocía—, éste del que hoy hablamos; cuando
en el segundo caso, se asemejan, Pol Pot y Hitler, en ser igual de racistas y de
implementar un sistema totalitario totalmente organicista y deshumanizado, a la vez que
creaban todo un complejo represivo y que iba a destruir a etnias de una forma
escalofriante (fueran judíos o vietnamitas, gitanos o chinos han).
Si la esperanza de los camboyanos que creían ver, como por ejemplo el personaje
camboyano que está con el grupo de periodistas en la película, el final de la guerra con
la toma de la capital, pronto se vino abajo; cuando sufrieron en sus carnes otra de las
paranoias pol-potianas, es decir, las evacuaciones. En el caso de la propia capital, fueron
contradictorias las órdenes hasta el caos más absoluto, nada bien mostrado en la
película, como también con muy pocas palabras —quizás ante el desconocimiento de la
época—, se nos cuentan estos enfrentamientos entre las dos facciones comunistas: de la
más “razonable” —o más “realista”—, cercana a Vietnam, y la pol-potiana,
acaparadora del poder. Y todo ello, para realmente construir una organización social y
productiva totalmente organicista, anacrónica, puesto que se basaba en una imagen
idílica del campo y el mundo rural camboyano, y que recrudecería la muerte, la
desesperación y miseria camboyana —casi histórica, como nos cuentan Kiernan como
Aguirre sobre las condiciones de vida—. Un aspecto que en la película sólo se ve muy
parcialmente, y de forma vana en esa “tercera parte” final, y con una escena muy
dramática con cadáveres, cuando intenta escapar el personaje antes citado, quizás
exagerada a una forma un tanto hollywoodiense; pues, lo más terrible debió de ser el
miedo que, igual que en la posguerra española, estuvo causado por el silencio y la
“culpa” y la muerte cercana que pudieran provocarles los “vencedores” con sus propios
“paseíllos” secretos y no tan secretos, entre visillos, que aumentaban el ambiente
“neurótico” y delirante para la sique colectiva, en una regla “primitiva” en la que la
guerra, en su estado más salvaje, es así de bestial, o al menos según nos parece a
nosotros, que nos creemos idealmente también, a pies puntillas, ese argumento de la
ONU en el que un ataque contra un país que ataca a otro ha de ser proporcional8. Un
efecto poético y dramático que quiere explicarnos la sensación de caos,
7 Entrevista a un testigo por Kiernan (Kiernan, B., 2010: El Régimen de Pol Pot. Raza, poder y genocidio
en Camboya bajo el régimen de los Jemeres Rojos, 1975-1979. Prometeo. Buenos Aires, Argentina.)
sobre la «sicosis jemer». 8 También dije esto en ese artículo, citado anteriormente, contra el ataque israelí sobre Gaza.
Gritos del Silencio y la Kampuchea de Pol Pot — Samuel Benito de la Fuente
deshumanización y terror, pero también exagera, al menos desde mi punto de vista y
desde la historia que yo he podido documentar.
Y es que, como decía, la película es un buen botón para explicar en cierta manera la
situación de la capital o los últimos años del régimen de Lon Nol, con esa “segunda
parte” en la que llegan las tropas pol-potianas, pero que tiene en su estructura
argumental un importante error: pasamos de una primera parte en 1973, luego a otra en
los últimos compases del régimen del (también golpista) Lon Nol, apoyado por EE.UU.
y prooccidental, y después, de pronto, a los años en el que Pol Pot se ha instaurado ya
en el poder y quizás ya a punto de caer. Como digo, esta parte central de los años finales
de la Camboya de Lon Nol se nos muestra decentemente la situación previa; pero, en
cambio, cuando llegamos a la reclusión en las aldeas, no se nos habla siquiera de Pol
Pot, de las matanzas étnicas (que quizás fueran menos conocidas en época, pero no
excluye lo demás), la tensión entre los “puros”, antiguos (campesinos primigenios), y
los nuevos (la población urbana o bajo el gobierno golpista, considerada burguesa sin
más y posible enemigo encubierto —temor propio de un clasismo marxista heredado del
totalitarismo estalinista o vislumbrado levemente con Lenin—), la final confrontación
entre los comunistas moderados de corte vietnamita, que ayudarían en la invasión, etc.,
etc.
Por otro lado, estaría interesante ver la opinión pública del momento: cómo se reaccionó
con el asunto camboyano. Los americanos se escandalizaron en cierta manera, así como
en Occidente, como se nos enseña en la película cuando el periodista recibe su premio;
pero su reacción no fue la misma que con Vietnam. Los jemeres rojos intentaron aislar
al país hasta casi el final de la guerra y sólo parece que entonces dejaron entrar a algún
occidental, informando así, aun cuando intentaran no enseñar la parte “negra”; que fue
lo que debió marcar la ignorancia general, gracias a ellos, de Occidente, pero también
una “dulce” ignorancia global —puesto que había mucho idealismo con los proyectos
autóctonos, independientemente en algunos casos, aunque a veces no, en la búsqueda de
un sistema frente al capitalismo, pero que importaba poco si eran «capitalistas» o
«comunistas» mientras se llevase el feliz proyecto «descolonizador» y de
«independencia» para la «libertad de los pueblos», cuando esta libertad utopía había
conllevado al fracaso como hoy vemos, no sólo en Camboya—. En cambio, sí que hubo
en Vietnam acciones de intelectuales como las que satiriza Milán Kundera en La
Insoportable Levedad del Ser. En ella, los intelectuales franceses van a Camboya —
pues el conflicto vietnamita sería preludio del camboyano realmente— para pasar a
Vietnam a copar el protagonismo (de las cámaras, el del flash de la fotografías, y el de
los periodistas, se sobreentiende), pero las estrellas norteamericanas (expertas y más
“bonitas” ante éstas) les eclipsan a los ególatras franceses frente a unos “gringos”
estúpidos (representados por la mujer que los encabeza). Así, uno de los protagonistas,
Franz, muere en aquella «Gran Marcha» estúpida y sin sentido: la guerra y la muerte, la
realidad, parecía lejana a los intelectuales de la época, sobre todo a unos franceses algo
“metafísicos”… El Imperialismo norteamericano de Sartre no tenía su mano negra
Gritos del Silencio y la Kampuchea de Pol Pot — Samuel Benito de la Fuente
directamente actuando en este caso, y fueron los propios «patriotas» de los jemeres
rojos…
En cambio, en el terreno cinematográfico, podríamos comparar esta película con Los
Años que Vivimos Peligrosamente, en el caso indonesio, de mayor calidad en mi
opinión, y en la que no hay visión tan banalizada de la realidad, aunque también es
desde el punto occidental, principalmente. En ella también trabaja curiosamente un
periodista, y también hay algo que en este caso, en la película, se explicita: el fetiche de
la noticia; unas noticias para un público deseoso de conocer, pero que, al igual que
niños, como dice el protagonista enano, lo hacen como niños. En un punto de vista
nietzscheano nos sería malo; es más, el protagonista parece representar, al principio, esa
pureza, que se rompe con el paso del tiempo, y finalmente se endurece ante la tempestad
que desde el principio asomaba pero que nadie creía ver. En ella, quizás
idealísticamente, como es nuestro protagonista enano, un tanto tolstoyano, un personaje
que quiere cambiar la realidad aunque parezca imposible, se nos muestra la antítesis de
dos mundos: el Occidental (y capitalista) y el nativo del Tercer Mundo (dividido y que
desea las ventajas de ese otro mundo, del que vienen los extranjeros; considerados a
veces enemigos, aunque no sepan por qué realmente) —pero que en ambos casos son
seres “extraños” o raros, pues el protagonista posee una moral diferente a la de unos
occidentales “amorales”—.
Quizás no llega a la rudeza de películas como Katin o Roma, ciudad abierta, que he
visto y provocan mucho más; quizás, porque éstas tocaban temas muy cercanos (al
punto de vista de quienes dirigían o protagonizaban éstas) en tiempo o espacio. Ambas
películas, tanto Gritos de Silencio como Los Años que Vivimos Peligrosamente son al
final películas occidentales para un público occidental, al igual que las noticias que
publicaban ambos protagonistas; y también ambos, de alguna manera notan la “traición”
hacia un compañero que los ayuda en su tarea (en la segunda consiguiendo su muerte,
de manera dramática), de una forma que quizás debemos percibir los occidentales en un
mundo globalizado (al que nos llega información de todo el mundo, pero que no
conocemos de verdad; en los que nos palpamos su realidad; de países que no somos y
no podemos comprender).
Sobre la historia y el mundo actual.
Pero quizás sea difícil crear un relato “vivo” desde un punto de vista histórico o
colectivo, a veces no siempre lo mismo a pesar de estar interrelacionados —como pasa
con el concepto de memoria histórica—, ya no por la estructura o la narración de esta
película; nos adentraríamos en una especie de metafísica histórica, que está muy bien
pero no tiene una práctica útil como personas, seres que vivimos en nuestros propios
tiempos históricos y que hemos heredado de los que nos preceden y por tanto debemos
actuar con respecto a ellos. —Tanto que todo ello no consigue juzgar a los criminales de
un genocidio en toda regla—. Y es de una complicación enorme en muchos terrenos. No
Gritos del Silencio y la Kampuchea de Pol Pot — Samuel Benito de la Fuente
es nada fácil actuar con el peso del pasado como dice André Gide en Los Alimentos
Terrestres:
«Hay extrañas posibilidades en cada hombres. El presente estaría lleno
con todos los porvenires si el pasado no proyectase ya en él una
historia. Pero, ¡ay!, un pasado único propone un único porvenir —lo
proyecta ante nosotros, como un puente infinito en el espacio.»9
Creo que resume muy bien este tiempo tan “extraño”, entre la paz y la locura, que
supura por cada poro del globo donde existe la miseria o los conflictos armados, otra de
sus frases (escritas poco después): «Y la humanidad entera me pareció como un
enfermo que se revuelve en su lecho para poder dormir —que busca el descanso y ni
siquiera encuentra el sueño.». La Razón ilustrada parece no haber acabado con ellos;
aun cuando, quizás, solamente sea que hayamos dejado de usar nuestra racionalidad de
una manera coherente, equivocados en pensar que eso era «racionalidad», una banderita
como la de la «Gran Marcha» de Kundera. El tiempo lo dirá y podremos escribir una
historia que sea mejor que ésta. Pues, quizás debiéramos pensar en el aguafuerte de
Goya con su: «El sueño de la Razón produce monstruos».
Probablemente la actualidad, el estar vivos, nos haga pensar que estamos en una «Edad
de Hierro» (como dirían los clásicos o el Quijote), pero realmente estamos o podríamos
estar, o a punto de ello, de una «Edad de Oro» (como lo demuestran los avances
científicos, los proyectos de cooperación global, la paz occidental o en amplias parcelas
del globo —aun hipócrita y no tan dulce y frágil a veces…— y el Estado del Bienestar
—que también tiene sus defectos, claro—). Vivimos en estos tiempos,
desaprovecharlos, también, sería absurdos. Cambios trascendentales (para nosotros hoy,
al menos) como la Revolución de 1789 o la propia caída de Roma no creo que se las
esperasen unos pocos años antes (o que fueran a ser importantes), ni siquiera cuando
hubo preludios de ellos, o que fueran tan importantes (quizás porque no eran más que la
punta del iceberg) para quienes vivieron igual su vida antes o después de ellos. La
realidad es muy volátil, realmente, y nosotros la vemos desde quien estamos escribiendo
ya sucedida. —Y es que además, hoy vivimos para algunos en una realidad líquida;
mas, Internet y la «nube» incide aún más en ella, cada vez más, en una utopía de la
información y del mundo.
Así, ¿quién habría esperado a los jemeres rojos con el príncipe Sihanouk reprimiendo a
todo aquel en su contra en su reciente independencia, o si acaso el golpe de Lon Nol, o
los bombardeos norteamericanos para luchar contra la guerrilla vietnamita, o el ataque
camboyano a Vietnam ya acabados supuestamente los conflictos? Nosotros los
historiadores, como los oráculos, conocemos ya lo sucedido del pasado, y sabemos los
porqués; vemos los movimientos de un ajedrez de acontecimientos, de personas, de
situaciones…; y, en cambio, en la realidad actual a veces, ésta misma, nos sorprende
con un giro copernicano. Y hoy sabemos que hasta el giro de los diferentes planetas y
9 André Gide, 1953: Los alimentos terrestres y los nuevos alimentos. Losada, S.A. Buenos Aires,
Argentina.
Gritos del Silencio y la Kampuchea de Pol Pot — Samuel Benito de la Fuente
los elementos de la Vía Láctea que van torno al sol no hacen una circunferencia circular
sino elíptica. Y que varían sus órbitas… Los humanos igual. Hay «extrañas
posibilidades» en el ser humano, como dice André Gide.
Bibliografía:
- Kiernan, B., 2010: El Régimen de Pol Pot. Raza, poder y genocidio en
Camboya bajo el régimen de los Jemeres Rojos, 1975-1979. Prometeo. Buenos
Aires, Argentina.
- Aguirre, M., 2009: Camboya. El legado de los Jemeres Rojos. El Viejo Topo.
España.
- Rivas Moreno, 12/01/2015: «Pol Pot y el genocidio de Camboya». Aventuras
de la Historia (online), obtenido en: http://www.elmundo.es/la-aventura-de-la-
historia/2015/01/12/54b3a210ca4741563b8b457a.html.