5
Eugenio Tironi Blogs El Mercurio, Martes 03 de Agosto de 2010 Adaptación Después de verla en primera fila los días siguientes al terremoto, o a cara descubierta reuniendo recursos para los damnificados, o gestionando el diseño de planes de reconstrucción, es evidente que la empresa chilena de hoy tiene poco que ver con la que prevalecía en los años 90, cuando recomenzó la democracia. En esos tiempos la empresa veía lo que despuntaba como algo que desembocaría, ineluctablemente, en lo que fue la UP: un Estado interventor que no la dejaría “trabajar tranquila”. Resistía cualquier cambio y se identificaba incondicionalmente con la derecha, para mantener los dispositivos antidemocráticos dejados por el autoritarismo. Repetía una y otra vez los mandamientos de Milton Friedman; entre éstos, que “la única responsabilidad social de las empresas es pagar sus impuestos” (los menos posibles, desde luego), y que todo lo demás es función del Estado o de la filantropía individual. Su ideal era un mundo donde no hubiese regulaciones que “limitaran” la actividad empresarial, pues ellas estorban el crecimiento, el empleo y la prosperidad. Por lo mismo, miraba las leyes laborales, el sindicalismo y la negociación colectiva como obsolescencias que había que erosionar todo cuanto fuera posible —aunque sin dejar huellas—. Y pensaba que para alinear a los ejecutivos y trabajadores con la empresa, lo único eficaz es fomentar la competencia entre sí mediante recompensas económicas. Cuando emergió la cuestión ambiental, se la tomó como otra invención del hasta entonces temido “marxismo internacional”, y se descalificó cada una de sus banderas, tildándolas de mitología precientífica. La empresa creía aún que el mundo se dividía entre lo “técnico” (de lo cual ella era su expresión más sublime) y el magma “irracional” de la política, los sindicatos, las comunidades, los ambientalistas. Por eso mismo, confiaba que un “informe técnico” bastaba para desmontar cualquier impugnación de la actividad empresarial, no importa de dónde viniese. Y descansaba ciegamente en la idea de que un fallo favorable de los tribunales era suficiente para desarmar a sus críticos y tener vía libre para sus proyectos. Pues bien, esa empresa ya no existe sino como caricatura. En Chile ha aprendido a moverse en democracia como si ésta fuese su hábitat natural. Admite que su responsabilidad con el país trasciende lo tributario. Ya no resiste, sino que hace suya la causa ambiental, al punto de transformarla en un factor competitivo. Se entiende con los sindicatos, incluso más allá de las fronteras de la empresa. Sabe que para funcionar necesita de una “licencia social”, pues la mera aprobación legal no la blinda de las impugnaciones. Y ha asumido que no puede ya pontificar desde el altar de la “ciencia” o de la “técnica”, pues éstas están al alcance de sus críticos, y ya nadie admite sus dictados como sagrados, lo que la fuerza a relacionarse horizontalmente con los diferentes grupos de interés. La empresa chilena se ha adecuado exitosamente a la democracia. Ha redefinido radicalmente sus relaciones con el entorno, y sigue haciéndolo, empujada por

Cartas Para Imprimir - Rol de La Empresa

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: Cartas Para Imprimir - Rol de La Empresa

Eugenio Tironi Blogs El Mercurio, Martes 03 de Agosto de 2010 

Adaptación

Después de verla en primera fila los días siguientes al terremoto, o a cara

descubierta reuniendo recursos para los damnificados, o gestionando el diseño de

planes de reconstrucción, es evidente que la empresa chilena de hoy tiene poco

que ver con la que prevalecía en los años 90, cuando recomenzó la democracia.

En esos tiempos la empresa veía lo que despuntaba como algo que desembocaría, ineluctablemente, en

lo que fue la UP: un Estado interventor que no la dejaría “trabajar tranquila”. Resistía cualquier cambio y

se identificaba incondicionalmente con la derecha, para mantener los dispositivos antidemocráticos

dejados por el autoritarismo. Repetía una y otra vez los mandamientos de Milton Friedman; entre éstos,

que “la única responsabilidad social de las empresas es pagar sus impuestos” (los menos posibles, desde

luego), y que todo lo demás es función del Estado o de la filantropía individual. Su ideal era un mundo

donde no hubiese regulaciones que “limitaran” la actividad empresarial, pues ellas estorban el

crecimiento, el empleo y la prosperidad. Por lo mismo, miraba las leyes laborales, el sindicalismo y la

negociación colectiva como obsolescencias que había que erosionar todo cuanto fuera posible —aunque

sin dejar huellas—. Y pensaba que para alinear a los ejecutivos y trabajadores con la empresa, lo único

eficaz es fomentar la competencia entre sí mediante recompensas económicas.

Cuando emergió la cuestión ambiental, se la tomó como otra invención del hasta entonces temido

“marxismo internacional”, y se descalificó cada una de sus banderas, tildándolas de mitología

precientífica. La empresa creía aún que el mundo se dividía entre lo “técnico” (de lo cual ella era su

expresión más sublime) y el magma “irracional” de la política, los sindicatos, las comunidades, los

ambientalistas. Por eso mismo, confiaba que un “informe técnico” bastaba para desmontar cualquier

impugnación de la actividad empresarial, no importa de dónde viniese. Y descansaba ciegamente en la

idea de que un fallo favorable de los tribunales era suficiente para desarmar a sus críticos y tener vía libre

para sus proyectos. 

Pues bien, esa empresa ya no existe sino como caricatura. En Chile ha aprendido a moverse en

democracia como si ésta fuese su hábitat natural. Admite que su responsabilidad con el país trasciende lo

tributario. Ya no resiste, sino que hace suya la causa ambiental, al punto de transformarla en un factor

competitivo. Se entiende con los sindicatos, incluso más allá de las fronteras de la empresa. Sabe que

para funcionar necesita de una “licencia social”, pues la mera aprobación legal no la blinda de las

impugnaciones. Y ha asumido que no puede ya pontificar desde el altar de la “ciencia” o de la “técnica”,

pues éstas están al alcance de sus críticos, y ya nadie admite sus dictados como sagrados, lo que la

fuerza a relacionarse horizontalmente con los diferentes grupos de interés.

La empresa chilena se ha adecuado exitosamente a la democracia. Ha redefinido radicalmente sus

relaciones con el entorno, y sigue haciéndolo, empujada por presiones políticas, sociales y de mercado, y

por convicciones propias. Pero cuando se habla de cuánto “Chile cambió”, las referencias a esta mutación

son nulas. Ocurre que la empresa ha sido incapaz de construir una narrativa sobre sí misma fundada en

su propia experiencia de adaptación. Hacerlo exige otro giro radical: mirar su trayectoria en democracia

como un logro, no como una renuncia. Dar este paso es difícil, pero indispensable para reconciliarse no

sólo con el país, sino también con ella misma.

Page 2: Cartas Para Imprimir - Rol de La Empresa

El Mercurio, domingo 8 de agosto de 2010Concepto de empresa

Señor Director:

En su carta del 6 de agosto pasado, el señor Tironi confunde el concepto de empresa con el de accionista. Una empresa comercial, en una economía competitiva, satisface plenamente su función social al ganar la mayor cantidad de plata posible para sus accionistas y cumpliendo estrictamente con la legislación pertinente (laboral, ambiental, tributaria, etcétera). La utilidad generada en estas condiciones es el reconocimiento por parte de la sociedad de los beneficios que ésta recibe de la empresa a través de sus productos y servicios. Es decir, la actividad empresarial no necesita justificarse más allá de obtener un retorno adecuado de acuerdo con el riesgo asumido y a la vez cumpliendo estrictamente la ley.

Ahora, que algunos accionistas además quieran, ya sea desde la propia empresa o destinando los dividendos recibidos, apoyar causas benéficas, no tiene nada que ver con la función propia de la empresa ni es necesario para justificar socialmente la actividad empresarial.

HERNÁN ECHAURREN VIAL

Page 3: Cartas Para Imprimir - Rol de La Empresa

Garretón, Oscar Guillermo Blog La Segunda, Lunes 09 de Agosto de 2010

Entre minas, cartas y empresaLa tragedia minera de Atacama le puso otra escenografía a la reciente discusión pública sobre la

empresa. Al inicio ésta fue sobre su “narrativa”, pero luego se extendió a sus concepciones. La vida

empresarial futura será distinta según cuál visión sea mejor reflejo de su quehacer real.

Leí ayer en un matutino una carta al director donde se decía: “Una empresa… satisface plenamente su

función social al ganar la mayor cantidad de plata posible para sus accionistas y cumpliendo estrictamente

con la legislación…”. Luego agrega, en referencia al apoyo de otras actividades que llama “causas

benéficas”, que éstas “no tienen nada que ver con la función propia de la empresa… ni es necesario para

justificar socialmente la actividad empresarial”.

Tomo después en mis manos el «Informe de sustentabilidad» de la mayor minera privada del país. Que

se denomine así y no «Memoria» ya algo indica. En su primera frase el presidente señala que informará

sobre “el desempeño social, económico y medioambiental” de la empresa. En el mismo párrafo plantea

“nuestro anhelo de ser un ciudadano corporativo de excelencia, más allá de nuestros volúmenes de

producción y aportes tributarios”. Está claro que no es sólo un informe sobre utilidades a los accionistas,

ni responde a igual visión que la de la carta citada.

Abro ahora el «Reporte de desarrollo sustentable y estados financieros 2009» de otra gran minera. El

mensaje del presidente ejecutivo se titula: “Reconstruir una mejor sociedad” (en tiempos de dictadura

podría haber sonado sospechoso a la autoridad, al igual que a Milton Friedman).

Me sumerjo a continuación en la angustia creciente de las noticias sobre los 33 mineros atrapados en las

profundidades del yacimiento San José. Esto me motiva a coger ese «Informe de sustentabilidad» y

comparar. En el tercer párrafo de su mensaje, el presidente da cuenta de que lograron reducir sus tasas

de accidentabilidad en 2009, pero no oculta que “en febrero pasado sufrimos la pérdida de un compañero

de trabajo…”. Nada de condolencias a terceros: dolor en primera persona del plural. Nada de “obrero”, de

“trabajador”: “compañero de trabajo”. Lo dice el presidente de una corporación donde trabajan decenas de

miles en todo el mundo. El párrafo lo cierra señalando que “la seguridad de las personas… está primero y

por sobre las metas de producción”.

Releo la carta del periódico donde dice que la empresa satisface sus obligaciones “cumpliendo

estrictamente con la legislación pertinente”. La contrasto con otro capítulo de ese «Informe de

sustentabilidad» donde se hace explícito “el compromiso de la compañía por mantener prácticas de

negocios éticas y cumplir, o exceder donde los estándares sean menos rigurosos que los nuestros, los

requerimientos legales y de cualquier otro tipo que existan”.

No son iguales visiones de empresa, ¿verdad? Para una, ganando “la mayor cantidad de plata posible” y

cumpliendo estrictamente la ley están listos. Esos son el sentido y límite únicos de su quehacer. Otros, en

cambio, quieren ser “ciudadanos corporativos de excelencia” y eso incluye a las comunidades donde

operan, a sus trabajadores y proveedores, a las obligaciones con el Estado, con la sociedad, con el medio

ambiente y con la ética, aun si la ley no lo exige y los consumidores ni se enteran.

La realidad y legitimidad social de la empresa no son únicas e inmutables. Cambian con la sociedad. La

democracia transformó en consenso la actividad empresarial, que hasta entonces era sólo bandera de

algunos. Se abrieron espacios internos y globales a la empresa, y dirigentes empresariales visionarios

permitieron que ella dejara de ser identificada exclusivamente con la derecha. Hoy surgen nuevas

exigencias.

Cuál prevalezca de estas concepciones tan distintas de empresa que hoy conviven, incidirá en los

espacios futuros que ella tendrá en el corazón de chilenas y chilenos, en la economía y en las decisiones

de la política.