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1 ESPIRITUALIDAD MISIONERA EN EL CONTEXTO DE LA MISIONOLOGÍA (Prof. Juan Esquerda Bifet) Objetivo : Se studian los contenidos doctrinales y las aplicaciones pastorales de la misión, en vistas a vivir la misión y también estudiar cómo debe ser el estilo de vida de quien se dedica a la misión. La misión, recibida de Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, debe vivirse tal como es: como "vida en el Espíritu", es decir con la "espiritualidad" consecuente. El testimonio peculiar cristiano es un factor determinante en el proceso de maduración de las semillas de filiación y de fraternidad. Contenidos : La "misión" puede estudiarse en su naturaleza (teología dogmática), en su metodología (teología pastoral) y en su vivencia (teología espiritual o espiritualidad). El “discipulado” cristiano es esencialmente misionero. El anuncio y testimonio cristiano, armonizados entre sí, deben responder a los desafíos de una historia milenaria de la humanidad, guiada amorosamente por la Providencia hacia el cumplimiento de todos los anhelos sembrados por Dios en todas las culturas y religiones. La "espiritualidad" como vivencia de la misión en sintonía con Cristo, es una prioridad pastoral de la Iglesia que mira a María como figura de su virginidad y fecundidad apostólica. La espiritualidad misionera es una parte integrante de la misionología como estudio de la función espiritual o vivencial de la misión. Metodología : Exposiciones doctrinales, pistas de lectura y trabajo, reflexión personal y en equipo, diálogo, consulta, soporte electrónico. (1ª Parte, preliminar) MISIÓN EN DIMENSIÓN TRINITARIA, CRISTOLÓGICA, PNEUMATOLÓGICA, ECLESIOLÓGICA ——

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ESPIRITUALIDAD MISIONERA EN EL CONTEXTO DE LA MISIONOLOGÍA(Prof. Juan Esquerda Bifet)

Objetivo: Se studian los contenidos doctrinales y las aplicaciones pastorales de la misión, en vistas a vivir la misión y también estudiar cómo debe ser el estilo de vida de quien se dedica a la misión. La misión, recibida de Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, debe vivirse tal como es: como "vida en el Espíritu", es decir con la "espiritualidad" consecuente. El testimonio peculiar cristiano es un factor determinante en el proceso de maduración de las semillas de filiación y de fraternidad.Contenidos: La "misión" puede estudiarse en su naturaleza (teología dogmática), en su metodología (teología pastoral) y en su vivencia (teología espiritual o espiritualidad). El “discipulado” cristiano es esencialmente misionero. El anuncio y testimonio cristiano, armonizados entre sí, deben responder a los desafíos de una historia milenaria de la humanidad, guiada amorosamente por la Providencia hacia el cumplimiento de todos los anhelos sembrados por Dios en todas las culturas y religiones. La "espiritualidad" como vivencia de la misión en sintonía con Cristo, es una prioridad pastoral de la Iglesia que mira a María como figura de su virginidad y fecundidad apostólica. La espiritualidad misionera es una parte integrante de la misionología como estudio de la función espiritual o vivencial de la misión.

Metodología: Exposiciones doctrinales, pistas de lectura y trabajo, reflexión personal y en equipo, diálogo, consulta, soporte electrónico.

(1ª Parte, preliminar) MISIÓN EN DIMENSIÓN TRINITARIA, CRISTOLÓGICA, PNEUMATOLÓGICA, ECLESIOLÓGICA

I. LA MISIÓN, DESDE LAS VIVENCIAS DE CRISTO

1. La vida de Jesús es misión

Cristo es el “ungido” y “enviado” por excelencia, para realizar la misión recibida del Padre bajo la acción del Espíritu Santo

La misión del Padre da sentido a su vida de Hijo de Dios hecho hombre

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La dinámica de la misión de Jesús abarca todo su existir divino y humano: “salí del Padre... voy al Padre” (Jn 16,28)

2. La misión de construir una humanidad de hijos de Dios y familia de hermanos

La actitud filial del “Padre nuestro”, en comunión vital con Cristo y con todos los redimidos por él, abarca a toda la humanidad y a toda la historia.

“La fuerza del cristianismo se extiende mucho más allá de las fronteras de la fe cristiana” (encíclica “Dios es Amor”, n.31).

La comunidad del resucitado, que celebra la Eucaristía y escucha la Palabra, se convierte en “un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32), cuando toda ella se orienta a compartir todo lo que tiene para salir al encuentro de todos los hermanos que quieren “ver a Jesús” (Jn 12,21).

3. La misión de Jesús no tiene fronteras

Jesús es “el enviado” para anunciar esta “alegre” o “buena noticia” a toda la humanidad, especialmente a los más “pobres” y necesitados (cfr. Lc 4,18; Is 61,2). Él es “la Palabra” personal de Dios, “la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9).

Por esto, en el sermón central de su mensaje (las “bienaventuranzas” o “sermón de la montaña”), Jesús habla de Dios, Padre de todos, que “hace salir su sol” sin distinción de pueblos ni de razas (cfr. Mt 5,45).

“Toda la humanidad, que cargas sobre tus hombros, es como una sola oveja” (SAN GREGORIO DE NISA).

El universalismo de la misión de Jesús, “a todos los pueblos” (Mt 28,19) no es sólo geográfico, cultural y sociológico, sino que también abarca a toda situación humana (personal y comunitaria). Él es el “pan de vida por la vida del mundo” (Jn 6,51).

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II. LA MISIÓN DE CRISTO EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA, FUNDADA PARA EVANGELIZAR

1. Misión, razón de ser de la Iglesia

“Evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (EN 14). Es “saacramento universal de salvación”.

Es misionera por ser reflejo de la Trinidad de Dios Amor: “La Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera, porque toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre” (AG 2).

“Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos... hasta los confines de la tierra” (Hech 1,8).

2. La misma misión de Cristo confiada a la Iglesia. El discipulado

La misión de la Iglesia es la misma y única misión de Cristo, prolongada en el tiempo y en el espacio. “Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20,21).

La misión tiene lugar a partir de un encuentro personal con Cristo, que reclama seguimiento para compartir su misma vida misionera.

El discipulado es un encuentro de amistad con Cristo, para compartir sus mismas vivencias, actitudes y misión: “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mt 19,27).

Se entra en relación con él (encuentro vivencial), para compartir su misma vida (seguimiento), en colegialidad de hermanos (comunión), para dedicarse de por vida a anunciar y testimoniar el evangelio (misión).

3. La misión eclesial de ser comunión y construir la comunión universal reflejo de la Trinidad, Dios Amor

La razón de ser de la Iglesia es la de recibir el amor de Dios revelado y comunicado en Cristo, para celebrarlo, vivirlo y anunciarlo: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él” (1Jn 4,16).

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La Iglesia quiere ser “un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32), como signo eficaz de comunión, es decir, “sacramento de la unión íntima con Dios y de la unidad del género humano” (LG 1).

Los títulos bíblicos aplicados a la Iglesia tiene este sentido de totalidad en la entrega y de apertura incondicional a la misión: "Cuerpo de Cristo" (Col 1,24), "Pueblo de Dios" (1Pe 2,9), “principio del Reino” (LG 5), “sacramento” o signo portador del “misterio” de Cristo (Ef 3,9-10), “esposa” o consorte y “complemento” (Ef 5,25-32), “Madre” como esposa fiel y fecunda (Gal 4,26).

III. MISIÓN, EL SENTIDO DE LA VIDA CRISTIANA COMO VOCACIÓN MISIONERA

1. Misión y evangelización

La misión tiene origen en el Padre (que envía), se realiza por el Hijo (el enviado) y tiene la fuerza del Espíritu Santo (que guía y dinamiza todo el proceso misionero). La misión se inserta en circunstancias culturales e históricas.

La misión tiene como objetivo, “formar a Cristo” (Gal 2,19) en cada ser humano y hacerlo presente en toda comunidad.

La “evangelización” es la acción derivada de la misión (“envío”). Cristo es “ungido” y “enviado” (Lc 41,18) para “evangelizar” a una humanidad inmersa en circunstancias de limitación y pobreza, de pecado, de injusticias, de enfermedad y de muerte, pero también de grandes gestos de autenticidad, coherencia y donación.

2. La vida cristiana es misión como exigencia bautismal

El bautizado toma conciencia de haber sido “elegido en Cristo” para ser “santo”, como “hijo en el Hijo”, y para “recapitular todas las cosas en Cristo”. Para este objetivo santificador y misionero ha recibido la “prenda” o “garantía” del Espíritu Santo (cfr. Ef 1,3-14).

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Encíclica “Dios es Amor”: “La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán” (n. 14).

A todo cristiano compete vivir, celebrar y anunciar la fe, puesto que "todos los fieles tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad revelada" (Catecismo I.C. 91). "La fe se fortalece dándola" (RMi 2). "Toda persona tiene el derecho a escuchar la «Buena Nueva» que se revela y se da en Cristo, para realizar en plenitud la propia vocación" (RMi 46; cfr. EN 60).

3. Vocación misionera

Esta respuesta a la vocación cristiana, de santidad y misión, es siempre incondicional y para siempre. No existe una vocación cristiana a tiempo parcial.

Existe una vocación misionera peculiar o especial, que puede darse en cada estado de vida: laical, de vida consagrada, sacerdotal. “Aunque a todo discípulo de Cristo incumbe el deber de propagar la fe según su condición, Cristo Señor, de entre los discípulos, llama siempre a los que quiere para que lo acompañen y los envía a predicar a las gentes” (AG 23).

Es la vocación misionera de por vida y sin fronteras. “La vocación especial de los misioneros ad vitam conserva toda su validez: representa el paradigma del compromiso misionero de la Iglesia” (RMi 66)

IV. LA ACCIÓN EVANGELIZADORA DE ANUNCIO, CELEBRACIÓN Y COMUNICACIÓN DE LA CARIDAD DE DIOS AMOR

1. Enviados para evangelizar

El objetivo de la misión es de anunciar, hacer presente o actualizar, comunicar la “buena nueva”, que es el mismo Jesús ya presente en los signos eclesiales, en el corazón de todo ser humano y en los acontecimientos históricos.

La misión de “evangelizar” (Lc 4,18) se realiza por medio de diversos servicios, aprendidos del mismo actuar misionero de Jesús: anuncio, testimonio, cercanía, donación-oblación de sí.

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El anuncio y enseñanza de la Palabra (profecía), la celebración de los misterios salvíficos (liturgia) y los servicios de caridad y de animación-dirección (diaconía) se realizan en el mismo horizonte universalista de la redención: “Cristo murió por todos” (2Cor 5,14-15).

2. Niveles de evangelización

La acción evangelizadora comienza siempre con el primer anuncio (“kerigma”) de Cristo resucitado (cfr. Hech 2,32; Rom 1,1ss)

Evangelizar en una comunidad, relativamente cristiana, donde ya se han dado pasos firmes con el resultado de vocaciones locales y ministerios estables, constituye el nivel de la pastoral ordinaria.

El concepto de “nueva evangelización” indica una necesaria renovación para responder a nuevas situaciones (cfr. Puebla 366). En algunos casos puede indicar una necesidad de reevangelización.

3. Hacia una pastoral misionera “ad gentes”

La misión se dirige a “todos los pueblos” (“ad omnes gentes”), pero indicando la totalidad de los seres humanos y de cada corazón humano. Cristo ha venido “por todos” (2Cor 5,14), para que todos tengan “vida abundante” (Jn 10,10).

Sólo cuando se vive la actitud filial de Cristo (por el “Padre nuestro”) y su actitud de donación total (por las bienaventuranzas y el mandato del amor), se comprende la urgencia de la misión universalista de Jesús: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados y yo os daré descanso” (Mt 11,28).

En la historia misionera de la Iglesia, se ha seguido ordinariamente el parámetro o ámbito “geográfico” de la misión. Hay que completar este parámetro geográfico con el ámbito cultural y sociológico.

V. LA CARIDAD SIN FRONTERAS, FUENTE Y ALMA DE LA MISIÓN COMO FIDELIDAD AL ESPÍRITU

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1. La caridad, fuente y alma de la misión

“La caridad viene de Dios” (1Jn 4,7). Es Dios quien se manifiesta como “Dios Amor” (1Jn 4,8), porque ha enviado a su Hijo para asumir como “consorte” toda la historia humana (cfr. 1Jn 2,2). “Si Dios es Amor, la caridad no puede tener fronteras” (San León Magno).

La fuente de la misión es Dios Amor: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16).

La misión es urgencia de amor: "La Iglesia, enviada por Cristo para manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos, sabe que le queda por hacer todavía una obra misionera ingente" (AG 10).

2. Misión, fidelidad al Espíritu Santo

La acción del Espíritu Santo en culturas y religiones, va más allá de las estructuras visibles de la Iglesia, mientras, al mismo tiempo, dinamiza esas culturas y religiones hacia la comunidad del resucitado.

Es el Espíritu Santo “quien esparce «las semillas de la Palabra» presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo” (RMi 28).

La actitud apostólica es de fidelidad (apertura, sintonía) al Espíritu que guió la misión de Jesús (cfr. Lc 4,18; 10,21) y que sigue guiando la misión que Jesús confió a su Iglesia (cfr. Jn 20,21-23; Hech 1,8).

La vida misionera es un camino de fidelidad a la acción del Espíritu Santo, que lleva hacia el “desierto” de la contemplación y del sacrificio (cfr. Lc 4,1), para poder dedicarse al anuncio (cfr. Lc 4,4) y a la misión de “evangelizar a los pobres” (Lc 4,18).

3. El “espíritu” de la evangelización. Espiritualidad misionera

La “espiritualidad” indica una “vida” o “camino” de acuerdo con la acción del Espíritu Santo (cfr. Gal 5,25).

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La puesta en práctica de la espiritualidad misionera equivale a seguir decididamente el camino de santidad: tomarse en serio el amor de Cristo y el amor a Cristo. Por esto, "La llamada a la misión deriva, de por sí, de la llamada a la santidad... El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos" (RMi 90).

Las figuras misioneras históricas, que han vivido esta espiritualidad, se han inspirado en la figura del Buen Pastor y de los Apóstoles.

La espiritualidad misionera se concreta en: relación íntima con Cristo (contemplación y misión), fidelidad al Espíritu Santo, respuesta generosa a la vocación misionera, vida de fraternidad apostólica, las virtudes concretas que derivan de la caridad pastoral, la oración contemplativa como experiencia cristiana de Dios, el sentido y amor de Iglesia misterio-comunión-misión, la aceptación vivencial de la figura de María como Tipo y Madre de la Iglesia misionera.

La única recompensa del misionero es la de poder gastar la vida haciendo que Cristo sea conocido y amado de todos.

VI. LA MISIÓN CRISTIANA EN LAS COORDENADAS DE TIEMPO Y DE ESPACIO, ENTRE RELIGIONES Y CULTURAS

1. Una historia misionera abierta al futuro

La historia misional es el anuncio, actualizado en cada época, de que "el Verbo se ha hecho hombre y ha habitado entre nosotros" (Jn 1,14).

En los diversos períodos históricos, la Iglesia ha intentado seriamente evangelizar, por un proceso de discernimiento, para asumir las semillas del Verbo anteriormente sembradas por el Espíritu Santo en las diversas culturas y religiones.

En cada época histórica, como también en la nuestra, la referencia al pasado indica la recepción de una herencia de celo apostólico, a modo de ensayo continuo, que intenta corregir las limitaciones del pasado, sin perder las grandes lecciones aprendidas.

2. Retos actuales de la misión

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Uno de los retos mayores que se presentan en el inicio del tercer milenio, consiste en la urgencia de detectar la huellas o “semillas del Verbo”, a modo de preparación evangélica, que se encuentran en todas las culturas y religiones de la humanidad.

Algunos retos apremian a una mayor fidelidad misionera son: la globalización, los medios de comunicación social, las migraciones, situaciones de pobreza e injusticia, la situación de la familia, el potencial de la juventud, la inserción en las culturas, el diálogo interreligioso...

A estos retos hay que responder con un testimonio evangélico auténtico y con una vida coherente, que se refleje también en ideas claras y entusiasmantes sobre la misión. La misión es comunicar a los demás “la propia experiencia de Jesús” (RMi 24).

3. El diálogo intercultural e interreligioso. El proceso de la inculturación

El encuentro dialogal entre culturas y religiones se realiza detectando y respetando la acción del Espíritu Santo en todas ellas, aunque sea en medio de imperfecciones y limitaciones humanas.

El discurso de Pablo en el areópago de Atenas es un ejemplo siempre actual del proceso de inculturación, que tiene tres momentos: 1) respeto a los valores culturales y religiosos, 2) purificación de los mismos a la luz del evangelio, 3) invitación a dar el salto a la fe en Cristo (cfr. Hech 17,19-34).

La promesa divina hecha a los primeros progenitores de la humanidad (cfr. Gen 3,15), reafirmada en Noé después del diluvio (cfr.Gen 9,1-17) y en Abraham (cfr. Gen 12,2-3), ha marcado definitivamente toda la historia humana, orientándola hacia Cristo.

El diálogo entre creyentes de diversas religiones, puede realizarse como diálogo de vida (en la convivencia de todos días, personal, familiar y social); diálogo de obras (cooperando en el quehacer humano); diálogo de doctrina (compartiendo la reflexión teológica sobre la propia creencia y conducta moral); diálogo de experiencias religiosas (oración y peculiar relación con Dios).

VII. HACIA LA IGLESIA LOCAL MISIONERA EN COMUNIÓN RESPONSABLE CON LA IGLESIA UNIVERSAL

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1. Iglesia local misionera en la Iglesia universal

La Iglesia “local” o “particular” es la comunidad cristiana presidida por un obispo, sucesor de los Apóstoles, en comunión con el Papa, sucesor de Pedro, y con todos los demás obispos de la Colegialidad Episcopal.

Por su misma naturaleza, la Iglesia particular queda abierta a la misión “ad gentes”, hacia dentro y hacia fuera. La naturaleza misionera de la Iglesia se concretiza en cada Iglesia particular, presidida por el obispo en colaboración con su Presbiterio.

Las afirmaciones conciliares y postconciliares son explícitas: "Toda la diócesis se haga misionera" (AG 38); "toda Iglesia particular debe abrirse generosamente a las necesidades de los demás" (RMi 64).

2. Pastoral misionera en la Iglesia local y universa. Animación y cooperación

La acción pastoral tiende a construir una familia de hermanos (“ecclesia”), donde resuene la Palabra del Señor, se celebre el misterio pascual de Cristo y se viva según el mandato del amor y las bienaventuranzas, siempre abierta a los horizontes infinitos de Dios Amor revelado por Jesús.

La pastoral es auténtica cuando está orientada a construir la comunidad eclesial, local y universal. Las vocaciones, los servicios o ministerios y los carismas, se orientan hacia esta construcción de la Iglesia como comunidad de caridad sin fronteras geográficas y culturales.

La pastoral abierta armónicamente a toda la Iglesia particular y a toda la Iglesia universal, necesita una “animación” de la comunidad, para despertar en ella la conciencia de ser misionera.

Esta “animación” se concretará en una “cooperación” generosa hacia la misión “ad gentes”, por medio de oraciones, sacrificios, formación misionera, ayuda material y, especialmente, fomento de las vocaciones.

3. Formación misionera

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El itinerario de la formación misionera es principalmente un proceso de asimilación de los criterios, sentimientos, motivaciones, valores y actitudes de Cristo (cfr. Fil 2,5; 1Cor 2,16). La pauta de este itinerario la trazó el mismo Cristo, antes del envío de los Apóstoles (cfr. Mt 10).

El proceso formativo es inicial y permanente. Las cualidades (humanas, cristianas y apostólicas) se van desarrollando según los diversos niveles: humano, espiritual, intelectual y pastoral, siempre de modo personal y comunitario, a la luz de la fe en Cristo.

Esta formación, en los cuarto niveles, debe ser estrictamente misionera, que ordinariamente necesita una profundización más especializada (por las ciencias misionológicas).

MARÍA, FIGURA DE LA IGLESIA MISIONERA DE TODOS LOS TIEMPOS

El anuncio sobre Jesús, verdadero Dios, verdadero hombre y único Salvador, constituye el “kerigma” o primer anuncio del evangelio (cfr. 1Cor 15,3-5; Rom 1,1-7; Ef 3; Hech 2,14ss).

El tema mariano (cfr. Gal 4,4-7) es como el resumen de este anuncio: Jesucristo nacido de María Virgen. Efectivamente, la maternidad de María indica la verdadera humanidad de Jesús; su virginidad, por obra del Espíritu Santo, expresa la divinidad del Señor; el consentimiento de María deja entrever que el “Salvador” (“Jesús”) salva al hombre por medio del hombre, es decir, queriendo la colaboración (el “sí”) del ser humano.

La presencia activa y materna de María en la Iglesia (cfr. RMa 1, 24, 28, 48, 52) se experimenta especialmente en la vida apostólica. “La Iglesia aprende de María su propia maternidad” (RMa 24). La misión de la Iglesia es la concretización de la mternidad de María, la cual “encuentra una nueva continuación en la Iglesia y a través de la Iglesia" (ibídem)El apóstol, al anunciar a Cristo nacido de María y que asocia a María, se encuentra inmerso en una dinámica vocacional inherente al ser de la Iglesia misionera:

En el inicio del camino vocacional, como en la santificación del Precursor y en la fe delos primeros discípulos (Lc 1,15.41; Jn 2,11).

En el seguimiento apostólico, que incluye la intimidad con Cristo y la misión (Jn 2,11-12; Mc 3,14).

En los momentos de dificultad, cuando es necesario vivir el misterio de la cruz (Jn 19,25-27).

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En los períodos de renovación, por las nuevas gracias del Espíritu Santo (Hech 1,14; 2,4).

LECTURA Y PRESENTACIÓN DE MANUALES DE MISIONOLOGÍA

AA. AV., La misionología hoy (Estella, Verbo Divino, 1987): I.- Misionología y teología: ciencia teológica, eclesiología; II.- Teología de la misión: Biblia, historia, AG y EN, principios teológicos, actividad misionera; III.- Nueva época de la misión: diálogo, inculturación, países, religiones, pobreza, espiritualidad.

AA VV., Seguir a Cristo en la misión. Manual de misionología (Estella, Edit. Verbo Divino, 1998): Fundamentos teológicos y temas concretos de teología, pastoral y espiritualidad misionera. Vías de la acción misionera actual. Historia de la misión en los diversos Continentes. Religiones.

J.A. BARREDA, Missionologia. Studio introduttivo (Cinisello Balsamo, San Paolo, 2002): Conceptos básicos de misionología como ciencia teológica. Corientes actuales y nuevos horizontes.

L.A. CASTRO, Gusto por la misión. Manual de Misionología (Bogotá, CELAM 1994): Somos enviados, a dónde, por quién, por qué, a quién, hasta cuándo, para qué, quiénes, cuándo, cómo.

J. ESQUERDA BIFET, La vida es misión. Compendio de Misionología (Valencia, EDICEP, 2007): Misión de Jesús. Teología sobre la misión. Dimensión teológica, trinitaria, cristológica, pneumatológica, soteriológica, eclesiológica, ecuménica, escatológica, antropológica, sociológico-cultural. Religiones y experiencia de Dios. Camino histórico de la misión eclesial. Pastoral, espiritualidad y animación misionera.

Idem, Teología de la evangelización (Madrid, BAC, 1995): Jesús evangelizador. Misionología, teología misionera. Dios Amor, fuente de la misión (dimensión trinitaria). El mandato misionero de Jesús (dimensión cristológica). Evangelizar bajo la acción del Espíritu (dimensión pneumatológica). Naturaleza misionera de la Iglesia (dimensión eclesiológica). Inserción en culturas y religiones. Pastoral, animación y espiritualidad misionera. Vocación misionero. María en el camino misionero de la Iglesia.

Idem, Misionología. Evangelizar en un mundo global (Madrid, BAC, 208) (Suple, completa y actualiza el anterior de la BAC).

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K. MÜLLER, Teología de la misión (Estella, Verbo Divino, 1988): Terminología y ciencia misionológica. Concepto de misión: fundamento, finalidad, actividad. Resumen histórico y actualidad. Bibliografía.

A .SANTOS HERNÁNDEZ, Teología sistemática de la misión (Estella, Verbo Divino, 1991): Escuelas misionológicas. Vaticano II. Evangelii nuntiandi. Temas concretos. Diálogo interreligioso y ecuménico. Redemptoris Missio.

D. SENIOR, C. STUHLMÜLLER, Biblia y misión. Fundamentos bíblicos de la misión (Estella, Edit. Verbo Divino, 1985): La soberanía de Dios y su voluntad de salvación, la historia, el mundo creado, la experiencia religiosa. Las modalidades de la misión: proclamación directa, crítica e interpelación profética por medio de la palabra y del signo, el "testimonio" en favor del evangelio, la misión como transformación personal y social.

(2ª Parte): ESPIRITUALIDAD MISIONERA:

1. EL "ESPÍRITU" DE LA EVANGELIZACIÓN HOY

La espiritualidad misionera hace descubrir y vivir la prioridad y la iniciativa de Dios en el don de la misión. Como estilo de vida del misionero, la espiritualidad ayuda a profundizar en los temas teológicos sobre la misión (teología misionera) y es la mejor garantía para acertar en la pastoral misionera.

La espiritualidad misionera, como renovación eclesial, es la clave de la eclesiología conciliar: Iglesia misterio, comunión y misión. Viviendo su realidad de "misterio" o "sacramento" de Cristo (LG I), como "comunión" o pueblo de hermanos (LG II), la Iglesia en cada uno de sus miembros (LG III-VI) se hace misionera como "sacramento universal de salvación" (LG VII; cf. AG 1). De este modo, la naturaleza misionera de la Iglesia se expresa como "maternidad", que tiene a María como prototipo (LG VIII; cf. AG 4).

La espiritualidad misionera, que consiste en "actitudes interiores" del apóstol (EN 74), a la luz del evangelio, es la base indispensable para discernir y afrontar la problemática misionera actual.

A) Terminología: "espíritu", "espiritualidad"

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Son diversos los nombres que se usan para indicar la teología de la vida espiritual: espiritualidad, teología de la perfección, teología espiritual, ascética y mística etc. El término "espiritualidad" indica el "espíritu" o estilo de vida. Se quiere "vivir" lo que uno es y hace. Para el cristiano, se trata de la vida "espiritual", es decir, de la "vida según el Espíritu" (Rom 8,9): "caminar en el Espíritu" (Rom 8,4). Es, pues, una vida que se quiere vivir en toda su realidad humana, con autenticidad y profundidad.

La vida espiritual no es, pues, una actitud intimista, sujetivista o alienante, sino una camino o proceso de santidad o de perfección, que se traduce en actitudes de fidelidad, generosidad y compromiso vital de totalidad.

En toda cultura humana se encuentran tres relaciones básicas del comportamiento personal y colectivo: la relación con los demás hermanos, la relación con las cosas y acontecimientos, la relación con la trascendencia (Dios, el más allá...). El hombre busca vivir en profundidad el "misterio" de su propia existencia y de los demás hermanos, así como el realismo pleno de las cosas y de la historia, donde se deja sentir el "más allá" de una presencia y de una voz de Dios.

El verdadero estudio del misterio de Cristo se realiza con actitud vivencial. Hay que estudiar los datos de la revelación con una actitud científica de análisis y síntesis, en vistas a una clarificación y precisión (función científica); hay que profundizarlos también para el anuncio y la llamada a la fe (función kerigmática, evangelizadora, pastoral); hay que celebrarlos en los momentos litúrgicos (dimensión litúrgica). Pero si faltara la función vivencial, esas otras funciones correrían el riesgo de quedarse en profesionalismo.

Es "vida en Dios" (Rom 6,11) o según los planes salvíficos del Padre, que quiere que el hombre se construya libremente según la imagen divina, como "hijo en el Hijo", que tiene la "impronta" del Espíritu, para hacer que toda la creación y toda la historia se orienten hacia Cristo, el Salvador, Dios hecho hombre (cf. Ef 1,3-14; Col 1,9-17).

Es vida en Cristo (cf. Jn 6,56-57; Gal 2,20), a partir de una llamada que se hace encuentro (cf. Jn 1,35-51), unión y relación personal (cf. Mc 3,14), seguimiento personal y comunitario, imitación (cf. Mt 11,29), configuración o transformación (cf. Jn 1,16; Rom 6,1-8) y misión (cf. Mt 4,19; 28,19-20).

Es vida nueva en el Espíritu, que, con el Padre y el Hijo, habita en el corazón del hombre como en su propia casa solariega (cf. Jn 14,17.23), que ilumina al hombre acerca del misterio de Cristo (cf. Jn 16,13-15), y que le transforma en transparencia y en testigo del evangelio (cf. Jn 15,26-27).

La "espiritualidad" o el "espíritu" de la vida cristiana tiene, pues, dimensión trinitaria y, por tanto, teológica, salvífica, cristológica, pneumatológica. Pero es también un

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caminar de hermanos que forman una sola familia o comunidad "convocada" (dimensión eclesial), comprometida en las situaciones humanas concretas (dimensión antropológica, social e histórica). Es una vida espiritual que se alimenta de la meditación palabra de Dios y de la celebración del misterio pascual (dimensión contemplativa y litúrgica). Es vida que debe anunciarse y comunicarse a todos los pueblos (dimensión misionera), hasta que un día será realidad plena en el más allá (dimensión escatológica).

Estas dimensiones son complementarias, puesto que se postulan mutuamente:

- desde su fuente: dimensión trinitaria, cristológica, pneumatológica,- por medio de su realidad eclesial: dimensión eclesial, litúrgica, contemplativa, misionera, escatológica,- hacia la realidad humana: dimensión antropológica, social e histórica.

El "espíritu" o "espiritualidad" no es simplemente interiorización, sino un camino de verdadera libertad (cf. Gal 5,13; Jn 18,32) que pasa por el corazón y que se dirige a la realidad integral del hombre y de su historia personal y comunitaria. La espiritualidad cristiana se hace inserción ("encarnación") en la realidad, a imitación del Hijo de Dios hecho hombre, armonizando de este modo un proceso de inmanencia que es, al mismo tiempo, de trascendencia y de esperanza.

La vida "espiritual" se llama también vida de "perfección" o de santidad: "sed perfectos como vuestro Padre celestial" (Mt 5,48). Se trata de ordenar la propia vida según el amor, es decir, hacer de la propia existencia una "entrega de sí mismo a los demás" (GS 24). "La caridad es el vínculo de la perfección" (Col 3,14).

B) La dimensión espiritual de la evangelización

La evangelización no depende principalmente de una teología sobre la misión, ni tampoco de unas experiencias personales o comunitarias. Es Cristo resucitado, presente en la Iglesia y en el mundo, quien ha comunicado el mandato misionero, como misión recibida del Padre bajo la acción del Espíritu Santo (cf. Jn 20, 21-23; Act 1, 1-8). Por esto, la acción evangelizadora reclama una actitud relacional con Cristo: en Espíritu, por Cristo, al Padre (cf. Ef 2,18). La evangelización tiene, pues, dimensión "espiritual" de sintonía con los planes salvíficos del Padre, de relación personal con Cristo y de fidelidad a la acción del Espíritu Santo.

La "espiritualidad", o función vivencial de la teología, quiere abarcar el misterio de Cristo en toda su integridad y perspectiva. Los horizontes se abren al infinito: la contemplación, como encuentro que quiere hacerse visión total; la misión, que quiere ser compromiso de anunciar a Cristo a toda la familia humana.

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El proceso de perfección se realiza vaciándose de todo lo que no suene a amor, para llenarse de Dios que es amor y para transformarse en donación total a Dios y a los hermanos. Este camino de perfección se hace, por su misma naturaleza, camino de misión.

Por el hecho de ser testigo del "misterio" de Dios Amor y servidor de la "comunión" eclesial, el cristiano se hace disponible para la "misión". No habría espiritualidad cristiana sin referencia vivencial (afectiva y efectiva) a la Iglesia misterio, comunión y misión. El camino de la "espiritualidad" y perfección se hace servicio de la "Iglesia sacramento universal de salvación" (LG 48; AG 1).

La evangelización se vive con actitud de relación personal respecto a Cristo que envía, acompaña y espera allí donde va el apóstol: "estaré con vosotros" (Mt 28,20). La dimensión espiritual de la evangelización consiste en la vivencia de esta realidad de fe.

Los Apóstoles vivieron la misión con esta actitud relacional de testigos: "Nosotros somos testigos" (Act 2,32); "la caridad de Cristo me urge" (2Cor 5,14); "os anunciamos lo que hemos visto y oído, lo que hemos tocado con nuestras manos: el Verbo de la vida" (1Jn 1,1ss).

Esta actitud relacional, como espiritualidad del evangelizador, es fruto de un don de Dios, que llama a un encuentro con él para escuchar su palabra y comunicar a los hermanos la vida divina. El anuncio evangélico presupone esta vivencia: "Hemos conocido el amor de Dios" (1Jn 3,16); "amemos a Dios, porque él nos ha amado primero" (1Jn 4,19).

La espiritualidad del evangelizador se concreta en "actitudes interiores" (EN 74), todas ellas impregnadas de relación personal. Son actitudes de relación familiar con Dios, de confianza filial, de sintonía con los planes salvíficos de Dios, de amistad con Cristo, de fidelidad a la acción y presencia del Espíritu Santo, de escucha contemplativa de la palabra de Dios, de sensibilidad respecto a los problemas de los hermanos redimidos por Cristo, etc. Todas estas actitudes se traducen en una actitud comprometida para anunciar el evangelio a todos los pueblos. Sin esta actitud misionera, no se concibe la espiritualidad cristiana. Al mismo tiempo, sin las actitudes relacionales de espiritualidad, no existe una verdadera acción apostólica.

Esta dimensión espiritual de la evangelización rompe la dicotomía entre la vida interior y la acción apostólica. Hay siempre momentos diferenciados; pero la actitud del corazón es siempre la misma. La donación a Dios y a los hermanos se manifiesta en los momentos de contemplación de la palabra, de celebración de los misterio de Cristo (liturgia), de vida comunitaria, de acción externa, de cercanía a los hermanos, de soledad, de sufrimiento...

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Del encuentro vivencial y relacional con Cristo, en los momentos contemplativos y eucarísticos, se pasa al deseo de entrega de totalidad (santidad) y al deseo de misión y compromiso sin fronteras.

La vivencia de la espiritualidad se convierte en sensibilidad respecto a las situaciones humanas concretas y actuales, a la luz del evangelio. Entonces se adquiere un verdadero sentido de la historia humana, afrontando los acontecimientos con los criterios, escala de valores y actitudes de Cristo Buen Pastor. De esta espiritualidad nace espontáneamente el sentido de comunión fraterna y el compromiso misionero de orientar toda la humanidad hacia la verdad de Cristo y, por tanto, hacia el amor, la solidaridad, la libertad, la igualdad, la justicia y la paz.

El "espíritu" de la evangelización ("espiritualidad misionera") se convierte en un camino hacia la realidad completa, con toda su inmanencia y trascendencia. Es camino hacia Dios Amor y, por tanto, hacia todos los hombres y hacia todo el cosmos. Pero este camino pasa por el corazón, orientándolo hacia el único camino de salvación: Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6).

C) Documentos conciliares y postconciliares sobre la espiritualidad misionera

Anteriormente al concilio Vaticano II, el tema de la espiritualidad misionera se presentaba con las palabras: santidad, virtudes, ascética, perfección, etc. Hay que reconocer que la terminología misionera, en este campo, dependía de un tema más amplio: la vida espiritual cristiana en general. El magisterio usaba esa misma terminología general.

La expresión "espiritualidad misionera" se encuentra en el decreto conciliar Ad Gentes (1965). Es la primera vez que aparece en un documento magisterial. Está en el contexto del objetivo de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos: "Este Dicasterio promueva la vocación y la espiritualidad misionera, el celo y la oración por las misiones, y difunda noticias auténticas y convenientes sobre las misiones" (AG 29).

El tema en sí mismo (no la expresión literal), en todo su rico contenido, se encuentra explicado en el capítulo IV, que tiene como título "Los misioneros". Ahí se desarrolla la vocación misionera (AG 23), las virtudes (espiritualidad) del misionero (AG 24), la formación misionera (AG 25-26) y los Institutos Misioneros (AG 27). Como puede apreciarse en las notas del decreto conciliar, el tema viene a ser una continuación de la doctrina expuesta anteriormente por las encíclicas misioneras.

El decreto conciliar Ad Gentes describe a los misioneros como portadores de una "vocación especial" (AG 23), que exige "vida realmente evangélica", expresada en fidelidad generosa a la llamada, de suerte que sean coherentes con las exigencias de la misión. Por esto "han de renovar su espíritu constantemente" (AG 24) y adquirir "una

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especial formación espiritual y moral" (AG 25). Imbuido de esta "vida espiritual", el misionero hará posible que "la vida de Jesús obre en aquellos a los que es enviado" (AG 25).

Aunque de nuestro tema se hable explícitamente sólo en estos números citados (de los capítulos IV y V de Ad Gentes), en todo el decreto conciliar aparece un dinamismo de disponibilidad cristiana para la misión. La vida espiritual es vida según el Espíritu. En efecto, "el Espíritu Santo unifica en la comunión y en el ministerio y provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos a toda la Iglesia a través de todos los tiempos, vivificando, a la manera del alma, las instituciones eclesiásticas e infundiendo en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristo" (AG 4). Es esta vida de fidelidad al Espíritu la que transforma a los apóstoles en testigos (cf. AG 6).

La finalidad de la actividad misionera consiste en la gloria de Dios, por el cumplimiento de sus designios salvíficos sobre la humanidad: "Gracias a esta actividad misionera, Dios es glorificado plenamente desde el momento en que los hombres reciben plena y conscientemente la obra salvadora de Dios, que completó en Cristo" (AG 7).

La misión de la Iglesia tiende hacia la construcción de la humanidad en la comunión. Esta comunión y fraternidad cristiana se expresa en la oración y en la caridad: "Así, finalmente, se cumple en realidad el designio del Creador, quien creó al hombre a su imagen y semejanza, pues todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimemente la gloria de Dios, podrán decir: 'Padre nuestro'" (AG 7).

En los documentos postconciliares el tema de la espiritualidad misionera se fue profundizando paulatinamente. Empezó a cobrar actualidad desde la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi de Pablo VI (año 1975), donde se dedica todo un capítulo al "espíritu de la evangelización" (título del cap. VII).

La palabra "espíritu" queda explicada en la misma Exhortación Apostólica, como "actitudes interiores que deben animar a los obreros de la evangelización" (EN 74). Este "espíritu" o "espiritualidad" viene a ser el estilo de vida del evangelizador, el cual, por ello mismo, será fiel a la naturaleza de la evangelización (EN cap. I-III) y a la acción evangelizadora tal como Cristo la realizó y la confió a la Iglesia (EN cap. IV-VI). Por esto, la misión "merece que el apóstol le dedique todo su tiempo, todas sus energías y que, si es necesario, le consagre su propia vida" (EN 5). Se trata, pues, de una espiritualidad que deriva de la misión y que tiene como objetivo la misión, al estilo de Cristo evangelizador que ha querido prolongarse en la Iglesia evangelizadora.

Evangelii Nuntiandi desarrolla la "espiritualidad" o "espíritu" de la evangelización como fidelidad al Espíritu Santo (EN 75). De este modo la Iglesia, reunida con María en el

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Cenáculo, fiel a las nuevas gracias del Espíritu, podrá realizar y promover la "evangelización renovada" que requieren nuestros tiempos (EN 81-82).

La Constitución Apostólica Pastor Bonus (art. 86-88) ratifica el objetivo del Dicasterio misionero según las indicaciones de AG 29 y puntualiza algo más: "estudios de investigación sobre la teología, la espiritualidad y la pastoral misionera" (art. 86), el "espíritu misionero" (art. 87), las "vocaciones misioneras" (art. 88).

La primera afirmación del capítulo VIII de la encíclica Redemptoris Missio se refiere precisamente a la existencia de la espiritualidad misionera como "espiritualidad específica": "La actividad misionera exige una espiritualidad específica, que concierne particularmente a quienes Dios ha llamado a ser misioneros" (n. 87). Se refiere a la "espiritualidad misionera" de que habla el título del capítulo. Con ello se ratifica la afirmación conciliar (AG 29), que es también de la Constitución Apostólica Pastor Bonus (art. 86), como una modalidad de la expresión "espíritu misionero" (ibídem, 87) y del "espíritu de la evangelización" (EN VII).

El decreto conciliar Ad Gentes había descrito la espiritual del misionero, detallando virtudes y actitudes concretas (AG 23-24) e instando a proseguir en la formación espiritual (AG 25). Evangelii nuntiandi había indicado un conjunto de "actitudes interiores" del apóstol (EN 74-80): fidelidad a la vocación (n. 74), fidelidad al Espíritu Santo (n. 75), autenticidad y testimonio (n. 76), unidad y fraternidad (n. 77), servicio de la verdad (n. 78), caridad apostólica (nn. 79-80).

La encíclica Redemptoris Missio sigue una línea descriptiva que corresponde al contenido de los capítulos anteriores y a la finalidad de la misma encíclica de elevar el tono de la disponibilidad misionera al estilo del apóstol Pablo (1Cor 9, 16, citado ya en el n. 1).

El contenido de la encíclica se mueve en tres dimensiones principales estrechamente relacionadas: pneumatológica, cristológica, eclesiológica y pastoral. En el interior de la encíclica la actitud espiritual se encuadra también en la dimensión trinitaria, antropológica y sociológica.

La fidelidad al Espíritu Santo (dimensión pneumatológica) es la actitud básica de la espiritualidad misionera ("espiritualidad" = vida según el Espíritu). "Esta espiritualidad se expresa, ante todo, viviendo con plena docilidad al Espíritu; ella compromete a dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejante a Cristo" (RMi 87). A partir de esta docilidad, se presentan "los dones de fortaleza y discernimiento", como "rasgos esenciales de la espiritualidad misionera" (ibídem).

La fidelidad al Espíritu Santo es el punto de partida para entender la misión en su significado pneumatológico (cap. III). Sin la docilidad al Espíritu no se acertará en el

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contenido evangélico de la misión o no habrá la fortaleza para actuarlo: "También la misión sigue siendo difícil y compleja, como en el pasado, y exige igualmente la valentía y la luz del Espíritu" (RMi 87). En la nueva situación de la Iglesia y de la sociedad, "conviene escrutar las vías misteriosas del Espíritu y dejarse guiar por él hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13)" (ibídem).

La dimensión cristológica de la espiritualidad misionera se presenta como relación personal con él, imitación, seguimiento: "Nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la misión, si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar" (RMi 88). Como en otros pasajes de la encíclica, se toma como modelo a San Pablo, quien deja entrever "sus actitudes" cristológicas (ibídem, citando a Fil 2,5-8; 1Cor 9,22-23).

De esta relación personal con Cristo nace la recta comprensión de la misión y la disponibilidad para la misma. La dimensión cristológica de la misión (cap. I-II) se comprende y vive a partir de una profunda espiritualidad. Hay que resaltar un aspecto fundamental de esta espiritualidad cristológica: la experiencia de la presencia de Cristo en la vida del apóstol. "Precisamente porque es 'enviado', el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. 'No tengas miedo... porque yo estoy contigo' (Act 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre" (n. 88).

La dimensión eclesiológica de la espiritualidad misionera se expresa en amor a la Iglesia como la ama Cristo. Esta será la garantía de la misión: "Quien tiene espíritu misionero siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia, como Cristo" (n. 89). Es el sentido o "espíritu de la Iglesia", que le hace descubrir y vivir "su apertura y atención a todos los pueblos y a todos los hombres" (ibídem).

Esta dimensión eclesiológica de la espiritualidad es el punto de partida para comprender la dimensión eclesiológica de la misión (cap. I-II). "Lo mismo que Cristo, él debe amar a la Iglesia... (Ef 5,25). Este amor, hasta dar la vida, es para el misionero un punto de referencia. Sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el celo del misionero; su preocupación cotidiana -como dice san Pablo- es la 'solicitud por todas las Iglesia' (2Cor 11,28). Para todo misionero y toda comunidad, la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia" (n. 89; cf. PO 14).

La dimensión pastoral de la espiritualidad se describe en la línea de la "caridad apostólica": "La espiritualidad misionera se caracteriza, además, por la caridad apostólica" (n.89). Es la caridad pastoral de "Cristo, el Buen Pastor, que conoce sus ovejas, las busca y ofrece su vida por ellas (cf. Jn 10)" (ibídem).

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Se trata, pues, de un "celo por las almas, que se inspira en la caridad misma de Cristo, y que está hecha de atención, ternura, compasión, acogida, disponibilidad, interés por los problemas de la gente" (n. 89). Por esto, "el misionero es el hombre de la caridad" (ibídem).

La dimensión antropológica de la espiritualidad está en estrecha relación con Cristo "que conocía lo que hay en el hombre (Jn 2,25), amaba a todos ofreciéndoles la redención, y sufría cuando ésta era rechazada" (n. 89). Esta dimensión está en la línea de toda la encíclica: "La actividad misionera tiene como único fin servir al hombre, revelándole el amor de Dios que se ha manifestado en Jesucristo" (n. 2). De este modo, "el misionero es el 'hermano universal', lleva consigo el espíritu de la Iglesia, su apertura y atención... particularmente a los más pequeños y pobres" (n. 89).

Esta dimensión antropológica es eminentemente liberadora (nn. 38-39). "En cuanto tal, supera las fronteras y las divisiones de raza, casta e ideología: es signo del amor de Dios en el mundo, que es amor sin exclusión ni preferencia" (n.89).

La encíclica coloca un tema básico de espiritualidad (la contemplación) al hablar de las nuevas situaciones actuales (dimensión sociológica), como uno de los "nuevos areópagos" que interpelan a la Iglesia (culturas, medios de comunicación, desarrollo, liberación de los pueblos, derechos fundamentales, ecología, etc.). A esta problemática sobre la búsqueda actual de Dios, sólo se puede responder con una actitud verdaderamente contemplativa. El Papa lo afirma también como fruto de su misma experiencia misionera (cf. RMi 91).

La espiritualidad misionera se puede resumir como vida de santidad en relación con la misión: "La llamada a la misión deriva, de por sí, de la llamada a la santidad... La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión... La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad. El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos" (RMi 90).

2. NATURALEZA Y SIGNIFICADO DE LA ESPIRITUALIDAD MISIONERA

Hemos estudiado la relación entre la espiritualidad y la misión, analizando la terminología ("espíritu", "espiritualidad") y basándonos en la doctrina conciliar y posconciliar. Se trata propiamente de la disponibilidad generosa para la misión, expresada en convicciones, motivaciones, decisiones. Si el concilio Vaticano II "invita a todos a una profunda renovación interior", es en vistas a asumir "la propia responsabilidad en la difusión del evangelio", participando activamente en la obra evangelizadora (AG 35).

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Cuando la Iglesia "avanza por la senda de la renovación" (LG 8), entonces "Cristo resplandece sobre la faz de la Iglesia" LG 1). Así la misma Iglesia parece como "sacramento", es decir, transparencia y signo portador, "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1). La fuerza misionera de la Iglesia "misterio" o "sacramento", aparece en su realidad de "comunión", como reflejo de la comunión trinitaria de Dios Amor.

En la Exhortación Apostólica sobre el laicado, el Papa insiste en una "renovación evangélica" por parte de toda la Iglesia: "El concilio Vaticano II ha pronunciado palabras altamente luminosas sobre la vocación universal a la santidad. Se puede decir que precisamente esta llamada ha sido la consigna fundamental confiada a todos los hijos e hijas de la Iglesia, por un concilio convocado para la renovación evangélica de la vida cristiana... Es urgente, hoy más que nunca, que todos los cristianos vuelvan a emprender el camino de la renovación evangélica" (CFL 16).

A) Espiritualidad misionera: vivir la misión según el Espíritu

Ordinariamente, al estudiar los temas de la misión, centramos la atención en su naturaleza (teología) y su acción práctica (pastoral). Pero es necesario también estudiar su estilo de vida, su "espíritu", es decir, su "espiritualidad" o vida según el Espíritu Santo. "Hoy se pide a todos los cristianos, a las Iglesia particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu" (RMi 30).

Si la "espiritualidad" cristiana significa "una vida según el Espíritu" (Rom 8,9), la "espiritualidad misionera" equivale a vivir la misión con fidelidad generosa al mismo Espíritu. Se conjugan, pues, dos realidades cristianas íntimamente unidas: espiritualidad y misión.

La espiritualidad misionera es el estilo de vida que corresponde al mandato misionero de anunciar el evangelio a todos los pueblos. Las dimensiones de la espiritualidad coinciden con las dimensiones o perspectivas de la misión:

- seguir la voluntad salvífica de Dios (dimensión trinitaria, teológica, salvífica);- encuentro, seguimiento, relación personal, imitación, configuración con Cristo (dimensión cristológica);- fidelidad a la acción del Espíritu Santo (dimensión pneumatológica);- "comunión", amor y sentido de Iglesia (dimensión eclesial);- compromiso fraterno de inserción en la situación concreta (dimensión antropológica), etc.

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Las "actitudes interiores" del apóstol (EN 74) son, pues, su estilo o "espíritu": fidelidad generosa a la vocación y a la misión del Espíritu (EN 75), que equivale a cumplimiento del mandato misionero de Cristo según los designios salvíficos del Padre.

La realidad de la misión no nace propiamente de una reflexión teológica (la cual es siempre necesaria y consecuente), sino que procede del Padre, por Cristo y en el Espíritu Santo. Esta realidad se capta adecuadamente en el encuentro vivencial y contemplativo con Cristo (espiritualidad).

Del encuentro con Dios en Cristo, se pasa a comprender y vivir la misión sin fronteras en la comunión de Iglesia. La cristología y la eclesiología, lo mismo que la pastoral y la misionología, suscitan las actitudes espirituales del teólogo y del apóstol.

Los temas teológicos y pastorales sobre la misión tienen necesariamente una dimensión de espiritualidad. Efectivamente, la misión supone respuesta vivencial y comprometida a los planes salvíficos y universales de Dios como agradecimiento de la fe recibida (dimensión trinitaria y salvífica); es cumplimiento generoso del mandato de Cristo (dimensión cristológica); es fidelidad incondicional a la misión y acción del Espíritu Santo (dimensión pneumatológica); es amor y sentido de Iglesia (dimensión eclesiológica); es prolongación de la acción evangelizadora de Cristo (dimensión pastoral); es cercanía comprometida al hombre concreto (dimensión antropológica y sociológica).

La dimensión espiritual de la evangelización (como "espiritualidad misionera") no es, pues, ajena ni paralela a las otras dimensiones; pero tiene sus perspectivas, elementos y temario propios. Se trata de vivir en sintonía con la caridad del Buen Pastor, que, enviado por el Padre bajo la acción del Espíritu, se prolonga en la Iglesia y en el mundo a través de servicios o ministerios ejercidos por personas vocacionadas y profundamente relacionadas con él.

La "espiritualidad misionera", como "espíritu de la evangelización" o dimensión espiritual de la misión, refleja el estilo de vida del apóstol, que se debe "renovar constantemente" (AG 24). Esta renovación espiritual comporta una renovación en la teología y en la pastoral misionera. Y de esta renovación "interior" o de "actitudes", derivará la renovación misionera de toda la Iglesia.

Para encuadrar la espiritualidad misionera dentro de la misionología, basta recordar que todo tratado de las ciencias eclesiásticas puede estudiarse según diversas funciones: teológica o de investigación y síntesis, pastoral o de metodología de la acción, vivencial o de espiritualidad, etc. La espiritualidad misionera es una parte integrante de la misionología como estudio de la función espiritual o vivencial de la misión.

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El resultado más importante de la espiritualidad misionera es la alegría de sentirse llamado y amado por Cristo, y capacitado para amarle, hacerle conocer y hacerle amar. "La característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior, que viene de la fe. En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, el anunciador de la 'Buena Nueva' ha de ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza" (RMi 91).

B) Datos fundamentales de la espiritualidad misionera

Para poder relacionar la "espiritualidad" con la "misión", habrá que elaborar unos datos fundamentales a partir de la figura del Buen Pastor, que se transparenta a través de las figuras misioneras de todas las épocas, desde Pedro y Pablo hasta nuestros días. Para poder delinear una temática concreta, a base de análisis y síntesis, habrá que referirse a esos datos fundamentales como fuente de toda reflexión teológica sobre la espiritualidad misionera.

La figura del Buen Pastor es el punto de referencia de toda espiritualidad apostólica. Su vivencia es de relación personal y de fidelidad generosa respecto a la misión recibida del Padre, desde la encarnación (Heb 10,5-7) hasta la cruz (Jn 19,30). Esta fidelidad se concreta en sintonía con la acción del Espíritu Santo que le consagra y envía a "evangelizar a los pobres" (Lc 4,18; Mt 11,5). El "mandato" recibido del Padre es el de "dar la vida" (Jn 10,11ss) "por la vida del mundo" (Jn 6,51). La caridad pastoral de Jesús se concreta en donación de totalidad y de universalismo: se da él mismo, sin pertenecerse, como "consorte" o protagonista de todo ser humano. Jesús vivió la misión así y así la comunicó a los suyos (Jn 20,21).

Las "actitudes interiores" de los santos y figuras misioneras constituyen su "espíritu" o estilo de evangelización, y son siempre válidas en lo fundamental. Precisamente esta actitud espiritual de los santos, como valor permanente, es la que ayuda a afrontar fiel y generosamente las situaciones nuevas de cada época.

Otros datos, más complementarios, podrán elaborarse a partir de las diversas épocas históricas, es decir, a partir del estilo misionero de cada momento del actuar evangelizador de la Iglesia. Hay que saber conjugar figuras misioneras, realizaciones, experiencias, documentos, etc., discerniendo lo que tiene valor permanente y valorando en sus justos términos lo que es pasajero, secundario e incluso limitado o erróneo. A cada época hay que juzgarla dentro de su misma perspectiva histórica. Los "hechos de gracia" de todo momento histórico van siempre acompañados de signos pobres y limitados.

Los elementos doctrinales sobre el espíritu de la evangelización se encuentran siempre en los textos inspirados y en la tradición de la Iglesia. La doctrina escriturística queda explicitada en la doctrina patrística y conciliar. Veinte siglos de gracia suponen muchas luces del Espíritu Santo concedidas a toda su Iglesia, para poder profundizar mejor

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los datos revelados. No se podría penetrar hoy el sentido de la Escritura, si se omitiera toda esta acción histórica y eclesial del Espíritu Santo.

La acción magisterial de la Iglesia ofrece datos suficientes para elaborar la temática de espiritualidad misionera. Las encíclicas misioneras ofrecen material abundante sobre las virtudes apostólicas, así como sobre el estilo de la evangelización, aunque se deja sentir la falta de una elaboración sistemática y de una síntesis global. A partir del concilio Vaticano II, ya se puede hablar de una "espiritualidad misionera" (AG 29), pero todavía explicada en términos descriptivos (cf. AG 23-24). La Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi (cap. VII) y la encíclica Redemptoris Missio (cap. VIII) ofrecen una síntesis ordenada y relativamente completa sobre nuestro tema.

A partir de la realidad misionera, emergen figuras e instituciones que subrayan algunos elementos esenciales de la misión, de modo que se pueda hablar de espiritualidad misionera peculiar. Frecuentemente esta realidad depende de carismas fundacionales o carismas misioneros específicos, los cuales ponen el acento en diversos factores: el concepto de misión, la metodología apostólica y, especialmente, las virtudes del apóstol y el estilo de vida comunitaria del grupo.

Las líneas básicas de la espiritualidad del apóstol o de las comunidades se pueden deducir de los tres elementos que componen la "vida apostólica" de todas las épocas históricas: seguimiento evangélico de Cristo, fraternidad o vida comunitaria del grupo, disponibilidad misionera. En realidad, es este último elemento el que matiza la generosidad evangélica y la vida fraterna del apóstol en general y del misionero en particular.

C) Síntesis doctrinal

Para captar todo el alcance de la espiritualidad misionera, no basta con delimitar su naturaleza y significado. Es también conveniente presentar una síntesis doctrinal que abarque un temario relativamente completo.

El decreto conciliar Ad Gentes señala una lista de virtudes en relación a la vocación misionera (AG 23-25). La Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" ofrece una lista de temas básicos bajo el epígrafe: "El espíritu de la evangelización" (EN cap. VII). Ambos temarios son posibles, especialmente si se relacionan y ordenan de modo lógico y sistemático.

Un buen temario o síntesis doctrinal podría derivar de la definición sobre la espiritualidad misionera. Este temario sería de tipo deductivo: naturaleza, niveles, alcance, aplicaciones, medios, etc. Pero podría también derivar de las realidades concretas de la vida misionera; sería entonces de tipo inductivo: situación, historia, dificultades, antropología,

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cultura, Iglesia local o particular, etc. El mejor método es siempre de síntesis de ambos tipos, el deductivo y el inductivo. Se elabora una doctrina espiritual a partir de:

- la figura del Buen Pastor y de los Apóstoles,- realidades misioneras,- iluminadas por el mensaje evangélico predicado por la Iglesia,- según el estilo de vida de los santos misioneros,- siguiendo líneas de espiritualidad y virtudes concretas,- en el contexto de carismas, instituciones o servicios misioneros,- con los medios comunes y peculiares de espiritualidad.

Siguiendo estas líneas, un temario aproximativo podría ser el siguiente, siempre bajo una perspectiva vivencial:

- fidelidad al Espíritu Santo, en la misión de Cristo confiada a los Apóstoles y según los planes salvíficos del Padre,- vocación misionera,- la comunidad apostólica,- las virtudes concretas que derivan de la caridad pastoral,- la oración como experiencia cristiana de Dios,- el sentido y amor de Iglesia misterio, comunión y misión,- la figura de María como Tipo de la Iglesia misionera.

En todos estos temas, conviene distinguir (sin separar) si se trata de la persona del evangelizador o de la comunidad evangelizadora. La espiritualidad apunta a hacer disponible al apóstol y a la comunidad para la evangelización local y universal. Esta espiritualidad, personal y comunitaria, se basa en el seguimiento de Cristo que deriva de la misión.

Hay que destacar algunos temas espirituales de actualidad: la actitud relacional con Cristo que deriva de la vocación misionera, la experiencia cristiana de Dios, la actitud de bienaventuranzas como cercanía a los pobres, la línea de inserción (inmanencia) como fruto de la trascendencia y esperanza, el misterio de la conversión desde la renovación personal y eclesial, la relación entre espiritualidad y acción apostólica, etc.

Todos los temas doctrinales sobre la espiritualidad misionera giran en torno al tema fundamental de la fidelidad al Espíritu Santo, puesto que se trata de una misión vivida bajo su acción salvífica. Pentecostés es el punto de referencia de la Iglesia misionera en cada

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época, que quiere renovarse reuniéndose en cenáculo con María, en espíritu de oración, escucha de la palabra, celebración de la eucaristía, vida comunitaria, para cumplir con "audacia" y con la fuerza del Espíritu la acción evangelizadora (cf. Act 1,14; 2,42-47; 4,31-35).

Es el Espíritu Santo quien "infunde en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristo" (AG 4). Por esto la espiritualidad misionera puede definirse como fidelidad al Espíritu Santo, que realiza en la Iglesia la misión confiada por Cristo (Jn 20,21-23). La unción y misión del Espíritu en Jesús abarca todo su ser, su vida y su acción apostólica: encarnación (Mt 1,18.20), bautismo (Jn 1,33-35), Nazaret (Lc 4,18), desierto (Mc 1,12; Lc 4,1), predicación (Lc 4,14), gozo de evangelizar (Lc 10,21), muerte redentora (Jn 7,37-39; 19,34), comunicación de la misión (Jn 20,21; Act 1,1-8). La fuerza y misión del Espíritu, que actuó en Jesús, es ahora la fuerza y misión de la Iglesia. Cada apóstol, como Pablo, se siente impulsado por el Espíritu y "prisionero" suyo (Rom 15,18; Act 20,22). La evangelización, como prolongación de la acción salvífica de Cristo, es eminentemente pneumatológica.

La "espiritualidad" del misionero consistirá, pues, en la fidelidad generosa al Espíritu Santo, que lleva al desierto (Lc 4,1), a la predicación y evangelización de los pobres (Lc 4,18), al gozo del misterio pascual (Lc 10,21). El discernimiento del Espíritu en la acción apostólica sigue estas mismas líneas bíblicas: oración, sacrificio, humildad, vida ordinaria de "Nazaret" (= "desierto"); amor preferencial por los que sufren, campos de caridad y servicio (= "pobres"), esperanza de confianza y tensión comprometida (= "gozo"). Se acierta en la acción evangelizadora cuando se traduce todo en donación. La capacidad de evangelizar a los pobres (Lc 4,18), dependerá del hecho de saber transformar las dificultades o desierto (Lc 4,1) en una nueva posibilidad de darse (Heb 9,14; Jn 19,34), como el Buen Pastor que "da la vida" según "el mandato del Padre" (Jn 10,17-18). Para ser "pan comido", como Cristo eucaristía, hay que pasar por la pobreza de Belén y por la desnudez de la cruz. Así se anuncia el misterio pascual con las palabras y con la propia vida.

La fidelidad al Espíritu Santo se traduce en relación personal con Dios como respuesta a su presencia, apertura a la luz de su palabra y sintonía con su acción santificadora y evangelizadora. Estos son los datos fundamentales de la promesa de Jesús sobre la venida del Espíritu Santo a los Apóstoles (cf. Jn 14,16; 15,25-27; 16,14; Act 1,1-8). La fidelidad es aceptación armoniosa de los dones permanentes y de las luces nuevas para responder a una nueva evangelización.

3. NIVELES DE LA ESPIRITUALIDAD MISIONERA

Sólo con una gran sensibilidad espiritual es posible "escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del evangelio, de forma que, acomodándose a cada

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generación, puede la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad" (GS 4).

La toma de conciencia sobre la propia responsabilidad misionera en el momento actual, de parte de personas y de instituciones y comunidades, depende de una "profunda renovación interior" (AG 35), que se traduzca en decisiones y compromisos concretos. La renovación de los evangelizadores se traduce en una más ilusionada y tenaz acción evangelizadora. Para emprender una nueva evangelización, los apóstoles de hoy deben renovarse en su actitud relacional con Dios (contemplación), en su relación con los hermanos (comunión), en la capacidad de insertarse en el mundo (inserción), en la coherencia con el evangelio (autenticidad) y en el sentido de trascendencia (esperanza).

Esta renovación espiritual, en el campo de la misión, es la espiritualidad misionera, que podría estudiarse en tres niveles: la espiritualidad de todo cristiano como responsable de la misión universal, la espiritualidad del apóstol "ad gentes" y la espiritualidad como lugar de encuentro con las otras religiones. Sólo con esta "espiritualidad", que es fidelidad al Espíritu Santo, el apóstol sabrá "transmitir a los demás su experiencia de Jesús" (RMi 24).

A) Espiritualidad cristiana, espiritualidad misionera

La dimensión misionera de la espiritualidad cristiana es fundamental. En efecto, la espiritualidad del apóstol, especialmente del que trabaja en el campo de la primera evangelización (misionero "ad gentes"), no es algo ornamental o añadido, sino que arranca de la misma realidad cristiana.

Cualquier dato o realidad cristiana tiene dimensión misionera universal: la palabra revelada, Cristo Salvador, el don de la fe, el bautismo, la eucaristía, la naturaleza de la Iglesia, la oración, etc.

La espiritualidad cristiana, como vivencia de estas realidades, es esencialmente misionera. El camino de la perfección cristiana es una apertura comprometida y progresiva a los planes salvíficos y universales de Dios Amor, que trascienden el espacio y el tiempo.

La peculiaridad de la religión y de la espiritualidad cristiana es precisamente la "iniciativa" de Dios. Es él quien, inesperadamente, se manifiesta por medio de su palabra (la "revelación") y, más concretamente, por medio de Jesús, el Verbo encarnado, la Palabra personal de Dios. Este misterio revelado es para toda la humanidad.

Si la espiritualidad cristiana es una respuesta a la palabra de Dios, para vivir en Cristo la vida nueva del Espíritu Santo, necesariamente debe ser compromiso de comunicar

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esta palabra a todos los hermanos. La Iglesia mira siempre a "proponer la doctrina auténtica sobre la revelación y su transmisión, para que todo el mundo lo escuche y crea, creyendo espere, esperando ame" (DV 1).

El cristiano que recibe y medita la palabra de Dios, se hace consciente de que los hombres han sido elegidos en Cristo desde toda la eternidad (cf. Ef 1,4) y que todo ha de ser "recapitulado en Cristo" (Ef 1,10). Quien medita el misterio de Cristo queda vocacionado para "iluminar a todos acerca de la dispensación del misterio oculto desde los siglos en Dios" (Ef 3,9).

Cristo, Palabra personal del Padre, aparece siempre como "Salvador del mundo" (Jn 6,42), "para la vida del mundo" (Jn 6,51). Jesús es el "Salvador de todos los hombres" (1Tim 4,10; cf. Tit 2,1), como expresa su nombre, que es, al mismo tiempo, su razón de ser (cf. Mt 1,21). Si la espiritualidad cristiana es seguimiento de Cristo, imitación, unión y configuración con él, ello significa que incluye necesariamente la sintonía con sus planes de salvación: "venid a mí todos" (Mt 11,28), "tengo otras ovejas" (Jn 10,16). La verdadera vida en Cristo, como espiritualidad cristiana, no puede desentenderse del hecho de que "Cristo murió por todos" (2Cor 5,15).

La salvación en Cristo no se ciñe a una época, a una cultura o a un sector geográfico. El mensaje cristiano de salvación se injerta vivencialmente en el creyente para ser comunicado a todos: "Lo que ha sido predicado una vez por el Señor, o lo que en él se ha obrado para salvación del género humano, debe ser proclamado y difundido hasta los últimos confines de la tierra, comenzando por Jerusalén, de suerte que lo que una vez se obró para todos en orden a la salvación, alcance su efecto en todos en el curso de los tiempos" (AG 3).

La fe acoge la palabra de Dios y el misterio de Cristo tal como es. Por esto se hace "apertura del corazón humano ante el don: ante la autocomunicación de Dios por el Espíritu Santo" (DeV 51). Para agradecer este don hay que disponerse a ser instrumento a fin de que otros lo reciban: "La Iglesia anuncia al que da la vida y coopera con él a dar la vida" (ibídem 58). "¡La fe se fortalece dándola!" (RMi 2).

La gratitud por el don de la fe recuerda a todos los creyentes que la vocación cristiana es vocación a la santidad y al apostolado. Cuanto más se viva la fe cristiana, más claramente se sentirá la llamada a comunicarla a todos los redimidos. "La llamada a la misión deriva, de por sí, de la llamada a la santidad... La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión... La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad. El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos... Es necesario suscitar un nuevo 'anhelo de santidad' entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana" (RMi 90).

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La aceptación vivencial y comprometida de la fe suscitará apóstoles que se dediquen a colaborar en la extensión del Reino ya en la tierra, como preparación del Reino definitivo, donde "Dios será todo en todos" (1Cor 15,28). La gratitud por comunicar la fe se expresará en términos teológicos diversos según las épocas: propagar la fe, plantar la Iglesia, extender el Reino, etc. Para el que vive de la fe, todas estas expresiones equivalen a ser fiel al mandato misionero de Cristo (cf. Mt 28,19-20). No se trata de un mandato "jurídico", sino de un hecho de gracia: "La misión de la Iglesia se cumple por la operación con la que, obediente al mandato de Cristo y movida por la gracia y la caridad del Espíritu Santo, se hace presente en acto pleno a todos los hombres o pueblos, para llevarlos, con el ejemplo de su vida y la predicación, con los sacramentos y los demás medios de gracia, a la fe, la libertad y la paz de Cristo, de suerte que se les descubra el camino libre y seguro para participar plenamente en el misterio de Cristo" (AG 5).

A partir del bautismo, como configuración con Cristo, el cristiano comienza un camino de vida nueva, que es de santidad y de apostolado: "Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia" (LG 11).

La vida cristiana se centra en la eucaristía, como presencialización del misterio pascual; participar en el sacrificio y sacramento eucarístico equivale a insertarse en el dinamismo misionero de la Iglesia, puesto que "la eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la evangelización" (PO 5; cf. LG 11; SC 10).

Ser Iglesia es participar en su naturaleza misionera, puesto que "ella existe para evangelizar" (EN 14). La espiritualidad cristiana es auténtica cuando es espiritualidad de Iglesia. Cuanto más se vive la espiritualidad cristiana, tanto más uno se adentra en el misterio trinitario, que se refleja en la realidad de una Iglesia misterio, comunión y misión: "La Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre" (AG 2).

Todo cristiano recibe la vida nueva del Espíritu Santo, que le hace decir "Padre" con la voz y el amor de Cristo. La oración cristiana del "Padre nuestro" tiende, por su misma naturaleza, a ser oración de toda la humanidad (cf. AG 7). El camino de la oración, como camino de perfección, lleva a la unión con Cristo que es el "Salvador de todos los hombres" (1Tim 4,10). La oración y la perfección cristiana se hacen sintonía con la oración y los deseos de Cristo: "Padre, que te conozcan a ti, como único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo" (Jn 17,3).

B) Espiritualidad del apóstol "ad gentes"

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La espiritualidad misionera consiste especialmente en la vivencia, la fidelidad, la generosidad la disponibilidad que corresponde al apóstol o evangelizador. Cabe todavía distinguir entre el apóstol en general y aquel apóstol que e enviado a realizar la primera evangelización ("implantar la Iglesia", misión "ad gentes"). A este último se le acostumbra a llamar "misionero".

La espiritualidad del apóstol está relacionada con la misión o envío y con la acción evangelizadora. Su espiritualidad es "misionera" precisamente porque es actitud fiel y generosa de "ejercer sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (PO 13). Esta espiritualidad no es dicotomía entre vida interior y acción, sino "unidad de vida", que sigue el ejemplo de Cristo, tanto en la oración como en la acción. La caridad de Buen Pastor ayuda a reducir a unidad su vida y su acción apostólica, encontrando tiempo para poner en práctica los medios de vida espiritual y de apostolado.

La espiritualidad misionera sabe encontrar el punto de equilibrio entre las tensiones que se originan en la vida apostólica: servicio y consagración, cercanía (inmanencia) y trascendencia, acción externa y vida interior, institución y carismas, etc. Puesto que "la caridad es como el alma de todo apostolado" (LG 33), la armonía entre la vida interior y el apostolado se origina en la vida teologal: "el apostolado se ejercita en la fe, en la esperanza y en la caridad que el Espíritu Santo difunde en el corazón de todos los hijos de la Iglesia" (AA 3).

La vida espiritual del apóstol consiste en la unión con el Señor; por esto, "la fecundidad del apostolado depende de la unión vital con Cristo" (AA 4). Los medios de vida espiritual para el apóstol son los medios comunes a todo cristiano, pero, de modo especial, la misma vida apostólica como prolongación vivencial de la palabra, del sacrificio, de la acción salvífica y pastoral de Cristo. Precisamente esta espiritualidad armónica del apóstol es la que mejor ayudará a descubrir el universalismo de la misión. Entonces la espiritualidad es verdaderamente misionera.

La espiritualidad del "misionero" es fundamentalmente la misma que corresponde a todo evangelizador, pero con matices especiales, que tienen su punto de partida en la vocación específica. Cada vocación tiene sus "carismas" o gracias especiales, que reclaman una actitud espiritual de respuesta fiel y generosa. La espiritualidad del misionero es, pues, espiritualidad de dedicación al primer anuncio el evangelio, para implantar los signos permanentes de la evangelización en aquellas comunidades donde la Iglesia todavía no puede considerarse suficientemente implantada. Es la espiritualidad que corresponde a la misión universalista "ad gentes": la dedicación permanente al anuncio del evangelio a todos los pueblos.

Esta espiritualidad se concreta en "actitudes interiores" (EN 74), que se convierten en estilo de vida evangélica ante las situaciones misioneras. El concilio Vaticano II señala unas líneas y virtudes concretas: respuesta generosa a la llamada, dedicación o vinculación

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a la obra evangelizadora, fortaleza ante las dificultades de la primera evangelización, confianza y audacia en el anuncio del evangelio, vida realmente evangélica, testimonio hasta el "martirio", gozo en la tribulación, obediencia eclesial, renovación constante... (cf. AG 24-25).

Los Apóstoles vivieron la misión como actitud relacional con Cristo presente en la Iglesia. Es Cristo que envía a la acción evangelizadora y es él mismo que ahí espera al apóstol. Por esto él sigue siendo "el principio y centro permanente de la misión" (RH 11). El apóstol vive en Cristo y de su presencia (Gal 2,20; Fil 1,21; Act 18,9), sólo predica a Cristo (2Cor 4,5) sintiéndose urgido por su amor (2Cor 5,14) y fortalecido con su asistencia (Fil 4,13). Entonces el sufrimiento se convierte en cruz y, a veces, en martirio, como "complemento" de los sufrimientos de Cristo (Col 1,24). El objetivo de la misión ya queda definitivamente claro: "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). A partir de esta actitud relacional, sabiéndose profundamente amado por Cristo, ya es posible dedicar la vida a amarle del todo (2Cor 12,15)y a hacerle amar de todos. El apóstol queda, pues, "segregado para el evangelio" (Rom 1,1) y se hace "todo para todos" (Rom 1,14; 1Cor 9,22). Su vida ya no tiene sentido al margen de Cristo.

Siempre se ha considerado el martirio como indispensable para el primer anuncio evangélico y, de modo especial, para la implantación de la Iglesia. "El hecho del martirio cristiano siempre ha acompañado y acompaña la vida de la Iglesia" (VS 90).Habrá que distinguir entre el martirio de sangre y el de una vida sacrificada ocultamente. Pero siempre quedará en pie su valor de "signo" radical que acompaña necesariamente al mensaje predicado: "dar el supremo testimonio de amor, especialmente ante los perseguidores" (LG 42).

La actitud relacional con Cristo se hace encuentro comprometido con todos los hermanos, especialmente con los más pobres, con los que no le conocen ni le aman. La misión sólo se puede vivir "injertados" vivencialmente en el misterio pascual de Cristo, muerto y resucitado (Rom 6,5). El concilio Vaticano II describe así la fisonomía espiritual del misionero: "Lleno de fe viva y de esperanza firme, sea el misionero hombre de oración; inflámese en espíritu de fortaleza, de amor y de templanza; aprenda a contentarse con lo que tiene; lleve en sí mismo con espíritu de sacrificio la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús obre en aquellos a los que es enviado; llevado del celo por las almas, gástelo todo y sacrifíquese a sí mismo por ellas, de forma que crezca en amor de Dios y del prójimo con el cumplimiento diario de su ministerio. Obedeciendo así con Cristo a la voluntad del Padre, continuará la misión de Jesús bajo la autoridad jerárquica de la Iglesia y cooperará al misterio de salvación" (AG 25).

Las situaciones especiales de países y sectores poco evangelizados (o descristianizados) reclaman una profunda espiritualidad en el apóstol. Los problemas actuales de pastoral requieren actitudes de autenticidad. Sólo con una rica espiritualidad

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sabrá el apóstol encontrar el equilibrio necesario en el proceso de inculturación, de maduración de la Iglesia local, de presentación del evangelio en una época de cambio.

C) Espiritualidad y contemplación cristiana en relación con la espiritualidad no cristiana

El fenómeno tal vez más llamativo de estos últimos tiempos, al comienzo de un tercer milenio de cristianismo, es el encuentro de las religiones no cristianas con el evangelio, como cuestionamiento sobre la "experiencia de Dios". Esas religiones, que ya han emprendido un "camino" ("método", rito, yoga, zen...) hacia el único y mismo Dios, se encuentran con el misterio del Absoluto, que escapa a toda experiencia y consideración humana. De ahí que pregunten al cristianismo, a los santos del pasado y a los evangelizadores y creyentes de hoy, si existe "otra" experiencia peculiar de Dios.

Este fenómeno es parecido al que se encuentra en la sociedad "secularizada", que pregunta sobre el "silencio" y la "ausencia" de Dios: "Paradójicamente, el mundo, que, a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios, lo busca sin embargo por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible" (EN 76).

La encíclica Redemptoris Missio presenta este problema como una "nuevo areópago": "Nuestro tiempo es dramático y, al mismo tiempo, fascinador. Mientras por un lado los hombres dan la impresión de ir detrás de la prosperidad material y de sumergirse cada vez más en el materialismo consumístico, por otro, manifiestan la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y modos de concentración y de oración... se busca la dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización. Este fenómeno así llamado del 'retorno religioso' no carece de ambigüedad, pero también encierra una invitación. La Iglesia tiene un inmenso patrimonio espiritual para ofrecer a la humanidad: en Cristo, que se proclama 'el Camino, la Verdad y la Vida' (Jn 14,6). Es la vía cristiana para el encuentro con Dios para la oración, la ascesis, el descubriendo del sentido de la vida. También es un areópago que hay que evangelizar" (RMi 38).

Ante esta realidad, que tal vez es el desafío más profundo que ha tenido la Iglesia misionera en dos milenios, el evangelizador no puede contestar con simples teorías, ni tampoco "cristianizando" algunos métodos de interiorización. La respuesta sólo cabe desde dentro del cristianismo, es decir, desde el encuentro personal e insustituible con Cristo resucitado y con Dios Amor. La experiencia de este encuentro se expresa en una actitud de caridad según el sermón de la montaña y el mandato del amor: "El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres, obediencia y humildad, desapego de sí mismo y renuncia. Sin esta marca de santidad, nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombres de este tiempo. Corre el riesgo de hacerse vana e infecunda" (EN 76).

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En este contexto se puede comprender mejor la urgencia del testimonio contemplativo por parte de los apóstoles: "El contacto con los representantes de las tradiciones espirituales no cristianas, en particular, las de Asia, me ha corroborado que el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero ha de ser un contemplativo en la acción. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir, como los Apóstoles: 'Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos' (1Jn 1,1-3)" (RMi 91).

El "camino" de la oración, como camino relacional del hombre hacia Dios, es similar en todas las religiones (búsqueda del Absoluto, purificación, etapas, medio...), como una marcha hacia el "centro" de la vida, hacia la unificación del "corazón", hacia la armonía cósmica y hacia la fraternidad universal. ¿Cuál es la originalidad del cristianismo en esta búsqueda auténtica de Dios? Querer responder a esta pregunta trascendental con una síntesis teórica "mejor" o con una metodología psicológica "más perfecta", sería dejar el problema sin solución. Porque el cristianismo sólo puede responder a esas llamadas, que dejan entender una "preparación evangélica", a la luz del Misterio de Cristo: el Verbo encarnado, redentor, resucitado, presente en la Iglesia. "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22).

La especificidad u originalidad del cristianismo consiste en esa "irrupción" de Dios en la historia de la humanidad y de cada uno, a modo de llamada inesperada o insospechada: revelación, encarnación, redención... en Cristo. Así se ha manifestado Dios Amor. El hombre, en su búsqueda de Dios, se siente llamado y amado "más allá" de sus esperanzas y búsquedas: "El nos ha amado primero" (1Jn 4,19). "Cristo, en la misma revelación del Padre y de su amor, manifiesta el hombre al propio hombre... Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad. Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: ¡Abba!, ¡Padre!" (GS 22). La experiencia espiritual del misionero cristiano consiste en haber descubierto (como respuesta a la gracia y al don de Dios) que donde parece que hay "silencio de Dios", allí está el Verbo encarnado; y que donde parece haber "ausencia de Dios", allí está el "Emmanuel", Dios con nosotros, Cristo resucitado presente. De esta fe vivencial, alimentada en el diálogo frecuente con Cristo (en su palabra y en su eucaristía), nacen los gestos evangélicos del sermón de la montaña y del mandato del amor.

La espiritualidad cristiana se convierte, pues, en un hecho privilegiado de evangelización, en cuanto que debe colorear el concepto de misión (teología) y su aplicación metodológica (pastoral). El evangelizador debe presentar, a través de sus gestos de vida, su experiencia de Dios Amor (revelado en Cristo), su experiencia de diálogo con Dios ("Padre nuestro"), su actitud de gozo pascual (esperanza) y su experiencia de las bienaventuranzas (hacer de la vida una donación).

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ORIENTACION BIBLIOGRAFICA (Espiritualidad Misionera):AA.VV., Testigos de la fe en América Latina (Buenos Aires y Estella, Verbo Divino 1986); L.A. CASTRO, Espiritualidad misionera (Bogotá, Paulinas, 1993); Idem, El gusto por la misión, o.c., 9.2; N. CONTRAN, La espiritualidad misionera, en: Seguir a Cristo en la misión. Manual de misionología (Estella, Verbo Divino, 1998) 121-128; J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad misionera (Madrid, BAC, 1982); Idem, La espiritualidad misionera, en: La misionología hoy (Buenos Aires, Ed. Guadalupe, 1988) 566-588; Idem, Teología de la evangelización (Madrid, BAC, 1995) cap. X-XI; Idem, Compendio de Misionología, la vida es misión (Valencia, Edicep, 2007), cap.V; S. GALILEA, Espiritualidad de la evangelización, según las bienaventuranzas (Bogotá, CLAR, 1980); J. LÓPEZ GAY, Spiritualità della missione, en: La missione del Redentore (Leumann-Torino, LDC 1992) 275-285; A. PEÑAMARÍA, El designio salvador del Padre, presupuestos teológicos de espiritualidad misionera: Estudios Trinitarios 17 (1983) 407-425; Y. RAGUIN, Espíritu, hombre, mundo (Madrid, Narcea, 1976); G. RODRÍGUEZ MELGAREJO, ¿Una mística de la evangelización?: Teología 24 (Bs. Aires, 1987) 59-93; K. WOJTYLA, La evangelización y el hombre interior: Scripta Theologica 11 (1979) 39-57; F. ZALBA, Espiritualidad misionera: Rev. Teológica Limense 18 (1984) 371-382.

Ver también en los manuales de misionología el capítulo correspondiente a la espiritualidad y animación misionera.

(Excursus, el DISCIPULADO):

EL DISCIPULADO EVANGELICO ES ESENCIALMENTE MISIONERO

El discipulado evangélico indica relación íntima con Cristo, para compartir su misma vida y su misma misión. El Señor llamó a los "apóstoles" y "discípulos" para que participaran en su misma misión evangelizadora. De hecho, la llamada tiene lugar mientras Jesús mismo estaba evangelizando por "todas las ciudades", "enseñando", "predicando el evangelio del Reino" y "curando" (Mt 9,35; cfr. Mc 6,6).

Los "discípulos" son elegidos y llamados para seguir a un Maestro, que es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Se acepta vivencialmente su enseñanza y su amistad, optando por él hasta dejarse transformar en sus testigos. Fueron llamados para "estar con él" (Mc 3,14) y, de este modo, poder compartir su misma vida y sus amores o sentimientos (cfr. Jn 15, 9), en unión fraterna con los demás discípulos. El "camino" es a modo de escuela y de itinerario formativo, para llegar a sintonizar con los criterios, escala de valores y actitudes hondas de Cristo (cfr. Fil 2,5-7). Los discípulos se hacen "familiares" o "hermanos" del Señor, porque "escuchan la Palabra (en el corazón) y la ponen en práctica", siguiendo el ejemplo de María (Lc 8,21; cfr. Lc 2,19.51). Para ser testigos de la pasión, muerte y resurrección del Señor, hay que escuchar al "hijo amado" del Padre (Mc 9,7).

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El itinerario formativo del discipulado evangélico incluye una disponibilidad para dejarlo todo por él, es decir, para no anteponer nada a su amor y amistad (cfr. Lc 5,11,28; 9,57-62). Las renuncias son una consecuencia del amor, puesto que se deja todo por él, es decir, "por el evangelio" (Mc 10,29), por el "Reino de Dios" (Lc. 18,29).

LA LLAMADA APOSTÓLICA

Cuando los evangelistas sinópticos describen el discurso misionero de Jesús, destacan que "convocó a los doce" (cfr. Mt 10,1; Lc 9,1), con una "llamada" especial (cfr. Mc 6,7; Mc 3, 13), señalándolos por su nombre (cfr. Mt 10,2-4; Mc 3.16ss). Los "apóstoles" son escogidos para prolongar a Cristo y su mismo estilo de vida en la misión.

Ya la primera llamada de los "doce" tuvo como objetivo "enviarlos a predicar" (Mc 3,14). En este sentido son llamados "apóstoles" (enviados) (Lc 6,13). El envío no puede desligarse del encargo dado por Jesús al multiplicar los panes: "Dadles vosotros de comer" (Mc 6,37; Mt 14,16; Lc 9,13; cfr. Jn 6,5). Jesús entrega su "pan" (símbolo de su Palabra y Eucaristía) para que los discípulos lo reciban y lo compartan. Entonces se prolonga la misma misión de Jesús: "Dad", "haced esto", "id", "enseñad"... Los enviados de Jesús hablan y obran como él (Mt 10,1-41).

Por ser personificación del mismo Jesús, la misión le pertenece intrínsecamente. Por esto los enviados vuelven continuamente a él para "darle cuenta de todo lo que habían hecho y enseñado" (Mc 6,30; Lc 9,10). El Señor quiere amigos fieles y gozosos en la esperanza. Jesús, a su enviados, les hace partícipes de su "gozo", porque ya están anotados sus "nombres en el cielo", junto al nombre del mismo Jesús (Lc 10,20; cfr. Mt 10,32; Fil 2,9-10). Es "gozo en el Espíritu Santo" (Lc 10,21; cfr. Jn 16,22-24), que les ha hecho "testigos" y transparencia suya (Jn 15,26-27). Es el gozo de ver que el Padre es amado y glorificado en la salvación de "los pequeños" (Lc 10,21).

DEL ENCUENTRO CON CRISTO, A LA MISIÓN

El apóstol ha sido llamado para un encuentro personal con Cristo (cfr. Mc 3,13-14; Jn 1,39), que se convierte en seguimiento evangélico y en comunión apostólica (cfr. Mt 4,19-22; Mc 10,21-31; Lc 10,1), para compartir la vida con Cristo (Mc 10,38) y continuar su misma misión (Jn 20,21). Por esto la acción evangelizadora presupone una experiencia de relación personal con Cristo, para poder decir: "Os anunciamos lo que hemos visto y oído... el Verbo de la vida" (1Jn 1,1ss).

En este tema del discipulado evangélico, Pedro y Pablo son el símbolo de los demás Apóstoles y la señal de garantía de un verdadero seguimiento de Cristo y de una misión

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auténtica. Pablo se presenta en el contexto de la misión universalista "ad gentes" de la Iglesia primitiva, como "instrumento escogido" (Hech 9,15). El apóstol Pablo fue siempre fiel al proyecto misionero de Dios, como "encadenado por el Espíritu" (Hech 20,22).

El "Apóstol de las gentes" sigue el modelo de los demás apóstoles, con la particularidad de dedicarse especialmente a la misión de primera evangelización. La misión de Pablo sólo se puede comprender a partir de su encuentro con Cristo resucitado en el camino de Damasco (cfr. Hech 9,1-19). Repetidas veces cuenta su "conversión", siempre como punto de partida de su entrega a la misión (cfr. Hech 22,3-21; 26,9-20). En él, la misión tiene como fuente el amor: "Me amó" (Gal 2,20); "la caridad de Cristo me urge" (2Cor 5,14); "urge que él reine" (1Cor 15,25). Por esto, su entrega apostólica tiene esta característica de "completar" a Cristo por amor a su Iglesia (cfr. Col 1,24), y de preocuparse "por todas las Iglesias" (2Cor 11,28).

ALGUNOS PUNTOS ESPIRITUALES Y PASTORALES PRÁCTICOS

"La fe se fortalece dándola" (RMi 2) y también se agradece del mismo modo, con el gozo de compartirla con toda la humanidad. Parece como si, desde un mundo globalizado, surgiera una llamada apremiante: "Ven a ayudarnos" (Hech 16,9). La herencia recibida sólo se puede agradecer adecuadamente en la misma línea de gratuidad con que se impartió: "La Iglesia de Dios... heredera de una tan rica tradición evangelizadora, ha de seguir siendo siempre misionera" (Juan Pablo II, 7 abril 1987).

El discipulado evangélico incluye la invitación de Jesús: "He aquí a tu Madre" (Jn 19,27). Y se concreta en "contemplación" del mensaje de Jesús ("hagan lo que él les diga": Jn 2,5), seguimiento evangélico ("con su Madre": Jn 2,12) y cumplimiento del mandato misionero del Señor (de evangelizar a todos los pueblos), con la actitud y el "amor materno" de María, porque ella "es el ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (RMi 92; cfr. LG 65). La "memoria" de María, tan patente en los santuarios marianos de América Latina, equivale a la toma de conciencia de su presencia activa y materna en el campo de la evangelización, como modelo y ayuda en el seguimiento y discipulado evangélico de todos los creyentes y de toda la comunidad eclesial. América Latina, a la luz del discipulado y de la Virgen de Guadalupe, tiene una deuda histórica que es posible saldar por medio de la respuesta generosa a la misión "ad gentes".

“A partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato fecundas irrupciones del Espíritu, vitalidad divina que se expresa en diversos dones y carismas (cfr. 1Cor 12, 1-11) y variados oficios que edifican la Iglesia y sirven a la evangelización (cfr. 1Cor 12, 28-29). Por estos dones del Espíritu, la comunidad extiende el ministerio salvífico del Señor hasta que Él de nuevo se manifieste al final de los tiempos (cfr. 1Cor 1, 6-7). El Espíritu en la Iglesia forja misioneros decididos y valientes como Pedro (cfr. Hch 4, 13) y Pablo (cfr. Hch 13, 9), señala los lugares que deben ser evangelizados y elige a quiénes deben hacerlo (cfr. Hch 13, 2)” (Aparecida 150).

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NOTA: Completar con el documento conclusivo de la V Conferencia del CELAM (Aparecida, 2007), 2ª parte, cap.4, nn.129-153. AA.VV., El presbítero, discípulo y misionero de Jesucristo, en América Latina y el Caribe (Bogotá, CELAM. 2007); J. ESQUERDA BIFET, La misionariedad de la Iglesia en América Latina a la luz del discipulado evangélico: Medellín 32 (marzo, 2006) 99-120; S. SILVA, Discípulos de Jesús. Relatos e imágenes de vocación en la Biblia (Bogotá, CELAM, 2006)

EL CAMINO MARIANO DE LA LECTIO DIVINA Y DEL DISCIPULADO MISIONERO: LA SED DE ALMAS

La llamada:El Señor llamó a los "apóstoles" y "discípulos" para que participaran en su amistad y en su misma misión evangelizadora. Fueron llamados para "estar con él" (Mc 3,14). Esta llamada al discipulado “conlleva una gran novedad” (Aparecida 131).

De hecho, la llamada tiene lugar mientras Jesús mismo estaba evangelizando por "todas las ciudades", "enseñando", "predicando el evangelio del Reino" y "curando" (Mt 9,35; cfr. Mc 6,6). Los discípulos se hacen "hermanos" del Señor, porque "escuchan la Palabra (en el corazón) y la ponen en práctica", siguiendo el modelo de la Madre de Jesús (Lc 8,21; cfr. Lc 2,19.51). Para ser testigos de la pasión, muerte y resurrección del Señor, hay que escuchar al "hijo amado" del Padre (Mc 9,7). Son los “familiares” de Jesús que participan en su misma filiación (cfr. Jn 1,12-13; Aparecida 133).

Cuando los evangelistas sinópticos describen el discurso misionero de Jesús, destacan que "convocó a los doce" (cfr. Mt 10,1; Lc 9,1), con una "llamada" especial (cfr. Mc 6,7; Mc 3, 13), señalándolos por su nombre (cfr. Mt 10,2-4; Mc 3.16ss). Los "apóstoles" son escogidos para prolongar a Cristo y, consiguientemente, su mismo estilo de vida en la misión.

La llamada al discipulado es una declaración de amor y una oferta de amistad: “llamó a los que quiso” (Mc 3,13). Declaración de amor y amistad (cfr. Jn 15). El discipulado como “gloria” del Padre (cfr. Jn 15,8) y como el canto del “Magníficat”: “Cuando llena de santa alegría fuiste aprisa por los montes de Judea para visitar a tu pariente Isabel, te convertiste en la imagen de la futura Iglesia que, en su seno, lleva la esperanza del mundo por los montes de la historia” (Spe Salvi 50).

Encuentro y seguimiento:El apóstol ha sido llamado para un encuentro personal con Cristo (cfr. Mc 3,13-14; Jn 1,39), que se convierte en seguimiento evangélico y en comunión apostólica (cfr. Mt 4,19-22; Mc 10,21-31; Lc 10,1), para compartir la vida con Cristo (Mc 10,38) y continuar su misma

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misión (Jn 20,21). Por esto la acción evangelizadora presupone una experiencia de relación personal con Cristo, para poder decir: "Os anunciamos lo que hemos visto y oído... el Verbo de la vida" (1Jn 1,1ss).

El itinerario formativo del discipulado evangélico incluye una disponibilidad para dejarlo todo por él, es decir, para no anteponer nada a su amor y amistad (cfr. Lc 5,11,28; 9,57-62). Las renuncias son una consecuencia del amor, puesto que se deja todo por él, es decir, "por el evangelio" (Mc 10,29), por el "Reino de Dios" (Lc. 18,29).

“La admiración por la persona de Jesús, su llamada y su mirada de amor buscan suscitar una respuesta consciente y libre desde lo más íntimo del corazón del discípulo, una adhesión de toda su persona al saber que Cristo lo llama por su nombre (cfr. Jn 10,3). Es un «sí» que compromete radicalmente la libertad del discípulo a entregarse a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (cfr. Jn 14,6). Es una respuesta de amor a quien lo amó primero «hasta el extremo» (cfr. Jn 13, 1). En este amor de Jesús madura la respuesta del discípulo: «Te seguiré adondequiera que vayas» (Lc 9, 57)” (Aparecida 136).

A imitación de María: “Del Evangelio, emerge su figura de mujer libre y fuerte, conscientemente orientada al verdadero seguimiento de Cristo” (Aparecida 26). “Es ella quien brilla ante nuestros ojos como imagen acabada y fidelísima del seguimiento de Cristo” (Aparecida 270).

Del encuentro a la misión:Ya la primera llamada de los "doce" tuvo como objetivo "enviarlos a predicar" (Mc 3,14). En este sentido son llamados "apóstoles" (enviados) (Lc 6,13). El envío no puede desligarse del encargo dado por Jesús al multiplicar los panes: "Dadles vosotros de comer" (Mc 6,37; Mt 14,16; Lc 9,13; cfr. Jn 6,5). Jesús entrega su "pan" (símbolo de su Palabra y Eucaristía) para que los discípulos lo reciban y lo compartan. Entonces se prolonga la misma misión de Jesús: "Dad", "haced esto", "id", "enseñad"... Los enviados de Jesús hablan y obran como él (Mt 10,1-41).

El anuncio del Reino: Mc 1,15; Lc 4,43; 8,1; 9,2 (Aparecida 380ss). “Cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y alegría que produce, crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese encuentro” (Aparecida, 145). “María es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros” (Aparecida 269).

La “memoria” mariana en el camino del discipulado:La "memoria" de María, tan patente en los santuarios marianos, equivale a la toma de conciencia de su presencia activa y materna en el campo de la evangelización, como modelo y ayuda en el seguimiento y discipulado evangélico de todos los creyentes y de toda la comunidad eclesial.

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El discipulado evangélico incluye la invitación de Jesús: "He aquí a tu Madre" (Jn 19,27). Y se concreta en "contemplación" del mensaje de Jesús ("hagan lo que él les diga": Jn 2,5), seguimiento evangélico ("con su Madre": Jn 2,12) y cumplimiento del mandato misionero del Señor (de evangelizar a todos los pueblos), con la actitud y el "amor materno" de María, porque ella "es el ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (RMi 92; cfr. LG 65).“Imagen espléndida de configuración al proyecto trinitario, que se cumple en Cristo, es la Virgen María. Desde su Concepción Inmaculada hasta su Asunción, nos recuerda que la belleza del ser humano está toda en el vínculo de amor con la Trinidad, y que la plenitud de nuestra libertad está en la respuesta positiva que le damos” (Aparecida 141).

Los santuarios marianos como escuela de discipulado misionero:Los santuarios marianos, a la luz del discipulado, tienen una deuda histórica que es posible saldar por medio de la respuesta generosa a la misión "ad gentes". “María es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros. Ella, así como dio a luz al Salvador del mundo, trajo el Evangelio a nuestra América. En el acontecimiento guadalupano, presidió, junto al humilde Juan Diego, el Pentecostés que nos abrió a los dones del Espíritu” (Aparecida 269). Completar con: Aparecida, 2ª parte, cap.4, nn.129-153.

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