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Capítulo 31
Diálogo: personas creando significado entre ellas y encontrando maneras de seguir
adelante.
Harlene Anderson
A través de los años, he tenido un sostenido interés en las voces de los clientes: sus
experiencias y descripciones de terapias exitosas y de aquellas sin éxito, y de terapeutas
que fueron de ayuda y otros que no tanto. He entrevistado y consultado a clientes,
terapeutas y estudiantes en mi entorno local y alrededor del mundo. Frecuentemente
terminaba mis conversaciones y ellos hacían la siguiente pregunta: “¿qué consejo tiene
para los terapeutas?” Estas voces y sus reacciones a esta pregunta han influenciado
significativamente en mi entendimiento de la terapia y mi aproximación a ella. Si
tuviese que resumirlo, diría que los clientes hablaban de lo que ahora pienso como
“conversaciones relacionales”. Ellos describían formas particulares en que los
terapeutas escuchaban, oían y hablaban2; indicando que los modos, acciones y
reacciones de los terapeutas comunicaban a los clientes que eran importantes y
respetados y que lo que tenían que decir valía la pena escucharlo. Lo que aprendí resaltó
el significado de la relación en el diálogo y, en parte, influenció al motor y espíritu de
mi aproximación, una “forma de ser” del terapeuta a la que yo llamo “postura
filosófica”. Voy a tratar esta postura filosófica en el capítulo 4. Pero primero, hablaré
del rol del diálogo y de la importancia de escucharlo, oírlo y hablarlo en una relación y
una conversación, comenzando con una pregunta que es influenciada por estas voces de
los clientes y que siempre está presente: ¿cómo pueden crear los terapeutas
profesionales la clase de conversaciones y relaciones, con sus clientes, que permitan a
todos los participantes acceder a sus creatividades y desarrollar posibilidades donde
antes no parecía existir ninguna?
En hermenéutica, construcción social y filosofías posmodernas, la noción de diálogo es
central. Diálogo, en la temprana sociedad griega, hacía referencia a dia (a través) y a
logos (palabra). Se refería al intercambio social y a la generación de sentido y
significado y al entendimiento a través de ellos. Yo utilizo “diálogo” similarmente, para
referirme a una forma de conversación: hablar o conversar con otro o con uno mismo
con el objetivo de buscar significado y entendimiento. Pongo énfasis en el “hacer con”.
Los participantes se involucran el uno con el otro en una investigación mutua o
compartida: considerando conjuntamente, examinando, cuestionando y reflexionando.
En y a través de esta búsqueda dialógica, significados y entendimientos son
continuamente interpretados, reinterpretados, clarificados, revisados y creados. Mientras
emerge la novedad en el significado y el entendimiento, las posibilidades son generadas
para el pensamiento, sentimiento, emoción, expresión y acción. El verdadero diálogo no
puede ser otro que el generativo. En otras palabras, como mencioné anteriormente en el
capítulo 1, la transformación es inherente en el diálogo. También pongo énfasis en la
importancia de tener “espacio” para el diálogo en el que las personas puedan conectarse
y hablar entre ellas. Como también mencioné en el capítulo 1, pienso en él como un
1 Este capítulo fue escrito, originalmente, como una presentación para la octava edición de la Conferencia
Anual de Diálogo Abierto: Lo que es útil en el tratamiento del diálogo. Tornio, Finlandia, el 29 de Agosto
de 2003, y fue revisado para este libro. 2 N del T: escuchar y oír se diferencian por la intención. Escuchar es algo que se hace intencionalmente,
mientras que oír es algo que sucede independientemente de nuestra voluntad. Oír proviene de oído, es
decir, el sentido de la audición. Uno oye todos los sonidos emitidos que vienen del exterior, lo que no
significa que uno ponga atención y esté escuchando. En inglés “hear” se traduce por oír, mientras que
“listen” se traduce por escuchar.
espacio metafórico que el cliente y el terapeuta ocupan juntos y en el que ocurre el
diálogo.
Una búsqueda por el entendimiento no es indagar lo desconocido sino mirar lo familiar
con escrutinio, con nuevos ojos y oídos, ver y escuchar de manera diferente, entender
diferentemente, articular diferentemente. El desafío es que a veces estamos tan
acostumbrados a lo familiar que pasamos por alto la anomalía, lo usualmente
desapercibido, las expresiones inarticuladas (por ejemplo: un movimiento, una mirada).
Interesantemente, sin embargo, en este proceso de cliente contando y terapeuta
aprendiendo, como sugiere Rorty, algo comienza a suceder espontáneamente: lo
familiar empieza a ser discutido de manera no familiar o inusual, dándole nuevo
significado a lo familiar, a lo usual.
El diálogo es una actividad relacional y colaborativa. Es influenciado, por supuesto, por
los múltiples y más amplios contextos, discursos e historias en los que se lleva a cabo.
De primordial importancia, no obstante, es la relación entre los participantes dialógicos
o los “compañeros conversacionales”. Como mencioné en el capítulo 1, Wittgenstein
habla de relación y conversación como yendo de la mano: las clases de conversaciones
que tenemos el uno con el otro informan y forman las clases de relaciones que tenemos
el uno con el otro y viceversa3. El diálogo invita y requiere de sus participantes un
sentido de reciprocidad, incluyendo respeto mutuo y sincero interés en lo que concierne
a los otros.
El diálogo, por su propia naturaleza, involucra un no-conocer e incertidumbre. El
sincero interés en el otro necesita no-conocer al otro, su situación o su futuro antes de
tiempo, ya sea que el conocimiento se encuentre en la forma de una experiencia previa,
conocimiento teórico o familiaridad. Creyendo que uno conoce a la otra persona, ya sea
por una relación con ellos o como un tipo de persona, puede impedir que se sea
inquisitivo y aprender sobre su singularidad. Al igual, el diálogo requiere una actitud de
no-conocer hacia el resultado. Porque las perspectivas cambian y el diálogo está
transformándose intrínsecamente, es imposible predecir, por ejemplo, cómo una historia
será contada, los giros y cambios que su relato puede tomar, o su aparente versión final.
Combinadas, estas características distinguen al diálogo como una actividad dinámica,
generativa y conjunta, y como diferente de otras actividades del lenguaje como la
discusión, el debate o la cháchara. (Trato el no-conocer de manera completa más
adelante en este capítulo y en el capítulo 4).
Escuchar, oír y hablar: su importancia en el diálogo
El diálogo involucra los procesos entrelazados, recíprocos y multifacéticos de escuchar,
oír y hablar. Cada uno es crucial para los otros. Cada miembro de una conversación se
mueve constantemente, hacia delante y hacia atrás, entre estos procesos. Son parte de la
naturalidad y espontaneidad de las conversaciones; no son ni métodos discretos de
pasos a seguir ni técnicas.
En mis entrevistas con clientes, a lo largo de los años, sobre sus experiencias de
terapias, frecuentemente comentaban sobre la forma de escuchar y oír de los terapeutas:
“ella me escuchaba”, “el oía exactamente lo que yo decía” y “todo lo que yo quería era
alguien me oyera”. El factor más común en las terapias que fracasaban era que no se los
escuchaba o no se los oía. Recuerdo haber hablado con un hombre en Suecia que conocí
en una entrevista como consultora. Le habían diagnosticado una esquizofrenia
paranoide y había estado bajo tratamiento durante 5 años con distintos psiquiatras y
psicólogos. Él habló acerca de aquellos que hacían preguntas para “juntar detalles y
3 Mi colega, Glenn Boyd, también habla de esto en “The Art of Agape-Listening”.
hechos” y aquellos que hacían preguntas para oír “la historia que asumo que ya saben”.
El dijo que ninguno de ellos jamás “me oyó” o “me conoció”. Y, con una emoción
intensa, dijo que era “triste” y “doloroso”. Asumidamente, sentía que ellos no tenían
una necesidad de estar interesados en él y en su historia; quizás ya lo conocían como
una categoría diagnosticada. El hombre sentía que nadie había estado interesado en
escucharlo y en oír lo que tenía para decir, hasta que conoció al actual grupo de
terapeutas, quienes me habían invitado a reunirme con él. Él sentía que ellos lo
escuchaban y oían y que, si por momentos no entendían, al menos lo intentaban
sinceramente.
Las voces de personajes de ficción a veces reproducen lo que quiero expresar mejor de
lo que yo lo hago. Las palabras de Smila, el personaje principal de la película de
misterios “Smila: misterio en la nieve” (1997), ilustra de manera bellísima la clase de
escucha a la que me refiero:
Muy pocas personas saben cómo escuchar. O su prisa los arrastra fuera de
la conversación, o intentan internamente mejorar la situación, o están
preparando lo que será su entrada cuando uno se calle y sea su turno de subir
al escenario… Es diferente con el hombre parado frente a mí. Cuando hablo él
escucha sin distracción lo que tengo que decir, y sólo lo que digo. (Hoeg,
1993, pp. 44-45).
Defino escuchar como atender, interactuar y responder con y a la otra persona. Escuchar
es parte del proceso de tratar de oír y captar lo que la otra persona está diciendo desde
su perspectiva. Es una actividad participativa que requiere responder para tratar de
entender: Ser genuinamente curioso, hacer preguntas para aprender más sobre lo que se
dijo y no lo que uno cree que se debería haber dicho. Requiere una comprobación para
saber si lo que uno cree que oyó es lo que la otra persona esperaba que uno oyera. La
comprobación exige la utilización de términos comparables o de diferentes palabras de
aquellas que está usando el otro, dándole una oportunidad al terapeuta para que
contraste y compare significados, y otorgándole oportunidad al cliente para clarificar,
corregir o confirmar los entendimientos diferentes o que el terapeuta haya pasado por
alto. Es decir, si se utilizan, simplemente, las mismas palabras que el emisor, ninguno
podrá confirmar o no-confirmar lo entendido. Hago una distinción entre respuestas
como ser preguntas para participar en el relato donde, una a una, ayuden, por ejemplo, a
clarificar y expandir; y respuestas como ser preguntas que buscan detalles y hechos
para determinar diagnósticos e intervenciones, o que tienen como objetivo guiar la
conversación hacia una dirección en particular.
Es importante tener en cuenta qué clase de respuestas son facilitadoras y qué clase
dificulta el diálogo. ¿Qué indica, por ejemplo, si lo que el otro dijo es respetado y
valorado versus dejado de lado y descartado? ¿Qué indica que quien escucha piensa que
el emisor ha dicho demasiado o que está bien que prosiga? Quien escucha puede
responder con o sin palabras. El movimiento del cuerpo (por ejemplo, una mirada,
encoger los hombros o suspirar) Es una respuesta. Como sugiere Andersen en el
capítulo 6, la palabra hablada es acompañada por movimientos del cuerpo. También es
importante tener en cuenta que una falta de respuesta es una respuesta, es una
comunicación que el receptor interpreta como cualquier tipo de respuesta. Los clientes
dijeron que las no-respuestas de los terapeutas a veces los hacían sentir poco
importantes, desacreditados, dubitativos, entre otros. Los clientes también dijeron
haberse preguntado si el terapeuta tenía una respuesta silente interna que no estaba
compartiendo. En este ultimo caso, los clientes pensaban frecuentemente que la
respuesta debía ser muy prejuiciosa o, de lo contrario, la compartirían. Recuerdo haber
escuchado a una colega cuando hablaba sobre una discusión que había tenido, en la que
no estaba de acuerdo con la otra persona o no valoraba lo que había dicho. Con seriedad
y un tanto orgullosa dijo: “Fui una buena escucha4, no dije nada. Sólo escuché y esperé
pacientemente a que él terminara”. No sé cómo recibió esta respuesta la otra persona.
Pero doy este ejemplo para enfatizar la importancia de una respuesta y que una no-
respuesta es una respuesta. La “dificultad de la diferencia” es parte del proceso
dialógico. En vez de rechazar aquello con lo que no se está de acuerdo, a través del
silencio o el reproche, se puede tomar ventaja de la oportunidad de diálogo, por
ejemplo, tratando de dar sentido desde la perspectiva del otro y siendo curioso sobre los
diferentes puntos de vista. Un buen receptor responde, como sugiere John Shotter
(1995), “dentro” de la conversación; actuamos responsablemente “dentro” de una
situación, haciendo lo que se requiere” (p. 62). He escuchado a Tom Andersen sobre
como responder es “crucial para invitar y alentar tanto en las relaciones como en el
dialogo”. También he escuchado a Jaakko Sikkula (2003) decir: “Nada es más terrible
que la falta de respuesta”.
Escuchar, desde esta perspectiva, difiere de la forma de escuchar que es históricamente
discutida en la literatura psicoterapeuta, donde su principal rol ha sido adquirir
información clínica. Mayormente, esta forma de escuchar ha sido una tarea pasiva. La
parte activa ha sido la organización silente y el dar sentido a lo que se oye a través del
oído interpretativo del terapeuta.
De acuerdo a mi experiencia, se aprende mas sobre otra persona y su situación cuando
se los escucha como si uno estuviese escuchando una historia. Cuando se escucha una
historia, uno ante todo pone atención a la historia como un todo; cuando uno está
absorto no nota, necesariamente, los detalles y hechos. Interesantemente,
sorprendentemente y, quizás, paradójicamente, cuando uno deja de concentrarse en los
hechos y detalles, uno desarrolla una mejor memoria para ello también. Asimismo, creo
que es difícil prestarle completa atención a una historia cuando uno está ocupado
escribiendo notas mientas la otra persona está contando su historia. Además, en mi
experiencia, cuando uno imagina que la otra persona está hablando sobre su historia, y
una nueva además, uno se compenetra en la historia y con quien la cuenta. Imaginese
como escucharía una historia si realmente creyera que no la oyó antes y la estuviera
oyendo por primera vez. Lo extraño y poco familiar de ella invita a la curiosidad y la
anticipación.
Recuerdo aquella vez que oí a la ganadora del premio Pulitzer, Jhumpa Lahira, leer su
novela The Namesake. Quedaba cautivada mientras escuchaba el capítulo sobre el
nombre del niño que era el protagonista, Gogol. Ansiosamente, quedaba enganchada en
cada palabra, imaginándome a los personajes y sus acciones. El capítulo era una
colección de escenarios sobre la influencia que tuvo su nombre en sus relaciones y su
identidad. Cuando terminó la lectura, yo estaba ansiosa por oír el resto de la historia, no
la conocía. Aun recuerdo muchas cosas sobre Gogol y los eventos y personas de su
vida: tanto palabras y frases como detalles y hechos permanecieron vividamente en mí,
aunque no estaba recolectándolas cuando ella las leía.
El proceso de contar una historia durante la terapia es mucho más complejo que aquel
que involucra a una persona contando una historia y otra, simplemente, escuchándola.
Quien escucha debe estar activamente involucrado, oyendo y hablando también. A este
proceso de oír, Susan Levin (1992) lo define como “el proceso que involucra una
4 N del T: en el texto original se usa la palabra “listener”, por eso se utiliza la traducción “escucha”, para
hacer referencia a la persona que escucha y no confundir con “oyente”.
negociación de entendimientos” (p. 48) “una lucha interactiva por el significado
compartido que ocurre cuando dos personas (o más) intentan llegar al entendimiento
mutuo de algo” (p.50) Escuchar y oír van de la mano y no pueden ser separadas.
En mi experiencia, la negociación del entendimiento en y a través del diálogo se realiza
de un modo claro que incluye actitudes especiales por parte del terapeuta y acciones que
yo llamo (influenciada por la noción de escucha receptiva de Shotter) escuchar-oír
receptiva-activamente. Este proceso invita al cliente a decirnos lo que siente: sus
preocupaciones internas. Para ayudar a que una historia sea compartida, el terapeuta
debe sumergirse en el mundo del cliente y demostrar interés en su punto de vista del
problema, su causa, su locación y su solución. Igualmente importante, un terapeuta debe
aprender cuáles son las expectativas del cliente sobre la terapia y sobre el mismo
terapeuta.
Esta manera de escuchar, oír y responder requiere que el terapeuta se
adentre en el dominio de la terapia con una postura genuina y una forma
caracterizada por la apertura hacia la base ideológica de la otra persona: su
realidad, creencias y experiencias. La postura para escuchar y la forma,
implican una demostración de respeto, tener humildad hacia el otro y creer
que lo que el cliente tiene que decir vale la pena ser escuchado. Involucra
poner una considerada atención, demostrar que valoramos los
conocimientos del cliente sobre su dolor, sobre su miseria o sobre sus
dilemas. Y supone demostrar que queremos saber más sobre lo que un
cliente acaba de decir o lo que no dijo. Esto se logra de mejor manera al
interactuar activamente con el cliente y responder a lo que éste dice
mediante la formulación de preguntas, haciendo comentarios, extendiendo
ideas, preguntándose y compartiendo los pensamientos privados en voz
alta. Estar interesado de esta manera ayuda al terapeuta a lograr la claridad
y prevenir los malentendidos de lo dicho, y aprender más (y participar de
la creación) de lo no-dicho.
Comentarios y preguntas de este tipo, que buscan no malinterpretar, deben
ser ofrecidas de una manera tentativa y curiosa que exprese un interés
genuino en entender correctamente.
Escuchar-oír receptiva-activamente no significa sentarse, relajarse y no
hacer nada. No significa que el terapeuta no puede ofrecer una idea o
expresar una opinión. Tampoco significa que sea sólo una técnica.
Escuchar-oír receptiva-activamente es una forma y una actitud natural del
terapeuta que comunica y demuestra sincero interés, respeto y curiosidad.
De tal modo, el terapeuta da el espacio y tiempo necesarios para la historia
del cliente y sí, a veces, sin interrumpir. Es decir, que no me molesta ni
hago inferencias si un cliente decide hablar por un largo período de
tiempo. (Anderson, 1997, pp. 153-154).
Diálogo interno
Debería decir, explícitamente, que diálogo hace referencia a ambos diálogos: externo e
interno. El diálogo interno es la conversación que tenemos con nosotros mismos o con
otro imaginado. El diálogo interno del terapeuta es el primer paso hacia el diálogo y es
crucial para fomentarlo. Normalmente les digo a mis estudiantes que la conversación
más importante en el consultorio del terapeuta o en los salones de clase, es aquella que
silente e internamente tienen los clientes o los estudiantes mientras el terapeuta o el
profesor hablan. La expresión de un pensamiento silente es, en sí misma, generativa; es
decir, la expresión de pensamiento, ya sea a través de la articulación o de los gestos en
el espacio relacional, es un proceso interpretativo, de generación de sentido y
significado.
Articular el diálogo interno, por ejemplo, puede ayudar al terapeuta a ganar conciencia y
claridad sobre sus pensamientos. Como solía decir Harry Goolishian: “nunca sé lo que
quiero decir hasta que lo digo”. Esta articulación puede darse en el consultorio del
terapeuta o en una conversación post-terapia con un colega o con uno mismo. Yo
siempre prefiero mantener al cliente dentro de estas curvas internas dialógicas. Las
conversaciones privadas, ya sean en voz alta o en papel, como rever grabaciones de
sesiones sin el cliente presente, pueden arriesgar al monólogo del terapeuta. La
interpretación privada del terapeuta también puede arriesgar, a veces intencionalmente,
la asunción de una posición de sabiduría y autoridad. En los grupos supervisados de
estudiantes de terapia clínica, encuentro que los estudiantes quieren hablar,
aparentemente, sin fin sobre los clientes luego de la sesión. Propongo que tal
conversación es de poca relevancia porque la persona más importante para la
conversación no es parte de ella. Sugiero que ahorren sus comentarios y preguntas, y se
las planteen a los clientes en la siguiente sesión. Compartir sus pensamientos privados
con sus clientes, hablarlo con ellos y no sobre ellos. Usualmente, sin embargo, cuando
la siguiente sesión se desarrolla, los temas con los que estaban tan ocupados los
estudiantes ya no tienen la misma importancia.
Escuchar, oír y hablar son igualmente importantes. Como mencioné más arriba, el
terapeuta escucha al cliente pero debe preguntar para determinar si las palabras dichas
fueron oídas en la forma en que el cliente quiere que el terapeuta las oiga. ¿Cómo puede
preguntar el terapeuta para saber si entendió bien, entendió en parte, o no entendió, sin
expresar y articular sus pensamientos internos? De nuevo, si quien escucha simplemente
repite las palabras del emisor, éste último sólo puede confirmar haber dicho esas
palabras. Ni quien escucha ni quien habla sabrá si el receptor del mensaje entendió el
significado de las palabras dichas por el emisor. Lograr el entendimiento y promover el
diálogo son parte de un proceso activo en el que quien habla interactúa con las palabras
y, de este modo, con el emisor (Anderson, 1997). El riesgo yace en el potencial
dominante de un malentendido en el diálogo (un malentendido es simplemente un
entendimiento que difiera de las intenciones de quien habla). (Hablo más sobre el
diálogo interno del terapeuta en la sección “Siendo Público” del capítulo 4).
Aumentando la posibilidad de diálogo
El diálogo es un proceso interactivo de interpretación de interpretaciones. Una
interpretación invita a otra. Interpretar es el proceso de entender. En este proceso por el
cual se trata de entender, se producen nuevos significados. En este sentido, la
interpretación no es un proceso silente e inactivo. Involucra los procesos activos,
interactivos y receptivos de escuchar, oír y hablar, como se trataron más arriba. Quien
escucha responde (por ejemplo, con palabras, un gesto o una mirada) a quien habla; que
luego responde a quien antes escuchaba. Ambos son tanto emisores como receptores5.
Lo que se dice adquiere significado mediante este feedback entre uno y otro.
Escuchar, oír y hablar son expresiones de una manera de ser: una manera de ser que
sugiere un espacio que se convierte en un lugar de concurrencia para los procesos
relacionales de diálogo. ¿Pero como puede uno asumir una manera de ser que invite al
diálogo? ¿Cómo puede uno invitar a otra persona a hablar? En base a las entrevistas
hechas con clientes, terapeutas y estudiantes, creo que involucra vivir auténticamente lo
5 N del T: siempre hablando de emisor como la persona que habla y de receptor como la persona que
escucha.
que la mayoría de nosotros deseamos: ser personas creíbles y confiables, sin importar
nuestras circunstancias; ser aceptados sin importar cuán absurdas puedan parecer
nuestras palabras y acciones; y tener un espacio seguro y una amplia oportunidad para
expresarnos. Más abajo hay algunas ideas a tener en cuenta cuando la intención es
invitar y participar en el diálogo (junto con la postura filosófica expuesta en los
capítulos 1 y 4).
Escuchar, oír y hablar con respeto. El respeto es una actividad relacional: no es
una característica interna e individual. Respeto es tener y demostrar
contemplación y consideración por la dignidad del otro. Es comunicado por la
actitud, el tono, la postura, los gestos, el movimiento de los ojos, las palabras y
el entorno.
Escuchar, oír y hablar como quien está aprendiendo. Ser genuinamente curioso
acerca de la otra persona. Uno debe creer, sinceramente, que puede aprender
algo del otro. Escuchar y responder con un interés explícito en lo que la otra
persona está diciendo: sus experiencias, palabras, sentimientos y demás.
Escuchar, oír y hablar para entender. No hay que entender demasiado rápido.
Hay que tener en cuenta que el entendimiento nunca termina. Hay que ser
tentativo con lo que uno cree que sabe. El saber interfiere con el diálogo: puede
excluir la posibilidad de aprender sobre el otro, de ser inspirado por él y el
instinto espontáneo de un diálogo genuino. Saber también puede arriesgar a que
se mantengan o aumenten las potenciales diferencias.
Escuchar, oír y hablar con cuidado. Las pausas son importantes. Tomarse
tiempo antes de hablar: hay que darle a la otra persona el tiempo para terminar y
darse a uno mismo un momento para pensar sobre lo que uno quiere decir y
cómo quiere decirlo.
Escuchar, oír y hablar naturalmente. Escuchar, oír y hablar son actividades y
procesos relacionales; no son técnicas. Cuando minimizamos la complejidad del
diálogo reduciéndolo a técnicas, nos arriesgamos a perder o interferir con
nuestras habilidades naturales sociales y conversacionales.
El diálogo funciona con una escala gradual6. A veces, estamos menos en un proceso
dialógico y, a veces, más. No quiero sugerir que los diálogos son siempre armoniosos o
fáciles. No siempre hacemos eco el uno con el otro. Cuando ocurre una disonancia,
encuentro útil pensar en la distinción dialógica-monológica (hablo de esto en el capítulo
4). Es aquí donde también encuentro útil que el terapeuta tome una pausa y reflexione
sobre su diálogo interno: ¿puede la conversación interna (monólogo) del terapeuta
contribuir con la dificultad? Y de ser así, ¿cómo? Sin embargo, no busco ni pienso, por
ejemplo, en las puntuaciones de una conversación como momentos dialógicos o
monológicos. El todo de la conversación y la relación es lo que importa.
Para parafrasear a Wittgenstein, el diálogo nos permite encontrar maneras para seguir
adelante desde aquí. Así que, quizás, esto es lo que sirve de ayuda en el diálogo:
encontrar maneras de seguir adelante. O, al menos, tener la sensación o esperanza de
que es posible que seamos capaces de seguir adelante.
6 La palabra utilizada en el texto original es “continuum”, pero la R.A.E. (Real Academia Española) no la
incorporó al diccionario de la lengua española.
Capítulo 4
El corazón y espíritu de la terapia colaborativa: la postura filosófica – “Una forma
de ser” en la relación y conversación.
Harlene Anderson
La conceptualización posmoderna del conocimiento y el lenguaje forman el corazón y
espíritu de la terapia colaborativa: la “postura filosófica” (Anderson, 1997, 2003). La
postura filosófica hacer referencia a una forma de ser en relaciones y conversaciones:
una manera de pensar, de experimentar, de relacionarse, de actuar y de responder con y
hacia las personas que conocemos en la terapia. Defino a mi trabajo como una “filosofía
de vida” en acción, como un enfoque y no como una teoría o un modelo de terapia. Una
teoría, como sugiere Shotter (2005), provee un mapa que da instrucciones para la
práctica. Una teoría, como propone la hermenéutica, puede convertirse en un pre-
entendimiento miope que asegura ver lo que se buscaba, opacando la singularidad de la
persona, de la palabra, etc. Esta distinción es similar al enfoque que Shotter (2005) hace
sobre Wittgenstein, y que dice: “las teorías apuntan, últimamente, a justificar y legitimar
un curso de acción propuesto, al proveerle un ya acordado fundamento o base” (p. 6). El
enfoque de una teoría es retrospectivo-a posteriori. Una filosofía involucra análisis
permanente, investigación y reflexiones con uno mismo y con otros. No se trata de
encontrar verdades, científicas o no, ni tampoco es acerca de objetos o cosas: es sobre
personas.
Consistentemente con esta perspectiva, la postura filosófica se convierte en una filosofía
de vida que informa y forma tanto una manera profesional como una manera personal
de ser en el mundo: ambas no pueden ser separadas7. Esto quiere decir que existe una
congruencia en la forma en que pienso sobre y me relaciono con las personas en mi
vida, ya sean encuentros en mis relaciones personales o en mis relaciones laborales, en
distintos campos como ser la terapia, la educación, la investigación; o en el mundo de
las organizaciones y negocios. Al hablar con alumnos que estudian terapia colaborativa
a menudo hacen hincapié en la sorprendente influencia que esta perspectiva tiene en sus
vidas privadas. En particular, notan que se convierten en personas más atentas y
amables en cuanto a cómo se relacionan con otros y cómo estas consideraciones afectan
la calidad de sus relaciones y sus vidas.
Características de la postura filosófica
La postura filosófica es un modo de ser, auténtico y natural, que fluye desde la
perspectiva posmoderna del conocimiento y lenguaje. La postura expresa una creencia
que comunica al otro, a través de la actitud, el tono, los gestos corporales, la selección
de las palabras, el ritmo y otras expresiones, la especial importancia que tienen para
uno. Expresa al otro que es valorado como un ser humano único y no como una
categoría de persona; que tienen algo que vale la pena decir y oír; que uno los conoce
sin prejuicios sobre su pasado, presente o futuro; y que uno no tiene intenciones ocultas
tales como: investigativas, tácticas, direccionales, entre otras. Cuando un terapeuta tiene
esta creencia, forma y determina la naturaleza esencial de su posición mientras se
conecta, colabora, y construye con el otro, en diálogos y conversaciones. La palabra
significativa, aquí, es “con”; un proceso “con”8 que es intrínsecamente más participativo
y mutuo, y menos jerárquico y dual.
7 Ver St. George y Wulff en este volumen. 8 N del T: El autor utiliza la palabra “withness”, se agrega al final de la palabra with (con) el sufijo ness
para convertirla en un sustantivo. En español, por reglas de la gramática, no puede hacerse eso. En la
traducción aparecerá entre comillas la palabra “con” cuando me refiera al sustantivo.
El rasgo distintivo de la postura filosófica son sus características “interconectadas” que
influencian la experiencia del terapeuta y la participación: crean y fomentan un espacio
metafórico para una conversación dialógica y una relación colaborativa. Aunque cada
característica es identificable y puede ser elaborada, ninguna se sostiene sola. Esta
noción de su interrelación es la clave de la terapia colaborativa. Es muy importante
tener en cuenta que las características no son reglas ni técnicas. Es igualmente
importante saber que, aunque la postura puede tener expresiones identificables en
común, es única en cada terapeuta, en cada sistema humano y en las circunstancias y
deseos de cada uno: la terapia colaborativa no sigue fórmulas o patrones establecidos. A
continuación, identifico y debato las características interconectadas de la postura
filosófica que dan forma al corazón y espíritu de la terapia colaborativa.
Cliente y terapeuta como compañeros de conversación
Los participantes se convierten en compañeros conversacionales que se inscriben en
relaciones colaborativas y en conversaciones dialógicas el uno con el otro. La noción de
“con” no puede ser sobre-enfatizada ya que describe encuentros y respuestas de los
seres humanos mientras se adentran recíprocamente en la actividad social y comunitaria
que llamamos terapia. Shotter habla de manera similar sobre el “pensamiento – con
(dialógico)”, “una forma de interacción reflexiva que supone entrar en contacto viviente
con el ser viviente de otro, con sus declaraciones, sus expresiones corporales, sus
palabras, sus trabajos” (2004, p. 150)9. De acuerdo con Shotter, el “con” es dinámico:
“los significados y entendimientos de las personas se encuentran en sus expresiones
receptivas (p. 157)”. Las personas son receptivas entre ellas; tocan y son tocadas.
Shotter contrasta el “con” con el “pensamiento – sujeto10
” (monológico)”11
. Citando a
Bakhtin, Shotter itera: “[en su forma pura y extrema] la otra persona permanece
completa y meramente como objeto de conocimiento y no como otra conciencia… El
monólogo es final y sordo a la respuesta de otra persona, no la espera y no reconoce en
ella ninguna fuerza decisiva” (Bakhtin, 1984, p. 293). Tom Andersen (1996) habla, de
manera similar al “pensamiento – con”, sobre “ser tocado” por la palabra del otro,
estando en contacto cercano con sus palabras. Wittgenstein habla de relación y
conversación como yendo de la mano: las clases de conversaciones que tenemos el uno
con el otro informan y forman las clases de relaciones que tenemos y viceversa.
La naturaleza participativa de las asociaciones colaborativas es de primordial
importancia. Invitar a un cliente a que participe en una asociación y fomentarla,
requiere: a) conocer y saludar al cliente de una manera tal en la que se comunique que
son bienvenidos y respetados, b) demostrarles que uno está interesado en entablar una
relación y aprender acerca de ellos a medida que elijen presentarse y c) entrar en la
relación como una persona que quiere aprender, que escucha y responde, tratando de
entender al cliente desde su perspectiva y desde su lenguaje. El cliente, junto con sus
intenciones y su historia, se convierte en el centro de la atención. Por ejemplo, qué
quieren que uno sepa acerca de ellos, de qué quieren que uno hable, y qué historia
quieren contar y cómo.
9 Lynn Hoffman habla sobre el arte de “con” en el capítulo 5. 10 N del T: El autor utiliza la palabra “aboutness”, se agrega al final de la palabra about el sufijo ness para
convertirla en un sustantivo. En español, por reglas de la gramática, no puede hacerse eso. En la
traducción aparecerá entre comillas la palabra “sujeto” cuando me refiera al sustantivo. // N del T:
Aboutness es un término utilizado en el campo de la ciencia bibliotecaria y de la información (LIS,
Library and Information Science). En filosofía, lingüística y psicología es sinónimo de sujeto (como el
sujeto que observa y estudia al objeto, lo observado) o de intencionalidad. 11 Con el tiempo, he descubierto que el diálogo y el monólogo tiene diferencias y aspectos distintivos
útiles. (Ver Anderson y Goolishan, 1998 y Anderson, 1997).
Me parece útil utilizar la metáfora del anfitrión-invitado: es como si el terapeuta fuese
un anfitrión que conoce y da la bienvenida al cliente como un invitado mientras,
simultáneamente, el terapeuta es un invitado en la vida del cliente. Siempre les
pregunto a mis estudiantes cómo les gustaría ser recibidos como invitados. ¿Qué hace
un anfitrión para que se sientan bienvenidos o no, a gusto o no, especiales o no? ¿Cómo
se sintió la calidad del encuentro y la bienvenida? Estas no son preguntas retóricas. Y
no espero respuestas específicas. En su lugar, quiero que los estudiantes piensen sobre
el sentido de sus experiencias en las relaciones y las conversaciones, y qué comunican
para ellos. A veces, les muestro a mis estudiantes un video del artista Bill Viola llamado
“The Greeting” (el encuentro). El espectador ve a dos mujeres hablando y la llegada de
una tercera. El video de 45 segundos es presentado en cámara lenta (extendiéndolo a 5
minutos), permitiendo que se vean y resalten los matices del encuentro. Los estudiantes
consideran y reflexionan las descripciones e interpretaciones de lo que creen que ven y
debaten los significados de los momentos fugaces de encuentros y saludos que muchas
veces son inadvertidos12
.
Es importante tener en cuenta, sin embargo, que aunque cada uno tenga lo que se
entiende como “estilo propio”, debemos ser capaces de adaptarnos espontáneamente a
cada relación y conversación nuevas y continuas (por ejemplo, la asociación
conversacional) y a las circunstancias esporádicas y poco frecuentes. Cada relación es
única; se forma y evoluciona, y se readapta y, periódicamente, se redefine a sí misma
con el tiempo.
Cliente como experto y Terapeuta como experto
En la terapia colaborativa, el conocimiento del cliente tiene una posición prominente. El
cliente es considerado como el experto en su vida y es el maestro del terapeuta. El
terapeuta respeta, honra, privilegia y toma sumamente en serio la realidad del paciente
(por ejemplo, palabras, creencias e historias). Esto incluye la historia –o parte de ella-
que el cliente quiera contar y el modo en que prefiere hacerlo: cómo elijen expresar su
conocimiento. El terapeuta no tiene expectativas, por ejemplo, sobre cómo se
desarrollará una historia, en qué orden y a qué ritmo. El terapeuta no espera cierto tipo
de respuestas e información y no da opiniones sobre ellas (por ejemplo, si la respuesta
es directa o indirecta, correcta o incorrecta, o si hay cierta información que es
importante y otra no tanto). El terapeuta tampoco piensa en términos de, o busca señales
lingüísticas sugeridas por teorías que delaten definiciones de problemas y soluciones. El
terapeuta confía en que el cliente se conoce a sí mismo mejor que nadie y hablarán de lo
que es importante para él, así como también sobre cuándo y cómo. Esta prominencia del
conocimiento del cliente contrasta con otros enfoques terapéuticos en los que el
conocimiento profesional introducido desde afuera define problemas, soluciones,
resultados y éxitos eternamente, creando una dicotomía experto-“noexperto”.
Si uno piensa en ello, el terapeuta está en relación y conversación con el cliente sólo por
una fracción de segundo en la vida de éste. Es imposible conocerse completamente con
un cliente en ese período de tiempo. El terapeuta, muchas veces, se enfrenta a la
tentación, y riesgo asociado, de rellenar los huecos o de crear las partes faltantes con su
propio conocimiento. Aunque algunos terapeutas tienen la creencia de tener esta
habilidad, el terapeuta colaborativo confía en la habilidad del cliente. Esto no significa
que el conocimiento del terapeuta no se valora, simplemente significa que el terapeuta
no es considerado como el experto en la vida del cliente: el cliente lo es. En lugar de ser
un experto sobre el cliente (incluyendo sus problemas, recursos, soluciones preferidas,
12 Ver www.billviola.com
etc.) las aptitudes y habilidades del terapeuta se encuentran en poder establecer y
fomentar un entorno y condiciones que inviten de manera natural a las relaciones
colaborativas y a procesos conversacionales generativos. Está en crear una cultura en la
que los participantes exploren conjuntamente, y compartan sus habilidades y
conocimientos mientras se esfuerzan para entenderse unos a otros y alcanzar el futuro
deseado. Es en y a través de esta actividad que la novedad en los significados, los
entendimientos y una novedosa operatividad en habilidades y conocimientos, que tiene
relevancia local y utilidad, son creados colectivamente. (El conocimiento y no-
conocimiento de los terapeutas será desarrollado más adelante).
A veces, el terapeuta trabaja con más de un miembro de la red de ayuda profesional o
personal del cliente. El terapeuta aprecia, respeta y valora cada voz y cada habilidad de
manera multi-parcial y simultánea. Las diferencias –múltiples y distintivas voces y
descripciones- que muchas veces son consideradas como “en necesidad de una
resolución” son, en su lugar, consideradas como una fuente inherente e infinita de
riquezas y posibilidades. En otras palabras, se ve a las diferencias como algo que vale la
pena explorar y de lo cual aprender. A través de este proceso de aprendizaje (el proceso
generativo de investigación mutua, como se debate más adelante) las diferencias no se
resuelven sino que algo se obtiene de ellas.
Cliente y terapeuta se unen en una investigación mutua
La postura del terapeuta invita al cliente a una investigación mutua o compartida sobre
los temas y tareas a mano. Esta investigación es iniciada cuando el terapeuta se
introduce en la relación como un aprendiz (como se mencionó mas arriba) y el cliente,
como el maestro del terapeuta. El terapeuta quiere aprender y entender al cliente desde
las perspectivas y preferencias de este último. El terapeuta quiere profundizar sobre las
experiencias vividas por el cliente, y los significados e interpretaciones asociadas a
ellas.
Encuentro útil pensar en ello como si los clientes comenzaran a darme una “pelota de
historias”. A medida que van acercando la pelota hacia mí, y mientras sus manos se
encuentren sobre ella, gentilmente apoyo mis manos sobre la pelota pero no se las saco.
Empiezo a participar con ellos en el relato, mientras miro y escucho atentamente a los
aspectos que me están mostrando. Intento aprender y entender su historia mediante una
respuesta: soy curiosa, planteo preguntas, hago comentarios y gesticulo. De acuerdo a
mi experiencia, entiendo que esta posición de terapeuta-aprendiz actúa para poder
involucrar, espontáneamente, al cliente como un co-aprendiz; es como si la curiosidad
del terapeuta fuera contagiosa. En otras palabras, lo que comienza como un aprendizaje
de una vía se convierte en un aprendizaje mutuo a medida que el cliente y el terapeuta
co-exploran lo familiar y co-desarrollan lo nuevo, cambiando a una mutua investigación
para examinar, cuestionar, preguntar y reflexionar el uno con el otro.
Esto da inicio al proceso dialógico más perceptible y dinámico: un proceso de doble vía
que implica un feedback, un dar y recibir, una conexión y actividad en un lugar y juntos,
en la que las personas hablan con, y no hacia, el otro. En esta clase de conversaciones y
relaciones, todos los miembros desarrollan un sentido de pertenencia. Y, en mi
experiencia, un sentido de pertenencia invita a una participación que, luego, invita a una
sensación de propiedad, que luego invita a una responsabilidad compartida.
Hablo de un “proceso dialógico más perceptible” porque creo que el diálogo entre el
cliente y el terapeuta puede comenzar correctamente antes de encontrarse cara a cara y
de participar en una relación y conversación el uno con el otro. Cada uno puede tener
una conversación interna silente, expectativas y suposiciones sobre el otro imaginado y
sobre su encuentro. Esta conversación interna puede estar presente cuando se conozcan.
¿Qué puede llegar a comunicarle el saludo de un terapeuta al cliente? ¿Cómo puede
interpretar el saludo el cliente? ¿Qué puede comunicar la atmósfera del espacio físico
perteneciente al terapeuta? Como mencionamos más arriba, los matices y sutilezas de
los encuentros y saludos son importantes; dan una primera forma al tono y calidad de la
relación y conversación. (Desarrollo las formas y procesos del diálogo en el capítulo 3).
Quisiera poner especial énfasis en la conexión entre el cliente como experto, la
investigación mutua y el no-saber, tratado más abajo. Me viene a la mente la similitud
con el educador brasileño Paulo Freire, quien favorece la educación informal, educación
que se ha basado en el diálogo y en las experiencias vividas de sus “estudiantes”. Él
habla sobre las “palabras generativas”, el “conocimiento ingenuo” y el “poder del
lenguaje” para crear. Cuando ayudaba a sus estudiantes a aprender cómo enseñarles a
los oprimidos y cómo enseñarles a leer a los campesinos, les pedía que presten atención
a las palabras que las personas utilizaban a menudo. Luego, sus estudiantes les
preguntaban a las personas sobre los significados de esas palabras y los involucraban en
debates sobre las mismas. Freire las llamaba “palabras generativas”. En el proceso
social e interactivo de aprendizaje y debate sobre el sentido de las palabras, donde el
maestro era tanto un maestro como un estudiante, se desarrollaba un nuevo aprendizaje.
Por supuesto, la distinción está en que, para Freire, el proceso educacional y el nuevo
aprendizaje apoyaban su dedicación al cambio político y social.
El enfoque de no-saber sobre el conocimiento, por parte del terapeuta
No-saber hace referencia al punto de vista del terapeuta respecto al conocimiento – por
ejemplo, la verdad, realidad, sabiduría y habilidad – y una posición de conocimiento.
Un terapeuta colaborativo realiza un enfoque escéptico y tentativo del conocimiento,
incluyendo su substancia, su uso su certeza, sus riesgos y sus repercusiones. A
continuación, identifico y debato cuatro aspectos de no-saber que son cruciales para la
postura filosófica y, por lo tanto, para invitar y fomentar relaciones colaborativas y
conversaciones dialógicas.
La idea de pre-saber vs. Saber con: Los terapeutas no creen que pueden conocer a otra
persona o sus circunstancias de antemano. Tampoco creen que puedan conocer los
resultados o consecuencias antes de tiempo. Asumir un conocimiento sobre la otra
persona, anticipadamente, conlleva varios riesgos. Está el riesgo de conocerlos como
una categoría o una clase determinada de persona, el riesgo de conocerlos como un
personaje en un guión teórico y el riesgo de buscar verificaciones del conocimiento
imaginado. Tal conocimiento puede inhibir el interés y las intenciones de aprender
sobre aquellos que hace única a la persona, así como también excluir la posibilidad de
familiarizarse con lo novedoso de sus vidas como ellos quieren que uno lo entienda.
Creo firmemente que entender al otro tan completamente como sea posible, como una
persona única con circunstancias de vida únicas, requiere liberarse de ese saber o
conocimiento en su sentido moderno. Uno debe aprender sobre la otra persona por parte
de la otra persona.
El modo en que un terpauta piensa sobre el conocimiento: El conocimiento que cada
participante aporta a la relación y a la conversación es valorado por igual. Valorado no
significa que exista un acuerdo. Significa respetar, aprender más y tratar de entender. En
el diálogo genuino, lo que cada persona exprese en la conversación será influenciado y
transformado, en cierta manera. El riesgo de influencia y cambio se aplica a todos los
participantes, incluyendo el terapeuta. Por lo tanto, el terapeuta permanece dispuesto y
capaz a que su conocimiento (incluyendo valores y juicios profesionales y personales)
sea ignorado, cuestionado y hasta modificado.
La intención con la que el terapeuta utiliza el conocimiento: El terapeuta incorpora el
conocimiento como una manera de participar en y fomentar una conversación.
Siguiendo la misma línea de la creencia desarrollada previamente (que el conocimiento
no puede ser enviado, o recibido, de una persona a otra) los terapeutas no tienen
intención de privilegiar su propio conocimiento sobre el de los otros, o persuadirlos para
que piensen como ellos. El conocimiento, cualquiera sea su forma (preguntas,
comentarios, opiniones o sugerencias) es ofrecido como alimento para el pensamiento y
el diálogo, como la manera de participar en la conversación. No es ofrecido con la
intención de ser autoritario, objetivo o instructivo.
El modo en que el terapeuta ofrece conocimiento: Los terapeutas honran, dan lugar y
autoridad a la voz del cliente y no la opacan, desvían ni avasallan con su propio
conocimiento. El conocimiento es incorporado de manera tentativa y provisional. Al
mismo tiempo, el terapeuta pone especial atención en el tiempo, los modos y la
entonación con los que se introduce el conocimiento. La introducción debe
sincronizarse con el cliente y la conversación de ese momento.
No-saber es entendido, a veces, como una reducción de la completa participación del
terapeuta en el diálogo. Este no es el caso. El terapeuta no retiene ni niega su voz, sino
lo contrario; el terapeuta puede ofrecer de todo a la conversación. No existe una
intención o necesidad de retener, pero lo que se ofrece debe ser mirado bajo la luz de los
aspectos mencionados anteriormente. No-saber hace, muchas veces, que el terapeuta sea
entendido como una página en blanco, que finge ignorancia o que olvida lo que se
aprendió de los libros y la experiencia. De nuevo, este no es el caso. Nuestro
conocimiento, nuestra historia y nuestros juicios están siempre con nosotros y son parte
de nuestra esfera de influencia.
Mantener una postura de no-saber y vivir con la incertidumbre que la acompaña es vital
para la libre expresión y para los caminos del diálogo, naturales y no planificados. No-
saber es igualmente crucial para el mantenimiento del diálogo interno o el diálogo con
uno mismo, y para no caer en el monólogo (desarrollo el monólogo más adelante).
Ahora hago una advertencia. No sugiero que, de repente, un terapeuta decida introducir
su conocimiento o que siempre esté atento a su introducción. El todo de una
conversación y sus participantes, existe y fluye de un conocimiento ya existente. Los
terapeutas siempre participan con su conocimiento y, como el conocimiento del cliente,
se introduce de manera continua en el curso del feedback de la conversación. (Ver
Anderson, 2005, para un desarrollo más amplio del no-saber).
Ser público
Los terapeutas muchas veces aprenden a trabajar desde pensamientos internos privados
e invisibles – una charla interna formada a nivel profesional, personal, teórico o
experiencial- entendimientos como ser diagnósticos, juicios o hipótesis. Estos
pensamientos pueden influenciar el modo en que el terapeuta escucha y oye, y puede
guiar sus preguntas y respuestas. Desde la postura colaborativa, los terapeutas están
predispuestos y hacen que sus pensamientos invisibles se tornen visibles. El terapeuta
puede compartir cualquier idea – por ejemplo, una pregunta, opinión o sugerencia – con
el cliente. El propósito de compartir o ser público con los pensamiento internos propios
es ofrecerlos como alimento para el pensamiento y el diálogo. Nos es una cuestión de lo
que el terapeuta pueda o no decir, comentar o no, o preguntar; lo que es importante al
fomentar el diálogo es el modo, la actitud, el tono y el momento en el que se realiza.
Hacer públicos los pensamientos privados invita a lo que Bakhtin (1981) se refiere
como entendimiento responsivo. Él sugiere: “un entendimiento pasivo de significados
lingüísticos no es un entendimiento” (p. 281). Shotter, influenciado por Wittgenstein,
propone un tipo de entendimiento relacional-responsivo. En otras palabras, el
entendimiento no tendrá lugar a menos que el hablante-escucha y el escucha-hablante
sean responsivos el uno con el otro. Una conversación interna sin respuesta conlleva el
riesgo de desembocar en un malentendido o en un entendimiento que no concuerda con
el del hablante o su propósito (por ejemplo, los del cliente).
Poner en palabras los pensamientos o conversaciones internas produce algo más que un
simple pensamiento o entendimiento en sí mismo. La expresión de ese pensamiento lo
organiza y reforma; es alterado en el proceso de articulación. La presencia del cliente y
el contexto, junto a otros factores, afectan a las palabras elegidas y los modos en que
son presentadas. Así mismo, el cliente tiene la oportunidad de responder a los
pensamientos internos del terapeuta. La respuesta del cliente – en las variadas formas
que pueda tomar, ya sea expresar interés, confirmar, cuestionar o ignorar – afectarán, a
su modo, los pensamientos internos del terapeuta.
Cuando un terapeuta no pone en palabras sus pensamientos internos, es posible que su
charla interna, así como también su habla, se convierta en monológica y contribuya a
potenciar, crear o mantener el monólogo terapeuta-cliente. Manteniendo pública la
charla interna del terapeuta se minimiza el riesgo de que el terapeuta se vea atrapado en
una charla monológica tanto interna como externa. Por monológico me refiero a un
mismo pensamiento continuo, como si se tuviera una canción en la cabeza y se repitiera
una y otra vez. En otro sitio he hablado sobre hacer un duelo de monólogos o
realidades: cuando una o ambas partes concentran su energía en seguir defendiendo o
persuadiendo al otro desde y hacia su punto de vista (Anderson, 1987, 1997; Anderson
& Goolishian, 1988). Las voces monológicas se convierten en dos rascacielos, uno al
lado del otro, sin ventanas, puertas o puentes: ambos cerrados para el otro. En dicha
instancia, la conversación alcanza un estancamiento; ya no hay un entrecruzamiento o
un enriquecimiento mutuo, ni desde la perspectiva del terapeuta ni desde la perspectiva
del cliente que están presentes cuando las personas se encuentran en el proceso de
intentar entenderse las unas a las otras. Dicho de otro modo, el diálogo o el
“pensamiento con” pueden fácilmente colapsar en un monologo o en un “pensamiento
sujeto”.
No quiero sugerir que todos los pensamientos privados deban ser hablados en una
sesión. Esto sería imposible. Lo importante es tener cuidado de los riesgos del
monólogo, cómo lo que se oye y se dice se filtra a través de él y cómo regresar al
diálogo interno. Usualmente le sugiero a mis estudiantes, si tienen dificultades para
poner en palabras sus pensamientos monológicos, que hablen como si fueran la voz de
una persona imaginaria que está en la sesión de terapia; o que se tomen un descanso o
que hagan algo no relacionado con la terapia entre las sesiones, ya sea leer un libro, ir al
cine o charlar con un colega. No les hago estas sugerencias con la expectativa de que las
sigan, sino con la intención de ayudarlos a acceder a su propia creatividad, aquello que
podría fomentar el cambio de un monologo interno a un diálogo. Cada terapeuta tendrá
su manera única para tratar la charla monológica interna, y variará cómo lo hagan de
acuerdo al cliente y a la situación.
Una clarificación: utilizo al monólogo para hacer una distinción. Creo que todo es
dialógico en cierto punto, pero a veces puede no parecerlo.
Cliente y terapeuta transformándose juntos
En el espacio y proceso de una relación colaborativa y una conversación dialógica, el
terapeuta y el cliente se convierten en participantes que intentan entenderse y responder
el uno al otro, desde dentro de la conversación y la relación. Cuando un terapeuta se
involucra en esta clase de actividad, común y dinámica, tanto él como el cliente son
moldeados y re-moldeados, formados y transformados. Me parece que las palabras de
Shotter (1993, p.9) capturan el sentido que quiero expresar: “hablar en nuevas modos es
construir nuevas formas de relación social, y construir nuevas formas de relación social
(de relación yo-otro) es construir nuevas maneras de ser (de relaciones personas-mundo)
para nosotros mismos”. Shotter (2005, pp. 23-24), al hacer referencia al estilo de
escritura de Wittgenstin, avanza sobre esta idea:
Y es en nuestra propia y activa respuesta a sus expresiones, que podemos
encontrarnos a nosotros mismos confrontados, inesperadamente, con conexiones
novedosas, dentro de nuestras experiencias, que no habíamos notado
previamente… que podemos ver las circunstancias relevantes bajo una nueva
luz.
El terapeuta y el cliente construyen algo nuevo con el otro. Este algo nuevo no es un
resultado ni un producto de la finalización del encuentro. Emerge continuamente
durante la totalidad del encuentro, al mismo tiempo que lo influencia y continúa
después. Es decir, cada conversación será un trampolín para otras en el futuro, dentro y
fuera del consultorio tanto para el cliente como para el terapeuta. Cuando el cliente y el
terapeuta vuelven a encontrarse, cada uno estará influenciado por las conversaciones
internas y externas que tuvieron lugar entre sesión y sesión, y ninguno estará en el
mismo lugar en el que terminó la vez anterior (hago referencia al proceso de diálogo
generativo y transformador, más profundamente, en el capítulo 3).
Confiar en la incertidumbre
Ser un terapeuta colaborativo que se convierte en un compañero conversacional, que
valora las habilidades del otro, que se une a una investigación mutua y que renuncia a la
seguridad del conocimiento preformado, sugiere y acarrea cierta incertidumbre. Cuando
un terapeuta acompaña a su cliente a lo largo de un recorrido y camina a su lado, la
novedad (por ejemplo, soluciones, resoluciones, resultados o futuros) se desarrolla
dentro de la conversación local. Es creada mutuamente y encaja a medida únicamente
para las personas involucradas. Cómo ocurrirá la transformación y cómo se verá, variará
entre un cliente y otro, de un terapeuta a otro, y de una situación a otra. Dicho de
manera sencilla, no hay manera de saber, con seguridad, la dirección que tomará una
historia o el resultado de la terapia cuando consiste en una conversación dialógica y en
relaciones colaborativas. Confiar en la incertidumbre supone tomar un riesgo y estar
abierto al cambio imprevisible.
Así, la terapia colaborativa puede ser pensada como improvisada o que va tomando
forma a medida que el cliente y terapeuta avanzan juntos. El terapeuta siempre responde
al cliente, a lo que requiere la situación, y en el modo necesario. Esto requiere confiar
en el cliente y confiar en uno mismo. Interesantemente, debo añadir, me sorprendí
cuando los estudiantes, durante una entrevista con un investigador que estudiaba sus
experiencias sobre aprender terapia colaborativa, hablaban sobre la certeza de la
incertidumbre. A través de sus experiencias habían llegado a la conclusión de que “hay
certezas en la incertidumbre, refiriéndose al inesperado aumento de la confianza en ellos
mismos, en las sus aptitudes y en su auto-control cuando comenzaron a confiar en la
incertidumbre y se despojaron de la necesidad de saber y de, por ejemplo, la presión de
hacer las preguntas correctas o tener las mejores soluciones. Expresaron haber
encontrado un nuevo sentido de autonomía, felixibilidad y creatividad, y haber logrado
una liberación de las limitaciones de la certeza, para dar lugar a las posibilidades de la
incertidumbre.
Una nueva advertencia. Las habilidades del cliente, el no-saber del terapeuta y la
incertidumbre no indican que el terapeuta actúa o habla sin confianza, que le oculta o
retiene una respuesta cuando el cliente la pide, o que ignora el pedido de certezas por
parte del cliente. En su lugar, sobre lo que quiero poner énfasis es la manera en la que
los terapeutas se posicionan y responden, que invita al cliente a unírsele y que, de a
poco, provoca y mejora la autonomía del cliente.
La terapia como vida diaria y ordinaria
Desde una perspectiva colaborativa, el terapeuta pone la importancia en los
entendimientos de todos los días que se encuentran en la historia, la cultura y en las
prácticas lingüísticas. Es decir, los terapeutas están más interesados en los
entendimientos de sus clientes que en sus propios. Dado esto, la terapia se parece cada
día más a las conversaciones y su usual discurso, y las conexiones íntimas que la
mayoría de las personas prefieren. De tal modo, la terapia colaborativa puede ser
caracterizada como menos formal de lo que es usual en la institución de la terapia.
También desafía las tradiciones institucionales, tales como los límites o la propia
revelación considerados cruciales para una terapia exitosa y apropiada. En su lugar, la
importancia se pone sobre el cliente y el terapeuta como seres humanos involucrados en
una interacción humana que, esperanzadamente, minimizará el riesgo de que el
terapeuta contribuya a desigualdades sociales y de poder. Las conversaciones y
relaciones terapéuticas ocurren, por supuesto, dentro de un contexto particular y con
intenciones particulares.
Dicho de una manera más sencilla: el cliente quiere ayuda y el terapeuta quiere ayudar.
No los pienso como “problemas” a aquello con lo que el cliente necesita ayuda, ya que
la palabra acarrea un bagaje heredado, al ser los problemas disfunciones o déficits que
necesitan ser arreglados o solucionados (Anderson, 1997). Y, como mencioné
anteriormente, también existe el riesgo de hacer suposiciones generalizadas sobre los
problemas y caer en el pensamiento “sujeto” y en el monólogo. Sobre la misma pauta,
los clientes no son categorizados por tipos o clase o por grados, como ser “fácil” o
“difícil”. Cada cliente es pensado, simplemente, en su presente, en situaciones de todos
los días, de la vida diaria (por ejemplo, una dificultad, un sufrimiento, un dilema, un
desafío, un dolor o una decisión) que cualquiera de nosotros podría enfrentar. Cada
cliente, cada situación es única. Entonces siempre podré encontrar a un extraño y a lo
desconocido. Y en este sentido, lo ordinario se convierte en extraordinario.
En resumen, si un terapeuta asume la postura filosófica que es el corazón y espíritu de la
terapia colaborativa, hablarán y actuarán natural y espontáneamente en formas que
crean espacio para invitar y fomentar las conversaciones y relaciones en las que los
clientes y terapeutas se “conectan, colabora y construyen” el uno con el otro (Anderson,
1992, 1997). Porque la postura filosófica se convierte en una forma natural y espontánea
de ser como terapeuta, la teoría no se pone en práctica y no existen técnicas ni reglas
terapéuticas, como las conocemos. En su lugar, las características ponen énfasis en un
set de valores y sus implicancias para la acción. La postura filosófica es el “tono” de las
relaciones colaborativas y de las conversaciones dialógicas, como se sugiere más arriba:
una manera particular con la que nos orientamos para ser, actuar y hablar con otra
persona que invita al otro al compromiso compartido y a la acción conjunta de la
investigación mutua; el proceso del diálogo generativo y la transformación (Anderson,
1997, 2003). En otras palabras, la persona toma prioridad sobre las técnicas y las reglas:
los seres humanos se encuentran relacionados y en conversaciones, el uno con el otro.
Competencias y posibilidades
De acuerdo a mi experiencia, y corroborado en conversaciones con colegas y
estudiantes, practicar la terapia colaborativa enriquece la vida personal y profesional del
terapeuta. Cabe destacar que tanto ellos como los estudiantes reportan un mejorado
sentido de competencias y posibilidades expandidas para sus clientes y para ellos
mismos. Algunos hallaron una emoción no explorada y una nueva iniciativa para
aprender. Se preguntan más y aumenta su curiosidad. Similar a la experiencia de los
clientes, dicen haber encontrado un nuevo sentido de libertad como terapeutas y un
nuevo sentido de esperanza para sus clientes (Anderson, 1997). De manera más
significativa, y hasta más inspiradora, se convierten en miembros de una comunidad
internacional que continúa aprendiendo a lo largo de su vida, que brinda apoyo y
sustento.
Sobre la terapia colaborativa: rasgos distintivos
La terapia colaborativa tiene varios rasgos distintivos que combinados la hacen,
frecuentemente, una terapia con final abierto y permiten un estilo terapéutico más
improvisado. Estas son algunas de esas características:
-Es evolutiva, dinámica y sin fórmulas: la terapia colaborativa se basa en un proceso
reflexivo en el que las suposiciones informan sus prácticas y sus prácticas informas sus
suposiciones (o la búsqueda de nuevas suposiciones y viceversa). Consistentemente con
el discurso posmoderno, el enfoque es dinámico, invitando infinita variedad y
adaptaciones, teniendo el potencial de corresponder con los cambios micro y macro
sociales y de encajar con el valor emergente puesto en las voces de las personas
marginadas y oprimidas. Es también distintivamente sin fórmulas, ofreciéndoles a los
practicantes y a sus clientes la oportunidad de confeccionar la aplicación de sus
suposiciones a sus necesidades y circunstancias únicas, y a sus contextos institucionales
y culturales.
-El foco pasa de estar sobre el individuo o la familia a estar sobre una persona-en-
relaciones: el enfoque está basado en un cambio ideológico que es aplicable sobre las
personas, situaciones y contextos. Su utilidad no es determinada por el sistema social
(individual o familiar), el rol de la persona, el problema o la meta. Su utilidad es
determinada por el valor de las principales suposiciones del terapeuta y la habilidad que
éstas tienen para vivir la postura filosófica que fluye desde ellas.
-La aplicación se extiende hasta fuera del consultorio: este enfoque tiene utilidad en
sistemas y contextos, fuera del terapéutico. Los terapeutas llevan las suposiciones de la
terapia colaborativa y la postura filosófica a otros sistemas en los que suelen trabajar,
como la educación (por ejemplo, enseñar y supervisar) y las organizaciones (por
ejemplo, consultoría y trabajo en equipo), y amplían sus prácticas colaborativas para
incluir actividades como la orientación personal y profesional. Otros profesionales,
aquellos de la medicina, leyes y organizaciones comunitarias reportan que este enfoque
ha probado ser útil en sus prácticas.
-(E)valuación se hace parte de la práctica diaria: tanto el profesional como el cliente
(e)valúan su trabajo juntos mientras avanzan de manera conjunta. Lo que aprenden lo
utilizan para dar forma a su trabajo, apreciando y construyendo sobre aquello que es
útil, y reconsiderando aquello que no lo es (Anderson, 1997). Esto permite poder
asegurar que la terapia y otras prácticas colaborativas son adecuadas para cada persona
y tiene una continua utilidad para el cliente.
-Se reduce el agotamiento del terapeuta: los terapeutas reportan una renovada
apreciación y respeto por sus clientes, y renovados entusiasmo y energía para su trabajo.
Dicen haber descubierto una creatividad desconocida e inexplorada. También dicen
estar más abiertos a compartir su trabajo con colegas y encontrar un apoyo en ello.
Combinadas, estas experiencias ofrecen una reducción en el agotamiento.
-Los clientes y terapeutas tienen una sensación de libertad y esperanza: los clientes
tienen una sensación de pertenencia, de participar en y de ser dueños de su terapia. Esto,
de a poco, da lugar a una responsabilidad compartida por el proceso y los resultados.
Los resultados –ya sea algo tangible y que puede realizarse o, simplemente, un sentido
de libertad y esperanza- se convierten, notablemente, en la sensación de que puedo, de
que podemos, seguir adelante desde aquí.
-Las relaciones con los colegas mejoran: los terapeutas reportan que al vivir la postura
filosófica con sus colegas, como lo hacen con sus clientes, son capaces de apreciar, de
ser curiosos y de estar abiertos a las diferencias (ver St. George and Wulff, capítulo 24
de este volumen). Apoyados en la creencia de que no existe la manera correcta de ver o
hacer las cosas, las relaciones que alguna vez fueron incómodas o tensas se hacen
menos problemáticas, más compatibles y, algunas veces, más agradables.
Efectividad
La historia de la terapia colaborativa avala su efectividad. En sus principios, este
enfoque evolucionó como una terapia de último recurso en el entorno de la práctica, en
la cual aquellos terapeutas “desafiados” trabajaban con clientes “desafiantes”. Esto
incluía: fracasos de tratamientos crónicos; pacientes psiquiátricos hospitalizados o no; y,
frecuentemente,13
clientes a los que se les ordena ir desde las agencias públicas, como
ser organismos de protección al menor, refugios para mujeres, jóvenes y adultos en
libertad condicional (Anderson, 1991; Anderson & Goolishian, 1986, 1991; Anderson
& Levin, 1997, 1998; Levin, Reese, Raser and Niles, 1986).
La evidencia temprana de la efectividad de la terapia colaborativa se enfoca, más que
nada, en las experiencias terapéuticas de los clientes, terapeutas y estudiantes; es
mayormente anecdótica y se basa en investigaciones cualitativas14
. La utilidad de este
enfoque está ilustrada en artículos sobre el abuso de menores y otros tipos de violencia
doméstica, desórdenes alimenticios, abuso de drogas, y supervisión (Anderson, 1997;
Anderson & Levin, 1997, 1998; Anderson, Burney & Levin, 1999; Bava, 2001; Chang,
1999; Levin, 1992; London, Ruiz, Gargollo and MC, 1998; Roberts, 1990; St. George
and Wulff, 1999; Swim, Helms, Plotkin and Bettyw, 1998).
A diferencia de las prácticas habituales de la terapia regular, los terapeutas e
investigadores colaborativos dan lugar e invitan a las historias de terapias de los
clientes.
Los estudios de investigación cualitativa examinaron la efectividad de la terapia
colaborativa y analizaron si los comportamientos y las actitudes de los terapeutas eran
consistentes con su filosofía terapéutica (Gehart – Brooks & Lyle, 1999; Swint, 1995).
Algunos estudiaron la aplicación de las ideas en supervisión y educación (Anderson,
1984; Bava, 2001; St. George, 1994; Tinez, 2002) y en trabajo comunitario
(Weisenburguer, 2003). El psicólogo finlandés Jaakko Seikkula y sus colegas
demostraron acertadamente la efectividad del enfoque de un diálogo abierto a través de
un proyecto de investigación cuantitativa/cualitativa, haciendo un seguimiento durante 5
años a pacientes psicóticos y sus respectivas familias (Seikkula, 1993; Seikkula,
13 N del T: la frase original es bastante confusa porque parece tener un error de redacción o de imprenta.
Figura así: In departure from the usual practice of therapist-voiced therapy success, collaborative
therapists and researchers have invited client accounts of therapy.(p. 52) 14 Los lectores que estén involucrados en la investigación de la efectividad de la terapia colaborativa, o
que sepan de otros que lo hacen, están invitados a contactar al editor y colocaremos la información en la
página web.
Aaltonen, Alakare, Haarakangas, Keranen y Sutela, 1995; también ver Haarakangas,
Seikkula, Alakare y Aaltonen, capítulo 14 de este volumen).
Lo que me parece más emocionante es el creciente número de estudiantes, alrededor del
mundo, que escogieron la terapia colaborativa (o un enfoque sistémico del lenguaje
colaborativo) como contenido de sus tesis de maestrías o de sus disertaciones
doctorales, y la investigación colaborativa como metodología. Específicamente, los
tópicos se enfocaron en la utilidad de la terapia colaborativa con una variedad de
población clínica (por ejemplo, niños con enfermedades somáticas, jóvenes mujeres con
desórdenes alimenticios, y personas que atraviesan un duelo) y con trabajo en
comunidades. Algunos se habían centrado en las descripciones de los terapeutas acerca
de la influencia de la perspectiva colaborativa sobre sus vidas profesionales y
personales, y otros se centraron en su propia experiencia del aprendizaje del enfoque
colaborativo.
¿Hacia dónde vamos?
Usualmente me preguntan: “¿hacia dónde vas a partir de aquí?” y “¿qué hay después de
lo posmoderno?” Yo respondo: “no sé con certeza pero tengo algunas ideas”. La
posmodernidad aún está en su infancia en cuanto a su utilidad en nuestra amplia cultura
intelectual y social. Los desafíos, posibilidades y oportunidades ilimitadas y sin
explotar, sin duda, profundizarán y ampliarán la perspectiva posmoderna y su
aplicabilidad en la psicoterapia y otras ramas. Estoy, actualmente, interesada en
aumentar mi exploración de su valor en los dominios de la educación, la investigación,
los sistemas organizacionales y el desarrollo del liderazgo, y en estructuras
institucionales y sociales más amplias (Anderson, 2000, 1998; Anderson & Burnei,
1997; Anderson & Swim, 1994). He expandido mi interés de toda la vida en las voces
de los clientes terapéuticos, para incluir las voces de quienes estudian sistemas
educacionales y personas en empresas y organizaciones. En el área de las empresas, por
ejemplo, estoy entrevistando a mujeres que son asistentes ejecutivas de C.E.O.s para
aprender de ellas acerca de sus roles, relaciones y experiencias en sus organizaciones;
para saber qué consejos tiene para ayudar a otros en la misma carrera y logar el éxito, y
qué consejos tienen para ayudar a que sus jefes utilicen mejor los talentos de sus
colaboradores. También entrevistaré a mujeres que son dueñas de empresas exitosas
para aprender lo que ellas creen que ha contribuido a su éxito y qué sabiduría pueden
compartir con otras mujeres en su misma situación. Estoy interesada en lo que tienen
para ofrecer los terapeutas colaborativos a otros profesionales a los que les importan las
prácticas colaborativas, tales como: médicos, abogados y el clero. Inspirada por mis
colegas en Grupo Campos Elíseos, en la ciudad de México, me interesan la relevancia y
el uso de la literatura en todas mis prácticas. Y finalmente, estoy interesada en los
modos en que, a través de la colaboración y “con”, podemos desarrollar formas de vivir
y de seguir adelante el uno con el otro, menos violentas y más pacíficas15
. Todo en
respuesta de, de una forma u otra, mi eterna pregunta: “¿cómo pueden crear los
profesionales los tipos de relaciones y conversaciones, con sus clientes, que permitan a
todas las partes acceder a su creatividad y desarrollar posibilidades donde antes parecían
no existir?”
15 Estoy particularmente inspirada por el trabajo que mi generoso colega, Tom Andersen, está realizando
alrededor del mundo con y hacia este objetivo. Y también estoy inspirada por el trabajo comunitario, con
su énfasis en justicia social, de mis colegas en Sudáfrica y en los países de América del Sur: Argentina,
Perú y Brasil.