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Misión Zeta

Candela. Misión Zeta › catalogos › ...misión. La bola, del zapatazo, cayó en mitad de un arbusto justo cuando una paloma abría el pico, ya es mala suerte. La bola se le encajó

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Misión Zeta

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Mónica Rodríguez

Idea original e ilustraciones:Mónica Carretero

Misión Zeta1.ª edición: noviembre 2009

© Del texto: Mónica Rodríguez, 2009© De las ilustraciones: Mónica Carretero, 2009

© Grupo Anaya, S.A., Madrid, 2009Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid

www.anayainfantilyjuvenil.come-mail: [email protected]

ISBN: 978-84-667-8498-6Depósito legal: Bi-2689/2009

Impreso en Grafo, S. A.Avda. Cervantes, 51

48970 Basauri (Vizcaya)Impreso en España - Printed in Spain

Las normas ortográficas seguidas en este libro son las establecidas por la Real Academia Española en su última edición de la Ortografía, del año 1999.

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las

correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente,

en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier

tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

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1Desventuras de una bola

Era un día cualquiera. O eso parecía. Los pájaros cantaban, las nubes se levantaban y no caía un chaparrón ni nada semejante. O tal vez sí, porque, allí, por una esquina del cielo, bajaba a toda mecha una bola de papel arrugada.

¿Dónde irá? ¿Qué llevará escrito? Parece que va directa al cogote de Candela. ¿No será acaso una de esas bolas-misión que le caen de las alturas?

Pero —¡horror!— ¿qué sucede? ¡Algo se interpone en su camino! En efecto, un zapato lanzado por un lanzador de zapatos fue a chocar, nada menos, que con nuestra bola-

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misión. La bola, del zapatazo, cayó en mitad de un arbusto justo cuando una paloma abría el pico, ya es mala suerte. La bola se le encajó en el buche y el ave cayó al suelo. Candela, muy atenta a su uña del meñique, no se dio cuenta del detalle.

La paloma puso los ojos en blanco y ya estaba estirando la pata cuando un hombre, más bien rollizo y bastante escaso, tropezó con ella.

—¡Menudo tropiezo tan calamitoso! —dijo aplastando a la paloma por la espalda. Hablaba en un roído acento de Azerbaiyán.

Pero he aquí que aquel pesado sujeto con su mala pata sacó a la paloma del atolladero. El ave desembuchó la bola que rebotó por el suelo hasta llegar al esbelto pie de nuestra superespía.

Candela vio la bola de papel y la tomó pensando que era una bola cualquiera. Jugueteó con ella entre las manos hasta que la curiosidad le hizo mordisquearse el labio inferior. Ya se

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sabe que la curiosidad es una cualidad muy desarrollada en una espía de altura y Candela, aunque discreta, altura tiene mucha. Así pues, desenrolló la bola y leyó su contenido.

—¡Pero si las misiones me vienen de arriba y esta me llega del tobillo! —exclamó admirada al ver el encargo.

Y sin darle mayor importancia se aprendió de memoria la misiva, conmovida por tener una nueva misión entre las manos.

Tan cívica es Candela que siempre comete la misma ligereza. Va y tira la bola-misión a la

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papelera, en lugar de quemarla o romperla en mil pedazos. Este pequeño descuido es aprovechado por el malvado Malatrapa, que no es otro que aquel tipo achaparrado que tropezaba unos párrafos atrás. Entonces, Malatrapa agarra la bola de papel de la misma basura y se aprende la misión de cabo a rabo, pues en la oscura cabeza de este individuo solo hay un deseo: estropearle las misiones a Candela. Así es de latoso este sujeto. Por fortuna, Candela sale siempre victoriosa. Al menos, hasta el momento.

Pero esta vez Malatrapa sonríe de lado, pensando que alcanzará su ansiado objetivo. Toma un hueso de pollo de la misma basura, se bate con él en el aire y, a la postre, traza en el suelo tres líneas.

—«¡Rascaculos!» —grita. Palabreja que se le escapa cuando está alegre

a rabiar.Y en la tierra queda marcada una firme y

bien escrita Z mayúscula.

2Una misión de justicia

Candela cavila que te cavila en media zancada va y se planta en un jardín, como una planta, pero más florera, y le dice al jardinero.

—No me riegue, no se confunda. Solo he venido a ver cómo está el aspa del molinillo que tiene usted en el tejado. Vienen vientos alisios de las altas presiones subtropicales muy poco fiables.

El jardinero vio adentrarse a Candela en su casa mientras se chupaba el dedo y lo estiraba para comprobar la potencia del viento. ¡Quién iba a sospechar que llegaban vientos de fuerza huracanada! Qué lista era, sin duda, aquella mujer escurrida. Ya iba a darle las gracias

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cuando vio salir por la ventana a una mujer de largas trenzas, poncho, sombrero, gafas de sol, gabardina y espada que sonreía con mucha soltura y agitaba la mano a modo de despedida.

—¡Que tenga usted buen viaje! —le deseó el jardinero, contagiado de su finura.

Sospechó por un instante del talle de la mujer, pero enseguida meneó la cabeza y fue hacia la casa a ver cómo arreglaba el aspa del molinillo la otra mujer. De pronto se dio cuenta de que él no tenía molinillo alguno en el tejado ni en ningún otro lugar de la casa.

—¡Ranúnculo! —exclamó enfurecido el jardinero, que fue lo primero que se le vino a la cabeza y que es una planta herbácea anual para más detalle—. ¡Si esa mujer me ha embrollado!

El jardinero llegó a la casa y vio pegado con plastilina, en la misma puerta de entrada, el siguiente letrero:

«Disculpe las molestias: alta misión de justicia».

Y no era para menos, pues la bola llevaba escrita una misión de las de quitarse y ponerse el sombrero:

Devolverle la máscara al justiciero Zorro,no quiere combatir el mal si se le ve el morro.

El jardinero se rascó la calva y cayó en la cuenta de quién había colocado tal mensaje: la afamada y valiente superespía Candela. Y tal fue el apretón que le entró al hombre

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que echó a correr hacia un promontorio gris y feo que parecía ocultarse detrás de un matojo. Este mogote era, como bien imagináis, nuestro molesto enemigo, Malatrapa, que había seguido a la valerosa espía.

El jardinero le dio un pisotón tan grande en medio de su sofoco, que Malatrapa gritó hasta astillar dos de las cuatro cuerdas vocales.

—¡Pero qué hacía usted ahí buen hombre! —le dijo el jardinero que no ganaba para sustos.

—Y a usted qué le importa, fisgón —gruñó Malatrapa con su agujereado acento de Tukmenistán.

—¡Pero si es mi jardín! —¡A la porra con su jardín! Yo me voy

detrás de esa. Y Malatrapa señaló a la lejana y prolongada

mujer con sombrero y camperas que corría ya ladera abajo, venga a sonreír con mucho salero.