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Centro Cultural · 2017. 5. 26. · Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau Ediciones La Memoria Director: Víctor Casaus Coordinadora: María Santucho Jefe de diseño: Héctor

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Colección

Ediciones Centro Cultural

La Habana, 2007

Coloquios y testimonios

La MemoriaPablo de la Torriente Brau

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Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau

Ediciones La Memoria

Director: Víctor Casaus

Coordinadora: María Santucho

Jefe de diseño: Héctor Villaverde

Agradecimientos a Ediciones Unión, UNEAC

Edición al cuidado de Xenia Reloba

Diseño de cubierta: Héctor Villaverde

Composición: Yoel Manuel L. Vázquez

Digitalización de imágenes: Lino A. Barrios

© Víctor Casaus, 2007 © Sobre la presente edición:

Ediciones La Memoria

Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, 2007

ISBN: 978-959-7135-60-9

Ediciones La Memoria Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau

Calle de la Muralla No. 63, La Habana Vieja,

La Habana, Cuba

[email protected]

www.centropablo.cult.cu

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Con el filo de la hoja, otra vez

Pablo: con el filo de la hoja se publicó por primera vez en 1983, después de haber ganado el Premio de Testimonio UNEAC en 1979. Este libro es hermano legítimo del documental Pablo,

que filmamos en 1977 en el ICAIC y fue estrenado al año siguiente. Muchas de las voces que

aparecen en el libro pueden ser también escuchadas en el filme que recorre —mezclando el

presente de los testimoniantes con el pasado de la historia y los materiales de archivo con las reconstrucciones— la vida y la obra de Pablo.

Pero el libro tiene, sin dudas, una vocación cinematográfica propia, porque continúa el estilo

testimonial que inicié antes, en 1970, con Girón en la memoria. Esta manera de construir el testimonio se basa en la utilización de un recurso expresivo que el cine desarrolló intensa y

creadoramente: el montaje. La historia, o lo que se cuenta, no es llevada por un narrador

único, ni es descrita en tercera persona por el autor. Aquí se mezclan —se contraponen o complementan— materiales de diversa procedencia: entrevistas a personajes/testimoniantes

(como los he llamado desde entonces), recortes de prensa, fotos, dibujos, poemas encontrados,

textos de obras ya existentes...

En este libro que ahora reaparece, uno de esos personajes/testimoniantes es el propio Pablo. Sus artículos, sus crónicas y sus cartas han sido las fuentes utilizadas para integrar su voz en

este texto. No podía ser de otra manera. El lector encuentra, para su felicidad y asombro, que

este hombre les está hablando desde las páginas del libro, aunque las palabras que componen esa conversación hayan sido escritas más de setenta años atrás. No habría elogio mayor que

este asombro, sin dudas, para un periodista creativo, un comunicador eficaz, un cronista

incesante. Las voces que acompañan a Pablo en este discurso múltiple y único son, en la mayoría de los

casos, las de sus hermanas y las de sus compañeros y compañeras de entonces, que conocieron

de primera mano o participaron en las historias que integran la historia mayor de este libro.

Muchas de estas voces, veintiséis años después de realizadas las entrevistas, ya no nos acompañan. Quiero dar las gracias a todos los que me ayudaron a construir esta narración

testimonial mencionando, simbólicamente aquí ahora a Zoe, Ruth, «Güiqui» y Lía de la

Torriente Brau y a Raúl Roa. Además de prestar sus voces como personajes/testimoniantes, ellos pusieron a disposición del

libro (y de la película) valiosos documentos y fotos de Pablo y de su época, que se unieron a las

que encontré durante mis investigaciones en archivos y hemerotecas. La colección de papeles e

imágenes reunida amorosamente por la familia del cronista es hoy, además, la base del Fondo Documental que organizamos en el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau.

El objetivo principal de esta nota es actualizar la información del prólogo de la primera

edición, que se reproduce aquí. Quisiera terminarla con este comentario breve pero, para mí, como autor y como gente, casi imprescindible.

En diversas ocasiones, a propósito de mis trabajos cinematográficos o literarios sobre Pablo

de la Torriente Brau, me han preguntado las razones de ese interés apasionado y sostenido por su figura y por su obra. Cuando creamos, once años atrás, el Centro que lleva su nombre —a

partir del cual trabajamos en el rescate de la memoria a través del testimonio y la historia oral,

al mismo tiempo que desarrollamos y sostenemos espacios para las artes plásticas, la nueva

trova y el arte digital—, la pregunta de ¿por qué Pablo? ha aparecido con más frecuencia aún. La respuesta que quiero compartir con ustedes brevemente ahora tiene que ver con mi vida de

escritor y cineasta —es decir, con mi vida.

Tiene que ver, sobre todo, con el momento en que descubrí, siendo un adolescente, las primeras letras de Pablo de la Torriente Brau. Eran textos rebosantes de agudeza y pasión,

escritos en medio de la lucha de su época, salpicados de (buenas) malas palabras, irreverentes

y transgresores (como se les llamaría en la jerga de nuestros días), ajenos a toda retórica, creadores, vivos. Aquel descubrimiento ocurría para mí a principios de la década del 60 y en

ese período intenso y complicado de formación personal que la primera juventud casi siempre

supone.

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Leyendo aquellos textos de Pablo, me hice dos preguntas que eran, en realidad, dos

respuestas: ¿así que se puede ser escritor de esta manera?, ¿así que se puede ser

revolucionario de esta manera? A partir de esas dos preguntas (y las respuestas que las acompañan) pudieran escribirse un

largo artículo, un minucioso ensayo, o hasta un libro de memorias, que incluso repasara la

trayectoria de la vida de uno, trenzada, unida en articulación verdadera —y por ello, también, compleja, viva— con la época de transformaciones y destellos, victorias y reveses, luces y

sombras, hallazgos, conmociones, necesidad de nuevas búsquedas, que nos ha tocado vivir.

Pero esta es solo la nota de presentación a la reedición de un libro personalmente entrañable

sobre una de las figuras históricas que más he admirado, con la que se han mezclado, entre el sueño y la realidad, muchas de las esencias, los matices, las certezas y los misterios de eso que

llamamos, para entendernos, la vida.

De modo que aquí quedan, entre preguntas que responden, agradecimientos y homenajes, estas notas escritas con el filo de la hoja otra vez. Como siempre debe ser.

VÍCTOR CASAUS Agosto del 2007

Los que hablan en este libro

Con el filo de la hoja: así, aguda, ágil, relampagueante, pasa la vida de Pablo de la Torriente Brau —y con ella su época— por las páginas que siguen. Vida vivida plenamente, siempre en el

borde delantero de los acontecimientos en que participaba y de los que resultaba apasionado y

apasionante testigo, la de Pablo se funde paso a paso, página a página y año tras año, con su historia: con nuestra historia.

El mejor argumento para demostrar esa verdad puede encontrarse, precisamente, en la lista

de los personajes/testimoniantes de este libro. Porque esa lista la encabeza justamente Pablo,

quien, a través de sus letras —con el filo de la hoja— nos dejó su palabra, su acción, y la historia que vivió, y ayudó a hacer avanzar, en las luchas antimachadistas y antimperialistas;

en las cárceles por donde lo hicieron pasar; en los exilios que vivió y sufrió y fustigó con su

ironía; en las tierras de España, comisario y cronista: siempre combatiente. Pablo habla, como un personaje más aquí, con los textos tomados de sus libros, de sus

crónicas y artículos periodísticos. Habla también en sus cartas memorables (Cartas de lejos;

Cartas cruzadas); en Páginas de un diario que nunca concluyó; en su Cuaderno de guerra, donde están, de mano suya, escritas en la oscuridad, en medio de reuniones, discusiones en los

parapetos o bombardeos, las notas que después darían vida a muchas de sus crónicas incluidas

en Peleando con los milicianos.

Casi una veintena de personajes/testimoniantes acompañan, complementan, contrapuntean la voz de Pablo para hacernos avanzar en nuestra historia —es decir, en nuestra Historia—, a

través de un período tenso, encrespado, violento que abarca el auge de un movimiento

antimperialista, el fracaso de una posibilidad revolucionaria, el estallido de una guerra —la de España— en la que el hombre sin fronteras que era Pablo fue a continuar la lucha, «a

aprender, para lo nuestro después».

Estos personajes/testimoniantes cuentan aquí los momentos de aquella historia que les tocó

vivir junto a Pablo. Como se verá a continuación —en esta especie de pase de lista según el orden de su aparición en el libro—, prácticamente todos los testimonios proceden de

conversaciones grabadas, que la magia contemporánea y eterna del montaje luego fragmentó,

ensambló, armó: hizo libro. Detrás de las líneas que aquí anuncian la voz de Hermana, se encuentran Graciela (Güiqui),

Zoe, Ruth y Lía de la Torriente Brau. A su casa llegamos una vez, hace ya algún tiempo,

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cuando comenzábamos a preparar la película Pablo, que antecedió en el tiempo a este libro.

Desde entonces contamos con su constante cooperación; en conversaciones extensas sobre su

hermano salieron a la luz los papeles que con tanta dedicación conservaron de aquella época: fotos, cartas inéditas, notas, manuscritos, originales de trabajos periodísticos, muchos de los

cuales forman parte, ahora, de este libro.

Ellas también sirvieron de guías a partir de las sucesivas conversaciones, para ir en busca de otros nombres, otras direcciones, otros teléfonos. Siguiendo esos hilos, esas calles, llegué,

muchas veces con Mario Crespo —co-guionista de la entonces futura película y, después, su

asistente de dirección— a una casa, a una oficina, donde nos esperaba un nuevo testimoniante.

Fue a través de las hermanas —como ya cariñosamente les decíamos— que conocimos a Gonzalo Mazas, autor junto a Pablo de Batey y su amigo cercano de fútbol y juventud, que

también habla en este libro.

Raúl Martín se remontó a su propia infancia, en nuestras conversaciones, para buscar el hilo de su conocimiento de Pablo, que después se extiende —como todos los de estos

personajes/testimoniantes— hasta muchos años después, en su caso hasta la misma guerra de

España. Conchita Fernández —Concha Espina entonces para Pablo— comenzó por recordar su

llegada a finales de la década del 20, con dieciséis años de edad y 90 libras de peso, al bufete

de Fernando Ortiz, donde Pablo la esperaba para gestionarle un empleo y para presentarle, de

paso, a un joven abogado llamado Rubén Martínez Villena. Fue en aquel mismo bufete donde conoció a Pablo el hombre que guardó, a través del tiempo,

sus papeles inéditos, sus cartas; este amigo y hermano de entonces y de siempre: Raúl Roa,

quien en interminables conversaciones —salpicadas de serpenteantes digresiones sobre aquella y esta época, de las que fue protagonista activo y nervioso testigo— revivió tanto momento

importante, tanta anécdota y tanto análisis, que ahora están aquí, con el filo de la hoja,

perfilando certeramente la vida y el tiempo de que habla este libro.

La contribución del compañero Roa para la realización de la película y del libro, es inestimable. El aliento constante al proyecto de realizarlos; la confianza depositada al

entregarnos tantos valiosísimos papeles de Pablo —entre ellos, su formidable correspondencia

del último exilio, sus cartas cruzadas—; y, sobre todo, la experiencia insustituible que significó asistir, en su palabra zigzagueante, a muchos de aquellos acontecimientos, constituyeron un

fecundo privilegio, cargado de nuevos compromisos, en nuestra vida revolucionaria.

Isidro Figueroa y José Sanjurjo, participantes de la histórica «tángana» del 30 de septiembre de 1930, nos acompañaron en ese escenario, y en otros, como los del Presidio Modelo, para

contar sobre los mismos lugares, sus experiencias vividas junto a Pablo. Dirigente obrero

entonces, el compañero Isidro fue el símbolo de la unión de los trabajadores y los estudiantes

en aquella acción revolucionaria que marcó el principio de la batalla contra la tiranía machadista.

De Sanjurjo conocimos primero su nombre, citado en la crónica de Pablo. Allí en Infanta,

aquel 30 de septiembre, libró desigual combate con un policía: mientras este lo atacaba con su tolete, Sanjurjo lo amenazaba con un periódico enrollado, haciéndole creer que adentro

llevaba una cabilla. En los días que realizábamos la investigación para la película, un

compañero lo conoció por casualidad, en una guagua, y vino a contarnos: tenía su número de teléfono y era capitán del Ministerio del Interior. Sanjurjo llevó su palabra gruesa y aquella

risa con la que casi llegaba a ahogarse en medio de cualquier anécdota, a la playa del

Columpo, en Isla de Pinos, por donde desembarcaban los presos que iban hacia el Presidio

Modelo, camino que él recorrió con el grupo que siguió al de Pablo. Con su uniforme verdeolivo era el símbolo visible y evidente de lo que las vidas de estos testimoniantes afirman:

la continuidad de aquella lucha, en la lucha y los triunfos de hoy.

A Manuel Guillot lo asaltamos un día, sin previo aviso, a mano armada de grabadora, en su

casa de la Plaza Hanoi, de Sancti Spíritus. El «hombre-grito» —como lo llamó Pablo en sus

crónicas de la cárcel— nos contó entonces —y sobre todo después, en las sucesivas

conversaciones y filmaciones que realizamos— acerca de la humanidad tremenda de aquel

compañero suyo que ahora recordábamos, y de las cosas de la cárcel, y de la muerte de

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Guiteras y Aponte, que conocieron juntos, ya en el exilio; todo con esa voz grave y elegante,

donde pueden imaginarse, fácilmente, sin embargo, los gritos de entonces.

Al «Comandola» Luis Felipe Loys lo encontramos —siguiendo una pista ofrecida por el

compañero Roa— en su casa de Guanabacoa, con sus noventa años de edad y aquella «bella

voz de bajo de iglesia» de que nos habla Pablo en las páginas de su Presidio Modelo.

Al poeta José Zacarías Tallet no tuvimos que buscarlo. Sabíamos dónde ir a conversar con él:

en el mismo lugar donde otras veces lo habíamos hecho antes y donde tantas otras lo hicimos

después: en su casa de la calle San Lázaro, más exactamente en su pequeña biblioteca, de

donde sacaba —entre anécdota y anécdota de Pablo— un poema inédito, o una copla maldita.

En Bartolo Barceló encontramos, junto a sus testimonios de Pablo, el recuerdo vivo de su

hermano Gabriel. En este libro —que como es crónica, también, de una época, se vuelve un

libro de muchas vidas— alientan, hemos querido que alienten, la de Rubén, la de Guiteras, la

de Aponte, la de Gabriel Barceló, a quien Raúl Roa llamó, hace unos años, «el héroe olvidado»

de aquella generación.

Narrando las azarosas peripecias de Pablo en la prisión, por cuyo patio se movía agitando

sus terribles «barbas asirias», está la voz de Juan Marinello, tomada del ensayo que escribió

sobre su compañero de lucha y de presidio.

Wilfredo Siré, Panchita Mitjans y Juan Ramos recuerdan, desde el Realengo 18, al reportero

del periódico Ahora que a finales del año 34 recorrió aquellas tierras en busca de Lino Álvarez

y de la verdadera historia de las luchas campesinas en la región. Visto hoy aquí por los

hombres y mujeres que él vio entonces en sus crónicas, Pablo recibe así, con el tiempo

transcurrido, una especie de homenaje silencioso a su extraordinaria labor periodística.

Esa misma labor, realizada en España como cronista combatiente, fue presenciada entonces,

a finales de 1936, por Fran-cisco Maydagán y Victorina Rodrigo y recordada, cuarenta años

después, en el pueblecito de Buitrago de Lozoya —don-de Victorina todavía reside—, y en la

Peña del Alemán, donde Maydagán, entonces teniente del Ejército Republicano, reme-mora las

encendidas polémicas con el enemigo sostenidas por Pablo desde el parapeto.

Miguel Hernández, el gran poeta de la guerra y el amor, que trabajó con Pablo cuando este

ya era Comisario, llevó aquellas polémicas de las que también fue testigo a una de las obras de

su Teatro en guerra que este libro incorpora para recrear la presencia de Pablo en España.

Efectivamente, ese Cubano que polemiza con el enemigo en Pastor de la muerte es el mismo que

ha anotado palabras similares en su cuaderno de guerra, entre reunión y combate, entre sueño

y bombardeo.

El comandante Policarpo Candón —uno de los cientos de cubanos que marcharon a España

para defenderla del fascismo, y uno de los tantos que murieron combatiendo en aquella

guerra— narra, a través del texto de una entrevista realizada, en 1937, la caída de Pablo en

Majadahonda, «con el sol español puesto en la cara y el de Cuba en los huesos». La lectura de esta presentación de los que hablan en este libro ya confirma, por sí sola, lo

que antes decíamos. Siguiendo la trayectoria vertiginosa de Pablo pasamos, con el mismo

ritmo, por el centro de los acontecimientos más importantes de la lucha revolucionaria de su época.

Ahí está, seguramente —en esa unión firme y espontánea entre la palabra y la acción, entre

las letras y la Revolución—, la enseñanza mayor que Pablo nos deja a los que tenemos el

privilegio de vivir, como realidad, lo que fue su esperanza.

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PRIMERAS PALABRAS «Y, como esperanza, la revolución»

PABLO: CARTA DE LEJOS

Esto es lo más saliente: 32 años. Actividades literarias: el cuento y el periodismo, casi

todo revolucionario. Vida: infancia y adolescencia, dramática, pero silenciosa. Juventud:

actividades políticas. Luchas contra el gobierno de Machado. Herido en la calle en el

primer choque entre estudiantes y policías, en La Habana. Persecuciones. Prisiones por

más de dos años, en las fortalezas de La Cabaña, El Príncipe, la Cárcel de Nueva Gerona

y el Presidio Modelo de Isla de Pinos. Destierro al final de este período. Nuevas luchas en

Cuba contra el imperialismo yanqui y sus servidores nativos. Nuevas persecuciones.

Periodismo. Por último, después de la huelga general, por actividades contra el Ejército,

tuve que salir de nuevo de Cuba y por segunda vez estoy en New York. Publicaciones

«Batey» en 1930, cuentos cubanos en colaboración con Gonzalo Mazas Garbayo.

Periodismo revolucionario en «Alma Mater» y «Línea», órganos estudiantiles. Más tarde,

trabajo regular en «Ahora», diario, y, esporádica-mente, en «Bohemia», revista semanal.

Listo para publicarse «Presidio Modelo». En la imaginación: una biografía de Julio

Antonio Mella; «Protagonistas» (relatos de vidas de ilustres desconocidos) y novelas

sobre la revolución y la vida estudiantil; comprendiendo la vida de Carlos Aponte,

ayudante de Sandino. Y, como esperanza, la revolución. Eso es todo. Es bastante hasta

ahora aunque pudiera ser más.

(7 de julio de 1935)

Y fue más.

Fue el trabajo tenso del exilio, los afanes por unir las fuerzas revolucionarias, y encontrar el

camino para llegar a la esperanza de la que habla en esta breve autobiografía. Y fue más.

Fueron los días de buscar empleo en aquella ciudad terrible, y no encontrarlo. O encontrarlo, y

fueron entonces las noches barriendo y mapeando los pisos de un restaurante.

Y fue más. Fueron los días y las noches febriles en que se fundó ORCA, la Organización Revolucionaria

Cubana Antimperialista, y se creó su vocero, que iba a llamarse Guásima —para redondear el

símbolo—, pero que se llamó finalmente Frente Único, para subrayar la necesidad de ir en busca de la victoria a través de la unidad.

Y fue más.

Fue España, y la guerra, y el bosque de su imaginación ardiendo, porque sus ojos «se han

hecho para ver las cosas extraordinarias. Y eso es todo». Pero tampoco eso fue todo aquella vez, porque aquí está y aquí estamos, tocando ya su

esperanza, en la que él también vive.

Como vive en los papeles que ahora vamos a leer.

INFANCIA, ADOLESCENCIA «¡Corazón y lo otro!»

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HERMANA

Yo lo recuerdo siempre, pero sobre todo de niño, en Santiago de Cuba. A Santiago habíamos

llegado en el año 9, en las Navidades del año 9, desde San Juan, Puerto Rico. Pablo tenía ocho

años.

Mamá nos mandaba a las tiendas, o a poner un cable a la familia de la otra isla o al barco, a

buscar las cosas que nos mandaba el abuelo, y nos daba dinero para el tranvía. Pero cuando

salíamos por la calle Enramada, Pablo me decía: Mira, vamos a comernos en guineos el dinero

del pasaje, vamos a pie y la pasamos mejor. Y allá nos íbamos.

Nos íbamos a la botica de Prisciliano Espinosa, muy amigo de mi papá, y nos regalaban

caramelos y después que habíamos recorrido todo Santiago, íbamos a parar a los muelles. Pablo

quería ver la entrada de los barcos. Desde la Loma del Intendente, sobre la bahía, nosotros

viendo los barcos entrando y saliendo y Pablo pensando y diciendo que quería ser almirante.

Bueno, Pablo no. Nene. Porque entonces era Nene. Y para nosotras siempre fue Nene.

HERMANA

Esos eran los nombres, todos esos nombres. Pero para nosotras era Nene. Así lo llamábamos y

así se llamaba él mismo cuando nos escribía desde el Presidio, desde el exilio. Nene; o si no,

Felín le decíamos en aquella etapa. Y de apodo este: Don Quijote.

PABLO

Confieso que después de ver cuánto título tengo, yo mismo me asombro de ser tan

perfectamente desconocido.

HERMANA

El Quijote era uno de sus libros predilectos. Lo leía continua-mente, desde niño, y eran unas

carcajadas tremendas. Ahí nacieron sus carcajadas: las de siempre, que estremecían los cristales.

Primero comenzó leyéndonos el Don Quijote a nosotras, en voz alta, mientras hacíamos

labores en la casa. Un Quijote en miniatura era aquel librito, que todavía tenemos por ahí. Y un

Quijote en miniatura era él también: así le decíamos. Porque en todas sus cosas era así:

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quijotesco. Por ejemplo, teníamos un carro grande que trajimos de Puerto Rico y en él nos

íbamos a una loma cerca de la casa. En el viaje de ida iba tirando un perro muy lindo y muy

grande, de aguas, que teníamos entonces, y que se llamaba León. Eso, para allá. Pero para acá,

Nene no permitía que el perro volviera a trabajar: éramos nosotros los que halábamos el carro y

el perro arriba, paseando. Así era: Quijote. Con esos ojos veía las cosas.

PABLO

Mi nacionalidad es otro lío. Tuve la desgracia de nacer frente a una de esas estatuas de Colón, en que aparece siempre encaramado en un palo de mármol, con la mano sobre los ojos, como si

el Almirante hubiera sido un infeliz grumete, y comprendo que esto me va a traer mala suerte

cuando sea famoso. Los cubanos, porque he vivido siempre en Cuba, porque aprendí a leer en

La Edad de Oro, de Martí, y por buena parte de mi ascendencia, por la línea de mi padre, van a querer que yo sea cubano...

HERMANA

Y era verdad: Nene había aprendido a leer en un ejemplar de La Edad de Oro, editado en 1905,

que le había regalado su abuelo con una dedicatoria muy linda en la que le decía que él, como

Martí, llegaría a ser cubano también.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Querido Emilito:

Aunque con fecha anterior te había escrito pidiéndote las revistas que desecharan Uds. del

canje, para tener lectura en los ratos «libres» de la prisión, sin recibir contestación

alguna, esta remisión tuya de «Martí niño» te salva de mi venganza. Puedes pues, vivir

tranquilo, aunque no mandes ya ninguna revista. Tu prólogo lo leímos en un grupo

bastante numeroso, un mediodía en que nos pusimos a evocar, como cien veces más, a

Martí. Naturalmente que no te voy a hacer una crítica enjundiosa a lo Jorgito Mañach,

pero sí te felicito porque has sabido buscar para los muchachos muchos de los momentos

de emoción más humana de nuestro amigo muerto. Me gusta decirle más a Martí amigo

que apóstol o cualquier otra cosa alejada de mi condición de hombre, porque lo siento

cerca, verdadero amigo cordial. Esto tal vez se deba a una feliz circunstancia que es una

vergüenza que sea tan poco corriente en Cuba: Yo aprendí a leer en La Edad de Oro. Tal

vez más que nada sea Martí para mí un recuerdo de la infancia y por eso es cariño sobre

todo lo que siento por él.

HERMANA

Aprendió a leer en La Edad de Oro y estudió en los colegios de mi padre. Nuestro padre, Félix

de la Torriente Garrido, era profesor en los Colegios Internacionales, en El Cristo. Después fundó su propia escuela en Santiago: se llamaba Cuba y estaba en la calle Santa Rita no. 18, casi

esquina a Padre Pico.

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HERMANA

Ahí estamos todos. Está Pablo, con su uniforme del colegio Cuba y está nuestro padre, detrás de la mesa, a la derecha, con bigotes. Pablo frecuentaba la biblioteca de papá, que era muy buena,

muy completa, y ahí comenzaron sus lecturas.

PABLO

(Señores, yo he leído mucho a Alejandro Dumas, Emilio Salgari, Víctor Hugo, José Martí y

Edgar Poe)... Sea dicho todo, por honradez y agradecimiento.

HERMANA

De ahí le viene, yo creo, su imaginación enorme: de esas lecturas. Muchos de sus cuentos

imaginativos tienen la influencia de aquellas lecturas de muchacho, sobre todo de autores como

Julio Verne y Salgari.

Cuando estaba en el colegio Cuba, mi papá ponía a los muchachos a estudiar de ocho a diez

de la noche en el aula. Entonces allí estaba Pablo, con su Geografía de Parrilla abierta,

estudiando. Aquella Geografía era un libro grande: tan grande que adentro cabía, abierto, un

libro de Salgari.

PABLO

¡Yo me daba cada atracón de lectura!... Indiscutiblemente, era un hombre culto que no dejaba de

tener cierto prestigio tocado de respeto entre mis compañeros. Realmente, no es inmodestia

ninguna declarar con entereza que a esa edad ya yo era un erudito de las obras de Mayne Reid,

Julio Verne, y, sobre todo, de Emilio Salgari.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Querido Raúl:

[...] me vino el recuerdo de cuando yo estudiaba álgebra en el Instituto de Santiago, donde

el padre de Marcio me puso «El Cometa», porque de tarde en tarde aparecía en la clase,

resolvía brillantemente algunas ecuaciones o factores, y desaparecía sin dejar otro rastro

que el de la absoluta seguridad de encontrarme jugando a la pelota en el Malecón.

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HERMANA

Nene comenzó el bachillerato en Santiago, como alumno oficial del Instituto. Ya para entonces

nos habíamos mudado para otra casa, en San Juan Nepomuceno y Santa Lucía. Él pasó por esas

casas dejando sus recuerdos en las paredes: dibujos de batallas inspiradas en los libros de

historia, anuncios del dibujante que después también sería.

Y era muy callado, muy quieto: nadie lo diría después de conocer cómo fue de grande. Pero

entonces: quieto y callado. Tenía mucha vida interna. Después fue que cambió y se volvió ex-

trovertido. Pudo ser el contacto con la calle: La Habana también influyó.

PABLO

Yo tenía dieciséis años perfectos.

Tenía dieciséis años admirablemente representados por un poco menos de seis pies de

estatura, 150 libras de músculos ágiles y una loca imaginación de muchacho loco, de muchacho,

muchacho. Un día, ¡un gran día!, el señor Carbonell llegó a casa temprano. (El señor Carbonell

era un ingeniero que había sido profesor mío de matemáticas, de versos, de ajedrez, de inventos

y de cuentos de ladrones. Era un gran diplomático y podía convencer a cualquiera de que el sol

era quien reflejaba la luz de la luna y no la luna la del sol. Esto no es exageración. Una vez

convenció por completo a otro ingeniero de que la tabla de logaritmos de Vázquez Queipo

estaba llena de errores. Todo lo demostraba; y, además, siempre tenía la razón.) Bien, el caso es

que pudo convencer a papá acerca de la conveniencia de que yo empezara a trabajar en el

ingenio que se estaba fomentando en Oriente por una poderosa compañía. A mí, sencillamente,

me dijo en silencio esta palabra tembladora: «¡Cocodrilos!»

HERMANA

Ahí Pablo ya se está refiriendo a su primer regreso a la provincia de Oriente. Porque en el año

19 la familia completa vino para La Habana. Papá vendió el colegio y vinimos para acá. Al año

siguiente Pablo recibe esa proposición de Carbonell, nuestro antiguo profesor y amigo muy

querido, para que lo acompañara como ayudante de delineante en Sabanazo, donde trabajaban

para instalar un central azucarero. Pablo vivió aquello como un cuento de Salgari. Y así mismo

fue que lo escribió después: «Una aventura de Salgari».

PABLO

Sabanazo no era más que un punto de apoyo en la línea del ferrocarril para poner en

comunicación el gran central que se iba a fomentar allá adentro, al otro lado del muro

impenetrable de bosques que cerraba el horizonte. La expedición era esta: meterse hasta allá,

con el fango a las rodillas, abrir trochas y picados, establecer campamentos que se escalonaran

para tener donde abastecerse cada mes, e ir haciendo el estudio del ferrocarril, bajo un sol casi

invisible pero agobiador, oyendo la perpetua sinfonía de unos mosquitos y jejenes despiadados,

crueles, voraces: innumerables además. Allí era donde estaba la verdadera aventura.

Para allá adentro es que iba a ir Salgari. Pero, ¿quién era Salgari? Era el muchacho de los

dieciséis años perfectos.

HERMANA

De vuelta a La Habana, Pablo decidió estudiar por la libre y trabajar a la vez. Pero antes pasó lo

de la Academia Naval. Él soñaba desde chiquito con ser almirante. Yo he creído que esa

obsesión era por largar a los yanquis de Puerto Rico. Pero, bueno, el caso es que convocan para

entrar en la Escuela Naval. Y dícele mi mamá: Ahí está tu oportunidad. Él estaba comprendido

entre las edades que se pedían y ya en la próxima convocatoria estaría pasado de edad. Presenta

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sus papeles. Empieza el examen. El primer lugar significaba ya un puesto desde que entraba,

una situación más venta-josa, con sueldo y todo. Y el sueldo era necesario en ese momento.

Le faltaba nada más que el examen de Gramática. Lo hace, y bien hecho. En el examen había

una pregunta que decía: cuál es la diferencia entre cenador (escrito con c) y senador (escrito con

s). Ya estando a punto de entregar el examen, Pablo vuelve a sentarse, y pone esta nota al

margen: «En Cuba, senador es sinónimo de botellero.» Y entrega el trabajo.

Por supuesto que lo suspendieron.

PABLO

Ex redactor anónimo de periódicos desconocidos.

HERMANA

Pablo colaboró en el periódico El Nuevo Mundo, que dirigía un coronel del Ejército Libertador,

José Camejo Payants, donde dejó escrita una biografía del general Emilio Núñez. Gran parte del tiempo restante, lo dedica a los deportes, que venía practicando desde Santiago. Allá era short

stop. Aquí empezó a jugar fútbol.

PABLO

Miembro de Línea de la Real Academia de Foot Ball Inter-colegial del Club Atlético de Cuba,

en la que figuran El Loco Mañach, El Pollo y Titina Álvarez, Florimón La Villa, El Espiritista Suárez, Mike Mazas, Dóctor Mazas...

MAZAS

Me hice socio del Club Atlético y me invitaron a formar parte del equipo de fútbol, porque yo

había actuado ya en el equipo de la Universidad y ellos necesitaban un center. Dije: Sí, cómo

no, me animé, empecé a practicar. Y conocí a Pablo. Empezamos a vernos casi diariamente, en las prácticas, en los juegos...

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MAZAS

Nosotros jugábamos en el campeonato nacional. El Atlético contra la Universidad, dos años seguidos. Yo jugaba center y él jugaba guard: unas veces, guard y otras veces, tackle center.

MARTÍN

Le decían el guard Torriente. Era una de las figuras del Club Atlético de Cuba. Este club tenía

la característica de estar integrado por gente de recursos económicos modestos, gente que hacía

un esfuerzo. Por ejemplo, los uniformes, que son caros, los compraban poco a poco los propios atletas. Unos trabajaban por aquí, otros por allá, y así iban comprando las rodilleras, las

hombreras, las cabeceras. La gran rivalidad entonces estaba entre el Club Atlético y los Caribes

de la Universidad. Y el fútbol en aquellos años era un deporte muy popular.

Yo, como muchos otros muchachos, era aficionado a ese deporte. Y, también como muchos

otros muchachos de entonces, no tenía dinero para pagar la entrada y ver los juegos. Y entonces

nos parábamos en la puerta del Stadium —aquel grupo de niños de diez y once años que

éramos— y nos poníamos a oír desde afuera: nosotros afuera y adentro oyéndose la gritería de

los stands ya seguramente repletos.

PABLO

Ahora va a pasar sobre los stands la visión en recorrido de una lente cinematográfica. Sígala el

lector con interés, pues allí estaban sentados, nerviosos y llenos de dignidad, los dieciséis años

en que el Club había sido campeón de Cuba... Había hombres de edad, de los que empezaron a

estudiar para fanáticos en tiempos de España cuando se daban moñas y todas esas cosas... y

muchachos de pantalón corto que se sabían de memoria los nombres de todos los jugadores del

team... Uno, al entrar, dándose importancia delante de los amigos, me dijo:

—Torriente, déjame llevarte la cabecera para poder entrar, ¡anda!...

MARTÍN

Torriente le decía al portero: son sobrinos míos. Y el portero decía: ¿pero cuántos sobrinos tú

tienes?

Y para adentro. A ver chocar a los Tigres.

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PABLO

—¡Arriba, Atlético!... ¡Corazón y lo otro!... —animaron los mu-chachos desde el banco...

CONCHITA

Ahí, en el Club Atlético —que quedaba por Ayestarán y Montoro—, conocí a Pablo. Yo iba con

Dalia Íñiguez y Tina Pérez Poncet, que estudiaban en la Escuela Normal con Teté, la novia de

Pablo. Esa noche había un juego o una práctica de fútbol. Él vino para acá y la novia le dijo:

Mira: Conchita, que es muy amiga de Tina. Me dio un abrazo y la novia le siguió diciendo: La

mamá de ella es puertorriqueña. Entonces te quiero más que a las demás, dice: por paisana.

Y después de eso, nos reuníamos mucho ahí en el Club. Yo iba a ver los juegos. Estábamos en

la pepillería: las tres compañeras teníamos la misma edad más o menos. Nos reuníamos sobre

todo los sábados, y había mucha gente joven y se daban buenas fiestas. Pero Pablo se dedicaba

fundamentalmente al deporte: al fútbol y a la jabalina. Y el Club era un club más bien de

deportistas. Pero los sábados por la noche se reunían allí los jóvenes, había música. Pero Pablo

era más deportista que fiestero. No sé si me explico. Si había una fiestecita, nosotros estábamos,

pero él no era bailador, se ponía a conversar: a contar que si el partido quedó así, que si gané,

que si perdí, que si voy a tal competencia.

Tenía un carácter tan alegre. Una risa tan franca. Pero no: bailar, no.

HERMANA

Deporte; sobre todo, deporte. Siempre estaba haciendo ejercicios. Él entraba en la casa como

una tromba y nos levantaba a cada una así. O cogía dos raíles de esos de tranvía que tenía

guardados para usarlos como pesas para los ejercicios. Y seguía también un sistema que se llamaba strongfortismo: dormía tres noches en el mes en el suelo. Y en esas tres jornadas no

tomaba más que tres vasos de agua al día.

Se levantaba, tomaba un vaso de agua y se iba a trabajar. Venía, a la hora del almuerzo, se tomaba otro vaso, se acostaba, y decía que no me despierten hasta las dos. A las dos se iba al

trabajo, volvía a las siete de la noche, tomaba otro vaso de agua y se iba a dormir. Eso lo hacía

tres veces al mes: era como una huelga de hambre particular. En esos tres días dormía en el suelo, directamente en la losa. Decía que eso lo desintoxicaba completamente.

CONCHITA

Tenía una figura muy atlética, con sus espaldas muy anchas, y una cara muy fresca: siempre se

estaba riendo. Nosotros le decíamos que era un muchacho grande. Y tenía un gran atractivo para

las muchachas, porque era muy buen mozo.

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HERMANA

Él tenía un pelo muy bonito, ondeado: nunca en la vida se puso sombrero. En aquella época se

usaba mucho el sombrero, pero él siempre lo llevaba en la mano. Además, era muy ele-gante al

caminar, caminaba muy erguido. Y presumía de su perfil. Él se miraba en el espejo y decía que la verdad que él se parecía a John Barrymore.

Por eso, seguramente, hizo este dibujo de Barrymore, en el año 1927.

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HERMANA

Hizo el dibujo, escribió el poema:

Evocación

Una tarde espléndida del Ática,

(cabe un muro del roto Parthenón),

el silencio ritmaba la socrática

atonía del astro en explosión.

La vida

Con expresión hipócrita y ambigua

un griego nuevo, viejo y mercader,

me aseguraba que era antigua

esta medalla cincelada ayer.

El Arte

Emocionado contemplé las líneas

en el bronce de formas apolíneas,

y como antiguo le pagué lo nuevo,

porque a lo viejo iguala lo moderno

si por el arte en las entrañas lleva

la marmórea grandeza de lo eterno.

Y firmó así: Todo de: Pablo de la Torriente-Brau, en La Habana, a l/5/1927.

PABLO

Alumno de Dibujo de la Escuela Libre dirigida por el pintor Víctor Manuel y domiciliada en

cualquier café de La Habana. Socio de Pro Arte Musical. De la Hispano Cubana de Cultura. Del

Centro de Dependientes y de Gonzalo Mazas...

MAZAS

A Pablo le gustaba mucho la cuestión esa de los conciertos de Pro Arte Musical. Y también le

gustaba mucho el cine, pero esas eran actividades a las que no íbamos juntos.

HERMANA

Cine, mucho cine. Iba mucho al Majestic, porque cuando eso nosotros vivíamos en Consulado

33. Y cuando él iba, todo el mundo sabía que él estaba en el cine. Por las carcajadas. Estruendosas.

MAZAS

Ni en el cine, ni en el teatro. En el Club era donde siempre nos veíamos.

PABLO

Un día, en la ducha del Club Atlético, acordamos, Mazas y yo, despojándonos de nuestro ropaje

académico, tomar una re-solución... «Chico —me dijo él— para salir de la falange del anónimo

(es su estilo, ¡qué se le va a hacer!), no nos queda otro recurso que cometer unos cuantos crímenes... Yo lo puedo hacer impunemente, pues para eso soy médico, ahora tú, mira a ver

cómo te las arreglas.» Y he ahí explicada, con sus palabras sencillas y tranquilas, la génesis de

Batey.

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MAZAS

Yo no sabía que era escritor. Entonces me enseñó un cuento suyo, que se llamaba «El héroe», y

yo le pregunté: Chico, ¿tú tienes varios cuentos así, buenos? Podríamos hacer un libro entre los

dos. Y nos pusimos de acuerdo.

Llevamos el libro a la Cultural y allí nos dijeron: Bueno, dejen eso por ahí, ya veremos qué hacemos con eso. Parece que no tenían mucha confianza que el libro pudiera valer para nada.

Pero a los pocos días nos dijeron: Oigan, muchachos, ustedes han hecho una cosa

extraordinaria, verán qué bien va a quedar ese libro.

PABLO

Yo creo que tendremos alguna suerte y que habremos de salir en las revistas, con la mano en el mentón, o en la sien, pensando algo...

MAZAS

Pero nos dimos cuenta, al mismo tiempo, que el material que habíamos llevado no era suficiente para completar un volumen. Así que dijimos: Chico, tenemos que hacer otros cuentos, vamos a

ponernos... Empezó a escribir e hizo varios cuentos más. Yo, por mi parte, hice lo mismo. Y al

fin tuvimos Batey completo en las manos: 11 cuentos suyos y 10 míos.

El título se me había ocurrido a mí. Le dije: Chico, mira, Pablo, batey significa recinto o lugar

donde se desenvuelven actividades humanas, y aquí hay tantos cuentos relacionados con esa

cosa, podemos ponerle así, y entonces me contestó: Está bien; yo voy a hacer la portada. Dio la

casualidad que en aquellos días le habían mandado de Puerto Rico una postal con un ingenio en

silueta, y a partir de ahí él diseñó la portada, con los conocimientos adquiridos en la academia

de Víctor Manuel, gran amigo suyo, que se reunía por el Parque Central.

PABLO

Como bien dice Mazas, los dos escasos meses en que hemos hecho a saltos casi todo el material

de la zafra de este Batey de nosotros, nos han permitido intercalar algunos pequeños defectos en

nuestra obra, lo que desde luego facilitará mucho la labor de los críticos...

Esta zafra criolla, llena de vida y de humorismo, aun en los episodios dramáticos y a veces

trágicos, es producto de su fundo, de su tierra, de sus manos, sin extraña injerencia, sin

servidumbres serviles, ajenas de todo latifundismo, como obra de nativos, como obra de

cubanos.

Como dominico-cubano —teniendo a un lado el busto y al frente el retrato de nuestro

Martí— he leído la doble serie de cuentos y de episodios que forman una parcela de vida,

luego de haber pasado por el crisol juvenil del talento, respectivo, del dúo de humoristas

criollos y gemelos y cubanos.

Federico Henríquez Carbajal

BATEY: COSA DEPORTIVA

...De ahí que todo su libro sea esencialmente limpio, refrescante y sabroso, como el agua

sucia del cubo que (usan los jugadores de fútbol). Ese ante-cedente de camaradería pugnaz en las canchas, les ha disciplinado el espíritu para un buen humor, una agilidad, una aptitud

de acometida y zarpazo, que en este libro suplen, con creces, la falta de otras delicadezas de

orden técnico y de creación.

Por sobre esto vendremos otro día.

Jorge Mañach

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PABLO

¡Corazón y lo otro!

...Réstanos agregar una advertencia de los autores: no están dispuestos a tolerar crítica

adversa. «Al primer comentarista que nos diga algo que nos desagrade —nos han dicho Mazas Garbayo y Torriente Brau— lo vamos a «sonar» de mala manera, para general

escarmiento.

»El que se aventure a censurarnos es porque tiene ganas de darse un par de «papazos» con nosotros. Escribimos para el público, no para los plumíferos de la cátedra, y le rogamos lo

anuncie con tiempo, para que nadie se llame a engaño y tener que lamentar después algunos incidentes desagradables. No usamos revólver, pero sabemos boxear, y estamos

convencidos de que el que da las trompadas más duras es quien tiene siempre la razón.»

(La Semana, No. 224, p. 8)

PABLO

Mecanógrafo de Mérito. Taquígrafo graduado. Decano de la Sociedad de Empleados del Bufete

Giménez, Ortiz y Barceló, en comisión al servicio del doctor Fernando Ortiz.

HERMANA

Pablo comenzó a trabajar en el bufete. Ganaba 80 pesos mensuales, como secretario de Ortiz. Al

entrar, sustituyó en ese trabajo a Rubén Martínez Villena.

ROA

Un día le pregunté: Pablo, ¿cómo tú conociste a Rubén? Y me dijo: Bueno, lo conocí una tarde

en el bufete de Fernando Ortiz, en la azotea. Yo había subido como era mi costumbre, a hacer

ejercicios de calistenia con los cuales me mantenía en forma como atleta. Era una tarde

hermosa, con un crepúsculo lleno de tintes contradictorios y yo, después de haber hecho esta

calistenia, respiraba, afanoso, el aire yodado del mar. De pronto, una mano, con suavidad de

paloma, se me posó en el hombro, y me volví, y mis ojos negros se toparon con los ojos verdes

de Rubén Martínez Villena.

—¿Tú eres Pablo, no? ¿Tú eres mi sustituto?

—Sí. ¿Y tú eres Martínez Villena, tú eres Rubén?

—Sí.

Dícele: Oye, te voy a decir, Rubén, cuál es mi imagen del hombre perfecto. Dímela. El

hombre perfecto es el que tiene mediana estatura. De aspecto frágil. De espíritu macizo. De

imaginación esplendente. De corazón al galope. De sensibilidad exquisita. Así. Así como tú.

¿Como yo? Sí, como tú.

PABLO

A Rubén Martínez Villena, ex versificador y actual poeta activo, lo conocí jugando a la pelota

en la azotea del bufete. (Una vez entre él y yo les dimos los nueve ceros a otra novena, creo que

formada por el doctor Carreras, Gener y Jerónimo Blanco.) Por entonces Rubén decía, junto con

Julio Antonio Mella que murió de asesinato en México, cosas furibundas contra Alfredo

Zayas...

ROA

Entonces Rubén le refirió a Pablo el último episodio político de su vida, que era el movimiento

de veteranos y patriotas que él había encabezado. Dice Pablo que súbitamente se puso grave, se

puso serio. Y cuando terminó, le dijo: Tú ves, Pablo, la experiencia demuestra que los viejos y

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los jóvenes no suelen avenirse, tienen ideales distintos, objetivos distintos, puntos de vista

diferentes. Y eso me ocurrió a mí.

No cabe duda de que la juventud es la fuerza creadora de la vida y del mundo.

CONCHITA

Yo tenía entonces dieciséis años y pesaba 90 libras. Mi abuela estaba empeñada en que yo fuera

maestra, y a mí no me gustaba. Efectivamente, me suspendieron las dos veces. Pero me puse a

estudiar rápidamente mecanografía. Tenía que trabajar. Me dieron dos direcciones para buscar

empleo. Una era en un almacén de víveres, donde fui primero y no me gustó mucho el ambiente.

La segunda dirección era un bufete que estaba en San Ignacio no. 40, entre Obispo y Obrapía.

Allí trabajaba Pablo como secretario de Ortiz.

PABLO

Con el doctor Fernando Ortiz yo estoy aprendiendo muchísimas cosas que en absoluto me

interesan, pero que a veces me hacen gracia, como por ejemplo, averiguar en una misma

semana, y como él dice, todos los chismes de la Virgen de la Caridad del Cobre y del Barón de

Humboldt. Por lo demás, y para que nunca se encuentren deficiencias en mi perfecta labor

mecanográfica, yo tendré buen cuidado en evitar que él sepa cómo yo a veces me distraigo pensando alguna truculencia...

CONCHITA

Me decidí por el bufete. Era una casa antigua. Tú subías una escalera de mármol y había una

recepción, con un buró viejo de madera. A mano izquierda, una mampara.

Llegué y miré y había un compañero sentado allí en el buró, con una cara muy agradable, diría

yo que muy bonita, de ojos azules. No se me olvidará nunca esa cara: con un mechón, con un crespo caído aquí sobre la frente. Yo no sabía quién era. Dice: ¿Usted qué deseaba, compañera?

Dígole: Yo soy Conchita Fernández. Estoy citada por el doctor Giménez Lanier para hoy por la

mañana. Yo temerosa, muriéndome de miedo, porque me iban a poner a prueba para mi primer

trabajo en el mundo. Entonces el compañero aquel se vira y grita: Pablo, aquí está Concha, que

tú estabas esperando. Y entonces se abrió la mampara aquella que había allí, la abrió Pablo con

los dos brazos y aquella figura atlética que tenía: ¡Al fin llegaste, Concha!

Y yo: Pablo, espérate, no me asustes, que yo estoy muy nerviosa. Él se viró para el compañero

del buró y le dijo: Rubén, esta es Conchita Fernández. Es muy jovencita, pero necesita trabajar.

Vamos a ver si se puede quedar aquí. Entramos a buscar al doctor Giménez Lanier, pero yo me

quedé pensando: ¿Rubén? Y Pablo me dijo al poco rato: Conchita, ese es Rubén Martínez

Villena.

PABLO

Y, desde luego, Rubén solo sabía de mí que tenía unas cuantas cosas locas detrás de las pupilas,

un tumulto físico metido por entre los músculos jóvenes y una docena de dos de pecho que se

negaban a salir por la garganta en otra forma que no fuera la de insoportables gritos de vendedor

de periódicos... Y es claro, con tales datos, cuando un día, que llegó acabando de hacer «El

héroe» y se lo presenté, le pareció, como a mí, muy bueno y atrevido...

PABLO: CARTA DE LEJOS

Era un hombre generoso. Particularmente conmigo. Siempre recuerdo que cada vez que

leía un cuento mío me comparaba con algún famoso cuentista y así, fue ascendiendo en

sus elogios hasta compararme con nombres que da vergüenza citar. Y es que sentía la

necesidad de estimular. Cuando salió Batey, allá por los días de la huelga de marzo

precisamente, las tres o cuatro veces que lo vi, llevaba el ejemplar que le había regalado y

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siempre me hablaba de algo que había leído, no me explico yo con qué tiempo, pues

fueron aquellos días febriles para él.

ROA

Tenía por Rubén una admiración extraordinaria. Porque es que Rubén fue con él muy íntimo.

Muy intimista. Porque le dijo cosas que eran muy personales de Rubén —Rubén no so-lía

hablar de esas cosas—, como la muerte de la madre: él se amarraba un hilo fino de seda del

puño de la madre al puño suyo, y dormía en una cama aledaña para estar atento a los

movimientos de ella. Todas esas cosas que no se cuentan. Y Pablo consideraba que todo eso

para él era un timbre de orgullo por la confianza que Rubén depositaba en él.

CONCHITA

Estuve un tiempo de prueba, Pablo me ayudó y me quedé fija en el bufete. Vi a Rubén una o dos

veces más en ese período, porque en ese momento ya se preparaba su viaje a la Unión Soviética

para ingresar en un hospital en el Cáucaso, y comenzar a hacerse un tratamiento.

Después que Rubén se fue para la URSS, allí mismo en el bufete nos dimos a la tarea de

preparar un baúl para enviarle chucherías y algunas cosas. Entre las cosas que tratamos de

conseguir —costó bastante trabajo—, pudimos encontrar un abrigo negro para enviárselo.

Porque hacía bastante frío donde él estaba.

Y ese es el abrigo con que aparece Rubén en esa foto que siempre se publica por ahí.

ROA

Es curioso lo de Pablo: cómo madura. Pablo conoce a Rubén en el año 25 y Pablo no se

incorpora a la lucha revolucionaria de Cuba hasta el año 1930. Transcurren cuatro años y Pablo

no se mete en nada: él es deportista, él es escritor, hace cuentos, escribe, qué sé yo, y no se mete

en nada. Es curioso eso: cómo maduró, cómo creció, cómo se fermentó su espíritu

revolucionario. Y la importancia de Rubén en todo ese proceso.

Por Rubén es que yo vengo a conocerlo. Se proyecta una entrevista en el bufete de Ortiz. Yo

andaba por aquella época con un libro a pupilo bajo el sobaco. Ese libro era Batey. Pablo, el

hombre de Batey: yo tenía interés en conocerlo.

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HERMANA

Por esa época, segunda mitad del año 30, Pablo preparaba su boda.

Mensaje prenupcial anticatólico

(Al riente Torriente y a Tete riente)

«¡Atletas, en su marca! Listos. ¡Pum!» El magnesio

por esta vez no fotobarniza un adefesio:

es una real pareja de una mujer y un hombre

que respectivamente se merecen tal nombre.

Amigos: sin embargo

resulta bien amargo

suponer tan espléndida pareja

—pagana si no fuera tan «de ahora»—

ante un altar y un sayo de la vieja

iglesia fascistizadora.

Torriente:

verdaderamente

que no te he visto nunca en frac;

pero me parece que el traje de traela

y hasta la colchoneta —flus de foot ball,

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o el traje, propio para gozar del mar y el sol,

¡qué demonio!

son más adecuados para el matrimonio.

Ir repellado por una pechera,

y, en la elegante vanidad del cuello,

ahorcado y seudosatisfecho,

es en verdad ilógica manera

de mantener cien metros el resuello

para romper la cinta con el pecho!*

RUBÉN MARTÍNEZ VILLENA

* Nota confidencial de un casado al precolega.

ROA

La entrevista se produjo por fin en el bufete de Ortiz. Eran los días febriles en que preparábamos

la histórica tángana del 30 de septiembre. El abordaje mutuo fue efusivo, directo y, diría mejor,

tremante. Le expuse rápidamente los trajines en que andábamos metidos. Y entonces Pablo, con ojos relampagueantes, me habló de Rubén.

Yo pensaba, le dije, invitarte a que te incorporaras a nuestra lucha, pero como veo que acabas

de casarte me parece que va a ser imposible que le dediques tiempo completo.

Irrumpiendo violentamente, me respondió, tajante y definitivo: Considérame ya incorporado. Y ni siquiera me dio tiempo a abrazarlo, porque a seguidas expresó: ¿Cuándo y dónde es la

próxima reunión?

Había conocido a un hombre entero y verdadero. Y había anudado, también, la más limpia, alegre y honda amistad de mi vida.

30 DE SEPTIEMBRE «¡Arriba muchachos!»

CONCHITA

Pablo se me acercó y me dijo: Conchi, dentro de dos días, va a haber una manifestación que saldrá de la Universidad; una manifestación de protesta contra Machado. Yo le dije: ¿Tú vas a

ir? Dice: Sí, cómo no, yo voy. Embúllate tú y ve también. Pe-ro fíjate, no lo divulgues, no se lo

digas a nadie. Te lo estoy diciendo por si pasara algo, tú se lo puedas decir después al doctor Ortiz, por si me pasa algo.

HERMANA

Él fue a casa la noche del 29. Estuvo en casa y parece que estaba como tentado de decirle a

mamá que iba a alguna actividad, ¿no? Pero, no. Se fue y no dijo nada.

Y cuando se fue, mamá dijo: A Nene le pasa algo. Yo le he notado algo de preocupación o de tristeza: algo raro hay en su cara.

PABLO

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Yo recuerdo momentos emocionantes de mi vida. Recuerdo una vez, cuando yo era niño y vivía

en El Cristo, cerca de Santiago, que el pitazo de una locomotora me llenó de pánico a la mitad

de un puente interminable... Recuerdo una tarde en que al saltar del ferry al muelle, en el emboque de Regla, me di cuenta en el aire, de que el salto no me iba a alcanzar y el ferry me iba

a comprimir contra el espigón... Recuerdo una mañana azul y luminosa en que me hundí en las

aguas turbias de Marimelena y en la desesperación por no ahogarme, veía La Habana, resplandeciente de blancura, sin que se me ocurriera pensar en nada que no fuera vivir...

Porque mi vida ha sido libre, tiene muchos recuerdos interesantes; pero creo que ninguno

puede ser más trascendental que el del 30 de septiembre.

ROA

Ya en los albores del mes de septiembre el machadato concitaba la repulsa plena y beligerante de las masas populares. Era la culminación de un proceso en el que el gobierno de Machado

había acentuado progresivamente su carácter entreguista y tiránico. Primero con la prórroga de

poderes de 1927.

«MIENTRAS LA REELECCIÓN

SEA CONSTITUCIONAL

SERÁ MUY DIFÍCIL NEGARSE

A SU SOLICITUD»

G. MACHADO

El proyecto de reforma de la Constitución

marca una nueva etapa de mejoramiento cívico

Ninguna nación de América Latina tiene un gobierno más estable que Cuba, dice S.

Bloom.- Asegura el representante por Nueva York, que el régimen republicano, bajo los

mandatarios actuales, ha operado en Cuba verdaderas maravillas de progreso y

civilización.

(El Mundo, marzo de 1927)

ALCANZA RESULTADOS PRÁCTICOS LA

ACCIÓN PATRIÓTICA DEL PRESIDENTE

MACHADO EN WASHINGTON

Y NEW YORK

Dedica el Evening Post un editorial a la visita del

General Machado, exponiendo cómo el arte

de gobernar tiene por fundamento

una ciencia muy complicada

(El Mundo, abril de 1927)

ENTENDÍ QUE DEBÍA ABOLIR

LA REELECCIÓN Y CREAR UN

BENEFICIOSO SISTEMA POLÍTICO

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«Yo quiero que antes de que

el acuerdo sea aprobado se sepa

que fui uno de sus inspiradores»

General Machado

(El Mundo, junio de 1927)

ROA

Después, en enero de 1929, el asesinato de Julio Antonio Mella, urdido por el imperialismo

norteamericano y Machado y perpetrado por rufianes a sueldo del asno con garras, había suscitado una fortísima eclosión en la conciencia del estudiantado.

Por su parte, la ocupación militar de la Universidad de La Habana contribuyó a crear

condiciones favorables al desarrollo de nuestras actividades clandestinas, lo cual nos permitió darles mayor impulso e ir creando las circunstancias que nos permitieran vertebrar, organizar,

infundirle conciencia y darle programa al movimiento que ya hervía.

DOS MUERTOS Y 14 HERIDOS FUE EL DOLOROSO BALANCE DE LAS

FIESTAS DEL DÍA DEL TRABAJO EN REGLA

En la Plaza Lenine obreros y policías

sostuvieron una batalla campal a pedradas,

palos y tiros.— Finalmente, la Guardia Rural

cargó sobre los manifestantes.

(El Mundo, 2 de mayo de 1930)

ROA

Se producía el desarrollo y la radicalización del movimiento obrero. Numerosas huelgas

parciales se iban desenvolviendo para desembocar en una confluencia tumultosa, en la huelga general política del 20 de marzo de 1930, organizada por el Partido Comunista y la

Confederación Nacional Obrera de Cuba y dirigida audaz y diestramente por Rubén Martínez

Villena.

COMENZÓ ANOCHE, CON ORDEN, EL PARO

Acuarteladas las tropas y la policía

(El Mundo, 20 de marzo de 1930)

EL PARO OBRERO EN LA HABANA

La Asamblea, anoche, de la «Confederación Obrera

Nacional de Cuba»

Su asesor legal, el Dr. Rubén Martínez Villena,

explica la génesis, propósitos y desarrollo

del paro llevado a efecto ayer

ROA

El estudiantado, por su parte, que había ido madurando desde el punto de vista ideológico y

político y especialmente en su decisión combativa, estaba ya presto a la gran tángana. El

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Directorio Estudiantil Universitario le fijó fecha en el amanecer grisáceo del 30 de septiembre y

los conjurados nos fuimos con-centrando progresivamente en los lugares convenidos. Pero nos

encontramos con algo que no habíamos realmente previsto.

PABLO

La loma de la Universidad amaneció manchada de azul. Eran patrullas de la policía. Para muchos fue una sorpresa. Se había pensado que podríamos entrar al Patio de los Laureles para

asistir al mitin y de él partir para la calle, a casa de Varona... Pero la loma amaneció manchada

de azul.

ISIDRO

Los estudiantes se empezaron a reunir en todo eso que hacía una plazoleta, la plazoleta de la Universidad. No en Los Laureles, que era arriba, sino abajo. Donde está ahora el Memorial: ahí

se empezaron a situar los estudiantes.

Nosotros estábamos allí porque supimos, a través de estudiantes ligados al movimiento obrero, que el Directorio Estudiantil Universitario, el DEU, recién creado, había hecho un

llamamiento de concentrarse en la Colina, y, en el deseo de ligar el movimiento obrero

siguiendo las tradiciones de Julio Antonio Mella con los compañeros estudiantes, hicimos acto de presencia, alrededor de las ocho de la mañana, en la plazoleta, donde ya la policía había

tomado posiciones.

ROA

No obstante esas perspectivas, los conjurados del 30 de septiembre seguían concentrándose en

la Universidad a la hora convenida. Contingentes de la policía transitaban frente a aquella en ademán provocativo. A la cabeza de las fuerzas, pálido de miedo, temblando como una

mujerzuela, el inspector Antonio B. Ainciart.

ISIDRO

Estaba Ainciart, y estaba Carrerá, el jefe de la policía: asesinos los dos. Comienzan a dar

órdenes y empiezan a llegar carros celulares de esos, y a meter estudiantes en las jaulas. Al que

veían moverse mucho, alborotando, un poco agitado, lo registraban y lo metían ahí. Yo estaba en San Miguel, al fondo del cafecito que hay por ahí. Desde ahí veíamos todos los

movimientos. Yo estaba conocido como comunista, la policía me tenía chequeado. No se

ganaba nada con que lo prendieran a uno enseguida. Y después, el temor de que se dijera que aquello estaba organizado por los comunistas, en vez de por los estudiantes como era la absoluta

verdad.

La presión de la policía era mucha: por la calle 27, por San Lázaro, por Neptuno, todo eso con policías, donde podían maniobrar mejor con los caballos. En aquella época la policía tenía que ir

buscando eso: lugares donde moverse bien con los vehículos: con los caballos.

PABLO

Se bajaban de los caballos (las «perseguidoras» de entonces) y se ponían a buscar revólveres:

esto precipitó el choque, pues nos pareció a muchos ominoso el que nos registraran, y nos pusimos a negarnos.

ISIDRO

Entonces empezó a correrse la voz.

PABLO

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En un automóvil pasaron varios estudiantes: iba Carlos Prío; me parece que Raúl y Trejo

también. Se paró un momento y avisaron que había que irse concentrando para Infanta, para el

parquecito de Eloy Alfaro.

ROA

Somos ya como cien. Velázquez lanza una encendida arenga contra el gobierno. Gritos. Aplausos. La excitación es tremen-da. Trejo y Pepelín se encaraman en la azotea del edificio

Ravelo. La policía inicia un movimiento envolvente. Pepelín y Trejo descargan sobre ella una

granizada de piedras.

ISIDRO

La policía, la de a caballo, baja por Jovellar. Y la infantería, la policía de a pie que le decíamos nosotros, baja corriendo detrás: se dan cuenta de que hay algo. Los estudiantes se van yendo en

pequeños grupos y ellos a perseguirlos. Alpízar sacó la corneta.

PABLO

El clarín del mambí que llevó Alpízar sonó entonces y la bandera cubana fue desplegada.

ROA

Armando Feito tremola una bandera cubana. Un toque de clarín ahoga el tumulto y enardece los pechos. La manifestación se organiza y se pone en movimiento. No llevamos más armas que los

puños de acero de Pepelín y de Pablo de la Torriente Brau.

PABLO

Dos piedras pequeñas que tenía en las manos para dar más duro tuve que lanzárselas, casi a boca

jarro, a un vigilante que hizo una mueca. Los gritos sonaron con el ímpetu del que ha guardado mucho tiempo silencio; los estudiantes

se arremolinaron, convergieron en un punto y los ¡Muera Machado! fueron como una coral

desenfrenada y avanzante.

ROA

Huyen, como bólidos, los transeúntes. Estrépito de puertas.

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—¡Abajo la tiranía sangrienta!... ¡Abajo el imperialismo yanqui!

La policía acuchilla en dos la manifestación.

ISIDRO

La policía entra a caballo por Jovellar y por San Lázaro bajan los de a pie: nos cogen entre la

pinza esa que hacen las dos fuerzas. Los de a caballo están en mejor condición para esquivar las

trompadas de nosotros. Nos dividen en dos grupos: uno para allá, hacia Hospital, para abajo; y

el otro queda acá, al lado del parque Eloy Alfaro.

PABLO

Vi a Sergio Velázquez encaramarse en un carrito para hablar desde lo alto; vi a Sanjurjo engañar

a un policía temeroso, con un rollo de periódicos.

SANJURJO

El policía, desde el momento que me ataca, se cree ya que yo tengo la cabilla dentro del

periódico. Entonces él me tira con cierto temor y yo me doy cuenta. Y como me doy cuenta,

pues le riposto, le parto para arriba, pan, y le tiro también, sin tocarlo, para que no se dé cuenta.

Entonces el policía se paró, yo también, y me empiezo entonces a echar para atrás, despacio,

para atrás, para ganar la esquina. En eso siento un disparo.

PABLO

Oí a unos pasos el estampido de un disparo y me desplomé contra el suelo.

ROA

Trejo se enreda en un cuerpo a cuerpo con el policía Félix Robainas. Díaz Baldoquín acude en

su ayuda. Trata de arrancarle el revólver al genízaro. Un tiro. Trejo se derrumba sangrando a borbotones.

ISIDRO

Frente a nosotros, Trejo se está fajando con un policía, y en medio de la gritería, suena un tiro. Casi al mismo tiempo, más hacia acá vemos a Pablo que corre fajado con un policía, y otro que

viene y le da por la cabeza y cae al suelo.

PABLO

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Llego a la esquina, el policía parado todavía, abro a correr, para juntarme con el resto de la

gente que ya iba bajando por San Lázaro.

ROA

La manifestación se escinde. Una parte sigue por San Lázaro, y, a toda velocidad, perseguida de

cerca por la policía, emproa hacia Belascoaín. La otra dobla por Jovellar hasta Espada y se une

en San Lázaro con el resto de los compañeros.

SANJURJO

Cuando desemboqué en San Lázaro ya el grueso del grupo de aquí me llevaba como una cuadra,

y entonces tiraron manifiestos de la Liga Juvenil Comunista ahí en San Lázaro. Yo cogí uno, me

lo metí en el bolsillo y seguí hasta el parque de Maceo.

ROA

Al llegar al parque Maceo nos cruzamos con Carrerá, quien ha dejado la orden en la Quinta

Estación que nos ataquen a tiros. El hotel Manhattan cierra sus puertas. Vista Alegre se repliega

asustado.

—¡Abajo la tiranía!... ¡Muera Machado!...

Los estudiantes izquierdistas y el líder obrero Isidro Figueroa añaden:

—¡Abajo el imperialismo yanqui!...

ISIDRO

Nos reagrupamos donde estaba la Beneficencia, y salimos a buscar a los compañeros que habían

atravesado Belascoaín para evitar que fueran tiroteados.

ROA

Entre Belascoaín y Gervasio nos vemos cogidos entre dos fuegos. Los policías de la Quinta

Estación empiezan a disparar, primero al aire, luego al cuerpo. En vista de que no tocan a nadie,

yo me permito observarle a los compañeros más inmediatos:

—Parece que están tirando con fulminantes.

ISIDRO

Pero cuando tomamos la cabeza del grupo que había atravesado Belascoaín, uno de los policías

que había salido de la estación se puso a cazarnos así, con un revólver. Yo le veía, le veía la cara

y todo, era colorado, como con la cara manchada, lo veía y él apuntaba y apuntaba hasta que

disparó.

ROA

Se desploma Isidro Figueroa. Sangre obrera y sangre estudiantil se han vertido simbólicamente

al unísono.

ISIDRO

Un obrero, Agustín Alarcón, y un estudiante del Directorio, José Sergio Velázquez, me

recogieron y me llevaron a curar.

PABLO

Al mismo tiempo que a mí, bajaban de otra máquina a Rafael Trejo, flácido, desfallecido.

Recuerdo que solo entonces fue que pensé que aquel disparo que había oído podía ser para otro.

Yo sentía un rumor de mar en la cabeza, pero de pronto oí con toda claridad frases enteras. Los

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médicos me examinaron la herida y trataban de contener la sangre. No sentía ningún dolor. Pero

no recuerdo ninguna cara, porque todas estaban como en la niebla. Las voces de todos se

mezclaban: había violentas amenazas de los amigos, observaciones pausadas de los médicos y

algunos trataban de calmar los ánimos.

Un médico dijo: «Veremos si este no tiene fractura en la base. Si no la tiene se puede salvar...

Pero a ese otro muchacho sí que no hay quien lo salve. Se muere de todas maneras»...

TESTIGOS IMPARCIALES ACUSAN A LA

POLICÍA DE HABER HECHO AGRESIÓN

A LOS ESTUDIANTES

Ninguno de los revólveres de los policías

aparece con cápsulas disparadas

(El Mundo, 1° de octubre de 1930)

DETENIDOS Y SUJETOS A VIGILANCIA LOS ESTUDIANTES QUE

RESULTARON LESIONADOS

Mientras se esclarece la intervención que tuvieron los jóvenes estudiantes Rafael

Trejo y Pablo de la Torriente, y el líder obrero Isidro Figueroa, heridos en los

sucesos ocurridos esta mañana en el parque «Alfaro» y en la Calzada de San Lázaro,

han quedado detenidos y sujetos a vigilancia, en la Sala de Urgencias del Hospital

Municipal, donde se encuentran recluidos.

(El País, 30 de septiembre de 1930)

HERMANA

Nos llamaron de Emergencias y nos avisaron. Casualmente Gonzalo Mazas estaba de guardia en

el hospital y pudo mandarnos el recado. Cuando llegamos logramos entrar después de mucho

trabajo. Encontramos a Emilio Roig de Leuchsenring en la puerta y por él fue que entramos, porque estaba prohibido.

Ahí lo vimos.

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HERMANA

Bañado en sangre. La camisa parecía una bandera. Y muy alterado. Pero ya estaba curado y

tenía su venda puesta en la cabeza: le habían hecho una herida de 8 centímetros de largo de la

frente hacia atrás, con un toletazo.

PABLO

Después de efectuada la primera cura, juntos nos llevaron para la Sala de Urgencia y allí nos

colocaron en camas contiguas, aisladas del resto por unos paravanes. Me entraron unas náuseas

angustiosas y en convulsiones violentas comencé a vomitar toda la sangre que había tragado. De

este momento es que tengo el recuerdo más distinto de todos los de aquel día. Rafael Trejo, tranquilo sobre su cama, me sonrió con afecto, como dándome ánimos para pasar ese momento

doloroso. Los ojos se me nublaron y cuando volví en mí ya se lo habían llevado para operarlo:

le había visto por última vez, con una sonrisa animadora en el rostro. Cuando se lo llevaron, al poco rato trajeron a Isidro Figue-roa, con un balazo en el hombro y

rodaron nuestras camas, colocándose la mía en el sitio donde había estado la de Rafael Trejo.

CONCHITA

Por la noche fuimos al Hospital de Emergencias. Estaban los padres de Trejo, Adelaida y

Rafael. Yo conocía a Trejo de actos en la Universidad, de mítines callejeros. En la sala estaba Pablo, vendado, sentado en su cama. En la otra estaba Isidro Figueroa, con una herida en el

hombro.

Pablo, muerto de risa, me preguntaba: ¿Corriste mucho, corriste mucho esta mañana? Le dije,

le conté que había estado por la manifestación, que había tenido que correr un poco y que al final me habían metido en una máquina y llevado para el bufete. Y le conté que después había

estado la policía por allá, preguntando que si Pablo, que si quién más había ido a la tángana.

Que si vamos a acabar con toda esa gente, decía la policía.

PABLO

A la mañana siguiente el gran silencio del hospital me reveló la verdad y solo pregunté: «¿A qué hora murió?»

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FALLECIÓ ANOCHE EL ESTUDIANTE

R. TREJO

(El Mundo, 2 de octubre de 1930)

FUE UN ACTO CONMOVEDOR

Y DE EXPRESIÓN POPULAR

LOS FUNERALES DE RAFAEL TREJO

Al sepelio concurrieron 6.000 almas

(El Mundo, 3 de octubre de 1930)

ROA

Tras el cadáver de Rafael Trejo se movilizaría después el pueblo entero hasta derrocar el machadato y presentarle batalla a la reacción y el imperialismo en memorables acciones. La

jornada revolucionaria del 30 de septiembre es ya una fecha insigne en la madrugada

estremecida de nuestra liberación nacional y social. Y marca también el bautismo de fuego de nuestra generación. Hizo historia y es ya historia. En el recuento de mi vida estudiantil, ninguna

remembranza reviste para mí la honda significación que esta, engrandecida y depurada por los

años. Es, sin duda, la página más bella de mi juventud.

¡ARRIBA MUCHACHOS!

Por Pablo de la Torriente Brau

¡Arriba muchachos, que la dignidad de Cuba es hoy menor de edad!... ¡Arriba

muchachos, con la vergüenza viva y sin miedo, que una herida hoy es un honor y

una prisión un mérito!

¡Arriba muchachos! ¡Que se llenen las filas!... ¡Que atruenen las calles los gritos

coléricos y poderosos de multitudes de jóvenes, pidiendo venganza para los caídos y

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libertad para los vivos!... ¡Que se aprieten las filas, muchachos! ¡Que se aprieten de

tal manera que podamos ahogar a los cobardes, a los canallas, a los bribones que

apoyan la tiranía, y entonces, dictemos la ley de limpieza del cochino establo que es

nuestro país!

PRIMERA PRISIÓN «No hay terreno malo para una semilla buena»

ROA

El carácter policíaco y el torvo contenido de la regeneración degenerada —simulación,

guataquería, despotismo, despilfarro, latrocinio, discriminación racial, entreguismo a los

monopolios extranjeros— habían provocado la abierta repulsa del pueblo cubano, de eso no

cabía duda.

Era evidente que no había ya posibilidad alguna de avenencia ni de solución pacífica. La

situación de violencia engendrada por el machadato solo podría superarse por la violencia

revolucionaria.

El 30 de septiembre fue un ejemplo de ello. Fue aquella, sin duda, una acción típicamente

revolucionaria y significó el comienzo de la batalla sin cuartel del pueblo cubano contra el

machadato, hasta derribarlo.

El combate continuó. Cuando Pablo se recobró de su lesión volvió a la pelea, volvió a la calle,

volvió a la lucha, trípode que nunca jamás abandonaría, hasta su muerte.

PABLO

Ya todos nosotros estábamos acostumbrados a vivir fuera de nuestras casas y a leer en los

periódicos, sin ninguna preocupación, que se nos había mandado a detener. Cada uno tenía su

«cueva» —cuando no eran varias— y la mía, siguiendo los consejos de Edgar Allan Poe, la

escogí al lado de una jaula de león. Para que no se preocupe el lector: me pareció prudente irme

a vivir bien cerca de Alfonso L. Fors, el jefe de la Policía Judicial.

GUILLOT

Conocí a Pablo a finales de noviembre o principios de diciembre del año 30. Él estaba

prácticamente clandestino: el encuentro fue en una casa —no sé si la de Tallet— y Pablo estaba

repuesto del toletazo de septiembre.

Yo estaba recién llegado del exilio. Pertenecía al grupo de estudiantes expulsados de la

Universidad en los años 27 y 28, y después del asesinato de Mella, en México, en enero del año

siguiente, ya no pudimos continuar en Cuba, por la persecución. Algunos se fueron a Francia, a continuar sus estudios a Francia. Y otro grupo —que es mi caso— se fue a trabajar a Nueva

York, donde constituimos una delegación de la Asociación de Nuevos Emigrados

Revolucionarios Cubanos, la ANERC, que Mella había fundado. Vinculado a Pablo, a Roa, a los compañeros del Directorio, fui citado a una reunión, el 3 de enero de 1931, en esta casa.

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PABLO

El compañero que escogió la casa del periodista Rafael Suárez Solís merece que lo detengan 105 días. Situada a la entrada del Vedado, con una bodega y restaurante al frente, un parque,

una botica al lado, línea doble de tranvías, y al paso de todas las guaguas de Marianao y los

repartos, el lugar, en aquellos días de vigilancia y de sospechas, era estupendo para una ratonera.

GUILLOT

Yo recuerdo que fui uno de los últimos en llegar. La reunión que íbamos a sostener era de gran

importancia para nosotros, porque allí discutiríamos la línea política del Directorio Estudiantil

Universitario: decidir si el problema era Machado o era algo más que Machado. Cuando entré, ya Pablo de la Torriente Brau estaba allí, pasando un documento a máquina, junto con Ramiro

Valdés Daussá.

PABLO

Yo me asomé por una de las persianas de la sala, y vi entrar al jardín a un señor de cara de

comerciante que le va mal en los negocios. Hasta bigotes tenía el buen hombre. Y convencido

de que todo era miedo puro, me senté de nuevo a la máquina y Ramiro siguió dictándome el

manifiesto. Pero de pronto: ¡Rapatra — papatrá!

GUILLOT

Estábamos reunidos en el comedor cuando, de pronto, la policía penetró violentamente. Habían

rodeado la casa. ¡Arriba las manos!, gritan, ¡Arriba las manos!

PABLO

Ramiro y yo oímos el ruido violento de una puerta que se rompe de pronto, a patadas o con una

tranca, y voces altas y airadas, llenas también de palabras groseras y sucias. Al momento, en la confusión, pensé que los muchachos se escapaban rompiendo algo, pero al asomarnos al

corredor, desde el fondo, unas caras pálidas, como si fueran ellas las asaltadas, nos apuntaron

los revólveres. Ninguno de nosotros llevaba un arma y cuando se convenció bien de ello el que

hacía de jefe, un hombre un poco mulato, vestido de gris, con sombrero de castor, abrió la

puerta de la calle y allí estaba el individuo con cara de comerciante fracasado, con el revólver en

la mano, custodiando la puerta.

GUILLOT

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Un carro jaula de la policía llegó y nos fueron metiendo uno a uno. Éramos alrededor de veinte

compañeros. Solo se salvó uno, el delegado de Medicina, Rubio Padilla, que medía como 7 pies

de estatura y así y todo se metió en un escaparate de la casa: eso lo supimos después. En ese

momento, la cosa fue caminar y meterse en las jaulas.

PABLO

Llegaron las jaulas llenas de policías, el público se fue amontonando en los alrededores, y por

fin llegó el teniente Calvo.

GUILLOT

Calvo era el jefe de los expertos, la policía especial de Machado, y andaba siempre de civil. Era un tipo de mediana estatura y era el prototipo del burgués: para mí era el burgués ese que sale en

las caricaturas. Y efectivamente era calvo. Nosotros, entonces, le dimos la bienvenida.

PABLO

Le hicimos una estruendosa ovación que terminó en el famoso cheer universitario:

Riqui ti cás, cas, cas

Riqui ti cás, cas, cas

Calvo, Calvo

Zas, zas, za…

CUATRO DAMITAS ESTUDIANTES DURMIERON ANOCHE EN EL

VIVAC; 22 UNIVERSITARIOS DETENIDOS

Interrumpe la policía una fiesta

(El Mundo, 4 de enero de 1931)

PABLO

Apenas entramos en las jaulas, Guillot comenzó una serie de gritos tan tremendos, coreados por todos, que le valieron entre nosotros, para siempre, el título de «hombre-grito». Nos condujeron

al Castillo del Príncipe, en donde a gritos terribles, por primera vez oídos allí, apuntalamos las

bóvedas aplastantes y los paredones grises y espesos. Al llegar al puente del Castillo, uno de

nosotros dijo que aquel era el verdadero Capitolio de la dignidad humana. Allí fue donde un individuo corpulento se le acercó a «Guillotina» para decirle que no gritara

más.

ROA

No griten, no griten, vociferaba suplicante un mayor a Manolo Guillot, el «hombre-grito», como

le habíamos apodado. No griten, que ustedes son unos muchachos decentes.

PABLO

A lo que aquel contestó en su tono selvático que no éramos decentes ni nada de eso, sino simplemente unos luchadores.

ROA

Oiga, usted está equivocado —dícele Guillot—, nosotros no somos eso ni nada que se le

parezca: somos luchadores, somos revolucionarios: eso es lo que somos.

Por primera vez las húmedas, pesadas y sombrías bóvedas del Castillo del Príncipe serían

testigos de la presencia de hombres libres dentro de sus muros.

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Las crónicas de aquellas bregas las proyectó Pablo de la Torriente Brau en vivaz, bullente,

gracioso y fuerte diorama que publicó con el título de «105 días preso».

PABLO

La misma tarde que fuimos detenidos, ya entrando la noche, llegó preso a la cárcel Rafael

Suárez Solís, el conocido periodista y escritor, propagandista incansable de las ideas

republicanas en lo referente al problema español, por el delito de haber prestado su casa para

una reunión de estudiantes. Rafael tuvo la suerte de presenciar uno de los episodios más

dramáticos de nuestra prisión.

GUILLOT

A poco de llegar a la galera, llegó la orden de nuestra libertad: a dos compañeros y a mí se decía

que nos ponían en libertad. Al resto de los compañeros le llamó la atención esto y les

preocupaba nuestra situación.

El supervisor del penal insistió en nuestra salida y entonces llegó a confesar que íbamos

trasladados, que nos dejaran salir porque nosotros íbamos trasladados. En definitiva, nosotros

mismos decidimos acatar la orden aquella y salir. De ahí nos llevaron para La Cabaña.

ROA

El asunto era que aquellos tres compañeros eran, precisamente, los que habían marcado el rostro

del palafrenero machadista Viriato Gutiérrez, a cuerazos, en Nueva York, el año anterior. Era

lógico pues, que temiéramos por sus vidas. Había que hacer algo.

PABLO

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Todos los muchachos del grupo y muchos de los otros presos políticos y estudiantes que ya

estaban presos a nuestra llegada, comenzaron un escándalo formidable en el que los gritos eran

más bien alaridos de los que surgía, como un puñal, en lo alto, la palabra «¡Asesinos!»

Los muchachos empezaron a romper un banco para armarse de palos y repeler cualquier

agresión. Raúl Roa, que acababa de ver en New York las rudas escenas de la película Big

House, cuando un penal entero se rebela, propuso que saliéramos armados de palos a promover

un disturbio en el patio de la cárcel, y si era posible, rescatar a los compañeros. Un recuento

mental nos hizo desistir. La realidad era que no abundaban los muchachos fuertes capaces de

resistir una tángana en forma.

Entonces otro compañero propuso algo tan grave como el que se declarara la huelga de

hambre...

ROA

Ese compañero era, precisamente, Pablo de la Torriente Brau. La propuesta fue aceptada

finalmente y nos declaramos en huelga de hambre. Las primeras 24 horas transcurrieron sin

contratiempo alguno.

PABLO

El día siguiente amaneció lleno de bostezos homéricos. Pero ya las pupilas de Jesús Menocal

estaban dilatándose. Raúl Roa se levantó y parecía, con su gran melena alborotada, una corbeta

dando bandazos en alta mar.

ROA

Pero al día siguiente el compañero Jesús Menocal comenzó a ponerse repentinamente mal, y

sufrió un síncope.

Dos médicos que compartían nuestra suerte, Juan Manuel Rodríguez de la Cruz y Pintado,

informaron que era urgente el traslado de Menocal para la enfermería. Intentaron administrarle

una pócima, que se resistió a tomar. Se resistió también a ser trasladado. Pero Pablo se zampó la

mitad de la pócima, no obstante lo amarga que era, y así logró convencer a este de que tomara la

medicina y fuese trasladado a la enfermería. El síncope de Menocal suscitó una calambrina en

algunos de los huelguistas y se decidió efectuar una asamblea para decidir nuestra conducta

futura.

PABLO

El mismo compañero que propuso la huelga se encargó de defenderla con el calor y la

vehemencia que el momento exigía. Fueron unas palabras breves las que dijo y yo guardo copia

de las mismas. Por ellas hizo ver que no se podía alegar festinación sobre una resolución tan

seria como la de declarar una huelga de hambre, que el ridículo en que se caería al romperla al

primer contratiempo iba a traer como resultado la pérdida de toda fuerza moral y que, el

considerar tal resolución, tomada dentro de la cárcel, sin ningún medio ofensivo de qué

disponer, como una conducta carente de varonía, era falso.

ROA

Algunos —solo algunos— permanecimos firmes como granitos, hasta que fuimos notificados,

por la madre de Vicente Lago Pereda, que le había sido permitido ver a los tres compañeros que

habían sido trasladados.

PABLO

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...y por sobre todos, Raúl Roa, enfermo desde la mañana antes de iniciarse la huelga, convertido

en una línea horizontal rodeada de pellejo y llena de un pelo tumultuoso en la cabeza, que

demostró tener el espíritu más firme que pudiera imaginarse. Raúl Roa es un hombre.

ROA

Cuando uno piensa que en tan pocos días se produzcan tantos quebrantos morales y físicos en

una huelga de hambre de estudiantes revolucionarios, se percata uno de la excepcional calidad

que hay que poseer para mantenerla 19 días continuados como Julio Antonio Mella.

Precisamente, la sangre de Mella fue la voz de la conciencia de los vacilantes y de los que

comieron a hurtadillas.

El episodio terminó cuando los compañeros fueron reintegrados de nuevo a la galera 11, la

bien llamada «Leonera».

PABLO

Las galeras 11 y 12, llamadas «La Leonera», son las más vastas de la cárcel. Son enormes,

como naves de catedral, y quedan una enfrente de otra, separadas por una doble y tremenda reja

que llega hasta el techo, y que limita un pasadizo central, por donde, en las noches, camina con

lentitud de centinela, el «Sargento de Imaginaria».

ISIDRO

Aquí, en la galera 11, me encontré nuevamente con Pablo, después de nuestra estancia en el

Hospital de Emergencias.

Cuando se excluyó de fianza a los participantes y detenidos en la causa por los sucesos del 30

de septiembre, yo estaba en ese grupo, y un día, con tan mala suerte, me detienen en un ómnibus

de la ruta 15. Y voy a dar al Príncipe.

Encontré a Pablo como era él: con un optimismo, a pesar de estar detrás de las rejas, un

extraordinario optimismo, una gran disposición, y una alegría porque nos viéramos otra vez.

Llegué y él y otros compañeros comenzaron a buscarnos un lugar donde poner nuestro

camastro.

La galera era como una especie de túnel, como de 40 metros de largo. Claro que la galera no

era como actualmente está: era una sola pieza, no existía esta división que es posterior. Pero

existía otra división: los que procedíamos del movimiento obrero, los que éramos del Partido

Comunista de entonces, los que eran estudiantes y que formaron el Ala Izquierda Estudiantil; y,

por otro lado, los políticos tradicionales que también se oponían a Machado, pero seguían

siendo gente de derecha.

Pablo coincidía con nosotros en las discusiones que allí había, algunas de ellas bastantes

acaloradas. Pero no dejaba de mantener relaciones con los mejores elementos de la otra parte:

con Chacho Hidalgo, por ejemplo, con gente así. Eso era por el carácter mismo de Pablo:

carácter jovial, aglutinador, atractivo en su forma y en sus expresiones.

Todo eso sirvió para frustrar un plan organizado por los mandantes del penal. Los mandantes

eran los mayores, los sargentos, que eran presos privilegiados, muchos de ellos asesinos que

estaban cumpliendo largas condenas, que se prestaban a todas las desvergüenzas y todos los

crímenes ordenados por el teniente Díaz Galup.

El plan de ellos era este. A las seis de la tarde se arriaba la bandera cubana y, por costumbre, nosotros no participábamos en eso: por un lado porque era parte de la disciplina y por otro

porque había la opinión de que esa bandera cobijaba los asesinatos que se cometían allí. A esa

hora se iban a aparecer todos los mandantes allí. Nosotros, jugando ajedrez, damas, descifrando crucigramas o leyendo, y a la hora que tocaran atención para arriar la bandera, entrarían con

cabillas, con black jacks para agredirnos.

Pablo nos alertó y nos dijo hasta la fecha: dos días después. Cuando llegó el día, a las seis de la tarde, llegaron los mandantes, tocaron atención, arriaron la bandera, y nos encontraron a todos

en la fila. Sabíamos, además, que teníamos del lado nuestro a Pablo. Y estábamos preparados.

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PABLO

Al otro día se supo que éramos insoportables y que nos tenían que aislar. Nos trasladamos

para la galera 18, en donde a los dos días celebramos una parte del homenaje que acordamos

rendir a Julio Antonio Mella en el tercer aniversario de su asesinato.

ROA

En las palabras preliminares que me tocó pronunciar esa noche subrayé especialmente que el

mejor homenaje que podíamos rendirle a Julio Antonio Mella era arremeter, rifle en mano,

contra los bastiones de la dictadura, y en la boca crispada un grito auténticamente joven, precisamente el grito de Mella: «¡Abajo el imperialismo yanqui y sus lacayos nacionales!» Un

estudiante a quien apodábamos «Aspirina» recitó un soneto de su propia cosecha, patizambo en

los dos últimos tercetos, que fue muy aplaudido, y luego otros estudiantes pronunciaron ardientes discursos en los cuales se evocaron la hazañosa vida de Mella y las ideas

fundamentales revolucionarias que mantenía. Un clamoreo de mar embravecida subsiguió a esos

discursos y después un silencio absoluto, tenso, sofocante. Supimos después que esa misma

mañana, Gabriel Barceló, pistola en mano, había evocado al egregio combatiente revolucionario en un relampagueante acto de calle que se había efectuado en la plaza de San Juan de Dios.

GUILLOT

Organizamos el acto a Mella y cada vez que había oportunidad preparábamos algo de eso, con

la idea de divulgar la ideología política de izquierda. Hacíamos una labor de proselitismo

revolucionario allí en la cárcel, explicando, discutiendo. Y discutiendo duro.

ROA

La discusión que íbamos a sostener en casa de Suárez Solís se trasladó, naturalmente, al

Príncipe. Se habían hecho claras y evidentes ya, en el propio fragor de la lucha, las

discrepancias políticas e ideológicas existentes entre los estudiantes de izquierda y los que

formaban el núcleo rector del Directorio. Nos escindimos: se creó el Ala Izquierda Estudiantil. Nuestra línea política no admitía

vacilaciones ni compromisos: iba en busca de la absoluta liberación económica y política de

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Cuba de la garra extranjera y de la tiranía nativa. Y a los que para disuadirnos o combatirnos,

nos alegaban que el objetivo era remoto, que faltaba madurez política en el pueblo para

plantearse el empeño, o que la aspiración era vana, porque Cuba no saldría jamás, por razones de fatalidad geográfica e histórica, de la órbita de hierro del imperialismo yanqui, les

respondíamos con esta advertencia de José Martí: «Ustedes ven solo la atmósfera; nosotros

vemos el subsuelo.»

GUILLOT

Se discutía sobre todo en unas conferencias que se daban allí mismo en la cárcel, sobre temas

políticos y filosóficos y culturales. Así surgió lo que Pablo llama la Real Academia del Príncipe.

PABLO

Se dio el nombre de Real Academia del Príncipe, por el hecho de constituirse bajo un gobierno

de índole monárquica, y en los Estatutos, que uno de estos días debe aprobar el Ilustrísimo

Señor Gobernador de la Provincia, se estableció que pertenecían a la Corporación todos los

individuos «domiciliados» en la galera 18, considerándose como Miembros de Honor todos los

demás compañeros presos en otras compañías. También, en capítulo especial, se estableció que

el presidente de la República, el señor Arzobispo, el Tribunal Supremo y el Congreso, no

podían ser nombrados, según costumbre, Presidente de Honor, por razones evidentes.

Me cupo a mí, por mi cargo de Secretario Perpetuo de la misma, el honor de inaugurar los

actos públicos de la Academia, desarrollando, ante el «selecto auditorio que me escuchaba», el

siguiente tema: «Posición de la juventud ante el suceso político».

Señalé la verdadera posición que debía tomar nuestra juventud y, retrotrayendo la época hasta

la de la guerra de independencia, afirmé que los muchachos del Directorio, por sus vacilaciones

en afrontar el problema de Cuba desde su verdadera raíz, que no es otra que la absorción y el

aniquilamiento de que la hace víctima el imperialismo yanqui, responsable de todas las tiranías

que padece el continente, creyendo que todo se arreglaría con un gobierno de serafines, hubieran

desempeñado en aquel tiempo el papel de autonomistas, mientras que nosotros, ansiando una

liga interamericana para la lucha real y dura contra el vampirismo de Wall Street, ajenos a toda

fe de cartón en posibilidades solo realizables en la mente de algún poeta romántico «del buen

tiempo viejo», hubiéramos ido a la manigua a desempeñar el estupendo papel de mambises.

Terminé, con lenguaje apocalíptico, afirmando que el joven era una recta proyectada hacia el

porvenir; que el pasado era la tumba de los viejos de espíritu; que el presente solo era un minuto

en la marcha y que el futuro era el verdadero presente de los jóvenes.

Lo único que no hubo fue aplausos. La Academia los prohibía.

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GUILLOT

Ese rincón de la galera 18 lo dibujó Ramiro Valdés Daussá, que también dibujó el patio a donde

daba la galera, los escenarios de la Academia, de las fiestas y de las luchas. Desde aquí

gritábamos, un grupo gritaba: ¿Quién mató al chino Wong? Y otro respondía: ¡Díaz Galup! Y así creciendo esos gritos: recordando a Wong, comunista asesinado en agosto del 30, en una de

esas celdas de castigo que están ahí mismo al fondo de este patio. Para protestar por la reclusión

de unos compañeros ahí, hicimos una manifestación interna, al grito de: ¡Celdas, celdas, queremos celdas! Aquello fue tremendo.

ROA

Pablo propuso entonces que saliéramos armados con patas de cabra al patio y nos liáramos con

los mayores, al grito de ¡Celdas, queremos celdas! Entonces él le dijo a la gente antes de

empezar la cosa ahí: Yo tengo siempre un minuto de miedo espantoso antes de meterme en una cosa como esta. Yo no soy héroe ni la cabeza de un guanajo. Soy un hombre. Y precisamente

porque estoy dispuesto a morir por la causa que defendemos, tengo miedo un minuto por lo

menos antes de entrar en una cosa en que la vida mía peligre.

Así de humano era Pablo. Así de valiente.

PABLO

Aunque yo pertenezco a numerosas corporaciones científicas y académicas, como sabe todo el

que haya leído el prólogo de Batey, no tengo a mano la suficiente cantidad de legajos ni de

documentos antiguos que me serían necesarios para redactar un «sesudo informe» sobre las

Fiestas del Chiviricuán.

ROA

Pablo fue designado, por unanimidad, Secretario Perpetuo de las Fiestas del Chiviricuán.

Según el propio Pablo, estas fiestas tuvieron una gestación sumamente laboriosa y sus

antecedentes inmediatos hay que buscarlos en las tánganas estudiantiles. Pero la idea de

organizarlas en el Príncipe fue del gordo Armando Feito. Y su conductor máximo fue «Cuchifeo» Escalona, que las dividió, atendiendo a su trascendencia e importancia, en tres

categorías aristotélicas: Fiestas del Chiviricuancito, Fiestas del Chiviricuán y Magnum Fiestum

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Chiviricuanum, estas últimas dedicadas únicamente a las sesiones solemnes de alegría, de

complacencia, de jarana. Pero solemnes.

PABLO

Una noche, por ejemplo, a los «chiviricuaneros» se les ocurrió empezar a darles papeles a los

muchachos, y pasamos el gran rato haciendo suposiciones de cómo íbamos a lucir. Y de veras

que, entre todos, si nos dan dos o tres muchachas para completar los papeles, podríamos hacer

una película estupenda. Desde luego, nos hacen falta también dos o tres «villanos», auténticos,

de los que odiamos tanto, para al final, como que-remos, ahorcarlos a todos. Yo, el día menos

pensado, la escribo. O la sueño. Por lo pronto, aquel día nos conformamos con distribuir los

siguientes papeles:

Para Manuel Guillot se reservó el de «Jefe de Gang», pensando, con razón, que «Guillotina»,

con una pistola en la mano, debía ser algo serio.

A Raúl Roa tuve yo mismo el honor de designarle papel: el de «Violinista hambriento». Y hay

que reconocer que si a Raúl se le ocurre ir, con sus huesos y su melena a una esquina, a pararse

con un violín en la mano, a la hora de la salida de los cines, se le llena el sombrero de limosnas

caritativas. De esto sí que no hay duda.

Finalmente, el que quedaba por clasificar era yo, y ya estaba pensando que se me daría algún

papel dramático de esos que llegan hasta el final, cuando se acordó, por absoluta unanimidad,

que me convenía, mejor que ningún otro, el de «Estibador de los Muelles de San Francisco» o,

en el último caso, el de «Guapo de Taberna».

ROA

La vida de la cárcel —y la vida en general— está llena de momentos contradictorios, en los que

pasan anécdotas tremendas, cosas en coña al lado de cosas solemnes. Así. Las Fiestas del

Chiviricuán era algo organizado, pero constantemente pasaban cosas del carajo. La galera aquella donde estábamos era algo tremendo: parecía la sentina de un barco negrero.

Un día la gente empezó a tirarse cosas. Empezaron tirándose papeles, periódicos, libros,

cáscaras de frutas: lo que encontraban. En medio de esa batahola está Irisarri —el doctor Irisarri, preso allí también con nosotros en-tonces— leyendo un libro de Plotino en francés.

Inmerso en la cultura clásica, le empiezan a caer en la cabeza montones de papeles cagados,

porque entre los tiradores, uno no había encontrado ya otra cosa que tirar y estaba tirando

papeles de inodoro, y ¡fuá! le cayeron arriba a Irisarri. Este no dijo nada. Se acercó a la reja y dijo: Oiga, escolta, dígale al teniente Díaz Galup que tengo que hablar con él, es urgente eso. El

tipo salió y trajo a Ambrosio Díaz Galup, que era un tipo odiado por nosotros, vituperado y

odiado a la vez. ¿Qué quería?, pregunta. Nada: cagarme en el coño de su madre. Figúrate tú, el teniente aquel se quedó en una pieza. Cagarse en el coño de su madre, un hombre como Irisarri;

un hombre austero, callado, tranquilo, ¡diciendo malas palabras!

Dice Díaz Galup: ¡Va usted a las celdas inmediatamente, a pan y agua, durante diez días! Dícele Irisarri: Muchas gracias. Eso es lo que yo quería. Librarme de todos ellos.

PABLO

Sesenta y nueve días llevábamos presos, la madrugada en que Sergio se asomó a la reja y gritó:

«Vamos, muchachos, levántense, que van a ser trasladados»...

ROA

Una noche, muy fría por cierto, fuimos violentamente despertados al grito estentóreo de

«recojan y levántense que van trasladados». Sembramos el enjaulado trayectorio con alaridos y consignas y al pasar frente a la casa de Rafael Trejo des-plegamos un silencio imponente, en

homenaje al héroe caído.

PABLO

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Al pasar por frente a la Universidad, con la estatua demasiado bondadosa del Alma Mater

protegida por soldados: escándalo. Luego, enseguida, la esquina de Infanta y San Lázaro. A

menos de cien metros de allí, Felo Trejo recibió el balazo cobarde y asesino: escándalo y cólera. La cólera es el mejor recuerdo de un joven.

ISIDRO

En el carro donde yo iba, estaban Roa, Feito, Fuertes Blandino, Ramiro, no sé si Mongo Miyar.

Éramos 16 o 20 en el carro. Todos metidos ahí. Había una banquetica a lo largo del carro, pero

no era suficiente. Nos sentábamos un rato, otros de pie, otros por las ventanillas, unas

ventanillas muy pequeñitas.

Y a gritar.

Y un soldado alante. Y el chofer.

ROA

Éramos en total como 60 gentes en Batabanó, porque después ellos metiendo gente que no tenía

que ver con la tángana. Nos encontramos con el barquito que nos iba a llevar para la Isla de

Pinos.

Arribamos al Surgidero de Batabanó con la aurora. Y allí en el espigón estaba atracado el 24

de Febrero.

PABLO

Por una rampa fuimos bajando a la cubierta y ya en ella, tan amontonados que apenas cabíamos

los 67 «pasajeros», los mu-chachos quisieron estrenar la garganta sobre el mar y organizaron

una serie de cheers universitarios y los habituales y cariñosos comentarios en sol mayor

sostenido para todos los ilustres señores que tienen la bondad de gobernarnos.

ROA

Y de pronto apareció, envuelto en una capa negra, la mano en el revólver y la faz amenazante, el

comandante Luis Felipe Loys.

¡Silencio! ¡No permito escándalos en mi nave de guerra! Sor-presa. Vivísima sorpresa. Y

risitas sofrenadas, que se truecan en homéricas carcajadas cuando el buque, después de las

órdenes del comandante y de las maniobras de la tripulación, permaneció inmóvil: se había

encallado por la baja marea.

PABLO

La hélice empezó a palear el agua y el barco a estremecerse. Así estuvo un rato haciendo

ejercicio —una especie de shadow boxing—; luego soltó cabos y se dispuso, con plena

serenidad, con la majestad del Leviathán, a tomar alta mar. Se celebró entonces consejo de

familia en el puente y se llegó a la conclusión de que el peso de nosotros había encallado la nave de guerra.

ROA

Se nos ordenó entonces bajar a tierra a fin de facilitar la salida del barco, aligerar el peso.

Entonces Pablo gritó repentinamente: Señor Comandola, si usted nos permite hacer agua,

quizá podríamos contribuir a hacer desencallar su nave de guerra. ¿Acepta usted?

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LOYS

El 24 de Febrero era un barco pequeño. Se construyó en Inglaterra con característica militar: proa militar, popa militar. Pero era un barco que solamente caminaba 8 millas cuando había

buen tiempo. Tenía un radio de acción muy pequeño. Y comodidades, muy pocas. Lo tenían en

Batabanó precisamente porque no servía para otra cosa. Me correspondió a mí porque yo era capitán y tenían que darme un barco. Entonces me dieron

el barco ese. Yo no era tal comandante, yo era capitán. Pero a los que mandan los barcos les

decimos comandantes, aunque sean almirantes.

PABLO

Como a las tres de la tarde, el «Comandola», a quien después del éxito de las maniobras navales habíamos cambiado el nombre de «Almirante Nelson» por el de «Almirante Chichirichi», en

homenaje al simpático negrito, tocador de tambor en la descacharrante banda del Príncipe, para

congraciarse con todo el mundo dispuso que se sirviera un estupendo e inolvidable arroz con

pollo de mar —vulgo pargo— que le procuró la oportunidad de que le dirigieran la palabra los más bandoleros de entre todos los muchachos, que efectivamente, acabaron por armar el «relajo

padre» con él, haciéndole confesar, al final, que ni el 24 de Febrero era nave de guerra ni

muchísimo menos, ni él había hecho otra cosa que tirar un farol estupendo con su voz de bajo de iglesia.

LOYS

El primer farol lo tiraron ellos, con el escándalo que tenían armado cuando llegué, envuelto en

mi capa de marino. El otro farol fue mío: cuando les tiré por delante mi nave de guerra. Ahí me

pusieron Chichirichi.

ROA

El Almirante mandó tocar la campana del almuerzo. Fue fabuloso: el «Comandola» nos obsequiaba con un festín pantagruélico de arroz con pollo de mar. Y como postre, nos dijo

pestes de Machado, y pestes de Zayas y pestes de José Miguel Gómez y pestes de Estrada

Palma: todos eran unos corruptos y tengan ustedes mucho cuidado no sea que vayan a servir de escabel a estos bribones que lo único que les interesa es enriquecerse.

LOYS

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Después del almuerzo, la gente ya me iba conociendo y veían que no era un león. Que era un

falso león.

ISIDRO

Fuimos desembarcados por un lugar que no era el acostumbrado en los viajes normales: era una

especie de atracadero del propio penal. Nosotros creíamos que íbamos a las Circulares del Presidio Modelo. Pero, no: después de estar un tiempo esperando allí, se nos hizo marchar y

fuimos a dar a la cárcel de Gerona.

PABLO

La cárcel de Nueva Gerona no es cárcel ni es nada. Allí se es-taba bien aunque muchas veces no

tuviéramos agua para bañarnos. Había ventanas que daban a los paisajes verdes y a las montañas de mármol. Había sol duro casi todo el día en el patio y viento fresco por la noche.

ISIDRO

La cárcel queda así, a un costado del cuartel del Ejército. Incluso la pared que corría a todo lo

largo de ella era la propia pared del cuartel.

Tenía su rastrillo, y después del rastrillo, había unos grandes espacios. Nosotros llegamos ahí y nos distribuimos. La gente del Directorio cayó, entrando a la izquierda, en el segundo, y

nosotros caímos en el salón estrecho.

PABLO

Así hubo: «La Leonera», en la que estuvo reunido el más es-cogido grupo de gitanos; «El

Directorio», mitad integrada por los muchachos que lo forman, y los del «Ala Izquierda»; «El Soviet», en el que se agruparon los obreros revolucionarios, y, finalmente, «Los Aristócratas»,

la más grande y confortable de todas, a pesar de su piso de ladrillo, a la que fueron a parar los

políticos, los profesionales y otros, simplemente amigos de estos.

ISIDRO

Lo de Soviet era porque los 6 que estábamos allí —Blanco, Garza, Estrada, Prieto, Cotoño y yo— éramos comunistas, y porque leíamos literatura comunista. Por eso hicieron eso los

jodedores —invento de Pablo o de Roa—: un buen día, por la mañana, apareció un letrero

grandísimo pintado en un cartón que decía: SOVIETS DE GERONA. Y después, para rematar, llamaron a Pina, que era el jefe de la cárcel, y le dijeron que habían

instalado un Soviet allí. Y el hombre que era espiritista y todo, llegó allí azorado, en medio de

toda aquella jodedera, preguntando, diciendo: ¡Pero, qué cosa es esto, caballero! A quién se le

ocurre armar un Soviet en este lugar. Y los jodedores, escondidos, muertos de risa.

PABLO

Mientras estuvimos en el Castillo del Príncipe, día a día íbamos amontonando las cartas en las

que muchos de nosotros poníamos: Habana, 48 de febrero... etc. Pero en la Isla de Pinos, la

distancia a que quedaban nuestras familias y amigos nos obligó a contar con una unidad mayor: los domingos, en que llegaban de La Habana los protagonistas de nuestras cartas diarias. Ese día

nos dábamos un buen atracón de esperanzas y salíamos de la visita con la casi seguridad de que

aquel era el último domingo que pasábamos en la cárcel. Una vez, sin embargo, hubo rumores más exactos.

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PABLO

Debiera existir un refrán que dijera: «No hay terreno malo para una semilla buena.» Si no existe,

yo lo propongo. Y doy como prueba esta: cuando caímos presos, de entre todo el grupo nuestro solo cinco individuos estaban plenamente convencidos de la influencia nefasta y omnipotente

que el desbordado capital norteamericano ejerce sobre la política cubana. Estos individuos eran

los componentes del Ala Izquierda Estudiantil. Luego cayeron presos algunos grupos de obreros, que, lógicamente, por pertenecer a la clase explotada, son los que más directamente

sufren la ruda presión de los intereses imperialistas.

El resto, muchachos animosos, honrados y valientes; políticos, casi siempre buenos como

personas, pero fatalmente malos como poseedores de ideologías caducas; individuos creyentes en que si ponemos de presidente a San Francisco de Asís, los dueños de ingenios van a dejar de

pagar cincuenta o cuarenta centavos a los infelices macheteros, por estar todo el día bajo el sol,

en el corte de caña. Pero nosotros dimos conferencias, leímos en voz alta a José Carlos Mariátegui, a Julio

Antonio Mella, a Rubén Martínez Villena, a José Martí; demostramos el papel de interventor de

los embajadores norteamericanos en Cuba, y cuando aquella mañana la voz de «Fulano, fulano y fulano, ¡en libertad!» vibró entre los barrotes de la galera, los muchachos, todos, sin

excepción, dieron el grito de guerra, verdadera bandera de la juventud luchadora de Cuba:

«¡Abajo el imperialismo yanqui y sus lacayos nacionales!»

Declaraciones de los Miembros Presos

del Ala Izquierda

Los componentes del A.I.E. salimos de la cárcel con la misma energía y clara actitud

con que entramos. Nuestra línea política no admite vacilaciones: contra el

imperialismo yanqui y sus instrumentos nacionales. Repudiamos, denunciamos y

combatimos incansablemente pactos y componendas, soluciones cubanas y

extranjeras. Estamos, pues, al margen y contra las facciones que se disputan o

quieren conservar el poder, en nombre de principios y consignas superados, en

evidente bancarrota universal. Nuestra posición y nuestro ideario son francamente de

izquierda en justa consonancia con la realidad histórica y con nuestra propia

juventud, plenamente sentida y vivida.

PABLO

Los muchachos ya están en la calle, libres, dentro de todo un pueblo preso.

Porque el pueblo está preso.

LOS MUCHACHOS EN LA CALLE «Tiene la palabra el camarada Máuser»

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TALLET

El día que salió Pablo de presidio, de los 105 días preso, llegó a mi casa con un diente roto.

Había pasado por una calle y había visto a unos zangaletones abusando con un chiquito, y él

se metió a defenderlo. Salieron huyendo, empezaron a tirar piedras. Y una piedra le dio aquí, en

la boca.

HERMANA

Eso fue en La Habana: él estaba atravesando lo que es hoy el mausoleo de los estudiantes —

entonces tierra y piedra nada más— y vio que le estaban pegando a un niño de diez o doce años.

Pablo interviene en el problema, empieza a darle de trompadas al hombre, pero otros

muchachos que había allí le caen a pedrada limpia. Y así llegó a la casa después. Y le dijo a mamá: Vengo a verla, porque como estuve preso,

para que no crea que esto fue en presidio. Y le hizo el cuento. Y mamá le dijo: Don Quijote. Tú

te vas a morir siendo Don Quijote.

TALLET

Por esos días Pablo llevaba una boina, porque se había pelado a rape en presidio, y parece que el sombrero no le gustaba: yo por lo menos, no me acuerdo de haberlo visto nunca con sombrero.

Me parece verlo con la camisa abierta, sin corbata, así. Y estarle oyendo la voz de bajo,

profunda, que tenía. Era un hombre enemigo de la hipocresía, de los rencores. Y era un amigo leal a toda prueba. Yo lo había conocido un poco antes del 30 de septiembre, en una reunión de

la Comisión para el homenaje a Enrique José Varona. Posiblemente fue en el bufete de

Marinello. No recuerdo quién nos presentó. Sé que no fue Rubén —que era muy amigo mío, y

mi cuñado, además— porque Rubén ya no estaba en Cuba cuando eso: estaba exiliado, curándose, en la Unión Soviética.

Y a mí de las cosas que más me impresionaron siempre de Pablo fue precisamente esta: que

no era hombre de reservas, de dobleces. Yo creo que no tenía nada oculto. Cuando era ami-go de uno, era amigo plenamente.

HERMANA

Pablo tuvo grandes amigos y grandes amistades. En lo personal, en sus trabajos, y en la lucha.

Primero Rubén, con quien él mismo se disculpa en el prólogo de Batey, por no dedicarle

ninguno de sus cuentos, siendo su gran amigo. Y después Roa, de quien dice en una carta suya a mamá, desde el presidio: «Raúl Roa, mi mejor amigo.»

ROA

Cuando recobramos la libertad, los estudiantes antimperialistas nos consagramos a fortalecer el

Ala Izquierda, que se había constituido al producirse la escisión con el Directorio durante

nuestra estancia en el Príncipe. Ni qué decir tengo que nos consagramos a la vida clandestina. Numerosas ocurrencias

pudieran contarse de aquella época que fue excepcionalmente rica en peripecias. Pero voy a

referirme solamente a una de las que fueran protagonistas Pablo y este prójimo. Un día veníamos en la alta noche por la calle Teniente Rey con un cartucho de dinamita cada

uno. Mejor dicho: un cartucho Pablo y un cartuchito yo.

Cuando cruzamos frente a la droguería Sarrá, cuyos obreros estaban en huelga, no advertimos

que un grupo numeroso de soldados la custodiaba. Y uno de ellos nos dio el alto. Pablo: ¡Al despetronque! Nos dimos a una carrera desenfrenada calle arriba: yo, con mi

cartuchito, y Pablo con su cartuchón. Pero yo veía, sentía, percibía, que el soldado se me

encimaba más y más y más cada vez. De pronto, Pablo volvió grupas. Me quitó el cartuchito, me cargó como si yo fuera un palillo de dientes, y aceleró la velocidad, hasta que el soldado se

perdió en la distancia, mientras disparaba tiros al aire, inútilmente.

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TALLET

Cuando ellos se sintieron muy perseguidos tuvieron que bus-car lugares donde esconderse. Mi

casa fue uno de ellos, mi casa de entonces, en Campanario 53, entre Concordia y Virtudes. Allá

fueron Roa, Pablo y su mujer. El enlace de ellos con los estudiantes que todavía estaban en

libertad era José Soler Lezama, quien debía llevar a la imprenta los originales de Línea, el órgano del Ala Izquierda.

ROA

Una vez aprehendidos los responsables de Línea, Pablo y yo, por cuenta propia, o sea, por la

libreta, botamos casi todo el material ya parado, reescribimos el periódico y le pusimos como

divisa en la primera página el título de mi artículo, que yo había extraído de un poema de Maiacovski:

Estamos no solo viviendo el resquebrajamiento objetivo del régimen colonial.

Estamos en presencia también de una revuelta de masas contra el imperialismo

yanqui y su verdugo Machado. Ampliarla, darle un contenido agrario y

antimperialista, transformarla en revolución democrática bajo la dirección del

proletariado en alianza con los campesinos y la pequeña burguesía radical, es

obligación previa e ineludible de las organizaciones que luchan genuinamente por la

liberación nacional y social de Cuba. Por eso, ya sobra la palabra y la pluma. La

conciencia popular está madura para el vuelco redentor. Ahora se hace urgente

predicar a balazos. La consigna es única y definitiva: ¡Tiene la palabra el camarada

Máuser!

TALLET

Un solo número prepararon allí en casa. Un sábado terminaron la tarea esa, y Soler fue y se

llevó los papeles para la imprenta. Al día siguiente, por la mañana, a las seis, tocan a la puerta, sale una de las dos criadas que teníamos, una gallega —que después estuvimos sospechando de

ella mucho tiempo—, y nos dijo: Ahí lo busca un señor. Tiene aspecto de cobrador.

¿Cobrador, caramba? ¿Un cobrador el domingo a las seis de la mañana? Salí, y me encuentro que era un experto de la policía llamado Hinastrilla. Sacó la chapa, me dijo quién era y que

venían a registrar la casa porque tenía noticias de que había armas.

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ROA

Fuimos despertados, cuando todavía la madrugada se estiraba sobre nuestros sueños, por el

teniente Calvo y varios expertos.

TALLET

Miré para la azotea y vi que había varios policías en ella. Digo: Bueno, ustedes pueden registrar.

Yo lo que tengo es un revólver que uso para la defensa de la casa. Fuera de eso no van a encontrar más armas.

Entonces Raúl, que dormía en un despacho que yo tenía, al sentir el barullo, se sentó en el

sofá y Montero el experto —«Guanajo», que le decían— miró para adentro y preguntó: ¿y ese

joven quién es?

ROA

Tallet quiso inventar argumentos que no operaron.

TALLET

Digo: No, es un primo mío, llamado Luis, que vino del campo a pasarse unos días aquí. Y dice

el experto: Ah, sí, un primo que se llama Raúl Roa.

ROA

Calvo dijo: Levántense, levántense que van presos los dos: uno es Roa y otro es Pablo.

TALLET

Calvo se puso a darles una conferencia allí, y unos consejos. Parece mentira que ustedes le

hagan la guerra al General que es tan bueno. Pablo y Roa le decían cosas, se burlaban de él.

ROA

Entonces, cuando estábamos a punto de salir de la casa de Tallet, Pablo se dirigió a Calvo y le

dijo: Teniente, por favor, deme 5 minutos para concluir un artículo que estoy haciendo para

Bohemia. Y volviéndose para Tallet, le dijo: Pepe, ocúpate de cobrarme los 10 chuchos que me

deben.

ACUSACIONES DE 2 LÍDERES ESTUDIANTILES

Dos líderes estudiantiles hacen

graves acusaciones contra Menocal

y Mendieta

Al ser detenidos por el teniente Miguel

Calvo Herrera, Jefe de los Expertos,

hacen declaraciones comprometedoras contra los jefes del nacionalismo.

Fueron enviados a La Cabaña.

(El Heraldo de Cuba, 13 de julio de 1931)

ROA

Cuando íbamos camino hacia La Cabaña, Calvo nos espetó: No, no sigan acusando de delatora a

la cocinera de Tallet. No fue ella: fue uno de ustedes, uno de sus amiguitos. Nosotros,

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naturalmente, pensamos que se trataba de una estratagema de Calvo con el objeto de

confundirnos y sembrar cizaña entre nosotros.

Pablo TORRIENTE BRAU, joven y notable escritor, y Raúl ROA GARCÍA, ambos

pertenecientes al «Ala Izquierda Estudiantil», al ser internados en La Cabaña han

declarado públicamente que combaten con tanta energía a la situación imperante

como a las facciones de oposición política, exclusivos aspirantes al hueso

presupuestal; y que a partir del 30 de septiembre, estas facciones son responsables

ante el pueblo cubano, de sostener con su incapacidad y ausencia de coraje, un

estado de cosas que lo va hundiendo cada vez más en la miseria y el hambre y que

no tiene otra solución que la tan reiteradamente anunciada por ellos en manifiestos,

declaraciones y discursos. Que el cacareado cambio de régimen no consiste en un

mero desplazamiento de apellidos falsamente insignes, por otros de la propia calaña;

sino por una modificación sustantiva de nuestra estructura histórico-colonial

determinante de nuestras miserias y males; a cuyo logro deben de enderezarse los

esfuerzos mejores de nuestra juventud.

SEGUNDA PRISIÓN «Mi imaginación siempre padecerá la enfermedad del Presidio»

ROA

De La Cabaña fuimos a dar con nuestros huesos al Castillo del Príncipe. Por segunda vez en

aquel año de 1931. Y esta vez, además, como prólogo sencillamente a una aventura mayor, a

una cárcel mayor.

CÁRCEL DE LA HABANA

Jefatura

PABLO DE LA TORRIENTE BRAU

Hijo de Félix y de Graciela

Natural de la Habana1

Prov. de la Habana

Vecino de Consulado 38-Habana

Estado: casado

Profesión: estudiante

Edad: 27 años

Con fecha 11 de Agosto de este año ingresó en este Penal procedente de

la Fortaleza de la Cabaña, y se encuentra actualmente a la disposición del

Tte. Coronel José M. Iglesias, M.M.

En los Archivos de esta Cárcel no consta que se encuentre sujeto a

ningún otro procedimiento judicial.

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Habana, Septiembre 16 de 1931

(firma ininteligible)

1 Error al asentar los datos de Pablo en el registro de la prisión.

BARTOLO

Coincidí con Pablo, primero en el Príncipe, después en el Presidio Modelo. Yo fui detenido

después que Pablo. Ya mi hermano Gabriel estaba detenido allí con él. Estuvimos en «La

Leonera»: una galera circular donde nos pasamos sin salir una infinidad de tiempo, hasta que un

día el cabo de llave, que era loco, y al que le decíamos el «Profesor Carrasco», nos abrió la

puerta y nos llevó a las duchas, que estaban en el techo de la cárcel.

Así que el resto del tiempo: hablando, estudiando, lo que se le ocurriera a uno.

MARTÍN

Estábamos en una manifestación de protesta en la calle, cuando llega la policía, se forma el

corre corre. Y caigo preso. Yo estudiaba en el Instituto y tenía catorce años.

Nos llevaron al pequeño grupo de estudiantes detenidos al Castillo del Príncipe.

Allí, en la galera al primero que veo es al guard Torriente. El guard Torriente, aquella figura

legendaria del fútbol en el Atlético de Cuba, que nos pasaba gratis a ver los juegos cuando no

teníamos dinero para pagar, que era más o menos siempre. El guard Torriente allí, en la galera:

entonces encontramos la relación entre este formidable revolucionario y aquel futbolista, héroe

de nuestra niñez.

Cuando tú tienes catorce años y ves un tipo de treinta, eso es una diferencia tremenda. Son

edades que tienden a hacer ver las cosas con una óptica distinta, incluso más grande. Eso es lo

que ocurría también. Y después los cuentos de la tángana del 30 de septiembre, la otra cárcel en

la que habían estado es-tos compañeros.

Un día ellos dijeron: La cuestión es no perder el tiempo aquí, muchachos: vamos a dar clases.

Entonces hicieron un plan de estudios allí. Gabriel Barceló y Pablo eran los profesores. Barceló

daba Matemáticas, Historia. Pablo daba a veces Historia también.

Pablo daba, además, una asignatura que se llamaba Cívica. Pero él aclaraba que era una Cívica

de verdad, una Cívica revolucionaria. Y ahí fue donde nos enseñó esto, una cosa que a mí nunca

se me ha olvidado en la vida: él nos dijo que más vale ponerse rojo una vez que verde cien

veces. Que era preferible decir la verdad, costara lo que costara. Eso nos enseñaba. Y eso hacía

él.

PABLO

Con latas y cajones, los muchachos habían levantado una columbia endemoniada, y luego,

arrollando, habían recorrido varias veces «La Leonera» en una conga frenética que terminó en

una rumba bailada por Acosta, un negrito vendedor de periódicos que había «caído» preso esa

tarde por pregonar: «¡Tiros en la Cámara... de Chile!» Al final, como siempre, se rompió la

fiesta con los ya clásicos gritos de: «¡Muera Machado!»... «¡Muera Díaz Galup!»... Y, como

siempre también acudieron los «mayores» para pedir que terminara el escándalo; «que no

dejábamos dormir a los presos comunes que tenían que levantarse muy temprano; que había que

ser considerados; que el Teniente...». Pero tan pronto como se mentaba al «Teniente», los

muchachos empezaban a gritar: «¿Quién mató a Wong?»... Y la masa entera respondía: «¡Díaz

Galup!... ¡Muera Díaz Galup!»... Y se retiraban amenazadores los «mandantes», con unas ganas

tremendas de que les dieran permiso para entrarnos y desbaratarnos a cabillazos. Y así pasamos

aquella tarde y aquella noche, como todas, los presos políticos encerrados en el Castillo del

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Príncipe, algunos desde hacía más de dos meses ya, por nuestras actividades contra el régimen

de Machado.

Y ni el más leve rumor había llegado hasta nosotros: fue una verdadera sorpresa la que nos

dieron.

MARTÍN

Te van llamando por el nombre: Pablo de la Torriente Brau, Fulano de Tal, a la reja, con todas

las pertenencias. Así los iban llamando aquella madrugada. El grupo de estudiantes de la

Normal y el Instituto, los más chiquitos, nosotros, no nos fuimos. Nos quedamos en el Príncipe

hasta el año siguiente. Pero a ellos sí se los llevaron entonces: Fulano de Tal, a la reja...

PABLO

Como en sueños me pareció oír algunos nombres: Roberto Lago, Carrillo, Vergara... Mi

compañero de la cama contigua, Murphy, creo, acabó de despertarme violentamente:

—Oye, tú, Pablo, que te levantes que recojas, que van trasladados... Y tú también, Saumell...

¡Qué cabrones!

Y así, entre los gritos de los compañeros y los apremios de la gente del Penal fuimos haciendo

nuestros bultos y saliendo de la galera.

Cuando todos estuvimos fuera, después de haber pasado por un verdadero desfiladero de

abrazos y un remolino de gritos, la galera hizo un segundo de silencio, y, enseguida, retumbó

bajo las bóvedas el infatigable grito de entusiasmo, trasladado por los muchachos desde los

campos deportivos a los galerones de la prisión:

¡Cachín, cachán, cachumba!

¡Cachín, cachán, cachumba!

¡Shiiiiiii!

¡A los que se van!...

¡Les zumba!...

BARTOLO

Se fue aquel primer grupo de presos políticos con rumbo a Isla de Pinos, al Presidio Modelo.

Salieron en camiones, apretados. Iban 24. Los primeros 24: así se les llamó entonces. La

primera «cordillera» de presos políticos que iba rumbo al Presidio Modelo. Allí iba Pablo, iba

mi hermano Gabriel, iba Roa...

ROA

Cuando llegamos a Batabanó, dice el capitán del barco que nos esperaba: ¿Dónde está aquí el

jodón de Pablo? ¿Dónde está el jodón de Pablo? Que venga a verme. Era el mismo barco, el 24

de Febrero. Y el mismo capitán, Luis Felipe Loys.

LOYS

Torriente era un muchacho muy inteligente. Un muchacho que hablaba con usted dos palabras y

lo calaba hasta la médula. Tenía una penetración para comprender a la gente verdaderamente

asombrosa. Y siempre ocurrente, y siempre contento, y siempre luchador. Era un verdadero

corazón de hombre. Por eso lo mandé a llamar desde que llegaron.

PABLO

Esta vez, al llegar al barco, como ya había hecho un relato burlón para los periódicos sobre

nuestra primera aventura «en su nave de guerra» preguntó:

—¿Dónde está el jodón ese de Torriente?

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Y me dijo:

—Compadre, no me ponga más nombres ahora, porque ya hasta los hijos me dicen

«Comandola».

LOYS

Yo ya soy muy viejo y he visto muchas cosas en este país, les dije: Ustedes triunfarán, digo,

triunfaremos, porque estoy con ustedes. Pero las cosas seguirán igual. Ustedes serán ministros,

serán senadores, serán presidentes y harán exactamente lo mismo que Machado y que todos los

demás presidentes. Esto es un mal que no tiene arreglo.

El único arreglo que tiene esto es el comunismo. Porque debe ser muy buena una cosa que se

combate tanto, ¿tú no crees? Y yo no sabía que él era comunista, mire usted.

Dicen: ¿Y para cuándo? Digo: Ah, eso es más largo. Mira, esto será comunismo cuando mis

nietos tengan hijos. Va para largo eso. Coño, ¿y tú puedes creer que aquí se declaró el

comunismo cuando mis dos nietos tenían hijos, chico?

Así que fui profeta dos veces: en que la revolución aquella iba a ser mentira. Y en que el

comunismo llegaría por esta época. Ya tú ves.

PABLO

Y así era el «Comandola», cubano cien por ciento, conocedor irónico de la vida nacional y de

sus porquerías como ninguno de los sociólogos e historiadores que la han profundizado, y por eso nos llevábamos con él a la campana.

Luego, en el atardecer, ya divisamos las Circulares del Presidio, llenas de tres mil hombres

solos en el mundo, y la verdadera, la sombría sensación de soledad absoluta que da la Isla desde

el mar, nos invadió un momento.

SANJURJO

Detenido en La Habana, fui enviado al Presidio Modelo y desembarqué por este mismo muelle:

el muelle del Columpo. La mía era la segunda cordillera de presos políticos. Pablo había llegado antes, en la primera cordillera: los 24 primeros, como les decíamos. Conmigo, en la segunda,

venían los hermanos Bartolo y Matías Barceló.

BARTOLO

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Cuando llegamos a la Isla de Pinos, en la segunda cordillera, nos mandaron directamente al

Hospital de Dementes del Presidio. Allí nos reunimos con los de la primera cordillera. En esa

había llegado Pablo y había llegado mi hermano Gabriel. Por este mismo muelle desembarcaron.

PABLO

Sobre la playa del Columpo descansa el muelle del Penal. Por él desembarcan las Cordilleras de

presos, hombres que acaso no vuelvan a ver el mar, o que lo verán de nuevo cuando ya tengan

las pupilas fatigadas de tanto ver las mismas palmas, la misma eterna loma, trepada por los platanales...

Una arena fina y brillante, como el polvo que sube por los rayos del sol cuando se limpia en

las casas, cubre la playa del Columpo... Por fin llegó la escolta en dos camiones. Nos pasaron lista en el muelle y nos despedimos de

la gente del barco con amistosos adioses.

ROA

Vamos en cordillera marchando hacia los camiones. Junto a nosotros, un pelotón de soldados,

mandados por un oficial de torva mirada y de talante siniestro. Voy junto a Pablo de la Torriente Brau.

PABLO

Al lado mío, en la marcha, iba Raúl Roa, y me dijo:

—¿Cuántos habrá matado este? —y me señaló un sargento negro que iba casi al lado de

nosotros.

ROA

Estremecimiento. Estremecimiento en las filas nuestras. Por-que era evidentemente una frase impensada, una imprudencia, dada las circunstancias que prácticamente todavía ignorábamos,

pero que debíamos haber sospechado. Seguimos la marcha hacia los camiones. Fuimos

distribuidos de manera indiscriminada, unos encima de otros, y cuando los camiones

irrumpieron en la carretera granítica que conducía al Antro Modelo —su verdadero nombre— empezamos a contemplar un paisaje agrícola simétrico, afiligranado, bordado, meloso, casi

relamido.

PABLO

Los camiones enfilaron la carretera que conduce directamente al edificio de la administración

del Presidio, amplio, reluciente, espléndido. En arco, las casas nuevecitas de los empleados. Al fondo, dos edificios cuadrangulares y modernos y las cuatro Circulares gigantescas, rodeando

como elefantes en descanso a la quinta Circular, más chata, la del comedor.

El escenario intenta ser amable, pero no lo consigue a fuerza de frialdad.

ROA

Estábamos ya a punto de llegar al edificio de la administración y lógicamente nos dispusimos a enfrentarnos con el capitán Castells. Nos pusieron allí en fila, con nuestros bultos a los pies. Y

de pronto brotó, como un monstruo del Averno, una figura de faz amoratada, manazas enormes,

cubiertas con unos guantes de cuero de proporciones inverosímiles, cuerpo corpulento...

PABLO

...ojos de líneas vagas. Voz un poco ronca, pero clara; las piernas abiertas, como para montar a caballo y un tanto zambas; el vientre abultado y la cintura quebrada, hacia adelante. Una figura

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con personalidad evidente e impresionante. Parecía una caracterización de Wallace Berry en un

papel de villano.

ROA

Y nos echó una mirada a nosotros, que ya lo habíamos desnudado de alma con 48 miradas que

parecían reflectores.

PABLO

Enseguida dijo:

—Señores, este penal es una casa de disciplina y de orden. Aquí todo se hace de acuerdo con

un reglamento oficial acatado por todos. Esta es una casa de disciplina y reforma, y también de

trabajo. Todo aquí se realiza bajo un plan humanitario, porque a mí no me gusta hacer el mal; al contrario, más bien me gusta hacer el bien que el mal y todo el que me ayude es mi amigo... Y

el que no me ayude no es mi amigo... La disciplina que yo tengo aquí es una disciplina

necesaria y bastante rígida, pero igual para todos: es, en una palabra, una disciplina consciente. Yo espero que ustedes, que son personas educadas y de inteligencia, comprenderán todo esto y

la necesidad de que nos rijamos todos por una disciplina consciente, y que no tendremos

dificultades de ninguna clase... Había hablado con calma, acentuando algunas expresiones, sin una interrupción, en un

silencio que iba aumentando, como un crescendo orquestal...

Era demasiado; pudiera parecer hasta miedo quizás. Entonces uno de nosotros se sintió en la

necesidad de decir algo para romper el silencio y para aclarar el fondo de veladas advertencias.

ROA

El que pidió la palabra era Pablo. Y se dirigió a Castells, y de manera entreverada puso los

puntos sobre las íes: éramos revolucionarios, éramos rebeldes, protestábamos contra la

ignominia, contra la humillación, contra el vejamen. Por tanto, siempre que se nos permitiera

vivir en paz y respetándonos, viviríamos en paz y respetando.

PABLO

Con el murmullo de la multitud que sale de una catedral, salimos de aquel edificio y nos llevaron al de Selección e Ingreso, en donde nos registraron uno por uno y numeraron nuestros

paquetes para registrarlos más tarde.

Hoja de residencia del detenido: blanco, PABLO DE LA TORRIENTE BRAU

Hijo de Félix y de Graciela

Natural de Habana

Vecino de Consulado núm. 33, bajos: Habana.

Estado Casado Edad 26 años Ocupación estudiante

Causa a que se encuentra sujeto Tte. Coronel J. M. Iglesias 13/931 (7° Dist. Mil)

Vicisitudes

Sept. 16/931: Ingresa, procedente de la Cárcel de la Habana

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ROA

La posición es la misma: este era el salón. ¿Dónde moraba, dónde pernoctaba Pablo, forzado por

las circunstancias? Pablo de la Torriente dormía aquí. Aquí le hacía compañía yo, y del otro

lado, Juan Marinello. Allí teníamos los baños marmóreos donde nos dábamos duchas infinitas a toda hora, para sacudirnos el calor, el salpullido y la neurastenia. Aquí, de noche, se leía.

Marinello escribía, sobre esta mesita. Aquí compuso un libro suyo, un pequeño libro, una

verdadera joya que se llama Ensayos del entusiasmo, que habla de Nicolás Guillén, de Emilio Ballagas, de Luis Felipe Rodríguez. Ahí lo escribió: yo fui testigo de eso: de cómo le salía la

prosa a Juan Marinello, su prosa barroca, luminosa, violenta a veces, siempre elegante, a

despecho de todo. En un papel de estraza y con lápiz. Aquí, en esta disposición, en este extremo del salón vivía Guillot. Guillot vivía en este rincón:

este era el rincón de «Guillotina». O el «hombre grito», como le llamábamos nosotros.

GUILLOT

Cuando yo llegué al Presidio, ya Pablo estaba aquí. Nos trajeron a este edificio, que conserva

toda su magnitud a pesar del tiempo. Aquí estaba el hospital. En esa parte había un pabellón

para tener en él a aquellos elementos que tenían algún arrebato de locura, inclusive con sus celdas ahí.

PABLO

Cuando nosotros llegamos allí, la sala del pabellón donde nos alojaron era la correspondiente a

una sección de los presuntos dementes. (Y como «presuntos dementes» se pasaban años y años

en el Presidio, sin ser trasladados al hospital de Mazorra.) Más tarde estuvimos en la otra sección. En ambas había una serie de celdas para los «furiosos» —según nos dijeron— con una

sólida reja exterior, servicio, ducha, cama y un espacio para moverse. En realidad estaba muy

buena. Nosotros la utilizamos para guardar nuestras cosas; la fracción del Partido Comunista para sus reuniones celulares, y, al fin y al cabo, vinieron a ser cocinas donde Matías y Bartolo

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preparaban aquel infinito chocolate de Puchito Gálvez, que alcanzaba para todos, y en donde

Raúl y yo intentamos infructuosamente freír bien un par de huevos...

BARTOLO

Lo compartíamos todo, hasta lo que recibíamos de fuera. Como en el Príncipe. Teníamos una

cooperativa. La administraba un grupo. La llamábamos la Cooperativa de los Muertos de Hambre. Porque para proveerla teníamos incluso que hacer trabajos de carpintería que le

vendíamos a la gente de la derecha opositora de Machado que estaban presos allí también.

Muchas de esas cosas las hacíamos en el zoco. El zoco era el lugar donde vivíamos mi hermano Matías y yo: era un rincón adornado por Matías, que estaba medio loco, con miles de

papeles, y cosas pegadas en las paredes: una especie de Bode-guita del Medio, pero en Presidio.

ROA

En una mesa como esta comíamos nosotros, cuando éramos un grupo pequeño. Luego trajeron

otra mesa, que se puso allí, tan grande o más grande que esta. Este era el patio, el patio, el patio de la sala esta de enfermería, del hospital. Donde nosotros pasábamos casi todo el día. Aquí se

hacía la fifina.

SANJURJO

Eran trabajos en madera fina. Pablo hacía mucho de esto. Me acuerdo que el primer pulso que

empezó a hacer era para su mujer. Estuvo mucho tiempo dándole brillo. Nosotros pulíamos las piezas con ceniza de cigarro: guardábamos la ceniza de los cigarros y nos pasábamos horas

enteras frotando la madera que ya estaba terminada. Y cogía un brillo perfecto.

Después Pablo se hizo un anillo de ébano: ébano negro de ese, muy bonito. Le quedó bueno el anillo. Y lo tenía después puesto permanentemente.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Querida mamá:

Me llegó tu carta certificada, el derroche de un peso —¡Vas a parar en la miseria, te lo

vengo pronosticando!— y cuarenta centavos en sellos que vinieron muy bien. Con ellos es

que va este paquete que Teté te entregará, porque he aprovechado para mandarle algo a

ella también como es natural.

Bueno, es para ti el pulso de júcaro prieto, que es un color serio y presentable; para

Güiqui es el de granadillo, que es la madera oscura con manchas blancas. El granadillo

es la mejor de todas las maderas, de una dureza enorme, pero es difícil de trabajar y más

difícil de conseguir lozano, por eso este pulso tiene algunas pifias. Pero dile a Güiqui que

le dé pulimento, cualquier cosa de pulir los muebles y le quedará muy bonito; el

cortapapel es para Zoe. Es de una madera muy valiosa que se llama aite o yaití. Es dura

como el hierro pero tan frágil que le aconsejo que no lo deje caer porque se le puede

partir... Y el pulso amarillo es para Merceditas. Es de guayacán, también una madera

excepcional. Con el tiempo se le oscurecerá algo.

Mi industria tiene su agente en Punta Brava, se lo notificas así mismo a todas las queridas

amistades, tan afectuosas siempre conmigo. Y es claro que tienes que quitarte eso de los

dulces de la cabeza. Calcúlate que el menor paquete por expreso vale sesenta y pico de

centavos. Y aun-que esa herencia española debe estar dando millones de pesetas, pues no

debes derrochar. ¡No vuelvas a la primer infancia, Graciella! Oye, por cierto que yo

todavía no he visto un quilo de esa famosa herencia, ni nada de mi título de conde o duque

o algo así que ya debiera tener. Cuando llegue allá, haz que Lía y Ruth le recuerden al

viejo que Teté está trabajando en una tienda y yo no gano aquí más que bureles y carne en

trocitos y una venerable harina. Denle recuerdos a Ramón «Berry», al bodeguerito

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número 14,000 que haya pasado por allí; y también a Rafael, Antonio, María y todos los

conocidos y por conocer. Y que Dios las bendiga a todas. (Va certificada la bendición.)

Nene

HERMANA

Esta es una pulsera que le mandó a mamá. Y este cortapapeles se lo envió a papá. Todo desde el

Presidio. Y esta se la hizo a Güiqui y la de Ruth, bueno la de Ruth es la misma que tiene puesta ella ahora. Como tú ves eran buenas: mira como han durado.

Él mandaba estas cosas casi siempre con algún preso que ponían en libertad. O con alguien

que venía a La Habana por-que tenía juicio pendiente. Así mandaba algunas cartas y cositas de madera. La fifina que le decían.

ROA

Fifina era el nombre para los trabajos en madera fina. Ese nombre salió de un gago que había

allí en Presidio. El hombre decía: Yo trabajo madera fi-fi-fina. Fifina, y fifina y fifina se quedó.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Querido papá:

Desde hace un mes ya recibí tu carta y los cinco sellos que me enviaste. En este tiempo he

estado trabajando para terminar los cortapapeles y algunos otros compromisos que ahora

le envío a Teté.

A ti te mando dos cortapapeles de granadillo. Fíjate qué extraordinaria madera es esta:

los dos pedazos se diferencian entre sí tanto como otras dos maderas cualquieras. Eso es

lo asombroso de ella. Entre el centenar de troncos que he visto nunca me he tropezado con

dos iguales. Y hasta sucede que dentro de un mismo tronco hay vetas completamente

diferentes.

Sr. Secretario de Gobernación

Habana.

Señor:

Tengo el honor de informar a usted, que cumpliendo lo ordenado por el

Brigadier E. F. Lores, M.M., en escrito fecha tres del actual, hoy han sido

trasladados a la Cárcel de La Habana, debidamente custodiados por los

soldados de la Compañía Provisional Ceferino Pérez Herrera y José

Fernández Méndez, los detenidos de la raza blanca MIGUEL

MONTERO GARCÍA y PABLO DE LA TORRIENTE BRAU, a fin de

que a la 1 p.m. de mañana día catorce, comparezcan ante la Sala Segunda

de lo Criminal de la Audiencia de aquella ciudad, para que presten

declaración en la causa 716/931 del Juzgado de Instrucción de la Sección

Tercera.

Dichos detenidos se encontraban en esta casa penal desde el 16 del pasado

septiembre, sujeto a la acción de las autoridades militares.

Respetuosamente,

Pedro A. Castells, M.M.

Capitán de Infantería

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Jefe del Presidio Modelo, E.C.

MARINELLO

Un día despedimos a Pablo para este menester. Metido en su uniforme de penado y cabellera y barba muy alisadas, salió a tomar el barco, entre dos soldados.

Durante la travesía entre una isla y la otra, hizo Pablo excelentes migas con sus custodios, dos

campesinos sencillos y cordiales. Al llegar a La Habana, por la Estación Terminal, les rogó que,

en vez de tomar un vehículo hasta el Castillo del Príncipe —donde debía aguardar la hora de comparecer al juzgado—, hicieran el trayecto a pie. Hacía largo tiempo que no veía gente y así,

al menos, gozaría un momento de aparente libertad. Accedieron los soldados, ganados ya por su

simpatía desbordada, y la caminata fue para él la más hermosa fiesta. Atravesó escoltado calles muy principales y concurridas: Monte, Reina, Carlos III, hasta llegar a la loma del Príncipe. La

impresión que causó su figura en los tranquilos ciudadanos que a aquella hora —nueve de la

mañana— se dirigían a sus quehaceres, puede suponerse. Topar de pronto con un gigante de cabellera hasta los hombros y barbas hasta el ombligo, y entre dos soldados, no era espectáculo

irrelevante ni tranquilizador. Muchos apartaban la vista y aligeraban el paso; otros comentaban

con el amigo cercano que se trataba, de seguro, de algún terrible malhechor cazado en lo más

negro del monte. Y Pablo, regocijado como un niño con juguete nuevo, fijaba la vista en los más asombrados y les rugía con toda la boca...

CONCHITA

Cuando Pablo cae preso, yo le dije a Ortiz: Mire, doctor, yo normalmente trabajo hasta las seis

de la tarde (Ortiz escribía de madrugada, por la noche: llegaba al bufete a las siete de la noche,

fresquecito y tranquilo a empezar a trabajar): si usted quiere, ya yo tengo bastante práctica en la máquina, además, soy taquígrafa, puedo suplir a Pablo mientras esté preso para que usted pueda

seguirle pagando el sueldo a su esposa. Dice: Fíjate: yo trabajo hasta las once. Dígole: A mí no

me importa la hora. Yo trabajo de dos a seis en el bufete, aquí mismo: atravieso y vengo para

atrás con usted. Así empecé a trabajar con Ortiz. Dijo: Si ponen a otro, la mujer no va a poder

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seguir cobrando. Y yo sabía lo que era el Presidio, y el aislamiento en que estaban. Venía a La

Habana nada más que cuando había vistas de sus juicios. Yo lo sabía porque entonces yo me iba

a la Audiencia y ahí lo veía llegar del Príncipe, en un carrito celular de esos: bajarse con sus barbas aquellas y su melena.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Querida mamá:

La barba que me viste en El Príncipe y los bigotes, son nietos de los que ahora tengo. Me

parezco, más que nada, a un mujik ruso de esos que salen en las películas americanas. Es

seguro que si me pudiera ir ahora para Hollywood enseguida encontraría trabajo en los

estudios. Dile esto a Lía a ver si con sus buenas relaciones con las «estrellas» me con-

sigue una plaza, aunque sea de extra.

CONCHITA

Por ir a verlo con sus barbas, se colaron aquella vez en mi casa 5 matones de Calvo. Eso fue

después de la explosión famosa de Flores 66, que derrumbó la casa completa y donde Calvo se salvó por un tilín. Y resulta que yo me había mudado ya para ese entonces, y me había mudado

precisamente a una cuadra de la casa donde ocurrió la explosión.

Me dijeron los «expertos»: Usted vende unos retraticos de Mella, usted vende el periódico

Línea, usted sale del bufete con una jaba, muchas veces la ha dejado en la librería Rambla y Bouza. Y otra cosa que hace —que nosotros le aconsejamos que no haga más— es ir todos los

meses a la Audiencia a ver a Pablo de la Torriente cuando viene. Y dígole: No, pero voy a

seguir yendo. Él es compañero mío de trabajo y voy a seguir yendo todos los meses a verlo. Si era lo único que ellos podían tener: eso, que uno fuera allí a darles ánimo, a verlos detrás de

la reja aunque fuera. Y en esos casos: eso es mucho.

Al Tte. Ambrosio Díaz Galup

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Alcaide de la Cárcel de La Habana

H A B A N A.—

Señor:

Refiriéndome a su escrito de ayer me complazco en informarles que en

esa fecha han efectuado nuevamente su ingreso en esta penitenciaría, los

detenidos de la raza blanca PABLO DE LA TORRIENTE BRAU y

MIGUEL MONTERO GARCÍA, después de haber comparecido ante la

Sala Segunda de lo Criminal de la Audiencia de esa ciudad, para prestar

declaración en la causa 716/931 del Juzgado de Instrucción de la Sección

Tercera.

Pedro A. Castells

Capitán de Infantería

Jefe del Presidio Modelo

HERMANA

Cuando iban de regreso para allá, se le ocurre decirle al otro: Oye, vamos a hacerle una broma a

esa gente. Ahora llegamos y les decimos que nos han condenado a todos a muerte. Entonces

cuando llegan a Presidio, los dos, con unas caras compungidas dicen: Bueno, compañeros,

tenemos una noticia muy grave que decirles: nos han condenado a muerte: dentro de tres días

nos sacan de aquí.

Se quedaron todos con una preocupación tal, que llegó la hora de la comida y nadie pudo

comer. Entonces ellos dijeron: Bien, nosotros, si de todas maneras sabemos que vamos a morir,

preferimos comer. Y se comieron las cosas de todo el mundo: las galleticas, las cosas escogidas

que tenían de sus familias, se dieron un atracón bárbaro.

Ya llegando la medianoche empezaron a pensar y dijeron: Chico, la verdad es que debíamos

sacar a esta gente del susto. Mira cómo están. No han comido y no van a dormir, pensando que

los fusilan de todas maneras.

Y llaman a la gente, y dicen: Miren, compañeros, tenemos que decirles una cosa. El juicio no

se celebró, aquí no han condenado a nadie, así que no van a fusilar a nadie.

Y dicen que el susto que tenían era tan grande que la reacción que tuvieron, al saber que era

mentira, fue que en vez de matarlos por ella, los abrazaron de alegría.

CONCHITA

Esas eran las cosas de Pablo. La cantidad de bromas, de travesuras que me hizo en el bufete.

Nada más que hice llegar y me estrené, pasando unas cosas a máquina, con un problema de

linderos y límites de terrenos y esas cosas, que estaban marcadas —lo decía allí— con un

mojón. Y yo que en mi vida había trabajado, y que no conocía nada de aquellas cosas y de

aquellos términos, pensé que era una errata de aquello que estaba copiando. Y para que nadie se

enterara, llamé a Pablo y le pregunté bajito: cómo era aquello, cómo podía decir eso ahí. Pero

Pablo, ¡qué va! Enseguida gritó: Rubén —que estaba de visita ahí ese día—, Rubén ven acá para

que veas esto. ¡Qué suerte tiene Conchita! ¡Mira con qué cosa se acaba de estrenar en el bufete!

Todas esas cosas me hacía. Era un muchacho. En eso, me acuerdo siempre lo que decía Juan

de él. Un muchacho grande, decía Juan.

MARINELLO

Alguna vez me dijo un compañero de cárcel que «había dos Pablos». No tenía razón. Hubo uno

solo, atrevido y meditador. No traicionó su sanidad bullente y su clara rebeldía, pero tampoco el

respeto a su inteligencia y a su oficio de pensar y escribir. Hombre natural y civilizado,

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impetuoso y responsable, cuidó de su alegría y de su deber. Su modestia lo hizo, para el gran

número, un muchacho valiente y nada más. Como ciertas frutas, había madurado hacia dentro,

pero la corteza se le mantenía lustrosa y sedienta.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Querida mamá:

Hoy recibí tu carta de no sé cuántos y (...) por fin allá, después de estar esperando

cincuenta veces la libertad, sin que al fin haya sido confirmada.

El fracaso de tanta bola, no me ha hecho perder ni por un momento el buen humor, y aquí

me paso todo el día en cueros al sol, cantando y molestando a los demás. Ya hasta el sol,

cansado de no hacerme mella, apenas si se presenta por aquí y estoy amenazado de volver

a ponerme blanco. Porque están haciendo unos días verdaderamente paradisíacos, y con

un tono suave, sin frío y sin calor. Y además, como hemos tenido comidas especiales y

dulces en abundancia, este tiempo de pascua se nos ha hecho en la prisión lo más grato

posible.

Dale recuerdos a toda la gente del barrio, a los amigos, a los enemigos y hasta al imbécil

de Uriarte. También a Ramón y a los dependientes. Saluda también al vendedor de

periódicos. Un abrazo para todas y felicidades y próspero año nuevo de

Nene

BARTOLO

Pablo y mi hermano Gabriel se parecían en muchas cosas, y también en eso: tenían buen

carácter, un carácter magnífico. Y esas cosas salen a flote, sobre todo, cuando la gente convive

mucho tiempo junta. Y más en un lugar como aquel, que era un lugar de locos. Porque la

disciplina consciente de Castells era, en algunas cosas, una cuestión de locos. El Presidio

Modelo es el único lugar donde yo he visto a un hombre regando un jardín, mientras caía un

aguacero del carajo. Y a otro lo castigaron por no caminar en línea recta. Iba caminando, le hizo

un rodeo a un charco que había en el suelo... y lo castigaron a correr hasta no sé dónde por eso;

por no ir caminando derecho... y a meter los pies en todos los charcos que encontrara.

GUILLOT

Gabriel era un hombre de mucha serenidad, de mucha tranquilidad, muy respetuoso de todas las

cosas. Entonces, no tenía aquellas explosiones de Pablo, ¿no? Porque Pablo era un hombre

completamente extravertido, de una fogosidad tremenda para todo.

ROA

Por Pablo fue que vivimos así nosotros toda esta experiencia de Presidio, y afrontamos todo

aquello en gran medida porque era el preso ideal: era simpático, agradable, ocurrente, decidor:

era magnífico. Se le ocurrían montones de cosas. Como aquella vez que le dijo a Marinello: Oye, Juan, tienes que hacer ejercicios aquí en la

Academia. Porque aquí hay que hacer ejercicios de todas maneras. Y entonces Marinello: Pero

tú sabes que yo no he hecho nunca ejercicios.

Pues hay que hacerlos, dice Pablo, porque aquí hay que coger-le toda la vitamina posible al

sol en este patio. Y logró que Juan fuera a la Academia. La cosa era desnudos y con una pelota de medicina de

aquellas, que era un verdadero monstruo. Cuando a mí me tiraban la pelota aquella, yo salía

para atrás con ella: la bola me llevaba a mí: dos metros para atrás con el impulso de la pelota aquella. Y eso que yo le había cogido el juego.

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Pero, Juan, no; él no sabía nada de eso. Y Pablo coge la bola y fuá: se la tiró. Le cayó aquí: a

consecuencia de lo cual, Juan cayó al suelo inmediatamente, sin aire. Hubo que darle

respiración artificial. Le dijeron a Pablo: Vas a matar a este hombre aquí. Y Pablo: No, es para que se entrene.

GUILLOT

Él creó allí la escuela de ejercicios calisténicos y cosas de esas, que en inglés se llamaba

Sistema Herbert. Pero él la llamaba Sistema Heriberto. Para el sistema Heriberto aquel había

que inscribirse y encuerarse.

BARTOLO

Allí nos daban un uniforme. Pero Pablo nunca se puso ropa allí: andaba en cueros, con unas barbas de este largo. Otros, como mi hermano Matías, hacían tiras los pantalones. Eran de una

tela como saco de harina, y él los ripiaba así, que parecía un diablito con aquellos guindajos. Y

es que era mucho el calor. Había 8 o 10 que andaban desnudos. Con el uniforme completo, creo que nadie.

Allí se inventó un juego. Cuando llovía de noche, dos individuos te cogían por los brazos y te

daban un tirón y tú ibas resbalando sobre el fondillo, a fondillo limpio sobre el granito pulido aquel, a ver quién llegaba más lejos. El que llegaba más lejos, ganaba. A veces eran las dos de la

mañana y se reventaba un aguacero, y a esa hora tú oías una escandalera tremenda en el patio:

era la gente resbalando.

ROA

En este patio se jugaba: se jugó al hand tennis, deporte en el cual yo obtuve determinados

timbres, sin dudas de ninguna clase. Lo digo sin modestia ninguna. Se jugaba al volibol, y se

jugaba, también, a la pelota. Los partidos de pelota eran unos partidos feroces, porque había

quien era dueño de la pelota, era dueño del bate, era dueño de los guantes y cuando perdía, se

alzaba con los guantes, el bate y la pelota. Y con el terreno no podía hacerlo, porque estábamos

clavados en él: ese era el compañero Guillot. Que era un peleador incluso hasta cuando jugaba

pelota con nosotros.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Querido Federiquito:

Te estás perdiendo los «tiempos de oro» de la prisión. Si es-tuvieras aquí seguramente que

serías nombrado Presidente de la Liga de Base Ball, y pasarías estupendos ratos

presenciando un espectáculo como nunca lo ha habido en Cuba ni en ninguna parte del

mundo. Imagíname vestido de pelotero con una melena que no cabe dentro de ninguna

gorra, y una barba de casi veinte meses, que cuando corro ondea al viento como el

gallardete negro de un buque pirata. Es monstruoso el espectáculo. Eso sin contar con la

calidad del base ball que jugamos, solamente comparable al de las grandes ligas. El otro

día dimos un «reñido» desafío de cinco innings con el «apretado» score de 15 por 8, o

cosa así. Si no fuera por la incomunicación en que estamos, única en la historia de Cuba,

eso iba a ser un elegante destierro. Bien, pero a lo mejor con siete u ocho años de

prácticas, los muchachos saldrán preparados para conquistar fama jugando a la pelota en

las «Mayores», y los viejos serviremos cuando menos de «ampayars».

BARTOLO

Había dos novenas de pelota. Pero yo no jugaba. Porque a mí, sinceramente, el juego de pelota con la mano y una pelotica de trapo no me entusiasmaba mucho. Desde chiquito. Yo me

acuerdo que cuando yo estaba en el colegio Lasalle del Vedado, los hermanos tenían un mal

concepto de mí, porque yo no jugaba a la pelota. Ellos jugaban con una pelota de trapo y un

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pedacito de palo, que era el bate. Desde aquella época, eso me parecía que no era pelota. Y no

jugaba. Me la pasaba sentado, mirando. Los hermanos tenían un mal concepto de mí: creían que

yo estaba pensando cosas malas (¡los que tenían la mente envenenada eran ellos!). Creían que yo tenía malos pensamientos y yo lo que pensaba: ¡estos comemierdas jugando con una pelota

de trapo!

Yo no jugaba tampoco a la pelota en Presidio, pero no dejo de reconocer que se formaban buenos partidos. Y había un team que era más fuerte que el otro, mucho más fuerte, siempre

ganaba. Y entonces sacaron un himno que decía:

Despiértense y levántense, muchachos que a chocolate los vamos a invitar

por el triunfo de los Rebeldes

sobre los Cojonuses de este Penal. El team de los Rebeldes

se va a disolver

porque con sus players no puede perder.

Óiganlo bien,

óiganlo bien

y no jodan más.

Los Rebeldes eran una novena, y los Cojonuses eran otra novena.

GUILLOT

En definitiva, estas actividades que hacíamos tenían como finalidad llenar el tiempo de la cárcel,

que es un tiempo lento: un tiempo que parece que nunca se va a acabar. Y un tiempo lleno de bolas, de rumores, de comentarios siempre. De eso se vive muchas veces en la cárcel: de saber

cómo anda la lucha afuera, y de oír decir que uno podrá volverse a incorporar a ella pronto. Pero

ese «pronto» parecía que no iba a llegar nunca.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Querido Federiquito:

Pues sí que hemos pasado unos días espeluznantes. Es algo serio esto de estar año y medio

preso, ver la libertad ante los ojos y que se vaya luego alejando como un barco. Te

aseguro que me entran escalofríos solo de pensar en el chance que hemos tenido. Y te digo

que hemos tenido, porque por mi parte he tenido la suerte de ser uno de los primeros en

ponerme pesimista y en recomenzar la vida habitual, haciendo fifina y leyendo. Esta vez

nos anduvo la libertad más cerca que nunca, según parece, y hasta algunos antiguos

compañeros la alcanzaron. Salieron el Cojo Estrada, Miguel Montero, César Vilar y

otros. Y hasta estudiantes del grupo nuestro, como Guillot y Soler. Y por cierto que esto de

estudiantes ya va siendo un cuento. Me parece irreal que algún día volvamos a la

Universidad. Año y medio de prisión es más que un curso completo de vida. Ya nos hace

falta aprender muy poco. Ya sabemos que aquello no sirve para nada.

ROA

Efectivamente, el tiempo se llenaba con esas cosas, como contrapartida de la realidad

espeluznante de la cual hablaremos después, y de la que Pablo fue testigo y cronista

excepcional. Además de muchas otras cosas, Pablo fue, como sabemos, un coleccionista

tremendo de anécdotas. Y un productor incansable de ellas. Pablo cultivó en Presidio la amistad de un médico matancero que era espiritista. Este médico

nos dijo un día —una noche, recuerdo bien— que los presos que morían mediante violencia

quedaban encarnados durante un largo tiempo. Y como consecuencia de ello, le dijo a Pablo:

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Mira, ahí contigo vive un negro grandísimo, cargado de crímenes y cuando tú te despiertas, se

despierta contigo y sale al patio o a trabajar a la Llana. Y esos mismos cuentos me los decía a

mí y a otros muchos allí. Este hombre decía también que le adivinaba el pensamiento a la gente, que era telépata. Y un

día —una noche también, que era lo más propicio para eso— hablábamos de la necesidad de

fugarnos, porque todo preso siente la pasión de la libertad como nadie. Habíamos ideado miles de fugas y ninguna servía: ninguna era viable, ninguna era hacedera. Aunque Pablo y yo nos

rompíamos la cabeza leyendo los libros de Salgari, a ver si en uno de ellos como, por ejemplo,

en uno que se llama La perla roja y los pescadores de perlas, donde hay una escena tremenda

de una fuga de presos de la isla de Ceilán, encontramos la salida, la fuga. Pero nunca apareció. Y este hombre nos dijo una noche: Yo puedo hacer que ustedes se vayan de aquí. Sí, le

preguntamos, ¿pero cómo? Muy sencillo, dice: Eso depende de la concentración mental de

ustedes. Entonces nos recomendó: Reúnanse esta noche, busquen una mesita de esas que hay allí, se concentran, y ustedes advertirán que al cabo del rato, lo que pidan se efectúa.

Nos sentamos ahí cuatro compañeros, entre los cuales estaba Pablo, Juan Marinello, otro más

y yo. Y comenzamos a concentrarnos y a decir: Queremos irnos, queremos irnos, queremos irnos. La noche comenzó a discurrir: media noche, madrugada, el alba. Y la mesa aquella ni

siquiera tuvo un estremecimiento: nos quedamos clavados en el Presidio Modelo.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Querido Federiquito:

Llegaron tus cosas tan oportunamente como una libertad. La misma tarde del 24 las

tuvimos aquí, un par de horas antes de ponernos a preparar nuestra cena. Porque esta vez

fue cena, casi una cena de hombres libres, que se ex-tendió hasta cerca de las nueve de la

noche, sobre una mesa de blancas sábanas manteles. Confeccionamos un Menú, y en él

había uno de los platos principales que se titulaba «Pavo a lo Federico». Ya ves que se te

recuerda hasta a la hora de la comida que suele ser el momento menos propicio para los

hombres de acordarse de nadie. El queso, aunque no era gruyere, estaba riquísimo, muy

fresco, pastoso y generosamente abundante. En realidad, el hecho de ser tan pocos —

éramos nueve y desde ayer solo ocho por el traslado de Horacio Escalona— facilitó

mucho la mejor armonía y reparto de todo.

Tu optimismo es admirable, siempre esperas nuestra libertad, pero con todo, eres un

furibundo pesimista al lado de Carbajal, que lleva ya 530 días asegurándonos que salimos

mañana, siempre con la eterna seguridad de que uno de estos días o años acertará.

CONCHITA

Nosotros, desde afuera, sabíamos, pensábamos lo que debían estar pasando los muchachos en el

Presidio. Finales del 31, todo el año 32 completo, incomunicados. Porque el plan de Machado

era mantenerlos allá, sin causa, sin juicio, sin sentencia, para mantenerlos alejados de la lucha.

Y nosotros, desde aquí, siempre nos acordábamos de ellos, nos acordábamos de Pablo. Fuimos una vez a un concierto. Y resultó que en el concierto interpretaban la Sinfonía del

Nuevo Mundo de Dvorák: la obra musical predilecta de Pablo. Yo no sé si se sabe que Pablo,

junto con todas las demás cosas, fue también un amante de la música.

PABLO

Presidente de Honor de la Sociedad de Críticos Internacionales de paraíso, en los teatros habaneros, a la que también prestigian Tschaikowski Reguera, Pilín Pro, Radiero Kellman...

CONCHITA

Como socio de Pro Arte Musical —una asociación en la que tú pagabas un peso mensual y

tenías derecho a ir a los conciertos del Auditorium— Pablo había oído esa sinfonía por lo menos

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una vez, que nosotras estábamos con él. Entonces yo fui a oírla con una amiga estando Pablo

preso y cuando terminó cogimos el programa y se lo dedicamos, se lo firmamos: «Cómo te

hemos recordado esta noche oyendo la Sinfonía del Nuevo Mundo.» Y se lo mandamos a Presidio. Para que recordara la Sinfonía. Para que soñara. Que eso hace mucha falta allí.

ROA

Y otras veces era yo arrancado súbitamente del sueño, junto con Juan Marinello, por Pablo

porque se empeñaba en que leyéramos el cielo con él. Y aquí nos reuníamos, sentados en el

suelo. Pablo traía un ábaco, un aparato que había inventado ahí, y que además es famoso en la historia de la astronomía y nos decía: Estén atentos, fíjense que va a pasar por ahí Casiopea.

¡Atento todo el mundo! Y se mesaba aquellas barbas asirias que poseía y nos afirmaba

categóricamente: Acaba de pasar Casiopea. Solo la veía él. Pero Pablo era un hombre ducho en menesteres astronómicos y en cuestiones atmosféricas, y

tenía curiosas discusiones epistolares con el director de aquella época del Observatorio

Nacional, que se llamaba Millás. Incluso le modificaba sus teorías de los ciclones y le inventó

siete u ocho cosas más. Yo creo que fue un precursor del camino hacia los astros: con la imaginación.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Querido Federiquito:

Yo no sé, a fuerza de ver desvanecerse tan reiteradamente las esperanzas de libertad, yo

creo que en nuestro sub-consciente ha tomado vida la idea de que vamos a estar presos

por toda la vida, y por eso puede ser que paremos hasta en filósofos o astrónomos. A mí

especialmente cada día me interesan más estas cosas de las estrellas y eclipses y demás

líos siderales en los que por lo menos puede asistir uno con la relativa libertad del

espectador.

SANJURJO

Entonces le escribimos al director del Observatorio Nacional que mandara libros. Y un buen día

llegó un cargamento de libros de este tamaño y nos pusimos de lo más contentos. Dijimos: Pues

esta noche empezamos las clases de Astronomía. Al oscurecer, sacamos las almohadas, hicimos

una fila de almohadas en el piso, y los compañeros decían: Lo único que nos faltaba, ¡que tuviéramos un bando de locos aquí!

Pero nosotros estábamos en lo nuestro. Cada uno en su almohada, Pablo se acostó en el medio

con el libro: era un libro de mapas del cielo, con la descripción de cada constelación, describiendo las estrellas, etcétera. Y la primera que empezamos a estudiar fue Orión, que era la

que estaba ese mes en el cenit.

Después seguimos constelación por constelación, noche por noche. La última que yo estudié

fue la del Escorpión, que es el Alacrán: la cabeza del alacrán es un arco de estrellas, con una estrella grande abajo, que se llama Antares. Pablo la bautizó como el paracaídas de Antares.

ROA

Esa es otra cosa interesante, singular, curiosa de la vida de Pablo. Él me decía: De las cosas que

más yo sé nunca he escrito realmente nada. Y las cosas de las que él decía que sabía más eran

astronomía y agricultura. Él tenía incluso varios libros de agricultura en su biblioteca de Presidio. Nunca he escrito nada sobre eso, decía, pero tenía pasión por todas esas cosas. Y

además, sembraba. Sembraba como un loco en la finca donde vivía con su mujer, en Punta

Brava.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Querida familia:

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Aquí tengo muchos canteros llenos de siembras y, entre Teté y yo estamos haciendo un

jardín bastante bonito y nutrido y una hortaliza. Aparte de esto tengo sembrado muchos

frutales. Necesito ahora que ustedes me consigan semillas buenas de Oriente y me las

seleccionen. Necesito semillas de mangos de corazón, de Toledo, mamey, bizcochuelo,

etc., caimitos blancos y morados, nísperos, tamarindo, mamoncillos, anón, anón manteca,

guanábana, mamey, mamey de Santo Domingo, cañandonga, cañafístula, manzana de

rosa, aguacate, gua-yaba, fruta del pan y del mono y cuanta cosa más haya. Como yo sé

que Uds. disponen de un capitalazo tremendo para el consumo de frutas, pero que sus

criados y mayordomos son muy descuidados, les encargo que me obtengan las semillas en

las casas de sus amistades menos acaudaladas. La única condición que pongo es que las

semillas sean de frutas dulces y grandes y maduras. Ya en la finca esta hay en producción

mangos y aguacates. También hay un mamey que produce, pero está en la cerca y se

roban casi toda la fruta. Y hay limoneros, naranjos y algunas toronjas. Se me había

olvidado encargarles limas, limas del Cristo. No se olviden. A cambio de todo esto yo les

puedo enviar alguna fotografía vieja del Parque Maceo o del Castillo de la Punta.

Caramba, y se me había olvidado pedirles hicacos, higos, ciruelas y marañones.

Torriente

GUILLOT

Es que Pablo era un hombre que amaba la naturaleza, la amaba entrañablemente. Eso uno lo

acaba de corroborar cuando se entera de que él echaba almíbar de los dulces en un hormiguero

que había en Presidio, para nada, para que las hormigas vivieran, se mantuvieran, para él verlas

ahí. O lo de las cartas. Porque Pablo era el cartero en Presidio. Él era el que venía y gritaba con

aquel vozarrón que tenía, voceaba: Fulano, carta para ti; Ciclano, carta para ti. Y disfrutaba con

eso. De humano que era.

BARTOLO

Cuando se está en una prisión larga hay sus días malos y sus días buenos: hay días que amanece

uno envenenado, eso es así. Los días malos de Pablo consistían en su silencio. Hubo momentos

en que suspendieron la correspondencia. Y Pablo se volvía loco por no recibir carta de su mujer.

Cuando pasaba eso, ni hablaba. Usted lo veía que ni hablaba. Parece que para no mandar a nadie

para el carajo.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Presidio Modelo, 18, 3, 1932

D. Enrique José Varona

Calle 8, entre Calzada y Línea Vedado, Habana.

Querido y admirado Maestro:

Antes que nada déjeme decirle todo nuestro deseo de que el largo tiempo que va sin que

sepamos de usted lo haya pasado bien, sin aquella molestia del pie que le impedía alguna

vez sus diarios paseos.

No lo pude volver a visitar después de aquella noche en su casa, cuando los que

organizábamos el homenaje a usted fuimos a notificarle los pormenores del mismo. Desde

aquella noche, el tiempo para mí, como para casi todos, ha sido un viento rápido y fuerte.

Pasé casi un mes en el Hospital como consecuencia de los sucesos del 30 de septiembre y

luego, en las prisiones, llevo ya consumido un año, no menos de un año. Y parece que se

prolongará todo esto y que nadie es capaz de calcular hasta qué límite alcanzará esta

extraña situación nuestra.

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El convencimiento de esto último, y la costumbre de la cárcel, nos ha hecho adoptar

normas de vida peculiares. Hemos dividido tan bien el tiempo que el día nos parece corto.

Se nos pasan corriendo los días. Estudiamos de todo y enseñamos de todo. Un grupo de

aquellos muchachos que iban a su casa en el año 1927 están aquí y entre todos hemos

organizado las clases y los estudios. Tenemos una serie de «Academias», cada una con su

grupo de alumnos o «miembros». Todo se hace jovialmente, pero con provecho de veras.

Las dos primeras que fundamos —y esto le será grato— fueron las de «Arte Filosófica

Platón» y de «Alumnos de la Revolución Robespierre». En la primera decidimos estudiar

Historia de la Filosofía y no teniendo nada mejor, leemos todas las noches el libro de

Feuillé. Ahora, ya avanzados en la lectura —vamos por Leibnitz— acordamos que todas

las semanas uno de los «miembros» de la Academia diera una conferencia sobre los temas

tocados, siguiendo un orden cronológico. Pero lo cierto es que tropezamos con el

inconveniente de la falta de libros. Tenemos a nuestra disposición la Biblioteca del Penal;

pero, naturalmente, los libros de tal naturaleza escasean en ella. Desde luego que, antes

que en nadie pensamos en usted para que nos orientara y para que, al mismo tiempo, ya

que tantas revistas le llegan sobre la materia si en alguna encontrara algo que nos fuera

útil, nos la remitiera. Preferimos, en estos momentos, cualquier cosa sobre filosofía

antigua, especialmente griega, tanto como por ser fundamental en tantos aspectos, como

porque nuestro libro pasa sobre ella demasiado rápidamente. Apreciaríamos también,

pero de modo muy especial, cualquier trabajo suyo, que leeríamos en «Sesión solemne» y

que luego guardaríamos en nuestra pequeña biblioteca que nos están haciendo. Porque estamos instalados aquí como si fuéramos a pasar años.

Observe, Maestro, cómo el buen humor de la juventud no se pierde a pesar de todo y cómo

nos las arreglamos para salir a la calle con muchas cosas nuevas que nunca hubiéramos

aprendido de estar en libertad. Estamos a punto de parar en filósofos, ya que hemos llegado a tomar con filosofía nuestro pequeño desastre.

BARTOLO

El tiempo en Presidio hay que organizarlo, para que pese menos. Y para aprovecharlo lo mejor

posible. Hablábamos mucho, conversábamos mucho: de deporte, de política. Y surgieron las

clases y los estudios.

Allí se daban clases desde la enseñanza primaria hasta la explicación de El capital, para

alumnos más adelantados.

ROA

Aquí, en este patio, tenía justamente su centro de actividades la Academia Carlos Marx, fundada

por los compañeros comunistas y los estudiantes del Ala Izquierda.

Cada mañana, apenas ingeríamos el café con leche, que tenía 17 sabores y el mejor sabía a

porquería, aquí se apelotonaban los compañeros que integraban la Academia y se leía El capital,

en un tomo enorme que había traducido al español un profesor de la Universidad de Sevilla,

llamado Manuel Pedroso, y los comentarios y debates eran dirigidos por Gabriel Barceló.

En aquellas discusiones se daban cosas formidables. Como aquello de Breá. Juan Ramón Breá

venía de Santiago de Cuba: un tipo sicodélico sin duda, que era la encarnación de todos los

ultraísmos habidos y por haber. Él participaba en aquellas discusiones y recuerdo yo que cuando

se hablaba de la época primitiva, Breá se paraba y decía: El compañero patriarca te-nía tales y

cuales funciones. Era algo formidable aquello.

SANJURJO

Además de las clases mismas, Pablo y Gabriel acometieron la traducción del libro Materialismo

histórico, de Nicolás Bujarin, de una edición en inglés que teníamos allí. Marinello y Roa

ayudaron también en la corrección de estilo. Trabajan muy ordenadamente: traducían cinco

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hojas al día. Esa es una característica del trabajo de los presos: realizarlo continuamente. No

cansarse, pero no fallar un día: todos los días traducir cinco páginas.

El trabajo mecanográfico se hacía en la maquinita que estaba en el zoco de los Barceló, donde

el mismo Pablo escribía sus cartas personales.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Presidio Modelo, 24, 3, 1932

Sr. Dr. Jorge Mañach

El País, Galiano y Concordia

Muy Sr. Mío y de mi más alta consideración:

«Me alegraré que al recibo de esta se encuentre Ud. bien en unión de su distinguida

familia. Como yo para mí deseo»... ¿Qué le parece la introducción preludio? Tiempo de

fosilizarme he tenido ya, pero todavía me gusta la broma. Y para no perder la costumbre

ya tengo una remington portátil que habla hasta inglés inclusive. Bueno, esto no viene

bien con lo anterior, no contamina, pero no importa. Viene bien con lo que sigue. Y lo que

sigue es esto: que Gabriel Barceló y yo hemos traducido el Materialismo Histórico de N.B.

y ahora lo estamos pasando en máquina. Hemos hecho muchísimas cosas más. Hasta un

libro de Astronomía —que nos facilitó muy gentilmente Millás— estoy traduciendo con

otro compañero. De aquí salimos con la mi-rada profunda y el pensamiento enigmático de

los sabios disimulados. Porque, además, estudiamos Filosofía. Pero de una manera muy

seria. Calcúlate que ya sé todas las habilidosas imbecilidades que se le ocurrían a

Heráclito y demás chusma helena. Eran unos tipos brutales los griegos estos. Hay otro, un

tal Platón, que lo dijo todo. Hasta medio materialista fue cuando dijo que las causas de

las guerras estaban en las guerras del comercio. Descubrimos en China un chino —

naturalmente— llamado Mencio, que es el verdadero abuelo de Marx. Chico, es un relajo

la historia y la ciencia y todo se vuelve un decir lo mismo que los otros con distintas

palabras. Parecen los sabios, de Platón para acá, un mismo team de foot ball con

uniforme nuevo cada año. Y, por supuesto, más viejos y con menos acometividad.— Ese

Kant ¡qué bicho más feo! Se explica uno la castidad tan cacareada de estos tipos. Incluye

aquí al melenudo Schopenhauer. ¡Pero Kant, viejo! No he visto cosa igual. Ni Lon

Chaney. Hay otros tipos, como Descartes, Espinosa y Leibnitz que no los entiende nadie. Y

no vengas ahora haciéndote el sabio, que tampoco tú los entiendes. Juro por mi madre que

a estos tipos no los entiende nadie. Ahora, están buenos para aprenderse dos o tres frases,

soltarlas por ahí y luego descender a hablar de Luque y del Filadelfia Americano.

Bueno, desde luego que te he dado toda esta lata para tupirte, para pedirte colaboración a

nuestros estudios. Porque somos muchos y tenemos una serie de Academias en las que

damos conferencias semanales y clases diarias o al-ternas. A mí me toca hablarles de

Sócrates el mes que viene y no tengo más dato que el de su muerte envenenado por la

cicuta. Tienes que mandarme algo pues. Y te lo cuidaré o no, según indicación. Nuestra

«biblioteca» está «nutrida» con la Historia de la Filosofía de Fouillé; la de Will Durant y

una de los tiempos modernos de Ludwig Busse. Eso es todo «y nada más». Cualquier cosa

que nos mandes será un fenómeno. Y revistas. A otros más les he escrito con idéntico fin y

a otros les escribiré. Te encargo que le digas al «ilustre Don Juan», que no le escribo a él

por falta de domicilio, pero que la petición se la hago del modo más intenso. Y que nos

mande versos. Pero no suyos, sino de Espronceda, Núñez de Arce y Fornaris. Algo que

haga llorar. Y parte de la manada de revistas extrañas e in-comprensibles —a lo mejor las

redacta Espinosa— que le llegan. Y que salude con simpatía a Pepilla. Y a Méndez

Capote.— Dame la dirección de Lizaso. O mejor ahórrame el sello —y esto es serio— y

pícalo en mi nombre. Somos más de cien a leer. En último caso, remítenos un retrato tuyo

de chiquito y lo pondremos en lugar preferente. En serio, cualquier cosa ajena a la

política nos puede llegar. Saluda a todo el mundo, menos a Manolo que se me perdió de

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vista sin que yo sepa por qué. Ponme a los pies de tu señora (esto es enseñanza de Los

Tres Mosqueteros) y enseña a leer a tu chiquito en Batey.

BARTOLO

Al principio estábamos todos juntos. Juntos y revueltos. La oposición a Machado iba de los

luchadores —trabajadores y estudiantes— marxistas leninistas, a los politiqueros tradicionales.

A unos y otros, a lo largo de su gobierno y según se le fueron oponiendo los fue tirando

Machado para el Presidio Modelo: para mantenerlos aislados de la lucha, de la oposición. Estuvimos juntos y revueltos un tiempo en la cárcel. Pero después pasaron algunas cosas y nos

separaron.

PABLO

Ocurrió que Saumell tuvo el conato de pelea con otro individuo, un farmacéutico apellidado

Mora, político menocalista, durante un juego de volley ball. Aunque los separaron, quedó siempre el ambiente de bronca, por toda la tarde. Ya todos nosotros teníamos fama de

comunistas y nos pasábamos el día en las eternas polémicas, típicas entre los obreros y

estudiantes marxistas. Aquella pelea fue el primer puntal para la separación de los presos políticos en derecha e izquierda, y el mayor Badell, conocedor de las opiniones del Capitán, se

inclinó decisivamente al lado de la derecha, en donde estaban los «políticos de arrastre». Fue

tanteando las cosas y al cabo vino directamente donde estaba yo —que no había desempeñado otro papel en el asunto que el de inclinarme al lado de Saumell, por ser compañero mío— y, sin

más preámbulo, vio-lentamente me gritó casi... poniéndose rojo: —Esto no puede seguir así...

¡A mí nadie me «pone rabo» y estas peleas se acaban o vamos a ver lo que pasa aquí!...: y no

quiero ver más reunioncitas ni más discusiones de comunismo ni de nada...

Pero me cogió en un mal momento y le contesté con duplicada violencia, lo que lo sorprendió

evidentemente. Me puse a decir barbaridades de los que le habían ido con chismes y a afirmarle

nuestro derecho al discutir lo que nos diera la gana...

El escándalo resultó demasiado grande y sincero y quedó en investigar y dar cuenta al

Capitán, quien se apareció al día siguiente y llamó al patio a Gabriel para decirle que «él quería

que lo consideráramos como un maestro complaciente y bondadoso y que le pidiéramos lo que

quisiéramos... Si queríamos se-pararnos de la derecha, nos separaba; si queríamos comer cada

uno aparte, nos serviría aparte... ¡Lo que quisiéramos!»...

SANJURJO

Pero en el fondo lo que había era una maraña de intrigas de la gente de la derecha,

particularmente de Portela. Él fue el instigador de todo el problema. Las discusiones ideológicas

entre la izquierda y la derecha se sucedían, se les hacían insoportables, porque realmente la

izquierda llevaba siempre la mejor parte: había más preparación política, y, sobre todo, teníamos

la razón. Entonces, instigado por el profesor Portela, Castells ideó la división de los presos en dos

bandos, en dos áreas del salón: la izquierda y la derecha, divididas por un paraván.

BARTOLO

El paraván era de lona. Dividía el salón, pero sin llegar hasta arriba. Entre un lado y el otro se

conversaba y se jugaba al ajedrez, cantando la jugada. Porque la derecha, como es natural, no era un cuerpo homogéneo, monolítico, ni nada de eso. Algunos de ellos, incluso, se pasaron al

lado de acá del paraván: era la lucha ideológica en acción.

SANJURJO

Y el instigador no se salvó de la lengua de nosotros: desde entonces se llamó Portela Paraván.

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BARTOLO

Castells hacía todo esto de manera muy sutil, muy amable, muy inteligente. Había una cosa

cierta: no quería buscarse problemas con los presos políticos. Y lo hacía por lo que pudiera

ocurrir después. Yo creo que él tenía la certeza que allí estaban, presos, los futuros hombres del

gobierno de Cuba. Y Castells era un tipo hábil, doble, triple.

ROA

La personalidad de Castells es asaz compleja. Es multifacética. Pero en él hay dos batientes

primordiales: de un lado, un hombre que parecía profundamente preocupado por el destino del

ser humano, y concretamente del hombre preso, y de otra parte, un monstruo que pretendió

regenerar a los criminales median-te el crimen, la tortura, la muerte. Hay muchas anécdotas sobre él que revelan esta paradójica ambivalencia. Y hay una que

recuerdo ahora que estoy en este lugar, y que se refiere al ciclón de Santa Cruz del Sur.

Esa noche, durante cuyo día había llovido copiosamente en el Presidio Modelo y había sido azotado por fuertes ventoleras, irrumpió Castells, como a las dos de la madrugada. Nos hicieron

formar aquí en el patio. Entonces Castells permaneció cinco minutos en silencio, con la cabeza

gacha. De pronto se irguió y nos dijo que la República atravesaba un momento pavoroso porque

había ocurrido una crisis verdaderamente insólita: un pueblo entero de Cuba —Santa Cruz del Sur— había desaparecido del mapa. Comenzó entonces a sollozar. Luego se dirigió a nosotros y

nos dijo: Señores, perdónenme la molestia: los he levantado inopinadamente. Pero tenía que

decirles esto porque sabía que ustedes son hombres sensibles. Me voy. Buenas noches. Esta anécdota revela la dualidad, la ambivalencia de Castells. Era un hombre que fatigó el

crimen: refinado, astuto, afiligranado en el ejercicio de la infamia, rodeado por un grupo de

llamados mandantes que era una colección de asesinos profesionales, y de una llamada «flota blanca», que era el cuerpo de espionaje, los cuales se pasaban la vida tratando por todos los

medios, cada día, de mandarnos al calabozo, castigados, o de mandarnos a la tumba.

Pablo decía que Castells era un tipo específicamente lombrosiano. Yo creo efectivamente que

tenía razón, que el criminal nato se daba en Castells, y por eso habría sido bueno que la autopsia de Castells la hubiera hecho Sigmund Freud, el gran sicoanalista: hubiera encontrado un mundo

aberrado y aberrante, como pocos.

PABLO

Le pedimos que nos dejara dar baños de sol y accedió, jugar en el patio y accedió, con la sola

condición de que no hiciéramos ruido, por los enfermos del hospital; le pedimos que, en vista de que estábamos incomunicados, se hiciera saber a nuestras familias que estábamos bien, y nos

dijo que ya se había ocupado de ese asunto y que había contestado algunos telegramas; a todo

accedió... —¡Vamos a pedirle la libertad, caballeros! —dijo uno.

Desde entonces nos entró la sospecha de que nos quería bajear; de que el Capitán era un

hombre inteligente, que no quería tener tropiezos con nosotros, y nos dispusimos a aprovechar esta circunstancia. Además, no teníamos motivos justos de protesta, porque cada día la

«disciplina consciente» fue haciéndose más flexible y llegó hasta el punto de que dejamos el

juego silencioso y los shadow cheers (cheers mudos, con gestos), por unos escandalosos de

verdadera casa de locos. Esto comenzó a ocurrir cuando llegó la próxima cordillera...

ISIDRO

Llegamos al Presidio Modelo en la segunda cordillera de presos políticos, remitidos desde el Castillo del Príncipe, donde habíamos organizado una acción de protesta que tomó caracteres

violentos.

Allí, en el muellecito del penal, nos esperaba un oficial, con toda su plana mayor, que se encargó de advertirnos en qué condiciones veníamos: éramos agitadores de la calle, queríamos

continuar esa actitud en los penales y eso no se podía tolerar de ninguna forma. Por ello

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estábamos allí, dijo, en condición de presos comunes, habíamos perdido la condición de presos

políticos.

ISIDRO

Conocimos el mundo terrible ese de las Circulares, que eran como un inmenso panal. Y al otro

día de nuestra llegada, en el comedor central del Presidio Modelo, sentimos la opresión de una

extrema vigilancia.

En medio del comedor, en una plataforma circular, se movían los guardias, en sentido

contrario uno con otro, como si fueran las manecillas de un reloj manejándose una para un lado

y otra para otro, vigilando con armas largas. En todos los alrededores de esta circular que hacía

de comedor, estaba distribuida la guardia con armas largas. Al entrar, después que entraba la

última cuadrilla, cerraban unas puertas que comunicaban con el exterior. Una vigilancia

extrema: unos por dentro y otros por fuera. Ese era el Presidio Modelo de Castells.

PABLO

Antonio Reyna fue un eficacísimo auxiliar mío en Presidio para todo mi trabajo de

investigación. Yo tuve un buen cuidado de conservar todos los «papelitos» que él me iba entregando, porque desde el primero que leí me di cuenta de que se trataba de un escritor

original, espontáneo, lleno de color, con un pintoresco sentido del desorden.

Datos sobre la vida del Presidio Modelo

Por Antonio Reyna Leyva

El Comedor se inauguró el 10 de Octubre de 1932 fue la Circular No. 1. La primera

Comida: Arroz con Maíz y Frijoles colorados. Después las otras circulares.

El Comedor tiene 32 Sectores. Cada sector 16 mesas. En cada sector 93 Penados. Hay

45 mesas auxiliares.

Salían para el pueblo 345 raciones de comidas diaria: El Penal pasaba hambre.

Al Boniato le decía la población penal, «Embagaro» y al Café Gallardo.

A la leche condensada se le dice «Puchiribanga».

A los Cigarros «Droga», a los cabos de cigarros «Defensa».

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Al Arroz Blanco y a los 2 trocitos de carne «Requesen y Guarina». (Eran los dos

Pitchers de la novena del Presidio.)

A la Harina de Maíz se le dice: «La Tremenda».

ISIDRO

En la madrugada del sábado no se podía casi dormir: a todos lados llegaban los chillidos de los

puercos que estaban sacrificando, para hacer harina con puerco en el almuerzo del domingo. Entonces ese día, uno se ponía a buscar en la harina, revuelve y revuelve buscando dónde

estaba el puerco. Y nada. Ni sombra del puerco por ninguna parte. Entonces aprendimos: y

cuando empezaban los chillidos de los puercos, decíamos: caballeros, mañana tenemos harina

con gritería.

Datos sobre la vida del Presidio Modelo

En el trabajo rudo se le significaba a este con los nombres de «Fuego Bravo».

A las mandarrias se le decía «Mandamiento»: eran de 25 lbs.

A los confidentes se les nombra «Llevadores de average».

Monseñor Ruiz le dirigió la palabra 3 veces al Penal.

Consejo del Mayor Águila: Al partir la cuadrilla para «la llana», les decía a los

Ingresos: Ven ustedes? Van 30. Regresarán a la tarde 14. Fíjense bien!...

La última vez que Monseñor Ruiz le dirigió la palabra a los penados, dijo: Las piedras

lloran, estos edificios lloran, esa llana llora también; aquí todos tienen que llorar por

fuerza, porque aquí... en estos momentos le jaló la sotana Castells.

PABLO

Yo me incliné siempre a creer que Castells nos trataba de manera diferente por el deseo de no tener líos con nosotros, por el orgullo de que no sucediera en «su» prisión lo que había ocurrido

en las otras; con la esperanza, acaso, de silenciarnos a fuerza de concesiones... Pero después de

haber leído su correspondencia con Trujillo, Fors, Barraqué, etcétera, no me cabe la menor duda de su refinada hipocresía para con nosotros. Innumerables veces interceptó nuestra

correspondencia para remitirla con informes especiales a los Jefes de Policía; y en más de una

ocasión en sus cartas a esos cachanchanes del machadato, nos vejaba rabiosamente:

No tenemos aquí dificultad alguna que nos preocupe y creo realmente que la medida de

enviar esos locos a este retiro habrá de producir efectos excelentes. Aquí no oyen el timbre

de los carros eléctricos y habrán de extrañar el constante contacto con los enemigos

gubernamentales de fuera que son tan malos como los de dentro...

PABLO DE LA TORRIENTE BRAU

Según los datos que obran actualmente en su expediente se encuentra sujeto a la causa

13/931 del 7mo. Distrito, que instruyen las Autoridades Militares, por el delito de traición.

Enero 17 de 1932

ER

ISIDRO

Una madrugada, la voz de mando de un oficial del Ejército nos ordenó salir del edificio: se nos

hizo marchar, no sabíamos a dónde. Pasamos el llamado cordón chico, que es el sistema de

vigilancia del penal en días o en momentos en que no hay labor: los domingos y por las noches.

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Pero después seguimos y pasamos también el cordón grande, que abarca ya las zonas de labor,

las huertas y todo eso. Ya aquello nos hizo preocupar más. Después de una larga caminata, nos

encontramos que estábamos frente a la Fuente Luminosa.

PABLO

La Fuente Luminosa tiene 55 metros de diámetro y 45 pies de profundidad. Todo el barro

extraído de la gigantesca taza se sacó a la superficie por una estrecha y empinada escalera, en

tinas, sobre las cabezas de los hombres... ¿Una grúa?... ¡Para qué, si el hierro no sufre!...

ISIDRO

La Fuente Luminosa no es este lugar que tenemos ahora delante de los ojos, este paisaje, ya agradable. Entonces no era así: era un lugar impresionante, un lugar espantoso.

Uno llegaba y le daban, más que para trabajar, para protegerse, unos palos largos, ramas de

árboles, cortados al azar: con eso iba uno tanteando el fondo del pantano para que el pantano no

se lo tragara a uno. Había que ir librando, buscar algún respiro. Uno salía al firme con el pretexto de tomar agua,

se echaba un poco de agua en la cara para quitarse el fango. Y trataba de quedarse por ahí un

rato. Cuando los guardias se daban cuenta de eso, venían con sus vergajos, con los bichos de buey, a cruzarle la espalda a uno. Y al fango de nuevo. Así mientras uno resistiera. Y todo eso

lejos: lejos de todo. Un lugar ideal para lo que se utilizaba: la ley de fuga, un tiro en la espalda,

en la nuca. Un preso que no vuelve con su cordillera.

Recuerda «La Luminosa»

cruel suplicio que existía,

do el castigado sufría

por su labor rigurosa;

con existencia forzosa

el capataz lo mandaba,

el custodio lo golpeaba

y después de desmayado,

era en el agua tirado

y un balazo lo mataba...

Evelio Díaz Ribes

PABLO

El poeta del Presidio Modelo es Evelio Díaz Ribes. Era un jovencito, casi un muchacho, de la misma Isla de Pinos, que ocasionalmente fue a parar al Presidio. Sus versos —casi siempre

décimas— se repartían entre los presos. Y eran, por lo común, buenos, fáciles, y, además,

expresaban a la perfección el odio de los presos hacia Castells.

Recuerdo que te ensañaste

en el Presidio Modelo,

en donde a diario su suelo

con sangre humana regabas,

donde al preso maltratabas

con el mayor despotismo,

donde tuviste el cinismo

para establecer las normas

de matar en varias formas

que te han llevado al abismo.

En fin, para qué seguir,

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si hay casos tan miserables

tan tristes y abominables

que se tienen que omitir.

Imposible es describir

tu indecente biografía

y yo a gusto te diría

a qué especie perteneces

¡cuando estudie varios meses

un poco de zoología!

ROA

Esa cosa tremenda que tenía Pablo: era polifacético en su carácter, en su temperamento, en todas esas cosas, mientras tenía una personalidad unívoca en el fondo. Por ello era un personaje

eternamente renovado: siempre tenía cosas interesantes que decir, que hablar.

Y hablaba con todo el mundo. A veces sostenía diálogos con los presos, diálogos

extensísimos: estaba sacando el material que después incluiría en su formidable denuncia: su libro Presidio Modelo, que es un libro dramático: desesperado ese libro.

Su material salió de ahí, de los hombres azules que conversaron con Pablo, que le contaron

sus vidas, y las vidas y las muertes de otros hombres azules que pasaron antes por el Presidio Modelo.

PABLO

¡Cristalito!... ¿Por qué le pondríamos Cristalito? De todos modos fue un acierto, porque aún

hoy, después de tanto tiempo, su recuerdo es una cosa transparente, cordial y simpática a

nuestro corazón. Y Cristalito era negro. Tan negro que brillaba... Tan negro como sus propios ojos negros, que le brillaban como bolas de vidrio, cuando se asomaba entre las ventanas del

pabellón. Porque así fue como lo conocimos.

Él era el hombre encargado de limpiar los cristales de las ventanas altas del pabellón del

hospital en donde estábamos recluidos. El pabellón tenía qué sé yo cuántas ventanas. Cien a lo mejor, todas grandes, anchas, con varios cristales, y estaban dispuestas de manera que,

inclinadas, impedían el paso de las lluvias y dejaban solo un estrecho espacio en la parte

superior para una circulación insuficiente de aire.

ROA

Por ahí veíamos nosotros desfilar todos los días a los hombres azules, los que iban para La Llana, los que iban al Cocodrilo, los que iban a la Piedra, los que iban a la Fuente Luminosa.

Eran los vencidos del Presidio, los destinados de la muerte. Nosotros éramos, instintivamente,

solidarios de los hombres azules. Cristalito era uno de los hombres azules. Él fue, también, solidario con nosotros, a riesgo, sin

duda, de su vida.

PABLO

Un día, de manera instantánea, Cristalito se transformó para nosotros en el hombre más

importante de cuantos había en Presidio. Fue aquella vez en que su rostro grande, negro, brillante, se pegó al cristal que limpiaba y, como un insecto que choca contra la ventana

buscando una salida, golpeó con el dedo hasta hacerme saltar de la cama, sorprendido.

Me hizo señas y me aproximé, encaramándome al respaldo de la cama. Él, sin dejar de limpiar los cristales, y mirando con disimulo a los lados me dijo:

—Mataron al capitán Calvo... el Jefe de los Expertos...

BARTOLO

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Un día estábamos jugando al tenis con la mano. Estaba Roa, estaba yo, estaban otros

compañeros. En eso llegó Pablo con una noticia tremenda: habían limpiado a Calvo. Se armó

una allí del cará: gritos, la del diablo fue aquello. Era una cosa grande saber de una acción de esas en La Habana cuando lo que lo rodeaba a uno

todo el día era la atmósfera aquella de Presidio, las noticias de la Fuente Luminosa y de La

Llana, de los muertos, de tantos muertos allá adentro...

Datos sobre la vida del Presidio Modelo

Había un Camión de Volteo y aún lo hay, que era el «Buque Fantasma»; ha llevado

más de 700 muertos él solo.

Los que morían por inyección se le decía en el «argot» del penal «Vía del sueño».

Los que eran muertos a tiros: «Píldoras».

Los ahorcados y estrangulados: Suicidados: Por ejemplo, ¿qué bobo fue fulano; qué?

que se ahorcó!...

El número de los que mataban se sabía por los sacos de «Cal Viva» que llevaba el

Camión, uno para cada penado.

PABLO

Mi imaginación siempre padecerá la enfermedad del Presidio. Desde una ventana del pabellón

en donde estábamos recluidos, una mañana, cuando casi todos dormían, yo vi cómo disparaban

contra Oramas, ¡hasta que lo abatieron a balazos!... (luego el mayor Durán me dijo que era que estaban matando gavilanes!...) ¡Desde nuestro patio, más de una vez, oímos los gritos

espantosos de los hombres que mataban en las celdas de los locos!... Por las noches, cuando

leíamos, aprovechando el gran silencio del sueño colectivo, sentimos muchísimas veces, el camioncito que llegaba a la puerta, y al poco rato, partía de nuevo en marcha atrás, ¡llevándose

un cadáver tibio todavía!... Una noche, en un rincón del patio, en voz muy baja, temerosa, un

preso me contó cómo a José de la Cruz le hicieron comerse los propios excrementos, y el cabo Claudino García le puso el pie sobre la cabeza y se los restregó en la cara, contra la tierra... ¡y al

día siguiente lo mató a balazos!... Allí supe cómo un hombre lograba degradar a otros

reduciéndolos por el hambre... ¡hasta que saciaba en ellos monstruosos apetitos!... Allí

estuvimos nosotros casi dos años, asomados atónitos, al borde de aquel remolino de inmundicias que arrastraba en vértigo un clamor confuso de voces de espanto... ¡Rumor estremecido de un

mundo indescriptible que dejó enferma de recuerdos mi imaginación!... ¡Para siempre!...

PABLO: CARTA DE LEJOS

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Querido Papá:

Desde hace un mes ya recibí tu carta y los cinco sellos que me enviaste. En este tiempo he

estado trabajando para terminar los cortapapeles y algunos otros compromisos que ahora

le envío a Teté.

Como mi situación económica se parece más cada día a la de Henry Ford, le aconsejé a

Teté que le escribiera a Tío Pablo a ver qué se podía conseguir por allá, y yo mismo le

escribí también. Deja ver lo que resulta de esto.

Ahora parece que hay un chance de salir de aquí, aunque sea para el extranjero...

DÍAS TUMULTUOSOS «Hoy todo el mundo se siente antimperialista»

EMBARCARON PARA EUROPA,

TORRIENTE BRAU Y BARCELÓ

Se esperan más libertades de presos

políticos de un momento a otro

Pablo de la Torriente Brau y Gabriel Barceló, miembros del Directorio

Estudiantil, que fueron puestos en libertad el día de ayer, embarcaron

hoy a bordo del vapor español «Cristóbal Colón», rumbo a Europa.

El joven Torriente embarcó en unión de su distinguida esposa. Torriente

Brau y Barceló, como se sabe, eran presos políticos.

Se espera esta semana que se realicen otros embarques y se verifiquen

más libertades de presos políticos.

HERMANA

Pablo salió de la cárcel junto con Gabriel Barceló. La condición que puso Machado para la

salida de ambos fue que tenían que irse lejos, al extranjero. Eso se discutió en las gestiones

aquellas de la Mediación, cuando el embajador Welles vino a tratar de arreglar las cosas en

Cuba sin que hubiera revolu-ción. Una de las cosas discutidas por los políticos tradicionales en

la Mediación fue el problema de los presos políticos, que llevaban dos años en Isla de Pinos.

Pablo salió en el vapor Cristóbal Colón, que tenía el itinerario Habana-La Coruña, pasando

por Nueva York.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Nueva York, 20/5/ 933

Graciella Brau

Consulado 33, bajos,

Habana

Querida mamá:

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Pues ya estamos en New York desde ayer, después de un viaje regular con dos días muy

buenos y otro muy malo en el que casi todo el mundo se mareó.

Creímos que no desembarcaríamos, pero a las seis se apareció René y más tarde Luisito y

logramos salir a dar una vuelta por ahí. Vi también a Frank, que está asombrosamente

joven, y a Orlando. Creo que hoy harán gestiones para ver si me quedo en New York de

alguna manera.

Cada vez me parece más estúpido el tener que seguir a España, en donde nada se me ha

perdido pero si no se puede arreglar lo de quedarme aquí, pues no me suicidaré.

San Rafael se mareó como un puerco. Ni porque lo has tenido siempre en el agua.

Que Dios te bendiga,

Nene

HERMANA

Pablo me había dicho: Escríbele a los primos que voy para España, que vayan a verme al barco,

en New York. Eran los primos de Puerto Rico, entre los cuales había uno que era detective en

Nueva York: Luisito. Yo les escribí y fueron a esperarlo. Así es como él puede bajar, porque iba

en tercera y en tercera nadie podía bajar a tierra.

Cuando se vio en Nueva York dijo: Y yo qué voy a buscar a España. Tan lejos de Cuba. Me

quedo en Nueva York.

T. BRAU SE ENCUENTRA EN NEW YORK

NEW YORK, Mayo 22 (GNS)—Las autoridades americanas autorizaron

el desembarco del joven estudiante cubano Pablo de la Torriente Brau

que procedente de Cuba pensaba dirigirse a España.

Torriente Brau se encuentra en Ellis Island, en espera de que se decida

definitivamente su situación.

El joven estudiante desembarcó en calidad de ciudadano cubano y no

como puertorriqueño.

TORRIENTE BRAU Y SU ESPOSA

SE ENCUENTRAN TODAVÍA RECLUIDOS

EN ELLIS ISLAND, NUEVA YORK

Si prestan fianza de quinientos pesos, podrán permanecer seis meses,

mientras se dilucida su nacionalidad, pues no se sabe si es cubano. Sus

amigos gestionan su más rápida liberación.

NUEVA YORK, mayo 23.—La prensa dice que esperábase ayer que

antes de la mañana de hoy quedará en libertad mediante fianza el joven

ex estudiante de la Universidad de La Habana, Félix de la Torriente Brau

quien había estado recluido en prisión cubana por razones políticas.

El joven De la Torriente debió haber seguido viaje hacia Europa, el

domingo en el vapor «Cristóbal Colón», donde iban otros estudiantes que

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se dicen ser hijos de padres españoles, quienes también fueron expulsados

de Cuba por órdenes del régimen.

PABLO: CARTA DE LEJOS

New York, 24, 7, 933

Querido papá:

Ya supongo que te habrás enterado que en vez de bajarnos en Santander nos bajamos en New York y en vez de estar viviendo en el Palacio de Hermosa, pues vivo en un palacio de

Broadway. Hay otra diferencia también: que en lugar de estar vagueando por la provincia

española, pues estoy trabajando con un español aquí. Ahora aprovecho un rato libre, antes de acostarme, para hacerte unas líneas. Estoy viviendo a unas cuantas cuadras de

Polo Ground, pero todavía no he tenido tiempo para ir por allá. Me han pro-metido

convidarme pronto y entonces sí puede ser que tenga tiempo. Porque resulta que es cierto eso de que The time es money; porque si yo hubiera tenido el money es seguro que

hubiera conseguido el time.

Como la diversión más barata de aquí es la de caminar, y a la vez es la que más me gusta,

pues me doy interminables caminatas y por eso ya me conozco medio Nueva York, que de

veras es muy grande aunque yo me lo imaginaba más aún. Ahora los cretinos estos, con el

propósito de crear una ciudad mayor que Londres han constituido lo que se llama el

Distrito Metropolitano, que tiene una población mayor que todas las Antillas juntas, pero

que no es una ciudad ni Cristo que lo fundó. Con todo hay aquí estupendas cosas: el

puente de Washington que es un poco mayor que aquel por donde tirábamos a León, sobre

el Guaninicum; el subway que viene a ser algo más largo que el túnel de Gibara y el

edificio del Empire que es una casa bastante alta, que ha dejado muy chiquitico al famoso

Woolworth.

Aquí me entero diariamente de los sucesos de Cuba, y veo que la mierda abunda ahora

más que nunca. El olor llega hasta aquí de tan intenso que es y me parece que muchos

individuos se van a impregnar ahora tan fuertemente de él que más nunca lo van a perder.

Me parece que era preferible que Cuba se hundiera geológicamente antes que llegar a un

acuerdo con el asqueroso sapo de Machado. Pero allá ellos, que nosotros aquí, por

nuestra cuenta, es-tamos diciendo todas las verdades que vienen al caso. Hace poco en un

mitin que yo dirigí, los desenmascaramos a todos.

EL CLUB «JULIO A. MELLA» CELEBRA

UN MITIN DE PROTESTA

Exprésense contra la mediación de los

Estados Unidos en el problema

político de Cuba

Cerca de 400 estudiantes e intelectuales asistieron el viernes por la noche a la

magna asamblea que, para protestar de la actitud adoptada por el Gobierno de

los Estados Unidos con respecto al problema político de Cuba, tuvo lugar en los

salones del Club Cubano «Julio A. Mella». Presidió el acto el joven

puertorriqueño Pablo de la Torriente Brau, expulsado de Cuba por orden del

general Machado.

La Asamblea decidió:

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a) Enviar cablegramas de protesta al presidente Roosevelt y al departamento

de Estado en Washington, expresando nuestra condenación más enérgica de su

política imperialista en Cuba, efectuada a través del embajador Sumner Welles

y de los grupos de políticos cubanos que se han prestado a tales maniobras

contra el pueblo de Cuba.

LA COMISIÓN MIXTA TÉCNICA DARÁ

UN INFORME OFICIAL A LA PRENSA

No se ha decidido aún si será de 4 ó 6 años

el período presidencial

La Comisión estudia si los congresistas podrán ser Ministros y Secretarios y si

estos podrán ser congresistas. Mr. McBain entregará hoy al Presidente las

reformas para la Universidad.

Un día de mucho trabajo resultó ser el de ayer para la Co-misión Técnica

Mixta que preside el embajador de los Estados Unidos, Mr. Sumner Welles.

Las labores de la Mediación dieron comienzo a las diez de la mañana, hasta la

una y quince de la tarde, volviéndose a reunir los miembros de la Comisión a

las cuatro de la tarde y terminando a las siete y media de la noche.

Con el Embajador, y al objeto de seguir tratando acerca de las reformas a la

Constitución, estuvieron los conocidos señores de siempre, que representan, por

una parte, a la Oposición, y por la otra a los partidos políticos.

(Diario de la Marina, 4 de agosto de 1933)

ROA

Benjamín Sumner Welles, nuevo embajador de Estados Unidos, arriba a La Habana con plenos

poderes para «resolver» la crisis cubana. La Mediación entra en cancha con su tristemente

célebre mesa redonda. El ABC y los viejos caudillos se ponen, dócilmente, al servicio de

Welles. La maniobra del mediador no podrá engañar a nadie: su objeto es capitalizar, en

beneficio de la cancillería y de la banca norteamericanas, el movimiento revolucionario

eliminando a Machado sin alterar las bases ni la estructura del machadato. El Directorio

Estudiantil, el Ala Izquierda y las organizaciones obreras denuncian la vil mascarada.

AL PARO Y A LA CALLE EL 1° DE AGOSTO

Welles, Corsario del Imperialismo

Es así como el Míster de la Mediación lleva adelante sus planes

depredadores y de expoliación del pueblo oprimido de Cuba. En medio

del salvaje terror de Machado, que asesina a diestra y siniestra en el

interior del país, masacrando a los alzados y campesinos que los apoyan,

y cuando, paralelamente piruetean sus secuaces, los líderes de la

oposición burguesa latifundista, extendiendo en la atmósfera de su

política corrompida una cortina de humo demagógico.

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Las reformas de la Constitución que se proyectan, la Asamblea

Constituyente en preparación, la amnistía, la preparación de las

elecciones, y en general todas estas hojas del paraván de la Mediación,

ocultan el plan de rapiña fraguado por Wall Street, introducido

«diplomáticamente» por Welles, y que se ultima por los magnates

azucareros reunidos en Washington.

(El Trabajador, órgano del Comité Central del Partido Comunista de

Cuba, 1° de agosto de 1933)

PABLO: CARTA DE LEJOS

Querida mamá:

Estoy trabajando como una bestia o poco menos. Primero estuve vendiendo ice creams por

la calle, haciendo «pequeños recorridos de unas trescientas cuadras», pero la realidad es

que en los mejores días apenas si llegaba al peso de ganancias. Desde hace tres semanas

conseguí trabajo en una factoría de hacer escobas, cepillos, brocha, etc., y el trabajo me

resultó tan fuerte que pensé si acaso no lo iba a poder resistir. Llegaba muerto de veras,

yo que soy tan fuerte. Pero ya le cogí el juego a la cosa y no te diré que no siento el

trabajo, pero sí que lo soporto mucho mejor. Las horas de trabajo oficial son nueve, con

solo media hora de descanso para lonchar pero la realidad es que casi todo el tiempo

hemos estado trabajando once horas, de pie sin el más mínimo chance de sentarse y

constantemente apremiados; y para mí la cosa ha sido más dura aún, porque como me han

visto grande y fuerte me «han aprovechado como un veinte de mayo» y cada vez que hay

que hacer trabajos de estiba me los comisionan. Antes de ayer mismo estuve estibando

sacos de maguey, de doscientas libras de peso. Siempre gano un par de pesos más a la

semana, pues Massaguer, que fue el que me consiguió el trabajo, me dicta sus cartas de la

semana y me paga un real por ellas. Este otro trabajito me lleva casi todo el poco tiempo

que me queda libre para vivir (descuenta a las veinte y cuatro horas del día, once de

trabajo, hora y media de subway y seis o siete de sueño y verás lo que vivo)...

Si alguna vez ocurre el milagro de que yo tenga algún peso sobrante, te lo mandaré. Pero

eso sí, si ocurre atribúyelo a los fenómenos del espiritismo; y me voy ya. Y la próxima vez

te incluiré cartas para unos cuantos para ahorrarme sellos. Y miéntale la madre a todos

esos desvergonzados que están en pactos con el asesino mayor, después de haber escrito tantos «lindos» manifiestos y de haber mandado al matadero a tantos muchachos.

ROA

Un paro insignificante se ha ido transformando, entre tanto, bajo la dirección del Partido

Comunista, en un avasallador desbordamiento de disconformidad, que culminará en la más

vasta y potente huelga general de que tiene data nuestra historia.

HUELGA TRANVIARIA DE 24 HORAS PARA

APOYAR A LOS ÓMNIBUS

Los choferes acordaron mantener

su adhesión

HOY SE REÚNEN LOS EMPLEADOS

DE SOMBRERERÍAS

PARARÁN HOY TIPÓGRAFOS, LINOTIPISTAS,

ESTIBADORES, VENDEDORES

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Y MESILLEROS

Los tranviarios presentan un plan de

reivindicaciones a la Empresa

ROA

Se da la orden de volver al trabajo al conceder Machado las reivindicaciones de clase

planteadas. Inútil. Las masas ignoran la orden. Nada podrá ya desviarlas de su rumbo y pro-

pósito. Ni la horrenda masacre del 7 de agosto. Pero Welles le sale al paso a la huelga, apoyado

por el ABC y los viejos caudillos, provocando un cuartelazo militar que deja la situación en sus

manos. «No abandonaré el poder hasta el 20 de mayo de 1935. Ni un minuto más ni un minuto

menos» —diría fanfarronamente el tirano—. Ahora huía, despavorido, rumbo a Nassau. Era el

12 de agosto de 1933.

TALLET

Entonces ocupó la Presidencia el hermano de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes: porque si el

padre de él era el Padre de la Patria, él venía siendo el hermano de ella, ¿no? El caso fue que

tomó el poder, y en la crisis aquella, los periódicos empezaron a cerrar. Los periodistas

fundamos, en respuesta, otros órganos: los de La Marina, organizaron La Mañana, los de El

País, hicieron lo mismo con El País Libre y los de El Mundo fundamos Ahora. Cuento esto

porque fue en ese periódico nuevo, en Ahora, donde Pablo reemprendería su formidable carrera

periodística poco después de su regreso del exilio.

ROA

A Pablo no le fue dable participar en la huelga general que derrocó la dictadura de Machado,

por encontrarse aún en el exilio. Fue aquella, sin duda, una gigantesca tormenta popular insuflada de genuino espíritu revolucionario: fue el pueblo el que tumbó a Machado,

independientemente de todas las artimañas, maniobras e intrigas de los mediacionistas,

particularmente del embajador de Estados Unidos, mister Sumner Welles. El gobierno de Céspedes, gobierno sietemesino, gobierno contrahecho, gobierno parido por la

Mediación y las fuerzas reaccionarias y burguesas del país, desapareció también en un

santiamén; vino un ciclón y con el ciclón se fue.

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Había surgido el golpe militar del 4 de septiembre.

¡¡PASO A LA AUTÉNTICA REVOLUCIÓN!!

«El Gobierno no es comunista, ni socialista,

sino puramente revolucionario y de facto,

que gobernará con todas las clases»

(Sergio Carbó)

DOS DESTROYERS EN UN CRUCERO

SE DIRIGEN A CUBA

Unánime adhesión de las clases y alistados

al movimiento de anoche

(El País, 5 de Septiembre de 1933)

ROA

Aquel Movimiento de sargentos y soldados, de clases del ejército llamado Nacional era un

movimiento de consignas meramente subalternas, castrenses, referidas a problemas inmediatos. Y se gestó en medio de una atmósfera convulsa y de retemblamiento de las propias fuerzas

armadas, como consecuencia de las acusaciones que se le hacían, todas ellas justificadas y

perfectamente fundadas contra miembros de esas fuerzas armadas, complicados en atropellos y crímenes y torturas.

El Movimiento fue usufructuado por Fulgencio Batista, sargento taquígrafo, que carecía de

antecedentes revolucionarios y, más aún: que tenía antecedentes machadistas. Recuerdo yo que

Rubén Martínez Villena, en un discurso que pronunció en el Centro Obrero, siempre se ufanaba de haberle casi escupido en la cara a Batista: era él quien taquigráficamente le estaba tomando el

discurso.

BARTOLO

Pablo regresa del exilio y se incorpora inmediatamente a la actividad revolucionaria y como

parte de ella, a la actividad periodística. En la misma edición de El País del 4 de septiembre, donde se hablaba de la agitación que

había en Columbia y todo aquello, aparece un titular más abajo que decía: APARECIÓ EL

CADÁVER DEL TRAIDOR JOSÉ SOLER. El día 5, en El Mundo, Pablo publicó una de sus crónicas más extraordinarias, donde narraba

el ajusticiamiento de José Soler Lezama, aquel ex compañero nuestro que resultó ser el que

había entregado a infinidad de luchadores revolucionarios —incluyendo al propio Pablo— a los esbirros de Machado.

PABLO

Vengo ahora a la máquina con la imaginación caliente aún por el relato patético. Pocas veces

algo tan inaudito ha ocurrido nunca. Pocas emociones tan inolvidables para los protagonistas

como estas que se amontonaron con la persecución desesperada, la captura, el proceso sumario

y la muerte de José Soler Lezama, traidor sin más calificativos a la causa de los obreros, primero, y más tarde a la de los estudiantes de los distintos sectores.

Como de costumbre en estos casos, después de fracasar varias de las confidencias ofrecidas,

ayer, al fin, después de pesquisas casi desesperadas, se encontró al antiguo compañero escondido en casa de un familiar. Tenía un revólver en la mano, pero lo entregó sonriente y casi

despreciativo a sus capturadores alegando que, aunque había hecho el propósito de no

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entregarse vivo, como lo habían sorprendido en una casa donde vivían niños, no quería

comprometerlos. Y tenía su eterna, inmutable sonrisa.

BARTOLO

Para mí, era loco. Para mí, Soler era loco. Yo lo conocía de chiquito. Vivíamos en la calle N a

dos cuadras de distancia, y a cada rato yo le decía: Gordo, tú tienes la mirada extraviada. Y era verdad que tenía la mirada extraviada.

Soler empezó sus traiciones por el Partido Comunista: entregó sus archivos a la policía de

Machado. Después se ligó al movimiento estudiantil. Pero era un tipo insólito: lo mismo entregaba un revolucionario que ponía una bomba; era capaz de cualquier cosa.

PABLO

Después que todo lo relacionado con la muerte de Carlos Manuel Fuertes Blandino quedó

aclarado, pasó el jurado a considerar varias de las otras importantes acusaciones pendientes y

entre las cuales figuraba el informe remitido desde Presidio y acompañado por una carta del jefe de aquel penal, comandan-te Pedro Castells, en la que se refería a «nuestro amigo». Hubo que

recurrir a la prueba pericial, por afirmar Soler que las acotaciones del trabajo —que estaba

hecho a máquina— eran exactamente iguales a su letra, pero que no eran, sin embargo, suyas. Se le hizo escribir varias cosas y la igualdad de las letras confrontadas resultó evidente.

BARTOLO

Las cosas de Soler no tuvieron nombre. Desde el propio Presidio Modelo sirvió de confidente al

machadato. Preso allí con nosotros, delató gente, dio información a Machado. En la misma

máquina de escribir del zoco seguramente escribió alguno de sus informes. Cuando cayó Machado aparecieron los files en el Ministerio de Gobernación, donde estaban

los recibos firmados con su nombre. Por la primera traición cobró 200 pesos. Y entregó a Roa y

a Pablo cuando estuvieron escondidos en casa de Tallet. Y a Fuertes Blandino, a quien

asesinaron después.

PABLO

El jurado, tras una breve deliberación, acordó entonces que se le fusilara. Y entonces habló Soler. Su voz fue emocionada pero serena. Era la voz de un hombre que iba

a morir como un valiente y que por ello merecía respeto; y era también la voz de un traidor y

que merecía por ello execración. En la sensibilidad de unos jóvenes que no tenían almas de verdugos, este complejo de sensaciones creó un violento shock emotivo del que apenas si entre

lágrimas incontenibles logró sacarlos la entereza varonil que, como un deber, ha de alentar a los

revolucionarios en los momentos más críticos. Y Soler habló. Y dijo con la palabra calmada, con aquella voz sonora de agitador que poseía,

con su gesto teatral de tribuno, que agradecería que no le entregaran su cuerpo a las turbas para

que lo humillaran arrastrándolo por las calles, no por él ya que pensaba que después de muerto

ningún dolor iba a sentir, sino por su madre, cuyo dolor sería aún mayor; pidió también que le entregaran su cadáver a la familia y que fueran a consolar a su madre. En un momento

culminante, cuando acaso el único sereno era él, como una verdadera y definitiva confesión

predijo que también su tumba sería visitada en un futuro, igual que la de los héroes caídos en la lucha, como una lección eterna a los traidores. Y por último, asegurando que él no tenía

creencia religiosa ninguna, pidió un sacerdote, con la idea de que su madre, creyente fervorosa,

tuviese siquiera ese consuelo. Para acceder a esta súplica la caravana recorrió kilómetros y desfiló por pueblos. Pero no se

encontró ninguno. Y entonces, ya bastante cerca de La Habana, se le bajó de la máquina para ser

ejecutado.

Allí suplicó que lo dejaran solo tres minutos junto a un árbol y se quedó en medio de un silencio terrible e inolvidable. Pero llegaban unos caminantes y hubo que trasladarlo de lugar.

Era el último. Se le pidió que se alejara unos pasos y temeroso de que lo fusilaran por la espalda

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hizo la última súplica, de que se le disparara de frente. El jefe de pelotón que lo fusiló accedió

en el acto y se le permitió que él mismo diera la voz de ¡Fuego! a la tercera palmada sobre el

pecho. Y las ametralladoras funcionaron y cayó de espaldas, muerto casi instantáneamente. Así terminó José Soler Lezama, extraño hombre, que llevó a la muerte a Carlos Manuel

Fuertes, que denunció a muchos compañeros de la Revolución, que engañó a todos mucho

tiempo y que, no obstante, pudo, contra lo usual, morir con un valor sorprendente, casi inverosímil, y con la mente llena de delicados pensamientos para la pobre madre a quien tanto

ha de conmover su fin.

Que de veras, como él quiso antes de morir, su muerte será ejemplo para los traidores.

ROA

Eran aquellos días tumultuosos, enfebrecidos, calenturientos, jadeantes, clamorosos: días hechos para Pablo de la Torriente Brau.

Surgió el primer gobierno del 4 de septiembre, que fue la llamada Pentarquía, como se

autodenominó, o le dijeron los periódicos, o también el quinteto Matamoros, como le decía el

pueblo. Aquella pentarquía desapareció rápidamente, sin pena ni gloria. Vino el gobierno, ya hecho más o menos a la manera tradicional, un gobierno presidencial,

cuya jefatura asumió Ramón Grau San Martín, a propuesta del Directorio.

GRAU SAN MARTÍN, PRESIDENTE DE CUBA

A las tres de la madrugada fue designado Presidente de la República el doctor

Ramón Grau San Martín y también quedaron nombrados cuatro de los

secretarios que integrarán el Gabinete de Gobierno.

«NO HABRÁ INTERVENCIÓN

SI SE MANTIENE EL ORDEN EN CUBA»

—dice Roosevelt

Hará lo posible por no intervenir en la Isla

Roosevelt declara terminantemente que la presencia de barcos de guerra en

aguas

cubanas no significa, ni con mucho,

la intervención

SIN EMBARGO LA CONCENTRACIÓN

EN LA HABANA Y OTROS PUERTOS

DE LA REPÚBLICA DE FUERZAS

AMERICANAS SE HARÁ DE TODOS MODOS

COMO MEDIDA PREVISORA

ROA

A toda máquina navegaba hacia nuestras costas una flotilla norteamericana de buques de guerra,

con el acorazado Wyoming a la cabeza y el secretario de Marina a bordo. Resurge la in-quietud, la confusión, la protesta. Los grupos mediacionistas, con el ABC a la cabeza, no se dan por

vencidos. Se conspira ya en la sombra. El alto comercio español financia la empresa. La

mayoría de la oficialidad depuesta se recluye en el hotel Na-cional, cobijándose bajo el ala protectora de Welles, supremo instigador de la rebeldía y del desorden. Enfila el Wyoming el

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canal del puerto, en zafarrancho de combate. Un estudiante revolucionario, Manuel Guillot, le

descerraja las balas de su pistola. Es todo un símbolo.

PABLO

Cuando Línea salga a la calle, los restos de aquel joven, dentro de su pequeña caja sepulcral,

convertida por la historia en gigantesca trinchera, ante el asombro de la insolente Marina de los yanquis que con tanta dureza él combatió, habrán paseado por las calles habaneras o estarán a

punto de hacerlo, rodeados por muchedumbres enormes, llenas de clamores; muchedumbres que

rodearon también «como trincheras de ideas» la débil caja que nos traerá desde México las cenizas de aquel que supo ser precursor, héroe y mártir; de aquel que supo, antes que nadie,

insultar con la palabra y con la acción al babeante monstruo senil de Machado, cuando muchos

de los que hoy figuran como «apóstoles» eran sus más asquerosos servidores...

CINCO MUERTOS Y MÁS DE UNA VEINTENA DE HERIDOS

DURANTE

LOS TIROTEOS

El entierro de las cenizas de J. A. Mella

dio lugar a choques sangrientos

La fuerza pública destruyó el obelisco que

los comunistas habían levantado en la Plaza

de la Fraternidad

(Gaceta de Tribunales, 30 de septiembre de 1933)

HERMANA

Cuando el entierro de las cenizas de Mella, Pablo tuvo que ir-se a Oriente, porque estaba

trabajando en la reorganización del Ala Izquierda Estudiantil. Se fue a Oriente y nos dijo: que

no falte una a los funerales de Mella.

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PABLO DE LA TORRIENTE BRAU

EN SANTIAGO DE CUBA

Viene en gestiones preparatorias de un Congreso

Nacional del Ala Izquierda Estudiantil

Ahora todos charlan en la paz de la salita colonial, con el repórter

curioso.

«Salimos de La Habana, nos dice Torriente Brau, el mismo día de la

llegada de los restos de Mella.»

Vinieron a Santiago por la carretera central en un viejo «Pizarro» de

chocha apariencia, pero que cumplió a conciencia su cometido.

Ellos le cuentan al repórter el mitin monstruo del Par-que Central,

organizado por la Liga Antimperialista y el AIE. Con un criterio

antimperialista, Torriente cree beneficiosa la llegada de los barcos de

guerra a los puertos cubanos, porque hicieron patente lo que la Liga

afirmó, sin ser oída, por tanto tiempo. Hoy todo el mundo se siente

antimperialista. La juventud intelectual de La Habana se orienta

decididamente hacia la izquierda, y en apoyo de su afirmación mis inter-

locutores me citan nombres distinguidos, Ballagas, Tallet, Pedroso y Juan

Marinello que acompañó desde México las cenizas de Julio Antonio

Mella. Los estudiantes también se inclinan hacia las izquierdas. Del

Directorio de derechas se pasan núcleos importantes a las filas del AIE.

Nos hacen un elogio de la labor de Raúl Roa, que echó sobre sus hombros

la tarea enorme de mantener en pie las actividades de la organización,

cuando casi todos los miembros del Comité Central estaban exiliados.

ROA

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A su regreso de la provincia de Oriente, donde estuvo unos días, Pablo se entrevistó con

Antonio Guiteras y el tema fundamental de la conversación fueron los sangrientos funerales de

Mella. Aquella tragedia conmovió profundamente a Guiteras, no obstante que no tenía

responsabilidad alguna con lo ocurrido. La responsabilidad era, única y exclusivamente, de

Batista, de Caffery, de Grau. Para ser más exactos: Guiteras hizo cuanto pudo por impedirlo.

Guiteras participa como secretario de Gobernación de aquel gobierno, después de haberse

alzado, en los breñales de Oriente, mucho antes de haber surgido la Mediación norteamericana.

Guiteras era la gran figura revolucionaria del gobierno. Y sería el líder más destacado, el ímpetu

más decidido, el brazo más erguido del movimiento nacional revolucionario.

No voy hacer aquí el enjuiciamiento del gobierno de Grau. Sí me interesa dejar constancia de

que ese gobierno hay que analizarlo, de toda suerte, en función de su composición clasista. No

se le puede juzgar como un todo. No hay que olvidarse que ese gobierno tenía un ala

revolucionaria, radical, encabezada precisamente por Guiteras. Y fue justamente esa ala la que

obtuvo las demandas populares que el gobierno de Grau aparentemente había conseguido.

La venta de Batista a los norteamericanos se consumó rápidamente. Guiteras se percató de

eso. E incluso, muy tempranamente, quiso fusilarlo. En una reunión que se efectuó en casa del

periodista Sergio Carbó, delante de Batista, propuso su fusilamiento como traidor, justamente a

raíz de una visita que este había hecho a la Embajada norteamericana. Natural-mente el Mesías

de la Desconflautación, más conocido por Ramón Grau San Martín, salió en defensa de Batista.

Aquel día se disolvió el Directorio Estudiantil Universitario y Antonio Guiteras, desoído y

burlado, debió sentirse más solo que nunca.

MARTÍN

Había cosas en las que Pablo y Tony se parecían, y otras en las que eran radicalmente distintos.

Pablo era explosivo, de un temperamento muy dinámico. Guiteras era eso en el fondo, pero

por fuera era muy pausado.

Guiteras —yo no sé si se sabe mucho esto— era un hombre que hablaba varios idiomas, un

hombre muy culto. Muy callado: sufría mucho. Estaba entregado a la revolución de verdad.

ROA

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Se desarrollaron los acontecimientos con un ritmo cada vez más acelerado. No había dudas que

había en Cuba una situación revolucionaria, que había un movimiento popular, afanoso de

cambios, afanoso de transformaciones, que se hubiera hecho mucho si se hubieran podido unificar las fuer-zas revolucionarias, que se hubiera, cuando menos, obtenido un gobierno de

estructura nacional-revolucionaria, con todas sus consecuencias. No pudo ser, en virtud de

desavenencias, criterios encontrados, desunión, dispersión. Así cayó el gobierno de Grau.

RENUNCIÓ GRAU A LA PRESIDENCIA

C. MENDIETA EL SUSTITUTO

La junta revolucionaria de Columbia se reunió desde anoche a las diez y

a las cinco de la mañana estaban discutiendo todavía los nombres de

Mendieta y Hevia.

El Embajador americano pasó

toda la noche esperando

la decisión.

(El País, 15 de enero de 1934)

«MIENTRAS BATISTA SEA JEFE DEL EJÉRCITO

NO SEGUIRÉ DE SECRETARIO»

Dijo el Dr. Guiteras a los representantes de la prensa americana

CON UN ABRAZO DEL EMBAJADOR CAFFERY AL CANCILLER

COSME DE LA TORRIENTE, QUEDÓ SELLADO EN LA

SECRETARÍA DE ESTADO EL RECONOCIMIENTO DE LOS E.U.

AL GOBIERNO DE CUBA

Discurso del Secretario a todos los pueblos de América.

Caffery optimista acerca del resurgimiento político y

económico de Cuba. Por primera vez desde la revolución, se

izó nuestra bandera en la Embajada.

ESPAÑA, INGLATERRA, FRANCIA

Y TODAS LAS NACIONES DE AMÉRICA

RECONOCIERON A CUBA

(El País, 24 de enero de 1934)

ROA

Recuerdo que el día 16 de enero de 1934, al otro día del cambio de poderes hacia la conjura

reaccionaria que encabezaba Carlos Mendieta, se efectuaba el sepelio de Rubén Martínez Villena.

Nunca hombre alguno, en tan escaso tiempo, había evolucionado, con tamaña celeridad, del

manso ejercicio de la poesía a la entrega atorbellinada de la revolución de los oprimidos y los explotados.

Este salto descomunal revela la calidad, el talento y la sensibilidad de Rubén.

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Como conductor del antiguo Partido Comunista, le tocó la responsabilidad de dirigir dos

huelgas generales políticas. Una, la del 20 de marzo de 1930, que cimbró la dictadura de

Machado. Y la otra, la segunda de agosto de 1933, que apoyada corajudamente por las masas populares, determinó el derrumbe del machadato, abriéndole al país perspectivas extraordinarias

para radicales cambios de su estructura neocolonial.

Pablo vio a Rubén varias veces en el sanatorio La Esperanza, donde había sido recluido por Gustavo Aldereguía, su fraterno amigo y compañero de luchas, por encontrarse ya en estado de

suma gravedad.

PABLO

Maravilla esa energía sobrehumana que lo sostuvo, y en donde acaso, residía el secreto

inexplicable de su magnetismo. Verlo casi agónico hoy y agitador mañana, vino a ser cosa corriente en Rubén... Era de los hombres que se trasmiten, que legan, generosos, lo mejor de sí,

a millares de hombres, de los que realizan con ellos el verdadero milagro de ser inmortales... y

los obreros de toda la isla, que no lo conocían y que hay ahora en La Habana con motivo del

Congreso Obrero, llegan, lo ven a través del cristal, y se retiran con un signo afirmativo: «¡El mismo!», parecen decir como en un reconocimiento.

CON EL FILO DE LA HOJA «Más vale ponerse rojo una vez...»

PABLO TORRIENTE,

NUEVO COMPAÑERO

Pablo de la Torriente Brau —figura nueva, talento nuevo, ideas nuevas—,

forma parte, desde ayer, de la redacción de AHORA. Revelado —en una

revelación fulgurante— por aquel originalísimo volumen de cuentos

vernáculos que, bajo el título de «Batey», diera a la estampa con Gonzalo

Mazas, afincó más tarde su nombre en la estimación pública con dos

interesantes series periodísticas: «105 días preso» y «La isla de los 500

asesinatos». AHORA, que se siente satisfecho de añadir el nombre de Pablo

de la Torriente Brau a la lista de su personal, le saluda con toda cordialidad.

TALLET

Así entró Pablo en Ahora. Nuestro periódico era el único, de los tres surgidos cuando cerraron

los periódicos tradicionales, que todavía alentaba en los principios de 1934. Ahora era una cooperativa, de la que formaban parte todos sus trabajadores, todos sus periodistas. Hubo

momentos en que, incluso, estuvieron boyantes las finanzas del periódico. Porque, en la

ausencia de otras vías para anunciarse, los comercios y toda aquella gente se anunciaba en Ahora, aunque fuera un periódico de oposición. Y la oposición furibunda.

Para el momento en que Pablo entró en el periódico los períodos de auge financiero habían

terminado. Ahí ganábamos lo que podíamos: 5, 10 pesos, cuando se podía, se le pagaba a un

periodista. Recuerdo un día que estábamos esperando el dinero, que venía en sacos, para pagarle a la

redacción. Era a mí, precisamente, al que le tocaba pagarle a la gente. A Pablo le tocaron 10

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pesos. Diez pesos de aquellos de plata que había. Y Pablo dijo: «¡Tanto dinero! ¡Cuaj!» y los

tiró, muerto de risa, en el piso de la redacción.

No era por dinero que estaba Pablo allí, desde luego: aquel era el lugar donde se podía denunciar lo que estaba pasando en Cuba.

ROA

La segunda fase del ciclo revolucionario se caracteriza por el aplastamiento inmisericorde del

movimiento popular. El machadato, como estructura, sistema y estilo, queda plena-mente

restaurado bajo la presidencia, por control remoto, de Carlos Mendieta. Absoluto es el sometimiento a la embajada norteamericana. Se organiza un aparato represivo de cariz

acusadamente fascista, concebido por el ABC y apoyado, resueltamente, por el general Menocal

y Miguel Mariano Gómez. La constitución provisional prohíbe la confiscación de bienes de los machadistas culpables; pospone la ejecución de la pena de muerte a los delincuentes de la

tiranía hasta que la Constituyente sea electa y resuelva; suprime el derecho de huelga y deroga

la autonomía universitaria, reconquistada a punta de coraje en acciones de calle. Se crean

tribunales sumarísimos para juzgar a los adversarios del régimen. La «confidencia» se eleva al rango de prueba, se establece el arbitrio judicial y se falla por convicción moral. Los tribunales

de urgencia reviven los atropellos, injusticias y crímenes de la colonia española.

Estamos, pues, en presencia de una tiranía más irrespetuosa y feroz que la de Gerardo Machado. Una tiranía que empieza por donde concluyó la tiranía por antonomasia que Cuba ha

sufrido.

INESPERADA Y ARBITRARIAMENTE DISOLVIÓ

LA FUERZA PÚBLICA UNA MANIFESTACIÓN

DE 20 000 OBREROS QUE FESTEJABAN

EL PRIMERO DE MAYO

EN UN DESPLIEGUE INÚTIL DE FUERZA,

PROPIO PARA COMBATIR A UN ENEMIGO PODEROSO, SE

MANTUVO AYER EL EJÉRCITO

BATISTA MOLESTO PORQUE NO SE VEN

BANDERAS CUBANAS

El Jefe del Ejército declaró que no está dispuesto a tolerar que se perturbe la paz

(Ahora, 2 de mayo de 1934)

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MARTÍN

Pablo regresó a la Isla de Pinos, para continuar obteniendo datos sobre los crímenes cometidos

en el mal llamado Presidio Modelo y sobre el capitán Castells. Aquella deuda contraída con los hombres azules —como él llamaba a los presos comunes— comenzó a pagarla Pablo en las

propias páginas de Ahora, con la publicación de la serie de reportajes titulada «La Isla de los

500 asesinatos». Periodismo vivo, hecho sobre la huella de los hechos que narra, aquella serie conmovió la conciencia popular.

Allí mismo, en la redacción de Ahora veía yo a Pablo, en mangas de camisa, el cuello abierto,

escribiendo a máquina. Yo comenzaba por entonces a hacer mis pininos en el periodismo, mis

colaboraciones y eso, y Pablo a veces me revisaba algunos trabajos en la redacción. Uno llegaba y lo veía ahí, en un rincón: disparando.

PABLO DE LA TORRIENTE BRAU NARRA

PARA AHORA LOS SUCESOS DE AYER

TARDE EN EL INSTITUTO

Nuestro compañero estuvo en el Instituto durante toda la jornada de ayer

y dice: «El tres de mayo, treinta de septiembre del Instituto de La Habana»

PABLO

Como a las once del día, una manifestación que había partido de Artes y Oficios, integrada por

estudiantes de aquel centro y de la Escuela Normal llegó al Instituto para obtener de los

estudiantes de este su cooperación a un acto de protesta por la ocupación de Artes y Oficios por el ejército, realizada el 2 de mayo. La manifestación cantaba los lemas de siempre contra el

terror y el gobierno. Un automóvil del ejército lanzó contra ella gases y los muchachos se

abalanzaron sobre las bombas, como más tarde lo hicieron cuando se hizo más intenso el bombardeo. A esta actitud, típicamente estudiantil, algunos soldados, nerviosos, respon-dieron

disparando sus Springfields. Desde ese momento, comenzó el ataque al Instituto, que duró hasta

la caída de la noche. Espectáculo de barbarie igual no lo ha visto La Habana.

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ROA

Todo acaeció en un instante, como en una cinematográfica visión de pesadilla. Muchachos

rebeldes y dignos, que se arremolinan frente al Instituto en un mitin de protesta por los sucesos

del Primero de Mayo y contra la interminable teoría de agresiones de que es víctima diaria el

estudiantado.

Los soldados que custodian de las iras populares el Diario de la Marina, alentados por su

propio director, esa concreción viscosa de todas las excrecencias humanas que responde por

Pepín Rivero, abren fuego también contra el Instituto.

PABLO

Pepín, que ni siquiera ha podido llegar a «pepino» porque desde la infancia perdió en el colegio

la intacta redondez de la o final, con todo el cuerpo estremecido de histerismos menopáusicos,

como un profeta bíblico de alguna opereta rechiflada, clama que ya conocerán las alas

izquierdas lo que es su ira y su furor y su venganza.

Yo, personalmente, soy un hombre divertido y jovial. Si yo te cogiera vivo, te amarraría al

final de un fotingo desvencijado y te haría trotear en calzoncillos un interminable maratón por

las calles de La Habana, hasta que reventaras como una iguana hinchada... ¡Te aseguro que el

público iba a gozar! ¡Mucho más que con tu descuartizamiento!

Vaya, termino. No estoy tan disgustado. Y, mira, te voy a dar datos para que me ataques.

Mientras tú le cogías dinero y miedo a Machado yo me puse frente a él y por culpa de ello

estuve en el hospital y en las cárceles. De los treinta y tres «gobiernos revolucionarios» que

«han salvado a la república», después de la caída de Machado, he dicho siempre lo que tenía

que decir, y ninguno se ha atrevido a ofrecerme ninguna «beca»... Por último, cuando estuve

exiliado en New York, nunca peseteé la Revolución, nunca recibí un centavo de Cuba y me

gané la comida trabajando en las fábricas... Ya ves que te ofrezco datos para que me ataques. Y

perdona «la lija» a que tu asquerosidad me obliga. ¡Hasta el otro mundo, Pepín!...

TALLET

Lo que se escribía en Ahora no se escribía, entonces, en ningún periódico cubano. Cuando

comenzó a salir, le pusimos como subtítulo «El periódico de la Revolución». Y cuando cayó el gobierno de Grau, nos acercamos más a Guiteras, que ayudaba al periódico económicamente, al

igual que la Federación Médica, que también daba su ayuda. Era un látigo aquel periódico. Y

era Pablo, muchas veces, el que hacía sonar ese látigo.

PABLO

Un lema tenía pintada la cabeza en caricatura de Mendieta. Decía: «Se busca. $0.01 por su cabeza»...

Otro: «¡Crimen! Esta es la gloria de Batista.» Y un soldado gigantesco estrujaba a dos

estudiantes, como un King Kong... Por otro lado, los lemas revolucionarios del AIE.

Frente único contra el terror. Batista, Mendieta, ABC y Caffery. ¡Culpables!

La ametralladora funcionó con su repiqueteo de película de guerra. Un chorro impresionante

de sangre brotó de la mano colgante de Anaya, que se mostró con estoicismo admirable. La mano tuvo que serle amputada inmediatamente al estudiante y la pudimos fotografiar.

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ROA

En el periódico Ahora se ha publicado la fotografía de la mano destrozada por una bala dum-dum del estudiante Raúl Anaya. El sangriento balance arroja, hasta este momento, dos muertos,

varios heridos graves, uno gravísimo y múltiples lesionados, todos de bala.

Un grito de cólera se ha alzado de todos los pechos honra-dos. Machado fue un espécimen político al parecer difícilmente igualable. Machado llevó a su exasperación las contradicciones

políticas y económicas que desgarran la realidad cubana. Machado persiguió y torturó, asesinó y

vejó sin compasión y sin tregua; pero solo en sus postrimerías, ya próximo a saltar

definitivamente, desesperado e impotente para conjurar el desarrollo del proceso que culminaría en su renuncia, se atrevió a ametrallar al pueblo en masas. Precipitando los acontecimientos,

quemando etapas en delirante desenfreno, a los cinco meses exactos de estar en el poder, el

gobierno cooperativista que preside Mendieta ha reproducido ya lo que Machado solo hizo cinco días antes de irse.

RETIRADO ANOCHE DEL INSTITUTO

EL EJÉRCITO

Entregó anoche el Jefe de Policía

el Instituto de La Habana al Dr.

Aragón

«El Gobierno Reconcentrado no Puede Vivir Sino

Sobre las Bayonetas de Batista»

Dr. Juan Marinello

(Ahora, 7 de mayo de 1934)

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ROA

Pablo fue uno de los fiscales de ese gobierno: fiscal impenitente, fiscal contumaz, fiscal diario.

Y junto con los enjuiciamientos que hacía del gobierno de la concentración reaccionaria, cuyo

colorido político lo daba el ABC, que era un partido fascistizante, junto a eso, Pablo hizo una

labor periodística extraordinaria en el periódico Ahora. Allí él fue el cronista inolvidable de la depuración universitaria: testigo y juez de aquellas

jornadas en que los estudiantes pasaron por la piedra a tanto profesor vendido al machadismo.

PABLO

Me cupo el honor de realizar el primer ataque a Bustamante.

Fui violento, rudo, bárbaro casi. Utilizando el sarcasmo, ha-blando como un hombre irritado, estuve excesivo, quizás, en la forma, pero sigo creyendo que no en el fondo, pues siento que

Bustamante está juzgado por el pueblo de Cuba desde hace años. Expresé que a mi juicio la

asamblea estudiantil tenía un honor insigne al juzgar a Bustamante, puesto que era en ese caso un tribunal por delegación del pueblo de Cuba. Luego analicé los méritos de Bustamante en la

cátedra, en la vida republicana y en la vida internacional. Alegué que llegó a la cátedra en

tiempos de Weyler por oposiciones en que Lendián «lo rompió»; lo acu-sé de haber sido el

precursor de los «cursillos» con sus viajes prematuros al extranjero y de haber sido el «apóstol de los catedráticos de dedo»; lo acusé también de no haber cooperado a la guerra de

independencia; de haber servido de pantalla de Machado para la Constituyente y la prórroga de

poderes, así como también de su papel en la Sexta Conferencia Panamericana al lado de Ferrara. Me referí de modo burlón a su Sabiduría en una ciencia de salón —el Derecho Internacional—

que ha culminado en dos pasteles hipócritas: el Tribunal Permanente de La Haya y la Liga de

las Naciones cuyo máximo triunfo, mientras se destrozan el Paraguay y Bolivia, ha consistido en el laudo entre médicos y quintas regionales... Terminé alegando que ya cansaba el argumento

del prestigio de la Universidad basado en los profesores, cuando en la realidad era que el

prestigio de la Universidad siempre había descansado en los alumnos; primero con los fusilados

de 1871; después en Martí, Agramonte y Céspedes; Mella y Rubén Martínez Villena; en los expulsados de 1927 y en los que ahora estaban realizando la labor depuradora. Estuve duro y

cruel, pero solo en la forma.

TALLET

Por las tardes en Ahora había poco movimiento porque era periódico de noche. Pero por el día,

algunos iban a escribir allí sus reportajes y sus cosas, Pablo entre ellos. Llegaba y se ponía a teclear allí su crónica, su artículo, en los que a veces él mismo era participante y autor: tan

metido estaba en la realidad que convertía en periodismo.

Uno de los rasgos que más me impresionaron —y me impresionan— de Pablo fue precisamente la manera en que Pablo cumplía en la vida lo que escribía. Hacía lo que proponía.

Y esto lo llevaba a las cosas más cotidianas de la vida. Cotidianas, pero de principio.

Así una vez, una tarde, estaba Pablo sentado allí en la redacción escribiendo a máquina y llegaron tres individuos. Eran tres de los que nosotros llamábamos «banqueteros»: fotógrafos

por la libre que vendían en los periódicos fotos de los actos públicos, etcétera; una actividad que

perjudicaba a los profesionales. Llegaron y preguntaron por Funcasta, que era uno de nuestros

fotógrafos. Parece que habían tenido alguna discusión previa, o algo. Les dijeron que no estaba y entonces empezaron a despotricar allí contra él, mentándole la madre y diciendo cosas

tremendas.

Entonces Pablo que estaba allí, tranquilo, escribiendo, se paró y dijo: Funcasta no está, pero estoy yo, y no permito que delante de mí se hable así de ningún compañero y ¡pin pan! le entró

a trompadas y metió a uno debajo de la mesa y por fin los tres salieron corriendo: los puso en

fuga Pablo.

CONCHITA

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Cuando Pablo salía de Ahora daba la vuelta por ahí por esa calle —por Muralla—, se paraba ahí

abajo y gritaba: ¡Concha Espina!

Yo era entonces muy flaquita y había una escritora española que se llamaba Concha Espina: Pablo unió las dos cosas y me bautizó por segunda vez. Yo salía al balconcito del cuarto donde

vivía con mi madre —era un primer piso— y contestaba, y entonces él preguntaba: ¿Hay algo?

Si había, yo le decía que subiera y se comía lo que encontraba. Y mientras comía jaraneaba mucho con mi madre. Se ponían a hablar de Puerto Rico: mi madre era de Mayagüez y él era de

San Juan, y él la relajeaba mucho por eso.

A mí me preguntaba por el bufete. ¿Cómo está el viejo?, me decía, refiriéndose a Ortiz. Y me

contaba muchas veces de las cosas que estaba escribiendo para el periódico.

AMETRALLADOS

Anoche cuando eran conducidos al

Castillo del Príncipe los jóvenes

Rodolfo Rodríguez, Ivo Fernández

Sánchez y Reynaldo Balmaseda

Cuando eran conducidos al Príncipe

fueron muertos 2 de los

detenidos ayer tarde

MARTÍN

Para septiembre del año 34, la escalada reaccionaria del gobierno Batista-Caffery-Mendieta

(como justamente le llamaba el pueblo) se había consumado. Entre los muchos revolucionarios detenidos por el régimen, se encontraba Rodolfo Rodríguez, miembro de la organización Joven

Cuba, que lidereaba Antonio Guiteras.

Cuando fue llevado al juzgado que entonces se encontraba en Prado y Genios, un grupo de sus

compañeros dirigido por Ivo Fernández Sánchez, trató de rescatarlo, en un audaz golpe de sorpresa. Salieron huyendo de allí en una máquina, pero fueron perseguidos, a tiro limpio por

estas calles: Prado a coger San Lázaro, y en San Lázaro y Crespo se meten en una bodega allí,

donde son finalmente capturados. En la Jefatura de Policía permanecen desde por la tarde de ese día, donde se les une otro

detenido —que nada tenía que ver con aquellos sucesos—, el joven Reynaldo Balmaseda.

PABLO

Los tres muchachos se encontraban detenidos en la Jefatura de Policía desde las cinco de la

tarde, más o menos, y a las once de la noche fueron sacados de la misma en un pequeño camión del Ejército, custodiados por cuatro o cinco soldados al mando del teniente Powell.

Según un testigo especial que conocía a los muchachos, estos pasaron poco después de las

once de la noche por el Parque de la Fraternidad cogiendo por Reina arriba. Es curioso que por todo el camino hacia el Príncipe estuvieran apostadas parejas de policías con armas largas, de

tramo en tramo, lo que hubiera hecho imposible todo intento de rescate, ya que, además, todas

las calzadas de la ciudad propicias para una fuga vertiginosa se encontraban igualmente tomadas

por la policía. Al llegar a la soledad y el silencio de la ancha avenida del Ve-dado, en donde fueron

asesinados los hermanos Valdés Daussá, el camión paró en seco. Alegaron que el camión se

había ponchado, pero la mentira era tan pueril, que cayendo inmediatamente en cuenta de que se planeaba un asesinato vil, uno de ellos gritó: «¡Cobardes, así no se mata a los hombres!»

Allí mismo fueron abatidos a balazos. En el mismo lugar, disparando en todos los sentidos,

los soldados iniciaron un infernal tiroteo que despertó a los habitantes de los contornos... Los

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cuerpos ensangrentados de los tres muchachos fueron conducidos en el mismo camioncito hasta

el Hospital de Emergencias.

GUILLOT

Yo los vi en el hospital. Estaban todo acribillados. Tenían tiros por las piernas, por los muslos,

por todos lados; tendrían como 40 o 50 impactos de bala, Ivo y Rodolfo. El otro herido —yo no lo conocía, supe que se llamaba Balmaseda— tenía un tiro terrible, que

parecía de muerte, en la garganta. Pero no llegó muerto y empezaron a hacer lo posible por

salvarlo. Yo estaba en Emergencias porque había vuelto a matricular en la Universidad y trabajaba allí

para costearme los estudios. Allí me veía con Pablo frecuentemente: él trabajaba en el periódico

cuando aquello y daba sus vueltas por el hospital, para ver si había casos, si había noticias. Aquella vez fue igual. Llegó, preguntó, y subió a entrevistar a Balmaseda.

PABLO

Cuando pudimos verlo, mientras recobraba con gran vitalidad el conocimiento, un grupo de

estudiantes lo interrogamos. Pero tenía el maxilar destrozado y se le había hecho la

traqueotomía. Por eso recurrimos al método de la respuesta mímica. Le preguntamos a qué hora los habían sacado de la Jefatura y contó dos manos y un dedo: a las once. Le preguntamos que si

los habían sacado en un camión y afirmó. Le preguntamos que cuántos soldados iban y contó

cuatro dedos. ¿Algún oficial? —Sí. ¿Qué graduación? Y se colocó dos dedos sobre el hombro.

¿Los mataron caminando o con el camión parado? Reynaldo, que parece chauffeur, hizo el gesto de un driver que aplica un freno. De este interrogatorio se levantó el acta correspondiente, y

entretanto se escribía esta, Reynaldo Balmaseda escribió en una tarjeta:

¡YO ACUSO !

Salimos a la sonce de la noche de la Jefatura en un camión

y a llegar a Zapata paro el

camión diciendo que estaba ponchado en la Oscuridad

entonces Yo le dije que

si así se asesinaban alos hombre en tonce el primero

que abrió el fuego fue el

teniente uno vajito colorao

y rubio de ojos azulez y era el que llevaba la

Ametrayadora

Dispués que se acabo el tiroteo me toco el pecho

y viendo que yo no estaba

muerto me disparó un tiro por el pescueso

Reinaldo Balmaseda

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MARTÍN

Pablo publicó su entrevista con Balmaseda, y el YO ACUSO que este había redactado en su

lecho del Hospital de Emergencias. Aquello equivalía a denunciar al teniente Powell, ase-sino

de Ivo y Rodolfo, en las condiciones de represión terrible que vivía el país bajo aquel régimen. Equivalía a buscarse problemas, tremendos problemas.

Y era que Pablo, entonces también, estaba poniendo en práctica aquello que nos había dicho

tres años atrás en una galera del Castillo del Príncipe, cuando nos daba clases de Cívica Revolucionaria: Más vale —decía Pablo— más vale ponerse rojo una vez, que cien veces verde.

Y más vale decir la verdad, cueste lo que cueste.

Y era cierto. Así lo decía y así lo cumplía.

REALENGO 18 «El que quiera conocer otro país...»

¡DEFENDAMOS A LOS CAMPESINOS

DEL REALENGO 18!

Los 30.000 campesinos que habitan el territorio del Realengo 18 supieron

rechazar el ataque militar que les preparó Batista en noviembre del año

pasado, gracias a su lucha y a la formidable solidaridad que les prestó el

proletariado de todo el país, bajo la dirección del Partido Comunista y de la

CNOC. Bajo la presión de esta lucha unida entre los obreros y campesinos y la

simpatía de toda la población urbana, Batista se vio forzado a retirar del

territorio del Realengo sus aviones de bombardeo, los cañones y ametralladoras

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y declarar una tregua de un año. Esta tregua expira en el mes de agosto

próximo y no hay duda de que si no venimos con nuestro apoyo inmediato, los

30.000 campesinos, en su gran parte veteranos de la guerra de independencia,

serán despojados de su única fuente de vida en favor de una Compañía

extranjera de geófagos.

Comité Central del

PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

(Sección de la I.C.)

TORRIENTE BRAU LLEGÓ AL REALENGO 18

CUANDO CELEBRABAN EL TRIUNFO

GUANTÁNAMO, 14 de noviembre (Por teléfono).—Con el deseo de llegar

más rápidamente a La Habana para dar a la publicidad todo lo ocurrido en

el Realengo 18, acaba de partir para Santiago de Cuba el redactor de

AHORA, Pablo de la Torriente Brau, quien ha sostenido una larga y muy

interesante entrevista con el líder Lino Álvarez.

SIRÉ

Cuando Pablo llegó a Guantánamo, nos encontramos detrás del antiguo Instituto, en Moncada y

la Línea, donde había una funeraria. Estaba el caserón del Instituto aquí y, detrás se reunían los

compañeros: era un lugar solitario, bueno para des-pistar.

Tengo todavía la imagen de él: un hombre de unas 180 libras, facciones perfiladas, color

trigueño, pelo hacia atrás, con dos entradas así. Y con un carácter muy recio. Tenía momentos

en que guaracheaba, se reía. Pero un carácter recio.

Estuvimos haciendo los preparativos. Comimos después en una fonda de chinos que estaba

por ahí por donde está La Tijera. Entonces aquí, en esta Estación de Ferrocarriles de

Guantánamo, a las seis de la mañana tomamos el gascar que va para Cuneira.

PABLO

En tren se puede llegar hasta Lima, hasta Cuneira, Jurisdicción, Carrera Larga, Manantial, Ermita, Belona, Palmarejo, Sabanilla y Marimón; pero de esos «puntos» hay que partir a pie o a

caballo. Y según sea el barrio del Realengo al que uno quiera dirigirse puede escoger el lugar de

partida. Yo, pre-sumiendo que ya Lino Álvarez y su gente se encontraban en Los Ñames, partí de Cuneira en «Chivo», el caballo del gallego Hipólito, que lo alquila a cualquiera por un peso y

hasta conseguí unas botas horribles, capaces de inflamarle los pies a cualquiera. Wilfredo Siré,

el activo corresponsal de Ahora en Guantánamo, que se encargó de repartir ejemplares de

nuestro diario entre los campesinos, me acompañó en la excursión...

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SIRÉ

Encontramos un compañero que nos alquilara unas bestias y con ellas nos adentramos en el

territorio del Realengo. Re-cuerdo que Pablo iba mirando todo aquello igual que cuando íbamos

en el gascar, preguntando cosas del monte, nombres y para qué sirve aquel bejuco...

Preguntando y mirando.

PABLO

El que quiera conocer otro país, sin ir al extranjero, que se vaya a Oriente; que se vaya a las

montañas de Oriente donde está el Realengo 18 y en donde se extienden otros, como el de

Macurijes, el de Caujerí, el Vínculo, el Bacuney, Zarza, Picada, Palmiján y algunos más. Que se

vaya a Oriente, a las montañas de Oriente. El que quiera conocer otro país. Que monte en una

mula pequeña y de cascos firmes y se adentre por los montes donde la luz es poca a las tres de la

tarde y los ríos, de precipitado correr, se deslizan claros por el fondo de los barrancos, con las

aguas frías como si vinieran del monte.

Allí encontrará no solo una naturaleza distinta, sino también costumbres diferentes y hasta

hombres con sentido diverso de la vida.

Y, aunque acaso a un occidental no le sea grato, encontrará también el orgullo de una historia

considerada como propia: la satisfacción de que no haya río por el que no hubiera corrido sangre

mambí, ni monte donde no pueda encontrarse el esqueleto de algún héroe.

Pero no es fácil llegar al Realengo. No es fácil ni aun en tiempo de la seca.

SIRÉ

Nosotros teníamos un obstáculo principal para llegar hasta donde estaba Lino Álvarez: que

desconfiaban de nosotros. Y con razón. Lino era un hombre mandado a matar desde hacía

tiempo por la Compañía y por el Gobierno, un hombre que no dormía dos noches en la misma

cama.

A mí me conocían un poco, porque a veces les tiraba sus manifiestos en la imprentica que yo

tenía en Guantánamo. Pero ni así. Y nosotros íbamos entonces, de casa en casa, con el

conocimiento que yo tenía de la zona, preguntando dónde estaba Lino. Así llegamos a la casa de

Panchita Mitjans.

PANCHITA

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Mi mamá salió y me dijo: Dile a ese hombre que se vaya en-seguida porque ese es comunista. Y

tú sabes que aquí comunistas no pueden venir, que luego llegan los guardias y entonces vamos a

pasar un rato malo. Así eran las cosas entonces, es la verdad.

Yo tenía dieciséis años cuando aquello. Aquello fue en La Pelúa, subiendo de La Lima, el

primer alto de La Lima. A la primera casa que llegaron fue a la nuestra.

Pablo se había desmontado, había dicho que traían un estribo roto y se había sentado allí a

conversar conmigo. Venía vestido sencillo, muy sencillamente. No parecía periodista, sino una

persona corriente. Era de estatura regular y pelo crespo, si los sesenta y un años que tengo ahora

me dejan recordar.

PANCHITA

En la conversación, recuerdo que me preguntó si yo sabía leer y escribir, si había tenido escuela. Le dije la verdad: que muy poca. Entonces él me dijo que algún día aprendería; ni hoy ni

mañana, pero aprendería, me dijo. Y así varias preguntas me hizo. Y después pidió que le dieran

razón de Lino Álvarez, que dónde podía encontrarlo. Y que era para problemas de la tierra y eso que él necesitaba verse con Lino.

Yo le dije que yo no, pero que Juan Ramos podría seguro decirle. Y le enseñé una travesía que

iba de mi casa a la de Juan Ramos. Él salió para allá, pero antes me dijo: Si tú tienes chance,

llégate a la casa de Juan Ramos, que allí vamos a tomar fotografías para el periódico. Yo le dije que no, porque mi mamá no quiere que me saque en el periódico ni nada de eso.

PABLO

Buscando a Lino Álvarez y a la Directiva, fui a dar a La Eduvigis, el bohío de Juan Ramos,

blanco de quijadas fuertes.

JUAN RAMOS

Esto es el barrio de José Grande, y mi posesión se llama La Eduvigis. Esta posesión la compró

mi papá en el año 22. Yo trabajaba en el central y en el tiempo muerto venía para acá. Hasta el año 29. El año 29 no fui más al central. Por ahí sacará usted la cuenta del tiempo que llevo entre

estas lomas.

Ellos llegaron una mañana, sobre las diez o las once. Ustedes no habrán desayunado siquiera, les dije. Y dicen: No. Y yo digo entonces: Esperen, vamos a preparar almuerzo.

Al desmontarse, se le había roto el estribo. Dice: ¡Ahora sí! Dígole: No te ocupes, eso lo

arreglamos enseguida. Y cogí y remendé el estribo. Parece que había montado algunas veces a

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caballo. El que es jinete se le ve montar diferente. El que no está dispuesto para montar, se ve

que es pesado al subir, ¿no es verdad?

Todo esto, sin saber quién era. Preparamos el almuerzo. Comimos carne de macho y viandas.

PABLO

Allí almorzamos sabrosamente Wilfredo Siré y yo, disfrutamos de la grata presencia de Panchita

Mitjans, una guantanamera que llevó los escarpines al monte, y que tenía unas piernas esbeltas y

una dentadura de anuncio de pasta de dientes.

PANCHITA

Yo siempre fui con otra compañera allá, a la casa de Juan Ramos. Allí por fin nos hicieron una foto. Después salí en el periódico, y Pablo me mandó la esquelita por correo para que la

conservara.

JUAN RAMOS

Ahí Pablo me dijo quién era y a qué venía: a ver a Lino Álvarez, dice. Y yo que conocía bien a

Lino, y lo que estaba haciendo, me puse primero receloso, con razón. Yo sabía cómo Lino andaba siempre huyéndose de los que querían agarrarlo para que no luchara más por los

campesinos.

En la pendiente hacia el río, nuestro corresponsal en Guantánamo, Wilfredo Siré,

tomó esta foto de la familia de Juan Ramos, junto a su bohío La Eduvijis.

Veces había que venía a mi casa, en vez de ir a la suya. Yo lo invitaba para que se quedara a dormir aquí, pero él nunca se acostaba. Se sentaba al lado del fogón hasta las dos, las tres de la

mañana. Entonces hacía así y se iba.

Había que tener mucho cuidado. Aquí en mi casa estuvo una vez un hombre, por aquellos tiempos. Ocho días estuvo, con una maleta. Era en tiempo de mango, me acuerdo. Me pidió que

lo dejara dormir esa noche, que no podía seguir. Está bien, hasta el otro día. Pero me dice al otro

día: Mire, voy a dejar la maleta esa ahí, que después vengo a buscarla. Pero por la noche es que vuelve el hombre, y así. Así durmió ocho noches en mi casa. La última noche le dije: Oiga lo

que le voy a decir (siempre él me preguntaba por Lino y yo le decía: Yo no sé de Lino), usted

me va a perdonar, pero usted me pidió posada por una noche y ya usted tiene ocho días de estar

aquí y yo no sé quién es usted ni en qué anda. Y usted no me ha dicho tampoco. Así que por la

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mañana usted desayuna aquí y se pierde. Y se fue y nunca más lo he visto. Él andaba en algo,

pero yo no sé en qué andaba. Después me dijeron que lo habían visto en el cuartel de Bayate,

con los guardias. Había que tener mucho cuidado. A Lino había que cuidarlo. Bien cuidado.

PABLO

Hoy Lino Álvarez tiene cincuenta y siete años y es un negro bien negro, de pequeña estatura, pero bien musculado, fuerte; y tiene los ojos silenciosos y profundamente oscuros. Habla con

lentitud, como el hombre a quien no le gusta rectificar. Y nunca ha estudiado. Su firma, que

aprendió a trazar no hace mucho, se enreda como un bejuco del monte. Cuando Lino tenía dieciocho años vino la revolución y se fue a ella, incorporándose en Morón

de Oriente el 13 de mayo de 1895, al regimiento Moncada que mandaba entonces el coronel

«No me friegues». Pronto pasó a las órdenes de José Maceo y peleó en El Triunfo, Sabana, Hato del Medio, Dos Caminos de San Luis, Jiguaní, Cascorro, y otros combates hasta que murió

aquel león, enamorado del machete, y entonces se puso a las órdenes de Calixto García,

combatiendo en las Yerbas de Guinea.

Este es el hombre que encabeza ahora estas luchas; que usa en lugar de machete, el sable de un oficial español muerto en la guerra; que ha perdido su dinero y ha arriesgado la vida en la

contienda y que sabe, cuando llega la paz, picar la tierra, recoger el café, bailar en el «changüí»

y poblar los montes de descendientes con la fertilidad de un antiguo conquistador español.

SIRÉ

Por fin Juan Ramos se convenció y quedó en buscar noticias de donde estaba Lino. Pablo le enseñó unas credenciales que traía, de la Confederación Nacional Obrera de Cuba, y le explicó

que venía a divulgar precisamente las luchas del Realengo.

Juan Ramos conocía bien a Lino, le servía de mensajero, le traía recados de Guantánamo, armas y esas cosas. Así que él sabía bien. Nos sacó en los caballos y cuando llegamos y vimos

una casa así en un hoyo, nos dijo: Miren, allí, en aquella casa está Lino. Pregunten por él y

digan que yo los mandé.

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PABLO

Cuando yo llegué —después de un día entero de rodar de bohío en bohío, buscando a Lino

Álvarez y a su gente— a dar con los realenguistas en la vivienda de José Gil Morasín, donde se

festejaba la tregua, los montunos rodearon mi caballo y me preguntaron: «¿Qué propósito lo

guía al venir hasta aquí?...» Con la lección aprendida en las películas de guerra, me bajé sonriente del caballo, sin darle

mayor importancia al tono de la voz, y a las numerosas miradas penetrantes de los hombres,

diciendo que desde La Habana me enviaba el periódico Ahora para conocer a fondo sus problemas y darlos a conocer a toda la República. Les pareció bien la respuesta y poco después

mientras se ocupaban ellos mismos de los caballos y de hacer un poco de café, sentado frente a

Lino Álvarez y los demás jefes del Realengo 18, expuse el propósito de mi viaje.

—¿Y qué credencial personal usted trae? —me preguntaron.

—La de la Confederación Nacional Obrera de Cuba —respondí.

—A ver, deje ver —pidió Lino con ademán rápido. Y al dársela, la pasó a Pichardo, con el

gesto de un general que no quiere gastarse la vista leyendo «letras».

SIRÉ

Allí pasó una cosa tremenda, una sorpresa. Que cuando sacamos la cámara fotográfica delante

de Lino, este creyó que era un arma, que era una ametralladora o algo. Y los compañeros lo

sujetaron y le dijeron: No, que es una fotografía que te van a tirar para que salgas en la prensa.

Fue un momento jocoso y tremendo de todo aquel recorrido.

Después sacaron planos, unos papeles amarillentos, y empezaron a contarle a Pablo todo lo

que pasaba en estas tierras.

PABLO

De los labios del propio Lino Álvarez recogí la historia íntegra de las luchas por la posesión del

Realengo 18; su aporte personal a las mismas; el relato de las celadas que le han tendido; todo el

proceso de leguleyerías a las que se han prestado desde el juzgado de Guantánamo hasta el

Tribunal Supremo; el deseo ferviente de ellos de acogerse a la justicia y a la decisión final de

hacerse la justicia ellos mismos, porque como dice él mismo, con maravillosa certeza, ellos no

le deben esa tierra más que al Estado y el Estado son ellos... De sus labios recogí también

acusaciones concretas contra las empresas imperialistas que los han cercado y contra los

individuos —no tan extranjeros— que han servido de testaferros a esas patrañas.

Pude apreciar la facilidad con que los realenguistas se defenderían en caso de un ataque y la

eficiente organización con que cuentan y la fe ciega que tienen en su «Presidente».

JUAN RAMOS

Es que Lino era el hombre que más había luchado por esto. Tres tiros le habían dado y no lo

habían matado. También lo habían querido comprar: la compañía le ofreció una vez catorce mil

o quince mil pesos y 15 caballerías de tierra para que se dejara. Pero Lino siguió. Y uno tiene

que seguir a un hombre así. Un hombre que no se quiere a él mismo y que va él mismo a parar

una trocha cuando los guardias empiezan a trochar la tierra de uno.

PABLO

Batista hizo declaraciones de que «la trocha se haría costare lo que costare». Pero mientras tanto

la Directiva de los campesinos lanzaba su manifiesto que pregonaba con énfasis: «Tierra o

Sangre»...

Los soldados recibieron algunos refuerzos, aunque escasos, y continuaron la trocha. Pero en la

Loma de la Lechuza como cinco mil hombres con escopetas y machetes, con los rostros

sombríos, rodearon a la tropa y a los ingenieros y en la penumbra del monte espeso, a las cuatro

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de la tarde, mostraron su firme decisión de conservar el derecho a sus tierras «costare lo que

costare»... ¡Pero de verdad!

JUAN RAMOS

Lino me llamó y me dijo que me llevara al difunto Juan Ramírez y a Juan Torres y que fuera a

ver si los guardias estaban trochando otra vez, y que viniera y le avisara.

Yo le dije: Mire, si están trochando, yo me voy a parar en el alto aquel, voy a amarrar un

pañuelo en una vara y le voy a hacer señas para que vaya, para no tener que perder tiempo yo

viniendo hasta aquí.

Llegué. Estaban trochando. Cogí dos pañuelos y los amarré juntos. Principié a hacer señas.

Las vieron. Salí y caminé un poco para abajo, donde había un camino y allí los esperé. Llegó Lino y bajamos al Hoyo, que era donde estaban los guardias. Y dice Lino: ¿Quién es el

que comanda esta fuerza aquí? Era un cabo. Dice: A-a fe del ca-cabo Dan-danger —era medio gago el hombre—, esta tro-trocha para pa-pararla, hay que ha-hacerme pol-polvo aquí mis-

mismo.

Y entonces Lino se quitó el sombrero, lo tiró así contra el suelo y dice: Muchacho malcriado,

después que yo fui a hacer una patria para que tú cargues el traje ese, ahora vienes con la malacrianza esa, so sinvergüenza: ahora mismo te vamos a coger a sombrerazos. Y arrancamos

para atrás.

Entonces ellos —28 guardias— siguieron detrás de nosotros. Pero cuando llegamos arriba y vieron la loma aquella que estaba nublada de hombres, parece que dijeron: Esto no está bueno, y

empezó a decir el cabo gago: Li-lino, por su ma-madre... Vinieron cuatro campesinos y le

dijeron a Lino: El ingeniero nos lo deja, que lo vamos a ahorcar. Y dice el cabo: Por su madre no-no me ahorquen a-al inge-geniero. Entonces Lino dijo: Bueno, ahora ustedes se van y dentro

de dos horas que no haya campamento aquí ni nada. Porque si hay campamento, lo vamos a

barrer.

Como a las dos horas y pico bajamos. No había ni sombra de campamento, de guardia, ni de ingeniero.

PABLO

Si alguien quiere subir a las lomas en son de guerra, que tenga cuidado. Que por allí Flor

Crombet y Guillermón Moncada y Periquito Pérez y Antonio y José Maceo, hicieron filigranas

con sus machetes contra los Máusers de los españoles. ¡Que tenga mucho cuidado el que quiera subir a las lomas en son de guerra, porque detrás de un indomable caguairán un hombre, con su

rifle puede hacerle frente a diez, sin miedo a las balas; y al paso por las cañadas una sola

ametralladora puede acabar con mil hombres!...

PANCHITA

Todo aquello me pasó viviendo yo en José Grande. El tiempo se va volando, ya ha pasado bastante desde entonces. Yo he tenido familia en La Habana estudiando, y ha habido gente que

le han dicho: Yo no creo que esa Panchita de que habla el libro viva todavía. Y mi sobrina les ha

dicho: Vive, es mi tía y se acuerda de Pablo. Y es verdad que me acuerdo de cuando vino, de la foto aquella, de los periódicos donde salieron sus escritos.

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PABLO: CARTA DE LEJOS

La Habana, 28 de noviembre de 1934

Manuel Navarro Luna

Manzanillo

Querido Navarro Luna:

Nos fue ayer singularmente grata la llegada de tu carta, pues hace un par de días estuve

largo rato hablando con Marinello quien me contó varias anécdotas recientes del poeta

Navarro Luna, que por poco deja los huesos y el pellejo en Bayamo y Manzanillo. Ahora

sé que está bien el poeta, que imita los hábitos de Martí y Carlos Marx y que desprecia la

bicicleta de Lenin.

Y la carta me ha parecido magnífica, por el propósito, al que accedo con verdadera

satisfacción, y por los elogios, que nunca vienen mal para el estímulo.

Realmente me han gustado mucho esos trabajos y varias personas me habían indicado la

conveniencia de recogerlos en un folleto. Pero yo quedé en hacer lo mismo con los 105

Días Preso y La Isla de los 500 Asesinatos y nunca hice nada por lo que me parece

estupendo que Defensa Obrera de Manzanillo se ocupe de esos trabajos y los dé a conocer

en forma que mejor se ajuste a los fines de su más amplia di-fusión. Pasado mañana puedo

enviarte todos los originales —con las correcciones pequeñas que les haga—, excepto un

capítulo: el que se refiere a la historia de las luchas del Realengo, del cual he pedido hoy

al secretario de la Asociación que haga una revisión del mismo, ya que como parte

documental, es la de mayor interés. Como verás, no pienso suprimir ningún capítulo y en

ninguno exagero. Todo lo que en ellos relato no es más que la bella verdad de la

revolución agraria en marcha. Y la prueba es que ya los periódicos comienzan a publicar

cintillos aterrados sobre la penetración comunista y la necesidad de una línea decisiva.

Debo añadirte aún que hablando hoy con Regino Pedroso, le señalé la conveniencia de

que hiciera algo sobre las luchas del Realengo, y parece que le gustó la idea. Puede ser,

pues, que escriba ese poema, y en tal caso te lo enviaría para que lo añadieras al folleto,

aunque no creo que pueda terminarlo dentro del plazo requerido. No por la elaboración y

el tratamiento especial que requiere un poema de esa naturaleza, sino por las múltiples

responsabilidades que hoy pesan sobre «el chino» seguramente habrán de impedírselo. Si

llega a tiempo, all right —y salvo tu mejor opinión, desde luego—, pero no esperes por él para tirar.

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No me mandes prueba ni nada, y encárgate de todo, porque yo tengo excesivo trabajo y

excesiva confianza también en ustedes. Termino la carta pues estoy más cansado que el carajo.

Te abraza fuerte,

Pablo de la Torriente Brau

HUELGA DE MARZO «¡Camilo Valdés, te salió un rival!»

DURANTE TODO EL DÍA DE AYER

EL ESTUDIANTADO MANTUVO UNA

UNIDA PROTESTA EN LA HABANA

El estudiantado reclama que el Tte. Powell sea reconocido o no por R.

Balmaseda

TALLET

Pablo siguió su acusación al teniente Powell, por el asesinato de Ivo Fernández Sánchez y

Rodolfo Rodríguez, a través de las páginas de Ahora, donde también publicó decenas de re-

portajes combativos sobre otros aspectos de la realidad nacional de entonces: la lucha

antilatifundista en el Realengo, los fraudes en artículos como los de Chicola, denuncias sobre

las condiciones de vida en distintas ciudades de Cuba o crónicas sobre la lucha del continente,

como «Puerto Rico se rebela».

Fue una tarea periodística impresionante, diaria y constante, diciendo, denunciando, acusando.

En medio de todo eso, se produjo el juicio por el asesinato de Ivo y Rodolfo. Y Balmaseda,

que finalmente había salvado la vida después del tiro aquel bárbaro que le dio Powell en la

garganta, se retractó de todo lo que había dicho a Pablo.

Y Pablo quedó en el medio con su denuncia en alto. Y Balmaseda, rajado. Pero también le

contestó a Balmaseda.

¡CAMILO VALDÉS, TE SALIÓ UN RIVAL!

Por Pablo de la Torriente Brau

de la redacción de AHORA

Reynaldo Balmaseda, ¿tú no te acuerdas de Camilo Valdés, aquel famoso

Camilo Cotorra, el soldado de la bomba de Palacio, que una vez dijo que

sí, y otra que no, y otra que sí, y otra que no...?

¡Es claro que debes acordarte de él, porque el discípulo siempre debe

recordar al maestro! ¡Y qué buen discípulo de Camilo saliste, Reynaldo

Balmaseda! La otra tarde, cuando el Fiscal Capitán Cadenas, te preguntó

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que si tenías algo contra el teniente Powell, y contestaste, mirando a este

oficial que nada tenías contra él, yo pensé en Camilo Cotorra, porque

estoy seguro de que si alguna vez, ahora, cuando te pongan en libertad, se

tropezaran contigo los amigos de Ivo y de Rodolfo y te preguntaran cómo

habían sido los hechos, de nuevo volverías a relatar lo que nos contaste en

Emergencias a un numeroso grupo de individuos, entre los cuales había

varias autoridades... Y estoy seguro también de que, si después de este

interrogatorio, te volvieran a preguntar, dentro del Campamento de

Columbia, cómo había ocurrido todo, otra vez hubieras afirmado lo que

dijiste la otra tarde, rodeado de soldados y oficiales... Y es porque tú

perteneces a esa clase de hombres para los cuales se inventó ese

cuentecito infantil que dice: «Salí de México un día camino de Santa

Fe...» que no se acaba nunca. Porque para los hombres —voy a ser

generoso— como tú, la verdad no es un hecho sino una conveniencia, y

como la conveniencia puede variar todos los días, por eso para Camilo

Cotorra la verdad varía con el escenario!

Aquella noche iban en el trágico camioncito Ivo Fernández Sánchez,

Rodolfo Rodríguez Díaz y tú; esto es, dos hombres y tú. Muchos se han

fijado ya en el hecho de que de los tres hayas sido tú el único

superviviente... Porque tu espectáculo ante el Tribunal Militar en

Columbia, tan pequeño como parecías (¡y tan grande como habías

simulado ser en la cama!), hubiera sido muy distinto si tú no hubieras

sido tú; si, por ejemplo, hubieras muerto del tiro que a boca de jarro te

metieron por el mentón y hubieran quedado con vida Ivo y Rodolfo...

¿No te imaginas la figura altiva de Ivo declarando en Columbia? ¿No

piensas cómo hubiera declarado Rodolfo? Yo creo que tú puedes

imaginar cómo ellos hubieran declarado, pero la carne se te llena de frío

solo de pensarlo!...

ROA

Pablo escribía lo que pensaba por supuesto, con toda la crudeza y la pasión con que sentía las

cosas. Y no solo las escribía, sino las gritaba. Yo recuerdo que uno de aquellos días, después

que Balmaseda se rajó en el juicio frente a Powell —y eran días aquellos siniestros, por la

represión que había en la calle—, íbamos Pablo y yo bajando por Neptuno, en plena noche, y

Pablo empezó a gritar: ¡Camilo Valdés, hijo de puta! Y yo decía: Coño, nos van a joder a

nosotros dos aquí por gusto, si eso no tiene objeto alguno. No, hay que seguir, a ver si nos oyen,

decía Pablo, y seguía: ¡Camilo Balmaseda, hijo de puta! Con esa voz que tenía, que estremecía

los cristales. Por todo Neptuno. Esas cosas tenía Pablo.

MARTÍN

Ponerse rojo una vez, antes que cien veces verde.

PABLO: PÁGINAS DE UN DIARIO

19 de febrero de 1935

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Ayer pensé que sería muy práctico el que fuera escribiendo una especie

de diario de la revolución, con las cosas que no salen en los periódicos,

con las cosas que pasan, que se conocen solo por los grupos de acción y de

conspiración. Estoy seguro que algún día eso será interesante y servirá de

modo notable, para desentrañar en el futuro la clave de los sucesos

actuales, muchas ve-ces demasiado caprichosos o raros en apariencia.

Ayer, por ejemplo, la asamblea universitaria, irritada por el desprecio

sistemático que ha venido haciendo el Gobierno ante el planteamiento de

los problemas estudiantiles, se mostró totalmente partidaria de la

revolución, de salir a la calle a pelear, a combatir, no solo a morir, sino a

matar también. Había tres máquinas equipadas con gente de valor y

armadas de ametralladoras, dispuestas a emboscar a la policía cuando

viniera a disolver a la manifestación. Pero para planear mejor la

emboscada, para obtener algún día siquiera la revancha con la policía, se

desistió de eso, hábilmente. Es probable que dentro de unos días se salga

a la calle y entonces caerán estudiantes y policías.

ROA

Seguía la lucha. Cada vez más intensa. Cada vez más dura. No había otra alternativa que ir a una situación revolucionaria. Las condiciones del país lo exigían, la estructura del país lo exigía,

la penetración del imperialismo lo exigía. El movimiento obrero lo exigía. Y por consiguiente,

parecía solución natural que toda aquella torrentera desbordada se encauzara en una huelga general revolucionaria. Esa huelga fue convocada, insólitamente, por los estudiantes

universitarios. No se re-cuerda nunca en la historia del mundo que una huelga general política

hubiera sido auspiciada ni dirigida ni conducida por estudiantes universitarios. Y así fue: una de las cosas originales de aquella época.

Mediante una asamblea general, convocada en el Patio de los Laureles, se aprobó un

memorándum de lucha, que contiene aspectos muy importantes que merecen y deben

mencionarse. ¿Qué se pedía en el memorándum? Ya no se pedían cuestiones académicas solamente como

con anterioridad se hacía. Ahora se pedía la derogación del fuero militar que existía; la abolición

de los tribunales de urgencia que existían; el respeto a los derechos humanos, a los derechos políticos —individuales y colectivos—; el derecho a la sindicalización; el cumplimiento de la

jornada de ocho horas, que había logrado Antonio Guiteras... Y, por último, el ritmo fue tan

impetuoso que se llegó a pedir la destitución del Jefe de la Policía de La Habana, que era

Pedraza, e incluso, la renuncia del Presidente de la Re-pública, la mula mansa de Columbia, más conocido en su casa por Carlos Mendieta Montefur.

Unánimemente respondieron las masas populares a la orden del paro.

LA C.N.O.C. DECRETA LA HUELGA GENERAL

Explotan bombas en un colegio y en una

estación ferroviaria

No hay razón por el momento, para esperar actitud

violenta de ninguna especie por parte

de las fuerzas armadas

Cnel. Batista

(Ahora, 2 de marzo de 1935)

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NUMEROSAS ORGANIZACIONES OBRERAS

BRINDAN SU APOYO A LA HUELGA

DE ESTUDIANTES Y MAESTROS

Comenzará esta noche la huelga del transporte

por carretera

(Ahora, 3 de marzo de 1935)

OCUPADA MILITARMENTE

LA UNIVERSIDAD

Facultan a jefes militares para cesantear y nombrar personal en aduanas y zonas

fiscales

AMENAZA

El Gobierno a los maestros con

dejarlos cesantes

(Ahora, 7 de marzo de 1935)

PABLO: PÁGINAS DE UN DIARIO

12 de marzo de 1935

Hace varios días que no he tenido tiempo de escribir una sola nota. El

ambiente está cargado de inquietud, a la puerta de sucesos

extraordinarios e incontenibles. Un terror feroz, como nunca se había

visto en Cuba, ha sido la respuesta del Gobierno al movimiento de huelga

revolucionario. Armando Feito, aquel simpático «Gordo Feito», que

estuvo constantemente preso durante el Machadato, fue asesinado de la

manera más asquerosa, arrancándolo de su casa, en unión de su suegro,

delante de sus mujeres respectivas. Feito tenía un niño de solo tres meses.

Enrique Fernández, el mejor cerebro de los «auténticos», también ha sido

asesinado. Ocho hombres han aparecido muertos por los repartos. Otro

ha muerto en Emergencias. Otro en Regla. Se dice que ascienden a más

de 30 los asesinados. Creo que hay exageración, no obstante. Pero resulta

un peligro casi mortal salir a la calle. En ella no hay casi nadie.

Muchachos que juegan y soldados, policías, marinos y porristas. Nos

mantenemos en una incomunicación lamentable.

ROA

La huelga nació rota por dentro, desgraciadamente. Hubo desavenencias en ciertos sectores,

hubo discrepancias, y no se llegó a crear un haz homogéneo de lucha que hubiera podido

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evidentemente barrer con la dictadura militar que ya Batista estaba entronizando en el país al

margen de toda aquella mascarada de gobierno democrático y popular. No pudo ser.

Guiteras advirtió las posibilidades contenidas en aquel estallido. Dijo que una huelga como esa que se planteaba de modo natural la toma del poder no se podía hacer sin armas. Armas

apenas había. Él, que combatió la huelga en esos términos teóricos y doctrinales, dio, sin

embargo, todas las armas que tenía. La huelga fue una de las más grandes que ha habido en este país. Fue más grande que la huelga de agosto que tumbó a Machado, porque incluyó hasta a los

emplea-dos públicos y a todos los sectores de la población. Pero no pudo ser.

PABLO: PÁGINAS DE UN DIARIO

13 de marzo de 1935

Hoy se puede considerar perdida la huelga. Ayer fue un día decisivo y

terrible. Daba desesperación el constatar la absoluta desconexión de

todos los elementos de la lucha. Por el mediodía, por fin, vinieron a

buscar las noticias para transmitirlas por radio.

El Gobierno, siempre servido por un sistema de espionaje perfecto,

recogió los rumores de que por la no-che se esperaba un ataque

desesperado, dictó un bando prohibiendo, bajo pena de la vida, el

tránsito de pea-tones y vehículos después de las nueve de la noche. Eso

hizo imposible reunir gente. A las nueve en punto comenzaron los tiroteos

que no cesaron en casi toda la noche, disparándoseles inútilmente desde

las azoteas, con revólveres y pistolas a lo que contestaban los mari-nos,

policías y soldados con fuego de Springfields y ametralladoras...

Hoy el desaliento de ayer se muestra más claro. Ahora, ¿qué queda? Los

militares, engreídos por una nueva y resonante victoria, aumentarán —si

es posible— su insolencia y su poder. El pueblo vivirá humillado. Los

cabos y los sargentos son ya alcaldes. Un cabo podrá ser rector de la

Universidad. El salvajismo imperará y esto será, más que nunca, la

colonia sometida por el terror a la explotación canallesca de los yanquis.

Porque esto es lo que hay en el fondo de este triunfo de Batista. No hay

más que apoyo del maricón y corrompido de Caffery, consciente de que

se preparaba, por encima de las aspiraciones de los grupos políticos, un

movimiento popular que no podía sino ir a recalar en una lucha abierta y

decidida contra el imperialismo yanqui.

ROA

Cifra aterradora suman los asesinatos. Las cárceles no dieron abasto. Millares de empleados

públicos fueron cesanteados, vandálicamente asaltados los sindicatos obreros, saqueada la

Federación Médica de Cuba, clausurados los periódicos revolucionarios y tomados militarmente los Institutos, las Escuelas Normales, la Escuela de Artes y Oficios y la Universidad, cuyos

museos y bibliotecas serán desvalijados por la soldadesca.

La mayoría de los dirigentes revolucionarios se vio obligada a marchar al destierro.

TALLET

Pablo tenía al Powell arriba. Un periodista compañero nuestro del periódico Ahora, y muy amigo de él —«Cucho» Gutiérrez— se lo llevó para su casa, a esconderlo.

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A Pablo, en esos días, la cabeza le olía a pólvora: por lo del teniente Powell y por los artículos

que escribía, que eran una brasa ardiendo contra el gobierno. Tenía que exiliarse de todas

maneras. Fui con su mujer a ver al ministro del Uruguay para pedir asilo para él. Se lo dio y fue el que

lo sacó de aquí.

De ahí, no lo vi más.

PABLO: CARTA DE LEJOS

New York, 8 de abril de 1935

Querida Mamá:

Me fui de allí huyendo, y llevaba ya huyendo un buen tiempo. Por poco uno de esos días

voy a casa. Pero hice bien en no ir. Y no vi a nadie. Solo a Teté. He pasado malos días

aquí; pero no porque no tenga casa ni cama, sino por las preocupaciones y por la

pesadumbre de la derrota de allá.

Dale recuerdos a María y a su culto esposo y tú, en unión de mis queridas hermanas y de

mi amante padre, recibe mis mejores recomendaciones para el bello Coronel Batista.

Nene

OTRA VEZ EL EXILIO «Y si somos así...»

Lo que sigue son algunas hojas del diario de uno de los editores de Masas, una

revista antimperialista que el gobierno de Mendieta clausuró inmediatamente antes

de la huelga general que se organizó en Cuba. Más afortunado que algunos de sus

compañeros, Torriente-Brau, acosado durante días por la Gestapo del gobierno

Mendieta-Batista-Caffery, que está instaurando rápidamente una dictadura hitleriana

en la isla, logró escapar a los Estados Unidos hace solo dos semanas. Presentamos

este vívido recuento de primera mano de tres días de terror en Cuba con la esperanza

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de que nuestros lectores levantarán su protesta contra los métodos terroristas que

Batista ha aplicado a más de 800 detenidos —estudiantes, campesinos y

trabajadores— algunos de los cuales están sentenciados a muerte.

Los Editores

PABLO: PÁGINAS DE UN DIARIO

Marzo 17, 1935 —Miami

Ayer por el mediodía llegué en un avión. Después de esconderme de casa

en casa, el Comité Universitario acordó que yo tenía que abandonar

Cuba, a causa de mi actuación en la campaña contra el Ejército y los

constantes asesinatos que han cometido.

Últimamente no ha habido mucha diferencia entre los Machadistas y

nosotros —hemos sido tratados como Porristas. Hemos sido perseguidos,

las casas donde vivimos han sido destruidas. ¡Y con las culatas de sus

armas han destrozado los cuadros de Mella, Trejo, Pío Álvarez,

Rubierita y otros héroes de las grandes batallas!... Después de nuestra

llegada, nos han dicho que no mencionemos cómo escapamos, ¡porque el

gobierno de Roosevelt es amigo del gobierno de Batista!... P. ¿Puede usted darnos una imagen de la naturaleza y el ori-gen de los

acontecimientos en Cuba durante las últimas semanas?

R. Las raíces de la lucha se remontan muchos años atrás. Los estudiantes siempre han tenido una parte importante en la batalla de Cuba por su libertad. Los estudiantes combatieron

contra España como ahora, después de la «liberación», lo hacen contra el imperialismo norteamericano. Los estudiantes cubanos tuvieron una participación fundamental en el

derrocamiento del régimen de Machado. Pero cuando vieron que el régimen de Batista-

Mendieta se estaba alineando con los remanentes del grupo machadista, sus ilusiones se

esfumaron. Una vez más entraron en la lucha por una Cuba que fuera libre de la dictadura y la explotación de los intereses bancarios norteamericanos. La chispa esta vez fue la

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organización de una manifestación de estudiantes de primaria que pedían libros gratis y

lápices, escuelas limpias, almuerzos gratis y salarios decentes para sus maestros. Fue una

hermosa y emocionante imagen ver a estos niños y niñas de 8 a 10 años de edad marchando por las calles, gritando sus demandas. Cuando la manifestación fue brutalmente atacada por

la policía, la indignación se extendió rápidamente entre todos los estudiantes y se lanzó el

llamamiento a una huelga general contra las medidas represivas del gobierno Batista-Mendieta-Caffery.

P. A los estudiantes norteamericanos se les ha ofrecido la versión de que las

penas de Cuba terminaron con la partida de Machado y la llegada de Sumner

Welles y Jefferson Caffery. Lo que ha pasado recientemente fue señalado aquí

como una escaramuza que ya ha terminado felizmente. Los periódicos reportan

que «la paz y la tranquilidad prevalecen» en la isla.

R. El actual gobierno ha dejado pequeño a Machado en lo que a terror se refiere. El ejército ha sido duplicado. La «tranquilidad» que su prensa reporta es la tranquilidad de los muertos

cuyas lenguas han sido silenciadas para siempre. Es la «paz» de los supervivientes que han

sido expulsados solo temporalmente, que regresarán y golpearán hasta destruir. Batista y

Mendieta se desmoronarán. No pueden de-tenerse las fuerzas de la revolución social. Serán barridos. Para las masas de estudiantes y trabajadores cubanos, Caffery simboliza el sistema

de opresión que el National City Bank y el Chase National Bank tienen impuesto al pueblo

cubano. A todo lo largo y ancho de Cuba se escucha el grito de «¡Fuera Caffery!».

PABLO: CARTA DE LEJOS

Y ahora, ¿qué hago yo? Pues te aseguro que soy el más útil de todos los emigrados

revolucionarios. De Miami, en donde hay que vivir en repugnante consorcio con los

machadistas, salí para el Norte y aquí estoy haciendo propaganda, día por día y noche por

noche, sobre el problema de Cuba. Mañana culmina esta propaganda en un acto que por

primera vez se realiza en New York. El barrio de Harlem, uno de los más populosos,

decretará una hora de huelga general, en apoyo de los trabajadores de Cuba. He dado

mítines en Brooklyn y en New York y en todos hemos recogido dinero para los presos de

allá. Y he escrito más artículos que cuando estaba en «Ahora», de ingrata y grata

memoria... Hasta para México y Canadá he escrito... Me da satisfacción ser útil y no

cruzarme de brazos o re-crearme en el chisme revolucionario...

PABLO

Hoy da gusto hablar de Cuba, aquí, en el corazón de Harlem, corazón de esta isla Manhattan,

capital del capitalismo, cruel, bárbara e inhumana. Hoy da gusto hablar aquí, porque veo

centenares de rostros obscuros, desconocidos, ansiosos de oír lo que ocurre allá, de donde llega, apagado por la emboscada del silencio cómplice de la prensa capitalista, el eco sin embargo

perceptible de la gran tragedia de un pueblo que es capaz de aprender cualquier cosa menos a

vivir sin luchar por su libertad.

PABLO: CARTA DE LEJOS

He mantenido en los mítines una tesis que ha tenido un gran éxito, por cuanto es

verdadera, y que ya habían mantenido antes otros, pero que en ningún momento resulta

tan cierta como en estos momentos: a saber, que Cuba es hoy el principal escenario de la

lucha contra el imperialismo yanqui en toda América, y que en ella deben con-centrarse

los esfuerzos de todos los revolucionarios del continente, porque una derrota del

imperialismo en Cuba, implicaría, ipso facto, un debilitamiento general del mismo en toda

América, particularmente en el Caribe. Ya los oradores han enfocado muy bien el

problema y estamos captando elementos puertorriqueños, mexicanos, y en general,

latinoamericanos.

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ROA

La vida de Pablo en Nueva York fue, como la de todos nosotros, una vida sometida a los rigores

del hambre, del frío, de la incomodidad, del trabajo.

Él, para ganarse la vida, incluso laboró de lavaplatos en un café llamado El Toreador, que

estaba en el barrio de Harlem. Vivía en un basement. Basement es una especie de sótano, que le

costaba 4 pesos al mes. Yo vivía en un semibasement, cerca de ellos.

PABLO: CARTA DE LEJOS

New York, abril 9, 1935

Querido Wangüemert:

Ya he conseguido suficientes datos para mandarte el artículo sobre la «bolita» que es el

racket de moda en Nueva York. Espero que te gustará. Te he hecho también otro artículo

sobre el «Dyckman Oval», que ofrece una oportunidad magnífica a los atletas cubanos,

particularmente los de color, y mucho te agradecería que me lo publicaras, aunque no me

consiguieras nada por él (¡y desde luego que si me consigues algo mucho mejor!...). Deseo

que me publiques esto, porque voy a ver si con el arrendatario de los terrenos consigo

alguna «pega» de taquillero para los juegos. Me parece muy posible que la consiga si le

publico este trabajo.

Tengo otra idea magnífica. ¿Alguna vez no podrías publicarme algún cuento de los más

malos que yo pueda escribir? Casi que me comprometo a casarme al final con alguna

muchacha del subway. De veras, yo tengo muchos cuentos escritos después de «Batey» y

no he publicado nada de eso. Si puedes hacer eso alguna vez me puedes poner un nombre

cualquiera, latino, o americano o francés y, de acuerdo con lo que determines se le ponen

los nombres a los protagonistas.

No sé qué extensión darle a los trabajos, por lo que, si ves la oportunidad de colocarme de

vez en cuando alguno, indícame «el tamaño» que haya que darles. Tengo uno que sería

magnífico si en Cuba se pudiera publicar, pero sé que es imposible. Calcúlate que fui a

buscar a los muelles de Long Island trabajo para desembarcar azúcar de Cuba, cortada

por cubanos, embarcada por cubanos, a consignación cubana y dando el trabajo un

cubano. Pues bien, me puse en el grupo de obreros, como en las películas, y el bus fue

llamando gente de acuerdo con las indicaciones que le hacía el cubano... Al final, cuando

solo quedaba un grupo, nos dijeron «go home»... ¡Y pal carajo!... Dice el muy hijo de puta

que no quiere cubanos para su trabajo... ¿Qué te parece? Algún día se podrá hacer ese

artículo...

MARTÍN

Cuando llegué a Nueva York, a mediados de 1935, después de la represión de la huelga general

de aquel año, me encontré allí a Pablo.

Además de las intensas actividades políticas que realizaba Pablo en aquella ciudad, también

trabajaba para ganarse la vida, cosa muy dura para todo desterrado.

Los cubanos exiliados en general trabajaban. Pablo lo hacía en un restaurante. En un

restaurante, fregando platos. Por el proceso de aquel trabajo, que el plato venía y uno le daba

vueltas así para secarlo con un paño, nosotros le llamábamos a aquello «imprimir discos». Y

había que imprimir discos como loco.

PABLO: PÁGINAS DE UN DIARIO

Han pasado casi dos meses desde la última vez que escribí aquí. Han

pasado multitud de cosas. Cosas de la revolución y cosas mías, de las que

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es mejor no dar cuenta. Obtuve por fin un trabajo extra de camarero en

El Toreador, y ahí me voy defendiendo con las propinas. Parece que el

tiempo se pondrá mejor a medida que avance el invierno.

PABLO: CARTA DE LEJOS

New York, 16 de diciembre, 1935.

Sr. Joseph Freeman

Revista New Masses

Distinguido compañero:

Como ha transcurrido tanto tiempo de aquella noche debo recordarle quién soy. ¿No se

acuerda usted de una noche en que fue a «EI Toreador», el cabaret hispano-cubano que

está «by the green of Central Park»? Aquella noche —ha-ce como cuatro meses— Ud. fue

con una muchacha artista del Teatro Nuevo, según me dijo. Me tocó la oportunidad de

servirlo y, por hablar Ud. español, tuve oportunidad de entrar en conversación con Ud. e

identificarme como un escritor revolucionario de Cuba, actualmente exilado. En esa

misma revista, como le dije aquella noche, yo escribí un artículo —I escaped from Cuba,

si no recuerdo mal—. Con estos datos creo que ya, más o menos, podrá identificarme en

sus recuerdos. Ya yo perdí el trabajo en «El Toreador» y ahora estoy a la busca de nueva

oportunidad. Como estoy cesante puedo dedicarle algún tiempo mayor a mis asuntos y uno

de estos es el de mi libro sobre el régimen brutal a que son sometidos los presos —

políticos y comunes— en el Presidio Modelo, de Isla de Pinos.

ROA

En el exilio, en Nueva York, Pablo terminó de reunir los papeles de su libro Presidio Modelo.

Desde La Habana, su compañero del bufete y amigo, ahora devenido en enlace con la Isla, Pedro Capdevila, le envió las copias mecanográficas y las listas que acompañan ese formidable

testimonio. Libro crudo, ajeno a toda pudibundez, Presidio Modelo era la voz de la denuncia

revolucionaria frente a los crímenes de Castells en Isla de Pinos. Crímenes que por cierto

seguían perpetrándose entonces bajo el ala protectora de Caffery, por el antiguo sargento taquígrafo Fulgencio Batista.

Pablo hizo todo lo posible por publicar el libro —incluso sin recibir un centavo por ello—

porque conocía bien la demoledora denuncia que entrañaban aquellos papeles para la dictadura que oprimía al pueblo de Cuba.

CARTAS CRUZADAS

Mi querido Pablo:

Tu carta fue un refrigerio. Después del desconsuelo de los días anteriores, y de —

inclusive— la lectura de algunas páginas tuyas en inglés, publicadas en el mejor

semanario de allá, me hizo mucho bien tu carta. Leyéndola, como anteriormente las hojas

de tu diario, viví en nuestra tierra, los mismos instantes que tú. Las líneas sobre el

buenísimo de Feito, a quien conocía yo, y que estaba redivivo en tu diario solo con

aquellas palabras en inglés, «funny, fatty Feito», me estremecieron. Y como ese

estremecimiento, me abruma y me duelen todas las cosas recientes por las que tú y tantos

otros amigos, y en fin, gente de mi propia casa, acaban de pasar. Pero aún estaría abatido

si no hubiera recibido de allá sino las noticias corrientes y no frases como la que me

escribiste: «Aquí estaré hasta que llegue para Cuba el momento etc.» Te felicito por tu

estado de ánimo, créeme que lo comparto al menos intelectivamente. Me fe-licito a mí por

ser amigo tuyo. A buen entendedor con pocas palabras bastan.

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¿Sería posible aquí, gestionar la publicación de tu obra inédita? Pagan poco, pero pagan

y no cuesta.

José Antonio Fernández de Castro

Querido José Antonio:

Tu carta llegó en momentos «extraordinarios». Figúrate que, por primera vez en mi vida

caí en cama, con una gripe fulminante que me atacó en plena calle y tuve que ser llevado

casi «en andas, por obispos y embajadores» hasta casa de unos amigos en donde, previo

los auxilios del «Sanson», pude recuperar el equilibrio, después de una especie de colapso

digno de cualquier prima donna ofendida. Y, como tu carta traía la astronómica suma de

500 kilos, pues se destinaron a unas ámpulas contra la gripe, que vinieron a surtir efecto a

los veinte días justos de tratamiento. Por poco, si me descuido, me da sinusitis frontal.

De tu carta, lo que más me interesa contestar, en el orden personal, es tu ofrecimiento de

publicar allá el libro mío de Presidio. En el acto acepté, y, cada rato que he tenido libre lo

he dedicado a hacer las correcciones en el texto, y en la copia, para enviarte el original, a

fin de que veas qué puedes hacer allá. Estoy seguro que te gustará y quisiera que lo

leyeses antes de que se hiciera cualquier gestión por él, a fin de que me hicieras las

sugestiones pertinentes.

Yo creo que si tuviera las conexiones necesarias, el libro, traducido al inglés, sería un

éxito. No conozco nada en literatura presidial que se pueda comparar al Presidio Mo-

delo. Quisiera, como lo digo en el Prólogo, que se hiciera la película y que se tradujera a

todos los idiomas para que se conociera ese mundo inmundo. Pero mis deseos hasta ahora

han tenido que limitarse a unos artículos en el periódico «Ahora» en La Habana. Por eso

te agradezco el ofrecimiento. Te advierto, de paso, que tengo entendido que en México

está viviendo Goyito Santiesteban, el criminal más criminal y más vil que ha pasado por el

planeta desde los tiempos del hombre de Neerdenthal. De él hago una silueta en el libro,

aunque es una figura intraducible para cualquiera. Te hago la advertencia por si acaso no

vayas a cometer el error de hacer amistad con él ni con ninguno de los que lo rodeen.

Bueno, te dejo. Dale recuerdos a tu mujer, de nosotros dos. Consígueme todos los

recuerdos que puedas de Julio Antonio y de Aponte, y contéstame, después que leas el

libro, sobre las reales posibilidades de este.

Pablo

PABLO: PÁGINAS DE UN DIARIO

12 de junio, 1935

He terminado el libro sobre el Presidio Modelo, que ayer mismo salió

para México y acaso José Antonio Fernández de Castro pueda conseguir

que se publique. Creo que será un éxito. Aunque ya me he hecho la idea

de que los éxitos hay que hacerlos como las pirámides y no como el

Empire, por lo que no me preocupa demasiado el no alcanzarlo sino a los

cincuenta años o más. En este caso, lo siento, porque quisiera la

expansión del libro por la denuncia de tales horrores como describe. Por

otro lado he escrito numerosos artículos, unos en es-pañol y otros para

ser traducidos al inglés por Arhan Pérez, a fin de lograr su publicación

en las revistas llamadas liberales. Hasta ahora la prueba nos ha fallado.

Uno sobre Batista ha sido devuelto por The Nation, alegando Angoff que

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no contenía nada nuevo. Sin embargo lo que decía era nuevo aún en

Cuba. PABLO: CARTA DE LEJOS

Querido Gonzalo:

Sabrás —porque te lo comunico ahora— que de nuevo he fracasado en mi intento de

publicar mi libro sobre Presidio que vale mucho más que nuestro «Batey», por lo menos

en el aspecto humano. Estuvo el libro como seis meses por México, en donde les gustó

mucho a varios escrito-res mexicanos, pero la editorial Botas no se atrevió a publicarlo.

Ahora, hace unos días, lo mandé a España a ver si hay alguna oportunidad de que se

publique allí. Espero, naturalmente, que me lo devuelvan, aunque con los elogios de rigor.

GUILLOT

Después del fracaso de la huelga general revolucionaria de 1935, tuvimos que marchar al exilio.

Primero, fui a Nueva York, y después pasé a México. En Nueva York me encontré con Pablo, que ya había llegado allá. Y estando allá, recibimos la triste noticia de la muerte de Antonio

Guiteras y Carlos Aponte.

GUITERAS Y APONTE MUERTOS CUANDO

INTENTABAN HUIR

GUITERAS Y SUS VEINTE ACOMPAÑANTES

fueron cercados por fuerzas de la Marina y del Ejército cuando intentaron fugarse

del castillo donde habían logrado hacerse fuertes.

El servicio de inteligencia identifica al estado mayor de Guiteras entre los

detenidos

ROA

Pablo siempre tuvo por Guiteras una gran admiración, un verdadero aprecio revolucionario que

fue creciendo con los días y con la actitud de este.

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Cuando asumió el poder en Cuba la concentración reaccionaria montada por el imperialismo,

sustentada por Batista y presidida por Mendieta, el joven secretario de Gobernación tuvo que

sumirse nuevamente en la clandestinidad —como había hecho ya cuando Machado—, y en esa clandestinidad sostuvo varias charlas con Pablo. En una de estas le expuso su concepción del

problema cubano, su táctica y su estrategia, enderezada como objetivo fundamental a la

creación de un gobierno popular antimperialista de amplias proyecciones económicas, políticas y sociales.

Como síntesis de aquella admiración sentida por Pablo, recuerdo yo ahora el artículo que

publicó este, en México, en el primer aniversario del asesinato de Guiteras —que murió

peleando, pero fue asesinado en definitiva por el imperialismo y Batista.

PABLO

La revolución fue como una fiebre en la imaginación de este hombre.

Y por eso tuvo delirios terribles, alucinaciones potentes, hermosas fantasías y sueños

maravillosos e irrealizables. Era como un hombre que, despierto, quisiera realizar lo que había

concebido soñando. Y muchas veces no conoció a los hombres, e hizo con-fianza en quien no la

merecía y llamó su amigo a quien sería traidor y supuso talento en algún cretino. Tuvo,

arrastrado por su fiebre, el impulso de hacerlo todo. E hizo más que miles. Y tenía el secreto de

la fe en la victoria final. Irradiaba calor. Era como un imán de hombres y los hombres sentían

atracción por él. Les era misteriosa, pero irresistible, aquella decisión callada, aquella

imaginación rígida hacia un solo punto: la revolución. Tuvo también defectos. El día del castigo

no hubiera conocido el perdón. Era un hombre de la revolución.

MARTÍN

Yo recuerdo cuando los antiguos oficiales del Ejército se metieron en el hotel Nacional,

amparados por Welles para hacerle la guerra, desde allí, al gobierno de Grau-Guiteras. Guiteras

era secretario de Gobernación, Guerra y Marina cuando aquello y dirigía las operaciones contra

los sublevados desde un edificio que está ahí en Malecón...

La Habana estaba revuelta, los comercios cerrados, y no había nada que comer. Por eso, una

vecina del edificio vino y trajo un huevo duro y se lo brindó a Tony. Tony nos miró a todos los

que estábamos allí y le dijo a la señora aquella: Mire lléveselo, córtelo en pedacitos y tráigalo

cuando alcance para todos.

PABLO

La revolución es parte de la vida y no puede sustraerse a las realidades de la vida. La revolución

no es el sueño de un poeta solitario sino la canción imponente y sombría de la muchedumbre en

marcha. Y porque así es la revolución, Antonio Guiteras y Carlos Aponte fueron hombres de

ella. Y la revolución es grande, a pesar de todo, porque solo en ella pueden encontrarse hombres

tales; porque solo en ella pueden encontrarse hombres así, capaces de tener el valor, la dignidad,

el desinterés y la angustia de muchos. Capaces de tener, de sobra, lo que les falta a tantos...

MARTÍN

El cañoneo contra el hotel arreciaba. En esos momentos, el embajador americano se comunicó

con Guiteras para decirle que tuviera cuidado porque las balas podrían alcanzar a los barcos, a

los cruceros yanquis que se encontraban ahí, frente al Malecón. Y Tony le contestó

definitivamente, le dijo: Bueno, si cogen un balazo es porque están demasiado cerca: échense

para atrás y todo está resuelto.

Y ahí terminó la entrevista.

PABLO: PÁGINAS DE UN DIARIO

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Junio 12, 1935

La noticia de la muerte de Guiteras fue inolvidable y más aún la de

Aponte. Yo estaba enfermo todavía, pero ya me levantaba por la casa.

Tocaron a la puerta los mu-chachos y me dijeron de pronto: «Mataron a

Guiteras y a otro más, desconocido...» Luego salieron a buscar

periódicos, y, a las once o las doce de la noche tocaron a la puerta, y, al

abrir, me dijeron: «Mataron a Aponte...» En la evocación,

principalmente de este, tan maravilloso hombre; y de lo que representaba

la muerte de Guiteras para las posibilidades revolucionarias en es-tos

momentos, se nos hizo tarde. No pude dormir esa noche. Después, a cada

rato me da insomnio el recuerdo de Aponte. Y, sin embargo, la noticia de

su muerte, de cómo murió, me dio cierto gusto de orgullo propio: murió

como quería morir. Me acuerdo que siempre me decía en su idioma

personal: «Compadre, despreocúpese, usted y yo moriremos

enzapatados»...

TALLET

Pablo fue muy amigo de Aponte, mucho más que de Guiteras. Aponte visitaba el periódico Ahora, pero yo lo conocía desde antes, desde la primera vez que estuvo aquí. Pero aquella vez

tuvo que irse de Cuba, no fuera a ser que lo prendieran y lo mandaran a Venezuela, a las manos

y las cárceles de Juan Vicente Gómez. O lo mataran, como a Laguado Jaime. Era Aponte un hombre de una vida extraordinariamente rica. Coronel en el ejército de

Sandino, se había ido después a varias tierras de América, buscando la pelea, la lucha. Se alzó

en Venezuela con un hermano de él, Elías Aponte. A él —a Carlos— lo cogieron preso y lo

llevaron no sé cuántos kilómetros a orillas del mar, con unas sogas amarrándolo codo con codo y todavía mucho después de eso uno le miraba los molleros y le veía ahí las marcas de aquellas

sogas.

PABLO

Carlos Aponte tuvo culpa, sin duda, porque no concibió sino la línea recta, ni creyó en otra cosa

que en la justicia revolucionaria, ni en su imaginación entraron para nada, razones científicas, o

de familia, o de interés que pudieran justificar las acciones culpables de los otros. Como para él

la vida era la revolución, escribió el código de esta en el cañón de una pistola, y fue tumultuoso

y terrible. Acaso alguna vez fue injusto. Acaso alguna vez fue implacable. Pero tuvo el vicio de

la amistad, y para él sus amigos eran sus «hermanos», siempre que no se apartaran de la

revolución. Y tuvo, además, el vicio del desinterés. Como todo lo daba, propio no tuvo ni la

pistola, y más de una vez disparó con el arma quitada al enemigo en la acción anterior.

TALLET

Aponte fue un hombre de una vida legendaria, sin duda. A mí me contaron gentes de por allá

que una vez le fueron con chismes a Sandino dándole a entender que Aponte era un vendido,

que era un espía. En ese momento estaban ellos cercados por una tropa enemiga: estaban en una

situación difícil. Y dicen que Aponte se enteró que le habían dicho eso a Sandino, y entonces

desapareció del campamento.

Volvió al otro día, con la cabeza del jefe enemigo.

PABLO

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Pero tuvo, sobre todo, el instinto de la brújula que marca el Norte inflexiblemente, y él también

señaló siempre al Norte, como causante de todos los males de América. Y fue cruel con los

hombres del Norte, y a su muerte nadie hubiera podido recordar la lista de los nombres de los

hombres que mató en Nicaragua. Los ojos se le encendieron en el júbilo sangriento de los

combates en Venezuela, en Cuba, y en Nicaragua; fraternizó con luchadores revolucionarios en

las cárceles de Colombia, de Cuba y del Perú; y porque su palabra fue demasiado insolente y

clara, tuvo que salir de Chile y del Ecuador. Cuando llegó a un pueblo de América y en él no

encontró ocasión para pelear, pasó a otro. México fue su refugio dos veces. En Panamá y

Salvador, planeó su partida para nuevos combates. Quería a los indios de Honduras, los nietos

de Lempira, la «tropa cojúa» de Sandino. Nadie ha sido nunca más americano que Carlos

Aponte. Odió y amó con la turbulencia de una juventud frenética. Tenía la vitalidad salvaje de la

selva y el esplendor pánico de los «llanos» interminables de Venezuela. Fue un protagonista de

La Vorágine. Fue un hombre de las avalanchas. Fue un turbión. Fue un hombre de la

revolución. No tuvo nada de perfecto.

ROA

Fundidos en el río nocturno de Broadway, Pablo me dijo: Cómo añoro el paisaje, el mar, el

bosque, las montañas de Oriente.

Era lógico que me dijera eso por el contraste con el paisaje de acero y granito que nos

rodeaba. Pablo conoció duramente en su exilio en Nueva York lo que es una urbe moderna en el

sentido capitalista de la palabra, porque Nueva York era el prototipo de eso.

Y por ello, una vez me dijo: Fíjate: el skycrapper más alto del mundo es el Empire State. ¿Tú

sabes cuál es mi sueño? Dormir una siesta en una hamaca, dentro del Empire State. Eso

revelaba, sin duda, la naturaleza de Pablo. Y revelaba también el entorno físico —frío,

inhumano— en el que nuestro exilio se insertaba.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Querido Paco:

Hace como trescientos años que llegué a New York y un solo día ha habido unas cuantas

horas de un sol decente... Ese día fui a Brooklyn, al Prospert Park. Siempre llovizna;

siempre frío; siempre humo en la boca, en la nariz... ¡humo por todos los orificios! Es una

mierda esto... Los árboles, aunque dicen que estamos en primavera, están todos

tuberculosos todavía. Hay una humedad sucia y pegajosa que pone de mal humor y triste.

Hay veces que estoy aburrido sin saber por qué... ¡En resumen que no cambio el Empire,

por un bohío en las lomas del Realengo!... Los cines siguen siendo maravillosos; pero no

hay sol. La Quinta Avenida es bella; pero no hay sol... ¡No hay sol por ninguna parte!

¡Veinte días sin sol!... ¿Cómo puede vivir esta gente? ¿Cómo no han creado ya un sol

artificial? ¡Te aseguro que en todo el mundo no hay nada comparable a una palma real!

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MARTÍN

Ahí, en el club «Julio Antonio Mella» volví a coincidir con Pablo. A mi llegada al exilio en

1935, comencé a colaborar con aquel club revolucionario e ingresé en las filas del Partido

Comunista norteamericano. Pero aquel era solo una pequeña parte del trabajo que realizaba

Pablo, cuya actividad era verdaderamente vertiginosa en aquellos momentos.

ROA

Separados de Cuba, desvinculados de la lucha, afanosos de participar en ella, teníamos una

consciencia de que todo estaba deshecho, de que había que rehacerlo todo, que había que

reorientarlo todo, y así surgió en nuestras mentes la imagen de una nueva organización

revolucionaria cuyo objetivo era único: unir a los dispersos, fortificar los objetivos revolucionarios, difundir los ideales antimperialistas. Así surgió la Organización Revolucionaria

Cubana Antimperialista, cuyas siglas eran ORCA. ORCA sin hache, pero con un significado,

además, con hache, sin duda.

PABLO: PÁGINAS DE UN DIARIO

5 de septiembre, 1935

Nuestra organización se llama O.R.C.A. El nombre es simbólico. Se me

ocurrió a mí, pero deliberadamente. Ahora para rematar el símbolo hay

quien propone llamar «Guásima» al periódico... Pero esto se dejará para

un momento de acción. Ya publicamos nuestro primer manifiesto y

dimos el primer mitin en Filadelfia, en donde se leyeron unas cuartillas

de Raúl, hablé yo —muy mal, por cierto—, un guajiro cubano que estuvo

estupendo, y Gustavo, que también estuvo muy feliz. En New York, para

el 30 de septiembre, aniversario de la muerte de Trejo, organizaremos un

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mitin que puede quedarnos bueno. Necesitamos reunir dinero para el

primer número del periódico.

ROA

Con ORCA surgió, lógicamente, también, su órgano de propaganda, su vocero, su palabra de

expresión política propia, personal, revolucionaria: Frente Único, que se dedicó justamente a

esas tareas que antes he mencionado. Eso nos llevó innúmeras horas de esfuerzo, de trabajo,

porque entre otras cosas, necesitamos reunir unos cuantos pesos para poder editar Frente Único:

lo hacíamos en papel muy fino, papel cebolla, con un formato pequeñísimo y lo introducíamos

en Cuba con camareros amigos de los barcos que hacían la travesía Nueva York-La Habana.

PABLO

Coronel Pedraza: Este periódico tiene su redacción en Sibanicú, Mayajigua, París, Londres,

New York, San Antonio de los Baños... ¡Y al doblar de la jefatura de Policía!...

Coronel Pedraza: Este periódico se esconde donde quiera. Regístrese las botas que puede ser

que se encuentre un ejemplar.

Coronel Pedraza: Ud. nos debe una pequeña cuenta... Nos debe a Enrique Fernández y a

Armando Feito; a Ivo Fernández Sánchez y a Rodolfo Rodríguez; a ............ Este es solo un

recordatorio de que no nos olvidamos.

ROA

Pablo fue un hombre dado a las fundaciones revolucionarias. Una de sus hijas fue,

precisamente, ORCA, otra fue Frente Único, otra fue el club cubano «José Martí».

CARTAS CRUZADAS

Miami, marzo 16 de 1936

Viejo Pablo:

Ya me siento tranquilo. Tu silencio, tan prolongado, me tenía profundamente consternado.

Más de una vez le indiqué a Ada, la gorda, mi temor de que tu artera arterioesclerosis

hubiera hecho crisis definitiva. Pero veo alborozado que no ha sido así; veo que tienes

todavía fuerzas como para llegar vivo a la toma antimperialista del poder...

Lo que me refieres del Club Martí es admirable. Solo por lo heroico y fatigoso del esfuerzo

vale la pena mantenerlo. Sin duda, ORCA representa en esta lucha terrible la

organización agonista, la que saca coraje de sus angustias, la que se está muriendo

diariamente en la carne pero en el impulso es fuerza eterna. ORCA y el Club Martí son

etapas de la lucha antimperialista y realizaciones memorables de nosotros, sangre de nuestra sangre, concreciones dramáticas de nuestro batallar revolucionario.

Raúl

New York, marzo 10 de 1936

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Querido Raúl:

Ya otra vez te he dicho que es necesario que apelemos a todos los recursos. A todos los

amigos, a todos los conocidos. El periódico es nuestra arma y el Club es nuestra obra.

Ambas cosas hay que retenerlas, porque ellas son la prueba, la justificación material de

nuestra existencia. Ya yo no sé cuántas maravillas y milagros más intentar. Casi, dentro

de poco, voy a creer en la existencia de Dios. Porque solo él explica que cuatro muertos

de hambre hayan sido capaces de dar mítines, fundar un Club, publicar manifiestos y sacar tres periódicos. El prodigio ha pasado a categoría de cosa cotidiana.

Damos ahora todos los domingos unos bailecitos que van dando ocho, diez, doce pesos;

hemos hecho una intensa campaña por poner los cobros al día; proyectamos un baile

grande; tenemos que mudarnos, porque estamos demandados y dentro de tres días nos

vamos o nos botan; doy por las noches lecturas sobre Martí, y, comenzamos ya a luchar

con una fraccioncilla reaccionaria, demasiado abecedaria aún. Además ya hay sus

canallitas disfrazados, sus intrigantes, sus disidentes, sus rajados y, por otro la-do, el

resultado positivo del esfuerzo: el entusiasmo persistente de muchos y creciente además;

el adelanto, que da gusto, de algunos... Vida todo, en definitiva, esfuerzo, lucha y agonía

diaria, pero valiente.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Podemos decir que ningún día hemos dejado de trabajar ni de tener el pensamiento en la

revolución y sus problemas. Si no hay frutos a todo esto —que sí los hay, desde luego,

aunque solo sea de la gran lección de la experiencia— ello no debe desanimarnos. En

primer lugar, porque nosotros pertenecemos, dentro de la revolución, a los corredores de

maratón, que saben que todo no es dar cuatro saltos y terminar los cien metros y coger la

medalla, sino correr, correr, incansable, infatigablemente, saltar barreras, desfilar bajo la

lluvia, cruzar cañadas, subir montañas, desriscarnos y al final, llegar y ganar medio

muertos por el esfuerzo; o ni llegar siquiera, muertos antes. Y si somos así, no hay

problemas que nos desalienten, ni esperanzas que nunca se rompan demasiado.

ESPAÑA «Porque así son las cosas de la revolución»

PABLO: CARTA DE LEJOS

Ile de France, para el Havre,

1, 9, 936

Querida mamá:

Te hago unas líneas, camino ya de Europa, casi llegando a Francia, porque materialmente

no tuve tiempo de hacértelas desde Nueva York. Figúrate que desde que se me metió en la

cabeza venir para España, a reportar la guerra, no hice más que dar carreras y hacer

gestiones, y, si no llega a ser por Teté hasta sin maleta hubiera venido, pues, de hecho, no

tuve tiempo ni para hacerla.

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Voy en un barco tremendo de grande. Ha habido un día malo, de mucha mar, y arrojé un

poco y ya estoy completamente bien, comiendo de todo y tomando vino, que es lo que me

gusta.

Espero pasar por París unos días. Tal vez vaya hasta Bélgica, a Bruselas, al Congreso

Internacional de la Paz. Después, entraré a España. Avísenle a los primos, por si alguna

vez puedo llegarme hasta Santander. Espero no tener no-vedad y que no me pase nada. Mi

intención es llegar hasta Madrid para de allí reportar lo más importante. Pasaré también

por Barcelona. Díganle a Papá que iré por los lugares donde estuvo él antes, en Madrid,

aunque de esta vez, ni Madrid se salva del cambio en España.

A mi vuelta puede ser que le traiga algún mantón de Manila. Un abrazo para todos.

«Os» echo la bendición,

Nene

ROA

Había decidido cambiar de río: el río nocturno de Broadway por el río revolucionario, popular, de la revolución española. Cambiar de río significaba cambiar de país, cambiar de objetivos,

cambiar de rumbos y, al mismo tiempo, mantener incólumes sus ideales revolucionarios, por

cuanto lo que iba a hacer ahora era la expresión internacionalista de la lucha que desarrollaba en Cuba y en América Latina.

Así Pablo, contra todos los contratiempos, contra todas las adversidades, contra todos los

rigores, contra todos los fracasos, logró reunir el dinero mínimo suficiente, que luego fue

engrosado por dos revistas cuya representación llevó a España: la New Masses de Estados Unidos y El Machete, de México.

El intercambio epistolar de aquellos días de agosto de 1936 es vivo reflejo de la intensidad y

la pasión que Pablo puso en aquel empeño.

CARTAS CRUZADAS

Miami, agosto 7, 936

Viejo Pablo:

Aunque te joda, y hasta cumplas tu siniestra amenaza de devolverme la carta, no me queda

más remedio que escribirte a pluma. No tengo maquinita, y las que habían se las llevaron

ya sus dueños. Por consiguiente, a jugar letra de pluma.

Tú hacías falta de todos modos en Cuba, ahora precisamente en que la faena de construir

un partido se ha puesto en la orden del día. Pero creo también que España vale hoy todo.

Hasta el sacrificio de la propia vida. Yo he soñado en estos días, con todo eso que hay

allá. Y me ha dolido el encadenamiento fatal a la realidad cotidiana. Tienes no solo la

oportunidad de hacer un libro único, sino la oportunidad de dar tu capacidad y tu

entusiasmo a la revolución española. Yo he pensado hondamente en la perspectiva esta: si

en Cuba no hay efectivas posibilidades de trabajo, pitar con Ada y mi chiquito para

España.

No pierdas el contacto conmigo de ninguna manera. Si pierdes tu «atribulada» existencia

en medio del combate español, cuenta con mi fervor necrológico. Yo a mi vez doy por

descontado el tuyo en caso de que sea yo el afortunado. A lo mejor nos encontramos en La

Habana comiendo espaghettis, o arroz con frijoles mientras el viejo Kourí se caga en

Platón.

Raúl

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New York, 10, 8, 936

Sr. Adolfo García1

Lealtad 5, altos,

Habana, Cuba

Querido Adolfo Benito Franco:

Te contesto con ritmo de la Cabalgata de las Walkyrias tu carta del día 7 que llegó esta

mañanita, junto con una aérea de Carlos, y por las cuales «os doy» ya en El Príncipe,

escuchando la elegante fanfarria de los bronces corneteros de aquel paradisíaco e

inolvidable lugar. Espero que esta carta «será en vuestras manos» a la mayor brevedad y

aún, que tengáis tiempo de obrar sobre ella.

Bien: en primer lugar, creo muy acertada la idea de que se hayan lanzado sobre Cuba. Yo

me lanzo sobre España, o me desfleco de lo contrario. Hoy lunes, hace ya una se-mana

que le escribí a Luis2 con aéreo, y la hizo el sábado desde que, por mediación del lentísimo

Gonzalo, me dirigí a Guillermo. Ni una contestación he tenido, favorable o adversa, y día

a día me he ido devorando las horas de sueño. He perdido cuatro libras en esta semana. Y

si sigue esta incertidumbre, perderé hasta el hueso. Sin embargo, las gestiones aquí las

doy casi por seguras. Ya soy miembro del Comité Antifascista Español y en reunión del

viernes pasado quedó planteado mi problema y se nombró una comisión para exigir del

Consulado mi remisión para España. De fracasar esto, se hará la gestión con el Comité de

Marinos del barco —Magallanes, día 20— y me iré de polizón más o menos.

1 Seudónimo de Raúl Roa. 2 Seudónimo de Ramiro Valdés Daussá.

En el orden personal, aquel es hoy mi centro imaginativo y revolucionario. Allí está la

maravillosa lección única. La oportunidad de vivir. De que las pupilas vean algo digno de

ser visto por un hombre. Y como yo todo lo proyecto sobre Cuba, bien creo que algo he de

sacar de experiencia.

Desde el punto de vista revolucionario, el beneficio que pueda derivar de mis trabajos me

parece evidente, pues pienso escribir para varios países de América, en donde alguna vez

ha de producirse este hecho de un pueblo en lucha contra su ejército. Y, sobre todo, voy

porque la revolución cubana pende en estos momentos de la española; porque allí está el

prólogo; porque si hay fracaso allí, podemos esperar un buen tiempo, probablemente ya,

hasta que ocurra la gran crisis definitiva de Europa. Sé que me juego en este viaje, pues,

la oportunidad de ver a Cuba otra vez.

Te acompaño unas líneas para Regino. Recuerdos a la gorda —flaca ya— Ada y al

chiquito jodedor. Al detractor de Platón y al resto de los miembros de la Liga

Antiplatónica. Y a María Luisa y al Viejo y a Gilda y a todo más quien merezca el

recuerdo.

Y un abrazo con boina,

Pablo

Habana, agosto 14, 936

Viejo Pablo:

Fuimos esta mañana a la Embajada española. La cuestión del pasaje, resuelta. El

individuo nos garantizó que se comunicaría inmediatamente con el Consulado español en

esa. Tú tienes que personarte, pues, sin perder un minuto.

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Yo insisto en mi envidia. Pero, a la vez, estimo que tu presencia aquí es infinitamente más

importante que en España. Estamos deshechos. No puedes imaginártelo. Ningún es-fuerzo,

por leve que fuera, deja de ser trascendente. Conclusión: tú aquí serías de una utilidad

extraordinaria. Allá: la revolución española te interesa más a ti que tú, con todos sus

excepcionales merecimientos, a ella. Y es claro que así sea. En cambio aquí tú tienes

relevancia específica, y la lucha te necesita. Esa es, como ves, una diferencia sustantiva.

En lo que respecta al guano, hemos hecho ya algunas gestiones. Creo que se sacará algo.

Por lo pronto, hemos organizado un eficiente team colector. Te giraremos en-seguida lo

que consigamos.

La gorda, bien, el fiñe, mejor. Es igualito que yo. Tiene movimiento continuo. Ya lo sabes:

es sobrino tuyo, no obstante ser yo tu nieto.

Robinson Crusoe3

New York, 18, 8, 936

Querido Adolfo4

La idea que tuvieron Uds. de ir a la Embajada allá estuvo muy oportuna, pues, aunque de

todas maneras aquí la teníamos en proyecto, por medio del Comité Antifascista Español,

de esa manera se refuerza. Mañana, según es-pero, iré con una comisión del Comité y

esgrimiré, por supuesto, la gestión de Uds. allá.

3 Raúl Roa. 4 Raúl Roa.

Me parece que ninguno de ustedes ve el proyecto de mi viaje ni en su justa proporción ni

en su real sentido. La impresión que me dan las argumentaciones de ustedes es de que

piensan que no es sino una aventura más o menos temperamental y agradable. Y,

francamente, me parece que estoy un poco lejos de la aventura ya. Me ha dado tanto fuego

de entusiasmo ello porque veo que en el mejor terreno desde donde puedo servir a la

revolución —como escritor y particularmente, como periodista— puedo operar, y no solo

para beneficio de Cuba, sino de toda Hispanoamérica.

Y no me arrastra ninguna aspiración de mosquetero. Voy simplemente a aprender para lo

nuestro algún día. Si algo más sale al paso, es porque así son las cosas de la revolución. Y

si me voy por otro camino, será porque así son también las cosas de la revolución. Como

si me vuelve cojo una granada.

No vayas a creer tampoco que estoy encabronado. Sencillamente, trato de darte a

comprender el secreto de mi impulso hacia allá. Y hay, como siempre en mí, la emoción

del impulso que me dice que allá está mi lugar ahora. Porque mis ojos se han hecho para

ver las cosas extraordinarias. Y mi maquinita para contarlas. Y eso es todo.

Pablo

ROA

Y agregaba: Si no regreso vivo del frente, ocúpate de mis papeles y mis libros y publícalos.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Llegué anoche a Madrid, después de varios días en Barcelona. El viaje fue épico. Ya,

desde las ventanillas, al pasar por el Alcázar de San Juan, pude presenciar los primeros

estragos de la guerra: un bombardeo, sobre un pueblo indefenso, hecho por los

«heroicos» aviadores fascistas, que, según me contó el propio Teniente Coronel Sandino,

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Jefe de la Aviación y Ministro de la Guerra de Cataluña, jamás dan la cara cuando el

combate es serio y les acometen los aviadores leales.

Vine por la vía de Valencia, en un largo recorrido, lento. Trabajo sin descanso. Me sobran

energías pero me falta tiempo. Debía prolongarse el tiempo, aunque fuera por un decreto

revolucionario. Quisiera no tener que escribir por ahora, porque escribir me lleva el

tiempo que necesito para ver. Mas, con todo, espero que no se quejarán, pues, con las

dificultades naturales del desconocimiento del ambiente, he hecho más de una crónica por

semana y, muy pronto, espero que haré no menos de dos o tres semanalmente.

Ya trabé amistad con un Fiscal del Tribunal Militar y el lunes presenciaré juicios y

después fusilamientos. Después iré enseguida a Toledo y al Guadarrama, que es lo más

próximo que tengo.

MAYDAGÁN

El 24 de septiembre de 1936, venía bajando yo en un vehículo junto a esta Plaza del Callao

precisamente, por La Gran Vía, y vi que aquí, a la derecha, venía caminando el compañero

Pablo de la Torriente Brau. Le grité: ¡Pablo!

Yo lo conocía desde la época de las luchas en el Ala Izquierda Estudiantil contra el gobierno de Machado. Yo estudiaba en San Alejandro, y era secretario general del Ala en aquel centro.

Después de la caída de Machado, ya en el 34, tuve que salir exiliado de Cuba: pasé por Nueva

York y terminé en España, en Madrid. Todo aquello fue muy importante, porque me mantuve vinculado a las luchas aquí en la Península. Como estudiante, pertenecía a la Federación

Universitaria Hispanoamericana. Salíamos armados con nuestros periódicos para venderlos en

la calle. A veces teníamos encuentros muy serios con los estudiantes y la gente de la Falange

que vendían Arriba España. Así nos enfrentábamos en las calles de Madrid, ellos con su periódico, nosotros con Mundo Obrero.

El 18 de julio, cuando se produjo el alzamiento fascista contra la República Española,

participé en la respuesta del pueblo frente a aquellos acontecimientos. Estuve en la toma del Cuartel de la Montaña, sin haber visto antes ni un fusil. Yo no era militar. Yo era escultor. Tenía

un atelier en Madrid, junto con Pablo Porras, otro cubano. De ahí salimos los dos a la guerra,

cada uno por su lado. Yo, como le dije, empecé por el asalto al Cuartel de la Montaña. Cerca de donde nos

encontrábamos había un edificio en construcción con sacos de cemento en gran cantidad. Los

cogimos e hicimos una barricada en La Gran Vía. Y empezamos el fuego. Un compañero

combatiente cae herido y entonces yo tomo su fusil —una especie de mosquetón más corto que un fusil—, y empecé yo allí a ver cómo funcionaba, hasta que salió el primer disparo y el

segundo, y así seguimos adelantando.

Y cuando se tomó el cuartel, me hice de una cantimplora, un casco y una pistola Astra nueva de paquete, engrasada.

Así empecé la guerra. Y cuando vi a Pablo en La Gran Vía en septiembre del 36, ya yo era

teniente del Ejército Repu-blicano. Me bajé del vehículo y estuvimos juntos, charlando, un buen rato. Fuimos a una tasca en una calle que atraviesa ahí La Gran Vía y entonces me contó sus

planes: venía como repórter de dos publicaciones y quería marchar rápidamente al frente.

Venía, como era característico en él, un poco desaliñado, con un poco de abandono en el

vestir, como él era: un tanto artista, un tanto revolucionario, donde no cabe esa condición demasiado pulcra en el vestir. Correctamente siempre, pero más bien en forma de campaña. Más

sin corbata que con corbata. Estaba ansioso —se le veía—: llegaba a una ciudad que no conocía,

quería ganar tiempo, y la ciudad bullía en un entusiasmo extraordinario.

PABLO

Yo he vivido demostraciones del Primero de Mayo en New York. Yo he visto los mítines de Union Square y los del Madison Square Garden. Yo he visto las demostraciones populares de

La Habana, en contra de la presencia de los acorazados americanos en aguas cubanas. He visto a

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un hombre bajo el paroxismo revolucionario, disparar con su revólver contra los barcos de

guerra yankees, en la bahía de La Habana. He visto a un hombre, bajo el pánico, huir del

linchamiento de una multitud justamente furiosa. He visto la cara de un policía acobardado, delante de mí. Y he visto sonreír a un compañero moribundo. Mi memoria es un diccionario de

recuerdos indelebles. Pero yo no sabía hasta qué punto podía llegar la emoción de una masa

revolucionaria. Ahora las manifestaciones tienen un sello especial. Sobre este cielo limpio y fino, que parece el cutis de una muchacha azul, brilla una luna que casi parece la de la bahía de

La Habana, donde la tanta luz no deja dormir a los tiburones. Las manifestaciones recorren las

calles bajo esa luna, y tiene algo de fantástico el desfile de los rostros serios, barbudos o

imberbes, iluminados por la lívida luz transparente, con ese modo de marchar a la española en el que lo importante no es el paso, como en los alemanes, sino la decisión de los brazos que

enérgicamente cruzan el pecho, con el puño cerrado, hasta llevarlo al hombro. Y esto en

silencio, con el solo chas-chas de los zapatos y alpargatas, que algunas veces rompe el

«¡Arriba, parias de la tierra!

¡En pie, famélica legión!

Atruena la razón en marcha;

es el fin de la opresión.»

A esa hora se van agrupando las mujeres y los hombres, engrosando las filas, cantando sus

canciones, y en la sombra ya de la noche, con los faroles cubiertos de azul oscuro, los

manifestantes se van a disolver por los barrios, cuando los estandartes rojos son ya negros,

como la sangre que se ha puesto vieja. No creas, el pueblo es siempre emocionante para mí.

MAYDAGÁN

De aquel Madrid efervescente salimos al otro día hacia la zona donde yo me encontraba

destacado, a unos 70 kilómetros de distancia, al frente de una oficina de información. El

pueblecito se llamaba Buitrago de Lozoya.

PABLO

Buitrago es un típico pueblo castellano, en un valle pequeño a las faldas de la Sierra de

Guadarrama, por el camino a Somosierra. Callejuelas torcidas con casas blancas de cal o de

piedra viva, o de argamasa, con rústicos balcones de solana y calles pendientes por las que

pasan los pastores con sus re-baños de ovejas de polvo, que suenan sus equilas como un lamento antiguo e interminable. De vez en cuando, también las vacas lecheras pasan pastando por el

pueblo, camino de Lozoya, a beber, y regresa sobre un pollino color de roca, el campesino que

vuelve de la era. Hoy, los milicianos que ocupan el pueblo, suben a las mu-rallas, a pasear por los adarves y

contemplar a la distancia nuestro pueblo de Gascones, y poco más lejos aún, el de Briojos, que

está en poder de los fascistas. Desde los muros y desde la torre de la iglesia, en cuyo techo las cigüeñas han hecho sus monumentales nidos, se contempla el cañoneo en los días de combate, y

hasta las muchachas suben allá «para no perderse el espectáculo».

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MAYDAGÁN

Buitrago es un lugar que abastece de agua a Madrid y había que proteger el agua de la capital:

esa era la misión que tenía la fuerza de Paco Galán a la que pertenecíamos. Nosotros no combatíamos con el fin de tomar al enemigo en aquellos momentos. Sino para la defensa del

agua de Madrid: punto clave que no podía caer en manos de los fascistas.

PABLO

Víctor Rodrigo no era alcalde de Buitrago al estallar la traición. Era solo concejal del pueblo.

Pero el Ministro de la Guerra, aquel inolvidable día 19 de julio, acordándose de que Buitrago era la llave de agua de Madrid, llamó con urgencia al alcalde. Se le respondió que había huido y

entonces supo que no quedaba en el pueblo más autoridad civil que el último concejal, don

Víctor Rodrigo. Este se puso al aparato y se enteró de la gravedad de la situación. —Pierda usted cuidado, señor ministro, respondió, e investido ya de toda autoridad, requisó

los revólveres de los serenos del pueblo, y en un automóvil con una guardia de asalto y dos

paisanos de su confianza, se internó en los caminos de las montañas, para llegar al puerto de

Somosierra y otear desde allí los avances del enemigo. Una hija, una muchacha vestida con bata de baño blanca, «porque le tocaba cocinar en el

hospital», no sin mucha satisfacción ingenua preludió el relato diciendo:

—Papá fue el primer herido de la Sierra...

VICTORINA

¿El momento más triste de la guerra? Hubo muchos, pero el primero fue cuando hirieron a mi papá: ese fue el más trágico de todos. Fue ya esperar y esperar y esperar y fue cuando vinieron

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las tropas de Galán y dijeron que mi padre estaba herido, y fue subir a por él, mi hermano en un

camión subiendo y trayéndolo, sin saber nosotros cómo venía. Esa fue la peor noche que yo

pasé en toda la guerra. Eso fue hace cuántos años, en este mismo Buitrago, en esta misma carnicería donde siempre

hemos vivido: antes y entonces y después.

MAYDAGÁN Y VICTORINA: PALABRAS CRUZADAS

¿Entonces, Victorina, usted ha reconocido a Maydagán?

Su cara me parecía, me parecía; y lo he reconocido. Y le he dicho que todavía guardo

una tarjeta de él, donde pone: La Habana, Cuba. Para que vea él cómo ha perdurado este

recuerdo.

¿Qué hacía Maydagán en esa época por aquí, Victorina?

Estaba en la oficina de información. Y ahora yo les voy a indicar dónde estaba su

despacho. El señor que hay hoy allí no es de ideas... afines, pero, por asomarse, se

puede.

¿Dónde estaba la oficina de información?

En esta calle, para arriba.

¿Cómo se llama la calle?

Calle ahora de José Antonio. Entonces se llamaba Calle de la Libertad, también Calle

Real. Varios nombres ha tenido. Pero últimamente se llama Calle José Antonio.

Maydagán:

Bueno, ¿y la gente pura que se quedó aquí, los revolucionarios de entonces?

Victorina:

Lo noble, la nobleza; eso es lo que había.

Maydagán:

Aquí había una cantidad de señores abnegados, de señoras abnegadas, compañeros de

lucha, que era una cosa encantadora. Lo recuerdo.

Victorina:

Hay que buscar solución, soluciones para las cosas, hoy que las condiciones son otras.

Pero siempre con personas honradas que puedan levantar la cabeza. Porque nosotros no

la hemos agachado, a pesar de todos los pesares. Y conste que me quedé con mis

hermanos como los dedos de la mano.

Maydagán:

¿Cuántos eran ustedes?

Victorina:

Ocho; uno exiliado en Francia.

Maydagán:

¿Y cómo podríamos llegar a la oficina de información?

Victorina:

Chuchi, tú vete y enséñales. Mira, abajo ya desde la casa de la Andrea no puedes tomar

nota, porque esta era la entrada del portal, este era el Partido y aquí abajo tenían la

imprenta, y donde Correos es donde estaba la oficina. Justamente donde está ahora

Correos, donde está la ventanilla y eso. Allí es donde estaba Maydagán. A él se le habrá

olvidado, pero a mí no.

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MAYDAGÁN

Frente a esta oficina donde estamos ahora, nos hicimos esta foto. Sentado, señalado con la letra

A, está Paco Galán, y arriba, señalado con la B, estoy yo, junto a un grupo de compañeros. Fui

enviado desde Madrid por el Quinto Regimiento a la Columna de Paco Galán. Allí trabajé con

el capitán Gallo y cuando este fue ascendido, me dejó como jefe de la oficina de información de

la Columna. Nuestro trabajo era el espionaje y el contraespionaje: mandar campesinos y gente

nuestra infiltrados al enemigo y a la vez tratar de hacer prisioneros en la retaguardia contraria y

traerlos acá. También trabajábamos con los desertores de las filas fascistas: campesinos y

trabajadores que se pasaban a nuestro lado. Así pasó muchas veces.

PABLO

Y ante Maydagán, el escultor cubano, a cargo de la oficina de información, pasaron los cuatro

soldados, los cuatro camaradas del enemigo.

Fue emocionante la hora en que estos cuatro compañeros, arriesgando su vida, se pasaron a

nuestras filas. La noche con su rotunda oscuridad inicial; la inquietud de los hombres ante el

temor de una sorpresa; la voz angustiosa de los que se pasaban, todo contribuía a hacer

imborrables aquellos momentos, por lo demás, tan corrientes en la guerra.

Y tampoco nadie podrá olvidar el momento en que, reconocidos ya como camaradas, saltaron

el parapeto y fueron recibidos por los brazos de todos los milicianos.

Sin embargo, el interrogatorio era de carácter militar.

—¿Cómo os habéis fugado, camaradas? ¿Cómo es que no os habéis pasado antes? ¿No nos

oíais por las noches pediros que os pasárais a nuestras filas? —les preguntó el teniente

Maydagán.

—¡Oh, era muy difícil, teniente!

—No me digas teniente, llámame camarada. Aquí no hay grados. Aquí solo hay camaradas.

—Camarada teniente —respondió el soldado sin poder perder de golpe la mala costumbre del

tratamiento jerárquico—, no nos pasamos antes porque no pudimos. Queríamos fugarnos en

grupo, de una vez, porque siempre nos veían juntos. De pasarse uno solo, a los demás los iban a

fusilar, como han hecho otras veces. Por eso, hasta hoy que pudimos aprovechar la hora de la

cena, y la oscuridad, no nos fue posible... ¡Pero bien que la hemos pasado!

MAYDAGÁN

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Pablo cooperó conmigo en aquel interrogatorio, preguntando también algunas cosas a aquellos

cuatro camaradas del ene-migo, como él los llamaba. Y la misma presencia de ellos allí, tenía

que ver seguramente con Pablo, con las arengas que él les echaba por las noches, desde la Peña del Alemán.

VICTORINA

Era una peña que estaba fortificada, un peñote. Ahora ustedes irán por allí y la verán: queda a un

momentico del pueblo nada más. Todavía existen las trincheras. Aunque han tapado algunas

todavía se ven alrededor de la peña. Y las trincheras tenían pasos para venir hacia acá sin peligro. La Peña llevaba ese nombre porque cayó un alemán allí, un alemán que venía con Max

Salomón. Esa era la Peña del Alemán, que enfrente tenía la cabeza de Piñueca: ahí estaban ellos.

PABLO

Nuestro parapeto es uno que se conoce por «La Peña del Alemán», y está enfrente de uno de

ellos al que llamaban «El parapeto de la muerte». Estos puntos constituyen los dos fuegos más próximos, al extremo de que, en cuanto obscurece, empiezan, de parte y parte, los discursos que

concluyen con los insultos de rigor.

PABLO: CUADERNO DE GUERRA

Conversaciones nocturnas desde los parapetos

Rojitos, ya estáis ahí, todos tenéis voz de

afeminados. Ya lleváis dos días tomando sopa

de ajos ¿qué, no tenéis café ya, no?

¿Tenéis puros? —Sí, cada uno tenemos

veinte cajetillas en la retaguardia —

Un capitán que gritaba —Sois unos cobardes,

no tenéis cojones, si son unos chiquillos —

Oye, mañana voy con permiso

Pues ve, que será la última vez —

Pues es la quinta vez que voy por

una semana

Y por qué no vas a Toledo que

está más cerca de Madrid?

Disparos

Oye, dime en qué calles vives para ir a

darle recuerdos a tu hermana.

Cabrones, hijos de puta —Hablad

claro que no tenéis espíritu ni para

hablar

No insultar, hablarles nada

más —

Cubano

José, no sigas hablando de un modo tan imprudente

Vamos a polemizar

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con él como nos conviene:

con la verdad en la boca,

que es como mejor se vence. Los insultos y las frases

de gran calibre no tienen

lugar aquí, pues sus balas ni benefician ni hieren.

¡Blanco, escucha

Voz

¡Dime, rojo,

que tengo que responderte!

Cubano

Ahora que se puede hablar,

porque el viento favorece

la voz, y la cercanía

que hay de tu frente a mi frente,

¿quieres decir por qué luchas

contra nosotros?

Miguel Hernández

MAYDAGÁN

Desde esta Peña, Pablo sostuvo aquellas formidables discusiones con el cura fascista, de

parapeto a parapeto, por la noche, aprovechando esta tremenda tranquilidad que hay en este

lugar. Ese trabajo de agitación se realizaba casi siempre poniendo una bocina en la parte de atrás

de un camión, de modo que le llegara a las filas enemigas el mensaje que queríamos enviarles.

Era un procedimiento muy común en aquella guerra. Pero en este caso por la tranquilidad y el

silencio, y por la voz que tenía Pablo, se hacía a grito limpio, de parapeto a parapeto, que como

vemos están bastante cerca.

PABLO

La tribuna fue un parapeto sobre una roca. El escenario fue la noche prelunar, densa aún y

peligrosa. Mi contrario, un cura guerrillero. El público, los milicianos de la revolución española

y los fascistas insultadores, requetés, falangistas, guardias civiles y militares traidores. Los aplausos, ráfagas de las ametralladoras. ¿Quién podría olvidar todo esto?

PABLO: CUADERNO DE GUERRA

Oye, camarada, oye, camarada, tú, el que

merezca tal nombre entre ustedes. Vengo

de América, de Cuba, de México, de los

E. U. Soy cubano — Y he recogido

informes de lo que pasa allá

con respecto a la revolución española

Pero antes quiero decirles

que en este parapeto, en Buitrago,

en Gascones, en Villargas, y todas

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las partes de España que he recorrido

me he encontrado hispanoamericanos,

hombres descendientes de la

España que está de este lado del

parapeto; de la España de los trabajadores

explotados, no de la

España que está del lado de

allá, descendiente de los que

explotaron a nuestros indios

y a nuestros negros — no descendientes

de la España de los

que ganaron títulos

de Condes y Duques solo para

hacer buenas ganancias con

el bochornoso y repugnante

tráfico de esclavos — Nosotros

los que combatimos aquí con

la España que nos explotó

durante cuatro siglos, venimos

aquí a combatir contra los que

quieren la explotación de España,

al lado de los españoles explotados

porque de ellos sí nos

sentimos legítimos descendientes y

hermanos.

Cubano

Bien calificados vamos

con el color diferente

que nos han calificado:

rojo y blanco. Ve si tiene

exactitud la expresión

del color, que exactamente,

nos define: Rojo y blanco:

no hay quien mejor nos exprese.

Rojo yo como la vida,

blanco tú como la muerte,

Yo del color de la sangre,

tú del color de la especie

de lo frío, de lo muerto,

ni cal, ni espuma, ni nieve.

Una noche muerta y blanca

frente a un día rojo y verde.

Miguel Hernández

PABLO

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Los que de ustedes tengan callos en las manos y hayan sido arrastrados o por la amenaza o por

el engaño, que se pasen a nuestras filas y serán recibidos aquí con los brazos abiertos. Los otros,

los explotadores, los vividores de toda la vida, que se preparen a la muerte, porque no hay

esperanzas para ustedes. Somos más y somos mejores.

MAYDAGÁN

Pablo era el orador número uno de aquellas peroratas. Era formidable. La duración dependía.

Cuando terminaba, a veces el enemigo se quedaba callado, no respondía nada. O sí: respondía

inmediatamente. Porque no eran piezas de oratoria: eran discusiones de lo que tú y yo, y

nosotros y ustedes, esto y aquello, improperios que se decían de frente a frente. Porque así

estábamos nosotros allí: de trinchera a trinchera era la cosa.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Después de esto, lo menos que me dijeron, hijo de puta, etc., etc., que era precisamente lo

que yo quería. Pues en estas luchas oratorias nocturnas, lo más importante es dejar sin

argumentos al contrario, para irle minando sus fuerzas. A cada rato hay que agacharse,

pues los muy cabrones, durante el día toman la altura de los parapetos y por la noche,

cuando les jode mucho lo que se les dice, barren con las ametralladoras.

PABLO: CUADERNO DE GUERRA

Oye, fascista, ¿te has enterado de

las bajas que habéis tenido en Estrecho-

Quinto y Monte Aragón? Hablar mejor

que tienes telarañas en el estómago

de no comer

Una descarga de ametralladoras

PABLO: CARTA DE LEJOS

El día comenzó para nosotros pésimamente. Se presentó un frío del carajo, una llovizna

fina y helada, interminable, y a las ocho en punto de la mañana, nos mataron a una

compañera, una miliciana de 18 años, Lolita Máiquez, querida por toda la Compañía la

Tercera de Acero.

VICTORINA

Lolita: yo la veía ir todos los días al relevo con sus amigas Carmina y La Chata, con sus

correajes, sus cosas, una chica muy valiente. Y aquel día vinieron muy desesperados todos: que

Lolita, que Lolita, que es Lolita la que ha caído. Cuando nos la trajeron en la camilla nos decían:

trae vida, trae vida, pero no la traía. La descubrimos, la desabrochamos y vimos que había sido

una bala.

PABLO

En efecto, cuando regresaron los hombres se supo. Había muerto en el acto, una bala le había

partido la aorta. El teniente Ruiz tomó mi pluma y escribió:

PABLO: CUADERNO DE GUERRA

Parte de Guerra

Peña del Alemán 5-10-936

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Al Capitán de la 3a de Acero

A las 8 de la mañana del día de hoy, la

miliciana Dolores Máiquez destacada en

un parapeto de 5 hombres (responsable cabo

Cruz Tello) al salir al parapeto

próximo recibió un tiro de fusil, siendo

evacuada a mano por el Teniente Avelino

Ríos y dos milicianos más por no

existir ambulancia ni camilleros.

El Teniente

A. Ruiz

PABLO

Luego salió a recorrer los parapetos y fui con él. En cada uno regañó enérgicamente a los hombres.

PABLO: CUADERNO DE GUERRA

En los parapetos — Regaños del oficial

¡Cabrones! hoy tenemos que vengar la muerte

de Lolita —importancia de ajustarse a la disciplina

—Aquí venimos a matar no a morir — Morir

solo en el ataque, porque se obtiene algo a

cambio de la vida. Es necesario cuidar la

vida de los hombres porque no solo es un

compañero sino también uno más a disparar

sobre los fascistas — Necesidad de reforzar

el parapeto y de no tener miedo

a que digan que tenemos miedo

PABLO

Me acosté a cielo abierto, porque no había más espacio en las pocas chabolas que aún se habían

hecho. Había una clara luna remota, de menguante. Y las estrellas, mis viejas amigas del

Presidio. Tanto tiempo sin verlas. De pronto me entró una du-da. ¿Era Casiopea la constelación

que brillaba sobre mi cabeza? El cuerpo me temblaba por el frío, como si fuera un flan. ¿Tendré

yo miedo —pensé— que no me acuerdo bien de lo que sé? Me acordé de Cuba, de Teté Casuso,

de mis perros y de mis árboles, en Punta Brava. Yo me dije: a lo mejor en la guerra, cuando uno

tiene un recuerdo es porque tiene miedo. Pero no estaba convencido. El relevo de las doce, un

gallego de imponente vozarrón, me dijo:

—Camarada, tienes frío. Toma esta manta y ya luego nos arreglaremos. Pero no debes dormir

en la tierra. Echa pa’cá, hombre —y me hizo una especie de almohadilla con paja y piedra, que

quedó muy bien.

—Sigue tirando esa gente —le dije.

—Sí, pero no hagas caso. Es que tienen miedo. De noche le tiran hasta a su sombra.

VICTORINA Y MAYDAGÁN:

PALABRAS CRUZADAS

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Maydagán:

En aquellos meses estuvo aquí un periodista cubano, un periodista revolucionario y un

gran camarada en todos los órdenes: Pablo de la Torriente Brau. Es el que está aquí, en

esta foto. ¿Lo recuerda?

Victorina:

Ahora sí: ahora lo recuerdo. Son muchos años que han pasado. Tuve que salir de

Buitrago. Estuve en Hoyo de Manzanares, en el hospital de Cirugía, con la 10a División,

y donde estaban también las Brigadas Internacionales. Y después... después tuve que

regresar a Buitrago, después de acabada la guerra, digo, porque me necesitaban mis

hermanos. Que si no, no hubiera vuelto nunca. Y aquí he estado estos cuarenta años. Así

que toda esa es la vida que ha pasado. Pero en esa foto lo recuerdo, cómo no: tenía cara

de listo.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Madrid, 4 de noviembre de 1936

Te escribo ahora antes de las siete de la mañana. A lo lejos —no muy lejos— se escucha el

retumbo de la artillería. El radio ya avisó anoche que no había que alarmarse si se

escuchaban grandes estampidos. Suenan, según parece, para la parte de Leganés, por

Carabanchel, a unos veinte kilómetros del centro de Madrid. Espero que el ruido de la

ciudad más tarde, amortigüe el resonar obscuro del cañoneo. La gente, por lo demás,

muestra una confianza verdaderamente espectacular.

Nadie se ha quitado de las «colas» de los víveres. Aunque el cielo está limpio, como en

verano, hay frío. El termómetro marcaba hace un momento tres grados sobre cero. En-

tramos, no cabe duda, en una semana de clímax.

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¡Si oyeras cómo truena el cañoneo! Parece que están sacudiendo todas las alfombras de

Madrid.

ROA

Vinieron entonces los días oscuros, difíciles y torturantes de la caída de Toledo y del retroceso

paulatino y estremecedor hacia Madrid. Las gavillas uniformadas de Franco, equipadas y

nutridas por Alemania, Portugal e Italia, en incontenible ofensiva, irrumpieron una mañana al

otro lado del Manzana-res, frente a la ciudad misma.

Cubano

Van hacia Carabanchel:

han conseguido las hordas

de Franco llegar al Puente de los Franceses, y arrollan

el curso del Manzanares,

que de vergüenza se torna.

Pero en nuestras manos brillan las llaves y las pistolas

que han de cerrar a Madrid

las puertas de su deshonra. En el Quinto Regimiento

no se apuntan y se borran

los cobardes: que las liebres en asuntos de hombres sobran.

¡Valientes, a preparar

las armas y la victoria

serenamente valientes: que los valientes estorban

cuando es desesperación

el valor que los provoca! Ni alardes de valentía,

ni cobardía traidora.

A ser valientes de veras,

no de miedo ni de broma. En carne, piedra y cristal,

Madrid al alba se asoma.

Miguel Hernández

PABLO: CARTA DE LEJOS

¿Te conté que ayer presencié el bombardeo aéreo del aeródromo de Barajas? Fui a

despedir a Chacón y Calvo y pasaron los pájaros soltando bombas incendiarias. Volaron

tan alto que no se utilizaron las antiaéreas.

HERMANA

Chacón venía para Cuba, porque tenía la mamá enferma: él nos lo contó después, y nos contó

también cómo mi hermano, en medio del bombardeo se lanza a recoger a los heridos. Y Chacón

dice que le gritaba: Pablo, ahora no, que te matan. Y él decía: ¿Qué tú quieres, que vayamos a

recoger a los heridos cuando estén muertos? Hay que recogerlos ahora. Mira: en vez de irte para

Cuba, ayúdame a recoger los heridos.

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PABLO: CUADERNO DE GUERRA

Reflexiones mías — Cada día es una novela

y cada hombre un protagonista — A medida

que se han ido acercando a Madrid los

fascistas se ha reforzado la moral de

los combatientes, como toma más fuerza

y potencia la sangre según se acerca

al corazón —

ROA

En esa coyuntura angustiosa, cuando la caída irremisible y fulminante de Madrid se pregonaba

de confín a confín, y hasta se festejaba anticipadamente con jerez añejo por el beodo y bigotudo

general Queipo del Llano, Pablo se presentó en el Ministerio de la Guerra. Cien mil hombres se habían alista-do, en épico arrebato, esa propia mañana. Las mujeres, rifle al hombro y

relucientes los ojos, desfilaban por las calles ametralladas, camino del Puente de los Franceses.

Cuadrillas de niños contribuían, febrilmente, a reforzar la defensa de la ciudad. Pablo no había nacido para «contemplar un crimen en calma». Ni era honrado pelear con la pluma cuando lo

que urgía era enfrentarse a las balas. Así fue.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Madrid 15, 11, 36

Anoche vine a Madrid. Gracias a esto puedo escribirte hoy, lo que mucho siento, ya que

hoy probablemente íbamos a tener chicharreo por nuestro barrio, casi con seguridad.

Pero ya que estoy aquí debo contarte cosas de estos días. Por lo pronto, mi cargo de

Comisario de Guerra, acaso sea un error desde el punto de vista periodístico, pues que

tengo que permanecer alejado de Madrid más tiempo del que debiera, pero, para

justificarme plenamente, comprenderás que en estos momentos había que abandonar toda

posición que no fuera la más estrictamente revolucionaria de acuerdo con la angustia y

las necesidades del momento.

MARTÍN

En el Ministerio de Defensa en Madrid, me encontré a Pablo, que se iba como comisario

político para las líneas del frente, con las tropas del Campesino. Yo acababa de llegar, como voluntario, desde Nueva York, a la guerra española. Pablo andaba con una boina. El uniforme

nuestro era color kaki oscuro, siempre un poco irregular: botas, pantalones, chamarreta y boina,

tricornio o gorra, según los casos. Bajamos por la calle Atocha, y en una cafetería allí hablamos. Pablo me preguntó si había visto sus crónicas de la guerra, sus reportajes, y le dije que en Nueva

York no los había visto todavía antes de salir.

MAYDAGÁN

Pablo no me habló de convertirse solamente en militar. Él siempre soñó con la doble cosa: ser

militar, participar en la revolución española y a la vez escribir, seguir escribiendo, que era su

placer, digamos, como también la revolución lo fue siempre.

Como comisario, no era militar propiamente, pero sí aforado y como tal asimilado a la

responsabilidad del jefe correspondiente. El comisario de una compañía está asimilado al

capitán; el de un batallón, al comandante, y así. Se consideran de la misma categoría aunque

uno tiene mando político y el otro responsabilidad militar. Que es la bella cosa del comisario

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precisamente: ligar la tropa con las disposiciones del mando. Y siempre el comisario tiene que

dar el ejemplo en cada caso.

ROA

Comisario político no podía serlo cualquiera. Del comisario político dependía,

fundamentalmente, la eficiencia, la cohesión y la capacidad ofensiva de las unidades

revolucionarias. Un comisario político determinó muchas veces, él solo, el curso de una batalla.

A través de él se conectaba políticamente el gobierno con las milicias. Era él quien forjaba, bajo

la metralla o el descanso eventual, la conciencia política del combatiente. Era él quien se

preocupaba de que al miliciano no le faltase nada, quien le procuraba educación revolucionaria

y le sumi-nistraba periódicos y libros.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Por otra parte, tenemos unos cuantos discos entre los que hay alguna rumba. Hay que

divertir al hombre de la guerra; hay que hacer que se olvide de ella, cuando por

casualidad, como ahora, se nos ha dado la oportunidad de un relativo descanso. Y aparte

de todo esto, hemos dotado a cada compañía de un maestro, con una campaña intensiva

para que todo el mundo sepa firmar el próximo pago. Y muchos están aprendiendo ya a

leer y escribir.

Los desplantes de disciplina y desorden, típicos de las tropas en descanso, se han acabado

en nuestras filas. Creo que en poco tiempo completaremos una unidad militar de robusta

estructura ideológica.

ROA

Una mañana brumosa de noviembre —brumosa de niebla y del humo ceniciento de las explosiones— el batallón de Valentín González recibió órdenes de trasladarse a Alcalá de

Henares.

PABLO: CARTA DE LEJOS

El día 23 creo que lo pasé todo en Alcalá.

Descubrí un poeta en el batallón, Miguel Hernández, un muchacho considerado como uno

de los mejores poetas españoles, que estaba en el cuerpo de zapadores. Lo nombré Jefe del

Departamento de Cultura, y estuvimos trabajando en los planes para publicar el periódico

de la brigada y la creación de uno o dos periódicos murales, así como la organización de

la biblioteca y el reparto de la prensa. Además planeamos algunos actos de distracción y

cultura.

MIGUEL HERNÁNDEZ

Conocí a Pablo en Madrid, una noche en Alianza de Intelectuales Antifascistas, esperando yo a María Teresa León, que no venía. Recuerdo que fue en septiembre del año pasado. Esa noche,

recién amigos, bromeamos como antiguos cama-radas. El sentido humorístico de Pablo era

realmente irresistible. Quien estaba a su lado tenía que reír siempre, siempre, porque él sabía

encontrar como pocos el costado grotesco de las cosas más solemnes. Y lo hacía con una originalidad y una fuerza...

PABLO: CUADERNO DE GUERRA

Caso del cura que va a presentarse para

ser fusilado porque no puede seguir soportando

la vida bajo la sensación de que va a ser

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fusilado con su madre enferma —

Mire — venga mañana a las diez y 1/2 que hoy no

tenemos tiempo.

Vuelve al día siguiente.

Mire, no joda, déjese crecer el pelo de la

coronilla y no venga a crear problemas.

Y el cura está en el frente.

MIGUEL HERNÁNDEZ

Yo le quise mucho. Después de aquella noche que les digo, nos separamos durante varios

meses. Nos volvimos a encontrar en Alcalá de Henares, a pesar de que habíamos estado juntos,

sin saberlo, en los combates de Pozuelo y Boadilla del Monte.

«¿Qué haces?», me preguntó alegremente al abrazarme. «Tirar tiros», le contesté yo riéndome también. Pablo era entonces Comisario Político del Batallón del Campesino. Me ofreció

hacerme también comisario de compañía, con lo que ya estábamos juntos otra vez Pablo y yo.

PABLO: CARTA DE LEJOS

Y con él me fui después a ver algunas cosas famosas de Alcalá. Vi la Hostería del

Estudiante, digna de una página de cine olorosa a historia y a tiempo viejo; el Paraninfo

de la Universidad Complutense, que fundó el Cardenal Cisneros, con sus artesonados

mudéjares y sus paredes platerescas; el bello patio trilingüe, en el que hoy no se habla

ninguna lengua; la fachada y el patio de la Universidad; y pasé frente al Archivo,

bellísimo, y a las viejas murallas. Luego fui hasta el Henares. De Cervantes no hay sino

una estatua, obra maestra de ridiculez, y una placa con faltas de ortografía, en el lugar

donde estuvo su casa. En este día, además, debo decirte que se rechazó en Madrid un

poderoso ataque de los fascistas.

PABLO: CUADERNO DE GUERRA

En la Plaza del Callao

han puesto una farola

con unas letras que dicen

que le den por’culo a Mola.

Hoy solo tenemos palas,

palas, picos y azadones,

pero si vienen los moros

sacaremos los cojones.

La cabeza de Gil Robles

se la vamos a cortar,

que como es un hijo de puta

no la va a necesitar.

PABLO: CARTA DE LEJOS

El día 2 de este mes, fui, en unión de dos oficiales y de Miguel Hernández, a dar un mitin

en Mejorada del Campo, con el fin de hacer propaganda de reclutamiento. El mitin estaba

planeado de acuerdo con el Comité, al que habíamos tenido que argumentar ya en dos

visitas anteriores. La última vez, nos llevamos del pueblo un campesino gallego, de los

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diez u ocho que habían prometido incorporarse a filas. El resto se había ido. Allí me

encontré un chiquito de trece años, asturiano, sin padres, que iba a la aventura,

hambriento y con frío. Subió al Comité a pedir alojamiento y comida y, como tenía cara de

gran inteligencia, me lo llevé para enlace mío.

MIGUEL HERNÁNDEZ

Pablo y yo pasamos al frente de Majadahonda. De allí lo vi partir un día con las fuerzas del

comandante Candón, otro cubano, y ya no le encontré más.

COMANDANTE CANDÓN

Pablo era mi comisario político. Yo tenía a mi cargo un sector amplísimo: 4 kilómetros

cubiertos con 160 hombres. Ordené a Pablo que se hiciera cargo de dos compañías. Las tomó y se separó buen trecho de mí. En medio del fuego recuerdo perfectamente que Pepito, un niño

huérfano de trece años que Pablo recogió en Alcalá y lo hizo su ayudante, me preguntó hacia

dónde estaba. Le señalé la dirección en que había partido. Hacia allá corrió el muchacho. A los

pocos minutos vi aparecer a los moros por el mismo rumbo. Enseguida cruzaron por mi lado unos camilleros llevando un cuerpo exánime. Era el cadáver de Pepito. Todavía siguió el fuego

largo rato. Por la noche me vino, de repente, el recuerdo del niño muerto.

¿Y Pablo?, pregunté a mis ayudantes. Nadie me decía nada concreto. Tuve un triste presentimiento.

HERMANA

Yo recuerdo que mi mamá estaba muy intranquila en aquellos días. Y una mañana se despertó y

me dijo: Ay, Ruth, tengo una impresión malísima, porque anoche soñé que me daban un tiro en

el corazón. Mi mamá era muy aprensiva, se preocupaba de todas esas cosas. Y yo le dije: Ay, no te preocupes nada, mamá: tú estás intranquila porque Lía y Zoe están en Santiago de Cuba, pero

ya están al venir.

Y el día de Nochebuena fuimos Güiqui y yo a la Terminal de Trenes, a esperarlas. El tren se

demoraba y se demoraba. ¡Qué raro que el tren no llega! Ya hasta nosotras estábamos in-

tranquilas.

PABLO

Si algo más sale al paso, es porque así son las cosas de la revolución.

COMANDANTE CANDÓN

Dos días pasé investigando febrilmente; al cabo de ellos un soldado me dijo que lo había visto

caer. Me precisó la dirección. Con los prismáticos descubrimos varios cadáveres, moros y gente

nuestra. Pablo podía estar allí. Me decidí a rescatar su cuerpo. Me acompañaron cuatro

hombres... Tomamos un camino que conducía al lugar probable. Con mucho sigilo lo

recorrimos hasta donde estaban los cadáveres. A 3 metros descubrí el de Pablo. Nos arrastramos

con máximo cuidado —veíamos a los enemigos muy cerca—, y lentamente y en silencio

trajimos el cuerpo querido hasta el camino.

MIGUEL HERNÁNDEZ

O mejor dicho: sí volví a verlo, pero estaba muerto. Un cadáver de dos días, con la barba

crecida; caído sobre una loma, el pecho atravesado por una ráfaga de plomo. Pablo es uno de los

muertos más serenos que he visto, parecía que no le hubiera pasado nada.

HERMANA

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Cuando en eso, yo veo a un hombre que tenía un periódico, el periódico El Mundo, lo estaba

leyendo, así, bastante lejos, me acerco y veo un cintillo grande así arriba que decía:

INFORMAN DESDE MADRID LA MUERTE DE PABLO DE LA

TORRIENTE BRAU

ROA

Cuando Pablo murió, y me dieron la noticia, yo estaba escondido, perseguido, clandestino, en

una casa. Pero salí a la calle, al periódico El Mundo a redactar la nota que después salió. Esa

nota soy yo el que la escribe.

Después regresé, le dije a mi gente: Al coño de su madre los escondites, me voy para mi casa.

Me importa cuarenta carajos que me cojan ni me dejen de coger.

Y me metí en la cama, tres días tirado ahí como un perro, pensando.

Fue el primer gran dolor de mi vida. El gran dolor de mi vida.

«Me quedaré en España, compañero»

me dijiste con gesto enamorado.

Y al fin sin tu edificio tronante de guerrero

en la hierba de España te has quedado.5

5 De la «Elegía segunda» de Miguel Hernández.

Estos ojos míos no pueden cerrarse sin que yo antes cuente las cosas

maravillosas y espantables que vieron.

De una forma vestida de preclara

has perdido las plumas y los besos

con el sol español puesto en la cara

y el de Cuba en los huesos.

Tú sabes que yo todo lo pienso y lo hago con la vista y el pensamiento

puestos en la revolución cubana.

Ante Pablo los días se abstienen ya no andan.

No temáis que se extinga su sangre sin objeto

porque este es de los muertos que crecen y se agrandan

aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto.

Y, como esperanza, la revolución. Eso es todo.

Pablo

Índice

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Con el filo de la hoja, otra vez / 7

Los que hablan en este libro / 11

Primeras palabras / 17

Infancia, adolescencia / 21

30 de septiembre / 47

Primera prisión / 65

Los muchachos en la calle / 91

Segunda prisión / 99

Días tumultuosos / 149

Con el filo de la hoja / 173

Realengo 18 / 189

Huelga de marzo / 205

Otra vez el exilio / 217

España / 241