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II JORNADAS LUSO—GALAICAS DE TERAPIA FAMILIAR Familia de origen, vocación e identidad del terapeuta de familia Dr. Alfredo Canevaro A lo largo de treinta intensos años de estudio y práctica de la terapia familiar, habiendo reflexionado sobre el drop-out y los fracasos terapéuticos, conocido centenares de colegas y supervisado tratamientos empantanados, es inevitable que surjan preguntas, sobre el entrecruzamiento de la vida privada y profesional del terapeuta, las motivaciones de la elección de una formación larga y compleja y la conexión entre sus experiencias familiares y la competencia terapéutica. Algunas de las preguntas más frecuentes son: ¿Qué distingue la familia de origen del terapeuta de cualquiera otra familia? ¿La identidad del terapeuta esconde problemáticas relacionales? ¿La formación y la práctica profesional son el equivalente de una poco oculta necesidad de terapia? ¿El énfasis en el aquí y ahora comunicacional de la familia oculta defensivamente la necesidad de mirar dentro la caja negra de la vida interior? En una investigación sobre este terna, publicada junto con Paolo Gritti, de la universidad de Nápoles (*), nos hacíamos estas preguntas: ¿Qué factores hacen del terapeuta un buen conversador y comunicador? ¿Qué lo lleva a utilizar el no verbal como instrumento terapéutico? ¿Qué aspectos del corpus teórico-clínico de la terapia familiar solicitan su interés? ¿Cuál es la imagen del “familiar” que ha cultivado y cómo ésta se modifica con la formación y la práctica clínica? ¿Qué rol ha jugado su familia de origen en el desarrollo de sus aptitudes terapéuticas? (*)GRITTI P. –CANEVARO A. “Scelta vocazionale e identitá del terapeuta della famiglia”-Terapia Farniliare n°49-Novembre 1995 A.P.F Roma Estas preguntas, la lectura de la bibliografía sobre el tema y las investigaciones paralelas conocidas por ambos nos dirigían hacia dos hipótesis antitéticas que se pueden sintetizar así:¿el self del terapeuta es entendido como una prótesis reparadora de eventos y relaciones problemáticas o más bien como una reserva natural que surge de eventos y relaciones positivas? Veamos por partes algunos elementos significativos: 1) El self del terapeuta familiar.

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II JORNADAS LUSO—GALAICAS DE TERAPIA FAMILIAR

Familia de origen, vocación e identidad del terapeuta de familia

Dr. Alfredo Canevaro

A lo largo de treinta intensos años de estudio y práctica de la terapia familiar,

habiendo reflexionado sobre el drop-out y los fracasos terapéuticos, conocido centenares

de colegas y supervisado tratamientos empantanados, es inevitable que surjan preguntas,

sobre el entrecruzamiento de la vida privada y profesional del terapeuta, las motivaciones

de la elección de una formación larga y compleja y la conexión entre sus experiencias

familiares y la competencia terapéutica.

Algunas de las preguntas más frecuentes son: ¿Qué distingue la familia de origen del

terapeuta de cualquiera otra familia? ¿La identidad del terapeuta esconde problemáticas

relacionales? ¿La formación y la práctica profesional son el equivalente de una poco oculta

necesidad de terapia? ¿El énfasis en el aquí y ahora comunicacional de la familia oculta

defensivamente la necesidad de mirar dentro la caja negra de la vida interior?

En una investigación sobre este terna, publicada junto con Paolo Gritti, de la

universidad de Nápoles (*), nos hacíamos estas preguntas: ¿Qué factores hacen del

terapeuta un buen conversador y comunicador? ¿Qué lo lleva a utilizar el no verbal como

instrumento terapéutico? ¿Qué aspectos del corpus teórico-clínico de la terapia familiar

solicitan su interés? ¿Cuál es la imagen del “familiar” que ha cultivado y cómo ésta se

modifica con la formación y la práctica clínica? ¿Qué rol ha jugado su familia de origen en

el desarrollo de sus aptitudes terapéuticas?

(*)GRITTI P. –CANEVARO A. “Scelta vocazionale e identitá del terapeuta della

famiglia”-Terapia Farniliare n°49-Novembre 1995 A.P.F Roma

Estas preguntas, la lectura de la bibliografía sobre el tema y las investigaciones

paralelas conocidas por ambos nos dirigían hacia dos hipótesis antitéticas que se pueden

sintetizar así:¿el self del terapeuta es entendido como una prótesis reparadora de eventos y

relaciones problemáticas o más bien como una reserva natural que surge de eventos y

relaciones positivas?

Veamos por partes algunos elementos significativos:

1) El self del terapeuta familiar.

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La importancia de la persona del terapeuta fue puesta de relevo ya en los albores del

psicoanálisis. Freud decía que ningún psicoanalista va más allá de sus complejos y sus

resistencias. En esta perspectiva el descubrimiento y el análisis de la contratransferencia es

probablemente la contribución más grande del psicoánalisis.

El estudio de la contratransferencia significó colocar al paciente y al analista en una

condición de paridad existencial superando el estereotipo Kraepeliniano de considerar el

paciente psicótico como objeto diagnóstico y descriptivo. Sin embargo, por muchos años,

la miopía de la ortodoxia psicoanalítica centrada en el transfert del paciente veía al analista

sólo como una pantalla neutral don de se depositaban las proyecciones de los pacientes que

debían ser devueltas a través de las interpretaciones, evitando rigurosamente involucrar la

persona del terapeuta.

Esta limitación de las observaciones del contexto interpersonal de la terapia

contribuyó al nacimiento de la terapia familiar como respuesta clínica al fracaso terapéutico

del método bipersonal de pacientes gravemente perturbados y de algunas problemáticas

infantiles y adolescentes, contribuyendo netamente a un viraje hacia el setting multipersonal

con una mayor exposición social del terapeuta y estimulando una redefinición de su rol.

Los estudios disponibles sobre el lrop—out y los fracasos terapéuticos que indagan

sobre las competencias específicas del terapeuta familiar como Bishop y Sprenkle,

Coleman, Preslev, Liddle, Navarro Góngora, Keith y Withaker, entre otros, concuerdan

sobre la hipótesis de que la falta de una participación activa del terapeuta ya desde la

primera sesión es un factor determinante del drop-out en estos tratamientos.

La capacidad operativa del terapeuta, o sea la fé en sí mismo, la claridad, el buen

“joining” con la familia y la actitud de estimulación de la interacción, son factores muy

útiles. La capacidad relacional o sea la empatía, el humor, la calidez y la integración

afectivo-comportamental es considerada por Alexander (1) corno decisiva. Él afirma que la

diferencia entre dos resultados mediocres la da la capacidad operativa pero que la diferencia

entre un resultado mediocre y uno excelente la da la capacidad relacional.

Sobre este tema es muy interesante la investigación de Figley y Nelson (10) de 1989.

Ellos, cono conclusión de la encuesta realizada a los directores de los principales centros de

formación en terapia familiar de los Estados Unidos, concluyen que sólo cinco sobre

veinticinco características son enseñables. El resto lo constituyen trazos personales del

carácter de los alumnos. Los autores sostienen que los formadores parecen considerar la

persona del terapeuta más importante que sus competencias como terapeutas.

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Conclusiones similares describen Breunlin y col. (5) para quienes las experiencias

personales de los terapeutas en formación son un factor decisivo en el resultado del

training.

Es interesante preguntarse cuáles son los factores que contribuyen a definir la

identidad del terapeuta y cómo se articulan en la compleja interacción entre su self personal

y su self profesional. Nosotros describimos el self del terapeuta como el entrecruzarniento

de diversos sistemas en interacción que contribuyen a formar un mapa complejo en el cual

la conexión armónica entre las partes es fundamental.

El self personal es alimentado por dos fuentes diversas: la familia de origen y la familia

actual. Obviamente con el paso del tiempo el peso de la familia de origen en los incidentes

evolutivos cede el paso al predominio de la familia actual. No obstante la impronta de la

familia de origen queda inscripta en la personalidad del terapeuta y hace sentir su influencia

tanto en la vida privada como profesional.

El self profesional como bien señala Shadley (17) es la superposición de dos

sistemas relacionales afines: la red relacional profesional y la red de los pacientes.

En la red profesional interviene al comienzo el sistema relacional del training, que

en los primeros anos de formación asume un rol fundamental con sus implícitas valencias

terapéuticas a los que se agrega más tarde, la relación con los colegas y la fi1iación con las

escuelas terapéuticas y las asociaciones científicas.

La red relacional de los pacientes es campo de expresión y de confirmación de

nuestras capacidades profesionales, y fuente de gratificación narcisística, consolidación de la

identidad y bienestar económico. El equilibrio dinámico y la armonía de los sistemas

descriptos sostienen la salud psicológica y somática del terapeuta y su idoneidad

profesional.

La deformación de un área a expensas de otras puede determinar un displacer

creciente que puede llegar manifestarse con conductas incorrectas en el plano deontológico

y ético, estilos terapéuticos francamente iatrogénicos o comportamientos de burn-out.

Veamos ahora con mayor detalle, el rol de estos elementos en la elección vocacional

y la formación de la identidad del terapeuta., la familia de origen

En un artículo precedente afirmaba: “Las dificultades relaciona es dentro de las

familias de origen de los terapeutas, motor de su elección vocacional, hace que haya una

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reticencia y un temor -a veces racionalizado- de meterse en las complejidades de los

sistemas familiares disfuncionales.

Al doble mensaje de la familia de origen del terapeuta: “estudia y prepárate bien

para poder curar nuestras dificultades psicológicas, aún cuando con nosotros no podrás”,

se le sucede el doble mensaje de las familias de los pacientes:”Alívienos de nuestros

sufrimientos, pero sin cambiarnos”. Al desafío existencial del primero se superpone el

desafío técnico del segundo. Esta afirmación implica una clara elección terapéutica. La

función decisiva la persona del terapeuta consiste, de acuerdo con la posición

constructivista, en el profundo compromiso del self en la cocreación de la realidad

terapéutica.

Si se concuerda con la tradición de la psicoterapia psicodinámica según la cual las

problemáticas personales son consideradas como un obstáculo que puede ser conocido y

superado para que puedan ser aprovechadas como ventaja para la terapia, se puede concluir

que éstas son una fuente de conocimiento y de competencia que en vez de ser negadas o

desplazadas, pueden ser puestas al servicio de un pro ceso de cambio.

En este escenario, el paciente designado “terapeuta fracasado” de su familia, se

encuentra con el terapeuta, a su vez terapeuta designado y fracasado” de la propria. De este

encuentro especular e isomorfo nace la transformación de un sistema que consiente al

paciente, ahora apoyado, de ser acompasado en su intento de ayudar a su propia familia”

(6).

Coldlank (11) al presentar una investigación sobre el rol de la familia de origen en la

vocación del terapeuta afirma que la idea que tal elección sea necesariamente ligada a una

familia de origen disfuncional pertenece al folklore y a la mitología de la terapia familiar

más que a resultados atendibles de la investigación Sin embargo, al comentar sus propios

resultados concluye a favor de la hipótesis que el terapeuta haya desempeñado funciones de

mediación y de unión en su familia de origen.

En una reciente monografía, Guy(14) proporciona una amplia y actualizada reseña

sobre los estudios relativos a los factores emocionales en la base de la elección profesional

de la psicoterapia:: de las consecuencias psicológicas de tal elección.

Aunque centrado en la figura del terapeuta individual, el libro de Guy es fuente de

sugestivas reflexiones también para los terapeutas de familia.

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Por ejemplo, el escenario de la familia de origen del terapeuta es descrito como

invariablemente prob1emático.

A juicio de los más acreditados investigadores, experiencias de aislamiento afectivo,

emarginación socio-económica religiosa o cultural, de separaciones experimentadas durante

la infancia serían antecedentes biográficos muy frecuente entre los terapeutas. Las madres y

los padres de los terapeutas son descriptos, a veces sombriamente, como un área relacional

problemática precoz. Las madres, a veces dominantes, agresivas, narcisistas e inseguras se

inclinarían a establecer una sólida y tácita alianza con el futuro terapeuta. Sharaf, citado por

Guy, retiene que la estrategia prevalente de control de las madres de los terapeutas consista

en atribuirles un rol de confidente y consejero. Los padres son descriptos como figuras

pasivas, ausentes, autoritarias, frecuentemente menos cultos y afirmados que sus hijos

terapeutas. La relación entre los padres, generalmente insatisfactoria para ambos, se vería

aventajada por la función amortiguadora de los conflictos, precozmente asumida por el

hijo, futuro terapeuta. Él asumiría funciones polivalentes de mediador, negociador,

mensajero y custodio de la unión familiar. Las consecuencias psicológicas de esta posición

clave en la familia consistirían en la búsqueda de un beneficio secundario y de un rol

neutral, super partes, aunque a costo de un cierto aislamiento afectivo. Si la atendibilidad de

estos estudios heterogéneos y confusos metodológicamente fuera confirmada, no quedaría

más que concluir a favor de la hipótesis “patógena” de la familia de origen del terapeuta y

de la motivación reparatoria de su e1ección profesional.

La familia actual

La familia actual, sustituye en el tiempo a la familia de origen y deviene un factor de

equilibrio frente a un excesivo compromiso en el área del self profesional. Guy subraya las

expectativas positivas que los terapeutas ponen en la familia actual: después de haber

transcurrido horas y horas ayudando a los otros a alcanzar una armonía familiar, esperan

obtener el mismo éxito para ellos mismos.

Él agrega considerando el hecho que muchos de ellos se han ocupa do también de

terapia familiar estudiándola y practicándola, y dedicando mucho tiempo al intento de

mejorar la situación matrimonial de los pacientes, parece razonable esperar que sus

relaciones conyugales sean más satisfactorias de cuanto sucede”.

Desgraciadamente, este pronóstico optimista a menudo no se cumple. El

aislamiento, la introversión, la actitud interpretativa “una experiencia embriagadora a la cual

es difícil renunciar” volverían al terapeuta un observador del propio matrimonio con

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nefastas consecuencias para la relación conyugal. Sus sentimientos de omnipotenciaa,

omniciencia y autoridad constituirían una barrera emocional a menudo para el partner.

Además la disponibilidad de tiempo para cultivar los afectos personales sería siempre muy

reducida. En el fracaso matrimonial que podría desencadenarse el terapeuta sería

inadecuado para enfrentar la crisis y adverso a una intervención específica Guy cita un

estudio personal según el cual al menos del 15% de los terapeutas con problemas

conyugales han hecho una terapia de pareja.

Si los cónyuges son ambos terapeutas, fenómeno siempre más frecuente, (14), los

riesgos y ventajas del matrimonio se incrementan aunque en general valoricen los aspectos

positivos de esta elección. A pesar de que sería lógico suponer que la familia actual de los

terapeutas debería ser más feliz que la media, muchas investigaciones sugieren lo

contrario.

La causa de estos fracasos familiares habría que buscarla en los efectos perniciosos

de la profesión “Según algunos -dice Guy-muchos factores relacionados al ejercicio de la

psicoterapia obstaculiza o dañan la pareja.

Entre estos factores señalamos el riesgo de la coincidencia entre red personal y red

profesional. A veces los confines entre estos dos sistemas se fragmentan configurando

arriesgadas sobreposiciones que generan acting-out recíproco y repercusiones negativas

para ambos sistemas.

Como ejemplo cito el caso de un terapeuta consultado por una familia en crisis de

divorcio, luego de la internación de la madre en una clínica, por una intensa depresión.

Los dos hijos, jóvenes adultos se enteran que desde hace un año su terapeuta es

amante del padre. El consultor debe enfrentar la crisis agravada por el natural rencor de los

hijos hacia la terapeuta y hacia el padre, quien insiste en presentarla como su compañera.

El consultor debe además señalar a la familia la grave incorrección deontológica

cometida, atribuyendo, no obstante, una connotación positiva al ‘exceso de celo” de la

colega. Esta habría tomado el lugar de la madre deprimida, en un contra acting—out,

habiendo percibido en la familia el sufrimiento por la pérdida del rol de esposa y madre.

Luego de algunos meses de terapia dedicados a la reinserción de la paciente en su familia,

el terapeuta trabaja separadamente con los dos subsistemas formados por el padre y los

hijos y la madre y los hijos. Luego de la separación de la pareja y aclarados con la ex

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terapeuta la causa de los errores terapéuticos, los hijos pueden aceptar con mayor distancia

afectiva la compañera del padre.

Un ejemplo muy claro de la confusión entre red personal y red profesional y de las

implicaciones emotivas y experiencias para el self de la terapeuta.

La red relacional profesional.

En un artículo sobre el trend emergente en terapia familiar, Hardy e Heller en 1990

(15) señalan que la difusión y el amplio crédito adquirido por esta disciplina han

contribuido a redefinir los objetivos de la formación relacional. Si antes se limitaba a

estimular al terapeuta a incluir la terapia familiar en su bagaje clínico, ahora se forman

terapeutas familiares como profesionales autónomos.

Estos autores indican otra orientación significativa respecto a la terapia para los

alumnos en formación. Al mensaje subliminal: “Utiliza la terapia familiar, pero para tí

mismo prefiere una terapia individual” se sustituye ahora, en muchos centros de

formación constante trabajo con la familia de origen del alumno como substitución de la

terapia individual, Claro que esta orientación genera muchos problemas como la

confusión entre los roles de formador, supervisor y terapeuta. Watson (18) retiene el

problema de la “dual relationship” debería ser reconsiderado ya que el núcleo de la

formación relacional se orienta cada vez más a la persona del terapeuta.

La posición de la Commission on Accreditation de la American Association for

Marriage and Family Therapy dice: «la supervisión debe ser claramente distinguible de la

psicoterapia o de las actividades didácticas y de training”. Tanto énfasis se entiende debido

a un problema particularmente importante para los terapeutas norteamericanos. En efecto,

las dual relationship y la violación de la confidencialidad son las acusaciones más frecuentes

que enfrentan en los juicios iniciados en su contra (8).

Durante los años de formación, el sistema formado por la red relacional profesional

adquiere, por causa de inevitables momentos de regresión, una fundamental importancia

para el crecimiento emocional de los alumnos. La capacidad de contención del grupo, junto

con el rol parental de los conductores, forma una “familia sustitutiva”, a veces con las

características de un grupo primario, donde reproponen vínculos y lealtades invisibles que

si no se elaboran adecuadamente, pueden obstaculizar la individuación y el

desprendimiento adecuados.

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En la fase siguiente, estos vínculos se consolidan en el entrecruzamiento de las

relaciones interprofesionales, pertenencia a escuelas terapéuticas y asociaciones científicas.

Los eventos vitales.

Debe también mencionarse el rol de los eventos vitales que pueden matizar y

condicionar la vida personal y profesional de los terapeutas, ya que contribuyen a definir su

identidad, el proyecto existencial y su destino.

Baltes, Reese y Lipsitt (3) organizan los eventos vitales significativos en tres

categorías: eventos normativos temporales, eventos normativos históricos y eventos

existenciales no normativos.

Al progresar la edad adulta, los eventos determinados por la historia disminuyen de

importancia mientras aumenta el valor de los eventos no normativos, aún cuando son

imprevisibles. La pérdida de familiares significativos, el matrimonio, la parentalidad,

eventuales divorcios y nuevas relaciones afectivas estables constituyen factores bastante

previsibles en la vida de un terapeuta. Al contrario, el empeoramiento, el suicidio o la

muerte aunque accidental de uno o más pacientes pueden configurarse en eventos

imprevisibles de dramática significatividad, causa a veces de graves perturbaciones de los

terapeutas.

La gran parte de los investigadores concuerda ‘en que una vida familiar armónica y

satisfactoria, a reparo de las invasiones de las relaciones profesionales, el desarrollo de

intereses personales como inclinaciones artísticas, hobbies y una vida social estimulante son

factores decisivos para garantizar el equilibrio psicológico del terapeuta.

INVESTIGACIONES PERSONALES

El interés hacia el tema de la elección Vocacional y el rol jugado por la familia del

terapeuta nos ha llevado a conducir algunas investigaciones natural sin la adecuada

neutralidad dado que indagador e indagado se asemejaban. Esta familiar afinidad nos invita

a ser particularmente prudentes respecto a los resultados. En los últimos años durante

seminarios sobre este tema, tuve la oportunidad de efectuar a unos 200 colegas dos

preguntas muy simples. La primera era:¿Qué querrías ser si no fueras psicoterapeuta? y la

segunda: ¿Qué rol jugabas en tu familia de origen, mediador u oveja negra?

A los entrevistados el mediador era descripto un “parental child” que aconseja,

media entre los conflictos, toma el puesto de uno de los padres, haciéndose cargo de la

familia como un pseudocónyuge como gobernador super partes que ejerce funciones

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ejecutivas. Su rol complementario, el de oveja negra se entendía come quien, igualmente

sensible a las tácitas demandas de la familia, se encarga de desviar los conflictos asumiendo

sobre s mismo la desestima de todos. A diferencia del mediador, no ejerce funciones

ejecutivas.

En todos los seminarios, la respuestas de los entrevistados fueron uniformes en

cuanto a la distribución de las respuestas a la segunda pregunta: el 66% respondió haber

ejercido funciones de mediador y el 34% de oveja negra. Es interesante se que si bien la

mayor parte de los entrevistados fueron colegas italianos, unos 30 colegas españoles e unos

40 argentinos dieron la misma proporción.

En cuanto a la primera pregunta, el 37,5% de los entrevistados indicó en alternativa

a la profesión respuestas vinculadas al arte: músico, cantante lírico, bailarina, poeta,

escritores, escultores, directores de cine y pintores.

El 31,6% indicó profesión liberal como arquitecto, arqueólogos, ingenieros,

veterinarios, pediatras, agrónomos y escribanos. Es remarcable que al menos la mitad de las

respuestas tuviese que ver con la expresión artística y que la figura del artesano recogiese el

10% de los consensos.

Además, se observó una sugestiva concordancia entre las respuestas merecerla que

una investigación especifica: el 10% del total indicó la respuesta de arquitecto—mediador

Esta investigación sugiere la hipótesis de que el terapeuta cultiva una percepción

positiva del self, caracterizada por creatividad y polivalencia funcional y que verosímilmente

considera su background familiar más como recurso que como una carga.

En otra investigación realizada en un instituto de formación por Grítti y

SAntangelo (13) fueron recogidos datos en un cuestionario ad hoc sobre la historia familiar,

la vocación y las experiencias profesionales de 73 alumnos.

Escriben los autores: “Nos parece que la relación entre la vocación del terapeuta y

su experiencia familiar sea materia compleja y para describirla fracasan las interpretaciones

lineales y reductivas.

Nos referimos a ambas hipótesis parciales que nos parecía entrever respecto a las

conexiones explicativas entre la familia de origen y la elección vocacional. Según La primera

hipótesis, la de los “Recursos negados” algunos terapeutas no reconocen que sus propias

actitudes y competencias fueron maduradas precisamente en su familia de origen, contexto

que nunca osaron indagar.

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En la segunda hipótesis, la del “determinismo patógeno’ todas las familias

disfuncionales y sólo ellas, producen competentes terapeutas de familia.

Sobre la base de estas premisas, los autores buscaron evidenciar los “patterns” que

conectan historias familiares de terapeutas, tan heterogéneas entre sí. En el cuestionario se

recogían informaciones verificables sobre el ciclo vital de la familia de origen, eventos

cruciales de ella, buscando una trama que conectase eventos y vivencias de modo tal que

pudiese explicar la germinación de la vocación en el seno de la familia.

Dado que los autores eran conscientes de que el cuestionario re fleja la subjetividad

del entrevistado, discutieron los resultados con terapeutas expertos que no habían

participado en la investigación. De este estudio emergía un perfil de la familia de origen

caracterizado por sólidos vínculos transgeneracionales y por frecuentes adversidades vitales

enfrentadas con éxito. Parecería que la historia de estas familias recaracterizaba por la

capacidad de gobernar la complejidad y el cambio. El futuro terapeuta parece haber

desempeñado funciones de garante del background familiar y a la vez promotor de las

transformaciones evolutivas en virtud de dos condiciones: una posición estratégica en la

prole respecto al ciclo vital y una clara determinación hacia la autonomía personal. La

imagen del terapeuta seria como la de un experto piloteador de la familia de origen hacia el

futuro, salvaguardando la identidad familiar en el curso de las generaciones.

Estas investigaciones parecen sostener más la tesis de que la familia de origen del

terapeuta sea más el terreno de sus observaciones y competencias que el crisol de sus

sufrimientos rescatados en la profesión.

Como síntesis del tema, en honor a la hora, diríamos que de esta variadas y

contradictorias referencias surge una imagen que tiende por un lado a modular ciertos

mitos rescatando las verdades sin un aura infranqueable y por el otro a rescatar la

importancia de experiencias intensas y aleccionadoras para ponerlas al servicio de nuestros

pacientes-

Parece emerger un perfil del terapeuta familiar que podríamos intentar describir. Él

o ella han experimentado precozmente la complejidad y la ambigüedad del vivir habiendo

adquirido una dolorosa conciencia a través de sus propias relaciones familiares. En sus

propias familias de origen han cultivado la ilusión del cambio en la continuidad y verificado

las resistencias a este mismo cambio, nutridas de lealtades invisibles, transgeneracionales,

dinámicas de poder y juegos comunicativos.

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Han buscado y a veces fallido una precoz emancipación y esta experiencia los ha

conducido a interrogarse sobre la versión internalizada de sus vicisitudes familiares. Han

deseado, a veces realizado, y no siempre aceptado una terapia personal, percibiendo

siempre una limitación del setting individual.Se han fogueado en la provocación de los

sistemas institucionales, destacando los isomorfismos con la familia y han prudentemente

elegido el campo familiar sin abandonar la esperanza de que el cambio de los contextos

interpersonales pueda promover un cambio en la sociedad. Han expuesto con coraje su

propio self a las solicitaciones afectivas de las relaciones humanas confiando en la propia

capacidad de establecer relaciones armónicas con el prójimo. A veces han saboreado el

fracaso de esta expectativa ingenua.

Han construido su propia familia corno un puerto seguro, al reparo de las

invasiones de la vida profesional, o como una palestra donde afinar sus propias estrategias

terapéuticas o también parcialmente como prótesis reparadora de fracturas emocionales

nunca cicatrizadas.

Engazados por la perturbadora imagen refleja de su propia familia interna han

confundido a veces entre su sefl personal y su self protesional.

No habiendo abandonado en los primeros tramos de la profesión continúan en la

brecha luciendo sus cicatrices con orgullo desencantado pero siempre con la ilusión de la

esperanza.

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