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Carpeta de
recuperación
De quinto año de
secundaria
2022
Área: comunicación
Estudiante: __________________________________
Grado y Sección: ________
Experiencia de
aprendizaje n°1
❖ Situación de aprendizaje.
Acabamos de celebrar nuestro Bicentenario, 200 años de independencia, y sí, hemos avanzado como país y como
sociedad. Sin embargo, todavía tenemos mucho por mejorar y seguir construyendo. Por ejemplo, aún vemos
manifestaciones de discriminación, de racismo, de exclusión y de desigualdades; estos son problemas que debemos
resolver. Solo así, entendiendo la diversidad como un aspecto positivo del que nos debemos sentir orgullosos,
podremos sumar al bien común y al buen vivir. En ese sentido, te proponemos responder al siguiente reto: ¿Por qué en
nuestra sociedad existe discriminación y exclusión y no nos reconocemos como sujetos en igualdad de
derechos y oportunidades? ¿Qué acciones propondrías para mejorar el bien común y el buen vivir?
❖ PROPÓSITO DE LA EXPERIENCIA
Promover y ejecutar acciones a nivel individual y comunitario, orientadas a construir un país libre de
discriminación.
❖ Producto: Construimos un país libre de discriminación con una
ciudadanía crítica y activa a través de la redacción de un artículo de opinión.
Para ayudarte a enfrentar la situación, realizarás las siguientes
actividades:
❖ Leerás sobre la diversidad cultural del Perú y resolverás algunos
cuestionarios. ❖ Planificarás y escribirás la primera versión de tu artículo de opinión
sobre la valoración de las personas de distintas culturas. ❖ Revisarás la primera versión de tu artículo de opinión y la corregirás
hasta obtener la versión final.
❖ Adjuntarás a esta carpeta tu artículo de opinión acerca de la diversidad
cultural en el Perú.
Indicación: lee atentamente, utiliza la técnica del subrayado para encontrar las ideas
principales que puedan contribuir a tu comprensión lectora.
Luchemos contra la discriminación
09/01/2020 “[...] es pertinente condenar con la mayor firmeza la discriminación y el racismo en todos los ámbitos, pues el Perú no será un país igualitario ni democrático si es que no elimina estos flagelos.” La discriminación es una lacra que atenta contra los esfuerzos por construir una sociedad igualitaria, justa y democrática, en la que todos los individuos sean respetados al margen del color de su piel, origen étnico, orientación sexual o política, religión, entre otras características.
Como muchos otros países, el Perú no se ha librado de este problema. La discriminación por motivos de raza es un mal endémico cuyos orígenes pueden rastrearse en los albores de nuestra vida republicana. O incluso antes.Hoy, a poco más de un año de celebrar el Bicentenario de la Independencia, con indignación comprobamos que un importante sector de nuestra sociedad mantiene naturalizadas y normalizadas conductas discriminatorias racistas.
Esas manifestaciones pueden observarse en comportamientos, comentarios y bromas. La tecnología y las redes sociales contribuyen a dar difusión a este tipo de actos denigrantes y repudiables. Vemos, por ejemplo, a ciudadanos que discriminan a otras personas por su color de piel u origen. En estos casos, el objetivo es rebajar al congénere a una posición inferior apelando para ello a una supuesta superioridad racial, económica o social.
De acuerdo con la Primera Encuesta Nacional Percepciones y Actitudes Sobre Diversidad Cultural y Discriminación Étnico-Racial, elaborada en el 2017, más de la mitad de peruanos se han sentido algo discriminados, discriminados o muy discriminados.
Las principales causas señaladas son el color de la piel (28%), nivel de ingresos (20%), rasgos faciales o físicos (17%), lugar de procedencia (16%), forma de hablar (15%), costumbres (14%), vestimenta (12%) y grado de educación (11%). Asimismo, el 53% de los encuestados considera que los peruanos son muy racistas o racistas. El sondeo demuestra que en el Perú el tema está muy asociado a la raza y a la condición étnica o social.
En nuestro ordenamiento legal, la discriminación es un delito desde el 2000, cuando se incorporó en el Código Penal el artículo 323, que sanciona con máximo tres años de prisión a quienes incurren en esa práctica con motivos étnicos, raciales, sexuales, políticos o religiosos, etc.
Si ya está tipificado y es moneda corriente en nuestra sociedad, ¿por qué no hay condenas contra las personas que cometen este tipo de conductas deleznables?
El Ministerio de Cultura atribuye esta paradoja a la normalización de los actos racistas, la vergüenza de las víctimas de hacerlos públicos, el desconocimiento de los mecanismos de denuncia, la dificultad de contar con medios probatorios y la ausencia de una cultura de sanción.
Si estas son las causas de la impunidad que gozan los racistas, es tarea de los próximos legisladores y de las autoridades encontrar los procedimientos más idóneos para hacer cumplir la ley y convertirla en una herramienta efectiva contra la discriminación.
En tanto ello ocurra, es pertinente condenar con la mayor firmeza la discriminación y el racismo en todos los ámbitos, pues el Perú no será un país igualitario ni democrático si es que no elimina estos flagelos.
CUESTIONARIO
“Luchemos contra la discriminación”
1.- ¿Cuál es el tema central del texto leído? 3ptos _________________________________________________________________________________________________
_________________________________________________________________________________________________
2.- ¿Qué pretende el autor con este texto? 2ptos
_________________________________________________________________________________________________
_________________________________________________________________________________________________
4.- Manifiesta tres ideas principales que se plantea en el texto. 6ptos ➢ __________________________________________________________________________________________
_________________________________________________________________________________________
➢ __________________________________________________________________________________________
__________________________________________________________________________________________
➢ __________________________________________________________________________________________
__________________________________________________________________________________________
__________________________________________________________________________________________
5.-Según el autor quiénes son los encargados de que no haya impunidad para los racistas. 2ptos
_________________________________________________________________________________________________
_________________________________________________________________________________________________
5.- Estás de acuerdo o en desacuerdo con lo planteado por el autor “La discriminación es una lacra que atenta contra los esfuerzos por construir una sociedad igualitaria, justa y democrática “Argumenta.7ptos _________________________________________________________________________________________
_________________________________________________________________________________________
_________________________________________________________________________________________
_________________________________________________________________________________________
_________________________________________________________________________________________
_________________________________________________________________________________________
Texto N°2 Ahora leerás un poema. “Me gritaron negra”– Victoria Santa Cruz
Tenía siete años apenas, apenas siete años,
¡Que siete años!
¡No llegaba a cinco siquiera!
De pronto unas voces en la calle
me gritaron ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
“¿Soy acaso negra?” – me dije ¡SÍ! “¿Qué cosa es ser negra?” ¡Negra!
Y yo no sabía la triste verdad que aquello escondía.¡ Negra!
Y me sentí negra, ¡Negra!
Como ellos decían ¡Negra!
Y retrocedí ¡Negra!
Como ellos querían ¡Negra!
Y odié mis cabellos y mis labios gruesos y miré apenada mi carne tostada
Y retrocedí ¡Negra!
Y retrocedí…
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Neeegra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
Y pasaba el tiempo,
y siempre amargada
Seguía llevando a mi espalda mi pesada carga
¡Y cómo pesaba! …
Me alacié el cabello,
me polveé la cara,
y entre mis cabellos siempre resonaba la misma palabra
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Neeegra!
Hasta que un día que retrocedía, retrocedía y que iba a caer ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¿Y qué?
¿Y qué? ¡Negra! Sí ¡Negra!
Soy ¡Negra! Negra ¡Negra! Negra soy
¡Negra! Sí
¡Negra! Soy
¡Negra! Negra
¡Negra! Negra soy
De hoy en adelante no quiero laciar mi cabello
No quiero
Y voy a reírme de aquellos,
que por evitar – según ellos –
que por evitarnos algún sinsabor Llaman a los negros gente de color ¡Y de qué color! NEGRO
¡Y qué lindo suena! NEGRO
¡Y qué ritmo tiene!
NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO
Al fin
Al fin comprendí AL FIN
Ya no retrocedo AL FIN
Y avanzo segura AL FIN
Avanzo y espero AL FIN
Y bendigo al cielo porque quiso Dios que negro azabache fuese mi color Y ya comprendí AL FIN
Ya tengo la llave
NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO
¡Negra soy!
CUESTIONARIO “Me gritaron negra” Victoria Santa Cruz.
1.-¿Quién habla en el texto?1ptos
____________________________________________________________________________
2.-¿Cuáles son los momentos claves en la vida de la protagonista?2ptos
____________________________________________________________________________________________
____________________________________________________________________________________________
____________________________________________
3. ¿Con qué se asocia el color negro al principio? ¿Y al final?3ptos ________________________________________________________________________________________
________________________________________________________________________________________
_______________________________________________________________________________________
4.- ¿Cómo van variando los sentimientos de la protagonista y qué reflexión genera en ti? 2ptos _________________________________________________________________________________________________
_________________________________________________________________________________________________
_________________________________________________________________________________________________
_________________________
5.- ¿Cómo se practica la discriminación racial según este poema? 3ptos.
_____________________________________________________________________________________
_____________________________________________________________________________________
_____________________________________
6.- ¿Crees que este poema podría contribuir a transformar nuestra sociedad?, ¿cómo? 3ptos
_________________________________________________________________________________________________
_________________________________________________________________________________________________
_______________________________________________________________________
7.-Interpreta las siguientes frases: 6ptos Y retrocedí…
_________________________________________________________________________________________________
_____________________________________________________________
Mi pesada carga…
_________________________________________________________________________________________________
____________________________________________________________
Ya tengo la llave…
___________________________________________________________________________
Indicaciones.: Lee atentamente, subraya los personajes y los hechos más importantes
El sueño del Pongo (José María Arguedas)
Un hombrecito se encaminó a la casa-hacienda de su patrón. Como era siervo iba a cumplir el turno de pongo, de sirviente en la gran residencia. Era pequeño, de cuerpo miserable, de ánimo débil, todo lamentable; sus ropas viejas. El gran señor, patrón de la hacienda, no pudo contener la risa cuando el hombrecito lo saludo en el corredor de la residencia. ¿Eres gente u otra cosa? - le preguntó delante de todos los hombres y mujeres que estaban de servicio. Humillándose, el pongo contestó. Atemorizado, con los ojos helados, se quedó de pie. ¡A ver! - dijo el patrón - por lo menos sabrá lavar ollas, siquiera podrá manejar la escoba, con esas sus manos que parece que no son nada. ¿Llévate esta inmundicia! - ordenó al mandón de la hacienda. Arrodillándose, el pongo le besó las manos al patrón y, todo agachado, siguió al mandón hasta la cocina. El hombrecito tenía el cuerpo pequeño, sus fuerzas eran sin embargo como las de un hombre común. Todo cuanto le ordenaban hacer lo hacía bien. Pero había un poco como de espanto en su rostro; algunos siervos se reían de verlo así, otros lo compadecían. "Huérfano de huérfanos; hijo del viento de la luna debe ser el frío de sus ojos, el corazón pura tristeza", había dicho la mestiza cocinera, viéndolo. El hombrecito no hablaba con nadie; trabajaba callado; comía en silencio. Todo cuanto le ordenaban, cumplía. "Sí, papacito; sí, mamacita", era cuanto solía decir. Quizá a causa de tener una cierta expresión de espanto, y por su ropa tan haraposa y acaso, también porque quería hablar, el patrón sintió un especial desprecio por el hombrecito. Al anochecer, cuando los siervos se reunían para rezar el Ave María, en el corredor de la casa-hacienda, a esa hora, el patrón martirizaba siempre al pongo delante de toda la servidumbre; lo sacudía como a un trozo de pellejo. Lo empujaba de la cabeza y lo obligaba a que se arrodillara y, así, cuando ya estaba hincado, le daba golpes suaves en la cara. Creo que eres perro. ¡Ladra! - le decía. El hombrecito no podía ladrar. Ponte en cuatro patas - le ordenaba entonces- El pongo obedecía, y daba unos pasos en cuatro pies. Trota de costado, como perro - seguía ordenándole el hacendado. El hombrecito sabía correr imitando a los perros pequeños de la puna. El patrón reía de muy buena gana; la risa le sacudía todo el cuerpo. ¡Regresa! - le gritaba cuando el sirviente alcanzaba trotando el extremo del gran corredor. El pongo volvía, corriendo de costadito. Llegaba fatigado. Algunos de sus semejantes, siervos, rezaban mientras tanto el Ave María, despacio, como viento interior en el corazón. ¡Alza las orejas ahora, vizcacha! ¡Vizcacha eres! - mandaba el señor al cansado hombrecito. - Siéntate en dos patas; empalma las manos. Como si en el vientre de su madre hubiera sufrido la influencia modulante de alguna vizcacha, el pongo imitaba exactamente la figura de uno de estos animalitos, cuando permanecen quietos, como orando sobre las rocas. Pero no podía alzar las orejas. Golpeándolo con la bota, sin patearlo fuerte, el patrón derribaba al hombrecito sobre el piso de ladrillo del corredor. Recemos el Padrenuestro - decía luego el patrón a sus indios, que esperaban en fila. El pongo se levantaba a pocos, y no podía rezar porque no estaba en el lugar que le correspondía ni ese lugar correspondía a nadie. En el oscurecer, los siervos bajaban del corredor al patio y se dirigían al caserío de la hacienda.
¡Vete pancita! - solía ordenar, después, el patrón al pongo. Y así, todos los días, el patrón hacía revolcarse a su nuevo pongo, delante de la servidumbre. Lo obligaba a reírse, a fingir llanto. Lo entregó a la mofa de sus iguales, los colonos*. Pero... una tarde, a la hora del Ave María, cuando el corredor estaba colmado de toda la gente de la hacienda, cuando el patrón empezó a mirar al pongo con sus densos ojos, ése, ese hombrecito, habló muy claramente. Su rostro seguía un poco espantado. Gran señor, dame tu licencia; padrecito mío, quiero hablarte - dijo. El patrón no oyó lo que oía. ¿Qué? ¿Tú eres quien ha hablado u otro? - preguntó. Tu licencia, padrecito, para hablarte. Es a ti a quien quiero hablarte - repitió el pongo. Habla... si puedes - contestó el hacendado. Padre mío, señor mío, corazón mío - empezó a hablar el hombrecito -. Soñé anoche que habíamos muerto los dos juntos; juntos habíamos muerto. ¿Conmigo? ¿Tú? Cuenta todo, indio - le dijo el gran patrón. Como éramos hombres muertos, señor mío, aparecimos desnudos. Los dos juntos; desnudos ante nuestro gran Padre San Francisco. ¿Y después? ¡Habla! - ordenó el patrón, entre enojado e inquieto por la curiosidad. Viéndonos muertos, desnudos, juntos, nuestro gran Padre San Francisco nos examinó con sus ojos que alcanzan y miden no sabemos hasta qué distancia. A ti y a mí nos examinaba, pensando, creo, el corazón de cada uno y lo que éramos y lo que somos. Como hombre rico y grande, tú enfrentabas esos ojos, padre mío. ¿Y tú? No puedo saber cómo estuve, gran señor. Yo no puedo saber lo que valgo. Bueno, sigue contando. Entonces, después, nuestro Padre dijo con su boca: "De todos los ángeles, el más hermoso, que venga. A ese incomparable que lo acompañe otro ángel pequeño, que sea también el más hermoso. Que el ángel pequeño traiga una copa de oro, y la copa de oro llena de la miel de chancaca más transparente". ¿Y entonces? - preguntó el patrón. Los indios siervos oían, oían al pongo, con atención sin cuenta pero temerosos. Dueño mío: apenas nuestro gran Padre San Francisco dio la orden, apareció un ángel, brillando, alto como el sol; vino hasta llegar delante de nuestro Padre, caminando despacio. Detrás del ángel mayor marchaba otro pequeño, bello, de luz suave como el resplandor de las flores. Traía en las manos una copa de oro. ¿Y entonces? - repitió el patrón. "Ángel mayor: cubre a este caballero con la miel que está en la copa de oro; que tus manos sean como plumas cuando pasen sobre el cuerpo del hombre", diciendo, ordenó nuestro gran Padre. Y así, el ángel excelso, levantando la miel con sus manos, enlució tu cuerpecito, todo, desde la cabeza hasta las uñas de los pies. Y te erguiste, solo; en el resplandor del cielo la luz de tu cuerpo sobresalía, como si estuviera hecho de oro, transparente. Así tenía que ser - dijo el patrón, y luego preguntó: ¿Y a ti? Cuando tú brillabas en el cielo, nuestro Gran Padre San Francisco volvió a ordenar: "Que de todos los ángeles del cielo venga el de menos valer, el más ordinario. Que ese ángel traiga en un tarro de gasolina excremento humano". ¿Y entonces? Un ángel que ya no valía, viejo, de patas escamosas, al que no le alcanzaban las fuerzas para mantener las alas en su sitio, llegó ante nuestro gran Padre; llegó bien cansado, con las alas chorreadas, trayendo en las manos un tarro grande. "Oye viejo - ordenó nuestro gran Padre a ese pobre ángel -, embadurna el cuerpo de este hombrecito con el excremento que hay en esa lata que has traído; todo el cuerpo, de cualquier manera; cúbrelo como puedas. ¡Rápido!". Entonces, con sus manos nudosas, el ángel viejo, sacando el excremento de la lata, me cubrió, desigual, el cuerpo, así como se echa barro en la pared de una casa ordinaria, sin cuidado. Y aparecí
avergonzado, en la luz del cielo, apestando... Así mismo tenía que ser - afirmó el patrón. - ¡Continúa! ¿O todo concluye allí? No, padrecito mío, señor mío. Cuando nuevamente, aunque ya de otro modo, nos vimos juntos, los dos, ante nuestro Gran padre San Francisco, él volvió a mirarnos, también nuevamente, ya a ti ya a mí, largo rato. Con sus ojos que colmaban el cielo, no sé hasta qué honduras nos alcanzó, juntando la noche con el día, el olvido con la memoria. Y luego dijo: "Todo cuanto los ángeles debían hacer con ustedes ya está hecho. Ahora ¡lámanse el uno al otro! Despacio, por mucho tiempo". El viejo ángel rejuveneció a esa misma hora; sus alas recuperaron su color negro, su gran fuerza. Nuestro Padre le encomendó vigilar que su voluntad se cumpliera.
CUESTIONARIO
“EL SUEÑO DEL PONGO” JOSÉ MARÍA ARGUEDAS
1.-El tema central del relato es:1 ptos
a) El autoritarismo de los hacendados. b) La sumisión de los campesinos. c) La justicia frente al maltratado. d) Las relacione sociales en la sierra peruana.
2.-¿Cuál es la intención principal del autor de este cuento? 1 ptos a) Apelar a los lectores para que no maltraten a las personas. b) Criticar como hacían trabajar los hacendados a los indios. c) Burlarse de los hacendados. d) Animar a los campesinos a desconfiar de los hacendados.
3.-Señala tres razone por las que el Pongo no hacía nada contra el patrón. 3 ptos _________________________________________________________________________________________
_________________________________________________________________________________________
_________________________________________
4.-¿Por qué el patrón humillaba al Pongo? 2 ptos _________________________________________________________________________________________
_________________________________________________________
5.-¿Qué mensaje envía el Pongo al patrón al contarle el sueño? 3 ptos _________________________________________________________________________________________
_________________________________________________________________________________________
_________________________________________
6.-¿Cuál consideras que es el mensaje de este cuento? Da dos razones con ejemplos. 5 ptos _________________________________________________________________________________________
_________________________________________________________________________________________
_________________________________________________________________________________________
7.-Manifiesta tu opinión acerca del tema abordado por el autor 5 ptos _________________________________________________________________________________________
_________________________________________________________________________________________
_________________________________________________________________
Ahora que ya has leído te corresponde trabajar la competencia escribe diversos tipos de textos escritos, redactarás un artículo de opinión acerca de la discriminación y exclusión en el Perú. Para ello recordarás qué es un artículo de opinión.
Escribimos un artículo de opinión El artículo de opinión es un texto periodístico, generalmente breve, que muestra un comentario o posición,
debidamente argumentado, sobre un tema que puede ser de actualidad o interés general para la
comunidad. El autor de este tipo de artículos suele ser una persona reconocida por ser especialista en el
tema o por su trayec toria. El artículo de opinión es de difusión masiva; se publica en medios impresos o
virtuales. Tiene las siguientes características:
• Como expresa una opinión personal, suele estar en primera persona.
• Puede respaldarse con citas de otros autores, datos estadísticos, etc.
• El lenguaje puede ser formal o informal, de acuerdo con el tono que le quiera dar el autor, pues el
articulista goza de gran libertad expresiva.
Ahora escribirás tu artículo de opinión para ello planificarás.
Presenta una postura
o tesis Esta es una
afirmación.
Argumentos:
Son casos, ejemplos
para argumentar la
afirmación o tesis.
Conclusión
Refuerza la
postura
presentada.
Durante la redacción
Ahora que ya tienes un destinatario específico seleccionado, la problemática identificada y el contexto, así como tus
Cuadro planificador de mi artículo de opinión
TÍTULO ¿EL título de mi artículo de opinión será?
TEMA ¿El tema de mi artículo de opinión será?
PROPÓSITO ¿El propósito de mi artículo de opinión será?
DESTINATARIO ¿A qué público estará dirigido mi artículo de opinión?
LENGUAJE El registro o lenguaje que utilizaré será
INTRODUCCIÓN
La tesis de mi artículo de opinión será
Estructura del cuerpo de la carta abierta.
Los argumentos que respaldarán mi tesis serán
1.-
2.-
CONCLUSIÓN Cómo finalizaré mi artículo de opinión
FUENTES ¿A Qué fuentes recurriré?
argumentos; es el momento de empezar a escribir o grabar la primera versión de tu artículo de opinión. ¿Cómo lo harás?
- Coloca un título
- Inicia con un párrafo introductorio sobre la problemática seleccionada.
- Desarrolla tus ideas y presenta los argumentos que expresen tu punto de vista. Puedes incluir opiniones o datos de
expertos que avalen tu postura.
- Concluye planteando tu opinión.
Elabora una primera versión y evalúala en base a los siguientes criterios:
- Existe coherencia y claridad entre las ideas.
- Responde al propósito que quiero lograr.
- El lenguaje empleado es formal.
- El vocabulario empleado es pertinente.
- Los recursos gramaticales y ortográficos dan sentido al texto.
Considera estos criterios para redactar tu artículo de opinión.
Ficha para evaluar artículo de opinión.
Criterios Valoración Puntaje
Redacta la tesis de forma clara y pertinente respetando el tema propuesto.
0-3
El párrafo introductorio tiene un elemento apropiado que atrae la atención de la audiencia. Esto puede ser una afirmación fuerte, una cita relevante, una estadística o una pregunta dirigida al lector.
0-3
Los argumentos evidencian ejemplos, razones presentadas en un orden lógico de una forma pertinente y llamativa.
0-3
La conclusión es fuerte y deja al lector con una idea absolutamente clara de la posición del autor.
0-3
Utiliza los referentes textuales y conectores en su redacción. 0-3
Respeta la ortografía y signos de puntuación. 0-2
Muestra coherencia en su discurso. 0-3
Calificación final
Experiencia de
aprendizaje n°2
❖ Situación de aprendizaje.
Los cambios culturales ocurridos en los últimos tiempos, han hecho olvidar lo significativo que
es la literatura. Sabemos que a través de ella se consigue desarrollar la capacidad del manejo
del lenguaje, el análisis y la criticidad que hace falta fomentar en los estudiantes. La clave de la
educación es la creatividad, por ende, es vital abordar aspectos del campo literario para
desarrollar sus habilidades comunicativas. En tal sentido planteamos actividades que en
favorezcan la creatividad, la autonomía a través de la lectura de textos de la literatura universal
romántica, realista y contemporánea.
❖ PROPÓSITO DE LA EXPERIENCIA
Desarrollamos nuestra creatividad y autonomía leyendo textos literarios románticos realistas y contemporáneos.
❖ Producto: Redactamos un ensayo de la obra el viejo y
el mar.
❖ ACTIVIDADES A REALIZAR EN ESTA
EXPERIENCIA
❖ Leerás textos literarios y resolverás algunos
cuestionarios. ❖ Leerás un cuento del autor Edgar Allan Poe: “El
corazón delator”
❖ Planificarás y escribirás la primera versión de tu
ensayo literario ❖ Revisarás la primera versión de tu ensayo y la
corregirás hasta obtener la versión final.
❖ Adjuntarás a esta carpeta tu ensayo
literario.
Ahora leerás este texto romántico Indicaciones.: LEE ATENTAMENTE, SUBRAYA LOS PERSONAJES Y LOS HECHOS MÁS IMPORTANTES
Fragmento de la obra “Los miserables” AUTOR: Víctor Hugo
Jean Valjean pertenecía a una humilde familia de Brie. No había aprendido a leer en su infancia; y cuando fue hombre,
tomó el oficio de su padre, podador en Faverolles. Su padre se llamaba igualmente Jean Valjean o Vlajean, una contracción
probablemente de"voilà Jean": ahí está Jean.
Su carácter era pensativo, aunque no triste, propio de las almas afectuosas. Perdió de muy corta edad a su padre y a su
madre. Se encontró sin más familia que una hermana mayor que él, viuda y con siete hijos. El marido murió cuando el
mayor de los siete hijos tenía ocho años y el menor uno. Jean Valjean acababa de cumplir veinticinco. Reemplazó al padre,
y mantuvo a su hermana y los niños. Lo hizo sencillamente, como un deber, y aun con cierta rudeza.
Su juventud se desperdiciaba, pues, en un trabajo duro y mal pagado. Nunca se le conoció novia; no había tenido tiempo
para enamorarse.
Por la noche volvía cansado a la casa y comía su sopa sin decir una palabra. Mientras comía, su hermana a menudo le
sacaba de su plato lo mejor de la comida, el pedazo de carne, la lonja de tocino, el cogollo de la col, para dárselo a alguno
de sus hijos. El, sin dejar de comer, inclinado sobre la mesa, con la cabeza casi metida en la sopa, con sus largos cabellos
esparcidos alrededor del plato, parecía que nada observaba; y la dejaba hacer.
Aquella familia era un triste grupo que la miseria fue oprimiendo poco a poco. Llegó un invierno muy crudo; Jean no tuvo
trabajo. La familia careció de pan. ¡Ni un bocado de pan y siete niños!
Un domingo por la noche Maubert Isabeau, panadero de la plaza de la Iglesia, se disponía a acostarse cuando oyó un golpe
violento en la puerta y en la vidriera de su tienda. Acudió, y llegó a tiempo de ver pasar un brazo a través del agujero hecho
en la vidriera por un puñetazo. El brazo cogió un pan y se retiró. Isabeau salió apresuradamente; el ladrón huyó a todo
correr, pero Isabeau corrió también y lo detuvo. El ladrón había tirado el pan, pero tenía aún el brazo ensangrentado. Era
Jean Valjean.
Esto ocurrió en 1795. Jean Valjean fue acusado ante los tribunales de aquel tiempo como autor de un robo con fractura, de
noche, y en casa habitada. Tenía en su casa un fusil y era un eximio tirador y aficionado a la caza furtiva, y esto lo perjudicó.
Fue declarado culpable. Las palabras del código eran terminantes. Hay en nuestra civilización momentos terribles, y son
precisamente aquellos en que la ley penal pronuncia una condena. ¡Instante fúnebre aquel en que la sociedad se aleja y
consuma el irreparable abandono de un ser pensante! Jean Valjean fue condenado a cinco años de presidio.
Un antiguo carcelero de la prisión recuerda aun perfectamente a este desgraciado, cuya cadena se remachó en la
extremidad del patio. Estaba sentado en el suelo como todos los demás. Parecía que no comprendía nada de su posición,
sino que era horrible. Pero es probable que descubriese, a través de las vagas ideas de un hombre completamente
ignorante, que había en su pena algo excesivo. Mientras que a grandes martillazos remachaban detrás de él la bala de su
cadena, lloraba; las lágrimas lo ahogaban, le impedían hablar, y solamente de rato en rato exclamaba: "Yo era podador en
Faverolles". Después sollozando y alzan do su mano derecha, y bajándola gradualmente siete veces, como si tocase
sucesivamente siete cabezas a desigual altura, quería indicar que lo que había hecho fue para alimentar a siete criaturas.
Por fin partió para Tolón, donde llegó después de un viaje de veintisiete días, en una carreta y con la cadena al cuello. En
Tolón fue vestido con la chaqueta roja; y entonces se borró todo lo que había sido en su vida, hasta su nombre, porque
desde entonces ya no fue Jean Valjean, sino el número 24.601. ¿Qué fue de su hermana? ¿Qué fue de los siete niños?
Pero, ¿a quién le importa?
La historia es siempre la misma. Esos pobres seres, esas criaturas de Dios, sin apoyo alguno, sin guía, sin asilo, quedaron
a merced de la casualidad. ¿Qué más se ha de saber?
Se fueron cada uno por su lado, y se sumergieron poco a poco en esa fría bruma en que se sepultan los destinos solitarios.
Apenas, durante todo el tiempo que pasó en Tolón, oyó hablar una sola vez de su hermana. Al fin del cuarto año de prisión,
recibió noticias por no sé qué conducto. Alguien que los había conocido en su pueblo había visto a su hermana: estaba en
París. Vivía en un miserable callejón, cerca de San Sulpicio, y tenía consigo sólo al menor de los niños. Esto fue lo que le
dijeron a Jean Valjean. Nada supo después.
A fines de ese mismo cuarto año, le llegó su turno para la evasión. Sus camaradas lo ayudaron como suele hacerse en
aquella triste mansión, y se evadió. Anduvo errante dos días en libertad por el campo, si es ser libre estar perseguido, volver
la cabeza a cada instante y al menor ruido, tener miedo de todo, del sendero, de los árboles, del sueño. En la noche del
segundo día fue apresado. No había comido ni dormido hacía treinta seis horas. El tribunal lo condenó por este delito a un
recargo de tres años. Al sexto año le tocó también el turno para la evasión; por la noche la ronda le encontró oculto bajo
laquilla de un buque en construcción; hizo resistencia a los guardias que lo cogieron: evasión y rebelión. Este hecho,
previsto por el código especial, fue castigado con un recargo de cinco años, dos de ellos de doble cadena. Al décimo le
llegó otra vez su turno, y lo aprovechó; pero no salió mejor librado. Tres años más por esta nueva tentativa. En fin, el año
decimotercero, intentó de nuevo su evasión, y fue cogido a las cuatro horas. Tres años más por estas cuatro horas: total
diecinueve años. En octubre de 1815 salió en libertad: había entrado al presidio en 1796 por haber roto un vidrio y haber
tomado un pan.
Jean Valjean entró al presidio sollozando y tembloroso; salió impasible. Entró desesperado; salió taciturno. ¿Qué había
pasado en su alma?
Nuevas quejas
Cuando llegó la hora de la salida del presidio; cuando Jean Valjean oyó resonar en sus oídos estas palabras extrañas:
"¡Estás libre!", tuvo un momento indescriptible: un rayo de viva luz, un rayo de la verdadera luz de los vivos penetró en él
súbitamente. Pero no tardó en debilitarse. Jean Valjean se había deslumbrado con la idea de la libertad. Había creído en
una vida nueva; pero pronto supo lo que es una libertad con pasaporte amarillo.
Al día siguiente de su libertad, en Grasse, vio delante de la puerta de una destilería de flores de naranjo algunos hombres
que descargaban unos fardos. Ofreció su trabajo. Era necesario y fue aceptado. Se puso a trabajar. Era inteligente, robusto,
ágil, trabajaba muy bien; su empleador parecía estar contento. Pero pasó un gendarme, lo observó y le pidió sus papeles.
Le fue preciso mostrar el pasaporte amarillo. Hecho esto, volvió a su trabajo.
Un momento antes había preguntado a un compañero cuánto ganaba al día; "treinta sueldos", le había respondido. Llegó
la tarde, y como debía partir al día siguiente por la mañana, se presentó al dueño y le rogó que le pagase. Este no pronunció
una palabra, y le entregó quince sueldos. Reclamó y le respondieron: "Bastante es eso para ti". Insistió. El dueño lo miró
fijamente, y le dijo: "¡Cuidado con la cárcel!" La excarcelación no es la libertad. Se acaba el presidio, pero no la condena.
Esto era lo que había sucedido en Grasse. Ya hemos visto cómo fue recibido en D.
VIII
El hombre despierto
Daban las dos en el reloj de la catedral cuando Jean Valjean despertó. Lo que lo despertó fue el lecho demasiado blando. Iban a cumplirse veinte años que no se acostaba en una cama, y aunque no se hubiese desnudado, la sensación era demasiado nueva para no turbar su sueño. Había dormido más de cuatro horas. No acostumbraba dedicar más tiempo al reposo. Abrió los ojos y miró un momento en la oscuridad en derredor suyo; después los cerró para dormir otra vez.Pero cuando han agitado el ánimo durante el día muchas sensaciones diversas; cuando se ha pensado a la vez en muchas cosas, el hombre duerme, pero no vuelve a dormir una vez que ha despertado. Jean Valjean no pudo dormir más, y se puso a meditar. Se encontraba en uno de esos momentos en que todas las ideas que tiene el espíritu se mueven y agitan sin fijarse. Tenía una especie de vaivén oscuro en el cerebro.
Muchas ideas lo acosaban pero entre ellas había una que se presentaba más continuamente a su espíritu, y que expulsaba a las demás; había reparado en los seis cubiertos de plata y el cucharón que la señora Magloire pusiera en la mesa. Estos seis cubiertos de plata lo obsesionaban. Y estaban allí, a algunos pasos. Y eran macizos. Y de plata antigua. Con el cucharón, valdrían lo menos doscientos francos. Doble de lo que había ganado en diecinueve años. Su mente osciló por espacio de una hora en fluctuaciones en que se desarrollaba cierta lucha. Dieron las tres. Abrió los ojos, se incorporó bruscamente en la cama. Permaneció algún tiempo pensativo. De repente se levantó, se quitó los zapatos que colocó suavemente en la estera cerca de la cama; volvió a su primera postura de siniestra meditación, y quedó inmóvil, y hubiera permanecido en ella hasta que viniera el día, si el reloj no hubiese dado una campanada; tal vez esta campanada le gritó ¡Vamos! Se puso de pie, dudó aún un momento y escuchó: todo estaba en silencio en la casa; entonces examinó la ventana; miró
hacia el jardín, con esa mirada atenta que estudia más que mira. Estaba cercado por una pared blanca bastante baja y fácil
de escalar.
Después, con el ademán de un hombre re suelto, se dirigió a la cama, cogió su morral, lo abrió, lo registró, sacó un objeto
de hierro que puso sobre la cama, se metió los zapatos en los bolsillos, cerró el saco y se lo echó a la espalda, se puso la
gorra bajando la visera sobre los ojos, buscó a tientas su palo, y fue a colocarlo en el ángulo de la ventana; después volvió
a la cama y cogió resueltamente el objeto que había dejado allí. Parecía una barra de hierro corta, aguzada como un chuzo:
era una lámpara de minero. A veces se empleaba a presidiarios en faenas mineras cerca de Tolón y no es, por tanto, de
extrañar que Valjean tuviera en su poder dicho implemento. Con ella en la mano, y conteniendo la respiración, se dirigió al
cuarto contiguo. Encontró la puerta entornada. El obispo no la había cerrado.
Jean Valjean escuchó un momento. No se oía ruido alguno. Empujó la puerta; un gozne mal aceitado produjo en la
oscuridad un ruido ronco y prolongado. Jean Valjean tembló. El ruido sonó en sus oídos como un eco formidable, y vibrante,
como la trompeta del juicio final.Se detuvo temblando azorado. Oyó latir las arterias en sus sienes como dos martillos de
fragua, y le pareció que el aliento salía de su pecho con el ruido con que sale el viento de una caverna. Creía imposible que
el grito de aquel gozne no hubiese estremecido toda la casa como la sacudida de un terremoto. El viejo se levantaría, las
dos mujeres gritarían, recibirían auxilio, y antes de un cuarto de hora el pueblo estaría en movimiento, y la gendarmería en
pie. Por un momento se creyó perdido.
Permaneció inmóvil, sin atreverse a hacer ningún movimiento. Pasaron algunos minutos. La puerta se había abierto
completamente. Se atrevió a entrar en el cuarto; el ruido del gozne mohoso no había despertado a nadie.
Había pasado el primer peligro; pero Jean Valjean estaba sobrecogido y confuso. Mas no retrocedió. Ni aun en el momento
en que se creyó perdido retrocedió. Sólo pensó en acabar cuanto antes.
En el dormitorio reinaba una calma perfecta. Oía en el fondo de la habitación la respiración igual y tranquila del obispo
dormido. De repente se detuvo. Estaba cerca de la cama; había llegado antes de lo que creía.
El obispo dormía tranquilamente. Su fisonomía estaba iluminada por una vaga expresión de satisfacción, de esperanza, de
beatitud. Esta expresión era más que una sonrisa; era casi un resplandor.
Jean Valjean estaba en la sombra con su barra de hierro en la mano, inmóvil, turbado ante aquel anciano resplandeciente.
Nunca había visto una cosa semejante. Aquella confianza lo asustaba. El mundo moral no puede presentar espectáculo
más grande: una conciencia turbada a inquieta, próxima a cometer una mala acción, contemplando el sueño de un justo.
Nadie hubiera podido decir lo que pasaba en aquel momento por el criminal; ni aun él mismo lo sabía. Para tratar de
expresarlo es preciso combinar mentalmente lo más violento con lo más suave. En su fisonomía no se podía distinguir nada
con certidumbre; parecía expresar un asombro esquivo. Contemplaba aquel cuadro; pero, ¿qué pensaba? Imposible
adivinarlo. Era evidente que estaba conmovido y desconcertado. Pero, ¿de qué naturaleza era esta emoción?
No podía apartar su vista del anciano; y lo único que dejaba traslucir claramente su fisonomía era una extraña indecisión.
Parecía dudar entre dos abismos: el de la perdición o el de la salvación; entre herir aquella cabeza o besar aquella mano.
Al cabo de algunos instantes levantó el brazo izquierdo hasta la frente, y se quitó la gorra; después dejó caer el brazo con
lentitud y volvió a su meditación con la gorra en la mano izquierda, la barra en la derecha y los cabellos erizados sobre su
tenebrosa frente. El obispo seguía durmiendo tranquilamente bajo aquella mirada aterradora. El reflejo de la luna hacía
visible confusamente encima de la chimenea el crucifijo, que parecía abrir sus brazos a ambos, bendiciendo al uno,
perdonando al otro.
De repente Jean Valjean se puso la gorra, pasó rápidamente a lo largo de la cama sin mirar al obispo, se dirigió al armario
que estaba a la cabecera; alzó la barra de hierro como para forzar la cerradura; pero estaba puesta la llave; la abrió y lo
primero que encontró fue el cestito con la platería; lo cogió, atravesó la estancia a largos pasos, sin precaución alguna y
sin cuidarse ya del ruido; entró en el oratorio, cogió su palo, abrió la ventana, la saltó, guardó los cubiertos en su morral,
tiró el canastillo, atravesó el jardín, saltó la tapia como un tigre y desapareció.
IX
El obispo trabaja
Al día siguiente, al salir el sol, monseñor Bienvenido se paseaba por el jardín. La señora Magloire salió corriendo a su
encuentro muy agitada.
-Monseñor, monseñor exclamó: ¿Sabe Vuestra Grandeza dónde está el canastillo de los cubiertos?
-Sí contestó el obispo. -¡Bendito sea Dios! dijo ella. No lo podía encontrar. El obispo acababa de recoger el canastillo en el jardín, y se lo presentó a la señora Magloire. Aquí está. -Sí dijo ella; pero vacío. ¿Dónde están los cubiertos? -¡Ah! dijo el obispo. ¿Es la vajilla lo que buscáis? No lo sé. ¡Gran Dios! ¡La han robado! El hombre de anoche la ha robado. Y en un momento, con toda su viveza, la señora Magloire corrió al oratorio, entró en la alcoba, y volvió al lado del obispo. -¡Monseñor, el hombre se ha escapado! ¡Nos robó la platería! El obispo permaneció un momento silencioso, alzó después la vista, y dijo a la señora Magloire con toda dulzura: -¿Y era nuestra esa platería? La señora Magloire se quedó sin palabras; y el obispo añadió: Señora Magloire; yo retenía injustamente desde hace tiempo esa platería. Pertenecía a los pobres. ¿Quién es ese hombre? Un pobre, evidentemente. - ¡Ay, Jesús! dijo la señora Magloire. No lo digo por mí ni por la señorita, porque a nosotras nos da lo mismo; lo digo por Vuestra Grandeza. ¿Con qué vais a comer ahora, monseñor? El obispo la miró como asombrado. Pues, ¿no hay cubiertos de estaño? La señora Magloire se encogió de hombros. El estaño huele mal. Entonces de hierro. La señora Magloire hizo un gesto expresivo: El hierro sabe mal. -Pues bien dijo el obispo, cubiertos de palo. Algunos momentos después se sentaba en la misma mesa a que se había sentado Jean Valjean la noche anterior. Mientras desayunaba, monseñor Bienvenido hacía notar alegremente a su hermana, que no hablaba nada, y a la señora Magloire, que murmuraba sordamente, que no había necesidad de cuchara ni de tenedor, aunque fuesen de madera, para mojar un pedazo de pan en una taza de leche. -¡A quién se le ocurre mascullaba la señora Magloire yendo y viniendo recibir a un hombre así, y darle cama a su lado! Cuando ya iban a levantarse de la mesa, golpearon a la puerta. Adelante dijo el obispo.Se abrió con violencia la puerta. Un extraño grupo apareció en el umbral. Tres hombres traían a otro cogido del cuello. Los tres hombres eran gendarmes. El cuarto era Jean Valjean. Un cabo que parecía dirigir el grupo se dirigió al obispo haciendo el saludo militar. -Monseñor... dijo.Al oír esta palabra Jean Valjean, que estaba silencioso y parecía abatido, levantó estupefacto la cabeza. -¡Monseñor! -murmuró. ¡No es el cura!
-Silencio dijo un gendarme. Es Su Ilustrísima el señor obispo. Mientras tanto monseñor Bienvenido se había acercado a
ellos. ¡Ah, habéis regresado! -dijo mirando a Jean Valjean. Me alegro de veros. Os había dado también los candeleros, que
son de plata, y os pueden valer también doscientos francos. ¿Por qué no los habéis llevado con vuestros cubiertos?
Jean Valjean abrió los ojos y miró al venerable obispo con una expresión que no podría pintar ninguna lengua humana.
-Monseñor -dijo el cabo
-¿Es verdad entonces lo que decía este hombre? Lo encontramos como si fuera huyendo, y lo hemos detenido. Tenía esos
cubiertos...
-¿Y os ha dicho interrumpió sonriendo el obispo que se los había dado un hombre, un sacerdote anciano en cuya casa
había pasado la noche? Ya lo veo. Y lo habéis traído acá.
-Entonces dijo el gendarme, ¿podemos dejarlo libre?
-Sin duda dijo el obispo.
Los gendarmes soltaron a Jean Valjean, que retrocedió.
-¿Es verdad que me dejáis? dijo con voz casi inarticulada, y como si hablase en sueños.
-Sí; te dejamos, ¿no lo oyes?
-dijo el gendarme.
-Amigo mío dijo el obispo, tomad vuestros candeleros antes de iros.
Y fue a la chimenea, cogió los dos candelabros de plata, y se los dio. Las dos mujeres lo miraban sin hablar una palabra,
sin hacer un gesto, sin dirigir una mirada que pudiese distraer al obispo.
Jean Valjean, temblando de pies a cabeza, tomó los candelabros con aire distraído.
Ahora dijo el obispo, id en paz. Y a propósito, cuando volváis, amigo mío, es inútil que paséis por el jardín. Podéis entrar y
salir siempre por la puerta de la calle. Está cerrada sólo con el picaporte noche y día.
Después volviéndose a los gendarmes, les dijo:
-Señores, podéis retiraros.
Los gendarmes abandonaron la casa. Parecía que Jean Valjean iba a desmayarse.
El obispo se aproximó a él, y le dijo en voz baja:
-No olvidéis nunca que me habéis prometido emplear este dinero en haceros hombre honrado. Jean Valjean, que no
recordaba haber prometido nada, lo miró alelado. El obispo continuó con solemnidad: -Jean Valjean, hermano mío, vos no
pertenecéis al mal, sino al bien. Yo compro vuestra alma; yo la libro de las negras ideas y del espíritu de perdición, y la
consagro a Dios.
Cuestionario del fragmento “Los miserables”
1.-Parafrasea del texto leído 10 acciones principales: (5 ptos)
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2.-¿Qué representa Jean Valjean? argumenta tu respuesta.(5 ptos)7 renglones como mínimo.
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3.-Opina acerca de la problemática que se presenta en este fragmento. (5 ptos)
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4.-¿Qué opinas de la actitud del obispo? 5 ptos
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LEE ESTE FRAGMENTO REALISTA
Fragmento de Crimen y Castigo de Fedor Dostoievski
Raskolnikof jadeaba. Estuvo un momento vacilando. «¿No será mejor que me vaya?» Pero ni siquiera se dio respuesta a
esta pregunta. Aplicó el oído a la puerta y no oyó nada: en el departamento de Alena Ivanovna reinaba un silencio de
muerte. Su atención se desvió entonces hacia la escalera: permaneció un momento inmóvil, atento al menor ruido que
pudiera llegar desde abajo...
Luego miró en todas direcciones y comprobó que el hacha estaba en su sitio. Seguidamente se preguntó: «¿No estaré
demasiado pálido..., demasiado trastornado? ¡Es tan desconfiada esa vieja! Tal vez me convendría esperar hasta
tranquilizarme un poco.» Pero los latidos de su corazón, lejos de normalizarse, eran cada vez más violentos... Ya no pudo
contenerse: tendió lentamente la mano hacia el cordón de la campanilla y tiró. Un momento después insistió con violencia.
No obtuvo respuesta, pero no volvió a llamar: además de no conducir a nada, habría sido una torpeza. No cabía duda de
que la vieja estaba en casa; pero era suspicaz y debía de estar sola. Empezaba a conocer sus costumbres...
Aplicó de nuevo el oído a la puerta y... ¿Sería que sus sentidos se habían agudizado en aquellos momentos (cosa muy
poco probable), o el ruido que oyó fue perfectamente perceptible? De lo que no le cupo duda es de que percibió que una
mano se apoyaba en el pestillo, mientras el borde de un vestido rozaba la puerta. Era evidente que alguien hacía al otro
lado de la puerta lo mismo que él estaba haciendo por la parte exterior. Para no dar la impresión de que quería esconderse,
Raskolnikof movió los pies y refunfuñó unas palabras. Luego tiró del cordón de la campanilla por tercera vez, sin violencia
alguna, discretamente, con objeto de no dejar traslucir la menor impaciencia. Este momento dejaría en él un recuerdo
imborrable. Y cuando, más tarde, acudía a su imaginación con perfecta nitidez, no comprendía cómo había podido
desplegar tanta astucia en aquel momento en que su inteligencia parecía extinguirse y su cuerpo paralizarse... Un instante
después oyó que descorrían el cerrojo.
VII
Como en su visita anterior, Raskolnikof vio que la puerta se entreabría y que en la estrecha abertura aparecían dos ojos
penetrantes que le miraban con desconfianza desde la sombra.
En este momento, el joven perdió la sangre fría y cometió una imprudencia que estuvo a punto de echarlo todo a perder.
Temiendo que la vieja, atemorizada ante la idea de verse a solas con un hombre cuyo aspecto no tenía nada de
tranquilizador, intentara cerrar la puerta, Raskolnikof lo impidió mediante un fuerte tirón. La usurera quedó paralizada, pero
no soltó el pestillo aunque poco faltó para que cayera de bruces. Después, viendo que la vieja permanecía obstinadamente
en el umbral, para no dejarle el paso libre, él se fue derecho a ella. Alena Ivanovna, aterrada, dio un salto atrás e intentó
decir algo. Pero no pudo pronunciar una sola palabra y se quedó mirando al joven con los ojos muy abiertos.
-Buenas tardes, Alena Ivanovna -empezó a decir en el tono más indiferente que le fue posible adoptar. Pero sus esfuerzos
fueron inútiles: hablaba con voz entrecortada, le temblaban las manos-. Le traigo..., le traigo... una cosa para empeñar...
Pero entremos: quiero que la vea a la luz.
Y entró en el piso sin esperar a que la vieja lo invitara. Ella corrió tras él, dando suelta a su lengua.
-¡Oiga! ¿Quién es usted? ¿Qué desea?
-Ya me conoce usted, Alena Ivanovna. Soy Raskolnikof... Tenga; aquí tiene aquello de que le hablé el otro día.
Le ofrecía el paquetito. Ella lo miró, como dispuesta a cogerlo, pero inmediatamente cambió de opinión. Levantó los ojos y
los fijó en el intruso. Lo observó con mirada penetrante, con un gesto de desconfianza e indignación. Pasó un minuto.
Raskolnikof incluso creyó descubrir un chispazo de burla en aquellos ojillos, como si la vieja lo hubiese adivinado todo.
Notó que perdía la calma, que tenía miedo, tanto, que habría huido si aquel mudo examen se hubiese prolongado medio
minuto más.
-¿Por qué me mira así, como si no me conociera? -exclamó Raskolnikof de pronto, indignado también-. Si le conviene este
objeto, lo toma; si no, me dirigiré a otra parte. No tengo por qué perder el tiempo.
Dijo esto sin poder contenerse, a pesar suyo, pero su actitud resuelta pareció ahuyentar los recelos de Alena Ivanovna.
-¡Es que lo has presentado de un modo!
Y, mirando el paquetito, preguntó:
-¿Qué me traes?
-Una pitillera de plata. Ya le hablé de ella la última vez que estuve aquí.
Alena Ivanovna tendió la mano.
-Pero, ¿qué te ocurre? Estás pálido, las manos le tiemblan. ¿Estás enfermo?
-Tengo fiebre -repuso Raskolnikof con voz anhelante. Y añadió, con un visible esfuerzo-: ¿Cómo no ha de estar uno pálido
cuando no come?
Las fuerzas volvían a abandonarle, pero su contestación pareció sincera. La usurera le quitó el paquetito de las manos.
-Pero ¿qué es esto? -volvió a preguntar, sopesándolo y dirigiendo nuevamente a Raskolnikof una larga y penetrante mirada.
-Una pitillera... de plata... Véala.
-Pues no parece que esto sea de plata... ¡Sí que la has atado bien!
Se acercó a la lámpara (todas las ventanas estaban cerradas, a pesar del calor asfixiante) y empezó a luchar por deshacer
los nudos, dando la espalda a Raskolnikof y olvidándose de él momentáneamente.
Raskolnikof se desabrochó el gabán y sacó el hacha del nudo corredizo, pero la mantuvo debajo del abrigo, empuñándola
con la mano derecha. En las dos manos sentía una tremenda debilidad y un embotamiento creciente. Temiendo estaba
que el hacha se le cayese. De pronto, la cabeza empezó a darle vueltas.
-Pero ¿cómo demonio has atado esto? ¡Vaya un enredo! -exclamó la vieja, volviendo un poco la cabeza hacia Raskolnikof.
No había que perder ni un segundo. Sacó el hacha de debajo del abrigo, la levantó con las dos manos y, sin violencia, con
un movimiento casi maquinal, la dejó caer sobre la cabeza de la vieja.
Raskolnikof creyó que las fuerzas le habían abandonado para siempre, pero notó que las recuperaba después de haber
dado el hachazo.
La vieja, como de costumbre, no llevaba nada en la cabeza. Sus cabellos, grises, ralos, empapados en aceite, se agrupaban
en una pequeña trenza que hacía pensar en la cola de una rata, y que un trozo de peine de asta mantenía fija en la nuca.
Como era de escasa estatura, el hacha la alcanzó en la parte anterior de la cabeza. La víctima lanzó un débil grito y perdió
el equilibrio. Lo único que tuvo tiempo de hacer fue sujetarse la cabeza con las manos. En una de ellas tenía aún el
paquetito. Raskolnikof le dio con todas sus fuerzas dos nuevos hachazos en el mismo sitio, y la sangre manó a borbotones,
como de un recipiente que se hubiera volcado. El cuerpo de la víctima se desplomó definitivamente. Raskolnikof retrocedió
para dejarlo caer. Luego se inclinó sobre la cara de la vieja. Ya no vivía. Sus ojos estaban tan abiertos, que parecían a
punto de salírsele de las órbitas. Su frente y todo su rostro estaban rígidos y desfigurados por las convulsiones de la agonía.
Raskolnikof dejó el hacha en el suelo, junto al cadáver, y empezó a registrar, procurando no mancharse de sangre, el
bolsillo derecho, aquel bolsillo de donde él había visto, en su última visita, que la vieja sacaba las llaves. Conservaba
plenamente la lucidez; no estaba aturdido; no sentía vértigos. Más adelante recordó que en aquellos momentos había
procedido con gran atención y prudencia, que incluso había sido capaz de poner sus cinco sentidos en evitar mancharse
de sangre... Pronto encontró las llaves, agrupadas en aquel llavero de acero que él ya había visto.
Corrió con las llaves al dormitorio. Era una pieza de medianas dimensiones. A un lado había una gran vitrina llena de figuras
de santos; al otro, un gran lecho, perfectamente limpio y protegido por una cubierta acolchada confeccionada con trozos
de seda de tamaño y color diferentes. Adosada a otra pared había una cómoda. Al acercarse a ella le ocurrió algo extraño:
apenas empezó a probar las llaves para intentar abrir los cajones experimentó una sacudida. La tentación de dejarlo todo
y marcharse le asaltó de súbito. Pero estas vacilaciones sólo duraron unos instantes. Era demasiado tarde para retroceder.
Y cuando sonreía, extrañado de haber tenido semejante ocurrencia, otro pensamiento, una idea realmente inquietante, se
apoderó de su imaginación. Se dijo que acaso la vieja no hubiese muerto, que tal vez volviese en sí... Dejó las llaves y la
cómoda y corrió hacia el cuerpo yaciente. Cogió el hacha, la levantó..., pero no llegó a dejarla caer: era indudable que la
vieja estaba muerta.
Se inclinó sobre el cadáver para examinarlo de cerca y observó que tenía el cráneo abierto. Iba a tocarlo con el dedo, pero
cambió de opinión: esta prueba era innecesaria.
Sobre el entarimado se había formado un charco de sangre. En esto, Raskolnikof vio un cordón en el cuello de la vieja y
empezó a tirar de él; pero era demasiado resistente y no se rompía. Además, estaba resbaladizo, impregnado de sangre...
Intentó sacarlo por la cabeza de la víctima; tampoco lo consiguió: se enganchaba en alguna parte. Perdiendo la paciencia,
pensó utilizar el hacha: partiría el cordón descargando un hachazo sobre el cadáver. Pero no se decidió a cometer esta
atrocidad. Al fin, tras dos minutos de tanteos, logró cortarlo, manchándose las manos de sangre pero sin tocar el cuerpo de
la muerta. Un instante después, el cordón estaba en sus manos.
Como había supuesto, era una bolsita lo que pendía del cuello de la vieja. También colgaban del cordón una medallita
esmaltada y dos cruces, una de madera de ciprés y otra de cobre. La bolsita era de piel de camello; rezumaba grasa y
estaba repleta de dinero. Raskolnikof se la guardó en el bolsillo sin abrirla. Arrojó las cruces sobre el cuerpo de la vieja y,
esta vez cogiendo el hacha, volvió precipitadamente al dormitorio.
Una impaciencia febril le impulsaba. Cogió las llaves y reanudó la tarea. Pero sus tentativas de abrir los cajones fueron
infructuosas, no tanto a causa del temblor de sus manos como de los continuos errores que cometía. Veía, por ejemplo,
que una llave no se adaptaba a una cerradura, y se obstinaba en introducirla. De pronto se dijo que aquella gran llave
dentada que estaba con las otras pequeñas en el llavero no debía de ser de la cómoda (se acordaba de que ya lo había
pensado en su visita anterior), sino de algún cofrecillo, donde tal vez guardaba la vieja todos sus tesoros.
Se separó, pues, de la cómoda y se echó en el suelo para mirar debajo de la cama, pues sabía que era allí donde las viejas
solían guardar sus riquezas. En efecto, vio un arca bastante grande -de más de un metro de longitud-, tapizada de tafilete
rojo. La llave dentada se ajustaba perfectamente a la cerradura.
Abierta el arca, apareció un paño blanco que cubría todo el contenido. Debajo del paño había una pelliza de piel de liebre
con forro rojo. Bajo la piel, un vestido de seda, y debajo de éste, un chal. Más abajo sólo había, al parecer, trozos de tela.
Se limpió la sangre de las manos en el forro rojo.
«Como la sangre es roja, se verá menos sobre el rojo.»
De pronto cambió de expresión y se dijo, aterrado:
«¡Qué insensatez, Señor! ¿Acabaré volviéndome loco?»
Pero cuando empezó a revolver los trozos de tela, de debajo de la piel salió un reloj de oro. Entonces no dejó nada por
mirar. Entre los retazos del fondo aparecieron joyas, objetos empeñados, sin duda, que no habían sido retirados todavía:
pulseras, cadenas, pendientes, alfileres de corbata... Algunas de estas joyas estaban en sus estuches; otras,
cuidadosamente envueltas en papel de periódico en doble, y el envoltorio bien atado. No vaciló ni un segundo: introdujo la
mano y empezó a llenar los bolsillos de su pantalón y de su gabán sin abrir los paquetes ni los estuches.
Pero de pronto hubo de suspender el trabajo. Le parecía haber oído un rumor de pasos en la habitación inmediata. Se
quedó inmóvil, helado de espanto... No, todo estaba en calma; sin duda, su oído le había engañado. Pero de súbito percibió
un débil grito, o, mejor, un gemido sordo, entrecortado, que se apagó en seguida. De nuevo y durante un minuto reinó un
silencio de muerte. Raskolnikof, en cuclillas ante el arca, esperó, respirando apenas. De pronto se levantó empuñó el hacha
y corrió a la habitación vecina. En esta habitación estaba Lisbeth. Tenía en las manos un gran envoltorio y contemplaba
atónita el cadáver de su hermana. Estaba pálida como una muerta y parecía no tener fuerzas para gritar. Al ver aparecer a
Raskolnikof, empezó a temblar como una hoja y su rostro se contrajo convulsivamente. Probó a levantar los brazos y no
pudo; abrió la boca, pero de ella no salió sonido alguno. Lentamente fue retrocediendo hacia un rincón, sin dejar de mirar
a Raskolnikof en silencio, aquel silencio que no tenía fuerzas para romper. Él se arrojó sobre ella con el hacha en la mano.
Los labios de la infeliz se torcieron con una de esas muecas que solemos observar en los niños pequeños cuando ven algo
que les asusta y empiezan a gritar sin apartar la vista de lo que causa su terror.
Era tan cándida la pobre Lisbeth y estaba tan aturdida por el pánico, que ni siquiera hizo el movimiento instintivo de levantar
las manos para proteger su cabeza: se limitó a dirigir el brazo izquierdo hacia el asesino, como si quisiera apartarlo. El
hacha cayó de pleno sobre el cráneo, hendió la parte superior del hueso frontal y casi llegó al occipucio. Lisbeth se
desplomó. Raskolnikof perdió por completo la cabeza, se apoderó del envoltorio, después lo dejó caer y corrió al vestíbulo.
Su terror iba en aumento, sobre todo después de aquel segundo crimen que no había proyectado, y sólo pensaba en huir.
Si en aquel momento hubiese sido capaz de ver las cosas más claramente, de advertir las dificultades, el horror y lo absurdo
de su situación; si hubiese sido capaz de prever los obstáculos que tenía que salvar y los crímenes que aún habría podido
cometer para salir de aquella casa y volver a la suya, acaso habría renunciado a la lucha y se habría entregado, pero no
por cobardía, sino por el horror que le inspiraban sus crímenes. Esta sensación de horror aumentaba por momentos. Por
nada del mundo habría vuelto al lado del arca, y ni siquiera a las dos habitaciones interiores.
Sin embargo, poco a poco iban acudiendo a su mente otros pensamientos. Incluso llegó a caer en una especie de delirio.
A veces se olvidaba de las cosas esenciales y fijaba su atención en los detalles más superfluos. Sin embargo, como dirigiera
una mirada a la cocina y viese que debajo de un banco había un cubo con agua, se le ocurrió lavarse las manos y limpiar
el hacha. Sus manos estaban manchadas de sangre, pegajosas. Introdujo el hacha en el cubo; después cogió un trozo de
jabón que había en un plato agrietado sobre el alféizar de la ventana y se lavó.
Seguidamente sacó el hacha del cubo, limpió el hierro y estuvo lo menos tres minutos frotando el mango, que había recibido
salpicaduras de sangre. Lo secó todo con un trapo puesto a secar en una cuerda tendida a través de la cocina, y luego
examinó detenidamente el hacha junto a la ventana. Las huellas acusadoras habían desaparecido, pero el mango estaba
todavía húmedo.
Después de colgar el hacha del nudo corredizo, debajo de su gabán, inspeccionó sus pantalones, su americana, sus botas,
tan minuciosamente como le permitió la escasa luz que había en la cocina.
A simple vista, su indumentaria no presentaba ningún indicio sospechoso. Sólo las botas estaban manchadas de sangre.
Mojó un trapo y las lavó. Pero sabía que no veía bien y que tal vez no percibía manchas perfectamente visibles.
Luego quedó indeciso en medio de la cocina, presa de un pensamiento angustioso: se decía que tal vez se había vuelto
loco, que no se hablaba en disposición de razonar ni de defenderse, que sólo podía ocuparse en cosas que le conducían
a la perdición
CUESTIONARIO
1.-¿Por qué? El segundo crimen, desde la perspectiva de Raskólnikov, ¿estaba justificado? 3 ptos
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2.-¿Por qué Raskólnikov no le da importancia a los objetos robados? 2 ptos
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3.- ¿Cuál es el comportamiento de Raskólnikov después de cometer el crimen? ¿Se siente atormentado?
¿Piensa en entregarse? 3 ptos
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4.- . ¿Cómo se describe al personaje de Aliona Ivánovna? 2 ptos (Según el fragmento)
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5.-. -¿Qué aspectos del ser humano podemos reflexionar a través del protagonista y la vieja usurera?3 ptos
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6.-Comenta las acciones de este fragmento y la perspectiva del autor. 7 ptos
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Ahora que ya has leído te corresponde trabajar la competencia escribe diversos tipos de textos escritos, redactarás un ensayo literario sobre uno de los cuentos de Edgar Allan Poe: “El corazón delator” (https://www.ucm.es/data/cont/docs/119-2014-02-19-Poe.ElCorazonDelator.pdf) Para ello conocerás lo que es un ensayo literario.
EL ENSAYO LITERARIO
El ensayo literario es un texto que reflexiona e interpreta un tema, en este caso relacionado con la literatura,
con una intención estética.
Algunas de sus características son las siguientes:
• Estilo original. Cada autor decide el enfoque y el estilo particular con el que
plasmará sus ideas para transfigurarlas en imágenes y experiencias. Interesa
mucho la forma que emplea un escritor para acercarse al tema o contenido.
• Estructura sin limitaciones. Se fija a gusto del escritor. Puede emplear variados recursos literarios. Algunos
ejemplos de ello son los ensayos de Miguel de Unamuno dedicados a Salamanca, que fueron realizados en
forma de memorias, y los ensayos de Robert Louis Stevenson, que simulan conversaciones.
• Temáticas variadas. Presenta diversidad de temas, que se abordan desde un punto de vista personal y
subjetivo.
Las partes de un ensayo son las siguientes:
1.- Introducción: se presenta lo que se quiere explicar y la postura o tesis que se va a defender.
2.-Cuerpo: se desarrolla el tema. Presenta los argumentos e incluye citas para validar la propuesta.
3.- Conclusiones: se sintetizan o resumen las ideas expuestas.
Creamos un ensayo literario
Plantea tu punto de vista sobre el cuento seleccionado, a través de un ensayo literario sobre él. Sigue estos
pasos:
1.-Delimita dos aspectos que deseas analizar del texto elegido.
Postura o tesis
(AFIRMACIÓN, OPINIÓN DEL
TEMA)
Argumentos
1. ¿Por qué + la tesis? = ARGUMENTO
2. ¿Por qué + la tesis? = ARGUMENTO
2.- Determina un esquema: introducción (aquí presenta el tema y la tesis de tu ensayo), desarrollo (da a conocer
tus argumentos con razones, citas bibliográficas, etc.) y conclusión. Para ello, utiliza un lenguaje formal que
alterne con el lenguaje connotativo.
3.- Escribe el primer borrador de tu ensayo y revísalo con la ficha de evaluación dada.
Nota: Subraya tu tesis, recuerda que esta es una afirmación del tema. Subraya también los argumentos, estos
respaldan a la tesis
4. Finalmente, luego de corregir tu borrador, escribe la versión final de tu
ensayo y lo adjuntas a esta carpeta.
Ficha para evaluar de ensayo literario
Criterios Nivel 4 Puntaje OBSERVACIONES
1.-Se evidencia originalidad en su ensayo 0-2
2.-Presenta la tesis de forma clara 0-2
3.-Los argumentos son pertinentes con respaldo
hechos evidencias, citas. 0-4
4.-La conclusión denota síntesis de forma organizando
las ideas expuestas, reafirma su tesis realiza una
reflexión agendándose con citas, fragmentos etc.
0-3
5.La redacción permite que el texto se comprenda.
(COHERENCIA) 0-3
6.-El texto es cohesionado demostrando un uso
adecuado de conectores y marcadores textuales. 0-2
7.- Respeta la ortografía 0-2
8.-Utiliza de forma pertinente los signos de
puntuación 0-2
TOTAL