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Carta Pastoral sobre los ancianos Fecha: Miércoles 01 de Marzo de 1978 Pais: Chile Ciudad: Santiago Autor: Comité Permanente Carta Pastoral sobre los ancianos PRESENTACIÓN En la Asamblea Plenaria de septiembre pasado, los Obispos de Chile, a petición de los encargados de la Pastoral de los Ancianos, acordaron dirigir una carta al importante grupo de chilenos que ha llegado a una edad avanzada. El Obispo a quien la Asamblea encomendó la redacción de este documento ha puesto todo su afecto de pastor para tratar este tema con sencillez, claridad y gran sentido práctico. La Comisión Pastoral, a quien la Conferencia ha pedido que se haga cargo de su publicación, con todo agrado coloca en manos de los creyentes chilenos este documento que ciertamente hará mucho bien en el espíritu no sólo de los ancianos, sino de los jóvenes y de quienes nos acercamos a la tercera edad. Este documento sale a la luz poco tiempo después que la Santa Sede ha designado para Chile a Santa Teresa de Jesús Jornet Ibars como Patrona de los Ancianos. Encomendamos al patrocinio de Santa Teresa los frutos que producirá la lectura de esta Carta Pastoral. por la Comisión Pastoral del Episcopado, Sergio Contreras Navia Obispo de Temuco

Carta Pastoral sobre los ancianos

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Page 1: Carta Pastoral sobre los ancianos

Carta Pastoral sobre los ancianos

Fecha: Miércoles 01 de Marzo de 1978Pais: ChileCiudad: SantiagoAutor: Comité Permanente

Carta Pastoral sobre los ancianos

PRESENTACIÓN

En la Asamblea Plenaria de septiembre pasado, los Obispos de Chile, a petición de los encargados de la Pastoral de los Ancianos, acordaron dirigir una carta al importante grupo de chilenos que ha llegado a una edad avanzada.

El Obispo a quien la Asamblea encomendó la redacción de este documento ha puesto todo su afecto de pastor para tratar este tema con sencillez, claridad y gran sentido práctico.

La Comisión Pastoral, a quien la Conferencia ha pedido que se haga cargo de su publicación, con todo agrado coloca en manos de los creyentes chilenos este documento que ciertamente hará mucho bien en el espíritu no sólo de los ancianos, sino de los jóvenes y de quienes nos acercamos a la tercera edad.

Este documento sale a la luz poco tiempo después que la Santa Sede ha designado para Chile a Santa Teresa de Jesús Jornet Ibars como Patrona de los Ancianos.

Encomendamos al patrocinio de Santa Teresa los frutos que producirá la lectura de esta Carta Pastoral.

por la Comisión Pastoral del Episcopado,

� Sergio Contreras Navia

Obispo de Temuco

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Secretario General a.i. de la Conferencia Episcopal de Chile

CARTA PASTORAL SOBRE LOS ANCIANOS

Los Obispos de Chile queremos hablarles de un problema humano de gran importancia que tiene relación con el precepto de Cristo sobre la caridad fraterna.

En innumerables oportunidades Cristo nos exhorta al amor a nuestros semejantes, especialmente para con los pobres, enfermos y desvalidos.

Hay en nuestra patria un número aproximado de seiscientas mil personas de edad avanzada que merecen nuestro respeto, nuestro amor y nuestra ayuda.

Queremos dirigimos a quienes no han llegado a la ancianidad, para hacerles comprender los deberes que tienen para con las personas mayores.

Queremos dirigimos, también, a los que han llegado a la llamada tercera edad, para que consideren de qué manera deben vivir su ancianidad con un espíritu verdaderamente cristiano.

PRIMERA PARTE:

DEBERES PARA CON LOS ANCIANOS

1. Respeto

En el libro de los Proverbios de la Santa Biblia, hay una frase que nos debe hacer pensar: "La gloria de los jóvenes es su vigor, la dignidad de los ancianos son sus canas" (Prov. 20, 29). En otro lugar, el Libro Santo nos dice: "Corona de los ancianos es la mucha experiencia" (Eclesiástico 25, 6-8). Esos hombres que vemos con cabello cano, tal vez encorvado s y con sus fuerzas disminuidas, fueron un tiempo jóvenes y fuertes. Muchas de esas mujeres, con el rostro surcado hoy por las arrugas, tuvieron también un semblante hermoso y juvenil. El correr de los años los ha ido transformando en lo que ahora vemos.

Los ancianos han aprendido en el libro de la vida muchas cosas que los jóvenes aún desconocen y que no se leen en las

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frías páginas de un texto. Hay un adagio que dice: "La experiencia es la madre de la ciencia".

No es noble, no es humano, no es cristiano mirar a los ancianos con desprecio y convertirlos en motivo de mofa. Los jóvenes y las personas de edad madura deben pensar que también ellos van caminando hacia la vejez y deben tratar a los ancianos como ellos quisieran ser tratados si llegan a esas alturas de la vida.

La Sagrada Escritura nos lo manda: "Honra al anciano y teme a Dios, yo, Yavé" (Levítico 19,32).

2. Gratitud

En un hermoso libro de Monseñor Gastón Courtois "Saber decir gracias" se habla de la virtud tan poco practicada de la gratitud, la que debemos a Dios y la que debemos a las personas que nos han favorecido. Di. ce en un párrafo: "Es un hecho. Todo lo que somos, todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que podemos, lo hemos recibido de Dios, pero apenas pensamos en ello". Dios se ha valido de seres humanos para beneficiamos, y si no fuese por los que nos precedieron en el camino de la vida careceríamos de lo que ahora tenemos. Esos ancianos, hoy desvalidos, son los que edificaron nuestras casas, escuelas, industrias y templos.

Son los que extendieron caminos, puentes y líneas férreas. Son los que enseñaron a nuestros padres, los que compusieron las poesías que recitamos y las canciones que aún cantamos.

Demostremos gratitud por todo lo que ellos hicieron cuando nosotros aún no existíamos.

3. Comprensión

Hay ancianos que por especial vitalidad, a pesar de sus años, se conservan con mente lúcida y con un cuerpo todavía ágil. Hay, sin embargo, otros ancianos que sufren una disminución tanto en su mente como en sus fuerzas físicas. Hay quienes no pueden leer por debilidad en la visión o bien son tardos para oír. Muchos experimentan gran dificultad para caminar. Así, unos más, otros menos, demuestran, sin quererlo, los estragos que los años van causando en el ser humano. Son como los viejos edificios que, con el transcurso del tiempo, se van desmoronando.

Es necesario tener mucha comprensión para quienes, muy a su pesar, sufren este aniquilamiento que se aumenta a medida que el tiempo pasa.

El anciano vive del pasado, recuerda los hechos de su juventud y le agrada contar a las generaciones presentes lo que permanece grabado en su mente. Sucede que, por la arterioesclerosis, las personas ancianas se olvidan haber narrado algún hecho y lo vuelven a contar a quienes las escuchan. Hay que tener interés en sus conversaciones y seguramente que los jóvenes pueden sacar provecho al conocer muchas cosas del pasado.

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4. Ayuda

Entre los hechos emocionantes de la vida de Cristo, figura el acto de sublime humildad y de servicio que realizó lavando los pies de los apóstoles en la Ultima Cena. El dijo: "Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os lavé los pies, también vosotros os los debéis lavar unos a otros. Yo os he dado ejemplo para que hagáis como yo hice" (San Juan 13, 13-16). Lo que Cristo quiso decir con estas palabras es que debemos, servir a nuestro prójimo así como él sirvió a los apóstoles.

El anciano necesita continuos servicios que no es del caso detallar y que con gran espíritu de caridad deben procurárselos las personas que viven a su lado. Este servicio ha de hacerse con alegría y buena voluntad. El apóstol San Pablo nos dice: "Dios ama a quien da con alegría" (2 Cor 9, 7).

El prójimo nos ha sido dado como medio para mostrar el amor que tenemos a Dios. Santa Catalina de Siena en el capítulo 89 de su célebre Diálogo nos refiere las palabras mismas del Señor: "Vosotros no podéis prestarme ningún servicio, pero podéis acudir en ayuda del prójimo. Os es imposible profesarme un amor desinteresado, pues vosotros no podéis amarme sin que yo os recompense, pero os he colocado aliado de vuestro prójimo, para permitiros hacer por él lo que no podéis hacer por mí, amado con desinterés sin esperar de él ninguna recompensa y ninguna ventaja. Yo considero entonces hecho a mí mismo lo que vosotros le hagáis a él".

Son admirables y dignas del mayor aprecio las religiosas que han consagrado su vida al servicio de los ancianos. Varias beneméritas Congregaciones se ocupan en Chile de atender hogares de gente mayor. Para todas vaya nuestro reconocimiento y estímulo. Merecen destacarse, sin embargo, las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, fundadas por Santa Teresa Journet canonizada recientemente por el Papa Paulo VI, y las Hermanitas de los Pobres, fundadas por la venerable Jeanne Jugan, conocida como Sor María de la Croix. Deseamos vivamente que estas Congregaciones puedan engrosar sus mas con numerosas vocaciones de muchachas abnegadas que quieran servir a Cristo en la persona de los ancianitos.

5. Padres ancianos

Si con todos los ancianos debemos practicar el amor cristiano, con cuánta mayor razón debe demostrarse para con nuestros padres que tanto se sacrificaron por nosotros.

Si abrimos las páginas de la Sagrada Escritura, encontraremos innumerables pasajes en que se recomienda a los hijos el cuidado de los padres ancianos. "Hijo, ayuda a tu padre en la vejez y no lo apenes durante su vida. Si llega a perder la razón, sé indulgente con él y no lo afrentes, tú que estás en pleno vigor" (Eclesiástico 3, 12-13). En otra parte del Libro sagrado nos dice: "El que honra al padre expía sus pecados y como el que atesora es el que honra a su madre" (Eclesiástico 3, 3-4).

En la actual sociedad se presenta un problema muy grave para los padres ancianos, y es que en muchos casos no pueden vivir con los hijos, ya sea porque estorban o porque el hogar es estrecho o porque uno de los cónyuges se opone. Es muy triste para los padres sentirse rechazados por los propios hijos.

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En otras ocasiones, los hijos no visitan a los padres con la frecuencia que es posible, o ni siquiera les escriben si se encuentran distantes. Este desamor de los hijos es la pena más dolorosa que puedan sufrir los padres, aún más dolorosa que la causada por dolores físicos en sus cuerpos gastados.

Hemos escuchado tantas veces quejas doloridas de padres que sufren el olvido de sus hijos y no pocas veces se han humedecido nuestros ojos al ver correr las lágrimas por las arrugadas mejillas de atribulados padres.

Cuando los pobres viejos estén bajo tierra vendrán los arrepentimientos de no haber sido generosos para ayudarlos, solícitos para servirlos, agradecidos para amarlos. Eviten tener esa amargura, esmerándose, ahora que aún viven, en demostrarles un sincero amor filial. No importa la edad o la posición que haya alcanzado el hijo, siempre sí debe tener corazón de niño para quienes le dieron la vida.

6. Ancianos solitarios

Hay, por desgracia, muchos ancianos que se encuentran completamente solos por haber perdido a sus parientes o por diversas circunstancias. Viven en el más cruel abandono sin tener quién los ayude, los consuele y los visite. Obra de gran caridad es descubrir a estos pobres seres dignos de la mayor lástima, para solucionar, en cuanto sea posible, tan triste situación.

7. Hogares de ancianos

Con gran complacencia vemos que, tanto por iniciativa del Estado como por instituciones privadas, se han ido multiplicando los hogares destinados a recibir a personas de edad. Algunos de ellos cuentan con todas las comodidades que hacen grata la tarde de la vida a sus huéspedes. Queremos alentar a quienes con mucha abnegación trabajan en dichos hogares. Todos debemos mirar con simpatía estos indispensables establecimientos y darles apoyo económico. Es triste constatar que, a pesar de los esfuerzos del Gobierno y de los particulares, aún faltan muchos hogares para ancianos y hay centenares de postulantes que no pueden ingresar por estar completo el número de plazas disponibles. Es nuestro ferviente deseo que ningún anciano quede abandonado.

SEGUNDA PARTE:

SABER ENVEJECER

Si en la primera parte de esta Carta Pastoral nos hemos dirigido a quienes gozan de energía y juventud, para hacerles ver sus deberes para con la ancianidad, ahora nos dirigimos directamente a Uds., queridos hermanos, a Uds. que han

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llegado a una edad a la cual no llegan todos los nacidos y que Uds., por bondad del Señor, han alcanzado. Queremos exhortaros, con respeto, humildad y cariño, a adquirir la ciencia de saber envejecer como cristianos. El médico les dirá cómo proceder en lo que se refiere a la salud física. Felizmente la gerontología ha hecho grandes progresos y ha logrado prolongar la vida y mantener a los ancianos en condiciones más favorables que en épocas anteriores.

Nosotros como pastores les hablaremos de cómo aprovechar espiritualmente los días preciosos de la ancianidad, que pueden ser la ocasión de volver a Dios para quienes en su juventud lo olvidaron o para santificarse aún más quienes siempre lo sirvieron. Como el viaje a la eternidad está más cerca, deben aprovechar este precioso tiempo para cumplir el consejo de Cristo: "Acumulen tesoros para el cielo" (Mateo 6, 19-20). Uds., queridos hermanos, acumularán tesoros para el cielo con la oración, los sacrificios propios de la vejez y las virtudes que deben practicar en esta época de la existencia que podemos llamar la paz de la tarde.

1. Reconocimiento

Si Uds. miran hacia atrás en el camino de sus vidas, recordarán a tantos que murieron niños o jóvenes o en la flor de la edad. En cambio, Uds. han llegado a un número apreciable de años que otros no tuvieron la dicha de alcanzar.

Ciertamente que Dios les ha prolongado la existencia para que adquieran mayores merecimientos y así puedan gozar de una mayor gloria en el cielo. Den gracias al Señor por el beneficio de estos largos años. Manifiesten su gratitud a los parientes o personas que los atienden y hacen menos duros los achaques de la senectud. Una palabra de agradecimiento, dicha con cariño y simpatía, será para esas personas causa de gran satisfacción.

2. No sentirse acomplejados

Nadie debe sentirse avergonzado de sus años; todo lo contrario, debe sentir gozo de haber llegado a una edad avanzada.

Sin Uds. no existiría la actual generación, sin Uds. no existirían muchas cosas hermosas y útiles de las cuales disfrutan los hombres de hoy; Uds. cumplieron una etapa de la vida, así como los jóvenes están cumpliendo la de ellos. Ya les tocará su turno de llegar a la vejez. Uds. no son estorbo ni personas inútiles. Los ancianos son en la sociedad algo muy importante y pueden hacer mucho bien. Pueden enseñar con la ciencia que aprendieron de la experiencia, pueden aconsejar a los inexpertos, pueden orar por sí mismos y por los que no oran, y pueden sufrir. Oración y sacrificio son cosas muy necesarias e importantes para el mundo pecador. Uds. pueden reparar por tantas ofensas que se hacen a Dios.

En las grandes Congregaciones femeninas suele haber casas donde se retiran las religiosas que por su edad ya no pueden desarrollar trabajos activos. Nadie considera que ellas son miembros inútiles de la Congregación. Son las grandes orantes y las grandes apóstoles con su oración y sacrificio.

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3. Trabajo

Hay ancianos que todavía desarrollan admirable actividad, personas que, acostumbradas toda su vida a trabajar, no desean permanecer inactivas. Todos hemos conocido ancianos notables por su espíritu de trabajo. Recuerden solamente los tres últimos Papas, Pío XII, Juan XXIII y Paulo VI, todos de edad avanzada, que han desarrollado una actividad propia de personas que están en la plenitud de las energías. Conocemos el caso de grandes estadistas ancianos y de gente sencilla que aventaja, a veces, a los mismos jóvenes por su entusiasmo en el trabajo.

Si un anciano no se siente con la capacidad intelectual o física para desempeñar trabajos de importancia, no crea que se rebaja si realiza trabajos modestos. Todo trabajo es noble. Merecen nuestro reconocimiento el sabio que investiga un remedio para el cáncer y el obrero municipal que retira la basura de las calles. Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, trabajó como humilde artesano en el taller del carpintero José. La Virgen María, la bendita entre todas las mujeres, la llena de gracia, como lo dijo el Arcángel Gabriel, tomaba la escoba para barrer la casa y el cántaro para ir a buscar el agua al pozo del pueblo de Nazareth. Nadie debe avergonzarse de ejecutar trabajos sencillos. Todo trabajo es noble. Un profesor que ya no puede enseñar puede preocuparse del jardín o de la huerta o bien ayudar al aseo de la casa. Una mujer intelectual que tuvo cargos de importancia, puede ayudar en la cocina o demás trabajos domésticos.

Considérese que todo trabajo dignifica al que lo desarrolla y siempre sirve a los demás. Un pensador ha dicho: "La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar, alguna cosa que esperar" (Chalmers).

El hombre provecto que no trabaja está prematuramente condenado a la muerte por inercia. Considérese que es un mal ejemplo el que da un anciano que se niega a trabajar en algo, por sencillo que sea. Una Madre Generala de una célebre Congregación, cuando por edad debió dejar el gobierno del Instituto, pidió quedar como ayudante de cocina para pelar papas. Otra, en las mismas circunstancias, pidió servir como portera del convento. Hay innumerables ejemplos de personas que desempeñaron grandes puestos y que en la vejez continúan sirviendo a los demás en los menesteres más sencillos y modestos.

El Papa Paulo VI, en la audiencia general del 1° de mayo de 1973, fiesta del trabajo, decía: "Ay del ocio, de la pereza, de la pérdida de tiempo, del empleo vano y superfluo de las propias capacidades".

4. Paciencia

La vejez trae consigo cargas que humanamente no son gratas. Hay que aceptar las limitaciones que los años ponen a nuestros sentidos. Paciencia si ya no se ve o no se oye como antes. Paciencia si ya las piernas se niegan a moverse con agilidad. Paciencia en la soledad. Los jóvenes tienen obligaciones que cumplir y no pueden estar siempre al lado del anciano. Es tan edificante ver esos ancianitos siempre bondadosos que tratan de no molestar, que no protestan de nada, que son pacientes, que saben disculpar posibles desatenciones. En cambio se hacen desagradables esos ancianitos descontentadizos, irascible s y gruñones. Con ese carácter se amargan ellos y amargan a los demás. El anciano debe dar ejemplo de saber controlar su genio.

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San Pablo nos enseña algo que es muy útil considerarlo, especialmente cuando uno es anciano. Dice el apóstol: "Ahora me alegro en mis padecimientos por vosotros y en compensación completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia" (Col. 1,24).

Cristo es la cabeza del Cuerpo Místico y nosotros somos sus miembros. Cristo, la cabeza, sufrió por los pecadores los acerbos dolores de su pasión; nosotros, los miembros, somos los que debemos completar esa pasión.

No olvidemos que todo sufrimiento físico o moral, ofrecido a Dios, tiene gran mérito.

Los ancianos, en medio de sus penas, recuerden que los sufrimientos pasan y que el cielo es eterno. El mismo San Pablo nos dice: "No hay comparación entre los sufrimientos de esta tierra y la gloria que se manifestará en nosotros" (Rom. 8, 18).

Saber sufrir con amor, con serenidad, con resignación cristiana, es la ciencia de los santos. Recordemos los sufrimientos de Cristo y los de la Virgen María que, por haber sufrido tanto, la Iglesia la llama Reina de los mártires. A ella el profeta Simeón le pronosticó: "Una espada de dolor traspasará tu corazón" (S. Lucas 2, 35).

El sufrimiento es un crisol que purifica las almas. El anciano recuerde los pecados de su juventud y ofrezca a Dios sus padecimientos para reparar los pecados con que ofendió a Dios en el pasado. Es muy agradable a Dios la disposición del alma que, en medio de sus tribulaciones, sabe decir más con el corazón que con los labios: "Hágase, Señor, tu voluntad".

5. Piedad

El cristiano debe darle tiempo al cultivo de su vida espiritual. Está muy bien que cuidemos de la salud corporal, de la habitación, del alimento, de los recursos materiales, pero no debemos olvidar que hay que tener tiempo exclusivo para el Señor. Es cierto que todas las acciones del día las podemos ofrecer a Dios y se convierten en actos meritorios, pero el cuidado directo del alma y el trato íntimo con Dios debe preocupamos grandemente.

El anciano tiene aún más tiempo que otras personas para hacer oración. El tiempo empleado en la oración es muy útil para el que ora y para los demás.

Quien pueda ir al templo, visite el Santísimo Sacramento. En el sagrario de los templos católicos está Cristo real y verdaderamente presente en la Sagrada Eucaristía. Dice San Alfonso que allí está "esperando, llamando y recibiendo a quienes van a visitado".

Felices aquellos que han descubierto el gran tesoro de la Santa Misa y Comunión. El que aprecia la Santa Misa no

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solamente asiste los domingos y festivos, sino diariamente.

En la intimidad del hogar el anciano, en sus largas horas de descanso o insomnio, puede hacer oración. Un devocionario puede serie útil para ayudado a comunicarse con Dios, o las cuentas de su rosario, o simplemente dirigirá a Dios esas cortas oraciones llamadas jaculatorias que puede repetir con frecuencia. Quien pueda leer con facilidad, lea la Sagrada Escritura, especialmente el Nuevo Testamento. San Agustín nos dice: "Leed las Sagradas Escrituras, porque en ellas encontraréis todo lo que debéis practicar y todo lo que debéis evitar".

Según la nueva disciplina del Sacramento de la Unción de los Enfermos, o Extrema Unción para usar un lenguaje más conocido, puede recibirse este Sacramento aun sin estar enfermo, bastando encontrarse en edad avanzada.

Si en la vida juvenil o en la edad madura el actual anciano estuvo alejado de Dios, y fue dejado para cumplir sus deberes religiosos, repare ahora las omisiones del pasado. .

Recordemos lo que nos dice Cristo: "Conviene orar siempre y no desfallecer" (S. Lucas 18,1).

El Gran Viaje

Jóvenes y viejos debemos pensar que en este mundo estamos de paso y que vamos camino a la eternidad. En el libro de Job leemos: "El hombre brota como una flor y pronto se marchita... puesto que están contados ya sus días. Si por ti está fijada la cuenta de sus meses, le has fijado un límite que no traspasará" (Job 14, 2 y 5).

A la eternidad se llega por la puerta de la muerte. Vivimos temporalmente para morir y moriremos para vivir eternamente.

La Iglesia quiere que los santos se celebren, no en el día de su nacimiento para la tierra, sino en el día de su nacimiento para el cielo, o sea el día de la muerte.

Hay unas palabras del Evangelio que han hecho cambiar de vida a millones de personas y son éstas: "De qué vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma" (S. Mateo 16, 26). Aquí dejaremos la casa, los muebles, los bienes materiales, todo, absolutamente todo. Lo único que llevaremos al otro mundo son las buenas y malas obras. Es señal de buen juicio preocuparse de adquirir méritos para el cielo y de purificar el alma, aquí en la tierra, de los pecados cometidos.

Si el alma se ha purificado con los Sacramentos de la Penitencia y con la Unción de los Enfermos, se puede afrontar la muerte con serenidad y paz, considerándola como el principio de una nueva vida. Fray Luis de León escribía: "¿Cuándo será que pueda, libre de esta prisión, volar al cielo"

Debemos pensar en el cielo. Leemos en San Pablo: "Ni ojo vio ni oído oyó, ni al hombre se le pasó por la mente pensar

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en lo que Dios tiene preparado para los que le aman" (1 Coro 2,9). Hay otros pasajes bíblicos que deben llenamos de la esperanza de conseguir la Patria definitiva que es el cielo. Dice San Juan: "Allí nunca más habrá dolor, Dios enjugará las lágrimas de sus ojos, ya no habrá muerte, ni llanto, ni clamores, ni dolor, todo esto habrá pasado" (Apoc. 21, 4). Aquellos que aman a Dios y viven según sus leyes, pueden esperar la muerte tranquilos y confiados en las palabras del Señor: "Alegraos y regocijaos, porque es muy grande la recompensa que os aguarda en los cielos" (S. Mateo 5,12).

San Clemente, Papa del primer siglo de la Iglesia, escribió: "Sabed, hermanos, que la peregrinación de esta carne en este mundo es breve; en cambio la promesa de Cristo es grande y admirable, lo mismo que la paz del reino futuro y de la vida eterna".

CONCLUSION

Después de la lectura de esta Carta Pastoral, abrigamos la esperanza de que los jóvenes demuestren el respeto y cariño que hemos señalado para con sus mayores.

Deseamos que los queridos hermanos que han llegado a la ancianidad sepan envejecer con Cristo en su corazón para que puedan reinar con él eternamente.

Comité Permanente del Episcopado, marzo de 1978