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Grado de Aceleración 4º / 5º . Tercer bimestre | Prácticas del Lenguaje | Material para el alumno CAPÍTULO I Sueños del bosque —¡Madre! —llamó el muchacho al llegar a la casa después de haber pasado la mañana vagando por el bosque—, ¿está lista la comida? La comida estaba ya sobre la mesa y Robin se sentó y comenzó a comer mien- tras su madre estaba lavando los trastos. De repente, el muchacho dijo: —¿Es cierto que el señor de Coventry era tu tío? —Claro que sí, Robin —contestó ella. —¿Y es cierto que mató a un jabalí sin que nadie le ayudase? —insistió Robin. —Así es —dijo la madre sonriendo—, fue una hazaña muy valiente. Decidió hacerlo porque el jabalí salvaje había ya dado muerte a varios campesinos cuan- do atravesaban el bosque y nadie se atrevía a enfrentarlo. El señor de Coventry se lanzó sobre la bestia y le clavó su puñal en el corazón. Después le sacó los col- millos y los llevó como trofeo a su casa. Robin permaneció callado imaginando a su valiente antepasado caminando solo en medio del bosque, con el puñal en la mano. Luego, poniéndose de pie preguntó a su madre: —¿Crees que todavía existan jabalíes salvajes en el bosque? —Si quedan, no serán tan peligrosos como el que mató mi tío —respondió ella.

CAPÍTULO I Sueños del bosque - QUINTO GRADO · 2020. 5. 18. · do atravesaban el bosque y nadie se atrevía a enfrentarlo. El señor de Coventry se lanzó sobre la bestia y le

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CAPÍTULO ISueños del bosque

—¡Madre! —llamó el muchacho al llegar a la casa después de haber pasado lamañana vagando por el bosque—, ¿está lista la comida?

La comida estaba ya sobre la mesa y Robin se sentó y comenzó a comer mien-tras su madre estaba lavando los trastos.

De repente, el muchacho dijo: —¿Es cierto que el señor de Coventry era tu tío?—Claro que sí, Robin —contestó ella. —¿Y es cierto que mató a un jabalí sin que nadie le ayudase? —insistió Robin. —Así es —dijo la madre sonriendo—, fue una hazaña muy valiente. Decidióhacerlo porque el jabalí salvaje había ya dado muerte a varios campesinos cuan-do atravesaban el bosque y nadie se atrevía a enfrentarlo. El señor de Coventryse lanzó sobre la bestia y le clavó su puñal en el corazón. Después le sacó los col-millos y los llevó como trofeo a su casa.

Robin permaneció callado imaginando a su valiente antepasado caminandosolo en medio del bosque, con el puñal en la mano. Luego, poniéndose de piepreguntó a su madre: —¿Crees que todavía existan jabalíes salvajes en el bosque? —Si quedan, no serán tan peligrosos como el que mató mi tío —respondió ella.

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Robin echó a andar por la vereda de altos pastos que conducía desde su casahacia la zona boscosa de Sherwood. Planeaba pasar la tarde como lo hacía siem-pre: organizando luchas con los otros muchachos, probando su agilidad en los

saltos de altura, jugando carreras. Estaba ensayando con sus amigos una nuevaforma de lograr distancia en los saltos ayudándose con largas ramas de árboles.

Pero esa tarde, cuando el sol empezó a ponerse, Robin aún no había vuelto aaparecer por la casa. Mientras encendía la lámpara de aceite, la madre de Robincomenzó a preocuparse. Su padre decidió salir entonces en su busca, pero al lle-

gar, apenas, a las oscuras sombras de los primeros árboles del bosque, vio a unagura correr en dirección a la casa.

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—¿Dónde has estado? —gritó enojado el padre. La ropa del muchacho se veía rota y sucia. —¡Contesta mi pregunta! —volvió a gritar el padre. —Yo..., yo me metí en el bosque y me distraje tratando de encontrar las huellasde algún jabalí. Me hubiera gustado matarlo como lo mató el señor de Coventry. —Pues tuviste suerte en no encontrar ninguno —dijo el padre algo menos eno-jado. —De todas maneras fue muy emocionante. Encontré a unos hombres muyrudos y alegres... Se rieron un poco cuando les conté qué andaba buscando, perome dieron algo de comer y agua fresca, y me invitaron a practicar con ellos lalucha con garrote. ¡Vieras, padre, dos luchadores giraban rápidamente con susgarrotes tratando de abrirse la cabeza uno a otro! Prometieron enseñarme y tam-bién regalarme un arco y unas flechas para practicar dar en el blanco...—Tú no eres más que un muchacho —protestó su padre. —¡Quisiera tener mi hogar en el bosque! —agregó Robin. —¡No lo quiera el cielo! —exclamó la madre. Así fue creciendo Robin. En compañía de los muchachos de su comarca y de loshombres del bosque pronto aprendió a montar a caballo con notable maestría ya lanzar sus flechas sin errar nunca el blanco.

CAPÍTULO IIEl primer torneo

Una tarde, siendo ya Robin un joven fuerte de más de veinte años, llegó hasta lacasa Will Scarlett, su primo y amigo preferido.—¡Qué tal, Robin! —saludó Will desde la puerta—. Tengo para ti una noticia...—Pasa, Will —contestó el joven—. ¿De qué se trata?

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—Hay una feria a unas millas de aquí, en el condado de Nottingham —le expli-có su amigo—. Los artesanos y los granjeros de los alrededores irán a ofrecer susmercancías, pero lo mejor es que se organiza también un torneo; competirán loshombres más hábiles de toda la región: ¡el premio es una bolsa de monedas deoro! —Cuidado, muchachos —les advirtió el padre de Robin—. La feria de Nottingham suele ser el lugar de reunión de los nobles normandos. ¡No vayáisa buscar pelea! —Pues este año nosotros podríamos darles un disgusto quedándonos con lasmonedas —se entusiasmó Robin.

El domingo por la mañana Will y Robin montaron sus mejores caballos ymarcharon temprano hacia el pueblo de Nottingham. Para ambos era una nuevaexperiencia asistir a una feria.

Los comerciantes habían preparado sus puestos en el centro de la plaza yofrecían a todos sus mercancías. Ninguno de ellos reparó en los dos jóvenes sajo-nes que recorrían alegremente el lugar. Pero los hombres de Nottingham se �ja-ron en ellos rápidamente y comenzaron a intercambiar frases burlonas referidasa Robin y a su amigo.

Al atardecer, sonó una trompeta y se anunció el momento de la inscripciónpara participar en el torneo. Mientras las mujeres y los más ancianos empezarona ubicarse alrededor de la arena donde se realizaría la competencia, los más jóve-nes se agolparon alrededor del hombreque anotaba los nombres de los que deseaban participar.

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Robin sintió una gran emoción cuando se acercó al grupo para inscribir sunombre. Los jóvenes normandos, hijos de los nobles del lugar, murmuraronburlonamente entre ellos cuando lo escucharon decir en voz bien alta: "¡Robinde Landsley!"

El joven Robin sabía que iba a enfrentarse con rivales que tenían muchaexperiencia en el arte de la lucha con garrotes. Como quiera que sea, luchóbravamente y demostró lo útil que resultaba la preparación recibida desdela niñez: sus piernas eran ágiles y le permitían esquivar los golpes que lan-zaban sus contrincantes; a la vez, logró hacer girar rápidamente el garrotesobre su cabeza hasta conseguir golpear a su contrario y hacerle desprenderel suyo de entre las manos. Los espectadores aplaudieron sorprendidos y losmozos normandos se sintieron humillados porque aquel desconocidodemostraba ser superior a ellos en agilidad y fuerza.—¡Ya recuperaremos ventaja! —exclamaron algunos—. Es algo más que fuerzalo que se necesita para el manejo del arco y la flecha. ¡Ya veremos si puede pro-bar su pulso y su buena puntería!

Por fin, llegó el momento. Cuando fue su turno, Robin lanzó su flecha direc-tamente sobre el blanco. Sin embargo, no fue la única flecha que dio en él; treso cuatro jóvenes normandos demostraron también su habilidad en la puntería.Había que encontrar otra forma de decidir quién era el vencedor.

Guy de Gisborne, que observaba el torneo desde cierta distancia, alzó sumano derecha. Era la principal autoridad en el lugar. —Ordeno que una delgada vara de junco sea clavada en la tierra; el que puedaderribarla con su flecha, a una distancia de catorce pies, será el vencedor de estetorneo.

Mientras se preparaba la nueva prueba, los participantes permanecían ensilencio. Guy de Gisborne, en cambio, preguntaba a los hombres que lo cus-todiaban quién era ese joven que se atrevía a desafiar a los más hábiles nor-mandos de Nottingham. Nadie pudo dar demasiados datos acerca de Robin.

Llegado el momento, el público murmuraba pues parecía imposible quealguien obtuviera el premio: la rama de junco se balanceaba con el viento... Unotras otro hicieron silbar sus flechas; algunos lograron rozar el blanco. Robintomó en sus manos el arco y apuntando cuidadosamente disparó.

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Todos contuvieronla respiración y dirigieronsus ojoshacia el junco clavado en medio del terreno.

¡Crac! La esbelta rama quedó partida en dosatravesada por la flecha de Robin. El atronadoraplauso del público llenó el aire. Guy deGisborne hizo un gesto de disgusto y dio laespalda a los competidores. Prefirió retornara su castillo antes de ser él mismo quien entrega-ra el premio a este sajón desconocido que abrazabacon alegría a su compañero.

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CAPÍTULO VPrimer intento de Guy de Gisborne1

En tiempos de Robin Hood, la Abadía de Santa María estaba regida por Hugode Rainault. Un poco hacia el Norte, sobre un monte, se alzaba el castillo deBelame que dominaba todos los alrededores. Allí vivía el barón Isambart, amigodel príncipe Juan que en ausencia del rey Ricardo aterrorizaba al país con susmaldades. El barón Isambart y el abad Hugo de Rainault se repartían el domi-nio del lugar: a Hugo pertenecían las tierras que se extendían al sur y al este;Isambart tomaba tributo del resto. Isambart, un hombre perverso, era el terrorde los campesinos que conocían su castillo como el Dominio del Diablo.

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El abad, cansado de sufrir pérdidas por culpa de Robin Hood y sus hombres,envió en busca de Isambart y Guy de Gisborne para poner fin a las pillerías deRobin. Los tres se reunieron en el salón del abad. Hugo era un hombre volumi-noso; Isambart era alto y fiero de aspecto, con una gran nariz de pico de halcóny ojos crueles.—Yo desearía —señaló el abad— un grupo de treinta hombres bien armados; con-ducidos por Guy, que conoce el camino, podrán terminar con ese bandido.

—Quiero obtener algo a cambio de facilitar esos hombres —dijo Isambart—.Desde que murió mi esposa vivo solo en el castillo de Belame. Si os presto ayuda,habréis de otorgarme la mano de Marian, la joven que habita en la abadía deKirklees bajo la guardia de la abadesa. —Ajá —carraspeó el abad—. Una recompensa demasiado grande la que pedís. —Demasiado grande, efectivamente —convino Isambart— ya que de acuerdocon vuestros cálculos Marian se haría monja y vos os quedarías con sus posesio-nes. Es demasiado hermosa, será mejor que sea mi esposa. Pensadlo bien, te con-viene contar con mis hombres para derrotar a ese bandido.

El abad accedió por conveniencia. Isambart, por su parte, prometió el envióde treinta hombres en tres días. Llegado el momento, Guy reunió a su tropa ypartió hacia el bosque de Sherwood. Ignoraba que sus pasos eran seguidos aten-tamente por dos pares de ojos.

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En cuanto Guy ingresó al bosque con sus hombres, la pandilla de Robinempezó a ejercitar sus juegos. Espadas solitarias aparecían clavadas en medio delos senderos como por arte de encantamiento; terribles carcajadas llenaban elbosque sin que nadie supiera de dónde provenían, visiones fantasmales aparecí-an y desaparecían a lo lejos.

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Cuando el silencio de la noche cayó sobre el bosque, los hombres de Guytuvieron la sensación de que mil ojos invisibles los espiaban. Guy, enfurecido,hizo revisar los alrededores sin que sus hombres encontraran nada; cada vezestaban más convencidos de que estaban rodeados de duendes y malos espíritushasta que el miedo los hizo intentar salir del bosque. Fue entonces cuando laspatas de sus caballos se enredaron con las sogas que Robin y sus amigos habíantendido entre los árboles. Entonces sí la banda los atacó y en pocos minutosquedaron apresados sin poder defenderse. —Es una noche muy calurosa —gritó Robin—. Quitadles las ropas salvo lascamisas. Y tú, Guy de Gisborne, vete y dile al abad quién es el señor deSherwood.

Así fue como llegaron los hombres de regreso, a pie, en camisa y con lasmanos atadas a su espalda. Se dice que el abad Hugo bramó de furia y queIsambart gritó contra su gente hasta ponerse negro de rabia. Guy de Gisbornese escondió en su castillo hasta que se le curaron los pies y jamás dijo nada acer-ca de lo sucedido aquella noche. Pero la gente rió a más y mejor con la historia de los hombres que volvieron delbosque de Sherwood medio desnudos, descalzos y con las manos atadas, venci-dos por Robin Hood y su banda.

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CAPÍTULO VIIRobin y el fraile Tuck

Robin, el Pequeño Juan y Will Scarlett andaban, arco y espada en mano, reco-rriendo el bosque cerca de un arroyo después del mediodía, cuando alcanza-ron a ver, sentado, oculto entre las malezas, a un hombre enorme, vestido consayal de fraile sujeto al cuerpo con un cordón apretado, que comía tranquila-

mente un gran pastel de venado y bebía con ganas deun enorme frasco.

—Buena pareja para ti, PequeñoJuan —dijo Robin—. Escondeos

cerca que yo me las enten-deré con él.

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Y apareciendo de pronto ante el hombre, le ordenó con voz ruda, blandien-do la espada, que lo pasara del otro lado del río porque temía mojarse los pies.—Hijo mío —respondió el fraile sin alterarse pese a la espada—, mi comida estáde este lado. ¿Para qué voy a pasar al otro?

Pero Robin insistió, con aparente furia. El fraile hizo a un lado el pastel y sus-piró resignado. No había más remedio que hacerlo y ofreció su espalda. Robinmontó sobre él y el fraile comenzó a cruzar el arroyo. A la mitad del vado, elagua le llegaba casi a la cintura. Pero apenas puso pie en la otra orilla, mientrasRobin se deslizaba al suelo, se volvió rápidamente, le arrebató la espada y lo arro-jó al suelo.—Llegó mi turno —dijo—. Levántate y llévame de vuelta a mi almuerzo o teensarto en este asador.

Robin tuvo que admitir que su treta se repetía esta vez contra él y se dispusoa cumplir. Escondidos entre los arbustos, el Pequeño Juan y Scarlett se sacudíande risa al ver a su jefe atravesando el río con aquella montaña del fraile sobre lasespaldas. Al llegar a la orilla, otra vez se dio vuelta el juego y Robin, dueño de laespada, exclamó:—Nada de almuerzo, fraile. Vuelve a llevarme y con cuidado ahora o te cortouna oreja.

Nuevamente cargó el fraile con Robin a las espaldas, pero cuando estuvo enmedio del río, se inclinó de pronto y lo arrojó al agua.—¡Húndete o nada, desvergonzado villano! —dijo—. Yo me voy a comer.

Y así lo hizo, dejando que Robin, muerto de risa, saliera del río como pudie-ra. Poco después, Robin estaba junto a él.—¿Cómo te llamas, monje? —preguntó.—Me llaman Fraile Tuck, ¿y tú villano?—Robin de Locksley, más conocido como Robin Hood.

El fraile dio un salto y se largó a reír.—¡Qué! ¿De modo que obligué a cargarme al hombre que envió a Guy deGisborne a su casa en camisa y que limpió al sinvergüenza del prior de Newark?

Terminaron comiendo juntos y Robin propuso al fraile unirse a su banda.—¡No me tientes, Robin, no me tientes que soy un santo varón!

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Pero las palabras y las propuestas de Robin lo vencieron.—Todo cuanto me dices, Robin, es demasiado para que pueda resistirlo unpobre pecador.

Poco después, Robin hizo una señal, y Scarlett y el Pequeño Juan se le unie-ron. Regresaron todos juntos a lo profundo de la selva, y así fue como FraileTuck ingresó a la banda de Robin. Todos estuvieron de acuerdo luego en que nohabía hombre más valiente y alegre en todo el país. Sabía cantar, cocinar y pele-ar como el mejor en cualquier oportunidad.

CAPÍTULO XVIIRobin, guardián de Sherwood

Los bandoleros se quedaron mirando cómo los servidores del abad volvían acargar las mulas con el resto de los bultos, y partían en pesaroso silencio. ElPequeño Juan llamó la atención de su jefe.—¡Eh, Robin! Ha quedado todavía aquí el mercader alto, esperando que loatiendas. ¿Lo dejamos que siga al abad de Nottingham?—No —replicó Robin—, ¿cuánto dinero lleva encima?—Cuarenta marcos —respondió el Pequeño Juan—, si es verdad lo que nosdijo.—Revisadlo.

Quitaron la capa al mercader y se apoderaron de la bolsa que colgaba de sucintura.—Dijo la verdad —informó el Pequeño Juan, mientras el mercader los mirabahacer tranquilamente, con los brazos cruzados—, pero también con una her-mosa coraza.—Eso es suyo —dijo Robin—. Como se trata de un hombre honesto que dijola verdad, sólo le quitaremos veinte marcos por ir en compañía de un ladróncomo Hugo.

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—¡Por la Cruz, esto es demasiado! —exclamó el mercader cuando el pequeñoJuan le arrojó la bolsa encima después de quitar veinte marcos de ella; avanzódos pasos, y dio tal revés con la mano al gigante, que lo hizo trastabillar y caer alsuelo. Un rugido partió del núcleo de los bandoleros y dos de ellos sacaron susespadas mientras el Pequeño Juan se levantaba.—¡Alto! —gritó Robin, echándose a reír—. Tiene razón, Juan. ¿Qué modalesson esos? ¿Por qué no le diste la bolsa en la mano? ¿No ves que se trata de unpersonaje de categoría y no de un patán? Recoge la bolsa y entrégasela como unhombre que merece respeto.—Tiene buenos músculos —comentó Fraile Tuck con una risita—. Mercader,¿no te gustaría jugar a los puñetazos conmigo?—Con el mayor placer, si supiera las reglas del juego.—Es muy simple —le aseguró Fraile Tuck, adelantándose—. Tú te paras allí yyo aquí. Te daré un trompazo igual al que tú le has dado al niñito Juan, que esdemasiado débil y pequeñito para soportar estos juegos; y si después puedes vol-ver a levantarte, será tu turno.

Fraile Tuck pensaba vengar a su amigo Juan del terrible golpe que le habían pro-pinado.—Pega, entonces —dijo el mercader—. Me gusta tu juego.

Fraile Tuck se arrolló las mangas y dio al mercader tal puñetazo que hubieraderribado a varios hombres, pero que no hizo vacilar ni por un segundo a surival. —¡San Pedro! ¡Este mercader es de hierro! —exclamó Fraile Tuck—. Vamos,ahora tú, al menos que estés clavado al suelo.

El mercader avanzó y le propinó un golpe que pareció lanzado al descuido; yallá salió Fraile Tuck disparado como pelota y dando tumbos hasta que cayó. Elgigante se levantó completamente aturdido.—Está bien, buen mercader —dijo—. Has derribado el templo, pero las cam-panas siguen sonando en mis oídos que da gusto.—Ahora es mi turno —intervino Robin, un poco amoscado al ver a sus doshombres más fuertes tan fácilmente derribados—. Sostente, mercader, que alláva mi puño, y luego me harás probar el tuyo.

Pese a toda su fuerza en el golpe, el mercader vaciló un instante sobre sus piesy su cabeza se sacudió. Evidentemente, el puñetazo no había sido leve. Pero, congran sorpresa de Robin, no cayó, aunque ninguno de los hombres de la bandahubiera resistido uno de esos golpes del jefe.

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—Mi turno —dijo el mercader—, y Robin se afirmó para recibirlo.Pero igual que el Pequeño Juan y Fraile Tuck, salió dando traspiés hasta que

cayó al suelo. Debido a la fuerza del movimiento que había hecho, el sombrerodel mercader cayó de su cabeza. Robin se levantó, mohíno, y entonces vio quiénera el hombre que le había dado el golpe. Puso una rodilla en tierra, y sin decirpalabra, inclinó la cabeza ante él.

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—Señor —dijo—, no es ninguna deshonra para mí el haber sido derribado porel brazo que hizo tantas proezas contra los sarracenos. Y puesto que el caballe-ro Negro y el peregrino se han convertido ahora en un mercader, los habitantesde Sherwood rogamos el perdón real de manos del mercader.—¡Ajá! —dijo el rey Ricardo—. ¿Y qué me decís de los siervos que matasteis?¿Y qué de los prelados robados y de los barones saqueados cuando atraviesanesta selva? ¿Cómo podría perdonaros?

Robin se puso de pie: —Majestad —dijo—, mis robos han sido contra los ladrones. Si he despojado aalgún ladrón, no he hecho más daño que cuando me quedé con el botín deDeamon, pirata y asesino. Jamás ataqué a los débiles, a las mujeres, a los hom-bres justos.—¿Y te consideras juez para decir quién es justo? —preguntó el rey Ricardo,mirándolo fijamente.—Soy juez de lo que conozco —respondió Robin con firmeza, mirando al Reycara a cara—, y procederé siempre con justicia de acuerdo con mi juicio. Herobado a un prior ladrón para enviar dinero para vuestro rescate, de manera quepudiéramos tener un rey digno para Inglaterra. He hecho que los opresorestemieran las consecuencias de sus perversas fechorías y he vivido limpiamenteen los bosques mientras los barones hacían infamias en sus castillos. Vos, señor,sabéis qué clase de lugar era el Dominio del Diablo, puesto que cierto CaballeroNegro ayudó a mis hombres en el asalto.—Verdad es; y muy verdad —respondió pensativo el rey Ricardo—. Pero, ¿y losciervos? Allí habéis violado las leyes.—Confieso nuestra falta —dijo Robin francamente—. Pero, siendo fugitivos,¿cómo hubiéramos podido vivir sin la caza? Señor, estos hombres han luchadocon vos, y todos han rogado por vuestro regreso al país, caído en tan malasmanos. Perdonadlos a ellos, y haced conmigo lo que gustéis.—Vamos, Robin —replicó el Rey con una sonrisa— o todos o ninguno. Estoharé por vosotros: lo pasado será olvidado y cada uno de vosotros volverá aadquirir sus derechos. A tí te designo guardián de Sherwood, con los hombresque tú mismo elijas para ayudarte y con la paga correspondiente. Y si alguno delos hombres de tu banda prefiere pasar a mi servicio y seguirme a Francia, quevenga, porque bien que necesitaré allá hombres cabales.—Muchachos —dijo Robin—, ¡un hurra por nuestro Rey, porque jamás cono-ció Inglaterra un rey y un guerrero como nuestro rey Ricardo!

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Y todos respondieron con una estruendosa aclamación que resonó en laselva. Fraile Tuck trajo el caballo para que el falso mercader montara.

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—Majestad —dijo Robin—, ojalá tuvierais tiempo de comer con nosotros,ahora que ya no somos más proscriptos. Porque quizás entonces se os escaparadecirme cuál es el secreto de ese terrible golpe que me habéis propinado. Por lomenos dejad que os demos escolta hasta Nottingham —se apresuró a interrum-pir Robin.—Viajaré hacia Francia solo y muy rápido —respondió el Rey moviendo lacabeza—. Sed leales y no volváis a tocar los ciervos, porque esta misma nocheestará en manos de Robert de Rainault en Nottingham la orden de perdón paravosotros, que será proclamada en todas las poblaciones del condado. Adiós,entonces, guardián de Sherwood, y cumplid con vuestro deber hasta que yoregrese.

Y saludando con la mano, el rey Ricardo se alejó en su cabalgadura mientrasla banda, a cabeza descubierta, lo vio partir desde el claro. Después, con un sus-piro, el Pequeño Juan se volvió a su jefe.—¿Y ahora, Robin? —preguntó. Nuestros buenos tiempos han terminado.—No —respondió Robin—, los que quieran pueden quedarse conmigo ennuestro refugio secreto. ¿Quién cuidará mejor la caza de Sherwood que el guar-dián de la selva? Tengo derecho a muchas cabezas por año, y haremos uso de él;además, somos ricos con el botín tomado al barco pirata de Daemon.Cualquiera de vosotros que así lo desee, puede arrendar campos o irse a vivir ala ciudad.

Y levantando la cabeza para aspirar profundamente el aire, añadió: —En cuanto a mí, me quedo en la selva.

G.C.

B.A.

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D / D

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