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Las distintas velocidades del Perú y las perspectivas del futuro ¿A qué velocidad avanza el Perú? La respuesta que primero viene a la mente es a la tasa de crecimiento del PBI. La realidad es mucho más compleja: la velocidad no es la misma para el Perú moderno, para el Perú tradicional o para el Perú informal. Tampoco es similar si observamos los indicadores económicos, los sociales o los de seguridad ciudadana. Si uno se desenvuelve en el Perú moderno, el Perú avanza rápidamente. De hecho, las empresas líderes del país crecen por encima del 10% anual, las oportunidades de empleo y de crédito proliferan y la acelerada construcción de edificios y centros comerciales confirma esta percepción. Si uno está en el Perú tradicional, en cambio, la sensación es que el país avanza lentamente. Para un profesor de una escuela pública en un pueblo rural, por ejemplo, es difícil compartir el optimismo de un ejecutivo limeño. Sus ingresos han mejorado, pero todavía son modestos y los recursos que tiene para dictar clase siguen siendo insuficientes. A su vez, para quienes viven en la informalidad, la sensación de progreso es más variada y contradictoria. Los más exitosos están mejorando su capacidad adquisitiva, los menos hábiles logran con mucho esfuerzo mantener sus precarias condiciones de vida. Pero, en cualquier caso, deben enfrentar cotidianamente la incertidumbre de vivir en la frontera de la ilegalidad. Desde la perspectiva del país, la lectura de los indicadores económicos es concluyente: el Perú avanza a buen ritmo. El crecimiento promedio de 6% en la última década es uno de los mayores del mundo. Gracias a la estabilización y la apertura económica, las empresas se volvieron más competitivas y desde entonces se incrementan la inversión, el consumo y los ingresos fiscales. En el ámbito social, en cambio, la sensación es que el avance es lento. Es verdad que la pobreza se ha reducido en la última década de 55% a 28%, pero las mejoras en la cobertura y calidad de la educación, la salud y otros servicios públicos son modestas. La dificultad para avanzar más rápido en el sector público es estructural: mientras una empresa privada puede hacer todo lo que la ley no prohíbe, una entidad estatal no puede hacer nada que la ley no autorice expresamente. A pesar de ello, hay algunas instituciones públicas que logran desarrollar buenas prácticas gubernamentales, como las que son reconocidas anualmente por los premios que otorga la ONG Ciudadanos al Día. Vale la pena estudiarlos como ejemplos a seguir.

Caso Practico 1- Pest

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Page 1: Caso Practico 1- Pest

Las distintas velocidades del Perú y las perspectivas del futuro

¿A qué velocidad avanza el Perú? La respuesta que primero viene a la mente es a la

tasa de crecimiento del PBI. La realidad es mucho más compleja: la velocidad no es

la misma para el Perú moderno, para el Perú tradicional o para el Perú

informal. Tampoco es similar si observamos los indicadores económicos, los

sociales o los de seguridad ciudadana.

Si uno se desenvuelve en el Perú moderno, el Perú avanza rápidamente. De hecho,

las empresas líderes del país crecen por encima del 10% anual, las oportunidades

de empleo y de crédito proliferan y la acelerada construcción de edificios y centros

comerciales confirma esta percepción.

Si uno está en el Perú tradicional, en cambio, la sensación es que el país avanza

lentamente. Para un profesor de una escuela pública en un pueblo rural, por

ejemplo, es difícil compartir el optimismo de un ejecutivo limeño. Sus ingresos han

mejorado, pero todavía son modestos y los recursos que tiene para dictar clase

siguen siendo insuficientes.

A su vez, para quienes viven en la informalidad, la sensación de progreso es más

variada y contradictoria. Los más exitosos están mejorando su capacidad

adquisitiva, los menos hábiles logran con mucho esfuerzo mantener sus precarias

condiciones de vida. Pero, en cualquier caso, deben enfrentar cotidianamente la

incertidumbre de vivir en la frontera de la ilegalidad.

Desde la perspectiva del país, la lectura de los indicadores económicos es

concluyente: el Perú avanza a buen ritmo. El crecimiento promedio de 6% en la

última década es uno de los mayores del mundo. Gracias a la estabilización y la

apertura económica, las empresas se volvieron más competitivas y desde entonces

se incrementan la inversión, el consumo y los ingresos fiscales.

En el ámbito social, en cambio, la sensación es que el avance es lento. Es verdad

que la pobreza se ha reducido en la última década de 55% a 28%, pero las mejoras

en la cobertura y calidad de la educación, la salud y otros servicios públicos son

modestas. La dificultad para avanzar más rápido en el sector público es estructural:

mientras una empresa privada puede hacer todo lo que la ley no prohíbe, una

entidad estatal no puede hacer nada que la ley no autorice expresamente. A pesar

de ello, hay algunas instituciones públicas que logran desarrollar buenas prácticas

gubernamentales, como las que son reconocidas anualmente por los premios que

otorga la ONG Ciudadanos al Día. Vale la pena estudiarlos como ejemplos a seguir.

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Pero también hay un país que retrocede, cuando lo que se expande es dañino para

la sociedad: la delincuencia común y el narcoterrorismo son los problemas más

evidentes, pero también el Perú se repliega cuando se extiende la violencia en los

conflictos sociales. La situación se agrava cuando la entidad pública llamada a

defender la aplicación de la ley, la Policía Nacional, viene sufriendo desde hace años

un continuo deterioro y está parcialmente corroída por la corrupción.

El gran desafío es que el Perú mantenga el buen ritmo del crecimiento económico,

dinamice la gestión en los sectores sociales y, sobre todo, revierta la involución en

el campo de la seguridad, el problema que más preocupa a la ciudadanía.

Es importante resaltar el rol que cumple la evolución de la tecnología en la mejora

de los servicios que ofrece el estado, es por eso que cuando hablamos de las

bondades del gobierno electrónico, las palabras que suelen emplearse son:

modernidad, eficiencia, rapidez. Pero existe una palabra clave que no suele ser

tomada en cuenta: comodidad.

Esta palabra ha sido rescatada de manera acertada por Joaquín Yrivarren en su

estudio “Gobierno electrónico. Análisis de los conceptos de tecnología, comodidad y

democracia” (UPC, 2011). Yrivarren da en el clavo: la comodidad debe ser el

principal objetivo de cualquier gobierno electrónico. ¿La comodidad de quién? Del

ciudadano, por supuesto.

La burocracia genera incomodidad y cualquiera que haya tenido que hacer un

trámite puede dar fe de ello. Incluso cuando la burocracia hace bien su trabajo. La

semana pasada acompañé a un amigo a que sacara sus antecedentes penales y

policiales. Para realizar dichos trámites, le propuse ir al MAC de Lima Norte. Como

saben, los MAC (Mejor Atención al Ciudadano) son centros que reúnen a diversas

entidades públicas para que, de manera rápida y eficiente, un ciudadano pueda

realizar diversos trámites en un solo lugar, sin necesidad de desplazarse por la

ciudad para ello. Averiguamos, y se podían hacer los dos trámites en el lugar

(incluso las instalaciones cuentan con un Banco de la Nación al interior). Los

trámites en sí duraron poco tiempo (las personas fueron muy amables y eficientes),

pero hacer la cola para poder acceder a las instalaciones del MAC nos tomó

aproximadamente 1 hora. La pregunta que me hacía mientras avanzábamos en la

cola era: ¿Y por qué no se pueden hacer estos dos trámites en línea?

Si los trámites fuesen en línea, mi amigo podría haberse ahorrado más de 2 horas y

media un sábado. En vez de utilizar el Metropolitano, caminar, hacer cola, sacar

ticket y esperar para ser atendido, mi amigo podría haber prendido su computadora

y realizado el trámite en 10 minutos (con un sistema similar al que tiene la SUNARP

para ver títulos inscritos o la RENIEC para ver si somos miembros de mesa). Este

es un claro ejemplo cómo el gobierno electrónico podría haber ayudado a la

comodidad de un ciudadano.

Todas estas características forman parte de los nuevos retos del Perú, desde el

punto de vista empresarial y del gobierno, quien debería de toma conciencia de su

rol como generador de oportunidades.