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Caperucita Roja (versión folklórica - El cuento de la abuela) Érase una mujer que había hecho el pan, y dijo a su niña: “Ve a llevar una buena hogaza caliente y una botella de leche a la abuela”. La niña se puso inmediatamente en marcha. En un cruce se encontró al lobo, que le preguntó: “¿A dónde vas?”. “Llevo una buena hogaza caliente y una botella de leche a mi abuela.” “¿Qué camino tomas?”, preguntó el lobo. “¿El de las agujas o el de los alfileres?” “El de las agujas”, respondió la niña. “¡Bien! Yo tomo el de los alfileres.” La niña se divirtió recogiendo agujas; y el lobo llegó a casa de la abuela, la mató, puso un poco de carne en la artesa y una botella de sangre junto al fregadero. La niña llegó y golpeó a la puerta. “Abre la puerta”, dijo el lobo. “Está cerrada con una brizna de paja mojada.” “Buenos días, abuela, te he traído una buena hogaza caliente y una botella de leche.” “Ponla en la artesa, mi niña. Coge un poco de la carne que está allí dentro y una botella de vino que está al lado del fregadero.” Mientras comía, una gatita decía: “¡Puf! ¡Qué puerca...! ¡Se come la carne y se bebe la sangre de la abuela!”. “Desvístete, mi niña”, dijo el lobo, “y métete en la cama junto a mí.” “¿Dónde pongo el delantal?” “Échalo al fuego, mi niña, ya no lo necesitarás.” Y para cada prenda, el corsé, el vestido, la falda y las medias, la niña preguntaba dónde ponerlos, y el lobo le respondía: “Échalos al fuego, mi niña, ya no los necesitarás”. Cuando estuvo en la cama, la niña dijo: “¡Oh, abuela, qué peluda que eres!”. “Es para calentarme mejor, mi niña.” “¡Oh, abuela, qué uñas tan largas tienes!” “Es para rascarme mejor, mi niña.” 1

caperucitas, una antología

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Selección de relatos y un texto dramático con relaciones intertextuales diversas respecto del relato tradicional.

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Page 1: caperucitas, una antología

Caperucita Roja (versión folklórica - El cuento de la abuela)

Érase una mujer que había hecho el pan, y dijo a su niña: “Ve a llevar una buena hogaza caliente y una botella

de leche a la abuela”.

La niña se puso inmediatamente en marcha. En un cruce se encontró al lobo, que le preguntó: “¿A dónde

vas?”.

“Llevo una buena hogaza caliente y una botella de leche a mi abuela.”

“¿Qué camino tomas?”, preguntó el lobo. “¿El de las agujas o el de los alfileres?”

“El de las agujas”, respondió la niña.

“¡Bien! Yo tomo el de los alfileres.”

La niña se divirtió recogiendo agujas; y el lobo llegó a casa de la abuela, la mató, puso un poco de carne en la

artesa y una botella de sangre junto al fregadero. La niña llegó y golpeó a la puerta.

“Abre la puerta”, dijo el lobo. “Está cerrada con una brizna de paja mojada.”

“Buenos días, abuela, te he traído una buena hogaza caliente y una botella de leche.”

“Ponla en la artesa, mi niña. Coge un poco de la carne que está allí dentro y una botella de vino que está al

lado del fregadero.”

Mientras comía, una gatita decía: “¡Puf! ¡Qué puerca...! ¡Se come la carne y se bebe la sangre de la abuela!”.

“Desvístete, mi niña”, dijo el lobo, “y métete en la cama junto a mí.”

“¿Dónde pongo el delantal?”

“Échalo al fuego, mi niña, ya no lo necesitarás.”

Y para cada prenda, el corsé, el vestido, la falda y las medias, la niña preguntaba dónde ponerlos, y el lobo le

respondía: “Échalos al fuego, mi niña, ya no los necesitarás”.

Cuando estuvo en la cama, la niña dijo: “¡Oh, abuela, qué peluda que eres!”.

“Es para calentarme mejor, mi niña.”

“¡Oh, abuela, qué uñas tan largas tienes!”

“Es para rascarme mejor, mi niña.”

“Oh, abuela, qué hombros tan grandes tienes!”

“Es para llevar mejor los haces de leña, mi niña.”

“Oh, abuela, qué orejas tan grandes tienes!”

“Es para oírte mejor, mi niña.”

“Oh, abuela, qué nariz tan grande tienes!”

“Es para oler mejor el tabaco, mi niña.”

“Oh, abuela, qué boca tan grande tienes!”

“Es para comerte mejor, mi niña.”

Y se la comió.

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Page 2: caperucitas, una antología

Caperucita Roja (Charles Perrault)

Érase una vez en una aldea una niña, la más bonita que jamás se haya visto; su mamá la amaba con locura, y

lo mismo le sucedía a la abuela. La buena mujer le había hecho hacer una caperucita roja: y le quedaba tan

bien que ahora todos la llamaban Caperucita Roja.

Su mamá un día hizo unas tortas y cuando estuvieron cocidas dijo:

¿Por qué no vas a ver cómo está la abuela? Me han dicho que no se sentía bien; llévale una torta y este tarro

de mantequilla.

Caperucita roja partió inmediatamente para ir a casa de la abuela, que habitaba en otro pueblecito.

Atravesando un bosque, se encontró con ese tipejo del Lobo, que sintió grandes deseos de comérsela; pero

no se atrevía a hacerlo, porque allí en la floresta había algunos leñadores. Le preguntó adónde iba; la pobre

niña, que no sabía cuán peligroso es detenerse a escuchar a un lobo, le respondió:

Voy a ver a mi abuela, y a llevarle una torta con un tarro de mantequilla que le manda mi mamá.

¿Vive muy lejos? - preguntó el Lobo.

Oh, sí - respondió Caperucita roja -, está allá abajo, pasando aquel molino que se ve desde aquí, allá al fondo,

en la primera casita del pueblo.

¡Bien! - dijo el Lobo -, iré a verla también yo; tomaré por este camino y tú ve por aquél; ¡veremos quién llega

antes!

El Lobo se puso a correr a más no poder por aquel camino, que era el más corto, y la niña fue despacio por el

camino más largo, divirtiéndose recogiendo avellanas, corriendo detrás de las mariposas, y haciendo

ramilletes con todas las flores que encontraba por el sendero.

El Lobo no tardó mucho en llegar a la casa de a la abuela; llamó a la puerta: ¡toc, toc!

¿Quién es?

Soy tu nietecita, Caperucita roja - dijo el Lobo imitando su voz -, que viene a traerte una torta y un tarro de

mantequilla que te manda mamá.

La buena abuelita, que estaba en la cama un poco indispuesta, le gritó:

¡Tira del picaporte y la puerta se abrirá!

El Lobo tiró del picaporte y la puerta se abrió. Entonces se arrojó sobre la buena mujer y la devoró de un

bocado, puesto que hacía más de tres días que no comía. Luego cerró otra vez la puerta y fue a meterse en la

cama de la abuela, esperando la llegada de la Caperucita roja, que vino poco después y llamó a la puerta: ¡Toc,

toc!

¿Quién es?

Caperucita roja, que oyó el vozarrón del Lobo, al principio tuvo miedo; pero luego, pensando que quizá la

abuela estaba resfriada, respondió:

Soy tu nietecita, Caperucita roja, que viene a traerte una torta y un tarro de mantequilla que te manda mamá.

El Lobo le gritó, suavizando un poco la voz:

¡Tira del picaporte y la puerta se abrirá!2

Page 3: caperucitas, una antología

Caperucita roja tiró del picaporte y la puerta se abrió. El Lobo, al verla entrar, le dijo, escondiéndose bajo las

mantas:

Pon la puerta y el tarro de mantequilla en la artesa, y ven a la cama conmigo.

Caperucita roja se desvistió y fue a meterse en la cama, y allí se quedó asombrada al ver cómo estaba hecha

su abuela, cuando estaba desnuda; entonces le dijo:

¡Abuelita, qué brazos tan largos tienes!

¡Es para abrazarte mejor, mi niña!

¡Abuelita, qué piernas tan largas tienes!

¡Es para correr mejor, mi niña!

¡Abuelita, qué orejas tan grandes tienes!

¡Es para verte mejor, mi niña!

¡Abuelita, qué dientes más largos tienes!

¡Es para comerte mejor!...

Y, así diciendo, el pérfido Lobo se lanzó sobre la pobre Caperucita roja y se la comió.

Moraleja

Aquí se ve que los niños, y aún más las bonitas niñas, tan bien hechas, bellas y agraciadas, hacen mal al

escuchar a personas no confiables, porque siempre hay un Lobo que se las puede comer. Digo un Lobo porque

no todos los lobos son de una especie, y los hay los astutos que, en silencio, y con dulces cumplidos, persiguen

a las imprudentes hasta sus casas. ¡Ay, precisamente éstos son los lobos más insidiosos y funestos!

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Caperucita Roja (Hermanos Grimm)

Érase una vez una bonita muchachita; con sólo verla todos la querían mucho, y especialmente su abuela, que

ya no sabía regalarle. Una vez le regaló una caperucita de terciopelo rojo, y, puesto que le quedaba tan bien

que ya no quiso llevar ninguna otra, siempre la llamaban Caperucita roja. Un día su madre le dijo:

Ven, Caperucita roja, aquí tienes un trozo de torta y una botella de vino; llévaselos a tu abuela. Está débil y

enferma y con esto se recuperará. Ponte en camino antes de que haga demasiado calor; y, cuando estés

fuera, pórtate bien, no salgas del camino; si no, te caerás y romperás la botella y la abuela se quedará con las

manos vacías. Y, cuando entres en su habitación, no te olvides de decirle buenos días en vez de curiosear por

todos los rincones.

Así lo haré - le dijo Caperucita roja a su mamá y le dio la mano.

Pero la abuela vivía fuera, en el bosque, a media hora de la aldea. Y, cuando llegó al Bosque, Caperucita roja

encontró al lobo. Pero no sabía que era una bestia tan mala y no tuvo miedo.

Buenos días, Caperucita roja - le dijo.

Gracias, lobo.

¿Adónde vas tan temprano, Caperucita roja?

A casa de la abuela.

¿Qué llevas bajo el delantal?

Vino y un trozo de torta: ayer cocimos el pan; así la abuela, que está débil y enferma, se alegrará un poco y se

mejorará.

¿Dónde vive tu abuela, Caperucita roja?

A buen cuarto de hora desde aquí, en el bosque, bajo tres grandes encinas; allá está su casa, debajo de la

mancha de avellanos, como ya sabrás - dijo Caperucita roja.

El lobo pensaba: “Esta niña tiernecita es un rico bocado y será más sabrosa que la vieja; si eres astuto, las

atraparás a las dos”. Hizo parte del camino junto a Caperucita roja, y le dijo:

¿Ves Caperucita roja, cuántas hermosas flores? ¿Por qué no miras en torno? ¡Creo que ni siquiera oyes cómo

cantan los pajarillos! ¡Vas muy seria, como si fueras a la escuela, y el bosque es tan alegre!

Caperucita roja levantó la vista y, cuando vio los rayos del sol danzando a través de los árboles, y todo en

torno lleno de flores, pensó: “Si llevo a la abuela un buen ramo fresco, le agradará; es tan temprano, que aún

llegaré a tiempo”. Desde el sendero corrió al bosque en busca de flores. Y, cuando había cogido una, creía que

más allá había otra más hermosa y corría hacia ella y se adentraba cada vez más en el bosque.

Pero el lobo fue de prisa a la casa de la abuela y llamó a la puerta.

¿Quién es?

Caperucita roja, que te trae vino y un trozo de torta; abre.

Alza el picaporte - gritó la abuela -, yo estoy demasiado débil y no puedo levantarme.

El lobo alzó el picaporte, la puerta se abrió de par en par y, sin mediar palabra, fue derecho a la cama de la

abuela y se la tragó. Luego se puso su camisón y la cofia, se metió en la cama y echó las cortinas.4

Page 5: caperucitas, una antología

Pero Caperucita roja había vagado en busca de flores y, cuando había recogido tantas que ya no podía ni

llevarlas, se acordó de la abuela y se encaminó a su casa. Se asombró de que la puerta estuviera abierta de

para en par y al entrar en la habitación tuvo una impresión tan extraña que pensó: “¡Oh, Dios mío, qué miedo!

¡Y habitualmente me siento tan a gusto en casa de la abuela!”. Exclamó:

¡Buenos días! - pero no obtuvo respuesta. Entonces se acercó a la cama y separó las cortinas: la abuela estaba

acostada, con la cofia bajada sobre la madeja, y tenía un aspecto extraño.

¡Oh, abuela, qué orejas tan grandes tienes!

Para oírte mejor.

¡Oh, abuela, qué ojos tan grandes tienes!

Para verte mejor.

¡Oh, abuela, qué manos tan grandes tienes!

Para cogerte mejor.

Pero, abuela, ¡qué boca tan espantosa tienes!

Para devorarte mejor.

E inmediatamente el lobo saltó de la cama y se tragó a la pobre Caperucita roja.

Saciado su apetito, volvió a meterse en la cama, se durmió y comenzó a roncar sonoramente. Justo entonces

pasó por allí delante el cazador y pensó: “Cómo ronca la vieja! Será mejor que eche una ojeada; podría estar

mal”. Entré en la habitación y, acercándose a la cama, vio al lobo.

Aquí estás, viejo impenitente - dijo -; hace rato que te busco.

Iba a apuntar la escopeta, pero se le ocurrió que el lobo podría haberse comido a la abuela y que aún podría

salvarla; no disparó, sino que cogió unas tijeras y empezó a cortar la panza del lobo dormido. Después de dos

cortes, vio brillar la caperucita roja, y después de otros dos la niña saltó fuera gritando:

¡Qué miedo he tenido! ¡Qué oscuro era el vientre del lobo!

Luego salió fuera también la vieja abuela, todavía viva, aunque respiraba con

dificultad. Y Caperucita roja corrió a buscar dos grandes piedras, con las que llenaron la panza del lobo; y

cuando éste se despertó intentó escapar, pero las piedras eran tan pesadas que inmediatamente cayó al suelo

y murió.

Los tres estaban contentos: el cazador despellejó al lobo y se llevó la piel; la abuela se comió la torta y se

tomó el vino que habían llevado Caperucita roja, y se reanimó; pero Caperucita roja pensaba: ”Nunca jamás

correrás sola por el bosque, lejos del sendero, cuando mamá te lo ha prohibido”.

Cuentan también que una vez Caperucita roja llevaba de nuevo una torta a su vieja abuela, y otro lobo quiso

inducirla a que se desviara. Pero Caperucita roja se cuidó bien de hacerlo y fue derecho por su camino, y dijo a

la abuela que había encontrado al lobo, que la había saludado, pero la había mirado mal.

Si no hubiésemos estado sobre el camino público me habría comido.

Ven - dijo la abuela -, cerremos la puerta, para que no entre.

Poco después el lobo golpeó y gritó:5

Page 6: caperucitas, una antología

Abre, abuela, soy Caperucita roja, te traigo la torta.

Pero ellas silenciosas, no abrieron; entonces Cabeza Gris ganduleó un poco en torno a la casa y al fin saltó

sobre el tejado, a la espera de que Caperucita roja, al atardecer, emprendiera el camino de regreso; la seguía

a hurtadillas, para comérsela en la oscuridad. Pero la abuela se dio cuenta de lo que tramaba. Frente a la casa

había una gran tina de piedra, y le dijo a la niña:

Coge el cubo, Caperucita roja. Ayer he cocido unas salchichas. Lleva a la tina el agua en que han hervido.

Caperucita roja llevó el agua, a fin de que la gran tina estuviera llena. Entonces el perfume de las salchichas

llegó a la nariz del lobo, que empezó a oler y a atisbar hacia abajo, y al fin alargó tanto el cuello que ya no

pudo contenerse y comenzó a resbalar: y resbaló desde el techo justo hasta la gran tina y se ahogó. En

cambio, Caperucita roja volvió a casa muy contenta y nadie le hizo daño.

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Page 7: caperucitas, una antología

Caperucita Roja

James Finn Garner)

Érase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita Roja que vivía con su madre en la linde de un

bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela,

pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque ello representaba un acto

generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad. Además, su abuela no estaba enferma; antes

bien, gozaba de completa salud física y mental y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como

persona adulta y madura que era.

Así, Caperucita Roja cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas personas

creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que jamás se aventuraban a él. Caperucita Roja,

por el contrario, poseía la suficiente confianza en su incipiente sexualidad como para evitar verse intimidada

por una imaginería tan obviamente freudiana.

De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja se vio abordada por un lobo que le preguntó qué

llevaba en la cesta.

Un saludable tentempié para mi abuela quien, sin duda alguna, es perfectamente capaz de cuidar de sí misma

como persona adulta y madura que es - respondió.

No sé si sabes, querida -dijo el lobo-, que es peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos bosques.

Respondió Caperucita:

- Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella debido a tu

tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva existencial, en tu caso propia y globalmente válida,

que la angustia que tal condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y ahora, si me perdonas, debo

continuar mi camino.

Caperucita enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, liberado por su condición de segregado social

de esa esclava dependencia del pensamiento lineal tan propia de Occidente, conocía una ruta más rápida para

llegar a casa de la abuela. Tras irrumpir bruscamente en ella, devoró a la anciana, adoptando con ello una

línea de conducta completamente válida para cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas

nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el

lecho.

Caperucita Roja entró en la cabaña y dijo:

Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio en reconocimiento a tu papel de sabia y

generosa matriarca.

Acércate más, criatura, para que pueda verte - dijo suavemente el lobo desde el lecho.

¡Oh! - repuso Caperucita -. Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un topo. Pero, abuela,

¡qué ojos tan grandes tienes!

Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.

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Page 8: caperucitas, una antología

Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!... relativamente hablando, claro está, y a su modo indudablemente

atractiva.

Ha olido mucho y ha perdonado mucho, querida.

Y... ¡abuela, qué dientes tan grandes tienes!

Respondió el lobo:

Soy feliz de ser quien soy y lo que soy - y, saltando de la cama, aterró a Caperucita Roja con sus garras,

dispuesto a devorarla.

Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el travestismo, sino por la

deliberada invasión que había realizado de su espacio personal.

Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o técnico en combustibles vegetales,

como él mismo prefería considerarse) que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de

intervenir. Pero apenas había alzado su hacha cuando tanto el lobo como Caperucita Roja se detuvieron

simultáneamente.

¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? -inquirió Caperucita.

El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no acudían a sus labios.

¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un neandertalense cualquiera y delegar su capacidad de

reflexión en el arma que lleva consigo! -prosiguió Caperucita -. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por

hecho que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un

hombre?

Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del lobo, arrebató el hacha al operario

maderero y le cortó la cabeza. Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar

cierta afinidad en sus objetivos, decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la

cooperación y el respeto mutuos y, juntos, vivieron felices en los bosques para siempre.

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Page 9: caperucitas, una antología

Cruel historia de un pobre lobo hambriento

Gustavo Roldán

- ¿Y cuentos, don sapo? ¿A los pichones de la gente le gustan los cuentos?- preguntó el piojo.

- Muchísimo.

- ¿Usted no aprendió ninguno?

- ¡Uf! un montón.

- ¡Don sapo, cuéntenos alguno!- pidió entusiasmada la corzuela.

- Les voy a contar uno que pasa en un bosque. Resulta que había una niñita que se llamaba Caperucita Roja y

que iba por medio del bosque a visitar a su abuelita. Iba con una canasta llena de riquísimas empanadas que

le había dado su mamá...

- ¿Y su mamá la había mandado por medio del bosque?- preguntó preocupada la paloma.

- Sí, y como Caperucita era muy obediente...

- Más que obediente, me parece otra cosa- dijo el quirquincho.

- Bueno, la cuestión es que iba con la canasta llena de riquísimas empanadas...

- ¡Uy, se me hace agua la boca!- dijo el yaguareté.

- ¿Usted también piensa en esas empanadas?- preguntó el monito.

- No, no- se relamió el yaguareté-, pienso en esa niñita.

- No interrumpan que sigue el cuento- dijo el sapo; y poniendo voz de asustar continuó la historia-: cuando

Caperucita estaba en medio del bosque se le apareció un lobo enorme, hambriento...

- ¡Es un cuento de miedo! ¡Qué lindo!- dijo el piojo saltando en la cabeza del ñandú-. A los que tenemos patas

largas nos gustan los cuentos de miedo.

- Bueno, decía que entonces le apareció a Caperucita un lobo enorme, hambriento...

- ¡Pobre...!- dijo el zorro.

- Sí, pobre Caperucita- dijo la pulga.

- No, no- aclaró el zorro-, yo digo pobre el lobo, con tanta hambre. Siga contando, don sapo.

- Y entonces el lobo le dijo: Querida Caperucita, ¿te gustaría jugar una carrera?

- ¡Cómo no!- dijo Caperucita-. Me encantan las carreras.

- Entonces yo me voy por este camino y tú te vas por ese otro.

- ¿Tú te vas? ¿Qué es tú te vas?- preguntó intrigado el piojo.

- No sé muy bien- dijo el sapo-, pero la gente dice así. Cuando se ponen a contar un cuento a cada rato dicen

tú y vosotros. Se ve que eso les gusta.

- ¿Y por qué no hablan más claro y se dejan de macanas?

- Mire mi hijo, parece que así está escrito en esos libros de dónde sacan los cuentos.

- Y cuando hablan, ¿También dicen esas cosas?

- No, ahí no. Se ve que les da por ese lado cuando escriben.

- Ah, bueno, no es tan grave entonces- dijo el monito-. ¿Y qué pasó después?9

Page 10: caperucitas, una antología

- Y entonces cada uno se fue por su camino hacia la casa de la abuela. El lobo salió corriendo a todo lo que

daba y Caperucita, lo más tranquila, se puso a juntar flores.

- ¡Pero don sapo- dijo el coatí-, esa Caperucita era medio pavota!

- A mí me hubiera gustado correr esa carrera con el lobo- dijo el piojo-. Seguro que le gano.

- Bueno, el asunto es que el lobo llegó primero, entró a la casa, y sin decir tú ni vosotros se comió a la vieja.

- ¡Pobre!- dijo la corzuela.

- Sí, pobre- dijo el zorro-, qué hambre tendría para comerse una vieja.

- Y ahí se quedó el lobo, haciendo la digestión- siguió el sapo-, esperando a Caperucita.

- ¡Y la pavota meta juntar flores!- dijo el tapir.

- Mejor- dijo el yaguareté- déjela que se demore, así el lobo puede hacer la digestión tranquilo y después

tiene hambre de nuevo y se la puede comer.

- Eh, don yaguareté, usted no le perdona a nadie. ¿No ve que es muy pichoncita todavía?- dijo la iguana.

- ¿Pichoncita? No crea, si anda corriendo carreras con el lobo no debe ser muy pichoncita. ¿Cómo sigue la

historia, don sapo? ¿Le va bien al lobo?

- Caperucita juntó un ramo grande de flores del campo, de todos colores, y siguió hacia la casa de su abuela.

- No, don sapo- aclaró el zorro-, a la casa de la abuela no. Ahora es la casa del lobo, que se la ganó bien

ganada. Mire que tener que comerse a la vieja para conseguir una pobre casita. Ni siquiera sé si hizo buen

negocio.

- Bueno, la cuestión es que cuando Caperucita llegó el lobo la estaba esperando en la cama, disfrazado de

abuelita.

- ¿Y qué pasó?

- Y bueno, cuando entró el lobo ya estaba con hambre otra vez, y se la tragó de un solo bocado.

- ¿De un solo bocado? ¡Pobre!- dijo el zorro.

- Sí, pobre Caperucita- dijo la paloma.

- No, no, pobre lobo. El hambre que tendría para comer tan apurado.

- ¿Y después, don sapo?

- Nada. Ahí terminó la historia.

- ¿Y esos cuentos les cuentan a los pichones de la gente? ¿No son un poco crueles?

- Sí, don sapo- dijo el piojo-, yo creo que son un poco crueles. No se puede andar jugando con el hambre de un

pobre animal.

- Bueno, ustedes me pidieron que les cuente... No me culpen si les parece cruel.

- No lo culpamos, don sapo, a nosotros nos interesa conocer esas cosas.

- Y otro día le vamos a pedir otro cuento de esos con tú.

- Cuando quieran, cuando quieran- dijo, y se fue a los saltos murmurando-: ¡Si sabrá de tú y de vosotros este

sapo!

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Page 11: caperucitas, una antología

La caperucita roja II. El regresoEsteban Valentino, Caperucita Roja II, Libros del malabarista, Colihue, Bs. As., 2009

Al cazador le costaba un triunfo caminar entre los árboles porque el Bosque estaba lleno de ramas por

todos lados. El cazador y su ayudante tenían que abrirse paso como podían. Es que los árboles en primavera no dejan que la gente pase así nomás y ahora era primavera.

De pronto, el Cazador se agachó y se puso a examinar el piso como si buscara algo. El ayudante lo miraba raro pero no decía ni pío para no enojarlo. Al rato, el Cazador se levantó con cara de preocupado.

── Es una huella – dijo - . Me parece que vamos a tener que ir al Pueblo a avisarle a la gente.── ¿Usted cree que…? – empezó a preguntar el ayudante.

── Sí – lo interrumpió el Cazador -. Ahora ya no tengo dudas. Y después de un prolongado silencio, agregó:

── Volvió. * * *

Era una hermosa mañana de primavera y Caperucita Roja saltaba de un lado a otro por el jardín de su

casa. La capa roja, que no se sacaba ni para dormir le daba bastante calor pero poco a poco se había ido acostumbrado. Gracias a ella ahora era famosa y no era cuestión de andar por allí, dejándola en cualquier

rincón olvidado del mundo.Su nombre era repetido en todos los países del planeta con admiración y respeto. No había reunión

en la que no se hablara de su gesta. En esos días hablar de Caperucita Roja era hablar de heroísmo, de valentía, de coraje.

Así que Caperucita estaba de lo más contenta cuando llegó el Cartero.── ¡Carta certificada, urgente y archirrápida para la señorita Roja, Caperucita!

Caperucita dejó de saltar y salió corriendo a buscar la carta. Era de la Abuelita, que seguía viviendo del otro lado del Bosque. Rompió el sobre de un manotón y se puso a leer. Eran pocas palabras y decían:

Querida niña:Otra vez estoy enferma. El médico me dijo que es lo mismo que tuve hace dos años y de nuevo

me prohibió levantarme a cocinar. Me gustaría que le pidieras a tu mamá que me prepare algo de comer así me lo traés. Por favor, cuando vengas, andá por el camino largo, que es más seguro. Te espero.

La AbuelitaCaperucita fue corriendo a contarle a su mamá, que estaba haciendo unos buñuelos de acelga.

── ¡Mami, mami! – gritó la nena -. La abuela manda una carta diciendo que está enferma y pidiendo comida. ¡Tenemos que prepararle la canastita!

── ¡Ah, no! – dijo la mamá -. Otra vez no. Bastante disgusto tuvimos ya la vez pasada con eso de las orejas grandes, los dientes afilados y toda la historia. No, de ninguna manera. No vas.

── Pero ma – cuando Caperucita hablaba con su madre siempre estaba supertranquila -. Es tu mamá, mi Abuelita. No podemos dejarla sin comida. Además, de ese asunto ya nadie se acuerda.

── Pero nunca se sabe. ── Sí que se sabe.

── No se sabe. ── Se sabe.

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Page 12: caperucitas, una antología

── ¡No se sabe! ── Bueno, ma. No quiero discutir más este tema. Preparáme la canastita mientras yo me voy a

cambiar. La Madre quedó quejándose y, mientras suspiraba, agregaba aceite para freír más buñuelos. Preparó

la canastita y, cuando su hija estuvo lista, le dijo:── Por lo menos prometeme que esta vez vas a ir por el camino largo.

── Sí, ma, no te preocupes. Ah, y si no llego a la noche no te hagas mala sangre. Es que me quedé a dormir en casa de la Abue.

Y se fue, segura de una sola cosa. No habría nada en el mundo, pero nada, que la obligara a ir por el camino largo, más aburrido que la sopa. El Bosque la esperaba. Y hacia allí se dirigió.

Pero cuando Caperucita se metía entre los primeros árboles llegó a su casa un telegrama. La mamá lo leyó y se desmayó toda por un buen rato. Decía:

Lobo suelto Stop Vive Bosque Stop Salir no Stop Abuelita menos StopCazador

* * *

Caperucita caminaba con mucho esfuerzo. El Bosque había crecido en los últimos dos años y el

sendero que llevaba a casa de su Abuela ya no era tan claro como antes. Estaba tratando de romper una rama cuando oyó que alguien lloraba.

Caperucita podía ser todo lo famosa que quieran pero nunca había podido tolerar el llanto de nadie, así que apenas sintió los lamentos quiso saber de dónde venían. Paró la oreja. Venían de allá. No, a ver.

Venían de aquel lado. No, tampoco, de aquel otro. Es que a veces el llanto no se sabe de dónde sale. Aparece en el medio de un bosque oscuro y es difícil encontrarlo. Pero Caperucita no se dio por vencida. Después de

mucho buscar descubrió el origen del gemido. En aquella cueva, a la derecha, casi tapada por un tronco, alguien estaba triste y no se molestaba en ocultarlo.

La nena ya había tenido un buen susto dos años antes y no quería volver a pasar algunas horas de su vida en la panza de nadie.

“Allí siempre está oscuro y además hace mucho calor”, pensó.Así que se acercó muy pero muy despacio, tratando de que sus pies estuvieran más cerca del aire que

del pasto. Finalmente, después de pegarse a la tierra los últimos metros, logró alcanzar la entrada de Lacueva. Empezó a arrastrarse por el piso de la caverna lentamente. La tierra se le pegaba a su vestido pero no le

importóLa entrada daba a un pasillo. El pasillo tenía una pendiente. La pendiente terminaba en una pared. La

pared formaba un pliegue que servía de asiento. Y en el asiento estaba sentado un lobo.“…y en el asiento estaba sentado un lobo”, pensó Caperucita.

“¡Un lobo!”, volvió a pensar, pero esta vez a los gritos.El lobo estaba demasiado ocupado llorando, así que no escuchó el pensamiento de Caperucita. La

nena tuvo unas enormes ganas de salir corriendo pero ya quedó aclarado que no podía tolerar que nadie llorara. Además estaba intrigada. ¿Era ese un lobo cualquiera, así, con minúscula o se trataba nada más y nada

menos que del Lobo, ya casi tan famoso como ella?

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Lo miró bien. Tenía dudas. Había pasado mucho tiempo. Lo volvió a mirar. No estaba decidida. La poca luz dela caverna tampoco ayudaba. En fin. ¿Era, no era? Pero por otra parte ¿qué diferencia había? Era un

lobo. Y estaba llorando. A la vez, era el lobo que en algún momento se la había comido. Cierto que de aquel tarascón desafortunado nació toda la fama de la que gozaba ahora. Estaba dividida. Una parte suya quería

salir corriendo y la otra quería seguir el asunto hasta el final. Caperucita nunca había sido tímida. Si quería averiguar algo lo averiguaba y listo. Así que se enderezó, se acomodó lo mejor que pudo la capa, se comió un

buñuelo y se metió en la cueva.El lobo la vio llegar pero pareció no sorprenderse. Se paró en dos patas en el medio de la caverna y la

esperó de pié. Allí descubrió Caperucita que no era un lobo cualquiera sino el Lobo, su Lobo. Casi se alegró.── Te estaba esperando – dijo la bestia.

── ¿Cómo? – Caperucita no entendía nada. El miedo que había sentido unos segundos antes volvió en oleadas para advertirle que se había equivocado, que lo mejor hubiera sido escapar. Pero el animal seguía

hablando.── Sí. Sabía que ibas a venir. Tu abuela no tiene nada. La carta la mandé yo para obligarte a ir a su

casa. Estaba seguro de que no ibas a aguantar la tentación de usar el camino del Bosque. Y también sé que no soportás que nadie llore. Armé todo esto para volver a verte.

La nena se lo quedó mirando fijo un rato largo. ── ¿Y ahora qué? – preguntó -. ¿Me vas a comer de nuevo, te vas a quedar dormido para hacer la

digestión, van a venir los cazadores y vamos a empezar otra vez con todo el lío?── No – respondió el Lobo -. Con una vez de comer piedras tengo suficiente. Me caen pesadas. Por

otra parte han pasado dos años y nosotros, los de entonces ya no somos los mismos. “En el fondo es un poeta”, pensó ella.

── ¿Y entonces para qué querías volver a verme? – volvió a preguntar.── Para reparar una injusticia.

── No entiendo. ── Sí que me entendés – continuó el Lobo-. Hace dos años vos no eras nadie. La gente no te conocía y

lo más importante que hacías era llevarle buñuelos a tu abuela. Por cierto, ¿trajiste alguno?── Sí. Aquí hay varios. Tomá.

── Gracias. Hmmmmm. Deliciosos. Bueno. Como te iba diciendo. Con esa cosa de los dientes afilados, las orejas enormes y los ojos saltones te hiciste famosa de la noche a la mañana.

── Pero el que me comiste fuiste vos.── Mirá Cape. Vos podrás hacerle ese cuento a todo el mundo pero ya no más a mí. Me engañaste

una vez y con eso… tengo bastante. ¿O me vas a decir que yo, con camisa y gorro de dormir, me parezco en algo a tu abuela? Vamos. Vos sabías que te iba a tragar de un saque y querías que pasara lo que pasó para

conseguir la gloria que tenés ahora. Eso no me parece mal, te aclaro. Pero no es justo que la consiguieras a costa de mi desprestigio. Desde ese día, cualquiera que dice mi nombre tiembla de miedo.

Caperucita volvió a mirar al animal, se acordó de lo que había ocurrido dos años antes y sonrió.── ¿Y qué idea tenés en mente?

── Desaparecer. Pero con una historia que hable bien de mí y que limpie mi nombre. Ya tengo todo planeado. Me voy a alejar para siempre de este lugar pero vos vas a contar en el Pueblo que estuviste a punto

de caer al barranco del río, que yo te salvé y que caí en la corriente después de salvarte. El resto lo va a hacer la gente. Les viene bien un héroe de vez en cuando.

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── No sé. Me parece que me pedís demasiado. Primero me comés y después venís a pedirme que te ayude a limpiar tu fama.

── ¿Empezamos de nuevo? Vos sabés perfectamente que si te devoré aquella tarde fue porque vos quisiste. Y bastante caro lo pagué. Parte de tu futuro se construyó gracias a las piedras de mi estómago.

Bueno, lo único que quiero es que vos ahora me ayudes un poco a edificar el mío. No creo que sea un acuerdo muy terrible.

── Está bien – respondió Caperucita -. No me parece mala idea. A fin de cuentas nunca me caíste del todo pesado. Hagamos eso que decís.

Caminaron juntos un trecho hasta que llegaron a un claro del Bosque. Allí nacía el camino que iba a tomar el Lobo.

── Aquí tenemos que separarnos, Caperucita. Creo que es la última vez que nos vemos.── No sé, Lobo – dijo la nena-. Hace dos años pensé los mismo y mirá lo que pasó. Ahora andá que la

gente del Pueblo no debe en tardar en venir a buscarme.El Lobo no supo qué decir. Por un momento sintió que había hecho el largo y peligroso camino de

regreso sólo para tener esa charla y se sintió un tonto. Le dio la espalda y empezó a alejarse.── ¡Eh, Lobo! – gritó Caperucita.

── ¿Qué pasa? – preguntó él dándose vuelta pero sin dejar de caminar. ── ¿Sabés una cosa?

── No, ¿qué?── Que no tenés los dientes tan afilados. Ni las orejas tan enormes.

El Lobo sonrió. La miró una vez más y se perdió en las sombras de un Bosque que, ahora se daba cuenta, también a él le había servido.

“Bien”, pensó Caperucita. “A hacer otro show”.Se rompió la ropa, destrozó la canastita y hasta rasgó la capa roja. Justo a tiempo. Por el camino del

Pueblo llegaban los cazadores, la Madre, la Abuelita y otros voluntarios. Cuando la vieron tirada en el suelo, con la ropa destruida, corrieron, pensando lo peor. Pero ella los tranquilizó.

── No, se preocupen. Estoy bien. No saben lo que me pasó – dijo con un hilo de voz-. Estuve a punto de caer al barranco pero el Lobo me salvó la vida.

──¿¡Cómo!? ──preguntaron casi a coro.──Sí, como lo oyen. Ahora estoy agotada. Por favor llévenme a casa de mi Abuelita. Allá les voy a

contar todo.La subieron en una camilla y se pusieron en marcha hacia el Pueblo. Antes de abandonar el claro

buscó con los ojos el camino que había tomado el Lobo.“Estamos a mano”, pensó mientras la cara se le llenaba de un agua rara. Miró para arriba. Pero no.

No llovía.

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