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Debates actuales en Trabajo Social Cátedra Libre Reflexiones para una comprensión histórico-crítica del movimiento social en sus múltiples dimensiones m arxismo y t rabajo s ocial Katia Marro mayo de 2013

Cátedra Libre · Reflexiones para una comprensión histórico-crítica del movimiento social en ... del Observatorio Social de América Latina ... en el movimiento obrero y socialista

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lCátedra Libre

Reflexiones para una comprensión histórico-crítica del

movimiento social en sus múltiples dimensiones

marxismo y trabajo social

Katia Marro

mayo de 2013

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Marro, Katia Iris

Reflexiones para una comprensión histórico-crítica del movimiento social en sus múltiples dimensiones. - 1a ed. - La Plata: Dynamis, 2013.

E-Book.

ISBN 978-987-29828-2-9

1. Trabajo Social. I. Título

CDD 361.3

Fecha de catalogación: 06/08/2013

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Reflexiones para una comprensión histórico-crítica del movimiento social en sus múltiples expresiones

Dra. Katia Marro1

1. Introducción

Hablar de movimientos sociales vuelve a ser en nuestros días un tema

bastante revisitado en algunos ámbitos académicos latino-americanos, y esa

tendencia no debe sorprendernos si estuviéramos atentos al contexto socio-histórico

regional de la última década, caracterizado por la revigorización de un conjunto de

luchas y expresiones de resistencias (reinauguradas por la rebelión zapatista de 1994)

que contestan con radicalidad las consecuencias de la degradación de la vida social

provocadas por las contra-reformas neoliberales y las destructivas tentativas de

recuperación de las tasas de lucro por parte del capital con posterioridad a la década

de 1970. Felizmente, el tema en cuestión, también alcanza a las agendas de debate

de los propios protagonistas de esas luchas, constatado en los diversos foros de

articulación de esos sujetos (Foro Social Mundial, Otra Campaña, Plebiscitos

Populares, Redes en defensa de los recursos naturales), así como en las experiencias

de formación política que apuntan a la construcción de intelectuales orgánicos a los

procesos de lucha de esas masas subalternas, de entre las cuales destacamos la

Escuela Nacional Florestán Fernandes (ENFF) del Movimiento de los Trabajadores

Rurales Sin Tierra (MST) en Brasil.

Sin embargo, no todos los analistas e intelectuales que hoy hablan de

movimientos sociales, lo hacen desde una misma perspectiva. Más que de “acuerdos”,

un análisis más atento puede alertarnos de que bajo esa denominación se encuentran

concepciones muy diferenciadas acerca de los elementos de realidad que caracterizan

un movimiento social, de cuáles son sus principales reivindicaciones, su naturaleza, su

relación con el conflicto de clases, sus principales protagonistas. En esa dirección,

1 El siguiente texto rescata y desarrolla algunas ideas presentes en nuestro trabajo “Algunos criterios metodológicos de interpretación histórico-crítica del movimiento social en sus múltiples expresiones”, publicado temporalmente en el site del Observatorio Social de América Latina de CLACSO (cf. MARRO, 2006), así como aporta un conjunto de reflexiones derivadas de la experiencia del dictado de la disciplina “Movimientos Sociales y Educación Popular” de la Carrera de Servicio Social del Polo Universitario de Rio das Ostras de la Universidad Federal Fluminense. Traducción: Brian Cañizares; Revisión: Katia Marro.

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podremos observar lecturas que los identifican a la lucha por la conquista de derechos;

concepciones que los colocan como siendo substitutos del tradicional movimiento

obrero y de la dinámica de la lucha de clases; interpretaciones que los abordan como

los “nuevos” sujetos de la historia; entre tantas otras. Son estas algunas de las

perspectivas con las cuales polemizamos a lo largo de la reflexión.

Este trabajo pretende sistematizar un conjunto de criterios teórico-

metodológicos para la comprensión de los movimientos sociales en sus múltiples

expresiones y formas de existencia en el marco de los antagonismos de la sociedad

burguesa. Mas que una conceptualización abstracta de las luchas sociales que se

pretenda válida para “cualquier tiempo y lugar”, estas ideas buscan ofrecer claves

analíticas de interpretación de los movimientos sociales que, “adentrándose” en

algunos momentos históricos o recuperando aspectos constitutivos del orden social

capitalista, nos permitan comprenderlos a la luz de la dinámica de las luchas de clase.

Por tanto, el lector no encontrará aquí una definición acabada o una clasificación

general de los movimientos sociales, sino una invitación a reflexionar y reconstruir a

partir de la propia dinámica organizativa y de lucha de estos sujetos, las claves teórico-

analíticas más apropiadas para su comprensión.

Así, partiremos de conceptualizar lo que entendemos por movimiento social

(apelando a un concepto abarcativo y otro específico); posteriormente recuperaremos

algunos aspectos históricos a la luz de la experiencia de constitución del movimiento

obrero para situar la relación que existe entre las luchas sociales y la “cuestión social”;

para finalmente, reconstruir un conjunto de elementos y claves analíticas que pueden

enriquecer nuestra comprensión de esos sujetos políticos.

1.1 ¿En qué sentido nos referimos al concepto de movimiento social?

Nos gustaría comenzar afirmando que al hablar de movimiento social,

podemos hacer uso de esa denominación en dos sentidos, no necesariamente

excluyentes:

a) Un primer sentido, refiriéndonos al movimiento social de forma genérica y

abarcativa, que caracteriza el proceso histórico propio del orden burgués, a través del

cual las clases subalternas fueron constituyéndose como sujeto político capaz de

comprender y ensayar una crítica (más o menos elaborada) de los mecanismos de

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explotación y opresión que constituyen el antagonismo de clases – y en esa dirección,

con potencial para alimentar una intervención revolucionaria en la realidad social.

Sin dudas, el proceso de constitución de la clase trabajadora como

movimiento en el escenario posterior a las rebeliones europeas de 1848, significa que

ésta no denota sólo una posición de explotación en la estructura social (lo que en el

lenguaje marxiano puede comprenderse como “clase en sí”). Mucho más que una

aglomeración amorfa de individuos trabajadores (que comparten el hecho de tener

únicamente su fuerza de trabajo para vender), el proceso de formación de la clase a

partir de los experimentos organizativos del movimiento obrero del siglo XIX expresa

que ésta se va constituyendo como movimiento social en el sentido de la construcción

de los trabajadores como sujetos protagonistas de la historia: los trabajadores como

“clase para sí”, como clase que a partir del proceso de auto-organización deja de

responder a un mero designio del capital (su posición subordinada en la estructura

social), para pasar a existir para sí misma, como sujeto político.

Esta primera identificación del concepto de movimiento social se refiere al

proceso por el cual las masas subalternas comienzan a constituirse como sujetos

políticos con capacidad de intervención crítica en las relaciones sociales de

explotación y opresión propias del orden burgués, siendo entonces el movimiento

obrero su primer y más clásica expresión (N. de Trad.: Todas las itálicas en este

documento corresponden al original).

Y aunque no podamos ecualizar (por su diferenciada capacidad de enfrentar

las antagónicas relaciones sociales que se estructuran en el siglo XIX) la rebelión

andina liderada por Tupac Amaru en 1780 con la experiencia del movimiento obrero en

la Europa de 1848, debemos reconocerlos, con sus debidas mediaciones, como parte

de una misma totalidad histórica de ofensiva y avance de las relaciones sociales

burguesas en diversos lugares del planeta y de generación de focos de conflicto o

sujetos que van enfrentando esos antagonismos de clase. Por eso, en ese período

histórico, además del movimiento obrero, podemos identificar otras expresiones del

movimiento social –en ese sentido genérico - , al mapear otros ensayos organizativos

de las masas subalternas que, tal vez con menos claridad teórico-política o solidez

organizativa, van a enfrentar, por ejemplo en América Latina, momentos diferenciados

del antagonismo de clases: nos referimos a los indígenas y su identificación con las

luchas en defensa de los recursos naturales y de la cuestión de la tierra – problema

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central que, en la visión de intelectuales como Mariátegui, ya en el inicio del siglo XX,

denuncia el antagonismo de clases en la periferia del sistema.

Veremos más tarde que esta utilización abarcativa del concepto de

movimiento social – que reconoce diversas expresiones, como el movimiento obrero o

el movimiento indígena – puede permitirnos dar visibilidad a diversas formas de lucha

que, con más o menos claridad teórico y política, van a enfrentar momentos

diferenciados del antagonismo de clases.

b) Una segunda acepción del concepto de movimiento social se relaciona

con el resurgimiento o revigorización de un conjunto de formas organizativas que

aglutinan segmentos diferenciados de las clases subalternas en torno de

reivindicaciones particulares, fundamentalmente a partir de los años de 1960 y en las

décadas subsiguientes2, caracterizando, inclusive, un abanico significativo de los

sujetos sociales contemporáneos. Nos referimos a los movimientos feministas,

ecologistas, en defensa de las banderas de lucha de la población LGBT, los

movimientos indígenas, pero también a los movimientos populares de barrio, los

movimientos sin techo, a los movimientos que luchan por mejores condiciones de vida,

a los movimientos de desocupados, a los sin tierra, etc.

Este concepto más “específico” de movimiento social denota un conjunto muy

diverso de experimentos organizativos y de constitución de sujetos colectivos (que no

pueden ser ecualizados en su significado socio-histórico), pero que pueden ser

comprendidos a partir de una misma naturaleza económico-corporativa, en términos

gramscianos. Todos ellos estructuran sus procesos de organización a partir de una

“identidad de lucha común” y de un conjunto de reivindicaciones que representan a

segmentos sociales particulares – “nosotros sin techo”, “nosotros vecinos de los

barrios”, “nosotros trabajadores desocupados”, “nosotras mujeres campesinas”,

“nosotros activistas LGBT”, “nosotros sin tierra” – no siendo directas las vinculaciones

posibles con la totalidad de las relaciones sociales, o sea, no portando necesariamente

en esas reivindicaciones corporativas una perspectiva más universal de intervención

2 “Hablamos también de “revigorización” de esos movimientos a partir de la década de 1960, sobre todo al pensar en experiencias como las del movimiento feminista que no surgen en la década de 1960, sino que se constituye como una tendencia organizativa presente en el movimiento obrero y socialista a principios del siglo XX. Ese cuidado debe ser aún mayor al referirnos a los indígenas, cuyas rebeliones marcan la historia de América Latina desde el siglo XIX, aunque se haya observado en el siglo subsiguiente su constitución más clara como sujeto político social.

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en la realidad social – lo que Gramsci llamaría una dimensión político-universal en las

luchas sociales, necesaria para transformar el conjunto de las relaciones de

explotación y opresión.

En ese sentido, los movimientos sociales como una forma organizativa

particular, tendrían como principal característica el hecho de moverse en un terreno

económico-corporativo, a diferencia de los partidos políticos (otra forma organizativa)

que se proyectan a través de una propuesta de organización de las relaciones políticas

y de poder, o sea, de un proyecto determinado de sociedad.

Volveremos nuevamente a este aspecto, pero es importante alertar sobre el

hecho de que esta caracterización inicial no puede llevarnos a una interpretación

mecánica de la relación entre las dimensiones particulares y universales de las luchas

sociales, ya que podemos observar a lo largo de la historia experiencias particulares

de organización (movimientos sociales en sentido específico) cuyas reivindicaciones,

inicialmente corporativas, se articulan en estrategias de lucha que portan un claro

corte universal, en la medida en que trascienden ampliamente banderas particulares

de lucha (que apenas identificarían un segmento social) para abarcar el conjunto de

las relaciones sociales: el ejemplo de la reivindicación particular de la reforma agraria

en las estrategias del MST – que una primera impresión podría sugerir que estamos

frente a una demanda corporativa que beneficiaría fundamentalmente a los

campesinos sin tierra – nos permite observar el transcurso de una lucha que transita

hacia una intervención crítica en las relaciones de propiedad vigentes

(específicamente a partir de la concentración agraria), en las estructuras políticas y de

poder, en los mecanismos de distribución de la riqueza social, esto es, en una

perspectiva más abarcativa de la vida en sociedad.

2. La relación entre las luchas sociales y la “cuestión social” a partir del proceso de formación del movimiento obrero3.

¿Existe alguna relación entre la “cuestión social” y las luchas sociales? ¿Por

qué sugerir que la existencia de la “cuestión social” supone la presencia de conflictos

sociales que pueden propiciar – de forma más o menos disfrazada, más o menos

explícita – la constitución de sujetos que enfrentan ese conjunto de desigualdades

3 En este momento dialogamos y profundizamos algunas reflexiones presentes en nuestra tesis de doctorado (Marro, 2009).

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sociales? ¿Cuál es la comprensión de la “cuestión social” que nos permite asociarla

con las estrategias de lucha y resistencia de las masas subalternas en su proceso

histórico de auto-organización?

En primer lugar es importante destacar que partimos del presupuesto de que

la existencia de la “cuestión social” en sus múltiples expresiones se explica a partir de

la dinámica antagónica propia de las relaciones sociales capitalistas: los procesos de

pauperización (relativa y absoluta) y de producción de una población excedente para

las necesidades de acumulación del capital (que no consigue reproducir sus

condiciones mínimas de existencia), son componentes necesarios y constitutivos de la

dinámica histórica de explotación de ese orden social, o sea, están asociados

inversamente al desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social y a la

producción de riqueza: para Marx, “la pobreza es una de las condiciones de vida de la

producción capitalista y del desarrollo de la riqueza” (1981, p. 588; traducción nuestra),

porque se constituye como un contingente de fuerza de trabajo disponible para el

capital – por tanto, de masas que pueden estar excluidas del proceso de producción,

pero incluidas marginalmente, o que pueden ser subsidiarias de las necesidades de

acumulación y valorización del capital. Se genera, así, una acumulación de la miseria

relativa a la acumulación del capital – es la raíz de la producción y reproducción de la

“cuestión social” en la sociedad capitalista.

Para dar visibilidad a los intereses antagónicos de clase que constituyen el

campo de disputa y los puntos de resistencia que configuran la “cuestión social”, es

necesario recordar que son los desdoblamientos políticos de la acción de los

trabajadores pobres – desde el movimiento ludista que destruye las máquinas de la

revolución industrial como un mecanismo para forzar negociaciones colectivas con sus

patrones, pasando por los cartistas que levantan las banderas de la democracia

política, hasta la formación de una clase obrera con grados importantes de conciencia

de su fuerza autónoma, hacia mediados del siglo XIX, cuyo ápice se desarrolla en las

rebeliones europeas de 18484 -, que la tornan blanco de preocupación de un amplio

abanico de críticos y reformadores sociales desde los inicios del capitalismo5.

4 En ese sentido, resulta significativo el pasaje de la palabra de orden que caracteriza a la Liga de los Justos (una articulación de trabajadores de los países industrializados de Europa, a la cual Marx y Engels se vinculan a partir de 1843) retratada en la idea de ”todos los hombres son hermanos” a la célebre convocatoria de “¡Trabajadores de todos los países uníos!”, que la naciente Liga de los Comunistas retrata en el Manifiesto del Partido Comunista de

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Si el movimiento operario comenzaba a comprender que la “cuestión social”

era constitutiva del capitalismo – situada en el terreno del antagonismo entre capital y

trabajo -, la principal “amenaza” advenía menos del hecho de que sus luchas

pretendiesen una politización de esa “cuestión social”, y si de que éstas se

propusiesen su solución como proceso revolucionario – esto es, la “cuestión social”

como objeto de intervención revolucionaria” (Netto, 2001).

Cabe recordar que a partir del contexto histórico europeo de 1848, los

trabajadores – que comienzan a constituirse como movimiento social con autonomía

de la burguesía – van a protagonizar diversos ensayos de auto-organización cuyo

punto de partida es la revuelta en torno de las consecuencias sociales advenidas de

las condiciones de explotación de su fuerza de trabajo, y en esa dirección, su crítica al

orden burgués levanta banderas que denuncian el hambre, el desempleo, la vivienda

insalubre, las enfermedades, el trabajo infantil. Y más que eso. En determinados

contextos históricos los trabajadores van a intentar improvisar respuestas colectivas a

sus propias carencias: son ejemplos la “sopa socialista” que estos sujetos organizaban

en contextos de desempleo generalizado ya al final del siglo XIX, pero

fundamentalmente el enorme repertorio de reivindicaciones que los trabajadores de la

Comuna de Paris de 1871 se proponen heroicamente atender a partir de su joven

organización comunal – una lectura atenta de esos sucesos nos permite rescatar

demandas pioneras que van desde la vivienda a la salud, del transporte colectivo a la

gestión popular de todos los servicios sociales, de la enseñanza laica a la legalización

del aborto, del derecho a un conjunto de beneficios para los trabajadores mayores a la

organización colectiva de la producción (Coggiola, 2002).

Los trabajadores son pioneros en “desnudar” un conjunto de expresiones de

la “cuestión social” que serían objeto de intervención relativa del Estado – bien entrado

el siglo XX y como consecuencia de arduas luchas sociales trabadas para ampliar los

márgenes estrechos de la ciudadanía burguesa-, así como son protagonistas en la

búsqueda de soluciones colectivas que materializan la solidaridad de clase.

1848, expresando una maduración teórica y política que permite a los trabajadores construir su independencia de clase de la burguesía (Netto, en Marx y Engels, 1998). 5 Sobre el “deslizamiento” hacia el pensamiento conservador de la expresión “cuestión social” en el contexto de consolidación de la burguesía como clase dominante en la Europa posterior a 1848, como tendencias que ocultan la vinculación entre desarrollo capitalista y pauperismo (naturalizando las desigualdades sociales), cf. Netto (2001).

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En ese sentido, podríamos afirmar – dialogando también con los análisis de

Iamamoto y Carvalho (1986) y Mota (2008) – que la “cuestión social” se relaciona con

el proceso de formación y emergencia de la clase obrera y su ingreso en el escenario

político a través de luchas sociales que, al politizar sus necesidades, tornándolas

objeto de organización y reivindicación colectiva, amenazan potencialmente la “paz”

del orden establecido. La lucha por derechos atinentes al trabajo (derechos sociales y

laborales, como la reducción de la jornada de trabajo conquistada al calor de las

luchas de 1847) y la mejora de las condiciones de vida – incluyendo no sólo las

demandas económico sociales, sino también a la vida cultural y al conocimiento

socialmente producido-, así como las formas autónomas de enfrentamiento de la

“cuestión social” que los trabajadores accionan como clase en su proceso de auto-

organización, provoca un cambio paulatino en las estrategias de dominación que la

burguesía inaugura en el siglo XX (no siendo suficiente el trato represivo de esas

demandas), ahora más preocupada en construir también mecanismos consensuales

en el seno del Estado, capaces de incorporar algunas reivindicaciones laborales.

Incluso según Iamamoto y Carvalho,

Los diversos servicios sociales previstos en políticas sociales específicas, son expresión de conquistas de la clase trabajadora en su lucha por mejores condiciones de trabajo y de vida […]. Sin embargo, existe otra cara de la misma cuestión que debe ser resaltada: al enfrentarse con el proceso de organización de la clase obrera, el Estado y las clases patronales incorporan y acumulan como suyas una serie de reivindicaciones de la clase obrera en su lucha de resistencia de cara al capital y de afirmación de su papel como clase en la sociedad […] Así procediendo, no sólo debilitan el componente autónomo y, por tanto, el carácter de clase de las luchas obreras […] pasan a utilizar tales conquistas como medio de interferir y de movilizar controladamente los movimientos sociales, al mismo tiempo en que dislocan las contradicciones del campo explícito de las relaciones de clase, absorbiéndolas dentro de las vías institucionales. Las expresiones de la lucha de clase se transforman en objetos de asistencia social (Iamamoto y Carvalho, 1986, p. 92-93).

Así, fueron esas luchas sociales que rompieron el dominio privado en las

relaciones entre capital y trabajo – es la publicización de las necesidades de los

trabajadores, en las palabras de Mota (2008) -, extrapolando la “cuestión social” al

ámbito público, exigiendo la interferencia del Estado para el reconocimiento de

derechos sociales y laborales de esa clase trabajadora. En este sentido, si las

condiciones de vida y de trabajo de los grupos subalternos corren el riesgo de ser

insertos en el campo de la política por los momentos de contestación del orden, las

clases dominantes son forzadas a tornarlas también objeto de “reformas sociales”.

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Como sugiere Netto (1997), no podemos dejar de mencionar que es en este contexto

de reacción a la organización autónoma de los trabajadores que surge la demanda

socio-histórica que explica la génesis del Servicio Social como profesión, inscrita en la

división social y técnica del trabajo.

Son estas algunas de las raíces teórico-históricas que alimentan nuestra

comprensión de los debates en cuestión, la cual está centrada en la noción de que los

procesos de pauperización y de producción de una masa de trabajadores excedentes

son relativos (constitutivos) a la acumulación capitalista, encontrándose en ese

antagonismo la raíz de la producción y reproducción de la “cuestión social” en la

actual sociedad capitalista. Así, situar la “cuestión social” en el seno del antagonismo

capital-trabajo implica reconocer que, a lo largo de la historia, sus múltiples

manifestaciones están perneadas de las luchas y ensayos de resistencia de esos

sujetos (siempre contradictorios) por su auto-afirmación como clase. Por tanto, “[…]

descifrar la cuestión social es también demostrar las particulares formas de lucha, de

resistencia material y simbólica accionadas por los individuos sociales a la cuestión

social” (Iamamoto, 2007, p. 59; itálicas en el original).

Sintetizando las reflexiones esbozadas hasta aquí podemos afirmar que:

a) La clase trabajadora se constituye como movimiento social autónomo de la

burguesía a partir de un proceso de formación que supone un conjunto de iniciativas y

ensayos de auto-organización en que ésta va descubriendo su capacidad

organizativa, va testeando su potencia contestataria, va construyéndose como sujeto

político. En ese sentido, Thompson afirma:

Estoy convencido de que no podemos entender la clase a menos que la veamos como una formación social y cultural, surgiendo de procesos que sólo pueden ser estudiados cuando estos mismos operan durante un considerable período histórico. En los años entre 1780 y 1832 los trabajadores ingleses en su mayoría vinieron a sentir una identidad de intereses entre sí, y contra sus dirigentes y empleadores (Thompson, 2004, p. 10, itálicas nuestras).

Esas experiencias precedentes de organización que incluyen un conjunto

diverso de expresiones de movimientos sociales, forman parte de ese proceso de

formación político y cultural de la clase, de entre los cuales no podemos dejar de

recuperar el contradictorio ejemplo del movimiento ludista: sin una estructura política

organizativa propia; careciendo de una claridad teórica y política acerca de la

naturaleza de clase de la sociedad y de las relaciones de explotación que padecen;

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utilizando métodos de lucha destinados a desaparecer en la vorágine del desarrollo de

las fuerzas productivas que el siglo XIX representa; presos de rituales clandestinos y

contagiando de forma intermitente otras iniciativas locales similares; ¿hay alguna

potencia contestataria en ese joven movimiento de los trabajadores? ¿Cuál es el

significado de experiencias como esas que pueden estar señalando un “callejón sin

salida” desde el punto de vista del desarrollo posterior? ¿Vale la pena recuperar

movimientos olvidados por la historia?

Continuemos escuchando las instigadoras reflexiones de nuestro autor:

Sólo los victoriosos (en el sentido de aquellos cuyas aspiraciones anticiparon la evolución posterior) son recordados. Los callejones sin salida, las causas perdidas y los propios perdedores son olvidados […]. Estoy intentando rescatar el pobre tejedor de algodón, el mediero ludista, el tejedor del “obsoleto” telar manual […]. Sus oficios y tradiciones podían estar desapareciendo. Su hostilidad frente al nuevo industrialismo podía ser retrógrada. Sus ideas comunitarias podían ser fantasiosas. Sus aspiraciones insurreccionales podían ser temerarias. […] Sus aspiraciones podían ser válidas en los términos de su propia experiencia […]. No deberíamos tener como único criterio de juicio el hecho de que las acciones de un hombre se justificasen, o no, a la luz de la evolución posterior. […] Podemos descubrir, en algunas de las causas perdidas del Pueblo de la Revolución Industrial, percepciones de males sociales que aún están por curar. (Thompson, 2004, p. 12, itálicas nuestras).

Así, en una clave thompsoniana de interpretación podemos comprender el

significado de esas experiencias, donde inclusive los “callejones sin salida” tienen

mucho que ofrecer para la constitución de la experiencia histórica de organización de

la clase: son ensayos organizativos que colaboran en el sentimiento de identidad en

torno de intereses comunes y diseñan una oposición hacia intereses que se tornan

contrarios o antagónicos a los trabajadores. Inclusive en las “causas perdidas”

podemos identificar trazos de las relaciones de opresión y explotación que aún tienen

vigencia histórica y se encuentran operantes – “males sociales que aún están por

curar”.

Por otro lado, Thompson nos alerta que esas acciones de rebelión deben ser

recuperadas “en los términos de su propia experiencia”, o sea, en las condiciones

objetivas y subjetivas que esos sujetos enfrentan y construyen en su tiempo histórico

particular. En ese sentido, los ludistas, hijos de un tiempo histórico caracterizado por

la transición de la industria doméstica y artesanal hacia los “avances” de la revolución

industrial; sometidos a largas jornadas de trabajo degradantes que los impedían de

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usufructuar bienes culturales y sociales sólo reservados a las clases poseedoras;

perdidos en el enredo de la indiferenciación de clase, donde la burguesía heredera de

la revolución francesa aún insistía en mostrarse como “clase universal” (también

representante de las aspiraciones de los trabajadores y demás segmentos

subalternos), tienen en sus manos algunos pocos instrumentos de rebelión capaces

de demostrar con efectividad la “furia” de ese joven movimiento: la destrucción de

máquinas, el sabotaje, la intimidación y la violencia son algunos de los métodos

experimentados por esos trabajadores que se asoman a la vida político-organizativa.

En esa misma dirección afirma Hobsbawm,

En un sistema doméstico de industria, donde pequeños grupos de hombres, u hombres aislados, trabajan esparcidos en numerosas aldeas y pequeñas casas de campo, de cualquier manera, no es fácil concebir algún método que pueda garantizar una paralización eficaz. Además, contra empleadores locales comparativamente pequeños, la destrucción de propiedades – o la amenaza constante de destrucción – sería bastante eficaz […] pero la técnica tiene otra ventaja. El hábito de la solidaridad, que es el fundamento del sindicalismo eficaz, lleva tiempo en aprenderse. […] Lleva más tiempo aún interiorizar el código de ética incontestado de la clase trabajadora […]. Más aún, entre hombres y mujeres mal pagos, sin fondos de huelga, el peligro de rompedores de huelga es siempre agudo. La destrucción de máquinas fue unos de los métodos de contraatacar esas debilidades […] había por lo menos una garantía temporaria de que la fábrica no funcionaría (Hobsbawm, 2000, p. 22)

Resulta claro entender que serían otras las posibilidades objetivas y

subjetivas con las cuales contaría el movimiento obrero de finales del siglo XIX,

explicadas también a partir de la dinámica de desarrollo del propio capitalismo de la

época: la gran industria y la intensificación de las ciudades posibilitarían una

concentración de trabajadores en las fábricas en el espacio urbano que ahora

usufructuarían transportes y sistemas de comunicaciones a partir de los cuales sería

posible pensar en organizaciones de masas a escala nacional; las victorias políticas y

sociales del movimiento cartista (la reducción de la jornada de trabajo en 1847, las

luchas por la libertad política y la democratización de las instituciones parlamentarias)

ofrecerían otras condiciones de organización; la lucha por el acceso a la cultura y

otros bienes socialmente producidos iría mostrando la necesidad de la superación del

analfabetismo y la consolidación de experiencias de formación política entre los

trabajadores; la experiencia de las luchas precedentes habían alimentado un

sentimiento de solidaridad de clase que se tornaba mas fuerte entre las masas.

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En este sentido, queremos remarcar la relación que existe entre el desarrollo

del capitalismo – sus impactos en la industria y en los procesos de trabajo, en la

estructura de clases, en el patrón de explotación de la fuerza de trabajo, en la

fisonomía de la “cuestión social”, en los potenciales conflictos que esa realidad apunta

– y la dinámica de la lucha de clases, o sea, las formas como los subalternos

consiguen enfrentar esas condiciones objetivas y organizarse como potenciales

sujetos políticos de clase: las formas de rebelión que el movimiento ludista

experimenta no son las mismas condiciones históricas de lucha y resistencia que

protagoniza el movimiento obrero, así como no representan las mismas coordenadas

societarias que los actuales movimientos sociales y de trabajadores enfrentan.

Tenemos aquí otra clave analítica importante para reconstruir el significado histórico

de los movimientos sociales que hoy queremos comprender.

b) Por otro lado, existe una relación neurálgica entre “cuestión social” y

luchas sociales, germinalmente observada a partir de la experiencia del movimiento

obrero que se estructura entre los siglos XIX-XX, pero que puede ser rastreada más

allá de ese movimiento social, o teniendo como foco otras expresiones de las luchas

de las masas subalternas.

El movimiento obrero provoca la politización y publicización de las

condiciones de vida y de trabajo de las masas, luchando por ocupar las calles y los

parlamentos (en la época, reducidos a las demandas de una burguesía empeñada en

consolidarse como clase dominante), y mostrando a partir de su práctica política de

organización que la “cuestión social” está perneada de luchas e intereses

antagónicos, a contramano de los discursos de los “reformadores sociales” que se

esforzaban por resaltar supuestas relaciones de complementariedad y armonía entre

los intereses de los trabajadores y los burgueses. A su vez, trabajamos también la

idea de que ese movimiento fue protagonista de un conjunto de prácticas de auto-

organización que buscaron enfrentar las diversas manifestaciones de la “cuestión

social” desde sus procesos colectivos de lucha.

¿Cuál sería la actualidad de ese debate? Más allá de esa experiencia

histórica de organización, pensamos en otros momentos de agregación de los grupos

subalternos donde podemos reconstruir en sus luchas y discursos una crítica implícita

a los patrones vigentes de intervención del Estado y del empresariado de cara a la

“cuestión social” (por ejemplo, en la época clásica del movimiento obrero ese patrón

era fundamentalmente represivo). Y más aún: siguiendo los rastros de esas

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expresiones de la lucha de clases podemos identificar los “focos” del conflicto social

que serán blanco de las estrategias de políticas sociales que vengan a accionarse

como respuestas privilegiadas por las clases dominantes. El ejemplo del movimiento

de desocupados en Argentina es claro en ese sentido, donde a partir de la lucha es

posible reconstruir no sólo una crítica al patrón de intervención social del Estado que

emerge a lo largo de la década del 90 en torno a las demandas legítimas de esa

población “superflua”, sino también el componente de contra-insurgencia en la política

social que se delinea para enfrentar la situación de explotación y desempleo de esas

masas, desnudada por la práctica histórica de organización de los trabajadores

desocupados. Los desocupados nos muestran a partir de su proceso de auto-

organización cómo expresiones de la lucha de clases – sus reivindicaciones y luchas

– se tornan objeto de programas asistenciales orientados a la eliminación de cualquier

componente de resistencia en las expresiones de la “cuestión social”.

Esa lente para analizar el significado político de las políticas sociales a partir

de las luchas sociales de los subalternos ha sido poco explorada en los análisis de la

profesión, de forma de dar visibilidad a las disputas y contradicciones que atraviesan

el proceso de formulación e implementación de las mismas. Las políticas sociales son

siempre producto de relaciones de fuerza que expresan las tensiones de clase en

juego. Esa lectura nos señala un criterio metodológico de interpretación de la

capacidad organizativa de esos sujetos, pero también una perspectiva de trabajo

fundamental para el Servicio Social en el sentido de cuestionar y revertir el mandato

histórico y la relación de subalternización tradicional que la profesión ha construido

con las masas trabajadoras. No debemos olvidar que desde la génesis de la

profesión,

Las condiciones de vida de los trabajadores pasan a constituirse medios de implementación de una estrategia política, del ejercicio del poder de clase, y los agentes profesionales tienden a tornarse agentes mediadores de los intereses de ese poder sobre la población, dentro de los requisitos establecidos por el “pacto de dominación”. No se puede menospreciar, en ese contexto, el poder de presión ejercido por los movimientos políticos de las clases subalternas sobre esas instituciones, lo que se traduce, muchas veces, en modificaciones operadas en las estrategias, programas y servicios establecidos por las mismas (Iamamoto y Carvalho, 1986, p. 95; itálicas nuestras).

Por esa razón, si los Asistentes Sociales pretendemos cuestionar ese

mandato histórico tradicional y colocarnos al servicio de un proyecto de clase

alternativo es una necesidad de ese proceso, estar atentos a los desafíos señalados

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por las luchas de las clases subalternas: ¿Cómo éstas explicitan puntos de resistencia

própios de la “cuestión social”? ¿Cómo dan respuesta través de la organización

colectiva a esas necesidades? ¿De qué forma el poder público incorpora esas

demandas? ¿Cuáles son los mecanismos accionados por las clases dominantes para

formatear ese movimiento social dentro de los canales institucionales? ¿Cuál es la

relación entre las políticas sociales con las cuales trabajamos y las expresiones de la

lucha de clases que se tornan “blanco” de intervención asistencial?

3. Otros elementos para la reconstrucción de un concepto de movimiento social

En este momento buscaremos completar el esfuerzo de conceptualización

que iniciamos en las primeras páginas de este texto (con un concepto “abarcativo” y

“específico” de movimiento social), profundizando la relación entre movimientos

sociales y lucha de clases, así como trabajando la dimensión pedagógica presente en

esos sujetos de lucha.

3.1 Movimientos sociales y luchas de clases

Como mencionábamos en la introducción de este trabajo, es bueno recordar

que la temática en cuestión aparece con fuerza en las ciencias sociales europeas

desde mediados de la década de 1970, donde muchos estudiosos pasarían a

considerar que los “nuevos movimientos sociales” ya no se encuadrarían en el “viejo

esquema” de las clases sociales – es la llamada “crisis de los paradigmas” y de las

“visiones totales” -, correspondiéndose también con una actitud presente en algunos

movimientos que pretenderían la existencia de una “verdad negra, hindú, rusa o

feminista” (Hobsbawm, 1999, p. 418), incomprensible e incomunicable para aquellos

que fuesen “externos” a esos grupos. Esas interpretaciones proporcionan a los

movimientos sociales un lugar analítico de substitución de los clásicos movimientos

con perspectiva de clase, los cuales estarían en “vías de extinción”.

En esa lectura, la crisis del movimiento comunista (también retratada en el

fracaso de la experiencia socialista comandada por la Unión Soviética) y la

complejización de la sociedad contemporánea a partir de la afirmación de una

denominada “sociedad post-industrial”, estarían mostrando que los conflictos sociales

actuales ya no se centrarían en las relaciones de producción, o donde los conflictos

propios de la “esfera del trabajo” estarían dislocándose a la “esfera de la cultura”. Para

esos estudiosos, la clase trabajadora dejaría de ser un sujeto privilegiado para la

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transformación de la sociedad, quedando subordinada a la existencia de diversos

grupos que se organizan a partir de identidades particulares.

Nos preguntamos: ¿Las transformaciones societarias que caracterizan la

contemporaneidad han eliminado las clases sociales? ¿No continúa siendo ésta una

forma antagónica de organización de las relaciones sociales que trae como elementos

constitutivos de la organización de nuestra sociedad, a la violencia y la existencia de

conflictos?

No nos ocuparemos aquí de la enorme complejidad de esta polémica6, aún

así, nos gustaría aclarar algunas cuestiones de fondo que están implícitas en esas

interpretaciones, muchas de las cuales reproducen, incluso, falsos dilemas y

dualismos en la interpretación de las luchas sociales: o entienden el surgimiento de

determinados sujetos sociales ensayando rupturas con la historia; o divorcian la

cultura y la política de sus determinaciones estructurales (la cultura y la política

aparecen como “esferas” desmaterializadas, con independencia de la lógica

antagónica de organización de las relaciones sociales); o producen lecturas que no

comprenden la naturaleza diversa de los movimientos sociales actuales, diluyendo o

invisibilizando las relaciones que existen entre esas identidades específicas y la

dinámica de la lucha de clases que caracteriza nuestra sociedad.

Resulta claro que para entender la dinámica de organización de las clases

subalternas hoy, debemos reconocer la crisis de las formas clásicas de organización

que el movimiento obrero construyó a lo largo del siglo XX – de lo contrario, no

seriamos fieles al criterio anteriormente propuesto de articular el desarrollo del

capitalismo a la dinámica de las luchas sociales7 -, así como al surgimiento o

revigorización de movimientos sociales que traen elementos de novedad en el

6 Existen innúmerables trabajos que discuten aspectos diferenciados de esta polémica, que trascienden los objetivos de nuestro trabajo. Específicamente en el ámbito del Servicio Social, remitimos al lector al artículo de Braz (2000), el cual discute críticamente el debate teórico acerca de los llamados “nuevos movimientos sociales” en Brasil. 7 ¿Cómo imaginar que serían suficientes para los trabajadores de hoy las formas de lucha y resistencia construidas a lo largo de su experiencia histórica del siglo XX? ¿Cómo ignorar que los cambios en los procesos de trabajo y en la dinámica de explotación contemporánea tienen impactos significativos en los antagonismos de clase y en las formas político –organizativas a través de las cuales los trabajadores logran continuar oponiéndose al capital hoy? Si atendemos a los debates que atraviesan a algunas experiencias organizativas de las masas subalternas latino-americanas, podremos rastrear esa realidad. En un trabajo de nuestra autoría que retrata algunos ensayos construidos por los movimientos de desocupados en Argentina, abordamos esa redefinición de la identidad de lucha de las clases subalternas (Marro, 2009).

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repertorio de constitución de sujetos colectivos. Esa lectura no significa diluir el papel

de la lucha de clases en la determinación de los conflictos sociales a partir de los

cuales se organizan esos sujetos, sino reconocer nuevas determinaciones en su

configuración. O sea, homosexuales, indígenas, mujeres, negros, ecologistas, no se

organizan a partir de referencias identitarias construidas en torno al “mundo del

trabajo”, no se constituyen ni organizan como “movimiento obrero” que puede incidir

en las relaciones de producción de la sociedad burguesa. Entre tanto, ¿Sería acertado

comprender esos movimientos sociales diversos independientemente de la totalidad

de las relaciones sociales? ¿Sería correcto autonomizar la comprensión de los

conflictos sociales o los momentos de opresión que esos sujetos enfrentan (el

racismo, el machismo, la homofobia, la depredación de los recursos naturales, la falta

de acceso a derechos sociales fundamentales) de la dinámica que estructura la vida

social?

El reconocimiento de experiencias organizativas que se localizan en el

ámbito de la reproducción (o del consumo), no nos habilita a dicotomizarlas del ámbito

de la producción, lo dicho no puede llevarnos a olvidar que esa reproducción es

condición y resultado de determinado modo de producción de la vida material y de

relaciones sociales entre los hombres8: en ese sentido, esos movimientos sociales

particulares, aunque no estén centrados o no se organicen en el ámbito de la

producción (por ejemplo, no tienen como amenazar la producción de plusvalía a partir

de una huelga), pueden enfrentar momentos diferenciados de las relaciones sociales

de opresión, tornándose indispensables para ofrecer resistencia al proyecto

destructivo del capital en su totalidad.

En este punto, el ejemplo del movimiento indígena puede ser de gran

utilidad: ¿Cómo analizar las experiencias étnico-indígenas independientemente del

conflicto de clases? ¿Podemos autonomizarlas de la contradicción que alimenta la

8 En el pensamiento de Marx, el proceso de producción debe ser comprendido en su totalidad, como unidad de producción y reproducción de relaciones sociales capitalistas: la producción material – de determinada forma de organización del trabajo y de la riqueza social – es premisa y resultado de determinada forma de organización de las relaciones sociales – de determinada organización de la vida en sociedad y el conjunto de sus relaciones sociales – (Marx, 1981, cf. Fundamentalmente capítulos XXI y XXII). O sea, reconocer la dinámica de organización de la producción material en la sociedad burguesa (¿Cómo se organiza la explotación del trabajo y la reproducción de riqueza en nuestra sociedad?) lleva a preguntarnos sobre las formas sociales y culturales, políticas e ideológicas necesarias a la perpetuación de ese orden social (¿Qué tipo de relaciones sociales son necesarias para la reproducción de ese orden antagónico?). Entonces ¿Sería correcto comprender los movimientos sociales que actúan en los diversos aspectos de opresión de las relaciones sociales contemporáneas con independencia de la dinámica de explotación que caracteriza las relaciones sociales de producción burguesas?

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producción y reproducción social en esta sociedad burguesa? El hecho de que se

constituyan como identidades independientes de los problemas inmediatos del mundo

de la producción, no implica que ignoremos cómo se articulan esas luchas (que

enfrentan el racismo, la falta de acceso a la tierra, la destrucción de los recursos

naturales y de modos originarios de organización de la vida social, el empobrecimiento

de su población) en la sociedad del capital, sociedad donde la explotación gana

diversas tonalidades. La experiencia del EZLN, en México, expresa una práctica

político-organizativa que coloca el fenómeno indígena en la totalidad de la lógica de

opresión y explotación capitalista.

Por eso, la expulsión de la categoría de lucha de clases fuera del escenario

histórico y socio-cultural constituye un empobrecimiento y una simplificación del

pensamiento crítico, ya que ésta nos muestra la fractura constitutiva de las relaciones

sociales. Observar y analizar un movimiento social o experiencia organizativa (por

más amplia o pequeña que sea) desde la realidad de las clases sociales, posibilita

situarlo en la totalidad de la cual forma parte: es un ángulo o perspectiva de lo real

que nos permite observar con un horizonte de mayor alcance, trascendiendo la

percepción inmediata y equivocada (la apariencia del fenómeno) de que un

movimiento social particular no tendría relación con la dinámica de la lucha de clases.

Nada más falso que justificar la aparición de los “nuevos” movimientos sociales en un

supuesto vacío dejado por la desaparición de las clases sociales y de los movimientos

organizados en torno de su dinámica antagónica: ¿Cómo podríamos afirmar eso si las

transformaciones societarias que vivimos no hacen más que confirmar la trágica

actualidad del antagonismo de las relaciones sociales capitalista?9

El “fetichismo de lo nuevo” que caracteriza muchas de esas lecturas con las

que polemizamos, obstaculiza una rigurosa comprensión histórica que permita

identificar en la totalidad social las formas como esas experiencias organizativas

particulares reponen los conflictos de clases, o sea, señalan momentos de las

relaciones de opresión y explotación vigentes. Al comprender que todos los ámbitos

de la vida social están atravesados por la dinámica antagónica y conflictiva que

estructura las relaciones sociales – por tanto, determinados por la lucha de clases - ,

el ejercicio del pensamiento crítico nos lleva al desafío de analizar y reconstruir cómo

9 Nos referimos a los procesos societarios que autores como Harvey (2004) identifican como acumulación por desposesión, para dar visibilidad a la dinámica predatoria que caracteriza al capitalismo contemporáneo.

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esa particularidad (el movimiento indígena X, o el movimiento ecologista Y, el

movimiento feminista Z) se relaciona con la totalidad de las relaciones sociales: ¿Cuál

es la relación del movimiento indígena X con la dinámica de enfrentamiento de las

clases sociales de la sociedad en la cuál actúa? ¿Qué capacidad tiene ese

movimiento de enfrentar esas relaciones de opresión y explotación? ¿Cuál es la

relación entre el conflicto particular que esos sujetos enfrentan y la dinámica de

explotación que estructura esa sociedad? Esos interrogantes son importantes

inclusive para analizar movimientos sociales que no necesariamente se hacen esas

preguntas.

Sin embargo, el lector podría afirmar, de forma correcta, que existen

movimientos sociales y experiencias organizativas actuales que no se reconocen a

partir de una perspectiva de clase: podríamos identificar en nuestra sociedad

innúmeros movimientos LGBT que no se cuestionan por la explotación del trabajo;

movimientos feministas que no reconstruyen las opresiones de género propias de la

sociedad patriarcal en la dinámica antagónica de la sociedad burguesa; movimientos

indígenas que luchan por el acceso a la tierra sin preguntarse por la explotación y la

concentración de los territorios agrícolas; así como podríamos reconocer movimientos

de trabajadores o sindicales que luchan por la conquista de mejores condiciones de

trabajo sin provocar una mínima crítica de las relaciones de opresión y explotación

vigentes ¿Pero eso no estaría contradiciendo nuestras afirmaciones precedentes?

No necesariamente, pues esa cuestión nos lleva a otro problema,

sumariamente mencionado al inicio de este trabajo: nos referimos a la relación entre

una dimensión corporativa de la lucha social y una dimensión político-universal,

necesaria para la construcción de una nueva hegemonía de los subalternos – una

nueva dirección social y moral para la vida social -, capaz de desestructurar el orden

burgués y apuntar los caminos posibles para un nuevo orden societario.

O sea, es posible encontrar movimientos sociales corporativos que no se

preguntan por la relación entre sus reivindicaciones particulares y la lógica de

organización de la sociedad como un todo. Sin embargo, es una condición para la

construcción y realización de esa nueva hegemonía, la consolidación de

organizaciones sociales y políticas que universalicen la lucha social – es la función

catártico-universalizante que Gramsci identifica en el partido político, o sea, en la

construcción de una fuerza política universal capaz de articular las demandas de un

conjunto diverso de movimientos sociales-, donde eso significa enfrentar la totalidad

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de las relaciones de explotación y opresión implícitas en el orden burgués. Desde esa

óptica, debemos preguntarnos por el conjunto de impulsos emancipatorios capaces de

alcanzar el corazón del capitalismo, enfrentando también momentos diferenciados de

la opresión social.

Sabemos que la dinámica de opresión y explotación de este orden social es

un punto de partida ineludible en el análisis de los movimientos sociales. Por tanto,

nos preguntamos: ¿Cuáles son los límites impuestos, cuáles las posibilidades creadas

por éste orden material y por su configuración de poder social? ¿Cuáles tipos de

opresiones el capitalismo exige y qué formas de emancipación tolera? ¿Son la

igualdad racial y de género conquistas incompatibles – o antagónicas – con el

capitalismo? No.

Aunque el capitalismo pueda sacar provecho de esas formas de opresión

(sexismo, racismo y homofobia representan situaciones históricas a partir de las

cuales la sociedad actualiza sus relaciones de explotación y dominación)10, éste no

presenta una tendencia estructural a la desigualdad racial o de genero. Inclusive, el

capitalismo podría sobrevivir a la erradicación de todas las formas de opresión de

género, pero no sobreviviría a la supresión de la opresión de clase. Según Wood,

esas formas de opresión que presentan status históricos diferenciados,

[….] implica que las luchas concebidas en términos exclusivamente extra-económicos – puramente contra el racismo, o contra la opresión de género, por ejemplo – no representan en sí un peligro fatal para el capitalismo, que éstas pueden resultar victoriosas sin desmontar el sistema capitalista, pero que, al mismo tiempo, tendrán poca probabilidad de salir victoriosas en caso de que se mantengan aisladas de la lucha anticapitalista (Wood, 2006, p. 232).

Por tanto, si la batalla por la emancipación humana no se da sólo en el

terreno de la lucha económica (del antagonismo capital/trabajo), no podemos dejar de

reconocer la centralidad que gana la lucha de clases porque nos señala el modo de

10 Refiriéndose al racismo, Wood (2006) destaca cómo fue útil para la acumulación capitalista en occidente, tanto la esclavitud, como la construcción de una visión de inferioridad racial, con el objetivo de apoyar la dominación colonial en África y en América Latina. Con relación a la opresión de género y su relación con el capitalismo, la autora señala su utilización, tanto para la creación de divisiones que oculten la desigualdad estructural (como si existiesen antagonismos “naturales” entre hombres y mujeres), como para la organización de la reproducción social dentro de la familia de forma menos onerosa para el capital (donde la mujer sería la responsable de tareas invisibles, pero centrales para la reproducción de la fuerza de trabajo).

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opresión que es específico al modo de producción capitalista. Según la autora es

importante:

[…] reconocer que, aunque todas las opresiones tengan el mismo peso moral, la explotación de clase tiene un status histórico diferente, una posición más estratégica en el centro del capitalismo; la lucha de clases tal vez tenga un alcance más universal, un mayor potencial de progreso no solamente de la emancipación de clase, sino también de otras luchas emancipatorias. El capitalismo es constituido por la explotación de clase, pero es más que un mero sistema de opresión de clase. Es un proceso totalizador cruel que da forma a nuestra vida en todos los aspectos inimaginables […] (ídem, p.224).

Recapitulando nuestras reflexiones, podemos afirmar:

a) Que los movimientos sociales se originan en las contradicciones sociales

que afectan y a partir de la cuales se organizan las clases subalternas, expresándose

tanto a nivel de la producción – como por ejemplo, el movimiento obrero, los

sindicatos, algunos conflictos que involucran a los trabajadores rurales –, como en el

nivel de la reproducción social, donde se destacan movimientos que actúan en la

esfera del consumo (movimientos populares urbanos que luchan por mejores

condiciones de visa, por el acceso a bienes y servicios de consumo colectivo:

educación, salud, vivienda, transporte), o movimientos que se estructuran en torno a

dimensiones más ideológicas y culturales de las relaciones sociales (movimientos

feministas, de derechos humanos). Por tanto, los movimientos sociales, más allá de

su naturaleza diversificada, deben ser comprendidos a la luz de la dinámica de

organización de las relaciones sociales burguesas.

b) Que los movimientos de trabajadores que buscan enfrentar con radicalidad

los mecanismos de explotación de clase son estratégicos para afectar el capital,

recordando que mucho más importante que tener la posibilidad objetiva de incidir en

las relaciones de producción, lo que es central es la existencia de movimientos

operarios capaces de construir conciencia de clase en esos sujetos: no basta ser un

trabajador productivo para obstaculizar los mecanismos de extracción de plusvalía , ni

pertenecer a un sindicato (¡basta mirar la realidad y constatar que no son tan

numerosas las experiencias de esa naturaleza!), es necesario ser un trabajador

inserto en una experiencia organizativa que lo construya como sujeto y protagonista

histórico con conciencia de clase, con conciencia y actitud política y organizativa de

enfrentar las relaciones de explotación vigentes.

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c) Que los movimientos sociales particulares que se organizan a partir de una

perspectiva de clase (movimientos feministas que reconstruyen sus luchas por la

igualdad de género comprendiendo la unidad que existe entre sociedad capitalista y

opresión patriarcal; movimientos indígenas que accionan su resistencia ensayando

una crítica al patrón de destrucción de la naturaleza a partir de las relaciones de

producción vigentes; movimientos LGBT que levantan sus banderas sin desconocer

que una sociedad emancipada debe superar cualquier forma de explotación y

opresión) tienen un mayor potencial de universalización de sus luchas sociales en la

perspectiva de una nueva hegemonía, desde el momento en que afilan sus armas

contra aquello que es central y específico al modo de dominación y explotación de la

sociedad capitalista.

3.2. La función pedagógica de los movimientos sociales

Páginas atrás hablamos de los impactos que los movimientos sociales

pueden tener en la construcción de nuevas relaciones hegemónicas, siempre y

cuando, las banderas particulares levantadas por los mismos sean capaces de

alcanzar también la totalidad de las relaciones sociales, sean capaces de universalizar

las fuerzas de contestación de los subalternos. Vale la pena entonces, hacer una

rápida mención al concepto de hegemonía en Gramsci para comprender cómo los

movimientos sociales, a partir de su dimensión pedagógica, pueden ser capaces de

alimentar procesos de contra-hegemonía.

A partir de Gramsci podemos comprender que la ampliación del Estado que

se observa en las primeras décadas del siglo XX, teniendo como epicentro algunos

países occidentales de Europa, expresa el proceso de expansión de las estrategias de

dominación de las clases poseedoras, que ser verán en la necesidad de utilizar

también mecanismos consensuales para garantizar su supremacía de clase de cara al

avance organizativo de las clases subalternas. La conquista del sufragio universal, la

creación de grandes partidos políticos de masa, la acción de importantes sindicatos

profesionales y de clase, alertarán a las clases dominantes sobre la necesidad de

conquistar el consenso activo y organizado de los subalternos que, en articulación con

las funciones represivas del Estado, funcionarán como garantía de manutención de

esa dominación. Es a través de los organismos privados de hegemonía – que se

diseminan en la sociedad civil - que las clases y grupos sociales disputan el sentido y

la dirección de esa sociedad.

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Por tanto, las clases dominantes consiguen establecer su supremacía no

solo a través del control y utilización de mecanismos represivos (funciones

dictatoriales que caracterizan la sociedad política), sino también a partir de la

diseminación de un conjunto de ideas y valores que van a pernear y orientar las

visiones de mundo y las prácticas de los seres sociales, con el objetivo de justificar y

reproducir el estado vigente de las relaciones sociales. Por medio de los llamados

aparatos privados de hegemonía que se diseminan en la sociedad civil como un

conjunto de instituciones y órganos encargados de construir esa dirección social y

moral de la sociedad (universidades, escuelas, sindicatos, iglesias, medios de

comunicación, asociaciones), la clase dominantes busca conquistar el consenso

activo de los dominados, los “corazones y mentes” de los subalternos, de forma tal

que si esa forma de vida en sociedad no aparece como las más deseada, al menos se

presente como la única posible de ser realizada – aplastando cualquier potencialidad

o “promesa” de transformación; penalizando a aquellos que levantan banderas de

crítica contra el orden social; reforzando mecanismos de corporativización de las

luchas (evitando que os movimientos sociales particulares universalicen sus

demandas para el conjunto de los subalternos; reproduciendo la subalternidad a

través de relaciones de dominio clientelista).

Sin embargo, es bueno recordar que esos aparatos privados de hegemonía

expresan también las disputas de visiones de mundo que alimentan proyectos

societarios diferenciados: universidades, iglesias sindicatos, escuelas, no son solo

órganos donde se reproduce la ideología dominante, pueden ser también ámbitos de

construcción de relaciones y visiones de mundo contra-hegemónicas, espacios de

construcción de una intensa “batalla cultural” en los términos de Gramsci. Eso significa

que es condición de superación de la subalternidad de los dominados y de realización

de una nueva hegemonía, la construcción de nuevos modos de pensar, nuevas

visiones de mundo que sean capaces de desnudar los intereses de clase presentes

en las ideas dominantes y orientar la construcción de formas de organización de la

vida en sociedad.

Y aquí entra en escena la dimensión pedagógica de los movimientos

sociales. Si es condición de realización de una nueva hegemonía la construcción de

un conjunto de valores y creencias que marchen a contramano de las relaciones

sociales vigentes – una intensa batalla cultural capaz de desnaturalizar la barbarie en

que se reproduce la vida social-, ¿Pueden los movimientos sociales ser órganos de

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“educación” de ese nuevo consenso en los subalternos? ¿Cuáles son las visiones de

mundo dominantes (el sentido común de esta época) y cómo los movimientos sociales

pueden contribuir para su crítica y superación?

La dimensión pedagógica presente en todo movimiento social sería esa

capacidad de dar visibilidad, politizar, denunciar, tematizar esos puntos de opresión y

explotación que las ideas dominantes buscarán legitimar, justificar o escamotear;

mostrar como naturales; transfigurar como “eternas” o “imposibles de cambiar”.

Si traemos algunos ejemplos concretos, entenderemos con más claridad la

importancia de la dimensión pedagógica - en el sentido de la educación de un nuevo

consenso crítico – que los movimientos sociales pueden portar: a) pensemos en los

movimientos de derechos humanos de algunos países latinoamericanos que

consiguieron educar críticamente a la sociedad frente a la barbarie que representaban

las dictaduras militares, a través de marchas, “escraches”, manifestaciones callejeras

que obligaron a los gobiernos a hacer justicia con los torturadores y represores; b)

recuperemos el movimiento LGBT que ha contribuido enormemente dando visibilidad

al hecho de que una sociedad verdaderamente democrática debe respetar la

diversidad sexual y de género, y condenar cualquier forma de opresión y

discriminación, orientando inclusive un conjunto de políticas públicas fundamentales;

c)recordemos el movimiento negro y su tarea educativa de denunciar el esclavismo y

la opresión racial, llegando a penalizar firmemente prácticas o actitudes retrógradas

de discriminación. La lista de ejemplos es interminable, pues podríamos identificar en

varios movimientos sociales actuales y del pasado esa dimensión pedagógica de la

cual venimos hablando. Por eso es tan importante para los movimientos hacer oír su

propia “voz”, dar a conocer a la sociedad cuál es su proyecto de sociedad, mostrar las

causas y los por qué de sus banderas de lucha: el MST sabe muy bien que no puede

dejar en las manos de los medios de comunicación, su presentación ante la sociedad,

pues éstos son un poderoso aparato de hegemonía que se encarga de mistificar y

desfigurar las acciones de ese movimiento, disfrazando de “invasión” lo que es

ocupación de tierra improductiva (derecho fundamental que está en la Constitución

Brasilera) por parte de hombres y mujeres que luchan contra la desigualdad social, el

hambre, el desempleo.

En ese sentido, al criticar y enfrentar las visiones de mundo dominantes,

estos sujetos colectivos pueden ser capaces de intervenir críticamente en las

relaciones de dominación que perpetúan esos aspectos opresivos, que reproducen la

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pasividad y la subalternidad en los seres sociales de forma tal de contribuir con la

construcción de relaciones contra-hegemónicas.

4. A modo de conclusión

Habremos cumplido nuestro objetivo si conseguimos sintetizar un conjunto

de criterios teórico-metodológicos desarrollados a lo largo de este trabajo que pueden

orientar la lectura y comprensión de movimientos sociales históricos o recientes. Esos

criterios deben funcionar mucho más como claves analíticas de lectura de la realidad,

que entronizar un concepto de movimiento social que sería válido para cualquier

contexto histórico.

1) En primer lugar trabajamos dos acepciones de movimiento social, no

necesariamente excluyentes: en un sentido “abarcativo”, se remite al

movimiento organizativo por el cual las clases subalternas se construyen

como sujetos políticos con capacidad de intervenir críticamente en las

relaciones sociales; en un sentido “específico” hace mención a una forma

organizativa que se diferencia de otras (como los partidos, los sindicatos,

algunas asociaciones populares y ONGs) y se destaca por la aglutinación

de sujetos colectivos en torno de reivindicaciones particulares. Este

segundo criterio nos permite identificar lo que sería un movimiento social

frente a otras formas de organización que no pueden ser consideradas

como tales: ¿Estamos frente a un movimiento social? ¿Cuáles son sus

reivindicaciones particulares?

2) A contramano de una concepción estática de clase, es importante recordar

que a lo largo de la historia, en los episodios en que las clases

subalternas consiguieron protagonizar intervenciones radicales contra las

relaciones sociales de explotación y opresión vigentes, su carácter

“victorioso” debe también ser rastreado en el conjunto de ensayos

precedentes que, inclusive en sus deficiencias y límites, pueden haber

contribuido para el fortalecimiento de la experiencia histórica de

organización de esos sujetos. Eso nos alerta respecto de los límites de

una visión que busque en los movimientos sociales actuales efectos

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institucionales o políticos inmediatos, descuidando una visión histórica de

largo alcance que valorice también los experimentos de auto-

organización. Serían preguntas importantes: ¿Cuáles son las expresiones

de lucha o experiencias organizativas que están fortaleciendo la

experiencia de clase? ¿Cuáles son las experiencias de aglutinación de los

subalternos que pueden contener componentes germinales de

constitución de sujetos colectivos, aunque estas no sean en sí mismas

organizaciones político-universales?: ¿Movimientos populares?

¿Asociaciones comunitarias locales? ¿Sindicatos? ¿Espacios de

resistencia político-cultural? ¿Organización territorial en los barrios

populares? ¿Movimientos políticos?

3) Analizamos también la relación que existe entre la dinámica objetiva de la

realidad social y los ritmos y posibilidades que asumen las luchas

sociales, preguntándonos: ¿Cuál es la relación entre el desarrollo del

capitalismo y la dinámica de la lucha de clases? Al trabajar algunos

ejemplos del proceso de formación de la clase trabajadora como

movimiento político y con autonomía de la burguesía, comprendimos que

las formas de rebelión que el movimiento ludista experimenta no son las

mismas condiciones históricas de lucha y resistencia que protagoniza el

movimiento obrero entre finales del siglo XIX e inicio del XX. Y a su vez,

esas condiciones no coinciden con las coordenadas societarias que

enfrentan los actuales movimientos sociales y de trabajadores, aunque

todas esas experiencias deban ser reconstruidas en los marcos de los

antagonismos de clase que caracterizan la sociedad burguesa. Por tanto

es muy importante, para poder conocer el contexto socio-histórico que

éstos sujetos enfrentan, preguntarnos: ¿Cómo se organiza la producción

industrial y los procesos de trabajo? ¿Qué forma toma la estructura de

clases? ¿Cuáles son las características del patrón de explotación del

trabajo vigente? ¿Cuál es la fisonomía de la “cuestión social”? ¿Podemos

identificar movimientos social que tendrían la capacidad de dar visibilidad

a nuevas determinaciones en los conflictos de clase? ¿Cuáles serían

estos movimientos? ¿Cuáles son sus instrumentos de lucha y sus formas

organizativas de forma tal de actualizar su potencial anticapitalista?

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4) Otro momento importante de nuestra reflexión es aquel que nos permite

relacionar la “cuestión social” con las estrategias de lucha y resistencia de

las masas subalternas a partir de reconocer en su carácter antagónico el

núcleo de los conflictos sociales. Los movimientos sociales pueden ser

pensados a partir de sus esfuerzos de politización y publicización de las

condiciones de vida y de trabajo de esos segmentos, pero también

considerando las iniciativas colectivas autónomas que los sujetos

construyen en su proceso de auto-organización (ocupaciones de tierra y

de edificios abandonados, construcción de asentamientos, toma de

fábricas, jornadas de trabajo voluntario). Nótese que siguiendo las pistas

de estas acciones de lucha podemos rastrear y reconstruir, no sólo una

crítica de éstos sujetos a los patrones vigentes de intervención del Estado

y del empresariado en la “cuestión social”. Podemos también observar los

“focos” del conflicto social que serán objeto de intervención de las

estrategias de políticas sociales, permitiéndonos identificar las

expresiones de la lucha de clases que se tornarán, por ejemplo, objeto de

programas asistenciales. En ese sentido, algunos interrogantes a ser

trabajados: ¿Existen aspectos de lucha y resistencia en las expresiones

de la “cuestión social” que observamos? ¿Quiénes son estos sujetos?

¿Cuál es la relación entre las respuestas estatales o empresariales

accionadas para su enfrentamiento y esos potenciales conflictos

sociales? ¿Cuál es el significado político de ese perfil de política social

accionado para enfrentar esa expresión de la lucha de clases? ¿Existen

sujetos o movimientos sociales que accionan estrategias colectivas

propias de enfrentamiento a esa “cuestión social”? ¿Cuáles son esas

estrategias accionadas por los sujetos para enfrentar de forma colectiva

sus condiciones de vida y de trabajo?

5) Estudiamos también la idea de que los movimientos sociales se originan

en las contradicciones sociales que inciden en la organización de las

clases subalternas, expresándose tanto en el nivel de la producción,

como en el nivel de la reproducción social: los movimientos sociales y de

trabajadores, los movimientos indígenas, o de derechos humanos, mas

allá de su naturaleza diferenciada, deben ser comprendidos a la luz de la

dinámica de organización de las relaciones sociales burguesas,

presentándose como expresiones diversificadas de la lucha de clases. O

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sea, es posible reconstruir relaciones entre un movimiento particular y los

conflictos y antagonismos propios de la sociedad burguesa.

Problematizamos también el hecho de que pueden identificarse

movimientos sociales particulares que no cuestionan la totalidad de las

relaciones sociales vigentes, por ello mostramos que aquellos que tengan

la capacidad de construir sus luchas desde una perspectiva de clase

tendrán un horizonte mayor de universalización de su capacidad

contestataria. Por tanto, al analizar determinado movimiento de lucha

constituyen interrogantes importantes: ¿Estamos frente a un movimiento

que ser organiza de forma privilegiada en el ámbito de la producción o de

la reproducción social? ¿Ese movimiento tiene potencial anticapitalista en

el sentido de una intervención crítica en las relaciones sociales vigentes

(recordando que ese no es un privilegio de aquellos movimientos que

actúan en el ámbito de la producción)? En caso de no tener ese potencial

anticapitalista, ¿ese movimiento puede contribuir enfrentando un

momento particular de las relaciones de opresión vigentes? ¿Sus

banderas de lucha particulares dialogan con iniciativas más universales

de aglutinación de las masas subalternas?

6) Así, un desdoblamiento de la discusión anterior es la relación entre

movimientos sociales particulares y movimientos sociales que portan un

carácter más universal, en el sentido de no sólo concentrarse en

denunciar y politizar determinado momento de las relaciones de opresión

(u organizarse a partir de reivindicaciones puntuales o locales), sino de

conseguir articular esas banderas particulares en un horizonte mayor de

problematización de las relaciones sociales vigentes (al inicio de este

trabajo traíamos el ejemplo del MST). En las preocupaciones teórico-

políticas de Gramsci esa sería la tarea catártico-universalizante del

partido político, mucho mas relacionadas a las funciones y tareas que

envuelve la construcción de una fuerza contra-hegemónica – no hay

cómo enfrentar el orden burgués sin una fuerza político-universal que sea

capaz de aglutinar en su interior diversas expresiones organizativas de

las clases subalternas de forma tal de enfrentar y superar los

antagonismos que llevan a la explotación y dominación de clases. Por eso

es legítimo interrogarse, a la luz de las profundas transformaciones

societarias que vivenciamos (y sus impactos en las formas tradicionales

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de organización política de la clase), acerca de la posibilidad de que un

movimiento social o un conjunto unificado de movimientos sean capaces

de cumplir esa función del intelectual colectivo, esa función de

aglutinación y universalización de las luchas de los subalternos. Sin

embargo, esa es una cuestión abierta que envuelve el acalorado debate

de los sujetos políticos contemporáneos. De cualquier forma, al analizar

un movimiento social es importante preguntar: ¿Cuáles son sus

reivindicaciones y qué grado de universalidad estas tienen? ¿Son las

mismas incompatibles con el orden burgués o pueden ser toleradas?

¿Estamos frente a una lucha que tiene perspectiva de clase (potencial

anticapitalista) o se desarrolla en un plano mas corporativo?

7) Finalmente, en la perspectiva de comprender como los movimientos

sociales pueden contribuir con la construcción de esa forma contra-

hegemónica, destacamos la función pedagógica de esos sujetos.

Partiendo del presupuesto de que todo proceso de hegemonía social se

enraíza en la diseminación de un sistema de valores y visiones de mundo

capaces de permear y orientar la experiencia histórica de los seres

sociales (es la dirección intelectual y moral de la cual nos habla Gramsci)

en el sentido de reforzar o contestar las relaciones de dominación y

explotación que a partir de sus prácticas de lucha y organización de los

subalternos traban una intensa “batalla cultural”. Debemos preguntarnos:

¿Esos movimientos “educan” y diseminan un sentido común crítico en la

sociedad frente a las relaciones de opresión y dominación que no deben

ser silenciadas? ¿Cuáles son las injusticias sociales que

desenmascaran? ¿Esos movimientos enfrentan algún mecanismo de

reproducción de la subalternidad? ¿Será que éstos tienen potencial de

construcción de una nueva cultura (una reforma intelectual y moral) en el

sentido señalado por Gramsci?

Esas preguntas constituyen un conjunto de orientaciones teórico-

metodológicas para poder analizar el significado y la importancia de diversos

movimientos y organizaciones sociales y políticas que, de forma diversificada, se

proponen el cuestionamiento y la superación de los males que caracterizan la

sociedad burguesa en la que vivimos.

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