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carlos colón Desde donde esté @ Envíe esta noticia a un amigo Hoy, conmemoración de los Fieles Difuntos, es un buen día para comentar la moda de referirse a los muertos diciendo que nos contemplan "desde donde estén", versión descafeinadamente agnóstica de los balcones del cielo a los que van a parar los cofrades fallecidos en la retórica pregonera o del "que en gloria esté" de los católicos. Pasarse la eternidad en un balcón del cielo viendo pasar procesiones (perspectiva, la verdad, poco apetitosa) o en la contemplación participativa de la gloria de Dios es lo que aguardan los capillitas y los cristianos, y por eso se lo desean a quienes ya han partido de esta vida hacia esa aventura radical en la que nos aguarda el Todo o la nada. Ellos creen o confían (la mayoría más lo segundo que lo primero) que así será. Existe otra fórmula tradicional que se sitúa discretamente entre la creencia y la increencia. Es el "en paz descanse", más latino y menos comprometido desde un punto de vista religioso, que recuerda a la serena fórmula de "que la tierra le sea leve" que usaban los romanos: la paz puede alcanzarse por igual en el Todo de los creyentes y en la nada de los no creyentes, porque la muerte es cese de la lucha y de la agitación, fin de ese duro combate o agonía (del griego "agón": lucha) que siempre gana la pelona. Los estoicos griegos y romanos podían contemplar sin desfallecer una muerte sin horizonte de vida eterna porque una vida de sabiduría y virtud les preparaba para ello: desde Platón la filosofía era una meditación de la muerte. Los creyentes pueden contemplar la muerte con esperanza porque les ha sido prometida la inmortalidad por el mismo Dios: "hoy estarás conmigo en el Paraíso", le dijo Jesús al ladrón agonizante. Pero quienes carecen tanto de virtud y sabiduría como de creencias no pueden aceptar con serenidad la extinción total ni aguardar con esperanza fiados en una promesa. La serenidad de la muerte de Sócrates o la entereza –aun en la desesperación y el dolor– de la de Cristo son resultado de una vida de sabiduría o de bondad. Pero, ¿qué pasa cuando la vida se ha dilapidado en las mil fruslerías con que a diario se nos atonta, subordinando el ser

Carlos Colón La Nada o La Eternidad

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Semana Santa Sevilla

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carlos colón

Desde donde esté

@ Envíe esta noticia a un amigo

Hoy, conmemoración de los Fieles Difuntos, es un buen día para comentar la moda de referirse a los muertos diciendo que nos contemplan "desde donde estén", versión descafeinadamente agnóstica de los balcones del cielo a los que van a parar los cofrades fallecidos en la retórica pregonera o del "que en gloria esté" de los católicos. Pasarse la eternidad en un balcón del cielo viendo pasar

procesiones (perspectiva, la verdad, poco apetitosa) o en la contemplación participativa de la gloria de Dios es lo que aguardan los capillitas y los cristianos, y por eso se lo desean a quienes ya han partido de esta vida hacia esa aventura radical en la que nos aguarda el Todo o la nada. Ellos creen o confían (la mayoría más lo segundo que lo primero) que así será.

Existe otra fórmula tradicional que se sitúa discretamente entre la creencia y la increencia. Es el "en paz descanse", más latino y menos comprometido desde un punto de vista religioso, que recuerda a la serena fórmula de "que la tierra le sea leve" que usaban los romanos: la paz puede alcanzarse por igual en el Todo de los creyentes y en la nada de los no creyentes, porque la muerte es cese de la lucha y de la agitación, fin de ese duro combate o agonía (del griego "agón": lucha) que siempre gana la pelona.

Los estoicos griegos y romanos podían contemplar sin desfallecer una muerte sin horizonte de vida eterna porque una vida de sabiduría y virtud les preparaba para ello: desde Platón la filosofía era una meditación de la muerte. Los creyentes pueden contemplar la muerte con esperanza porque les ha sido prometida la inmortalidad por el mismo Dios: "hoy estarás conmigo en el Paraíso", le dijo Jesús al ladrón agonizante. Pero quienes carecen tanto de virtud y sabiduría como de creencias no pueden aceptar con serenidad la extinción total ni aguardar con esperanza fiados en una promesa. La serenidad de la muerte de Sócrates o la entereza –aun en la desesperación y el dolor– de la de Cristo son resultado de una vida de sabiduría o de bondad. Pero, ¿qué pasa cuando la vida se ha dilapidado en las mil fruslerías con que a diario se nos atonta, subordinando el ser al tener? Que se ha de negar la muerte, maquillarla, eludirla dándole otros nombres e inventar cursilerías del tipo "desde donde esté" para referirse a una existencia después de la muerte que no se tiene la serenidad de negar sin caer en la desesperación, ni la esperanza necesaria para aguardarla. Pues no, mire usted, no hay "desde dónde estén" que valga: están con Dios o en ningún sitio, son del todo en el Todo o no son. Que en esto no hay término medio.