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Capítulo 8 Ciudadanía ambiental Daniel Eduardo Gutiérrez Introducción En el presente trabajo intento mostrar cómo, la categoría de “ciudadanía ambiental”, en términos políticos (aunque no sólo en esos términos) se encuentra algo incómoda junto con la de Esta- do-nación de cuño moderno. Las cuestiones implicadas en los te- mas ambientales señalan, creo, problemas serios para las clásicas formas de entender el Estado. Por supuesto que ésta es sólo una aproximación y toca diversos temas asociados aunque con mayor encuadre en el terreno político y sus connotaciones (subjetivas, educativas). En este sentido, la presente es casi una labor de tanteo, en la cual se plantearán diversos problemáticas que hacen a la ciu- dadanía ambiental, mostrando distintas posiciones sin llegar a una conclusión definitiva. De todas maneras, en muchos casos podrán captarse algunas posiciones esbozadas frente a tales problemas. Para eso emprenderé un análisis de lo que entiendo por “ciu- dadanía” tomando como base algunos temas de ciertos debates so- bre ciudadanía. Después mostraré algunas implicancias de los pro- blemas ambientales y luego presentaré algunas posiciones respecto

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Capítulo 8Ciudadanía ambiental

Daniel Eduardo Gutiérrez

Introducción

En el presente trabajo intento mostrar cómo, la categoría de

“ciudadanía ambiental”, en términos políticos (aunque no sólo en

esos términos) se encuentra algo incómoda junto con la de Esta-

do-nación de cuño moderno. Las cuestiones implicadas en los te-

mas ambientales señalan, creo, problemas serios para las clásicas

formas de entender el Estado. Por supuesto que ésta es sólo una

aproximación y toca diversos temas asociados aunque con mayor

encuadre en el terreno político y sus connotaciones (subjetivas,

educativas). En este sentido, la presente es casi una labor de tanteo,

en la cual se plantearán diversos problemáticas que hacen a la ciu-

dadanía ambiental, mostrando distintas posiciones sin llegar a una

conclusión definitiva. De todas maneras, en muchos casos podrán

captarse algunas posiciones esbozadas frente a tales problemas.

Para eso emprenderé un análisis de lo que entiendo por “ciu-

dadanía” tomando como base algunos temas de ciertos debates so-

bre ciudadanía. Después mostraré algunas implicancias de los pro-

blemas ambientales y luego presentaré algunas posiciones respecto

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de cómo entender los temas ligados al ambiente y la ciudadanía.1

Allí también presentaré algunos puntos de vista propios.

El debate actual acerca de la ciudadanía recorre diversos nive-

les de análisis. Existe un nivel sociológico-histórico de carácter em-

pírico. Pero también hay aportes que contienen argumentación mo-

ral en donde incluimos además, temas de la filosofía legal, esto es,

el estatuto de los ciudadanos y su participación política por ejemplo.

Más ligado a cuestiones morales en sentido estricto, se encuentra

todo lo concerniente a los derechos, deberes y el sentido de per-

tenencia, propio de todo sentimiento de ciudadanía con lo cual se

entra en temas ligados a la subjetividad. Otra cuestión que ha sido

planteada con frecuencia es el contraste de la naturaleza formal del

concepto de ciudadanía y el carácter concreto de nuestra vida prác-

tica, individual y social. En cuanto al presente trabajo, creo que el

entrecruzamiento entre ciudadanía y ambiente me llevará a analizar

la clásica ligazón entre ciudadanía y Estado-nación y los problemas

inherentes a la misma en el marco de las circunstancias ambientales

y de las condiciones socioculturales actuales.

Para poder analizar en forma quizá más cómoda todos estos

diversos temas, intenté aproximarme a la cuestión a través de tres

ejes.2 El primero, referido a la filosofía legal o filosofía política y del

derecho, constituye un eje en torno a temas como la estipulación de

condiciones sociales en las cuales se encuentran los sujetos para

1 Si bien algunos de los autores presentados no usan la terminología de la ciudadanía, los temas que tratan, creo, se inscriben bajo esa rúbrica en razón de las cuestiones planteadas en sus textos.

2 Los rasgos característicos de la ciudadanía ambiental requerirán una explicación más completa, por eso más abajo mostraré la necesidad incorporar un eje más.

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ser considerados ciudadanos por parte del Estado, los vínculos en-

tre el Estado y los ciudadanos tomados en forma individual u organi-

zados en determinados conjuntos unidos por intereses, situaciones

etc. O también qué derechos otorga ese Estado al ciudadano o bien

qué ceden éstos para la constitución de un Estado. El eje político-

jurídico remite, se podría decir, a relaciones más externas entre los

sujetos. Por otro lado se encuentran las consideraciones argumen-

tativas más concentradas, aunque no con exclusividad, en los temas

de justificación de derechos y deberes; o quizá la pregunta más filo-

sófica concerniente a la naturaleza misma de los derechos y debe-

res, lo cual llevará a una reflexión sobre valores y normas. Ese eje de

referencia podría llamarse ético-argumentativo. En tercer término se

ubica todo lo referente a la subjetividad, es decir, los procesos de

identificación en los grupos, el sentido de pertenencia, compromiso

y/o reconocimiento en ese contexto y temas anexos, es decir, un

eje que denominaría subjetivo-antropológico. Este eje toca campos

filosóficos y no filosóficos, como por ejemplo temas de psicología o

psicología social.

Estos tres ejes funcionan como vías de investigación de la te-

mática. Aunque se los puede pensar como ámbitos individualizables

de la realidad concreta, no constituyen compartimientos estancos:

las relaciones sociales legitimadas por la filosofía legal sin una fun-

damentación, obtenida a través de una mínima deliberación, se

transformaría en una mera cáscara técnica sin una argumentación

moral que le aporte sentido y consistencia. Pero la argumentación

no deja de ser un juego intelectual, retórico y vacío sin una sensibili-

dad moral que se comprometa con los principios, encarne los valores

y aprecie las circunstancias, las oportunidades y las decisiones. La

conjunción entre argumentación y subjetividad tiende a convertirse

en prácticas halladas en lo social con posibilidad de ser reconoci-

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das y/o sancionadas por el orden político-legal. A decir verdad, esa

práctica ya se encuentra inserta muchas veces en lo jurídico político.

De allí el valor de la subjetividad en su calidad de impulso de

cambios sociohistóricos. Los debates sobre las virtudes ciudadanas

se ubican también en este eje. Pero la subjetividad ciudadana no

constituye un simple material dado sino que se encuentra en cons-

trucción y autoconstrucción. La construcción social de la ciudadanía

involucra la educación. Por lo tanto, la educación ciudadana incidirá

en los cambios necesarios, a través de las prácticas de los sujetos

comprometidos. Aquí, y para reconectar estos tres ámbitos, es fá-

cil advertir que en el tema educativo aparecen cuestiones políticas

(aunque no con exclusividad). También el clásico tema de las vir-

tudes ciudadanas y su enseñabilidad –preocupación recurrente ya

desde los sofistas, Sócrates y Platón– también conecta la subjetivi-

dad a los arreglos jurídico-políticos.

Resumiendo: cada uno de estos ejes de estudio, separables

desde el punto de vista teórico, deben contextualizarse en articu-

lación a los demás: la práctica concreta los encuentra mucho más

interprenetrados.3

3 Autores de orientación comunitarista como Charles Taylor inician su argumentación a partir de cuestiones subjetivas de la identificación cultural comunitaria y, a partir de allí, organizan lo jurídico-político (Cf. Taylor, Ch. “¿Qué principio de identidad colectiva?” en Kymlicka, W. y Wayne N. (comps), La Política. Revista de estudios sobre el Estado y la sociedad 3:133-138, 1996). Habermas parte de lo jurídico-político: impulsa el establecimiento de principios constitucionales alrededor de los cuales conformar la noción y la aplicación del concepto de ciudada-nía (Cf. Habermas, J. “Citizenship and National Identity: Some Reflec-tions on the Future of Europe”en Praxis International, vol 12, 1992, pp. 1-19). Por su parte Ralf Dahrendorf, siguiendo a Marshall, sustenta la ciudadanía en derechos cuya fuerza proviene de un sentido moral de

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Ahora bien, la ciudadanía manifestada en estos tres ámbitos,

entendida tanto como marcos de estudio o ámbitos de expresión

concreta, requiere otra distinción. Hasta aquí se ve donde se mani-

fiesta; la pregunta siguiente es cómo lo hacen. La ciudadanía apa-

rece de dos maneras: como condición y como práctica.4 La primera

implica los correspondientes reconocimientos de unos sujetos por

otros, con lo cual entra en juego el ejercicio de derechos y obliga-

ciones con los consiguientes compromisos morales y afectivos res-

pecto del conjunto de individuos (comunidad, sociedad). Estos reco-

nocimientos aparecen, en el ámbito jurídico-político, por ejemplo a

través de ciertas instancias constituidas por los mismos ciudadanos:

en términos más generales y corrientes, en la Modernidad al menos,

por medio del Estado. En el nivel ético-argumentativo aparece con

discursos de inclusión/exclusión en la condición de ciudadanía. En

igualdad y no exclusión (Cf. Dahrendorf, R. “La naturaleza cambiante de la ciudadanía” en Kymlicka, W. y Wayne N. (comps), La Política. Revista de estudios sobre el Estado y la sociedad 3: 139 y ss, 1996). Cada autor parece partir de un concepto ligado a uno de los ejes e intenta responder a las problemáticas de los otros con mayor o menor suerte. No voy a definir en este escrito cuál de estos tres ámbitos es el más importante. En principio creería que una respuesta sobre qué es o debería ser la ciudadanía debe ser satisfactoria para los tres aspectos, articulándolos de manera equilibrada. En todo caso, ahora los estoy tomando como herramientas de análisis aproximativo.

4 Mi identificación de estas dos formas de ciudadanía es en algún sen-tido análoga a la conocida distinción entre ciudadanía activa y pasiva (Cf. Kymlikca y Norman, ibid; Dobson, A. “Ciudadanía ecológica: ¿una influencia desestabilizadora?” Isegoría, vol 24, 2001, pp. 167-187). Sin embargo, en sentido estricto hay diferencias: se ha entendido ciuda-danía pasiva como “disfrute de derechos” y ciudadanía activa como “ejercicio de obligaciones”. Para mí, ciudadanía como condición se re-fiere también a obligaciones (reconocidas), y ciudadanía como práctica puede referirse también a la consecución un estatuto de derechos.

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el nivel subjetivo-antropológico, como condición de los sujetos a ser

educados en valores y miradas del mundo que sostienen los grupos

y les da organicidad. La condición aparece como un estado laten-

te de capacidad de realizar ciertas acciones. La ciudadanía como

acción se encarna en procesos de identificación y sentimientos de

participación compartidos, junto con actitudes que acompañan a la

práctica. Con esas manifestaciones activas de los ciudadanos en el

marco de los hechos, las subjetividades se movilizan para realizar

cambios, por ejemplo a nivel de lo jurídico-político. Así, el nivel jurí-

dico-político no es el único eje a tener en cuenta cuando se piensa

en un cambio social. Se podría entender como práctica ciudadana

al conjunto de acciones cuyo fin conciente o implícito se orienta a la

transformación de relaciones sociales, no sólo de las que son direc-

tamente políticas, con consecuencias a nivel general, sino también

sociales pero a un nivel más cotidiano, aunque siempre presupon-

gan lo político. En efecto, el objetivo del cambio ciudadano puede

enfocarse también a nivel de la cotidianeidad o, inclusive, a nivel de

la mentalidad subjetivo-antropológica.

La práctica ciudadana activa tiene por su parte aspectos dis-

cursivos y aspectos de acción no discursiva aunque en distintas pro-

porciones. Sin duda, el ejercicio del discurso constituye una acción

en sí misma y toda acción ciudadana se encuentra atravesada por

alguna manifestación discursiva. Una acción sin algún tipo de mani-

festación de ideas no pareciera tener ningún sentido, aun cuando no

se utilicen palabras para manifestar conceptos u otra información.5

También es cierto que el discurso sin alguna forma de acción prác-

5 Una marcha u otra manifestación en completo silencio puede ser muy clara en la expresión de los intereses manifestados por los sujetos actuantes.

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tica no discursiva no tendría la fuerza que los ciudadanos intenta-

rían imprimirle a sus objetivos. Aquí puede introducirse una noción

tentativa de “espacio público6” como un campo de redes de acción

y de discurso de los ciudadanos en donde las acciones grupales

comportan consecuencias para el resto de los ciudadanos en cual-

quiera de los tres ámbitos expuestos. Se presenta aquí una notoria

interconexión entre ciudadanía como condición y ciudadanía como

acción. El esbozado concepto de espacio público cubre la estática

de la ciudadanía en tanto condición, como así también la dinámica

de la ciudadanía como acción. La práctica ciudadana puede ayudar

a lograr a producir ciertos cambios en las condiciones ciudadanas

de los sujetos, por ejemplo en el reconocimiento jurídico-político.7 A

6 Lamentablemente no voy a poder tocar, por razones de espacio y tiem-po, el contraste entre lo privado y lo público, tema que considero me-dular para la ética y la política del ambiente. Sólo comentaré que estoy de acuerdo con Dobson (ibid. 2001) y otros autores cuando afirma que, en los enfoques ambientales, lo privado tiene tanta o más im-portancia que lo público y en esto, dichos enfoques se acercan a las éticas del cuidado de carácter feminista. La reflexión sobre el ámbito privado también involucra aspectos que serán tratados en este trabajo, por ejemplo la relevancia de lo local (después de todo, la actividad privada y personal en materia de ambiente es localista), la responsabili-dad, los derechos y el consumo; pero la aproximación a estas conexio-nes quedarán para un trabajo futuro. Para una presentación sobre los debates acerca de derechos y responsabilidades en la ética feminista del cuidado véase Kymlicka, W. Filosofía Política Contemporánea. Una introducción. Barcelona, Ariel, 1995. Para la relación entre ecologismo y ética feminista del cuidado véase Warren, K. (comp.) Ecological Fe-minist Philosophies Bloomington and Indianapolis, Indiana University Press, 1996.

7 Por el momento no definiré conceptos como campo social o ámbito económico. Estos términos se referirían más a lugares concretos donde se da lo político, lo ético y/o lo subjetivo.

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la inversa, el estatus ciudadano de los sujetos facilita u obstaculiza

acciones ciudadanas determinadas, si bien la condición de ciudada-

no derivada del reconocimiento no siempre debe ser considerada

condición imprescindible para la acción.

Luego del acercamiento a la cuestión ambiental propiamente

dicha, me concentraré en las cuestiones filosófico-políticas (vínculos

entre Estado y ciudadano). Por razones de espacio no profundizaré

en las dimensiones ético-argumentativas y subjetivo-antropológicas

de la ciudadanía ambiental. En cuanto a estas últimas agregaría que

las construcciones culturales –entendiendo por esto, conjuntos más

o menos organizados de creencias y de símbolos acerca del mundo–

se derivan imágenes de la naturaleza8 y de su relación con la especie

humana, promoviendo así esquemas conceptuales que construyen

identidad. De allí emergen perspectivas que se traducen en con-

ductas a partir de las cuales juzgar la práctica. Los nexos entre las

comprensiones y percepciones del mundo por un lado y los proce-

sos ambientales por el otro, muestran cómo los sujetos construyen

sus imágenes del entorno y de ellos mismos a partir de patrones

culturales y esto anima determinadas sensibilizaciones respecto del

8 Rodolfo Kusch intentó plasmar una “geocultura” de los pueblos de América del Sur, analizando los componentes simbólicos y su percep-ción del contexto natural. Con ello el pensador argentino se convierte casi en un adelantado del pensamiento ambiental en el país. Si bien él no enfocó los aspectos éticos y políticos ligados al uso del ambiente y las consecuencias (problemáticas o no) que de allí se derivan, ni tomó la crisis ambiental como un punto de partida para su reflexión, sus ha-llazgos son más que relevantes para un estudio simbólico-cultural del entorno natural Latinoamérica. Ver Kusch, R. Geocultura del hombre americano, San Antonio de Padua, Editorial Castañeda, Colección Es-tudios Filosóficos, 1976.

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entorno. Estos temas, por sus consecuencias para los temas de in-

terculturalidad, merecerán todo un estudio específico.

Dimensión jurídico-política y la problemática ambiental

En el marco de lo jurídico-político pueden individualizarse cier-

tos elementos. Por un lado, la ciudadanía se refiere a una trama de

conexiones, donde los sujetos se reconocen como pertenecientes a

una comunidad, a través de derechos y deberes mutuos. Los sujetos

mismos constituyen un elemento central en estos estudios, enten-

diéndose como individuos más o menos independientes como en

muchas concepciones liberales típicamente modernas, o como in-

dividuos en interacción, o inclusive como sujetos que no se pueden

situar sin vincularse unos con otros. Los sujetos sociales también

pueden incluirse en una exploración acerca de temas de ciudadanía.

Por otra parte, los derechos y obligaciones, se refieren por un

lado al acceso y distribución de los recursos y/o bienes –como pue-

de verse aquí existe una vía de conexión clara con las cuestiones

ecológicas–, y por el otro al acceso y distribución de poder entre los

sujetos (ciudadanos).

Pero además, los derechos y obligaciones se regulan en su apli-

cación por medio de alguna instancia establecida de coordinación

de manera más o menos participativa por los ciudadanos o parte de

ellos. Dicha instancia también posee deberes y derechos y promue-

ve su cumplimiento. Clásicamente, los estudios sobre ciudadanía

enfocan en general la instancia de coordinación en términos de una

determinada construcción como es la del Estado-nación moderno.

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Sin embargo, dicha construcción requiere de otro componente

fundamental: la territorialidad. Los derechos se ejercen, se hacen

cumplir y se observan en referencia a un territorio determinado en

donde se instala la soberanía del Estado-nación. La territorialidad

tiende a fortalecer el carácter comunitario de la ciudadanía al com-

partir un espacio geográfico. Este componente será crucial para

comprender la complejidad de las cuestiones ambientales emer-

gentes en este ámbito: el problema aquí se encuentra en el carácter

interrelacional y multirrelacional de las cuestiones ambientales. Con

demasiada frecuencia las situaciones de conflicto ambiental no se

enmarcan a los territorios reconocidos por el Estado-nación clásico.

Esto ha llevado a muchos investigadores, interesados en lo ambien-

tal, a enfocar otro tipo de ámbitos políticos o espacios públicos de

discusión y acción –de nivel distintos al nacional– a efectos de rever-

tir la crisis socioambiental.9

Teniendo en cuenta la aproximación anterior a la categoría,

pienso el espacio público, en el contexto de las cuestiones ambien-

tales, como una esfera que integra dos aspectos: por un lado el

ámbito del intercambio de discursos y acciones ciudadanas con las

correspondientes consecuencias ambientales y sociales, y por el

otro, el contexto territorial concreto al cual estos discursos y accio-

nes se refieren –en términos de derechos y obligaciones–; dichos

discursos atienden al uso del territorio, es decir, el lugar donde

son vistos los problemas, sus causas y donde se proponen las so-

luciones. En este contexto, el espacio público de discusión de los

problemas está, por las características de la cuestión ambiental,

9 Por razones de espacio no me dedicaré a explicar ni la noción de “cri-sis” ni la de “ambiente” en este texto. Reconozco que ambas nociones merecerían una aproximación aclaratoria.

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determinada en gran medida por lo territorial. Así se plantean di-

versas escalas de discusión: global, local, regional10, internacio-

nal.11 Si bien las escalas12 son diversas, para un enfoque sintético

del tema tratado en este escrito, las más importantes y reconoci-

bles son aquellas dos que ya se encuentran en cierta medida anti-

cipadas en la más famosa consigna ecologista “actuar localmente,

pensar globalmente”. Aquí se presenta lo local y lo global y las di-

versas posiciones van a dar más peso a uno u otro. Por esta razón,

con frecuencia se identifican dos clases de marcos políticos o es-

pacios públicos de discusión y de operación a partir de los cuales

se espera revertir la crisis ambiental. A mi modo de ver, la deter-

minación del espacio público estará fuertemente condicionada por

el espacio geográfico percibido como relevante, dados los rasgos

particulares de los temas ambientales. Las posiciones localistas

como las globalistas argumentarán desde distintos puntos de vista

de acuerdo a su concepción de lo territorial, es decir, la escala que

consideran privilegiada para el análisis y la acción, desde su idea

de ciudadano, en tanto sujeto social, etc. Eso influirá en el tipo de

derechos y obligaciones en los que se está pensando.

10 El concepto de región es también problemático. Las regiones políti-cas (países, estados, localidades) son más discernibles. Pero el término también remite a regiones geográficas. Aquí hay varios criterios eco-geográficos para determinar una región sin hablar de los temas de escala. También estos dos criterios pueden combinarse: puede hablarse de “países andinos”.

11 Nótese que no está incluida la dimensión nacional.12 Para la noción de “escala” véase Reboratti, C. Ambiente y sociedad.

Conceptos y relaciones, Buenos Aires, Ariel, 2000.

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200 Daniel Gutierrez

Posiciones globalistas

Constituye ya un tópico plantear los temas ambientales en

tanto problemas globales y es así es como se los ha presentado a

fines de los años ’50 y comienzos de los ’60 cuando la temática am-

biental toma resonancia y fuerza en la conciencia pública. Más aun,

la misma conciencia ambiental se constituye históricamente como

preocupación a escala global. Sin duda, esto va de la mano de las

revoluciones tecnológicas y el crecimiento económico que al mismo

tiempo adquiere características globales. Todo ello ofrece un reco-

nocido soporte argumentativo a quienes sostienen que el espacio

público de discusión y acción relevante es el nivel planetario, dadas

las condiciones económicas del intercambio de recursos y las con-

diciones ecológicas, teniendo en cuenta las consecuencias de ese

intercambio y el consumo asociadas a estos procesos.

Vale la pena hacer una relectura del lema ambiental citado más

arriba: el “pensar globalmente” no remite sólo a lugares determina-

dos, por más vastos que ellos pudieran ser, sino al planeta como a

una instancia integral.

Haciendo abstracción de la temática ambiental, la idea de tras-

cender los límites locales prefijados no es nueva sin duda. Ya en la

Grecia antigua los cínicos planteaban concepciones similares. Los

estoicos tomando como punto de partida las intuiciones de los cíni-

cos desembocaron en la noción de “cosmopolitismo” a partir de la

afirmación de la universalidad de la razón y de la causalidad. Ello fue

retomado por Kant en un replanteo a priori del sentido de la historia

la cual acabaría en una “unificación civil de la especie humana”.13

13 Kant, I. Filosofía de la historia. Qué es la Ilustración. Trad Emilio Estiú, y Lorenzo Novacassa, La Plata, Caronte Filosofía, 2004.

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Según Kant, la transformación se opera a través del motor de la Na-

turaleza. El pensamiento marxista y anarquista coincide en avizorar

una ciudadanía mundial aunque por razones diversas: las condicio-

nes impuestas por el capitalismo como poder económico internacio-

nal, la consiguiente aparición de amplios sectores proletarios y su

organización en clases y, por fin, su transformación en una fuerza

que pugne por obtener el poder para así resolver las contradicciones

sociales a escala planetaria.

Más o menos en sintonía con esta tradición de pensamiento,

puede verse que con frecuencia diversos análisis que hacen hinca-

pié en lo ambiental se instalan en un punto de vista planetario.14

Aunque de una manera más o menos explícita, algunos autores su-

girieron la posibilidad de una ciudadanía planetaria. De hecho, las

razones para una articulación con lo ambiental mantienen algunas

semejanzas con los argumentos de las tradiciones de pensamiento

citadas más arriba.

Sin embargo, existen notorias diferencias. Al enfocar la pro-

blemática ambiental no se subraya en general una concepción de

la racionalidad tal como fue conceptualizada por el estoicismo o el

kantismo. Tampoco el pensamiento ambiental es “irracionalista”15

ni suscribe una mirada romántica de nuestras interacciones con el

14 Cf. Boulding, K. “La economía futura de la tierra como una nave espa-cial” en Daly, Herman (comp). Economía, ecología y ética. Ensayos ha-cia una economía de estado estacionario, México, FCE, 1989 y Morin, E. y A. Kern Tierra Patria Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 1993.

15 Cf. Callicott, J. “Ethique de l’Environnement” en Monique Canto-Sper-ber, (directeur) Dictionnaire de Ethique et Philosophie Morale, Paris, Presses Universitaire de France, 1996, pp. 498-501.

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202 Daniel Gutierrez

ambiente.16 Más bien intenta con frecuencia reformular o resignificar

la idea moderna de razón.17

Más allá de los productos teóricos, y la insistencia en la carac-

terística global de la discusión sobre políticas económicas y ambien-

tales, existe en la actualidad una instancia institucional de carac-

terísticas globales; allí el espacio público de discusión y acción, se

identifica con todo el planeta: las Naciones Unidas evidencia, según

Karl-Otto Apel, formas de discusión más cercanas a la estrategia, a

la búsqueda del éxito y no al interés por las verdaderas formas de

encontrar solución a los problemas, soluciones satisfactorias para

los implicados en ellos. Así, las condiciones de discusión no son las

apropiadas; la perspectiva de la ética del discurso de Apel presupo-

ne un enfoque global al establecer un horizonte de co-responsabili-

dad en los temas de degradación de las condiciones ecológicas pla-

netarias. Para eso serán necesarias formas de discusión donde los

estilos discursivos se apeguen a reglas diálogo de carácter trascen-

dental aptas para la búsqueda honesta de la verdad y de consensos

16 Cf. Dobson, A. Pensamiento Político Verde. Una nueva ideología para el siglo XXI, Barcelona-Buenos Aires-México, Paidós, 1997.

17 Los caminos posibles de esta resignificación son diversos. Morin pro-pone un “pensamiento complejo” (Cf. Morin, E. Introducción al pen-samiento complejo, Barcelona, Gedisa, serie CLA.DE.MA, 2000), Fritjof Capra, busca integrar la racionalidad occidental con la intuición de la cultura oriental en un esquema de pensamiento cercano a la teoría de sistemas (Cf. Capra, F. El tao de la Física. Una exploración de los pa-ralelos entre la física moderna y el misticismo oriental, Barcelona, Luis Cárcamo Editor, 1984.); Enrique Leff señala la emergencia de una “ra-cionalidad ambiental” (Cf. Leff, Enrique, Rolando García, Pablo Gut-man et. al. Ciencias sociales y formación ambiental, Barcelona, Gedisa, 1994).

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basados en el respeto mutuo de los hablantes.18 Sin embargo, será

difícil comprender cómo los posibles interlocutores de un diálogo

semejante, con sus intereses en pugna, puedan construir ese marco

trascendental. Como afirmé más arriba, la ciudadanía incorporará

una dosis de acción no discursiva (aunque empapada de componen-

tes discursivos) para poder complementar las limitaciones del “uso

público de la razón”.

Edgar Morin constituye otro ejemplo de quienes intentaron

orientar la mirada hacia la instancia planetaria. La dramaticidad ins-

talada en nuestra común residencia en la tierra remite, según Morin,

a una comunidad de destino planetaria, capaz de catalizar fuerzas

ciudadanas en función de objetivos de sustentabilidad, cuidado am-

biental y eliminación de pobreza e inequidades.

Sin duda la comunidad de destino y la ciudadanía planetaria

no debe confundirse con las teorías de “todos estamos en el mismo

barco”19 según las cuales las responsabilidades se homogeinizan y

no se establecen diferencias y grados en la capacidad de toma de

decisiones y situaciones de poder.

18 Apel, K-O “La crise écologique en tant que problème pour l’éthique du discours” en Hans Jonas. Nature et responsabilité. Achterhuis, Hans, K-O. Apel, Gilbert Hottois et. al., Paris, J. Vrin, 1993.

19 Cf. Gallopín, S. “Perspectiva ecológica para América Latina. Futuros alternativos”, en Goin, Francisco y Ricardo Goñi editores Elementos de Política Ambiental, La Plata, Honorable Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, 1993 y Mármora, L. “La ecología en las re-laciones Norte-Sur: el debate sobre el desarrollo sustentable” en Goin, Francisco y Ricardo Goñi editores Elementos de Política Ambiental, La Plata, Honorable Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, 1993.

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204 Daniel Gutierrez

Toda ciudadanía se refiere a responsabilidades pero tam-

bién a su gradación tanto a nivel nacional, regional-nacional como

planetario.

Otras posiciones se hacen eco de esta dramaticidad al plantear

la necesidad de una organización mundial de características centra-

lizadas (¿autoritarias?), a efectos de sortear el desastre futuro. Tal

es el caso de Wolfgang Harich quien descree de la posibilidad de

las sociedades liberales modernas de conjurar el peligro y menos

aun del típico ciudadano de esos países, demasiado autointeresado

y comprometido en una competencia feroz por obtener una mayor

tajada de recursos de los sistemas naturales via el mercado y la tec-

nología.20 Por lo tanto, una organización supranacional que instaure

drásticas restricciones en los modos de producir y consumir, tendría

como fundamento los límites21 inherentes del planeta como un todo.

Uno de los dilemas con los cuales se enfrenta esta posición es de-

terminar cuál es la instancia de control adecuado y si ella será equi-

tativa a la hora del reparto de beneficios y perjuicios ambientales.

Los enfoques centrados en lo ambiental reconocen las condi-

ciones del capitalismo internacional como agente unificador de las

prácticas económicas con nocivas consecuencias sobre el ambiente,

pero también permiten que se vea con más claridad nuestra condi-

20 Harich, W. Comunismo sin crecimiento, Barcelona, Materiales, 1979.21 El texto de Harich es una muestra más de la repercusión teórico-

académica y práctico-política que tuvo el famoso informe Los límites del crecimiento presentado por el Club de Roma, donde se enfatizan los límites de la tierra a las turgentes necesidades de recursos de una población mundial en acelerado crecimiento. El Informe propone un “crecimiento cero” para la actividad económica. Cf Meadows, Dennis, Donella Meadows, et. al. Los límites del crecimiento, México, FCE, co-lección Popular, 1985.

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205Ciudadanía Ambiental

ción de sujetos dependientes y modificadores de los ecosistemas

terrestres. Tanto más dependemos de las condiciones de la Tierra

cuanto más desarrollamos nuestra capacidad de modificarlas. Los

arreglos económico-financieros actuales ejercen sin lugar a dudas

una indudable presión sobre el estado actual del mundo, tecnología

mediante. Ser dependientes-modificadores implica tomar elemen-

tos materiales del ambiente (llamados en general “recursos”), para

procesarlos para las necesidades y devolver material de desechos,

los cuales son asimilados/reutilizados por el planeta y/o los seres

que en él habitan. En condiciones óptimas, este proceso promueve

la diversidad de formas de existencia, la riqueza de individuos y las

interrelaciones que mantienen al conjunto de los procesos en una

cierta integridad. Hasta aquí compartimos una estrategia semejante

a la de cualquier ser viviente. Sin embargo, el ser humano puede

interactuar en una diversidad de modalidades en el planeta. Pero

la particularidad de las condiciones capitalistas de producción y de

consumo, es llevar a un plano más dramático aquella condición de

habitantes planetarios dependientes-modificadores. La mayor inter-

vención del Estado en el desenvolvimiento de las fuerzas producti-

vas, es cierto, no debe representar una alternativa mucha más alen-

tadora ante estos graves problemas. En épocas pasadas, merece

recordarse, países cuyo Estado representaba una fuerza casi omni-

presente en la actividad económico-social no produjeron resultados

ambientales mucho mejores.

Las actuales condiciones capitalistas conllevan un dramatismo

que contiene una doble raíz: una es el peligro que se cierne sobre

nuestra propia supervivencia como especie y la continuidad de los

ecosistemas; y por otro lado, el éxito de las economías de mercado,

éxito que es la medida de su problematicidad, es decir, la causa del

peligro de destrucción es muy difícil de anular: nosotros mismos la

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206 Daniel Gutierrez

activamos y somos parte de ella, en la medida en que somos los

ciudadanos que nos comportamos, –y la organización social activa

eso– con los parámetros del homo œconomicus.22 En síntesis, las ac-

tuales condiciones económicas ponen una llamada de atención para

que lo que fue, es y seguirá siendo en todo lugar nuestra condición

de habitantes terrestres.

Pero, el hecho de habitar la Tierra también se vuelve dramático

a raíz de la proporción de la extracción y de la eliminación de subpro-

ductos no asimilables con facilidad por el planeta23, a niveles nunca

vistos en toda la historia de la humanidad.

Ahora bien, partiendo del lema ecologista “actuar localmente,

pensar globalmente” podemos deducir que nuestras responsabili-

dades no se reducen a una escala local. Además de nuestros vín-

culos con nuestros congéneres cercanos, la problemática ambiental

señala un hecho bastante conocido: nuestras acciones, aunque mí-

nimas en términos absolutos, pueden tener consecuencias perjudi-

ciales para muchos otros como lo puede mostrar un cálculo de agre-

gación de miles o millones de actos como los nuestros. Hasta aquí

este rasgo es compartido con cualquier fenómeno social o evento

acaecido en el interior de un mismo país, por ejemplo durante una

coyuntura electoral.

Pero los problemas ambientales pueden influir a una escala

regional que bien puede pasar por alto las fronteras del Estado-na-

22 Cf. Ovejero Lucas, F. Intereses de todos, acciones de cada uno. Crisis del socialismo, ecología y emancipación, Madrid, Siglo XXI Ediciones, 1989.

23 Cf. Naess, A. Ecology, Community and Lifestyle. Outline of an Ecoso-phy Translation David Rothemberg, Oxford, xford University Press, re-printed, 1992.

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207Ciudadanía Ambiental

ción. Por lo tanto una ciudadanía ambiental necesitaría trascender

los marcos clásicos en los cuales se piensa la temática de la ciuda-

danía, si bien, a mi entender, no se puede perder de vista el carácter

local de las acciones y eso es un punto que han defendido y –con-

sidero que con éxito– los exponentes de las posiciones localistas.

Posiciones localistas

Sin embargo, existen cualidades de la acción ciudadana, como

por ejemplo la de encontrarse situada localmente, que permiten

defender posiciones localistas. Ellas enfatizarán el valor de ciertas

regiones particulares como espacios donde se originan los proble-

mas ambientales en concreto. Sin duda las posiciones localistas

no niegan la escala global aunque algunos argüirán que no existen

problemas globales. Pero todos estarían de acuerdo en intentar re-

solver los problemas ambientales a partir de un involucramiento

ciudadano a nivel local. Los autores que enfatizan lo local protes-

tan ante la invasión que sufren las comunidades por parte de pode-

res centralizados como el Estado-nación, a lo cual se podría agre-

gar fuerzas económicas multinacionales que imponen condiciones

de degradación del ambiente local y establecen una dependencia

económica que ahogan la producción y la autonomía local. La di-

mensión cultural de todo este proceso no es menos importante. Los

procesos de centralización económico-burocráticos promueven una

homogeneidad avasalladora de la diversidad cultural y la diversidad

natural. Grande es la insistencia en la descentralización cuando se

examinan también los problemas del ambiente, a causa del acce-

so directo a los procesos ecosociales y la posibilidad democrática

que, a nivel municipal, redunda en una participación facilitada por la

cercanía. Para Murray Bookchin la posibilidad de discusión racional

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208 Daniel Gutierrez

directa representa una ventaja que sólo la ciudad descentralizada

nos puede aportar.24

El establecimiento de centros de poder económico incide en la

degradación ambiental en países con menor desarrollo económico-

industrial, tanto en lo que se refiere a la extracción de recursos como

a los impactos a causa de desechos contaminantes.25

Una notoria posición localista es el municipalismo de Bookchin

quien, basándose en tesis anarquistas, aboga por una superación

de las jerarquías, en vistas a discutir el poder desde los ciudadanos.

De esta forma, dicho acceso directo a los problemas remite a la po-

sibilidad de resolverlos a partir de aquellos que están involucrados

en forma directa. La posibilidad de discusión racional abierta por la

cercanía de los ciudadanos en el contexto urbano –recordemos la

raíz latina de “cive”– representa, según Bookchin, la imagen más

aceptable para la acción ciudadana a fin de buscar soluciones de-

24 Cf. Bookchin, M. “Seis tesis sobre el municipalismo libertario” y “El anarquismo ya esta muy de onda. Entrevista a Murray Bookchin por Wolfgang Haug” en Bookchin, Murray, Horst Stowasser, Domenico Liguri. La utopía es posible. Experiencias posibles, Buenos Aires, Tupac ediciones Colección Utopía libertaria, 2004.

25 Es cierto que la inserción económica de los países menos desarro-llados desde el punto de vista económico puede conllevar el uso de tecnología más limpia cuando se trata de productos de exportación en razón de las crecientes exigencias de los mercados mundiales en cuanto al cumplimiento de normas de producción (por ejemplo las más conocidas son las ISO 14001). Por otra parte, estos procesos son aislados y no afectan a la generalidad de las poblaciones de estos países. Por lo demás, si se extendieran, estimularían más aun la fuerte diferenciación social entre aquellos trabajadores integrados al sistema económico global y los no integrados. Cf. Sunkel Osvaldo, Capitalis-mo transnacional y desintegración nacional en América Latina, Bue-nos Aires, Nueva Visión 1984.

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209Ciudadanía Ambiental

mocráticas y justas para los problemas socioambientales. Bookchin

invoca los ejemplos de los ámbitos de discusión generados en la

cuidad-estados griegas y en la experiencia de las asambleas munici-

pales de Nueva Inglaterra y la Comuna de París.26

Por otra parte, habría posiciones localistas que trascienden el

espacio de la ciudad y se instalan en lo regional. Un ejemplo está

dado por la corriente “biorregionalista”, defendida por Kirkpatrick

Sale entre otros27 y muy emparentada con la Ecología Profunda. En

efecto, esta posición define el espacio de acción ciudadana y am-

biental de manera bien distinta: la mejor organización política, desde

el punto de vista del cuidado ambiental, de acuerdo a estos autores,

se estructuraría a partir de la biorregión: una determinada zona con

característica ecológicas particulares. Una tal situación llevaría a los

ciudadanos a utilizar materiales de la referida zona y a intercambiar

productos para satisfacer necesidades vitales sin dependencia de

un mercado internacional. En cuanto a la estructura política concre-

ta, no parece haber un juicio definitivo: puede tratarse tanto de una

democracia participativa como de una monarquía constitucional, o

una simple democracia formal. La estructura política –el tema crucial

respecto de cómo se distribuye el poder– no parece ser una cues-

tión central en la conceptualización de Sale al menos. Como puede

verse hay puntos de contacto con las otras concepciones localistas,

pero temas claves como la participación del ciudadano aparecen

oscurecidos. Más trascendente para esta posición es cómo nos re-

lacionamos con los sistemas naturales más que cómo construimos

nuestros vínculos sociales.

26 Cf. Bookchin ibid. 84.27 Cf. Sale, Ibid.

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210 Daniel Gutierrez

Sin duda, el concepto de biorregión no sólo se refiere a la or-

ganización ecológica sino también las poblaciones en sus aspectos

socio-culturales.28

En este sentido, los autores influidos por el posmodernismo

dan un peso mucho mayor a estos aspectos culturales por el papel

que juegan en la definición y la estructuración de los marcos concep-

tuales compartidos en la organización del entorno.29

En este espíritu, Jim Cheney30 defiende los discursos contex-

tualizados y situados frente a los discursos totalizantes (totalizing),

esencializadores (essentializing) de la modernidad dominante en

razón de su actitud fundamentalista (fundationalist) y colonizado-

ra frente a otras culturas. Siguiendo a Heidegger, para Cheney, la

cualidad de situado (situatedness) del discurso está dada por el len-

guaje: el lenguaje es “la manera en que el mundo se nos presenta”.31

Bajo este marco de ideas, lo local-geográfico se hace presente a tra-

vés de una narrativa biorregional contextualizada que no refleja la

“verdad” del mundo como un espejo de la naturaleza. La narrativa

biorregional, mítica, parte de una residencia historiada (storied re-

sidence) en la que el yo internaliza su entorno natural que se vuelve

una experiencia compartida a través de las narrativas que Cheney

28 Gudynas, E. Ecología, economía y ética del desarrollo sustentable, Bue-nos Aires Ediciones Marina Vilte-CTERA, 2002.

29 Cf. Cheney, J. “Postmodern Environmental Ethics: Ethics as Biorregion-al Narrative”. En Max Oelschlaeger Postmodern Environmental Ethics, New York, State University of New York Press, 1995 y Leff, E. Saber ambiental. Sustentabilidade, Racionalidade, Complexidade, Poder, Pi-riapolis, RJ Tradução Lúcia Matilde Endlich Orth. 3ª Edição, Editora Vo-zes, 2004.

30 Cf. Cheney, Ibid. 31 Cheney, Ibid. 25.

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211Ciudadanía Ambiental

muestra en los ejemplos de diversas culturas no occidentales. Las

narrativas, encarnadas en mitos, son el marco de un espacio mo-

ral que instruye y prescribe imperativos éticos contextualizados de

acuerdo a la experiencia del contexto geográfico de los sujetos. Pero

la comunidad es el resultado de lucha y negociación y se encuentra

en permanente revisión y recontextualización, evitando así la natu-

ralización de las normas.32

En una línea de reflexión muy similar a la de Cheney, el mexi-

cano Enrique Leff, un representante muy reconocido del pensamien-

to ambiental latinoamericano, enfatiza la acción ciudadana a partir

del concepto posmoderno de “diferencia”: la identificación cultural

es capaz de ofrecernos “sentidos existenciales”, fuente de “valores

culturales de las comunidades”33, configurando espacios de orga-

nización del mundo y la acción humana. Los valores culturales sus-

tentan formas de “apropiación de la naturaleza” que se oponen a

las tendencias homogeneizantes del capitalismo globalizado cuya

32 Las semejanzas de la “residencia historiada” de la narrativa biorre-gional con la concepción de “geocultura” de Rodolfo Kusch son, me parece, notorias. La geocultura opera como transfondo de sentidos que envuelve el entorno el cual deja de ser ya un mero soporte físico para erigirse en el suelo que da forma a los modos de ver el mundo. Este pensamiento grávido emergente del contexto local se enfrenta con el universalismo moderno homogeneizante. Tanto Cheney como Kusch muestran influencias heideggerianas, se resisten a los marcos de pensamientos prefijados (modernos-occidentales o no) y son críticos de las perspectivas universalistas. Por otro lado, la influencia del giro lingüístico en Cheney es, creo, mucho más clara; además, su enfático ataque a todo fundamento, se diferencia del reconocimiento de la fun-ción fundamentadora del pensamiento grávido geocultural. (Cf. Kusch, R. Esbozo de una Antropología filosófica americana, San Antonio de Padua, Editorial Castañeda. Colección Estudios Filosóficos, 1978).

33 Leff, Ibid. 63.

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212 Daniel Gutierrez

lógica avasalla y condena al olvido a las experiencias y la sabiduría,

en cuanto al uso de entorno, propio de las comunidades tradiciona-

les pre-modernas o no-modernas. La acción ambiental, por tanto,

presupone conflictos, estrategias y luchas por lo diverso frente al

totalitarismo del capital globalizado. Para Leff, el espacio local pri-

vilegiado deja de ser la ciudad: “nada más insustentable que el he-

cho urbano”.34 Para Leff, los procesos urbanos llegaron a un nivel

de degradación casi imposible de revertir. Como contrapartida, el

pensador mexicano revaloriza el ámbito rural. Como puede verse,

tanto Bookchin como Leff recuperan lo local, si bien desde posturas

diferentes y en muchos aspectos, opuestas.

La diferencia radica en el énfasis de Leff en la dimensión sub-

jetivo-antropológica de la ciudadanía, frente a lo jurídico-político, lo

cual es mucho más contemplado por Bookchin.

La insistencia en la diversidad de saberes que dialogan recons-

truyendo respuestas a nivel local, según Leff, cuestiona una concep-

ción “holística” como la del llamado paradigma sistémico (Berta-

lanffy) o de la complejidad (Morin) ya que predisponen a una mirada

demasiado totalizante de la realidad ecosocial.

Para Bookchin, descendiente filosófico de la tradición ilus-

trada (frente a la cual también mantiene serias críticas), la ciudad

es un espacio privilegiado, en su calidad de asiento de la raciona-

lidad cosmopolita. La elección de los espacios geográficos pare-

cieran congruentes con el punto de vista elegido, desde el cual se

miran los problemas: ciudad-razón-universalismo frente a mundo

rural-deconstrucción-particularismo.

34 Leff, Ibid. 287.

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213Ciudadanía Ambiental

Es cierta la notoria degradación de la ciudad en el presente es-

tado de la civilización humana actual, sin embargo, la razón parece

hallarse en las lógicas económicas que intervienen en la organiza-

ción de la ciudad, no en la ciudad misma. El ámbito rural también su-

fre con frecuencia el sometimiento a estas lógicas y a causa de ello,

la vida rural podría tornarse tan intolerable como la de las ciudades.

También se podría comprender esas lógicas económicas como

derivadas de esquemas eminentemente burgueses, es decir, origi-

nados en la ciudad.

Pero quizá por eso mismo no es conveniente dejar de lado la

ciudad como espacio público de discusión ya que es el lugar donde

se deciden diversas dinámicas de organización espacial en el ámbito

rural y urbano.

Volviendo a Cheney y otras expresiones posmodernas y/o cer-

canas al posmodernismo como las de Leff, ellos han llamado la aten-

ción sobre el valor de la diversidad (cultural, biológica), avasallada

en estas épocas de discursos totalizadores, homogeneizantes que

conllevan prácticas imperialistas y colonizadoras. Pero vale la pena

preguntarse si estas posiciones no cargan con un relativismo que

puede ser peligroso precisamente para la diversidad, en el caso de

culturas que no se adaptan a las situaciones impuestas por las na-

rrativas más fuertes. La concepción de la verdad como resultado de

negociación se acerca de manera preocupante a la imagen de las re-

laciones de mercado: la negociación hace pensar en la capacidad de

negociación necesaria para la supervivencia de cada cultura o comu-

nidad en la arena de las normas y las reglas de juego político. otra

cosa que cabría preguntarse es si esta perspectiva de lo contextual-

narrativo, negadora (se supone) de todo punto de vista universal y

fundamentalista, no presupone a su vez otro universalismo.

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214 Daniel Gutierrez

Ciudadanía ambiental y ciencia. Un nuevo eje.

Además de todo lo dicho respecto de las dimensiones políti-

ca, ética y subjetiva, existe una conexión especial con toda una pro-

blemática concerniente al conocimiento. Ello se verifica con mayor

evidencia en el caso del conocimiento aportado por las ciencias físi-

cas, las ciencias de la tierra (biología, ecología), la bioquímica, etc.

Los datos generados por esas disciplinas construyen el escenario

ambiental de las conexiones posibles entre los seres humanos y la

naturaleza. La necesidad de introducir el conocimiento como uno de

los factores en la comprensión de la temática ambiental viene dada

por la influencia de los procesos tecnológicos en las circunstancias

ambientales. Aquí cobra fuerza la centralidad la explicación de los

fenómenos en donde el ambiente se enmarca. Dicha explicación sin

duda contiene aspectos sociales aparte de técnicos y esto es rele-

vante para los aspectos discursivos-prácticos de la ciudadanía a los

que antes me referí.

Ulrich Beck35, al describir la actual condición de la “Moderni-

dad reflexiva”, subraya ese carácter constructor del conocimiento

respecto de la temática ambiental. Las ciencias se ubican en un te-

rreno de mediación de las situaciones ambientales ya que ofrecen el

cuadro de situación sin el cual casi no habría ninguna actuación ciu-

dadana en pos del mejoramiento ambiental. El hallazgo, por ejem-

plo, de ciertas dolencias recurrentes en una población determinada,

sin una comprensión de las condiciones y las causas de los proble-

mas, podría deberse a la mera casualidad. Nuestro conocimiento de

35 Cf. Beck, U. La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad, Bar-celona, Paidós, col Surcos, 25, 2006.

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215Ciudadanía Ambiental

la situación puede cambiar la manera en que lo juzgamos e incide en

nuestra acción ciudadana.

Ahora bien, cuando señalo la “mediación de la ciencia”, me

refiero a diversas cuestiones: temas de creación de conocimiento

(metodología, epistemología de la ciencia), modos y políticas de dis-

tribución (sociología de la ciencia), selección (metodología y socio-

logía de la ciencia), estructuras cognitivas involucradas (epistemo-

logía), aplicaciones (tecnología), imágenes del mundo (ontología36,

metafísica), etc.

Pero además, cuando aludo a la ciencia, incluyo los cuerpos de

conocimiento, las organizaciones humanas, los grupos más o menos

institucionalizados que se reúnen a generar y elaborar conocimien-

to específico, seleccionarlo y distribuirlo. Estos grupos humanos,

en tanto tales, también están sujetos a presiones, limitaciones y

cargan intereses individuales y grupales. Como puede observarse,

esto complejiza bastante los simples datos científicos y por ende la

naturaleza de la ciudadanía. Estos intereses institucionales pueden

hacer (y a menudo hacen) que la accesibilidad del conocimiento del

entorno pueda constituir un obstáculo para la ciudadanía ambiental,

en la medida en que la especificidad de determinados saberes, remi-

te al filtro de los expertos.

Pero el peso epistemológico de la ciudadanía no sólo con-

cierne al conocimiento positivo, sino –y de manera más eminente

y dramática– a su contrario: gran parte del problema ambiental es

precisamente nuestra falta de conocimiento de las consecuencias

36 Tanto la ontología y la metafísica como la ciencia intentan ofrecer una imagen de lo que el mundo es, a través, de aproximaciones, métodos, perspectivas muy diferentes, obviamente.

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216 Daniel Gutierrez

del poder tecnológico37 y nuestras decisiones tendrán en cuenta

una buena dosis de incertidumbre con la que los valores y normas

habrán de jugar.38 Aquí, la calidad del conocimiento configura un

foco problemático para nuestras acciones ciudadanas en torno a

lo ambiental.

En estas condiciones, me animaría a afirmar que la ciudada-

nía ambiental se diferencia de otro tipo de preocupaciones sociales

–por ejemplo las reivindicaciones de derechos individuales y polí-

ticos, los derechos del niño, los derechos de género, los derechos

sociales de los trabajadores, los derechos humanos de los inmigran-

tes– por el peso de la experiencia de la dominación en estos casos,

frente a la importancia del conocimiento en la cuestión ambiental.

En la temática ambiental, se necesita del conocimiento para poder

dar cuerpo y sentido a la experiencia del avasallamiento de los dere-

chos ambientales y para superarlo a través de una práctica social.39

37 Cf. Jonas, H. El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética de la civilización tecnológica. Barcelona, Herder, 1995.

38 Cf. Funtowicz, S. y J. Ravetz Epistemología política. Ciencia con la gen-te. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, col. Los fundamen-tos de la ciencia del hombre, nro 107, 1993.

39 En este sentido, las inquietudes ecologistas y ambientalistas invocan un derecho a la información acerca de la situación del ambiente, dadas las repercusiones que el mismo conlleva para las condiciones de vida. Pero, en congruencia con lo expuesto más arriba, el derecho a la infor-mación también merece complementarse con una responsabilidad de conocer las consecuencias de nuestras prácticas individuales y sociales en el ambiente. Esto es claro en el contexto del consumo. Las etapas de extracción de materiales, armado del producto, consumo del mismo y disposición final, conllevan intervenciones ambientales que deberían conocerse para un consumo social y ambientalmente conciente. Es cierto que mucha de esta información no es de fácil acceso, pero gran parte de ella no es imposible de conocer o al menos de deducir.

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217Ciudadanía Ambiental

Todo esto no significa que, en otro tipo de luchas, no influya

en absoluto el conocimiento ya sea social o histórico, sino que lo

importante para la búsqueda de cambios es el reconocimiento de

la opresión, eventualmente justificada e ilustrada con datos de la

realidad socio-histórica. Tampoco estoy diciendo que la experiencia

del avasallamiento ambiental no sea relevante, pero no puede haber

acción ciudadana ambiental sin un bagaje de datos que nos permita

explicar nuestras inquietudes respecto del entorno. El conocimien-

to siempre será una condición necesaria para la acción ambiental

pero nunca una condición suficiente: si no hay involucramiento con

el entorno social y natural (subjetividad), si no hay una invocación

a valores y normas (ética) y si no se plantean políticas a seguir, el

conocimiento pasará a la categoría de mero dato decorativo.40

Respecto del tema de las obligaciones, también el conocimiento

de las estructuras físicas aportadas por las ciencias naturales es impres-

cindible para una acción responsable y efectiva en favor del ambiente.

En consecuencia, un nuevo eje –característico de las temáticas

ambientales– se suma al análisis de la ciudadanía: el eje socio-epis-

témico aportará elementos para el análisis social de los conocimien-

tos y datos imprescindibles que inciden en nuestra experiencia con

el ambiente (subjetividad), la argumentación sobre normas y valores

(ética) y las tomas de decisión a nivel general (política y derecho).41

40 Lo mismo pasa por cierto con los otros tres ejes señalados: leyes am-bientales no cumplidas por falta de conocimiento y/o de conciencia de los problemas junto con una voluntad de resolverlos en la subjetividad de los actores.

41 Lo inverso también es cierto: cada uno de los otros tres ejes también influye en el socio-epistémico, como puede deducirse de lo expuesto en este mismo apartado dedicado a la relación entre conocimiento y ambiente. Lo abismal de esta complejidad, muchas veces se resuelve

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218 Daniel Gutierrez

Pero este eje no tiene sólo a la ciencia académica como su ob-

jeto prioritario de análisis social y metodológico. También constitu-

ye un tema importante la complementación o enfrentamiento entre

los conocimientos de otras culturas y la ciencia occidental y sus esti-

los de legitimación social. La imagen de mundo del saber occidental

u otros saberes configuran también la acción ciudadana. Aquí son

claros los entrecruzamientos con los temas de interculturalidad del

eje sujetivo antropológico.

En cuanto a la cuestión educativa, siempre es bueno enfatizar

la insuficiencia (aunque sí la necesidad) del conocimiento del entor-

no físico. Aunque se empieza a notar algunos cambios en la actuali-

dad, sigue siendo una práctica tradicional la fuerte identificación de

los temas ambientales con las ciencias del ambiente en forma casi

unilateral.42 No se trata de que el “monopolio” pase a las ciencias hu-

manas ni mucho menos, pero la incorporación de diversas ciencias

con actitudes teóricas algo reduccionistas como las explicadas en el parágrafo 2.2 de este trabajo; por ejemplo: las propuestas del biorre-gionalismo de Kirkpatrick Sale parten de la configuración de las biorre-giones para luego organizar la construcción política y formular afirma-ciones ético-argumentativas. Pareciera que a partir de los aportes del conocimiento del mundo (ciencias de la tierra) se pudiera llegar por la vía biorregional a resultados éticos y políticos que no siempre son los mejores. Cf. Sale, K. Dwellers in the Land: a Biorregional Vision, San Francisco, Sierra Club Books, 1985.

42 La típica imagen de una clase enmarcada en la educación ambiental, retrata al docente transmitiendo contenidos de las ciencias biológicas, adaptados a la audiencia escolar (niños/as o jóvenes), con poca o nin-guna referencia social. Este perfil “tecnicista” de la educación ambien-tal está siendo revisado en forma profunda y crítica, al menos en el ámbito latinoamericano (Cf. Priotto, G. (comp) Educación ambiental para el desarrollo sustentable Buenos Aires, Miño y Dávila Editores-Ediciones “Marina Vilte”-CTERA, 2005).

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219Ciudadanía Ambiental

y enfoques, tiende a desafiar la matriz disciplinar del conocimiento

científico moderno, modelo aún imperante en las academias.43

El rasgo complejo de las temáticas ambientales, donde están

insertas cuestiones sociológicas, filosóficas, históricas, junto con te-

mas de la física, la química, y la biología, se une a la incertidumbre

inherente a los procesos socioambientales, en razón de los múlti-

ples factores que interactúan.44 Esto representa otro desafío epis-

temológico para las ciencias naturales y sociales. La ciudadanía sin

duda se verá influenciada por las condiciones en la que aparecerá el

conocimiento socioambiental.

Breve excurso en torno a la ciudadanía ambiental en Latinoamérica

Se es ciudadano de una comunidad y la imagen clásica del ciu-

dadano se une a la del Estado-nación moderno. Sin embargo, en vir-

tud de la multiplicidad de factores ambientales dicha imagen clásica

se complejiza y esto viene reforzado con las actuales condiciones

económicas.

Ello hace necesario repensar la posibilidad de una ciudadanía

que trascienda los moldes nacionales establecidos a comienzos de

la Modernidad.

En nuestro contexto latinoamericano, ello puede contribuir a

superar ciertos dilemas de orden ambiental pero también económi-

co y político.

43 Cf. Morin, 2000 y Leff, E. (coord.) La complejidad ambiental, Buenos Aires, México,Siglo XXI-UNAM-PNUMA, 2003.

44 Cf. Funtowicz y Ravetz, 1993.

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220 Daniel Gutierrez

Además de los bien conocidos parecidos culturales, existen

suficientes semejanzas entre nuestros países como para plantear la

construcción de una ciudadanía latinoamericana. Nuestra situación

económica muestra condiciones de dominación análogas frente a

los poderes financiero/políticos de los países centrales. La degra-

dación ecológica también parece tener componentes similares: alto

nivel de extracción de recursos por parte de los países centrales con

un impacto colosal en la región45, transferencia de tecnologías obso-

letas y/o prohibidas en el seno de un desarrollo dependiente, una

burocracia inerte en materia de controles46, pero casi invencible ante

cualquier interés de mejoramiento ambiental tanto en escala y en

extensión como en profundidad y calidad.

El intento de apropiación de zonas montañosas con grandes

depósitos de oro, plata y otros metales en toda la cordillera de los

Andes –desde Colombia hasta Chile y Argentina– son un compo-

nente típico en el cuadro de situación ambiental de América Lati-

na. Tales emprendimientos encuentran resistencias por parte de los

habitantes de esas regiones –en especial poblaciones de culturas

originarias– y esto se da a lo largo de estos países.47 Esto promueve

45 Tales procesos no se refieren sólo a hechos actuales, como por ejemplo la depredación de la cuenca del Amazonas, sino también a fenómenos ecosociales durante la colonización, por ejemplo la explotación del Po-tosí, o durante la etapa siguiente: uno de cuyos ejemplos paradigmá-tico parece ser el impacto ambiental y social producido por la empresa La Forestal and Co. en el norte argentino (Cf. Brailovsky, A. Memoria Verde. Historia ecológica de la república Argentina, Buenos Aires, Sud-americana, 1999).

46 Di Pace, M., S. Federovisky, J. Hardoy, et al. Medio ambiente urbano en la Argentina, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1992.

47 Análogo es lo que sucede con los conflictos y cuestionamientos sur-gidos de los intentos de privatizar el agua del Acuífero Guaraní ex-

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condiciones de una acción ciudadanía ambiental con referencia más

continental que nacional.

Las conexiones históricas no son menos relevantes: los inicia-

dores de los procesos independentistas tenían en mente una eman-

cipación continental como única manera de asegurar en nuestros

pueblos un futuro social y políticamente sólido, máxime si se tie-

ne en cuenta la preocupación representada por el poderío inglés.

La posterior historia de fracturas y guerras en la región, probó que

aquellas aprehensiones de estadistas como Sucre, Bolívar o San

Martín no eran equivocadas. Aquí las consecuencias económicas

van de la mano de las consecuencias ambientales de un desarrollo

dependiente48 (Cf. Brailovsky 1999).

De esta manera, una ciudadanía latinoamericana podría con-

vertirse en un elemento de estimulación del cuidado ambiental,

más allá de las fronteras establecidas por razones de “desarrollo

nacional” que muchas veces fundamentan emprendimientos per-

judiciales para habitantes tanto del país causante de los perjuicios

como de países vecinos. La identificación y el sentido de comuni-

dad ampliada podrían aportar razones para contraponer a formas

de desarrollo perjudicial. Ello equivaldría al rechazo de los modelos

puestos por ejemplo en la película “Sed”. La zona del Acuífero cubre gran parte de Paraguay, buena parte del Brasil y un sector menor de Argentina. En este caso, los gobiernos fueron un poco más firmes para enfrentarse a los intereses de esas grandes corporaciones. En el caso de los emprendimientos mineros, los gobiernos tendieron a adoptar una política mucho más asociativa con las grandes empresas, dejando de lado o no teniendo muy en cuenta los reclamos de los habitantes. Las políticas de la soja también participan en América del Sur, de este rasgo multinacional-continental.

48 Brailovsky, Ibid.

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de desarrollo nocivo para estas zonas del planeta (y para todas las

demás), y la desactivación de una competencia económica por por-

ciones mayores del mercado internacional y por recursos que iría en

detrimento del cuidado ambiental, cancelando o limitando la posibi-

lidad de conflictos ambientales.

Esto invita a pensar en un registro “regional-nacional” de la

ciudadanía.49

Es factible encontrar en los países latinoamericanos un senti-

do de pertenencia compatible con la actual separación en estados

independientes desde el punto de vista formal, existen además

argumentos que apuntan críticamente a las situaciones socioam-

bientales que padece toda la región y éstas son descriptibles técni-

camente a través de diversas disciplinas humanísticas y naturales.

Es sin duda el contexto jurídico-político donde se pueden esperar

avances más concretos.50

Creo que la profundización de los sentidos existenciales de

pertenencia, el fortalecimiento de la investigación y el conocimien-

to de los temas socioambientales desde esta perspectiva y el de-

sarrollo de la argumentación teniendo en cuenta nuestra situación

geopolítica, podrían constituir condiciones para la articulación de un

horizonte político más integrador y que no anule diferencias.

49 No hablo de un nivel regional a secas por dos razones: en primer lugar el concepto de “región” sufre severos cuestionamientos Cf. Reboratti, ibid. 42. Y en segundo lugar, más allá de estas críticas, ese concepto es pensado como subsumido al de Estado-nación. Aquí estoy pensado más bien en un agrupamiento de países con características comunes y una interrelación más integrada de políticas.

50 Hasta ahora el Parlamento Latinoamericano, el ParlaSur, semeja más bien a un espacio de expresión que a una instancia verdadera de poder concreto.

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223Ciudadanía Ambiental

Conclusión. Esbozo de una ciudadanía en la complejidad.

En este punto cabe preguntarse ¿cómo compatibilizar los tres

niveles: nacional, regional y planetario? El modelo de todos y partes

pareciera ser adecuado. Sin embargo, la cuestión se complica por-

que al mismo tiempo que somos parte del Estado-nación, somos ha-

bitantes de una gran región cultural continental y allí mismo también

participamos de la humanidad como una especie más del planeta:

en esa particularidad se encuentra la totalidad de nuestra pertenen-

cia a instancias globales. De la misma manera, ser habitantes de una

localidad y estar implicados como ciudadanos políticos a nivel mu-

nicipal, no inhibe nuestro compromiso a nivel provincial y nacional.

Pero este cambio en la escala de la ciudadanía implica repen-

sar su naturaleza. Como ya pudo verse, la regionalidad de la ciuda-

danía entrecruza lo político y lo geográfico, lo cual ayuda a explicar

las condiciones de un avasallamiento que trasciende límites fronte-

rizos. No se trata de un determinado horizonte cerrado (el Estado-

nación, la región, el planeta) desde el cual pensar los vínculos eco-

lógicos y éticos con nuestros vecinos, sino que el eje se instala en

las relaciones éticas y ecológicas que nos entrecruzan para luego

establecer las esferas adecuadas donde pensar la pertenencia, los

derechos y las obligaciones.

La ciudadanía pensada en estos términos se fundamenta sobre

una base relacional, más que a partir de espacios establecidos. Más

bien, los espacios se forman a partir de líneas de relación. El campo

se hace mucho más interrelacionado y muchas de sus interaccio-

nes trascienden lo local para convertirse en regional-nacionales y

planetarios.

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Teniendo en cuenta esto, Morin51 adiciona al citado lema eco-

logista, la frase “pensar localmente y actuar globalmente”. Un buen

ejemplo de dicha actuación está representado por nuestra influen-

cia en unas pautas de consumo que nos ligan a procesos de extrac-

ción y utilización de recursos humanos en zonas alejadas de nuestro

lugar de residencia.52

En razón de estas interacciones, nuestra acción local también

espera ser repensada: nuestros actos individuales pueden o no te-

ner impactos notorios en otros lugares más o menos alejados, pero

al pensar en términos de los múltiples elecciones locales, el posible

impacto (positivo o negativo) implica un resultado que merece te-

nerse en cuenta desde el punto de vista moral.

Las conexiones entre lo local y lo global, la responsabilidad a

diversos niveles, los derechos y la acción ciudadana a través de las

diversas realidades geográficas comunes, trastocan, me parece, los

usuales marcos territoriales jurídico-políticos. En otras palabras: el

Estado-nación ya no configura, a mi entender, los espacios públicos

de acción ciudadana ambiental.53 La ciudadanía ambiental altera el

51 Cf. Morin, 1993.52 En este sentido se inscribe las experiencias de “comercio justo” descrip-

tas en el planteo de “consumo ético” de Peter Singer, de acuerdo al cual los productos consumidos deben ser elaborados por trabajadores bien pagos y autoorganizados, y los envases son manufacturados con materiales reciclables o reutilizables, práctica de significativa expansión en Europa y los Estados Unidos. Las opciones que tenemos a nivel local requieren ser pensadas y repensadas, puesto que las consecuencias de nuestra acción muestran características globales.

53 El Estado tiene ciertamente alguna fuerza para implementar condicio-nes ambientales más apropiadas pero su capacidad de maniobra se encuentra en la actualidad limitada frente a grandes fuerzas económi-cas externas. Desde posiciones con orientación nacionalista, es posible

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espacio público y lo hace más centrado en lo local pero más abierto

a los regional, lo interregional y lo global. No estoy afirmando ni

menos aun proclamando la disolución del Estado nacional, pero en

vista de las realidades análogas de varios países de Latinoamérica

en materia ambiental, como así también la necesidad, o al menos

la posibilidad de pensar en una ciudadanía ambiental latinoameri-

cana, el Estado-nación moderno tendrá que articularse en nuevas

condiciones. El Estado-nación ya no es la matriz del espacio pú-

blico como espacio de ciudadanía ambiental, ya que el territorio

que presupone es complejo e interrelacional. A pesar de algunos

retrocesos, fallas, defectos y críticas, el ejemplo europeo de articu-

lación internacional jurídico-política, puede ser de utilidad para un

compuesto latinoamericano con más elementos culturales comu-

nes. Así las cosas, la ciudadanía ambiental latinoamericana habrá

de ser sensible tanto a la diversidad y autonomía local como a la

integración regional y global.

La ciudadanía ambiental en definitiva, se ve atravesada por las

relaciones que toman los campos posibles de interacción en espa-

cios de diversos niveles de complejidad y totalidad. No es imposible

que tales interrelaciones se estructuren política y jurídicamente, se

conviertan en argumentación de derechos y obligaciones y se con-

densen en un involucramiento subjetivo de la acción.

denunciar los avasallamientos ambientales de esas fuerzas económi-cas. Pero desde estas posturas se ha defendido industrias y emprendi-mientos como la petrolera o la atómica en su carácter de “producción nacional”. Este tipo de emprendimientos han sido y son fuertemente cuestionados desde posiciones más comprometidas con el cuidado ambiental. Sin duda habrá mucho más para decir al poner en relación ambiente, interés nacional y multinacional.