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CAPÍTULO UNO EL COMIENZO DE MI CAMBIO Libro: Príncipe Inexplicable Por: Gilberto Annesdy Rodriguez Tellado Cuento con tu “me gusta” a la página: www.facebook.com/annesdytellado/ Para capítulos anteriores o recientes puedes visitar: https:// www.wattpad.com/myworks/113273295-pr%C3%ADncipe-inexplicable www.annesdytellado.com Si quieres adquirir el libro impreso marca aquí: http://www.lulu.com/shop/gilberto-annesdy-rodr%C3%ADguez-tellado/pr %C3%ADncipe-inexplicable/paperback/product-14416904.html

Capítulo 1 Príncipe Inexplicable

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CAPÍTULO UNO

EL COMIENZO DE MI CAMBIO

Libro: Príncipe Inexplicable Por: Gilberto Annesdy Rodriguez Tellado

Cuento con tu “me gusta” a la página: www.facebook.com/annesdytellado/

Para capítulos anteriores o recientes puedes visitar: https://www.wattpad.com/myworks/113273295-pr%C3%ADncipe-inexplicable

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En un silencio profundo donde se escuchaban los pasos que bajaban las escaleras del palacio, caminando sin mencionar una sola palabra, llegamos hasta la última habitación. Mirando una puerta vieja, que estaba a punto de derrumbarse, abrimos la puerta lentamente, evitando cualquier ruido innecesario. El lugar se encontraba oscuro, lleno de viejos libros. Su temperatura era de veinte grados y el olor era a humedad. Prendiendo una vieja lámpara para alumbrar todos los escritos, no me dejaba hacer ningún tipo de comentario. Era como si entráramos en una especie de altar. Con admiración, mi padre observaba todos esos viejos libros, mientras que yo le brindaba poca importancia.

Años atrás, existía un pueblo llamado el Castillo de la Biblioteca, cuyo nombre daba el honor a sus cuidadanos.

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En este pueblo estaban los mejores escritores, caballeros, agricultores y maestros. Todos los habitantes habían tenido la oportunidad de nacer y criarse en este pueblo, menos mi abuela. Ella escapó del Castillo Analfabeta cuando apenas mi madre tenía meses de nacida. El Castillo de la Biblioteca les abrió las puertas, hasta que mi madre logró casarse con mi padre, el príncipe Fernández. Me había visto

obligado a aprender a leer, llenarme de conocimientos y ser analítico, mas todas esas cosas me aburrían demasiado; por tal motivo, empecé a escaparme de las clases medievales para dedicarme a otros asuntos que eran más importantes para mí, como divertirme. No malinterpreten, adoraba el Castillo de la Biblioteca; me sentía importante e inteligente.

—Lemuel —me llamó mi padre por séptima vez antes de enseñarme su libro favorito y entregándomelo en mis manos—, quiero que tengas esto en tu corazón por el resto de tu vida...

—¿Qué es?

—Es un libro del que puedes aprender cómo sobrevivir en la vida, amar a los demás, entender el dolor ajeno, ser un futuro rey que pueda entender a su pueblo...

Mi padre y yo nos parecíamos, excepto por el amor tan grande que le tenía a la literatura. Era el tipo de rey que creía que mientras existiera la lectura existirían el conocimiento, el análisis y la libertad de pensamiento. Un país que no es lector es un pueblo fácil de gobernar, mas eso a mi padre no le llamaba la atención; él quería ciudadanos pensantes, que junto a él pudiera alcanzar a ser el castillo más próspero de todo el mundo. Me abrazó con fuerza durante varios minutos; luego, salió de la habitación. Subí a mi cuarto para guardar el libro y salir del palacio; deseaba dar una vuelta.

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Estaba lloviendo cuando bajé las escaleras de mi palacio. No consideré para nada regresar a mi habitación tan temprano en la noche. Así que comencé a correr como un niño pequeño; disfrutaba cada gota que entraba en mi largo y reluciente cabello. Corriendo sin ningún rumbo fijo, de momento mis pies resbalaron en la carretera y caí encima de una doncella del palacio.

—Disculpe, señor Lemuel —dijo con una sonrisa, al mismo tiempo que me miraba fijamente. —¿Cómo que disculpe? Yo soy el que debería

pedirte disculpas por mi torpeza —respondí, devolviendo la mirada fija.

—Acepto sus disculpas. Ya se puede poner de pie si quiere.

Me puse de pie rápidamente, pero si me hubieran dejado me habría quedado admirando sus ojos toda la noche. Me quedé mirando su belleza lentamente. Ella era la doncella más hermosa que había visto en el Castillo de la Biblioteca. Mi corazón recibió un impacto por su rostro juvenil, su pelo castaño, su mirada que parecía traspasar todo mi ser. Nunca la había visto, a pesar de que mis padres siempre tenían eventos sociales con la realeza, con los caballeros y los campesinos. Pensaba que todo lo había visto, pero al ver a esa chica preciosa frente a mí, me dio la impresión de que aún me faltaba mucho por recorrer en este pueblo tan grande.

—¿Cómo te llamas? —pregunté tímidamente. —Me llamo Amanda —contestó con celeridad. —Mi nombre es... —Señor Lemuel, ¿quién no lo conoce a usted?

— interrumpió irónicamente. —Está lloviendo demasiado. ¿Quieres tomarte algo caliente?

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—Lo siento, señor Lemuel, me tengo que ir a mi casa.

—Amanda, me puedes decir Lemuel.

—Pues, como te iba diciendo, Lemuel, será para otra ocasión. Me tengo que retirar. Que pases buenas noches.

Sin decir otra palabra, dio media vuelta, corriendo hacia su destino, hasta desaparecer por los callejones del pueblo. Ella tenía que ser un ángel caído del cielo, belleza que nunca había admirado. Había tenido la oportunidad de conocer doncellas, pero ella era la que mi corazón había elegido. Me regresé al palacio, a buscar a mi madre en su lugar favorito, en la cocina.

Era muy grande. Allí se realizaban los bizcochos más sabrosos y las comidas más deliciosas. Mi madre no tenía por qué cocinar, pero si comparaba sus comidas con las de nuestros cocineros, prefería las de ella. Mi madre Carlota era la mujer más humilde y amorosa de todo el palacio.

Cuando mi abuela llegó a este castillo, se convirtió en una de las criadas de los reyes, así fue que mis padres se conocieron, hasta que —ya saben la historia—

crecieron y se casaron. Como mi pueblo era un país pensante, aceptó la boda entre alguien de la realeza y una mujer plebeya. Para mi madre eso significaba un compromiso especial, ya que trabajaba fuertemente, de forma que el pueblo no tuviera un comentario negativo de su persona. Mi madre repartía comidas a los más necesitados, ayudaba a todos los que se nacercaban y de esta forma fue ganándose el respeto y la admiración del pueblo.

—¿Comenzaste a leer el libro que te regaló tu padre?

—No. Es que tú sabes que no me gusta leer. —¡Hijo!

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—¡Madre! Estamos aquí comiendo tranquilos; no comencemos con la misma cantaleta.

—Sabes que tu padre quiere lo mejor para ti — sirvió sus dulces medievales que tanto me gustaban—. Ya tienes diecisiete años. Necesitamos que cuando seas el rey de este castillo seas una persona lectora, pensante, íntegra, llena de valores, y que sepas interpretar .

—Madre, no quiero ofenderte —me levanté de la silla—. Para tener valores no hay que saber leer y para ser pensante tampoco.

—Entiendo, hijo, pero mientras más te llenes de información, más cosas vas a saber de la vida. El conocimiento te hará libre.

—Madre, te lo agradezco de veras, pero no necesito leer.

Despidiéndome con un beso, me retiré de la cocina, tomando la dirección de mi habitación para descansar, ya que al día siguiente me esperaba un día largo. Primero me tenía que levantar temprano para ir al bosque y olvidarme por un momento del libro que tenía que leer, gracias a las ocurrencias de mi padre, y no escuchar las cantaletas de mi amada madre, diciéndome lo que tenía que hacer. Así que, por un momento, a dormir y a descansar en mi grande y cómoda cama. Nunca me había detenido a pensar qué iba a ser de mi vida sin mis padres. Tenía la mirada puesta en los ojos oscuros de una mujer que no era mi madre; se observaba un aspecto de amargura y de contiendas.

Junto a ella, observé personas rindiéndose a su mando y gobernando muchos castillos. Un dragón parlanchín, dirigiendo cada decisión que tomaba esa reina. Me veía en un lugar oscuro, sin poder salir, mientras que esperaba ahí la muerte. Si esto era una pesadilla, quería despertar; parecía eterno este

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sufrimiento y este dolor que sentía. Real esto no podía ser, y si lo era, deseaba que la muerte me arrebatase la vida en esos momentos. ¿Podría ser un sueño o una premonición? Realmente, no tenía idea, pero ya

quería despertar. En esos momentos, la pantalla de mi vida oscureció y se llenó de colores e imágenes. Me encontraba en un castillo muy hermoso y difícil de describir. Los caballeros estaban más fuertes, saludables; muchas personas leyendo, educándose, con los mejores escritores y científicos que nunca había visto. El palacio era el doble en todo y más lujoso. Me sentía a gusto al estar ahí; quería vivir en ese lugar. Entré a una habitación. Era tan grande que asumí que era el dormitorio del rey. Cuando me miré al espejo, estaba vestido con unas túnicas especiales. Una corona más grande que la de mi padre, el rey Fernández. Aquí sí quería vivir; me sentía feliz, con ganas de ayudar a las personas, pero sin idea de cómo comenzar. De repente, el dormitorio se oscureció. Esta vez, no quería salir de este hermoso sueño; quería estar en ese lugar por el resto de mi vida. Pero no fue así. Me transporté a un bosque; parecía el que visitaba durante las mañanas para evitar las clases, pero esta vez también tenía algo diferente. En un momento, un tigre se acercó a mí, mirándome fijamente a los ojos. Rápidamente, el miedo me invadió; me quedé paralizado, en una sola pieza, sin respiración. El tigre seguía mirándome y yo continuaba parado. Se paró en dos patas y abrió la boca.

—Ni se te ocurra pensar que te voy a comer —dijo el tigre. —¿Puedes hablar?

—No, solo en tus sueños. No tienes nada de qué preocuparte aquí. Soy un sabio que te hace una advertencia. Quiero que sepas que de lo único que te tienes que preocupar es del castillo en donde vives.

—¿Por qué lo dices? —seguía observándolo, pero con

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precaución. Pensaba que en un descuido me iba a devorar.

—En el Castillo de la Biblioteca se aproximan malos tiempos, donde el poder estará en la lectura. No podía creerlo, soñando con puras boberías. Estaría loco. Tendría que eliminar esas meriendas que me estaba comiendo antes de acostarme; me estaban haciendo daño. La pantalla se volvió a colocar nuevamente negra; esta vez quería despertar a la realidad. No quería ver reinas malas ni cuartos oscuros, ni castillos hermosos; simplemente deseaba estar en mi hogar.

Sentí una luz molestando mis ojos; indicaba un nuevo amanecer. Cuando me levanté, era una de las criadas, que había subido las cortinas por órdenes de mi madre para que me fuera a estudiar. Bajé las escaleras lentamente, con precaución, para evitar encontrarme con mis padres y así escaparme al bosque. Cuando por fin lo estaba logrando, estaba a punto de salir del palacio, escuché unos murmullos que venían de la habitación oscura que ellos llamaban con tanto cariño la biblioteca. Me acerqué a la puerta sin que nadie se diera cuenta y escuché las voces de mis padres, un poco preocupados.

—Fernández —le dijo mi madre a mi padre con un tono de dolor—, creo que Lemuel no está preparado para ser rey interino.

—Carlota, ¿qué podemos hacer? Hay una convención anual de reyes en el Castillo del Aprendizaje. Sabes que es solo en unos días y ninguno de los dos puede faltar.

—Entiendo, amor, pero Lemuel ni siquiera entra a las clases. No ha leído el libro que le regalaste que le enseña las cosas básicas de la vida. Nuestro hijo es un muchacho bueno, le aconsejo y le digo, pero no quiere escuchar. Ser bueno no es suficiente para triunfar en la vida.

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Salí de la puerta. Sentía varias sensaciones. Por un momento, me encontraba lleno de felicidad, porque podría hacer lo que quisiera durante su ausencia, pero a su vez

lleno de dolor por saber que mis padres no podían confiar en mí. Estaba casi llegando a la puerta para la salida del palacio cuando me llamó mi padre.

—Lemuel —su voz de autoridad me detuvo—, quieron hablar contigo.

—Padre, no es lo que piensan; solo iba a salir a tomar un poco de aire.

—Tranquilo, hijo. Es que tu madre y yo iremos a la convención anual de reyes y nos quedaremos en el Castillo del Aprendizaje por varios días.

—¡Qué bien! ¿Yo me voy con ustedes? —dije disimulando, como si no supiera lo que ellos estaban hablando secretamente—. ¿Comienzo a empacar?

—Lo siento, hijo, esta vez es solo para los reyes.

—¿Quién se va a quedar a cargo?

—Tu madre y yo estuvimos hablando. Decidimos que vamos a pedirle a tu primo David II que se quede a cargo del castillo en lo que nosotros regresamos.

—¿Qué? Papá, ¿mi primo? Tú sabes que es un irresponsable, él no tiene corazón. No es justo, yo tengo derecho a ser el rey.

—Hijo, es por el bien del castillo; además, tú sabes que todo esto va a ser tuyo. Tu primo nunca tuvo la oportunidad de ser heredero, a pesar de que su padre era mayor que yo. Él murió en un accidente cuando apenas ustedes eran niños y entonces yo fui el que lo sustituyó. Si mi hermano no hubiera muerto, David II sería el sucesor.

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—No tendrá reinado, pero tiene bastantes riquezas.

—Él tiene lo que le corresponde, hijo.

—Bueno, si así tú lo deseas, así será. ¿Me puedo retirar?

—Sí, hijo, puedes retirarte.

No entendía por qué estaba tan molesto. En esos días

me podía perder por el bosque sin rendirle cuentas a nadie y sin responsabilidades. Algún día crecería, reinaría ese palacio. No entendía por qué tantos celos con mi primo, si sería libre. Me fui a caminar hasta llegar a uno de los parques del castillo, a lo lejos, vi a Amanda, rodeada de niños.

—Hola —dijo tímidamente—. Príncipe Lemuel, ¿qué haces a estas horas por aquí?

—Primero, no me digas príncipe; segundo, no necesito otra madre, con la mía es suficiente.

—Disculpe, joven —bajó la cabeza, apenada—. Jamás le llegaría a los tobillos a la reina Carlota.

—Bueno, ya, no me vas a decir que todos estos niños son tuyos.

—No, joven —cambiando su semblante a rosado—. Es que antes de las clases, les leo cuentos a los niños como un servicio para la comunidad del castillo.

—¡Qué horror! No te preocupes, Amanda, que les pediré a mis padres que quiten ese horrible reglamento. —Ay, Lemuel —sonrió—. Tú tienes unas ocurrencias... ¿Sabes una cosa? Me gusta hacerlo, me hace sentir una persona útil. Además, cuando les leo a los niños también obtengo algún conocimiento.

—Bueno, si tú lo dices. Nuestras miradas se cruzaron nuevamente. De momento, los niños nos rodearon con su ternura y

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diversión. Ella tomó una pluma con una hoja y realizó un dibujo, entregándomela en mis manos, besándome en mi mejilla. Se alejó de mí, corriendo con los niños. Procedí a abrir la hoja y eran corazones, con estrellas alrededor. Eso me gustó. Sentir que la doncella más hermosa del Castillo de la Biblioteca se había fijado en mí.

—Vaya, Lemuel, verdaderamente la historia se repite —se bajó David de un caballo blanco—. No puedo creerlo, primo. Pensé que habían cambiado, pero veo que ustedes van de mal en peor.

—¿Qué quieres decir, David?

—Tu padre se casó con la hija de una criada y ahora tú coqueteándole a esa. Tú no tienes dignidad.

—Cállate, David, que sea la última vez que hablas de mis padres y de Amanda. Ella es la doncella más hermosa que he visto.

—¿Doncella? De verdad que no sabes nada. Ella es una de mis criadas, Lemuel. Pero no te preocupes, que hacen bonita pareja; ambos se ven comunes.

—Para mí sigue siendo la doncella más hermosa de todo el castillo, más hermosa que todo el palacio. Ella es como un sello que se está pegando lentamente en mi corazón.

—Ay, qué cursi. Bueno, te dejó, que tengo clases de literatura, algo que creo nunca vas a entender.

David II se creía el mejor, y cuando se enterase de que sería el rey interino, no quería imaginarme. Sería más insoportable. Creía que era el momento de tomar unas clases, empezar a educarme un poco, pero mi mente seguiría igual. Mi día perfecto tomó otro rumbo. Entré a todas las clases, tratando de aprender cosas que no tenían que ver con mi vida. Pasé un día muy raro, pero muy productivo para mi cerebro. No pasé de un salón sin que los maestros me

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felicitaran por entrar a tomar sus clases. Salí tan cansado de los cursos que llegué exhausto al palacio. Subí las escaleras directo a mi cama. Tenía un sueño que yo creía que de esta ni una batalla me despertaría.

Tuve un sueño muy pesado. Comencé a ver nuevamente la imagen del cuarto oscuro. En cuestión de segundos, vi de nuevo el palacio más hermoso que he visto. Pero esta vez, cuando contemplé el espejo, no estaba con la corona ni con la túnica especial. Estaba mi primo David II, riéndose con pura maldad. Me fui corriendo del palacio y me tropecé con la reina nuevamente, la que me producía miedo y gran temor. Eso me hizo salir del castillo hasta llegar al bosque, donde comenzó a perseguirme un dragón negro, hasta que desapareció. Estaba solo. Tenía frío; no sabía qué dirección tomar, pero nuevamente el tigre se

apareció. Esta vez no me quedaría congelado, de una sola pieza. No iba a dejar que el miedo me dominase.

—¿Cómo te llamas, tigre?

—No soy un tigre, soy un leopardo. Me llamo Josué, el leopardo sabio del bosque.

—Quiero que me contestes, ¿el sueño de la noche anterior es real? ¿Eso fue una premonición? El leopardo sabio salió corriendo muy rápido y se subió en una montaña, y de momento sacó unas alas como de águila.

—Mientras mires de la forma en que estás mirando, vas a ver cosas que nunca podrás entender. Pero saca tus alas como las del águila, cambia el ángulo de las cosas que estás viendo y tendrás las respuestas. Es el momento para que comiences a volar; es el tiempo de madurar, porque algo se acerca y tienes que estar preparado.

Eso no podía estar pasando, pero qué bueno que era un sueño, porque si eso pasaba en la vida real nadie me creería que había un leopardo que hablaba.

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Segundo, yo, el príncipe del Castillo de la Biblioteca, en un cuarto oscuro, jamás. Además, tenerle miedo a una supuesta reina cuando ese puesto lo ocupaba mi madre... Creo que me estaba preocupando demasiado, pero ¿cómo decirle a mi subconsciente que dejase de enviarme esos sueños raros? Eran dos noches que soñaba lo mismo. ¿Me olvidaba? ¿Seguiría con mi vida cotidiana o tendría que comenzar a hacer caso a lo que Josué y las demás imágenes me estaban mostrando?

Continuará…….