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CANOVAS, A., “La Muralla de Santa Eulalia” Tudmir, 1, 2009, 179-183

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CANOVAS, A., “La Muralla de Santa Eulalia” Tudmir, 1, 2009, 179-183

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  • TUDMRRevista del Museo de Santa Clara 1, Murcia, 2009

    Regin de MurciaConsejera de Cultura y Turismo

    PresidenteRamn Luis Valcrcel Siso

    Consejero de Cultura y TurismoPedro Alberto Cruz Snchez

    Director General de Bellas Artes y Bienes CulturalesEnrique Ujaldn Bentez

    Edita:Direccin General de Bellas Artes y Bienes CulturalesMuseo de Santa Clara de MurciaAvda. Alfonso X el Sabio, 130008 MurciaTlf.: 968 272 398

    Consejo de redaccin:Jos Miguel Noguera CeldrnM ngeles Gmez RdenasVirginia Page del PozoJorge A. Eiroa RodrguezJos Baos SerranoCarmen Martnez SalvadorRafael Azuar RuizVirgilio Martnez EnamoradoFrancisco J. Navarro Surez

    Direccin y coordinacin:Luis E. de Miquel Santed

    Adjunta a coordinacin: M Encarnacin Ortiz Gonzlez-Conde

    ISSN: XXXXXXXXDepsito Legal: MU-1628-2009

    Diseo de cubierta:Begoa Carrasco Martnez

    Diseo y gestin editorial:Ligia Comunicacin y Tecnologa, [email protected]

  • NDICE

    ARTCULOS

    UNA PROPUESTA DE ANLISIS DE LA ARQUEOLOGA DEL PAISAJE. REFLEXIONES TERICAS YUN CASO CONCRETO DE APLICACIN

    Antonio Malpica Cuello ........................................................................................................................................ 9

    LA ARQUEOLOGA MUSULMANA EN JUMILLA: ESTADO DE LA CUESTINEmiliano Hernndez Carrin .............................................................................................................................. 29

    UN CASTILLO OMEYA EN MORATALLA? ESTUDIO ARQUITECTNICO Y CONTEXTUALIZACIN DEL CASTILLO DEPRIEGO (MORATALLA, MURCIA)Antonio Vicente Frey Snchez ............................................................................................................................ 41

    EL PASAJE CORNICO LXI, 13 COMO RECURSO EPIGRFICO. UN ANLISIS A PARTIR DE SU APARICIN EN LABANDERA DE MAZARRNVirgilio Martnez Enamorado .............................................................................................................................. 53

    TEXTOS RABES ACERCA DEL RO DE TUDMRAlfonso Carmona ................................................................................................................................................ 61

    YAKKA: UN CASTILLO DE SARQ AL-ANDALUS EN LOS SIGLOS XII Y XIII. APROXIMACIN HISTRICA AL POBLAMIENTO ALMOHADE EN YECLA (MURCIA)Liborio Ruiz Molina .............................................................................................................................................. 77

    EL AJUAR ATESORADO Y OCULTA DO POR UN LINAJE ANDALUS DE LITOR: UN HALLAZGO SE LLADO YHOMOGNEO DE UN ASENTAMIENTO RURAL PERTENE CIENTE A LA CORA DE TUDMRAlfonso Robles Fernndez ................................................................................................................................ 139

    REMARQUES SUR QUELQUES FRAGMENTS DE PEINTURE MURALE TROUVS MURCIEFatma Dahmani.................................................................................................................................................. 163

    NOTICIAS

    LA MURALLA DE SANTA EULALIAAndrs Cnovas ................................................................................................................................................ 179

    LA MURCIA MEDIEVAL: BIBLIOGRAFA PUBLICADA ENTRE 2005-2007Encarnacin Ortiz Gonzlez-Conde .................................................................................................................. 183

    ESTRUCTURA Y ORGANIZACIN DEL NUEVO MUSEO DE SANTA CLARA DE MURCIALuis E. de Miquel Santed .................................................................................................................................. 199

    LAS VISITAS GUIADAS AL MUSEO DE SANTA CLARA: UN CONCEPTO GENERADORTrinidad Marn Prez Francisco Pealver Rodrguez Isabel Martnez Ballester Eva Noguera Celdrn ............ 203

  • VISITAS ESCOLARES AL MUSEO DE SANTA CLARA EN CONMEMORACIN DEL DA INTERNACIONALDEL MUSEO 2007Encarnacin Ortiz Gonzlez-Conde .................................................................................................................. 205

    APLICACIN DEL SISTEMA DE DOCUMENTACIN Y GESTIN MUSEOGRFICA DOMUS EN LA SECCIN DEARQUEOLOGA DE LA COLECCIN PERMANENTE DEL MUSEO DE SANTA CLARA LA REAL (MURCIA)Juan Antonio Marn de Espinosa Snchez ........................................................................................................ 209

  • ARTCULOSTUDMR

  • Tudmr 1, Murcia, 2009, pp. 9-28

    RESUMEN

    El objetivo de este texto es analizar los fundamentostericos de la llamada arqueologa del paisaje, reali-zar un balance de la disciplina y proponer un enfo-que metodolgico a partir del estudio de una zona dela Vega de Granada.

    PALABRAS CLAVE

    Paisajes histricos, propuestas metodolgicas, AltaEdad Media, Vega de Granada.

    SUMMARY

    The aim of this paper is to analyze, the theorethicalbackground of Landscape Archaeology, think about,state of art and propose a specific approach to studyan area of the Vega of Granada.

    KEY WORDS

    Historical landscapes, Methodological approach,High Middle Ages, Vega of Granada.

    UNA PROPUESTA DE ANLISIS DE LA ARQUEOLOGADEL PAISAJE. REFLEXIONES TERICAS Y UN CASO CONCRETO DE APLICACIN

    Antonio Malpica CuelloUniversidad de Granada [email protected]

  • 1. INTRODUCCIN

    Una aproximacin a la realidad histrica que esla relacin del hombre, en cuanto ser social, conla naturaleza, con el medio fsico, se puedehacer a partir de lo que se ha dado en llamar ar-queologa del paisaje.

    No cabe duda de que ese acercamiento puedepartir de las fuentes escritas. Aunque han sidohabitualmente el punto de partida nico de laelaboracin histrica, hasta tal extremo de quela calidad de una sociedad vena marcada por la escritura, verdadero arte de una minora hastala aparicin y difusin de la galaxia Gtenberg,no se debe despreciar cmo una corriente de ar-quelogos a veces ha planteado su utilizacin ysu anlisis.

    Como punto de partida puede ser interesante re-conocer los hitos que nos marcan. Muchos tex-tos reflejan la realidad espacial que rodea a losgrandes personajes y acontecimientos, a los prin-cipales escenarios que nos refieren comnmente.

    No debemos llamarnos a engao. Con frecuenciala propia arqueologa ha estado ms atenta a losobjetos excepcionales que al escenario en dondese desarrollan y se han desarrollado las activida-des productivas de la colectividad humana, esasque dejan sus huellas en el espacio por su formade organizarlo y en el medio fsico, determi-nando su cualidad y la intensidad de su uso.

    De todo ello se puede derivar una nueva concep-cin no ya de la historia atenta slo a los testimo-nios escritos, ni tampoco de la arqueologa sujetaal valor de los artefactos, sino de una globalidadque denominamos conocimiento histrico.

    Para ello ha sido determinante un salto cualitativoan no suficientemente medido que pone el nfa-sis en la necesidad de entender las acciones hu-manas ms comunes y elementales, capaces dedotar de protagonismo a los hombres en cuantoconjunto, no como individuos, ni siquiera comosuma de ellos. Por eso, el cambio no es slo del

    trabajo del historiador y/o arquelogo, sino delconcepto mismo de ciencia y de patrimonio.La necesidad de conocer la vida material y el re-chazo de una concepcin, incluso arqueolgica,tendente a poner de relieve las grandes obras de lahumanidad, fruto evidentemente del trabajo de losms, pero usurpado por los que tenan derecho adisfrutar del ocio1, es lo que est en el origen deesa transformacin.

    As, la propia arqueologa ha dado un salto cuali-tativo an no suficientemente medido. No buscaya un anlisis formal ni mucho menos se con-forma con una taxonoma como elementos nicosy exclusivos de su quehacer, sino que tiene unaprctica historiogrfica que le es propia y ofreceuna discusin metodolgica de amplio alcance.Deja a un lado su carcter auxiliar y se integra enun peldao superior de las ciencias humanas. Laarqueologa pasa a ocuparse, dentro evidente-mente de la gran evolucin del concepto de histo-ria al que hemos asistido en los ltimos tiempos,no slo de los lugares de residencia, sino de losespacios productivos. Mide, por tanto, la capaci-dad humana para transformar, adecuar y adaptar elmedio fsico a las necesidades sociales. Por tanto,tiene una dimensin histrica de primera magni-tud. No se han desarrollado tales actividades de lamisma forma en los distintos perodos.

    Son numerosas las formas de aproximacin quese han planteado, con denominaciones distintas,que en realidad no slo son cuestiones de nom-bres, sino de planteamientos metodolgicos yepistemolgicos.

    As, se ha formulado la existencia de una ar-queologa agraria, capaz de ilustrarnos sobre lavida agrcola y la organizacin de los campos,tanto desde una perspectiva puramente arqueo-lgica, como de laboratorio2.

    En realidad, las nuevas concepciones de la his-toria agraria, que aproximan la agricultura a losestudios ecolgicos3, pues los campos cultiva-dos son agroecosistemas en (o al lado de) eco-sistemas, nos obliga a plantear la necesidad de

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  • UNA PROPUESTA DE ANLISIS DE LA ARQUEOLOGA DEL PAISAJE

    integrar la llamada arqueologa agraria, como ladenominada arqueologa hidrulica, de la quehablaremos a continuacin, en una mayor com-plejidad que se puede definir a partir de la ar-queologa del paisaje.

    La arqueologa hidrulica4 es una rama dedicadaal estudio de los sistemas agrcolas de regado.Parte de la idea, que ha adquirido carta de natu-raleza, de que los campos irrigados sirven paraconocer el mundo campesino con ms fiabili-dad que las reas de residencia. Las afirmacio-nes de Miquel Barcel son, como es habitual enl, suficientemente expresivas y claras paratener una idea precisa de lo que entiende por ar-queologa hidrulica. Parte de una idea central:la concepcin rigurosa de que el espacio irri-gado no tiene slo una identidad tecnolgicasino que es sobre todo una opcin social5.

    Y, de manera inmediata, profundiza en la idea.

    Es, claramente, el resultado de una decisinsocial que produce formas especficas delproceso de trabajo e impone tambin condi-ciones especficas de organizacin social. Eneste sentido, los espacios irrigados son arte-factos, el estudio de los cuales puede pro-porcionar informacin de calidad sobre ladistribucin social del agua plasmada de al-guna manera en el permetro de riego. El dis-cernimiento de esta informacin requiere unminucioso trabajo de campo que permita unaadecuada comprensin del funcionamientodel sistema, de cmo ha sido producido yqu criterios han regido su produccin6.

    Queda bien expresado que la arqueologa que sepostula est directamente implicada en el debatehistoriogrfico. Sobre ella se ha escrito:

    ... la llamada arqueologa hidrulica, una deesas aplicaciones especializadas que pode-mos denominar arqueologa de alcancemedio, que por s mismas no conducen a lainterpretacin histrica global y que, a me-

    nudo, slo colaboran a la atomizacin del conocimiento7.

    Hay que considerar, con todo, que la llamada ar-queologa hidrulica debe entenderse slo unaparte de un complejo mayor de conocimientosque ha de integrarse en un debate de mayor al-cance. Quizs haya que incluirla en lo que se de-nomina arqueologa del paisaje, como iremosviendo.

    Con frecuencia se menciona la arqueologa ex-tensiva, que hay que considerarla ms por susmtodos que por sus objetivos propiamente di-chos. Es lo que expresan A. Bazzana y P. Gui-chard en una definicin sencilla, pero no por ellomenos inteligente:

    Larchologie extensive na dexistence rellequapplique des problmes prcis: il ya desmthodes imposibles, dautres qui sont inti-les; il est vain de vouloir tout engranger. Aussi,certe archologie sexerce-t-elle en surface(faut-il, ou non, y intgrer le sondage, suscep-tible de donner un corortage chronologi-que?), avec les mthodes dobservation(photographie satellitaire ou ariennem pho-togrammtrie, prospection au sol) ou da-nalyse (inventaire monumental, tudesarchitecturales, relevs topographiques, ra-massages systmatiques), propuse rpon-dre la question pose, ou du moinsfournissebte les lements dune rponse qui,de toute faon, sera une construction intellec-tuelle aboutissant, au del de la description etde lanalyse, la vision synthtise et au mo-dle. Plus quun graphein, elle est un logos8.

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    1 CARANDINI, 1984.2 GUILLAUME, 1991.3 MARTNEZ y SCHLPMANN, 1992 y SEVILLA y GONZLEZ DEMOLINA, 1993.4 KIRCHNER y NAVARRO, 1993.5 BARCEL, 1989, espec. p. XV.6 BARCEL, 1989, espec. p. XVI.7 RAMOS, 2003.8 BAZZANA y GUICHARD, 1986, espec. p. 176.

  • Dicho de una manera clara y precisa: las mlti-ples tcnicas tienen que estar al servicio del co-nocimiento histrico, que surge en este caso delestudio de los restos materiales del pasado in-sertos en el paisaje hasta el punto de confor-marlo. Por todo ello, es preferible denominarlaarqueologa del paisaje, que tiene un contenidoms denso. Para conseguir establecer unas pau-tas de anlisis hay que entrar en una primera de-finicin de lo que entendemos por paisaje y decmo la arqueologa se ocupa de l.

    2. EL PAISAJE Y SU DEFINICIN

    Los procesos de trabajo, la actividad econmica,se debe de singularizar como una accin socialque se mide tambin en un proceso de inter-cambio de energa con la naturaleza9. En elmedio geogrfico se desarrolla tal actividad eco-nmica. Por ello, su estudio es bsico, pues en lqueda constancia de las distintas relaciones quese establecen a lo largo de la historia. Ms an,los diferentes elementos que lo componen y sumisma estructura juegan un importante papel enlas condiciones sociales. Ahora bien, quedaclaro que el medio geogrfico se halla modifi-cado por dos tipos de fuerzas: por las fuerzas dela naturaleza y por las fuerzas sociales de pro-duccin en funcin de los recursos naturales yde los procesos que se operan en el medio geo-grfico. El reflejo exterior del medio geogrficoes lo que llamamos paisaje.

    El paisaje es un conjunto que puede ser analizado.Se detectan tres componentes que lo integran10.

    En primer lugar hay que hablar de las fuerzas f-sicas que configuran continentes y mares, mo-delan el relieve y asimismo dan lugar a losciclos geoqumicos y a las transferencias deenerga por la hidrosfera y la atmsfera en losprocesos climticos. ste es el escenario en elque estn como actores los seres vivos, que sehan ido adaptando al medio ambiente y lo hanido tambin configurando. Hace ms de 3.000

    millones de aos que aparecieron sobre el pla-neta. De entre los seres vivos son los hombreslos protagonistas ms importantes, porque pue-den acumular experiencias y relacionarse so-cialmente, modificando el medio fsico yadaptndolo a sus intereses.

    El paisaje es ante todo, aunque no exclusiva-mente, lo que se ve, una realidad vista por observadores. Es, por tanto, una compleja expe-riencia vista, o, mejor dicho, sensorial. Difiere siquienes lo observan son productores o consu-midores de l11. Podramos aadir que, adems,es un fenmeno total, un sistema, cuyo equili-brio es fruto de cambios incesantes. As pues,no se puede analizar como un estado fijo, sinocomo un movimiento12.

    De lo dicho hasta aqu, siguiendo a uno de losms importantes investigadores del paisaje desdeuna perspectiva ecolgica, podemos distinguirentre fenosistema y criptosistema13. Aqul es unconjunto de componentes perceptibles, mientrasque ste es de ms difcil observacin, pero quees preciso para la comprensin global del geosis-tema. Es decir, el paisaje es una realidad fsica,pero igualmente humana, sujeta a interpretacio-nes de tipo cientfico, claramente pluridisciplinar,psicolgicas e ideolgicas. Depende su interpre-tacin de la manifestacin de los elementos quelo integran y de la capacidad de conocer aquellosotros que permanecen ocultos.

    Enric Tello ha definido con claridad y precisinel paisaje:

    El paisaje es una construccin humana. Lla-mamos paisaje al aspecto de un territorio. Elpaisaje existe en la medida que alguien lo miray lo interpreta para desarrollar algn propsito(econmico, esttico, ldico, etc.). No existi-ra sin la mediacin del ojo, la mente y lamano. Como marco de la actividad humana yescenario de su vida social el paisaje agrario,y los paisajes humanos en general, son unaconstruccin histrica resultante de la interac-

    ANTONIO MALPICA CUELLO

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  • UNA PROPUESTA DE ANLISIS DE LA ARQUEOLOGA DEL PAISAJE

    cin entre los factores biticos y abiticos delmedio natural, los usos de esas capacidadespara sustentar el metabolismo econmico delas sociedades humanas, y los impactos dura-deros de esa intervencin antrpica sobre elmedio. Es el trabajo humano el que crea lospaisajes, al modificar la sucesin natural ymantener estados antrpicos intermedios con-venientes y previsibles para los seres huma-nos. El paisaje es un algoritmo socioecolgico.Sin intervencin antrpica ni fines humanosno habra paisaje. Slo ecosistemas14.

    El paisaje es fruto de una evolucin y puede co-nocerse a partir de una tcnica adecuada. Hayelementos fosilizados y otros vivos, que siguensiendo incluso fundamentales para el funciona-miento de un conjunto dado. El acelerado ritmode los cambios en los ltimos tiempos pone enpeligro esa posibilidad, porque las transforma-ciones son muy importantes y alteran de maneradecisiva e irreversible no slo los componentes,sino incluso el conjunto. Para conseguir detectaren un paisaje actual las realidades del pasado,su evolucin e incluso su futuro, es necesariauna tcnica adecuada, ordenada en una metodo-loga precisa. Pero no slo contamos con su ob-servacin, por muy ajustada a nuestrospropsitos que sea, sino que hay que tener encuenta otras visiones. As, Josefina GmezMendoza ha escrito:

    Pero la naturaleza y el paisaje no son patri-monio de los estudiosos. Mltiples actitudesy mltiples formas de percibir, de apreciar y de obrar se han desplegado frente a ellos yhan dejado sobre ellos impresa su huella.Leer y comprender el paisaje entraa, pues,intentar complejas operaciones de descodi-ficacin y de interpretacin.El discurso cientfico y tcnico se ha alejadocada vez ms de los saberes comunes, tradi-cionales y populares15.

    El paisaje, pues, se debe de entender como unespacio en el que conviven sus protagonistas y

    lo perciben de manera muy diferente. Por esomismo, se ha escrito que el espacio

    engloba todas las relaciones sociales y hu-manas y todos los hechos fsicos que se ha-llan a nuestro alcance estn contenidos en l.El espacio es, pues, la situacin fsica en laque se producen todas las relaciones huma-nas y sociales16.

    Recordemos de nuevo que el paisaje es un lugarde encuentro entre disciplinas tradicionalmentedemasiado o incluso radicalmente separadas.Para su interpretacin hemos de contar con elconcepto clave de historia en su sentido ms am-plio. Un eclogo ha escrito

    Como el retrato de Dorian Gray, los paisajescomponen sus rostros con las cicatrices deltiempo, con las marcas de los procesos fsi-cos, biolgicos y culturales que los han con-formado. Viajar en el paisaje es tambin puesviajar hacia el paisaje17.

    El debate ha de ser fundamentalmente histrico,que no quiere decir procedente de forma exclu-siva. Hay algunas cuestiones a plantear, aunqueno entremos en consideraciones de mayor en-vergadura. La primera es cmo la historia con-templa el problema del espacio. La segunda qupapel corresponde a la arqueologa. Finalmentese tiene que establecer qu tcnicas de trabajohan de utilizarse de forma preferente y prctica-mente exclusiva para la arqueologa que se debede emplear, la que denominamos arqueologadel paisaje. Desde luego es una arqueologacompletamente nueva. Su desarrollo, que hunde

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    9 KULA, 1975, p. 521.10 RUIZ, 1993. 11 FOURNEAU, 1989, espec. p. 21.12 FOURNEAU, 1989, p. 22.13 GONZLEZ, 1981.14 TELLO, 1999, espec. p. 196.15 GMEZ, 1989, espec. p. 64.16 SNCHEZ, 1981, p. 21.17 RUIZ, 1993, p. 12.

  • sus races en una concepcin antropolgica ymaterialista, aunque a veces esos dos conceptoshayan aparecido contrapuestos en sus usos y ensus elaboraciones tericas, ha cambiado inclusolas tcnicas de trabajo.

    3. LA ARQUEOLOGA DEL PAISAJE

    En la arqueologa del paisaje se muestra con cla-ridad todo lo que venimos sealando. Es verdadque no contamos con una definicin precisa deltrmino, pues, como seala Graeme Barker

    Non c una definizione accettata di archeo-logia del paesaggio, ma penso che per lamaggioranza degli archeologi il termineabbia assunto il significato di studio archeo-logico del rapporto tra le persone e lam-biente in cui abitavano18.

    Aparentemente una definicin elemental, peroms que suficiente para operar conceptualmentecon ella y de la que se derivan cuestiones meto-dolgicas de importancia. Ante todo, siguiendoal mismo Barker:

    Lo studio del paesaggio archeologico ab-braccia oggi una gamma molto ampia di tec-niche, alcune specificamente archeologiche,altre prese in prestito o adattate dalla geo-grafia umana e fisica, come per esempio lafotografia aerea e, pi recentemente, il rile-vamento a distanza via satellite; lo Studio deisistemi di insediamento per mezzo di ricog-nizioni in superficie e lo Studio dei monu-menti esistenti nella campagna: lo studiodella localit, lanalisi del catchment disingoli sitti e lanalisi spaziale di reti di siti,la ricostruzione paleoambientale attraversolanalisi delle polline, la geomorfologa edaltre scienze della Terra. Inoltre, lo studio diun paessaggio dellantichit per essere com-pleto deve anche comprendere normali scavie lanalisi di tutti i dati ottenuti, sia biologicisia dei manufatti e, per quanto riguarda i pe-

    riodi storici, lintegrazione dellarcheologiacon le ricerche documentarie19.

    Abarca prcticamente todo y eso no se puededefender conceptualmente. Es necesario esta-blecer una cierta jerarqua. Dicho de una maneraclara y precisa: las mltiples tcnicas tienen que estar al servicio del conocimiento histrico,que surge en este caso del estudio de los restosmateriales del pasado insertos en el paisaje hastael punto de conformarlo. En ese sentido no sedebe de atender a una acumulacin de datos delmismo, sino a su anlisis. Lo que ocurre es que,como ya se ha visto, el paisaje es un sistemacomplejo y en constante cambio, por lo que co-nocer las huellas de un pasado en l obliga a unaaproximacin multidisciplinar y a una perspec-tiva diacrnica, en lnea con lo que afirma jus-tamente el ya citado Graeme Barker:

    Le due fondamentali esigenze dellarcheolo-gia del paesaggio sono probabilmente la pros-pettiva diacronica, o che copre periodi diversi,e lapproccio eclettico e plurisdiciplinare20.

    Ya hemos hablado del concurso de diversas ma-terias, sobre lo que hay que insistir, y, luego,analizaremos el problema de su perspectivatemporal, que no slo significa la necesidad dereconocer los diferentes paisajes, sino sus trans-formaciones y pervivencias. As cobra sentidotambin el tema del mtodo progresivo y el re-gresivo, esenciales ambos para determinar loque es un paisaje21.

    No se postula, evidentemente, una mera des-cripcin de los elementos que lo conforman yque se integran en l. Se trata de plantear hip-tesis de trabajo, no su mera contrastacin. Endefinitiva, puede surgir un conflicto muy exten-dido en el panorama actual del pensamiento, elde la relacin ciencia/tcnica, o, en un sentidoms amplio, teora/prctica cientfica. A todoello hay que aadir que los anlisis se hacen enuna dinmica permanente de confrontacin que,de manera clara, repercute en el medio fsico.

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  • UNA PROPUESTA DE ANLISIS DE LA ARQUEOLOGA DEL PAISAJE

    La dimensin que adquiere el debate intelectualsurgido de esta nueva concepcin nos permiteuna autntica transformacin de los valores con-siderados tradicionales. De un lado, es precisoconocer la realidad vivida por unos hombres queocupan un espacio fsico y lo hacen suyo, orga-nizndolo y dndole una dimensin poltica, elterritorio. Se vertebra a travs de los asenta-mientos que no son nicamente lugares de ha-bitacin, sino tambin reas de produccin demuy diferentes caracterizaciones. En seguidasurge el problema de la relacin con el medio f-sico y, en consecuencia, su expresin a travsdel medio geogrfico, cuya plasmacin oculta,pero al mismo tiempo visible, es el paisaje.

    De otro lado, es necesario conocer la visin quetienen de l quienes lo han contemplado. En talcaso, al expresarse la sociedad de manera multi-forme en sus concepciones, habr que acudir a di-versas fuentes. Ya es tradicional el recurso a laiconografa, como hizo Emilio Sereni para el casoitaliano22, pero tambin a las fuentes escritas,como ha hecho, entre otros, Vito Fumagalli23.

    Sin duda la reconstruccin definitiva de ese pai-saje es responsabilidad directa de la arqueolo-ga, con el empleo de diferentes tcnicas, pero elanlisis de la vivencia del paisaje no se puedellevar a cabo slo con datos arqueolgicos, puesen ese caso el componente ideolgico es funda-mental. Algo similar ocurre, aunque en menormedida, con la manera de organizar el espacio,ya que intervienen factores de tipo jurdico ypoltico que definen a cada sociedad. Y todosellos se han de conocer a travs de la documen-tacin escrita. El problema est en determinarcundo empieza una materia y termina otra, sies que es posible plantear una separacin netaentre ellas.

    De lo que no cabe duda es de que la arqueologadel paisaje se basa primordialmente en tcnicaspropiamente arqueolgicas, sobre todo en laprospeccin. Aunque en principio se planteecomo el simple reconocimiento del terreno, no

    tarda en complicar sus tcnicas de trabajo, sibien mantiene sus objetivos: el reconocimientode las huellas de las sociedades humanas en elpaisaje.

    De esta complejidad, no exenta de una gran so-fisticacin tcnica, surge cada vez ms la ideade que la prospeccin permite recuperar unaparte importante del registro arqueolgico ysirve documentos para el conocimiento hist-rico. El grado de aplicacin de cada tcnica y lamedida de su espacio es fundamental para com-prender los resultados que se pretenden obtener.

    Es cierto que la prospeccin, en cuanto tcnicaque resume y abarca muy diversas experienciasy trabajos, atiende al estudio de la ocupacindel espacio y a su organizacin por parte de loshombres a lo largo de la historia. Su bsqueda,en principio, es de asentamientos humanos, quese plasman sobre todo en los lugares de resi-dencia. No es menos evidente, sin embargo,que stos son incomprensibles sin conocer losespacios productivos que les dan sentido real.La aparicin de un concepto nuevo en arqueo-loga, del que son responsables fundamental-mente los prehistoriadores, especialmenteinteresados en el tema a partir de 1970 por losanlisis de Vita Finzi y Higgs24, cual es el desite cahcment analisis, ha generado una nece-sidad creciente de aplicarlo en diversas socie-dades. En sntesis muy apretada, la propuestaes que el territorio es explotado de acuerdo conla relacin costes/beneficios, por lo que la dis-tancia es sustancial para aprovecharlo. As,para un grupo cazador-recolector su distanciamxima sera de 10 km, o lo que es lo mismo,de dos horas de caminata, mientras que parauna comunidad agrcola sedentaria el rea de

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    18 BARKER, 1986, espec. p. 7.19 BARKER, 1986, p. 7.20 BARKER, 1986, p. 8.21 KULA, 1975, pp. 521-522.22 SERENI, 1961.23 FUMAGALLI, 1989.24 VITA y HIGGS, 1970.

  • explotacin llegara a 5 km, siendo cuanto mscercana ms intenso ser el cultivo de la tierra.El anlisis del aprovisionamiento no queda re-ducido a este planteamiento, sino que los re-cursos naturales y su aprovechamiento ocupanun lugar importante en relacin con el valorque tengan, como es conocido en el caso de lahulla. De todo ello se deriva que la instalacinde las poblaciones est mediatizada por talesrecursos y asimismo por las relaciones que es-tablecen entre ellas.

    Queda implcita una cuestin: cada sociedadtiene una forma de organizar el espacio. En con-secuencia, su instalacin en el medio fsico esdistinta. Por ello habr que entender el funcio-namiento, por ejemplo, de la sociedad feudal, ode la andalus, para poder identificar los asenta-mientos, y viceversa. Esta regla, por supuesto,no es de aplicacin mecnica. En tal sentido seha expresado Bruno DAgostino:

    Sul piano operativo, queste genere dindagini,con la applicazione sistematica del survey, adeterminato uno straordinario incremento diconoscenza In ambito teorico non si punascondere che le Site Catchment Anlisis ri-sente di una excesiva ridigit nella concezionedel territorio; il suo quadro di referimento, utileper societ molto semplici, si revela inade-guato appena ci si trovi dei fronte a situazzionisocio-economiche un po pi complesse25.

    Y ms adelante aade:

    Il bacino di sussitenza di una comunit umanapu sututturarsi secondo sistema di comple-mentariet difcilmente riconducibili a situa-zioni geografiche semplici e prevedibili26.

    Esta cuestin no es balad, porque es cierto que,por poco que se desee, un anlisis de un territo-rio debe conducirse a partir de una teorizacinprevia, lo que no quiere decir que se reproduzcaen el terreno de forma mecnica un esquemapreviamente elaborado. En tal sentido, la discu-

    sin sobre la prevalencia o no del registro ar-queolgico sobre el textual es absurda.

    Al mismo tiempo, la necesidad de conocer losasentamientos y los espacios productivos y noproductivos en los que se encuentran significa demanera inmediata hallar restos y vestigios de lasactividades humanas a lo largo de toda la histo-ria. La seleccin debe venir dada por el problematerico enunciado, si bien es imprescindible queen el proceso de recogida de datos se opere conla mxima fiabilidad en la recuperacin del re-gistro arqueolgico. Con razn ha sealadoGraeme Barker:

    Considerare prima di tutto la questione cro-nologica, anche se una particolare fase cul-turale, il principale punto di interesse diuna ricognizione, e ignorare i principaligruppi di archeologia di superficie meto-dologicamente pericoloso e spesso sempli-cemente inefficiente27.

    La tcnica de la prospeccin arqueolgica, queno significa ni mucho menos nicamente laidentificacin de yacimientos, es esencial paraestablecer las bases elementales de nuestro tra-bajo. De nuevo acudamos a Graeme Barker queescribe estas palabras que hacemos propias:

    Per mezzo delle ricognizioni archeologichesi possono raccogliere informazioni circa iprocessi socio-economici e ambientali veri-ficatisi durante milleni di insediamento suscala regionale28.

    As pues, la arqueologa que trabaja en superfi-cie se ha revelado como un mtodo de anlisisde primera magnitud, aumentando en su impor-tancia por el desarrollo de la nocin de la ar-queologa del paisaje.

    Ms que la utilizacin de tal o cual tcnica, puesen realidad se emplean las mximas posibles,importa definir el territorio, en cuya eleccinentra de manera decisiva el problema que se

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    pretende solucionar. A este respecto hay quedecir que no es posible esperar un examen totalde un espacio fsico, por lo que la seleccin dela intensidad es la siguiente cuestin a dilucidar,en estrecha relacin con la primera ya enun-ciada. De nuevo acudimos a Graeme Barker:

    Forse, la decisione pi importante nel proget-tare una ricongnizione riguarda la determina-zione dellintensit della copertura, perch laprima regola di una ricognizione archeologica che il metodo di copertura determina il ge-nere di una archeologia che si trover; e, piatentamente si guarda, pi si vede29.

    Una cosa es cierta, del modo en que se examinael paisaje surge un debate que va ms all de lasmeras cuestiones tcnicas. Sin embargo, la apli-cacin de las mismas al anlisis territorial pro-duce un conocimiento de gran densidad. Obligaa relacionar los asentamientos entre s, pero tam-bin, y de manera muy importante, con elmedio. Mientras aqullos se fosilizan convir-tindose en yacimientos, en algunos casos enmonumentos, ste evoluciona y contina trans-formndose. La adecuacin del estudio de losyacimientos al anlisis del paisaje no es unatarea fcil, pero es cada vez ms urgente, por-que de otra manera nuestra concepcin de la ar-queologa y del patrimonio quedaran muymermadas.

    En realidad, los multiplicacin de casos con-cretos puede permitir afinar las tcnicas de tra-bajo y generar una reflexin terica cada vezms necesaria. En tal sentido, la creciente prc-tica de la denominada arqueologa hidrulica haido desarrollando un conocimiento que la apro-xima a la arqueologa agraria. No obstante, elanlisis del paisaje no se ha desarrollado comoen otros mbitos europeos en los que es unaprctica habitual.

    Ahora bien, hay dos cuestiones que conviene se-alar. La primera es la necesidad de desarrolareste tipo de arqueologa desde una prctica en la

    que los Sistemas de Informacin Geogrfica(GIS) y las aplicaciones informticas tengan unpapel destacado30. Es la nica forma de atendera una gestin de los datos suficiente y capaz deordenarlos y referirlos de manera inmediata alterritorio. Obliga al arquelogo, como muy bienplante Riccardo Francovich, a entrar en el do-minio de las ciencias naturales y de la tecnologa,si bien su formacin es claramente humanista. Yese paso no es fcil de dar para las generacionesque hicieron el trasvase del debate propiamentehistoriogrfico al claramente arqueolgico. Sonmuy estimulantes muchas de las pginas escri-tas por T. Mannoni junto a E.Giannichedda en elya clebre libro sobre la arqueologa de la pro-duccin31, y un brillante artculo del que es autorel primero de los autores citados recogido en unapublicacin editada por Raffaella Carta32. Peroeste debate, lejos de cerrarse, no ha hecho sinoempezar, como sabemos todos los que hemostrabajado en arqueologa de campo en los lti-mos decenios.

    La segunda cuestin es la conveniencia de exa-minar los paisajes desde una perspectiva hist-rica, no olvidando que, en definitiva, es elobjetivo ltimo que se debe proponer la arqueo-loga del paisaje. En ese sentido hay que tener encuenta que la documentacin escrita, practicandoel mtodo regresivo, nos puede dar una informa-cin preciosa para conseguir la reconstruccin delos paisajes y su evolucin histrica33.

    El equilibrio entre ambas prcticas, una tcnicadepurada y un debate histrico, no es fcil. Esta-

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    25 DAGOSTINO, 1992, espec. p. 19.26 DAGOSTINO, 1992, p. 19.27 BARKER, 1988, p. 8.28 BARKER, 1988, p. 137.29 BARKER, 1988, p. 139.30 Una aproximacin genrica, de entre otras muchas, es la rea -lizada por MARTN, 2007. En cualquier caso, sigue siendo delectura imprescindible el artculo de FRANCOVICH, 1999.31 MANNONI y GIANNICHEDDA, 1996. Hay versin espaola: Ar-queologa de la produccin, Barcelona, 2003.32 MANNONI, 2005.33 VERD CANO, 2008 (e. p.).

  • mos ciertamente necesitados de sistemas de apro-ximacin a la organizacin del territorio y de losasentamientos, que obligatoriamente deben tras-cender la mera relacin mecnica entre ellos ycon respecto al territorio, que es lo habitual, perono menos de un anlisis histrico que supere lamera recopilacin de datos y su ordenacin.

    Es evidente que un arquelogo, teniendo en cuentalos tiempos en que vivimos, el avance de la cien-cia y de las tcnicas, y, lo que es ms significativoy apenas se tiene en cuenta, la imparable destruc-cin de yacimientos y transformaciones del pai-saje, no tiene por s mismo recursos para pasar de un determinado nivel. Urge, pues, una toma depostura, a la que los arquelogos hemos de contri-buir especialmente, pero desde luego trasciendenuestra capacidad de decisin y afecta, ms all delos polticos y de la propia administracin, al con-junto de la ciudadana.

    Respecto a estos conceptos que venimos hilva-nando y sobre los que cabra un debate muchoms extenso y profundo, nos ha parecido conve-niente centrarnos en un caso particular que puedaejemplificar muchas de las cuestiones tratadas.

    4. UN EJEMPLO DE CONSERVACIN/TRANSFORMACIN DEL PAISAJE

    Dentro del proyecto de investigacin La ciudadde Madinat Ilbira34 y asimismo en el marco deotro proyecto, el asignado al Grupo de Investi-gacin Toponimia, Historia y Arqueologa delReino de Granada que lleva por ttulo Anlisisde los paisajes histricos: de al-Andalus a la so-ciedad castellana35, hemos iniciado un anlisisde los paisajes medievales andaluces en el pero -do medieval. La dinmica histrica est presenteen todo el estudio, pero no cabe duda que loselementos estructurales y la evolucin en unadimensin temporal extensa tienen una impor-tancia considerable, hasta el punto de querer di-lucidar cmo se configuran los paisajesandaluses y la transformacin de envergadura

    que pudieron sufrir en tiempos posteriores a laconquista castellana. Bien entendido que exis-ten diferencias estructurales que determinan laexistencia de paisajes diferenciados, pero no esmenos la accin del hombre en el medio fsico.A este respecto, el punto de partida est enun-ciado claramente en los presupuestos del pro-yecto:

    De los elementos antrpicos del paisaje delantiguo territorio de al-Andalus, dos son sinduda los que ms destacan y han perdurado alo largo del tiempo: los espacios de agricul-tura de regado y el sistema de poblamiento,estrechamente ligado a estos espacios de cul-tivo y a la gestin del agua. Cuando se intro-duce la agricultura de regado, se estreali zando una opcin en la que la gestin so-cial desempea un papel tanto o ms impor-tante que las condiciones fsicas. Y esto es asporque al introducir la irrigacin se estn cam-biando esas condiciones fsicas creando otrasnuevas. As, cuando esta estrategia se extiendey se hace preferente, la organizacin social deltrabajo adquiere una dimensin fundamental.Siempre y cuando no se rompa el equilibriocreado en l mediante la sobreexplotacin delos acuferos, la contaminacin de stos o elagotamiento de los suelos, la organizacinbiocentica del medio no disminuye o noslo, sino que se transforma mediante la in-troduccin de nuevos ecosistemas y nuevasplantas a las que se han de crear unas condi-ciones artificiales mediante el aporte de aguaen la estacin ms clida. Esto obliga a unaintensificacin de los aportes energticos deorigen antrpico y a una modificacin de laorganizacin espacial inexcusables para man-tener el equilibrio general del sistema. Losagrosistemas constituyen, pues, unidades sus-tancialmente diferentes, ya que su dinmicainterna es dependiente de la energa artificialintroducida en ellos por el hombre36.

    La preservacin, evolucin, transformacin e in-cluso destruccin de estos paisajes, lo que signi-

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    fica cambios en la organizacin de los elementosque los integran o sencillamente su amortizaciny/o desaparicin, es una de las tareas que se plan-tean de forma inmediata. Desde esa perspectivay aprovechando, como queda dicho, el anlisisde Madinat Ilbira, la ciudad andalus creada enel siglo IX de manera oficial por el emir deCrdoba, con seguridad con el acuerdo de loselementos ms representativos del conjunto te-rritorial en el que se insert, nos pareci obligadoentrar a valorar una parte de ese espacio sobre elque ejerci una influencia ms o menos directa.

    La eleccin inmediata se hizo sobre la cara nortede la Sierra Elvira, es decir, la opuesta al rea endonde se ubica la madina andalus. En este es-pacio se asiste en los ltimos tiempos, digamosque muy recientemente, a una transformacinacelerada, que no es slo de los tiempos ms ac-tuales, sino que arranca de fechas anteriores. En1935 comenz la construccin de un embalse,el Pantano de Cubillas, llamado as por embal-sar el agua del ro Cubillas, que sirve para poneren regado extensiones de tierra y, posterior-mente, crear un ncleo de colonizacin agraria,llamado El Chaparral, en el trmino municipalde Albolote (Granada).

    El ro Cubillas nace en Sierra Arana, bordea Sie-rra Elvira por el norte para desembocar en elGenil en el trmino municipal de Fuente Va-queros, prximo ya al ncleo de Lchar. En esepunto est constatada una ocupacin nazar se-guramente por iniciativa real, aprovechando elprincipio jurdico de vivificacin, que puso envalor tierras seguramente antes dedicadas a unaexplotacin extensiva, fundamentalmente gana-dera. Surca la zona central de la Vega de Gra-nada y representa el ms importante afluente delGenil, al colectar aguas de las sierras subbticasal este de Parapanda, gracias a sus afluentes (roColomera, ro Frailes, etc.).

    En el entorno del propio pantano, que sin dudaalguna ha transformado el paisaje precedente, seencuentran una serie de villae romanas, siendo

    la ms conocida, por el hecho de haber sido ex-cavada en su da, la denominada del Pantano,pero desde luego no es la nica, como una sim-ple inspeccin ocular permite comprobar.

    La existencia del citado pantano ha modificadonotablemente el paisaje, no tanto desde unaperspectiva agrcola cuanto por la creacin dezonas residenciales. En realidad en su entornono es tan perceptible el cambio de uso de lossuelos de labor. Los secanos tradicionales per-viven, pudiendo percibirse campos de cereal conhojas de cultivo que se alternan, si bien hay unatendencia a la generalizacin de los olivares. Enmuchos casos encontramos encinas en medio delos campos, que, por su estado maduro, indicanuna anterior ocupacin de estos suelos por elmonte mediterrneo, o, al menos, la existenciade dehesas, como sucede en otros puntos de lageografa granadina no muy alejados de este es-pacio concreto. Pero la mayor alteracin se haido produciendo por el cambio de uso, para finesresidenciales y por la plantacin de pinares quetienen como fin evitar la erosin y subsiguientecolmatacin del pantano.

    Este paisaje se vuelve a reproducir algo ms lejosde la zona concreta que se presenta en la fotoarea que incluimos. La vertiente norte de SierraElvira mantiene espacios de vegetacin espont-nea, en una fase no demasiado avanzada de de-gradacin, tal vez por haber cesado la presinsobre el monte mediterrneo original, al no ser ne-cesaria ya en los ltimos tiempos la tala de rbo-les para conseguir lea. Algunas imgenestomadas recientemente nos muestran el estado ac-tual de esta rea que consideramos importante, ya

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    34 El proyecto est autorizado y financiado por la Direccin Ge-neral de Bienes Culturales de la Junta de Andaluca, y tienecomo fecha de comienzo el ao 2005, continuando en la ac-tualidad. El director del mismo es el autor del presente trabajo.35 Considerado un proyecto de excelencia, ha sido aprobado yes financiado por la Consejera de Innovacin, Ciencia y Em-presa, de la Junta de Andaluca.36 Anlisis de los paisajes histricos: De Al-Andalus a la sociedadcastellana, en http://www.arqueologiadelpaisaje.com/index.html.

  • que por ella iba un camino, an existente, que per-mite el paso de una parte de Sierra Elvira a la otra,o lo que es lo mismo, la comunicacin entre lasdos partes en que queda dividida la Vega de Gra-nada, que es el espacio ms inmediato que rega laimportante ciudad andalus de Madinat Ilbira. Sa-bemos, asimismo, y tendremos ocasin de incidiry abundar en este tema, que el poblamiento rabede primera poca estaba implantado en todo elrea de la que venimos hablando. Recurdese alrespecto que ya en el siglo VIII hay testimonios deocupacin de rabes en la alquera de Caparacena,cuyo nombre pervive al norte de Sierra Elvira,siendo un lugar dentro del trmino municipal deAtarfe (Granada), y la de Tignar, topnimo que seconserva en el actual pueblo de Albolote, no de-masiado alejado de Madinat Ilbira.

    El olivar ha ido ganando terreno de forma impa-rable, con un desarrollo mayor en los ltimostiempos. Es frecuente que limite con el monte me-diterrneo, de tal manera que marca la fronteraentre el espacio cultivado y la vegetacin espon-tnea. Se percibe en algunos puntos de maneramuy clara, como en el Cortijo de Malacarilla.

    En este espacio ha sido posible identificar cer-micas de la poca tardorromana a la altomedie-

    val, lo que nos hace suponer que estemos anteun asentamiento, que an no hemos evaluado,que si no es el antiguo de Caparacena, ocupadoen tiempos romanos y alquera de los rabeshamdanes, lugar de donde procede Sawwar,caudillo de los rabes de Ilbira, debe conside-rarse de la misma poca y con una evolucin si-milar. An es pronto para establecer unosprincipios elementales que hagan posible suidentificacin, pues estamos faltos de un estudioa fondo del mismo y, desde luego, de los mate-riales cermicos recuperados, como tampoco seha planteado ninguna intervencin arqueolgicaconcreta tendente a realizar unos sondeos que

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    Lmina 1. Espacio en torno al pantano del ro Cubillas.

    Lmina 2. Paisaje de la cara norte de Sierra Elvira. Se apreciael monte mediterrneo, tierras de cereal con encinas y unaplantacin reciente de olivos.

  • UNA PROPUESTA DE ANLISIS DE LA ARQUEOLOGA DEL PAISAJE

    puedan documentar el grado de ocupacin deesta rea de la cara norte de Sierra Elvira.

    Lo que es evidente con la simple inspeccin ocu-lar es que hay un olivar viejo que ha crecido connuevas plantas que han hecho aumentar el reade cultivo y, asimismo, que la vegetacin espon-tnea del monte mediterrneo, que debi sufriralteraciones no muy lejanas, est en una fase decrecimiento y de paso a una mayor madurez.

    De este modo, la agricultura tradicional de se-cano, que progres en muchos puntos del anti-guo reino de Granada con la conquista37, tieneuna larga perduracin, seguramente fortalecin-dose en el siglo XVIII y posteriormente, hastaque en los ltimos decenios ha ido progresandoel olivar, hasta el punto de ser casi monocultivo,por estar subvencionado, lo que ha hecho que seimplanten sistemas de riego modernos. De esemodo, el paisaje se puede decir que ha ido cam-biando, pero no de manera irreconocible, sinopor fases que han ido sustituyendo el monte deencinar por olivares, creando en cierto modouna dehesa38. Hoy en da el olivar ha cambiadode forma radical por las innovaciones y meca-nizaciones que ha sufrido, pero conviven ennuestro paisaje ambas formas de concebir sucultivo.

    A veces no se trata nada ms que de una susti-tucin de los viejos ejemplares por los nuevos yen no pocas ocasiones es una operacin de den-sificacin de los olivos, aumentando de maneraconsiderable el nmero de rboles.

    Es lo que se aprecia tambin en Malacarilla, endonde vemos cmo el olivar ha crecido no sloen extensin, sino por efecto del incremento delos nuevos rboles plantados. Pero en todos loscasos se aprecia cmo el monte mediterrneoest justo en los lmites del espacio cultivado,manteniendo esa dualidad de naturaleza y tie-rras de cultivo, que es ms una imagen que unarealidad, porque aqul es evidente que ha su-frido tambin la accin antrpica.

    No obstante, la mayor transformacin del pai-saje a la que asistimos en los ltimos tiempos sedebe a la creacin de nuevas urbanizaciones quehan aumentado el nmero y, por tanto, la exten-sin de las que ya haba y que se circunscribancasi exclusivamente al pantano.

    La accin no se ha limitado a la imagen del con-junto territorial, sino a un incremento del usode los recursos naturales. A los que se derivande manera inmediata del cambio de suelo, enlos que entran no slo aqullos que se refierena la construccin de viviendas y de infraestruc-turas viarias, hay que aadir la necesidad dedotar de un nuevo paisaje a las mismas, creandouna imagen alejada del ecosistema en que se in-serta, lejos muchas veces de la tradicin cultu-ral. Se puede observar en la creacin deespacios destinados al deporte del golf, con laplantacin de csped. Todo ello aumenta el con-sumo de agua y, por otra parte, hace que los re-siduos humanos sean muy importantes en elconjunto, de manera que hemos podido obser-var que an no se han establecido las medidasde saneamiento necesarias, con lo que la conta-minacin visual no es la nica.

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    37 Como ejemplo tenemos el caso de Loja, que hace ya muchosaos estudiamos: MALPICA, 1981, pp. 249 y 258.38 PARRA, 1988.

    Lmina 3. Olivar viejo del Cortijo de Malacarilla, en la caranorte de la Sierra Elvira (Atarfe, Granada).

  • La formacin de ese nuevo paisaje, lejos de lasantiguas colonias que an perviven, deja en unplano muy distinto la interpretacin del espacioen su totalidad, creando una distorsin que, ade-ms, ha roto la evolucin a la que estbamosacostumbrados hasta el presente.

    Con todo, es posible todava reconocer no sloasentamientos muy anteriores, sino hacer una in-terpretacin global del paisaje y de su evolucin.Si la proliferacin de esas nuevas realidades con-tina, quiz no sea posible ni la preservacin denumerosos yacimientos ni la del paisaje hist-rico que hemos conocido hasta el presente.

    Adems del yacimiento que anteriormentehemos mencionado del Cortijo de Malacarilla, ydejando a un lado los que hemos podido identi-

    ficar en la parte derecha del citado pantano delro Cubillas, que merecen una atencin mayor yminuciosa, vamos a plantear un examen del quese halla en los denominados Llanos de Silva.Debe ser objeto de un estudio mucho ms am-plio, pero para ello es preciso plantear una inter-vencin arqueolgica que no se limite a suinspeccin superficial, sino al estudio topogrficodel mismo y a una excavacin que ponga en evi-dencia las mltiples estructuras que son percep-tibles en superficie. En la presente ocasin y a laespera de poder completar estas tareas, nos limi-taremos a hacer una descripcin del mismo quesirva de punto de partida de un trabajo de mayoralcance que es ineludible.

    Se sita en una elevacin en la margen izquierdadel ro Colomera. Este ro es afluente del Cubi-llas, y ha de ser objeto en su entorno de una in-vestigacin detenida por parte de la arqueologa,toda vez que hay testimonios materiales feha-cientes de su ocupacin en tiempos altomedie-vales, en las mismas fechas que se estabaorganizando el territorio por la ciudad de Ilbira.Las fuentes escritas se refieren a la existencia enel siglo IX a la instalacin de un in o fortifi-cacin en Colomera, aguas arriba del yaci-miento que estamos comentando39.

    En efecto, desde hace aos son conocidos talesyacimientos, como queda testimonio en la in-tervencin que se hizo en el Cerro de las Mesas.

    De ese modo, sera, en realidad, conveniente pla-nificar un estudio que integrase el valle del ro Co-lomera en el territorio de Madinat Ilbira, lo mismoque debera hacerse con el del Cubillas. Pero estastareas no pasan de ser ahora mismo nada ms queproyectos a ms corto o largo plazo.

    Nos concentraremos, pues, en el rea en que el Co-lomera se une al Cubillas. Precisamente en una ele-vacin caliza es donde se haya el yacimiento del quevamos a hablar, pero no para hacer una descripcinminuciosa de los vestigios del asentamiento, sinopara explicar el paisaje en que se inserta.

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    Lmina 4. Olivos nuevos entre los viejos, con el monte medi-terrneo al fondo, en el Cortijo de Malacarilla, cara norte deSierra Elvira (Atarfe, Granada).

    Lmina 5. Urbanizaciones recientes, con campo de golf, en lacara norte de Sierra Elvira.

  • UNA PROPUESTA DE ANLISIS DE LA ARQUEOLOGA DEL PAISAJE

    Los restos que son visibles nos hablan de clu-las de dimensiones importantes en algunoscasos, ms prximas a las que aparecen en el al-cazaba de Ilbira, en El Sombrerete, que fueronparcialmente excavadas en 200540. Son visiblesen superficie, porque les ha afectado la erosin,como ocurre en el yacimiento de Ilbira. Se or-ganizan en varias terrazas, que puede pensarseque estn definidas tras un trabajo elemental enla roca madre, creando una especie de escalona-miento. Todo el material cermico recuperadonos lleva al perodo emiral (siglos VIII-IX), sinrestos anteriores.

    Por debajo encontramos un espacio de cultivoque est irrigado por una acequia, an en uso,que se deriva del ro Colomera por la margen iz-quierda. No es posible en el actual estado de co-nocimiento que tenemos del rea determinar sireproduce un espacio coetneo del asentamientoo no, siendo lo nico cierto que contina en uso,aunque en un proceso de deterioro importante.

    La tierra que va desde esta acequia, que bordeaun camino, hasta el ro, que no parece que seregara con ella, al menos inicialmente, muestrarestos cermicos de poca romana.

    Se marca, pues, a simple vista una diferencia entreel espacio emiral y el romano, entre ambos asen-tamientos y sus posibles zonas respectivas de cul-tivo. Pero, volvemos a insistir, es algo que necesitaun examen ms a fondo y con mayor detalle.

    Las riberas del ro, como es frecuente, tienen vege-tacin propia del curso de agua, formando un bos-que de galera, que presenta una cierta entidad. Estadisposicin permite no slo fijar las orillas, sino dis-poner de materia vegetal para alimento de los gana-dos y para formar camas cuando se los estabuliza,formando, as, estircol, que es el abono frecuente-mente utilizado antes de la revolucin industrial.

    El conjunto en donde se encuentran los restos delasentamiento emiral est invadido por el monte me-diterrneo en un estadio no demasiado maduro. Esposible, pues, que se trate de un avance del mismocuando se produjo el abandono, no ya del poblado,sino de esas tierras que parecen haber tenido unadedicacin agrcola marginal y estar sometidas auna presin humana, para aprovechamiento de va-

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    Lmina 6. Espacio prximo al yacimiento de los Llanos de Silva.

    39 MALPICA, 1996, p. 8740 MALPICA, 2006.

  • rios tipos. Es de ese modo como cabe explicarseque los suelos existentes sean muy escasos y que lavegetacin arbrea no tenga demasiado porte.

    Que ms all del asentamiento hubo un montemediterrneo maduro lo pone de manifiesto lapervivencia de encinas de cierto porte que seconservan en el campo, ejemplo de una antiguadehesa, fase siguiente a la de un monte ahue-cado que es el resultado de la accin sobre unaetapa que podramos denominar climcica. De-terminar cundo se produjo esa evolucin no es

    fcil. Seguramente a partir del siglo XVI,cuando la ocupacin de espacios entre Granaday la comarca de los Montes tuvo lugar y muchasalqueras pasaron a ser cortijos41, crendose qui-

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    Lmina 7 y 8. Yacimiento de los Llanos de Silva. Cubierto con la vegetacin arbrea el asentamiento emiral.

    Lmina 10. Vista de la margen izquierda del Colomera, desde elyacimiento emiral. Antes de llegar al ro est el de poca romana.

    Lmina 11. Vegetacin de ribera del ro Colomera, desde elyacimiento emiral.

    Lmina 9. Restos de muros del yacimiento emiral.

  • UNA PROPUESTA DE ANLISIS DE LA ARQUEOLOGA DEL PAISAJE

    zs otros nuevos, se puso en marcha un procesocolonizador. Ignoramos si antes el monte ocu-paba una parte importante de la extensin terri-torial existente, o, por el contrario, ya estabaahuecado, como quizs hubiera correspondido ala forma de penetrar en l desde poca romana.Slo un anlisis muy minucioso podr permitiraclarar muchas de estas cuestiones.

    Lo que se observa claramente en el paisaje ac-tual es el desarrollo del olivar no tradicional,partiendo de sistemas de regado modernizados,y todava el mantenimiento de hojas de cultivode cereales, herencia de las tradiciones de tiem-pos inmediatamente posteriores a la conquistacastellana y de desarrollos posteriores, que en elsiglo XVIII y, sobre todo, en el siglo XIX, al-canzan su punto de mayor desarrollo, en buscade una coexistencia del ganado con la agricul-tura extensiva.

    La pervivencia, en una fase de casi abandono, dereas irrigadas pone de relieve la instalacin de este tipo de agricultura, quizs en relacin conel asentamiento citado, y su posterior manteni-miento e incluso pervivencia. Es posible que lastierras por debajo del regado sean fruto de unalabor de saneamiento del cauce del ro, pues los se-dimentos que se observan parecen indicar que es-tamos ante una zona de avenidas. Aqul fue fijadopor la creacin de un bosque de galera que hoy semantiene. En cualquier caso, el avance de las ur-

    banizaciones est dejando aislados estos espaciosy no es extrao que en un futuro no muy lejanosean invadidas por ellas. Por el momento los efec-tos se dejan sentir en las infraestructuras. El mismovertido de aguas residuales sin excesivo cuidadoha producido una contaminacin parcial.

    Si los cambios del paisaje son tan acusados yconviven residuos elementales al lado mismo degrandes espacios transformados, cabe pensar sindemasiado esfuerzo que yacimientos como el delos Llanos de Silva tienen los das contados. Nohay que olvidar que el esquema de los asenta-mientos del perodo emiral nos habla de estruc-turas de habitacin organizadas en clulasrectangulares frecuentemente, que dan cabida aun grupo humano de pequeas dimensiones quecrea un espacio de explotacin del territorio enuna pequea extensin. Tal vez en el presentecaso podamos relacionar sin demasiados pro-blemas el hbitat con el rea de regado, pero nocabe pensar que fuera el nico espacio culti-vado, ni mucho menos de aprovechamiento,porque la prctica ganadera y el aprovecha-miento del monte estaran unidas, y ese temaobliga a un estudio integral del paisaje. Almismo tiempo, se requiere unir esta rea al nortede Sierra Elvira con otros conjuntos. Desdeluego, con la propia de Madinat Ilbira y sus ale-daos, pero tambin con los ejes de comunica-cin en torno a los cuales hubo un clarodesarrollo del poblamiento: los valles del Cubi-llas y del Colomera.

    Esta tarea queda por hacer y no dudamos que enun futuro aportar su realizacin datos inesti-mables, como ha ocurrido con la excavacin deEl Castillejo, en Nvar (Granada), que permiteentender el funcionamiento no ya del asenta-miento que abarca un perodo amplio (desde elsiglo VI al siglo XI), sino su interaccin en unamplio territorio en el que Ilbira sigue siendo elpunto focal.

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    Lmina 12. Acequia por debajo del yacimiento emiral.

    41 Una visin general en MALPICA, 2000.

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  • Tudmr 1, Murcia, 2009, pp. 29-40

    RESUMEN

    Se analiza el estado de la cuestin del perodo de do-minacin musulmana en la comarca de Jumilla, ba-sndonos en la presencia y localizacin de lasnecrpolis musulmanas de la zona, se plantea una po-sible evolucin del poblamiento islmico y se con-cretan los lugares y las fechas del mismo.

    PALABRAS CLAVE

    Necrpolis, rito musulmn, sepulturas, rito cristiano,Jumilla.

    SUMMARY

    The state of the question of the period of Muslimdomination in the region of Jumilla is analyzed, bas-ing to us on the presence and Muslim location of ce-mentery of the zone, considers a possible evolution ofthe Islamic occupation with town and places and thedates.

    KEY WORDS

    Cementery, musil rite, graves, christian rite, Jumilla.

    LA ARQUEOLOGA MUSULMANA EN JUMILLA:ESTADO DE LA CUESTIN

    Emiliano Hernndez CarrinDirector del Museo Municipal Jernimo Molina de [email protected]

  • 1. INTRODUCCIN

    Sirva de introduccin esta pequea historiogra-fa sobre el perodo de ocupacin musulmn de lacomarca de Jumilla, pues su estudio ha evolucio-nado, para bien, en los ltimos aos. Si nos ate-nemos a la informacin anterior a la publicacinde las Cartas Arqueolgicas de los Molina, com-probamos que el Cannigo J. Lozano Santa, ensu Historia antigua y moderna de Jumilla1 apenasasigna yacimientos o restos arqueolgicos a losmoros, incluso determinadas partes de la forta-leza del castillo de Jumilla, con elementos clara-mente musulmanes, las data como romanas. Conposterioridad, M. Gonzlez Simancas en su Ca-tlogo Monumental de Espaa, en la parte dedi-cada a Murcia, desdice a Lozano Santa, respectoa los restos de poca musulmana en el castillo deJumilla2 y los data con acierto en un momento de ocupacin islmica, pero ya no cita ningnresto ms de la poca, lo que tiene su lgica, yaque Gonzlez Simancas sigui la obra de Lozanopara la redaccin de la suya propia.

    La escasez de informacin contina con el co-rrer del tiempo. As en la primera Carta Ar-queolgica de Jumilla, elaborada por losMolina, leemos:

    Lo que s est demostrado por la arqueologaes que hasta el siglo XII no existe en Jumi-lla vestigio material alguno de esta cultura(referidos a la musulmana)3.

    Lo que se reitera en la Addenda a la Carta Ar-queolgica de Jumilla4, y, si nos atenemos a losdatos disponibles en aquellos momentos, todoapuntaba a que poda ser cierta la afirmacin,aunque con ciertas dudas, pues algunos yaci-mientos presentaban materiales musulmanes,aunque mezclados con restos romanos e inclusoibricos, como era el caso del Cabezo de laRosa, Fuente de la Pila y Salero del guila.

    Tan es as, que entre las dos cartas arqueolgicas,de un total de 120 yacimientos catalogados sola-

    mente tres se publican con claros materiales mu-sulmanes, mientras que la mayora de los puntoscon restos medievales se publican como hispano-musulmanes, sin una adscripcin cultural clara.

    Si a esto sumamos que Jumilla no aparece en lostextos histricos musulmanes hasta el siglo XIII,en los que se relatan hechos ocurridos anterior-mente, en concreto el ao 1081 y donde se citapor primera vez el in de Yumaya5, todo apuntaa que la historia de los musulmanes en la co-marca de Jumilla hay que revisarla y reescri-birla, si es que se escribi alguna vez.

    2. NUEVOS HALLAZGOS

    Gracias a nuevas excavaciones, se ha ido confi-gurando la historia musulmana de Jumilla, y loque es ms importante, la situacin fsica de losasentamientos, pues en un corto espacio detiempo, y debido a diversas obras de infraestruc-tura y otras realizas en el casco urbano de Jumilla,han permitido localizar varios puntos de interspara conocer mejor el perodo islmico de Jumi-lla. Obras como la carretera de circunvalacin, olas realizadas en el cementerio municipal, cono-cido como de Santa Catalina, la remodelacin dela plaza de Arriba, etc., han permitido localizarcuatro macabras con enterramientos de rito mu-sulmn, y gracias a ellas podemos ir obteniendoconclusiones y concretando situaciones.

    3. IGLESIA DE SANTA MARA DEL ROSA-RIO O DEL ARRABAL (lm. 1)

    El primer gran hallazgo se produjo entre losaos 1989 y 1990, durante las excavaciones rea lizadas en el solar de la derruida iglesia deSanta Mara del Rosario o del Arrabal, aunqueconocida en la localidad como de Santa M.a delRabal; excavaciones que se efectuaron antes deremodelar el solar de la iglesia para su recupe-racin como espacio pblico. En la excavacinse encontraron, bajo la gran masa de enterra-

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  • LA ARQUEOLOGA MUSULMANA EN JUMILLA: ESTADO DE LA CUESTIN

    mientos practicados con el rito cristiano, algu-nas deposiciones practicadas con el rito musul-mn, en concreto en el sector C-1, que se corresponda con el atrio de la iglesia6. En uncaso concreto, uno de los enterrados con caja demadera estaba depositado directamente sobreotro musulmn, atestiguando fehacientemente elhecho del mismo lugar para enterramientos dedistinto rito7. Queremos destacar el hecho deluso comn para enterramientos de distinto rito ocreencia, puesto que ser una constante en loslugares de enterramientos en Jumilla para lapoca que estudiamos.

    Aunque las excavadoras no aportan una fechaconcreta para los enterramientos musulmanes,como veremos ms adelante, consideramos quelos mismos no pueden llevarse ms all de lossiglos XI-XII.

    4. EL ARRABAL DE SANTA MARA DELROSARIO

    Unos aos ms tarde, en un lugar prximo a la ci-tada iglesia de Santa Mara, en lo que podemos de-nominar el arrabal de Santa Mara (de aqu elnombre popular de la iglesia), en unos huertos dehortalizas, ya abandonados, conocidos con losnombres de Huerto Terreno y Huerto de los Patos,la erosin del agua de lluvia puso al descubiertovarios enterramientos realizados con el rito mu-sulmn, en un gran terrapln de tierra arcillosa, enla denominada carretera de Helln (fig. 1).

    Ambos huertos unidos entre s, y separados de laiglesia de Santa Mara por la calle del mismonombre, por lo que consideramos que se tratadel mismo yacimiento que el anterior y los en-terramientos son de la misma poca.

    En 1999, con motivo de un sondeo arqueolgicopracticado en un sector de los huertos, previo ala construccin de un edificio, tuvimos la opor-tunidad de hacer una calicata de tanteo en lazona de la necrpolis, para comprobar la pro-fundidad a la que se encontraban las sepulturasy la densidad de las mismas. No llegando a des-tapar ninguna, simplemente localizamos los la-drillos de sellado de tres de ellas. Comprobamosque eran musulmanas y calculamos que podranhaber sobre 300 sepulturas, lo que en su mo-mento nos pareci algo exagerado para una po-blacin como la Jumilla del momento, que noaparece en las fuentes altomedievales.

    En el ao 2007, Juan Antonio Ramrez guila haexcavado dicha necrpolis, por lo que la memo-ria est todava sin publicar y esperamos que veapronto la luz por los interesantes datos que la

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    Lmina 1. Iglesia de Santa Mara del Rosario o Arrabal.

    1 LOZANO SANTA, J., 1800.2 GONZLEZ SIMANCAS, M., 1905-1907, p. 520.3 MOLINA Y MOLINA, 1973, p. 61.4 MOLINA Y MOLINA, 1991, p. 39.5 CARMONA, 1991, p. 52.6 PONCE Y PUJANTE, 1990, p. 566 y ss.7 PONCE Y PUJANTE, 1990, p. 566.

  • excavacin ha aportado. De momento nos inte-resan aquellos que afectan al perodo musulmny cuyos datos conocemos por comunicacin per-sonal del Sr. Ramrez, al que agradecemos dichainformacin.

    Lo primero que se confirma es el nmero de de-posiciones que se calcularon en el ao 1999,aunque por antiguas remociones del terreno nose han localizado la totalidad de los muertos.Tambin han aparecido elementos estructuralesde una vivienda musulmana.

    Segn opinin de su excavador, el conjunto sepuede fechar a partir del siglo XI, sin que noshaya precisado la fecha del final de la ocupacin.

    5. PLAZA DE ARRIBA (lm. 3)

    El primer lugar donde se localiz una de estas maqbara, fue en la actual plaza de Arriba (lm.2), donde al plantar unos rboles ornamentalesfrente al edificio de la Universidad Popular, en

    marzo de 1993, se hallaron dos sepulturas con ladeposicin de los cadveres por el rito musul-mn. Una de ellas estaba muy deteriorada y loshuesos muy descompuestos, posiblemente afec-tada por las humedades procedentes de la cer-cana fuente de agua potable, que data deprincipios del siglo XX.

    De la otra sepultura se pudo recuperar casi todoel cuerpo, menos las piernas y los pies, que fue-ron seccionados al hacer el agujero para plantarel rbol. Los restos seos fueron entregados almdico forense de la zona, Enrique Jimnez Sn-chez, para que los estudiara y nos aportara algndato sobre los mismos. El Sr. Jimnez Sncheznos comunic verbalmente que se trataba del es-queleto de una mujer, de entre 25 y 35 aos yque, por la deformacin de algunas de las falan-ges de las manos, pudo tener de profesin costu-rera, al ser un tipo de artritismo propio de estaprofesin.

    No se localiz material alguno. Simplemente seconfirma la deposicin del esqueleto en dec-

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    Figura 1. Enterramientos en el atrio de la iglesia de Sta. Mara. (Dibujo de J. Ponce y A. Pujante).

  • LA ARQUEOLOGA MUSULMANA EN JUMILLA: ESTADO DE LA CUESTIN

    bito lateral derecho, con orientacin NE-SO, ycolocada en fosa muy estrecha, de 31 cm, mien-tras que la longitud nos fue imposible delimi-tarla al estar seccionada.

    Dos aos ms tarde, para la colocacin delnuevo alumbrado pblico de la plaza, consis-tente en unas farolas de hierro colado, se requi-ri la supervisin de los trabajos de anclaje de

    las farolas y del cableado en la misma plaza deArriba, dada la experiencia anterior. Efectiva-mente, la farola cuya ubicacin correspondajunto a los rboles referidos anteriormente, serebaj a mano, con sistemas de excavacin ar-queolgica, en una cuadrcula de un metro delado, lo que permiti hallar e identificar unnuevo esqueleto, y comprobamos que estabacolocado decbito lateral derecho, y la mismaorientacin que los identificados dos aosantes. El esqueleto se dej in situ, se protegicon geotextil, arenas y gravas de diversos gro-sores, y sobre estos preparativos se coloc lafarola.

    En mayo de 2002 se desarroll una excavacinen toda la plaza de Arriba, con motivo de la re-modelacin de la misma. La mayor parte de lostrabajos se centraron en el lugar donde habanaparecido los esqueletos aos antes, dandocomo resultado la exhumacin de 18 esquele-tos, que, sumados a los tres anteriores, nos dan

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    Lmina 2. Excavaciones en el Huerto Terreno. 1 fase.

    Lmina 3. Plaza de Arriba.

  • un exiguo nmero de enterramientos, por lo quenos inclinamos a pensar que la plaza, al igualque ha ocurrido con los Huertos Terreno y losPatos, las numerosas remodelaciones que ha te-nido han afectado a la necrpolis, y que ha lle-gado hasta nosotros ese pequeo nmero deenterramientos8.

    En esta necrpolis se han documentado dostipos de orientacin en las sepulturas; las msantiguas orientadas N-S, mientras que las pos-teriores lo estn NE-SO, dndose la circuns-tancia que las nuevas fosas estn cortando a lasanteriores (lm. 4). Por ello la necrpolis la po-demos fechar entre los siglos XI y XII, con lacada del Califato de Crdoba, la proclamacinde las primeras taifas y la llegada de los Al-morvides. La presencia de estos fundamenta-

    listas explicara el cambio de orientacin de lastumbas.

    La excavacin no aport materiales musulmanes,salvo unos pendientes de una tumba infantil, quenada nos dicen en cuanto a fechas concretas serefiere. La mayora de los materiales se localiza-ron en el entorno de la necrpolis y eran de po-cas ya tardas, lo que refuerza la hiptesis de lasnumerosas remodelaciones de la plaza.

    Adems, la presencia de una maqbara en laplaza de Arriba explica la existencia de la pro-pia plaza, al ser la necrpolis un espacio p-blico no permiti la especulacin de su suelo alo largo de los siglos XIV y XV, que son losmomentos de la expansin urbana de Jumillapor esta zona.

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    Lmina 4. Necrpolis de la plaza de Arriba.

  • LA ARQUEOLOGA MUSULMANA EN JUMILLA: ESTADO DE LA CUESTIN

    6. NECRPOLIS DE LA RINCONADA DEOLIVARES

    En 1994, con motivo de los trabajos de construc-cin de la carretera de circunvalacin de Jumilla,a un kilmetro de su casco urbano, en direccinNO (Rambla de la Alquera por medio), se loca-liz una importante necrpolis (lm. 5), con unaestimacin de ms de 500 sepulturas, de las quese excavaron en su momento 109, de las cuales99 pertenecan al rito musulmn y las otras diezal rito cristiano, concretamente paleoandaluses9.

    Ambos ritos, realizados en un mismo espacio,aunque delimitado el terreno para cada una delas deposiciones segn el rito, y a la vista de losmateriales encontrados, las sepulturas se fechanentre el siglo VII y el siglo X10. De nuevo nosencontramos un mismo espacio utilizado por

    dos comunidades que practican un rito distintode inhumacin11.

    A pesar del abultado nmero de sepulturas, nose han localizado restos de un posible poblado,alquera, etc. que nos indique donde vivan estosprimitivos musulmanes.

    De los detalles de la necrpolis no nos vamos aocupar aqu, pues ya lo hicieron los autores ci-tados en su momento, pero la traemos a colacinpor un doble inters. El de las fechas que apor-tan los enterramientos, que nos remiten al prin-cipio de la ocupacin musulmana. Y el hecho decompartir los dos ritos el mismo espacio, algopoco usual, pero que nos lo encontramos concierta frecuencia en Jumilla.

    7. CEMENTERIO MUNICIPAL DE SANTACATALINA

    Durante las obras de ampliacin de la carreterade acceso al cementerio municipal, en el ao1998, se encontraron dos sepulturas con ente-rramientos de rito musulmn; una de ellas, perteneciente a una mujer, segn informacinverbal del mdico forense don Enrique JimnezSnchez.

    La excavacin de urgencia de estas dos tum-bas,no aport mayor informacin. Pero durantelos trabajos de excavacin, los responsables delcampo santo nos informaron que en la amplia-cin del cementerio, en concreto en el recinto n 10 (lm. 6), se encontraron unos enterra-mientos idnticos, con los muertos colocados decanto. Hecho que pudimos comprobar unosmeses despus con motivo de la instalacin de lared de agua potable del propio cementerio.

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    Lmina 5. Exterior del cementerio (lugar de la necrpolis).

    8 HERNNDEZ et al., 2005, p. 290.9 POZO Y HERNNDEZ, 2000, p. 422.10 POZO Y HERNNDEZ, 2000, p. 422.11 ZAPATA, 2000, p. 432

  • Dada la ubicacin del recinto n 10 y el lugardonde se hallaron las dos sepulturas referidas,estamos hablando de una superficie de 1.800m2, lo que es una gran extensin para una ne-crpolis de esta poca, aunque desconocemosel nmero aproximado de enterramientos.

    Nos permitimos recordar que el cementeriomunicipal se encuentra al pie del cerro delcastillo de Jumilla, por su lado N; ladera porla que no hay acceso posible a la fortaleza, lo que nos hace plantearnos que la vincula-cin entre ambos es muy relativa, cuando no difcil.

    De nuevo tenemos un mismo lugar con dos ritosfunerarios, en este caso concreto se trata del ce-menterio municipal, es decir, que el uso comonecrpolis sigue vigente.

    8. ANLISIS DEL TERRITORIO

    Hemos pasado, en dos dcadas, de tener escasainformacin sobre el perodo musulmn en lacomarca de Jumilla, a contar con cuatro necr-polis, en un espacio de 4 km2, donde queda in-cluida la parte ms occidental del casco urbanode Jumilla.

    Lo primero que llama la atencin es la gran ex-tensin de algunas de ellas, o el gran nmero desepulturas que contienen: cementerio municipal1.800 m2; Rinconada de Olivares con una estimacin de 500 sepulturas, con 104 excava-das; el arrabal de Santa Mara con una estima-cin de 300 sepulturas, aunque como ya hemosapuntado no se han conservado todas.

    Las fechas de todas ellas abarcan los ms decinco siglos en los que Jumilla estuvo bajo do-minacin islmica. La ms antigua es la Rin-conada de Olivares, que se fecha entre lossiglos VII y X, con enterramientos de rito mu-sulmn y de rito visigodo o paleoandalus, aun-que en cuyo entorno no se encontraron restosde ninguna construccin, ni elementos que hi-cieran pensar en la presencia de una madina ogrupo de alqueras (almunias) vinculadas a unanecrpolis tan importante, si nos atenemos alnmero de enterramientos. Con toda seguridadque la ciudad se encontraba al N de la maqbara,en una loma, hoy desaparecida por el trazadode la carretera de circunvalacin, en cuyas te-rrazas de cultivo aparecan ocasionalmente res-tos cermicos, algunos de ellos pertenecientesa grandes tinajas, aunque de pastas de mala calidad.

    Si adems tenemos en cuenta que la Rinconadade Olivares se encuentra en plena zona de riegode Jumilla, por donde adems pasan las canali-zaciones de las aguas de la Fuente Principal dela Villa o Fuente del Cerco, y precisamente enmedio de dicha necrpolis se localiz una po-sible acequia de tierra, de poca inmediata-mente anterior a los enterramientos, y una

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    Lmina 6. Restos de enterramiento islmico en el Recinto 10.

  • LA ARQUEOLOGA MUSULMANA EN JUMILLA: ESTADO DE LA CUESTIN

    especie de minado de captacin de aguas, justodebajo de la loma que consideramos el lugar dehbitat, todo hace pensar que el primer ncleopoblacional paleoandalus y musulmn hasta elsiglo XI, estuvo en esta zona, lo que explicaadems la presencia de las quinientas sepulturasde la necrpolis de la Rinconada de Olivares.

    Hay otros condicionantes que apuntan haciadicha ubicacin, como son la proximidad de loscauces de las ramblas de La Alquera, salpicadade manantiales de agua potable a lo largo de surecorrido, y del Praico Somero, por donde dis-curre un pequeo caudal de agua que da lugar alhumedal denominado Charco del Zorro, locali-zado a escasos metros de la maqbara de la Rin-conada de Olivares.

    Adems de la necrpolis con los dos tipos deritos, el visigodo y el musulmn, se hallaron res-tos romanos, paleoandaluses y musulmanes. Dehecho, las fosas de las sepulturas musulmanas es-taban cubiertas con fragmentos de signinum pro-cedentes de la villa romana, por lo que el espaciohabitacional no estuvo lejos de la necrpolis.

    Queremos volver a reiterar el cuantioso nmero desepulturas, lo que nos lleva a considerar que la ma-dina debi ser importante, insistimos, aunque noaparezca citada en las fuentes, o lo que es ms pro-bable, no hayamos sido capaces de identificarla.

    Con la llegada de los Almorvides a la PennsulaIbrica, la poblacin se traslad a las proximida-des de la fortaleza del castillo, e incluso a la pro-pia fortaleza, como lo atestiguan los primerosrestos de materiales, netamente musulmanes, quese han encontrado dentro del castillo, no van msall del siglo XII, con presencia de cermica deverdugones. Al igual que las primeras construc-ciones como tal fortaleza son de esta mismapoca (lm. 7).

    De este momento y confirmando as el acerca-miento de la poblacin al cerro del castillo es lanecrpolis de la plaza de Arriba, de la que des-

    conocemos sus dimensiones y el nmero de se-pulturas que alberg, pero el cambio de orienta-cin de las mismas nos lleva a situar sucronologa en el momento de llegada de los Almorvides, el asentamiento de estos y la nuevafragmentacin de al-Andalus en reinos de taifas.

    La madina la encontramos ahora sobre el mar-gen derecho de la Rambla de la Alquera, coin-cidiendo con la parte ms antigua del cascourbano de Jumilla12, donde adems se encuentrael mayor nmero de manantiales en el cauce dedicha rambla; en apenas un kilmetro de reco-rrido localizamos las fuentes de Tragapn, Mo-lino de Morote, Pila (con restos romanos) yBaos de Campa.

    El gran desarrollo que la Cora de Tudmr y, porende, Jumilla tienen durante estos dos siglosjustifican la presencia de las otras dos necrpo-lis, la del arrabal de Santa Mara y del cemen-terio municipal de Santa Catalina, quedelimitaran el rea de la madina por el O y Nrespectivamente13. Desarrollo que da como fru-tos dos intelectuales nacidos en Jumilla y quetuvieron cierta relevancia dentro del mundo cul-tural andalus, como son el historiador Abu Ab-dalah Muhammad ben Abd Salam (1117-1169)y su hijo, Abu Bakr Muhammad ben Abd

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    Lmina 7. Castillo de Jumilla. Fachada sur de factura musulmana.

    12 HERNNDEZ, 1997.13 HERNNDEZ, 1997, p. 39.

  • Salam, que falleci en 1211, era jurista y aambos se les conoca con el apelativo de Yu-malli, El Jumillano14.

    Las necrpolis que circundaban el casco urbanode la madina se siguieron utilizando hasta la ren-dicin del Reino de Murcia al rey Fernando IIIen 1243. En concreto, la necrpolis del cemen-terio municipal o de Santa Catalina se sigue uti-lizando en la actualidad.

    9. CONCLUSIONES

    Por lo tanto podemos inferir que el ncleo prin-cipal de poblacin entre los siglos VIII al XI seencontraba en el entorno de la necrpolis de laRinconada de Olivares. Ncleo que se trasladdurante el siglo XI al espacio que hay entre laplaza de Arriba y la Rambla de la Alquera, a la vez que se ocupaba la cima del cerro del cas-tillo, donde se construy la primera fortifica-cin. La poblacin continu tanto en la alcazabadel castillo y la madina del llano de Santa Mara,que en su expansin urbana lleg hasta el actualcementerio municipal, dado que no hay expan-sin posible por todo el oeste, al estar el acci-dente natural de la Rambla de la Alquera.

    Destacamos la continuidad de los espacios deenterramientos, a pesar de los cambios de rito,visigodo-musulmn y musulmn-cristiano. Tanes as que el cementerio municipal actual seubica sobre parte de una necrpolis musulmana.

    El origen de la plaza de Arriba, como espaciopblico, se debe a la presencia de la necrpolis,lo que impidi durante el siglo XIV que se es-peculara con su suelo, a pesar del importantedesarrollo urbano del momento.

    Por ltimo, la Jumilla musulmana debi ser unncleo de poblacin importante, como lo atesti-guan las extensas necrpolis, de cuya existenciano conocemos nada por las fuentes escritashasta el siglo XI. Pero con anterioridad, la ne-

    crpolis de la Rinconada de Olivares denota unncleo importante de poblacin. Quiz se tratede una de las ciudades no identificadas en lostextos musulmanes.

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  • Tudmr 1, Murcia, 2009, pp. 41-52

    RESUMEN

    En el ao 2005 se realiz una prospeccin por el en-torno del castillo de Priego. Como resultado del es-tudio de los materiales hallados y la fortaleza alllocalizada este trabajo propone una hiptesis. En re-sumen, esta hiptesis seala que el castillo de Priegofue construido por el califato, all en el siglo XI, paracontrolar un territorio inestable y sometido a fuertesvaivenes sociales.

    PALABRAS CLAVE

    Priego, Moratalla, Murcia, castillo, califato, arqui-tectura, cermica, siglo XI.

    RSUM

    En 2005, une enqute a t mene autour de lenvi-ronnement de Chteau de Priego. la suite de ltudedes matriaux trouvs dans la forteresse sy trouventcet article propose une hypothse. En bref, ce scna-rio indique que le chteau a t construit par le cali-fat, de retour dans le XIe sicle, de contrler unterritoire instable et soumis de fortes sociale vicis-situdes.

    PAROLES CLEF

    Priego, Moratalla, Murcia, Chteau, Califat, Archi-tecture, Cramique, XI sicle.

    UN CASTILLO OMEYA EN MORATALLA? ESTUDIO ARQUITECTNICO Y CONTEXTUALIZACIN DELCASTILLO DE PRIEGO (MORATALLA, MURCIA)

    Antonio Vicente Frey [email protected]

    A mi amigo Benito Mercader Len, que un da fue seor de lasmontaas.

  • 1. INTRODUCCIN

    Durante el mes de octubre de 2005 fue realizadauna prospeccin con el subsiguiente registroplanimtrico de la fortificacin de Priego oPliego, localizada en el trmino municipal deMoratalla, casi en la divisoria de las provinciasde Murcia y Albacete, en el extremo oriental dela Sierra del Zacatn1. El territorio en cuestinrepresenta el arranque de una slida encrucijadamontaosa articulada en torno a la cuenca altadel ro Segura, conocida genricamente comoSierra de Segura, de complejo y poco conocidopoblamiento histrico y una variopinta red cas-tellolgica, integrada tanto por grandes fortifi-caciones como por pequeos fuertes o torres2.

    En s, y a pesar de contar con un prdigo elencofortificado, el territorio del Alto Segura se ha ca-racterizado por un impacto de bajo perfil en lasfuentes escritas. Hoy da se desconocen aspectosde su poblamiento y devenir sociopoltico desde lams temprana Edad Media hasta la mitad del sigloXII, cuando se hace notar firmemente en la histo-ria como consecuencia de las actividades del c-lebre suegro de Ibn Mardan, el seor de Segurade la Sierra, Ibrahm b. Hamuk. Desde entonces,las montaas del Alto Segura quedaron inmersasdentro de la dinmica blica del arq al-Andalushasta la irrupcin y asiento de la Orden de San-tiago, durante la primera mitad del siglo XIII.

    En este contexto, el casi desconocido para las fuen-tes castillo de P