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Campamento TOAS Plaza de Mayo: cinco años en pie de lucha. 9 de junio de 2013 Buenos Aires, Argentina. Por: Magda Hernández M. Al recorrer la Plaza de Mayo llama la atención la presencia de un acampe sobre el costado sur de la plaza. Rodeado de pancartas que remiten a la verdad y a la lucha contra el olvido, y con un pequeño cementerio simbólico a su lado, el campamento TOAS se ha convertido, tras cinco años, en alegoría del desinterés gubernamental y el olvido de toda una sociedad. Un viento frio acompaña una mañana de cielo azul. Los autos circulan velozmente mientras cientos de oficinistas caminan con apuro por la Plaza de Mayo. La mayoría de transeúntes están absortos en su propio mundo, miran la pantalla de su celular o mantienen la mirada perdida entre el semicírculo que forman sus auriculares. A un costado de la plaza, a escasos metros de la Casa Rosada, se levanta el acampe creado por excombatientes de Malvinas desde el 2008. El grupo, denominado TOAS (Teatro de Operaciones en el Atlántico Sur), pide el reconocimiento como veteranos de guerra para los ex soldados que en 1982 fueron llevados a bases aéreas continentales desde donde se atacó a la flota britanica. El campamento está conformado por un cambuche, construido con palos de madera y cubierto con plásticos. Cerca del mediodía, desde el interior emana un chisporroteo suave y un olor a masa hojaldrada. Un hombre se encarga de freir empanadas y otros tres terminan de rellenar las tapas faltantes mientras conversan. Llegaron a ese lugar un 25 de febrero hace cinco años y afirman representar a 400 ex conscriptos. “Nosotros reclamamos que se nos reconozca como soldados. No estuvimos en la isla pero siempre apoyomos desde el continente, necesitamos que se conozca la verdad, porque mucha gente no lo sabe” explica uno de ellos. A pesar de su sencillez, el acampe está dividido a la manera de una casa : un patio exterior, cercado con palos y con pancartas de tela (con textos que aluden al por qué del campamento); sala de estar, con sillas viejas, una antigua salamandra que funciona con madera, una mesa y algunos trastos y herramientas colgados; una cocina, con un par de hornallas, un refrigerador muy viejo, algunas ollas y, finalmente, una habitación. La casa se apoya en un árbol que la atraviesa por el medio.

Campamento TOAS Plaza de Mayo: cinco años en pie de lucha

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Crónica periodística.

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Page 1: Campamento TOAS Plaza de Mayo: cinco años en pie de lucha

Campamento TOAS Plaza de Mayo: cinco años en pie de lucha.

9 de junio de 2013

Buenos Aires, Argentina.

Por: Magda Hernández M.

Al recorrer la Plaza de Mayo llama la atención la presencia de un acampe sobre el costado sur de la

plaza. Rodeado de pancartas que remiten a la verdad y a la lucha contra el olvido, y con un pequeño

cementerio simbólico a su lado, el campamento TOAS se ha convertido, tras cinco años, en alegoría del

desinterés gubernamental y el olvido de toda una sociedad.

Un viento frio acompaña una mañana de cielo azul. Los autos circulan velozmente mientras cientos de

oficinistas caminan con apuro por la Plaza de Mayo. La mayoría de transeúntes están absortos en su

propio mundo, miran la pantalla de su celular o mantienen la mirada perdida entre el semicírculo que

forman sus auriculares.

A un costado de la plaza, a escasos metros de la Casa Rosada, se levanta el acampe creado por

excombatientes de Malvinas desde el 2008. El grupo, denominado TOAS (Teatro de Operaciones en el

Atlántico Sur), pide el reconocimiento como veteranos de guerra para los ex soldados que en 1982

fueron llevados a bases aéreas continentales desde donde se atacó a la flota britanica.

El campamento está conformado por un cambuche, construido con palos de madera y cubierto con

plásticos. Cerca del mediodía, desde el interior emana un chisporroteo suave y un olor a masa

hojaldrada. Un hombre se encarga de freir empanadas y otros tres terminan de rellenar las tapas faltantes

mientras conversan.

Llegaron a ese lugar un 25 de febrero hace cinco años y afirman representar a 400 ex conscriptos.

“Nosotros reclamamos que se nos reconozca como soldados. No estuvimos en la isla pero siempre

apoyomos desde el continente, necesitamos que se conozca la verdad, porque mucha gente no lo sabe”

explica uno de ellos.

A pesar de su sencillez, el acampe está dividido a la manera de una casa : un patio exterior, cercado con

palos y con pancartas de tela (con textos que aluden al por qué del campamento); sala de estar, con sillas

viejas, una antigua salamandra que funciona con madera, una mesa y algunos trastos y herramientas

colgados; una cocina, con un par de hornallas, un refrigerador muy viejo, algunas ollas y, finalmente,

una habitación. La casa se apoya en un árbol que la atraviesa por el medio.

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Hacia las 2 de la tarde, hay diez personas en el lugar, cuatro sentados afuera -uno usa una chaqueta

camuflada y una boina, siendo el que más se destaca por su vestimenta- y seis más adentro. Se turnan

para cuidar el acampe y siempre hay entre seis y diez haciendo guardia, con una rutina casi militar. Sus

rostros y su piel tostada dibujan una fisonomia cercana a lo indígena: “Muchos venimos del Chaco y

Corrientes, por eso sufrimos más el frio de la zona sur, además, casi no nos daban equipo”, explica uno.

Pertenecen a dos generaciones, la del 62 y la del 63, que fueron las que asistieron al combate, es decir

que tenían entre 18 y 19 años en la guerra y hoy pasan los 50.

En una de las paredes hay un uniforme militar colgado, fotos de marchas y algunas pancartas. Kristina

(con K, me aclaran) es la mascota del lugar: una perrita criolla de color amarilloso que dormita sobre un

silla roja.

Tras las empanadas, hay un ánimo festivo en el ambiente, se cuentan chistes y se molestan entre si. Poco

a poco han llegado más hombres, ahora son quince. El cielo gris y el viento helado atraviesan la plaza,

todos se acomodan adentro, donde pueden y se inicia una partida de truco entre los tres hombres

sentados a la mesa. Daniel Repetto es uno de ellos, el único que vive de manera permanente en el

campamento. Los demás se turnan para acompañarlo, según su disponibilidad pues muchos trabajan y

tienen familia, realizando guardias las 24 horas del día.

Su protesta es pacífica. Diariamente se acercan algunas personas por curiosidad o para demostrar su

solidaridad. Aunque esta tarde no han recibido muchas visitas.

La partida de truco ha terminado, algunos leen el diario y otros charlan mientras el mate pasa de mano

en mano. Cerca de las 4 se acerca una pareja adulta, evidentemente extranjeros. Hacen algunas

preguntas a un hombre llamado Antonio quien se encarga de realizar una visita guiada por el lugar. Tras

cinco años, las explicaciones han adquirido cierta mecanicidad. Recorren el patio, el estrecho espacio del

cambuche y finalmente los lleva a unas carteleras ubicadas a algunos metros, donde les enseña diversos

documento que han ido recolectando para explicar a los transeúntes el motivo del campamento: cartas

de apoyo de organizaciones de derechos humanos, recortes de diarios, fotografías y mapas. “Convendría

recordarles que nuestra intervención en la zona de Despliegue Continental y según expresa la ley 22674,

fue de participes directos y en igualdad de condiciones al personal movilizado a las Islas y al resto del

teatro de operaciones. Nos sorprende el desconocimiento que manifiestan en relación a nuestra

situación”, se puede leer en uno de los textos.

Tras unos minutos y un apretón de mano solidario, la pareja se retira.

A unos cuantos metros, una mujer fotografía la hilera de cruces simbólicas que conmemora la memoria

de 17 soldados muertos en las bases continentales. “Los muertos si fueron reconocidos como muertos en

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combate, el problema nuestro es que quedamos vivos, por eso nadie nos quiere reconocer. Nosotros

queremos que el gobierno acepte que se equivocó con nosotros, que se tomaron decisiones porque la

plata no alcanzaba, aunque sea que nos reconozca que fuimos combatientes”.

Pero el apoyo de la comunidad no es unánime. Basta recorrer algunas páginas de internet que aluden al

tema para encontrar un sinfín de posiciones opuestas al reclamo, algunas airadas. Además, tras cinco

años, el impacto de su protesta parece haberse diluido, convirtiéndolos en parte del paisaje de la plaza.

“Queremos llamar la atención del gobierno, que nos escuchen”, afirma Daniel. Pero tras años de

acampe, huelgas de hambre y lucha, el panorama parece sombrío y la esperanza no termina de

cristalizarse.