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Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)1
El clima social de optimismo que sigue a la Independencia, se mengua al desatarse
la lucha de facciones en 1828. En los decenios de 1830 y 1840 la percepción que
domina es que México está a la deriva, éste es el horizonte de los pensadores
públicos de la época --afirma Brian Connaugthon.2
A fines de la década 1830 y principios de la siguiente, es común que en los
discursos cívicos frente a la apología por los logros de la emancipación política se
haga un contrapunto que refiere los errores y las luchas intestinas. Junto a la
decepción política se registra también una voluntad de renovar profundamente el
país, que se expresa en una ola de revoluciones y planes políticos, en la búsqueda
de soluciones mediante nuevas cartas constitucionales y se cifran las esperanzas en
la educación para crear ciudadanos.3
En búsqueda de soluciones sociales, los polígrafos revitalizan viejas formas
de sociabilidad: las tertulias literarias y las sociedades de conocimiento, ahí
discuten las causas de la anarquía económica y política y la falta de un crecimiento
económico sostenido. Ahí comienzan a exigir la regeneración moral del mexicano,
para lo cual conceden una misión privilegiada a las artes y humanidades.
Este capítulo revisa brevemente las disertaciones presentadas en dos
sociedades de conocimiento, ambas herederas de la Academia de Letrán y ambas
llamadas El Ateneo. Una ha sido caracterizada por la historiografía como liberal, la
otra como conservadora, aunque no todos sus miembros responden a esta
1 Este capítulo retoma dos trabajos previos: “La escritura de la historia y la tradición
retórica (1834-1885)”y “La tradición retórica en el Lucas Alamán historiador”, y fundamentalmente
amplía el análisis de las obras históricas de Lucas Alamán.
2 Brian Connaugthon, “Mariano Otero. Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión
social y política que se agita en la República Mexicana (1842)”, p. 31.
3 Ibídem, p. 30-34.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
distinción política. El análisis de las propuestas y debates que se desarrollan en
ambas organizaciones mostrará la noción de historia que sostienen sus integrantes
y las maneras en que representan el pasado. Con esta base este capítulo se
aproxima a la tensión entre perceptiva, prácticas escriturísticas y proyectualidad
política en las obras históricas de Lucas Alamán.
El Ateneo
Sus principales miembros son Andrés Quintana Roo, José María Lafragua,
Guillermo Prieto, Francisco Ortega, Luis de la Rosa y José Gómez de la Cortina,
quienes se reúnen semanalmente en 1844 para reflexionar sobre el sentido de la
historia y la literatura. Ahí presentan y debaten sus diagnósticos y propuestas para
el fomento de la economía y la agricultura del país, entre otros temas. Su objetivo
es fundar “un establecimiento que no solamente fuese conservador de las luces,
sino el manantial de donde se difundiese éstas...”.4
En esta sociedad de conocimiento Luis de la Rosa dicta la conferencia
“Utilidad de la literatura”, afirma que la historia forma parte de este arte y su
principal función es moralizar la sociedad. Al tratar de establecer la especificidad
de la historia De la Rosa acude a la antigua distinción aristotélica: la historia
necesita de la crítica para “discernir la verdad o la falsedad de los hechos”, pues
sin la crítica la historia terminaría siendo una fábula o novela. El polígrafo enfatiza
que para escribir historia se necesita erudición, “un gran fondo de filosofía”
(entendida como contenidos moralizantes), “una imaginación viva y una ardiente
fantasía”, sin estos elementos “los cuadros de la historia serían inanimados y no
dejarían impresión alguna en el espíritu de los lectores, ni conmoverían el corazón
4 Introducción al Tomo I de El Ateneo, p. 1, citado por David B. Crow, “Nota introductoria a
Francisco Ortega” en La Misión del escritor, p. 128, nota 1.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
profundamente”. Aunque señala que la historia debe ser la relación fiel de los
hechos, el literato insiste en que la imaginación permite ofrecer al lector “ese tinte
de verdad, ese colorido de vida, ese tono dramático que es necesario para dar
interés a los hechos que se refieren y hacer que se graben en la memoria”.5 Así,
indica la diferencia fundamental entre la historia y otras artes liberales, la primera
se define por su pretensión de decir la verdad. Sin embargo, al defender el papel
de la imaginación en la escritura alude al concepto de verosimilitud.
La verosimilitud es un concepto clave, pues los discursos no sólo deben
convencer a los lectores sino también conmover sus emociones,6 por eso los
polígrafos admiten que la historia utilice los recursos que actualmente se
consideran propios de la narrativa de ficción. Al literato se exige imaginación para
dar “el tinte de verdad”, de credibilidad.7 En otras palabras, decir la verdad no
implica que no haya espacio para la invención.
Las tensiones verdad/verosimilitud, historia/literatura remiten a la
arraigada tradición retórica. En el siglo XIX mexicano la retórica es mucho más que
complicados silogismos o colección de fórmulas huecas o lugares comunes. Es una
forma de producir el conocimiento (inventio), organizarlo (dispositio) y expresarlo
(enunciación).8.
5 Luis de la Rosa, “Utilidad de la literatura”, p. 99.
6 Aristóteles recomendó manipular las emociones del público. Aristóteles, Retórica, III (25).
7 José Ortiz Monasterio “Retórica, preceptiva literaria e historia en Vicente Riva Palacio”, p.
178-189.
8 Las cinco fases que Cicerón describió en la Invención retórica ilustran el amplísimo campo
del que se ocupa este arte. La primera es el inventio, que es la investigación sobre el asunto al que se
refiere el discurso; la segunda fase, táxis o dispositio, versa sobre el orden y distribución en el
discurso de los diferentes asuntos resultantes de la investigación; la tercera trata de las técnicas de
expresión discursiva: la enunciación; la cuarta consiste en memorizar el discurso y para ello había
una serie de técnicas que la retórica denomina mneme o memoria; la quinta proporciona un conjunto
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
Aristóteles y Cicerón –autores en los que se forman los jóvenes mexicanos—
indicaron que para lograr la verosimilitud debía haber coherencia entre los
personajes y la situación descrita,9 y señalaron que los discursos serían más
verosímiles si estos eran coherentes con el ethos y las expectativas del público.10 De
modo que los intelectuales mexicanos, recogiendo las exhortaciones de estos dos
clásicos, cifran sus textos en una importante tensión: los discursos deben fincarse
en la ética del público y al mismo tiempo educarlo y moralizarlo grabando las
enseñanzas en su memoria. En síntesis, la historia se concibe como una rama de las
artes liberales, y como tal se define más como un género que como una disciplina
distinta de la literatura. La historia es un medio para el arte de la descripción y
persuasión que usa un contenido específico: el pasado.11
Los jóvenes que se forman en los albores de la Independencia en los estudios
superiores se empapan en los modelos de la antigüedad clásica: el acercamiento
biográfico de Plutarco, la narrativa lineal de Tucídides y la más reflexiva y
filosófica de Tácito. Perfeccionan la traducción del latín con los textos de Cicerón y
de Julio César. Para este nivel de su formación se reserva a Aristóteles y
Quintiliano y se profundiza en la preceptiva de Cicerón;12 en éste último se
aprende la manera de elaborar y pronunciar los discursos destinados a que el
de técnicas declamatorias, la hypócrisis o actio. Herón Pérez Martínez, “Hacia una tópica del
discurso”, p. 359.
9 Aristóteles, El arte poética, capítulo V, (6).
10 Cicerón, La invención retórica, I (14).
11 Harry C. Payne, “Wisdom at the Expense of the Dead: thinking about History in the
French Enlightenment”, p. 53.
12 La invención retórica, o por lo menos los dos libros que han llegado hasta nosotros, es un
tratado dedicado a los discursos judiciales para el sistema de impartición de justicia romano. No
obstante, continuó siendo un manual que se utilizaba para escribir cualquier discurso.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
público los escuche y en Quintiliano descubren los secretos de los discursos que
serán leídos.
En el México independiente esos mismos jóvenes, convertidos en polígrafos,
desarrollan y actualizan los antiguos géneros retóricos13: los discursos forenses
necesarios en el sistema judicial y los deliberativos, fundamentales para el
desempeño de los cargos de elección. Acuden también a su formación retórica para
publicitar programas y doctrinas políticas, por este motivo Francisco Ortega,
también miembro de El Ateneo, defiende que los literatos no deben entregarse de
manera exclusiva al cultivo de las letras, sino que los escritores deben ser, como
Bossuet, Fenelón y Cicerón, activos actores políticos.14
Los políticos-literatos mexicanos buscan en la representación del pasado
formar una identidad y una cultura nacional, por lo que se ven obligados a
establecer el origen de la nación. Se asumen como parte de la cultura de Occidente,
en consecuencia ven al pasado indígena como una civilización ajena a la suya; en
las manifestaciones culturales virreinales apenas reconocen el valor de la obra de
los principales intelectuales criollos del siglo XVIII: Clavijero, Alegre, Cárdenas y
13 Con la Revolución Francesa de 1789 emerge una nueva retórica política en Europa. La
nueva retórica se fusiona con una vasta tradición que se remonta a la Edad Media. Desde el siglo XI
se habían desarrollado tratados o artes específicos para los distintos tipos de documentos: ars
poetriae —para la compresión y composición de la poesía— y ars dictaminis —para la escritura de
cartas y documentos destinados a la administración pública, y ars praedicandi —para la predicación
y composición de sermones, forma que tuvo un gran desarrollo en la Nueva España para la
evangelización indígena. Para el siglo XIII, empiezan a publicarse en Italia ars aragandi, tratados
seglares utilizados en las instituciones políticas (asambleas, consejos, cortes legales) y gremios. Poco
a poco el uso de los modelos retóricos se expandió a todos los ámbitos de la vida cotidiana con
colecciones de discursos para pronunciarse en bodas, funerales y actos universitarios. Carmen
Bobes, Historia de la literatura, p. 161.
14 Francisco Ortega, “Sobre el porvenir de la literatura”, p. 138.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
León, Muñoz y Molina, Portillo y Galindo,15 quienes, como los miembros del
Ateneo, se habían esforzado por crear una identidad distinta a la española.
Los ateneístas coinciden en que no puede haber una cultura nacional ni una
identidad nacional sin una nación, por eso José María Lafragua afirma que
“nuestra literatura hasta 1821, con muy honrosas excepciones, estuvo reducida a
sermones y alegatos, versos de poco interés, descripciones de fiestas reales y
honras fúnebres y alguna letrilla erótica. Ni podía ser de otra manera cuando la
sociedad no tenía carácter propio”.16 Luis de la Rosa en una sola frase sintetiza el
nacionalismo dominante: “en donde no hay patria, no hay poesía”, la primera
surge con la Independencia dando origen al verdadero México.17
El Ateneo Mexicano
Este otro Ateneo es una “tertulia” que se reúne en 1844 en el Colegio de Santa
María de Todos los Santos. Acuden Lucas Alamán, José María Bocanegra, Manuel
Carpio, el embajador español en México, Ángel Calderón y José María Lacunza –
quien fuera fundador de la Academia de Letrán, entre otros.18
José María Lacunza en la sesión inaugural de esta asociación pronuncia el
discurso “Historia”. El esfuerzo por definir su utilidad se debe a que el 18 de
agosto de 1843 entró en vigor el “plan general de estudios preparatorios”, que hizo
15 José María Lafragua, “Carácter y objeto de la Literatura”, p. 75.
16 Ibídem, p. 75. Sobre la Academia de Letrán véase Guillermo Prieto, Memorias de mis
tiempos, y Los muchachos de Letrán. José María Lacunza.
17 Luis de la Rosa, “Utilidad de la literatura”, p. 98.
18 José C. Valadés, Alamán: estadista e historiador, p. 405.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
de la historia una asignatura obligatoria en todas las instituciones de educación
superior de la capital.19
Lacunza fue nombrado profesor de la cátedra de Humanidades del Colegio
de San Juan de Letrán, convirtiéndose en el primer y único maestro que imparte la
flamante asignatura.20 Al inaugurar la cátedra dicta una conferencia con el
significativo título de “Literatura Mexicana”, lo que ilustra que, a pesar de los
esfuerzos por delimitar la especificidad de la historia, ésta no cuenta con un
estatuto disciplinario propio.
En su discurso pronunciado ante El Ateneo Mexicano señala que la historia
es la masa de conocimientos humanos que una generación transmite a otra.21
Expresa la permanencia de la noción ciceroniana de la historia como Maestra de la
Vida al proponer que en la historia deben buscarse las causas que han llevado a
algunas sociedades al “aniquilamiento” para evitarlas, y las causas que han
conducido a otros pueblos “al progreso” para fomentarlas, así la historia es “una
medicina moral”.22 Sin embargo, a diferencia de la historia antigua su noción del
tiempo –su régimen de historicidad— no es cíclico ni circular, sino que puntualiza
que el conocimiento del pasado sirve para definir el futuro, no porque los
acontecimientos puedan repetirse, “sino porque el pronóstico se funda en el
conocimiento del género humano, y éste es siempre el mismo”.23
En su discurso apunta un viejo debate iniciado en el siglo XVII sobre las
diferencias cualitativas de los conocimientos adquiridos con las ciencias físicas y el
método experimental frente a los conocimientos que brinda la historia. El científico
19 Juan A. Ortega y Medina, Polémicas y ensayos mexicanos en torno a la historia, p. 123.
20 Juan A. Ortega y Medina, Polémicas y ensayos mexicanos en torno a la historia, p. 122 y ss.
21 José María, Lacunza, “Historia”, p. 125.
22 José María, Lacunza, “Historia”, pp. 125-128.
23 José María Lacunza, “Historia”, p. 127.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
natural puede repetir el experimento, puede, incluso, “hacer al experimento las
modificaciones que le sugiera el cálculo o capricho”; en cambio, “el sabio moral”
“no tiene a su disposición a los hombres o a los pueblos”, le es imposible repetir la
experiencia, “necesita entregarse a la narración que se le hace; y esta narración es la
historia”.24 Así apunta un elemento constitutivo de la historia: su narratividad.
A partir de este planteamiento defiende la confiabilidad del conocimiento
histórico, problema que ya había tratado en su lección inaugural del Colegio de
Letrán. Entonces dedicó un largo espacio a advertir a los alumnos sobre la
importancia de la crítica de fuentes como un medio fundamental para “buscar la
verdad”.
En su cátedra señaló el amplio espectro de manifestaciones políticas y
culturales que son objeto de estudio. Al estudiar la vida exterior de las naciones se
indaga sobre las alianzas, las guerras, las conquistas; conocer la vida interior
permite a los alumnos aprender sobre las instituciones políticas, sus ciencias, su
religión y sus costumbres. Ante el vasto campo de la historia, Lacunza defiende
que basta conocer “los grandes contornos, las formas del conjunto”.25 Así, propone
trascender los eventos individuales y trazar las grandes líneas de la llamada
"historia universal", a la manera en que lo habían hecho el obispo Jacques-Bénigne
Bossuet en su Discurso sobre la historia universal (1681) y el conde de Condorcet en
su Ensayo del cuadro histórico del progreso del espíritu humano (1794), la influencia de
éste último es tal en México que se mantiene como libro de texto para los estudios
superiores todavía en la década de 1840.26
24 José María Lacunza, “Historia”, p. 127.
25 José María Lacunza, “Literatura Mexicana”, p. 268.
26 Josefina Zoraida Vázquez, "Don Manuel Payno y la enseñanza de la historia", p. 168.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
Lacunza, como sus contemporáneos, fija el origen de la nación mexicana en
la Independencia, y la inscribe en la cultura occidental, por este motivo asegura
que es poco útil conocer el pasado de las sociedades mesopotámicas, egipcia y
prehispánicas porque en todas ellas ha muerto “el cuerpo social” con sus
costumbres, leyes y religiones,27 por lo tanto sus historias no sirven ni para el arte
de gobernar ni para comprender el presente. De este modo, nuevamente destaca
que la utilidad de la historia se cifra en la noción ciceroniana de Maestra de la
Vida. Desafortunadamente él no escribe una historia.
A partir del discurso que Lacunza pronuncia en la Academia, el conde de la
Cortina, miembro del otro Ateneo, aquel que se ha caracterizado como liberal,
inicia una polémica en la prensa con el profesor. Discuten métodos de enseñanza,
los libros de texto y las obras de referencia en los que maestros y alumnos deben
apoyarse, sin embargo el debate no muestra diferencias significativas en su
concepción de la historia ni en la función social que se le atribuye.28
La tradición retórica en Lucas Alamán
“Quiso que sus libros tuvieran un matiz de altanera imparcialidad
[…] trabajó con profundidad en las bibliotecas y en los archivos;
pero como sucede siempre que se llevan ideas preconcebidas, sólo
encontró lo que buscaba”.
Arturo Arnaiz y Freg
Lucas Alamán presenta sus Disertaciones ante los miembros de El Ateneo
Mexicano. Este texto muestra la misma noción de historia retórica que defienden
27 José María Lacunza, “Literatura Mexicana”, p. 269.
28 Este debate se puede consultar en Juan A. Ortega y Medina, Polémicas y ensayos mexicanos
en torno a la historia.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
los miembros de ambas sociedades de conocimiento. La función de la historia es
“guiarnos en lo venidero por la experiencia de lo pasado”, por eso el objetivo de
esta obra es dar a conocer el origen de la sociedad mexicana, de su legislación, de
sus usos y costumbres, y formular un diagnóstico sobre “nuestro actual estado
religioso, civil y político”.29
Alamán advierte al lector que ha elegido un género discursivo que le ofrece
mayor libertad que la historia y que le permite polemizar con las representaciones
del pasado que rechazan la tradición hispánica.
[La disertación] Me dispensa de la necesidad de seguir en ella el hilo
completo de los sucesos, y me autoriza a tratar de preferencia lo que me
parezca de más ilustración o que ofrece mayor interés, entrando en
pormenores que no convendrían a la seriedad de la historia, y que más
bien son del dominio de las memorias, siendo el objeto principal que me
he propuesto, recoger datos de que otros en mejor oportunidad puedan
aprovecharse, y conservar el recuerdo de hechos que se han olvidado,
por la incuria con que todo esto se ha visto.30
La estructura de su obra ilustra su búsqueda por fijar el origen de la nación
en la Conquista. Dedica las primeras cuatro disertaciones a las causas generales
que condujeron a la conquista española de América hasta la creación del virreinato;
las dos siguientes a la vida de Hernán Cortés y sus descendientes; la séptima a la
propagación del catolicismo en la Nueva España; la octava y novena a la fundación
de la ciudad de México. Publica estas nueve disertaciones en los años 1844 y 1845;
la décima disertación sale de la imprenta en 1849 y en ella ofrece un ensayo sobre
la historia de España.
29 Lucas Alamán, Disertaciones, T. 1, p. 7.
30 Ibídem, T. III, p. 13.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
Alamán, siguiendo la tradición retórica que obliga a estudiar a los “hombres
extraordinarios” retratándolos con sus vicios y virtudes, dedica un largo espacio a
Hernán Cortés. El historiador ofrece un relato de la vida privada del conquistador
desde su nacimiento hasta su muerte para que el lector pueda “hacer conocimiento
personal con él”.31 Afirma que coloca a Cortés en “las ideas de su siglo”. De este
modo establece una tensión implícita entre comprensión de los personajes
históricos, (diríamos hoy a partir de su horizonte de enunciación) e interpretación
de los acontecimientos para encontrar un sentido del devenir. Alamán sostiene que
el “sistema” que sigue al describir a Cortés consiste en
Hacer la Conquista como una cosa debida a su religión y a su soberano;
emplear para ella la guerra con todos los medios que ésta autoriza;
procurar a los pueblos conquistados todos los bienes que podían
disfrutar en el estado de dependencia, y con ellos y los conquistadores
formar una nueva nación con la religión, las leyes y las costumbres de
los conquistadores, modificadas y acomodadas a las circunstancias
locales.32
Debe insistirse en que las artes liberales, y la historia como parte de ellas,
sirven a los polígrafos no sólo para fundar una identidad nacional sino también
para publicitar su propio proyecto político. Mientras que algunos de los miembros
de El Ateneo quieren hacer tabla rasa del pasado y fundar un nuevo orden
republicano y federal, Alamán lucha por un orden centralista y por preservar la
cultura política y las instituciones españolas, pero modificadas por el liberalismo
gaditano, que se expresó tanto en la Constitución de Cádiz (1812) como en el Plan
de Iguala (1821).
31 Ibídem, T. II, p. 7.
32 Ibídem, T. II, p. 21.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
El objetivo de las Disertaciones es mostrar las continuidades del periodo
virreinal que se proyectan sobre el México independiente: de España “procede la
lengua que hablamos, la religión que profesamos, todo el orden de administración
civil y religioso que tantos años duró y aún en gran parte se conserva, nuestra
legislación y todos nuestros usos y costumbres”.33
Alamán, como sus contemporáneos, intenta definir los límites entre historia y
otras formas literarias. Rechaza la novela histórica porque considera que
frecuentemente hace una caricatura de la época en la que sitúa el argumento;
mientras que la historia retrata el periodo estudiado pintando el estado de la
sociedad y “esas costumbres peculiares” por medio de “la relación de hechos
ciertos”. Asimismo rechaza la historia romántica porque, según él, ha perdido de
vista los hechos históricos y da “vuelo a una imaginación desarreglada”.34 Así
responde a los poetas que se definen a sí mismos como románticos y que niegan
toda herencia cultural hispánica. Pese a su insistencia en la verdad y la exactitud
de los hechos históricos, Alamán no renuncia a la verosimilitud, por eso ofrece que
los hechos que relata presentan “toda la novedad y el interés del romance, pero sin
la exageración y aún falsedad de éste”.35
La historia se diferencia de otras formas literarias por su pretensión de decir
la verdad. Cicerón, quien se mantiene como modelo en el siglo XIX, había señalado
que el orador no debe decir nada falso ni temer a la verdad; debe mantener un
orden cronológico y cuidar la descripción de los lugares; hablar de las causas
después de los hechos, e inmediatamente después de las consecuencias que
produjeron; explicar si los efectos se debieron a la causalidad, a la sabiduría o
33 Ibídem, T. III, p. 9.
34 Ibídem, T. I, p. 6.
35 Ibídem, T. III, p. 11.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
imprudencia; referir las acciones de los hombres grandes y eminentes, y describir
su carácter; usar un estilo fluido, claro, y suave.36 Alamán sigue puntualmente cada
uno de estos preceptos.37
Desafortunadamente Alamán no desarrolla sus reflexiones sobre qué es la
historia y cuál es su sentido, por lo que para esbozar el horizonte de enunciación
dominante en la época es necesario recurrir a un preceptista mexicano, Manuel
Larrainzar.
La imparcialidad a la que se refieren los autores mexicanos tiene tres
fuentes: Cicerón, Tácito y Luciano de Samosata, quienes coinciden en que el
discurso debe “estar animado del deseo de decir la verdad”.38 La imparcialidad
retórica, que se condensa en la máxima de Tácito: sin ira et studio (sin rencor y con
estudio, aplicación), no refiere a una fría neutralidad. El romano señala que la
Historia debe erigirse en juez, pues es una suprema magistratura,39 que sirve de
freno a los gobernantes. “El deber del analista es no callar, sino dar a conocer las
virtudes, y contener por el miedo de la infamia y de la posteridad las malas
acciones y las palabras”—indicó Tácito. A esta noción de verdad e imparcialidad se
añade la idea de justicia pues, como sostuvo Quintiliano, no puede haber retórica
36 Cicerón, De orador, lib. II, cap. 15.
37 Alamán afirmará en su exordio que el propósito de su Historia de Méjico es develar
las causas. Diversos autores como Ma. Elvira Buelna Serrano, et al en “Lucas Alamán,
un republicano propositivo” y Elías Palti en “Lucas Alamán y la involución política
del pueblo mexicano. ¿Las ideas conservadoras “fuera de lugar”?” sostienen que esta
afirmación revela el sentido de modernidad de este historiador decimonono. En estas
páginas se sostiene la tesis contraria: Alamán simplemente actualiza el principio de
causalidad recomendado por la preceptiva retórica.
38 Manuel Larrainzar, “Algunas ideas sobre la historia y la manera de escribir la de
México”, p. 153.
39 Luciano, Tratado sobre la manera de escribir la historia, citado por Manuel Larrainzar,
“Algunas ideas sobre la historia y la manera de escribir la de México”, p. 153.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
perfecta sin una justicia consumada.40 La retórica cristiana, retomando del
concepto griego kaloskagadia, pretende que la verdad es una, así como la virtud y la
belleza también son únicas, afirmado así su pretensión de universalidad. Estas
nociones fueron perpetuadas y desarrolladas por los escritores ilustrados: Fenelon,
el abate de Mably, Lamartine, Volney, autores que en el México decimonónico son
referentes fundamentales.
Hoy en día, a diferencia de lo que sostenía la tradición católica, resulta
evidente que la verdad y la justicia, la virtud y el vicio no son categorías fijas sino
que su significado y sentido desciende del horizonte de enunciación de cada autor.
Todo juicio (moral, político o cultural) se sustenta en una visión y experiencia del
mundo determinada y encierra un proyecto político, ya sea implícita o
explícitamente. El propio Tácito, máximo referente de imparcialidad para los
historiadores mexicanos, presenta un proyecto político acabado. En sus Anales
denunció la concentración de poder que tuvieron los emperadores, y a estos los
describió como crueles, déspotas y corruptos, incluso apuntó que la figura del
emperador había concentrado tanto poder que todo hombre que ocupara el trono
sería corrompido. Asimismo indicó la amenaza que entrañaba la anarquía y narró
los horrores que vivió la población en las guerras civiles.
Tácito es un autor sumamente leído en el México del siglo XIX posiblemente
porque los intelectuales buscan aprender lecciones en la Maestra de los Tiempos
cuando ellos mismos tratan de construir un nuevo orden político que impida tanto
el despotismo como la anarquía.
En síntesis, la triada verdad-imparcialidad-justicia retórica exige al
historiador no falsificar los hechos ni las evidencias, que moralice al lector
40 Quintiliano, Institución oratoria, p. 123.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
enseñándole la virtud y el vicio con ejemplos del pasado. Es una actitud moral que
se exige a los historiadores y fundamentalmente constituye el argumento a
sostener en contra de prejuicios “y deformaciones de las perspectivas históricas,
pues es parcial en su apoyo a uno de los lados, a una de las facciones o de los
actores que representa”.41
La imparcialidad en las Disertaciones de Alamán es un problema complejo.
Este historiador inicia este texto en un momento en que se cree retirado
definitivamente de la vida pública, escribe para defender su actuación y proyecto
político, en ese sentido sus obras son una vindicación de su honra, pero también
una forma propaganda.
Alamán en un inicio defiende el centralismo, sin embargo, durante la guerra
con los Estados Unidos (1846-1848) colabora en El Tiempo, periódico efímero que se
publica en 1848 y se inclina abiertamente por establecer una monarquía
constitucional en México con un príncipe europeo, pues considera que esta forma
de gobierno es una salida viable a la inestabilidad política al país, también cree que
servirá para bloquear al expansionismo norteamericano. La búsqueda por una
forma de gobierno adecuada a lo que hoy llamamos cultura política mexicana
apenas es perceptible en el tercer volumen de sus Disertaciones, publicado en 1849.
En éste estudia la historia de la monarquía española “para poder entender
nuestra propia historia, y para aprovechar las lecciones que nos presentan tan
grandes sucesos, tantos errores, y al mismo tiempo tantos ejemplos de sabiduría y
tan profundos conocimientos en el arte de gobernar”.42 De esta manera refuerza el
41 Jorn Rusen, “Capítulo 4. Narración y objetividad en los estudios históricos” (en prensa).
42 Lucas Alamán, Disertaciones, T. III, p. 9.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
sentido ciceroniano de la historia y, en específico, busca aprender lecciones para el
arte de gobernar de la monarquía, forma de gobierno en debate.43
En esta décima disertación anuncia que pronto dará a la imprenta su Historia
de Méjico, misma que pensaba que debía publicarse hasta después de su muerte
porque en ella se ocupa del pasado reciente. Sin embargo, ha cambiado de opinión
porque la sociedad y las generaciones venideras pueden sacar de su Historia
“provechosas lecciones”. Alamán espera que esta última disertación sirva de
introducción para su historia.
La Historia de Méjico
Todo estaba reglamentado en su vida, arreglada como un cronómetro.
[Alamán] Escribía el borrador de su historia en una sala, teniendo en sus
mesitas, a propósito, a sus hijos dedicados a sus estudios, él aseado y
como para presentarse a una concurrencia, escribía con una celeridad
suma, y con tal limpieza y celeridad trabajaba para encontrar un tacho o
una mancha —recuerda Guillermo Prieto.44
Lucas Alamán comienza a trabajar su historia en 1832, la mayor parte de los
volúmenes los escribe durante la invasión norteamericana y los publica entre 1848
y 1852 como la continuación de sus Disertaciones. Debe advertirse que la escritura
de algunos volúmenes de ambas obras históricas es simultánea.
43 Es frecuente que se afirme que Lucas Alamán a partir de la Guerra entre México y los
Estados Unido se inclina por instituir en México la monarquía constitucional. José C. Valadés en
Alamán, estadista e historiador argumenta de manera convincente otra explicación: el líder del partido
conservador se propuso fortalecer el poder presidencial en un régimen centralista, pero siempre en
el marco de un gobierno republicano. Véase en particular “Capítulo XI. Escribiendo la historia”.
44 Guillermo Prieto, Viajes de orden suprema, Vol. 1, p. 68.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
En su Historia de Méjico desarrolla las tesis que defendió en el volumen tercero
de sus Disertaciones, pues asienta que el origen de todo lo que existe en el país está
en la Conquista. Al igual que los historiadores que le precedieron se propone
dilucidar la verdad sobre la Independencia, sus actores y los principales hechos
políticos y económicos que se registraron desde 1808 hasta el momento en que
escribe.
La historia de Alamán se rige por una estructura discursiva que expresa la
tradición y tópica retórica. Mantiene un esquema narrativo frecuente en las artes
liberales, con excepción de la poesía, que divide al discurso en exordio,
argumentación y clausura.45 En las tres partes, desde la retórica aristotélica, se
utilizan lugares comunes (topoi), frases obligadas que provienen de la propia
oratoria.46 La tópica es el acervo de topoi de una época, un método argumentativo
que, mediante una red de formas vacías de significado, servían al orador y al
polígrafo en su búsqueda de contenidos, de temáticas clásicas.47 La tópica se
convirtió en referente de estructuras argumentativas socialmente prestigiadas.
Para Cicerón la introducción o exordio es especialmente significativo porque
es la parte del discurso que dispone “favorablemente el ánimo del oyente para
escuchar el resto de la exposición”.48 El público se gana de cuatro maneras:
hablando de nosotros, de nuestros adversarios, de los oyentes o de los hechos”.49
45 Para Cicerón los discursos se componían de seis partes: exordio, narración, división,
demostración, refutación y conclusión.
46 Aristóteles, Retórica, p. 191.
47 Herón Pérez Martínez, “Hacia una tópica del discurso político mexicano del siglo XIX”,
p. 352-358.
48 Cicerón, La invención retórica, p. 111.
49 Cicerón, La invención retórica, p. 22.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
Al hablar de uno mismo —recomendó el romano en su Invención retórica— la
falsa modestia mencionando sin arrogancia nuestros méritos y servicios; minimizar
las acusaciones que se nos imputan; y sólo en caso necesario exponer los
infortunios y recurrir a los ruegos y a las súplicas con humildad. Al hablar de
nuestros adversarios se debe conseguir hostilidad, animadversión o desprecio, en
otras palabras, destruir su credibilidad. El elogio a los oyentes, prácticamente no se
utiliza en los discursos históricos, aunque en el siglo XIX es frecuente en los
discursos parlamentarios y judiciales. En cambio en las historias se privilegia el
exordio en el que se refieren los hechos.
En el prólogo al volumen 1 que sirve de exordio, Alamán se presenta como
testigo y partícipe de los hechos que narra: su patria es Guanajuato,50 vio nacer la
revolución del cura de Dolores; desde 1820 ha participado en la escena pública
como diputado a en las Cortes de España y como ministro de gobierno. Afirma que
pocos hombres cuentan con sus conocimientos “de las personas, de las cosas, de
los tiempos y de las circunstancias”51, todas ellas son razones sobradas que lo
califican para historiar el pasado reciente.
Dos lugares comunes son fundamentales porque distinguen la historia de la
literatura: la potestad, que como su nombre lo indica, es una parte del discurso en el
que se jura decir la verdad; y la declaratio fidelitae, en la que el autor afirma que
habla sólo con hechos y con un amplio soporte de pruebas.
Todas las historias de la primera mitad del siglo XIX mexicano protestan
esclarecer la verdad discutiendo los enfoques y los juicios de los autores que les
preceden. De este modo, Lorenzo de Zavala en su Ensayo histórico de la Revoluciones
50 Para el concepto dominante de Patria en la primera mitad del siglo XIX véase Alicia
Hernández Chávez, Monarquía -republica- nación-pueblo.
51 Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 1, p. 4.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
(1831) y José María Luis Mora con su México y sus revoluciones (1836) buscan rebatir
los juicios e inexactitudes que Carlos María de Bustamante presentó en su Cuadro
histórico (1822) y la obra de Mariano Torrente, éste último –según Zavala– escribió
bajo encargo de Fernando VII de España. Más tarde, José María Bocanegra
escribiría Memorias para la historia de México independiente (1862) en un intento de
lograr la imparcialidad que, a su juicio, no alcanzan los textos de Bustamante,
Zavala, Mora, Alamán, entre otros.
Alamán no es la excepción, en su volumen 1 asienta que las historias de
México a partir de 1808 son “historias fabulosas y cuentos ridículos”.52 Afirma que
ello se debe a la ignorancia, pero algunos autores han cometido errores de mala fe
por “las miras siniestras de los escritores, que todos se han dejado llevar por el
espíritu de partido”.53 En contraste, afirma que su único objeto es presentar los
acontecimientos que relata conforme a la verdad. Para demostrar esta afirmación
profundiza en el amplio soporte de evidencias que respaldan su historia:
Me he propuesto presentar los hechos con toda la fidelidad que requiere
la verdad de la historia, informándome de estos con diligente cuidado y
consultando no sólo todo lo que se ha escrito acerca de ellos, sino
preguntando a todos los que lo presenciaron y examinando todos los
documentos fidedignos que he podido conseguir.54
La fuente principal en la que apoya su historia son los documentos
resguardados en el Archivo General, institución que él había fundado en el decenio
de 1820.
52 Ibidem, Vol. 1, p. 4.
53 Ibídem.
54 Ibídem, p. 5.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
Alamán afirma que el tiempo le ha permitido juzgar con imparcialidad el
pasado reciente. Los partidos a los que perteneció y los partidos que fueron sus
opositores han desaparecido; sus opiniones han cambiado con su experiencia de
gobierno. Reconoce que sus intenciones siempre fueron rectas, pero sus opiniones
a veces fueron extraviadas “por los ensueños de las teorías y los delirios de los
sistemas”.55 En efecto, es significativo que el último volumen de sus Disertaciones y
el primero de su Historia de Méjico salgan de la imprenta en 1849, año en que el
historiador regresa a la palestra pública como la cabeza del partido conservador.
Es lícito suponer que el estadista pone en marcha una triple estrategia: por un lado,
se ocupa de la representación del pasado con el fin de publicitar su proyecto
político; por otra parte, participa y triunfa en las elecciones por el Ayuntamiento de
México, al tiempo que organiza al partido conservador que desde 1848 se expresa
en las páginas de El Tiempo. En este periódico colaboran Manuel Diez Bonilla,
Hilario Elguero, Mariano Tagle, Ignacio Aguilar y Morocho, fray Manuel de San
Juan, Cristónomo Nájera y el español Niceto de Zamacois. Desde sus páginas esos
polígrafos condenan el sistema representativo, al gobierno que firmó la paz con el
Tratado de Guadalupe-Hidalgo y arremeten en contra de la revolución social que
encabezó Miguel Hidalgo.56
En su Historia de Méjico advierte que con la Independencia el país cambió su
sistema de gobierno, instituciones, costumbres, e incluso sus habitantes. Para
analizar la magnitud y características de las transformaciones, Alamán señala que
es necesario presentar someramente “lo que hubo”, es decir la forma de gobierno y
55 Ibídem.
56 Erika Pani, “Entre la espada y la pared: el partido conservador (1848 -1853)”, p. 80. Para
mayores detalles sobre la actuación política de Alamán al frente del Ayuntamiento de México véase
el artículo citado de Erika Pani y Rafael Aguayo Spencer, "Alamán estadista”.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
el estado de prosperidad al que llegó”.57 Anuncia en el prólogo que abordará desde
los primeros movimientos de 1808 hasta su presente, con el fin de destacar “las
consecuencias que ha producido pretender hacer cambiar no sólo el estado
político, sino también el civil, atacando las creencias religiosas y los usos y
costumbres establecidos, hasta venir a caer en el estado de abismo en el que
estamos”.58 En pocas palabras, esboza la premisa central del partido conservador.
No obstante, el proyecto político que propone se explicita y desarrolla en el
volumen 5, en el que aborda su presente, como se verá más adelante.
El primer volumen se divide en dos libros. En el primero presenta un “cuadro
estadístico” para mostrar la prosperidad que reinaba en 1808. Cuadro en el que –
como lo hiciera José María Luis Mora– retrata la población, las costumbres, los
estamentos sociales y las instituciones políticas. En el mismo libro estudia la
invasión napoleónica a la Península Ibérica y el surgimiento del movimiento
autonomista en la Nueva España. Sin embargo, el libro segundo es el que ha
captado mayor atención de los historiadores porque se refiere a la “revolución del
cura D. Miguel Hidalgo hasta la muerte de éste y de sus compañeros”.59
Este capítulo expresa el estrecho vínculo que Alamán establece entre su
proyecto político y la representación del pasado. Desde El Tiempo y el periódico
liberal El Siglo XIX los polígrafos entablan una punzante polémica en torno al
origen de la Independencia y, por tanto, su fecha conmemorativa. Los primeros
prefieren la entrada victoriosa de Agustín de Iturbide a la ciudad de México; los
57 Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 1, p. 6.
58 Ibídem, p. 8.
59 Véase por ejemplo Moisés González Navarro, "Alamán e Hidalgo"; Edmundo
O´Gorman, “Hidalgo en la historia” y Elías Palti, “Lucas Alamán y la involución política del pueblo
mexicano. ¿Las ideas conservadoras “fuera de lugar”?”.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
segundos, el grito de Dolores.60 Debe destacarse que éste es un muy viejo debate
que se remonta a las sesiones del Congreso Constituyente de 1822. Entonces los
monarquistas se inclinaron por conmemorar la consolidación de la Independencia,
mientras que los federalistas defendieron el grito de Dolores, pues desde entonces
“un voto en favor de la memoria de Hidalgo había adquirido el sentido de un voto
republicano” —afirma Edmundo O´Gorman.61 Pronto los grupos políticos hacen
de Hidalgo el estandarte del federalismo y a Iturbide del centralismo.62
El político en su Historia de Méjico desarrolla ampliamente sus argumentos:
Carlos María de Bustamante “el historiador por excelencia de la revolución alteró
la verdad de la historia en su Cuadro histórico”, ello hizo que la fiesta nacional de la
República conmemorara
un día que vio cometer tantos crímenes y que debe el principio de su
existencia como nación a una revolución que proclamando una
superchería, empleó para su ejecución unos medios que reprueba la
religión, la moral fundada en ella, la buena fe de la sociedad, y las leyes
que establecen las relaciones de los individuos en toda asociación
política.63
60 Para mayores detalles sobre esta polémica en la prensa véase Erika Pani, “Entre la
espada y la pared: el partido conservador (1848 -1853)”.
61 Edmundo O´Gorman, “Hidalgo ante la historia”, p. 175. Sobre el debate en el Congreso
Constituyente de 1822 véase Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 5, p. 484 y María José Garrido
Asperó, “Cada quien sus héroes”.
62 Véase el espléndido estudio de Edmundo O´Gorman, “Hidalgo ante la historia”. [Véase
también como “Discurso de ingreso pronunciado por el Sr. Dr. Edmundo O´Gorman a la Academia
Mexicana de Historia correspondiente a la Real de Madrid”, septiembre 3, 1964. Disponible en
línea. Consulta: 4 de noviembre de 2013].
63 Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 1, p. 243.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
La superchería a la que se refiere es el cuadro de la virgen de Guadalupe que
Hidalgo tomó del santuario de Atotonilco y convirtió en una suerte de estandarte
sagrado de su ejército.
Aunque Alamán reconoce que Hidalgo se levanta en armas esgrimiendo las
mismas demandas que habían sostenido los autonomistas de 1808, dedica varios
episodios para mostrar que el sacerdote no contaba con un programa definido ni
un plan de gobierno. El historiador enfatiza que el pueblo simplificó la lucha en un
solo grito: “¡Viva la virgen de Guadalupe y mueran los gachupines!”.64 Así, de
manera implícita contrasta al Plan de Iguala de Agustín de Iturbide y su llamado a
la unión de europeos y americanos frente a las huestes insurgentes con su violencia
en contra de las personas y bienes, y en particular en contra de los españoles.
Para explicar el vertiginoso crecimiento de la insurgencia entre 1810 y 1811,
Alamán reitera un mismo argumento: “Hidalgo arrastra tras de sí a toda la gente
del pueblo, excitada con el atractivo de la licencia y el saqueo”.65 Para ilustrar este
argumento conmueve al lector narrando la extrema violencia de las masas en la
toma de la Alhóndiga de Granaditas, Guanajuato, episodio histórico del que, según
afirma, fue testigo presencial.
El volumen 1 cierra con la muerte de Hidalgo y de los principales caudillos
insurgentes. La insurrección no se apagó, por el contrario se propagó rápidamente
en las provincias más ricas, extendiéndose a la mitad del reino. El historiador
advierte que cada región actuó de manera independiente, por lo que en los
siguientes capítulos de su historia tratará de manera separada las diversas
regiones. Efectivamente, ésta es la temática y estructura de los volúmenes 2 y 4.
64 Ibidem.
65 Ibidem, p. 256.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
Alamán indica que los insurgentes llegaron a ocuparon las provincias más
ricas, se hicieron de sus recursos y contaron con las masas del pueblo, y sin
embargo, sus líderes fueron derrotados uno a uno. Explica la derrota por la falta de
unidad del movimiento, las rivalidades entre los caudillos, por negarse a obedecer
y contribuir a los gastos del gobierno que ellos mismos habían instituido y por su
incapacidad para defender de manera organizada el territorio ocupado y que era
atacado por los realistas. Alamán hace un guiño a su presente y señala que estos
sucesos merecen una seria reflexión, pues “esta misma ha sido la historia de la
guerra con los Estados Unidos, y éste el peligro que se halla expuesta esta
república, por las mismas causas que frustraron tantos esfuerzos en la revolución
de 1810”.66
A lo largo de sus volúmenes el historiador se esfuerza por desmarcar la
independencia de la insurgencia, elemento clave en la configuración del proyecto
político conservador. Así, pues, concluye que la revolución de 1810
No fue ella una guerra de nación a nación, como se ha querido
falsamente representarla; no fue un esfuerzo heroico de lucha por su
libertad para sacudirse del yugo de un poder opresor: fue, sí, un
levantamiento de la clase proletaria contra la propiedad y la
civilización.67
La independencia de 1821 fue obra de otros hombres, de otras circunstancias.
De este modo Alamán da respuesta a la arraigada representación republicana-
federalista que comenzó a construirse en plena insurrección. Miguel López Rayón
y José María Morelos hicieron del pronunciamiento de Dolores el antecedente
bélico de la rebelión que encabezaron, e hicieron de Hidalgo la fuente de los
66 Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 4, p. 417.
67 Ibidem.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
ideales democráticos y republicanos. Edmundo O´Gorman asienta que esta doble
representación es de gran importancia, “porque le comunicó unidad histórica a los
once años de lucha”. Después, vino un nuevo vuelco: el manifiesto que precede al
pacto federal de 1824 rindió tributo al sacerdote, este “hecho significa el arraigo
definitivo de la insurgencia como el antecedente del liberalismo mexicano”.68 Para
Alamán –como para Iturbide— las revoluciones de 1810 y 1821 son
acontecimientos enteramente desligados e incompatibles.
La Historia de Méjico es un trabajo escrito con un plan definido que adquiere
cabal significación en su último volumen. Destina una buena parte a un nuevo
cuadro estadístico, en éste compara las condiciones materiales que tenía la Nueva
España en 1808 con las prevalecientes en 1852. En el primer periodo emerge una
imagen de prosperidad y bonanza, en el segundo de devastación. Con esta base,
propone una serie de reformas políticas y hacendarias que intentará implementar
como secretario de Relaciones con el Presidente Antonio López de Santa Anna,
cuestión a la que se volverá más adelante.
Alamán presenta el quinto volumen como si fuera autónomo de su historia,
por eso brinda un nuevo exordio en el que recurre a la tópica retórica. Tras
presentarse con falsa modestia, transcribe una cita extensa de la Revolución Francesa
de Edmund Burke. En la cita los lugares comunes retóricos se suceden: aspira poco
a los honores, distinciones y emolumentos; su historia son las observaciones de un
hombre que no ha servido de instrumento al poderoso, ni ha sido el adulador del
grande “y que en el último momento no desmentirá el tenor de toda su vida”.69
En este volumen analiza desde la formación del Plan de Iguala por Agustín
de Iturbide, y explica que, en lugar de concluir con el establecimiento de la
68 Edmundo O´Gorman, “Hidalgo ante la historia”.
69 Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 5, p. XI.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
república federal en 1824, extiende la narración a “la entera anonadación de las tres
garantías, que fueron objeto del mencionado plan”.70 Al abordar la historia
contemporánea no sólo protesta que “la verdad es la única guía que me conduce”
sino que, además, reitera que se apoya en los documentos del Archivo General, en
documentación oficial y es testigo o actor de los principales acontecimientos que
relata. Su mayor prueba de veracidad es que sus volúmenes anteriores no han sido
desmentidos.
La historia en su forma retórica y como herencia de Cicerón y Tácito se
concibe como un supremo tribunal moral que juzga al pasado y relata la vida de
“los grandes hombres” con un sentido ejemplar, para enseñar la virtud y condenar
el vicio con ejemplos de acciones y personajes del pasado.
Alamán afirma que en su historia no hay grandes héroes “porque no he
encontrado más que hombres de estatura ordinaria”. El historiador concluye:
“puedo asegurar, que los motivos que me han guiado en la redacción de esta obra,
no han sido otros más que presentar a mis lectores y a la posteridad las cosas tales
como fueron, para que el conocimiento exacto del pasado sirva como lección para
el futuro”.71
Pese a su intención de superar la historia ejemplar, al estar inserto en la
tradición retórica y al colocarse él mismo como tribuno busca no sólo juzgar el
pasado reciente sino también exige impartir justicia, por lo que su historia se dirige
a restaurar “la gloria que le corresponde al autor de la Independencia y a los que
con él cooperaron a hacerla”.72 Así, paga tributo fundamentalmente a Agustín de
Iturbide y a Antonio López de Santa Anna.
70 Ibidem, p. V.
71 Ibidem, p. IX.
72 Ibidem, p. 954.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
Debe insistirse que la historia en su forma retorica adquiere sentido en
función del presente con el fin de aprender lecciones para el arte de gobernar.
Alamán presenta un desolador cuadro de un México destrozado por el
federalismo, la guerra México-norteamericana y el Tratado de Guadalupe-
Hidalgo:
Al ver en tan pocos años esta inmensa pérdida del territorio; esta ruina
de la hacienda, dejando tras de sí una deuda gravosísima; este
aniquilamiento de un ejército florido y valiente, sin que haya quedado
medios de defensa; y sobre todo, ésta completa extinción del espíritu
público, que ha hecho desaparecer toda idea de carácter nacional: no
hallando en Méjico mejicanos y contemplando una nación que ha
llegado de la infancia a la decrepitud […] Estos funestos resultados han
dado motivo para discutir, si la independencia ha sido un bien o un mal
y si debió o no promoverse.73
Alerta sobre la amenaza que se cierne sobre el país: la completa desaparición
de la nación mexicana ya sea en manos de “los bárbaros del Norte” o víctima de las
potencias atlánticas.
Es así como la guerra contra los Estados Unidos acelera la necesidad de dar
forma a nuevos modelos políticos, culturales e institucionales porque, tal y como
señala Alamán, es necesario salir “del camino trillado del centralismo o la
federación”,74 pues ambos han demostrado su incapacidad para garantizar la
soberanía y la gobernabilidad del país.
Es necesario recordar que el grupo federalista durante la invasión
norteamericana convocó a un congreso constituyente que puso en vigor la
Constitución de 1824 y la enmendó con el Acta de Reformas (1847), misma que
restableció el federalismo. Precisamente es en contra de este sistema político que
73 Ibidem, p. 903-904.
74 Ibidem, p. 951.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
Alamán propone la transformación, pues “las instituciones políticas de esta nación no
son las que requiere para su prosperidad: es pues, indispensable reformarlas, y esta
reforma es urgente y debe ser el asunto más importante para todo buen
ciudadano”.75
Conforme a su diagnóstico los problemas institucionales son los siguientes:
un ejecutivo extremadamente débil y la falta de protección de los ciudadanos en
contra de las arbitrariedades de ese mismo poder; les excesivas atribuciones del
poder legislativo y el origen popular de las cámaras hacen del Congreso una
institución inútil que entorpece el orden regulador del gobierno; los estados
presentan una desproporcionada desigualdad y demasiado poder. Este fue el
mismo diagnóstico que Mariano Otero plasmó en su voto particular que dio forma
al Acta de Reformas de 1847. Pero las propuestas de reforma son diametralmente
opuestas, pues Otero defendió el fortalecimiento de la federación, mientras que
Alamán pugna por destruir las bases del federalismo: las localidades “o lo que se
ha llamado provincialismo”.76
Debe insistirse en que la Historia de Méjico es una obra concebida con un plan
definido. El político acude al pasado en busca de las raíces de los problemas de su
presente. Por ello, en el volumen 3 estudia la configuración del horizonte gaditano
mismo que se mantuvo vigente hasta la Constitución de 1857. En particular analiza
las Cortes de Cádiz, la constitución que éstas promulgaron y el Congreso de
Chilpancingo. Alamán en las Cortes de Cádiz, que se declararon soberanas, ve el
origen de que los congresos constituyentes mexicanos sean “un poder absoluto,
75 Ibidem, p. 925.
76 Ibidem, p. 934.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
que no tiene más límite que su voluntad, y que puede, por lo tanto, todo lo que
quiere”.77
En las constituciones modernas encuentra un importante problema en la
división de poderes. En ellas “la nación es todo, o más bien los congresos que se
dicen sus representantes y la autoridad real es una concesión, una asignación de
poder hecha por el congreso”.78 La solución que propone es fortalecer el poder
presidencial.
Para acabar con “el provincialismo” demanda instituir un sistema unitario,
cuyo eje es una nueva división territorial en departamentos con igual territorio y
recursos, que deberá coincidir con una nueva jurisdicción eclesiástica y judicial,
diseñada para menguar los poderes regionales. La soberanía de los estados debe
suprimirse y con ello las constituciones locales y las instituciones de gobierno
estatales. Exige leyes uniformes en materia de hacienda y administración de
justicia.
Anulada la soberanía de los estados, Alamán juzga que serán innecesarias las
facultades legislativas de los congresos estatales, estos deberán tener como única
competencia vigilar la cuenta pública. Aunque el principio de representación
federal queda aniquilado, no así el nacional, que también es reducido a vigilar el
gasto gubernamental.
Considera que las leyes electorales deben reformarse para establecer un
sistema directo, pero reservado a los propietarios, tal y como propusiera el Dr.
Mora.
La clase propietaria tomará una parte en los asuntos públicos, por lo
mismo que estos tocan de más cerca sus intereses, y como es condición
77 Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 3, p. 6.
78 Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 3, p. 115.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
esencial para el goce perfecto de un bien la seguridad de gozarlo
siempre, se ocupará con empeño en afianzarlo, cuando vea que esto
depende de ella misma. Esto hará nacer el espíritu público, ahora
enteramente apagado y restablecerá el carácter nacional que ha
desaparecido. Los mejicanos volverán a tener un nombre que conservar,
una patria que defender y un gobierno a quien respetar.79
Alamán sustenta su reforma en el fracaso de los sistemas federalista y
centralista, como se ha señalado. Preocupación fundamental para este actor
político y polígrafo son las finanzas públicas, que conviene explicar. El pacto
federal de 1824 estableció una administración nacional débil con una muy precaria
hacienda pública que dependió fundamentalmente de las aduanas que cobraban
los aranceles al comercio y de las exiguas aportaciones de los estados, mientras que
estos controlaron la mayor parte de los impuestos. El sistema unitario instituido en
1836 con las Siete Leyes, de las que Alamán fue artífice, apenas mejoró la captación
de ingresos en la ciudad de México.80 Ante los siempre escasos ingresos, el
gobierno federal se vio obligado a acudir al crédito privado tanto interno como
externo. Sin un sistema bancario constituido, las diversas administraciones
recurrieron a los comerciantes, que otorgaban los créditos al gobierno con altos
intereses que solían pagarse por adelantado. La incapacidad del gobierno para
pagar los créditos privados obtenidos en el extranjero determinó la dinámica de las
relaciones internacionales con las potencias europeas durante la primera mitad del
79 Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 5, p. 943.
80 Marcello Carmagnani en “Finanzas y Estado en México, 1820-1880” concluye que en
términos generales la hacienda pública central registró un empobrecimiento progresivo entre 1820 y
1870. La república centralista (1836) introdujo nuevos gravámenes sobre la propiedad raíz y el
comercio. En 1840 se creó un impuesto personal (la capitación), y se sustituyó el impuesto sobre el
comercio interior (la alcabala), por uno indirecto sobre la propiedad rural. No obstante, no se logró
un desplazamiento de los recursos fiscales de las regiones al estado central porque el gobierno no
contó con mecanismos eficientes de coerción tributaria que permitieran enfrentar las resistencias de
los propietarios ni extender su radio de acción más allá de la ciudad de México.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
siglo XIX, pues éstas se caracterizaron por las reclamaciones de los acreedores. La
deuda externa había dificultado consolidar la soberanía el país: la Guerra de los
Pasteles, la secesión de Texas y la guerra norteamericana eran pruebas
elocuentes.81
El sistema que Alamán propone para llevar a cabo la reforma política se nutre
de su propia experiencia; así, recomienda formar una comisión de cinco individuos
que elabore una nueva constitución política. Ésta fue la manera en que se
promulgaron Las Bases Orgánicas (1843), por medio de la Junta Nacional
Instituyente —una junta de notables.
La clausura es una parte fundamental del discurso porque si presenta una
"recta disposición" convence completamente al auditorio, señala la perspectiva
retórica.82 Alamán cierra su Historia de Méjico con la tópica propia del sermón. La
peroración que es la parte del discurso que admite "sentimientos vivos y fogosos
con los que el orador hiere como con saetas ardientes el corazón del auditorio".83
Los preceptistas decimonónicos, siguiendo a Aristóteles, Cicerón y Quintiliano,
recomiendan que la peroración se utilice después de la parte argumentativa
"porque ganado el entendimiento con ésta, fácilmente se atrae el corazón".84
Alamán para esta peroración usa la figura patética, en particular en su forma de
conminación, es decir, con este topo se busca persuadir por medio de amenazas por
81 Esta dinámica ha sido ampliamente estudiada, María Cecilia Zuleta elabora una buena síntesis
en “México en el mundo 1830-1880”.
82 Ramón López, Nociones de retórica, oratoria y métrica, p.47.
83 Ibidem, p. 46.
84 Ibidem.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
los sucesos desagradables que pueden desencadenarse en caso de no seguir las
exhortaciones que hace el orador.85
Sígase desperdiciando los elementos multiplicados de felicidad que la
Providencia divina ha querido dispensar a este país privilegiado; sígase
abusando del gran bien de la independencia en lugar de pensarlo como
base y principio de todos los demás; […] gástese por el gobierno lo poco
con que se cuenta en cosas superfluas, mientras carece de ellos para las
atenciones más indispensables para la defensa de la nación; […]se podrá
aplicar a la nación mejicana de nuestros días, lo que un célebre latino
dijo de uno de los más famosos personajes de la historia romana: ´no ha
quedado más que la sombra de un nombre en otro tiempo ilustre´.86
Conclusiones
En el siglo XIX la retórica norma el campo epistemológico de las artes liberales. No
sólo es un método argumentativo sino que incluso determina las temáticas que es
posible abordar, establece la manera en que se debe investigar y la forma de
exponer los resultados.
La historia se conceptualiza como una de las artes liberales, pero se diferencia
de la literatura por su pretensión de imparcialidad y verdad, ello no implica que
no hubiese espacio para la invención, que es una virtud retórica. Verdadero quiere
decir una actitud empírica pero también verosimilitud,87 que ya era recomendada
en el Arte Poética de Aristóteles como coherencia y congruencia de los personajes y
de la situación descrita.
El fin último de la historia es enseñar la virtud, promover la sabiduría entre
las autoridades con acciones ejemplares de su éxito, fracaso, virtud y corrupción.
85 Francisco Castañeda, Lecciones de retórico y poética o literatura preceptiva, p. 124-132.
86 Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 5, p. 953-955.
87 Harry C. Payne, “Wisdom at the Expense of the Dead: thinking about History in the
French Enlightenment”, p. 53.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
Mientras que los filósofos quisieron enseñar la virtud con preceptos, los
humanistas de la Antigüedad y del Renacimiento defendieron la necesidad de
aprender de la experiencia a través de la historia, y ésta será la tradición que
pervive en el siglo XIX mexicano. La narración y argumentación se sostienen en la
tópica, que es un método para sacar conclusiones de razones verosímiles mediante
el entimema, una red de formas vacías que sirven de guía al orador en su
búsqueda de contenidos y, a la vez, son una reserva de temas clásicos.88
Cuatro lugares comunes (topoi) son fundamentales porque distinguen la
historia de la literatura: la potestad, que como su nombre lo indica, es una parte del
discurso en el que se jura decir la verdad; la declaratio fidelitae, en la que el autor
afirma que habla sólo con hechos y con un amplio soporte de pruebas. Como parte
de este segundo lugar común los historiadores afirman que buscan alcanzar la
imparcialidad y es frecuente que se considere que el historiador ideal es aquel que
ha participado en los asuntos de Estado y mejor aún quien ha participado en los
eventos que describe.89 Los relatos históricos sólo adquieren sentido pleno en el
principio ciceroniano de la Historia como Maestra de la Vida, por ello
necesariamente sostienen un proyecto político, y es frecuente que los polígrafos
defiendan su propia actuación pública. La historia, debe insistirse, se concibe como
una rama de las artes liberales y recurre a las prácticas del persuadir y del bien
decir, por ello numerosas preceptivas regulan la manera en que se argumenta,
recogiendo las exhortaciones de Aristóteles, Cicerón, Quintiliano y Tácito. En este
capítulo se ha querido mostrar que la densa tradición retórica estructura las obras
en las que Lucas Alamán representó al pasado.
88 Roland Barthes, La antigua retórica, p. 57.
89 Francisco Ortega, “Sobre el porvenir de la literatura”, p. 138.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
En la Historia de Méjico se encuentra inserto otro género discursivo: el cuadro
estadístico. Es un género común en las primeras tres décadas del siglo XIX—como
se ha señalado en el capítulo anterior—su objetivo es proporcionar información
sobre el territorio, sus habitantes y recursos naturales. La influencia del Ensayo
político sobre la Nueva España (1804) de Alejandro von Humboldt es tal que sirve de
modelo a todos los polígrafos. “Libro en mano, liberales y conservadores
verificaron sus proyectos y justificaron sus contrapuestos puntos de vista. Invocar
el nombre de Humboldt llegó a ser casi una constante histórica de todos los
políticos, historiadores y pensadores del siglo XIX –indica Juan A. Ortega y
Medina.90 Alamán no es la excepción. Admirador confeso de Humboldt, en 1823
en nombre del gobierno mexicano –y en calidad de ministro de Relaciones–
agradece al estudioso por su obra. Convencido de que una sólida estadística es la
base indispensable para gobernar el país, estructura sus tablas con la misma
metodología que desarrolla el Ensayo político. Sin embargo, al escribir su Historia de
Méjico, Alamán crítica duramente a Humboldt por su optimismo exagerado.91
Introduce importantes matices al pintar la situación económica de 1808, pero
fundamentalmente la sirve de contraste con la situación de 1852. Interesa al
historiador demostrar que los gobiernos del México independiente desde 1821 han
“desperdiciando los elementos multiplicados de felicidad que la Providencia
divina ha querido dispensar a este país privilegiado” y, con ello, han puesto al país
en la ruina.
La historiografía porfiriana –por definición nacionalista y liberal– contrastó
los proyectos políticos y las historias de José María Luis Mora y Lucas Alamán
90 Juan A. Ortega y Medina, “Estudio preliminar”, p. XLVI.
91 José Miranda, Humboldt y México, p. 223.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
como si fueran la oposición necesaria de un mismo binomio, imagen que se
reprodujo por largo tiempo en las representaciones del pasado.
En contraste, Charles Hale, en su clásico estudio El liberalismo mexicano en la
época de Mora (1968), demuestra los muchos puntos coincidentes entre estos
polígrafos. Pertenecen ambos al mismo grupo masónico escocés; defienden los
intereses de los propietarios; comparten el mismo temor por los grupos indígenas,
sector social al que ven degradado. Hale indica que estas semejanzas se deben a
que Edmund Burke, el gran inspirador del conservadurismo mexicano, influyó en
ambos escritores, puesto que Burke fue el doctrinario del liberalismo inglés,
defensor de la tradición y también de la secularización, lo que lo convirtió en una
influencia decisiva en liberales como Benjamin Constant, quien a su vez fue un
pensador fundamental para las élites políticas mexicanas.
Pese a que los proyectos político-culturales fueron cambiando, Alamán y
Mora mantienen un mismo núcleo en su pensamiento político. Coinciden en los
principios básicos del liberalismo como el habeas corpus, el jusnaturalismo, el
constitucionalismo y el principio de representación política. Están convencidos de
que es indispensable fortalecer el gobierno nacional, reformar la educación
superior y liberalizar la economía.
En sus textos históricos se descubren otras coincidencias que responden tanto
a su horizonte de enunciación –en sentido gadameriano– como a su lugar social –
como lo entendiera Michel de Certeau. Mora y Alamán descienden de familias
criollas–españolas92 asentadas en Guanajuato. Ambos en su infancia sufren los
estragos ocasionados por los insurgentes, por lo que comparten con el México
92 Un excelente estudio sobre la genealogía de Alamán como patrón social de integración entre las
elites criollas y los intereses peninsulares, es el de Doris M. Ladd, La nobleza mexicana en la época de la
Independencia.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
criollo un gran miedo por la violencia y el saqueo provocado por los ejércitos de
Hidalgo. Pero estos elementos biográficos no son suficientes para explicar su
animadversión al cura de Dolores. El debate es mucho más profundo pues, como
ha advertido Elías Palti, Alamán –como lo hiciera previamente Mora– desmonta la
discursiva independentista y las aporías contenidas en el concepto mismo de
nación.
Mora deja inconclusa su obra México y sus revoluciones, lo que impide afirmar
con certeza cómo dotaría de unidad a la Independencia. Sin embargo, denuesta el
carácter religioso y popular de la revolución de 1810 y, en particular, rechaza la
discursiva que construyeron los insurgentes. Alamán –como Mora– se alza en
contra del carácter popular de la guerra y fundamentalmente en contra de la
pretensión de que la independencia encuentre justificación en un reclamo de los
primeros pobladores americanos. Más aun, Alamán establece una tajante
distinción entre la insurgencia y el Plan de Iguala, diferenciación política que
habían establecido los propios iturbidistas en 1821.Pero ello no quiere decir que
elabore una apologética del caudillo ni del emperador. El conservador, en cambio,
apela al dualismo civilización /barbarie propio del horizonte que se expresará en el
costumbrismo iberoamericano, por eso enfáticamente afirma que la revolución de
Hidalgo fue “un levantamiento de la clase proletaria contra la propiedad y la
civilización”.93
Al concluir la guerra con los Estados Unidos, la vieja polémica por la
fundación del país se reanima y es el partido conservador el que lleva al centro del
93 Lucas Alamán, Historia de Méjico, Vol. 4, p. 723.
Capítulo 2. La tradición retórica y la historia (1844-1851)
debate político “el desafío por un México liberal y republicano” –como señala
Hale.94
Debe insistirse en que Alamán recurre a la historia en busca de respuestas
para su presente, así sus relatos históricos sólo adquieren sentido pleno en el
principio ciceroniano de la Historia como Maestra de la Vida. Uno de sus artículos
en El Universal ofrece cierta luz sobre el sentido que adquiere el debate
historiográfico con la invasión norteamericana. Para el ideólogo del partido
conservador la independencia no sólo significó el extravío del orden político sino
también del orden social: se “acabó el respeto, amor y sumisión a los jueces y
gobernantes: por eso estos necesitan a cada paso de la fuerza armada si quieren ser
obedecidos”. Alamán encuentra la clave de la inestabilidad en la ausencia de
coerción interna y añade “desprestigiada una vez la autoridad, no hay sumisión,
tiene lugar la rebelión. 95
En sus relatos históricos establece el origen de la nación en la conquista para
reivindicar el orden social virreinal, pero no es una restauración a la que aspira
sino un aprendizaje profundo para elaborar e implementar su proyecto político
para su presente.
94 Charles A. Hale, El liberalismo mexicano en la época de Mora, p. 22.
95 Lucas Alamán ,“Soberanía popular” en El Universal, 10 de diciembre de 1848, p. 1 citado
por Elías Palti, en “Lucas Alamán y la involución política del pueblo mexicano. ¿Las ideas
conservadoras “fuera de lugar”?”, ´ p. 313.