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5/19/2018 CartadePoncioPilatoaCsarSobreJess-slidepdf.com http://slidepdf.com/reader/full/carta-de-poncio-pilato-a-cesar-sobre-jesus 1/8 Poncio Pilato, Gobernador de Judea A Tiberio César, Emperador de Roma. Noble Soberano, salud:  os eventos de estos últimos días en mi provincia han sido de un carácter tal que yo daré los detalles completos según ocurrieron, porque no estaré sorprendido si andando el tiempo cambian el destino de nuestra nación, pues parece que desde hace poco todos los dioses han cesado de sernos propicios. Estoy casi listo a decir que maldito sea el día en que yo fui sucesor de Valerio Grato en el gobierno de Judea, porque desde entonces mi vida ha sido una continua aflicción e incomodidad. En mi llegada a Jerusalén tomé posesión del pretorio y mandé preparar una fiesta especial a la cual convidé al Tetrarca de Galilea con el Sumo Sacerdote y sus oficiales. A la hora marcada no llegaron los convidados; esto lo consideré un insulto a mi dignidad y a todo el gobierno que yo representaba. Unos días después el Sumo Sacerdote se dignó visitarme. Su apariencia era seria y engañosa. Él pretendió que su religión le impedía a él y a sus asistentes sentarse a la mesa de los romanos para comer y ofrecer libación con ellos, pero esto parecía ser más bien una excusa, ya que su rostro revelaba su hipocresía; mas, consideré que sería discreción aceptar su excusa. No obstante, desde ese momento yo estaba convencido de que los conquistados se habían declarado enemigos de sus conquistadores, y que yo debía amonestar a los romanos para que tuviesen cuidado del Sumo Sacerdote del país. Ellos serían capaces de traicionar a su propia madre con tal de adquirir un oficio o procurar una vida lujosa. Me parecía que de todas las ciudades conquistadas Jerusalén era la más difícil de gobernar. Tan turbulento era el pueblo que yo vivía con el temor de una insurrección momentánea, ya que no tenía soldados suficientes para evitarlo. Yo sólo tenía un centurión sobre cien hombres a mi mando. Le pedí refuerzo al prefecto de la Siria, el cual me informó que apenas él tenía suficientes tropas para defender su propia provincia.  Yo temo que la sed insaciable de conquistar para extender nuestro imperio más allá de nuestra capacidad para defenderlo será la causa, yo temo, de la derrota final de todo nuestro gobierno. Yo vivía en obscuridad del público porque no sabía qué harían esos sacerdotes para influenciar a la gentuza; no obstante, traté de estar al tanto de los deseos de la gente. Entre los distintos rumores que llegaron a mis oídos había uno que llamó mi atención en particular. Un joven, se dijo, apareció en Galilea predicando con una noble unción una nueva doctrina en el nombre del dios que le había enviado. Al principio yo estaba sospechoso, creyendo que su idea era levantar al pueblo contra los romanos, pero muy pronto fue quitado mi temor. Jesús de Nazaret hablaba más bien como amigo de los romanos que de los judíos. Pasando un día por el lugar de Siloé, donde había una grande concurrencia, observé en el medio del grupo a un joven que, apoyado contra un árbol, se dirigía con calma a la multitud. Me dijeron que era Jesús. Esto podía haberlo adivinado fácilmente. ¡Era tanta la diferencia entre él L

Carta de Poncio Pilato a César Sobre Jesús

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  • Poncio Pilato, Gobernador de Judea

    A Tiberio Csar, Emperador de Roma.

    Noble Soberano, salud:

    os eventos de estos ltimos das en mi provincia han sido de un carcter tal que yo dar los detalles completos segn ocurrieron, porque no estar sorprendido si andando

    el tiempo cambian el destino de nuestra nacin, pues parece que desde hace poco todos los dioses han cesado de sernos propicios.

    Estoy casi listo a decir que maldito sea el da en que yo fui sucesor de Valerio Grato en el gobierno de Judea, porque desde entonces mi vida ha sido una continua afliccin e incomodidad. En mi llegada a Jerusaln tom posesin del pretorio y mand preparar una fiesta especial a la cual convid al Tetrarca de Galilea con el Sumo Sacerdote y sus oficiales. A la hora marcada no llegaron los convidados; esto lo consider un insulto a mi dignidad y a todo el gobierno que yo representaba. Unos das despus el Sumo Sacerdote se dign visitarme. Su apariencia era seria y engaosa. l pretendi que su religin le impeda a l y a sus asistentes sentarse a la mesa de los romanos para comer y ofrecer libacin con ellos, pero esto pareca ser ms bien una excusa, ya que su rostro revelaba su hipocresa; mas, consider que sera discrecin aceptar su excusa. No obstante, desde ese momento yo estaba convencido de que los conquistados se haban declarado enemigos de sus conquistadores, y que yo deba amonestar a los romanos para que tuviesen cuidado del Sumo Sacerdote del pas. Ellos seran capaces de traicionar a su propia madre con tal de adquirir un oficio o procurar una vida lujosa. Me pareca que de todas las ciudades conquistadas Jerusaln era la ms difcil de gobernar. Tan turbulento era el pueblo que yo viva con el temor de una insurreccin momentnea, ya que no tena soldados suficientes para evitarlo. Yo slo tena un centurin sobre cien hombres a mi mando. Le ped refuerzo al prefecto de la Siria, el cual me inform que apenas l tena suficientes tropas para defender su propia provincia.

    Yo temo que la sed insaciable de conquistar para extender nuestro imperio ms all de nuestra capacidad para defenderlo ser la causa, yo temo, de la derrota final de todo nuestro gobierno. Yo viva en obscuridad del pblico porque no saba qu haran esos sacerdotes para influenciar a la gentuza; no obstante, trat de estar al tanto de los deseos de la gente. Entre los distintos rumores que llegaron a mis odos haba uno que llam mi atencin en particular. Un joven, se dijo, apareci en Galilea predicando con una noble uncin una nueva doctrina en el nombre del dios que le haba enviado. Al principio yo estaba sospechoso, creyendo que su idea era levantar al pueblo contra los romanos, pero muy pronto fue quitado mi temor. Jess de Nazaret hablaba ms bien como amigo de los romanos que de los judos.

    Pasando un da por el lugar de Silo, donde haba una grande concurrencia, observ en el medio del grupo a un joven que, apoyado contra un rbol, se diriga con calma a la multitud. Me dijeron que era Jess. Esto poda haberlo adivinado fcilmente. Era tanta la diferencia entre l

    L

  • y los que le escuchaban! Su cabello y barba de color dorado le daba a su apariencia un aspecto celestial. Pareca tener unos treinta aos de edad. Nunca he visto un semblante ms dulce y sereno. Qu contraste entre l y sus oyentes de patilla negra y color quemado! No queriendo interrumpirle con mi presencia continu mi paseo, pero hice seas a mi secretario para que se juntara al grupo y escuchase. El nombre de mi secretario era Malco. l era nieto del jefe de la conspiracin que acamp en Esturia, esperando por Catalina. Malco era un antiguo residente de Judea y era digno de mi confianza.

    Entrando en el pretorio encontr a Malco, el cual me relat las palabras de Jess en Silo. Nunca haba yo ledo en las obras de los filsofos algo que se pudiera comparar a las mximas de Jess. Uno de los judos rebeldes, que eran tan numerosos en Jerusaln, le pregunt si era lcito pagar tributo a Csar. Jess le replic: Dad a Csar lo que es de Csar, y a Dios lo que es de l. Era por la sabidura de sus dichos que yo conced tanta libertad al Nazareno. En primer lugar, estaba en mi poder arrestarle y deportarle a Ponto, pero esto sera contrario a la justicia que caracteriza al gobierno romano en todos sus tratos con los hombres. Este hombre no era rebelde, no era promotor de sediciones, por lo que yo le di mi proteccin sin que l lo supiera. l tena libertad para hablar, accionar, reunir y dirigirse al pueblo, y para escoger discpulos sin impedimento de algn mandato del pretorio. Si sucediera que la religin de nuestros antepasados fuese usurpada por la religin de Jess, Roma le deber la primera reverencia; mientras que yo, un miserable, habr sido el instrumento de lo que los judos llaman providencia, y nosotros destino.

    Esta libertad ilimitada dada a Jess provocaba a los judos; no a los pobres, sino a los ricos y poderosos. Es verdad que Jess era severo con los ltimos, y esta era una razn poltica, segn mi opinin, por refrenar la libertad del Nazareno. A los escribas y fariseos les deca generacin de vboras, sois semejantes a sepulcros blanqueados, que de fuera se muestran muy hermosos, mas de dentro estn llenos de huesos de muertos. Otras veces escarneca la limosna de los ricos y soberbios, dicindoles que las blancas de los pobres eran ms preciosas delante de los ojos de Dios. Nuevas quejas llegaban a diario al pretorio contra las insolencias de Jess. Siempre me informaban que algn infortunio le esperaba. No sera la primera vez que Jerusaln haba apedreado a aquellos que se llamaban a s mismos profetas, y si el pretorio rehusaba hacer justicia, apelaran al Csar.

    No obstante, mi conducta fue aprobada por el Senado, y recib promesa de refuerzos despus de la guerra de Parthian. Siendo muy dbil para suprimir una sedicin, adopt un medio que prometa establecer la tranquilidad de la ciudad. Sin someter el pretorio a concesiones humillantes, yo escrib a Jess solicitando una entrevista con l en el pretorio, y l vino.

    Usted sabe que por mis venas corre sangre mixta de espaol y romano, tan incapaz de temor como lo es la emocin pueril. Yo caminaba hacia mi baslica cuando el Nazareno apareci, y mis pies parecan estar clavados con bandas de hierro al pavimento de mrmol, y mi cuerpo se estremeca como un reo culpable, a pesar de que l estaba en perfecta calma. El Nazareno tena la calma de la inocencia. Cuando lleg donde yo estaba, se par e hizo seal que pareca decir: Aqu estoy, aunque no habl una palabra. Por algn tiempo contempl con admiracin este tipo de

  • hombre extraordinario. Un tipo de hombre desconocido a los numerosos pintores que han dado forma y figura a todos los dioses y hroes. No haba nada de oposicin en su carcter, sin embargo, me atemoric y tembl al aproximrmele.

    Jess, -le dije al fin, y mi lengua fallaba- Jess de Nazareth, yo te he concedido por los ltimos tres aos libertad amplia para hablar y ni an ahora me arrepiento de haberlo hecho. Tus palabras son de un sabio. Yo no s si has ledo a Scrates o Platn, pero esto s, que en tus discursos hay una simplicidad magntica que te eleva mucho ms all de esos filsofos. El Emperador est informado de ello, y yo, su humilde representante en esta provincia, me alegro de haberte permitido esta libertad que dignamente mereces. No obstante no debo ocultarte que tus discursos han hecho levantar contra ti enemigos fuertes y malignos. No es sorprendente esto, Scrates tena sus enemigos y cay vctima de ellos. Los tuyos estn doblemente encendidos contra ti, porque tus discursos han sido muy severos en contra de su conducta. Ellos tambin estn encendidos contra m por la libertad que te he concedido. Mi peticin, pues, no digo mi mandato, es que seas ms circunspecto y moderado en tus discursos por no despertar la soberbia de tus enemigos y que ellos hagan levantar contra ti la estpida gentuza, y me obliguen a emplear los instrumentos de la ley.

    El Nazareno, con calma, replic: Prncipe de la tierra, tus palabras no proceden de la verdadera sabidura. Dile al torrente que se detenga en medio de la montaa porque de otra manera desarraigar los rboles del valle; y el torrente te dir que l obedece a las leyes de la naturaleza y al Creador. Slo Dios sabe para donde fluyen las aguas del torrente. De cierto te digo: antes que florezca la rosa de Sarn ser derramada la sangre del justo.

    Tu sangre no ser derramada. dije yo con profunda emocin. Por tu sabidura t eres de ms estima para m que todos los turbulentos y soberbios fariseos quienes abusan de la libertad que les es dada por los romanos. Ellos conspiran contra Csar y convierten su libertad en temor, dando a entender a los incultos que Csar es un tirano y que busca la ruina de ellos. Miserables e insolentes; no saben que el lobo del Tber a veces se viste de piel de oveja para cumplir sus fines. Yo te proteger contra ellos. Mi pretorio ser tu asilo sagrado de da y de noche.

    Jess movi la cabeza y con sonrisa triste y divina dijo: Cuando llegue el da no habr asilos para el Hijo del hombre. Y apuntando al cielo agreg: Lo que est escrito en el libro de los profetas tiene que ser cumplido.

    Joven, dije nuevamente me obligas a convertir mi peticin en una orden. La seguridad de la provincia que ha sido confiada a mi cargo as lo requiere. T debes observar mis rdenes; conoces las consecuencias. Que tengas felicidad. Adis!

    Prncipe de la tierra, replic Jess las persecuciones no proceden de ti, yo las espero de otros, y las enfrentar en obediencia a mi Padre, quien me ha enseado el camino. Refrena, pues, tu prudencia mundanal, no est en tu poder arrestar a la vctima al pie del tabernculo de expiacin. Diciendo esto desapareci como una sombra resplandeciente detrs de las cortinas de la baslica. Tuve un gran alivio porque me senta como si tuviera un peso muy grande encima del cual no poda deshacerme en su presencia.

  • Entonces los enemigos de Jess se dirigieron a Herodes, el cual reinaba entonces en Galilea, para obrar su venganza en el Nazareno. Si Herodes hubiera consultado a sus propias inclinaciones, l hubiera ordenado inmediatamente la muerte de Jess; empero, aunque era muy orgulloso de su dignidad real, l tema cometer un acto que pudiera disminuir su influencia con el Senado, o como yo, tena miedo del mismo Jess. Pero no poda ser que un oficial romano fuese atemorizado por un judo.

    Previamente Herodes me haba visitado en el pretorio, y levantndose para despedirse despus de una conversacin insignificante, me pregunt cul era mi opinin sobre el Nazareno. Yo le dije que Jess me pareca ser uno de esos grandes filsofos que a veces producen las grandes naciones; que su doctrina en ninguna manera era sacrlega, y que la intencin de Roma era dejarle la libertad de hablar, justificada por sus acciones. Herodes se sonri maliciosamente, y saludndome con un respeto irnico, parti.

    Se aproximaba la gran fiesta de los judos, y la intencin de ellos era aprovechar el alboroto de la plebe, porque sta siempre se manifestaba en las solemnidades de la pascua. La ciudad rebozaba de una plebe tumultuosa que clamaba por la muerte del Nazareno. Mis amigos me informaron que el tesoro haba sido usado para sobornar al pueblo. El peligro estaba aproximndose. Un centurin romano fue insultado. Yo escrib al prefecto de la Siria por cien soldados de infantera y otros tantos de caballera, pero l declin mi peticin. Yo me vi slo con un puado de veteranos en medio de una ciudad rebelde, y muy dbil para refrenar un desorden; as que no me quedaba otra alternativa que soportarlo. Echaron mano a Jess, y la sedicin, que nada tema del pretorio, creyendo lo que el lder de ellos les haba dicho, que yo guiaba el ojo a esta sedicin, continuaron vociferando: Crucifcale, crucifcale!

    Tres poderosos partidos se juntaron en combinacin contra Jess. Primeramente los herodianos y saduceos, cuya conducta sediciosa pareca haber procedido de un doble motivo: ellos aborrecan al Nazareno y teman el yugo romano. Ellos nunca me podan perdonar por haber entrado en la ciudad con banderas que llevaban la imagen del emperador romano; y, a pesar de que en ese instante yo haba cometido un error fatal, sin embargo el sacrilegio no les pareci menos en sus ojos. Haba otra ofensa tambin arraigada en sus pechos: yo les haba propuesto emplear parte del dinero del tesoro para erigir edificios de utilidad pblica. Mi proposicin fue escarnecida.

    Los fariseos eran enemigos declarados de Jess. A ellos no les importaba el gobierno. Ellos soportaban con amargura las reprensiones severas que durante tres aos el Nazareno les haba lanzado donde quiera que iba. Siendo muy dbiles y cobardes para accionar por s solos; ellos haban aprovechado el pleito entre los herodianos y los saduceos.

    Adems de estos tres partidos yo tena que contender con la desordenada gentuza que siempre est lista para unirse a la sedicin y aprovecharse de la confusin y la alteracin del orden. Jess fue arrastrado delante de Caifs, el Sumo Sacerdote, el cual hizo un acto de aparente sumisin. Envi el preso a m para que yo pronunciara su sentencia y procurara su ejecucin. Yo le contest que como Jess era galileo, el asunto estaba bajo la jurisdiccin de Herodes, y orden que le mandaran para all. El astuto tetrarca, con un pretexto de humildad, protest su deferencia

  • al teniente que fue de parte de Csar, y acometi en mis manos la suerte del hombre. Muy pronto el palacio haba adquirido el aspecto de una ciudadela asediada. Cada momento se aumentaba el nmero de la sublevacin. Jerusaln estaba inundada con grandes grupos de gentes de las montaas de Nazareth. Toda Judea pareca estar congregada en la ciudad.

    Mi esposa, que era de entre los Gauls, que pretendan ver el futuro, llorando se ech a mis pies diciendo: Cuidado, cuidado! No tengas que ver con aquel justo, porque hoy he padecido muchas cosas en sueos por causa de l. Anoche le vi en una visin: caminaba sobre las aguas; volaba sobre las alas del viento; l hablaba a la tempestad y a los peces de la laguna; todos le obedecan. He aqu el torrente de Kebrn flua con sangre. Las columnas del templo se rompieron y encima del sol haba un velo de luto. Ay, Pilato!, el mal te espera si no atiendes a las palabras de tu mujer. Huye de la ira del senado romano. Huye del enojo de Csar.

    A esa hora ya la escalera de mrmol cruja bajo el peso de la multitud. El Nazareno fue devuelto de nuevo a m. Yo proced a la Sala de Justicia seguido de un guardia, y en tono severo pregunt al pueblo cul era su demanda. La muerte del Nazareno, porque se dice rey de los judos, fue la respuesta. La justicia romana dije yo no castiga a tales ofensas con la pena de muerte. Pero la implacable gentuza slo daba gritos:Crucifcale, crucifcale! La vociferacin enfurecida haca menear los cimientos del palacio. Slo haba uno que pareca estar en perfecta calma en medio de la vasta multitud: era el Nazareno.

    Despus de muchos esfuerzos intiles por protegerle de la furia de sus perseguidores, adopt el medio que me pareci el nico por el cual poder salvar su vida. Yo propuse que como era costumbre de ellos en esas ocasiones soltar a un preso, que l poda ser librado para que fuera la vctima propiciatoria, segn ellos. Pero dijeron: Jess tiene que ser crucificado!. Entonces les dije que eso sera incompatible a las leyes; les demostr que ningn juez, en el caso de un criminal, poda hacer sentencia hasta que no hubiera ayunado un da entero, y que era menester que el Sanedrn aprobara la sentencia y que tuviera la firma del presidente. Adems, que ningn criminal poda ser matado en el mismo da que recibe la sentencia. Les dije que era un requisito que en el da de la ejecucin el Sanedrn repasara todo el hecho, y que segn la ley, uno quedaba en la puerta del juzgado con una bandera, mientras que otro a caballo, a una distancia, gritaba el nombre del criminal y cul era su crimen. Tambin deba decir el nombre de los testigos, y preguntar si alguien poda testificar algo en su favor. Todo esto yo les rogaba esperando que el temor les hara someterse, pero ms gritaban ellos: Sea crucificado! Entonces orden que fuese azotado, pensando que quedaran satisfechos con esto, pero slo aument la furia de ellos. Entonces pues, pidiendo agua, me lav las manos en presencia de la multitud, testificando as que a mi juicio Jess de Nazareth nada haba hecho digno de muerte, pero todo fue en vano; era su vida lo que ansiaban esos miserables.

    A menudo en las conmociones civiles yo me he fijado en el nimo furioso de la multitud, pero nada se puede comparar a lo que vi en esta ocasin. Bien se poda decir que en esta ocasin todos los demonios del infierno se haban congregado en Jerusaln. La multitud no pareca que caminaba sino que era elevada por un vrtice en olas vivas desde los portales del pretorio hasta el

  • Monte de Sin, con gruidos, gritos y vociferaciones tales como nunca fueron odos en la sedicin de Pamnonia. Gradualmente el da fue oscurecindose como el crepsculo de una tarde de invierno. Yo, el gobernador de una provincia en rebelda, estaba apoyado contra la columna de mi baslica contemplando un cuadro triste. Estos malvados de Trturus arrastraron al inocente Nazareno para matarle. Todo alrededor mo estaba desierto. Jerusaln haba arrojado sus habitantes por la puerta fnebre que va hacia Gennica. Un aire de desolacin y tristeza me envolvi. Mi escolta se junt a la caballera y el centurin, para demostrar una sombra de potestad, se esforzaba en guardar el orden. Yo me qued solo, y mi corazn quebrantado me deca que lo que estaba pasando en aquellos momentos perteneca ms bien a la historia de los dioses que a la de los hombres.

    Se oy un alto clamor desde el Glgota que llevado por el viento anunciaba una agona tal como nunca. A primeras horas de la tarde yo me puse el manto y fui a la ciudad hacia la puerta del Glgota. El sacrificio estaba consumado; el gento regresaba para su casa, agitado todava, pero sombro, trastornado y desesperado. Lo que haban presenciado los haba herido de terror y remordimiento.

    Vi pasar tambin, muy triste, mi pequea cohorte romana; el portaestandarte encubri el guila en seal de luto. Entonces de repente se detenan los grupos de hombres y mujeres mirando hacia atrs, al Calvario, y quedaban admirados, como en expectacin de contemplar algn nuevo desastre.

    Regres al pretorio triste y pensativo. Subiendo la escalera que todava estaba manchada con la sangre del Nazareno, vi a un anciano en una postura suplicante, y detrs de l varios romanos en lgrimas. l se ech a mis pies y llor amargamente. Es doloroso ver a un anciano llorando, y como mi corazn estaba ya cargado de dolor, nosotros, aunque extranjeros, lloramos jun-tos. Y en verdad, las lgrimas estaban muy cerca en algunos que yo distingua entre la vasta multitud. Nunca yo haba visto tal divisin de sentimientos de ambos extremos. Aquellos que le entregaron y le vendieron; aquellos que testificaron contra l; aquellos que exclamaron: Crucifcale, crucifcale! Su sangre sea sobre nosotros! Todos se fueron como cobardes y se lavaron sus dientes con vinagre. Como me han dicho que Jess enseaba una resurreccin y una separacin despus de la muerte, si as es, yo estoy seguro que comenz en esta vasta multitud.

    Padre, le dije al anciano despus que cobr control del habla quin es usted y cul es su peticin? Yo soy Jos de Arimatea replic l y he venido para pedirle de rodillas el permiso para sepultar a Jess de Nazareth Su peticin es concedida, le dije, y enseguida mand a Malco que llevara consigo unos soldados para supervisar el entierro con el fin de que no fuese profanado.

    Unos das despus el sepulcro fue hallado vaco. Sus discpulos publicaron por doquier que Jess haba resucitado de los muertos como l lo haba dicho. Esta ltima noticia cre ms excitacin que la primera. Acerca de su veracidad no puedo decir algo cierto, pero hice algunas investigaciones del asunto de manera que usted pueda examinar por s mismo y ver si yo estoy en culpa, como Herodes me ha representado.

  • Jos enterr a Jess en su propio sepulcro; y si contemplaba la resurreccin de Jess, o fue que pensaba cortar otro para s, yo no lo s. Al otro da despus del entierro un sacerdote lleg al pretorio diciendo que ellos haban entendido que era la intencin de sus discpulos hurtar el cadver de Jess y escondindolo hacer ver que haba resucitado de los muertos como l haba dicho. Yo le envi al capitn de la Guardia Real, Malco, avisndole que tomara soldados judos y que pusiera alrededor del sepulcro cuantos l creyera necesario. Entonces si algo sucediera podan culparse a s mismos y no a los romanos. Cuando se levant la grande conmocin acerca del sepulcro que fue hallado vaco yo me sent con una solicitud ms profunda que nunca. Envi a llamar a Malco, quien me dijo que l haba puesto a su teniente, Ben Isham, con varios soldados alrededor del sepulcro. l dijo que Isham y los soldados estaban muy alarmados por los sucesos ocurridos all. Entonces mand llamar a este hombre, Isham, quien me relat tanto como pudo recordar las circunstancias que siguen:

    l dijo que al comienzo de la vela ellos vieron una luz suave y hermosa venir sobre el sepulcro. l pens primero que eran las mujeres que haban venido para embalsamar el cuerpo de Jess, como era su costumbre; pero l no poda entender cmo podan haber pasado las guardas. Mientras que reflexionaba sobre estas cosas en su mente, he aqu, todo el lugar fue alumbrado, y pa-reca haber una multitud de muertos en sus hbitos sepulcrales. Todos parecan estar exclamando de alegra, mientras que todo en derredor pareca haber la msica ms dulce que jams l haba odo, y el lugar pareca estar lleno de voces alabando a Dios. En ese momento la tierra pareca estar mecindose y estremecindose, de tal manera que l se sinti enfermo y con fatiga y no pudo mantenerse en pie.

    Dijo que le pareca que la tierra se haba ido de debajo de l y perdi el conocimiento, de manera que no sabe lo que ocurri despus. Yo le pregunt en qu posicin se encontraba cuando volvi en s y me dijo que estaba postrado en tierra, boca abajo. Despus le pregunt si el mareo no sera el efecto de haberse despertado de repente, como a veces el sentarse de pronto tiende a ese efecto. l dijo que no fue as, ya que no se haba dormido de servicio. l dijo que haba permitido a algunos de los soldados dormir por turno y algunos estaban durmiendo en ese momento. Yo le pregunt como cunto tiempo dur la escena; me dijo que no saba pero pens que sera como una hora. Entonces le pregunt que si fue para el sepulcro despus que volvi en s. Me dijo que no, porque tena miedo; que tan pronto lleg el relevo, todos fueron a sus estancias. Le pregunt si haba sido interrogado por los sacerdotes. Me dijo que s, que ellos queran que l dijera que fue un terremoto, y que todos estaban durmiendo, y le ofrecieron dinero para que dijera que los discpulos fueron y le hurtaron. Pero l no vio a ninguno de los discpulos, ni saba que el cuerpo no estaba all hasta que se lo dijeron.

    Yo le ped la opinin particular de los sacerdotes con quienes haba conversado. l dijo que algunos crean que Jess no era un hombre, que no era un ser humano; que no era el hijo de Mara; que no era el mismo de quien se dijo que naci en Bethlehem y que esta misma persona haba estado en la tierra antes con Abraham y Lot, y en muchas otras ocasiones y lugares.

  • Parceme que si la teora de los judos es verdad, estas conclusiones seran correctas; porque estaran de acuerdo con la vida de este hombre, como yo estoy enterado y segn testifican sus amigos y enemigos, porque los elementos en sus manos no era ms que el barro en las manos del alfarero. l poda convertir el agua en vino. Poda cambiar la muerte en vida, enfermedad en salud; calmar la mar, la tempestad, llamar un pez con una moneda de plata en su boca. Y ahora digo que si l poda hacer todas estas cosas que haca, y mucho ms como testifican los judos, y que fueron estas cosas las que crearon la enemistad de ellos (l no fue acusado de una ofensa criminal, ni tampoco fue acusado por violar alguna ley, ni por haber hecho mal individualmente a alguna persona), yo estoy casi preparado para decir como dijo Manuias junto a la cruz: Verdaderamente Hijo de Dios era ste!.

    Ahora, noble soberano, estos son los hechos tan exactos de este caso como yo lo puedo dar, y yo he tomado empeo en hacer la declaracin completa con el fin de que usted juzgue de mi conducta en general, porque he odo que Antipas ha hablado muchas cosas duras de m debido a este asunto.

    Prometiendo fidelidad, y deseando mucho bien a mi noble soberano, yo soy,

    Su muy obediente siervo Poncio Pilato.