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CAPÍTULO 1
GÉNESIS
I
—B-buenas tardes, señor.
—Buenas tardes, joven. ¿En qué le puedo ayudar?
—Necesito…, necesito que me dé todo lo que tenga.
—¿Disculpa?
—E-esto…, esto es u-un asalto, señor. Por favor, no quiero hacerle daño, s-sólo deme lo
que lleve en sus bolsillos —sollozó.
—¿Estás bien?
—Señor, por favor…
—Hijo, mírate, estás llorando. Tú no eres así, tú no quieres hacer esto. ¿Necesitas un poco
de dinero?
—N-no, señor. Discúlpeme, en verdad no quiero hacer esto; p-pero necesito comer y…
pagar mis deudas.
—Todos necesitamos dinero, hijo; pero estas no son las formas de ganarlo.
—¡Señor! Dis… discúlpeme…, necesito que me dé su dinero ahora mismo.
—Está bien, sólo que… yo también tengo que comer y pagar deudas.
—Lo entiendo, señor. Y-yo… sé que todos tenemos necesidad; pero estoy desesperado —
masculló, con lágrimas en los labios—. Por favor, dese prisa, no quiero lastimarlo.
—Bien…, si no hay otra opción…, ten, llévate esto, es todo lo que tengo en mi cartera.
—G-gracias, señor, muchas gracias. S-si algún día… Algún día se lo devolveré, lo juro.
Gracias, gracias. Espero que la vida se lo multiplique, señor, muchas gracias.
—Anda, vete de aquí antes de que alguien te vea.
II
—¿Cómo te fue?
—Conseguí 3,112 y… ¿qué mierda es esto?
—Parece una menta.
—Ah… Esto quédatelo tú.
—Tienes que enseñarme a hacerlo, viejo. Desde que te conocí has asaltado más de 31 veces
y ni siquiera le hablan a la policía.
—Sólo llora, idiota. Puedes decir lo que sea que se te venga a la mente; pero tiene que
parecer que eres un buen tipo que ha tomado una mala decisión. Sé educado, suelta unas
cuantas lágrimas, da lástima y deja que el cerebro de tu víctima haga el resto.
—¿Síndrome de Estocolmo, eh?
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—¿Qué? ¡Carajo! ¿Yo qué sé? Ponle el nombre que quieras —y se detuvo un segundo a
considerarlo—. Mmm… Sí, supongo que algo tiene que ver con eso. Ahora deja de arruinar
el momento con tus «palabritas» cultas, pretencioso de mierda.
—¡Jaja! Eres un maldito, ¿lo sabías? Tienes un lugar reservado en el infierno, justo a un
lado del diablo.
—¿De qué hablas, estúpido? —rio—. Estás hablando con el diablo.
—¡Oye! ¡Eso es! ¡El diablo de Estocolmo! —exclamó, sonriendo—. Suena bien, ¿no?
Buenos y malos merecen un apodo, un alias, un seudónimo. Ese podría ser el tuyo. ¿O
quieres que se te conozca por tu nombre de pila?
—Vaya, hasta que tuviste una buena idea. Te estás ganando un lugar en el infierno, justo a
un lado de mí —bromeó… el diablo, el nuevo diablo, El diablo de Estocolmo.
—Veo que te estás acostumbrando al concepto.
—Digamos que es de mi talla —se vanaglorió—. ¿Y qué «seudónimo» quieres para ti?
—No lo había pensado antes; pero ya que insistes, podría ser algo como «El grande», «El
magnífico», «El indomable», «El…».
—¿Sueco? —atajó el diablo entre risas.
—¿Qué? ¿Por qué «El sueco»? —preguntó consternado, con el amargo presentimiento de
que se quedaría con ese apodo aun cuando se negara rotundamente.
—Tú escogiste el mío, lo justo es que yo escoja el tuyo.
—P-pero…
—Estocolmo, Suecia, ¿no? Eso significa que te llamaré «sueco».
—Por lo menos llámame con el gentilicio de Estocolmo, no de Suecia.
—¿Gentilicio? ¿Qué…, qué es eso? ¿Ya empezaste a usar tu palabrería rara?
—Sí, gentilicio. Un gentilicio es algo así como el apodo que llevan…
—Sí, sí, ya entendí, puedo intuir lo que significa. Termina de una vez.
—Bien, pues, sueco es el gentilicio de Suecia; holmiense, el de Estocolmo.
—¿Holmiense? ¿Holmiense? ¿En serio? ¿Estás sugiriendo que tu apodo sea parecido a
Holmes?
—Podría ser. Piénsalo bien. ¿Qué tiene de malo?... «El diablo de Estocolmo y Holm, su
secuaz».
—¡Jaja! ¿Ahora eres mi secuaz, intento de secretaria? —se mofó el diablo.
—Soy tu mano derecha, idiota. ¿Quién no necesita una mano derecha?
—Alguien que ya tiene una —repuso el diablo levantando su mano con el dedo cordial
extendido.
—¡Bien! Entonces que sea «El sueco», imbécil —se resignó, indignado.
—Oye, tranquilo, sólo bromeaba, no soy tan malo como crees. Te quedarás con «Holm».
¿Feliz? —le dijo, escondiendo su risa en el cuello de su abrigo blanco.
—¡¿En serio?!
—Sí, como sea, sólo no llores frente a mí.
—¡Genial! Ahora podríamos empezar a diseñar nuestro…
—No, no, no, no, no. Olvídalo, olvídate de esas cosas. Voy a salir un momento, ¿está bien?
Necesito hacer unos trabajos.
—¿Se puede saber adónde vas?
—No.
—¿Y podrías hacerme el favor de pasar por una hamburguesa cuando vengas de regreso?
—No.
—Vete al carajo.
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—No, y limpia tu porquería de mi piso antes de que vuelva…, Holm —le ordenó mientras
cerraba la puerta—. «Holm». Qué estupidez, suena como una maldita arcada.
III
—Disculpe que la moleste, señorita, ¿me podría decir la hora, por favor?
—Sí…, claro —titubeó—. Son las 7:03 p.m.
—Gracias, muy amable… Oscureció rápido hoy, ¿no?
—... S-sí.
—¡Uff! ¡Vaya, qué día! Cómo me gustaría una hamburguesa en este momento… Un poco
de carne me vendría bien para relajarme… ¿Le sucede algo, señorita?
—No…, no, estoy bien.
—Oh, lo siento mucho, creo que la estoy incomodando… Tal vez debería alejarme, ¿no lo
cree?
—…
—Vamos, pequeña, no seas así. ¿Podrías regalarme unas cuantas palabras? Me gustaría ver
qué tanto puedes abrir la boca.
—¡Estúpido!
—¡Oye, no seas tan quisquillosa! Deberías de sentirte halagada, niña. No siempre tendrás a
alguien como yo interesándose en ti y en tus… delicadas… piern…
—¡No me toques, imbécil!
—¡Ey, ey, ey! Si cooperas conmigo no te sucederá nada malo, ¿entendido?
—N-no…, p-por… fvr… No m… tqs… N…, no…
—¡Cállate! Te voy a quitar la mano de la boca y vas a caminar frente a mí como si se
tratara de una bella y colorida caminata por el parque, ¿está bien? ¡¿ESTÁ BIEN?!...
¡Perfecto! Me encantan las que ponen de su parte. ¡Muévete!
—P-por favor, no me hagas nada. T-te puedo dar mi bols…
—¡Que te calles! —musitó con impaciencia, presionando el cañón de su pistola en la
cintura de la joven—. Sigue caminando… Así, exactamente así... Bien, bien… Vamos,
continúa… Uno, dos, uno, dos, uno, dos… Me gusta cómo te mueves, hermosa… Sólo falta
un poco más, no te detengas… Aquí está bien… Agáchate.
—N-no, n-no, por favor, por lo que más quieras.
—¡YA! ¡Deja de llorar! ¿Acaso no te enseñaron a apreciar una obra de arte como esta?
Difícilmente encontrarás algo tan grande en este mundo.
—¡Oye, tú, imbécil! Lo estás haciendo mal.
—¿Pero qué mierda…? ¿Este idiota viene contigo?
—No, no vengo con ella; pero lamento decirte que me la tendré que llevar.
—¡Jajaja! ¿Te la vas a llevar? Lo que te vas a llevar son mis balas en tu pecho, estúpido…
¡¿Qué?! ¿C-cómo…?
—Eres un novato en esto, ¿verdad?
—¡No tienes ni idea de con quién estás hablando! Probablemente ya violé a tu hermana y a
tu madre al mismo tiempo, idiota.
—Te daré un consejo: si vas a llevar una pistola en el pantalón, procura tener siempre cerca
tu pantalón, imbécil. Es tan básico… Das lástima.
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—E-está bien, está bien, tú ganas. Llévatela; pero no dispares, por favor.
—Mmm… No lo sé… Ya la tocaste y tus manos me dan asco, así que...
—P-pero… ¡No, no, tranquilo, baja el arma! No le he hecho nada, te lo juro. Apenas iba a
empezar.
—Mmm… Está bien, te dejaré ir.
—¡¿Qué?! —saltó la joven, incrédula.
—Sin embargo —continuó el diablo—, tendrás que darle a la señorita todo lo que tengas de
valor.
—Eres un maldito, hijo de per… ¡Está bien, está bien! Toma esto y… esto..., y esto
también. Es todo lo que llevo.
—Perfecto. Ya nos estamos entendiendo.
—¿Entonces me puedo ir?
—No.
—Pero tú dijiste…
—¡Que no! Cállate... Disculpe, señorita, ¿tendrá un bolígrafo en su bolso?
—S-sí, c-creo que sí. Aquí está.
—¡Rojo! Qué conveniente. Gracias... Ven para acá, pedazo de estiércol.
—¿Q-qué vas a hacer con eso?
—Sólo pondré mi autógrafo en tu mano, tranquilízate.
—¿Y yo para qué quiero…? ¡AAAAAAH! ¡¿QUÉ HICISTEEE?!
—Estoy marcando mi territorio, marica. Agradece que no soy un perro.
—¡MI MANO, ESTÚPIDO, MI MANOOO!
—No te molestes en devolverlo, te lo puedes quedar.
—¡ERES UN IMBÉCIL!
—Ya, ya, cómo lloras. Vete de aquí antes de que te saque el bolígrafo con una bala.
—¡Me las vas a pagar…, basura de Estocolmo!
—¡QUE DEJES DE LLORAR! —le gritó el diablo con impaciencia, disparando varias
veces al suelo para hacer que el violador empezara a correr.
—¿Q-quién eres? Perdón, p-perdón, muchas gracias por ayudarme. ¿Eres algo así como un
suprahéroe? ¿Por qué ocultas tu rostro?
—Porque entonces sabría quién la rescató.
—Pues me encantaría saberlo.
—Lo único que debe de saber es que El diablo de Estocolmo estuvo aquí.
—¿El diablo de Estocolmo? Vaya, eso suena tan… intenso.
La joven, cautivada, se acercó lentamente y apoyó sus delicadas manos sobre el pecho de
su salvador. Un silencio después, le dio un beso en la mejilla, sobre la máscara blanca.
—Quisiera conocerte más. ¿Dónde te puedo encontrar?
—En ningún sitio. Pero si se mete en problemas, tal vez aparezca.
—Tal vez lo haga.
—No se lo recomiendo —y se dieron un beso; pero la parte inferior de la máscara esta vez
no se entrometió.
—El diablo de Estocolmo —suspiró la joven, mordiéndose el labio—. ¿Qué significa?
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—Significa… que me tendrá que dar todo lo que tenga —contestó el diablo, y eso fue lo
que sucedió.
IV
—Toma, aquí tienes tu pizza. De nada.
—¡Pero te pedí una hamburguesa!
—Pan, queso, carne, condimentos… Es lo mismo. Y si no la quieres, me la comeré yo solo.
—Sé de otra cosa que te puedes comer tú solo.
—¿En serio…, «Holm»? Vuelves a decir una tontería como esa y te voy a decapitar la de
abajo.
—¿A mordidas?
—¡Te lo advertí, hijo de…!
—¡Oye, ya, ya! Sólo era una broma, no lo vuelvo a hacer. ¡Jaja! No se puede jugar contigo.
—No.
—¿Y bien? ¿Saliste a conseguir más dinero?
—Alguien tiene que salir a conseguirlo, ¿no?
—No me mires así, yo estoy a cargo del cuartel y de las finanzas.
—¿Le llamas cuartel a esta caja putrefacta de zapatos? Tenemos que buscar otro lugar.
—Entonces tendrás… Tendremos que conseguir un botín más grande. ¿Cuánto juntaste esta
vez?
—Mmm… No lo sé, no lo he contado. Toma, cuéntalo tú, «señor finanzas».
—¡Vaya! No sabía que tenías esos gustos tan…
—Cállate. Hay unos tampones dentro, por si los necesitas.
—¿Asaltaste a una pobre jovencita y te quedaste con su bolso? ¿Cuántos años tenía?
—Yo qué sé. Probablemente unos 19 o algo así. No vi su identificación, sólo se la entregué.
—¡Mira esto! ¡Jaja! Un trozo de hamburguesa. ¿Qué mujer guarda un trozo de
hamburguesa en su bolso?
—¿Qué tiene de malo guardar un poco de…? Un momento…
—¿Cómo era la chica, eh? ¿Era bonita, fea, alta, «XXL»? ¡Jaja! Tal vez acababa de romper
con su novio y se refugió en el brazo consolador de la comida rápida.
—El imbécil mencionó algo sobre una hamburguesa... ¡Eso es! Entonces él también la
estaba siguiendo desde antes de llegar a la parada de autobús. ¿Cómo no lo noté?
¡Mierda! Tal vez no era un principiante…; pero sí fue muy descuidado, de eso no me cabe
ni la menor duda. Además, él tampoco me vio a mí en el trayecto. Mmm…
—Tierra llamando a…
—Sí, era «XXL»; pero no ella, sino sus labios —atajó el diablo, guiñándole un ojo.
—¡¿La besaste?! ¡¿La asaltaste y luego la besaste?!
—No. Primero me besó y luego le pedí sus cosas.
—¡Carajo! ¿Cómo sucedió todo? ¿Lloraste otra vez para hacerte la víctima frente a tu
víctima?
—Fue una situación diferente.
—¿No me lo piensas contar, verdad?
—No.
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—No importa. La próxima vez iré contigo. Me vendría bien una investigación de campo.
Quién sabe, puede ser que me vuelva mejor que tú.
—Sigue soñando, tarado.
—¡Pff! ¡Por favor! ¿Qué tan difícil puede ser?
—No mucho; pero si te descuidas al momento de la acción, tal vez lo único que consigas es
el autógrafo del diablo… y una mano perforada.
—¡¿Le perforaste la mano a la chica?!
—¡No, tonto! No estás entendiendo. Yo… Olvídalo, no tengo que contártelo.
—Da igual. Mejor cambiemos de tema. ¿Has pensado en robar un banco? Eso cambiaría
nuestras vidas. Imagina poder vivir en una mansión llena de lujos, comodidades...
—¿Y luego qué?
—¿Eh? ¿No es suficiente? B-bueno, podríamos comprar un avión, viajar por el mundo,
robar aquí y allá; y hacernos cada vez más ricos.
—En algún momento nos aburriremos. ¿De qué servirá todo eso? Nada de lo que hagamos
será suficiente en esta vida.
—¿Qué mierda estás diciendo? ¡Por un demonio! ¿Te vas a poner así de dramático, viejo?
El diablo de Estocolmo no tenía más que decir, tan solo calló y tomó asiento en su raído y
polvoriento sillón. Luego de varios minutos de introspectivo silencio, le habló por fin a su
colega.
—Está bien, te concederé un deseo —le dijo—; pero, a cambio, tendrás que hacer algo por
mí. Soy el diablo, ¿no? Esas son las reglas.
—Habla.
—Tú escogerás nuestro siguiente trabajo. Puedes o no participar en él, como quieras; y será
tan grande o pequeño como lo desees: asaltar a un anciano, a una jovencita, robar un banco,
secuestrar al presidente, lo que sea. Cuando lo logremos, el botín será completamente
tuyo…
—Qué interesante, suena bastante bien. Continúa, continúa.
—Sin embargo, ese será nuestro último atraco, nuestro último trabajo juntos. Después de
eso, no nos volveremos a ver y cada quien seguirá su propio camino. ¿Qué te parece?
Holm miró al diablo con atención. Posteriormente, bajó la mirada, decepcionado.
—Esto ya no me está gustando. ¿Qué te sucede?
—¿Lo tomas o lo dejas? Responde.
—¿No es obvio? No lo aceptaré, nunca lo haría. ¿En verdad creíste que preferiría unos
cuantos millones en lugar de tu amistad?
—A eso me refiero. Lo material, al final del día, no es tan relevante.
—Mmm… Puede ser… Bien, es cierto. Odio admitirlo; pero tienes razón. No sirve de nada
poseerlo todo si no tengo a alguien como tú para compartirlo.
—¿Lo ves? Estás enamorado de mí, maldito homosexual.
—¿Qué? ¡Eres un imbécil! —repuso Holm entre risas—. Pensé que estabas siendo… Ya
me estaba poniendo sentimental, pedazo de basura.
—Te lo dije: soy el diablo. No confíes mucho en mí, por tu seguridad te lo digo.
—Ya, ya, sabes mover bien los sentimientos, ya entendí, no presumas. Mejor dime dónde
aprendiste a hacerlo.
—¿A hacerlo? Lo hice por primera vez con una chica que… ¡Ah! ¿Te referías a lo de los
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sentimientos?
—¡Jajaja! Muy gracioso, muy gracioso.
—Y después de un chiste tonto, pero en el lugar indicado, cambias totalmente de tema y te
ahorras la respuesta a la pregunta anterior —suspiró internamente—. ¿Por qué los
humanos tienen que ser tan manipulables? ¿Entonces crees que sería buena idea robar un
banco?
—¡Sí! ¡Jaja! ¡Claro!
V
—Esto está saliendo mal, Holm, muy mal.
—Apégate al plan y nos libraremos de esta, te lo prometo… ¡QUE ME DES CADA
MALDITO CENTAVO, ANIMAL! ¿ACASO ESTÁS SORDO? ¡TE FALTAN ESOS
BILLETES DE ALLÁ, NO TE HAGAS EL TONTO! ¿O ME LOS QUIERES
ESCONDER? ¿EH, EH? ¿ME LOS QUIERES NEGAR A MÍ, AL GRAN HOLM? ¿ESO
QUIERES, IDIOTA? ¿ESO QUIERES, EH?
—Oye, ya, tranquilízate. Recuerda que tienes que empatizar con la víctima para que las
cosas se den con naturalidad, sin traumas.
—Ese es tu estilo, viejo, no el mío. Déjame divertirme, ¿sí?… ¡TÚ, EL QUE TIENE
CARA DE MOSCA, AGACHA LA MALDITA CABEZA SI NO QUIERES MORIR
AQUÍ MISMO, PERRA!
—Holm, tenemos a la mitad de la policía afuera del banco. ¿Cómo demonios ayudan tus
gritos? Me estás irritando demasiado.
—Está bien, está bien, ya vámonos. ¿OYERON ESO, PERROS? YA NOS VAMOS;
PERO NO NOS IREMOS SOLOS, ¿SABEN POR QUÉ? PORQUE NOS LLEVAREMOS
SUS AHORROS, IMBÉCILES. ¡JAJAJA!
—Estás a un grito de que te mate, Holm, ya cállate.
—No seas marica. Tenía casi dos semanas sin salir del cuartel. Necesitaba un poco de
interacción humana, ¿de acuerdo? Ve por la rehén y vámonos.
—¡Atención, atención, esto acaba aquí, queridos contribuyentes! ¡No hay nada de qué
preocuparse! ¡Podrán reunirse con sus familias este día! —exclamó el diablo desde el
centro del enorme banco.
—¡Diablo! Esa no, mejor que sea la rubia —lo interrumpió Holm cuando estaba por tomar
del brazo a una joven de cabello castaño.
—¿Alguna otra petición? ¿El helado lo quieres de chocolate, vainilla o…?
—Larguémonos de aquí de una vez.
—Por fin.
—¡QUÍTENSE DEL CAMINO, BESTIAS! ¿NO VEN QUE VAMOS DIRECTO A LA
GLORIA?
—¡Policía Federal! ¡Bajen sus armas o procederemos a disparar!
—¡Asaltabancos locales! ¡Pueden meterse sus disparos por el recto! ¡Colocamos explosivos
en todo el lugar! ¡Los tres llevamos explosivos escondidos en la ropa! ¡Si no quieren
publicar una masacre en los diarios de mañana, tendrán que darnos todo lo que pidamos!
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—¡No negociamos con terroristas! ¡Suelten a la rehén ahora mismo!
—¿Terroristas? ¡¿Qué?!… Ahora sí la cagamos, diablo, nos están confundiendo. ¡Mierda!
El primer mundo en verdad está jodido; se la vive con el trasero en la mano. Uno ya no
puede salir a robar un poco, porque lo tratan como a un maldito terrorista demente.
¿Diablo? C-creo que es tu turno, n-no sé qué hacer, lo siento —musitaba Holm, aterrado.
—¿Eso es todo? ¿Es lo único que puedes dar? ¿Primero quieres hacer todo tú y al final te
echas para atrás? Mira y aprende, novato... ¡QUÉDENSE CON EL DINERO, NO LO
QUEREMOS! —y arrojó la maleta hacia enfrente; pero sujetó con más fuerza a la rehén.
—¡¿ESTÁS LOCO?! —masculló Holm, confundido, atónito, desconcertado.
—Te dije que no confiaras en mí —susurró el diablo, y le disparó a su adepto justo entre
los ojos—, y que estabas a un grito de que te matara. Que disfrutes el botín…, Holm.
La policía se había petrificado, la incertidumbre había endurecido sus gatillos. Nadie
reaccionó, hasta que lo hizo el diablo: guardó su pistola, tomó a la rehén por los hombros,
la empujó impetuosamente, provocando que cayera sobre la maleta con dinero y aprovechó
el caos del momento para salir corriendo.
—¡FUEGO, FUEGO! —gritó uno de los oficiales, demasiado tarde.
El enemigo corrió hasta perderse en una solitaria calle, se deshizo de su máscara de ciervo,
se despojó de los explosivos falsos, de su gabardina negra, arrojó todo a un contenedor de
basura, guardó sus guantes en el interior de sus zapatos y volvió a correr, esta vez hacia el
último lugar donde lo buscaría la policía: el banco.
—¡Salgan todos! ¡Vamos, vamos, salgan! ¡Rápido!
—E-escuchamos disparos, oficial ¿qué sucedió?
—Salga, por favor. Tenemos que evacuar el lugar de inmediato.
—Muchas gracias, en verdad, muchas gracias. Son unos ángeles. Dios los bendiga —le dijo
aquel nervioso hombre con lágrimas de felicidad en los ojos. Aquel hombre era el diablo…
y también sabía rezar.
VI
—(…) Sí, puede ser que me haya sobrepasado un poco. Discúlpame por eso, Holm, a veces
me altero con facilidad y tú no dejabas de gritar. Además, no me agradaban tus métodos.
Como sea, ya estás en un lugar mejor. Gracias por lo de «El diablo de Estocolmo»,
conservaré el nombre... Nos vemos allá arriba —terminó de leer lo que había escrito,
asintió dos veces con la cabeza, impasible, y arrojó el trozo de papel al suelo.
El diablo miró por última vez su departamento, se colocó su maleta en el hombro y le
prendió fuego a todo.
VII
—Hola, ¿me recuerdas?
—¡Oh, mierda…! ¡OH, MIERDA! ¡¿CÓMO SUPISTE…?!
9
—Descuidas muchos detalles; pero tienes talento. Te pareces a mí cuando empecé.
—¡No pedí tu opinión!
—Vine a instruirte. De nada.
—¡ESTÁS LOCO, HOMBRE! ¡ERES UN MALDITO ENFERMO! ¡LÁRGATE DE MI
CASA AHORA MISMO O TE VOY A DEJAR COMO UN PUTO COLADOR!
—La última persona que gritó frente a mí ahora está muerta. No lo vuelvas a hacer.
—…
—Tengo una duda: la otra noche, cuando quisiste violar a aquella joven, sabías que ella
había estado en una hamburguesería. ¿Por qué lo sabías?
—¿Q-qué?
—¿Por qué lo sabías?
—¡Ya pagué por eso! ¡Mira!
—Responde.
—¡Porque la estaba siguiendo desde antes, genio!
—Estás a una tontería de perder tu lengua... ¡Ya sé que la estabas siguiendo desde antes!
¡¿Por qué lo hacías, maldita sea?!
—¡¿Qué quieres de mí?! ¡Déjame en paz, por favor! ¡Yo sólo quería un poco de diversión!
¡No me mates, por favor, no lo hagas! —gimió.
—¡CONTESTA LA PUTA PREGUNTA, MIERDA!
—Y-yo s-sólo… Y-yo…
—¡DEJA DE TARTAMUDEAR, MARICA!
—Y… Yo —gimoteó— estaba haciendo unas cosas cerca de la hamburguesería… —el
diablo levantó una ceja—, ¡cosas personales!... E-entonces escuché que una pareja de
mocosos estaba teniendo una discusión muy acalorada.
—Vaya, Holm tenía razón.
—Cuando dejé de… hacer lo mío… y me acerqué para ver qué sucedía, vi que la chica le
había dado un golpe en la ingle a quien supongo que era su novio… o exnovio. Después
noté que se alejó llorando y decidí seguirla para…, para…
—Ya sé para qué, imbécil, no necesitas decírmelo.
—¡No me mates, por favor!
—¿P-pero qué mierda…? ¡Que no vengo a matarte, estúpido! ¡Pero si sigues
comportándote así, créeme que lo voy a hacer!
—E-está bien, está bien.
—Continúa. ¿Qué hiciste después?
—Yo… Vi que ella entró a comprar una hamburguesa y decidí esperarla afuera.
—Por eso no recordaba haberlo visto en alguna de las mesas. ¿Y qué hiciste cuando salió
del lugar? Habla.
—La n-noté muy deprimida y pensé que… ¿Podrías dejar de apuntarme a la frente, por
favor?
—No. Sigue hablando.
—Supuse que buscaría un autobús para regresar a casa o ir a otro lugar. No levantaba la
mirada, no hablaba con nadie, no utilizaba su celular, era lógico pensar que quería aislarse.
—Pudo haber tomado un taxi. ¿Pensaste en eso?
—¡¿Por qué tantas preguntas?! ¡Me estás irritando! ¡Tú y tu maldita máscara me están
irritando demasiado!
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—Sigue-moviendo-tu-asqueroso-hocico —le ordenó el diablo, impaciente.
—¡Sí, sí, sí pensé en que podía tomar un taxi! Pero lo hubiera hecho desde que salió de la
hamburguesería, y no lo hizo. Ella empezó a caminar, supuse lo del autobús y decidí
adelantarme a la parada más cercana para que no pareciera que la estaba siguiendo.
—¡Ajá! Comienzas a agradarme, idiota. Resultaste ser más inteligente de lo que pensé.
—El resto supongo que ya lo sabes.
—Sí.
—¿Tú también la estabas siguiendo?
—Eso no es de tu incumbencia.
—Es obvio que también la estabas siguiendo; pero… ¿por qué?
—Porque no me dejó disfrutar mi estúpida hamburguesa. Estaba en la mesa de atrás,
sollozando como un cachorro abandonado. Aquello me revolvió el estómago, echó a perder
mi momento de relajación y decidí que tenía que pagar por eso.
—¡Jaja! Así que la pobre perra atrajo a dos «tipos malos» con su lloriqueo.
—¿Sabes? Me recuerdas a un amigo.
—¿Amigo? ¿Tienes amigos? ¿Tú?
—Tenía. Lo maté. Y si le vuelves a faltar el respeto a una dama frente a mí, terminarás
como él.
—Está bien, está bien. ¿Ya me puedes dejar en paz? Tengo cosas que hacer.
—No. Dije que vine a instruirte y eso es lo que haré. Acostúmbrate a mi presencia, no te
librarás de mí tan fácilmente.
—¿Necesitaré un cuaderno y un bolígrafo, maestro?
—¿Dónde dejaste el que te regalé?
—¡Ah! Buena esa. Veo que piensas rápido.
—Tú y yo podríamos hacer un buen equipo.
—¿Yo las intento violar y tú las rescatas? —preguntó con sarcasmo.
—No, claro que… Oye, podría ser buena idea.
—¿De qué diablos hablas?
—Tu técnica… no es tan mala. Vi cómo abordaste a la chica. Primero la trataste con
educación, amabilidad, caballerosidad y esas cosas. Pero te desesperaste, perdiste la de
arriba, se te calentó la de abajo y empezaste a cometer errores.
—Entiendo…, «sensei»; ¿pero eso qué tiene que ver con lo anterior?
—Que sabes cómo iniciar el trabajo, sabes cómo bajar la defensa de tu víctima; pero no
sabes cómo dar el siguiente paso. Eres observador, calculador y perspicaz. Esos son
algunos de los ingredientes más importantes… Si te ayudo a perfeccionar tu técnica, podrás
hacer lo que se te plazca. Y cuando aprendas a hacerlo, podremos juntar nuestras
habilidades para crear otro tipo de empatía con nuestras presas. Imagina esto: tú te haces
pasar por el malo, yo por el bueno, y luego nos quedamos con el botín sin tener que
preocuparnos por represalias.
—¿Me estás diciendo que actuemos para conseguir lo que queramos? ¿Quieres que sea un
maldito actor callejero? ¿Y luego qué? ¿Me tendré que subir a un monociclo mientras hago
malabares para que la gente me dé limosna? ¡Me estás ofendiendo, estúpido!
—Tenemos métodos y gustos muy distintos, estoy consciente de eso; pero piénsalo:
11
¿cuántas veces has ido a la cárcel por hacer lo que haces de la forma en que lo haces?
—Dos veces.
—¿Sabes cuántas veces me ha perseguido la policía por asaltar a alguien?
—…
—Ninguna.
—Lo mío ni siquiera es asaltar. Prefiero robar tiendas y casas mientras todos duermen. No
me interesa tu oferta.
—¿Y qué te parecería poder acostarte con las mujeres que quieras sin necesidad de
obligarlas ni tener que huir de la policía?
—¡JA! Ahora me vas a decir que tu técnica me ayudará a violar desconocidas que
mágicamente no pedirán ayuda después de eso.
—Mejor aún: tal vez hasta te llamen para más.
—Creo que la palabra que buscas es «ligar», pedazo de imbécil.
—Mmm… Sí, algo así.
—¡Jajaja! Eres patético. ¿En serio crees que me voy a rebajar a eso? ¿Acaso nunca has
sentido esa adrenalina por estar haciendo lo incorrecto cuando destrozas a una mujer por
dentro? Y no me refiero necesariamente a lo físico.
El diablo guardó silencio, expectante—. Ya veo… Sí, eso es. Mírate, tienes buen físico, tu
voz es profunda, varonil; dices que sabes hablarles a las mujeres, y probablemente bajo esa
estúpida máscara blanca se esconde un rostro delicado, de niña, de esos que les gustan a las
que sí son niñas. Ya tienes el cabello, no me extrañaría que también tuvieras el rostro.
¿Cómo se les dice? ¿Andrógino? En fin… Tal vez nunca te haya hecho falta obligar a una
chica; pero aunque pudieras tener a quien sea con tu método, nada se comparará a esa…
húmeda…, adictiva…, prohibida…, excitante…, sensación de culpa y regocijo mientras
deslizas tus manos sobre su cuerpo sin su consentimiento, mientras frotas tus dedos en sus
partes más sensibles y la obligas a tocar las tuyas. Esa sensación tan placentera de poder, de
fuerza, de dominio, de unión, de saber que el cuerpo de tu víctima lo está disfrutando,
aunque su cerebro pretenda ordenarle lo contrario. Nada se compara con esa posibilidad
que te brinda el violar a una mujer e intentar hacerlo tan bien que la hagas desear más —
rio, orgulloso—. ¿Tú qué sabes sobre eso? Seguramente nunca has sentido cómo una
vagina mojada se contrae tan fuerte por el pánico que tu pene termina siendo succionado
una y otra vez.
El diablo lo miró, sonrió y le apuntó en la entrepierna.
—Dame una buena razón para no destrozarte el pene.
—¿Sabes? Ya no me interesa lo que hagas. Lo que quise hacer en esta vida ya lo hice.
—¿Vivir en una pocilga era parte del plan?
—Me importa muy poco dónde viva. ¿Qué más da el lugar, la ropa, el transporte? Yo vine a
esta vida a disfrutar de sus verdaderos placeres, a satisfacer mis necesidades corporales,
mentales.
—Vaya…, su ambición es diferente a la del resto. Holm quedaría como un estúpido a su
lado. Tal vez sea hora de cambiar un poco el orden de las cartas… ¿Ah, sí? ¿Y qué me
dices de la manipulación? Al parecer te gusta forzarlo todo; pero… ¿y si pudieras hacer que
las personas hicieran lo que quisieras? No tendrías que esforzarte demasiado.
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—¿Eh? ¿Manipulación? ¿La psicología inversa cuenta?
—…
—Acabo de manipularte, ¿no lo notaste?
—¡Jaja! Está bien, está bien, te has ganado otra oportunidad, mocoso.
—¿Quieres que intercambiemos los papeles? Ahora podría ser yo quien intente enseñarte
algunos trucos.
—Supusiste que no te mataría y te mostraste confiado, no es para tanto.
—Dime una cosa: ¿por qué te molesta que obligue a alguien a darme algo? Tú eres el
mismo tipo de escoria que yo. Independientemente del método, estamos arrebatándole sus
pertenencias a los demás.
—Sin embargo, yo juego con sus mentes para que ellos mismos sean los que decidan
dármelas, sin tanta presión, sin traumas, sin pánico. Después de eso, nadie intenta
aprehenderme y lo único que pierde mi víctima son cosas materiales.
—¿En verdad nunca te han denunciado con las autoridades?
—No.
—Es digno de admirarse, lo admito; pero ¿qué ganas con tanta amabilidad? ¿Cuál es la
diversión?
—Verás, yo juego y me divierto con la mente de mis presas, tú juegas con tu mente. Mi
objetivo es provocar emociones, tu objetivo es provocarte emociones. Esa es la diferencia.
—Ya, ya, soy un egoísta, lo sé, no necesitas insinuarlo.
—¿Te gustaría dejar de serlo?
—Mmm… No lo sé, hombre. Ciertamente no me interesa demasiado; pero… no sé…, tal
vez me guste. Creo que no pierdo nada con intentarlo una vez.
—Una vez, exacto. Si no te agrada, nos olvidamos de todo esto y cada quien seguirá su
camino. ¿Trato hecho?
—… Trato hecho.
—Bien. ¿Con qué quieres empezar? ¿Un robo, un secuestro, un…?
—Una violación.
El diablo gruñó—. Esa será la prueba de fuego. Necesito ver cómo funciona tu técnica en
eso. Es lo que más me importa, chico. Yo no tengo la culpa de ser adicto al cuerpo
femenino. Culpa a la vida, no a mí.
—Está bien, será una violación. Te enseñaré cómo hacerlo de la manera correcta, y que no
te extrañe si terminas besándome los pies.
—Ya lo veremos, ya lo veremos… Por cierto, hablas demasiado; pero ni siquiera sé tu
nombre, y no te has quitado esa máscara. ¿Siempre la usas? Es un poco incómodo hablarle
a esa cara tan… inexpresiva.
—Mi nombre ya lo sabes, y no creo que quieras que te lo recuerde.
—Pero me refería a un nombre real, no a un apodo… ¿No? Bueno, como quieras…,
«diablo». ¿Y qué me dices de la máscara?
—Verás mi rostro cuando te lo merezcas.
—No sé cómo te va con las demás personas; pero tu misterio no me impresiona.
—Ya lo noté. Digamos que tú eres un tanto diferente.
—«Único» es la palabra que buscas.
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—Estaba pensando en «idiota»; pero gracias por la sugerencia.
—¡Jaja! No eres tan mal sujeto. Empiezas a caerme bien.
—Sólo no te enamores.
—¡Ey, ey, ey! Alto ahí. Yo no juego en ese equipo.
—¿Seguro? Dicen que los que buscan muchas mujeres son los que más dudan de su
sexualidad.
—E-eso no pasa conmigo, te lo aseguro.
—¡Jajaja! Sólo era una broma, no te lo tomes tan a pecho… ¿Y bien? ¿Me dirás tu nombre?
—Claro. Me llamo Gabriel, Gabriel Rangel. Ese es mi nombre real. Yo no necesito apodos,
no tengo 7 años.
—Sí, sí, muy gracioso. Pero ya verás por qué me llaman El diablo de Estocolmo.
VIII
—¿Ves esa de allá? Ella es la indicada.
—¿Cómo lo sabes? Puede ser que guarde una pistola en su ropa.
—Sé que es ella porque está sola; pero su postura es la de alguien que está acompañada. Su
mente busca compañía y su subconsciente la hace sentir que la tiene… Vaya, es hermosa.
—Bien, estás aprendiendo. ¿Recuerdas el método? Dímelo.
—Me acerco con timidez, le hablo con amabilidad y me hago la víctima contándole un
problema personal para que baje su defensa cuando note que estoy vulnerable, lo cual la
hará creer que no represento una amenaza. Luego, su instinto maternal le exigirá que me
ayude. Mientras lo hace, le pregunto sobre su vida, toco el tema de las relaciones, inquiero
sobre sus fracasos amorosos para obligar a su cerebro a recordarle las heridas del corazón, y
con eso provocaré que se sienta como una tonta, una ingenua y una pobre víctima del amor.
Después le cuento sobre mis supuestos fracasos amorosos para que ahora sea ella quien se
sienta vulnerable pero comprendida. Posteriormente, y aprovechando su guardia baja, la
halago para hacerla sentir deseada. Luego llega mi parte favorita: le insinúo una aventura,
hago un sutil y supuestamente accidental contacto físico para detonar inconscientemente su
libido; y la incito sexualmente para hacer algo que no se ha atrevido en sus antiguas
relaciones. Esto ocasionará que se cuestione sus pudores, sus decisiones, las que la han
llevado a fracasar en el amor; y terminaremos haciéndolo dentro de aquel baño público.
—Correcto. Ve por ella.
El diablo lo miraba todo desde el ventanal de la cafetería, a unos 50 metros de distancia,
escondiendo su cabeza en un sombrero negro, sus ojos tras unas gafas de sol, su rostro en
una bufanda blanca y sus manos dentro de unos guantes de cuero.
Sorbió un poco de café, inclinó su cabeza, dobló el periódico y vio de soslayo cómo Gabriel
tomaba asiento a un lado de la joven. Pero, segundos después, una sonrisa de cortesía dio
por concluida aquella breve conversación. La chica se levantó del escaño y se alejó sin más.
Apenado, el diablo pagó la cuenta, se dirigió a la salida y caminó hacia su colega.
Gabriel lo vio acercarse lentamente, así que se puso de pie y secó rápidamente el vestigio
de una fugitiva lágrima.
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—No funcionó —le dijo.
—No te preocupes, las circunstancias a veces impiden que el método resulte efectivo.
—No. No funcionó y eso es lo único que importa. ¿Sabes qué significa?
El diablo guardó silencio unos momentos.
—¿Se terminó? ¿Cada uno seguirá su camino?
—Sí. Yo iré tras esa perra y la obligaré a desearme, a disfrutar de mí; y tú te quedarás aquí
sin poder hacer nada al respecto.
—… Sabes que no te permitiré hacerlo.
—No pedí tu opinión —sentenció Gabriel, enfurecido. Así, sacó su pistola, le apuntó al
diablo en la cabeza y disparó tres veces.
El diablo de Estocolmo cayó de inmediato al suelo, con la cara de frente, tiñendo su sombra
de rojo.
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CAPÍTULO 2
EL DIABLO Y LA MUERTE
—M-mald… ¡MALDITO! ¡MALDITO SEAS, ESTÚPIDO! —gritó el diablo encolerizado,
segundos más tarde, mientras se ponía de pie.
Su rostro había empalidecido, su abrigo blanco y bufanda estaban empapados de sangre, su
sangre. Pero las heridas de bala ya no estaban, ni una cicatriz, ni un rasguño, ni una marca.
Con los ojos hundidos, los párpados negros, la piel lívida, las pupilas contraídas y sus
entrañas ardiendo, el diablo miró sus manos, se detuvo a considerarlo y, luego de observar
la consternada multitud que lo rodeaba, soltó una carcajada—. Interesante —susurró.
En el suelo no había rastro de su cuerpo ni de su sangre; pero sí dejó un rastro cuando
desapareció frente a todos, un olor en particular: a azufre.
IX
—Hola, Gabriel.
—¿Q-qué…? ¿Q-quién…, quién eres? Tu voz…
—Querías ver mi rostro, ¿no?
—N-no, n-no puede…
—Te advierto que cambié un poco, eh. Antes no era tan atractivo. Pero tengo que
agradecerte por haberme matado. Ahora puedo hacer varias «cosillas», nada importante,
claro; pero sí divertidas —recitó el diablo con teatral modestia.
—N-no, no p-puedes ser tú. ¡YO TE MATÉ! —gritó Gabriel, desesperado, acorralado, y
disparó consecutivamente.
—¿Terminaste? —le preguntó el diablo, mirando con aburrimiento sus atezadas uñas.
—¿Q-qué quieres de mí? ¡¿Qué mierda quieres de mí, maldita sea?! ¡Me uniré a ti! ¿Eso es
lo que quieres? ¡Me uniré a ti! ¡No volveré a traicionarte, lo juro!
—¿Y yo para qué te necesito? ¿Qué me puedes dar tú que no tenga ya? ¡Ah! Ya lo sé.
¡Devuélveme-mis-malditas-cosas!
—¡Toma, toma, son tuyas, todas tuyas! ¡N-no las quiero, quédatelas! ¿Qué más quieres?
¿M-mi billetera? Toma, quédatela también.
—¡Oh, gracias, no era necesario! Qué amable eres, Gabriel. Ahora bésame los pies.
—… S-sí, sí, como tú digas.
—¿Y bien? ¿Cómo te fue con aquella chica? ¿Lograste jugar con ella?
—…
—Habla, no tengas miedo.
—… Y-yo… N-no, no la encontré.
—Mientes —sentenció el diablo, y jaló el gatillo al mismo tiempo que el último aliento de
Gabriel salía de su cuerpo—. Mmm… Lástima, pudiste haber sido un buen aprendiz… Tal
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vez debería de conseguir un perrito. ¿O un gato? No, no, los gatos son muy malos, no
quiero competencia —bromeó en soliloquio.
—¿Q-qué sucedió?
—Bienvenido al infierno.
—P-pero es…
—Sí, es la Tierra.
—¿Estoy vivo? ¿Me mataste? ¿P-por qué…?
—No y sí. ¿Ves esto? Mi pistola ya no es una pistola ordinaria. Ahora mis balas hacen
«magia». ¿Verdad que soy genial? Se me ocurrió todo de camino aquí, incluso el diseño y
estos grabados tan… intensos.
—¿D-de qué estás hablando? Mierda, estoy agotado. ¿Por qué estoy agotado?
—Mira abajo.
—… ¡¿QUÉ?! ¡¿QUÉ ESTOY HACIENDO EN EL SUELO?! E-espera, ¿esto es un
sueño? Tiene que ser un sueño, tiene que ser un sueño. Estoy soñando, lo sé, estoy soñando.
—No, no lo es. Te maté hace unos segundos. Estás muerto, tu cuerpo se pudrirá con el
tiempo; pero… me quedé con tu alma.
—Me veo… vivo.
—Sin embargo, estás-muerto, idiota. No me hagas volver a repetirlo.
—N-no entiendo.
El diablo suspiró, impaciente.
—Pude haberte matado y enviarte a… como sea que le llames a allá arriba. No obstante,
aquello sería demasiado bueno para ti, sería como enviarte de vacaciones, así que decidí
dejarte atrapado aquí abajo. ¿Acaso conoces un mejor infierno que la Tierra?
De pronto, los hombros de Gabriel comenzaron a saltar.
—¡JA-JA-JA-JA-JA! ¿Creíste que dejarme en la Tierra sería un castigo? ¿Estás consciente
de todo lo que podré hacer ahora que no puedo morir? ¡POBRE ESTÚPIDO!
—Estando aquí, en tu estado, serás libre, podrás andar de aquí para allá sin restricciones ni
pasaportes; pero nadie podrá verte, nadie podrá escucharte, nadie podrá sentirte. Nada de lo
que hagas, digas o pienses afectará a los vivos. ¡Oye! ¡Tu risa! ¿Por qué desapareció?
—E-eres…, e-eres un… ¡HIJO DE PUTA! ¡ME LAS VAS A PAGAR!
Pero el puño de Gabriel jamás tocó a El diablo de Estocolmo, ni una ni dos veces—. N-no,
n-no lo creo. No p-puede ser cierto. Tiene…, t-tiene que haber algo que pueda hacer.
—No.
—¡ERES UN MALDITO! ¡TE MALDIGO A TI Y A TU…!
—Oye, oye, ese es mi trabajo —atajó el diablo con tranquilidad—. Ahora vete a vagar por
ahí, animal. ¡Ah! Y ni intentes contactar a una vidente o esas cosas. No funcionará, nada de
eso funciona.
Gabriel sabía que no podía hacer nada contra el mismísimo diablo. Gruñendo, lo rodeó y
caminó hacia la calle sin detenerse. Los automóviles lo traspasaban, los señalamientos no le
impedían el paso, las personas no lo notaban, su vida se le había escapado entre los dedos;
pero inesperadamente un pensamiento llegó hasta su abatido corazón y lo hizo levantar la
mirada con una sonrisa de esperanza—. ¡Tienes razón! Qué bueno que me lo recordaste.
Por poco olvido quitarte la vista —le dijo el diablo, reprimiendo una carcajada cuando
apareció frente a él, al otro lado de la calle.
Desde ese momento, la existencia de Gabriel dejó de tener sentido alguno y, resignado,
decidió permanecer en ese último lugar que sus ojos lograron presenciar. Y ahí estaba él,
como una estatua, como un monumento: sin vida, sin utilidad, sin movimiento. Pero para su
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mala suerte, a él ni siquiera podía verlo la gente.
Victorioso, el diablo le dio unas palmaditas en la espalda y, sin esperárselo ni desearlo,
volvió a tomar su aspecto humano, el aspecto de aquel joven hombre de 29 años.
—Vaya, esto se pone cada vez más interesante —pensó emocionado, y siguió su camino.
X
—Oh, Japón, tierra de oportunidades, tecnología de punta y humanos modificados
genéticamente. Malditos ojos rasgados, son como máquinas. ¿Qué mierda les dan de
comer?... Bueno, como sea, ya estoy aquí, no puedo dar un paso atrás, es hora de un nuevo
comienzo. Mmm… ¿Por dónde empiezo? Necesito un lugar donde dormir, sí, eso es obvio;
pero antes necesito conseguir dinero… ¿Cómo serán los Toki… Tokianos, Tokienses,
Tokieños? Mmm… ¿Cuál será el gentilicio? Da igual… He escuchado que los asiáticos son
muy solidarios; pero… ¿serán igual de ingenuos que en occidente?¡Ah, aquí viene alguien!
Tendré que averiguarlo. Buenas tardes, amable nipona. Disculpe que la moleste, ¿dónde
puedo encontrar un departamento?
—¿Uh?
—Un departamento. Migré a su hermoso país para comenzar una nueva vida. Estoy en
busca de un sitio donde pueda quedarme. Verá, soy sólo un joven inversionista que desea
crecer profesionalmente y encontrar su verdadero «yo». Sé que en su bendita tierra son muy
espirituales, eso me agrada. Yo no soy muy espiritual… ni muy disciplinado. De hecho,
ahora que lo pienso, soy muy impaciente y ni siquiera me gusta el pescado, ¿qué carajos
hago Japón?, por lo que tal vez tenga problemas para adaptarme. Mmm… ¡Oh! Pero podría
aprender todo eso si es necesario para encajar aquí. Sería un honor poder conocer un poco
de su cultura y…
—私はあなたの言葉を理解していません。
—¡¿PERO QUÉ MIERDA…?! ¡¿Por qué no han creado un estúpido idioma para todo el
mundo, malditos humanos?! A ver… Mmm… Póngame atención, por favor. Yo-necesito-
departamento. Lugar-vivir-yo. ¿No? ¿No me entiende? —gruñó, desesperado—. Mmm…
A ver, a ver… Picashu, pocquemon, sushi, takataka, pocquedecs, uan-ponch-men, sensei,
kung-fu, dillimon, gocú, ¿no? ¿Tampoco?... ¡Carajo! Olvídelo, señorita. «Arigatō» —se
despidió, y apresuró el paso muy apenado—. Vaya, pensé que sería más fácil establecerme
en este lugar.
XI
—¿Lo ves? Mira bien. ¡Rigo, devuélvete al minuto 63, por favor!
—No veo nada, Des.
—¡Ahí, justo ahí! ¡Pausa la grabación, Rigo! ¡AJÁ! ¡¿Lo ves ahora?! ¡¿Lo ves?! Mira con
atención, cuadro… por… cuadro. ¿Notas el destello?
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—Sí, sí noto el destello. Pero puede ser cualquier cosa. Estás viendo lo que quieres ver,
Des, y no tengo tiempo para eso.
—¡Por favor, Aaron! ¡Le disparan tres veces en la cabeza y se levanta un minuto después
como si nada hubiese pasado! No estamos tratando con cualquier cosa.
—¡Está bien! Sí, lo admito, es un punto a tomar en cuenta. Sin embargo, piénsalo bien, hay
miles de mocosos allá afuera haciendo tonterías en la calle para grabarlas y subirlas a
internet. ¿Cómo sabes que todo eso de la grabación no fue actuado? ¿O ya olvidaste los 30
mil que me hiciste perder en esa estúpida investigación de la muñeca que supuestamente
lloraba sangre? ¡Tenemos que darle a nuestro público material de calidad, no niñerías!
—No era necesario que me gritaras…
—E-estem… Creo que yo… iré a ver cómo está el clima allá afuera.
—¡Por dios, Desirée! ¡Tú…! Discúlpame; pero últimamente me has hecho perder más de lo
que he ganado. Siento que esto se ha vuelto un juego para ti, unas vacaciones. Ya no veo a
la mujer comprometida de hace 5 años.
—Pues ya no soy la misma de hace 5 años, y tú tampoco.
Aaron suspiró.
—Sólo… demuéstrame que valdrá la pena esta vez, ¿entendido? Confiaré en ti.
—¡¿En serio?!
—Sí, sí. Haz lo que tengas que hacer; pero hazlo rápido, me estoy quedando sin fondos.
—¡Gracias, gracias! ¡Ven acá y dame un beso, cabeza de montaña!
—Está bien, ya, es suficiente —rio—. Empieza de una vez antes de que me arrepienta de
haberte traído a Canadá.
—¡RIGOOO! ¡YA PUEDES ENTRAR!
—¿Ya acabó el apocalipsis?
—Mejor aún: creo que acaba de comenzar.
XII
—¿Conseguiste la ubicación exacta?
—Al parecer voló a Japón hace una semana. La última grabación que tengo de él es un
barrio de Tokio, cerca de un… ¿casino? ¿Crees que le gusten las apuestas?
—Apostaría a que no.
—Mira, tienes razón. Salió de ese intento de casino tan solo 4 minutos después de haber
entrado. O tiene pésima suerte o…
—¿Tienes acceso a las cámaras de vigilancia del interior?
—¡Oye, me estás ofendiendo! Dame un segundo… ¡Oh, sí! Aquí tienes tus grabaciones.
—Eres un genio. ¿Dónde aprendiste a «hackear» tan rápido?
—¿Dónde más? En internet.
—¡Mira! ¿Viste eso? Alguien le dio una envoltura.
—Parece un dulce. ¿Traficará droga?
—Mmm… No lo creo. Regresa de la muerte y comienza a vender narcóticos. Ilógico, ¿no?
—Sí, sería muy tonto… Tal vez los consume.
—Eso suena mucho más tonto…; pero probable... ¿Hay algo más?
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—No, es todo. El barrio en el que se esconde parece que se quedó en el siglo pasado.
¿Notas la calidad de la imagen? Es como si grabaran todo con un tenedor.
—¡Jaja! Entonces es hora de hacer las maletas…, corazón.
—¡Ey! —susurró muy nervioso, casi atragantándose con la saliva—. N-no me digas así
cerca de… —recorrió el interior del viejo hangar con la mirada—. El jefe podría oírnos.
—¿En verdad crees que se enoje con nosotros cuando se entere de que me comparte con su
hijo?
—¡Des! —Rigo volteó nuevamente hacia todos lados, alarmado—. Deja de recordármelo.
Me da escalofríos pensar en eso.
—No te hagas el pudoroso conmigo. Además, ni siquiera es tu padre.
—Pero lo veo como a uno. No me agrada tener que hacerle una cosa como est…
—Sí, se ve que sufres mucho cuando me tocas —atajó Desirée, burlona y sarcásticamente,
mientras tomaba asiento sobre sus piernas para morderle el labio inferior.
XIII
—Aquí tienes. Y no salgas de tu habitación mientras te metes esa porquería, maldito
drogadicto.
—G-gra… gracias, muchas gracias. L-le debo una.
—Ya sabes cómo pagarme.
—No lo conozco, en-ent… entendido.
—Buen chico. Debo irme, ¿bien? Cerraré con llave. Si crees que necesitas más, dejaré un
poco en el suelo, del otro lado de la puerta... ¿Has practicado?
—S-sí, sí, sí, sí. Ya váyase, por favor.
—Bien, fingiré que te creo. ¡Ey! Pero te lo advierto: si haces una tontería, te voy a arrancar
las manos. ¡Ey, ey, aquí, te estoy hablando! ¡Oye, ponme atención!
—S-sí, sí. D-déjeme solo, por favor.
—¡Pff! Humanos. Llena a un humano de regalos y ganarás un esclavo. ¡Jaja! Qué
patético. Y pensar que su silencio me cuesta lo mismo que un refresco. ¡Hasta me salió más
económico que un perro! ¡Y habla! ¡Jajaja! Pobre imbécil. El muy estúp… Mmm… —
bufó—. ¿Por qué estoy sintiendo lástima por él? Yo no lo metí en eso. Ni siquiera lo obligo
a consumir aquella mierda, sólo se la doy; es su decisión si la toma o la deja. Tenemos
libre albedrío, ¿no? Que cada quien se haga responsable de sus decisiones. ¡NO! No me
vengas con eso ahora. ¿Y qué si soy el que se la da? ¿Y qué si yo le pongo una pistola en la
frente y le ordeno que jale el gatillo? Por más que lo apremie, él tiene la última palabra, es
su decisión... Sí, sí, sería mi culpa si yo personalmente lo inyectara; pero no lo hago, lo
hace él. Mis manos están limpias. Ahora deja de molestarme, imbécil... … … ¡AAH,
ESTÚPIDO! ¡Está bien, lo liberaré, lo sacaré de su prisión! ¡¿Feliz?!
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XIV
—¡Bueeeenas nooooches, Guuuus! ¡Te tengo buenas notiiiiciaaas! —recitaba el diablo
teatralmente, girando su escuadra maldita, de color blanco con bordes negros, en el dedo
índice una y otra vez—. Adivina, adivinador, ¿quién saldrá hoy de su prisión?... … …
¿Gus?... ¿Gus? Qué raro, está abierto… ¡GUSANO! ¡¿Dónde te metiste?!
—Eh, eh, señor, por acá, por acá —susurró una sombra bajo el marco de la ventana.
—¿Qué sucede aquí? ¡Oye! ¿Cómo mierda saliste de la habitación? ¿Y q-qué carajos le
pasó a la puerta? —inquirió el diablo muy desconcertado.
—Acérquese, acérquese, rápido. ¿Ve aquellos dos de allá?
—Mmm… ¿Los de la esquina? —le preguntó el diablo, sacando apenas la nariz por la
ventana.
—Sí, sí, ellos. Se acaban de ir. De milagro no lo vieron entrar.
—¿Ellos te sacaron? ¡¿Ellos violaron mi maldita puerta?! ¡Ahora mismo me la van a pagar
esos hijos de toda su…!
—¡No, no, no vaya!
—¿Por qué? Habla.
—Venían por usted.
—¡Ja! ¡Genial! Pues les facilitaré el trabajo. ¿Quiénes eran y qué querían de mí?
—E-eran…, eran… Y-yo… sé que lo recuerdo… La chica era… ¡Maldición! Sé que lo
tengo, d-deme un segundo, por favor, no se enoje… ¡Kimberly! ¡Sí, sí, ese era su nombre!
¡Kimberly Esposito!
El diablo, muy abrumado, esperó—. E-el chico era… Empezaba con…, con… Creo que
empezaba con la misma letra.
—¿«Ka-boom»?
—¿Eh? ¿Qué quiere decir?
—Ka-boom —reiteró el diablo sin inmutarse. Un parpadeo después, el albo proyectil de su
pistola blanca atravesó el cráneo de Gus y le arrebató el alma; pero ni el más mínimo ruido
se escuchó fuera de esas cuatro paredes.
—Comienza a acostumbrarte y no te muevas de aquí. Vuelvo enseguida —le ordenó El
diablo de Estocolmo, y salió de su inmundo departamento para correr hacia la calle.
—¿Qué…? ¿P-por qué…? ¿Qué es esto? Yo… P-pero…
XV
—¡Oigan, ustedes! ¿Me buscaban?
—Des…, es él.
—Cúbreme, yo hablaré.
—¡No, Desirée! Deja que yo… —musitaba Rigo; pero la repentina presencia del diablo los
interrumpió.
—¿Y bien? ¿Les puedo ayudar en algo? —les preguntó cortésmente al abordarlos.
—Buenas noches, caballero. Disculpe que lo hayamos molestado en su morada. Sólo
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queríamos hablar con usted para conocernos un poco.
—¡Oh, claro, claro, con gusto! ¿Cuáles son sus nombres, perdón?
—Kimberly Esposito, mucho gusto —mintió Desirée, y extendió su mano al ver que el
diablo también lo había hecho.
—Mucho gusto…, Fernanda Desirée Bundy… Lindo nombre.
—¡OYE! ¡DÉJALA!
—¡No-te-muevas, imbécil! ¡¿Quieres que la mate?! ¡¿Eso quieres?!
—¡Ya, ya, está bien, tranquilízate! ¿Qué quieres que hagamos?
El diablo alzó un poco más la mano en el cuello de la fémina, mientras que su otra mano se
mantenía ocupada inspeccionando el pasaporte de su prisionera.
—Así que son de Canadá, ¿eh? ¿Cómo está el clima por allá? ¿La nieve les dijo que me
buscaran?
—S-sm… Nostrs… Slo…
—¿Perdón? ¿Quería decir algo, «madame»? —se burló.
—No venimos a hacerte daño. Sólo…, sólo queremos hacerte unas preguntas —habló por
fin, entre jadeos, luego de ser soltada y arrojada a los brazos de Rigo.
—¿Hacerme daño? —preguntó el diablo fingiendo sorpresa—. No saben con quién están
hablando. Ustedes no pueden hacerme daño, se los aseguro.
—Sabemos que no podemos matarte. O por lo menos eso especulamos —declaró Rigo.
Aquello causó verdadera sorpresa en su interlocutor.
—¡Ah! Interesante… Creo que me conocen bien. Una pregunta: ¿por qué me conocen bien?
—Mi nombre es Rigoberto DeShields. Ella es…
—Ya sé su nombre, idiota. Continúa.
—Pertenecemos a una organización secreta, privada, autónoma e independiente que se
encarga de investigar fenómenos paranormales.
—¡Bien, bien, bien! Detente ahí, rarito. Dos preguntas: ¿Autónomo e independiente no es
exactamente lo mismo, estúpido? Y ¿fenómenos paranormales?... Discúlpame, tal vez no
estoy entendiendo. ¿Crees…? ¿Creen que soy un fenómeno paranormal?
—Tenemos acceso a todas las videocámaras del mundo. Te vimos recibir tres disparos en la
cabeza y levantarte como si nada tan solo un minuto después de haberte desangrado —atajó
Desirée sin poder contener la emoción.
—Eso no es un fenómeno paranormal, es un fenómeno extraordinario. ¿Acaso regresar de
la muerte no es extraordinario? ¡Mírenme! ¡Me siento extraordinario!
—¡Lo sé! ¿Verdad que es genial? —saltó la fémina, embelesada.
—Extraordinario y paranormal son técnicamente lo mismo, pedazo de… —mascullaba
Rigo. Pero, de pronto, sus murmullos fueron interrumpidos por un sutil crujido. La
escuadra blanca estaba sobre su frente, y el pulgar del diablo había jalado el martillo.
—¿Alguna vez te han disparado un martes por la noche?
—N-no.
—¿Quieres saber qué se siente que te disparen un martes por la noche?
—N-no, lo siento.
—Agradece que estamos frente a una dama, imbécil.
—Puedes hacer lo que se te plazca frente a mí, corazón.
—¡¿Pero qué mierda, Des?!
—¡Ey! ¡No! Tú no. Tú no puedes hablar así frente a ella.
—P-pero…
—Lo acabo de decidir. ¿Quieres averiguar cómo hago que mi palabra se vuelva un
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mandamiento?
—Me gusta tu cabello —le susurró Bundy al oído, acercándose por detrás para pasar su
mano por el abdomen del diablo.
—C-compórtese, por favor, señorita... M-mejor…, mejor vamos a mi departamento, está
haciendo mucho frío y no es seguro hablar en la calle tan noche… Este barrio es muy
peligroso.
—¿Es una broma, maldito fenómeno?
XVI
—Por aquí, por favor… ¡Oh, miren! La puerta está abierta. ¡Qué coincidencia!
—Lo sentimos mucho, cariño. Toma, esto es para que compres una nueva.
—Gracias, qué amable —repuso el diablo, irritado.
—¡MIERDA! ¡¿QUÉ LE SUCEDIÓ?! —gritó Rigo.
—Ah, sí, eso… Olvidé que estaba ahí…
—¡¿Lo mataste?! ¡¿Mataste al pobre chico?! ¡TÚ! ¡LO TENÍAS ENCERRADO COMO A
UN ANIMAL! ¡¿POR QUÉ LO MATASTE?!
—No estaba encerrado, estúpido. Estaba bajo un… estricto régimen de abstinencia... o algo
así. ¿Vieron la bolsa en el suelo? Era la verdadera droga y se suponía que nunca la
alcanzaría. La que le dejé dentro de la habitación estaba adulterada para que surtiera el
mínimo efecto.
—¿En serio hizo eso, señor?
—Te necesitaba alerta, Gus. No me servías drogado.
—¿Y por qué me mató?
—¿Sientes ganas de drogarte ahora que estás muerto?
—No…, siento que no lo necesito. De hecho, ya no siento muchas cosas.
—De nada.
—¡Oh, mierda! ¡¿C-con quién carajo estás hablando?!
—¡Rigo, cállate! Déjalo interactuar con su realidad. Tal vez él pueda ver lo que nosotros
no.
—Señorita, por favor, no me mire así, me está incomodando.
—Continúa, cielo, continúa haciendo lo tuyo.
—E-estem… Bien… ¿Qué les parece si empiezan por contarme adónde quieren llegar con
todo esto? Ya me encontraron, ¿no? ¿Ahora qué?
—Bueno, cariño, seré sincera contigo: queríamos llevarte a Canadá para hacerte algunas
pruebas, aun cuando te rehusaras a ir… Ya sabes a qué me refiero... Sin embargo, ahora
que te conozco me doy cuenta de que mi palabra es nada comparada con la tuya, así que
haz conmigo lo que quieras.
—…
—No puedo más con esta tontería. Me largo.
—Siéntate, imbécil.
23
—No me interesa quién seas, me voy de aquí.
—¡Que te sientes, idiota! ¿Crees que es correcto dejar sola a una dama en un lugar como
este?
—¿En serio? ¡¿EN SERIO?! ¡ESTÁS LOCO! ¡¿QUÉ TIENES EN LA CABEZA,
MALDITO FENÓMENO?! ¡¿NO TE DAS CUENTA DE LO QUE ERES?! ¡YA DEJA
DE HACERTE EL EDUCADO CUANDO LE HABLAS A ELLA!
—¿Sabes? No me gustan los gritos.
—E-es cierto. La última vez que le grité perdí este dedo.
—No pueden oírte, Gus.
—Oh…, no lo sabía.
—¡ENFERMO! ¡EN-FER-MO! ¡ESTÁS ENFERMO!
—Disculpe, señorita Desirée, ¿necesita a este idiota para llevar a cabo su trabajo?
—Sí, él es la cabeza del equipo. No lo mates, por favor, precioso.
—¿La cabeza del equipo? Oye, Rigoberto, ¿qué te parece si demuestras un poco de tu
inteligencia y te ahorras los gritos? Será mi última advertencia.
—Como quieran.
—Perfecto… ¿Entonces…, dicen que desean hacerme pruebas?
—Sería genial que nos permitieras examinarte… completo, todo, completito.
—Temo que no accederé a eso.
—Podríamos llegar a un acuerdo —sugirió Desirée, mojándose los labios.
—… Eeeh… Creo que están perdiendo su tiempo. No hay nada qué probar en mí. Yo nací
humano, crecí como un humano, sigo siendo humano. Me da hambre, sueño, ganas de ir al
baño, me río, me enojo…
—¿En serio? No lo había notado —murmuró Rigo.
—¡ESTÁS A UNA PALABRA DE QUE TE REVIENTE LA PUTA CABEZA! Perdón,
señorita, me exalté. ¿En qué estaba? Ah, sí... La única diferencia es que no puedo morir.
Pero piénsenlo bien, ¿qué tiene de raro eso? Es obvio que no moriré nunca, soy el diablo.
El silencio se apoderó repentinamente de la habitación. Ni siquiera el alma de Gus sabía
aquello.
—¿Lo dices en serio?
—¿El diablo? ¿Satanás? ¿Belcebú? ¿El maligno? ¿Mara? ¿Lucifer?
—No, «El diablo de Estocolmo».
—¿De Estocolmo? ¿Estocolmo, Suecia? ¿Eres de Suecia? —inquirió Desirée, casi
babeando.
—No. Soy de aquí, soy de allá; no soy de ningún lugar.
—... Qué intenso —suspiró.
—¡Pff! Qué patético. ¿Puedo decir algo? ¡A-algo rápido, algo rápido! ¡Por Dios!
—Contaré los segundos.
—Si dices ser «el diablo», ¿qué pasó con el otro diablo?
—¿Cuál otro? Nunca ha habido otro.
—El otro, el que se menciona en todas partes, la representación de lo prohibido, la
personificación del mal. Ese diablo.
—Nunca existió —repuso El diablo de Estocolmo con tranquilidad.
24
—¿Por qué estás tan seguro?
—¿Estaría yo aquí si existiera ese otro diablo que se menciona en todas las historias de la
historia de la humanidad? Créeme, si me enterara de que hay alguien más intentando
quedarse con mi título, me encargaría de él inmediatamente.
—Mmm… Buen punto, lo admito.
—¿Y cómo puedes estar seguro de que tú eres… lo que dices ser?
—No puedo morir, puedo matar a alguien, puedo no matar a alguien, ¿qué otras pruebas
quieren?
—¿A qué te refieres con eso último?
—Verán, aquí, en este preciso instante, se encuentra con nosotros el alma que estaba en ese
costal inservible de huesos, carne y sangre.
—¿Como un fantasma?
—Los fantasmas no existen, imbécil. Es un alma, ya te lo dije.
—¡Es lo mismo! Como sea. ¿Qué pruebas tienes? No lo puedo ver, no lo puedo escuchar,
no lo puedo sentir.
—No, tú no podrás percibir nada de eso mientras estés vivo. Pero si lo deseas, con mucho
gusto podría arrancarte el alma para que le hagas compañía.
—…
—¿Podrías hacérmelo a mí? Sacarme… el alma…, toda.
—B-bueno, yo… p-preferiría no hacerlo, señorita. Lo siento.
—Mmm… Qué lástima. Entonces tendré que obligarte —suspiró Desirée mientras
desenfundaba su revólver.
El diablo no tuvo tiempo de reaccionar y recibió un balazo en el pecho, justo en el corazón.
Una mirada de desconcierto después, cayó al suelo de rodillas.
—¿Qué… hizo?
—Veamos de qué eres capaz, amor —le dijo Bundy, sonriendo, cruzando las piernas,
apoyándose en el respaldo de la silla y esperando.
—Yo llevo la cuenta… 43…, 42…, 41…, 40…, 39…, 38…, 37…, 36…, 35…, 34…, 33…
¿Y si no se levanta?
—Entonces saldremos vivos de esta —contestó Desirée, expectante.
XVII
—¡NO-DEBIERON-HACERLO!
El diablo estaba furioso, la habitación se oscureció como sus ojos, y el ardor de su interior
casi podía notarse en su lívida piel, así como en los muebles que empezaron a levitar junto
con él.
—E-está bien, está bien, tigre, fue mi culpa. Yo disparé, ¿no? Haz lo que tengas que hacer.
—¡T-TÚ! ¡TÚ…! —gruñó, y bajó la mirada al darse cuenta de que no podría contra sí
mismo—. No debió… hacerlo…, señorita.
25
Su aspecto volvió a la normalidad tan rápido como cambió hace unos momentos, y ya no
había marca que atestiguara una herida de bala.
—Mmm… Interesante… ¿Podrías dejarnos solos, Rigo?
—¿E-estás segura?
—Totalmente —contestó Desirée con una amplia sonrisa.
—Gus, acompáñalo —le ordenó el diablo, cabizbajo.
—Sí.
—¿U-un fantasma me está siguiendo?
—No seas marica, Rigo. Ya vete —lo reprendió Bundy.
—Bien, sé que ahora quiere averiguar por qué no le hice nada. No necesita preguntármelo.
—Pues me has ahorrado la pregunta, amor.
—Sin embargo, no la pienso responder.
—¿Por qué?
—Porque es un motivo muy personal, totalmente privado.
Desirée asintió con la cabeza y volvió a dispararle, esta vez en la frente. El diablo
nuevamente cayó al suelo sin vida; pero regresó de la muerte un minuto después. No
obstante, su aspecto iracundo no duró ni tres segundos, y eso lo sorprendió incluso a él.
—¿Ahora sí me lo dirás o quieres que siga probando tu paciencia?
—Si lo vuelve a hacer, aprovecharé mi poder para desaparecer de aquí, y no volverá a
verme jamás.
—Ya te encontré una vez, puedo encontrarte las veces que sean necesarias…, Fernando
Luciani.
El diablo tragó saliva, parpadeó y luego suspiró para relajarse.
—Me tiene... Está bien, lo admito, me acorraló.
—¿En verdad eres capaz de soportar toda esa impotencia y furia sólo por no lastimarme?
Ni siquiera me conoces.
—Conteste una pregunta, por favor: ¿por qué tanto interés en mí?
—Porque no se ven cosas como estas todos los días. Y te lo dice alguien que vive buscando
sucesos que van más allá de lo cotidiano… Ahora te preguntaré algo yo: ¿por qué no habría
de interesarme el origen del diablo que pisa nuestra tierra?
—Todos ustedes tienen un concepto idealizado del diablo.
—¿En serio? Continúa.
—Cualquiera puede decidir ser el diablo, incluso no eternamente. Puedes ser el diablo un
día, un minuto, un segundo o el tiempo que quieras. Esa es tu decisión, tuya y de nadie más.
Yo decidí ser el diablo de este mundo porque me di cuenta de que no existía uno solo que
valiera la pena. Todos buscan el poder, la fama, la riqueza; pero esos son objetivos
meramente superficiales. ¿Dónde está el trasfondo? ¿Qué ganan con todo eso? Después de
eso no hay nada. Diablos van, diablos vienen y ninguno es digno de ser el antagonista de la
historia de la humanidad.
—Pero tú puedes resucitar y ganar un poder inimaginable cada vez que lo haces. Ningún
otro humano lo ha conseguido.
—Porque ninguno se lo ha merecido.
—¿Y por qué tú sí?
—Porque no soy cualquier diablo, soy El diablo de Estocolmo.
—Dejemos a un lado lo teatral y vayamos directo a las explicaciones reales. ¿Qué te hizo
inmortal? ¿Qué significa para ti ser El diablo de Estocolmo? ¿Qué diferencia hay entre «El
diablo de Estocolmo» y «El diablo de… cualquier otra cosa»?
26
El diablo volvió a bajar la mirada; pero ahora para esconder su sonrisa—. ¿Dije algo
graci…? —intentó preguntarle Desirée. No obstante, el rostro de su interlocutor le cortó la
respiración cuando apareció a centímetros del suyo. Bundy no sabía cómo lo había logrado,
y sus ojos no le permitieron ver qué pasaba de su cuello para abajo; sin embargo, podía
sentir que sus manos sostenían algo frío y duro como el acero. El diablo le guiñó un ojo y
se escuchó la detonación que lo sacó de aquel departamento—. ¡Maldición! —gruñó
Desirée con una expresión de enojo, impotencia y admiración.
XVIII
—Gus, es hora de irnos.
—Escuché otro disparo. ¿Qué pasó con Des? —preguntó Rigo de inmediato, algo asustado.
—Ella está arriba. Te está esperando.
—¿Esperándome? ¿Para qué? —inquirió recelosamente.
—Para comenzar a buscarme de nuevo —rio el diablo.
Después de eso, y sin darle oportunidad a Rigo de preguntar algo más, tomó a Gus del
hombro y desapareció junto con él, dejando como único rastro un olor a azufre.
XIX
—¿Dónde estamos, señor?
—Seguimos en Tokio.
—¿En Tokio? ¿Entonces para qué…?
—Fue sólo una distracción. El departamento está justo enseguida. ¿Cuál crees que será el
último lugar donde buscarán? —repuso el diablo, conteniendo a duras penas la risa. Su
aspecto ya era el de siempre.
—¡Caray! ¿Cómo se le ocurren esas cosas?
—Yo no me meto porquerías al cuerpo, tal vez sea eso —contestó, ahora un tanto más
serio.
—Creo que no le he dado las gracias.
—Y tampoco necesitas dármelas, no seas tonto. Te maté, te robé el alma, ¿lo olvidaste?
—Pero…, si lo piensa bien…, es como si siguiera vivo, y ahora mucho más vivo que antes.
¡En mis 13 años nunca me había sentido tan vivo! Irónico, ¿no?
—Un poco. Sin embargo, todavía no me hagas un monumento. Robé tu alma para poder
usarte, no para dejarte en libertad.
—Bueno, de cualquier forma, también ahora soy más libre que antes. Gracias.
—Como quieras. Ahora cállate y escúchame: esperaremos aquí hasta que aquellos dos se
hayan ido. Cuando veamos que dan la vuelta en la esquina, tendrás que seguirlos hasta que
27
salgan de la ciudad. Después regresa lo más rápido que puedas y continuaremos con la
parte número 2 del plan.
—¿Se puede saber en qué consiste la segunda parte del plan?
—Ya lo verás, ya lo verás.
—Una pregunta, señor: ¿por qué no me había dicho que era el diablo?
—Porque no había sido necesario decírtelo.
—Y si es el diablo, ¿por qué no los mató para ahorrarse futuros problemas?
—No, ni lo pienses. A la chica no la tocaría ni en un millón de años. Al rarito
probablemente sí lo hubiera mandado al otro mundo; pero su muerte habría destrozado a la
chica, y eso sería lo mismo que lastimarla, cosa que no me perdonaría.
—¿Por qué?
—Porque así lo decidí.
—Oh, es un secreto, ya entendí… Tengo otra pregunta.
—Siempre tienes preguntas, Gus.
—¿Por qué si puede aparecer en donde lo desee, no lo hace siempre?
—Porque no siempre puedo hacerlo. Mi poder como el diablo de este mundo sólo aparece
cuando me matan o me enfurezco.
—¿Y no sería mejor para usted estar siempre furioso… o muerto?
—… No, no es tan fácil como parece. Cuando me enfurezco y el poder surge de mis
entrañas, algo me quema por dentro, me duele… No es agradable tener que soportarlo.
—Oh…, no tenía idea.
—Bueno, basta de preguntas. Baja de una vez y espera a que salgan. Probablemente estén
registrando mi departamento para encontrar información sobre mí.
—Sí —asintió Gus con determinación.
—Veamos qué tan bien puede servirme este niño.
XX
—Los seguí hasta el aeropuerto. Se fueron en un avión privado.
—Bien. ¿Escuchaste algo importante en sus conversaciones?
—… Eeeh… N-no pensé que usted…
—Olvídalo.
—Pero usted no me dijo que…
—¡Que lo olvides! Te falta iniciativa, niño.
—Perdón.
—Cállate. ¿Cuántas veces tengo que pedirte que lo olvides?... Vamos, hay que volver al
departamento. Si esos dos son tan inteligentes como dicen ser, seguramente dejaron
micrófonos o cámaras por si regresamos.
28
XXI
—¡Ese estúpido! ¿Cómo habrá conseguido tanto poder? ¡Mierda! Lo que daría por su
inmortalidad.
—Ay, cielo, él no es como nosotros, no es un humano aunque lo niegue.
—¿Por qué estás tan segura? ¿Qué te dijo mientras estaban a solas?
—Te preocupa más eso, ¿verdad, amor?
—¿Qué cosa?
—Que haya estado sola con él durante tanto tiempo.
—¿Preocuparme? Si eres una santa. ¿Por qué habría de preocuparme? Jamás he conocido tu
lado libidinoso.
—No te pongas celoso, corazón, sólo estaba jugando con el diablo.
—¿Y qué le vamos a decir al jefe cuando lleguemos? A él no le interesarán nuestros
testimonios, él quiere evidencias irrefutables de las investigaciones para poder venderlas.
—No te preocupes, lo grabé todo.
—¡¿Qué?! ¡¿Cuándo?! ¡¿Cómo?!
—Si te lo digo, sabrás mi secreto… Lo importante es que ahora no sólo tenemos evidencia,
sino evidencia en alta definición.
—¡Eres…! ¡Eres…! ¡Por eso te amo!
—Lo tuyo no es amor, cielo, es deseo; no los confundas… Pero, bueno, por otro lado, no
podemos hablarle a Aaron sobre la grabación, ¿entendido? No todavía.
—¿Por qué?
—Cuando lleguemos, quiero que rastrees de nueva cuenta al diablo. Tenemos que hacerle
saber que su secreto nos pertenece. Lo quiero en Canadá cuanto antes. Y una vez que me
diga lo que quiero, le daremos la información a tu amado y respetado padre.
—¿Cómo sabes que sus poderes son un secreto?
—Si no lo fueran, ya tuviera al mundo entero a sus pies.
XXII
—No había nada en la entrada.
—¿Seguro?
—Sí, sí, estoy seguro.
—Está bien, confiaré en ti... Parece ser que no dejaron nada. De cualquier forma, para no
correr riesgos, nos mudaremos al otro departamento... ¿Quieres que lleve algo de tus
pertenencias?
—Sí, por favor. ¿Podría llevar mi jug…?
—Pues no lo haré, no las necesitas, ya estás muerto —atajó El diablo de Estocolmo.
—Oh…, está bien. Como usted diga, señor.
—¡Jaja! Me cae bien este chico.
—Disculpe, señor, ¿y cómo supieron dónde estaba?
29
—Usan la tecnología a su favor, no es la gran cosa. A estas alturas de la vida, sería una
tontería que alguien con una computadora no supiera dónde estás parado.
—¿Cree que se den cuenta de que jamás salió de Tokio?
—Sí. Pero probablemente tarden unos días en averiguarlo.
—¿Qué haremos mientras tanto?
—Por ahora, dormir. Estoy cansado, así que mañana continuaré con el plan. Si quieres,
puedes ir a vagar por ahí. No te sucederá nada malo, ya estás muerto.
—Me gustaría dormir un poco.
—Tampoco eso necesitas. No te dará hambre, sueño, ganas de ir al baño, no te podrás
lastimar, nadie te verá, nadie te escuchará. Eres libre, puedes hacer lo que quieras. Pero te
recomiendo que estés aquí cuando despierte… Es más, te ordeno que estés en el
departamento a las 5 en punto de la mañana. Si no me despiertas a las 5 en punto de la
mañana, preferirás haber muerto de verdad.
—E… Está bien, señor. Descanse.
—Este niño…
XXIII
—Señor, señor…, despierte. Ya son las 5 en punto de la mañana.
—Ya estaba despierto —mintió, bostezando.
—¿Qué hará?
—Es hora de desayunar un poco de plomo —repuso el diablo, todavía sin deshacerse de la
somnolencia, y se disparó en la boca con su escuadra blanca. Sin embargo, las balas albas
no lo afectaban como a los demás, y un minuto después revivió como siempre, junto con su
poder infernal—. Así está mucho mejor.
—Vaya… —suspiró Gus, emocionado—. ¿Puede hacer todo lo que quiera?
—Supongo —contestó antes de desaparecer—. Dejaré esto encendido para que no te
aburras. Si quieres cambiar de canal, te quedarás con las ganas. Volveré en un par de días,
¿de acuerdo? Tengo que crear algunas distracciones para que sea más difícil encontrarme
—le dijo el diablo cuando volvió a aparecer, con una televisión de última generación en las
manos y un costal lleno de ropa en la espalda.
—Sí…, gracias, señor —le dijo el muchacho, sonriendo de oreja a oreja.
—¡Ah! Casi lo olvido: si esos dos vuelven, escucha todas sus conversaciones y síguelos —
le ordenó El diablo de Estocolmo mientras arrojaba algunas prendas por aquí y por allá, y
metía otras tantas en algunos cajones de los viejos muebles de aquel departamento
abandonado.
—Disculpe, señor, ¿podría cambiarle a un canal… diferente? Me aburren los noticiarios.
—No, quiero que me veas en acción —contestó el diablo, se colocó su adusta máscara
blanca y desapareció.
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CAPÍTULO 3
BIPOLAR
XXIV
—Oh, Nueva York, «el gran pecado», «la Gran Manzana». ¿Qué mierda haré aquí si
parece que ya todo está hecho? No me extrañaría ver a un tipo pegado en una pared y
vestido con ridículas mallas… Bueno, yo soy un tipo con una máscara blanca, supongo que
tengo gustos muy parecidos. En fin… ¿Por dónde empiezo? Tal vez con una… pequeña…
… … ¿Qué es eso? ¿Es un hombre o un niño? ¡Oh, Dios mío! ¡Es un hombre, es un
hombre! ¡Qué genial!
—¡Ey, enano, por allá no está el circo! —escuchó de pronto a un lado de él, seguido de
unas burlonas risas.
Aquello fue tan sorpresivo que tardó unos segundos en darse cuenta de lo que estaba
pasando. El diablo, entonces, al percatarse de la situación, miró a un costado y notó a un
sujeto tomando fotografías con su celular.
—Muy gracioso, ¿no? —le preguntó El diablo de Estocolmo al hacerse visible.
—¡Carajo! ¿C-cómo…?
—Te hice una pregunta.
—Mierda, amigo, me diste un buen susto. ¿Por qué llevas esa maldita máscara? ¿Eres un
retrasado?
—Muy gracioso, ¿no?
—¡Jajaja! ¡Sin duda! Tú y aquel enano me acaban de hacer el puto día. Hace unas cuadras
vi a un tipo vestido de pollo para vender más en un restaurante; pero ustedes lo superan por
mucho —decía el sujeto al mismo tiempo que fotografiaba la máscara del diablo a pocos
centímetros de distancia.
El diablo rio junto con él; pero, al terminar de hacerlo, lo tomó del cabello y le estrelló el
rostro en su rodilla, fracturándole la nariz al instante.
—Camina, idiota.
—¡Agh! ¡B-bi dariz!
—Cállate y camina… ¡Oye, tú! ¡El de la mochila! ¡Ey, voltea!
—¿Eh?
—¿Escuchaste lo que este imbécil te gritó hace unos momentos?
—E-eh… Sí.
—Creo que yo no lo escuché del todo. ¿Me podrías repetir lo que dijiste, estúpido?
—D-do puedo resfpirar.
—¡Que lo repitas! —le ordenó el diablo, y lo golpeó en las corvas para que cayera al suelo.
—Y-yo… do puedo…
—¡Repítelo!
31
—O-oye, edado, p-por allá do está el… —se disponía a decir aquel sujeto; pero el diablo
volvió a golpearle el rostro, ahora con la acera.
—Vuelve a repetirlo —le ordenó. Sin embargo, su víctima se limitó a llorar y a ahogarse
con su sangre, por lo que el diablo sujetó con más fuerza su cabello y de nuevo lo lanzó
contra el suelo—. No te escucho.
—Oy-ye, eda... edad-do, p-por…
Y el diablo repitió el mismo movimiento.
—¡Más claro!
—P-por allá d-do-do está e-el…
—¡Desde el principio, idiota! —atajó el diablo, y le volvió a aplastar la nariz.
—Oy… Oye…, ed-da… do…
—¡No te entiendo! ¡Repítelo!
—¡P-perdódabe! ¡P-perdón, perd-dón! ¡D-do lo volv-veré a hacer! ¡Lo juro!
—¿Perdón? A nadie le sirve unas disculpas. Mejor deja de ser un estúpido y comienza a ser
un hombre. ¿Entendido? —sentenció El diablo de Estocolmo y, sin esperar una respuesta,
arrojó el rostro de su víctima una vez más contra la acera ensangrentada. Al terminar, tomó
el celular del sujeto, borró las últimas fotografías que había capturado y se lo dio al perplejo
joven de la mochila—. Felicidades, te ganaste un celular nuevo —le dijo antes de
desaparecer.
XXV
—Buenas tardes, dulces ancianitos.
—E-eh, disculpe, joven, ¿cómo entró a nuestr…?
—La puerta estaba abierta, lo siento mucho.
—No es cierto, John, yo cerré la puerta, lo recuerdo.
—No-diga-mentiras, señora, eso-es-muy-malo. ¿Me-escucha?
—¡No estoy sorda, muchacho insolente!
—Como sea, temo que tendré que pedirles que se vayan. Este es un vecindario muy
peligroso para ustedes.
—¿Quién te envió, niño? ¿Fueron esos del gobierno? ¡Esos malditos…!
—Oh, no, señor. Yo vengo de parte de… la… El «Fondo para Ancianos… en… Peligro…
de Extinción por… Mala Residencia». Sí, eso.
—Yo jamás escuché sobre ese programa.
—Qué pena. Tomen, son diez mil quinientos dólares. Vayan a comprar algo para sus
últimos días.
—¡Cariño, son diez grandes!
—Yo…
—¡Diez grandes, señora! Este mugriento departamento vale mucho menos. Ya váyase.
—E-está bien. ¡Diez grandes! ¡Sí!
—Sí, sí, dinero. ¡Wuju! Ahora retírense, por favor, necesito pasar el reporte a mi jefe.
—Oye, ¿y nuestras cosas?
—¡Cómprense otras! ¡Adiós! —decretó el diablo, apuntando hacia la puerta.
32
Los ancianos bajaron del edificio y tomaron el primer taxi que pasó por la avenida de
enseguida. Momentos más tarde, varios muebles, objetos y ropa de todos colores salieron
volando por la ventana y terminaron en la acera. La cámara de vigilancia de la esquina lo
captó todo; pero el diablo fingió que no lo sabía.
XXVI
—Lo encontré, está en Nueva York.
—Bien —asintió Desirée con una ambiciosa mirada, y le dio un inesperado beso a Rigo,
quien, después de disfrutarlo, se dio cuenta de lo que estaba haciendo y se apartó de
inmediato para inspeccionar que Aaron no estuviera cerca.
—¡Desi! —susurró, trastornado—. ¿Iremos por él? —le preguntó un tanto nervioso, luego
de recibir una sonrisa y un guiño como única respuesta.
—No. Dije que lo haría venir a Canadá y eso es lo que haré.
Rigo bufó.
XXVII
Después de reorganizar su nuevo departamento provisional y de ahuyentar a sus vecinos
con una pequeña broma que consistía en hacer levitar todas sus pertenencias, incluyendo
aquellas que llevaban puestas, el diablo se acostó en el suelo a pensar.
—Tengo hambre... Maldición, odio perder tiempo comiendo. Debería de darme un balazo.
Pero se resistió y salió de su departamento con tranquilidad, consciente de que la cámara de
vigilancia seguía grabándolo.
Lo primero que hizo fue comprar una pizza, de esas que cuestan apenas unos cuantos
dólares, ya que odiaba esperar media hora para que le entregaran su comida. Pero luego de
acabar con ésta, buscó un lugar donde vendieran batidos de chocolate, así que caminó unas
cuantas manzanas para encontrarlo. Al llegar al sitio, pidió el vaso más grande y se sentó a
disfrutarlo en las pequeñas mesas de la acera. No obstante, justo cuando estaba por dar el
primer sorbo, notó que del otro lado de la calle una mujer estaba amamantando en público a
su hijo recién nacido, situación que le revolvió el estómago—. Mierda, esto no es bueno...
Creo que el batido tendrá que esperar —suspiró, agobiado, y cruzó la avenida al mismo
tiempo que escuchó las palabras detonantes.
Aquel lado de la calle se había quedado solo, parecía desierto. Únicamente se hallaban en él
la mujer, su hijo y un sujeto que iba pasando; pero que se detuvo frente a ellos al verlos.
—Qué asco. No deberías hacer eso en público. Ve a hacerlo a un baño o a tu casa, cerda —
reprochó, moviendo su cabeza de un lado a otro.
La mujer, algo apenada, bajó la mirada para ignorarlo; el diablo, en cambio, sonrió
abiertamente y se colocó su máscara blanca para esconder cómo sus ojos se hundían y su
piel palidecía.
33
Nadie lo vio cruzar la avenida, nadie lo vio llegar a la otra acera, nadie lo vio tomar del
cuello a aquel tipo; pero su presencia se hizo manifiesta cuando lo arrodilló, le puso el vaso
de batido en la cabeza y le metió su escuadra blanca en la boca.
—Adivina, adivinador, ¿quién tiene más hambre? ¿El niño, tú o yo?
Aquel joven y la mujer estaban aterrorizados. El primero no podía moverse, y la fémina no
sabía si lo mejor era correr o pasar desapercibida—. Contesta.
—O-ojaol, n-no d-disaes —balbuceó el joven, llorando.
—Respuesta incorrecta —sentenció el diablo. No obstante, quitó el dedo del gatillo cuando
un penetrante y fétido olor llegó a su nariz—… ¿Te cagaste, marica? ¡JAJAJA! ¡¿TE
CAGASTE?!
—P-por favor, d-déjame ir. No he… hecho n-nada malo.
—Usar tu lengua para decir estupideces es algo muy malo, pequeño idiota. ¡Ah! Y te
acabas de hacer en los pantalones, eso es todavía peor. Y adivina qué más: eso sí es
asqueroso... ¿Cómo podemos solucionarlo? Mmm… ¿Qué me sugieres?
—Y-yo…
—¡Regalándome todo lo que tengas! ¡Qué buena idea! —exclamó el diablo antes de darle
un sorbo a su bebida, la cual seguía en la cabeza del joven—. Ponte de pie —le ordenó al
tomar el vaso y guardar su pistola—. Dame tu laptop, tu celular y tu billetera.
—S-sí, toma, quédatelas, son todas tuyas.
—Ahora lárgate, cerdo asqueroso —le dijo al darle un fuerte empujón por la espalda,
dejando en ésta un letrero que decía: «¡Ayúdame! ¡La cagué!».
—Buenas tardes, señorita, y disculpe lo que acaba de ver. Tome, esto es para usted —le
dijo el diablo, inclinando su cabeza con las manos extendidas.
—E-eso es robado —contestó la mujer, asustada.
—Mmm… No, no es robado. Y cito: «S-sí, toma, quédatelas, son todas tuyas» —se burló,
remedando teatralmente al sujeto—. ¿Lo ve? El amable imbécil me las regaló, y ahora yo
se las regalo a usted. Si no quiere tomarlas, no hay problema. Las dejaré aquí y
desapareceré lentamente —añadió, y así lo hizo, sonriendo; pero escondiendo su sonrisa
tras la máscara blanca.
XXVIII
—¡Vaya! ¡Qué día! —bostezó, frotándose el abdomen con una mano y arrojando el vaso
del batido de chocolate con la otra—. ¡Jojo! Espero que esos cuatro lo hayan visto —se
vanaglorió al conseguir que el vaso cayera en un contenedor de basura, a unos metros de
distancia.
—¡Oye, tú!
El diablo se detuvo y dio media vuelta girando sobre sus talones.
—¿Yo? —fingió despiste.
—¿Ves a alguien más en el callejón, imbécil?
—Sí, a ustedes cuatro. ¡BUM, idiota! —se mofó, carcajeándose.
—¡Vas a pagar por lo que le hiciste a Rick, estúpido!
—¿Rick? ¿Así se llamaba el que apestaba a mierda o el que perdió la nariz?
34
—¿Eh?
—Olvídalo. Hagan lo que tengan que hacer —los retó, abriendo sus brazos.
XXIX
—¡Uff! El negro no resultó ser tan débil. Malditos negros, ¿por qué siempre tienen que ser
físicamente superiores a los demás? Y sus dientes son tan perfectos... Maldita naturaleza,
¿por qué mierda no fui negro? ¡Espera!... … … ¿Qué pasaría si existiera un asiático negro?
¡Mierda! Eso sería como…, como la evolución del ser humano, el emperador perfecto para
la humanidad —se decía el diablo cuando acabó de arrojar al último sujeto al contenedor de
basura, donde antes echó el vaso de su batido de chocolate—. 50, 150, 182… Pensé que
juntaría más. Malditos pandilleros pobres. Cuando vuelva a ver a ese tal Rick le voy a
romper la nariz de nuevo —bromeó—. Bueno, ya creé muchos distractores, es hora de
regresar.
En eso, un teléfono público sonó al pasar junto a él. Suponiendo de qué se trataba, el diablo
siguió caminando. Más adelante, un segundo teléfono se hizo escuchar; pero nuevamente el
diablo lo ignoró. Sin embargo, después de evitar el tercero, un sujeto de mal aspecto se
acercó con miedo, volteando nerviosamente a todos lados.
—E-es p-para ti —y corrió luego de arrojarle su celular al pecho.
—Pizzas Satanás, «el pecado en tu paladar». ¿Qué desea ordenar? —contestó teatralmente.
—Hola, Fernando. ¿Cómo has estado?
—Muy bien, gracias. ¿Y usted, estimada señorita Desirée?
—Mucho mejor ahora que te veo.
—¿Me ve? ¿Dónde está? Yo no la puedo ver.
—Estoy en Canadá.
—Oh, ya, ya —dijo el diablo al notar la cámara de vigilancia de la tienda que tenía
enseguida—. ¿Y cómo consiguió que aquel buen samaritano me entregara voluntariamente
su celular?
—Vendió medio kilo de cocaína hace unas horas. Le pedí que te entregara el celular si no
quería ir a aislamiento.
—Vaya, «aislamiento», he oído de él. Eso sí da miedo. ¿Ya lo están implementando?
—Está en etapa de prueba.
—¿Le gustaría probarlo personalmente? Puedo utilizar este celular y esta llamada para
mandarlos a aislamiento. No creo que al gobierno estadounidense le agrade que alguien,
aparte de ellos, claro, tenga acceso a cámaras de vigilancia y demás.
—Trabajamos para el gobierno, amor, para varios gobiernos, inclusive. O los gobiernos
trabajan para nosotros, como quieras tomarlo. Verás, nuestro trabajo es investigar ciertas
cosas que el gobierno no quiere que el mundo conozca; y nos pagan muy bien por
ocultarlas o distorsionar la verdad para distraer a las personas.
—¿El gobierno hace eso? Nunca lo hubiera imaginado —repuso el diablo sarcásticamente.
—Así es esto, cielo. Y te sugiero que accedas a venir si no quieres que las personas
equivocadas vayan por ti.
—Los esperaré con ansias.
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—… … … Escúchame: entiendo que no tengas miedo. Supongo que yo tampoco lo tendría
si fuera tú. Pero varios gobiernos ya saben de ti. Si no te han buscado es porque no son
tontos.
—O me tienen miedo, como quiera tomarlo.
—Como sea. El punto es que quieren detenerte para experimentar contigo y manipularte.
No te han capturado porque pedimos ser nosotros quienes te examinen primero, quienes
corran el riesgo.
—O porque no pueden hacerlo, como quiera tomarlo —bromeó nuevamente el diablo.
—… Tengo grabaciones tuyas y de tus habilidades. Son pocos videos, lo admito; pero son
los suficientes para hacer que el mundo entero te conozca... Si no quieres perder tu
anonimato, tendrás que venir a Canadá ahora mismo. Te doy 2 horas para decidirlo. Si te
niegas a venir, autorizaré que el gobierno estadounidense comience a buscarte, y
consecutivamente todos los gobiernos lo harán. Te capturen o no, el planeta entero
conocerá tu rostro, te odiará y te temerá tanto que tendrás que matarnos o resignarte a una
vida solitaria y aburrida.
—¿Eso es todo lo que tiene? ¿Cree que yo, siendo el ser más poderoso de esta realidad, le
temeré a la soledad y al aburrimiento? ¿Yo, siendo inmortal y teniendo la capacidad de
crear lo que se me plazca? ¿Yo, siendo el mismísimo diablo?
—Sí.
—… … … Llego en 1 minuto.
XXX
—Nuestro millón de dólares llegará en cualquier momento. Quiero las cámaras y los
micrófonos funcionando a la perf… —se disponía a ordenar Desirée, ansiosa; sin embargo,
no pudo hacerlo.
—¿Cómo lo supo? —le preguntó el diablo al aparecer a su lado para luego taparle la boca,
desaparecer y aparecer nuevamente, sólo que ahora en la cima de una montaña nevada,
donde el frío era insoportable, casi tanto como el calor abrasador de su mano.
—Te estudié, guapo —respondió Bundy, sonriente, muy sonriente.
El diablo la había soltado; no obstante, en el forcejeo, un delgado cable rojo se asomó por
su larga cabellera ondulada del mismo color. Advirtiendo lo que eso significaba, el diablo
dio un paso, se acercó a su prisionera y le destrozó la camisa con una mano, dejando al
descubierto un pequeño auricular detrás de la oreja, un micrófono en la cerviz, una
diminuta videocámara en el sostén y un rastreador en la cintura—. Ahora sabrán dónde
estamos.
—Ya no —repuso el diablo, y todos los artefactos se calcinaron cuando posó sus dedos
sobre el hombro de Bundy, lo cual también provocó que ambos desaparecieran.
Esta vez, el par emergió en una montaña desértica. Allí, el diablo tomó asiento en el suelo,
se recargó en sus codos y su aspecto volvió a la normalidad—. ¿Y bien? ¿Qué desea a
cambio de su silencio?
—Podrías matarme aquí mismo para ahorrarte las negociaciones.
—En ese caso, sus perros irían tras de mí. Y confío más en la prudencia del dueño que en la
36
de los perros. Aun así, dice que me ha estudiado. Si eso es cierto, sabrá que no le haré daño.
—Sí, lo sé. Pasé toda la noche, y la mañana de hoy, viendo y analizando cada video en el
que apareces. Por lo que vi, las mujeres son tu debilidad, no sólo físicamente. Sin embargo,
¿por qué lo son psicológicamente? En ningún video pude encontrar la respuesta exacta a
esa pregunta.
»Hace 6 años, de un día para otro, eliminaste a las mujeres de tu lista de víctimas. Una
tarde, acosaste a una chica, la llevaste a su casa, las cámaras no lograron captar lo que
sucedió ahí dentro, nadie te vio salir y al día siguiente ya ni siquiera te acercabas a las
mujeres. Una semana después, lo hacías con miedo. Luego, el miedo se convirtió en
respeto; y ahora eres lo que eres. ¿Qué sucedió en esa casa?
El diablo guardó silencio, cerró los ojos, bostezó, se rascó la cabeza y le dirigió una
inexpresiva mirada a su interlocutora.
—¿Para qué preguntármelo si ya conoce la respuesta?
—Sólo quiero corroborar lo que sé.
—Está bien —contestó El diablo de Estocolmo, aburrido—. Ella tenía como 20 años, yo
tenía 23, la vi comprando ropa, la seguí hasta su casa, la violé, la maté, fin. ¿Alguna otra
duda?
—Ángela Bertoni, italiana, 19 años, 1.65 metros de altura, caucásica, cabello largo, teñido
de azul. Sus padres la encontraron sin vida sobre la mesa del comedor. Fue víctima de una
violación y estrangulamiento. No se encontraron huellas dactilares de otra persona, no se
encontraron grabaciones de las cámaras de vigilancia, no hay sospechosos —recitó Desirée
como si leyera un escrito mental—. El caso se cerró medio año después y jamás dieron
contigo.
—No se encontraron grabaciones de las cámaras de vigilancia —iteró el diablo,
impasible—, porque me deshice de ellas. Y, sin embargo, usted vio una grabación. Qué
curioso, ¿no?
—Para mi buena suerte, alguien pasó hablando por teléfono celular enseguida de esa casa,
por lo que pude verte entrando a un lado de la chica, con el cañón de tu pistola en su cadera.
Sólo eso.
—Hagamos un trato: contestaré todas las preguntas que desee aquí y ahora, y luego la
llevaré a su casa. A cambio, me asegurará mi anonimato y se encargará, mientras sus pies
toquen esta tierra, ya sea con vida o siendo un alma en pena, de que ningún gobierno, grupo
u organización me busque, atrape y/o delate ante el mundo. ¿Qué le parece? —le preguntó
El diablo de Estocolmo mientras su aspecto cambiaba lentamente.
—Trato hecho —repuso Bundy de inmediato, emocionada. Pero cuando extendió su mano
para tomar la del diablo, éste interpuso una hoja blanca que sacó de su manga, en la cual se
quedó grabada la palma de la fémina, tal como si la sangre del interior de sus dedos se
hubiese impregnado en la hoja.
—Con eso bastará.
—...
—Puede empezar cuando guste.
—E-eh, sí… ¿Qué sucedió dentro de esa casa? ¿Por qué el asesinato de esa joven te alejó
de las mujeres?
—Mejor pasemos a otra pregun…
—¡Oye, no! Dijiste que contestarías todo.
—Sí, y cumpliré mi palabra. Sólo quiero dejar esa para el final… Jamás dije en qué orden
lo haría.
37
—Mmm… Está bien —repuso Desirée un tanto recelosa—. Cuéntame sobre tu infancia, tus
orígenes.
—Eso no es una pregunta.
Bundy gruñó teatralmente.
—¿Cuáles son tus orígenes? ¿Cómo fue tu infancia?
El diablo suspiró.
—Nací en la República Italiana, en la localidad de Quart, en Valle de Aosta, para ser más
preciso. Vengo de una familia en verdad pequeña, sin tíos, sin primos y sin abuelos, ya que
estos últimos murieron antes de que yo naciera —explicó—. Mis padres eran las personas
más solidarias y benevolentes que ha visto la Tierra. Eran muy religiosos, devotos. Siempre
iban a la iglesia, siempre le entregaban todo a ésta. Eran tan buenas personas que eso los
volvió tontos, muy tontos.
»Todos se aprovechaban de ellos. Si alguien los traicionaba, mis padres nunca borraban su
sonrisa del rostro; si alguien los asaltaba, rezaban por ese asaltante. Vivíamos en la pobreza
porque todo se lo daban a los más necesitados. Eran tan estúpidamente buenos que me
inculcaron una creencia: «Todos vamos al Cielo cuando morimos». Les pregunté si incluso
las personas malas iban al Cielo, y ellos me contestaron que no existen malas personas, sino
malas decisiones. Por eso todos van al Cielo sin excepción.
»Yo era feliz creyendo eso, era igual de ingenuo que ellos. Incluso, en la escuela, era tan
buen estudiante que los más grandes se burlaban de mí y me golpeaban, me hacían daño, se
aprovechaban de mí; pero yo no hacía nada. Y cuando se lo contaba a mis padres buscando
refugio, buscando consuelo, se limitaban a decir que los ignorara y que rezara por ellos. Al
principio resultó para mí. Pero cuando llegué a la edad de 12 años ya no era el mismo.
Tanto odio contenido me estaba carcomiendo las entrañas. Un día, cuando el bravucón tiró
mi vieja mochila (que tanto trabajo les costó a mis padres comprarme) al contenedor de
basura, me enojé a tal grado que terminé golpeándolo hasta que escupió 3 dientes. Desde
ese momento, no volví a dejar que me hicieran daño; y cada vez que alguien se
aprovechaba de mis padres, por la noche buscaba a esa persona y la hacía pagar por lo que
hizo. En una de mis escapadas, cuando tenía 13, mis padres me descubrieron y lloraron
durante horas. Estaban muy tristes. ¡Ni siquiera se enojaron, maldita sea! —exclamó,
agobiado—. Nunca me regañaron, nunca levantaron la voz, nunca me castigaron. Tan solo
lloraron, se tomaron de las manos y rezaron por mí. Eso me desesperó tanto que tomé mi
mochila con algunas de mis cosas y escapé, decidido a nunca más tener que caer por culpa
de otros. Desde entonces me dediqué a robar, a destruir, a odiar. Jamás regresé a casa…
Bueno, tal vez algunas veces, hasta que mis padres murieron por culpa de un estúpido
alcohólico que ya está bajo tierra.
—Lino Luciani y Francesca Sansixto —recordó Bundy. El diablo asintió con la cabeza,
impávido.
—Maldito internet —bromeó después.
—Tengo curiosidad. ¿Te duele matar a alguien?
—Cuando mato a alguien es porque sé que su muerte no me dolerá.
—Mmm… Ya veo. En otras palabras, haces justicia por tu propia mano, ¿no es así?
—Exactamente.
—¿Por qué?
—A temprana edad descubrí que la vida no se encarga de nadie, la vida simplemente es,
independientemente de lo que hagas o dejes de hacer. Las circunstancias, casualidades y
causalidades hacen que a los buenos les sucedan cosas malas; y a los malos, cosas buenas.
38
«El Creador» ni siquiera se molesta en intervenir. Él es más como un espectador. Por eso
decidí hacer mi voluntad.
—Sin embargo, no eres precisamente un «chico malo», lo he visto. Por ejemplo, hace unos
días, en México, asaltaste a un sujeto con un maletín, un hombre mayor que se dirigía a su
oficina… No, no, no hagas eso, no finjas que lo olvidaste. Vi y escuché cómo te hiciste la
víctima frente a él para despojarlo de su dinero. Admite que lo recuerdas.
—¿Y eso no me convierte en un «chico malo»?
—Sí, pero no. Minutos antes, una cámara de vigilancia te grabó observando cómo ese
pobre, inocente y buen hombre —lo describió con sarcasmo— se bajó de su automóvil
deportivo último modelo que estacionó en un lugar reservado para discapacitados.
El diablo guardó silencio, esperando a que su interlocutora siguiera hablando o preguntara
algo—. Aquel hombre no era discapacitado, no físicamente, claro está; pero sí moralmente.
Después interviniste; y luego de conseguir un botín de más de 4 mil pesos, te dirigiste a un
centro de rehabilitación, donde anónimamente donaste una parte del dinero. ¿Por qué?
—Las verdaderas buenas acciones son las que se hacen en el anonimato, ¿no?
—No me refería a eso. ¿Por qué decidiste asaltar a un hombre que hizo algo moralmente
incorrecto, para luego ayudar a otros con lo que obtuviste en el asalto?
—Ya lo dijo con anterioridad: hago justicia con mi propia mano.
—Sí, pero… ¿por qué siempre haces algo bueno después de algo malo? ¿Es tu forma de
redimirte? ¿Crees que con eso estás pagando por tus pecados, que estás saldando tu deuda?
—Mmm… No lo había visto de ese modo; pero, ahora que lo pienso, no, no lo hago con
ese objetivo. Me importa una mierda si mis acciones me condenan o me abren las puertas
del paraíso.
—¿Y bien? ¿Por qué lo haces? ¿Por qué haces cosas buenas?
—No lo sé —confesó el diablo, pensativo—. Tener demasiado me incomoda. No necesito
mucho, así que regalo lo que me sobra.
En eso, un breve silencio se fundió con el aire del desierto.
—¿De dónde salió «El diablo de Estocolmo»? El nombre.
—Tenía un amigo. Era un poco imprudente. Lo conocí cuando le robé, sin que se diera
cuenta, todo lo que llevaba. Él iba caminando hacia su casa, yo salí de un callejón,
tropezamos, le pedí la hora, le dije que esperaba a una persona; pero que ya se había hecho
tarde y que me había dejado plantado. Él se rio, me dijo que seguramente se trataba de una
chica, que así eran todas las mujeres, que siempre se daban a desear. Entonces me invitó un
trago para animarme. Yo no bebo, no me gustan esas cosas, ya que prefiero estar siempre
alerta y esas mierdas te nublan la mente. Pero él bebía como si le pagaran por hacerlo. Se
llamaba Holm o, bueno, mejor dicho, ese era su apodo.
»Me cayó bien, era muy gracioso… Estando en el bar, al llegar la hora de liquidar la
cuenta, decidí confesarle que le había quitado la cartera cuando tropezamos. Soy muy buen
carterista. Algunos dicen que soy como un mago. En fin... Se rio, me dijo que no era su
cartera, que se la había robado a un hombre y que prácticamente ese hombre había invitado
las bebidas. Desde esa tarde nos hicimos colegas. Yo le enseñé algunos trucos y él accedió
a ser mi secuaz. Tiempo después, él fue quien me sugirió el nombre, pues pensaba que yo
era como el diablo: me encargo de seducir a mis víctimas para que hagan lo que necesito
que hagan, sin dañarlas, sólo atrayéndolas, usándolas. Luego, Holm pasó a mejor vida. Pero
eso ya es otra historia.
—Holm, ¿eh? ¿Es el que mataste frente a la policía, aquella vez en el banco?
—Tuve que hacerlo.
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—Pero era como tu mano derecha, ¿no?
—Algo así. Sin embargo, noté una casi imperceptible debilidad en su interior. Esa debilidad
lo llevaría a traicionarme en un futuro, lo presentí, así que le di la oportunidad de morir
siendo todavía mi amigo. No sólo le debo mi apodo, sino también palabras presuntuosas
como «presuntuoso», «imperceptible», etc. Se ganó una muerte digna, a mi lado, por
detalles como esos.
—¿Nunca agrediste a alguien cuando lo asaltaste o…?
—Sí, cuando era más joven no tenía tanta paciencia ni era tan inteligente. Muchos salieron
heridos mientras aprendía a controlar mis impulsos.
—Te he visto trabajar solo la mayor parte de tu vida. Pero desde el incidente con Ángela
Bertoni, comenzaste a buscar secuaces, por así decirlo. ¿Por qué? Me cuesta creer que los
necesites.
—No los necesito, puedo hacer el trabajo yo solo; no obstante, prefiero siempre tener a
alguien que cuide mis cosas cuando no estoy, como un perro guardián, pero que pueda
hablar con él y ordenarle lo que por obvias razones no podría confiarle a un perro.
—¿Ya podemos hablar de eso? De Ángela y…
—No, todavía no.
—¿Por qué? ¿Te afecta el recordarlo?... ¿Hay algún trauma?
—… … … Sí.
—Te aseguro que hablar de ello te…
—Hará sentir mejor, lo sé. Lo he escuchado muchas veces; pero no, no me hace sentir
mejor. Hablar de ello sólo me enoja más.
—Enojo, ¿eh? Así que eso es.
El diablo bufó, ceñudo, evasivo—. ¿Enojo contigo…, con algo… o con alguien más?
—Dije que no respondería aún.
—Está bien, está bien —se apresuró a decir Bundy—. Cuéntame algo: específicamente
hablando, ¿por qué no quieres que el mundo se entere de tu eminente presencia y que
conozca tu identidad?
—Porque, de enterarse, no conseguiré divertirme en mi anonimato. Gracias a que nadie me
conoce es que puedo seguir jugando con los humanos. El día que la Tierra conozca mi
rostro, que conozca lo que hago y que sepa que soy su diablo, ese día los humanos sabrán
que alguien los vigila, y entonces vivirán con el miedo que les impedirá ser auténticos,
genuinos, honestos. Vivirán actuando, vivirán en un mundo mejor…, en un mundo más
hipócrita de lo que ya es; pero, aun así, mejor.
—No comprendo. ¿Eso no es bueno?
—No, claro que no. Es casi como quitarles el libre albedrío, como convertirlos en títeres,
como arrebatarles la vida misma. ¿Qué sentido hay en eso? Si quisiera un grupo de títeres,
me uniría al ejército. Fuimos creados con libre albedrío para tener la libertad de
equivocarnos. No puedes ir por la vida castigando a todos por algo que está en su
naturaleza, que implícitamente tienen permitido hacer. Sería como reprimir la respiración
sólo porque consume oxígeno que otros pudieran respirar.
—¿Entonces lo haces por mera diversión? ¿Solamente por eso? ¿O cuál es el verdadero
objetivo?
—Le preguntaré algo: ¿por qué sigues aquí? ¿Por qué no te has suicidado si sabes que nadie
es indispensable, que nada de lo que hagas tendrá sentido en esta vida, que todos
moriremos independientemente de lo que seamos, y que todos iremos al mismo lugar
cuando muramos? ¿Cuál es tu objetivo? ¿Qué te mantiene en el juego?
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—… … … No lo sé… Supongo que… No sé… Obviando la búsqueda de la felicidad, tal
vez, lo único que me mantiene viva es no darme cuenta de que lo estoy… ¿Por qué sigo
aquí?... Cuando lo piensas así, con tanta crudeza, te percatas de la realidad. Pero… si no
piensas en ello, tan solo sigues adelante.
—Bendita ignorancia, ¿no?
—… Supongo.
—Pues, contestando su pregunta anterior, hago lo que hago porque es la forma en que me
distraigo, dejo de pensar, me dejo llevar, me olvido de mi realidad. Asimismo… Mmm…
¿Alguna vez ha visto la reacción de alguien cuando se le escapa lo que tanto trabajo le
costó conseguir? Eso lo obliga a salir de su prisión mental, lo libera de la felicidad, le exige
cuestionarse qué diablos pasa en la vida.
—Oh… Ya veo. El objetivo es espabilarlos.
—Espabilarlos, despertarlos, sacarlos de su zona de confort, de la rutina, todo eso. Si nada
malo sucediera en la vida, no podrías estar seguro de que estás vivo, pues la felicidad
absoluta se reservó para la muerte. En cambio, la realidad que nos atañe, nuestra realidad,
es dual, está conformada por el bien y el mal. Sin una de las dos partes, la realidad no
existiría, ya que ambas son interdependientes. Precisamos de la felicidad para disfrutar el
camino; pero se necesita del dolor para distinguir, valorar y anhelar la felicidad.
—Así que de eso se trata. Eres parte del equilibrio natural. Existes porque tienes que existir,
¿no?
—Al parecer.
—Dices ser un humano ordinario; pero ¿cómo conseguiste tu poder, tu inmortalidad?
—Todo surge desde adentro. Tienes que tener o completa paz o todo un caos en tu interior.
Tal como lo dije antes, la naturaleza es dual, bipolar, extremista, radical, y su verdadero
poder se encuentra en esos extremos: luz-oscuridad, positivo-negativo, frío-calor. Sí,
también existe lo neutral; pero eso es sólo un capricho de la naturaleza misma, un capricho
necesario para llenar un vacío, un hueco… Verá, nadie se acuerda de una ola; sin embargo,
jamás se olvida un tsunami. Nadie le presta atención a las vibraciones de la tierra; no
obstante, todos recuerdan un terremoto. ¿Se da cuenta? Lo sumamente relevante son los
extremos, no lo que hay en el centro.
—¿Estás diciendo que cualquiera podría tener tu poder?
—Claro. Dudo que lo consigan; pero sí es posible.
—¿Y qué se necesita para conseguirlo? La última vez que nos vimos mencionaste algo de
merecerlo.
—Le confesaré algo: sé que estoy en uno de los límites, que en mi interior bipolar existe lo
necesario para obtener el poder que tengo. Sin embargo, cada ser es diferente, único e
irrepetible, por ende, tal vez muchos lleguen a sus extremos, a su positivo o a su negativo;
pero esos, sus límites, no sean lo suficientemente radicales —caviló—. Todo es relativo. Lo
que es para algunos, no es para otros. Tal vez soy simplemente un capricho más de la
naturaleza, el capricho que tiene la posibilidad de conocer los extremos capaces de crear y
destruir dentro de esta realidad. Tal vez soy el resultado de incalculables coincidencias. Tal
vez, incluso, mi poder sea inferior en otras realidades o, en su defecto, inmensamente más
poderoso en algunas otras. Eso, lo admito, está fuera de mi comprensión.
—¿Crees que existen otras «realidades»? ¿Algo así como otros universos?
—Sin duda. Sería muy tonto, egocéntrico y presuntuoso pensar que estamos solos. La
naturaleza es muy ambiciosa, no se conformaría, nunca, con unos pocos millones de seres
inteligentes.
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—¿Qué me puedes decir de tu inmortalidad?
—Es parte de mi poder.
—¿Te agrada ser inmortal?
—¡Claro! Me permite no temerle a nada.
—¿Y… te da miedo morir?
El diablo borró su sonrisa al instante.
—No —contestó resueltamente, segundos después de una introspectiva pausa.
—¿Por qué?
—Porque tengo la certeza de que hay algo más allá de lo perceptible, algo que se ocultó lo
necesario para no conocerlo; pero se dejó lo suficientemente visible para desearlo. Y llegar
a conocer aquello es algo que en verdad me interesa.
—Pero si eres inmortal, ¿cómo…?
—Confío en que llegará el momento en el que mi presencia en esta vida ya no sea
necesaria, y entonces podré ascender como cualquier otro ser.
—Bien, dejémonos de rodeos. ¿Qué sucedió con Ángela? ¿Por qué cambiaste después de
matarla?
—¿Es la última pregunta?
—Sí.
El diablo asintió varias veces con la cabeza, irresoluto.
—Cuando vi a Ángela en aquel centro comercial, sentí un ardor inusual en mi cuerpo.
Verla fue como acercarme al fuego y desear la quemadura. Lo que hice… A veces, tal vez
cobardemente, justifico lo que hice pensando que no era yo quien actuaba. Me gusta pensar
eso, me libera de culpas.
»Algo en mi interior me dijo que la siguiera, que no la perdiera de vista. Y estuve casi tres
horas acosándola desde lejos. Cada minuto que pasaba, ese furor crecía dentro de mí. La
naturaleza me cegó.
—¿Estás culpando a la naturaleza por lo que hiciste?
—No. La naturaleza lo hizo, la naturaleza está en mí, yo soy la naturaleza… Nunca lo había
hecho, nunca tuve la necesidad de hacerlo. Las mujeres siempre llegaban solas a mí; pero
ella ni siquiera me miró, ella era diferente. En ocasiones, pienso que existe alguien
preelegido de alguna forma para interpretar el papel de aquel que debe destrozarte la vida
aun sin proponérselo.
»Lo que pasó esa vez fue totalmente mi culpa. Al estar en su casa, nuestros cuerpos se
unieron, ella me miraba con pánico y me aterré. De un segundo a otro me desconocí, no
sabía lo que estaba haciendo. La sujetaba del cuello, la forzaba a permanecer acostada sobre
la mesa y, de pronto, su vida se fue entre mis dedos. No advertí lo que había pasado, tan
solo sentí que ya no estaba conmigo, que se había ido… Pude haberla ayudado; pero estaba
asustado. Desaparecí.
Desirée bajó la mirada cuando notó una lágrima en la mejilla del diablo, y le permitió unos
segundos.
—Creo que ya es suficiente… Hemos acabado.
—… … … ¿Qué ganó con todo esto? ¿Para qué le sirvió escuchar mi historia? No lo
entiendo.
—Te seguiré estudiando. Posteriormente…, ya buscaré qué hacer con los resultados. Por lo
pronto, esto será todo.
—Está bien —asintió el diablo, acercándose.
—Una última pregunta: ¿qué me harás si no cumplo con mi parte del trato? —inquirió
42
Bundy.
—No necesito hacer nada. Usted cumplirá con su parte, esté de acuerdo o no —contestó El
diablo de Estocolmo tranquila y confiadamente.
—¿Uh?
—El trato fue claro y conciso: «me asegurará mi anonimato y se encargará, mientras sus
pies toquen esta tierra, ya sea con vida o siendo un alma en pena, de que ningún gobierno,
grupo u organización me busque, atrape y/o delate ante el mundo». No hay opción, no hay
escapatoria, firmó con sangre.
—Eso significa que…
—He ganado un secuaz.
—¿Entonces te protegeré contra mi voluntad?
—Al menos que me mate… Le recomiendo que, para la otra, sea más precavida con lo que
firma.
—Maldita víbora —pensó Bundy con una sonrisa de resignación—. Llévame a mi oficina.
—No. El trato dice que la llevaré a su casa. ¿Está lista?
—… Vámonos de una vez —rio Desirée mientras sacaba su revólver para dispararle en el
pecho.
—¡Ey! Sólo estoy cumpliendo con mi palabra —se mofó el diablo, tomó a Bundy del
hombro y desapareció junto con ella.
XXXI
—¿Quieres quedarte un rato?
—Nada me obliga a hacerlo. Mi parte del trato ya quedó saldada.
Desirée lo miró fijamente, se quitó el sostén y lo dejó caer al suelo, enseguida del sofá.
—Podría ayudarte a superar… lo de aquella vez. Ya pasaron muchos años.
—¿Sabe? Creo que me ayudó bastante hablar sobre eso. Adiós —repuso El diablo de
Estocolmo, desapareciendo inmediatamente después de guiñarle un ojo.
XXXII
—¡Señor!
—Hola, Gus.
—¡Lo vi en televisión!
—¿En serio?
—¡Sí! «Enmascarado ataca dos veces, el mismo día. Nueva York ve el surgimiento de un
nuevo justiciero».
—¿Eso dicen de mí? ¡Vaya! Esa hubiera sido una buena distracción; pero ya no necesitaré
ocultarme, nadie nos molestará.
—¿Mató a sus enemigos, señor?
43
—Mejor aún: los hice mis aliados.
—¿Cómo lo logró?
—Con mi hermosa sonrisa, supongo. ¿Estás listo para salir a divertirnos? Japón nos espera.
—¡Genial!... Oh…, aguarde, acabo de recordar algo. ¿Usted tiene hijos?
—¿Hijos? Ni que estuviera loco. La vida puede llegar a ser muy cruel, no se la deseo a
nadie. ¿Por qué lo preguntas?
—En las noticias salió un reportaje sobre alguien en Sudamérica que dice ser el hijo del
diablo. Tienen todo un templo para venerarlo.
—¡¿Pero qué mierda…?! Yo no tengo ningún hijo y tampoco necesito que un grupo de
ociosos me veneren. ¿Dónde dices que están?
—Si mal no recuero, en Colombia.
—Ahora mismo van a saber esos vividores quién es el diablo —masculló éste, enfurecido.
XXXIII
—Qué rápido volvió, señor. ¿Qué sucedió?
—Sólo jugué un poco. Estaban rezando no sé qué tontería cuando le prendí fuego al idiota
de traje que se hallaba frente a esos ignorantes feligreses. ¡Hubieras visto cómo salieron
corriendo después de que la estatua con cuernos empezó a hablar con mi voz! ¡Jajaja! ¡Sus
expresiones casi me matan de la risa!
—¿Feligreses? ¿Así se les llama?
—Sí.
—¿Por qué? ¿Porque son felices viviendo como reses?
—Oye, no, no digas eso. Qué mal educado eres. Respeta las creencias de las personas.
—P-pero usted acaba de…
—Cállate, no me grites.
—Pero ni siquiera levanté la voz.
—Pues sentí que me habías gritado.
—Oh, lo siento, tal vez no me di cuen…
—Acabo de descubrir algo. No hay cosa más tierna en este mundo que ver a un hombre
gordo tropezar y caer sin poder meter sus torpes y cortos bracitos.
—¿Eh?
—Que no me grites.
—P-pero si yo…
—¿No es curioso?
—… ¿Qué cosa, señor? —inquirió Gus ya muy desconcertado por lo extraña que se había
vuelto la conversación.
—Que siempre nos encontremos con personas que sospechosamente hablan español. ¡Hasta
yo! Y eso que soy italiano.
—… Oh…, tiene razón. No lo había pensado.
—¡Y tú eres chino!
—Soy japonés, señor.
—Eh, sí, eso… Qué sospechoso, ¿no?
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—Un poco.
—Quizá nuestras vidas sólo sean parte de una historia escrita por alguien. Piénsalo: tal vez
somos unos simples personajes creados para entretener a personas con problemas mentales.
—… … … Eso es escalofriante, señor.
—Tal vez… —susurró el diablo, y volteó de inmediato a la ventana—, sólo tal vez, ese
payaso tuerto que acaba de pasar volando con unos globos se le ocurrió a un estúpido
escritor para demostrar lo que estoy diciendo y poder llenar, con fines simbólicos, de
palabras vanas la última página de un capítulo explicativo basado en filosofía barata, en
lugar de colmarlo de disparos, muertes, explosiones y chistes sarcásticos, como lo haría
cualquier producción estadounidense para recaudar dinero fácil... «La naturaleza es dual,
bipolar, extremista, radical, y su verdadero poder se encuentra en esos extremos». Ni
siquiera recuerdo de dónde mierda saqué eso. No tengo ni puta idea de qué significa…;
pero me funcionó.
—No estoy entendiendo.
—Olvídalo, no tiene sentido. ¿Cómo se te ocurren esas estupideces?
—Pero usted fue el que empezó a…
—Cállate, no me cuestiones.
—Lo siento, señor.
—Te perdono.
—Gracias, señor.
—De nada, gusano.
—Mi nombre es Gusakee, no gusano, señor.
—¿Puedes dejar de hablar, maldita sea? No logro concentrarme.
—Oh, lo siento.
—Te perdono.
—Gracias, señor.
—¡Que ya te calles, Gus!
—Sí, lo siento.
—¡Mierda! ¡¿Cuánto falta para que acabe esto?!
—¿Qué cosa, señor?
—¡Que te calles!
—Oh, es cierto. Lo siento.
—¡CARAJO, GUS!
—…
—…
—…
—Oye…, ¿qué mierda son esos puntos sobre tu cabeza?
—¿Qué punt…? Oh, perdón. Olvidé que…
—¡Ssh! Guarda silencio. ¿No te das cuenta de que algo interesante está por suceder?
—¿D…?
—¡SSH! Ahí viene, ahí viene, puedo sentirlo.
—…
—…
—…
—¡ESTÚPIDOS PUNTOS!
45
CAPÍTULO 4
LA CONDENA DEL DIABLO
XXXIV
—Señor, ya pasó una hora y no se ha movido de su lugar. ¿Está seguro de que sucederá
algo?
—Tienes razón, es una tontería. Creo que estoy un poco cansado… o me estoy volviendo
loco. En fin... Iré por algo para la cena.
Pero justo cuando el diablo dio el primer paso, una cegadora luz entró por la ventana e
iluminó el pequeño y deplorable apartamento. Un segundo más tarde, El diablo de
Estocolmo había caído al suelo, inconsciente; no muerto, sólo dormido.
—¡Señor, levántese!
—¡Hola, hola! Qué gusto volver a verte…, cariño. Adivina qué descubrí: en ningún
momento del trato prohibiste que una sola persona te buscara. Vengo sola, bajo mis propios
intereses. Bueno, no del todo, lo admito, Rigo me ayudará en esto; pero ningún gobierno,
grupo u organización me ordenó venir. Sólo somos 2, un grupo es a partir de 3.
—¡Señor, despierte! ¡Esa señora se lo quiere llevar! ¡Despierte, por favor!
Desirée le quitó el dardo del cuello y le dio un beso en la herida. Posteriormente, alguien
más salió del helicóptero y entró por la ventana rota del departamento.
—Ten cuidado, Rigo.
—Lo cuidaré como a mi propia vida —repuso éste, y la cabeza del diablo terminó
golpeando un florero vacío que cayó al suelo y se destrozó de inmediato.
—¡Que tengas cuidado! Si se despierta antes de que lleguemos… No quiero ni imaginar
qué sería capaz de hacernos.
—Este somnífero fue diseñado para dormir a una ballena azul. No creo que… ¡Ups! Se me
cayó —se burló Rigo al soltarlo deliberadamente y dejar que de nuevo se golpeara la
cabeza, esta vez en el suelo.
—¡DÉJENLO! ¡DÉJENLO EN PAZ…, idiotas! ¡IDIOTAS! —les gritaba Gus
infructuosamente.
—Deberías de estar agradecido con él. Si no fuera por su existencia, ahora mismo
estaríamos tras de videos de supuestos ovnis editados por niños de 12 años.
—Está bien, te daré la razón en eso. Pero admite que gracias a mí y mis recursos, por no
decir miles de dólares, podrás experimentar todo lo que quieras con este fenómeno.
¿Quieres que te recuerde de quién es el helicóptero?
—Yo tuve que ponerle el rastreador sin que se diera cuenta. Gracias a mí, tienes algo más
interesante que hacer que jugar videojuegos y crear aplicaciones para celulares. No te debo
nada.
—¡Por favor! ¡Se escondía en el departamento de enseguida! Justo estaba por buscarlo de
nuevo en las cámaras de Tokio cuando regresaste al hangar.
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—Mejor olvídalo y vámonos. Si sigo discutiendo con tu cabeza dura, voy a envejecer más
rápido.
—Como quieras.
—No se preocupe, señor, estaré con usted hasta que despierte. Ellos no podrán verme ni
oírme, lo sé.
—¿Uh…? ¿Qué me…?
—¡MIERDA!
—¡PONLE OTRA DOSIS, RÁPIDO!
—¡Agh!
—¡Carajo! Este imbécil por poco…
—¡Señor! ¡Vamos, despierte! ¡Ya casi lo logra!
—¡Encárgate de suministrarle más somnífero cada minuto! Hasta que lleguemos al
laboratorio estaremos a salvo. Recuerda que estamos tratando con el diablo, tenemos que
ser precavidos.
—¿Crees que lo olvidé?
XXXV
—Hola, cielo.
—¿D-dónde est…? ¡PUTA MADRE!
El diablo había cambiado. Su cuerpo ahora ardía por dentro.
—No te molestes en molestarte, cariño.
—¡¿DÓNDE ESTOY Y CÓMO ME TRAJERON AQUÍ?! ¡ESTÁS ACABANDO CON
MI PACIENCIA, MUJER! —le gritó en la cara. Su mirada era tan penetrante como una
bala.
—¿En serio? —le preguntó Desirée burlonamente.
—¡N-NO PUEDO DESAPARECER! ¡¿POR QUÉ NO PUEDO DESAPARECER?!
¡¿QUÉ ME HICIERON, IMBÉCILES?! ¡¿QUÉ DIABLOS ME HICIERON?!
—Estás dormido. Yo sólo soy una huésped en tu… Oh, veo que no se te dificulta hacer con
tus sueños lo que se te plazca... Vamos, Fernando, no seas dramático. ¿Para qué cambiar mi
hermoso laboratorio por…? ¿Qué clase de fijación tienes con las montañas? ¿Adónde me
trajiste? ¿Al Pico de Orizaba? —le decía Bundy, mofándose a sus anchas.
—¡TÚ! ¡ESTÚPIDA…!
—¡Jojo! Oye, tranquilo, vaquero.
—PAGARÁS… POR TODAS… LAS…
—¡¿R-RIGO?! ¡S-sácame… d-de aquí!
—Nos vemos luego, rarito —se escuchó una voz proveniente de todos lados, la voz de
Rigoberto DeShields.
El diablo, atónito, soltó el cuello de Bundy y ésta desapareció en un parpadeo.
47
XXXVI
—¡Mierda! Parece que ahora sí lo hicimos enojar.
—¿Estás bien?
—S-sí…, sí.
—¿Segu…?
—¡Mira! ¡Deprisa, incrementa la dosis y adminístrale el analgésico más fuerte que
encuentres!
—… ¿Y qué haremos cuando ya no lo necesitemos, cuando hayas terminado tu
experimento? En cuanto lo despertemos, nos matará a todos.
—Estoy pensando en varias alternativas; pero aún no sé cuál podría funcionar sin
comprometer nuestras vidas.
—Supongo que borrarle la memoria es una de esas opciones; mas sabes que no es tan
efectiva, y menos lo será con este idiota. ¿Cuál es la otra?
—Manipular sus recuerdos. Podemos hacerle creer que lo ayudamos de alguna forma.
Mmm… No sé, hacerle creer que el gobierno de Japón rompió el acuerdo e intentó
aprisionarlo para experimentar con él; pero nosotros intervenimos y lo liberamos.
—Bien, suena convincente. Sin embargo, primero tenemos que estructurar a la perfección
esa mentira. Piensa bien la situación, detalladamente, y yo me encargo de meterla en su
cerebro.
—Espera.
—¿Qué sucede?
—¿Y si no funciona? Su cuerpo es diferente, resiste mucho más que cualquiera.
—Ya llegamos hasta aquí, no hay marcha atrás. Tenemos que intentar algo, lo que sea, o
confiar en que tu conejillo de Indas no explotará el mundo al despertar.
Desirée suspiró. Se le veía excesivamente preocupada y no dejaba de masajearse el cuello,
pues aunque físicamente el diablo ni siquiera la tocó, el dolor que sintió mientras estaba en
el sueño de éste se había injertado como una pesadilla que te atormenta incluso después de
abrir los ojos.
—Nunca lo había visto tan furioso... Mis especulaciones se fueron al carajo… No pensé
que esto me haría cruzar la raya. ¡Mierda! ¡Lo arruiné, lo arruiné, maldita sea!
—No se preocupe, señor, yo lo pondré al tanto de todo cuando despierte. Estos tontos no se
saldrán con la suya —le susurró Gus al oído.
El diablo de Estocolmo, por otro lado, gracias a los analgésicos, ahora se encontraba
flotando pacíficamente en un sosegado lago.
XXXVII
—¿Cómo van esos recuerdos?
—No me presiones, Des. Este animal se está resistiendo demasiado.
—¡Son códigos! ¡Son unos malditos códigos! ¿Cómo puede ser tan difícil? ¿Quieres que
llame a alguien más competente?
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—¿En serio, Bundy? ¿En serio me vas a fastidiar sólo porque tu amado no reaccionó como
pensaste? ¿Acaso tengo que pagar por tus malos cálculos, doctora? —gruñó Rigo,
arrojando la silla hacia atrás—. No eres nada sin mí.
—No me retes, Rigoberto.
—El estúpido cerebro de tu estúpido diablo está atacando la inserción… Mira, para que me
entiendas, tengo que hackear su hipotálamo si quiero que su cerebro reconozca los impulsos
nerviosos externos. ¿Sabes lo complejo que es eso?
—No soy una tonta, niño. Sé lo que tienes que hacer, así que hazlo rápido. No tenemos un
cargamento de somnífero y analgésicos para mantenerlo dormido toda la eternidad.
—Ya acabaste con la paciencia de él y estás a poco de acabar con la mía. Te sugiero que
muestres más prudencia si no quieres terminar con la cabeza entre las piernas un día de
estos.
Desirée bufó indignada y le dio la espalda. Un segundo después, regresó la mirada sobre su
hombro, una mirada de arrebatamiento.
—Déjame sola.
—¿Qué?
—Sólo… dame 15 minutos. Tengo que intentar algo.
—Pero los falsos recuerdos no están listos.
—Eso puede esperar.
—¿No me piensas decir qué harás?
—¡Hazte a un lado, Rigoberto! ¡Por el amor de Dios, déjame intentarlo!
—¡Pff! Como quieras.
—Rigo…, confía en mí.
—Ese es el problema. Ya he confiado demasiado en ti. Ahora entiendo por qué mi padre es
tan receloso —le decía DeShields mientras caminaba hacia la salida del oscuro
laboratorio—. «Nunca confíes del todo en un poco de carne, hijo. La carne se pudre con el
tiempo y te hará daño si te la comes» —recordó en voz alta.
XXXVIII
—Despierta, corazón, ya estás a salvo.
—… … … ¿Uh?... … … ¿Q-qué…?
—Dijiste que me encargara de que ningún gobierno, grupo u organización te busque, atrape
y/o delate ante el mundo. Eso hice, cariño.
—N-no recuerdo… nada.
—¡Señor, señor, no la escuche!
—¿Eh?
—¿Qué sucede? —le preguntó Bundy, desconcertada.
—¡Le está mintiendo, señor! ¡Ellos lo raptaron!
—¿Qué estás diciendo, Gus?
—¡Carajo! ¡El niño! ¡Me olvidé del fantasma! ¡Mierda, mierda, mierda! ¡Eres una tonta,
Fernanda, eres una estúpida!
—¡Estábamos en el departamento de Tokio y ellos lo durmieron para traerlo hasta aquí! —
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le decía Gus con desesperación.
El diablo dirigió una intranquila mirada al rostro palidecido de Bundy.
—Come esto, guapo. Es como una goma de mascar. Te hará sentir mejor —se apresuró a
intervenir Desirée, metiendo en la boca del diablo una pequeña pelotita roja. Y unos
movimientos de mandíbula después, el diablo habló.
—No es bueno decir mentiras, niño.
—¡Pero, señor, ellos...!
—Ahora lo recuerdo: cuando apareció el helicóptero del gobierno nipón, me inyectaron un
somnífero y… escuché muchas palabras asiáticas antes de quedarme dormido. Luego…,
luego desperté en una especie de contenedor lleno de un líquido muy denso. ¡Me tenían
intubado! Ya lo recuerdo. Pero no podía moverme, sólo podía ver a muchos chinos
caminando de aquí para allá con libretas en las manos y observándome de vez en cuando.
—Y después me viste llegar, corazón. ¿Lo recuerdas?
—Claro... Cuando…, cuando la vi entrar por aquella puerta, sentí que todo estaría bien.
—¡Nada de eso es cierto, señor! ¡Todos son falsos recuerdos… o algo así! ¡Ellos los
metieron en su cabeza con esa computadora! ¡Lo vi todo!
—Gus, estás a una mentira más de que te corte la lengua. Estoy hablando con la señorita,
no seas irrespetuoso.
—¡Carajo!
—¡Gusakee! ¡No digas groserías!
—No te preocupes por mí, cielo, no puedo escuchar lo que tu amigo dice.
—Es mejor así… Pero, bueno, muchas gracias por ayudarme. Me alegra saber que cumple
con su parte del trato.
—Y me encanta hacerlo.
—Una pregunta: ¿por qué el gobierno de Japón me atacó? ¿No se suponía que habían
llegado a un acuerdo con ustedes y los demás países?
—Eeeh…, cosas de políticos. Pero no te alarmes, cariño, ya lo arreglé todo. Hice que el
emperador firmara tu fuero permanente.
—¡¿En serio?!
—Por supuesto. Un trato es un trato. Además, permíteme explicarte algo: la goma de
mascar que te di contiene un químico que te permitirá alcanzar tu nivel máximo de enojo
sin perturbarte. Con esto podrás expulsar todo tu poder sin necesidad de perder la paciencia
o recibir un disparo. Sólo…, sólo no dejes de masticarla.
—¡Vaya, muchas gracias!... ¡Y sabe a manzana!
—Exactamente. Parece, se siente y sabe como una goma de mascar sabor manzana; pero al
hacer contacto con tu saliva, te ayudará a ser lo que eres… No me lo agradezcas, guapo.
Ahora vete, ya eres libre.
—¡Perfecto! —exclamó muy sonriente—. Empieza a caerme bien, eh —le susurró a
Desirée, guiñándole un ojo—. ¿Nos vamos, Gus?
—¡NO! N-no puedo creerlo… ¡U-usted váyase! ¡No quiero saber nada de usted!
—Bien —asintió el diablo sin inmutarse.
—Hasta luego, cariño.
—Hasta… pronto, señorita —se despidió con una coqueta sonrisa, y desapareció luego de
masticar un par de veces más aquella aparente goma de mascar roja.
—Muy pronto, más de lo que te imaginas —se regocijó Bundy.
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XXXIX
—Qué niño tan raro, ¿por qué no habrá querido venir? Bueno, da igual, ya se le pasará —se
decía El diablo de Estocolmo recostado en su cama—. Oh, un momento. Los gobiernos
saben dónde vivo. Este departamento ya no es seguro para mí… Mmm… ¿Adónde iré
ahora? ¿Tombuctú? ¿Moscú? ¿Dubái? ¿Bácum?... Qué difícil decisión… Tal vez será
mejor que vaya a Bác…
—¡No! —lo interrumpió Gus, apareciendo de pronto, con el rostro tan rojo como un
tomate.
—¡Gusakee! ¿Cómo apareciste?
—N-no lo sé… Yo sólo… ¡Wuau! ¡P-puedo desaparecer y aparecer!
—¡Oye! Bien por ti. No sabía que las almas podían hacer eso; pero qué bueno que lo
lograste.
—¡Sí! ¡Es geni…! ¡No, espere, olvídelo! ¡Entre a mis pensamientos! ¡Rápido!
—¿De qué hablas?
—¡Tuve una idea! ¡Tiene que poder entrar a mis pensamientos! ¡Usted es el diablo, tiene
que poder hacerlo!
—N-nuca lo he intentado —admitió algo confundido, sin dejar de jugar en su boca con la
goma de mascar.
—¡Ya escupa esa porquería! Le mintieron, sólo es sedante comestible. Mejor entre en mi
mente. ¡Inténtelo! ¡Vamos!
—Bueno, ya que insistes… … … —y después de aquello, el diablo ya no era el mismo—.
¿Qué…? ¿Q-qué… significa…? ¡¡ESOS HIJOS DE PERRA!! ¡SE ATREVIERON A
METERSE EN MI CABEZA! ¡AHORA MISMO ME…!
—¡Cómo lloras, marica!
—¿Eh? ¡¡AAAGH!!... … … ¿Quién mierda…?
Algo había sucedido en aquella vieja habitación, algo había aparecido en aquel desolado
apartamento.
—¿No me recuerdas?
El diablo, desde el suelo, con la mandíbula casi dislocada, entornó los ojos y por fin lo
reconoció.
—¡Gabriel! —gruñó, observando con atención y un poco de desconcierto la marca negra
que aquel sujeto llevaba en su pecho descubierto: una cruz invertida con una guadaña
enroscada.
—El mismo; pero más vivo que nunca.
—¿P-pero c-cómo…?
—¿Qué? ¿Tienes miedo?
—Por favor, no me hagas reír —se burló el diablo, y escupió la goma de mascar al suelo.
Un parpadeo después, Gabriel recibió un derechazo y atravesó, sin tocar, la pared del
edificio—. ¡Gus, vete de aquí! ¡Este idiota…! ¡No sé lo que pasó; pero sé que no es nada
bue…! ¡AGH! ¡IMB-BÉCIL! ¡ESO SÍ ME DOLIÓ, ESTÚPIDO! —le gritó el diablo al
caer de espaldas, luego de recibir un gancho en la barbilla.
—¡Ven por mí, perra! —bufó Gabriel, arrojando uno de sus dientes ensangrentados al piso.
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Gusakee era su rehén.
—¡NO! ¡DÉJALO! ¡ÉL NO TIENE NADA QUE VER EN ESTO!
—¡Ah! Así que «El idiota de Estocolmo» tiene un pequeño amiguito. ¿Quieres que lo deje
en paz? Entrégame tu alma.
—¿Mi alma? ¡JA! ¡Vete al diablo! —se mofó este mismo, y apareció frente a Gabriel para
tomarlo del cuello, alzándolo hasta el techo—. ¡Dime quién mierda te dio ese poder! —le
ordenó, estrangulándolo.
—¡Ja…, ja…, ja!
—¿Qué es tan gracioso, idiota?
—Q-que… ¡AGH! Que al p-parecer n-no te imaginas el p-problema en el que…, en el que
te metiste. ¡Desafiaste a la muerte y eso sólo se puede pagar de una forma!
Gabriel se liberó propinándole una patada en el pecho. De pronto, densa oscuridad se
apoderó del edificio entero. El diablo empezó a recorrer el lugar con la mirada, alarmado.
—Gusakee, es hora de que te vayas —le susurró, evidentemente nervioso.
—Pero, señor…
—Vete. Yo me encargaré de esto.
—No lo dejaré solo, señ…
—¡Mierda, Gus! —gruñó entre dientes el diablo, exasperado. Y justo cuando aquella
intrigante oscuridad estaba por llegar a sus pies, El diablo de Estocolmo y Gusakee
desaparecieron.
XL
—¿Q-qué…?
—Cuando te quedes solo, quiero que comiences a caminar sin rumbo, sin pensar hacia
dónde, sólo camina. No sé cómo nos encontraron; pero no me extrañaría que puedan leer
nuestros pensamientos.
—¿Adónde irá?
—Iré a distraerlos y averiguar quién me está buscando. Ese imbécil no pudo haber obtenido
tanto poder solo. Alguien lo está…
—La muerte —musitó Gusakee, temeroso.
—Te buscaré cuando esto acabe.
—¡Señor…!
XLI
—¡Hola! Bienvenidos. Disculpen la interrupción. ¿Gustan una tacita de té?
—Llegas justo a tiempo para servirnos —se regocijó Gabriel, sentado plácidamente sobre
la vieja cama, con las piernas cruzadas. Detrás de él, la oscuridad tomó forma.
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—Es un gusto conocerte, Fernando… Qué curioso, debí de haberlo hecho hace mucho
tiempo; pero, oh, sorpresa, jamás llegó el momento, por más herido que estuviste… o por
más muerto. ¿Cómo lo hiciste? —le preguntó un extraño ser, casi inapreciable, casi
indescriptible…, inefable. Parecía ser sólo un largo y delgado bulto, como un velo negro,
una estela de humo, una densa oscuridad, un agujero bruno, un vacío en la nada o un
espacio lleno. Apenas se lograba distinguir dónde estaba su cabeza. Sus ojos eran blancos
como tenues luces a punto de extinguirse, como el último instante de una luz
consumiéndose a falta de energía, de vida.
—¿Tú también quieres una maldita entrevista?
Gabriel desapareció, iracundo—. Esta vez no me tocarás, idiota —gruñó El diablo de
Estocolmo, deteniendo el puño de su rival a centímetros de él.
—Entonces lo haré yo —susurró la muerte, y el diablo quedó inconsciente a la distancia,
sin ni siquiera haber sido tocado.
XLII
—Buenos días, dormilón —le habló Gabriel antes de golpearlo en el abdomen con todas
sus fuerzas.
El diablo se hallaba colgado de las manos en un árbol marchito. La noche estaba sobre
ellos, y la luna llena sobre la noche.
—¿Q-qué…, qué quieren de mí? —les preguntó el diablo, jadeando. Ya su torso desnudo se
veía lastimado, como si lo hubiesen golpeado una y otra vez mientras estaba desmayado.
—¿Yo? Yo sólo divertirme un poco. Mi señor, la muerte, creo que quiere algo más —
repuso Gabriel, y le golpeó las piernas con una rama vieja del suelo.
—¡AAGH!
—Detente unos momentos, Gabriel.
—Como usted diga, mi señor.
—Fernando, Fernando, Fernando... ¿De dónde saliste?
—De las piernas de mi madre, supongo —bromeó el diablo con una risa entrecortada por la
sangre en su boca.
—Muy gracioso, sí, muy gracioso —contestó la muerte, impasible por dentro y por fuera—
. Permíteme confesarte algo: ya intenté matarte; pero no pude.
El diablo rio; sin embargo, una piedra golpeándole la sien detuvo de inmediato su burlona
risa.
—Lo siento… Es broma, no lo siento —se mofó Gabriel, recargado en otro marchito árbol
de aquel sombrío bosque.
—Por favor —le habló la muerte, pidiéndole que se comportara—. Fernando, mi
conocimiento es más grande que aun el del ser más inteligente de esta realidad
insignificante; no obstante, ignoro por alguna razón tu verdadera procedencia, incluyendo
la de tus poderes… Como recompensa…, te concederé el honor de unirte a mis filas para
que realices mis quehaceres.
—¡¿QUÉ?! —saltó Gabriel, incrédulo.
—Sin embargo —continuó la muerte—, tendrás que pasar ciertas pruebas.
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—No me interesa el trabajo, gracias —escupió el diablo junto con un poco de sangre.
En eso, se escuchó un disparo que atravesó la frente de Gabriel. El diablo de Estocolmo
empezó a reír cuando notó que éste ni siquiera parpadeó—. ¿No eras alérgico a mis balas?
—Ya no puedes acribillarme, imbécil —se jactó Gabriel mientras su rival volvía a guardar
la escuadra blanca tranquilamente, pues las sogas que antes sujetaban sus muñecas ahora se
encontraban calcinadas.
—Oigan, ¿era necesario destrozarme la camisa? La acababa de comprar —bufó
teatralmente enojado, y apareció otra camisa idéntica con tan solo sacudir un poco su lívida
mano—. ¿Ya me puedo ir?
—No —repuso la muerte—. Veo potencial en ti. Te unirás a mí aunque no lo quieras —
sentenció. De pronto, la oscuridad que conformaba su cuerpo se movió de tal manera que
una delicada hebra negra tocó el pecho todavía descubierto del diablo, y le tatuó la misma
marca que portaba Gabriel.
—¿Entonces iba en serio?... ¡Maldición! ¿Por qué obligar a alguien a que haga lo que
quieres sólo porque crees que tiene potencial? ¡Qué molesto eres!
Gabriel soltó una risa a secas, volteando los ojos.
—Ahora que eres parte de mi ejército, tu primera encomienda será enviar a las almas, que
has dejado en la Tierra, a mi inframundo.
—¡No! ¡Dije que no haría lo que tú quieres! ¡Gusakee se queda conmigo, he dicho!
—El niño me pertenece. No puedes ir en contra de la naturaleza. Naces, vives, mueres. El
niño ya murió, es hora de que esté con los demás muertos.
—¡No!
—Fernando...
—¡No! Gabriel también era un alma en pena gracias a mí y, sin embargo, lo dejaste
quedarse.
—Decidí dejar a Gabriel aquí para que pudiera buscarte y vengar su interrumpido descanso
que por naturaleza se merecía, y tú le arrebataste.
—¡Eso no es justo! ¡Exijo justicia! ¡Quiero a mi mascota conmigo para siempre!
—El niño no es una mascota, Fernando.
—¡Sí lo es! ¡Me sigue a todos lados y me da la pata si se lo pido! ¡No juzgues a mi mascota
sólo por ser un humano, maldito racista de mierda!
—Eres… irritante —suspiró Gabriel, impaciente.
—Mmm… … … ¡Lo tengo! Déjame conservar a Gus y te daré otra alma a cambio.
—No hay alma en este planeta que me importe más que otra. Todas me importan lo mismo,
Fernando.
—Te equivocas —El diablo de Estocolmo sonrió ampliamente—. Deseas mi alma, lo veo
en tus… Bueno, si tuvieras ojos, sé que podría ver en ellos tu deseo.
—… … …Interesante…, interesante, muy interesante... ¿En verdad eres capaz de
entregarme tu alma sólo para preservar la del niño?
—Sin dudarlo… ¿Nos vamos ya? Quiero conocer el paraíso.
—Claro.
—¡¿Qué?! ¡¿Así de fácil?! —exclamó Gabriel, atónito, desconcertado—. ¿Tanto alboroto
para vencerte tan rápido? ¿En serio te entregarás para dejar que aquel mocoso se quede en
la Tierra, siendo que podría estar mucho mejor en el paraíso?
—Sí —repuso el diablo de inmediato—. No obstante —se apresuró a decir cuando la
muerte extendió su brazo de oscuridad para tomar el suyo—, lo haremos a mi modo, con un
trato: te entregaré mi alma para que me lleves a conocer por fin el paraíso a cambio de
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permitir que Gusakee Yomimoto sea un alma libre por toda la eternidad y sólo pueda morir
plenamente cuando yo lo decida. ¿Trato hecho?
—¿Cambiar el alma del mismísimo diablo de la humanidad por la insignificante alma de un
tonto niño? ¡JA! ¡Trato hecho! —contestó resueltamente la muerte.
Un parpadeo más tarde, El diablo de Estocolmo apareció junto con su enorme sonrisa en un
lugar totalmente diferente al viejo y sombrío bosque en el que antes se encontraban.
Enseguida de él se hallaba un perplejo Gabriel y una satisfecha muerte.
—¿Q-qué…, qué le p-pasó a mi marca? —inquirió Gabriel, aterrado.
El diablo bajó la mirada y notó que en su pecho tampoco estaba su tatuaje nuevo.
—Gabriel, encontraste a Fernando y lograste tu venganza. Fernando, decidiste morir a
cambio de tu amigo…
—Mascota.
—Ninguno de los dos necesitará el poder que antes estuve dispuesto a darles. Vayan, pues,
a descansar por toda la eternidad. El paraíso les pertenece ahora.
—Gracias; pero mejor regresaré a la Tierra. Esto se ve muy aburrido, el ambiente está
demasiado muerto.
—No podrás hacerlo, me entregaste tu alma, Fernando. Por fin has muerto, le perteneces al
paraíso, a la muerte.
—No, amigo mío, no. El trato era: «Te entregaré mi alma para que me lleves a conocer por
fin el paraíso». Jamás dije que aceptaría morir ni quedarme eternamente aquí. Claramente
dije que me llevarías a conocer por fin el paraíso. Pues ya me trajiste hasta acá, ya lo conocí
y ahora volveré a mi hermosa, mundana e inmunda vida en la Tierra. Como podrás notarlo,
fuiste un estúpido... Gabriel, tú también. ¡Hasta nunca!
—¿Q-qué? ¿C-cómo…?
—¡MALDITO HIJO DE PERRA! —gritó el alma de Gabriel cuando el diablo desapareció
de aquel blanco, vacío e inefable lugar: el paraíso.
XLIII
—¡Jaja! Pobres ilusos. Nadie le gana al diablo…, nadie…, nunca…, nadie, nunca, nadie,
nunca, nadie, nunca… —canturreaba en sus pensamientos—. Mmm…, ¿dónde estará ese
tonto de Holm? —se preguntó después mientras caminaba tranquilamente por la nada,
intentando ver algo más que eso—. ¡HOOOOLM!
—¿Me llamaste?
—¡Oh, mierda! ¡Carajo, Holm, me asustaste!
—¡Jaja! ¡Diablo! ¡Qué gusto verte! ¿Qué haces aquí? ¿Moriste?
—¿En serio te da gusto verme? Eeeh, no, no morí. Es una larga historia.
—¡Claro que me da gusto verte! ¡Gracias a ti, ahora estoy aquí! Este lugar es genial. Lleno
de abundancia, tranquilidad, felicidad. Aquí no necesito drogas, alcohol, sexo, ¡nada! ¿No
es grandioso? ¡Mira, mira! ¿Ves ese árbol de allá? ¡Da chocolates!
—¿Cacao?
—¡No! ¡Da chocolates, chocolates de verdad! En ese árbol crecen chocolates de leche,
chocolates con nuez, chocolate amargo, chocolates con avellanas, chocolate blanco,
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chocolate con chocolate, etcétera. ¡¿Verdad que es genial?!
—¡Vaya, sí!... ¿Qué árbol? No veo ningún árbol.
—¿Cómo que no ves ninguno, diablo? ¡El árbol de allá!
—Mmm… No, no veo nada. Creo que te volviste loco. Aquí no hay absolutamente nada.
—¡Pero si estamos en el paraíso! ¡Mira, allá está mi familia! ¡Hola, mamá, papá! ¡Él es el
amigo del que les hablé!
—Holm…, allá no hay nadie —susurró el diablo, desconcertado.
—Debes de estar bromeando, hermano —repuso Holm entre risas—. Siempre fuiste muy
gracioso. Pero, bueno, ya tengo que irme. Nos vemos luego, amigo. Esperaré con ansias esa
larga historia de cómo llegaste aquí. ¡Hasta pronto! —se despidió eufórico, sacudiendo su
mano en el aire.
El diablo, aterrado, vio cómo Holm se perdió a la distancia, en la nada, y decidió que era
hora de regresar a la Tierra.
—Este lugar es una locura —musitó, conmocionado—. Un momento —pensó—. ¿Estará
ella aquí?… … … N-no, no, mala idea. Mejor me voy.
XLIV
—¡Señor!
—¡Ey! ¡Hola, Gus!
—¿Dónde estuvo todo este tiempo?
—… Es una larga historia. ¿Quieres oírla? Bien, te la contaré: todo empezó hace algunas
semanas, cuando conocí a un tipo que quería violar a una… —y se lo contó.
—¡Vaya! ¿En verdad pudo engañar a la muerte? Oh, espere…, ¿soy su mascota?
—¡Y entonces me dijo que había un árbol de chocolate! Me hubiera encantado verlo —le
dijo el diablo—. Qué extraño, ¿no? ¿Por qué crees que no pude ver nada?
—Eeeh…, no lo sé. ¡Ah! Una vez leí en un libro que, y cito: «Los ojos de un vivo jamás
podrán ver lo que los ojos de un muerto ven».
—¿En serio? ¿Quién fue el imbécil que escribió eso? Bueno, como sea. ¿Sabes qué
haremos ahora que nos deshicimos de la muerte?
—¿Qué cosa, señor?
—Ir a matar a los que me secuestraron. Gus, toma tus cosas, nos mudaremos un tiempo a
Canadá.
—Pero ya no tengo nada.
—Perfecto. Así nos largaremos de aquí más rápido. ¿Estás listo?
—¡A la carga!
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XLV
—¡Toc, toc! —exclamó el diablo al abrir la puerta de una patada.
—¿Quién es? —preguntó Gus.
—¡MIS PUTAS BALAS! —repuso El diablo de Estocolmo, gritando, jalando gatillos,
quemando cartuchos, disparando a quemarropa, a diestra y siniestra, destrozando todo lo
que veía a su paso.
La acribillación («Acción y efecto de acribillar» ¡Daah!... ¡¿Me estás leyendo, RAE?!
Incluye esa maldita palabra en tu diccionario. ¡Carajo!... … … Por favor) duró un minuto
entero. Cuando todo terminó, el diablo notó que no había nadie en aquel laboratorio.
—Qué extraño —susurró Gusakee.
—¡Gus! ¡Dijiste que recordabas dónde me habían tenido secuestrado!
—¡Sí, sí! ¡Mire, allí está la camilla! Pero… parece que se fueron.
—No hay absolutamente nada ni nadie, gusano.
—Tal vez imaginaron que se daría cuenta de todo y decidieron esconderse, señor.
—Bien pensado —atajó el diablo chasqueando los dedos—. Mmm… ¿Dónde se habrán
metido? ¡Gus! Si tu fueras un idiota que secuestró al diablo y tienes miedo de que éste te
encuentre, ¿dónde te esconderías?
—Yo… Mmm… Tal vez… Mmm… Podría ser…; pero… ¡Lo tengo! ¡En Tokio! ¡En el
departamento del diablo!
—¿Qué? ¿Por qué harí…? ¡Ooooooh! Entiendo... ¡De vuelta a Tokio!
—¡A la cargaaaa!
XLVI
—¡Toc, toc! —exclamó el diablo al abrir la puerta de una patada.
—¿Quién es? —preguntó Gus.
—¡MIS PUTAS BALAS! —repuso El diablo de Estocolmo, gritando, jalando gatillos,
quemando cartuchos, disparando a quemarropa, a diestra y siniestra, destrozando todo lo
que veía a su paso.
La acribillación duró un minuto entero. Cuando todo terminó, el diablo notó que no había
nadie en aquel departamento—. ¡Mierda, Gus!
—Pensé que usarían su idea.
—Una excelente idea, por cierto. Pero al parecer no son tan inteligentes como yo… ¿Dónde
estarán esos dos?
57
XLVII
—Te dije que no nos encontraría.
—Lo admito, sí, esta vez estuviste a un paso adelante del diablo, Rigo.
—Fue fácil. Tal vez pueda aparecer en cualquier lugar que pase por su cabeza; pero jamás
pensará que estamos en un laboratorio bajo el agua.
—Lo…, lo siento, Rigoberto. Fui una tonta, no debí tratarte así. Tú…
—Está bien, olvídalo —DeShields esbozó una indulgente sonrisa.
—¿Le contarás todo a Aaron?
—…
—Rigo, entiendo que…
—Apártate, por favor, Des. No hagas esto más difícil. Mi padre corre peligro en Canadá,
tengo que contarle todo y traerlo aquí.
—Rigo, sólo déjame…
—No…, Des…, no lo… hagas.
—Déjame hacerlo. Quiero… agradecerte… por todo.
Lo besó.
XLVIII
—¿Y qué haremos ahora, señor?
—Mmm… … … No lo sé... … … ¿Será que ellos…? ¿Tienes hambre?
—¡Sí…! Ah…, no, no tengo. Olvidé que…
—Ya te acostumbrarás. Vamos, acompáñame por una pizza.
—¿Adónde iremos?
—¿Adónde? ¡A Italia! ¿Adónde más?
—¡Genial!
XLIX
—Bienvenido a Nápoles.
—Nápoles…
—En Nápoles, Italia, nació oficialmente la pizza… ¡¿Quieres ir a la primera pizzería del
mundo?!
—¡Siiií!
—Pues no sé dónde está. Mejor vamos a otra. De cualquier forma, tú no conseguirás probar
58
la pizza.
—Oh…, está bien.
L
—¿Está rica la pizza, señor?
—¡Carajo! ¡Esta pizza está deliciosa!
—… Me alegro por usted, señor.
—¡¿Deliciosa?! ¡Quise decir exquisita! ¡Por un demonio, es perfecta! ¡Oh, qué pizza tan
sublime! ¡Este queso, esta salsa, esta masa! ¡La comería todo el dí…! ¡¿Qué…?!
¡Demonios! ¡¿Qué mierda es esto?! —gritó encolerizado. Después, bajó la voz para
dirigirse sólo a Gusakee—. Mira y aprende—. ¡¿Cómo es posible?! ¡Esto es una burla!
¡Una estúpida burla! —y, al levantar la última rebanada de pizza, apareció una zarigüeya
muerta en su plato—. ¡MESERO! ¡VEN ACÁ!
—¿Qué necesita, caballe…? ¡Oh, mierda! ¡¿Qué es eso?!
—¡Yo me pregunto exactamente lo mismo! ¡¿Por qué hay una zarigüeya en mi comida?!
—Y-yo… N-no… N-no es p-po… P-pero…
—¡No pienso pagar ni un centavo por esta pizza! ¡Me largo de aquí! ¡Todo mundo se
enterará de esto en redes sociales! ¡Son unos cerdos asquerosos!
—N-no se preocupe, s-señor. Le pido una d-disculpa por…
—¡Adiós! ¡Pizzería tercermundista!
LI
—¿Cómo lo hizo?
—Es un viejo truco. Primero les elevas el ego con halagos y luego provocas que se sientan
apenados por algo que no cometieron, pero que creen que sí. Eso te asegurará que no
sospechen de un posible fraude de tu parte. Psicología básica —se vanaglorió—. Lo
admito, no siempre funciona; pero corrimos con suerte hoy, Gus, no tengo nada en los
bolsillos. Será mejor que haga algo al respecto, no se puede ir por esta vida sin dinero en
mano.
—¿Irá a conseguir más dinero, señor?
—Sí. Te enseñaré cómo asaltar sin sufrir represalias. Mira, ese sujeto de allá será mi
víctima.
—¿Cómo escoge a sus víctimas, señor?
—Intuición, a veces improvisación, no lo sé. Por ejemplo, ese de allá me lo dijo su cara:
pide a gritos que alguien lo estafe… o lo golpee. Sígueme y pon atención.
—Sí.
—¡Oye, tú!
El joven, de aproximadamente 20 años, volteó sobre su hombro y se detuvo.
59
—¿Yo?
—Sí, tú. ¿Esto es tuyo? —le preguntó el diablo, mostrándole un billete de 500 euros que
había aparecido en su mano un pestañeo antes de hablarle al muchacho—. Creo que lo vi
caer de tu pantalón mientras caminabas.
—E-eh, sí…, sí, muchas gracias.
—Oye…, espera un momento. ¿Me estás mintiendo?
—No, no, sí es mío.
—¿Por qué estás tan nervioso?
—S-sólo estoy feliz por haber recuperado mi dinero. G-gracias.
—No, mientes. Este billete no es tuyo, ¿verdad?
—¡Te lo juro, te lo juro, es mío! Lo acabo de retirar de un cajero automático.
—Mira, vamos a hacer algo: sigo sin creer que este billete sea tuyo. Quizá se le cayó a otra
persona, así que podría quedármelo para comprarme algo… Pero te lo daré.
—¡¿En serio?! Q-quiero decir…, sí, sí, claro, me pertenece.
—No obstante…
—¿Qué?
—A cambio, me llevaría un mal sabor de boca por pensar en la posibilidad de que me estés
mintiendo y haber perdido 500 euros. Si me das algo de lo que traigas en tus bolsillos, me
iré más tranquilo y tú te llevarás este billete. Ya quedará en tu conciencia si mentiste o
dijiste la verdad.
—¡Oh, sí, sí! Tengo… Mmm… 32…, 47…, ¡66 euros! Toma, quédatelos.
—¿Sólo 66?... ¡Bah! Está bien. No pareces tan mal muchacho. Confiaré en que tus padres
te enseñaron a ser un hombre honesto.
—Claro. Gracias por devolverme mi billete. ¡Hasta luego!
Y aquel joven se alejó.
—Estúpido rarito. ¿Lo viste, Gus?
—Eso fue gracioso —le dijo el chico, reprimiendo una carcajada con las manos.
—¿Ves qué fácil es conseguir dinero? Aquel idiota obviamente prefería perder unos
cuantos euros que 500. Lo que nunca se imaginó el muy imbécil fue que era un billete
falso, así que no sólo quedó como un maldito embustero, sino que sus mentiras le costaron
66 euros... Pan comido.
—Señor…, una pregunta: si puede aparecer lo que sea y apareció la zarigüeya y ese billete
falso en su mano, ¿por qué no creó algunos billetes reales para ahorrarse problemas?
—Oye, no, eso está mal, es como lavado de dinero, como un delito. Deja de pensar así,
Gus.
—Lo siento, señor.
—Te perdono. Además, sólo para aclarar, todavía no puedo aparecer lo que sea, solamente
cosas pequeñas. En fin… Vayamos por más diversión.
—¿Adónde iremos ahora?
—Necesito una computadora.
—¿Comprará una con el dinero que consiguió?
—No, obviamente no. ¿Alguna vez has visto una computadora de 66 euros? Por favor, Gus,
no digas tonterías. Con este dinero compraré un automóvil deportivo.
—¡¿Un automóvil deportivo?!
—¡Jaja! ¡Qué ingenuo! Claro que no, sólo estoy bromeando.
—Oh…
—Pero lo que sí necesito conseguir, sea como sea, es un submarino.
60
—… … … ¿Esa es otra de sus bromas?
—No, en verdad necesito uno. Sospecho que Bundy y Rigo se esconden bajo el mar.
Pero mientras El diablo de Estocolmo y su fiel mascota caminaban en busca de una
biblioteca, alguien se acercó a ellos. Era un hombre de corta edad, tenía el semblante
trastornado, la mirada trémula como sus manos, encorvaba la espalda y llevaba un arma
escondida en el pantalón.
—B-buenas tardes, señor.
—Buenas tardes, joven. ¿En qué le puedo ayudar?
—Necesito…, necesito que me dé todo lo que tenga.
—¿Disculpa?
—E-esto…, esto es u-un asalto, señor. Por favor, no quiero hacerle daño, s-sólo deme lo
que lleve en sus bolsillos —sollozó.
—¿Estás… tonto? ¡Vete de aquí, idiota! —lo reprendió el diablo, despojándolo de la pistola
con un fugaz movimiento.
—L-lo siento, lo siento, no dispare, por favor.
—¡Largo! ¡Y busca un trabajo, maldito holgazán! —le gritó, arrojándole la pistola (ya sin
balas) en la cabeza.
—Ese sujeto se veía muy asustado, señor —opinó Gus cuando se quedaron nuevamente
solos y volvieron a lo suyo: caminar.
—Estos jóvenes de ahora sólo buscan el camino fácil. Qué vergüenza —pensó el diablo en
voz alta, exasperado—. Nunca seas como esos estúpidos, Gus.
—Ya no puedo serlo, señor, estoy muerto.
—Ah…, tienes razón. Sigue caminando.
LII
—¡Vaya! ¿Esto es una biblioteca?
—Así es. ¿Nunca habías entrado a una?
—No, nunca. ¡Qué bonita es!
—Pero no grit… Ah, olvídalo, nadie puede escucharte.
—¿Y cómo encontrará un submarino aquí, señor?
—Aquí no encontraré el submarino, encontraré la computadora que me permitirá buscar el
submarino.
—Oh, genial.
—¿Sabes usar una computadora?
—N-no…, nunca he usado una —confesó Gus, apenado.
—¿Te gustaría usar esa de…? Ah…, olvídalo, recordé que estás muerto.
—Esto de estar muerto comienza a ser un poco aburrido, señor.
—¿Sabes por qué piensas eso? Porque no le has sacado provecho a tu condición.
—¿Y qué podría hacer estando muerto? No puedo comer, no puedo dormir, no puedo tocar
nada. Esto apesta.
—Pero no puedes oler, Gus, estás muerto.
—¡En sentido figurado!
61
—¡No me grites, gusano!
—Oh, lo siento, señor, me exalté.
—Te perdono.
—Gracias, señor.
—Bien, mira, tú puedes desaparecer y aparecer en cualquier lado, ¿no? Eso no lo pueden
hacer los vivos… También puedes atravesar cosas, volar, estar en cualquier planeta…,
—¡¿Volar?!
—Obviamente, Gus. ¿Qué clase de muerto no puede volar?
—¡¿A cualquier planeta?!
62
CAPÍTULO 5
MUERTE VIVA
—Eeeeeeeh…. Sí.
—¿P-puedo…, puedo ir a la Luna?
—Claro. Te esperaré aquí.
—¡Genial! ¡Muchas gracias, señor!
—Sí, sí, sí. Adiós. ¡Uff! Por fin me deshice del niño.
Y en cuanto Gusakee desapareció, el diablo encendió la computadora, entró a navegación
privada y buscó aquello que todo hombre busca en internet cuando está completamente
solo… … …: «#VentaIlegaldeDinosaurios».
El diablo de Estocolmo se inclinó en la silla para esperar respuestas. Sólo tardaron un par
de segundos en llegar.
«¿En qué te podemos ayudar?», apareció en una ventana negra emergente. «Necesito de La
Venta Ilegal de Dinosaurios. ¿Dónde puedo encontrarlos?», escribió el diablo. «Nosotros te
encontraremos», le respondieron. Medio minuto después, otro mensaje apareció en la
pantalla: «Sal de la biblioteca, te estamos esperando en el callejón de la avenida
adyacente».
El diablo desconectó la computadora, se puso de pie y apresuró el paso hacia la salida.
—¿Se va tan pronto, joven? —le preguntó la anciana encargada.
—Mi computadora tiene Un Virus Amiba. Me largo.
—Oh…, lo sentimos mucho —susurró la anciana, y colocó un pequeño costal blanco sobre
el escritorio.
El diablo lo tomó discretamente y se fue.
LIII
—Detente ahí, no te acerques demasiado. ¿Tienes la UVA?
—Aquí está.
—Bien… ¿Qué deseas?
—Encontrar a alguien.
—Di su nombre.
—Fernanda Desirée Bundy.
—Bien… Recibirás la información dentro de un máximo de 12 horas. «La VID es vida. La
VID está contigo. Pronto recibirás noticias de La VID». Adiós.
Luego de aquello, el encapuchado de negro arrojó algo al suelo, lo cual provocó un cegador
destello que no le permitió al diablo ver adónde se fue aquel par de extraños sujetos.
—¡Jojo! Qué muchachos tan dramáticos… Me caen bien —rio, y dio media vuelta para
63
regresar caminando a la biblioteca; no obstante...
—¿Quiénes eran, señor?
—¡Ay, cabrón! No aparezcas así, Gusakee.
—Oh, lo siento, señor.
—Te perdono… Oye, ¿por qué no estás en la Luna?
—No pude llegar —repuso Gus frunciendo el ceño.
—¿No? ¿Por qué?
—Yo qué sé —bufó Gus, enojado.
—¡Ey! No me hables en ese tono.
—… Lo siento, señor —contestó Gus casi a regañadientes.
—Te perdono.
—Gracias, señor.
—De nada, Gus. Mierda, cada vez está más implacable... Creo que será mejor que…
—¿Y con quiénes hablaba, señor?
—Con… unos viejos amigos… ¿Sabes? Tienes razón. Eso de estar muerto apesta. Te
regresaré a la vida.
—¡¿En serio?!
—¡NO! —se escuchó una aguardentosa voz, como un trueno. Una nubosidad impenetrable
se había apoderado del cielo. Las tinieblas habían caído desde las nubes y en medio
segundo tocaron suelo—. Evades la muerte…, impides que almas inocentes tengan su
merecido descanso…, me engañas…, te burlas de mí y… encima… pretendes revivir a
alguien. ¡No! ¡No, no y no! ¡NO! ¡NUNCA TE LO PERMITIRÉ! ¡Te condeno, Fernando
Luciani Sansixto, a servirme como nadie más me ha servido a lo largo de esta efímera
eternidad! ¡AHORA TÚ SERÁS LA MUERTE!
—Yo no quiero ser la muerte —respingó de inmediato el diablo, buscando el origen de
aquella voz entre los rayos del oscuro firmamento.
—Aunque no lo quieras, tomarás mi lugar hasta que perdone tu osadía vulgar.
—¡Pues no, no y no para ti también! ¡Estoy buscando a alguien! ¡No puedo distraerme con
otras cosas!
—Sé a quiénes buscas. Están escondidos en un laboratorio submarino en el océano
Pacífico.
—¡Sí! Lo sabía —se vanaglorió el diablo, agitando el puño.
—Pero no irás a ningún lado —lo detuvo la muerte, apareciendo frente a él, cuando se
disponía a desaparecer.
De pronto, la mirada del diablo cambió, sus pupilas se dilataron desmesuradamente, su ropa
se tiñó de tinieblas, su lívida piel se cubrió de marcas negras y en su pecho se dibujó el
mismo símbolo de la cruz invertida con la guadaña; sin embargo, en esta ocasión aquella
marca se formó con la sangre de su cuerpo.
—S-señor…, ¿se encuentra bien?
—¿Qué es… esto? —susurró El diablo de Estocolmo con una mirada conturbada.
—Cada vez que alguien esté en peligro, sentirás unas incontrolables ganas de estar cerca.
Cada vez que alguien sea demasiado feliz, sentirás unas incontrolables ganas de probar su
fortaleza. Cada vez que alguien te quiera a su lado, sentirás unas incontrolables ganas de
abrazarlo —recitaba aquella silueta negra: la muerte—. De ahora en adelante, sentirás lo
que yo siento, harás lo que yo hago, existirás como yo existo —y al término de esas
palabras, las tinieblas desaparecieron.
—Señor…, señor…, ¿me escucha?
64
—¡Ssh! Gus, calla. Los vas a asustar.
—¿De qué habla, señor?
—Allá, allá y allá también. Mira, allá, allá, allá y allá. ¿No lo ves? ¿No lo ves? ¿En verdad
no lo ves? Mira, allá, esos dos, ve al de allá y a ellos. ¿Los ves a todos? Los de allá, allá,
aquel y ellas. También allá y los de por allá. Y allá, esos de allá también. ¿Lo ves?
Los ojos del diablo se movían frenéticamente.
—Sólo veo personas caminando, señor.
—Todas ellas están a punto de morir.
—¡¿Todas?! ¿Cómo lo sabe, señor?
—N-no lo… sé… Yo sólo…
Y en eso… una explosión.
En tan solo un parpadeo, decenas de personas terminaron calcinadas, edificios enteros se
convirtieron en nada, las avenidas pasaron de ser elegantes calzadas a un descomunal cráter
repleto de almas. En aquel sitio, a unos cuantos metros del diablo y su fiel compañero, una
bomba nuclear había sido detonada; pero ninguno de los dos anteriores se vio afectado en
lo más mínimo, pues ni el diablo ni su pequeño amigo estaban, de ninguna forma, vivos.
Una decisión fue lo que separó a El diablo de Estocolmo de una insoportable agonía aquella
tarde. Jamás se imaginó que así sucedería, que la presencia de la muerte sería su salvación.
—A-algo exp-plotó —titubeó Gusakee, aterrado.
—Necesito… estar cerca —siseó el diablo con la mirada fija en la nada.
—¡Señor, espere!
—Atrás. Déjame solo.
—P-pero, señor…
—Descansa ahora, pobre alma —susurró el diablo al acercarse a una de las miles de
personas—. Descansa ahora, pobre alma —iteró frente a otro muerto, cerrando los ojos y
alzando sus pálidos brazos a la altura de los hombros. Posteriormente, las almas ascendían
con rapidez al cielo, donde se perdían de vista.
Gus retrocedió un poco. Ver aquella zona de desastre lo hizo perder la noción. Sin
embargo, cuando El diablo de Estocolmo se detuvo frente a otro grupo de almas, el
pequeño Yomimoto dio en ello.
—¡Señor, señor! ¡Alguien…! ¡Creo que alguien intenta matarlo! ¡Seguramente esos dos
tontos quieren deshacerse de usted!
—¿Qué?
—Piénselo: ¿por qué habría una explosión justo en el lugar donde se encuentra? Esos dos lo
secuestraron, experimentaron con usted y le hicieron creer cosas que no eran ciertas.
¡Tienen miedo! ¡Esos imbéciles tienen miedo de que usted los encuentre!
—No hay tiempo para eso. Tengo que seguir.
—¡Pero, señor…! ¡Por favor, hágame caso! ¡Carajo!
—¡Mierda! Ahora sé por qué tanto interés por no perder a ningún alma. Dirigirlas se
siente… bien, se siente… revitalizador... Pero… Gus tiene razón. ¡No! Tengo que seguir
dirigiendo almas, no se van a dirigir solas. Necesito hacerlo yo, necesito sentirlas…,
necesito absorber su energía…, su extinta vitalidad… ¡Gus tiene razón! ¡NO! ¡QUE TE
CALLES! ¡Luego habrá tiempo para venganzas! ¡Concéntra…! Será sólo… ¡No! ¡No!
¡No! ¡No! ¡No! ¡YAAA! Respira…, respira… Inhala…, exhala..., inhala…
65
LIV
—¡ERES UN ESTÚPIDO!
—¡CÁLLATE! ¡TENÍA QUE HACERLO!
—¡MATASTE A PERSONAS INOCENTES!
—¿Y QUÉ? ¡¿Y QUÉ, EH?! ¿ACASO NO ERES CAPAZ DE ARRIESGAR UNAS
POCAS VIDAS PARA SALVAR A MILLONES?... ¡El imbécil de Aaron no pudo
controlar la situación! ¡No pudo controlar ni a sus propias perras, maldita sea! ¡Todos le
vieron la cara! ¡Tenían al diablo y lo dejaron escapar!
—…
—Ya quita esa maldita expresión de estúpida rabieta. ¡Fue la mejor decisión que pudimos
tomar! ¡Admítelo!
—¿Pudimos tomar? ¡¿Pudimos tomar?! ¡NO! ¡TÚ TOMASTE ESA DECISIÓN!
—¡Pues algún día me lo agradecerán! ¡Mira! ¡Tu diablo ya no existe! ¡Funcionó! Fin del
problema.
—E-eh…, honorable señor p-primer min…
—¡YA! ¡¿Qué quieres?!
—¿N-no es e-ese el d-dia-b-b…?
Varias detonaciones se escucharon repentinamente en la sala, seguidas de algunos gritos
ahogados.
—Debí haberte matado hace mucho tiempo, escoria repugnante.
—¡¿Q-qué hiciste, Darcy?!
—¡El imbécil de John se suicidó después de ver lo que ocasionó su error! ¡¿Entendido?!...
¡SE-SUICIDIÓ! ¡USTEDES ESTÁN DE TESTIGOS!
Todos asintieron, unos nerviosos, otros temerosos, y unos pocos orgullosos—. Llamen al
presidente de Italia y díganle que lo esperaré en mi despacho. ¡Muévanse, inservibles!... ¡Y
limpien este desastre!
LV
—Vamos, señor, tiene que detenerse. No puedo seguirlo por toda la eternidad.
—Haz lo que quieras, Gus. Yo… necesito… saciar mi ansiedad. Necesito… guiarlos al
Cielo.
—Pero tiene que haber una forma de liberarlo, señor. Piense.
—Apártate. No me dejas observar aquellas almas.
—Mmm… … … ¡Demonios! No se me ocurre nada —susurró el muchacho, impaciente.
—¡Oiga! ¡Señor! ¡¿Me escucha?! ¡¿Se encuentra bien?! —gritó alguien a lo lejos,
incrédulo. Luego, ambulancias, helicópteros, aviones y demás comenzaron a rodear el
lugar.
—Señor, creo que las personas pueden verlo.
Y, entonces, el diablo desapareció para los ojos de los vivos, no para la mirada de los
66
muertos.
LVI
Minutos antes:
—Perdimos la señal, jefe.
—Sigan el protocolo de emergencia.
—¿Qué salió mal?
—Interceptaron el llamado de «AnZ_049».
—Sabía que era mala idea permitirle seguir en la organización.
—Él no tiene la culpa, Akira. Los gobiernos de todo el mundo están buscándolo.
—¡Eso nos pone en peligro a nosotros!
—No si lo tenemos a él de nuestro lado… ¿A quién prefieres? ¿Al hombre o al diablo?
LVII
—¡Señor! ¡Señor! ¡Vamos, voltee!
—Ahora no, Gus.
—… … … ¡Quiero morir! ¡Quiero conocer la muerte! ¡Diríjame al Cielo, por favor!
—… … … ¿Eh?
—Usted es la muerte, su trabajo es llevarse a las almas de todos los muertos. Lléveme a mí
también, por favor.
—… P-pero…
—¡Haga su trabajo y mándeme al Cielo!
—… Es… cierto… Tienes razón —el diablo se detuvo y dio media vuelta.
—¿Lo hará? ¿E-en verdad lo hará?
—Tengo que… ¿hacerlo? —musitó el diablo, desconcertado, confundido—. Es mi deber.
Gusakee estaba aterrado; pero sostuvo su postura. Tenía un plan.
—¿Entonces aquí termina todo? ¿Esta será la última vez que lo veré?
—… Tú… tienes que… Yo… A menos que…
Un pestañeo después, la escuadra maldita cayó al suelo. El diablo se miraba las manos con
irresolución. Le había disparado al pequeño Yomimoto en el pecho. Éste, luego de una
profunda inhalación, levantó la mirada.
—Siento… hambre… … … ¡Estoy vivo! ¡Estoy vivo! ¡Sí! ¡Genial! ¡Muchas gracias,
señor! ¡Muchas gracias! ¡Me revivió!
—Tengo que seguir dirigiendo almas —repuso el diablo, abstraído, y algo distraído, en su
propósito.
67
LVIII
—¡Primer ministro!, mire esto… No es posible, ese niño apareció de la nada... ¿E-está
sonriendo?
—¿Pero en qué mierda nos hemos metido? ¡Este mundo… se está volviendo loco!
—Y-yo m-mejor me largo.
—¡No! ¡¿Qué estás haciendo?! ¡No juegues con eso!
—¡No estoy jugando! ¡Estoy harto! ¡Lo siento! ¡Díganle a mi madre que me perdone!
—¡No lo hagas, Frank!
Pero el soldado se disparó.
LIX
—Así que están escondidos en el océano Pacífico. ¡Los encontraré! —bisbiseó Gus,
decidido—. ¡Volveré pronto, señor! ¡Lo sacaré de esta! —le gritó al diablo cuando ya se
había alejado varios metros corriendo; sin embargo, éste ni siquiera le prestó atención.
—¡Oye, niño, por acá! ¡¿Necesitas ayuda?! —exclamó un paramédico, más que perplejo, al
ver que un chico había salido vivo de la zona de impacto de una bomba nuclear.
—¿Eh? No, no, estoy bien. Yo… acabo de llegar. ¡Esto es espantoso! —mintió Gus y
siguió corriendo, evadiendo los brazos de militares. Pero sus forcejeos no funcionaron por
mucho tiempo…
—Gus se fue… No importa, tengo que seguir guiando a las almas —pensaba El diablo de
Estocolmo, ignorando asimismo a la multitud que empezaba a rodearlo sin advertir su
intangible presencia. De pronto, un llanto.
El diablo volteó hacia un lado y vio a una mujer de rodillas en el suelo; lloraba
desconsolada. No obstante, la ignoró y siguió enviando almas al Cielo. Después de un rato,
los sonidos aquí y allá, los llantos, clamores, sirenas, todo eso fue demasiado. Intentó seguir
haciendo su trabajo, no darle importancia a aquello; pero la presencia de una pequeña
familia de jóvenes integrantes fue la gota que derramó el vaso.
El diablo de Estocolmo se acercó a ellos. Estaban los 3 sentados, tomados de las manos con
la cabeza agachada, esperando su momento. Era un padre, una madre y su pequeña hija en
brazos. Hace apenas unos instantes aquella tercia de turistas disfrutaba del italiano paisaje;
pero en su presente ya sólo había cabida para otro viaje.
Fernando Luciani se inclinó detrás de la terna. Los miraba con interés. Posteriormente, se
arrodilló y los observó en silencio durante algunos segundos. Hombre y mujer rezaban
entre siseos. El padre, un joven de 2 décadas y media, sintió una ajena presencia y alzó la
mirada poco a poco.
—Llévanos, por favor —gimoteaba—. Llévanos ya.
El diablo escuchó a la perfección aquellos frágiles lamentos. Ese «llévanos» le supo a un
68
implorante «libéranos». Entendió, pues, que mientras un muerto sigue pisando la Tierra,
sigue sufriendo la pérdida, sigue soportando la pena. Sólo hasta que llegan al Cielo se
olvidan de la tristeza… De pronto, sintió que no estaba solo. Allí se percató de que se
encontraba en un cráter de varios kilómetros diametrales. En el interior de éste se hallaban
decenas de personas, no sólo muertas esperando ser guiadas o liberadas, sino vivas, entre
ellas, militares, muchos militares.
Ya habían pasado casi veinte minutos desde que la bomba dio en el blanco. A la zona de
impacto arribaban convoyes armados hasta los dientes, y varias camionetas negras
blindadas hasta las llantas. Los militares tenían la bandera de Italia en los hombros. Las
camionetas negras portaban banderas no de un país, sino de una organización desconocida.
El diablo escuchó algunas órdenes. Todas ellas hablaban de él; pero ninguna de las almas.
De improviso, El diablo de Estocolmo se manifestó ante la mirada de los vivos. Tenía los
ojos hundidos, los párpados negros, la piel lívida, las pupilas contraídas y sus entrañas
ardiendo.
—¡¿ME BUSCABAN…, ESTÚPIDOS?! —gruñó a los cuatro vientos, y la tierra comenzó
a temblar.
—¡Código Delta 6! ¡Código Delta 6! ¡Repito: Código Delta 6!
El diablo recibió varios disparos. Eran somníferos. Ninguno le hizo efecto, pues ninguno
logró perforarlo.
—¡MIREN LO QUE HICIERON!
—¡Pon las manos sobre la cabeza y arrodíllate! ¡Te tenemos rodeado!
El militar cayó inerte al suelo en tan solo un parpadeo. El caos se apoderó de la situación y
un par de tanques dispararon. Otro pestañeo después, un total de setenta y nueve cuerpos
terminaron sin vida. Entonces, un hombre vestido con un impecable traje blanco descendió
de la camioneta más cercana.
—No hay necesidad de hacer esto, Sr. Luciani. Mi nombre es Tobías Martini. Soy
secretario de relaciones exteriores de la OPD, la Organización Plurinacional de Defensa.
Estamos aquí para forjar una relación amistosa y civilizada con usted.
—Pues vaya forma de hacer amigos. ¡Detonaron una PUTA BOMBA NUCLEAR!
—Le pedimos de la manera más atenta y respetuosa que no confunda las intenciones y
formas de actuar de las fuerzas armadas aquí prese…, antes presentes. Nosotros, la OPD,
venimos con otras intenciones. Verá, cuando…
—No me interesa escuchar sus intenciones, señor Tobías Coctel. Tengo un asunto
pendiente con alguien.
Y sin más, El diablo de Estocolmo desapareció junto con las almas de los que murieron en
la explosión, ignorando a las otras setenta y nueve.
—… ¿Te…, te dijo coctel?
—Cállate.
LX
—¡TÚ…, infeliz hijo de…!
—¿Ahora qué quieres, Fernando?
69
—¡Tu trabajo es una...!
—Me provocaste y te lo ganaste. No necesito escuchar tus lloriqueos.
—¡Eres un desgraciado! ¡Estás maldito! ¡Eres un maldito desgraciado!
—¿Algo más? Me gustaría seguir viendo tranquilamente mis caricaturas. Retírate.
—¡NO! ¡No sé cómo puedes estar tan tranquilo! ¡Eres la escoria de esta vida! ¡Tu presencia
sólo acarrea miseria, agonía, desesperación! ¡Renuncio! ¡Y tú también deberías de
renunciar!
—¡JA! ¡Qué cosas dices! No tienes ni la más mínima idea de lo importante que soy.
—¡Eres la mierda de la mierda! ¡Te llevas a nuestros hijos, te llevas a nuestros padres, a
nuestros amigos! ¡Tú eres el único que debería estar muerto! ¡Este mundo sería mucho más
feliz sin ti!
—¿Soy yo o… te lo estás tomando más personal de lo que es?
—¡Cállate! ¡Hoy acaba todo! ¡Me desharé de ti para siempre!
—No sabes lo que dices. Ni aunque pudieras…
—Ahora soy la muerte, ¿no?... Y sigo siendo el diablo.
Sacó su escuadra blanca y disparó.
—… … … ¿Qué… hiciste?
—Dime…, ¿qué se siente estar vivo?
—¿Yo?... ¿Vivo?... ¿Estoy vi…? ¿C-cómo es posible?
—Para ser honesto, te veías mejor todo de negro. La piel… no te sienta tan bien.
—¿Soy… humano? ¡¿Soy un asqueroso humano?!
—Y estás vivo, no te olvides de eso.
—¿Cómo lo… lograste?
—… … Pensé que estarías más molesto.
—E-estoy algo… Sí, sí, estoy molesto; pero… es extraña esta esencia tan inferior. ¿Cómo
pueden soportarlo?
—No me lo preguntes a mí, yo soy el diablo, mi poder es mayor que la de un humano
ordinario, así que no puedo sentir lo mismo que ellos.
—¡Vaya…, qué vida! —suspiró la muerte, sonriendo—. ¿Y ahora qué piensas hacer,
idiota?
—Bueno, ahora que estás vivo, me dieron unas incontrolables ganas de… matarte.
—¿Ma…?
—Sí, matarte.
—Todo esto me está confundiendo un poco.
—Eras la muerte, luego ya no. Después te di una vida y ahora te la quitaré. Supongo que te
irás al Cielo como todas las demás almas humanas. ¿Alguna otra duda?
—Sí… ¿Por qué soy un maldito cerdo? ¿Cuántos kilos peso? ¿200?
—Algo así… No sé, fue lo primero que se me vino a la mente cuando te di vida. Pensé: «Si
la muerte se representa con una calavera, seguramente en vida fue un maldito obeso». Y ya,
te hice así.
—Tienes una lógica realmente preocupante.
—… … ¿Algo más?
—¿E-esto es todo? ¿Entonces acabarás con mi existencia?
—Al parecer. Me caías bien; pero me estorbas.
—Pues haz lo que quieras, ya estoy cansado de tanto trabajar. Sólo te advierto que te
arrepenti…
70
—Ya cállate, cerda —y disparó, eliminando a la muerte y todo indicio de ella, incluyendo
el tatuaje de su pecho que antes lo condenaba a servirle.
LXI
—Oh, México, mi México, el pequeño gigante, el mandadero del más grande, el saqueado
por los siglos de los siglos. Amén... Extrañaba volver aquí, a mi segundo hogar, casi el
primero. No hay nada como tu olor a tacos, tu gente tan amable y sonriente... ¡Genial! Ya
viene el autobús. Qué transporte público tan más eficiente… Y mira a ese chofer. Se ve tan
amigable. Muy buenas tardes, señor.
—…
—…
—…
—Buenas… tardes.
—…
—…
—Son 10 pesos.
—¡CARAJO! ¡DIJE «BUENAS TARDES», PERRA SARNOSA! —gritó el diablo,
exasperado, y le apuntó entre los ojos con su escuadra maldita. Todos los pasajeros se
alarmaron.
—¡Dile «buenas tardes»! ¡Díselo, por el amor de Dios! —gritó una mujer al fondo.
—¡Usted cállese, señora metiche! ¡Esto es entre el imbécil que va manejando y yo! ¡TÚ…,
estúpido! ¡Respóndeme como la maldita gente civilizada, pedazo de mierda!
—B-buen…, b-buenas t-t-t-tardes, señor.
—¡BUENAS TARDES PARA TI TAMBIÉN! ¡Toma tus asquerosos 10 pesos, idiota!…
¡Mierda! ¡¿Por qué no pueden responder a un maldito saludo de cortesía?! ¡Estúpida gente
indecente! ¡Me lleva la chingada!... … … ¡YA AVANZA EL PUTO CAMIÓN! ¡¿QUÉ
ESTÁS ESPERANDO?!
—S-sí, sí.
—¡Usted, señora, deje de mirarme así, es de mala educación!
—Lo…, lo siento, señor. No me mate, por favor.
—¡La perdono!
—G-gracias, gracias.
—¡Ya cállese! ¡Me está irritando!… … … ¡¿POR QUÉ NO ESTÁ ENCENDIDO EL
AIRE ACONDICIONADO, CARAJO?! ¡ESTAMOS A 40 GRADOS! ¡ENCIENDE ESA
MIERDA! —le gritó de nuevo al chofer.
—S-sí, sí, lo siento.
—¡Y maneja bien! ¡No traes vacas, imbécil!
—E-entiendo, entiendo.
—¡Rayos! Lo que tiene que hacer uno para ser tratado como ser humano.
71
LXII
—¿Qué hacemos con el niño?
—Apareció de la nada después de la explosión de una bomba nuclear. ¿Tú qué crees?
Duérmelo y enciérralo en algún lado. Luego le haremos estudios.
—¡¿Qué?! ¡No, no, por favor! Necesito ayudar a mi amigo, está en problemas.
—¿Qué amigo, niño?
—El diablo. Él es mi amigo, él me mató y me devolvió la vida. Por eso aparecí de la nada.
Necesito ayudarlo a encontrar a unos sujetos que lo secuestraron en Japón.
—Sigue hablando.
—Vaya… Parece que tengo un plan. Les diré todo lo que quieran si me dejan en libertad y
me ayudan a encontrar a los que secuestraron a mi amigo.
Los dos militares intercambiaron miradas de complicidad.
—Está bien, te ayudaremos.
—¿De verdad? ¡Qué bien! Gracias, señores.
—¡Jaja! Pobre inocente.
—¿Y bien? Cuéntanos todo lo que sabes.
—Mi nombre es Gusakee Yomimoto. Tengo 13 años. Nací en Fukushima; pero a los 12 hui
a Tokio cuando mis padres murieron. Viví en la calle un tiempo, hasta que conocí a un
grupo de chicos iguales a mí. Ellos me enseñaron a… sobrevivir por mi cuenta. Luego,
cuando ya tenía 13, conocí al diablo. Fue hace tan solo unas semanas. Al verme se
sorprendió mucho y me dijo que me necesitaba para un trabajo. Les dijo a los demás chicos
que se fueran y no me buscaran jamás. Uno de ellos, el líder, al que llamábamos
simplemente «N», intentó apuñalar al diablo; pero él se defendió hábilmente y lo mató,
provocando que todos los demás huyeran.
—¿Por qué tú no huiste?
—No lo sé. Al ver al diablo me sentí más protegido que cuando estaba con los demás
chicos. A decir verdad, nunca me sentí bien con ellos. Siempre era yo el que se metía en
problemas por un poco de… No importa. Además, en ese momento no sabía que se trataba
del diablo. Sólo vi a un buen hombre sacándome de las calles.
—¿Qué trabajo tenía para ti el diablo?
—Quería a alguien que cuidara sus cosas mientras él no estaba. Me prometió alimentarme y
protegerme. Asimismo, me ayudaba a conseguir… «eso» que aprendí a desear por culpa de
los estúpidos que me lo indujeron… Ese tonto N se lo tenía bien merecido. Todo el tiempo
nos amenazaba con su navaja. Me da gusto que el diablo lo haya matado con la misma.
Nunca me cayó bien.
—¿El diablo te conseguía la droga?
—Al principio pensé que sí. Después, hace unos días, antes de morir, me enteré de que en
realidad no me estaba drogando del todo, sino que me daba pequeñas dosis para ayudarme a
dejarla poco a poco. Dijo que me necesitaba alerta.
—¿Antes de morir? ¿Estuviste muerto?... Pégate un poco más al micrófono, por favor.
—Sí. El diablo me mató para liberarme. Fue la misma noche que conocimos a un tal Rigo y
una tal Des. ¡Esos dos tontos lastimaron a mi amigo! ¡Lo secuestraron, se metieron en su
cerebro y ahora hasta lo intentaron matar con una bomba! ¡Son unos malditos! ¡Por eso
necesito salir de aquí y buscarlos para que paguen por todo lo que hicieron!
72
—Tranquilízate, niño.
Uno de los militares se acercó al oído del otro.
—Piensa que los empleados de Aaron arrojaron la bomba.
Regresaron la mirada a Gus.
—Sí, tienes razón, esos malditos deben pagar por lo que hicieron. ¿Sabes dónde están?
—La muerte nos dijo que estaban escondidos en un laboratorio submarino en el océano
Pacífico.
—¿La muer…? Eeeh… ¡Bien hecho, chico! No te preocupes por buscarlos, nosotros nos
encargaremos de ellos.
—¡Genial! ¡Muchas gracias, señores!
—Mira, niño, mientras mi compañero le avisa a nuestros superiores dónde se esconden esos
malnacidos de los que hablas, quiero que me cuentes más sobre la muerte y cómo
apareciste de la nada en la zona de impacto.
—Sí. Conocí a la muerte este día. Se presentó en nuestro departamento junto a otro sujeto,
un tal Gabriel. Él, Gabriel, y el diablo, mi amigo, se pelearon durante varios minutos.
Parecía que ya se conocían. Entonces todo el departamento empezó a oscurecerse, el diablo
me sacó de ahí y me llevó a una selva o algo parecido. Una hora después apareció en la
selva y me trajo a Italia para comer pizza. Yo no… podía… comer pizza porque…
Disculpe, tengo mucha hambre. ¿Me podría… traer… pizza?
—Claro, niño, cuando termines.
—… Creo…, creo que no tengo fuerzas para seguir. Necesito comer… pizza…, de
preferencia.
—… Hijo de… Está bien, ya vuelvo.
—¡Espere! ¡Que sean dos pizzas grandes, por favor!... ¡Y un jugo!
—… ¿Algo… más…, niño?
—No, eso es… ¡Ah, y un chocolate! ¡Gracias, señor!
LXIII
—¿Y bien?
—E-espere un… poco… ¡Oh, sí! Está deliciosa. Muchas gracias.
—Niño…
—Bien… —tragó y volvió a morder la rebanada—. Deshpuesh de omer pizza fuibmos a
una biblio…
—¡Niño! ¡Primero trágate eso y luego habla!
—Sí —engulló—, lo siento… Como le iba diciendo, después de la pizzería fuimos a una
biblioteca a usar una computadora. El diablo quería conseguir en internet un submarino
para buscar a esos dos tontos en el fondo del mar, ya que sospechaba muy inteligentemente
que ahí se escondían. Después, el diablo dijo que me devolvería a la vida y ahí fue cuando
apareció de nuevo la muerte. Intercambió unas palabras con el diablo, le confirmó que el
par de tontos se escondían en el océano Pacífico y luego lo condenó a ser la muerte.
—¿A qué te refieres?
73
—Le dijo que ahora él, el diablo, sería la muerte. A partir de ese momento, mi amigo se
comportó muy extraño y después la bomba estalló. Como el diablo se había convertido en
la muerte, ahora no podía estar lejos de las almas. Dijo que tenía que guiarlas al Cielo.
Luego me devolvió a la vida, ustedes me encontraron y aquí estoy.
—Así que estamos tratando con la muerte y el diablo, simultáneamente —masculló el
soldado—. ¿Sabes algo más sobre tu amigo o sobre la verdadera muerte?
—No, nada. El diablo es muy reservado, y la antigua muerte desapareció después de
condenar a mi amigo. No sé dónde se encuentra ahora.
—¿Entonces es todo lo que sabes?
—Sí, es todo… ¡Lo juro, lo juro, no me dispare, por favor!
—No te preocupes, no te mataré —y disparó.
Gusakee Yomimoto recibió en el cuello un extraño y muy pequeño dardo que, luego de una
fugaz descarga eléctrica controlada, lo durmió instantáneamente—. Vengan por el niño —
le habló el soldado al micrófono.
LXIV
—Te tengo una buena y una mala noticia.
—¡Fernando! No pensé que tardarías tanto en llegar.
—Quise distraer un poco a quien sea que me está buscando.
—¿Adónde fuiste?
—Sólo me paseé un poco por México para que creyeran que había regresado a mi antiguo
hogar.
—Bien pensado.
—Lamento lo que sucedió en Italia. Sé que después de la explosión…
—No te preocupes. Son tiempos de guerra, perderemos a muchos, hagamos lo que
hagamos. Además, La VID siempre está en guerra y conoce los riesgos de lo que hace.
Cuando te contactamos, sabíamos en qué nos estábamos metiendo.
—¿Y bien? ¿Quién intentó matarme?
—Seguramente ya los conociste.
—… ¿Fueron… los de las camionetas negras?... ¿La OPD?... ¡Mintieron! ¡Dijeron que
ellos no habían mandado la bomba!
—Así es, mintieron. El ejército italiano no tuvo nada que ver con el ataque. Según nuestro
informante, el primer ministro de Canadá perdió los estribos y detonó la bomba que te
seguía día y noche.
—Ese imbécil… Ahora mismo sabrá…
—No hace falta. Darcy lo mató.
—¿Cranston? ¿Darcy Cranston? ¿Qué hace ese kiwi iniciando una guerra contra Canadá?
—Intentando detener una guerra contra ti, Fernando. Además, no se iniciará ninguna otra
guerra por eso. La OPD inventará algo para encubrir el asesinato del primer ministro. No
hay nada que un poco de pan y circo no pueda ocultar.
—¡Já! No son tontos… Está bien, los dejaré en paz por ahora. Tanta política y diplomacia
74
me aburre. Supongo que ya sabes qué sí me interesa.
—La venganza, lo sé. Pero antes de que te diga cómo llegar a ese laboratorio, quisiera
escuchar tus noticias.
—¡Ah, sí! Casi lo olvido. La buena noticia es que me deshice de la muerte. La mala noticia
es que, antes de deshacerme de él, me advirtió que me arrepentiría. ¿Por qué?
—… ¿Qué… acabas de hacer, Fernando?
—¿Lo arruiné?
—Y a lo grande.
—¡Carajo!
—¿Qué crees que harán las personas cuando se den cuenta de que no pueden morir?
—… ¿Qué?
—Dejarán de tener miedo.
—¿Y… eso es malo?
—Piénsalo un poco. ¿Te da miedo algo?
—Mmm… Miedo, lo que se dice «miedo», literalmente miedo, no. Pero me preocuparía el
aburrimiento eterno.
—Y por eso cuidas tu identidad, lo sé. Sin embargo, mírate, tú no le temes a nada y eso te
permite hacerlo todo. Si todos fueran como tú, si nadie sintiera miedo, las personas harían
cualquier cosa a sus anchas, sin miramientos. La muerte no es sólo un acontecimiento, un
proceso, una etapa del ciclo o una desgracia; la muerte es la causante del mayor de los
miedos. Gracias a ese miedo, el miedo a la muerte, el ser humano ha logrado encontrar su
punto de equilibrio entre el caos y la paz; entre el temor y la valentía. Se escuchará extraño
y un tanto paradójico; pero gracias al miedo a la muerte, el ser humano sigue vivo. Por eso
es import…
—¡Aburriiidoooooo!
—…
—Ya entendí, ya entendí. Tengo que regresarle su poder a la muerte antes de que todos los
estúpidos humanos se coman entre ellos... Maldita naturaleza… ¡Pero ni creas que me
disculparé con ese idiota! El muy insolente se atrevió a marcarme un feo tatuaje en mi
hermoso torso.
—Ve de una vez antes de que pase más tiempo.
—Está bien… No sé cómo te soporto. Tú también eres un idiota, Názar, no lo olvides.
LXV
—¡Gorditoooo! ¡Gooooorditooooo! ¡PINCHE PUERCO! ¡¿DÓNDE ESTÁS?!
—¿Me buscabas?
—¡Jojo! Sí que estás obeso.
—Antes de que me digas para qué has venido al Cielo, quisiera darte las gracias.
—… … … ¿Qué?
—Nunca me había sentido tan bien. Siempre vine a este lugar y jamás pude disfrutarlo
como ahora. Creo que la condición humana, su naturaleza efímera, es la que me permite
75
gozar de este paraíso.
—¿Y tú también ves árboles de chocolate?
—¿Qué? No. Yo sólo veo amor y felicidad. Mira, allá están unos niños jugando con sus
padres. ¿Ves aquella familia de más allá? Van a todos lados tomados de las manos.
—¿Qué clase de lugar es este? —susurró el diablo, desconcertado.
—Desde que llegué, siento una paz abismal dentro de mí. Ya nada me preocupa, nada me
molesta, todo me hace feliz.
—Bien, bueno…, es hora de regresar a la realidad.
—¿De qué hablas, Fernando? Esta es la realidad. La vida en la Tierra es sólo el camino
para llegar a esta meta.
—Como sea, vámonos.
—No iré a ningún lado. Aquí puedo descansar. Quédate con mi antiguo poder, ya no me
interesa.
—Suficiente, tengo que sacarte de aquí. Este sitio te está haciendo daño.
—No lo…
LXVI
—Bienvenido a tu trabajo. Aquí está tu tonto poder y tu vestido de oscuridad. No es
necesario que me agradezcas por la pérdida inmediata de peso.
—¿Qué es… esto? ¿Qué… estoy sintiendo?
—Eeeh… ¿Te quedaron gases por la gordura?
—¡ME DEVOLVISTE MI PODER, IDIOTA! ¡¡TE DIJE QUE ME DEJARAS EN EL
CIELO!!
—No eras tú el de allá. Sólo eras una pobre alma obesa e hipnotizada por una mentira. Te
liberé de esa realidad alterna llena de ilusiones ópticas.
—¡Eres un imbécil! ¡No sabes lo que es estar ahí! ¡No sabes lo que dices! ¡ESPERO QUE
TE PUDRAS EN LA INMORTALIDAD Y NUNCA LLEGUES A TOCAR EL PARAÍSO
COMO CUALQUIER HUMANO!
—Yo espero lo mismo. Ahora ve a matar personas o algo. ¡Ah! Hay por ahí unos ochenta
soldados italianos esperándote. Y ni te molestes en intentar hacerme tu títere de nuevo.
Antes de regresarte el poder, me encargué de limitar tu alcance a otros seres. Ahora no
puedes tocarme.
—Eres…, eres…, eres un… ¡Bah! Ya no importa… En fin… Sabía que tarde o temprano
tendría que regresar a tomar la guadaña. Te lo advertí antes de irme: soy indispensable.
—Sí, sí, el ciclo de la vida, bla, bla bla, la cigüeña y la guadaña, bla, bla, bla, el miedo, bla,
bla bla. Adiós. Tengo prisa.
76
LXVII
—¿Cómo te fue con la muerte?
—Todo ha vuelto a la normalidad. Ahora dime dónde encontrar a Bundy y DeShields.
—El océano Pacífico es muy vasto y mis ojos no pueden abarcarlo tan rápido. Al principio
pensé que encontraría su laboratorio en el centro del océano, en la nada, y ahí fue donde
enfoqué la búsqueda. Pero después de no hallar ningún indicio en donde hubiese sido el
mejor lugar para esconderse, intuí que tal vez habíamos sobrevalorado la magnitud de su
presupuesto, así que moví el rastreo a los lugares más cercanos a tierra, lo cual, por obvias
razones, es mucho más barato.
—Estás a una palabra de dormirme.
—… Esconden su laboratorio en el fondo del estrecho de Magallanes, específicamente en
el segundo sector, el central.
—¡Ah, claro, el estrecho de Magallanes! ¿Cómo no se me ocurrió?... ¿Dónde diablos queda
eso?
—Al sur de Chile.
—Gracias. Ya vuelvo.
—Espera un segundo.
—¡¿Qué quieres, Názar?! ¿No ves que tengo prisa por matar a esos imbéciles?
—Es curioso que vuelvas a mencionar a la muerte. ¿Te das cuenta de que no pudieras
hacerles nada como venganza si la muerte no existiera?
—¿Ya terminaste el sermón?
—Y, curiosamente, es la muerte lo que me preocupa en este momento. Pero no la muerte de
esos dos, sino la de Gusakee.
—¡Gus! ¡Lo había olvidado! ¡Mierda! ¡¿Qué le sucedió?! ¡¿Sabes dónde está?! ¡Carajo!
¡Obviamente sabes dónde está! ¡Dímelo!
—Ese es el problema. Sé dónde está; pero no cómo llegar a él.
—¡Demonios, Názar! ¿Qué clase de hacker eres?
—No soy omnipresente, Fernando. Mis alcances tienen un límite. Sé que la OPD lo
aprisionó luego de que lo devolviste a la vida, y naturalmente lo tienen en alguno de sus
laboratorios más restringidos y secretos. No obstante, desconozco dónde lo esconden.
—Fue mi culpa, maldita sea. Si no lo hubiera regresado a la vida, jamás lo habrían visto.
—En un momento así intentaría animarte; pero tienes razón, fue tu culpa.
—¡NO! ¡Fue culpa de la estúpida muerte que me poseyó para que hiciera su trabajo! ¡Si no
hubiera sido por él, yo no habría sentido ganas de mandar a Gus al Cielo y tampoco hubiese
tenido la idea de revivirlo para que se quedara en la Tierra!
—¿Y bien? ¿Qué harás primero?
—Sabes muy bien que Gusakee es prioridad.
—¿Y cómo piensas encontrarlo?
—… … … Mmm… ¡La muerte!
—¿De nuevo?
—¡Sí! ¡Eso es! ¡La muerte debe saber dónde se encuentra cada alma! ¡Él me dijo que
Bundy se esconde en el océano Pacífico!
—¿Y crees que querrá ayudarte a encontrarlo?
—Tendrá que hacerlo, le guste o no.
78
CAPÍTULO 6
66
LXVIII
—¡Muerte! ¡Gordito! ¡¿Dónde te escondes?! —gritó el diablo en medio de una casi
desolada calle—. Mmm… Creo que debe de estar trabajando. Tengo que conseguir a
alguien a punto de morir… ¡No! ¡Mejor aún! ¡Mataré a alguien! Oye, tú, ¿cuántos años
tienes?
—¿Yo?
—Sí, tú, cara de idiota. ¿Cuántos años tienes?
—19…
—Bien, ya estás viejo. Llegó tu hora de morir.
—¿Mi hora de…? ¿P-por qué?
—Es por una buena causa. Cállate y no te muevas.
—¡N-no, por favor, señor! ¡No, no, no me haga nada, se lo suplico! ¡AUXILIOOOO!
—¡Deja de moverte, estúpido! Necesito cortarte el cuello.
—… ¡Mierda! ¿Otra vez tú?
—Llegas justo a tiempo. Necesito tu ayuda… Niño, tuviste suerte. Ahora podrás contarles a
tus amiguitos que el diablo intentó matarte y la muerte te salvó la vida, literalmente. Ahora
lárgate.
—¡Ya déjame en paz, por el amor de Dios!
—Sólo vengo a preguntarte dónde está…
—¡Ya te dije que en el océano Pacífico!
—¡Déjame terminar, animal! Estoy buscando a Gusakee. Lo secuestraron esos de la OPD.
No sé si sepas quiénes son y no me interesa saber si sabes; pero quiero que me digas ¡dónde
se encuentra Gusakee!
—¿Por qué tanto interés por ese mocoso? Consíguete otra mascota y ahórrate problemas.
—… … …Si no me dices dónde está Gusakee, te atormentaré por el resto de la eternidad,
maldito pedazo de estiércol.
—Está bien, está bien… Dame un segundo… … … Mmm… Al parecer… está en
África…, en el Sahara…, en Níger.
—¿Nigeria?
—No. Dije Níger.
—… … ¿Algún otro dato? No tengo ni puta idea de dónde se encuentra ese lugar.
—Es un país.
—Pues entonces sé más específico. No puedo perder tiempo buscando a Gusakee en todo
un país.
—Se encuentra en… Mmm… Parece ser un sitio al que llaman Área 32. Ésta se halla
escondida en el interior del desierto del Sahara, literalmente en el interior. Es un cuartel-
79
laboratorio subterráneo. Su entrada está cerca de la frontera con Libia. Cuando veas una
roca en forma de serpiente, ahí es.
—¡Bien! Gracias.
—Ya no me busques, por favor. Me vas a volver loco.
—Sí, como sea. Adiós.
—Es en serio.
LXIX
—¡Buenas tardes! ¡Bueeenaaas taaaaaaardeeeees! ¡¡BUENAAAS TARDEEEEEEEES!!
De pronto, explosiones—. Así que quieren jugar con eso.
El diablo destruyó las rocas de un puñetazo y comenzó a bajar unas sombrías escaleras de
metal.
—¡Alto! ¡No des un paso más!
—¡Ja! Por favor, no me hagas reír.
Las balas albas de su escuadra blanca salieron en todas direcciones. Minutos, disparos y
detonaciones más tarde, no quedaba nadie vivo, salvo El diablo de Estocolmo—… Mmm…
Qué extraño, no está por ninguna parte… ¿Me habrá mentido ese estúpido?
En eso, los vestigios del Área 32 explotaron, dejando un enorme cráter en su lugar—.
¿Qué… fue… eso?... … … Imbéciles. Seguramente guardaban información clasificada...
En fin.
LXX
—¡No, por favor! ¿Por qué te empeñas en molestarme? Ya te dije lo que querías. ¡Lárgate!
—Deja de llorar, cerdo mentiroso.
—¡Oye, ya no estoy gordo!
—Pero sí eres un mentiroso. Gus no estaba en ese lugar… y ahora tampoco ese lugar está
en ese lugar…; pero eso no importa. Lo importante es que me mentiste y pagarás por eso.
—¡Espera! Te dije la verdad. Su energía vital estaba localizada ahí… … ¡Oye, tienes razón!
Ya no puedo sentirlo en ese sitio… Qué extraño.
—No estés jugando conmigo.
—Calla… Estoy…, estoy sintiendo algo. Su energía se encuentra ahora en una tal Área 47.
—… Por tu bien, espero que…
—Te lo juro. Se encuentra en el interior del Macizo Vinson, en la Antártida.
—Genial. Primero el lugar más caliente del planeta y ahora el más frío. ¿Luego qué? ¿El
fondo del mar?
—Sé que ahora sí estará en esa Área. Si no está ahí, te prometo que te acompañaré al
siguiente lugar.
80
—Créeme, no tendrás opción.
—Lo sé —suspiró la muerte.
LXXI
—La montaña hizo ¡Ka-boom! y no encontré a Gusakee por ningún lado. ¡¿A qué mierda
estás jugando, estúpido?!
—N-no estoy jugando. Su energía vital desapareció justo momentos antes de que
regresaras.
—Esto no me está gustando.
—Ni a mí. Ahora su…
—¡Ya! ¡Estoy harto de esto! ¡Llévame adonde sea que esté y cierra tu asqueroso… lo que
sea que uses para hablar!
LXXII
—Estamos en el Área 66. Este es el único lugar donde aún siento su energía; pero mucho
menos intensa que antes.
—Perfecto… Sí estaba bajo el agua… Cómo me gustaría matarlos a todos.
De pronto, una alarma.
—¡ENTIDAD NO IDENTIFICADA, ENTIDAD NO IDENTIFICADA! ¡MANTÉNGASE
DONDE ESTÁ Y ESPERE CONTACTO! ¡ENTIDAD NO IDENTIFICADA, ENTIDAD
NO IDENTIFICADA!
—¡AARGH! ¡QUÉ ALARMA TAN MOLESTA!
—¡ENTIDAD NO IDENTIFICADA, ENTIDAD… NUO… IDENTifuicaduaaaaa…!
—Eso le enseñara a esa estúpida computadora.
—Deja de pelear con los electrodomésticos de estos sujetos y mira, la puerta se abrió.
—… … Un segundo… Yo conozco a ese idiota… ¡COCTEL! ¡Devuélveme al niño ahora
mismo!
—Sr. Luciani, nos da gusto volver a verlo.
—Cállate y dime dónde esconden a Gusakee si no quieres que tu tonto laboratorio
submarino acabe igual que los otros dos.
—No te preocupes. Este es el número 66. Tenemos varias decenas de ellos sólo en este
planeta. El hecho de que hayas llegado al 32 y al 47 fue solamente un experimento. Sí,
fuiste nuestro conejillo de Indias.
—Oh…, oh… Creo que no es buena idea insultar al diablo.
81
—¡HIJO DE PUTA! ¡TÚ SERÁS EL PRIMERO!
—Y entonces el niño morirá.
—¿Morir? ¿Mo…rir? ¡JAJAJAJA! ¡Ni siquiera la muerte tiene permitido tocar a Gusakee!
No sabes en qué te estás metiendo, baboso.
—No hablo de una muerte natural. Sabemos que por alguna razón tienes el poder de matar
y revivir a quien se te plazca, así que vimos infructuoso amenazarte con deshacernos
físicamente de tu amigo. Decidimos que era mejor idea aprisionarlo en vida, y no me
refiero a meterlo en una celda, cosa que podrías destruir sin problemas; me refiero a retener
su conciencia en una realidad a la que jamás tendrás acceso: la virtual.
—¿Q-qué estás diciendo, idiota?
—Mira quién ríe ahora… Te estudiamos…, te estudiamos tan bien que conocemos tus
límites. La materia y la energía tal vez no se te resistan; pero el mundo artificial nos
pertenece. Eres un ignorante, un imbécil que no sabe nada de cifras, de datos, de ecuaciones
ni informática. El futuro le pertenece a la tecnología, a las computadoras, a la
programación, a la realidad virtual. ¡El futuro le pertenece a los programadores! Bienvenido
al nuevo mundo... Tarde o temprano prescindiremos de ti y de cualquier otra ley de la
naturaleza. Tu tonto amiguito, Gusakee, ya forma parte de eso. Será nuestro viajero, nuestro
ratón de laboratorio.
—¿Qué… le hiciste?
—Ahora mismo está profundamente dormido en una Cápsula de Concentración Cerebral
por Anegamiento, la «3CA».
»Mientras su cuerpo permanece inmóvil y ajeno a nuestra realidad material, su mente le
pertenece a la realidad artificial, a la virtual. Probablemente se encuentre yendo y viniendo
por todo el universo que creamos. Y el truco no acaba ahí. Quizá te jactes de ser el ente más
fuerte que jamás ha existido; pero no tienes ni conocimientos básicos de informática, y si
desconectas al mocoso sin antes haber finalizado correctamente la Transición, se perderá en
algún punto de la realidad virtual, su mente quedará en un trance eterno de desorientación
y, en nuestra realidad, se convertirá en un… costal inservible de huesos, carne y sangre…
En otras palabras, si quieres que el niño siga vivo, tendrás que velar por la seguridad del
Área 66 y todos los cerebros que hacen posible su funcionamiento.
El diablo bufó.
—Hagamos un trato —masculló, segundos después.
—A eso iba. Gracias por recordármelo… Soltaremos a Gusakee a cambio de tu cuerpo y
mente. Si dejamos en libertad a tu amigo, te comprometerás a ser examinado
minuciosamente sin condiciones ni represalias de tu parte. Esto incluye permitirnos
experimentar con tu entidad.
—Me entregaré…; pero no te molestes en experimentar conmigo. Bundy y el otro imbécil
ya lo hicieron. Me secuestraron para hacerme no sé qué cosa. Desconozco las conclusiones
a las que llegaron; pero si quieres resultados, búscalos en su laboratorio submarino en el
océano Pacífico. Y cuando tengas lo que quieres, hazme un favor y mata a esos idiotas.
—Veo que no estás al tanto.
—…
—Desirée y Rigoberto abandonaron el laboratorio antes de que pudiéramos encontrarlos.
Cuando llegamos, no quedaba rastro de ellos, sólo máquinas destruidas. Borraron toda
evidencia. Incluso… ¡Jaja! Descubrimos que asesinaron a Aaron antes de desaparecer.
—No sé quién demonios es o era Aaron y no me interesa. ¡¿Dónde se esconden ahora esos
dos?!
82
—Nuestros satélites lograron captar un campo gravitatorio no identificado justo en la
exosfera… y luego nada. Según nuestras hipótesis, salieron de la galaxia en menos de un
parpadeo.
—… … Gordito, debes de saber dónde se encuentran.
—¿«Gordito»? ¿Con quién hablas?
—No…, no lo sé… Mi poder se limita a este planeta, pues esta tierra fue asignada a los
humanos… Sólo…, sólo sabré dónde están cuando mueran. Entonces mi instinto me dirá
adónde tengo que ir para liberar sus almas y enviarlas al Cielo.
—Mmm…
—¿Se siente bien…, Sr. Luciani? —se burló Martini.
—¡Cállate! No estoy hablando contigo, estúpido coctel rancio.
—Lo siento, diablo, en verdad no te puedo ayudar en esto… N-no me lastimes, por favor.
—…
—… … … ¿Y bien? ¿Ya tomaste una decisión?
En eso, aquel domo subacuático empezó a sacudirse violentamente.
—No es que esté de parte de ellos, diablo; pero ya te advirtieron que no debes de…
—¡GGH! Está bien. Hagamos el trato —gruñó el diablo. La cúpula se detuvo.
—Es una decisión muy inteligente de su parte, Sr. Luciani.
—Trae a Gusakee para saber que está bien. Cuando lo vea, haremos el intercambio.
—¡Ja-ja! Nos subestimas, idiota. No confiamos en ti. Te conocemos tan bien como para
saber que en cuanto despertemos al niño destruirás todo.
Tobías sacó su celular, se aceró tranquilamente al diablo y extendió su mano para mostrarle
la imagen de Gusakee dentro de la 3CA—. Es una transmisión en vivo y… si presiono este
botón… podrás ver cómo ahogo a tu amiguito... Es el riesgo de sumergirte a una de esas
cápsulas. Si algo falla, te mueres.
—Detente. Dije que acepto el trato. ¿Qué tengo que hacer?
—Entrarás conmigo al laboratorio y te meteremos en otra 3CA. Cuando estés dormido,
soltaremos al niño.
—No sólo lo liberarán, lo dejarán donde yo les diga. Quiero que lo saquen de aquí y lo
lleven a Japón. El trato será el siguiente: me comprometeré a ser examinado
minuciosamente sin condiciones ni represalias de mi parte. Esto incluye permitir que se
experimente conmigo. A cambio, ustedes regresarán la mente de Gusakee a su lugar, lo
liberarán y lo llevarán hasta Nagasaki, específicamente a las puertas de la catedral de
Urakami. Una vez allí, ustedes se alejarán y jamás volverán a tener contacto con Gusakee
Yomimoto. ¿Trato hecho?
Tobías esbozó una sonrisa e intercambió un apretón de manos con el diablo. Cuando
Martini alejó la suya, se percató de que el diablo sostenía una hoja blanca que
posteriormente incineró sin decir ni una palabra.
—Eeh… Por aquí, por favor —dijo Tobías algo desconcertado.
—Un segundo —el diablo dio media vuelta y se dirigió a la muerte—. No confío en estos
sujetos. Busca a un tipo llamado Názar y cuéntale todo lo que está sucediendo. Llévalo
hasta Gusakee para que le explique lo que pasó conmigo y que le diga al niño que me
espere y haga todo lo que Názar le ordene. Ah, y dile a este último que no intente hackear
la OPD, yo me encargaré de ellos. Cuando cumplas con mi mandato, puedes seguir
haciendo tu trabajo como la muerte —le susurró.
—No sé en qué momento me convertí en tu paloma mensajera; pero está bien, lo haré. De
cualquier forma, supongo que no tengo escapatoria.
83
—¡Ve y lleva mi palabra hasta su destino, oh, gran amiga muerte aquí presente! —exclamó
el diablo con teatrales ademanes.
—No soy mujer —masculló la muerte, agobiada, y desapareció.
—¿En verdad estabas hablando con la muerte? —le preguntó Martini al diablo, nervioso.
—Sí, es una vieja amiga. Ya sabes, son cosas que sólo alguien como yo puede hacer —se
jactó.
—B-bueno… Como sea. Sígueme.
LXXIII
—Ya está lista la segunda 3CA, Sr. Secretario.
—Gracias. Retírate, por favor.
—¡Gus!
—No haga nada estúpido, Sr. Luciani.
—¡Cállate! Sólo quiero corroborar que no tenga ningún rasguño… Te voy a sacar de aquí,
amigo. Resiste.
—Ya lo viste, ahora ven aquí… Desnúdate.
—… … … ¿Qué?
—No puedes sumergirte en la 3CA con ropa.
—… … … Est…, está bien… Hazte a un lado, no quiero picarte un ojo.
—… Idiota.
—Listo. ¿Ahora qué? ¿Quieres que te baile?
—Sólo métete en la cápsula y guarda silencio.
Varios cables, tubos y conductos terminaron en todo su cuerpo. Tan solo segundos después
de haberse cerrado la cápsula y haber sido anegado, el diablo comenzó a ser vencido por la
somnolencia. Del otro lado del cristal ya sólo podía ver la silueta de Martini—. Dentro de
poco conocerás el futuro de la humanidad —le dijo.
El diablo de Estocolmo frunció el ceño, hizo algunas señas para recordarle a Tobías que
debía liberar a Gusakee, y sus ojos por fin se cerraron.
LXXIV
—¿D-dónde estoy? —musitó el diablo, intranquilo.
Se hallaba en la mitad de una amplia calle. Edificios colosales lo rodeaban. No había
absolutamente nadie.
—Bienvenido al UniAversus —se escuchó una voz en el cielo. El diablo volteó hacia todos
lados—. No se asuste, Sr. Luciani. Ya sabe quién soy.
—Ah, eres tú —suspiró el diablo, abrumado—. ¿Ya liberaste a Gusakee?
—Descuida. En este momento está saliendo del domo. Llegará a Japón en un abrir y cerrar
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de ojos.
—¿Y bien? ¿Para qué me necesitas aquí?
—Primero que nada, para quitarte de nuestro camino en la Tierra. Segundo, para que nos
ayudes con algunos… pequeños problemas de código. Verás, puedes pensar en el
UniAversus como nuestra maqueta de Realidad Virtual Incrustada o «RVI». Ya está casi
lista; pero sigue siendo tan solo una maqueta y, como tal, aún tiene algunos errores. Hemos
perdido más de 3 mentes en el trayecto. Usamos a Gusakee como la mente número 5 para la
etapa de prueba. En él no encontramos ningún problema: su mente ingresó y salió de la
RVI sin inconvenientes. No obstante, hay algo que no logramos hacer con el niño, y es ahí
donde entras tú.
—Te escucho.
—Cuando diseñamos el UniAversus nos esmeramos en crearlo lo más fiel posible a la
realidad material, así que reprodujimos en programación las leyes que rigen nuestro
universo. Esto nos llevó a crear algo implícitamente: la nada.
—A-a ver, a ver, pequeño imbécil. ¿Me estás diciendo que crearon una realidad virtual
igual a la que pertenecemos?
—Así es.
—¿Y no era mejor, simplemente, no hacerlo y levantar sus traseros de las sillas para jugar
con lo que ya fue creado?
—Me sorprende su falta de visión, Sr. Luciani… A oídos profanos, nuestra creación puede
sonar absurda e innecesaria. Pero para oídos más perspicaces, la creación de la RVI emite
el sonido del siguiente escalón evolutivo de la raza humana… Te lo explicaré de este
modo…, pequeño imbécil: a simple vista no hay diferencia alguna entre la realidad material
a la que pertenecemos y la RVI, ya que ese era el plan. ¡Compruébalo tú mismo! Observa y
siente tu alrededor… No obstante, la gran disimilitud entre ambas realidades es que la
primera es inmanipulable. La segunda, en cambio, está completamente en nuestras manos.
Piénsalo un segundo: actualmente, si queremos explorar el espacio, tenemos que invertir
millones en infraestructura y pasarían años antes de que lográramos nuestro objetivo, no sin
correr una gran cantidad de riesgos. Pero si lo hiciéramos a través de un simulador virtual,
el riesgo sería nulo y sólo se necesitaría una única inversión: la construcción del simulador,
pues una vez creado éste, se podría hacer lo que sea sin comprometer nada real, ni vidas, ni
dinero ni materia prima.
—Ya veo —musitó el diablo, realmente cautivado por la idea.
—Bastaría con escribir unos cuantos comandos para enviar a un ser humano a la galaxia
vecina, incluso sin necesidad de una nave que lo traslade ni de un traje que lo proteja, pues
con la misma programación se pueden cambiar ciertas… limitantes que nos impone la
naturaleza… En palabras más simples, la RVI es como un videojuego. De hecho, ¡jaja!, así
le vendimos la idea a los gobiernos para que cayeran en nuestra red. Permíteme confesarte
que ellos también son unos ignorantes. Se sienten plenos al invertir en tecnología; pero ni
siquiera la entienden. Sólo buscan el aplauso del público que opaque el ruido de las
monedas que se robaron. Por eso fue fácil convencer a todos y cada uno de los países de
que invirtieran en la RVI.
—¡¿A todos?! ¿En qué demonios les beneficia esto a los gobiernos?
—Todo empezó, nosotros, inclusive, luego de «La Depresión del 21» y «La Guerra del 22».
La OPD se formó posterior a esos sucesos.
—Estúpidos adolescentes y su música rara.
—Pero gracias a ello, la mente de las personas se abrió a tal grado que nos permitió surgir
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como organización. Los gobiernos se percataron del poder de la tecnología aunada con la
mente humana. «¿Qué sucederá después?», se preguntaron muchos a causa de La Guerra
del 22. El miedo, la incertidumbre, hizo presa fácil a los gobiernos. Unos invirtieron en
armamento, otros en seguridad, otros más en mejorar la calidad de vida de sus pueblos para
evitar una segunda Depresión. Pero todos estuvieron de acuerdo en unir sus recursos para
crear una organización que…
—Me estás aburriendo.
—…, que garantizara —atajó Martini— la seguridad mundial con vigilancia las 24 horas,
tanto en el mundo real como en internet. Así nació la OPD. Pero al principio éramos un
simple cuerpo policiaco más.
»Tiempo después, a uno de nuestros programadores más sobresalientes se le ocurrió crear
un videojuego gratuito que acaparara la atención de todos los humanos, sobre todo niños y
jóvenes, donde pudieran hacer cualquier cosa que en la Tierra no podrían… Sin leyes, sin
impedimentos y con código abierto... Esto para ayudarnos a rastrear comportamientos
violentos de una forma más rápida… Durante media década atrapamos pedófilos,
violadores, asesinos, etc. ¿Te suena el «Vida Alterna Virtual»?
—… Oh, ya, ya, lo recuerdo.
—El «VAV» fue la mejor idea que pudo haber tenido la OPD. Todos los gobiernos estaban
fascinados con el proyecto, pues el videojuego les permitía conocer y predecir las acciones
de los jugadores, por ende, de las personas en la vida real. De esta manera no sólo
ganábamos tiempo al encauzar nuestra vigilancia en individuos específicos con altos
índices de proclividad criminal, sino que también atraíamos, con el código abierto, a los
mejores programadores autóctonos del internet.
»El tiempo pasó y el VAV siguió cosechando frutos... ¿Puedes creerlo? Algunos grupos
criminales utilizaban el juego para planificar sus atracos. Qué estúpidos. En fin... En una de
las reuniones con los cargos mayores de todas las naciones: presidentes, reyes, ministros,
etc., el presidente de la República Democrática del Congo, Fulbert Zambaia, pidió que se le
facilitara infraestructura para implementar el VAV en todas sus universidades, pues
deseaba introducir un plan de estudios alterno-virtual que le permitiera incursionar en
ciertas ingenierías y ciencias. Los demás gobiernos aplaudieron la idea y muchos hasta la
adoptaron. Como verás, ¡jaja!, es cierto aquello de que la escasez agudiza el ingenio. Pero
yo, en cambio, mucho más visionario que esa caterva de políticos, descubrí el verdadero
potencial de aquella, aparentemente, cándida concepción. Si se podía utilizar el VAV como
simulador para casi cualquier tarea humana, ¿por qué no habría de poderse utilizar como
una alternativa de vida?
—¡Vaya! Sí que fumas de la buena —susurró el diablo, impresionado, mientras recorría
cautelosamente las impecables calles desiertas de aquella metrópolis virtual.
—Pero no soy tonto, no expuse mi idea de inmediato. Me reuní, primero, con mis
programadores más destacados y confiables para proponer la nueva etapa del VAV.
Algunos creyeron que sería una tarea imposible de terminar; pero al final del día todos
estuvimos de acuerdo en que debíamos de intentarlo aunque nos costara años, mentes y
millones. Sobre eso último se encargó el mundo entero. En otra reunión de la OPD le
presentamos la idea a los gobiernos. Esta vez lo hicimos no como un videojuego, sino como
un salvavidas de la raza humana. Tan solo les recordamos lo que sucedió en el 2022 y les
dijimos que teníamos la solución a todos nuestros inminentes problemas: en caso de otra
guerra mundial o catástrofe natural, se podría dormir a la raza humana en cápsulas de
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anegación, enviar éstas a un lugar seguro y llevar a cabo la Transición de sus mentes a la
realidad virtual, donde empezarían de nuevo; pero no desde cero.
—¿Dónde he visto eso? ¿Dónde? ¿En qué película? —preguntó el diablo. Ahora recorría el
interior de una habitación... Todo era tan real.
—Se le llama ciencia, y antes era ficción; pero hoy en día es una realidad.
—Como sea… ¿Qué sucedió después, abuelito? Continúa con tu historia, por favor —se
burló desde la cama, arropándose con las cobijas virtuales.
—Imbécil… Otro de los atractivos de esta idea era que mientras la anegación de la
humanidad no fuese necesaria, se podía utilizar la RVI para experimentar en ella antes que
en la vida real: pruebas nucleares, teorías científicas, viajes intergalácticos, etc., lo cual les
ahorraría muchas cosas a los gobiernos. Eso y más sin comprometer la realidad. Como era
de esperarse, todos alzaron la mano, maravillados. No obstante, sabían que la inversión
necesaria era tan grande que los países no lograrían juntar lo necesario, por lo que la RVI se
le presentó a los empresarios más poderosos. Éstos, mucho más ambiciosos y avispados, de
inmediato aseguraron sus bienes en la nueva realidad, es decir, decretaron en el contrato
que se les daría el doble de propiedades que la atesorada en vida. Posteriormente, los
gobernantes pidieron lo mismo y nosotros aceptamos sin titubear, pues lograr aquello era
tan fácil como escribir un par de códigos. Y teniendo listas las firmas y la inversión, nuestro
equipo creció. Llegaron físicos, químicos, biólogos, filósofos, psicólogos, etc. Los mejores
de todo el mundo. Trabajamos día y noche sin descanso. En tan solo 2 años terminamos la
RVI…, y henos aquí.
El diablo de Estocolmo se incorporó, bajó de un salto de la cama y aplaudió
entusiastamente al aire.
—¡Se acabó! ¡Se acabó! ¡Gracias al Cielo!... Hablas demasiado. Ya me estaba quedando
dormido.
—Sí, sí, muy gracioso. Pero ¿sabes? Al parecer, cuando hiciste el trato conmigo, olvidaste
lo mismo que olvidaron los inversionistas que hicieron posible la RVI: quien majea el
código se convierte en dios. No importa lo mucho que le hayamos prometido a los
gobiernos o a los magnates, en cuanto la RVI salga a la luz pública y todos deseen ser parte
de ella, porque lo harán, lo desearán como nada en el mundo, de eso nos encargaremos la
OPD, así tengamos que regalar mansiones virtuales, el mundo entero será dormido y sólo
aquel que quede despierto para escribir el código será el amo de todo. Como dicen en mi
pueblo: «El que reparte se lleva la mejor parte»… Permítame mostrarle un poco de mi
poder, Sr. Luciani.
De pronto, silencio. El diablo volteó hacia todos lados sin moverse. En aquella habitación
no había nada fuera de lo normal. Por lo menos él no advertía ningún cambio—. Los
detalles, Fernando, no olvides los detalles.
El diablo entonces se percató de que uno de los floreros había cambiado de color. Luego
cambiaron sus flores.
—¿Qué más tienes? —lo retó el diablo, aparentemente impasible; pero internamente alerta.
—¡Señor! Está aquí.
El diablo miró de inmediato sobre su hombro.
—¡¿Gus?! P-pero se suponía que te…
—¡Señor!
—¿Qué?
—¡Señor! ¡Por acá!
—¡Señor! ¡No, por acá!
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—¡Señor!
—¡Señor!
—¡YA! —gritó el diablo, encolerizado.
—No soy Gus, sólo soy un par de códigos —dijo el niño; sin embargo, su voz era la de
Tobías Martini.
—Ya entendí. Deja de hacerlo.
—Como podrás verlo, el mundo me pertenece…
—Este mundo, querrás decir.
—Y este se convertirá en el nuevo y único mundo, tenlo por seguro. Sin embargo, aparecer
niños no es la gran cosa. Todavía hay más por admirar.
En eso, el suelo de aquella habitación se empezó a convertir en lava. El diablo retrocedió
hasta quedar atrapado con la espalda en la pared.
—No clamaré —gruñó.
El piso volvió a la normalidad y el diablo aprovechó aquello para salir deprisa del edificio.
—¿Adónde va, Sr. Luciani?
Repentinamente, estando en la solitaria calle, el diablo se doblegó y cayó de rodillas.
—¡AGH!
—Sólo es un cáncer avanzado de páncreas. ¿No eras tú el diablo? Desaparécelo.
—¡¡AAAGH!!
—¿No puedes? Bien. Dejemos el cáncer a un lado.
El diablo se puso de pie sin el más mínimo dolor. Lo desconcertó—. ¿Alguna vez has
estado en un terremoto de 9 grados en la escala de Richter? —le preguntó Martini.
El diablo esperó, expectante. Inmediatamente, todo comenzó a sacudirse de forma violenta.
En cuestión de un parpadeo, los edificios cayeron uno a uno. El diablo tuvo que correr para
esquivar los escombros. Pero luego de unos segundos aquella ciudad pasó a ser un verde
campo—. Bonito, ¿no?... ¿Qué te parecería si le agregamos una manada de leones
hambrientos?
Los leones aparecieron, rodeándolo.
—No me gustan los gatos. Prefiero a los perros —bromeó el diablo, atento a los
movimientos de los félidos que lo acechaban.
Martini soltó una risa a secas. Aquellos leones triplicaron su tamaño, se volvieron bípedos
y sus rasgos se mezclaron con los de lobos. La noche cayó con tan solo escribir unos
comandos más.
—Vamos, Sr. Luciani. Tenía entendido que guardaba ciertos poderes bajo la manga. ¿Por
qué no aparece su pistolita blanca o cambia su aspecto para ganar más fuerza?... ¿O
necesita estar entre los colmillos de mis híbridos para sacar ese poder oculto?
Dos de los leones se abalanzaron sobre el diablo. Éste intentó protegerse, intentó, incluso,
hacer lo que Tobías sugirió; pero no lo consiguió, y una de las bestias le prensó un brazo
entre sus fauces. La otra le arrancó parte del hombro.
—¡¡¡AAAAGGGH!!!
—Decepcionante…, muy decepcionante.
Todo aquello se esfumó. Ahora el diablo se encontraba, ileso, en el escaño de un concurrido
parque. Sostenía un helado de fresa en una mano; y en la otra, un par de globos con helio—
. ¿Te gusta el de fresa o prefieres de chocolate?
El diablo dejó caer el helado y soltó los globos. Se recargó en sus rodillas para contemplar a
las personas. Había niños jugando por doquier… Todo era tan real.
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—¿Terminaste? —bufó.
—No, viene la mejor parte —se regocijó Martini—. Verá, Sr. Luciani, como recordará, al
principio de nuestra hermosa aventura virtual mencioné que al momento de crear el
UniAversus nos esmeramos en conseguir que fuera fiel a la realidad material. Por esa razón
tuvimos que programar las mismas leyes que rigen a ésta. Y como la piedra angular de
nuestra realidad natal es la dualidad, al instante en que creamos la materia virtual,
implícitamente recreamos otra particularidad de la naturaleza: la antimateria.
»El UniAversus estaba formado, desde su concepción, por materia (virtual, obviamente);
pero en algún lado tenía que existir la antimateria que recreamos. Posteriormente nos
percatamos de que esa antimateria se hallaba depositada en, técnicamente, todos los tipos
de enigmáticos agujeros espaciales: negros, blancos, de gusano, etc. Quisimos, pues,
explorarlos. Para no correr riesgos enviamos códigos, es decir, personas virtuales como las
que estás viendo en este momento. No son mentes reales, así que no había peligro alguno.
Sin embargo, al introducir a una de estas personas en los agujeros, sus presencias
desaparecían de nuestras bases de datos y no se volvía saber de ellos, por ende, no
obteníamos retroalimentación. Tuvimos que experimentar con mentes reales. Así fue como
perdimos a la número 2 de nuestras mentes. La primera fue con un error muy tonto: un
código mal escrito intercambió un automóvil por la cabeza de nuestro programador y su
mente se fue al demonio. Incineramos su cuerpo real hace un año. Pero, bueno, continúo: a
aquella segunda mente la introdujimos en un agujero negro, esperando que saliera de un
agujero blanco; no obstante, jamás lo consiguió. Su última señal de vida fue un «Us» como
despedida. El mensaje apareció por sí solo en nuestro código. Supusimos que quiso
escribirnos «Luz», pues probablemente quería ver algo en el interior del agujero negro;
pero no lo consiguió, aunque nunca supimos realmente qué significaba. Podían ser muchas
cosas… También incineramos su cuerpo real luego de semanas de nula respuesta. En fin…
Para no aburrirte con las demás historias, te diré que nunca obtuvimos un resultado
favorecedor en la investigación. Uno de nuestros programadores pensó en Gusakee para
seguir con los experimentos; pero se me ocurrió que nos servirá más como carnada. Él te
trajo aquí.
—No, yo vine solo. Él no tiene nada que ver en esto.
—... ¿Por… qué?... ¿Por qué tanto interés en ese niño?
—Ni te imaginas lo que acabas de dejar ir.
El diablo sonrió de oreja a oreja. Martini, desde su silla, frunció el ceño.
—Como sea. Llegó la hora de continuar con la última prueba… En nuestra realidad natal
nadie ha podido llegar a un agujero negro y nadie sabe con certeza qué hay en su interior o
qué sucede del otro lado. Gracias a la RVI, esto está por cambiar… o no.
»Sr. Luciani, está a un paso de probar si es merecedor del título que se adjudica. De lo
contrario, su mente se perderá en la nada.
De pronto, el parque empezó a girar y a oscurecerse. El diablo apareció en el espacio, a la
deriva, flotando. A kilómetros de distancia, un vórtice—. No tengo muchas expectativas en
ti. Verás, mientras estuvimos conversando tranquilamente, tu cuerpo fue examinado con
minuciosidad por los mejores científicos del mundo. Adivina qué descubrieron. Nada.
Hasta el momento no han encontrado nada anormal. Simplemente no posees ninguna
anomalía que te permita hacer lo que haces: desaparecer, aparecer, sanar, cambiar tu
aspecto, etc. Me informan que todo lo que puedes hacer, al parecer, lo haces sólo porque sí,
como por arte de magia. Eso quiere decir algo muy importante: definitiva e indudablemente
eres el diablo de la Tierra…; pero no del UniAversus. Hasta nunca…, Sr. Luciani.
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El diablo de Estocolmo fue arrastrado sobre todo el espacio por una fuerza invisible que lo
lanzó hacia el agujero negro, el cual lo abdujo en un parpadeo y lo hizo desaparecer para
siempre.
LXXV
Minutos antes:
—Adiós, niño.
—E-eh, n-no me dejen aquí, por favor, no conozco este lugar.
—Son órdenes del diablo.
—¿Eh?
—¡Gus! ¡Gus! Acá. Voltea.
—¡Tú! ¡Tú eres la muerte!
—Sí. El diablo me envió.
—¿Dónde está? ¿Qué sucedió con él?
—¿Ves esos hombres de allá? Los que te dejaron aquí. Trabajan para la organización que te
secuestró. El diablo se entregó para que te dejaran en libertad y ordenó que te trajeran a este
lugar.
—¿Por qué?
—Porque tenemos que hablar, Gusakee.
El niño giró de inmediato sobre sus talones. Detrás de él se hallaba otra persona. Era un
joven de 16 años, de cabello largo y con anteojos rectangulares.
—¡N!... P-pero…, pero si tú… Yo vi cómo te… mataron.
—Todo fue parte de una farsa.
—Es cierto. Este chico nunca murió. Te lo dice la muerte… Pero vaya que has estado más
cerca de la muerte que muchos adolescentes de tu edad. ¿Quién demonios eres, muchacho?
—Gus, señora muerte, mi nombre...
—No soy mujer.
—…, mi nombre real es Názar Reilly, líder y fundador de La VID, la agrupación de
hackers más grande del mundo, la cual puede ufanarse de haber acabado con La Guerra del
22... Exhibimos lo oculto, y ocultamos lo que la humanidad no está preparada para ver. Esa
es, a grandes rasgos, La VID, mi pequeña gran creación. Pero no estoy aquí para
entregarles mi «currículum vitae», sino para ponerlos al tanto de algo de mayor importancia
que acontece en nuestros días.
—¿Por qué este lugar? Las iglesias me ponen nervioso —opinó la muerte.
—Porque esta catedral es mucho más segura que, incluso, la guarida de La VID. ¿A qué se
debe esto? A la radiación que aún emanan estas tierras gracias a la bomba nuclear arrojada
el 9 de agosto de 1945. Lo más curioso de este suceso es que Nagasaki no era el blanco
principal, sino la ciudad de Niigata; pero una oportuna lluvia impidió que ésta fuese el
objetivo, así que se optó por Kokura; no obstante, esa mañana el cielo nublado impidió la
visualización del blanco. Y como el bombardero se estaba quedando sin combustible,
Nagasaki terminó siendo la ciudad elegida, la víctima de las circunstancias. Y así ha sido
90
siempre la vida…
»A tan solo 500 metros de esta catedral cayó la llamada «Fat Man». Pues la radiación
provocada por ese hombre gordo estadounidense impide que ciertos artefactos funcionen a
la perfección, artefactos como localizadores, micrófonos, radiotransmisores, etc... Incluso el
internet es pésimo en este sitio… Síganme. Los llevaré a mi despacho.
—¡No! Tenemos que ayudar al diablo. Él me rescató de ese laboratorio y yo lo...
—El diablo pidió que no interfiriéramos, Gus —le dijo la muerte.
LXXVI
—Tomen asiento, por favor…, sobre todo tú, Gusakee.
El niño tragó saliva. Názar sólo tenía 16 años; pero transmitía la madurez de un hombre de
30—. Primero que nada, quisiera disculparme contigo por lo que te hice pasar en Tokio.
Drogarte fue necesario para que no hicieras nada malo.
—¡Pero yo nunca quise hacer nada malo!
—Lo sé…; pero está en tu naturaleza hacerlo.
—…
—Es momento de que lo sepas… … … Eres uno de los extremos de nuestra realidad…,
eres… la encarnación del mal, Gusakee.
—¿La encarnación del…? ¿Eh?
—¿No tenía ese papel Fernando Luciani, el diablo?
—No, no lo tiene y nunca lo ha tenido. Fernando es una particularidad de la naturaleza. Él
es la encarnación de la neutralidad, es lo necesario para equilibrar las fuerzas opuestas e
interdependientes de la realidad. Pero él, a diferencia de Gusakee y yo, no precisa que uno
de nosotros exista. Nosotros, en cambio, requerimos del otro para seguir con vida.
—Tú… ¿Tú eres…?
—Soy tu contraparte, Gusakee. Por eso… —sonrió— nunca he logrado que nos llevemos
bien.
—¿Tú eres la encarnación del bien, niño?
—Así es.
—¿Por qué nadie me cuenta nada sobre esto? ¡Soy la muerte! Tengo que saberlo todo.
—Tu trabajo es otro, es independiente al nuestro.
—E-eh… Era una pregunta retórica; p-pero…, bueno, gracias por aclararlo.
—¿Y qué se supone que haga en el mundo? ¿Destruir todo? —preguntó Gusakee con la voz
entrecortada. Una lágrima cayó a su mejilla.
—… No hoy, quizá no mañana; pero en algún momento tendrás que hacerlo.
—¿P-por qué? Me gusta vivir aquí. No quiero… ser el malo.
—Decidirlo no te corresponde. Sería como si el fuego se negara a quemar.
—¡Yo no quiero ser la encarnación del mal o lo que sea que tú digas! ¡No te creo nada!
¡Eres un mentiroso!
—¡Gusakee! ¡Ven aquí!
—¡NO! ¡Quiero estar con el diablo! ¡Él sí es mi amigo!
91
—¡Él te necesita, Gusakee!
—… ¿Qué?... ¿El diablo me…?
—Siéntate, por favor, te lo voy a explicar... ¿Quieres un poco de agua?
—N-no... B-bueno, sí.
—… … … Toma, bebe despacio.
—… Gra…, gracias.
—Verás, Gusakee, todos, hasta la muerte aquí presente, fuimos creados con libre albedrío;
sin embargo, hay cosas que se salen de nuestras manos, que no podemos manipular, ya que
nuestra condición nos lo impide. Tal vez seamos las encarnaciones de las fuerzas que
equilibran la realidad en la que existimos; no obstante, seguimos siendo humanos y, como
tales, tenemos limitaciones. Fernando es como es porque su condición, su propia
naturaleza, su esencia, lo obliga a ser de esa manera: ignorante, imprudente, explosivo,
bipolar…, eterno. El diablo jamás dejará de existir porque es quien se encarga de darnos
vida a ti y a mí. Si tú mueres, yo muero; si yo muero, tú mueres; pero si uno de los dos
muere, el diablo nos resucitará, y es quien se ha encargado de unirnos desde que se
concibió la eternidad, siempre que el universo lo necesita, siempre con otros cuerpos y
otros rostros; pero siempre nosotros… ¿Sabes por qué yo estaba en Tokio y pude
conocerte?
—N-no.
—Soy australiano e ininterrumpidamente viví en mi ciudad natal, en Adelaida. Pero un día,
el diablo llegó buscando algo que hacer. No tenía adónde ir ni un objetivo en los
pensamientos, sólo se estaba dejando guiar, inconscientemente, por su instinto. Él pensó
que llegó a Australia para meterse en algunos problemas, ganar un poco de dinero, conocer
nuevas tierras, etc. No obstante, la realidad es que llegó a mi ciudad para ayudarme a
arribar a Tokio. Él no lo sabe, actualmente no lo sabe; pero en una de sus imprudencias,
mató a un sujeto que se dirigía a su hogar para reunirse con su familia. Aquel sujeto era mi
padre, quien nunca llegó a casa. Y, a causa de su muerte, mi madre murió a los pocos días
por depresión... Gusakee, una pregunta: ¿tienes hermanos, padres, tíos o algún familiar?
—N-no.
—Exacto. Eres hijo único, tus padres eran hijos únicos, tus abuelos lo eran, tus bisabuelos
también, y así sucesivamente; y todos están muertos… Mi historia es la misma: soy hijo
único de hijos únicos. ¿Sabes por qué?
—… No.
—Porque así debe ser… Cuando mis padres murieron, fui enviado a un orfanato. Pero hui a
las calles. Al morir tus padres, huiste a las calles; y cuando estabas por ser recluido a un
orfanato, te encontré y escapamos.
»Llegué a Tokio un año después de la muerte de mis padres. Si el diablo no los hubiera
matado, a uno con una bala, y al otro con el sentimiento, la historia hubiese sido muy
diferente. Y escogí Tokio porque te estaba buscando y quería protegerte. Cuando te
encontré, de inmediato supe que sería imposible convivir contigo, así que empecé a
drogarte. Eso mantenía dormida tu naturaleza negativa, pues, repito, aunque seas la
encarnación del mal, primero eres humano, y si tu humanidad te hace susceptible de ser
manipulado, no podrás hacer nada al respecto... Las drogas fueron el ancla que me permitió
mantenerte cerca sin correr riesgos. Y una vez teniéndote cerca, sabía que era cuestión de
tiempo para que el diablo nos encontrara. Semanas después, lo hizo… Él nunca me había
visto ni sabía quién era aunque yo ya lo había contactado hace años, a través de La VID…
Pero esa es otra historia… Cuando nos topamos de frente, vi en su mirada que ni siquiera
92
recordaba a mi padre; pero también sus ojos me dijeron que había encontrado lo que tanto
había buscado: su verdadera misión en esta vida.
»Esa tarde tú no estabas conmigo. Te había enviado por más droga. Yo caminaba por una
calle que sabía que debía transitar sin detenerme a reconsiderarlo. Entonces lo vi llegar a la
esquina, seguí caminando y me vio. Se detuvo de inmediato y se asustó. «¿Quién diablos
eres?», me preguntó. Le respondí que yo era su respuesta y lo entendió.
»Procedí a explicarle quién era yo, quién eras tú y quién era él. Lo puse al tanto, también,
de lo que había acontecido todos esos años y cómo, sin desearlo, la vida nos había unido a
los tres. Le aclaré que él siempre había existido; pero que hasta hace unas décadas su
esencia se encarnó, puesto que un gran cambio en el universo acontecería. Por eso tuvimos
que nacer tú y yo, primero yo y luego tú, por una diferencia de tan solo 3 años… Me
preguntó cuál sería específicamente ese gran cambio y le dije la verdad: «No lo sé, sólo sé
que sucederá en poco tiempo». Me preguntó entonces qué debía de hacer él para contribuir,
y le confesé que no había nada en especial que debiera hacer, sólo ser él y hacer lo que se le
placiera, pues su instinto, su inconsciente, lo llevaría a hacer lo que la naturaleza necesita
que se haga para que nosotros…, tú y yo… …, nos enfrentemos una vez más a muerte.
—… … … ¿Q-qué..?
—Así es. No sé cuándo, dónde, por qué ni cómo; pero ocurrirá dentro de poco.
—¿Tendremos que morir?
—Todos morimos, sólo lo haremos más rápido que otros humanos. Sí, nos enfrentaremos
tarde o temprano porque así debe ser.
»Aquella tarde, Fernando insistió en conocerte. Quería verte y convivir contigo. Me dijo
que deseaba pasar los últimos días de paz enseguida de la encarnación del mal. Acepté sin
objetar, pues no era el diablo quien hablaba, sino su instinto… Sugirió que fingiéramos un
enfrentamiento para que tú pensaras que el diablo te había librado de esa vida de perdición,
y también accedí a hacerlo, porque así debía ser.
»Esa misma tarde tú conociste al diablo y él te alejó de mí. Esa misma tarde yo tuve otra
revelación. Esa misma tarde supe que el diablo dejaría este mundo antes que nosotros; pero
la revelación nunca especificó cómo lo haría. Pues esta tarde, cuando la muerte llegó a la
guarida de La VID para darme un mensaje del diablo, lo supe… El diablo acaba de dejar
este mundo. Mientras hablamos, se me reveló que Fernando Luciani Sansixto, el diablo, El
diablo de Estocolmo, se ha ido.
93
CAPÍTULO 7
UNUSTELÉCTUM
—¿Q-q…, qué? ¿S-se fue?
Su voz se quebró. Gusakee no lo podía creer.
—¿Es en serio? —inquirió la muerte.
—Sí. El diablo ya no se encuentra en nuestra realidad.
—¡¿Dónde está ahora?! —preguntó el niño, consternado.
—Un momento… —intervino la muerte—. No…, no siento nada… El diablo no… No
puedo sentir que haya muerto.
—Jamás dije que Fernando murió, sólo que se había ido, pues su mente ya no está en este
mundo, ya no está entre nosotros.
—¡¿Volverá?! ¡¿Volverá?! ¡¿Cuándo?! ¡Tenemos que ayudarlo a que regrese!
—No lo sé, no sé cuándo ni cómo; pero si Fernando dijo que no interfiriéramos, y que él
iba a solucionar todo, es porque así lo dijo su instinto, es porque así debe ser y no queda
más que guardar la calma y seguir con nuestras vidas hasta que el diablo regrese y el caos
profetizado por fin comience.
—¿Cómo sabes todo eso, N?
—La clarividencia es uno de los dones que se me otorgaron por ser la encarnación del bien.
Uno de tus dones, Gusakee, por ser la encarnación del mal, es el «Omniexitio», cualidad de
«Omniexitente», es decir, tienes el poder de destruir y destruirlo absolutamente todo con
sólo desearlo. Por eso es imprescindible evitar que te enojes.
—¿Por qué yo tengo que tener un poder tan malo?
—La destrucción no es mala, Gusakee, la destrucción forma parte de la vida. Inclusive, el
universo, esta realidad, la vida, todo lo existente actualmente, se creó gracias a una
explosión. En otras palabras, un poco de esto y de aquello tuvo que destruirse para crear
una reacción en cadena que creó vida.
Gusakee se sorprendió—. Por otro lado, volviendo a lo de los poderes, los poderes
característicos de Fernando, la encarnación de la neutralidad, son la indiferencia, la
independencia, la inmortalidad y un poder de creación y destrucción; pero este último no
tan grande como el tuyo.
—Vaya —suspiró el niño.
—Bueno, jovencitos, me dio gusto enterarme de todo esto; pero no me gustó enterarme
hasta ahora, así que, si me disculpan, iré a buscar a El Creador. Tengo que hablar
seriamente con él. Hasta luego…, encarnaciones del bien y el mal.
La muerte desapareció sin más. Názar y Gusakee se vieron las caras en silencio durante
unos segundos.
—¿Entonces a esperar? —preguntó el último.
—A esperar.
94
LXXVII
Todo era blanco en aquel lugar; pero no un blanco sólido, sino como un destello perpetuo y
ubicuo. Nada se veía, nada se escuchaba, nada se olía, se sentía ni se cataba. Al parecer,
ninguno de los sentidos funcionaba.
—¿Estoy en el… Cielo? ¿Morí? ¿En verdad morí?
—Hola, humano.
—¡AY, CABRÓN! ¿Q-quién…, qué eres tú? ¡Oh, mierda! ¡Hay otro! ¿Q-qué son ustedes?
Entre aquel eterno destello, el diablo logró distinguir dos siluetas. Ambas aparentaban ser
tan blancas como el entorno; pero, en realidad, eran transparentes. El único rasgo de otro
color que tenían eran sus ojos: negros como el espacio.
—Al inicio de los tiempos nos bautizaron como «Unusteléctum»; pero puedes decirnos
simplemente «Unus». Bienvenido a nuestro dominio, el «Unuscéntrum».
—¿Y qué es aquí? Se parece mucho al Cielo.
—No, para nada, esto no se parece ni en lo más mínimo al Cielo. Es evidente que no has
estado ahí.
—Créeme, cosa con ojos negros, sí he estado ahí y se parece mucho a esto.
—Mmm… Hay algo distinto en ti. No eres un humano ordinario. Tus pensamientos no se
encuentran libres en el Unuscéntrum.
—¿A qué te refieres, cosa?
—Pon atención y lo verás.
Aquellos seres figuraron girarse hacia un lado. El diablo, irresoluto, miró hacia el
inexistente horizonte.
—No veo nada.
—Exacto. No se trata de ver.
—¿Y de qué… mierda se trata entonces?
—Percibe.
—… ¿Y… eso qué significa? —El diablo entornó los ojos, agobiado—. ¡Esperen! ¡Lo
ve…, lo percibo!
Cerró por completo los párpados. Aquel entorno cambió para él: lo blanco se volvió negro,
lo negro se volvió blanco y lo transparente se volvió luz, luz celeste, destellos eléctricos. De
eso estaban formados aquellos Unusteléctum.
—Ahora lo percibes.
—¡¿Qué es?!
—Son los pensamientos de todos los seres vivos.
El diablo miró a su alrededor. Estaba ceñido por hebras infinitas de luces conectadas entre
sí por finas ramificaciones.
—Creo…, creo que he visto esto en otro lugar.
—Las conexiones neuronales en algunos seres vivos fueron inspiradas en el Unuscéntrum.
—Oooh, ya veo, qué impresionante… ¿Y cómo salgo de aquí?
—No pareces realmente sorprendido.
—Tengo cosas más importantes que hacer, no puedo quedarme a ver lucecitas. ¿Dónde está
la salida?
95
—Eso depende de ti.
El diablo gruñó.
—No me gustan los acertijos. Habla claro, maldita luciérnaga.
—Para salir de aquí, primero tienes que saber cómo entraste, ¿no?
—… … … Buen punto. Continúa.
—¿Cómo entraste?
—¿Eh?
—Es una pregunta.
—¡Ya sé que es una pregunta! ¿Por qué me lo preguntas a mí? Tú vives aquí, dime por qué
o cómo es que estoy en este lugar.
—No lo sé. Nadie aquí sabe por qué llegaste al Unuscéntrum. Como te lo dijimos antes,
eres un ser humano inusual, tus pensamientos no se encuentran libres... Hace unos
momentos, llegó un niño con una mente parecida a la tuya...; pero se fue de inmediato. Ni
siquiera logró quedarse lo suficiente para pronunciar la primera letra de «Hola».
—… ¿Un niño?... ¿Gusakee? ¿Názar?
—No lo sabemos. Como te lo dijimos antes, su mente era muy similar a la tuya, pues sus
pensamientos no estaban libres en el Unuscéntrum, no formaban parte de él.
—No estoy entendiendo. ¿Por qué llega alguien aquí?
—Verás, humano inusual, el Unuscéntrum se encuentra en el centro de «El TODO». El
TODO es la realidad que engloba todas las demás realidades existentes e inexistentes. Éste,
El TODO, se divide en 3 realidades más pequeñas: la inferior es la «Realidad material»; la
central, donde nos encontramos, es la «Realidad mental»; la superior, donde se encuentra El
Creador y el Cielo, es la «Realidad espiritual».
—Pues en realidad no deseaba saberlo; pero, bueno...
—Los seres vivos, al igual que El TODO, se dividen en 3 condiciones o esencias: la
inferior es la materia, la central es el alma, y la superior es el espíritu. El cuerpo, la
condición inferior, la materia, está diseñada para ser autosuficiente, es decir, funcionar por
sí sola, mediante el instinto, sin la ayuda de las demás condiciones. Sin embargo, El
Creador diseñó una mente para cada ser, una mente que permite controlar a la esencia
inferior, a la máquina, al cuerpo. Y para lograr eso, a cada mente la creó con libre albedrío;
y al momento de dotar a los seres vivos de libre albedrío, implícitamente los dotó de
receptividad, que les ayuda a percibir, evaluar e interactuar con su entorno en la medida de
sus posibilidades, en la medida que su individualidad se los permita. A esa segunda esencia,
a esa mente, a ese libre albedrío y receptividad se le llamó alma. Por último, pero
principalmente, está el espíritu, la condición superior que conforma a los seres vivos. El
espíritu es el don que da vida, es el equivalente a la sangre que ocupa el cuerpo, es lo que
une a cada creación con El Creador. El espíritu es la herencia que le dejó el padre al hijo.
—Estás a una palabra de matarme de aburrimiento.
—Esas tres esencias, en orden descendente, es decir, de superior a inferior, son las que El
Creador utiliza para crear a un ser vivo. Y cuando éste muere, cuando la vida del ser vivo se
acaba, desaparece en orden ascendente, es decir, de inferior a superior. Primero
desaparecerá el cuerpo, la materia, y liberará al alma y al espíritu. Cuando el cuerpo muere,
inmediatamente el espíritu regresa al Cielo a fundirse con el espíritu de El Creador, a
fundirse con El Creador mismo. Paralelamente, el alma, la mente, la segunda condición,
asciende al Unuscéntrum para fundirse con los pensamientos de todos los demás seres
vivos. Una vez absorbida toda la información, el alma inmediatamente se eleva al Cielo
para disfrutar del descanso eterno.
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—Entonces supongo que si estoy aquí es porque morí y vengo a absorber todo el
conocimiento. Sin embargo, eso no es posible, ya que…
—El Unuscéntrum aloja las mentes de todos los seres vivos: humanos, animales, plantas,
piedras, etc. Todos los pensamientos salen y entran de aquí; se encuentran transitando
libremente por el Unuscéntrum, por lo que todas las mentes de los seres vivos están
conectadas a través de este gran transmisor, lo cual permite que una especie reconozca y
comprenda a otra, y que la acepte como a su semejante. El viaje que realiza un alma por el
Unuscéntrum cuando el cuerpo muere es para que se purgue de los pensamientos negativos
ganados por el cuerpo, por ejemplo, los prejuicios, y pueda ascender al Cielo con el
conocimiento real y absoluto de El TODO. Ahora bien, la muerte no es la única puerta para
entrar al Unuscéntrum. En ocasiones, la primera esencia, la materia, sufre algún daño y la
mente no puede habitar de forma correcta ese cuerpo. En esos casos, la mente regresa al
Unuscéntrum y permanece aquí hasta que el cuerpo se arregle, lo cual la haría regresar a la
Realidad material o, por el contrario, hasta que el cuerpo muera definitivamente, lo cual la
liberaría y la regresaría a la Realidad espiritual. Un caso muy usual es lo que ustedes llaman
muerte cerebral. En esta situación, el cuerpo, específicamente el cerebro, el receptor
material de lo transmitido por el Unuscéntrum, sufre un daño que lo deja paralizado, pero
aún con vida. Esto provoca que la persona no muera ni viva. Su alma, su mente, su libre
albedrío, su receptividad, no puede permanecer dentro de su cuerpo; pero tampoco puede
deshacerse de él. Por eso el alma no logra quedarse en la Tierra ni ir al Cielo, así que se
queda un tiempo en el Unuscéntrum. Mientras una de las dos posibilidades sucede, las
almas aprovechan para explorar los pensamientos de todos los seres vivos.
Lamentablemente, es tanta información la que acumulan, y tan pequeña la condición
corpórea, que cuando el cerebro vuelve a funcionar y el alma regresa al cuerpo, olvidan
todo lo que absorbieron aquí. A veces, mentes excepcionales conservan un poco de lo que
vieron; pero olvidan el 99.9%. Lo normal es que algunos recuerden una luz blanca y es
todo.
—C-creo que ya lo entendí. Si es imposible que haya muerto y que esté aquí sólo para
absorber la información del Unuscéntrum y posteriormente ascender al Cielo, entonces tal
vez mi cuerpo sufrió una muerte cerebral. Pero…
—¿Por qué es imposible que mueras, humano inusual?
—¡Cállate! No me dejas concentrarme… Pero, si sufrí una muerte cerebral, mi magnífico
cuerpo se hubiera regenerado de inmediato… Entonces… no sufrí ningún daño físico…,
sino mental… Mental… ¡Eso es! ¡Martini tiene la culpa! Si transfirió mi mente a su tonto
proyecto RVI, quiere decir que vació mi cerebro. Éste no murió, sólo está vacío. Pero como
seguía conectado a la RVI, mi cuerpo nunca percibió que mi mente se había ido. Sin
embargo…, cuando entré al agujero negro… ¡mi cerebro se vacío! ¡Mi cerebro ya no sintió
a la mente en su lugar! ¡Exacto! ¡Ahora tiene sentido! Estar dentro de la RVI era como
engañar a mi cerebro; pero cuando caí al agujero negro, debí de haber salido de la RVI, por
lo tanto, ¡salí por completo de mi cerebro!
—Lo que dices se escucha como una muerte cerebral artificial. Sí, eres un humano inusual.
—Mi cerebro está vacío, mi alma no puede habitarlo y por eso ascendí a este lugar. ¡Soy un
genio! Sólo necesito…
—¿Qué eres, humano inusual?
—Soy el diablo, ya cállate.
—Oh… Así que era eso…
—Si quiero regresar a mi cuerpo, tendré que… regresar por donde vine… ¿Cómo podré
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regresar a ese agujero negro?... ¡Oye, tú, cosa!, ¿cómo puedo llegar a un agujero negro?
—Los agujeros negros no existen en la Realidad mental. Tendrías que salir del
Unuscéntrum y buscar uno en la Realidad material.
—¡Carajo! ¿Y cómo mierda salgo de esta mentada Realidad mental?
—Eso depende de ti.
—… … … ¡Mierda! ¡Explícate, cosa! ¡Tengo prisa!
—Tu cuerpo es el que debe funcionar correctamente para que tu alma regrese
instantáneamente. Depende de tu cuerpo en la Realidad material.
—¡Pero ya sabemos que mi cuerpo está fuera de servicio temporalmente! ¡¿Cómo regreso
sin un cuerpo?!
—Algunos humanos, cuando llegan al Unuscéntrum, aprovechan su estadía para explorar…
—¡Eso ya lo mencionaste!
—Cuando exploran, algunos corren con suerte y encuentran rápidamente los pensamientos
de sus seres queridos. Entonces se comunican con ellos por medio de la mente.
—Por medio de la… ¡Gracias, cosa rara! ¿Dónde están los pensamientos de los humanos?
—Están por todos lados. Como te lo dijimos antes, los pensamientos van y vienen por todo
el Unuscéntrum. Por ejemplo, cuando alguien en la Tierra tiene una idea es porque su
mente logró capturar ese pensamiento mientras viajaba de aquí para allá en busca de una
mente que la tomara. Si la persona en la Tierra rechaza la idea, el pensamiento regresa al
Unuscéntrum para seguir viajando de un lado a otro en espera de otra mente, y la primera
mente olvida esa idea. Pero a veces las mentes se retractan y buscan las ideas que
rechazaron. A veces sólo encuentran parte de ellas. A veces no las encuentran. Otras veces,
si tienen suerte y nadie más las han capturado, pueden recapturarlas íntegras, tal como la
primera vez que las capturaron. En ocasiones, dos o más personas tienen la misma idea;
pero en realidad no son la misma, sino sólo muy parecidas. Ningún pensamiento es
perfectamente igual a otro.
—… ¿Y toda esa cháchara qué tiene que ver conmigo?
—Los pensamientos viajan por todos lados más rápido que la luz, y a veces hasta se
fragmentan o se mezclan cuando chocan con otros. Tendrías que poner a prueba tu suerte e
intentar capturar el pensamiento de uno de tus seres queridos de entre todos los existentes.
—¿Y… cuántos pensamientos hay en total?
—Mmm… Contando pensamientos espontáneos, recuerdos, ideas, fragmentos de
pensamientos, sueños, deseos, «déjà vu», entre otros, son… varios trillones.
—¡¿QUÉ? ¡¿QUÉ ACABAS DE DECIR, COSA DE MIERDA?!
—Varios trillones.
—¡TE ESCUCHÉ LA PRIMERA VEZ!... No puedo quedarme a buscar entre tantos
pensamientos… Tiene que haber otra forma, tiene que haber otra…
—Eres el diablo, ¿no? La encarnación de la neutralidad.
—Sí. ¿Y qué?
—Cuando El Creador le dio vida a «Las Tres Eminencias», a la encarnación del bien, a la
encarnación del mal y a la encarnación de la neutralidad, los dotó de espíritu, es decir, vida;
y alma, es decir, libre albedrío y receptividad. Pero no les dio un cuerpo que los limitara y
tampoco metió los pensamientos de sus almas en el Unuscéntrum.
—¿Siempre le dan tantas vueltas a lo que dicen?
—Sin embargo, les obsequió una conexión especial e íntima para que pudieran encontrarse
cuando que se alejaran, una conexión fuera del Unuscéntrum. No obstante, hace unos años
humanos, cuando El Creador decidió darles un cuerpo a Las Tres Eminencias para que
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resolvieran un conflicto en el que se metería la raza humana, creó una sección temporal y
privada en el Unuscéntrum con el fin de que los pensamientos de Las Tres Eminencias
viajaran de un lado a otro sin mezclarse con lo de los demás seres vivos.
—¡Genial! ¡¿Por qué no lo dijeron antes?!
—Pero esa sección la creó tan distante de la otra que ni siquiera los Unusteléctum pueden
llegar a ella. Sólo las almas de Las Tres Eminencias saben encontrarla y visitarla incluso sin
haber muerto. Si quieres comunicarte con algún humano ordinario, estás en el lugar
correcto; pero tendrás que intentar hallar sus pensamientos e interferirlos. Si quieres llegar a
la sección temporal de Las Tres Eminencias, no podemos ayudarte.
—¡Pff!… Genial… Volvemos al mismo problema… ¿Por qué tienen que hacer todo tan
complicado?
—Eres una de Las Tres Eminencias, está en ti ese conocimiento. Busca dentro de ti.
—Sí, sí, la respuesta está en mi corazón, bla, bla, bla… … … ¡Carajo! Deberían de darte un
instructivo cada vez que te dan un cuerpo. Tal vez no lo leería; pero me gustaría tener la
posibilidad de hacerlo cuando lo necesite…
El diablo de Estocolmo volteó hacia todos lados. No reconoció nada—. ¡Es imposible!
¡Sólo hay luces y más luces! ¿Dónde está el letrero de «Sección VIP de pensamientos»?
—Intenta hacer algo diferente.
—¿Qué quieres decir?
—Deja de pensar y mueve la boca.
—… No comprendo.
—Deja de pensar.
—¡¿Qué mierda significa eso?!
—Estás pensando. Deja de hacerlo. No nos necesitas, deja de pensar.
—¡¡QUE NO ENTIENDO!! ¡¡ME ESTÁN ESTRESANDO!!
—Tal vez eso funcione. Grita; pero hazlo con la boca.
—… ¿Qué?... ¿Cómo que…? ¿Entonces no estoy…?
—En el Unuscéntrum nos comunicamos sin boca, es decir, telepáticamente, y vemos con
los ojos cerrados. Quizá encuentres la sección de Las Tres Eminencias si abres los ojos,
despegas los labios y haces algo que no se haga aquí.
—¡Carajo! ¡Es cierto! ¡Había olvidado que tenía los ojos cerrados!
El diablo los abrió. Aquella constelación de pensamientos desapareció. Todo volvió a ser
blanco. Después posó los dedos sobre su boca—. Vaya… Entonces no estaba hablando…
… … ¡¿Hola?! ¡OH, MIERDA! ¡Mi voz! ¡Mi voz! ¡Hace eco!... ¡HOOLAAA!
Y recibió otro «¡HOOLAAA!» como respuesta—. ¿Por qué esta sensación? Es como si
fuese la primera vez que utilizo mis sentidos.
—En el Unuscéntrum no existen los sentidos corporales, sólo los pensamientos. Pero tú
eres una de Las Tres Eminencias, eres parte de la excepción… Intenta usar el poder que se
te confirió… Ordena.
—Ordenar… … … ¿Ordenar?... … … ¡MUÉSTRAME LAS TRES EMINENCIAS! —
gritó.
De pronto, el diablo sintió que su alma fue atraída violentamente hacia enfrente, dejando
atrás los ojos negros de los Unusteléctum. Cuando su entidad se detuvo, estaba
completamente solo, en la nada; pero frente a él se manifestó una red de pensamientos
similar a la que había visto antes. Sin embargo, esta era tan pequeña como la palma de su
mano; y en lugar de luces y destellos celestes, los pensamientos y sus conexiones eran
negros cual tinieblas—. Así que esta es nuestra conexión mental… … Bien… … … ¿Y
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ahora cómo entro ahí?... … … ¡Cosas! ¡Cosas raras de ojos negros! ¡Ey! ¡Necesito ayuda!
¡Olvidé preguntar cómo entro a los pensamientos!... … …
No obtuvo respuesta alguna—. ¡Diablos!... … Mmm… Tal vez… funcione igual… …
¡QUIERO HABLAR CON NÁZAR!
El diablo desapareció y fue enérgicamente abducido por aquella constelación negra.
LXXVIII
—¡¡OMAIGÁ’!! ¡¡Estoy en el cerebro de Názar!! ¡¡No puedo creerlo!!... ¡Ey! ¡Názar!
¡Oye! ¡Pst! ¡Pst! ¡¿Me escuchas?! ¡Názar! ¡¿Me escuchaaaaaas?!
—… … … ¿Eh?... ¿Qué…?
—¡Soy yo! ¡El diablo! ¿Sí me escuchas? ¡Estoy en tu mente! Por cierto, en verdad eres
muy aburrido… … … ¿Me escuchas? ¿Hay buena señal?
—¿El…? ¡Fernando! Fernando, ¿en verdad eres tú?
—¡Claro! Me encuentro en un sitio muy raro; pero estoy bien. ¿Cómo están ustedes? ¿Y
Gus? ¿Está contigo? Oye…, un segundo, no sabía que te salía barba tan rápido.
—B-bien, bien, estamos bien… Te estábamos esperando... E-eh… Gusakee no está aquí. Se
encuentra… con la muerte. Le ha estado ayudando a guiar almas.
—¿En serio?
—S-sí, ya sabes, estar cerca de mí no era de su agrado, así que se ofreció a ayudar a la
muerte mientras tú regresabas.
—¡Vaya! Pobre Gusakee, encuentra un trabajo y tiene que dejarlo el mismo día.
—… ¿De qué hablas?
—Bueno, ya regresé. Es hora de poner manos a la obra, ¿no?… Como sabrás, tuve que
entregarme a la OPD para que liberaran a Gusakee. Un tal Martini me metió en una
especie de videojuego llamado RVI. Significa Realidad Virtual no sé qué cosa.
—Realidad Virtual Incrustada, sí.
—Oh, ¿ya sabías sobre él?
—… Hace un par de años salió a la luz.
—… … … ¿Hace un par de…? Pero si Martini dijo…
—Fernando…
—¿Sí?
—Creo… que no te has dado cuenta…
—… ¿Eh? ¿De qué?
—Han…, han pasado 4 años desde que desapareciste.
—… … …
—…
—¿4…?... ¿4… años?... ¿4 años?… E-estás bromeando, ¿verdad?
—No, Fernando.
—P-pero…
—Hace cuatro años, cuando la muerte apareció para darme tu mensaje y reunirme con
Gusakee, se me reveló que tu mente había desaparecido por completo. Tus órdenes fueron
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claras: no debíamos interferir entre tú y la OPD. No lo hicimos. Sólo esperamos, y
esperamos durante 4 años tu regreso... Han pasado muchas cosas desde que te fuiste.
—… ¿C-cuáles?
—La OPD creó un chivo expiatorio para sacar a la luz todo lo que les convenía: fundaron
una organización fantasma de hackers. Digo «fantasma» porque eran ellos mismos, la OPD;
pero le hicieron creer al mundo que se trataba de un grupo caritativo de hackers anónimos
provenientes de las calles. Se ganaron la aceptación de las masas publicando
esporádicamente toda la información sobre la RVI, el UniAversus y… sobre El diablo de
Estocolmo.
—¡¿Qué?! ¡¿Qué dijeron de mí?! ¡¿Qué se atrevieron a decir esos idiotas sobre mí?!
Názar suspiró, cansado.
—«Los Iluminados», como se hicieron llamar un grupo de ineptos programadores de la
OPD, publicaron en internet los documentos que admitían internacionalmente tu presencia;
videos y grabaciones que evidenciaban tus poderes, información sobre la «Dead devil» (la
bomba nuclear que se detonó en Italia), las grabaciones de tu arribo al Área 32, 47 y 66; y
otros tantos videos y fotografías sobre ti siendo encamado, intubado, conectado y
supuestamente asesinado dentro de esta última Área… Ese mismo día, Tobías Martini
declaró que lo revelado por el grupo de hackers Los Iluminados era totalmente cierto, y le
pidió una disculpa al mundo entero por guardar esa información, argumentando que lo
hicieron en favor del orden público, y que irían tras Los Iluminados por atentar contra la
paz internacional.
»Al día siguiente fue cuando Los Iluminados, como supuesta réplica, subieron a internet la
evidencia de la RVI y el UniAversus, junto con una presunta lista de ventajas que el
programa traería a la humanidad, además de un mensaje para la OPD: «Queremos la RVI
en todos los hogares del mundo». Esa tarde, la OPD hizo pública su respuesta: «La RVI
sigue siendo un prototipo y aún no se conoce a ciencia cierta los riesgos que podría
ocasionar en la sociedad». Con la atención del mundo entero en la disputa, Los Iluminados
de inmediato respondieron: «No pueden negarnos lo que se construyó con los recursos del
pueblo. La RVI nos pertenece». Y eso provocó que las redes sociales explotaran a favor de
Los Iluminados. Todos exigían probar la RVI… La OPD y aquellos que auspiciaron el
proyecto habían logrado su objetivo.
—Hicieron de la RVI algo prohibido…, algo deseable… ¡Es psicología inversa para
principiantes!
—Así es.
—¡Malditos humanos estúpidos!... … ¿Ya… todo el mundo está dentro?
—No, aún no. Gracias a la intervención de algunos grupos de activistas, incluyendo a La
VID, sólo pocos humanos han probado la RVI. Tenemos suerte de que tu regreso no haya
demorado tanto.
—¡FUERON 4 MALDITOS AÑOS!
—Pero llegas con unas semanas de anticipación.
—¿Por…, por qué lo dices?
—Luego del buen movimiento de la OPD, el mundo cayó en un estado de permanente
incertidumbre e, incluso, segregación. El caos se desató en gran medida y hubo
enfrentamientos en diversos sectores a causa de las opiniones divididas. Muchos
comenzaron a especular que se repetiría algo similar a La Depresión del 21. Ese temor
inestabilizó a las masas, las volvió presa fácil de propuestas prematuras. La OPD aprovechó
la situación para sacar el as que escondía bajo la manga. Le propuso al mundo hacer algo
101
que jamás se había hecho antes en la Tierra: unir a las naciones.
—…
—Tobías fue la cara del «Proyecto PangeAZ». Esa fue otra de sus estrategias: promocionar
su imagen como la mejor opción de salvación. Y les vendió la idea a las personas
mezclando demagogia, filosofía y miedo.
—P-pero… Ahora que lo pienso… ¿Unir a las naciones es mala idea?
—No, no me malinterpretes. Aunar todas las naciones es el primer paso para empezar a
reconocer a la raza humana como una sola; pero es una teoría difícil de llevar a la práctica.
La única forma de que unir a los pueblos resulte favorecedor para la humanidad es teniendo
a un verdadero líder que guíe, no a falsos profetas que arreen… Y, lamentablemente,
Tobías va arriba en las encuestas.
—¿Contra quién?
—… Contra nadie... Sólo él se ha postulado.
102
CAPÍTULO 8
Venganza con «V» de Realidad Virtual
Incrustada…, o “Apocalipsis con «V» de
Virtual” (porque la “V” es como una “A”
volteada) o simplemente “Apocalipsis”.
Escojan el título que quieran.
—¡¿QUÉ?!
—Al parecer, tiene a todos en los bolsillos. Por un lado, ningún civil quiere tremenda
responsabilidad con tan pocos beneficios. La propuesta de la unión de naciones y un solo
líder incluía que éste no gozaría de ningún tipo de lujos. Un movimiento muy astuto de su
parte, pues de esa forma se aseguró una carrera sin competencia por parte de la clase
obrera. Por otro lado, los empresarios, gobernantes y políticos no quieren saber nada de «El
nuevo viejo mundo», como burlonamente le están llamando ahora a nuestra realidad
material... Todos ellos sólo buscan asegurarse una copiosa realidad alterna en la RVI, así
que competir contra quien estará a la cabeza de ésta es una idea muy tonta… Saben que si
Tobías se convierte en el nuevo «Líder Mundial», hará que todo el mundo entre al
UniAversus y entonces lo virtual se convertirá en realidad.
—¡Mierda! ¡¿Cuándo se llevarán a cabo las elecciones?!
—El próximo viernes 31 de diciembre será la votación mundial a través de una plataforma
en internet, y se dará el resultado en punto de las 12 de la noche del día primero para que en
pleno año nuevo las naciones pasen a ser una sola, se llame «PangeAZ», Tobías sea el
primer Líder Mundial y la RVI se lance oficialmente al público, por lo que, deduzco, esa tal
PangeAZ quedará desierta en un parpadeo y será el fin de nuestra era… Se tenía pensado
que el inicio de esto fuese hasta mediados del año que viene; pero las personas exigieron
adelantar las votaciones para poder ingresar al UniAversus cuanto antes y que coincida con
el año nuevo terrenal.
»Afuera es una bomba de tiempo. Lo único que mantuvo a la sociedad cuerda fue la
amenaza de la OPD: «Se les dará en el UniAversus aquello que poseían legalmente en la
Tierra». Tuvieron que lanzar esa advertencia porque muchos entusiastas abandonaron sus
trabajos, descuidaron sus vidas y hasta cometieron crímenes con el pretexto de que tendrían
la posibilidad de iniciar desde cero en la RVI.
—Espera. ¿Qué día es hoy?
—30 de noviembre.
—¡¿30 de nov…?! ¡Carajo! ¡Sólo tengo un mes para deshacerme de Martini! Y si regreso
para buscar sus pensamientos… ¡voy a volver cuando todo esto se haya ido a la mierda!
—¿Dónde estuviste todo este tiempo? Lo único que supimos, por medio de Tobías, así que
ya te imaginarás la veracidad de esto, fue que lograron matarte a través de la RVI para
liberar al mundo de la amenaza que representabas. Eso, por cierto, le sumó simpatizantes a
103
la OPD y sus… métodos: espionaje, tortura, pruebas nucleares, creación, posesión y venta
de armas de la misma índole; manipulación genética, etc… Pero obviamente no te mataron,
no pueden hacerlo… ¿Dónde estuviste todo este tiempo?
—En un lugar muy, muy extraño. Unos seres me dijeron que me encontraba… o me
encuentro, no lo sé, en el centro de El TODO. Se llama algo de Un…, Uncentro…,
Unoscentros.
—Unuscéntrum.
—Ah, sí… ¿Ya lo conocías?
—Hace algunos años tuve un sueño muy… peculiar. Me hallaba en el interior de un
cerebro, entre sus conexiones neuronales. Después aparecieron unos seres que me
explicaron que no era un cerebro, sino «el cerebro», y que se llamaba Unuscéntrum.
Desperté de inmediato sin poder saber nada más al respecto. Investigué por todos los
medios y no encontré nada que hablara sobre ese tal Unuscéntrum. Meses después tuve otra
revelación onírica: estaba meditando sobre un volcán. De pronto, el volcán me tragó y me
expulsó de nuevo en el Unuscéntrum. Desperté repentinamente. Supuse entonces que debía
recurrir a la meditación para intentar saber algo más sobre ese lugar. Luego de mucha
meditación, logré separar mi mente de mi cuerpo y ascendí hasta el verdadero
Unuscéntrum. Sin embargo, en cuanto lo hice, a mi mente llegó el conocimiento de que un
minuto en ese lugar equivalía a varios meses en la Tierra, así que decidí regresar, pues dejar
mi cuerpo en trance, solo, sin protección, durante meses, era muy peligroso. Jamás volví a
intentar ascender; no obstante, logré conservar una ínfima parte del conocimiento que ahí
transitaba. Sé qué es el Unuscéntrum y qué son los Unusteléctum. El tiempo de ellos es
diferente. De hecho, el tiempo es relativo en todos lados. Por eso unos minutos de ellos
equivalen a meses enteros de nosotros.
—Créeme…, ya lo noté… Pero creo que sé cómo salir de aquí…
—Tu instinto está hablando. Prosigue.
—La OPD no puede matarme, así que sólo devolviendo mi mente a mi cuerpo conseguiré
descender a la Tierra. Este es el plan: levantas tu trasero de esa silla, vas por mi cuerpo,
juegas un poco con tus códigos mágicos de programación y enciendes de nuevo mi cerebro
para que pueda regresar mi alma a él.
—Pero hay un problema. Tal vez no lo sepas aún: como la OPD no pudo destruir tu cuerpo,
lo guardó en un ataúd de alta seguridad en una cámara resguardada las 24 horas en uno de
sus laboratorios subterráneos. Estaban seguros de que nunca regresarías; pero tomaron sus
precauciones. Incluso, cambian el ataúd de laboratorio cada cierto tiempo. Tengo semanas
que no logro descifrar dónde lo tienen actualmente… No diré que intenté sacarte alguna
vez; pero reconozco que en una tarde de aburrimiento descubrí que la entrada a los
laboratorios, donde normalmente te esconden, son simplemente imposibles de pasar sin
autorización.
—¡Ja! Eso crees tú, pequeño ingenuo. Sólo necesitamos un arma para entrar allí, darles
un pequeño sustito de muerte a los que intenten impedírnoslo y sacar mi hermoso cuerpo.
—Fernando, creo que olvidas que sólo soy un hacker y tengo a unos cuantos de ellos a mi
disposición, no a un grupo terrorista. Sabes muy bien que no me gustan las armas.
—Sí, sí, eres un maldito pacifista aburrido de mierda, lo sé. Pero recuerda que tenemos un
arma infalible de nuestro lado.
—…
—Oh, sí… Lo sabes…, lo sabes muy bien.
—Gusakee.
104
—Él mismo… Un poco de esto, un poco de aquello y Gusakee nos dará lo que queremos.
¿Qué clase de apocalipsis sería sin la encarnación del mal presente?
—P-pero… Hace años que no lo veo. No he sabido nada de él desde que se fue con la
muerte… … … ¿Tú puedes…? ¡Claro! Tú puedes comunicarte con él desde donde estás,
¿no es así?
—Y sin pagar ni un centavo por larga distancia.
—¡Perfecto!
—Sigue con lo tuyo y yo me encargo de traer al niño. Vuelvo enseguida.
—¡Oye! Recuerda que el tiempo es relativo. No tenemos otros 4 años.
—Lo sé. También de eso me encargo yo. Adiós.
—Que así sea.
LXXIX
—… Gusano…, gusano… ¿Me escuchas?
—¿Eh?
—¡Buuu! Soy tu… consciencia…
—¿Mi qué…?
—Nah, es broma.
—¿Eh?
—¡Soy el diablo! ¿No me reconoces?
—¿Señor?
—Has crecido mucho, Gus. Oye, ¿cómo demonios ganaste esos bíceps? Pásame la receta,
niño.
A diferencia de Názar, quien conservó sus 170 centímetros de altura y a quien el tiempo
sólo le obsequió unas cuantas arrugas y barba, el pequeño Yomimoto, ahora con 17 años,
medía 1.90 m. y pesaba el doble que antes.
—¡Señor! ¡¿Dónde está?!
—Estoy en tu cabeza y, por lo que veo, encontraste algo que hacer estos últimos 4 años.
—E-estuve supliendo a la muerte.
—Sí, lo sé. Por cierto, te queda el tatuaje. A mí nunca me sentó.
—G-gracias, señor... ¡Pero ya regresó! Le diré a la muerte que dejaré la guadaña.
—No, consérvala, no molestes a esa gorda asquerosa todavía. Vamos a ocupar del poder
que te dio.
—¡¿Por fin atacaremos?!
—Así es. Es tiempo de venganza.
—¡Genial! ¿Qué haremos primero?
—Tengo un trabajo… muy explosivo para ti.
—Eeh… Pero, señor, si quiere que conserve mi guadaña, no podré hacer mucho. Ya
controlo mi ansiedad por guiar almas; pero tengo que seguir liberando.
—Lo sé, lo sé. Hablaría con la muerte para que te dé un descanso; pero el tiempo pasa
volando aquí donde estoy, y no…
—¿Dónde está, señor? ¿Por qué no lo veo?
105
—Es una larga historia. Názar te la contará después. Vamos, desaparece y ve a su oficina
en Nagasaki.
—Como usted ordene, señor.
—Buen chico.
LXXX
—¡Gusakee! ¡Cómo has crecido!
—E-eh… ¡Jeje! Sí, sí, un poco.
—Bueno, basta de reencuentros amorosos. Tenemos que ponernos a trabajar.
—¿Tú también lo estás escuchando, N?
—Sí. Fernando se encuentra en el Unuscéntrum, el centro de El TODO. Desde allí puede
comunicarse con cualquier ser vivo.
—¡Vaya! ¿Cómo llegó hasta allí, señor? ¿Consiguió salir de la máquina de la OPD?
—Algo así. Názar, explícale todo cuando me vaya. Por ahora…
—¡¿Se volverá a ir, señor?!
—Sólo un instante. Primero tengo que dejarles mis órdenes para que recuperen mi cuerpo.
Después, mientras ustedes están ocupados rescatándome, iré tras ese estúpido de Martini
para retorcerlo hasta que agonice y me implore la muerte.
—¡NO! Tobías se ha ganado a prácticamente todo el mundo. Matarlo sólo lo convertiría en
un mártir y no se lo merece… Fernando, si lo matas…
—Mmm… ¡Carajo! Tienes razón. Es mejor que el mundo no sepa que he regresado.
—¿Por qué? Si la humanidad se entera de que regresó, sabrán que es imposible deshacerse
del diablo, y se postrarán ante usted. PangeAZ será suya. Usted es el líder que necesita el
mundo.
—Oh, calla, me estoy sonrojando.
—Siento decirlo; pero Fernando no es…
—¡Tú qué sabes! Sólo eres un cuatrojos.
—Niños, no se peleen, concéntrense… Como ya quedó descartado el sanguinario y jugoso
asesinato de Martini, tendré que idear algo más para vengarme por haberme arrojado a
ese estúpido hoyo negro virtual.
—¿Con quién hablan ustedes dos?
—H-hola, Shinigami, lamento no haber avisado que iba a dejar de guiar almas; pero el
diablo regresó. ¡¿No es grandioso?!
—¿El diablo? ¿Por fin regresó? ¿Dónde está?
—Pensé que tardaría menos en llegar este cerdito —se mofó el diablo.
—El diablo dice «hola» —mintió Gusakee.
—¿Está aquí? No puedo verlo.
—Se encuentra en el Unuscéntrum —intervino Názar—. Se está comunicando con notros
por telepatía; pero está en una sección donde sólo puede hablarnos a nosotros dos.
—¿Unuscéntrum? Ah, sí, ya, lo recordé.
—En cuanto termine el trabajo del diablo regresaré a…
—Déjalo, déjalo, Gusakee. Sé cómo trabaja este sujeto. Ni siquiera yo pude contradecirlo.
106
Tómate tu tiempo… Diablo…, idiota…, ¿me escuchas? Yo no te escucho; pero sé que
debes de poder escucharme a través de lo que están escuchando estos chicos. En fin…
Ahora que sé dónde está mi adepto, sólo me queda aprovechar el transmisor para decirte, y
me ofusca un poco decirlo, he de admitirlo, que me alegra saber que has vuelto. Las cosas
se han puesto muy raras con los humanos. Si esa tal RVI se apodera de todas las mentes,
nadie morirá materialmente. ¿Sabes dónde me deja eso a mí? ¡En la calle! ¡Sin trabajo! Haz
algo rápido. Ya descansaste demasiado.
—¡No estuve des…! ¡Bah! Este imbécil no me escucha.
—El diablo dice que hará todo lo posible… y que también le da gusto saber de ti —mintió
de nueva cuenta Gusakee, sonriente.
—Bien. Sé que el diablo nunca diría eso; pero estoy seguro de que sí hará hasta lo
imposible por solucionar esto… Bueno, Gusakee, ya no necesitarás…
—¡NO! ¡Dile que no!
—¡No, espera! El diablo quiere que conserve este poder.
—Oh, ya veo. ¿Tienen planeado algo grande?
—Creo —dijo Gus.
—Eeh… ¿Estoy… interrumpiendo…?
—¡Sí! ¡Dile que sí!
—No, no, está bien, puedes quedarte.
—¡Mierda, Gus!
—P-perdón… Pensé que tal vez la muerte podría ayudarnos.
—¡Agh! Está bien… … … Pero no se lo preguntaré. Le ordeno que nos ayude.
—El diablo quiere que nos ayudes, Shinigami.
—Mmm… ¿Ser parte de esto e interrumpir mis más que merecidas vacaciones?... No lo sé,
no…
—¡Carajo! ¡Que no era opción!... Dile…, dile que haremos explotar muchos lugares.
¡Tendrá almas por doquier!
—El diablo dice que mataremos a muchas personas, que…
—¡Acepto!
—Bien. Ahora dile que busque en todas las propiedades de la OPD dónde esconden mi
cuerpo.
—El diablo dice que busques en todas las propiedades de la OPD dónde esconden su
cuerpo actualmente.
—Será pan comido. Vuelvo en unos minutos.
—La muerte dice que será pan…
—¡Oh, oh, oh! ¡Dile que espere, dile que espere!
—¡Espera!
—¿Qué sucede?
—Pregúntale si ya sabe algo de Bundy y DeShields.
—El diablo quiere saber si ya sabes algo de Bundy y DeShields.
—Mmm… No, aún no. No han muerto.
—La muerte dice que…
—¡Ya lo sé, Gus! ¡Lo estoy escuchando!... ¡Mierda! Esos dos imbéciles… … … ¡Pero
tengo el Unuscéntrum!... No… Eso me llevaría años… Tendrá que ser después de que
acabe todo esto… Como sea… Dile a ese idiota que ya se vaya y que no se tarde
demasiado.
107
LXXXI
—Tengo noticias.
—¡TARDASTE DEMAS…! ¡Dile que tardó demasiado!
—Eeh… El diablo quiere saber las noticias.
—No sólo hay un cuerpo.
—¡¿QUÉ?!
—¡¿QUÉ?!
—¡¿QUÉ CARAJOS…?!
—Creo que la OPD no subestimó al diablo… Vi 49 diferentes diablos en 49 diferentes
laboratorios… Créanme, a simple vista no se puede saber cuál es el real.
—P-pero…
—Son… señuelos —caviló Názar.
—¡¿Y los 49 tienen vida?!
—El diablo quiere saber si tenían vida.
—No entiendo de máquinas humanas. Sólo vi lucecitas y números; sin embargo, los
cuerpos parecían estar dormidos. Respiraban; pero sólo eso.
—Puede ser cualquier cosa. Lo más probable es que estén hechos de silicona por fuera y
algunos motores por dentro… Si la OPD pensó en todo, supuso que en algún momento
alguien más buscaría el cuerpo inerte de Fernando, incluso él mismo. No necesitaban darles
vida, solamente hacer creer que físicamente la tenían.
—¿Y cómo saber cuál es el real?
—Fácil. El que esté más custodiado.
—Ahora que lo dices —intervino la muerte—, me pareció que algunos estaban
sospechosamente desprotegidos.
—¡Déjense de sospechas y suposiciones, y vamos de una vez por todas a recuperar esos 49
cuerpos, así tengamos que explotar todos los laboratorios!
—Recuerda que tenemos que ser discretos, Fernando.
—¡Ya lo sé! ¡Cállate, no me lo recuerdes!... Sólo quería desahogarme.
—¿Entonces cuál es el plan? —preguntó Gus.
—Mmm… Mmm… … Mmm… … … Mmmmmmmmm… Pues ya qué. Tendremos que
robar… pacíficamente… los 49.
—La idea es obvia y casi imprescindible; pero para nuestra situación no est…
El diablo suspiró.
—Ser tan negativo no te llevará a ningún lado, N.
—Estoy siendo realista, Gusakee.
—Pues realmente me está irritando mi posición —gruñó el diablo—. Si tan solo estuviera
en la Tierra.
—Si estuvieras en la Tierra no tendríamos que ir por tus clones.
—Oh, es cierto. Bueno, el punto es que me bastaría con aparecer y desaparecer a mi
parecer. Nadie podría detenerme. Pero ustedes… Mírense. Son el peor equipo: la muerte
no puede hacerle nada a un vivo, sólo nos sirve para observar aquí y allá. Názar es pésimo
con su cuerpo. Si la muerte lo llevase a uno de esos laboratorios, lo acribillarían de
108
inmediato. El único que podría ayudarnos en esta situación es el mastodonte que está entre
ustedes. Pero si dentro de uno de esos 49 laboratorios alguien lo hace enojar…, el plan se
va a la mierda junto con la Tierra… Bueno, lo siento por la Tierra. Gus, tendrás que ser tú
quien vaya por esos cuerpos.
—¿Y-yo solo?
—Sí. No necesitas a la muerte para aparecer y desaparecer. Por eso pedí que conservaras
el poder. Además, físicamente eres el más apto. Názar no podría cargar ni el cuerpo de un
niño. Názar, demonios, la adolescencia no te ayudó en nada. Mira a Gus.
—Mi fortaleza está en el interior —opinó Názar escuetamente.
—¿Puede acompañarme la muerte?
—Como quieras.
—¿Y ella qué hará?
—Mmm… No sé, dile que te cante, te tome una foto o algo así.
—La muerte podría ayudarlo a vigilar mientras él saca los cuerpos de las Cápsula de
Concentración Cerebral por Anegamiento... Tenemos que ser lo más discretos posibles para
no alertar a los demás laboratorios. Nuestra ventaja es que no hay cámaras de vigilancia en
esas habitaciones, ya que la OPD quiso evitar a toda costa que alguien como yo los vigile
con sus propias cámaras.
—¿Y qué hago si me descubren de otra forma? Probablemente haya personas dentro,
alrededor de los cuerpos.
—Yo me encargaré de que nadie te vea. Acabo de tener una idea —intervino la muerte con
determinación.
—Bien. Entonces el equipo panteón irá por los clones. Názar estará aquí esperándolos. Si
uno de esos clones es mi cuerpo, le introducirá códigos mágicos de computación a diestra
y siniestra para reanimarlo. Cuando lo consiga, podré volver a la Tierra. ¡Muévanse!
LXXXII
—¿Por qué aparecimos aquí, Shinigami?
—Porque necesito traer a alguien antes de ir a la primera Área. Vuelvo enseguida, no te
vayas.
—E-es…, está bien.
—Listo.
—¡Wuau! Eso fue rápido… ¿Q-quién es él?
—Se llama Gabriel, es…
—¡OYE! ¡ÉL ES QUIEN…!
—¡Espera, Gusakee, no le hagas nada!
—¿D-dónde…, dónde estoy?
—Tengo un trabajo para ti, Gabriel.
—¿T-tú eres…? ¡¡¿QUÉ MIERDA HICISTE, IDIOTA?!!
—Te devolví a la vida. Pero ahora formas parte de mi ejército…, de nuevo.
—¡¡YO NO PEDÍ UN TRABAJO!! ¡¡INTERRUMPISTE MI SEXAGÉSIMA
109
HAMBURGUESA!!
—Pero fue por una buena razón. Ayudarás a tu amigo el diablo.
—¡¿QUÉ?! ¡¿QUÉ?! ¡¿QUÉ DIJISTE?! ¡ESE IDIOTA NO ES MI AMIGO! ¡NO PIENSO
AYUDAR A ESE…! Un momento… … … ¡Ja, ja, ja! Cometiste un gran error al darme
nuevamente este poder. Ahora iré tras ese estúpido para vengarme por lo que me hizo.
—¡¡Ni te atrevas!!
La muerte detuvo a Gusakee.
—No podrás encontrarlo. El diablo ya no está en esta realidad. Se encuentra en un lugar
llamado Unuscéntrum.
—¡Unusqué?
—Larga historia. Luego te la contaré… o no. Por ahora lo mejor será que me acompañes si
no quieres que te deje como un alma en pena aquí en la Tierra. ¿Recuerdas cómo te
encontré aquella vez que el diablo te mató?
Gabriel bufó.
—… ¿Y qué carajos tengo que hacer para que me regreses al paraíso y pueda seguir
tragando hamburguesas como si no hubiese mañana?
—Qué bueno que lo preguntas.
En eso, la vestimenta de Gabriel cambió en un parpadeo. Ahora llevaba una bata blanca y
anteojos.
—¿Y esto es obligatorio?
—Sí. Agradece que esconden el cuerpo del diablo en un laboratorio y no en un prostíbulo.
¡Jojo! ¿Entendieron?
—Tu sentido del humor está muerto —suspiró Gabriel, agobiado—. ¡JA! Está-muerto.
¡Jajaja! ¡Ese sí es un chiste!
—No me dio risa —opinó Gusakee adustamente.
—¿Y él quién es?
—¿Recuerdas al niño que el diablo protegía?
—¡CARAJO! ¡¿EN ESO SE CONVIRTIÓ?!... Los esteroides no son buenos, chico.
—¡No me inyecté ester…!
—Bueno, ya, tranquilícense. El diablo nos espera.
—Un momento. ¿Fue mi imaginación o dijiste que el cuerpo del diablo se encontraba en un
laboratorio?
—Sí; pero eso es parte de la larga historia que luego te contaré… o no.
—Eeeeh… Está bien… ¿Y qué haremos?
—Apareceremos en el interior de un laboratorio.
—¿Laboratorio de quién?
—Los detalles son parte de la larga historia. No me interrumpas.
—…
—Apareceremos en el interior de un laboratorio. En él se encuentra el cuerpo del diablo,
específicamente dentro de un ataúd o algo parecido. Tú caminarás tranquila y
confiadamente hasta la puerta de la habitación donde lo esconden; tocarás la puerta, y le
pedirás a las personas que están ahí dentro que desalojen la habitación, que son órdenes de
Tobías Martini.
—¿Tobías Martini? ¿Quién…?
—Tobías Martini. Es lo único que tienes que decir. Cuando todos estén afuera, Gusakee,
aquí presente, y yo apareceremos enseguida del ataúd. Gusakee lo abrirá, sacará el cuerpo
del diablo y desapareceremos de inmediato. Volveremos a este bosque con el cuerpo.
110
—¿Por qué no vamos a la oficina de N?
—Tal vez no te has dado cuenta; pero al parecer el diablo no está en tu cabeza. Por eso no
ha dicho nada sobre que Gabriel nos ayude. Imagino que su mente está ahora con ese otro
chico. Si llevamos a Gabriel a esa oficina, el diablo se enfurecerá.
—¿Y por qué no trajiste a otro que nos ayudara?
—Porque ya he trabajado antes con Gabriel y vale más diablo por viejo que viejo por
diablo… Bueno, algo así dicen los humanos. El caso es que Gabriel es la mejor opción que
tenemos en nuestra posición.
—… … Está bien.
LXXXIII
—Ejem… Hola, traigo órdenes directas de Tobías Martini. Tienen que desalojar la
habitación de inmediato.
—¿Y tu identificación?
—… ¡Mier…!
—Dile que sí la tienes. Apareceré una en tu bolsillo —le dijo la muerte, quien no podía ser
visto ni escuchado por los demás.
—Mier… Mi e… Mi identificación está aquí.
Aquel guardia la observó unos segundos y luego asintió.
—Un momento, por favor… … … Salgan todos de aquí. Son órdenes del Secretario
Martini… … … Adelante, Sr. Gadiel.
—¿Gadi…? Gracias. Ahora váyase usted también y dígale a todos que no entren hasta que
yo salga.
—Entendido.
—… ¡Oye! ¡Escribiste mal mi nombre!
—Disculpa. Lo que pasa es que…, normalmente…, la muerte…, no escribe nombres, sólo
mata seres vivos.
—Ya, ya, como sea.
—Gusakee. ¿Cómo vas con…?
—El ataúd está sellado. Mira, parece que se necesita un código… No entiendo nada de esto,
soy pésimo para las computadoras.
—Mmm… Tenemos que hacer algo rápido.
—¡Ya sé! Regresaré con N y le preguntaré qué hacer. Vuelvo en un parpadeo.
111
LXXXIV
—¡N! ¡Veo el cuerpo del diablo; pero no puedo abrir la caja! Necesito una contraseña o…
algo así… ¡¿Qué hago?!
—Tranquilo, Gusakee… Dame un segundo… … … Mira, usa esto.
—¿Qué es?
—Es un obstructor de energía. Adhiérelo a la cubierta del ataúd y presiona este botón de
aquí. Si la pantalla se pone azul, quiere decir que la obstrucción se llevó a cabo con éxito.
Si cambia a rojo…, salgan de ahí de inmediato.
—¿Eh? ¿Por qué?
—Porque, habitualmente, cuando se instalan controles de acceso con cerraduras de esa
naturaleza y se detecta una anomalía eléctrica en el circuito, se envía un mensaje de alerta
que activa alarmas externas incluso a kilómetros de distancia, lo cual, de suceder,
evidenciaría que estamos intentando violar los mecanismos de seguridad.
—… … Eeeh… Bien… Azul: bueno; rojo: corre… … Entendido.
—No te preocupes. Este obstructor de energía lo construí con sumo cuidado, no les fallará.
—… … Eeeh… Bueno.
—No confías en mis capacidades, ¿verdad?
—… … Adiós.
LXXXV
—¿Por qué tardaste tanto, muchacho?
—Cállate.
—Gusakee, ¿qué es eso que llevas en las manos?
—Me lo dio N. Sirve para abrir esta cosa… Esperemos.
Gusakee adhirió el obstructor a la cubierta del ataúd metálico, presionó el botón que le
indicó Názar y esperó.
—… … … ¿Y bien?
No sucedía nada.
—Listo.
La pantalla se iluminó de azul, la cubierta metálica profirió un chasquido y el extraño
líquido que contenía el ataúd descendió por unos conductos hasta que el cuerpo del diablo
terminó sin una gota.
—¡Genial! ¿Crees que este sea el verdadero?
Gusakee posó su mano sobre la frente del diablo.
—N-no…, no lo sé... Está muy helado; pero se siente como piel... Mejor salgamos de aquí.
Ustedes regresen al bosque y yo le llevaré el cuerpo a N. Los veo en un minuto… ¡Ah!
Oye, tonto, despega ese aparato y llévatelo. Nos servirá para los otros ataúdes en caso de
que este no sea el diablo.
Gabriel bufó.
112
—… … … No porque parezcas actor porno vas a venir a darme órdenes, niño.
—Pero yo sí. Haz lo que Gusakee te dijo.
—… … Idiotas.
LXXXVI
—N, aquí está el cuerpo.
—Bien.
Názar lo tocó.
—¿Es el…?
—… … No. Es silicona, indudablemente, aunque debo de admitir que se siente muy real.
—… Oh… … ¿Y qué hacemos con él? ¿Lo regreso al laboratorio?
—Mmm… No, déjalo aquí. Quiero hacerle una autopsia.
—… Qué lástima. Esperaba que sí fuese… Oye, ¿y el diablo? ¿Dónde está? No lo escucho
en mi cabeza.
—Salió de mi mente segundos después de que se fueran. Tiene otras cosas en que pensar.
Volverá cuando hayamos encontrado su cuerpo.
—Oh… Entonces regresaré de inmediato. Nos vemos.
LXXXVII
—Y que ni se te ocurra desapa… ¡Ah, Gus! ¡Volviste! Bien… Vamos al siguiente
laboratorio.
—Sí. En marcha.
LXXXVIII
—Hola, traigo órdenes directas de Tobías Martini. Tienen que desalojar la habitación de
inmediato.
—¿Y el memorándum?
—¿Eh?
—El memorándum con la orden.
—Ah… Claro… Lo tengo… Aquí…, en mi bolsillo derecho… Justo aquí.
Gabriel, nervioso, metió la mano y sintió con alivio una hoja de papel.
—Mmm… «Ordeno directamente que se desaloje la habitación de inmediato. Atentamente,
113
Tobías Martini» —leyó el guardia. La hoja estaba sellada por la insignia de la OPD, la cual
podía verse en todas las paredes de los laboratorios—. Mmm… Está bien… —asintió algo
receloso—. Un segundo… … … … ¡Salgan todos! Son órdenes directas del Secretario —
les gritó a los investigadores del interior—. Listo.
—Gracias. Puede irse.
—… … … Sí.
—Lo hiciste bien, Gabriel.
—¡¿No le viste la cara?! ¡Probablemente ya nos delató! De seguro así ni son los
memorándums. ¡Eres un idiota!
—¿Tú sabes cómo son?
—… N-no…
—Entonces cierra la boca... Iré a vigilar. Gusakee, haz lo tuyo mientras vuelvo.
—Sí.
LXXXIX
—N, aquí está el otro cuerpo. Creo que este tampoco es el verdadero.
—Déjame observarlo un segu… No, no es. No importa, déjalo aquí.
—Sí.
—¿Cómo les está yendo con la vigilancia en los laboratorios?
—Creo que estamos bien por ahora.
—Perfecto. Sigan así.
—¿Qué encontraste en el primer cuerpo?
—Nada interesante. Como lo sospeché, sólo era un muñeco de silicona con algunos
mecanismos básicos en el interior para hacer creer que respiraba.
—Bueno, iré por el tercero… Espero que, como dicen, la tercera sea la vencida.
XC
—Traigo órdenes directas de Tobías Martini. Tienen que desalojar la habitación de
inmediato.
—Mmm… «Ordeno directamente que se desaloje…». … … Entendido. Espere aquí.
—Gracias... … … Ahora retírese usted también.
—Gus, muévete.
—Sí.
—Oye, huesuda, ¿crees que este…?
—¡Maldición! Este también parece ser de silicona… ¿Cuántos más tendremos que llevar?
114
¡Carajo!
XCI
—También es falso… No te preocupes, Gusakee. Cada vez estamos más cerca.
El chico gruñó, agobiado.
XCII
—(…) Tienen que desalojar la habitación de inmediato.
XCIII
—… … Tampoco es.
—¡MIERDA!
—Paciencia, paciencia.
XCIV
—Gracias. Retírese usted también.
—¡TAMPOCO ES ESTE!
—¡Gusakee, no grites!
115
XCV
—Lo siento, Gus. No es…
XCVI
—(…) Tobías Martini.
—Un momento.
XCVII
—No, tampoco.
XCVIII
—Mmm… No, no es.
XCIX
—Este tampoco.
116
C
—(…) desalojar la habitación de inmediato.
CI
Názar movió su cabeza de un lado a otro.
CII
—(…) habitación de inmediato.
CIII
—Ya casi, Gus, te lo prometo.
CIV
—(…) de inmediato.
117
CV
—Falta muy poco. Paciencia.
CVI
Luego de más de 20 cuerpos, el muchacho ya estaba a una provocación de perder los
estribos.
—Hola, traigo órdenes directas de Tobías Martini. Tienen que desalojar la habitación de
inmediato.
—A ver ese memorándum.
—Tome.
—Mmm… Está bien… … …
—¡Gus! Ten cuidado con la máquina. No debemos causar destrozos.
—Cállate.
CVII
Názar suspiró.
—Este tampoco es.
—¡YA! ¡ESTOY HARTO!
—Te entiendo, Gusakee. Sólo te pido un poco más de paciencia. Estamos a menos de la
mitad.
—Tú y tu paciencia… ¡Mira tu maldita oficina! ¡Parece una fosa común!
—No importa.
—¡Claro que importa! ¡Tal vez ese idiota de Tobías nos tendió una trampa! ¡Tal vez ni
siquiera está el cuerpo del diablo en este planeta!
—… … … Lo sé; pero primero tenemos que descartar…
—¡Descartar nada! ¡Voy a ir al siguiente laboratorio y mataré a todos!
—¡NO! ¡APÉGATE AL PLAN!
—… … … No… te atrevas… a gritarme… de nue-vo.
—¡Gu…! Gusakee, Fernando está de acuerdo en que tenemos que actuar con prudencia.
—¡¿Y dónde está él?! ¿Eh? ¡¿EH?!
—Te he estado observando todo este tiempo, gusano.
—¡S-señ…!… No sabía que… … … ¿Por qué nunca lo dijo? ¿Tú sabías sobre esto, N?
—No.
118
—No quise interferir, Gus... Y mira que deseé hacerlo cuando vi que viste que la muerte
había traído al idiota de Gabriel… Pero Názar tiene razón, tenemos que ser pacientes e
inteligentes en nuestros movimientos.
—Pues ya me harté de eso. Hemos recorrido más de la mitad de los laboratorios y aún no
damos con su cuerpo.
—Pero lo harán, tarde o temprano. La meta siempre estará ahí. Lo único susceptible de
cambio es el trayecto.
—Empieza a sonar como N. Y yo no soy como ustedes dos.
—¡Gusano! ¡No alimentes tu enojo! ¡Ni el mío! Te necesitamos tranquilo allá afuera.
¿Harás lo que te pedimos?
—… … …
—¡Vamos! Sé un hombre y aprende a tomar una decisión. O estás con nosotros o en
nuestra contra. Decídete ahora mismo. ¿Estás con nosotros? ¿Sí o no?
—… … … Yo…, yo… … ¡No! ¡Decido que no! ¡Decido hacer las cosas a mi modo! ¡El
siguiente laboratorio sabrá quién es Gusakee Yomimoto!
—¡Cualquiera puede romper cosas! ¡Romper cosas es de niñitos! No tienes opción, tu
respuesta será un «sí». ¡Ahora ve a la siguiente Área y haz el trabajo como se debe! ¡Es
una orden!
—… … … E-está… bien —masculló el muchacho, y desapareció en un abrir y cerrar de
ojos.
—Pensé que lo perderíamos.
—No, no te preocupes. Gracias a este sitio donde estoy descubrí que Gusakee no expulsará
su poder con un enojo mundano.
—¿Eso fuiste a hacer?
—Sí, eso…, entre otras cosas... Quería ver si esta rara sección del raro Unuscéntrum sabía
cómo provocar a La Tercera Eminencia. Ahora sé qué hacer y qué no... Gusakee necesita
mano dura.
CVIII
Las Áreas pasaron, los muñecos de silicona siguieron apareciendo; pero Gusakee guardó la
calma.
—Hola, traigo órdenes directas de Tobías Martini. Tienen que desalojar la habitación de
inmediato.
—¿Y el memorándum?
—Aquí está.
—… Bien. Vuelvo enseguida.
—Gracias.
—Listo. Pueden pasar.
—… … … ¿Notaron algo extraño en ese guardia?
—¿A qué te refieres?
—No lo sé… Fue como si…
119
—Eeeh… Oigan…, ¿es normal que…?
—¿Qué?
—Oh…, oh…
—¿E-es…, e-es… el diablo?
—S-señor…, ¿es usted?
—¡Ja, ja, ja! No, no soy el diablo, muchacho.
—¿E-eh?
—¿Creyeron que no nos daríamos cuenta?... 43 cuerpos extraviados, un estúpido con una
identificación falsa y un papel barato con un sello inexistente. ¿Creen que la OPD nació
ayer?
Aquel cuerpo que salía del ataúd, sin que Gusakee lo hubiese abierto, era idéntico a
Fernando Luciani Sansixto. La única diferencia física eran sus ojos. Sus ojos también eran
fieles copias; pero sin vida. Y su voz, su voz era diferente.
—¿Eres…?
—Soy la OPD…, soy Tobías Martini.
—¿Y qué harás ahora? ¿Eh? ¿Atacarnos? Tal vez no lo sepas; pero la muerte está de
nuestro lado.
—¿Atacar? No sé quiénes sean; pero no valen la pena. Sólo necesito salir a las calles con
este cuerpo para que el mundo entero pida a gritos los servicios de la OPD... La Realidad
Virtual Incrustada está a punto de ser la nueva realidad.
—¡Ja! No irás a ningún lado. Podrás parecerte al diablo; pero te aseguro que no tienes ni el
mínimo de su poder.
De pronto, Gusakee atacó. Con un solo derechazo a la mandíbula arrojó aquel cuerpo al
suelo.
—¡Mierda! ¡Pensé que sería un robot o algo parecido! ¡Esta cosa es real!
—Mira quién ríe ahora, niño.
—¡Cállate! Te recomiendo que te quedes en el suelo si no quieres que te arranque los ojos.
—No te atreverías.
—¿Quieres verlo?
—Me da igual. Este cuerpo es sólo uno de 6 clones perfectos. Los otros 43 eran simples
señuelos de silicona para distraer a los curiosos. Si le haces algo a este clon, tengo otros 5
para habitar… Hubiéramos creado 49 clones perfectos; pero salía demasiado caro.
—¿Por qué… lo hiciste?
—Utilizo la imagen del diablo a mi favor… Tengo al planeta entero en la palma de mi
mano; pero en caso de que surja un contratiempo que aleje a las personas de mí, puedo
presionarlas psicológicamente para que corran buscando refugio en mis brazos. ¿Cómo
crees que se sentirían si vieran que el diablo, el que supuestamente fue derrotado por la
organización internacional más poderosa, resurge de la nada para cobrar venganza? La
gente suplicaría de rodillas que la OPD salga al rescate, ya sea que invierta más dinero en
armamento o que metan a todos al UniAversus. Luego, si la situación lo amerita, puedo
matar a uno de estos clones para ganar más confianza. Y si de nuevo la determinación del
mundo fluctúa, tengo más clones a mi disposición.
—Bien. Veamos si es cierto —gruñó Gusakee, y con tan solo una patada destrozó la cabeza
de aquel diablo. Los sesos quedaron esparcidos por todos lados.
—¡Oh, carajo! ¡Eso… fue…! —exclamó Gabriel con inquietantes náuseas.
—No. Podrá parecer un humano; pero no lo es.
—¿Y qué haremos ahora? —inquirió la muerte.
120
—Darnos prisa. Tenemos que matar los otros 5 clones antes de que salgan a la luz.
—… ¿Eso… quiere decir que ningún cuerpo que vi en los 49 laboratorios es el verdadero?
¿Sólo son réplicas?
—Averigüémoslo.
CIX
—Vaya, tardaron más de lo que pensé.
—¡¿Qué?!
—¿Por qué te sorprendes, chico? ¿Creíste que controlaba esos clones por medio de hilos y
tenía que viajar hasta la otra Área para tomar los del nuevo clon? Estamos en el futuro,
muchacho, ni siquiera necesito estar en la Tierra para controlarlos.
—Felicidades.
Y Gusakee saltó sobre el clon para romperle el cuello.
—Realmente me estás asustando, niño —opinó Gabriel, conturbado.
—Vámonos —atajó Gusakee.
CX
—Oye, eres un maleducado. No me has dejado terminar de explicarles mi plan.
—No queremos escucharte.
—Ese es el punto. Con el clon anterior estaba por decirles que no sólo no necesito estar
presente, sino que tampoco necesito ser yo quien lo manipule.
—¿A qué te refieres?
—Ya destruiste 2 de mis 6 clones. No dejaré que destruyas el tercero.
—¿Y qué harás al respecto, eh?
—Dejar que el diablo haga su trabajo.
—… Explícate.
—Ah, ahora sí quieres explicaciones.
—… Te lo ganaste.
Y en menos de lo que cae un rayo, Gusakee había partido por la mitad al clon.
—¡Jojo! Sí que perdiste la paciencia, Gus.
—Sigamos… Sólo faltan 3.
121
CXI
—¡NO ME GUSTA QUE ME INTERRUMPAN!
—¿Sigues siendo tú? ¿No habías dicho que…?
—¡Mocoso insolente! ¡Ahora verás lo que…!
Pero Gusakee le aplastó la cabeza con ambos puños antes de que Tobías pudiera terminar
su amenaza.
—Lento.
CXII
—¡ME LAS PAGARÁS!
—¿En serio? Sólo te quedan 2.
En eso, justo cuando Gusakee dio un paso, aquel clon empezó a levitar. Los tres partidarios
del verdadero diablo se detuvieron.
—¿Ahora sí me dejarás…?
—No.
Y Gusakee apareció bajo los pies del clon, lo tomó del tobillo, lo arrojó con todas sus
fuerzas al suelo y aquel diablo terminó como un charco de sangre y órganos.
—¡Deprisa! Sólo le queda el último. Tenemos que evitar que salga a las calles.
CXIII
Los tres aparecieron en el laboratorio definitivo; pero el ataúd de metal no sólo estaba
abierto, estaba destruido.
—C-creo que… se fue.
—No, la verdad es que no —se escuchó una voz detrás de la terna.
Gusakee recibió un fuerte golpe en la sien que lo lanzó hasta la pared, la cual atravesó.
—N-no… debiste…
—Quería desquitarme antes de salir. Nos vemos luego —se despidió el clon, y destruyó el
techo del laboratorio con su cabeza cuando levitó a gran velocidad.
Gusakee estaba furioso. Se puso de pie luego de agitar la cabeza, y se dispuso a seguir al
diablo; no obstante, Gabriel se adelantó.
—¡Déjamelo a mí!... Hace mucho que quiero golpear a ese animal… aunque sea un clon —
122
se carcajeó el esclavo de la muerte, y ascendió por el enorme agujero que estaba creando
cual máquina perforadora la réplica parlante.
Gabriel alcanzó a su enemigo justo al llegar a la intemperie. Aquel laboratorio subterráneo
se encontraba sorpresivamente bajo un estadio de béisbol.
—Hola, extraño.
—¡Vaya! Qué forma de esconder un laboratorio…
—Agradece que esta noche no hay juego. ¿Te lo imaginas? Más de 15 mil personas atentos
al terreno, cientos de teléfonos celulares al acecho, el suelo abriéndose bajo la segunda base
y…, de pronto…, aparece el diablo, quien supuestamente había sido vencido por la OPD.
¿Qué crees que sucedería después?
—Ahora que lo pienso…, no me interesa...
123
CAPÍTULO 9
D. D. D. (D3)
—¿Eh?
—Yo ya estaba muerto. Disfrutaba del paraíso tranquilamente; pero la muerte apareció y
me obligó a venir… Lo que le suceda al mundo, al Cielo no le afecta, así que me importa
un carajo lo que hagas con tus juguetitos tecnológicos. Pero he de admitir que me ofrecí a
seguirte no para detenerte, sino porque tengo una deuda pendiente con el diablo y… me
encantaría… tener la oportunidad de volver a partirle el hocico.
—¿Me estás amenazando? ¿Te atreves a amenazarme?
—No…, una amenaza es la que puede o no cumplirse.
Gabriel desapareció frente a los lívidos ojos del clon y reapareció con su rodilla bajo éstos.
—¿Sabes qué es lo mejor de manipular un cuerpo que no es tuyo?
—Déjame adivinar: no sientes dolor.
—Exacto —se regocijó Tobías, retrocediendo unos metros todavía en el aire.
Sus labios sangraban copiosamente; pero su expresión era de total satisfacción.
—Qué lástima… El dolor se siente tan bien.
El clon del diablo entornó los ojos al ver que Gabriel había materializado una navaja en su
mano derecha para después abrirse, con un fino corte, la piel que revestía sus nudillos
izquierdos. Tobías estaba por abrir la boca cuando su enemigo desapareció una vez más y
se manifestó a centímetros de él para propinarle un gancho siniestro que lo arrojó hasta el
graderío. Gusakee apareció en el preciso lugar donde quedó el cuerpo desfigurado.
—¿Te diviertes en ese cuerpo, Tobías?
—Mucho —profirió.
—Pues será la última vez que lo hagas.
Gusakee lo tomó del cabello y lo alzó unos metros.
—Te equivocas —el clon de El diablo de Estocolmo sonrió ampliamente—. Dije la verdad
cuando mencioné que sólo teníamos 6 réplicas perfectas. Sin embargo, aún escondemos el
verdadero cuerpo del diablo.
—Y lo encontraremos.
—No, amigo, no… Él los encontrará primero.
—…
—Ahora mismo estoy conectado a una de nuestras creaciones tecnológicas más
prometedoras, la cual me permitía controlar a los 6 clones. Pero en el instante en que te
decidas a exterminar esta última réplica de tu amiguito, mi grupo de científicos llevará a
cabo la implantación de mi mente en el cerebro vacío del diablo. Sí, puedes destrozar estos
clones y decirle a la muerte que reviva a escoria como ustedes una y otra vez; pero el
cuerpo de Fernando es un arma y una armadura infalible. Cuando me encuentre en su
124
cabeza y mi mente tome el control de sus manos, no habrá bala que me dañe ni materia que
se me resista.
—… … …
—Bendita sea la tecnología, que nos deja sin palabras, ¿no lo crees?
—Te encontraré —masculló Gusakee, furioso.
El diablo sonrió burlonamente y el muchacho lo dejó caer a las gradas para clavarle los
dedos en sus cuencas y arrancarle los ojos. En ese instante, Tobías ya no tenía dominio
sobre el último clon. A lo lejos, en el campo, la muerte apareció enseguida de Gabriel.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó.
—N sabrá qué hacer. Yo iré a su oficina, ustedes busquen a Tobías y deténganlo; pero no lo
maten… De eso me encargaré yo —respondió Gusakee, al materializarse junto a ellos, con
una seriedad gélida.
CXIV
—¿Qué sucedió?
—Tobías tiene control sobre el verdadero cuerpo del diablo.
—¡¿Qué?!
—Nos deshicimos de todos los clones; pero antes de matar al último, ese idiota me confesó
que una de sus máquinas trasferirá su mente al cerebro del diablo.
—N-no tenía idea de… q-que eso fuese posible.
—¡¿QUÉ ACABAS DE DECIR?!
—¡Señor!
—¡¿Eso es posible?!
—A-al parecer.
—¡Názar! ¿Qué sabes sobre eso?
Názar agitó lúgubremente su cabeza.
—¿Por lo menos sabes dónde se esconde el verdadero cuerpo del diablo?
—La VID no me ha informado nada. Tengo a un equipo de cien personas revisando las
cámaras de vigilancia a las que tenemos acceso; pero tampoco logramos ver cada rincón de
la Tierra.
—Fantástico. Qué tipo tan eficaz —gruñó Gusakee.
—¡Oye! ¡Deja a Názar en paz y no estés «sarcasmando»!
—¿Eh?
—Sarcasmando: gerundio del verbo «sarcasmar». Sarcasmar: hablar sarcásticamente. Su
participio es «sarcasmado». Su conjugación es: yo sarcasmo, tú sarcasmas, usted
sarcasma, él sarcasma, nosotros sarcasmamos, ustedes y ellos sarcasman... ¿No fuiste a la
escuela? ¡Todo mundo lo sabe! ¿Verdad, Názar?
—¿E-eh? No…, n-no lo sabía.
—¡Sarcasmar! ¿No? ¿No conocían el verbo?... … ¡Vaya! Entonces lo saqué de un
pensamiento proveniente de una Tierra alterna… ¿Eso quiere decir que estar en el
Unuscéntrum me está volviendo más inteligente que Názar?
125
—¿Estuviste… en el Unuscéntrum? Es decir, ¿en la otra sección? ¿Fuera de…?
—Oh, sí. Salí un instante de nuestra sección VIP para experimentar un poco.
—¡¿QUÉ?! ¡¿Te das cuenta del riesgo que eso implica?
—No me grites, Názar.
—¡Pudiste haber regresado meses después!
—Pero no lo hice. Comienzo a dominar esto de cazar pensamientos en el Unuscéntrum.
Sólo tienes que ser certero.
—¡Demonios, Fernando!
—¡Názar! Tú nunca maldices.
—No fue una maldición.
—Sí lo fue.
—No, no lo fue.
—Sí, definitivamente lo fue. ¿Verdad, Gus…? ¿Gusakee? ¡¿Dónde está ese gusano?!
—¿Eh? ¡Fernando, ve a buscarlo de inmediato! ¡No permitas que arruine el plan!
—Dame medio segundo.
CXV
—¿Encontraron algo?
—No…, nada.
—¿Y si dejamos a un lado las batas de laboratorio y las identificaciones falsas, y
empezamos a abrir puertas a patadas?
—… ¡Rayos! Me encantaría; pero… N y el diablo tienen razón. Si provocamos a Tobías,
podría hacer algo que comprometa la imagen del diablo.
—¡Lo tengo! Vayamos a una ciudad grande y veamos los televisores. Si ese tal Tobías
decide aparecer con el cuerpo del diablo, seguramente le avisará a todos los medios de
comunicación para que transmitan la noticia en vivo a nivel mundial —opinó Gabriel.
—¡Bien pensado! ¡Dile a ese imbécil que digo que «bien pensado» y que me las pagará
por golpear a un clon mío!
—¡Eh! Está aquí.
—Sí. Quería asegurarme de que no harías nada estúpido.
—No, no lo haré…, no se preocupe —respondió Gusakee, cabizbajo—. Siento ser tan
explosivo a veces.
—Descuida… Créeme que si supieras lo que sé sobre ti gracias al Unuscéntrum, sabrías
que no has sido nada explosivo a comparación de lo que podrías ser.
—¿Tan… poderoso soy?
—Eres casi como un «Big Bang», muchacho.
—Wuau… Nunca lo hubiese imaginado.
—Pero ya llegará el momento de verlo. Por ahora será mejor que hagamos lo que dijo el
baboso de Gabriel. Estaré contigo. Necesito ver lo que ven tus ojos.
—Bien.
—Oye, chico, ¿te sucede algo?
126
—Seguramente está hablando telepáticamente con el diablo. Cállate.
—No, está bien, ya terminé… Vayamos a… … Mmm…
—¡Moscú! ¡Que sea Moscú! Nunca tuve tiempo de ir.
—Moscú, sí, vamos al centro de Moscú… El diablo nos acompañará. Verá y oirá a través
de mí.
—¿A través de ti? ¿Cómo…?
—Es parte de la larga historia que luego te contaré… o no —atajó la muerte.
—Como quieran.
—Ah, por cierto…, el diablo dice que tuviste una buena idea y que... … le da gusto saber
que estás ayudando.
—Oh… ¿En serio?... B-bueno —titubeó Gabriel con un gesto de sorpresa y desconcierto.
—¡NO ES CIERTO, GUSANO! ¡DEJA DE HACER ESO!
Gusakee sonrió y desapareció.
CXVI
La nieve cubría soberbiamente a la noche en aquella gran ciudad. El frío abrasador
corrompía los huesos; pero gracias a ciertos sucesos, Gusakee, Gabriel, la muerte y el
diablo no tenían que pasar por eso.
—Miren allá. Es una tienda de electrodomésticos.
Los cuatro entraron a ese sitio sin ser vistos. Estaba cerrado, así que ningún ojo humano los
percibió; pero tampoco ojos artificiales. Ahí pasaron toda la noche, observando diferentes
televisores. El diablo en ocasiones regresaba con Názar para preguntarle si La VID había
visto algo; no obstante, la respuesta era siempre desalentadora.
—Tal vez ni siquiera piensa salir todavía… Quizá tiene otro plan, quizá utilizará el cuerpo
del diablo para algo más —dijo Gusakee al amanecer.
—¡Oh! También podría estar ganando tiempo para que se acerquen las elecciones —
exclamó la muerte.
—Tienes razón… Incluso pudo habernos mentido. ¿Y si no tiene esa máquina para meter
su mente en el cerebro del diablo? Señor, ¿ha sentido algo en estas últimas horas?
—Sí. Aburrimiento.
—No eso. Me refiero a algo que le haya indicado que su cuerpo fue reanimado; pero que
su alma no pudo regresar. ¿Sintió algo así?
El diablo negó con la cabeza. Después recordó que nadie lo podía ver por estar en el
Unuscéntrum.
—¡Ah! No, nada.
—Eso debe de ser una señal. Tobías es un mentiroso. Estoy cien por ciento seguro de que
no tiene control sobre su verdadero cuerpo.
—No lo dudo. Soy demasiado genial como para que un humano cualquiera me controle.
—Muchacho, me incomoda que te quedes viendo a la nada de esa forma.
—Estoy hablando con el diablo. Al parecer, no ha sentido nada que le indique que Tobías
revivió su cuerpo.
127
—Bien. Entonces es todo. Vámonos de aquí —suspiró Gabriel, estirándose incómodamente
por estar varias horas sentado observando los televisores.
—Mmm… … No. Quédense.
—¿Eh? P-pero… Esperen. El diablo quiere que nos quedemos.
—¿Por qué? No tiene caso. Esto es estresante.
—Iré a hablar con Názar. Tengo un plan. Ustedes sigan observando. No se muevan de
aquí hasta que regrese. No tardaré.
—E-es… está bien. El diablo dice que regresará en unos instantes. Esperaremos.
Gabriel bufó y volvió a tomar asiento. La muerte ni siquiera les prestó atención. Llevaba
media hora viendo una comedia mexicana.
—¡Jaja! Esos aztecas y sus tacos.
CXVII
—¡Názar!, tengo un plan.
—¿No han visto nada en las noticias de Rusia?
—Ya olvidémonos de eso. Probablemente Martini nos mintió y sólo está ganando tiempo
para el día de las elecciones.
—… … … No lo había pensado. Tienes razón.
—… … Sí…, tengo razón... A mí se me ocurrió… … Bueno, da igual, tengo un plan. Saldré
de nuestra sección VIP para buscar el pensamiento de Martini que me indique dónde
esconde exactamente mi cuerpo.
—¡NO! ¡NO! ¡Sólo tenemos un mes!
—Názar…
—¡Es…, es muy arriesgado!
—Mi instinto, Názar, mi instinto… ¿Acaso olvidas que si mi instinto me dice que te golpee,
tengo que hacerlo?
—… … … Está… bien… Te escucho.
—Buen chico... … … Ahora dame la pata.
—Fernando…
—Mejor te ordeno que no me des la pata… Bien hecho. Así me gusta. Buen chico.
—¡Fernando! ¡El tiempo!
—Como te iba diciendo, tengo un plan. Mi instinto ha hablado y dice que debo ir a ese
ordinario Unuscéntrum lleno de pensamientos comunes y corrientes… ¡Brr! Qué asco…
En fin. Tengo que salvar al mundo.
»Una vez allí, no perderé tiempo buscando los pensamientos de Martini que me indiquen
dónde se encuentra él o qué planea. No, eso no, no nos sirve de nada. Me dedicaré a
buscar el pensamiento sobre dónde escondió mi cuerpo. En cuanto tenga la localización,
regresaré, te la daré, la buscarás en tu mapa mágico de internet, mandaré a la perra de la
muerte por mi cuerpo, te lo traerá y te encargarás de reanimarlo para que yo pueda
128
regresar. ¿Qué te parece?
Názar suspiró.
—Que así sea…, que así sea.
—Pero eso no es todo. Mientras yo me encargo de eso, tú postúlate para Líder Mundial. Es
una orden.
—¡¿QUÉ?!
—Tú sabes quién eres. El mundo estará mejor en tus manos que en cualquier otras. Tienes
que darte a conocer, decirle a todos lo que has hecho estos últimos años, informarles sobre
los riesgos naturales de la RVI y, bueno, abrirles los ojos a los humanos. Tú mejor que
nadie sabe cómo hacerlo. ¡Tienes algo enorme a tu favor! Si no hubiera sido por lo que
hiciste en La Depresión del 21, ni siquiera estaríamos vivos… Y no te preocupes por el
imbécil de Martini. Cuando el mundo te conozca, nadie votará por él. Confío en la
inteligencia y comprensión de las personas, y en la democracia aún existente… Sé que
entenderán tus acciones e ideales, y te elegirán… Eres la encarnación del bien, Názar, La
Segunda Eminencia… Y, no lo sé, tal vez, si cuando regrese ya eres el primer Líder
Mundial, no tengan que enfrentarse a muerte La Eminencia del bien y la del mal… Nada
está escrito, ¿no?
—F-Fernando…, no…, no sabía que tú… confiabas de esa forma en mí.
—Sí, pero no intentes besarme… Mejor me voy antes de que te pongas más sentimental.
—Oh, espera… ¿Cuánto tiempo pasaste en el Unuscéntrum antes de lograr comunicarte
conmigo? Quizá pueda calcular cuántos minutos terrestres equivalen a un minuto en el
Unuscéntrum, y así sabríamos...
—Oye, no lo sé. No acostumbro llevar un cronómetro a todos lados.
—Mmm… Está bien… Entonces no pod…
—Pero conté 230 líneas en 6 páginas, en la primera edición de la historia.
—¿Eh?
—Eso quiere decir que aproximadamente 4 líneas equivalen a 1 mes terrestre.
—¿C-cómo…?
—Sólo tengo que tardar menos de 5 líneas para llegar antes de las votaciones. Pan
comido. ¡Ah! Y cuando ganes, por lo que más quieras, no le pongas PangeAZ al mundo.
Nos vemos.
—¡No! ¡Espera!
CXVIII
—Hola, Unus. ¿Cómo están? ¿Bien? Qué bueno. Me da igual. Como sea. No estoy aquí por
ustedes. Hasta luego.
—¿Podemos ayudarte en alg…?
—No. Terminé. Hablan mucho. Vine rápido. Ya conseguí lo que quería. Adiós.
—Sabemos dónde está el pensamiento que nos pediste la vez pasad…
—¡¿En serio?!...
129
CXIX
—Listo. Ya sé dónde esconden mi cuerpo. Te sorprendería saber que en este momento se
encuentra flotando a la deriva en el interior de Júpiter. La OPD fue muy astuta, tengo que
admitirlo. Un mes terrestre después de mi llegada al Unuscéntrum, le dijeron al mundo que
enviarían una sonda a ese planeta para explorar su atmósfera. Pero después de lanzarla,
montaron una escena a computadora donde se observaban las supuestas últimas imágenes
que captó antes de ser destruida por un supuesto asteroide. Buena farsa. En realidad,
habían enviado mi cuerpo en un contenedor que se desintegró de inmediato, dejando mi
hermosa figura solita en aquella bola de gases.
—… Fernando… —musitó Názar, cabizbajo.
—… … ¿Sí?
—Feliz año nuevo y… bienvenido a PangeAZ… … … Ayer, Tobías fue elegido como el
primer Líder Mundial.
—¡¿QUÉ?! ¡¡ESTÚPIDOS HUMANOS!! ¡¡NO SABEN LO QUE ES MEJOR PARA
ELLOS!! ¡¡DEMONIOS!!
—Hice lo que pude, lo siento. Lo dije todo y… no gané.
—… … … Espera… … … ¿Gusakee y los demás siguen en la tienda de electrodomésticos?
—¿Eh?
—… N-no, nada… Ahora vuelvo.
CXX
—… No pensé que sucedería…
—¡Miren aquí!
En una de las pantallas, un noticiero transmitía imágenes aéreas en vivo de cientos de
personas formando una brutal fila afuera de un inmenso establecimiento con la insignia de
la OPD en el techo.
—¡Vaya! Sí que tenían prisa por probar ese estúpido simulador virtual.
—¡Señor! ¡¿Por qué tardó tanto?! Tobías ya gan…
—¡¿Por qué no se fueron de este lugar?! Son unos idiotas.
—Usted nos dijo que…
—¡Ya, ya! Eso no les quita lo idiotas… En fin... Tardé más de lo esperado; pero ahora sé
dónde está mi cuerpo. Es hora de arreglar este desastre… Dile a la muerte que se dirija a
Júpiter y traiga mi perfecta entidad. No sé la ubicación exacta; pero no creo que sea difícil
encontrar un cuerpo en ese planeta.
—¡Genial! ¡Shinigami! ¡El diablo regresó!
—Ya era hora.
130
—¡Quiere que vayas a Júpiter! ¡Allá está su cuerpo! ¡Lo encontramos! ¡¡Lo encontramos!!
—… … Gus…, yo no…
—Oh, por Dios… ¡Dile que no se atreva a decir que no puede ir a Júpiter!
—Fui asignado a la Tierra, no a…
—¡BASTA! ¡¡Que se calle!! ¡Ya escuché suficiente! ¡Dile que es un inservible!
—El diablo dice que…
—¿Sabes qué? Ya estoy harto de esto, ya perdimos mucho tiempo… Gusakee, es hora de
explotar.
—… ¿Q-qué?
—Llegó la hora, muchacho.
—… ¿Y-ya? P-pero… No estoy listo… N-no pensé que este día tendría que… d-
desaparecer… para siempre… Si tan solo me hubiera dicho días antes…
—Necesito que comas más pollo.
—¿Para qué?
—¡Para ver si así te salen huevos!
—…
—¡Vámonos! Tenemos que ver a Názar para el gran final… Dile a la muerte y a ese tonto
de Gabriel que…, que hicieron un buen trabajo; pero que ya no los necesitaremos.
CXXI
—¿Llegó la hora? ¿Ya? ¿Esto…, esto será todo para nosotros? —suspiró el joven Názar.
—… S-señor…, no estamos listos.
—No necesitamos estar listos, sólo estar presentes. El instinto hará el resto… No hay nada
que temer, hermanos… Confíen en mí…, confíen en el diablo.
—P-pero…
—¡AGH! ¡Ya cállense! ¡Haremos esto juntos y desapareceremos juntos! ¿Entendido?
—S-sí —asintieron las dos Eminencias al unísono, temerosos.
—… No se preocupen, muchachos…, cuando vuelvan a necesitarnos…, regresaremos.
—… Una pregunta: al morir, ¿la muerte nos guiará al Cielo?
—Ustedes dos irán al Cielo, sí; pero yo no. Mi espíritu se fundirá con El TODO para
seguir equilibrando las fuerzas que lo dominan, y mi alma se quedará en nuestra sección
del Unuscéntrum en espera de que mi reencarnación sea necesaria para reencarnarlos a
ustedes… Pero basta de plática. Názar, mata a Gusakee.
—… ¿E-eh?... P-pensé que sería algo más de… meditación… o algo parecido.
—¿Qué? ¡No! Eso es para gente trastornada. En nuestra sección del Unuscéntrum
descubrí que para que La Eminencia del mal expulse todo su poder, La Eminencia del bien
tiene que matarla.
—… O-oh… … E-está bien, N…, hazlo —le dijo Gusakee un tanto nervioso; pero
decidido. Y le ofreció un «kunai» que guardaba en su pantalón.
—No… Yo n-nunca he matado a nadie… L-lo siento, no puedo hacerl…
131
—Bueno…, tú me obligaste.
—¿Qué? ¿Q-qué harás?
—Hasta luego, Názar… Muchas gracias por todo.
De pronto, en tan solo un parpadeo, los ojos de Názar cambiaron. Ahora eran negros en su
totalidad.
—¿N? ¿Estás...?
—Me dio gusto conocerte, gusano. Gracias por ser siempre tan fiel…, amigo… Nos vemos
luego.
Aquel era Názar Reilly; pero su voz era la del diablo. Y fue éste, en el cuerpo del
muchacho, quien levantó su mano derecha cual hoja de espada y la dirigió hacia el pecho
de Gusakee, justo en el corazón, atravesándolo de inmediato, pulcramente, como un rayo de
luz perforando una nube.
Los ojos de Gusakee también cambiaron. Se habían vuelto, en su totalidad, blancos. Y, en
eso, su cuerpo, asimismo, mutó… En tan solo un par de segundos, la figura del joven medía
ahora 3 metros de altura, pesaba media tonelada de puro músculo y un halo rojo lo
abrazaba—. Vamos, muchacho, daremos un paseo antes del descanso —se dijo. Su voz era
la del diablo.
Gusakee desapareció de aquella iglesia dejando un mar de fuego en su lugar, y reapareció
levitando, sin dificultades, en el espacio… Miró de un lado a otro… A lo lejos lo vio. Era el
cuerpo del diablo.
El enorme muchacho se deslizó sobre la atmósfera del planeta a gran velocidad sin ser
afectado por absolutamente nada. Kilómetros después logró tomar con suma delicadeza el
inerte ser. Estaba íntegro, a pesar de las circunstancias… Desaparecieron.
El joven Gusakee apareció esta vez frente a una inmensa estrella de fuego blanco y levitó
hasta su interior. Allí dejó el cuerpo del diablo, el cual fue envuelto por las llamas; sin
embargo, no le hicieron daño, sólo lo acobijaron… Desapareció.
Gusakee reapareció en la Tierra. Se hallaba afuera de una oficina muy elegante, cuya
ubicación era las entrañas de un sofisticado laboratorio subterráneo. Entró sin tocar la
puerta. No cupo en la pared. Alguien dentro de la habitación le disparó consecutivamente.
—¡NECESITO REFUERZOS! ¡DEPRISA!
—Disculpa, no sabía que se caería. Bueno, tal vez sí; pero qué importa, ¿no? En el
UniAversus podrás tirar y levantar paredes a diestra y siniestra.
—T-tu voz… Tú… P-pero… ¿Y ese cuerpo?
—Es de un viejo amigo. Pero explotará en unos minutos, no te preocupes. Sólo vine a
despedirme y a agradecerte.
—… ¿Uh?
—Sí. Quiero darte las gracias por enviarme a este lugar donde me encuentro actualmente.
Desde aquí tengo acceso a todas las mentes de todos los seres vivos… Por cierto, cuando te
haga renunciar, confesarás algunas verdades y… otras las inventaré por pleno gusto, así que
tal vez, cuando llegues al Unuscéntrum, te enteres de que el mundo ahora aborrece tu
nombre y tus creaciones, y bautizó a la nueva era en mi honor —sentenció con tranquilidad.
Era el cuerpo de Gusakee Yomimoto, La Tercera Eminencia; pero la voz le pertenecía a La
Primera, al diablo, a «El diablo de Estocolmo».
132
EPÍLOGO
Luego de haber usado el cuerpo de Gusakee para su último cometido, EL DIABLO DE
ESTOCOLMO envió al muchacho hacia el interior de la singularidad espacial más cercana,
donde su cuerpo se comprimió hasta reventar, ocasionando que la explosión creada por La
Tercera Eminencia fuese absorbida por la naturaleza del vórtice negro. Y, desde ese
momento, Fernando Luciani se apoderó de la entidad de su enemigo: Tobías Martini.
Lo primero que hizo fue revelar en un comunicado las consecuencias negativas de la
Transición al UniAversus. Posteriormente, prohibió y condenó el uso de la Realidad Virtual
Incrustada. Asimismo, reconoció la valiosa e impresionante labor humanitaria de Názar
Reilly a lo largo de sus cortos 20 años. En consecuencia, cambió el nombre de PangeAZ
por «Názion». Esto a través del mismo comunicado que se difundió simultáneamente en
todos los medios, comunicado que aprovechó para explicar detalladamente cómo EL
DIABLO DE ESTOCOLMO, en su infinita sabiduría y atractivo sin igual, le había abierto
los ojos, mostrándole lo equivocado que estuvo todo ese tiempo con respecto a sus ideales.
Al final, como último mandato que decretaría siendo Líder Mundial, legisló que jamás
habría otro Líder Mundial y que el planeta se regiría a sí mismo mediante una democracia
sin intermediarios, siendo el internet la única vía para sugerir cambios y votar por ellos. En
su despedida, Tobías Martini le pidió al mundo que venerara el recuerdo de los héroes que
lucharon en todo momento contra aquella tentación tecnológica llamada UniAversus, y
exhortó al planeta a que no se olvidara de sus orígenes y no volviera a intentar ir en contra
de la naturaleza.
La Tierra escuchó, consternada, aquellas palabras. Había sentimientos encontrados; pero
todos ellos se unieron al oír la despedida terminal de Tobías Martini, cuyas palabras incluía
la confesión de sus verdaderas intenciones con el UniAversus y todas las mentiras que la
OPD, junto con los gobiernos, le hicieron creer al mundo.
La Názion permaneció fría. No había alma que no estuviese atento a aquella transmisión. Y
aunque la rabia se hizo presente en cuanto el primer y último Líder Mundial confesó sus
crímenes, la consternación tomó el papel protagónico al ver cómo sacó una escuadra blanca
de su ropa y posó el cañón de la pistola en su sien.
«No fui un buen hombre en esta vida. Espero encontrar el perdón en la otra. Pero aun si no
lo encuentro, seré feliz si consigo que el diablo se apiade de mi alma», fueron sus últimas
palabras, que pronunció con lágrimas en los ojos y una mirada de súplica… La transmisión
se detuvo antes de que jalara el gatillo… El mundo jamás volvió a saber de Tobías Martini.
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EPÍLOGO del EPÍLOGO
(¿DUPÍLOGO?)
La Názion reconoció la vida de EL DIABLO DE ESTOCOLMO y la de todos los
involucrados en la reinserción de la humanidad. Ese mismo día, el mundo votó para que se
dejara atrás lo acontecido en años pasados, por lo que a partir de ese 1 de enero del 2033
inició una nueva era para la humanidad y se escogió «D3» como nombre.
Así, desde el primer día del primer mes del primer año de la era «Después Del Diablo», los
países y demás territorios fueron rebautizados. Ninguno conservó su nombre anterior, ni
siquiera los océanos; y fue precisamente en uno de éstos donde unos años después, por la
noche, la sexta noche del sexto mes del sexto año de la era D3, una nave espacial apareció
con severas averías. Sin embargo, no lo hizo en la superficie. El vehículo estaba tan
deteriorado que no respondió debidamente y se materializó dentro del agua. Para buena
suerte de su único tripulante, sólo fueron unos metros de diferencia y logró salir con vida,
así que nadó hasta la costa más cercana. Cuando llegó a tierra firme se sacudió la arena del
traje y caminó exhausto hasta un sombrío sendero. Al lugar arribó con urgencia un
automóvil blindado. Del automóvil salió un hombre. El hombre le apuntó con una extraña
arma al piloto de la nave y le pidió que se identificara. El piloto se despojó de su traje y se
exprimió el agua de su oscuro cabello. Aquel piloto era mujer. Su nombre: Leonor Luciani
Bundy.