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Caracas siempre nueva Compilación: César Segovia Breve antología de crónicas de Caracas

Caracas siempre nueva

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REcopilación ilustrada de crónicas sobre Caracas

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Page 1: Caracas siempre nueva

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Caracas siempre nueva

Compilación: César Segovia

Breve antología de crónicas de Caracas

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Un cerro llamado Guaraira-Repano(siglos xv - xvi) Guillermo Meneses

l cerro era llamado por los indios Guaraira-Repano y era, así podemos insinuarlo, como la gran verdad

de esta tierra donde la gente morena se desperdigaba entre los árboles. Por aquí llegó una vez, desde las islas de las perlas, desde las costas de oriente,

un caballero nombrado Francisco Fajardo. Mestizo –hijo de

india– quería actuar como conquistador.

Se acompañaba de gente suya para ser español y hombre de presa.Entró a la costa. Conoció a los que poblaban la serranía. Algunos de estos indios se sentían semejantes a una yerba rojiza. La yerba y ellos se llamaban Caracas. Fajardo quiso establecerse en esta costa brava, tan diferente a las playas donde había nacido; quiso hablar; primero junto a la mar; un poco más arriba luego; después ya adentrado en el alto parapeto de los cerros.Grave el juego entre los recién llegados

Ilustraciones de Theodor de Bry, artista alemán del siglo XVI. De Bry realizó numerosos grabados para ilustrar libros sobre América, un continente que en realidad nunca visitó. Basado en las lecturas de las crónicas de la época, imaginó estas escenas de los nativos de Norte y Sudamérica.

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Monumento al cacique

Tiuna, escultura realizada por el

artista Alejandro Colina, plaza

Tiuna, Caracas.

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y los de la montaña alzados en la costa. Grave el juego de toma y daba con la vida y la muerte y la tierra. Grave el juego. Fajardo fue a morir a manos del justicia mayor Cobos y por aquí dejó muertos suyos.Más tarde vino otro caballero. Llegó por los caminos de la montaña. Desde lejos, Juan Rodríguez Suárez. Se cubría con una capa colorada. También quería dejar población suya. Miró lo que era huella apenas de lo que hizo el mestizo Fajardo. Volvió a clavar palos, tablas, cubrió de pajas el refugio de una casa. Intentó una vez más el juego de la vida y la muerte sobre la tierra extraña. Y fue vencido. Una vez más la muerte apagó los ecos de los extraños.

Hasta que llegó en la tercera ocasión el que llamaban Diego de Losada. Y éste sí ganó en el juego de la vida y la muerte y la tierra. Encontró sitio para casas y vida junto al cerro que los indios –los caracas, los toromainas, los mariches, los teques, los guarenas– llamaban Guaraira-Repano.A ese pueblo que fundó puso por nombre Santiago de León de Caracas. De ello hace cuatrocientos años. Los indios que habían guerreado largo fueron regresando al silencio; dejaron historias que todavía pueden ser contadas con orgullo. Sus nombres son de candela y metal, de

“Los indios que habían guerreado largo fueron regresando al silencio; dejaron historias que todavía pueden ser

contadas con orgullo. Sus nombres son de candela y metal,

de fuerza valiente”.

Llegada de Colón a América y la alimentación de los pobladores originarios americanos según Theodor de Bry.

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fuerza valiente. Sólo cuando fueron vencidos, destruidos por la muerte, pudo crecer la población que Losada logró en el tercer intento. La mole del cerro guardó en sus ecos y en sus sombras las palabras que recuerdan para siempre a los caudillos de la gente morena: a Guaicaipuro, a Paramaconi, a Naiquatá, a Guaicamacuto.

De todas estas cosas nos habla (años después de que nació el poblado), un gobernador que aquí se asentó: don Juan de Pimentel. Este caballero nos dice muchas cosas que hoy repetimos. Nos habla de los caracas que se sentían parecidos a una yerba rojiza y de los toromainas que eran hermanos de unos pájaros que cantaban como si dijeran el misterio de una palabra semejante a «maina». Eran éstos los habitantes de la montaña Guaraira-Repano.

Plaza Bolívar, Concejo Municipal de Caracas.

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Avenida Urdaneta, esquina de La Pelota, Caracas.

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Tomo posesión de esta tierra en nombre de Dios y del Rey” fueron las palabras de Diego de Losada al fundar la ciudad

de Caracas el 25 de julio de 1567.El valle de Caracas se extendía regado por cuatro ríos, dicen las crónicas. De un lado las sierras bajas, del otro la sierra grande.(…)Don Diego de Losada declaró, después de reñido combate, que tomaba posesión de la tierra “en nombre de Dios y del Rey”. Le acompañaba en la empresa el alférez mayor Gabriel de Ávila, y Andrea

de Ledesma, quien más tarde murió defendiendo la ciudad. También estaban presentes Lope de Benavides, Martín Fernández de Antequera, Bartolomé de Álamo y Sancho de Villar, quienes desempeñaron los cargos de primeros regidores de la recién fundada ciudad. Fueron nombrados alcaldes Gonzalo de Osorio y Francisco Infante.Algunos cronistas aseguran que la ciudad fue construida en sus principios en el sitio donde hoy se encuentra la Plaza Bolívar, antiguamente Plaza de Armas o Plaza Mayor en la Colonia. Otros sostienen que el primer poblado apareció por la parte noroeste de la ciudad, hacia el río Catuche. La fecha es la del 25 de julio de 1567.Según Luis R. Oramas, la ciudad se edificó en el valle de San Francisco del

La fundación de Caracas (1567)

Carmen Clemente Travieso

Diego de Losada

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Collado, poblándola primeramente las tribus toromanyas y los indios caracas, de donde tomó su actual nombre. Estos indios eran inmigrantes del vecindario llamado “Los Caracas”, situado en el litoral de Barlovento en la jurisdicción de Naiquatá, los cuales se llamaron así porque en las tierras de donde procedieron hay unos bledos que en su lengua se llaman “caracas”.El mismo cronista afirma que la fundación de Caracas se efectuó a principios de febrero de 1560 en el valle de San Francisco, por su descubridor Francisco Fajardo.Anteriormente se efectuaron las expediciones de Francisco Fajardo y Juan Rodríguez Suárez, quien fundó la ciudad de San Francisco de este valle. Pero fue Diego de Losada el verdadero fundador de la ciudad de Caracas.Ya fundada la ciudad, Diego de Losada crea el Ayuntamiento que había de

nombrar los primeros alcaldes y el primer gobernador. Este primer cargo de gobernador recayó sobre Pedro Ponce de León, encargado por el mismo Losada de terminar la conquista del valle.(…)Cuando don Juan de Pimentel, nombrado gobernador y capitán general de Venezuela en la provincia de Caracas, llegó a Caraballeda el 8 de mayo de 1576, la ciudad de Santiago de León se reducía a un espacio en forma de cuadrado que limitaba por los ángulos con las esquinas llamadas hoy Cuartel Viejo, Abanico, Doctor Díaz y Gorda, cuadrado que estaba dividido por cuatro calles de norte a sur, que partiendo de la esquina de Altagracia, Mijares, Jesuitas y Maturín finalizaban en la de Mercaderes, Pajaritos, Camejo y Colón.De este a oeste existían cuatro calles que comenzaban en las esquinas de La Pelota, Marrón, Doctor Paúl y El Chorro, y terminaban en Llaguno, Piñango, Muñoz y La Pastora.

Avenida Universidad, esquina de El Chorro, Caracas.

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Avenida Universidad. Vista de la Ceiba de San Francisco, frente a la iglesia de San Francisco. Al lado, el Palacio de las Academias, Caracas.

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aracas, así como las demás ciudades de la América española, tuvo también sus patronos y santos

tutelares, y sus vírgenes milagrosas. Antes de ser fundada y desde que se pensó en conquistar la belicosa nación indígena de Los Caracas, ya en la mente del conquistador Losada bullía la idea de ofrecer una ermita a San Sebastián, si le libraba de las flechas envenenadas en la empresa que iba a cometer. Y así sucedió en efecto, pues en 1567 se fundó Santiago de León de Caracas y se colocó

Los santos protectores de Caracas (Siglos XVI – XVII)Arístides Rojas

la primera piedra de San Sebastián en el lugar que ocupa hoy la Santa Capilla. Pero al mismo tiempo que se levantaba esa ermita, se daba comienzo al templo que debía servir más tarde de catedral, nombrado por patrón de la ciudad al Apóstol Santiago. ¿Y qué patrón más noble podía ambicionarse invocado

siempre por el pueblo español, que le reconoció como mensajero de Dios en todos sus aprietos, conquistas y batallas? Desde las orillas del mar hasta las cimas nevadas, jamás santo alguno llegó a alcanzar

Arístides Rojas.

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culto más grande ni proporcionó frutos más copiosos al hombre. La primera fiesta dedicada al patrón de Caracas fue celebrada el 25 de junio de 1568, poco antes de perder Losada la conquista adquirida.Los conquistadores continuaban con feliz éxito, y vencidas eran las tribus enemigas, cuando en 1574 visitó la langosta los primeros campos cultivados de la triste ciudad. Nueva ermita es entonces construida al norte de la de San Sebastián, dedicada a San Mauricio, nombrado al efecto abogado de la langosta. Esta desaparece, pero el pajizo templo es a

poco devorado por las llamas, logrando el patrón salvarse del incendio y encontrar refugio en la ermita de San Sebastián.Tras de Santiago, Sebastián y Mauricio, viene Pablo el Ermitaño, como abogado contra la peste de la viruela que azota a Caracas en 1580. El ayuntamiento de la ciudad dispone levantarle un templo,

y antes de que éste comenzara, se ordena que el nuevo patrón fuera festejado con fiesta anual en la Iglesia Mayor, con asistencia de los Cabildos. A pesar de esto las viruelas volvieron, y en el

cementerio que se construyó contiguo a

San Pablo fueron enterradas

las numerosas víctimas.

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(…)Al comenzar el siglo décimo séptimo aparecen en Caracas dos santos varones de mérito relevante: San Francisco de Asís y San Jacinto: y en 1636, la Virgen de La Concepción. Eran tres templos más, con sus comunidades que venían a aumentar el cortejo religioso de la ciudad de Losada. Y no contenta todavía la población con tres templos más, levanta otro en 1656, que dedica a la Virgen de Altagracia, y recibe una santa americana, Rosa de Lima, que se pone a la cabeza del primer instituto de educación que tenía la ciudad: el Seminario Tridentino, en 1673.En una ocasión, por los años de 1636 a 1637, los agricultores de cacao vieron

Imagen de san Francisco de Asís, Subiaco, Italia.

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desaparecer sus arboledas, devoradas por un parásito llamado entonces candelilla, el cual destruía la corteza de los árboles. Deseosos los caraqueños de tener una patrona que protegiera las hermosas siembras del rico fruto en las costas y valles cercanos a la capital, fijan sus miradas en la Virgen de Las Mercedes, a la cual levantan un templo en 1638 y le ofrecen una fiesta anual.

“Los conquistadores continuaban con feliz éxito,

y vencidas eran las tribus enemigas, cuando en 1574 visitó la langosta

los primeros campos cultivados de la triste ciudad”.

Ermita de santa Rosa de Lima, Perú. Litografía hecha por Dumont, París, siglo XVII.

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n un hermoso valle, tan fértil como alegre, y tan ameno como deleitable, que del Poniente al Oriente

se dilata por cuatro leguas de longitud, y poco más de media de latitud, en diez grados y medio de altura septentrional al pie de unas altas sierras, que con distancia de cinco leguas la dividen del mar, en el recinto que forman cuatro ríos, que porque no les faltase circunstancia para acreditarla paraíso, la cercan por todas partes, sin padecer sustos de que la anegue: tiene su situación la ciudad

de Caracas en un temperamento tan del cielo, que sin competencia es el mejor de cuantos tiene la América, pues además de ser muy saludable, parece que la escogió la primavera para su habitación continua, pues en igual templanza todo el año, ni el frío molesta, ni el calor enfada, ni los bochornos del estío fatigan, ni los rigores del invierno afligen: sus aguas son muchas, claras y delgadas, pues los cuatro ríos que la rodean, a competencia la ofrecen sus cristales, brindando al apetito en su regalo, pues sin reconocer violencias del verano, en el mayor rigor de la canícula mantienen

Un valle fértil y alegre (1723)

José de Oviedo y Baños ����

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su frescura, pasando en el diciembre a más frías: sus calles son anchas, largas y derechas, con salida y correspondencia en igual proporción a todas partes; y como están pendientes, y empedradas, ni mantienen polvo ni consienten lodos: sus edificios los más bajos, por recelo de los temblores, algunos de ladrillo, y lo común de tapias, pero bien dispuestos, y repartidos en su fábrica: las casas

son tan dilatadas en los sitios, que casi todas tienen espaciosos patios, jardines, y huertas, que regadas con diferentes acequias, que cruzan la ciudad, saliendo o encañadas del río Catuche, producen tanta variedad de flores, que admira su abundancia todo el año: hermoséanla cuatro plazas, las tres medianas, y la principal bien grande, y en proporción cuadrada.

“…sus calles son

anchas, largas y dere

chas, con

salida y correspondenc

ia en igual

proporción a todas pa

rtes; y como

están pendientes, y em

pedradas,

ni mantienen polvo ni cons

ienten

lodos…”����

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Los caraqueños: hospitalarios y cordiales (1800)

Alejandro de Humboldt

dos meses pasé en Caracas. Habitábamos el Sr. Bonpland y yo en una casa grande casi aislada, en la parte más elevada

de la ciudad. Desde lo alto de una galería podíamos divisar a un tiempo la cúspide de la Silla, la cresta dentada de Galipán y el risueño valle del Guaire, cuyo rico cultivo contrasta con la sombría cortina de montañas en derredor. Era la estación de sequía. Para mejorar los pastos se pone fuego a las sabanas y al césped que cubre

las rocas más escarpadas. Vistos desde lejos estos vastos abrasamientos, producen sorprendentes efectos de luz. Donde quiera que las sabanas, al seguir las ondulaciones de los declives rocallosos, han colmado los surcos excavados por las aguas, los terrenos inflamados se presentan, en alguna noche oscura, como corrientes de lavas suspendidas en el valle. Su luz viva bien que tranquila, toma una coloración rojiza cuando el viento que desciende de la Silla acumula regueros de vapores en las regiones bajas. Otras veces, y tal espectáculo es de los más imponentes, estas bandas luminosas, envueltas en espesas nubes, no aparecen más que a intervalos al través de las aclaradas. A medida que van subiendo las nubes se derrama una viva claridad sobre sus bordes. Estos diversos fenómenos, tan comunes bajo los trópicos, cobran interés por la forma de las montañas, la

Alejandro de Humboldt retratado por el artista

Friedrich Georg Weitsch en 1806.

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“No ofrece la sociedad placeres muy vivos y variados, pero se experimenta en el seno de las familias ese sentimiento de bienestar que inspiran una

jovialidad franca...”.

Vista del río Guaire a la altura de Las Mercedes, Caracas.

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disposición de las faldas y la altura de las sabanas cubiertas de gramíneas alpinas. Durante el día, el verano de Petare, que sopla del Este, empuja hacia la ciudad el humo, y mengua la transparencia del aire.Si teníamos por qué estar satisfechos de la disposición de nuestra casa, lo estábamos aún más por la acogida que nos hacían las clases todas de los habitantes. Es un deber para mí cifrar la noble hospitalidad que para nosotros usó el jefe del gobierno, Sr. de Guevara Vasconcelos, capitán general por entonces de las provincias de Venezuela. Bien que haya tenido yo la ventaja, que conmigo han compartido pocos españoles, de visitar sucesivamente a Caracas, La Habana, Santa Fe de Bogotá, Quito, Lima y México, y de que en estas seis capitales de la América española mi situación me relacionara con personas de todas las jerarquías, no por ello me permitiré juzgar sobre los diferentes grados de civilización a que la sociedad se ha elevado ya en cada colonia. (…)

Estando situada Caracas en el continente y siendo su población menos flotante que la de las islas se han conservado mejor allí que en La Habana las costumbres nacionales. No ofrece la sociedad placeres muy vivos y variados, pero se experimenta en el seno de las familias ese sentimiento de bienestar que inspiran una jovialidad franca y la cordialidad unida a la cortesía de los modales. En Caracas existe, como donde quiera que se prepara un gran cambio en las ideas, dos categorías de hombres, pudiéramos decir, dos generaciones muy diversas. La una, que es al fin poco numerosa, conserva una viva adhesión a los antiguos usos, a la simplicidad de las costumbres, a la moderación en los deseos. (…) La otra, ocupándose menos aún del presente que del porvenir, posee una inclinación, irreflexiva a menudo, por hábitos e ideas nuevas.

Iglesia de Petare.

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Vista actual de una calle del casco colonial de Petare.

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Las hermosas caraqueñas (1810)

Robert Sample

la elevada situación del Valle de Caracas y la pureza y frescura de su aire ejercen un efecto directo sobre el carácter físico y moral de sus habitantes y los

distingue con ventaja de los de la costa. El mismo concepto de distinción que las tribus vecinas tenían de los primeros pobladores de Caracas, puede tenerse de los habitantes del presente, ya que éstos superan en rapidez de percepción, en actividad e inteligencia a los habitantes de la mayor parte de las otras ciudades de la Provincia.(…)Ahora réstame hablar sobre las mujeres

caraqueñas. Quizás el carácter hispano subsiste en ellas más que en los hombres; y sus vestidos

y maneras son una copia exacta de lo que he visto antes en la vieja España. Aquí como allá la principal ocupación matinal de las mujeres es su asistencia a misa, ataviadas de negro y tocadas con mantilla, luciendo medias de seda y coqueteando con el abanico que siempre llevan en constante movimiento. En estos casos una esclava, muchas veces más hermosa que la señora, la sigue, portando una pequeña alfombra sobre la cual habrá de arrodillarse aquella. Esta alfombra es una llamativa señal de distinción y sólo se les permite en las iglesias a las mujeres blancas; es por esto, quizás, por lo que a ellas les gusta hacerla conducir con orgullo, a paso lento por las calles. Parece, sin embargo, que piensan abolir tal restricción y para empezar, durante mi permanencia

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en el país, le fue otorgado un permiso especial a una familia de color en una ciudad lejana, para que usara dicha alfombra. Tal innovación, insignificante al parecer, causó gran desagrado entre las clases distinguidas de Caracas, y en proporción equivalente, anhelo y esperanzas de cambio entre las familias de color. Es asunto delicado hasta qué grado deben llevarse las características de rango en una sociedad bien constituida; pero cuando la naturaleza ha establecido distinciones obvias y éstas han prevalecido durante siglos, el legislador que se atreva a reformarles tiene que hacerlo con mano temblorosa. Yo ignoro si posteriormente estas costumbres han sido reformadas.Por lo general, las mujeres de Caracas son graciosas, espirituales y simpáticas. A sus encantos naturales saben unir el atractivo de sus vestidos y de su andar donoso. Son, generalmente,

bondadosas y afables en sus maneras, y cualquier falla que un inglés pueda observar frecuentemente en su conducta doméstica, no es otra cosa que la costumbre heredada de la vieja España.En Caracas hay un teatro más o menos grande y aceptable, aunque con pobres decoraciones, y rara vez se llena. Los actores que trabajan en él provienen de las clases humildes. Durante el día desempeñan sus ocupaciones habituales y por la noche aparecen en el tablado. Considerando esta circunstancia, su actuación es aceptada con lenidad y, en general, el público no tiene dificultad

en sentirse agradado. Canciones patrióticas son cantadas

ocasionalmente y el cantante –con frecuencia– no es sólo aplaudido sino obsequiado con monedas lanzadas al tinglado.

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Pal Rosti

aracas estaba habitada en 1800 por 40.000 personas, por 50.000 en 1810, en 1832 por 23.000, por

35.000 en 1840 y actualmente tiene –de nuevo– alrededor de 40.000 habitantes. Sólo una pequeña parte de ellos es de raza blanca, incluidos los criollos; la mayoría de la población es de sangre mezclada: mulatos, mestizos (descendientes de blancos –europeos o criollos– e indios cobrizos) y zambos (engendrados por negros e indios); luego están los innúmeros cruces de estas

mezclas y –finalmente– los negros puros, esclavos antaño, libres hoy. Los indios se extinguieron –no sólo en Caracas y sus alrededores– sino en general en la parte más poblada y culta de Venezuela; únicamente en el interior del país y a orillas del Orinoco y del Apure pueden encontrarse algunos poblados indígenas; y así mismo –en la inmensa selva– aquí y allá ciertas misiones o tribus todavía salvajes, que habitan en míseras chozas y –según sus costumbres ancestrales– se embadurnan el cuerpo y andan desnudos.(…)

Torre de la Catedral de Caracas, Plaza Bolívar.

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A Caracas sólo le quedó de su origen indígena el nombre.Es difícil escudriñar con exactitud el carácter de los caraqueños, debido precisamente a las múltiples mezclas, consecuencias –en su mayoría– de las uniones ilegales. (…)Aún el que no trabaja puede hallar abundante sustento, pues las bananas y otros frutos se dan en enormes cantidades; en lo que a la ropa se refiere,

ésta también la puede obtener cualquiera por poco que se moleste, a base de una pequeña labor diaria.

De lo referido, mis estimados lectores podrían sacar la conclusión de que en esta tierra de Canaán la vida es excesivamente barata, pero tengan a bien acompañarse al

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mercado de Caracas y se convencerán precisamente de lo contrario. El mercado principal, “la plaza mayor”, está ubicado aproximadamente en el centro de la ciudad; uno de sus lados está formado por la ruinosa y enjabelgada Catedral, construida en el llamado estilo jesuita (como, verbigracia, la iglesia de los frailes de Pest); frente a ella está el Congreso; en el tercer lado el Arzobispado; son todas edificaciones sencillas e insignificantes. El verdadero mercado está cercado y alrededor se levantan puestos techados con toldos, donde venden cuentas de vidrio, cintas, sedas, telas de lienzo, cuchillos, rosarios, retratos de santos, etc. En otros puestos tienen carne, bien sea fresca –de res– o cortada en largas tajadas

–secadas al sol– llamada “tasajo”. La carne es el comestible principal y más barato en Caracas. Hay además en el mercado: pescado, que traen en asnos de La Guaira; la carne de cabra, que venden como si fuera de carnero; aves de corral; huevos; mantequilla (de Europa o de Norteamérica); “papelón”, y toda clase de “dulces”, entre los cuales figura principalmente el ya mencionado de membrillo y otro —semejante a ése– de guayaba.(…)¿Cómo puede ser, pues, que en esta región bendita, donde la naturaleza es abundante y le ofrece al hombre en demasía todo lo que puede desear para su subsistencia, el mercado sea tan pobre y los precios tan altos?

Monte Piedad, Caracas

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n medio de un día caluroso y abrasador cuando a ahorcajadas en las sillas (nuestros cuerpos

habían recobrado por fin su posición perpendicular) espoleamos nuestras pesadas mulas hacia la barrera del peaje, en donde la suma de un real nos dio entrada a Caracas. Tres horas mortales habíamos estado subiendo la montaña desde La Guaira, con las cabezas tendidas sobre las orejas de nuestras bestias para guardar equilibrio, y durante dos horas más nuestros cuerpos habían estado formando ángulo de 45º sobre las colas al bajar el camino de la montaña al valle.(…)

El camino La Guaira – Caracas (1857)

AnónimoLa distancia de La Guaira a Caracas a vuelo de pájaro es de seis millas, pero las vueltas y zigzags del camino que va faldeando la montaña, la hace casi el doble. Por muchos siglos los indios transitaban este fragoso camino y así lo hicieron los españoles sin que ni unos ni otros concibieran la idea de abrir otro menos fatigoso por las faldas de los cerros. Para recorrerlos se gastan de tres a cinco horas según la calidad de las bestias. Hay otra ruta desconocida a los pájaros y a los burros (excepto los que llevan cargas de café) el Camino nuevo. Este es un camino de carretas por el cual se aventura el cochero italiano en tiempo bueno, en beneficio de aquellos viajeros que se arriesgan a seguirlo y que en lugar de ser sacudidos hasta hacerse pedazos en una mula, prefieren exponerse a romperse los huesos en una carreta.

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Habíamos decidido correr este riesgo, pero llovió el día anterior y la carretera estaba impracticable. Preguntamos indignados: ¿cómo es que entre la capital de Venezuela y su puerto principal no hay un camino decente? Un amigo nuestro, furibundo oligarca, tuvo lástima de nuestra ignorancia respecto a los asuntos de Venezuela.(…)¿Y ahora cómo describirá a Caracas? Imagínese un nido lleno de petirrojos a tres mil pies sobre el nivel del mar: sus laderas miden algunos dos mil pies de altura, sus dimensiones interiores son de unas ocho millas por tres o cuatro, mientras que en el centro, en lugar de huevos, tiene usted una ciudad. Simbad el Marino hubiera debido situar allí el nido del gigantesco roc. Mirándola desde la montaña, Caracas con sus techos bajos y rojos tiene

la apariencia de una tejería rodeada por un

jardín; la uniformidad está interrumpida solamente por la blanca catedral y su plazoleta. El valle es fértil y cultivado y además de su pintoresca situación, es verdaderamente muy bello. Está salpicado de verdes campos de caña y de malojo, entremezclado con plantaciones de café, cuyas blancas flores y follaje oscuro contrastan con las flores rojas de los bucares que los sombrean; por aquí

una ruina recuerda el gran terremoto, y por allá las blancas chimeneas y edificios de los trapiches sobresalen

en medio de las plantaciones de caña. Agrupaciones de casas, hileras de sauces derechos y puntiagudos recuerdan las populares avenidas de Nueva Inglaterra; claros arroyos serpentean a través del valle, y,

para acordarnos que estamos en un clima tropical, altas palmeras se yerguen aquí y allá en el llano.

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“¿Y ahora cómo describirá a Caracas? Imagínese un nido lleno

de petirrojos a tres mil pies sobre el nivel del mar...”.

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El ferrocarril La Guaira–Caracas (1896)

William Eleroy Curtis

l ferrocarril entre La Guaira y Caracas es considerado con justicia uno de los más notables ejemplos de

ingeniería y construcción en el mundo entero. La famosa carretera Ortoya del Perú y la línea de Arequipa, que va desde la costa peruana al interior de Bolivia, ambas construidas por el fallecido Henry Meigs, la sobrepasan en algunos aspectos, y hay trozos de carril en las Montañas Rocosas de Colorado que fueron aún más difíciles y costosas; pero la vía de Caracas es extraordinaria, no sólo por la pericia demostrada en su

construcción y los obstáculos salvados, sino por el panorama escénico que ofrece a los viajeros.Entre las ciudades de La Guaira y Caracas, la montaña de la Silla está rodeada por ambos lados de picos menores, cortados por profundas gargantas y ensenadas. El paso más bajo entre la costa y el valle donde está situada Caracas está a 5.000 pies sobre el nivel del mar y a cinco millas solamente del océano. Caracas se extiende a una altura de 3.900 pies, de modo que al hacer un viaje uno debe ascender 5.000 pies y luego descender 1.100 pies por la pendiente meridional de la cordillera, que es un ramal de Los Andes.(…) La distancia directa entre las dos ciudades, a través del centro de la

“…la vía de Caracas es extraordinaria,

no sólo por la pericia demostrada en su construcción y los obstáculos

salvados, sino por el panorama escénico que ofrece a los

viajeros.”

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montaña, es apenas de seis millas o algo menos y existe por la ladera de la Silla un camino de mulas que sólo tiene nueve millas de largo. Por espacio de dos siglos este camino fue la original y única vía de comunicación y fue hallado por los indios, siglos antes del descubrimiento de América. Actualmente no se usa mucho, únicamente la transitan los artistas y otras personas atraídas por los llamativos paisajes y los indios civilizados que prefieren recorrer la montaña por un atajo antes que pagar pasaje en un tren del ferrocarril. Si se sale temprano por la mañana, se puede hacer el viaje antes del mediodía; bien a pie o en el lomo de una buena mula; pero es mucho más fácil y por todo respecto preferible ir de Caracas a La Guaira y no en dirección contraria, pues hay 3.000 pies de ascenso y en cambio 7.000 de descenso.Los ingenieros que colocaron la línea férrea lo hicieron siguiendo muy de cerca, en lo posible, la vieja ruta de carreteras, pero en casi todo el trayecto tuvieron que

tallar y volar la sólida roca al abrirse paso. El carril es una vía angosta, colocada sobre durmientes de hierro. Hay muchos túneles y millas de pesado terraplén, pero muy pocos puentes, pues se sigue el borde de la montaña. Durante más de la mitad de la distancia, a decir verdad, hasta alcanzar el paso por la cumbre, se vislumbra el océano y a veces se puede mirar el agua allá abajo, a dos o tres mil pies. Las montañas están desprovistas de vegetación y como la vía está tallada en la sólida roca, el lecho del camino es firme y seguro. El ángulo es cuatro por ciento; es decir, por cada cien se eleva cuatro, o sea, ciento noventa y siete pies por milla. La inclinación se aprecia al mirar por las

ventanas traseras del vagón.

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l bello Don Juan se aburriría bonitamente en Caracas. No hay ninguna Doña Inés, siendo la inteligencia

superior de las mujeres una salvaguarda contra los amorosos: Allí no hay conventos, aunque la pequeña reja de madera que se coloca en el interior de las ventanas, que pudiera ser uno, todavía nos hace pensar en ellos.Aunque casi todo el mundo es católico se podría decir que nadie lo es: un pueblo inteligente no puede ser fanático. A veces se defienden con ardor las preeminencias

La culta, la hospitalaria, la inteligente Caracas (finales del siglo xix)

José Martí de la Iglesia, se mantienen con una tenacidad que pudiera hacer creer en una fe sólida; todavía se nota, al fondo del zaguán de las casas un gran corredor vacío que conduce a la puerta que abre los corredores una imagen de San José, o de San Policarpo, o de la Virgen, bajo cuyos mantos sagrados se abriga el hogar: –hasta en los mismos cuartos interiores se encuentran las paredes cubiertas de Corazones de María, atravesados de espadas; de Jesús agonizantes, coronados de espinas, de Santas Ritas, abogada de los imposibles; de San Ramón Nonato, el santo patrón natural de los jóvenes esposos; que rezan arrodillados ante su santo favorito por la salvación de

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su primer hijo, –esa flor que acaba de brotar en su seno. –El hogar caraqueño es encantador: todo es enternecedor, pleno de amor, de espíritu de mujer, de puros goces, de tiernos encantos. –Tiene algo de ala de mariposa y rayos de sol. Es un placer vivir aquí. No es como en nuestras grandes ciudades–donde la faena agota al hombre y el hogar agota a la mujer. Es un bello rincón de yerba fresco donde un seno trémulo siempre espera la cabeza cansada del señor de la casa. –¡Oh! ¡Qué hueca, peligrosa, fría y brutal es la vida sin esos amores!La ciudad –lo hemos dicho– es bella. Constantemente se construyen casas

Entrada de una casa tradicional en Petare.

Escultura de José Martí en la ciudad de Nueva York.

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espaciosas, de una sola planta, en cuyo patio, entre dos grandes macetas, un chorro de agua se eleva y cae sobre un elegante estanque, como en Sevilla. Bellas riberas, de altos bordes tapizados de un amoroso verdor, serpentean entre las calles, prolongadas por todas partes por sólidos puentes. Un bello teatro y una bella iglesia acaban de ser levantados. A propósito de la iglesia hay una anécdota de Humboldt: “¿Cuándo regresará usted?”, le preguntaron a su partida de la ciudad: “Cuando esa iglesia esté terminada”, dijo sonriente. Y en efecto, no ha sido hasta veinticuatro años después de su partida que la obra se ha terminado. (…) Humboldt, que nunca olvidó “la culta, la hospitalaria, la inteligente Caracas.” Se ve todavía,

en una plaza donde los árboles, como alumbrados por un súbito fuego, se coronan en el verano de grandes flores rojas, un reloj de sol, construido por Humboldt.Y cuando en uno de esos coches ligeros que se encuentran por todas partes de la ciudad, uno se pasea por los alrededores de Caracas, poblados de cafetales, sembrados bajo la sombra amiga de los rojos y altos búcaros, se ve todavía una portada, sobre cuya cima se lee, en letras dibujadas por la mano del sabio, el nombre del lugar encantador, que antes fue un lugar de delicioso de solaz: Sans Souci.

“El hogar caraqueño es encantador: todo es enternecedor,

pleno de amor, de espíritu de mujer, de puros goces, de tiernos encantos. –Tiene algo de ala de mariposa

y rayos de sol...”.

Calle del casco colonial en Petare.

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d urante lo más de sus casi cuatro siglos, Caracas fue una pequeña villa, cuyo indudable encanto

estaba hecho de la dulzura del clima, de la belleza del valle y de lo apacible de su existencia. No había grandes monumentos que admirar, ni refinado lujo, ni suntuosas fiestas; pero el seguro encanto de aquellos otros atributos se ejercía de un modo eficaz sobre todos aquellos que llegaban a conocerla o a ser sus vecinos.

Tardía y difícil fue su fundación. Hubo continuo batallar con indios para lograr el dominio del valle. Su establecimiento definitivo vino a hacerse sesenta y nueve años después de que Venezuela había sido descubierta por Colón. Cuando Cumaná ya tenía cuarenta y siete años de fundada; Coro, cuarenta; El Tocuyo, veintidós.(…)En el siglo XVIII es cuando adquiere su más graciosa fisonomía. La vida sigue siendo tranquila y recoleta, pero hay más abundancia y más alegría de vivir. Se extiende el gusto de la música y del baile. La gente rica viaja y trae muebles, trajes y adornos. Se multiplican las tertulias con chocolate. Se empieza a notar que abundan las mujeres de gran belleza. Muchas gentes se preocupan por el lujo, los títulos, la ilustración. Hay hermosos carruajes y finas sillas de mano.(…)

Un valle inundado (hacia el siglo XX)

Arturo Uslar Pietri

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Page 34: Caracas siempre nueva

La ciudad en que nace Bolívar estaba encogida en lo más alto del valle. Su centro era la Plaza Mayor, foro, feria y paseo a la

vez. Bajo sus árboles se alzaban los tenduchos de los mercaderes, se reunían a hablar los que iban

a la catedral, al arzobispado, a la casa de Gobierno, al Cabildo o a

los Tribunales. Cada esquina tenía el nombre de la persona que la habitaba o el suceso que la distinguía. En la de las Monjas estaba el convento de las Concepciones; en la del Conde vivía un noble; en la de Mijares vivía el Marqués de Mijares…(…)Sus noches son solitarias y oscuras. Las gentes ponen alguna lámpara a la ventana para iluminar la calle. Hay pocos trasnochadores. Ño Morián pasa, caballero en su vieja mula, haciendo la última recorrida.Esa Caracas nocturna estaba habitada por fantasmas conocidos. Trasgos pavorosos que mataban de pavor a los

impertinentes noctámbulos. La llorona, la mula maneada, el carretón de las ánimas recorrían las calles abandonadas poblándolas de ruidos sobrenaturales.(…)El próximo cambio importante ocurre cuando empieza a dejarse sentir la riqueza petrolera. Hacia 1930 Caracas comienza a desbordarse y a inundar el valle, como el agua de un dique roto. Los tortuosos caminos del Este empiezan a transformarse en avenidas. Las haciendas se convierten en urbanizaciones. Surgen lujosos clubs de campo. La ola de casas se traga a Sabana Grande, se traga a Chacao, pasa más allá de los lejanos Palos Grandes y se acerca a los Dos Caminos.Cuando se derriba la vieja barriada miserable del Silencio y se alza en su lugar el primer gran conjunto moderno de urbanismo, es como si se diera la señal para la ciudad de grandes avenidas y de altos rascacielos. La población dobla dos veces en veinticinco años. Y el carácter de la ciudad cambia con la misma rapidez…

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“La llorona, la mula maneada, el carretón

de las ánimas recorrían las calles abandonadas poblándolas de ruidos sobrenaturales”.

Iglesia de Santa Capilla, Caracas.

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Page 36: Caracas siempre nueva

l 29 de octubre de ese año (1900), a las 4 y 42 minutos de la mañana se produjo un violento y largo

terremoto que duró 45 segundos y se sintió en todo el país: el terremoto de San Narciso. En Caracas fue la mayor alarma de daños, a pesar de que hubo 21 muertos y más de 50 heridos. Se desplomaron unas 20 casas y muchísimas otras sufrieron desperfectos. La torre de la Santa Capilla, luego de oscilar un instante, se vino abajo. El reloj de la Catedral se

El terremoto de 1900José Antonio Calcaño

Casa Amarilla, se despertó sobresaltado, corrió en paños menores hacia uno de los balcones, traspuso la baranda y se dejó caer a la calle, con lo que se luxó un pie. Lo recogieron y lo llevaron a la Plaza Bolívar, donde lo acostaron sobre un colchón; más tarde lo trasladaron a Miraflores, que estaba construido a prueba de temblores.

detuvo en la hora del sismo.El terremoto de 1812 había sido una catástrofe tan espantosa, que a pesar de casi un siglo que había transcurrido, todavía guardaba la ciudad vivos recuerdos del desastre, los cuales se despertaron con el terremoto de 1900.El Presidente Castro, que dormía en uno de los cuartos del piso alto de la

Cipriano Castro.

Casa Amarilla, Plaza Bolívar, Caracas.

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Page 37: Caracas siempre nueva

Casa Amarilla, se despertó sobresaltado, corrió en paños menores hacia uno de los balcones, traspuso la baranda y se dejó caer a la calle, con lo que se luxó un pie. Lo recogieron y lo llevaron a la Plaza Bolívar, donde lo acostaron sobre un colchón; más tarde lo trasladaron a Miraflores, que estaba construido a prueba de temblores.

detuvo en la hora del sismo.El terremoto de 1812 había sido una catástrofe tan espantosa, que a pesar de casi un siglo que había transcurrido, todavía guardaba la ciudad vivos recuerdos del desastre, los cuales se despertaron con el terremoto de 1900.El Presidente Castro, que dormía en uno de los cuartos del piso alto de la

Las sacudidas continuaron sucediéndose a intervalos y muchas gentes, en tiendas o barracas improvisadas en las plazas, estuvieron viviendo allí cerca de dos meses. Se temía una gran catástrofe, y hasta se celebraron en las barracas muchos matrimonios.Fue el cuarto terremoto considerable de la ciudad; los anteriores habían sido: el de San Bernabé, en el siglo XVII; el de Santa Úrsula, en el siglo XVIII, y el del Jueves Santo de 1812. La ciudad se fue normalizando lentamente.

“El terremoto de 1812 había sido una catástrofe tan

espantosa, que a pesar de casi un siglo que había transcurrido, todavía

guardaba la ciudad vivos recuerdos del desastre...”.

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Page 38: Caracas siempre nueva

llá por los años de 1906 y 1907 se exhibieron en Caracas las primeras

cintas cinematográficas. El cine en esos tiempos estaba en sus comienzos. Francia había tomado en sus manos la iniciación de esta industria, que iba a convertirse en el Séptimo Arte.Los hermanos Lumière, Luis y Augusto, conocen el “Cinetoscopio” de Edison, que era explotado en un pequeño local de París. Se dan cuenta de que aquel ingenioso aparato, construido para ver escenas en movimiento a través de un lente de aumento, podía muy bien convertirse en un aparato proyector para

El primer cine de Caracas (1906)

Alfredo Cortina ofrecer el espectáculo ante un público reunido en una sala. Luis Lumière se empeña en llevar a cabo este proyecto, y su hermano Augusto dijo más tarde, cuando ya el cine proyectado era una realidad: “Mi hermano Luis, en una noche, inventó el cinematógrafo”. Utiliza la combinación de la película perforada, el mecanismo de la “cruz de malta” para el movimiento intermitente de la cinta, ya utilizado por Edison, y la utilización de la luz de un arco voltaico para la proyección sobre una pantalla.No voy a hacer aquí la historia del cinematógrafo, solamente rendir un recuerdo a estos genios que hicieron capaz la fotografía con movimiento: Edison, Luis y Augusto Lumière.El Teatro Calcaño estaba ubicado entre las esquinas de Camejo y Colón. Era un local muy largo y angosto con dos

Hermanos Lumière.

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hileras de asientos laterales llamados balcones; la platea, frente al escenario, y una mezzanina en la parte alta, cerca de la entrada, con el nombre de preferencia. A este Teatro Calcaño llegó uno de los primeros proyectores cinematográficos fabricados por la Casa Pathé. Después de la función corriente: una opereta o una comedia, se anunciaba la proyección de una película. Colocaban en el pasillo del patio o platea al proyector; se bajaba un telón en la boca-escena y un presentador se colocaba a su lado. Después de un breve introito en el que explicaba lo que era el cinematógrafo, se apagaban las luces y comenzaba el espectáculo. Las películas no tenían argumentos, eran una especie de documentales o una composición muy sencilla con cierta expresión artística. La duración de cada uno de estos cortos no sería mayor de tres a cinco minutos.–Señoras y señores– decía desde lo alto del escenario el presentador –ahora

vamos a ver a Venus naciendo de la espuma del mar.De las olas que rompían contra unas rocas, iba emergiendo la figura de una mujer vestida con túnica romana, hasta quedar suspendida sobre el oleaje. El público aplaudía maravillado.(…) Se hacía de nuevo la luz y se recogía el proyector. Las películas de ese tiempo estaban fabricadas con nitrato de celulosa, un material muy inflamable y como una precaución, se colocaban al lado del proyector, una serie de tobos de agua por si la película se “inflamaba”. Como es natural, los asistentes que estaban junto al proyector, se cambiaban de sitio por precaución o se instalaban en los pasillos laterales si no había más asientos.A la salida, a la puerta del Teatro Calcaño, se formaban pequeños corrillos mientras devoraban las deliciosas tostadas que expendían a la orilla de la acera frente al local.

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Carros grandes, calles estrechas (1950)Marisa Vaninni

Cómo era posible que se usaran para calles tan estrechas unos carros tan grandes?

Pues así sucedía: los vehículos que circulaban entre las apretadas calles de la urbe eran Cadillac descapotables, elegantes Buick, enormes Hudson, Oldsmobile, Packard y entre los más pequeños el curioso Studebaker. Algunas

familias pudientes o algunos patiquines tenían modelos

especiales y únicos: Rolls Royce, faetones, automóviles europeos convertibles.Probablemente al principio

los carros debían servir para ser usados por quienes vivían

lejos: La Florida, Altamira,

Bello Monte, o para trasladarse a Macuto, a Los Chorros a pasar el fin de semana o a temperar en julio y agosto.Luego todos decidieron llevarlos y usarlos en el centro de la ciudad. Entre las siete y las ocho de la mañana y las cinco y seis de la tarde, regularmente se trancaba el tráfico y era un desespero. Los policías de tránsito (que llevaban pantalón bombacho, botas altas y oscuras, cachuchas dobles con visera y un garrote o rolo a la cintura) hacían lo posible para aliviar la situación: no dejaban estacionar en ninguna parte, si se esperaba a alguien había que dar la vuelta a la manzana. Fuera del Centro en cambio, se podía aparcar en cualquier sitio, no remolcaban, no ponían boletas ni calcomanías, nadie violentaba el vehículo ni robaba nada.Los automovilistas, y yo fui uno al cumplir los 18 años, teníamos títulos de manejar oficiales (títulos permanentes, no licencias) muy característicos y bien hechos: eran carnets de varias páginas

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de un excelente papel color verde, empastados en gruesa piel roja olorosa a buen cuero. Contenían nuestros datos personales, la foto y espacios libres para eventuales infracciones. ¡Cuánto sentí que después de más de treinta años de usarlo sin mancharlo con ninguna infracción, un vil ladrón me despojara del mío al arrebatarme la cartera!El Touring Club de Venezuela también se preocupaba por las buenas condiciones de los vehículos y de sus chóferes. Organizaba pruebas automovilísticas de regularidad en las cuales podían participar las damas. Los carros salían de El Paraíso, recorrían la avenida Sucre, pasaban por San Bernardino y La Florida hasta llegar a Altamira, donde terminaba el ralling. La velocidad máxima permitida era de treinta kilómetros por hora. Recuerdo una de estas pruebas, creo que en 1948, en la cual participó una elegantísima dama caraqueña. No le dieron el premio de elegancia porque no había, pero con gran beneplácito de sus simpatizantes recibió agradabilísimo “premio de consideración”, pues había llegado de última.

“…teníamos títulos de manejar oficiales muy

característicos y bien hechos: eran carnets de varias páginas

de un excelente papel color verde, empastados en gruesa

piel roja”.

Completaban el panorama automovilístico unos autobuses vetustos pero muy efectivos, con un único conductor-cobrador muy colaborador, que se sabía todas las direcciones, daba indicaciones precisas a los parroquianos y se detenía en cualquier parte donde uno le fuera más cómodo subir o bajar.(…)En aquella época los autobuses circulaban hasta la una. Si se perdía el último autobús, no había mejor solución que regresar a la casa, donde quiera que uno viviese, caminando, lo que todo el mundo hacía con la mayor conformidad, y también con la mayor seguridad.

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perforaban túneles y pulverizaban muros para los ambiciosos ensanches. En estos años –de 1945 a 1957– los caraqueños sepultaron con los áticos de yeso y el papel de tapicería de sus antiguas casas todos los recuerdos de un pasado remoto o inmediato; enviaron al olvido las añoranzas simples o sentimentales de un viejo estilo de existencia que apenas había evolucionado, sin mudanza radical,

desde el tiempo de nuestros padres. Se fue haciendo de la ciudad una especie de vasto

–a veces caótico– resumen de las más varias ciudades

del mundo: hay pedazos de Los Ángeles, de San

Pablo, de Casablanca, de Johannesburgo, de

Yakarta. Hay casas a lo Le Corbusier, a lo Niemayer, a lo Gio Ponti. Hay una especial, violenta y discutida

policromía que reviste de

a Nueva Caracas que comenzó a

edificarse a partir de 1945 es hija

–no sabemos todavía si amorosa o cruel– de las palas mecánicas. El llamado “movimiento de tierras” no sólo emparejaba niveles de nuevas calles, derribaba árboles en distantes urbanizaciones, sino parecía operar a fondo entre las colinas cruzadas de quebradas y barrancos que forman el estrecho valle natal de los caraqueños. Se aplanaban cerros, se les sometía a una especie de peluquería tecnológica para alisarlos y abrirles caminos; se

lLa nueva Caracas (1945 a 1957)

Mariano Picón Salas

Edificio de Los Palos Grandes, Caracas

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los colores más cálidos los bloques de apartamentos. Se identifica la mano de obra y el estilo peculiar de cada grupo de inmigrantes en ciertos detalles ornamentales: los buenos artesonados de madera de que gustan los constructores vascos; ciertos frisos de ladrillo contrastando con el muro blanco como en las “masías” catalanas y levantinas; los coloreados y casi abusivos mármoles de los genoveses. (…)El primer símbolo de esa transformación fue una inmensa bola que en dos o tres enviones convertían en miserable polvo o suelta arcilla arquitecturas entonces tan celebradas como el “Pasaje Junín” o el “Hotel Majestic”. Los caraqueños iban a contemplar el extraño boxeo que libraba con los muros, como verían los romanos las proezas de un gladiador venido del Ponto o de Bitinia.Nada más semejante a los monstruos o la mitología inicial de América –a los jaguares de enormes colmillos de las pirámides aztecas- que estas máquinas dentadas de la tecnología estadounidense que en pocos segundos devoran un pedazo de cerro y se ahítan de pedruscos

y terrones y nos asustan en los caminos como si de pronto resucitara un plesiosaurio. Han sido nota determinante del paisaje venezolano en los últimos años; quisieron modificar la obra de Dios, sirviendo a los inversionistas para crear nuevas barriadas, cavar bases de construcciones gigantes, cruzar de blancas autopistas el contorno de la ciudad. Y el viejo monte Ávila, cimera tutelar del valle, antiguo bastión contra los piratas, bosque autóctono que aún recordaba los días de los indios, orquedario natural y productor de fresas, moras y duraznos silvestres, también fue invadido por la tecnología; se le surcó de cables para disparar un teleférico. Se ofrecen allí por cuatro bolívares crepúsculos y panoramas inauditos.

“Los caraqueños sepultaron con los áticos

de yeso y el papel de tapicería de sus antiguas casas todos los recuerdos de un pasado

remoto o inmediato”.

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Los cerros de Caracas (1960)

Salvador Garmendia

aracas sólo corre libremente de oeste a este. El valle es como un cauce angosto, cuyos

escasos cinco kilómetros de norte a sur, se podrían saltar por las piedritas. A ratos, ese canal se ensancha y da lugar a pequeños archipiélagos, en cuyas elevaciones las casas aglomeradas parece que se desprenden, resbalando hacia abajo como en los grabados de castillos medievales. Desde la tierra, la perspectiva queda eliminada y nos parece contemplar el dibujo de un niño.

No hay separación entre una vivienda y la siguiente. Todas parecen sustentadas en el aire. Son caras dibujadas con lápiz grueso sobre la misma corteza del cerro; del “cerro” como sustantivo que adjetiva para calificarse por sí mismo: “ése vive en el cerro”, “ése sube cerro”, “ése es tierrudo”… Mas esas mismas elevaciones del terreno, cuando pisan en el este de la ciudad, comienzan a llamarse delicadamente “colinas”.(…) las primeras comunidades en pendiente no tuvieron calles sino trochas, trazadas a planta de pie por el ir y venir

Barrios de Petare vistos desde La Urbina, Caracas.

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Page 45: Caracas siempre nueva

de los vecinos, todos los cuales procedían del campo, donde se iba y venía de la misma manera. Luego vinieron las escalinatas, que se bifurcan una y otra vez y ascienden casi verticalmente en un intento temerario de perforar las nubes. Lanzados cerro abajo, esos mismos canales se desempeñan como conductores de aguas negras. Conquistar esas dunas petrificadas equivalía a una práctica de montañismo, cuyos riesgos, no siendo desdeñables, resultan menos aterrorizantes que el traslado en los jeeps de pasajeros, donde los apretujados usuarios parecen estar destinados a afrontar un asalto a mano armada en cada curva del camino.Como ven, era la Caracas de los 60 una ciudad en permanente regocijo, donde la palabra “democracia” tenía un brillo en parte artificial y conmovedor. Se podría decir que la llevábamos en procesión por todas partes como a las santas patronas de los pueblos y nadie se hubiera atrevido a mostrar en público una sonrisa de incredulidad o de sospecha. Lo que estaba ocurriendo a la caída de la

dictadura era tomado en serio hasta por los más recalcitrantes.(…)Aquella ciudad de los 60 era un “sálvese quien pueda” que nadie escuchó. Entre todos, nos ocupamos de hacer polvo el antiguo sistema autoritario, pero tal vez rompimos más de lo que debíamos. Lo que ocurrió en el valle no fue un trasvase del campo a la ciudad, porque ya no había campo.

Vista del Ávila desde La Urbina, Caracas.

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Page 46: Caracas siempre nueva

ivo en una ciudad nueva, siempre nueva, siempre reciente, pero que sólo puede conocerse a través de una nueva

arqueología. Casi siempre, la imagen que tenemos de un arqueólogo, dejando de un lado el sombrero de corcho y los pantalones por encima de la rodilla, es la de un hombre que penetra en un recinto olvidado, en un lugar de arañas, y enciende una linterna para contemplar el pasado.(…)Vivir en Caracas me ha enseñado, entre otras maravillas, que todo intento de descubrir sus espacios es un fracaso. Vivo en una ciudad imposible, y si

La ciudad siempre nueva (siglo XX)

José Ignacio Cabrujasbien recuerdo sus rutas y direcciones, desplazarme en ella no es más que partir de un sitio y llegar a otro, sin que el trayecto me devuelva un significado, o por lo menos, una modesta memoria.(…)Caracas es una maravillosa equivocación española, y quién sabe si el centro de su enigma es esa imposibilidad que tenemos sus habitantes de conocerla. Lugar de tránsito, posada de agobiados en el largo camino al sur y el oro, a veces la pequeña crónica capaz de constatarla nos habla de viajeros y huéspedes incapaces de saber a dónde habían llegado. Humboldt, por citar al más famoso de sus viajeros inquilinos, proclama como es rutina la bendición de un valle fértil, la tranquilidad de un clima sin sorpresa, la frecuencia de prolongados aguaceros y el magnífico espectáculo de una fortaleza montañosa, capaz

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entre tantos dones, de alejar huracanes indeseables. Muy pocas palabras para hablar del trabajo de los hombres o de la voluntad de cincelar alguna rosa, por el simple placer de dejarla allí para que otros sean sus testigos. Nunca leí, y si alguien me desmiente será con saña de erudito, ningún asombro ante nuestras edificaciones coloniales o republicanas. El viajero nos vincula al paisaje, constata la regularidad del clima, se interesa por unos cuantos loros enjaulados o pondera la costumbre de albergar morrocoyes en los patios, como si la ciudad en sí misma careciera de perfil, y quién sabe si de existencia.(…)Pero la ciudad que aún no hemos terminado de construir y mucho menos de disfrutar, se encierra en sí misma y renuncia a la fachada. Es una ciudad privada. Las casas se enorgullecen por dentro e ignoran al paseante. Todo sucede cuando entramos, cuando dejamos de pertenecer a la calle, y por

paradoja, somos libres. Nadie se siente libre caminando por San Bernardino o por los simétricos bloques de El Valle. En primer lugar, porque Caracas es la perfecta negación de lo peatonal. La ciudad se interrumpe en cualquier trayecto, y en ocasiones, alcanzar la acera contraria es un reto no sólo al vigor físico, sino incluso a la inteligencia del ciudadano.(…)Los caraqueños vivimos en una vitrina de sucedáneos, absolutamente irrepetible. Somos la maqueta de una ciudad universal, incapaz hasta ahora de encontrar su financiamiento. Todo lo que hemos levantado, nos pareció en algún momento cierto, pero sólo con la certeza del parecido. En el fondo somos la literatura de una ciudad que debe existir a trocitos en el resto del planeta.

Plaza Altamira, Caracas.

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Caracas veloz (segunda mitad del siglo XX)

Tulio Hernández

i un turista confiado se guía exclusivamente por las referencias históricas, partirá hacia Caracas, la capital

de Venezuela, con la certeza entusiasta de que va a encontrarse con una ciudad vieja y cargada de memoria. La suposición del turista no es incorrecta. Caracas fue oficialmente fundada en el año de 1567, y sería lógico pensar que un poco más de cuatro siglos de existencia es tiempo suficiente como para convertir a una ciudad en una galería de su propia historia, tal

como ocurre en La Habana y San Juan, las vecinas capitales del Caribe.Pero la realidad es otra, y debemos advertírsela tempranamente al turista para aminorar su desilusión. La Caracas que hoy conocemos y habitamos no conserva prácticamente ni una sola señal –un palacio o un monasterio, o por lo menos, una muralla, una columna o los restos de un viejo acueducto – que muestre, aunque sea como una referencia turística importada, el testimonio de sus cuatrocientos treinta y un años

de vida como ciudad hispánica, o de los tiempos anteriores cuando su geografía sirvió como territorio de los pueblos

indígenas con quienes se encontró el conquistador.Como si se tratara de una dama entrada en años que ha extirpado sistemáticamente de su rostro las inevitables señales de su experiencia y su vejez, Caracas se nos ofrece a la vista como una

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Page 49: Caracas siempre nueva

La Caracas de la segunda mitad del siglo XX es,

precisamente,hija de la velocidad

Vista de La Habana, Cuba, año 2005, fotografía de Pedro Urra.

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creación exclusiva del siglo XX, como un territorio específico de la modernidad y la posmodernidad periférica, interrumpido sólo ocasionalmente por uno que otro, solitario, acorralado y, seguramente, hasta falseado recuerdo del siglo XIX, y sólo en grado excepcional del XVIII o el XVII. Todo lo demás, lo que en ella hoy existe como espacio o condición significativa, lo que para bien o para mal la define y le asigna su personalidad, es el resultado de la acción humana realizada en lo que va de siglo y, para ser más precisos aún, desde mediados de la década de los años treinta en adelante.(…)Lo que mejor define a la ciudad que hoy habitamos, la circunstancia que con mayor fuerza ha modelado la personalidad de sus habitantes y las características de su urbanismo, hay

que buscarlo en la velocidad. La Caracas de la segunda mitad del siglo XX es, precisamente, hija de la velocidad. (…)Porque la velocidad de la que hablamos en el caso de Caracas no elude a esa mecánica de la prisa urbana expresada en la imagen de hombres y mujeres, de vehículos, patrullas y ambulancias que se desplazan siempre ansiosos en un espacio común. No. Va más allá y es de otro orden. La velocidad propia de esta ciudad es algo más parecido a un tiempo interior, a una estrategia del desasosiego, a una urgencia del tiempo histórico con el que sus habitantes y constructores, periódicamente, han intentado vencer la adversidad, liberarse del asedio de la naturaleza, o intentar, por fin, terminar un proyecto que ha sido sólo eso: la promesa irrealizable de una ciudad siempre inconclusa.

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El Ávila (2001)

Rafael Arráiz Luccas i alguien nos pregunta por nuestra ciudad en otras latitudes, invariablemente comenzamos el relato diciendo: «Caracas es una

ciudad extendida sobre un estrecho valle, a los pies de una montaña alta y larga, que la separa del Caribe». Pero además, aunque la gente no lo crea, el Ávila es de los contados elementos consustanciales de la ciudad que ha mejorado.Si observan con cuidado algún lienzo de Cabré de los años veinte, treinta o cuarenta, comprobarán que el cerro estaba desprovisto de vegetación, que sus estribaciones estaban cubiertas por una gramínea de espigas moradas que, como se sabe, estacionalmente es campanada de

El valle de Caracas con el Ávila al fondo, visto desde colinas de Bello Monte.

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alerta para los alérgicos. La reforestación del cerro es obra reciente, así como su cuidado. A ello contribuyó el hecho de que fuese decretado parque nacional el 12 de diciembre de 1958, cuando el espíritu de la democracia sepultaba el de la dictadura militar, y Venezuela iniciaba la andadura de su senda libertaria, con todos los accidentes que hemos padecido.El cerro, originalmente llamado por los indígenas Guaraira-Repano, no sólo ha sido testigo del intento fallido de fundación de la ciudad, por parte de Francisco Fajardo en 1560, sino que

también lo fue de la fundación definitiva, por parte de un hombre procedente de El Tocuyo, y acompañado por una comitiva. En ella, por cierto, venía Gabriel de Ávila, alférez mayor de campo, quien llegó a ser alcalde de la ciudad en 1573, pero desde antes se estableció con su familia en una zona al pie de la montaña, motivo por el que comenzó a llamarse al cerro con el apellido del alférez, convirtiendo al apellido en topónimo, y la voz indígena original en un recuerdo.(…)

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Lamentablemente, el cerro fue testigo de la cacería que emprendió Garci González de Silva hasta dar con Tamanaco, y dar cuenta de la vida del cacique en las fauces de sus perros obedientes. Pero también fue testigo de empresas ajenas a la violencia, como aquella de Humboldt y Bonpland, que relata con gracia Arístides Rojas, y da cuenta de la hazaña del alemán y su acompañante al coronar la cima de la montaña, acompañados por baquianos; y lamentando la deserción de sus amigos caraqueños, entre otros el joven Andrés Bello, como señala Rojas.Y si el cerro ha sido testigo de la propagación de la ciudad, con sus lenguas de asfalto y sus cetros de ladrillos, también lo ha sido de sus terremotos, de los golpes de Estado que la ambición militar motoriza, y hasta de la indiferencia de un tachirense que tuvo al país en sus manos, enguantadas, desde una ciudad abrumada por el calor de los valles de Aragua. Desde que los primeros colonizadores se enfrentan a los caracas,

los toromaimas y los mariches hasta el sol de hoy, ni la paz ni la violencia han sido unánimes.(…)Ojalá y el Ávila sea testigo de los cambios que tienen que darse en Venezuela antes de que la desintegración haya cumplido su tarea. No es tarde. Así como las condiciones del cerro mejoraron en décadas recientes, por más que la furia de la naturaleza haya dejado zarpazos sobre su piel, nosotros podemos experimentar el mismo ascenso.

Cerro El Ávila visto desde La Urbina, Caracas.

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Índice

Un cerro llamado Guaraira-Repano (siglos XV - XVI) Guillermo Meneses 2La fundación de Caracas (1567) Carmen Clemente Travieso 7Los santos protectores de Caracas (Siglos XVI – XVII) Arístides Rojas 10Un valle fértil y alegre (1723) José de Oviedo y Baños 14Los caraqueños: hospitalarios y cordiales (1800) Alejandro de Humboldt 16Las hermosas caraqueñas (1810) Robert Sample 20Los pobladores (1857) Pal Rosti 22El camino La Guaira – Caracas (1857) Anónimo 25El ferrocarril La Guaira – Caracas (1896) William Eleroy Curtis 28La culta, la hospitalaria, la inteligente Caracas (finales siglo XIX) José Martí 30Un valle inundado (hacia el siglo XX) Arturo Uslar Pietri 33El terremoto de 1900 José Antonio Calcaño 36El primer cine de Caracas (1906) Alfredo Cortina 38Carros grandes, calles estrechas (1950) Marisa Vaninni 40La nueva Caracas (1945 a 1957) Mariano Picón Salas 42Los cerros de Caracas (1960) Salvador Garmendia 44La ciudad siempre nueva (siglo XX) José Ignacio Cabrujas 46Caracas veloz (segunda mitad del siglo XX) Tulio Hernández 48El Ávila (2001) Rafael Arráiz Lucca 52