Certeau. El Lenguaje de La Ausencia (Art.)

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    Bernarda Urrejola DavanzoEntre mstica e historiografa: el lenguaje de la ausencia en Michel de Certeau

    Historia y Grafa, nm. 35, 2010, pp. 161-192,

    Departamento de Historia

    Mxico

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    Historia y Grafa,

    ISSN (Versin impresa): 1405-0927

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    Entre mstica e historiografa: el lenguajede la ausencia en Michel de Certeau*

    BERNARDAURREJOLADAVANZO

    Universidad de Chile/Facultad de losofa y humanidades

    Son tan oscuras de entender estas cosas interiores, que

    a quien tan poco sabe como yo, forzado habr de decirmuchas cosas superfluas y aun desatinadas, para deciralguna que acierte.

    Teresa de vila, Las Moradas

    Por lo menos guardamos, en el presente, la ilusin desuperar lo que el pasado ha vuelto insuperable.

    Michel de Certeau, La fbula mstica.

    REste artculo se centra en las reflexiones de Michel de Certeau en tornoa las posibilidades del lenguaje de asir la realidad y al lugar del histo-

    riador en relacin con el pasado que quiere estudiar y comprender. Talcomo sucede con el lenguaje mstico, que busca poner en palabras unaexperiencia inefable e inenarrable que supera los lmites de la razn, laescritura de la historia tambin se enfrenta a un pasado radicalmenteseparado del presente y que no se muestra al historiador.

    Palabras clave: historiografa, mstica, lenguaje, ausencia, teora.

    * Este artculo es el resultado de una investigacin original e indita.

    Historia y Grafa,UIA, nm. 35, 2010

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    BETWEENMYSTICYSMANDHISTORIOGRAPHY:

    THELENGUAGEOFABSENCEINMICHELDECERTEAU

    Tis article focuses on the possibilities of language to grasp reality, and also

    on the place of the historian in relation of the past he wants to study andunderstand. As happens with mystical language, that seeks to put into words

    an indescribable and unspeakable experience that exceeds the limits of rea-

    son, Michel de Certeau considers that historical writing also faces a radical

    separation between language and experience.

    Key words: Historiography, mysticism, language, absence, theory.

    E ,

    ichel de Certeau comenz a estudiar el fenmeno espiri-tual de la mstica de los siglos y, especialmente, ,

    pensando que, siendo un hombre religioso le sera ms sencilloentenderlo. Sin embargo, como confiesa en diversos escritos,pronto se dio cuenta de que la vivencia mstica ya no poda serrevivida en la actualidad, ni siquiera por un hombre de religincomo l, pues se trataba de un fenmeno producido en un mo-mento histrico-cultural especfico, imposible de reconstruir ac-tualmente: No importa qu se piense de la mstica, e incluso sise le reconoce la emergencia de una realidad universal o absoluta,slo es posible tratarla en funcin de una situacin cultural e his-trica particular,1inserta en un determinado momento histricocaracterizado por la crisis que modifica entonces toda la civiliza-cin occidental, renovando sus horizontes mentales, sus criterios

    intelectuales y su orden social (que en ltima instancia es su ra-zn).2En la introduccin de La fbula mstica(1982),De Cer-teau se hace cargo de aquel abismo insalvable que se abre entre unhistoriador del siglo lugar de enunciacin que ocupaba l y

    1 Michel de Certeau, El lugar del otro. Historia religiosa y mstica, edicin esta-blecida por Luce Giard, tr. Vctor Goldstein, Buenos Aires, Katz, 2007 (2005),p. 348.2Michel de Certeau, La debilidad de creer, Buenos Aires, Katz, 2006 (1987), p. 51.

    M

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    los msticos de los siglos y a los que pretenda estudiar,afirmando que, por ms que compartiera con ellos la condicinde cristiano, cualquier discurso presente que quisiera elaborar

    acerca de aquella vivencia mstica pretrita estara desde su origendesterrado de aquello que trata,3es decir, no sera ms que unsimulacro o intento de escritura que no podra jams formarparte de esas vivencias, porque los autores antiguos forman consus cuerpos y sus textos una frontera que divide el espacio y trans-forma a su lector en habitante de campias o de suburbios, lejosde la atopa donde ellos alojan lo esencial.4No se trata slo deque dichos sujetos pertenezcan a un contexto anterior Y porcontexto no hay que entender solamente un marco o un deco-rado, sino el elemento del que la experiencia recibe su forma y suexpresin,5 sino de la evidencia de que [toda] espiritualidadrespondea los interrogantes de un tiempo, y nunca les respondede otra manera que en los mismos trminos de tales interrogantes,porque son aquellos que viven y que hablan los hombres de unasociedad; tanto los cristianos como los otros.6

    Por ello, el discurso de De Certeau no lograr nunca, como lmismo lo seala, estar del todo autor-izado para hablar de esoqueya no est y que l tampoco puede experimentar, pues, en rigor,no es autorde esa vivencia tan radical a la que quiere referirse,ni lo ser jams, por cuanto su momento histrico ya es otro.Esta singularidad espacio-temporal del fenmeno mstico pasadopondr en evidencia la separacin insalvable que se produce entreel sujeto observador y el objeto observado, distancia que volver

    nostlgica la escritura de De Certeau, como si se tratara de unduelo o una enfermedad de estar separado,7tal como les su-

    3 Michel de Certeau, La fbula mstica,Mxico, Universidad Iberoamericana/Departamento de HIstoria, 1. reimpresin en espaol, 2004 (1982), p. 11.4 Ibid., p. 12.5 De Certeau, La debilidad de creer, op. cit.,p. 51.6 Idem.7 De Certeau, La fbula mstica, op. cit.,p. 11.

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    ceda a los melanclicos del siglo . Aun as, al pasar entre losmuertos, robndoles palabras perdidas que yo no saba utilizar,8se le hace evidente que l mismo aparece replicado o repetido

    en esos fragmentos de su lengua que, a mis espaldas, me habla-ban de su ausencia.9Por ello, la separacin radical con el pasadotambin dejar en evidencia ciertos elementos en comn: Entreayer y hoy, como entre dos hermanos que se reconocen diferentes,el observador ajeno descubre ante todo la semejanza y percibeuna continuidad.10Este juego es precisamente el que posibilitala existencia de la historia:

    La historia se desarrolla, pues, all, en esas fronteras donde unasociedad se une con su pasado y con el acto que lo distingue del; en las lneas que trazan la figura de una actualidad al separarlade su otro, pero que borran o modifican continuamente el retor-

    no del pasado.11

    En otras palabras:

    Fundada, pues, en el rompimiento entre un pasado, que es suobjeto, y un presente, que es el lugar de su prctica, la historia nocesa de encontrar al presente en su objeto y al pasado en sus prc-ticas. Est poseda por la extraeza de lo que busca, e impone suley a las regiones lejanas que conquista y cree darles vida.12

    De este modo, hay vinculaciones complejas entre pasado y pre-sente que sobrepasan la ilusin de un tiempo lineal: jams se

    8 Michel de Certeau, Historia y estructura, en Historia y psicoanlisis, Mxi-co, Universidad Iberoamericana/Departamento de Historia, 2 ed. en espaol,2003 (1987), p. 102.9 Idem.10 De Certeau, La debilidad de creer, op. cit.,p. 81.11 Michel de Certeau, La escritura de la historia, Mxico, Universidad Iberoame-ricana/ Departamento de Historia, 2 ed. en espaol, 2006 (1978), p. 53.12 Ibid.,p. 52.

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    llega a los hombres de ayer sin pasar por los de hoy,13por lo cualesta sensacin de extraeza y separacin respecto del pasado lollevar a preguntarse cun separado no estar quiz de su propio

    momento histrico, pues la distancia o abismo que observa entrepresente y pasado podra perfectamente alzarse entre el observa-dor y su particular contexto de existencia: nuestro propio lugar esalgo extrao.14As, el trabajo historiogrfico deviene una pues-ta en abismo15en la cual se ve reflejado el propio investigador,pues al estudiar al sujeto mstico, ya no en tanto religioso, sino encuanto historiador, De Certeau identificar un desacuerdo delindividuo respecto del grupo; una irreductibilidad del deseo en lasociedad que lo reprime o lo recubre sin eliminarlo;16una inco-modidad, en sntesis, que siente afn a la suya propia respecto delmomento histrico desde el cual pretende hablar del pasado. No se trata, empero, de hacer de los sujetos pretritos un refle-jo de nuestra propia realidad; muy por el contrario, De Certeaucritica precisamente los acercamientos tradicionales con los queciertos investigadores han intentado explicar el fenmeno ms-tico, por considerar que en los anlisis emprendidos por euro-peos, precisamente cuando conciernen a tradiciones extranjeras,

    13 De Certeau, La debilidad de creer, op. cit.,p. 78.14 De Certeau, La fbula mstica, op.cit.,p. 12.15 Puesta en abismo: Tomando el trmino de la herldica, donde la expresindesigna una pieza situada en el centro del escudo que reproduce en escala re-ducida los contornos del propio escudo, Andr Gide lo utiliz para indicar unapeculiar forma de visin en profundidad, como sucede en las cajas chinas, en lasmuecas rusas o en las etiquetas que reproducen en su interior el producto con

    la misma etiqueta. En semitica literaria es un procedimiento de reduplicacinespecular, por el cual se reproduce en forma reducida, en un punto estratgicode la obra y por homologa, el conjunto lo esencial de las estructuras de laobra en que se inserta. Ejemplo paradigmtico es la escena del Hamleten que serepresenta el asesinato del rey (teatro dentro del teatro). El abismo puede serconsiderado como una secuencia modelo que reproduce en escala reducida elargumento entero, a veces con alteraciones que sirvan de contrapunto, AngeloMarchese y Joaqun Forradellas, Diccionario de retrica, crtica y terminologaliteraria,Barcelona, Ariel, 2006, p. 269.16 De Certeau, El lugar del otro, op. cit., p. 348.

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    la atencin que se da a la mstica de los otros es conducida, ms omenos de manera explcita, por interrogaciones o impugnacionesinternas.17 De este modo, la relacin que el mundo europeo

    mantiene consigo mismo y con los otros tiene un papel determi-nante en la definicin, la experiencia o el anlisis de la mstica.18Por ello, no se trata de buscar la explicacin del pasado en las pro-pias estructuras del presente, sino, como afirma Niklas Luhmann,de observar la propia observacin: Individuo, en sentido moder-no, es quien puede observar su propia observacin,19de modo talque, al observar el pasado, el investigador se enfrente a s mismoy deje al descubierto aun en su opacidad su propio lugar deenunciacin:

    [] el destino del trabajo est necesariamente ligado a los si-tios de donde se parte, a lo que uno es. Lo que determina este

    punto de partida es, digmoslo francamente, una bsqueda deidentidad. Yo part para buscar, en el siglo , algo que suponaidntico a lo que yo era, un cristiano del siglo .20

    La bsqueda de lo similar a s mismo como Narciso, el actorhistoriador observa su doble21pronto se le revela al investigadorcomo un ilusorio juego de espejos, pues, en tanto sujeto observa-dor, debe asumir la muerte del otro como condicin insoslaya-ble para poder hablar de cualquier experiencia pasada y por tantofuera de su alcance:

    la elaboracin y la organizacin del discurso histrico implicana la vez que eso (objeto del estudio) tuvo lugar y ya no es ms.Respecto de la historiografa, el acontecimiento ocurri (de no

    17 Ibid., p. 349.18 Idem.19 Niklas Luhmann, Observaciones de la modernidad, Barcelona, Paids, 1997,p. 22.20 De Certeau, Historia y estructura, op. cit., p. 101.21 De Certeau, La fbula mstica, op. cit., p. 21.

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    ser as no quedara ninguna huella), pero slo su desaparicinpermite el hecho diferentede una escritura o de una interpreta-cin actuales.22

    Es, de este modo, un enfrentamiento entre presencia y ausencia,entre lo similar y lo diferente, un esfuerzo por llevar a la presenciaun pasado en fuga, esfuerzo que deber sortear dos obstculos deimportancia: por un lado, lo que De Certeau llama cierta estruc-turacin oculta en ese pasado, que se opone a la inteleccin delos hechos y, por otro, la propia estructuracin mental del sujetohistoriador, quien ya pertenece, como dira Koselleck, a otro espa-cio de experiencia,23diferente del que intenta observar:

    Eso me ense, y nos ensea, a nosotros los historiadores, queocultaen esepasado, hay una cierta estructuracin que se opone

    a nuestro trabajo, y que, por otra parte, ocultoen misprejuicios oen nuestras intenciones presentes, hay un tipo de estructuracinque determinaba la primera mirada de curiosidad dirigida haciaellos. En esas dos formas de lo oculto, nace la historia verdade-ra; las articula en un discurso, en un tejido de Penlope, en untexto jams cerrado.24

    Tejido de diversas voces que responden siempre a un lugar social,y que se ocultan y exhiben a la vez en un dilogo que no dejade ser problemtico, pues cmo determinar en qu momento elflujo de hechos se divide y comienza a ser pasado?

    [] el pasado depende del presente que se plantea como distintoy que lo relativiza como una resistencia (de los documentos) queobliga al discurso a no ser ms que otro discurso. Este pasado, alaparecer organizado, poco a poco, en funcin de una coherencia

    22 De Certeau, El lugar del otro, op. cit.,p. 55.23 Cfr.,Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Para una semntica de los tiempos his-tricos, Madrid, Paids Bsica, 1993.24 De Certeau, Historia y estructura, op. cit., p. 103.

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    oculta (de una vida muerta, irreductiblemente ausente y otra),revela al historigrafo la situacin actual y particular de conjuntoque cada trabajo supone y oculta a la vez.25

    Este enfrentamiento obligado con lo que ya no es, y por tantocon la alteridad radical que se resiste a la comprensin, hace evi-dente la diferencia que el trabajo histrico hace aparecer entre unpresente y su pasado26y revela con ello una articulacin entreseparacin y continuidad:

    Por una parte, [la historiografa] est del lado de un presente quese quiere otro; afirma una novacin fundadora, un nuevo inicio.Por otra parte, expresa en un discurso la necesidad de situarseen relacin a lo que, en el presente, an testimonia algo msantiguo, rebelde o resistente al presente. De todas maneras, no

    nos libramos nunca de una arqueologa, pero darle un espacio eneste discurso histrico es permitirle al presente comprenderse as mismo como otro y, sin embargo, como situado en una con-tinuidad.27

    La alusin a Paul Ricoeur s mismo como otro nos hace pensaren que este proceso de diferenciacin/continuidad con el pasadotoca al sujeto no slo en relacin con la historia, sino con su pro-pio pasado biogrfico, con el cual inevitablemente se diferencia/identifica: De manera explcita o implcita, el discurso se refiere ala forma biogrfica.28Se trata, as, de un binomio diferenciacin/continuidad que involucra al propio observador, que se da en el

    tiempo mediante un lenguaje, y que slo puede ser aislado entrminos terico-metodolgicos a partir de un corteradical pro-ducido por la escritura que hace el historiador de dicho pasado,

    25 Idem.26 Ibid., p. 104.27 Ibid., p. 112.28 De Certeau, El lugar del otro, op. cit.,p. 225.

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    y que lo pone en un lugar diferente (odiferido) respecto del queocupa lo observado: Mediante una escritura, el discurso historio-grfico traza el lugar de un presente planteado como distinto de

    aquello que se vuelve su pasado.29Ahora bien, al mismo tiempoque el historiador, mediante la escritura de la historia, identificay establece este corteen el flujo de hechos que le permite separarpresente de pasado, efecta una operacin de zurcidode dichocorte, una reparacin que reinserta los hechos en una continuidaddiscursiva y por tanto coherente: El muerto resucita dentro deltrabajo que postulaba su desaparicin y que postulaba tambin laposibilidad de analizarlo como objeto.30Con esta operacin, elhistoriador elimina el corte inicial:

    Paradjicamente, si [el historiador] descubre una discontinuidad,tiene el objetivo, a la vez, de hablarla, de narrarla, de analizarla,

    de explicarla y, por tanto, de insertarla en el texto homogneo deuna cultura presente, en el interior de una literatura, con los ins-trumentos intelectuales de la poca en que se sita la narracinhistoriogrfica. Extrao trabajo: parece negar, por la obra quelogra, la ruptura que revel.31

    Esta paradoja, sin embargo, es inevitable, porque el corte es unlmite necesario para poder realizar la investigacin. Como dice elmismo De Certeau, es en los cortes donde eso habla:32

    En efecto, parece que se accede a la mayor verdad de la pala-bra, a lo que especifica ms el decirrespecto del hacer, all donde

    la palabra est ms desposeda de la cosa, all donde est disocia-da de la residencia y de la pertenencia, en el riesgo y en la fisuradel intervalo, en el momento en que decir es precisamente no

    29 Ibid., p. 56.30 De Certeau, La escritura de la, op. cit., p. 52.31 De Certeau, Historia y estructura, op. cit., p. 105.32 De Certeau, La debilidad de creer, op. cit., p. 262.

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    tenerlugar, o no tener otro lugar que la misma palabra. Enton-ces refluye en el lenguaje, para hacerse palabra, tal vez a mediaspalabras, lo que ya no puede ser posedo en la presencia, en la

    frecuentacin, en las secretas apropiaciones que implica todaprctica. La palabra est ligada con la separacin. Surge en to-dos esos intersticios donde se marca la relacin del deseo con lamuerte, es decir, con el lmite. Es la ausencia, o la desposesin,lo que hace hablar.33

    E

    Muchos han tratado de definir la mstica. De Certeau se hacecargo de varios de estos acercamientos tericos, especialmente losprovenientes del psicoanlisis y la antropologa, para descubrirciertas mistificaciones ideolgicas ocultas detrs de afirmaciones

    que ya nos parecen naturales:Esta abundante produccin incluye posiciones muy diferentes,pero parece tener en comn el hecho de que vincula la msticacon la mentalidad primitiva, con una tradicin marginal y ame-nazada en el seno de las iglesias, o con una intuicin que resultaajena al entendimiento, o bien incluso con un Oriente donde selevantara el sol del sentido mientras que se pone en Occidente:aqu la mstica tiene primero como lugar un otra partey comosigno una antisuciedad que representara sin embargo elfondoinicial del hombre. De este periodo data una manera de encarary de definir lo mstico que todava se nos impone.34

    Para nuestro autor, el problema fundamental ha sido la aplicacinde generalizaciones en torno a un fenmeno muy diverso; en efec-to, el mundo occidental tiene una manera de abordar la msticaque no es la misma que se da en Oriente: no es posible ratificarla ficcin de un discurso universal sobre la mstica, olvidando que

    33 De Certeau, El lugar del otro, op. cit.,p. 263.34 Ibid., p. 347.

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    el indio, el africano o el indonesio no tienen la misma concepcinni la misma prctica de lo que llamamos con ese nombre.35Sinembargo, pese a la evidente diversidad, hoy parecemos no perca-

    tarnos de la mistificacin que implica aquel punto de vista quellamamos nuestro y que no es ms que cierto punto de vista,enmarcado en una tradicin europea occidental: esta localizacinde nuestro punto de vista obedece tambin a determinacioneshistricas36que han hecho aparecer como natural cierto lugardado a la mstica que no necesariamente coincide con aquel quesu propia poca le dio:

    En particular, desde que la cultura europea ya no se define comocristiana, es decir, desde el siglo o , ya no se designa co-mo mstico el modo de una sabidura elevada al pleno recono-cimiento del misterio ya vivido y anunciado en creencias comunes,

    sino un conocimiento experimental que lentamente se despegde la teologa tradicional o de las instituciones eclesiales y que secaracteriza por la conciencia, adquirida o recibida, de una pasivi-dad colmante donde el yo se pierde en Dios. En otros trminos, sevuelve mstico lo que se separa de las vas normales u ordinarias;lo que no se inscribe ya en la unidad social de una fe o de refe-rencias religiosas, sino al margen de una sociedad que se laiciza yde un saber que se constituye con los objetos cientficos; lo quepor lo tanto aparece simultneamente en la forma de hechos ex-traordinarios, hasta extraos, y de una relacin con un dios oculto(mstico, en griego, quiere decir oculto), cuyos signos pblicospalidecen, se apagan o incluso dejan totalmente de ser crebles.37

    As, como sealbamos en el apartado anterior, De Certeau con-sidera que, al acercarse a la mstica, Europa no ha hecho ms queproyectar en ella su propia historia: La situacin que otorgan ala mstica las sociedades occidentales desde hace tres siglos ejerce-

    35 Ibid., p. 348.36 Ibid., p. 349.37 Idem.

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    r su coercin sobre los problemas tericos y prcticos planteadosa la experiencia mstica,38y determinar la ptica segn la cualla mstica (cualquiera sea el tiempo o la civilizacin a que perte-

    nezca) ser mirada en adelante.39Esta ptica no es cualquiera, esuna organizacin propia de la sociedad occidental moderna 40y debe ser tomada con cuidado, pues puede llevar a la invisibiliza-cin del objeto estudiado y a su desaparicin detrs de una seriede prejuicios y anacronismos provenientes del investigador: De-bemos, entonces, localizar, relativizar y, finalmente, historizarnuestra concepcin de la historia, por el hecho de que aparecenhoy, y se constituyen, otras concepciones culturales de la relacincon el tiempo.41

    As, asumiendo esta diferente concepcin cultural del tiempo,De Certeau propone la observacin de cualquier poca del pasadoa partir de lo que ella misma tiene para decir al investigador: entanto experiencia, en tanto lenguaje, en tanto documento; en estecaso, la propia mstica es un sistema de comunicacin, una prc-tica de la lengua, una manera de hablar42que tiene, por tanto,su propia retrica:

    [] el anlisis crtico entra en un lenguaje sobre lo indecible; y, silo rechaza como desprovisto de rigor, como un comentario dema-siado confundido de imgenes e impresiones, no encuentra ya, enel terreno de la observacin, sino curiosidades psicolgicas o gru-psculos marginales. Para evitar esta alternativa entre un esencialque termina por desvanecerse en lo no-dicho, fuera del lenguaje,y fenmenos extraos que no es posible aislar sin consagrarlos a

    la insignificancia, es preciso volver a lo que el mstico dice de suexperiencia, en el sentido vivido de los hechos observables.43

    38 Ibid., p. 350.39 Idem.40 Idem.41 De Certeau, Historia y estructura, op. cit., p. 111.42 De Certeau, La fbula mstica,op. cit.,p. 139.43 De Certeau, El lugar del otro, op. cit.,354.

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    Adems, no debemos olvidar que los mismos conceptos que uti-lizamos para analizar el pasado tienen una historia, y que de estono se libra la mstica, cuyo uso como sustantivo surgi apenas en

    el siglo en Europa, lo que evidencia un esfuerzo de delimi-tacin, clasificacin y definicin de un campo de experiencia porparte de sujetos que vivan un momento de crisis y cambios:

    Antes, mstico no era ms que un adjetivo que calificaba otracosa y poda afectar a todos los conocimientos o a todos los ob-jetos en un mundo religioso. La sustantivacin de la palabra,en la primera mitad del siglo , siglo en el que prolifera laliteratura mstica, es un signo del recorte que se opera en el sabery en los hechos. Un espacio delimita en adelante un modo de ex-periencia, un gnero de discurso, una regin del conocimiento.Al mismo tiempo que aparece su nombre propio (que designa,

    se dice entonces, una novedad), la mstica se constituye en unlugar aparte. Circunscribe hechos aislables (fenmenos extraor-dinarios), tipos sociales (los msticos, otro neologismo de lapoca), una ciencia particular (la que elaboran esos msticos oaquella que los toma como objeto de anlisis).44

    En otras palabras, no debemos ignorar la propia historia de lapalabra mstica, que ya en los siglos y momento para-digmtico en la historia de la mstica occidental evidencia ciertosdesplazamientos provocados por reflexiones, cortese intentos poraislar determinado espacio del acontecer y definir nuevas reali-dades. Haciendo una breve historia del concepto, De Certeau

    encuentra una multiplicacin de la palabra ya a fines de la EdadMedia, aunque entonces an se usaba como adjetivo:

    Designa modos de hacer o modos de decir, maneras de prac-ticar la lengua. Poco a poco, al hacerse ms complejas y msexplcitas, estas prcticas adjetivas se van reuniendo en un campo

    44 Ibid., p. 350.

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    propio al que seala, a fines del siglo , la aparicin del sustan-tivo: la mstica. La denominacin seala la voluntad de unifi-car todas las operaciones hasta entonces diseminadas y que van

    a ser coordinadas, seleccionadas (qu es verdaderamente ms-tico?) y reguladas a ttulo de un modus loquendi(una manerade hablar). En este caso la palabra ya no se moldea, como lohaca el adjetivo, sobre las unidades sustantivas de un gran Re-lato nico (bblico) para connotar las mltiples apropiacioneso interiorizaciones espirituales. Ella misma hace texto, circuns-cribe la elaboracin de una ciencia particular que produce susdiscursos, especifica sus procedimientos, articula itinerarios oexperiencias propias y trata de aislar su objeto.45

    As, el autor descubre que la palabra mstica comenz a tenerel sentido de lectura metafrica de las escrituras: En esta em-

    briaguez lingstica y lgica, mstico marca el lmite entre lainterminable descripcin de lo visible y la denominacin de unesencial oculto,46pues siempre conserva alguna relacin con suorigen etimolgico de misterio o secreto, de modo tal que seconvierte en msticotodo objeto real o ideal cuya existencia osignificacin escapa al conocimiento inmediato.47 Por ello DeCerteau puede sugerir la idea de que el conocimiento mstico esotro tipo de episteme, cuyas formas de inteleccin pasan por unasvas muy otras a las de la racionalidad cotidiana. Para entender a qu se refiere el autor con la transformacinde la mstica en una nueva episteme moderna, hay que repararen la naturaleza misma de la vivencia espiritual: la experiencia

    mstica es inefable e indecible, pero, pese a ello, debe ser llevada alas palabras, y por ello el mstico se ve en la obligacin de ajustarsu vivencia inexplicable al limitado lenguaje racional y cotidianoheredado de la tradicin. Esto inevitablemente provoca fisuras en

    45 De Certeau, La fbula mstica, op. cit., p. 94.46 Ibid., p. 117.47 Ibid., p. 118.

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    su discurso, vacos y prstamos provenientes de otras reas de laexperiencia, de todo lo cual echa mano para ayudar a la expresinde lo inexpresable. Uno de estos prstamos es el que se hace a

    partir del lenguaje corporal:

    Ms aun, a falta de poder dar crdito a las palabras religiosas (elvocabulario religioso sigue circulando, pero progresivamente des-pegado de su significacin primera por una sociedad que en ade-lante le atribuye usos metafricos y lo utiliza como un repertoriode imgenes y leyendas), lo mstico es deportado por lo que vivey por la situacin en que se lo pone hacia un lenguaje del cuer-po. Por un juego entre lo que reconoce interiormente y lo que esexteriormente (socialmente) reconocible de su experiencia, se vellevado a hacer de ese lxico corporal la referencia inicial del lugardonde se encuentra y de la iluminacin que recibe.48

    Sin embargo, pese a que los prstamos lingsticos son propiosde la comunicacin humana, no son sino una prctica metafricay, por tanto, translativa (de desviacin), que tensa la relacin tra-dicional (escolstica, si se quiere) entre significante, significado yreferente, pues especialmente en el caso de la mstica, aquello quese dice no es lo que se quiere decir y esto produce un diferimentoconstante del sentido, que hace necesario recurrir a formas reso-lutivas de dicha tensin destinadas a poner en orden (poner encurso, en secuencia, en dis-cursus) esos movimientos a la deriva.Esto da como resultado una apora que De Certeau ejemplificaingeniosamente:

    El origen innominable se produce, en efecto, como un perpetuodeslizamiento de las palabras hacia lo que les quita una estabi-lidad de sentido y una referencialidad. Pero esto no da lugar auna designacin verdadera. Las palabras nunca acaban de irse.Su deslizamiento slo se mantiene por una relacin de trminos

    48 De Certeau, El lugar del otro, op. cit., p. 352.

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    heterogneos. Este modo de relacin se infiltra entre ellos y losdesplaza tan pronto se acercan unos a otros. Nunca deja de agitaral lenguaje con un efecto de comienzo, pero un comienzo que

    nunca est all, nunca est presente. Esta perturbacin no es sinoun intervalo entre las palabras. Las agita sin que puedan decirlo que es. Un yo no s qu ajeno las trabaja y las ocupa, perono tiene otro nombre ms que este mismo movimiento unaprctica, una manera de hablar. Una operacin sustituye alNombre. Desde este punto de vista, la frase mstica es un artefac-to del Silencio. Produce silencio en el rumor de las palabras, de lamisma manera que un disco de silencio marcara una interrup-cin en los ruidos de la sala de un caf. Es un giro mstico.49

    Estas puestas en orden (encarnacin de la vivencia en una su-perestructura discursiva reconocible) pueden darse en diversos

    formatos: De Certeau incluye entre ellas el relato autobiogrfi-co, las reglas institucionales, los relatos normativos; en fin, todosaquellos discursos destinados a constituir lo que llama una cien-cia mstica,50de caractersticas muy similares a cualquier cienciaexperimental que, partiendo de la dimensin emprica (que estestimonial, en este caso), define su objeto51y configura un cons-

    49 De Certeau, La fbula mstica,op. cit., pp.181-2.50 Lo caracterstico de esta ciencia mstica, ser lo que De Certeau llama eldivorcio entre las palabras y las cosas, en la medida en que la experiencia, enel sentido moderno del trmino, nace con la desontologizacin del lenguaje, a lacual corresponde tambin el nacimiento de una lingstica, ibid., p. 150.51 Utilizo el trmino objeto en un sentido particular, por cuanto Dios no essujeto, en el sentido de sujetarse a accidente alguno, pero s puede ser objeto de

    reflexin especulativa y de esfuerzos hermenuticos, teniendo en consideracin,empero, que su carcter intrnsecamente misterioso puede no permitir jamsel esclarecimiento. Para los escolsticos, la verdad divina no se cuestionaba, yla racionalidad estaba al servicio de los esfuerzos por explicarla de manera l-gica, para su comprensin por parte del limitado entendimiento humano. Porlo dems, la objetividad de Dios es un tema muy tratado por los msticostradicionales, en el sentido de que Dios es una realidad experimentable, auncuando el ser humano no la comprenda; de ah que uno de los criterios de ob-

    jetividad sea la certidumbre que queda en el alma de los msticos despus desu experiencia. Hay que sealar, empero, que la inmediatez del conocimiento

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    tructo terico-discursivo coherente que la explica y legitima,estableciendo mtodos, hiptesis y fines la va mstica, auncuando deba asumir la imposible concordancia entre la cosa y la

    palabra que la designa: Esta separacin entre una lengua decti-ca (que muestra y/u organiza) y una experiencia referencial (queescapa y/o garantiza) estructura la ciencia moderna, incluyendo ala ciencia mstica .52

    En otros trminos, ms all de la necesidad u obligacin quepueda tener el sujeto mstico de transmitir su vivencia, hacindolainteligible para los dems por medio del discurso (con su poste-rior textualizacin, si se requiere), la traduccin de la experien-cia mstica a palabras tiene una finalidad de mayor escala. Comocualquier fenmeno moderno, la mstica de los siglos y busc la manera de constituir un discurso en torno a s misma, detransformarse en un sistema,puesto que, ms all de su dimensinpragmtica, slo el lenguaje poda legitimarla ideolgica o institu-cionalmente, esto es, darle visibilidad concreta (oficial) dentro delcomplejo entramado social y religioso que posibilitaba su existen-cia, si concordamos con De Certeau en que el espacio social []es la condicin de un decir.53Una de las tcticas propias de laestrategia legitimadora ser la bsqueda y establecimiento de unpasado mstico, de una historia mstica en la que aparecern pre-cursores, fundadores, vertientes principales, variantes, y todo un

    mstico no se compara con la experiencia emprica que privilegiara el mtodocientfico, puesto que Dios no es objeto posible de los sentidos, ni del caraa cara de la relacin interpersonal en el orden humano, incomparable con la

    condicin infinita y absoluta del t divino. De ah que los msticos recurran aexpresiones como las de inmediatez mediada o de un conocimiento de amorvivido en la fe (Juan Martn Velasco, El fenmeno mstico, Madrid, Trotta, 2003,pp. 330-1). Segn esto, lo importante del conocimiento mstico es que provienedel amor y va hacia l y, en el caso de la escolstica, que la razn, iluminada porla perfeccin y voluntad divinas, acta al servicio de Dios. Uno de los aspectosinteresantes del conocimiento mstico es que llevara a una fusin entre sujeto yobjeto producto de la contemplacin.52 De Certeau, La fbula mstica, op. cit.,p. 150.53 Idem.

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    entramado discursivo destinado a argumentar a favor de una largatradicin:

    Una nueva forma epistemolgica aparece, en efecto, en elumbral de la modernidad, con los textos que se dan el ttulo demsticos y se contradistinguen, por lo tanto, de otros textos,contemporneos o pasados (tratados teolgicos, comentarios dela Escritura, etc.). [La conformacin de una tradicin msticarespondera al] aislamiento de una unidad mstica en el sistemade diferenciacin de discursos que introduce un nuevo espacio delsaber. Una forma de practicar de otra manerael lenguaje recibidose objetiviza en un conjunto de delimitaciones y de procesos.54

    Del mismo modo, el diseo de un mtodocon reglas propiasresul-tar fundamental para la legitimacin racional y social del sistemamstico, pues ste tendr como funcin especificar los procedi-mientos intelectuales generales o dispositivos mentales55 queindican el camino a seguir en la va mstica, racionalizndola losuficiente como para volverla (casi) un procedimiento compro-bable. Esto es lo que vuelve tan moderna a la mstica como laentiende De Certeau, pues se vincula con una necesaria (si biendifcil) legitimacin social, y con lo que Foucault llamara lastecnologas del yo, que son aquellas que permiten a los indivi-duos efectuar, por cuenta propia o con la ayuda de otros, ciertonmero de operaciones sobre su cuerpo y sobre su alma, pensa-mientos, conducta, o cualquier forma de ser, obteniendo as unatransformacin de s mismos con el fin de alcanzar cierto estado

    de felicidad, pureza, sabidura o inmortalidad.56Si bien De Cer-teau no menciona a Foucault a este respecto, lo cierto es que laexpresin tecnologas del yo sirve aqu para entender cmo el

    54 El aislamiento de esta verdad aparece ya de un modo lingstico con la mu-tacin que hace pasar la palabra mstica de la condicin de adjetivo a la desustantivo. Ibid., p. 27; vase adems nota al pie del mismo autor.55 Ibid., p. 155.56 Michel Foucault, ecnologas del yo,Barcelona, Paids, 1990, p. 48.

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    mtodo mstico, una vez racionalizado, posibilita el ejercicio deestas tecnologas sobre el sujeto:

    Sobre todo el mtodo [mstico] aparece como una manera tem-poral de practicar los lugares; su orden (su ratio) consiste en unahistoricidad (una serie cronolgica de ejercicios distintos) inscri-ta en un plano (una distribucin de lugares diferenciados). Esun discurso (discursus), una sucesin razonada de figuras deacciones, que se construye por lo dems segn el mismo esque-ma formal que la novela (aparece en la misma poca que ella).Es, pues, tambin una novela cientfica, un relato de viaje, quepone en serie operaciones sucesivas. A fines del siglo las pri-meras oraciones metdicas presentan el mismo modelo que seencuentra muy pronto, pero ya individualizado, en las bio oautobiografas, historias-tipo que clasifican operaciones y lugaresen recorridos de progresos o viajes espirituales.57

    Una vez constituido en mtodo, ste puede ser seguido por otrosy repetido para lograr efectos parecidos en sujetos diferentes (deah su comparacin con la novela cientfica, en la que se buscademostrar una hiptesis que en este caso afirmara la santidad delprotagonista). As, es la individualizacin de este modelo la quenos lleva nuevamente hacia la dimensin autobiogrfica, pues,como seala De Certeau, adems de novela cientfica l mtodomstico podr tomar la forma de relato de viajes, con lo quepondr en funcionamiento otro conjunto de operaciones basado,en especial, en una sucesin de lugares por los que el protagonista

    pasa buscando algo (pinsese en el clsico relato de viajes: la Odi-sea). Y no olvidemos que en las primeras pginas de La fbula ms-ticael mismo De Certeau calificaba su libro como relato de viajes,con lo que nos confirma que se trata de una observacin de laobservacin o juego de espejos, en el que al observar un objeto oun hecho el observador tambin se observa a s mismo. En otras

    57 De Certeau, La fbula mstica, op. cit.,p. 155.

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    palabras, al estudiar la mstica, o, en trminos ms especficos, elrelato mstico la propia narracin historiogrfica de De Certeautomar una de las formas posibles de encarnacin del modelo que

    observa. El observador, entonces, no est separado de su objeto,sino que aparece implicado en l.

    V

    Ahora bien, como De Certeau no olvida su perspectiva de inves-tigador de la historia, constantemente buscar vincular el estudiode la mstica con el trabajo del historiador. En efecto, la situacindel mstico, que intenta torpemente traducir su experiencia ine-narrable en palabras, para explicarla y hacerla transmisible unavez que la vivencia exttica ha terminado, se asemeja al desafoque enfrenta el historiador que quiere reconstruir un pasado, pues

    ambos personajes deben afrontar, a su manera, la tensin entreexperiencia y lenguaje:

    Sin duda alguna hay una continuidad evidente que va de la reli-gin (o de la mstica) a la historiografa, puesto que a su vez ellasse han encargado de la relacin que una sociedad mantiene consus muertos y de las reparaciones que continuamente exige eldiscurso del sentido, desgarrado por la violencia de los conflictoso por el azar. Pero el historiador calma a los muertos y luchacontra la violencia al producir una razn de las cosas (una ex-plicacin) que supera su desorden y certifica permanencias; elmstico lucha al fundar la existencia sobre la relacin misma con

    aquello que se le escapa. El primero se interesa en la diferenciacomo un instrumento de distincin en su material; el segundo co-mo una escisin que establece la cuestin del sujeto.58

    Ms all de las diferencias innegables entre mstica e historiogra-fa, ambas enfrentan los problemas de todo lenguaje: hablar de

    58 Ibid., p. 21.

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    aquello que falta59 y tener que elegir un modo de narrar ofabular lo que ya no est. Y as como una de las caractersticasprincipales de la mstica es la de constituirse en lenguaje tra-

    ductor o transportador, en un estilo de escritura [que] es unejercicio permanente de la traslacin [y que] prefiere los modos deempleo a las definiciones aceptadas,60tambin en la historiogra-fa se trata de una cuestin de lenguaje: el objeto de las cienciasllamadas humanas es finalmente el lenguaje, y no el hombre;son las leyes segn las cuales se estructuran, se transforman o serepiten los lenguajes sociales, histricos o psicolgicos, y no ya lapersona o el grupo.61

    Y si en el centro de la historiografa est el ser humano y conello el lenguaje, la escritura de la historia convierte al ejerciciohistoriogrfico en un juego entrelenguajes o, como dira JacquesDerrida, en una cadena infinita de significantes que nunca logranabordar el significado original o primigenio, pues detrs de cadasignificante hay otro significante, todo lo cual hace que el sentidoo significado se difiera (de ah el sentido del trmino diffrance)al infinito.62Por ello nos interesa especialmente el vnculo que elmismo De Certeau establece entre mstica e historiografa, puesconstituye, como sealbamos al final del apartado anterior, elengranaje para que el autor observe su propia observacin del pa-sado, la cual no ser otra cosa que, segn sus propias palabras, unrelato de viajes, fragmentado por el recurso a mtodos diversos(histricos, semiticos, psicoanalticos), cuya maquinaria permitedefinir sucesivamente objetos accesibles en una realidad inacce-

    sible.63

    De ah que el mismo De Certeau se burle de su intento,pues considera que no es ms que un esfuerzo vano por asir un

    59 De Certeau, Historia y estructura, op. cit., p. 113.60 De Certeau, La fbula mstica, op. cit., p. 145.61 De Certeau, La debilidad de creer, op. cit., p. 205.62 Cfr.. Jacques Derrida, La deconstruccin en las fronteras de la filosofa, Barcelo-na, Paids, 1986.63 De Certeau, La fbula mstica, op. cit.,p. 24.

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    secreto que jams podr poseer, en la medida en que (des)aparece,constantemente diferido. Sin embargo, las dificultades para asirel sentido no deben desanimar al investigador, quien, adems de

    esforzarse por entender el aspecto interior y secreto de la expe-riencia mstica, debe considerar sus mltiples vinculaciones con-textuales, por ms ocultas que parezcan:

    Ms aun, en esta perspectiva, el hecho religioso parece indisocia-ble de un equvoco. En efecto, no enuncia el proceso que lo expli-ca; habla de Dios, de gracia, de liberacin por la fe. Pero lo queda cuenta de l es su relacin con el dinamismo organizador deun sistema social o de una estructuracin psicolgica. En suma,el contenido religioso oculta las condiciones de su produccin;es el significante de otra cosa de lo que dice; es una alegora pordescifrar, el disfraz de un modo de produccin que el anlisis

    cientfico se da la tarea de reconstruir.64

    De este modo, el socilogo o el historiador interesados en estudiarlos fenmenos religiosos del pasado debern fijarse, por ejemplo,en el funcionamiento de las jerarquas eclesisticas de la poca, enla situacin en que se ven envueltos aquellos cristianos que seenfrentan a una sociedad cuyas estructuras dejan progresivamen-te de ser religiosas,65en las coerciones sociales a las que se ven so-metidos dichos cristianos en tanto minora; en fin, todo aquelloque caracteriza el nuevo funcionamiento del cristianismo66enla sociedad de la poca. En cuanto a la vinculacin con las estruc-turas psicolgicas, De Certeau intentar entender toda prctica,

    toda bsqueda humana a partir de la nostalgia causada por loseparado, por la prdida de lo Uno, por aquella carencia originalque moviliza el deseo (el fantasma de lo nico regresa siempre):67

    64 De Certeau, La debilidad de creer, op. cit.,p. 201.65 Idem.66 Idem.67 De Certeau, La fbula mstica, op. cit.,p.14.

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    y considerar que los msticos que florecieron entre los siglos y intentaron enfrentar dicha ausencia a travs de unaserie de ejercicios y procedimientos que apuntaban a dialogar con

    ese otro ausente, asumindolo como tal; sin embargo, fuerondeportados por la ortodoxia cristiana a la regin de la fbula, porcuanto su lenguaje pareca solidario con el habla de los locos, delos analfabetos o del cuerpo, aun cuando el propio cristianismo sefunda en una ausencia: la del cuerpo de Cristo.

    Del mismo modo, De Certeau relaciona los movimientos es-pirituales que se han dado a lo largo del tiempo con sus contextoshistricos respectivos a manera de sntoma(en el entendido psi-coanaltico de que el sntoma habla de lo que le pasa al cuerpo); esdecir, que cada poca tendr sus propios movimientos espiritualesy no otros, pese a que puedan cumplir funciones semejantes en

    uno y otro momento:

    Cada cultura, pues, tiene un excelente revelador en los grandesmovimientos espirituales que jalonan su historia. Son los pro-blemas nuevos y la evolucin de una sociedad, sus trastornos yaspiraciones los que explotan en vastas pulsiones religiosas. As,en la Edad Media, la cruzada recorre y franquea el espacio paraalcanzar el extranjero y el ms all de la historia, es sublimacinpoltica, expresin de necesidades elementales y vitales del sercolectivo, acto pnico de salvacin comn. De igual modo, lavalorizacin, y luego la crtica, de la pobreza espiritual trae apa-rejado un desarraigo colectivo que renueva, y despus desquicia,toda una sociedad. En el siglo , los grupos de iluminados(Alumbrados, Recogidoso Dejados), fascinados por la experienciasubjetiva, son los testigos del pasaje que conduce de una angelo-loga y una cosmologa a una psicologa religiosa a travs de undesencanto de la tradicin. A mediados del siglo , mientrasque la poltica se hace laica, el nacimiento de las sociedades es-pirituales marginales expresa una vida mstica que se distin-gue de las reglas objetivamente impuestas por las institucionescristianas o por capricho del rey, y prefigura la devocin que

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    reaccionar en el siglo de las Luces a travs de institutos talescomo la congregacin de idiotas.68

    Esto quiere decir que en cada uno de los casos de espiritualidada lo largo de la historia, incluyendo los que suceden en la actua-lidad, el lenguaje de un momento cultural resulta nuevamenteempeado en una posicin espiritual, pero implica una conste-lacin de otras modalidades, anlogas o diferentes, siempre co-herentes respecto del todo.69En otras palabras, los fenmenos omovimientos espirituales de cada poca no pueden ser separadosde sus propios contextos, pues nos hablan de ellos; esto, al mis-mo tiempo, explicara la separacin radical de que hablaba DeCerteau entre su propio presente espiritual y ese pasado, tambinespiritual, pero ya separado, diferente, muerto, irrecuperable. Setrata, en suma, de las estructuras de una sociedad, el vocabu-lario de sus aspiraciones, las formas objetivas y subjetivas de laconciencia comn [las cuales] organizan la conciencia religiosa,70y que la ponen de manifiesto mediante los lenguajes espirituales,que precisamente llevan a la superficie (consciente) aquello que semantiene oculto como deseo (subconsciente). As, un tipo de so-ciedad y un equilibrio cultural (incluyendo esos elementos esen-ciales que son la significacin del poder, la concepcin social delmatrimonio, etctera) se traducen en la problemtica de la expe-riencia espiritual,71lo que implica que cada nuevo momento vaa reinterpretar las nociones tradicionales, pues las mismas ideaso las mismas definiciones, no tienen ya el mismo alcance ni la

    misma funcin en el lenguaje nuevo en que son retomados.72

    Porello, De Certeau ve insoslayables vinculaciones entre la mstica ylas distintas manifestaciones culturales de los siglos y :

    68 De Certeau, La debilidad de creer, op. cit.,pp. 48-9.69 Ibid., p. 49.70 Idem.71 Idem.72 Idem.

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    [] entre la audacia conquistadora del explorador en busca derarezas y el itinerario mstico jalonado de experiencias ex-traordinarias, entre la mentalidad del colonizador y la espiritua-

    lidad del misionero, entre la toma de conciencia de la cuestinsocial y la temtica espiritual del obrero de Nazaret o del pobremoderno, no hay tambin interferencias y coherencias?73

    El autor introduce, as, la variable temporal o contextual en lacuestin religiosa, haciendo conexiones entre los distintos (y di-versos) fenmenos que se dan en un mismo momento histrico.Con esta perspectiva, se aleja de la mirada esencialista respectode la espiritualidad (que afirma su atemporalidad), lo que puedetraerle problemas, piensa, con la institucin religiosa en la que seinserta, la cual ha acusado en otras ocasiones a la sociologa de lasreligiones de exteriorizar el fenmeno espiritual. Demostrando

    que es conciente de su lugar social, sospecha que sus pares po-dran tacharlo de superficial o trivial, por lo que anticipa su defen-sa diciendo que lo esencialno est fuera del fenmeno; ste, porlo dems, es la forma de la conciencia, estructura la experienciade lo esencial entre los cristianos y entre los propios msticos.74Es decir que el fenmeno espiritual o religioso, sujeto al tiem-po, contiene una esencia que, si la pensramos desde un puntode vista heideggeriano, tendramos que asumirla en el tiempo yno de manera atemporal, no separada de su contexto. Desde esaperspectiva, para afirmar un esencial inmutable en la experien-cia habra que fiarse, pues, de la inmutabilidad de una parte desu vocabulario.75Si el lenguaje cambia, lo hace para respondera nuevos horizontes de experiencia, nuevos contextos, a todo locual el nuevo lenguaje se acomoda. Y si la mstica es un lenguaje,este lenguaje aparece incardinado en su contexto de emergencia,pues responde a l, aun cuando no pueda asirlo por completo. Por

    73 Ibid., p. 50.74 Idem.75 Idem.

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    ello, para De Certeau el contexto no ser un simple marco ni undecorado, sino aquello que da forma a la experiencia y posibilitasu expresin: Una cultura es el lenguaje de una experiencia es-

    piritual.76As, la vivencia religiosa no puede sino encarnarse ensujetos concretos, lo que lleva a la paradoja de que toda espiri-tualidad tiene un carcter esencialmente histrico77y, en el casoespecfico de la espiritualidad europea de los siglos y , staser indisociable de los acontecimientos que afectaban la vida delas personas en dicha poca.

    Ya que hemos mencionado la institucin, con la cual cadasujeto en la sociedad se relaciona inevitablemente, De Certeauafirmar que, en el caso de los msticos, se trata de una relacincompleja, pues al parecer para ellos la institucinmisma es lootrocon relacin a su delirio y que slo cumpliendo ella esta funcintiene pertinencia.78Segn esto, en su discurso lo otro no desapa-recera, sino que permanecera como antinomia entre el nombra-miento, poema que nada autoriza, y por otra parte la institucinque busca controlar, retomar, alterar el poema y slo dejarlo cir-cular en versiones comentadas o corrompidas.79Sin embargo, DeCerteau se pregunta lo siguiente: Se trata de saber si, al rechazarremplaza [sic] la institucin por un delirio, el mstico no est enla situacin de alinearse a ella y, por esta adecuacin, de eliminarlo otro y retornar a lo mismo,80lo que constituira el juego dela institucin, esto es, permitir que los msticos la denosten, peroensendoles al mismo tiempo el lugar que pueden o no pue-den tener, utilizndolos incluso para su propio beneficio. Ese es el

    gran problema con la institucin: aparentemente todo lo regula,incluso el delirio mstico, al que le asigna un locusespecfico:

    76 Ibid., p. 51.77 Idem.78 De Certeau, Historia y psicoanlisis, Mxico, Universidad Iberoamericana/De-partamento de Historia, 1 ed. en espaol, 1995 (1987), p. 135.79 Idem.80 Ibid., p. 136.

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    [] la institucin no es nicamente la epifana engaosa de unideal del yo que permitira la produccin de creyentes. No sola-mente un conjunto de procesos generadores de credibilidad [].

    No solamente una relacin entre lo sabido y lo callado, manera enla cual Freud interpreta la institucin sacerdotal; se constituye alcallar el asesinato que sabe [] Quiz ms bien hay que buscaren la lnea reciente y momentneamente esbozada por Teresa devila y otros, que deseaban entrar en un orden corruptoy queno esperaban de ello, por lo tanto, ni su identidad ni su reco-nocimiento, sino la sola alteracin de su necesario delirio. Estosera encontrar en la institucin a la vez la seriedad de lo real y lasinrazn de la verdad que ella enuncia.81

    Esta mirada, en la cual siempre hay un marco institucional dentrodel cual pueden encontrarse lugares de disidencia, le permite a

    De Certeau identificar ciertos locique hoy en da corresponderana los que antao ocupaba el discurso mstico. En otras palabras:si se considera que para los msticos caminar es querer perderel paisaje y la ruta82y que la mstica se lleva a cabo como unproceso que desvanece los objetos de sentido, comenzando porDios mismo, como si tuviera por funcin clausurar una episte-mereligiosa al borrarse a s misma, y producir de esta manera lanoche del sujeto que marca el fin del da de la cultura,83se tratade un rol disruptivo, crtico y de denuncia que, en relacin connuestro tiempo puede encontrarse, con una funcin histricasemejante en ciertos desarrollos analticos que

    [] trabajan por manifestar la desercin de una cultura por susrepresentantes (burgueses) y, por este debilitamiento de unaeconoma productora de sentido, cavan el lugar de una otraquesera el ms all de lo que sostiene an la crtica analtica. Aeste respecto, la mstica y el psicoanlisis presuponen, ayer con

    81 Idem.82 Ibid., p. 124.83 Idem.

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    relacin a las Iglesias corruptas, hoy a travs del malestar en lacultura, la experiencia, tan clara e intolerable en Schreber [de]que hay para hablar como Hamlet algo podrido (faul) en el

    reino de Dinamarca.84

    Sacar a la luz la putrefaccin oculta dentro de la sociedad y den-tro de la institucin, es el papel que en su momento cumpli eldiscurso mstico (en su movimiento de rechazo al mundo), tantocomo buscara actualmente hacer el psicoanlisis (no como recha-zo al mundo, pero s como profundizacin en el subconsciente)y que suponemos debera hacer el discurso historiogrfico, en-tendido como una prctica social que no slo debe observar lasestructuras evidentes, sino tambin observar su propia observa-cin, para llegar a identificar aquellas estructuras que subyacenen latencia y poder hacer manifiesto aquello que en la superficie

    permanece oculto. Luhmann lo explica as:

    Igual que el psicoanlisis, la sociologa tiende a hablar desde hacetiempo de estructuras y funciones latentes. Dejamos de lado ladudosa terminologa del inconsciente, que puesto que las co-sas indicadas con el prefijo in no existen slo revela que elhablante habla sobre s mismo. Para nosotros es suficiente el con-cepto de latencia, que se utiliza de manera inofensiva para des-cribir estructuras que slo pueden hacerse visibles con el auxiliode anlisis estadsticos. En parte designa estructuras y funcionessobre las que no se puede tener comunicacin [] El problemade la latencia se centra luego en la cuestin de cmo se pueden

    observar las distinciones que utiliza un observador para indicaralgo, y que por eso en el momento de su utilizacin operativa noson observables. Y la respuesta debera ser: slo con el auxilio deotras distinciones para las que vale lo mismo. Por lo tanto slocon el auxilio de una observacin de segundo orden, que a suvez debe ser una operacin y una observacin de primer orden,

    84 Idem.

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    es decir, una observacin de un observador que ante todo debeser distinguido como tal.85

    La observacin de la observacin, por tanto, acompaada de unaparato analtico adecuado (un conjunto de operaciones), per-mitira eventualmente acercarse a aquella ausencia de que hablaconstantemente De Certeau y poner de manifiesto lo latente queen ella se oculta. No obstante, no debemos olvidar que por tra-tarse de un mundo hecho a base de lenguajes (sociales, polticos,gestuales, verbales), siempre habr un espacio de indeterminacinque ni el discurso mstico ni el historiogrfico podrn asir. Comoafirma Jacques Derrida respecto de la escritura:

    Las lenguas estn hechas para ser habladas, la escritura no sirvems que de suplemento al habla El habla representa al pen-

    samiento por signos convencionales, y la escritura representa delmismo modo al habla. As, el arte de escribir no es sino unarepresentacin mediata del pensamiento. La escritura es peli-grosa desde el momento en que la representacin quiere hacersepasar por la presencia y el signo por la cosa misma. Y existe unanecesidad fatal, inscripta en el propio funcionamiento del signo,de que el sustituto haga olvidar su funcin de vicariato y se hagapasar por la plenitud de un habla cuya carencia y flaqueza, sinembargo, no hace ms que suplir.86

    De este modo, la tcnica del historiador, que consiste en escribirla historia, funcionara como un suplementode los hechos, un aa-dido que se hace pasar por la historia misma pero que no lograocultar la ausencia que pretende abordar. Derrida dir que el

    85 Niklas Luhmann, Cmo se pueden observar estructuras latentes?, en PaulWatzlawick y Peter Krieg (comps.), El ojo del observador, Barcelona, Gedisa,1991, pp. 66-7.86Jacques Derrida, De la gramatologa, 8 ed. en espaol, Buenos Aires, Siglo

    , 2005, p. 185.

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    signo es siempre un suplemento de la cosa misma87y de esto nose escapa el discurso historiogrfico. Por lo menos puede evitar lamistificacin y las generalizaciones situando siempre su objeto de

    estudio y su mirada en el tiempo.

    A

    Al estudiar el fenmeno de la mstica, ms all de su contextohistrico especfico y asumida ya tanto la separacin radical delobservador respecto del pasado como la insuficiencia de la escri-tura para narrar la experiencia, De Certeau busca establecer lafuncin de dicho fenmeno espiritual dentro del entramado so-cial de su poca, funcin relacionada con un lugar social ocupadopor los sujetos msticos dentro de una institucin que permitay prohiba determinadas acciones y discursos. Esta mirada es almenos triple en cuanto psicoanaltica, cristiana y poltica,88 ysita a De Certeau en un lugar de observacin de segundo orden(observacin de la observacin o meta-observacin), por cuanto alobservar el fenmeno mstico asumindose como observador, porun lado se ve a s mismo como sujeto separado (no obstante reli-gioso, por lo tanto con cierta continuidad) y por el otro observa lasociedad que lo rodea, en la cual hay, pese a la aparente separacinradical respecto del mundo de los msticos, ciertas continuidades.As, como afirmbamos antes, la mstica habra cumplido ciertasfunciones en su poca que hoy en da tal vez esperen cumplir ins-tancias como el psicoanlisis y la misma prctica historiogrfica,

    la cual, reconociendo la diferencia y al mismo tiempo la conti-nuidad con ese pasado que intenta observar, y conservando lavisin del propio lugar social (por tanto institucional) del histo-riador dentro de dicho proceso de diferencia/continuidad, puedesacar a la luz aquello que permanece muerto y ausente, logrando

    87 Idem.88 De Certeau, Historia y psicoanlisis, op. cit.,p. 134.

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    hacer hablaral pasado, develarlo. As, la observacin de los fenme-nos del pasado por parte de un sujeto que se mira observar (lo quelo convertira en individuo moderno, en el sentido de Luhmann

    y en cuanto tal, diferente/heredero de dicho pasado), permite en-tender el momento presente desde el cual dicho observador quierehacer hablar al pasado. De Certeau, no obstante, sigue con dudas,cuya aclaracin deja en manos de cada historiador:

    Puede la historia garantizar una comunicacin con el pasado?Lograr descubrir a los cristianos y jesuitas de ayer tal y comofueron, sin convertirlos en baratijas y argumentos, sin transfor-marlos en esos queridos desaparecidos maquillados segn lasexigencias de una teologa o de una apologtica, destinados asatisfacer nuestras avideces, nuestros miedos o nuestras polmi-cas? No hay historia verdadera que no aspire a este encuentro,

    que no aceche la resistencia de los otros, y que no experimenteo no fomente esa hereja del pasado respecto del presente. A esafuncin de la historia le corresponde, le debe corresponder unapasin del historiador.89

    B1) Michel de Certeau, El lugar del otro. Historia religiosa y mstica,edicin

    establecida por Luce Giard, tr. Vctor Goldstein, Buenos Aires, Katz,2007 (2005).

    2) Michel de Certeau, La debilidad de creer, Buenos Aires, Katz, 2006(1987).

    3) Michel de Certeau, La fbula mstica,Mxico, Universidad Iberoame-ricana/Departamento de HIstoria, 1. reimpresin en espaol, 2004

    (1982).4) Michel de Certeau, Historia y estructura, en Historia y psicoanlisis,Mxico, Universidad Iberoamericana/Departamento de Historia, 2ed. en espaol, 2003 (1987).

    5) Michel de Certeau, La escritura de la historia, Mxico, UniversidadIberoamericana/ Departamento de Historia, 2 ed. en espaol, 2006(1978).

    89 De Certeau, La debilidad de creer, op. cit.,p. 77.

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    6) Angelo Marchese y Joaqun Forradellas, Diccionario de retrica, crticay terminologa literaria,Barcelona, Ariel, 2006.

    7) Niklas Luhmann, Observaciones de la modernidad, Barcelona, Paids,

    1997. 8) Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Para una semntica de los tiemposhistricos, Madrid, Paids Bsica, 1993.

    9) Juan Martn Velasco, El fenmeno mstico, Madrid, Trotta, 2003.10) Michel Foucault, ecnologas del yo,Barcelona, Paids, 1990.11) Jacques Derrida, La deconstruccin en las fronteras de la filosofa, Barce-

    lona, Paids, 1986.12) Michel de Certeau, Historia y psicoanlisis, Mxico, Universidad

    Iberoamericana/Departamento de Historia, 1 ed. en espaol, 1995(1987).

    13) Niklas Luhmann, Cmo se pueden observar estructuras latentes?,en Paul Watzlawick y Peter Krieg (comps.), El ojo del observador, Bar-celona, Gedisa, 1991.

    14) Jacques Derrida, De la gramatologa, 8 ed. en espaol, Buenos Aires,

    Siglo , 2005.