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Por qué no soy kantiano, por
qué no soy hegeliano
Carlos Pérez Soto
Ediciones Clinamen
Carlos Pérez Soto es profesor de Estado en Física. Ejerce como docente en
distintas universidades chilenas como la Universidad ARCIS y la Universidad de
Chile. Su trabajo se centra en lo que él mismo denomina un marxismo-hegeliano, el
cual sería fundamento para crear un marxismo de nuevo tipo.
Ha publicado diversas obras, en las que trata no sólo de política sino también de
epistemología, de filosofía y de historia de la danza.
La presente obra es un artículo inédito.
Como el mismo autor señala, su contenido es de carácter CopyLeft, lo cual
facilitaría su acceso a toda persona interesada en conocer sus planteamientos.
Ediciones Clinamen 2010
Primera Edición de Clinamen, Enero 2010
Obra editada en Santiago de Chile
Ilustración de John Avon
1. No se puede conocer a Dios en sí porque no hay ninguna
cosa, real y efectiva, que pueda ser considerada como Dios en sí.
Pero eso no significa necesariamente que no haya Dios. Puede
significar que todo lo que conocemos y experimentamos como
Dios no es sino un producto de la comunidad humana.
Pero entonces la autonomía moral kantiana resulta una
auténtica soberanía, no sólo sobre el contenido de los actos
morales sino, incluso, sobre aquello desde lo que se pretende
fundar su posibilidad. Y, si esto es así, entonces el individuo deja
de ser una unidad suficiente para determinar la universalidad de
los actos morales. Pero no porque sufra una incapacidad
particular, o porque no haya universalidad, sino porque no hay
nada, real y efectivo, que pueda ser considerado como
universalidad en sí, una que podría ser determinada de manera
pura e independiente. Todo lo que puede ser la universalidad no
es sino, de nuevo, un producto de la comunidad humana.
Sin ese Dios puro, que tendría las características de una
universalidad pura y abstracta, los individuos pueden ser
considerados como apetentes, y la apetencia puede ser
considerada como algo propio de la razón. Con eso la comunidad
humana deja de ser el tranquilo espacio de la razón intelectiva,
susceptible de consensos meramente racionales, “interrumpidos”
de una manera meramente contingente por los poderosos
caprichos de la naturaleza, y se convierte en una comunidad
soberana, plena de intereses contrapuestos y controversias
posibles sólo en virtud del carácter apetente de su soberanía.
El asunto, en una comunidad como esa, ya no es, no puede ser,
cómo evitar el conflicto, o cómo conseguir el máximo de bien,
simple y homogéneo, para todos. La comunidad está forzada, de
manera esencial, a negociar permanentemente sus
contraposiciones, las pretensiones de soberanía experimentadas
de manera particular.
El problema de la filosofía política, entonces, es imaginar bajo
qué condiciones materiales y culturales se puede hacer viable
una realidad intrínsecamente conflictiva como esa. Una
comunidad cuyo carácter conflictivo esencial proviene de la
realidad de la libertad.
2. La fórmula kantiana, considerada desde este inmanentismo
complejo, es simplemente ilusoria y abstracta. No es posible
encontrar contenidos morales efectivos que sean universales de
la manera homogénea que pretende Kant. Ni es posible, tampoco,
una racionalización progresiva que conduzca a la realización de
intereses realmente generales y homogéneos. La trivialidad de
los intereses generales es directamente proporcional a su
extensión. La intensidad de los intereses particulares es
directamente proporcional al espacio de libertad en que se
ejercen. En esas condiciones, que son las de una libertad
apetente, los consensos más generales de la comunidad no
resuelven, ni logran aliviar, los conflictos subyacentes en los
intereses particulares. Como está dicho más arriba: no hay nada
real y efectivo que pueda considerarse como universal en sí.
3. La fórmula hegeliana, que sí asume la gravedad y
materialidad de la libertad, no es, sin embargo, suficientemente
materialista. No está a la altura de la gravedad del problema que
plantea con tanta claridad, y de manera tan profunda.
Hegel confía en la formalidad del Derecho como espacio de
resolución de conflictos, o de mediación y negociación, y asume
que la dureza de corazón del Derecho abstracto puede ser
moderada a través de una apelación al sentimiento cristiano de
comunidad. Supone, a su vez, que la manera de hacer efectiva
esta combinación es una sociedad organizada en estamentos y
gremios, en que la formación del sentimiento de comunidad de
los ciudadanos autónomos tiene poderosas raíces en su
pertenencia a la familia, y está fuertemente ligada a los lazos
culturales, al universo simbólico particular en el seno de cada
gremio y estamento. De esta manera el ciudadano que llega a
enfrentarse de manera libre a sus deberes e intereses en el
espacio de la sociedad civil trae ya una profunda carga de
pertenencia que lo inhibe para ejercer su voluntad de manera
abstractamente universal y centrífuga.
4. Considerada de manera marxista estas fórmulas hegelianas,
tan plenas de ánimo realista y moderación luterana, resultan
ingenuas y poco realistas.
Por un lado son muy poco liberales, porque proponen una
situación en que el orden social depende de que cada ciudadano
se mantenga en términos generales y en lo posible en el estado
de pertenencias que ha recibido, en un cierto plan de fidelidad
aceptada y conciente a su oficio, a su estamento, a las
tradiciones en que se ha formado.
Lo que Hegel está proponiendo así, es que el arbitrio de la
libertad personal, que en lo posible no debería estar limitado de
manera exterior (por la exterioridad de la razón abstracta, o de
la mera formalidad de la ley), sí debería, en cambio, estar
limitado de manera interior, por la aceptación autoconsciente de
la necesidad y relativa bondad del orden social.
Por otro lado, son proposiciones que, a pesar de que su
austero realismo es muy superior al idealismo kantiano, resultan,
en último término, poco realistas. Y esto porque Hegel no parece
asumir que las coaliciones de intereses gremiales, constituidas
en estamentos, podrían intervenir en el carácter del Estado de
Derecho mismo, dándole un sesgo que favorezca de manera
sistemática a unos estamentos y perjudique a otros.
La compensación de esta conjunción apetencias articuladas
como interés estamental a través de la formación de una
burocracia profesional “desinteresada”, o del énfasis en la
formación del ciudadano en el sentimiento de piedad cristiana, no
parecen estar a la altura de la gravedad posible de esos
intereses, ni empíricamente ni, aún, en un plano puramente
teórico.
5. Mirada de manera marxista, la clave de esta falta de
realismo es que la proposición hegeliana no es suficientemente
materialista, a pesar de que es el mismo Hegel el que, al
introducir la realidad de las apetencias individuales en el centro
mismo de la realidad social, y al señalar que el conflicto que ellas
representan tiene que ver con la libertad, y no puede ser
abordado sólo desde la razón, como si proviniese de pasiones
naturales, ha señalado el camino para un materialismo posible,
que exceda su confianza excesiva en el poder de la cultura sobre
la voluntad humana.
El marxismo es compatible con el ánimo liberal de conceder el
más amplio espacio a la autonomía personal: “pescador en la mañana, en las tardes apacentar el ganado, y en las noches ser tejedor o crítico crítico”. Pero, muy lejos del candor con que los
anarquistas y liberales atribuyen una bondad natural a las
pasiones humanas, está formado en la idea de radical negatividad
de la libertad que tiene su fuente y mejor exponente en Hegel.
El asunto, sin embargo, en la perspectiva de Marx, es el de las
condiciones materiales que harían posible esa máxima autonomía,
en el contexto de esta esencial negatividad de la libertad.(1)
La hipótesis subyacente es que en una sociedad de extrema
abundancia el ejercicio de la autonomía personal no tendría los
efectos destructores globales que se podrían seguir del ejercicio
puro y sin mediación de la apetencia.
Subyace a su vez a esa hipótesis la idea de que la realización
humana es perfectamente posible, de manera particular y en el
marco de una comunidad, en las condiciones materiales
adecuadas. Es decir, que no hay un impedimento esencial en el
orden del deseo, o en el orden de la naturaleza, para su
realización.
Por cierto es necesario, sobre todo dados los patrones
imperantes de la industrialización, establecer qué es lo que se
entiende aquí por “extrema abundancia”. Hay que decirlo de
manera contundente y quizás urgente: nada que se parezca al
consumo masivo y destructivo que promueve el capitalismo
altamente tecnológico.
La abundancia debe ser examinada de acuerdo a las
características del deseo humano. Lo que deseamos es
humanidad. Los objetos sólo son deseables como mediadores del
intercambio humano. Una noción de abundancia muy distinta a la
imperante es plenamente posible.
6. Como he sostenido en otros textos, estas ideas conducen a
una noción post ilustrada de comunismo, en que el objetivo de la
perspectiva marxista no es ni la felicidad general y homogénea,
ni la igualdad abstracta, ni el saber transparente, roussonianos,
sino, “simplemente”, el fin de la lucha de clases o, el fin del
estado de escasez relativa que hace necesaria a la lucha de
clases como estrategia de sobrevivencia.
De esta manera, al revés que en Hegel, lo que es necesario
para el marxismo es más bien abolir el Estado de derecho, en el
sentido de abolir la situación material, efectiva, que hace
necesario que haya Estado de Derecho, desapareciendo con ello,
de manera correspondiente, la necesidad de elementos culturales
particulares (como el cristianismo, la fidelidad a la patria, o a la
familia, o a la tradición) que nos aseguren una cuota de
humanidad para un ámbito de formalidad de la razón que
carecería de ella.
En una idea post ilustrada de comunismo, toda la humanidad
que hace falta para mantener congregada a la sociedad humana
proviene de la producción de unas condiciones materiales
adecuadas a la libre satisfacción de lo que la voluntad
experimenta como deseos particulares.
Digamos, como complemento empírico, para apoyar la
viabilidad de esta idea, que el viejo argumento de la escasez, que
ha racionalizado tradicionalmente la necesidad de la desigualdad
y la explotación, hasta considerarlas como parte de la naturaleza
misma de las cosas, es hoy, de manera práctica y realista,
plenamente impugnable. La cuestión de fondo, hoy en día, ha
dejado de estar en el plano de las posibilidades de la abundancia:
hay abundancia. Ha dejado de estar en el plano de las
posibilidades de la técnica: hay técnicas suficientes. Ha pasado a
estar, plenamente, en el plano de las posibilidades de la política.
Punta de Tralca, 2 de Enero de 2010.
Nota
(1) “Negatividad de la libertad” significa esto: los hombres,
porque son libres, pueden ser malos. No es que de hecho
sean malos. Lo que ocurre es que son libres. De este
modo, la posibilidad del mal debe estar incluida de
manera esencial en cualquier reflexión que aborde sus
relaciones.