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Che Guevara Pensamiento y política de la utopía

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Che GuevaraPensamiento y política de la utopía

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Che GuevaraPensamiento y política de la

utopía

Nueva edición ampliaday revisada por el autor

Traducción de Paloma Morán

Roberto Massari

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EdiciónEditorial Txalaparta s.l.

Navaz y Vides 1-2C.P. 78

31300 Tafalla NAFARROA

Tfnoa. 948 703 934Faxa 948 704 072

[email protected]

Primera ediciónItalia, 1987

Primera edición de TxalapartaTafalla, octubre 1992

Séptima ediciónTafalla, abril 2004

Copyright© Txalaparta

Fotocomposiciónarte 4c

Fotomecánicaarte 4c

ImpresiónGráficas Lizarra

I.S.B.N.84-8136-304-9

Depósito LegalNA. 852-04

Título: Che Guevara. Pensamiento política de la utopíaAutor: Roberto MassariTraducción: Paloma Morán

Portada: Esteban MontorioIlustración de portada: Roberto Landeta

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Aquí me pongo a cantaral compás de la vigüela, que el hombre que lo desvelauna pena extraordinaria,como la ave solitariacon el cantar se consuela.

Y atiendan la relaciónque hace un gaucho perseguido, que padre y marido ha sidoempeñoso y diligente,y sin embargo la gentelo tiene por un bandido.

(José Hernández,Martín Fierro, poema nacional argentino).

Mi casa rodante tendrá dos patas otra vezy mis sueños no tendrán fronteras...

(Dedicatoria a su amigo Alberto Granado,abril de 1965).

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1. Contrapunteo argentino de asma y yerba mate

Desde la casa en lo alto de la colina se ven los grandesbarcos que se deslizan lentos por la amplia extensión del Pa-raná. Del otro lado se abre la gran selva paraguaya. Transcu-rre el invierno de 1928 y, en la residencia de los cónyuges Er-nesto Guevara Lynch y Celia de la Serna, acaba de nacer elpequeño Ernestito.

Inscrito en el registro de Rosario, el primogénito de los Gue-vara pasará en esta virgen y selvática tierra de frontera los dosprimeros años de su vida. Nos encontramos en una región per-dida del nordeste argentino: en Puerto Caraguatay, territorio deMisiones. Nombre que en su simplicidad evoca lejanas remi-niscencias, cargadas de historia. Otros pueblos, otras épocas...

Caraguatay es el antiguo topónimo, transmitido en la len-gua de los indios guaraní. Hubo un tiempo en el que los mis-mos dominaron como señores indiscutibles toda la Mesopo-tamia argentina –es decir, el territorio comprendido entre losríos Paraná y Uruguay– extendiéndose más allá. Las culturasde los tupi-guaraní llegaron hasta la cuenca amazónica, hastalas riberas septentrionales del Atlántico. Y constituía tam-bién el primer gran grupo étnico de extensión realmentecontinental.

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Capítulo ILos años de la formación

Los dos yos que se me peleandentro, el socialudo y el viajero.

(Carta a su madre, 10 de mayo de 1954).

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Misiones es hoy en día una de las provincias del nordesteargentino. En el siglo XVII, la Compañía de Jesús instaló en ellasus primeras misiones. Las mismas se superpusieron a la cul-tura indígena, sometiendo su vitalidad, y llegaron a ser tan po-tentes como para considerar seriamente realizable su gransueño sacrílego: la fundación de un Estado en sí, colectivistaen cuanto a la economía, con una rígida centralización y com-pletamente confesional. Pero rico. Sobre todo rico. Y las gran-des potencias europeas una a una se preocuparon seriamente.

La expulsión de los jesuitas comenzó en 1767, por obradel Gobierno español. Los mismos fueron sustituidos direc-tamente por el régimen colonial de la metrópoli ibérica, bajola denominación de Virreinato del Río de la Plata.

Puerto Caraguatay funde lo viejo con lo nuevo, lo históri-co con lo prehistórico, aludiendo en su nombre a la gran ar-teria de comunicación entre aquella inaccesible tierra aden-tro argentina y el gran delta del Río de la Plata. Sólo gracias ala navegación por el Paraná se podía llegar y valorar econó-micamente la región. Y esto era válido entonces en gran me-dida en los primeros años de nuestro siglo XX.

Paraíso frondoso de vegetación, el territorio de Misionesfavorecía, con la húmeda fertilidad de su suelo, el desarrollode algunos grandes cultivos subtropicales: maíz, arroz, taba-co, yuca, y yerba mate. El tenaz arbusto de hojas siempre ver-des que ha dado origen en la noche de los tiempos a la infu-sión, todavía hoy, más popular entre la gente de la AméricaLatina meridional.

La infusión de hierba mate, agradable y vagamente exci-tante, corre desde hace siglos por las venas de los habitan-tes de las selvas y de los ríos que irrumpen en el lecho delalto Paraná. Los antiguos guaraníes, los ibéricos, los lusitanosy, después, todo el enmarañado crisol de razas que constitu-ye la moderna nación argentina.

Por las venas de Ernesto Guevara corría ya sangre irlan-desa y sobre todo vasca.1 Pronto comenzará a correr por ellas

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1. Esta puntualización con respecto a las ediciones anteriores estáfundamentada en el testimonio de un hermano del Che, Roberto Guevara.Lo encontramos en octubre de 1992, precisamente en el País Vasco, de re-greso de una serie de conferencias por el vigésimo quinto aniversario de lamuerte del Che y de una visita a la aldea natal de sus antepasados. Guevara,nos dicen, es además un apellido de origen típicamente vasco.

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también el mate, una bebida de la que continuará siendo unadepto empedernido durante el resto de su vida. Los padresseguirán enviándole aquellas pequeñas hojitas a los lugaresmás diversos de su futuro y largo vagabundeo por AméricaLatina. Y será la única ayuda “material” que el Che adultoaceptará de sus padres, que más bien solicitará insistente-mente en su larga y vívida correspondencia con ellos.

La pequeña calabaza seca en la que se prepara la infu-sión, el contacto caliente y pleno de la misma con la palmade la mano, la bombilla, el modo en que se chupa, la con-centración predilecta, la fragancia, el sabor... Del aroma deuna bebida tan íntima se desprende una maraña fluida ypropia de culturas, casi el alma de todo un continente. Es latransposición meridional de aquel «contrapunteo cubano deltabaco y el azúcar» que ya desde hace medio siglo les ha he-cho saborear incluso a nuestras mentes el gran antropólogohabanero Fernando Ortiz.

El padre de Ernestito poseía toda una plantación de yer-ba mate. Y durante algunos años a la misma se debió el bie-nestar de los Guevara.

Estamos pues ante la presencia cotidiana de un extraor-dinario espectáculo pagano, el de la naturaleza salvaje deMisiones. La violencia del ambiente físico y la inestabilidaddel factor climático conferían a la «región entre los dos ríos»una fascinación sugestiva, pero a la larga también intrigante,de una belleza exótica pletórica y bulliciosa. La lozanía de lavegetación, los insectos policromos y el hábitat puro; los gran-des cambios meteorológicos, las lluvias torrenciales, los hu-racanes; y después los olores, los sonidos y la inmediatezdel contacto con la naturaleza.

El padre de Ernestito nos describe una excursión fluvialque realizaron a las célebres cascadas del Iguazú. Espectácu-lo soberbio y ensordecedor, incomprensible, quizás, perofascinante también para un niñito. Era a finales de 1929. Otrotipo bien diferente de cascada tomaba forma aquel mismoaño en Estados Unidos y en las relaciones financieras del co-mercio internacional...

El territorio de Misiones, fascinante e inaccesible, habíasido una meta ambicionada por muchos grandes explorado-res, científicos, naturalistas. El botánico francés Aimé Bon-

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pland llegó hasta allí con Alexander Von Humboldt, perodespués regresó solo para quedarse. El geógrafo español Fé-lix de Azara llegó para realizar los relieves geodésicos. Unatropa de otros estudiosos había desafiado el legendario peli-gro –reflejado también en la tradición oral de los guaraníes–para revelar las bases naturalistas de sus misterios en mon-tañas de poderosas publicaciones. Cubiertos de polvo y olvi-dados, aquellos volúmenes reaparecían de vez en cuandoentre las pilas de libros amontonados en las mesas de losanticuarios en la avenida Corrientes en Buenos Aires, en Ríode Janeiro, en las Ramblas de Barcelona y, a veces, por quéno, en los bancos de libros de la Rive gauche de París. Algo deaquellas viejas relaciones quedaba también en la casa de losGuevara, como cuenta el padre de Ernestito:

«... mi biblioteca se fue llenando de crónicas de viaje, de libroscientíficos y de literatura sobre aquel encantador lugar y sus ha-bitantes. Mi hijo Ernesto, con mis otros hijos, escuchaba con to-da atención los relatos que hacíamos a nuestra familia y a nues-tros amigos, sobre lo que habíamos visto, oído y palpado enaquellas lejanas tierras».2

Y entre aquellos libros curioseaba también el pequeñoErnestito, encantado con los relatos e impresionado por sussingulares ilustraciones con las xilografías de la época. Perotodo aquello sucedería años después, cuando los Guevarahubieran abandonado Puerto Caraguatay, trasladándose paracurar el asma, ya crónica a los dos años, de su hijito.

Una naturaleza atrayente y generosa, como hemos dicho,pero también infiel y peligrosa. Una imprudencia banal –unaexposición al viento después de un baño– sumada a unaprecoz pulmonía, haría de Ernesto un asmático para el restode su vida. Y aquella asma se insertará como una nota decontinuo, y a veces agudo sufrimiento, durante toda su vida.La misma lo acompañará en los años de su adolescencia y desu madurez, de Cuba y de la guerrilla, hasta las últimas horasantes de su muerte: vibrará incesantemente, a modo de ob-sesivo discanto, en aquel «contrapunteo argentino de asma yyerba mate» que martilleó los ritmos biológicos de toda laexistencia del Che.

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2. Ernesto Guevara Lynch, Mi hijo el Che, La Habana, 1988, p. 146.

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De la humedad subtropical del alto Paraná, la familiaGuevara –a punto de crecer con la llegada de la pequeña Ce-lia– tuvo que trasladarse a un lugar seco, bajo el clima auste-ro y continental de la sierra de Córdoba. La selva virgen, sinembargo, no desaparecerá nunca del todo de la vida delChe. La misma aflora como recuerdo ancestral en los diariosy en las correspondencias donde el nómada Guevara descri-be los muchos otros lugares salvajes e inaccesibles a los cua-les él llega en sus peregrinaciones en busca de antiguos mo-numentos precolombinos, de lazaretos, o de bases segurasde guerrilla. La frescura y la inmediatez de aquellas descrip-ciones no será sólo fruto de la maduración lingüística o litera-ria, sino también la consecuencia directa de una familiaridadprecoz, casi una identificación fisiológica, con aquel mundoencantado y aquel extravagante paisaje natural de su prime-ra infancia.

2. En Alta Gracia

A la Sierra de Córdoba llegaron los Guevara para instalar-se después de algunas etapas intermedias, cuando el pe-queño Ernesto había cumplido los cuatro años. Él debía per-manecer en este lugar alrededor de once años más, combi-nando los años de su infancia y de su formación como ado-lescente con sus períodos de estudio en Córdoba. En AltaGracia el primogénito de los Guevara aprendió definitiva-mente a hablar, después a leer y finalmente a escribir, segúnel significado que a estas tres fases del desarrollo cultural lesconfiere el esquema autobiográfico inmortalizado por ungran escritor, futuro admirador del Che.3

Cuando se habla de esplendores a la española, la imagi-nación corre inmediatamente a las grandes obras maestrasde la arquitectura castellana, a las residencias imperiales deMéxico o a las fastuosas construcciones misioneras de los an-tiguos territorios hispanoamericanos, algunos de los cuales

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3. Las palabras de Jean Paul Sartre. El encuentro del filósofo con la Revo-lución cubana es descrito en el largo relato-entrevista Sartre visita a Cuba (LaHabana, 1960). Hemos insertado los párrafos dedicados al encuentro con elChe en el nuestro, Conoscere il Che (Roma, 1988, pp. 59-62).

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fueron desde hace tiempo anexados como estados meridio-nales de Estados Unidos.

En Alta Gracia hay un poco de todo esto, pero con unapátina de sobria austeridad, determinada por sus orígenesjesuíticos, por la tenaz supervivencia de las más antiguas es-tructuras arquitectónicas, por su ubicación periférica, a pesarde haber sido un viejo palacio virreinal.

Sobreviven los ambientes y las ramificaciones de la viejamisión, testigos mudos de una arcaica laboriosidad, de enre-dados modos de producción a los albores de un colonialis-mo ibérico-jesuita, acerca del cual continúa aún abierto eldebate de los estudiosos para establecer las efectivas deter-minaciones de clase del mismo; ¿servidumbre encomende-ra, esclavitud, colonia, capitalismo mercantil, colectivismoprimitivo, economía de subsistencia, autarquía?4

A la solemnidad de la atmósfera religiosa y arquitectóni-ca de los pasados esplendores coloniales, se contraponía, yaen aquellos años treinta, el espectáculo de la miseria y delembrutecimiento de las clases populares más desheredadas.Analfabetos, vagos y harapientos, los marginales de la sierray el subproletariado de los callejones de la ciudad llegabanal punto de mirar con envidia la condición de inhumana ex-plotación de las colectividades de mineros dispersas por lazona. Éstos al menos tenían un trabajo y, con el mismo, la se-guridad de una comida para toda la familia. A Alta Gracia nohabía aún llegado en aquellos años el viento vivificante delcrecimiento de la conciencia de clase del proletariado cordo-bés que surgirá, sin embargo, en una época más reciente porel proceso intensivo y peculiar de industrialización y de con-secuente acelerada urbanización en los años de la pos-guerra.5

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4. Problemas que han sido afrontados por varios autores. Citamos entrelos muchos a Richard Konetzke, América centrale e meridionale. La colonizzazione is-pano-portoghese, Milán, 1968; Celso Furtado, La economía latinoamericana desde laConquista ibérica hasta la Revolución cubana, Santiago de Chile, 1973; Assadourian-Cardoso-Ciafardini-Garavaglia-Laclau, Modos de producción en América Latina,Córdoba, 1973.

5. Procesos que hemos descrito como conclusión de una investigaciónnuestra realizada en Córdoba en 1973. Ver “Le Cordobazo”, en Sociologie duTravail, 4/1975.

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¿En qué medida influyeron en el adolescente Guevara lafisonomía urbanística y las contradicciones sociales tan mar-cadas de la ciudad de Alta Gracia?

Es difícil responder, y probablemente no se tiene el de-recho de superar un plano puramente conjetural: algo debe,no obstante, haber sentido el jovencito ante tanta miseriahumana. Y debe haber reflexionado sobre esto amargamentepara sus adentros si, como veremos, partió después en bus-ca de los más desheredados entre los pobres de América, ala emancipación de los cuales dedicó su vida. Es difícil ima-ginar que él no haya captado, en un punto determinado desu propio desarrollo intelectual, el contraste entre aquellosrestos de una austera elegancia poscolonial –transmitida yentonces inconfundible en los modelos de comportamientosocial o en la vida cotidiana de los ricos linajes tradiciona-les– y el espectáculo embrutecedor de la más extrema mar-ginalidad humana y subproletaria.

Con respecto a este asunto se contradicen, sin embargo,dos testimonios posteriores, ambos aparentemente indiscu-tibles. Por Guevara Lynch, padre del Che, en Alta Gracia Er-nesto.

«...conoció la injusticia que se hacía con los obreros (y) es en-tonces cuando posiblemente nace en Ernesto aquella rebeliónque nunca lo abandonó: contra la clase social que explotaba yoprimía a la clase pobre... En todas sus conversaciones y en susjuegos siempre había algún signo que revelaba el problema fun-damental de las clases sociales en pugna» (op. cit., pp. 190-191).

Bien diferente es, sin embargo, el juicio retrospectivo delmismo Che, convertido ya en ministro de Industrias en Cuba.En junio de 1963 él le envía una carta al escritor cubano Li-sandro Otero para impedir que en el dorso de la cubierta dela primera edición de sus Pasajes de la Guerra revolucionaria apa-rezca una reconstrucción hagiográfica de sus años en la re-gión cordobesa y después en Buenos Aires. El tono es pe-rentorio:

«No tuve nunca preocupaciones sociales durante mi adolescen-cia y no participé en lo más mínimo en las luchas políticas y es-tudiantiles en Argentina».6

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6. Esta cita y la siguiente han sido traducidas de la edición italiana.

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¿Exceso de modestia? (como podría hacer pensar el tonode reproche con el que comienza la carta):

«Nadie puede saber por sí mismo hasta que punto merece loselogios, en cualquier caso no me gustan y los considero superfi-ciales».7

¿O admisión honesta y convencimiento realista de haberpasado los años juveniles en la más completa indiferencia ha-cia los problemas sociales de su propia ciudad y de su propiagente?

Veremos después como el problema se complica con laconstatación de un interés, por parte del adolescente Gueva-ra, por una serie de importantes acontecimientos políticosinternacionales que, a partir de la Guerra Civil española, tie-nen lugar en el mundo. No cabe duda, en cualquier caso, deque en sus diarios y en sus ricos epistolarios queda ausentecualquier alusión a la situación social y política argentina,aún en las épocas en las que el joven Guevara se interesabapor aquel tipo de problemas en otros países. El silencio serároto con una tardía admisión de culpa por haber subvaloradoy desconocido el fenómeno del peronismo. Pero esto ocurri-rá mucho más tarde, después del golpe contra Perón y el ini-cio de la oleada restauradora conocida comúnmente con elnombre de «Revolución Libertadora» (ver las cartas a sus fa-miliares).8 De esto hablaremos más adelante.

En el barrio de Villa Pellegrini, la vivienda de los Gueva-ra dominaba –con sus cimientos escarpados y sus varios pi-sos– la calle Avellaneda. Era la extrema periferia residencialde Alta Gracia, después de la cual comenzaban las barracasde la gente pobre. En la casa no faltaban las señales de unrelativo bienestar y de un discreto nivel intelectual. Esto era

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7. Para las citas de Ernesto Che Guevara, hemos utilizado, salvo dife-rente indicación, los Escritos y discursos, Editorial de Ciencias Sociales (La Ha-bana, 1977) en nueve tomos. De ahora en adelante, indicaremos con el nú-mero romano el tomo y con la cifra arábiga las páginas correspondientes.

8. Para estas cartas, la edición utilizada es de Ernesto Guevara Lynch,en Mi hijo el Che. Otras cartas han sido incluídas por el mismo Don Ernesto enAquí va un soldado de América (Buenos Aires, 1987).

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insólito aun para un estrato social tradicionalmente sensibleal llamado de la cultura, como el resto de la clase media aco-modada, de más o menos reciente procedencia del norte deEuropa, a tener en cuenta obviamente con relación a la com-posición estructural de la inmigración argentina.

Entre las muchas señales externas (en sentido físico),simbólicas (de un estatus) e internas (en sentido espiritual)de la vivacidad intelectual de los Guevara, un lugar relevanteen Alta Gracia lo ocupan los libros. A partir de varias fuentespodemos hacernos una idea de lo amplia que era la bibliote-ca de la familia y del interés que el joven Ernesto ponía en lalectura. Relata por ejemplo el padre:

«El asma solía obligarlo a estar quieto; él aprovechaba estaquietud física para leer y releer. Y cuando Ernesto llegó a los do-ce años, poseía una cultura correspondiente a la de un mucha-cho de dieciocho. Su biblioteca estaba atiborrada de toda clasede libros de aventuras, de novelas, de viajes. Allí se encontrabaa Salgari, a Stevenson, a Julio Verne y Alejandro Dumas y, en ge-neral, a todos aquellos autores que fueron recreo y guía de mu-chas generaciones. Abundaban los libros de viaje y especial-mente de expediciones a regiones desconocidas. Sobre los de-más chicos ejercía ese dominio que da la lectura» (op. cit., pp.229-230).

Están además los recuerdos de Alberto Granado, el granamigo con el que Guevara realizará su primer viaje por lospaíses de América Latina:

«Aproveché mucho la biblioteca que tenía su padre, de la cualel principal lector era Ernesto y en segundo plano yo, a tal pun-to que aún conservo como recuerdo algunos de los libros quecogí sin pedirlos a su dueño, para poder leerlos más cómoda-mente en mi casa.

Es indudable que desde pequeño tenía una sensibilidad inte-lectual que le permitía distinguirse en todos los aspectos de lavida».9

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9. Alberto Granado, «Un largo viaje de Argentina a Venezuela», enOCLAE, 11/1967, p. 4 (ahora en Conoscere il Che, op. cit., pp. 36-45).

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Contamos finalmente con el relato de otro amigo de la in-fancia, José Aguilar, hijo del emigrado español Juan GonzálezAguilar, que fue ministro de Sanidad en su país.

«En aquella época leíamos mucho. Nuestros favoritos eran JulioVerne y Alejandro Dumas. Recuerdo que mi padre, que era mé-dico, se asombró de que Che leyera a Sigmund Freud a los 14 o15 años...

De chicos recuerdo algunas discusiones entre los Guevara y losAguilar sobre Galdós y otros. Ellos defendían a los autores fran-ceses y nosotros a los españoles. Decía que la pintura abarcabaal espectador y al enfrentarse a ella estaba poniendo algo de sí,estaba creando un tiempo y que la literatura también».10

Son los ecos póstumos del gran amor por la lectura queGuevara heredó de sus padres y conservó a lo largo de su vi-da. Una constante búsqueda, veneración y recelosa preocu-pación por aquellos instrumentos de transmisión del saber,siempre angustiado por la conciencia del deterioro físico eintelectual de los mismos. En las cartas y en los diarios delChe, los libros ocupan un lugar relevante, a menudo en con-textos imprevisibles o en situaciones paradójicas. Desde eltexto arqueológico que es «consumido» en el lugar, incluso lanoche anterior a una visita a las excavaciones, a la valija llenade libros que es arrastrada a través de fronteras andinas (pa-ra vergüenza de los aduaneros, como en Puno, entre Boliviay Perú) o por los ríos de las selvas amazónicas, en camioneso en moto. O en la mochila del combatiente, hasta su repen-tina y enorme disposición después de la victoria, y de la cualaún se habla en las oficinas del Ministerio en Cuba. RecuerdaFidel Castro:

«¡Para él no hubo horas de descanso! Y si mirábamos para lasventanas de sus oficinas, las luces permanecían encendidas has-ta altas horas de la noche, estudiando o mejor dicho, trabajan-do o estudiando, porque era un estudioso de todos los proble-mas, era un lector infatigable. Su sed de abarcar conocimientoshumanos era prácticamente insaciable» (Discurso conmemorati-vo del 18 de octubre de 1967).

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10. José Aguilar, “La niñez del Che”, en Granma, 16 de octubre de 1967(en Conoscere il Che, op. cit., pp. 30-35).

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Y también entonces, aquellos centenares de volúmenesdedicados, por ejemplo, solamente al tema del ajedrez (co-mo refiere el maestro y campeón argentino Najdorf), ¿no de-muestran quizás un apego morboso al espejismo científico yliterario representado por los libros? ¿Una sumisión a vecesinerme a la fascinación que el fetiche libresco encierra aúnen este límite extremo y declinante de una época «feliz» yfelizmente definida como «galaxia Gutemberg»?

En la sierra boliviana, en condiciones precarias al límitede la resistencia humana en las que se debatirá el pequeñoejército guerrillero antes de ser aniquilado, el Che encontra-rá aún fuerzas para afligirse ante la noticia de que sus libros,escondidos junto a armas y radiotrasmisores, «se habían mo-jado, algunos se habían deshecho» (Diario, 11 de enero de1967). Más adelante hará referencia con amargura a la desa-parición de otro escondite, por obra de los soldados de Ba-rrientos, de un libro «embarazoso» en todos los sentidos, laHistoria de la Revolución rusa de Trotsky.

Pero con esto llegamos ya al epílogo del «contrapunteo»,a las últimas lecturas y a la muerte. A nosotros nos interesa,en cambio, regresar a aquella primera biblioteca de familia, ala relación del joven Guevara con la literatura llamada «parajóvenes», en base a la cual, sin embargo, se hicieron adultaslas últimas generaciones de mujeres y hombres hasta hoy (yque, permítasenos esperar, continuarán haciéndolo, y a pe-sar de la monstruosa epidemia de teledependencia que con-tamina el presente y amenaza el futuro intelectual de lasnuevas generaciones).

Hablaremos más adelante del amplio espectro de lectu-ras políticas, económicas y filosóficas del Guevara adulto.Aquí nos interesan, sin embargo, las referencias culturalesdominantes en aquel período de la formación del Che que,según un límite ya convencional, hacemos llegar tambiénnosotros hasta los primeros años cincuenta, más o menos enla época de su vinculación política con la Guatemala deÁrbenz. Nos sentimos confortados en cuanto a esta reparti-ción de los períodos por las muchas (aunque a menudo dis-cutibles) biografías y, sobre todo, por reflexiones personalesdel mismo Guevara (por ejemplo, la carta a la tía Beatriz, del12 de febrero de 1954, o las dirigidas a su madre entre abril ydiciembre del mismo año).

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Por comodidad expositiva, hemos subdividido las lectu-ras del joven Ernesto en seis grupos temáticos principales,bien conscientes de las lagunas que pueden derivarse de es-to y de la arbitrariedad de semejante procedimiento. El mis-mo no tiene en cuenta, en efecto, el entrelazamiento crono-lógico entre los varios tipos de lectura y sobre todo la osmo-sis inevitable que se crea entre los temas, a medida que losmismos se van revelando en la conciencia.

Una osmosis determinada por factores existenciales y decarácter del individuo Guevara, además de la composición yla estructura lingüística de las mismas obras. Y además, todoel que haya sido un lector más o menos empedernido en suadolescencia, sabe también cuánta casualidad domina aquelprimer fundamental acercamiento al mágico mundo evoca-dor del papel impreso.

Teniendo en cuenta las dificultades encontradas en la re-construcción de aquella «primera biblioteca» del Che, y enausencia casi total de repertorios o descripciones documen-tales, nos pareció poder subdividir el campo de sus princi-pales lecturas juveniles en:

a) novelas de aventuras, b) relatos de viajes y descubrimientos, c) arqueología,d) literatura francesa,e) literatura ibérica e hispanoamericana, f) obras de medicina y de carácter científico.

3. Aventuras, viajes y arqueología

Las novelas de aventuras predilectas del joven Ernestoson desde hace tiempo las de los clásicos. Los mismos quehabría podido leer cualquier joven europeo en el períodoentre las dos guerras o en los años inmediatamente siguien-tes al último conflicto. Podemos imaginar algunos centenaresde títulos posibles y el lector los puede imaginar junto connosotros, con la advertencia y la dificultad de tener que aña-dir a los mismos algunos novelistas locales, que alcanzaronuna momentánea celebridad en la Argentina de los añostreinta y cuarenta. Ninguno de éstos es, sin embargo, nom-brado por Guevara y nos parece significativo mencionar sólo

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a los autores que, de una u otra forma, dejaron una huella vi-sible en su memoria, a través de citas, referencias implícitas,recuerdos de amigos.

Entre los «clásicos», Alejandro Dumas es el único de sugénero que podríamos definir como «aventurero en estadopuro». Y quizás esto podría también estar incluido en los in-tereses de Guevara por la literatura francesa a la que regre-saremos. Por lo demás, todos los autores que afloran a laimaginación parecen catalogables en el género de «viajesaventuras». Y esto tiene obviamente una relevancia particu-lar a la luz de la evolución sucesiva del Che, su constante yvarias veces confesada pasión por el vagabundeo, su infati-gable búsqueda de aventuras para el descubrimiento de símismo y del mundo.

Emilio Salgari es el máximo exponente de este género yArgentina fue el país después de Italia, en el que los relatosfantásticos de aquel viejo capitán de la marina mercante tu-vieron un mayor éxito, por tradiciones lingüísticas y tambiénpor el peso, predominante en ciertas épocas, de la inmigra-ción de procedencia italiana.

Muchos de los acontecimientos de los héroes de Salgarise desenvuelven por lo demás en un ambiente antillano yésta podía ser una razón de fascinación posterior, para el jo-ven lector argentino o latinoamericano.

Junto al veronés no faltaba el siempre vigente Verne que,en la mente de Ernesto, conjugaba la pasión por los viajescon la pasión científica, y después Stevenson, a partir de suobra más conocida, La isla del tesoro.

Por poco relevante que sea, podríamos también detener-nos en las analogías en la vida del Che con algunos de estosautores, que llegaron en general en su madurez –y no por ca-sualidad– a la novela de viajes y aventuras. Se puede aquírecordar, y aunque sea por simple curiosidad, que el escocésRobert Louis Stevenson estuvo inicialmente encaminado aconvertirse primero en ingeniero y después en abogado, pe-ro la tisis lo obligó a realizar numerosos viajes al exterior,que se transformaron en un recorrido por Bélgica en canoa,en el descubrimiento de California y del Far West, en un cru-cero por el Pacífico y en su instalación definitiva en las islasSamoa.

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Por testimonio de Hilda Gadea (su futura esposa) sabe-mos que de muchacho descubrió la poesía If («Si») de Rud-yard Kipling y, al igual que tantos otros jóvenes en todo elmundo, la transformó en una especie de código de vida.

Hay también personajes «míticos» de aquellas primeraslecturas juveniles que se sedimentaron en los pliegues desu memoria, para trasladarse después a la vida cotidianadel hombre maduro. Así puede ocurrir que un típico héroe, delotro tanto heroico viajero London, logre deslizarse con natu-ralidad «cinematográfica» hacia una página guevariana dehistoria personal vivida.

Es en el inolvidable y desafortunado buscador de oro deHacerse un fuego en quien piensa el Che cuando cuenta cómoél mismo resultó herido en Alegría del Pío. Así, nada resultamás natural que el recuerdo de una antigua lectura juvenilen aquel dramático episodio descrito en los Pasajes de la gue-rra revolucionaria:

«Quedé tendido; disparé un tiro hacia el monte siguiendo elmismo oscuro impulso del herido. Inmediatamente, me puse apensar en la mejor manera de morir en ese minuto en que pa-recía todo perdido. Recordé un viejo cuento de Jack London,donde el protagonista, apoyado en un tronco de árbol se dispo-ne a terminar con dignidad su vida, al saberse condenado amuerte por congelación, en las zonas heladas de Alaska. Es laúnica imagen que recuerdo» (II, 12).

Por Jack London Guevara debió sentir una atracción par-ticular y un sentido de familiaridad por el aspecto radical ysocialmente comprometido de toda su literatura. London,por lo demás ha sido una lectura favorita de muchos otros re-volucionarios, de orientación marxista y socialista. Y tambiénen su caso no se puede dejar de pensar en la juventud aven-turera, en el vitalismo romántico, en el entusiasmo por elevolucionismo, primero biológico (Darwin) y después social(Spencer, y también Marx leído en esta perspectiva errónea),hasta el descubrimiento de una disposición personal hacia elrazonamiento de realismo crítico y de compromiso socialfuertemente ideológico.

Antoine de Saint-Exupery fue por añadidura un as de laaviación civil y militar, además de escritor (en 1934, entreotras cosas, realizó el primer enlace aéreo Buenos Aires-Pun-

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ta Arena). Guevara leyó El principito y lo releyó poco despuésde abandonar Cuba para dirigirse a la empresa boliviana, co-mo sabemos por su carta al amigo Pepe (José Aguilar, “La ni-ñez del Che”, en Granma, 16 de octubre de 1967). La fábula fi-losófica del Principito, con su tierna y sugestiva evocación alos temas de la amistad, de la soledad y de la determinaciónpersonal, se insertará naturalmente en las reflexiones másorgánicas y más maduras que Guevara dedicará a aquellosmismos temas, hacia los que regresaremos hablando de suhumanismo y de sus ideas acerca de la moral.

En diciembre de 1951, Guevara parte con su amigo Gra-nado a realizar el largo viaje en motocicleta que lo llevará avisitar la mayor parte de los países latinoamericanos y queconcluirá para él en agosto de 1952 en Miami.11 Los episodiosde aventura que acompañan aquel viaje se pueden conside-rar como la concreción del mundo fantástico e imaginarioevocado por las lecturas juveniles; como el desahogo prácti-co y por lo tanto también la superación de la tensión emoti-va, del ansia de aventuras, acumulada en el carácter del Cheen los años de su adolescencia. Pero obviamente, en el mo-mento en el que la ficción se hace realidad, la misma agotatambién su función evocadora. Y en efecto son otros los iti-nerarios de estudio y de lectura que parecen dominar ya elhorizonte mental del joven Guevara.

Un discurso análogo podría tener lugar con respecto a lasmuchas lecturas dedicadas por el joven Ernesto al mundo delos exploradores, de los descubrimientos geográficos y des-pués definitivamente de la arqueología. El interés por los re-latos de los primeros célebres e impávidos viajeros nacía dela biblioteca paterna y, durante todo un período, debieronprevalecer las cautivadoras descripciones de los naturalistasy de los geógrafos que visitaron el territorio de Misiones y el

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11. El aventuroso itinerario fue reconstruído en base a recuerdos ytambién a auténticas páginas de diario de la época por Alberto Granado(Con el Che por Sudamérica, La Habana, 1986). Guevara, a su vez, reelaboróposteriormente el diario de aquel viaje: Notas de viaje, La Habana, 1992. Losdos textos aparecen en Viaje por Sudamérica, edición y notas a cargo de Ro-berto Massari, Txalaparta, Tafalla 1994.

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curso del Alto Paraná, de los cuales ya se ha hablado. Peroademás, no podían faltar obviamente las relaciones de losviajes a la Tierra de Fuego, a las selvas del Amazonas y a lascumbres más inaccesibles de la Cordillera andina. Es lícitosuponer que existiese en su biblioteca la célebre Historia delas Indias, del padre Bartolomé de las Casas (que Guevara lee-rá de todos modos en la época de sus intereses por el india-nismo), además de las consabidas obras sobre Cristóbal Co-lón y los otros grandes navegantes.

Hay páginas del diario de viaje con Granado en las queson descritos minuciosamente ambientes naturales de parti-cular interés científico y paisajístico, fiestas locales y ritostradicionales de indígenas, en las que queda volcado de mo-do inconfundible el estilo narrativo-descriptivo de antiguos yapasionados viajeros.

En una carta a su madre (abril de 1954), siendo ya médi-co, Ernesto confiesa haber tenido en una fase de su vida laseria intención de dedicarse a la antropología y a la arqueo-logía. El propósito fue abandonado, pero la pasión quedó.

El primer real y verdadero encuentro de Guevara con elmundo del pasado precolombino ocurre en medio de las rui-nas del Imperio inca, dispersas entre Bolivia y Perú. Escribeentusiasta a su madre en agosto de 1953:

«Nos fuimos a la orilla del lago Titicaca y Copacabana y pasamosun día en la isla del Sol, famoso santuario del tiempo de los in-cas donde se cumplió uno de mis más caros anhelos de explo-rador: encontré en un cementerio indígena una estatuita de mu-jer del tamaño de un dedo meñique, pero ídolo al fin hecho delfamoso chompi, la aleación de los incas».

Del Cuzco va a visitar las ruinas incaicas de Ollantaytam-bo, Machu Picchu (sobre las que escribe un artículo),12 HusinaPichuc. Y a cada nueva entrada a Cuzco se precipita hacia labiblioteca nacional para sumergirse en la lectura de obrasespecializadas sobre este tema. Entre ellas, él mismo señala

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12. «Machu Picchu. Enigma de piedra en América», en Siete, 12 de di-ciembre de 1953. Encontrado en la revista panameña sólo en tiempos re-cientes por Ricaurte Soler, el artículo ha sido publicado en Casa de lasAméricas, 163/1987, pp. 48-53.

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La ciudad perdida de los incas de Hiram Bingham y El imperio socia-lista de los incas de Louis Boudin.

Acerca de la cultura de los indígenas aprecia particular-mente los Comentarios reales del mestizo Garcilaso de la Vega(1539-1615) (nativo del Cuzco y espléndida figura de huma-nista latinoamericano, la circulación de su obra fue prohibidaen 1781, después de una insurrección indígena en los An-des). En 1954 Guevara lee la novela indianista Huasipungo, delecuatoriano Jorge Icaza, hacia el que regresaremos.

En Guatemala visita los monumentos del antiguo Impe-rio de los mayas. Escribe a su madre en abril de 1954:

«Lo que no quiero dejar de hacer es visitar las ruinas del Petén.Allá hay una ciudad, Tical, que es una maravilla, y otra, PiedrasNegras, mucho menos importante, pero donde el arte de losmayas alcanzó un nivel extraordinario. En el museo de aquí hayun dintel que está todo escoñado, pero es una verdadera obrade arte en cualquier lugar del mundo. A mis viejos amigos pe-ruanos les faltaba la sensibilidad tropical, de modo que no po-dían hacer nada parecido, además de no tener la piedra calcá-rea tan fácil de trabajar que tienen los de esta zona».

«La pasión por la arqueología era más fuerte que la quesentía por la medicina», comenta el padre, subrayando justa-mente la transformación que en Guatemala se delinea en losintereses culturales y profesionales del hijo. En otra ocasión,en una carta a su madre en mayo de 1954:

«Llegué al Salvador... me largué a conocer unas ruinas de los pi-piles que son una raza de los tlascaltecas que se largaron a con-quistar el sur (el centro de ellos estaba en México) y aquí sequedaron hasta la venida de los españoles. No tienen nada quehacer con las construcciones mayas y menos con las incaicas.Después me fui a pasar unos días de playa mientras esperaba laresolución sobre mi visa que había pedido para ir a visitar unasruinas hondureñas, que sí son espléndidas. Dormí en la bolsaque tengo, a orillas del mar...».

En 1955, en México, se interesa por los restos de la civili-zación azteca, pero en un período en el que tuvo inicio tam-bién la colaboración con un grupo de prófugos cubanos quelo conducirá en breve tiempo a la expedición del Granma.De allí nace una revolución, pero muere el sueño de la ar-

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queología: un gran amor que no se podrá desarrollar. Sobre-vive, sin embargo, y más bien se acentúa su pasión por losviajes. Y también como dirigente de primera plana del nue-vo Gobierno cubano, el Che logra pasar grandes períodos enel extranjero. Es inútil decir que utilizará aquellos viajes nosólo para llevar a cabo encargos diplomáticos de varios ti-pos, sino también para conocer nuevas realidades políticasy sociales. Las últimas peregrinaciones de su vida lo lleva-rán en varias ocasiones a Europa Oriental, África, Asia y des-pués nuevamente, pero por última vez, a América Latina.

4. Literatura francesa e hispanoamericana

El interés por la literatura es una constante en la vida deGuevara, con una predilección particular por la francesa co-mo recuerda también el amigo Aguilar:

«Hizo todo el bachillerato en el Nacional Dean Funes. Estudiá-bamos un poco de literatura española y argentina de mala ma-nera. Ellos tenían inglés. A Ernesto le gustaba el francés y loaprendió con su madre, que lo hablaba. Amaba leer la poesía enfrancés, mucha poesía» (Jose Aguilar, “La niñez del Che”, enGranma, 16 de octubre de 1967).

Entre los autores franceses prefería a Verlaine y Mallar-mé, pero sobre todo a Baudelaire, según el testimonio de Al-berto Granado. Si continuamos con la conversación sobre lasanalogías existenciales, se podría observar que también elgran poeta parisiense experimentó en su juventud la inquie-tud y la fascinación de viajar, como lo demuestra el añotranscurrido en el mar, en dirección a la India: un viaje inte-rrumpido después para detenerse en la isla Mauricio. Perono eran éstas las verdaderas razones del interés por Baude-laire del joven Guevara.

En el autor de Las flores del mal, el pesimismo románticode una generación –y sería justo decir de una época– se ha-bía convertido en expresión lírica, dimensión transfiguradade una realidad humana entretejida de aspiraciones a lo su-blime, de palpitantes imágenes y sensaciones, encerradasen el marco de la elección de una vida esencialmente emoti-va. Para los ojos de un joven inquieto que se disponía a ma-terializar sus primeras experiencias decisivas, aquella invita-

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ción a una dimensión «estético-sentimental» de la existenciapodía hacerse irresistible desde el primer encuentro. El mis-mo podía después acompañar durante un largo trecho el cre-cimiento de la tensión interna, de la que se alimentaban lasturbaciones debidas al descubrimiento de la insospechadaprofundidad de un mundo afectivo propio.

También en este trayecto ideal, sin embargo, el jovenGuevara seguía más o menos inconscientemente un procesode refinación de su sensibilidad humana y de maduracióncrítico literaria del gusto, común a más de una generación dejóvenes intelectuales europeos. Vale quizás la pena, por lotanto, subrayar sólo el hecho de que tales lecturas hayan si-do realizadas a una edad precoz, directamente en francés y,sobre todo, que hayan sido mediadas sicológicamente porla presencia espiritual de la madre: una mujer de notabletesón y cultura, políticamente combativa, que ejerció sin dudauna influencia determinante –decisiva, según Roberto Gue-vara–13 en el crecimiento intelectual del futuro comandanteguerrillero. Lo demuestran las tantas y bellísimas cartas queel hijo le escribió mientras viajaba. Y nos da placer pensarque ambos estuvieran juntos, en la avenida Corrientes, cuan-do Ernesto asistió a la representación de Madre Coraje deBrecht.14

Omitiendo algunas otras referencias –pero sin poder ol-vidar La piel de Curzio Malaparte– podemos recordar la fami-liaridad demostrada por el Che con respecto a las novelas deAnatole France y las obras de Jean Paul Sartre.

«Ernesto, como entusiasta admirador de Sartre, cuyas obras es-

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13. Por las conversaciones sostenidas en octubre de 1992, de las que yase ha hablado (y en ocasión de la presentación de este trabajo nuestro ensu edición en lengua española a cargo de la editorial Txalaparta).

14. Cit. por Franco Pierini (Che Guevara, Milán, 1968, p. 120). El libro dePierini es un reportaje periodístico, extraído del material utilizado para laserie de artículos dedicados a la muerte del Che y que aparecieron en el Eu-ropeo, en octubre-noviembre de 1967. Acerca del francés del Guevara madurotenemos el testimonio de otro periodista: «La conversación se desarrolló sindificultad en francés; el Che lo hablaba con fluidez, verificando sólo de vezen cuando, con una pizca de coquetería si su léxico no se resentía demasia-do por el uso de idiotismos españoles» K. S. Karol, La guerriglia al potere, Mi-lán, 1970, p. 51.

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taban de moda en Argentina, era adepto al existencialismo. Qui-zá admiraba tanto a Sartre porque lo había leído más que yo,que apenas conocía su primer libro, El existencialismo es un huma-nismo, luego La edad de la razón, y haber asistido a una representa-ción teatral de La prostituta respetuosa. Mientras que Ernesto, ade-más de estas obras, me comentó y cambiamos impresiones so-bre El muro, El ser y la nada, La nausea y Las manos sucias».15

De un modo muy particular es después su marcado inte-rés por Franz Fanon. Leyó Los condenados de la tierra con el pró-logo del mismo Sartre y se prometió escribirle una introduc-ción para la edición cubana.

Casi seguramente leyó también en traducción francesa, lacolección de novelas titulada Zarsal y rosal, del poeta turcoNazim Hikmet. Se fundían en aquella obra dos de los ingre-dientes literarios favoritos del Che: la fascinación por la fan-tasía con el ardor político (nacionalista). En dos cartas a suspadres (desde la cárcel y después estando en la clandestini-dad en México, verano-otoño de 1956) es citado un verso delpoeta turco, muy significativo como ejemplo de un simbolis-mo lírico íntimamente vivido. Guevara, al traducirlo al espa-ñol, utiliza dos expresiones diferentes que exponemos acontinuación:

«Sólo llevaré a la tierra la tristeza de un canto inconcluso».

«Sólo llevaré a la tumba la pesadumbre de un canto inconcluso».

Se trata de un momento decisivo de su vida y la segundacarta tiene ya el sentido de una melancólica despedida desus padres, consciente de poder morir pronto en la expedi-ción que se preparaba hacia Cuba. La carta trae a la mente laescrita, siempre a sus padres, en el momento de dejar Cubapara iniciar la empresa boliviana y que comienza con la céle-bre reminiscencia quijotesca. Pero ahora debemos hablar dela patria de Cervantes.

Por Don Quijote de la Mancha el Che sintió casi una venera-ción, constante durante toda su vida. A esto lo llevó la culturanacional argentina y la de la vieja metrópoli ibérica, y ademássu ética personal –precisamente «quijotesca»– de revolucio-nario, humanista y visionario. Son muchas las pruebas acerca

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15. Hilda Gadea, Che Guevara. Años decisivos, México, 1973, pp. 54-55.

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de la autoidentificación que tuvo lugar con la imagen románti-co-caballeresca, que se consolidó con el tiempo, de aquelgran paladín de la libre divagación fantástica. Por ejemplo elpárrafo de una carta a su madre en el otoño de 1956:

«Decidí... arremeter contra el orden de las cosas, con la adargaal brazo, todo fantasía, y después, si los molinos no me rom-pieron el coco, escribir».

O diez años después, en una carta a sus padres:

«Queridos viejos, otra vez siento bajo mis talones el costillar deRocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo».

En la sierra Maestra el Che leerá resúmenes de Don Quijo-te como texto formativo para los nuevos reclutas de la guerri-lla, a modo de confirmación de su paso de una apreciaciónde los orígenes esencialmente fantástico-literarios de la obramás célebre de Cervantes a un interés político educativo.Fue aquella, después de todo, la primera obra cuya edicióncompleta, a instancias de los dirigentes cubanos, fue publi-cada por el Instituto Nacional del Libro, después de la tomadel poder en 1959.

Guevara apreciaba también la obra de un gran contem-poráneo de Cervantes, portador a su vez de una fuerte cargade crítica y sátira social. De Francisco Gómez de Quevedo yVillegas, madrileño (1580-1645), el Che había leído precisa-mente algunas sátiras que en el panorama de la literatura es-pañola –y no sólo en la del siglo XVII– se caracterizan por elentrelazamiento de personajes grotescos y situaciones bur-lescas, sino también por amargos sarcasmos sobre la ilusoriarealidad de la vida. El mundo como farsa, la muerte comoverdadero significado del ser más allá de las apariencias con-vencionales, la violencia de las representaciones reflejadaen el plano lingüístico y sobre todo en la defensa de ideas fi-losóficas bien precisas, del otro lado de la cortina del tétricohumorismo. Son todos estos elementos los que le dan un ca-rácter desmesuradamente pasional al hosco pesimismo pro-gramático de Quevedo. Guevara habrá quizás apreciado laforma expresiva de semejantes contenidos, por lo demásdiametralmente opuestos a sus precoces y optimistas con-vicciones acerca del futuro del hombre.

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Otro autor español, célebre y significativo, cuya obra co-nocía el Che, fue Benito Pérez Galdós (1843-1920). Uno delos máximos exponentes del realismo ibérico del siglo XIX,Galdós tuvo una existencia simple y modesta, tratando deofrecer una interpretación de la vida social de su tiempo através de la descripción del mundo popular, de las clasesmedias madrileñas y de los principales acontecimientos his-tóricos de su país. Elementos todos que terminaban, sin em-bargo, representando sólo el escenario del interés auténticode Galdós: la condición humana y el mundo espiritual que seengendra en base a la misma, en el marco de un contextohistórico-político cuidadosamente reconstruido.

Por otra parte, no conocemos mucho más acerca de las re-laciones del joven Guevara con la gran literatura clásica de lapenínsula Ibérica, sino que él era un discreto conocedor y, engeneral, un tibio admirador de la misma. En lo que respecta alos autores modernos, el padre relata cómo, en los años de laGuerra Civil española, él frecuentaba un grupo de exiliadosque se encontraban en la casa de Avellaneda y sobre todo enla de Juan González Aguilar. Allí se leían poesías de Rafael Al-berti (que pasará después a vivir en Argentina) y de otros jó-venes poetas del campo republicano (entre ellos León Feli-pe, del que hablaremos después):

«Recuerdo algunos ejemplares del Mono Azul, en donde colabo-raban muchos de los que más adelante llegaron a ser grandes es-critores y poetas españoles, algunos de los cuales posteriormen-te se establecieron en la República Argentina. El Mono Azul nosbrindó la oportunidad de leer por primera vez los poemas de Ra-fael Alberti, poeta a quien después conocimos personalmente ya quien tanto admiramos... Ernesto iba creciendo en aquel am-biente y no sólo se pudo enterar de los incidentes de la GuerraCivil, sino también de la nueva literatura que nacía en las trin-cheras» (op. cit., p. 239).

Rafael Alberti será uno de los tantos que, en octubre de1967, expresará su aflicción dedicando una poesía a la muer-te del Che.16

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16. Rafael Alberti, A Ernesto Che Guevara, en Meri Franco-Lao y Fabio Pe-rini, ¡Hasta siempre! Canti e poesie del mondo a Ernesto Che Guevara, en idioma ori-ginal, Roma, 1977.

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En lo que respecta a la literatura propiamente hispanoa-mericana, hemos ya hablado del interés de Guevara por lasculturas indígenas precolombinas y por lo tanto también porlas corrientes «indianistas» de la narrativa. Hemos recorda-do hasta ahora las obras de carácter más propiamente ar-queológico o antropológico. Pero con el ecuatoriano JorgeIcaza y su novela indianista Huasipungo (1934), aflora, sin em-bargo, una intención literaria orientada también en un senti-do radicalmente político, de denuncia de las responsabili-dades del colonialismo y del imperialismo en la destrucciónde la civilización indígena. En particular en la degradaciónde dicha civilización a un estadio de barbarie espiritual ycultural, que lleva al autor al punto de prefigurar un contex-to general de deshumanización en el que se juntarían final-mente oprimidos y opresores. El carácter marcadamentetriste y sórdido de esta novela –de importancia fundamentalpara la maduración de una conciencia radical, aunque estu-viese manchada por connotados populistas– ha sido a me-nudo subrayado.17 Y es precisamente en este espíritu de ra-dicalismo emergente, de confuso populismo, que la mismafue leída por el Che, alimentando al componente indianistacon su indignación por el papel histórico del imperialismoen América Latina.

En 1954, a lo largo del camino hacia Guatemala, Gueva-ra conocerá personalmente a Jorge Icaza en Ecuador, «conel cual conversó muchísimo acerca del problema campesinoy quien le dedicó Huasipungo».18 Sobre temas análogos, perocon un corte muy diferente, se desarrolla la novela del pe-ruano Ciro Alegría, El mundo es ancho y ajeno (1941). El pueblode los indios adquiere en la obra los rasgos de una comuni-dad ideal, casi idílica, abierta a posibles y positivos desa-rrollos de tipo modernista, en el marco, sin embargo, de undiferente régimen social. Como miembro de la APRA de Ha-ya de la Torre, Alegría pretendía dar de este modo forma li-teraria a algunas de las ilusiones reformistas de su movi-miento.

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17. Por ejemplo por J. Franco, Introduzione alla litteratura ispanoamericana,Milán, 1972, pp. 293-294.

18. Referido por Hilda Gadea, op. cit., p. 33.

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Guevara conocía la novela probablemente antes de en-trar en contacto con los ambientes del aprismo de izquierda.Un encuentro que tendrá lugar a través de la amistad, inicial-mente intelectual, con Hilda Gadea, la joven peruana quebien pronto llegará a ser su mujer y madre de Hildita.19

Era el año 1954, en Guatemala, cuando la conoció, e Hil-da, una joven de notable cultura y carácter emprendedor, eraen aquella época una militante de la APRA, aunque de orien-tación crítica y de izquierda (APRA Rebelde).20

Con ella y con sus amigos él discutirá largamente, entremuchas cosas, también sobre aquel libro que con los años sehizo extremadamente popular en los ambientes del radica-lismo latinoamericano. El Che ya entonces no podía estar deacuerdo con la orientación «reformista» del mismo, así comono podía reconocerse por otro lado en el acre pesimismo deIcaza. Pero es cierto que aquellas dos novelas habían contri-buido a abrir una vía de reflexión y maduración política para

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19. Para la reconstrucción no sólo de aquel encuentro sino del eferves-cente mundo de la emigración político-radical latinoamericana de los añoscincuenta, ver el magnífico libro de Hilda Gadea, Che Guevara. Años decisivos.Es un documento indispensable para reconstruir el bienio transcurrido porel Che en Guatemala y México.

20. La adhesión de Hilda Gadea al aprismo fue sólo una fase juvenil,aunque muy importante de su vida. Seguidamente ella abrazó con entusias-mo las posiciones teóricas del marxismo, definiéndolas con rigor y compe-tencia contra las deformaciones de procedencia «ortodoxa» (de tendenciasoviética» y neorreformista. En los años de amistad y colaboración que nosunieron, tuvimos la posibilidad de aprender mucho de ella, de su culturarealmente internacionalista. A la memoria de Hilda hemos dedicado ya enotro libro anterior, sobre el terrorismo, pero su presencia es ciertamentemás viva y más sentida en estas páginas. A las largas e intensas discusionescon ella debemos también una buena dosis de la seguridad con la que ex-ponemos aspectos menos conocidos del pensamiento del Che. Aún tenien-do nosotros la responsabilidad de todo lo que ha sido aquí escrito, pode-mos afirmar con serenidad que Hilda compartiría el espíritu de este trabajonuestro, cuyo primer bosquejo fue pensado con ella, precisamente al co-mienzo de nuestra amistad. Era el período inmediatamente siguiente a lamuerte del Che, que para ella signficó un dolor indecible, pero también unatenaz y combativa reanudación de su actividad política en Europa y en Amé-rica Latina (para obtener además entre otras cosas la liberación del hermanoRicardo Gadea, un conocido exponente de la izquierda revolucionaria, enaquella época detenido en las cárceles peruanas).

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la vasta cultura indianista acumulada por él en los años de sugran pasión por la arqueología.

La muerte le impedirá por desgracia a Guevara reconocery apreciar a fondo la superación de aquellas dos variantescontrapuestas del indianismo tradicional, que en el plano li-terario estará representada por la novela Cien años de soledad(1967), del colombiano Gabriel García Márquez. El hipernatu-ralismo fantástico, que destruye desde adentro el esquemarealista de la novela «clásica» de compromiso social, es –anuestro juicio– la característica literaria que el Che habría po-dido apreciar más en la saga de los Buendía y del mundo dela inocencia primitiva de Macondo. Permítasenos, sin embar-go, pensar –en una dirección puramente hipotética, pero a laluz de todo lo escrito y hecho por el mismo Guevara– que,entre las novelas contemporáneas de la nueva narrativa lati-noamericana, habría acogido aún con mayor entusiasmo, lafusión poética de impulso existencial y racionalismo políticoencarnada en la espléndida Historia de Mayta (1984): el guerri-llero fracasado, antihéroe por excelencia, en la novela delperuano Mario Vargas Llosa.

Pero volvamos a los «clásicos»: Guevara hace varias ve-ces referencia (por ejemplo en el diario de viaje con Grana-do) al Martín Fierro, que debía conocer casi de memoria, co-mo cada joven estudiante argentino que se precie. Escrita en1872 por José Hernández (1834-1886), la historia del gauchoMartín Fierro –que se hizo bandido por la cruel injusticia quedomina a la sociedad y aplasta a los humildes– se convirtióen el prototipo del poema épico, argentino por sus orígenes,después universalmente reconocido como latinoamericano.21

Las motivaciones del bandolerismo gaucho de MartínFierro no tienen la misma fuerza social y revolucionaria delverdadero bandolerismo de los marginales, representado entanta literatura latinoamericana o, por ejemplo, en el cine del

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21. No podemos extendernos, pero nos parece que en cuanto a la in-fluencia real del Martín Fierro en la formación del pensamiento radical argen-tino, ha llegado el momento de proceder a una profunda puesta al día. Parauna interesante clave de lectura, en términos esencialmente lingüísticos y li-terarios, ver, sin embargo, a Jorge Luis Borges, El gaucho Martín Fierro, Lon-dres, 1964.

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brasileño Glauber Rocha. Sin embargo, aquel poema conti-núa siendo uno de los textos fundamentales para la forma-ción humanístico-literaria de todo joven argentino, Guevaraentre ellos.

Del uruguayo José Enrique Rodó, el Che conocía a fondosu obra más famosa, Ariel (1900). Apreciaba en ella obvia-mente, como toda la generación de intelectuales radicalesque lo precedió, la refinada denuncia del utilitarismo esta-dounidense y la llamada dirigida al intelectual latinoamerica-no a ser como un modelo de comportamiento ético ademásde cultural:22 una llamada que Guevara captará plenamente,como veremos, en el plano filosófico además de hacerlo enel plano práctico-político. Es de todos modos interesante verla utilización que de aquel anticuado pero digno mensaje–inspirado en el más puro evolucionismo social– el Che pu-do hacer en la apertura del primero de sus discursos en laConferencia de la OEA, en Punta del Este (8 de agosto de1961):

«Quisiera también agradecer personalmente al señor presiden-te de la Asamblea el obsequio que nos hiciera de las obras com-pletas de Rodó y explicarle que no iniciamos esta alocución conuna cita de ese gran americano, por dos circunstancias. La pri-mera es que volvimos a Ariel después de muchos años, para bus-car algún pasaje que representara, en el momento actual, lasideas de alguien que, más que uruguayo, es americano nuestro,americano del río Bravo hacia el Sur, pero Rodó manifiesta en to-do su Ariel la lucha violenta y las contradicciones de los puebloslatinoamericanos contra la nación que hace cincuenta años ya,también estaba interfiriendo nuestra economía y nuestra liber-tad política» (IX, 41).

Guevara leyó desde joven y apreció la obra de los gran-des poetas del continente, entre ellos de modo particular ladel peruano César Vallejo y la del chileno Pablo Neruda.

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22. «Si a Rubén Darío se le consideró el mayor poeta de su tiempo, aJosé Enrique Rodó se le juzgó el mas grande de los escritores en prosa... Co-mo pensador, se le deben la original doctrina de la “ética del devenir” y susestudios sobre hechos y orientaciones de la vida social y la cultura en Amé-rica». Cit. por Pedro Henríquez Ureña, Historia de la cultura en la América hispáni-ca, México, 1963, p. 123.

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Recuerda José Aguilar:

«Se pasaba el día recitando a Neruda...».23

O Hilda Gadea:

«... tenía un amplio conocimiento de la poesía latinoamericana,recitaba con facilidad cualquier poema de Neruda, a quien ad-miraba mucho. Entre sus poetas preferidos estaban FedericoGarcía Lorca, Miguel Hernández, Machado, Gabriela Mistral, Cé-sar Vallejo, algunos argentinos como José Hernández, cuyo Mar-tín Fierro sabía completo de memoria; Jorge Luis Borges, Leopol-do Marichal, Alfonsina Storni y las uruguayas Juana de Ibarbou-rou y Sara Ibáñez» (op. cit., p. 46).

O el francocubano Alejo Carpentier, cuya formación ahon-daba en los más avanzados círculos literarios parisienses, enel surrealismo y en otras experiencias de vanguardia. Unanotable estimación expresó también por el poeta cubano Ni-colás Guillén, una de las voces más vivas del africanismo ydel negrismo latinoamericano.

Del guatemalteco Miguel Angel Asturias, Guevara leyó va-rios libros, entre ellos el Popol Vuh, El Señor Presidente.24 Perodebió apreciar ciertamente y en modo particular la novelaWeek-end en Guatemala (1956), ambientada en la época del Go-bierno de Árbenz y de su derrocamiento a consecuencia deuna invasión de mercenarios del imperialismo por parte deHonduras. Veremos en breve lo importante que fue aquelacontecimiento para la maduración político-revolucionariadel Che. Podemos imaginar por lo tanto la conmoción con laque debió revivir en la epopeya literaria aquel trágico acon-tecimiento, tan decisivo además para el futuro desarrollo dela revolución latinoamericana. Aquel libro fue una de las pri-merísimas obras que la Imprenta Nacional de Cuba publicódespués del triunfo de la Revolución (en septiembre de1960), con una elevada tirada. De paso, se puede recordartambién el profundo interés de Asturias, en sus años juveni-les, por la cultura y la civilización precolombina de los mayas.

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23. José Aguilar, «La niñez del Che», en Granma, 16 de octubre de 1967. 24. Hilda Gadea, op. cit., p. 43, que cita también las poesías de Landí-

var, El canasto del Sastre de José Mella, Pequeña sinfonía del nuevo mundo y Retornoal futuro, de Cardoza de Aragón. Libros todos que tenían que ver con Guate-mala, prestados por amigos venezolanos.

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Entre las corrientes contemporáneas de la narrativa lati-noamericana, al argentino Ernesto Sábato le corresponde unlugar especial, muy admirado por el Che y al que le escribióuna célebre carta, importante por sus referencias al proble-ma de la ideología revolucionaria (12 de abril de 1960):

«Estimado compatriota... cuando leí su libro Uno y el Universo,que me fascinó, no pensaba que fuera Ud. –poseedor de lo quepara mí era lo más sagrado del mundo, el título de escritor–quien me pidiera con el andar del tiempo una definición, una ta-rea de reencuentro...».25

«Lo más sagrado del mundo, el título de escritor...». Enaquella hipérbole está todo el itinerario de Guevara, de es-tudio y de amor por la cultura que hemos tratado de recons-truir hasta aquí. Y no se trata de una afirmación casual. Acen-tuaciones análogas de admiración por la función del escritorse encuentran en una carta del Che al poeta español LeónFelipe. Este morirá en 1968, en el exilio en México, a tiempo,sin embargo, para dedicar también él una poesía a la memo-ria del «guerrillero heroico»: El gran relincho.

«Maestro –le había escrito Guevara– hace ya varios años, al to-mar el poder la Revolución, recibí su último libro, dedicado porusted.

Nunca se lo agradecí pero siempre lo tuve muy presente. Tal vezle interese saber que uno de los dos o tres libros que tengo enmi cabecera es El ciervo; pocas veces puedo leerlo porque toda-vía en Cuba dormir, dejar el tiempo sin llenar con algo o des-cansar, simplemente, es un pecado de lesa dirigencia.

El otro día asistí a un acto de gran significación para mí. La salaestaba atestada de obreros entusiastas y había un clima dehombre nuevo en el ambiente. Me afloró una gota del poeta fra-casado que llevo dentro y recurrí a usted, para polemizar a ladistancia. Es mi homenaje; le ruego que así lo interprete» (21 deagosto de 1964, IX, 388-389).

Leamos estos párrafos de León Felipe que el Che citó dememoria, en la ceremonia de entrega de Certificados de Tra-bajo Comunista (15 de agosto de 1964):

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25. Carta a Ernesto Sábato, con comentarios de Ernesto Sábato y Anto-nio Melis, en Ideologie, 2/1967, pp. 135-142. En Escritos y discursos, IX, 375.

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«... el hombre es un niño laborioso y estúpido que ha converti-do el trabajo en una sudorosa jornada, convirtió el palo del tam-bor en una azada y en vez de tocar sobre la tierra una canciónde júbilo se puso a cavar... Quiero decir que nadie ha podido ca-var al ritmo del sol y que nadie todavía ha cortado una espigacon amor y con gracia» (VIII, 150).26

Sabemos ya que de aquel poeta republicano el pequeñoErnesto había oído hablar por primera vez en su casa y en lade los Aguilar, en los años de Alta Gracia. Allí, debemos aho-ra regresar.

5. La Medicina

En los años pasados en la región cordobesa, el jovenGuevara no se limita a leer y soñar. Estudia, trabaja y em-prende una serie de actividades muy diversas entre sí, algu-nas de las cuales serán bien pronto abandonadas. Vale la pe-na, no obstante, citarlas.

Estudia diseño por correspondencia en el Instituto Olivade Buenos Aires. Una carpeta con sus primeros trabajos tie-ne fecha del año 1942.

Estudia grafología, imitando probablemente un análogointerés del padre. Éste recuerda una frase elegida por Ernes-to para confrontar los cambios de su grafía a través de losaños. Sacada de una historia cualquiera de la Revoluciónfrancesa, uno de aquellos pasajes citaba:

«Creo tener la fuerza suficiente –y la siento en estos momentos–para subir al patíbulo con la cabeza erguida. No soy una víctima,soy un poco de sangre que fertiliza la tierra de Francia. Me mue-ro porque tengo que morir para que el pueblo perdure» (op. cit.,p. 282).

Se apasiona por el juego de ajedrez y adquiere cierta ha-bilidad. En Argentina, por lo demás, aquel juego está muydifundido y cuenta con una fuerte tradición. De él dirá elmaestro Najdorf, respondiendo a las preguntas de un diariode Buenos Aires:

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26. El encuentro de Guevara con León Felipe, ocurrido en Ciudad deMéxico en 1955, es descrito en el libro de Ricardo Rojo Mi amigo el Che (1968)del que hablaremos más adelante.

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«¿Cómo jugaba? Era un jugador bastante fuerte. Prefería el jue-go agresivo y era dado a los sacrificios, pero bien preparados;por lo que puedo ubicarlo como de primera categoría» (op. cit.,p. 283).

Realiza varias actividades laborales para pagarse los es-tudios.

Toma lecciones de vuelo a vela y practica numerosos de-portes. Entre éstos prefiere la natación (en particular el esti-lo mariposa), el golf, el rugby, el alpinismo –y como es obviotratándose de un argentino– el fútbol. De aquel ritmo frené-tico de actividades, estudios e intereses, dirá el padre mu-chos años después:

«Muchas veces he pensado de dónde sacaba el tiempo para ha-cer esas cosas. Estudiaba en el colegio nacional, leía toda clasede libros, novelas, aventuras y toda clase de literatura. Además,estudiaba Filosofía y Arqueología. Sin dejar los estudios jugabaal fútbol y al rugby; hacía excursiones a pie y a caballo, nadabay practicaba alpinismo y, de vez en cuando, en bicicleta o a pierecorría buena parte de la provincia de Córdoba. No terminó losestudios de dibujo. Había que pagarlos y en esa época andabaya bastante escaso de fondos. Buscó cualquier pretexto y pusopunto final a sus estudios en la academia» (op. cit., p. 263).

En marzo de 1947 Ernesto abandona un momentáneo in-terés por la ingeniería y se matricula en Medicina, en la Uni-versidad de Buenos Aires. Hace dos años que la familia sehabía trasladado a aquella ciudad.

De paciente de un célebre alergista –el doctor SalvadorPisani– se transforma en su colaborador. Comienza así a tra-bajar en la clínica en la que Pisani lleva a cabo una investiga-ciones sobre la desensibilización de los alérgicos, utilizandovacunas preparadas en laboratorio a base de alimentos se-midigeridos.

En 1951 es contratado como enfermero en la flota mer-cante del Estado. En enero de 1952 parte en motocicleta conAlberto Granado. El motivo oficial es la visita a algunos céle-bres lazaretos. Esto basta para que el periódico El Austral deTamuco (Chile) publique un artículo con un título altisonante:«Dos expertos argentinos en leprología recorren Sudaméricaen motocicleta» (19 de febrero de 1952).

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En Lima son recibidos por el doctor Pesce, un especialis-ta en lepra de fama internacional. Visitan allí el ambulatorio,pero Guevara ya comienza a pensar en otra cosa, teniendoen cuenta que el doctor Pesce admira sobre todo su «culturamarxista formidable y su gran habilidad dialéctica». En Brasilvisitan el lazareto de San Pablo, en el río Amazonas. Ver laspáginas correspondientes dedicadas por Granado, en el dia-rio de viaje ya citado, a la estancia junto a aquellos leprososy a la despedida de ellos. Ernesto habla de aquellas expe-riencias en una carta a su padre:

«... el viento de la leprología se me ha metido con alguna inten-sidad y no sé por cuánto tiempo. Es que despedida como la quenos hicieron los enfermos de la leprosería de Lima es de las queinvitan a seguir adelante...

Todo el cariño depende de que fuéramos sin guardapolvo niguantes, les diéramos la mano como a cualquier hijo de vecinoy nos sentáramos con ellos a charlar de cualquier cosa o jugára-mos al fútbol. Tal vez te parecerá una compadrada sin objeto,pero el beneficio psíquico que es para uno de estos enfermostratados como animal salvaje, el hecho de que la gente los tratecomo seres normales es incalculable y el riesgo que se corre esextraordinariamente remoto».27

En agosto de 1952, Ernesto regresa en un vuelo de Miamia Buenos Aires, donde decide hacer en un breve período detiempo todos los exámenes que le faltaban. Realiza los quin-ce en siete meses. Casi todos son «clínicos», es cierto, peroentre ellos se destaca uno acerca de una patología generalmédica importante por su objeto de estudio. En un año segradúa con una tesis sobre las alergias. Y es «un médico» elque sale inmediatamente hacia un nuevo viaje.

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27. La carta es del 4 de junio de 1952. Un año antes (7 de junio de 1951)había sido puesto en escena en París, El Diablo y el Buen Dios de Sartre. En eldrama, el gran Goetz, el héroe sin términos medios –feroz como capitán dela suerte y abyecto como penitente– se somete en el segundo acto a una«compadrada» análoga, con el tristemente famoso beso del leproso. Es unaprueba a la que se somete para sentirse humano y hermanado con los hu-mildes (no lo logrará, sin embargo, y volverá entonces a combatir). Algo deaquel estado de ánimo y de aquel inolvidable personaje se halla en el mo-do en el que Guevara habla en las cartas de sus propias «inútiles compadra-das» con los leprosos.

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En Guatemala, a principios de 1954, empieza a trabajaren torno al proyecto de un libro sobre La función del médico enLatinoamérica, mientras prepara una bibliografía sobre la hia-luronidasa. En abril escribe una carta a su madre en la que seadvierte que el compromiso político comienza a precisarse ya profundizarse, prevaleciendo sobre otros intereses. Tam-bién su horizonte profesional comienza como consecuencia ahacerse más confuso:

«De dos cosas estoy seguro: la primera es que si llego a la eta-pa auténticamente creadora alrededor de los treinta y cincoaños, mi ocupación excluyente, o principal por lo menos, será lafísica nuclear, la genética, o una materia así que reúna de lo másinteresante de las materias conocidas; la segunda es que Amé-rica será el teatro de mis aventuras con carácter mucho más im-portante de lo que hubiera creído».

Sabemos cuál de las dos direcciones debía prevalecer.No obstante, en diciembre, el libro sobre la función del mé-dico parece estar en una fase avanzada (llega a redactar unassesenta páginas del mismo, según lo que recuerda Hilda Ga-dea, op. cit., p. 35). Mientras termina dos investigaciones einicia una tercera sobre las alergias, escribe entonces a sumadre:

«En el terreno científico estoy con mucho entusiasmo y lo apro-vecho porque esto no dura... muy lentamente, sigo juntandomaterial para un librito que verá la luz –si la ve– dentro de va-rios años y que lleva el pretencioso título de: La función del médi-co en Latinoamérica. Con algo de autoridad puedo hablar sobre eltema ya que, si no conozco mucho de medicina, a Latinoaméri-ca la tengo bien jurada. Por supuesto, fuera del plan general detrabajo y de unos tres o cuatro capítulos no hay nada más, peroel tiempo me sobra».

Sobre este asunto lee un libro de Maxence Van deerMeersch, titulado Cuerpos y almas. Ya le fascinan definitiva-mente la rama de la «medicina social» y la cuestión de la de-ontología profesional del médico. Él, por lo demás, conside-ró siempre inmoral el hecho de cobrar privadamente por losservicios y más en general el desempeñar la profesión porrazones de lucro. Rechaza también el entrar a trabajar en unalaboratorio farmacéutico, acerca del cual le escribe a su tíaBeatriz (9 de abril de 1955):

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«Del puesto famoso que me ofreciste en cartas reiteradas, sólopuedo decirte –para poner la pizquita de seriedad– que pese atodo mi vagabundaje, mi informalidad reiterada y otros defec-tos, tengo convicciones profundas y bien definidas, esas convic-ciones me impiden hacerme cargo de un puesto del tipo deldescrito por vos, pues esas son cavernas de ladrones de la peorespecie, ya que trafican con la salud humana que se supone es-tá bajo mi calificada custodia».

Publica algunos trabajos de carácter científico sobre lasalergias, explotando parcialmente la fama del doctor Pisani yel hecho de haber colaborado durante años en su laboratorio.

Un cambio singular tiene también lugar en el lenguajede sus cartas. Términos como subconsciente, yo y otras expre-siones sacadas directamente del vocabulario del psicoaná-lisis, aparecen ahora con frecuencia, con naturalidad extremay sin forzamientos intelectuales. Evidentemente las lecturasde Freud, iniciadas en la casa paterna entre los 14 y los 15años, comienzan a germinar, transformando la percepciónque Guevara tiene de sí mismo. No parece, de todos modos,ser el médico quien emplea aquellos términos, sino másbien el estudioso que, impulsado por la insatisfacción haciael lenguaje corriente, tiende ya a adquirir una terminologíapsicoanalítica. Hilda Gadea dirá:

«Ernesto era partidario de Freud y de su interpretación de la vi-da teniendo como fundamento los problemas sexuales» (op.cit., p. 55).

En la Guatemala de Árbenz, Guevara se entusiasma porla experiencia de democratización popular en curso y ponesus propias capacidades profesionales a disposición del go-bierno. Entra por lo tanto en el servicio médico de urgencia,aunque al mismo tiempo se inscribe en las brigadas juveni-les para el adiestramiento militar.

La victoria de Castillo Armas cambia radicalmente la si-tuación de Ernesto, también en cuanto al perfil profesional.Él se ve obligado a refugiarse en la Embajada argentina, des-pués a ocultarse, y finalmente a considerar la medicina sólocomo la posibilidad de encontrar un trabajo inmediato. Es-cribe en efecto a la madre que él se contentaría también conpoder obtener «de contrabando» un empleo de médico ruralcerca de la capital.

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En el plano de la investigación científica comienza a dar-se cuenta de que sus conocimientos académicos y sus pasa-das experiencias con Pisani son insuficientes con respecto alcamino que la ciencia médica ha recorrido en este tiempo,por ejemplo en Estados Unidos y en particular en el campoque a él le interesa.

Presenta una nueva investigación en un congreso de aler-giología y obtiene una beca de estudios en el Hospital Ge-neral de Ciudad de México. El 27 de mayo de 1955, en unacarta a su padre, habla aún en términos especializados y pro-fesionales de sus investigaciones:

«Después de presentar mi trabajo... me largué a tratar de de-mostrar in vitro la presencia de anticuerpos en los alérgicos (creoque fracasaré); a tratar de fabricar los llamados propectanes, unpoco de alimento digerido en tal manera que si lo come el en-fermo, luego el alimento completo no le hace mal (creo que fra-casaré); un intento de demostrar que la hialuronidasa –a ver sisabés tanto como decís– es un factor importante en el mecanis-mo productor de la enfermedad alérgica (es mi más cara espe-ranza), y dos trabajos en colaboración, uno imponente con el ca-po de la alergia de México... y otro trabajo con uno de los bue-nos químicos que hay en México sobre un problema del cual só-lo tengo la intuición, pero creo que va a salir algo muy impor-tante. Eso es mi panorama científico».

Por otros pasajes de la misma carta se puede deducirquiénes son los «químicos» y las «intenciones» con los quetrabaja en México. El «químico» es uno principalmente: el ge-neral Bayo, ex combatiente de la Guerra Civil española, encar-gado del adiestramiento militar del grupo de exiliados cuba-nos organizados por los hermanos Castro. La «intuición» con-siste en participar en un desembarco insurreccional en la islade Cuba. Es ésta, por otra parte, también la época en la quese hace verdaderamente sistemático el estudio de la obra deKarl Marx, hacia la que regresaremos.

La medicina, sin embargo, se aleja repentinamente de lascartas a los familiares. Él mismo describe las razones de estatransformación en una carta a su madre, en septiembre de1956:

«Después de éstas saldré hecho un tanque en cuestiones eco-nómicas aunque me haya olvidado de tomar el pulso y auscul-tar... Mi camino parece diferir paulatina y firmemente de la me-

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dicina clínica, pero nunca se aleja tanto como para no echarmemis nostalgias de hospital. Aquello que les contaba del profe-sorado en fisiología era mentira pero no mucho... De todas ma-neras ahora si pertenece al pasado. San Carlos (Marx) ha hechouna aplicada adquisición.

Del futuro no puedo hablar nada. Yo, en tren de cambiar el or-denamiento de mis estudios: antes me dedicaba mal que biena la medicina y el tiempo libre lo dedicaba al estudio en formainformal de San Carlos. La nueva etapa de mi vida exige tam-bién el cambio de ordenación; ahora San Carlos es primordial,es el eje, y será por los años que el esferoide me admita en sucapa más externa; la medicina es un juego más o menos diverti-do e intrascendente...».

Concluye confesando haber renunciado a terminar el li-bro acerca de la función social del médico. Ya no puede se-guir aprobando tampoco la parte ético-política de aquel tra-bajo. Bien distinta es la «medicina social» que ahora le pare-ce practicable y necesaria.

(Años después de la victoria de la Revolución cubana, sinembargo, sentirá añoranza por la pérdida de los capítulosque ya estaban listos de aquel libro, otorgándoles su vali-dez).

«... cuando las papas queman de verdad y entonces sabrás quetu hijo, en un soleado país americano, se puteará a sí mismo porno haber estudiado algo de cirugía para ayudar a un herido y pu-teará al gobierno mexicano que no lo dejó perfeccionar su yarespetable puntería para voltear muñecos con más soltura. Y lalucha será de espaldas a la pared, como en los himnos, hasta“vencer o morir”. Te besa de nuevo con todo el cariño de unadespedida que se resiste a ser total, tu hijo».

La carta llega a su destino cuando el desembarco delGranma ha ya fracasado y los periódicos de todo el mundoanuncian la muerte de Fidel Castro con su grupo de teme-rarios. Hay, sin embargo, algo de verdad, ya que una partede la vida de Ernesto Guevara parece ya definitivamentemuerta.

La carta a su madre de septiembre de 1956 contiene laúltima referencia significativa a la medicina. En los años si-guientes, las raras veces que Guevara tendrá ocasión de vol-

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ver al asunto, se limitará a hacer referencia al mismo, sin ma-nifestar un interés particular o una nostalgia por aquella vo-cación profesional frustrada.28

Será él el médico de la Sierra, del que en aquella épocahablarán los periódicos de todo el continente. La fotografíaque acompaña al célebre servicio periodístico de HerbertMatthews para el New York Times lo representa junto a Fidel ylos otros con la acotación: «El médico argentino de la expedi-ción, Ernesto Guevara».

Pero él se libra de aquella función sólo en la fase inicial.En los Pasajes de la guerra revolucionaria, relatará el episodio desu «histórica» decisión de abandonar la cajita de los medi-camentos, para recuperar la de los proyectiles, en la embos-cada de Alegría de Pío:

«Quizás esa fue la primera vez que tuve planteado práctica-mente ante mí el dilema de mi dedicación a la medicina o a mideber de soldado revolucionario» (II, 11).

En otra ocasión, en homenaje a la memoria de CamiloCienfuegos y recordando los primeros días después del de-sembarco, parece admitir de mala gana: «En aquella épocayo era más médico que combatiente...».

A continuación, algunas referencias a la actividad comomédico del Che, entre sus Pasajes de la guerra revolucionaria:

«En aquella época tenía que cumplir mis deberes de médico yen cada pequeño poblado o lugar donde llegábamos realizabami consulta. Era monótona pues no tenía muchos medicamentosque ofrecer y no presentaban una gran diferencia los casos clí-nicos de la Sierra, mujeres prematuramente avejentadas, sindientes, niños de vientres enormes, parasitismo, raquitismo,avitaminosis en general, eran los signos de la Sierra Maestra.

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28. Por ejemplo con la especialista en psicología del trabajo, en las con-versaciones taquigráficas en el Ministerio de Industrias en 1964: «Yo quierocontestarle una carta a la doctora nada más, no para establecer una contro-versia científica, pues hace mucho tiempo que abandoné ese campo en elque nunca fui muy brillante...». El Che en la Revolución cubana, La Habana, 1967,VI, p. 541.

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Recuerdo que una niña estaba presenciando las consultas quedaba a las mujeres de la zona... La niñita, cuando llegó su ma-má, después de varios turnos anteriores a los que había asisti-do con toda atención en la única pieza del bohío que me servíade consultorio, le chismoseó: “Mamá, este doctor a todas les di-ce lo mismo”.

Y era una gran verdad; mis conocimientos no daban para muchomás, pero además, todas tenían el mismo cuadro clínico y con-taban la misma historia desgarradora sin saberlo» (II, 80-1).

«El día 26 de junio debuté como odontólogo, aunque en la Sie-rra me daban el más modesto título de “sacamuelas”; mi prime-ra víctima fue Israel Pardo... Se sumaba a mi poca pericia la fal-ta de “carpules”, de tal manera que había que ahorrar mucho laanestesia y usaba bastante la “anestesia psicológica”, llamandoa la gente con epítetos duros cuando se quejaban demasiadopor los trabajos en su boca» (II, 111).

En enero de 1959, pocos días después de la entrada delEjército Rebelde en La Habana, el Colegio Médico Nacionalde Cuba decide entregarle al Che el título de Medicina hono-ris causa. Modesto y esquivo, su discurso de agradecimientodeja traslucir sólo un interés inmediato por el desarrollo dela medicina social en Cuba y pocas palabras de reconoci-miento «al aporte de sangre y hombres» hecho por la «cate-goría de los médicos» a la Revolución. En una vaga y melan-cólica referencia a su pasado, se limita a constatar: «Si mi vi-da hubiera seguido los canales de la ciencia, no habría nuncallegado hasta aquí».

En realidad, sus relaciones con «la ciencia» no terminanen absoluto con la victoria de la Revolución cubana, sino quepor el contrario sacan de ella un estímulo ulterior en el senti-do de una profundización y una ampliación hacia disciplinasanteriormente ignoradas. El abandono de la medicina no im-pide al Che, Ministro de Industrias, tomar lecciones de cos-tos y organización productiva, de economía, de matemática yde programación con el estudioso Harold Anders.

En el grupo guerrillero de Bolivia, el médico es un cuba-no que resulta encontrarse, sin embargo, bien pronto en pe-nosas condiciones físicas. A través del diario del Che esta-mos informados de que él mismo desempeña en primerapersona una función tal, realizando intervenciones médicas yquirúrgicas de cierta complejidad. Desde las extracciones de

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dientes a Camba, Arturo, Chapaco y otros (“Día estomatológi-co”, titula por ejemplo el Diario del 17 de septiembre de1967), a la curación de una supuración en la rótula de Raúl(con extracción de líquido purulento), hasta el desesperadointento de intervención quirúrgica en el hígado y en los in-testinos de Tuma (21 de junio).

Realizadas con lo que se tenía a mano, estas intervencio-nes requerían a fin de cuentas una formación clínica que nopodía ser, para el Che, la aprendida por los libros en la Uni-versidad de Buenos Aires. Es evidente, por lo tanto, que élse había sometido a un adiestramiento médico particular, enel período preparatorio de la expedición del Granma y quizásnuevamente antes de la boliviana.

No obstante, este tardío retorno a la medicina «de cam-po», no le impedirá llevar consigo, a la guerrilla, provisionesinsuficientes de medicamentos con los que se atendía el as-ma. Se ve así obligado a soportar hasta los últimos días el su-frimiento y los ataques insoportables de aquel mismo malque lo había acompañado durante toda su vida, desde lasaguas del Paraná hasta las del Ñancahuazú. Consigo mismo,al menos, Guevara no fue nunca un buen médico.

6. La tradición latinoamericana

Es imposible imaginar una corriente de pensamiento re-volucionario, nacida en un país cualquiera de América Latina,que no haya tenido en un punto determinado de su desarro-llo una proyección continental. Se podría además ir más alláy decir que la dimensión supranacional ha presidido –demodo más o menos determinante– la formación de todos losmodelos interpretativos de las distintas realidades históricasy sociales de la América Latina producidas y formuladas enel último siglo y medio o algo más: desde las primeras gue-rras de independencia a nuestros días. Y esto queda implíci-to prescindiendo de la orientación política –conservadora oprogresista– de los pensadores ocupados en la construcciónde tales modelos teóricos. Algunos autores, con una restrin-gida visión nacionalista, fácilmente localizables país por país,constituyen la excepción de una línea de continuidad que haadquirido ya un valor histórico.

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La insubordinación de las jóvenes burguesías criollas y larebeldía contra el oscurantismo de las metrópolis coloniales,española y portuguesa, han siempre impulsado casi espontá-neamente a las nuevas élites emergentes a la realización deuna valoración teórica de la orgánica y sistemática unidaddel universo del discurso social, derivado de los orígenes dela Ilustración europea (Rousseau en primera fila) y seguida-mente del positivismo. El mismo marxismo latinoamericanoadquirirá una irreversible proyección continental ya por obrade su primer gran exponente, el peruano José Carlos Mariá-tegui (basta pensar en los Siete ensayos de la interpretación de larealidad peruana).

No es por lo tanto en la dimensión continental del pen-samiento político de Guevara donde se plantea una presun-ta originalidad suya o una repentina apertura de respiro teó-rico, como ha sido ingenuamente y por varias partes subraya-do en la literatura compilada con gran prisa inmediatamentedespués de su muerte.

Aquella dimensión era ya un dato adquirido por la for-mación del pensamiento del Che, como lo había sido porFidel Castro y muchos otros exponentes del radicalismo lati-noamericano de la posguerra y que sería aquí demasiado lar-go enumerar. Si acaso hubo originalidad en la misma, es másbien buscada en el intento realizado por Guevara de conju-gar aquella tradición continental con algunas de las corrien-tes más dinámicas –y al mismo tiempo más avanzadas– delmarxismo europeo contemporáneo con él. Un proceso pocolineal y muy sufrido del que volveremos a hablar.

Aquí nos interesa, sin embargo, reconstruir –aunque seasomeramente– la relación que vinculaba su pensamiento envías de formación con el patrimonio teórico de la tradiciónlatinoamericana, que surge a partir de los análisis ofrecidospor el mismo Guevara. Con la advertencia preliminar, sin em-bargo, de que es muy escaso el material producido por él ydedicado explícitamente a estas cuestiones, sobre todo si seconsidera la incidencia que el hecho de descubrir nueva-mente las tradiciones autóctonas tuvo en el transcurso de suagitada juventud.

Y en efecto, más allá de los pocos escritos orgánicos so-bre la cuestión, se podrían captar manifestaciones concretasde aspiraciones a una misión continental, precisamente en

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los dos viajes «de aventuras» por las varias repúblicas lati-noamericanas, realizados por él antes de la Revolución cuba-na. No caben dudas, al menos para nosotros, de que con el«tercero» de aquellos grandes viajes, iniciado en los montesde Bolivia y destinado a un desarrollo insurreccional intercon-tinental –para usar una expresión sacada del Diario boliviano–el Che esperaba llevar también a una realización práctica unitinerario suyo personal de vida y de pensamiento, iniciadoen aquella misma Cordillera andina quince años atrás. Con-creto y visionario hasta el extremo, no por casualidad fue vis-ta en él una de las máximas expresiones de revolucionarismo«pragmático».29

En abril de 1954, ya en la época del segundo viaje, se ha-bía confiado con su madre, escribiendo:

«América... realmente creo haber llegado a comprenderla y mesiento americano con un carácter distintivo de cualquier otropueblo de la tierra».

Pero también para Guevara –como para muchos otros co-nocidos exponentes del pensamiento social latinoamerica-no– el descubrimiento de la dimensión continental comenzóa partir del «indianismo», cabe decir del estudio y de la difu-sión extraterritorial de los valores y de las costumbres de lasprimitivas sociedades indígenas. Un procedimiento teórico-antropológico que ha adquirido una dignidad literaria conAsturias, estudioso apasionado de la sociedad aborigen delos mayas, o que tuvo un ilustre precedente político en laformación de la APRA de Haya de la Torre.

Es probable que en la biblioteca del joven Ernesto, juntoa las novelas de aventuras tradicionales de la cultura «occi-dental», hubiese también historias y relatos ambientados enel mundo de las luchas entre indios y españoles, sobre cuyamitificación floreció en el siglo anterior una vasta cosecha li-teraria. De modesto nivel en general, pero suficiente paraencender las fantasías de un joven; y éste estará mucho másdispuesto a apasionarse por la novela de aventuras, a medi-

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29. Por ejemplo, en la entrevista con Laura Berquist, en Look, 8 de no-viembre de 1960.

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da que se vaya sintiendo ligado a los orígenes de su gente,de su tierra.

Entre las muchas novelas de ambientación indoamerica-na, conocidas y posibles de hallar en los años de vida de Al-ta Gracia, el joven Ernesto podría haber leído –como títulosque citamos aquí a modo ejemplificativo– La cruz y la espada,escrita en el Yucatán por Eligio Ancona, o la más célebre ensu género, Enriquillo, del dominicano Manuel de Jesús Galván.

Hemos ya recordado el interés de Guevara por los Co-mentarios reales del Inca Garcilaso de la Vega. Hijo de un capi-tán español y de una mujer inca de sangre real, él mismo eli-gió deliberadamente su sobrenombre indígena, sobre todopara reivindicar con orgullo la mezcla de sangre en sus pro-pias venas, que hacía de él un mestizo, una especie de pariaen la sociedad española del siglo XVI.

Su particular experiencia existencial, unida a una profun-da formación cultural en base a textos del humanismo euro-peo, le suministró los instrumentos para echar los cimientoshistóricos –y prehistóricos– de un tema muy avanzado parasu época: para reivindicar el valor cultural y universal de lafusión, que tuvo lugar con la Conquista, del mundo espiritualde los incas y el cristiano de los españoles.

A pesar de tener algunas ambigüedades «pro-occiden-tal», el libro del Inca Garcilaso se puede considerar como elprimer gran fresco indigenista en la historia cultural de Amé-rica Latina. Y como tal fue ciertamente recibido por el Gueva-ra de veinticuatro años que lo leyó en Perú y sobre todo lodiscutió con un maestro de Puno, un aprista perseguido porel gobierno, estudioso de las tradiciones indígenas locales yde origen indio a su vez. Nos habla el Che en su diario deviaje con Granado:

«La voz inspirada del maestro adquiría sonoridad extraña cuan-do hablaba de sus indios, de la otrora rebelde raza aimará, y ca-ía en profundos baches al referirse al estado actual del indioidiotizado por la civilización y por sus compañeros impuros –susenemigos más acérrimos– los mestizos, que descargan sobreellos todo el encono de no ser nada definido...

El destino de esos infelices es vegetar en algún oscuro puestode la burocracia y morir con la esperanza de que alguno de sushijos, por milagrosa acción de “la gota” conquistadora que aho-

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ra llevan en su sangre, consiga llegar a los horizontes que él an-heló y que llena hasta el último momento de su vida».

A partir del momento en el que el interés se hace arqueo-lógico y la antigua civilización indoamericana asume las for-mas físicas –concretas de los hallazgos y de los monumentosvisitados por primera vez en Bolivia y en Perú– es otro tipode literatura la que comienza a ejercer una significativa in-fluencia en Guevara: las investigaciones con fondo prehistó-rico e histórico social acerca del imperio de los incas y laConquista, como las de Hiram Bingham o las de Louis Bou-din, ya recordadas al hablar del surgimiento de su gran pa-sión por la arqueología.

Pero queriendo dar a aquella pasión una dimensión másamplia, «antropológica» en el verdadero sentido del término–y siguiendo así una línea de desarrollo que efectivamentemadura en el joven Guevara viajero– se podría entonces aña-dir la obra ya conocida del argentino Joaquín González (1863-1923), que fue ciertamente leída y apreciada.

González alcanzó la celebridad con Mis montañas, una se-rie de cuadros a modo de fondo descriptivo, casi paisajístico,dedicados a las costumbres de aldea, a los modelos de vidaandinos y sobre todo, por primera vez, al ambiente naturalcaracterístico. Que no se trataba de una invención literariaextemporánea, queda demostrado por el hecho de que elmismo escritor argentino había volcado los resultados de susinvestigaciones sobre los orígenes y los mitos de las leyen-das locales, en una obra dirigida a valorar la herencia de losmismos para el proceso de formación cultural de la Argentinamoderna. Aquel trabajo se titulaba La tradición nacional.

En mayo de 1954, Ernesto escribe desde Guatemala a sumadre, de regreso de una de sus numerosas visitas a restosde monumentos precolombinos (en el Salvador, en esta oca-sión):

«Hay unas ruinas chicas pero muy bonitas. Aquí ya quedé total-mente convencido de lo que mi americanismo no quería con-vencerse: nuestros papis son asiáticos... Hay unas figuras en ba-jo-relieve que son Buda en persona y, todas las características lodemuestran, perfectamente iguales a las de antiguas civilizacio-nes indostánicas».

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Estas anotaciones de viaje adquieren un significado par-ticular si se piensa que es en aquel mismo período en el queGuevara lee la novela indianística Huasipungo de Icaza, de laque ya se ha hablado, sacando de ella ciertamente inspira-ción para una concepción política más dinámica y actualizadade los destinos de la población indoamericana. Ésta es vistaya no más como raza, sino como proletariado, real o potencial,en todo caso explotado y despreciado, por lo tanto tambiéncomo sujeto social susceptible de una rápida maduración re-volucionaria.

En las discusiones sobre este asunto con Hilda Gadea, yen una polémica con sus amigos apristas, Guevara utilizaciertamente los escritos de Mariátegui dedicados a los indiosy al indianismo, publicados en la revista peruana cuyo signi-ficativo nombre es el de Amauta.30 Por lo demás, hemos yaobservado que mientras Ciro Alegría (El mundo es ancho y aje-no) representa el punto de vista del aprismo, optimista y«modernista» con respecto al futuro de las comunidades in-dias, Jorge Icaza aparece como el intérprete de la vertienteopuesta, «infrarrealista» como fue llamado. Huasipungo con-cluye con una sublevación de los indios y con la masacre delos mismos, sin que nada se salve de los valores y de la hu-manidad que reinaba al inicio de la lucha. Esta segunda no-vela ejerce, sin embargo, una enorme influencia sobre elChe, también por el lugar y el momento histórico en el quelo lee: en la Guatemala de Árbenz. Ha llegado a decirse, conuna analogía un tanto audaz, que esta obra podría haber te-nido en su formación una influencia similar a la que Les pay-sans de Balzac tuvo en las ideas de Marx con respecto a loscampesinos.31 Comprobaremos más adelante hasta que pun-to esto pudiera ser cierto.

El hecho de descubrir de nuevo el valor antimperialistacontinental –en el plano programático y no ya sólo propagan-dístico– de la ideología de las guerras independentistas an-tiespañolas del siglo XIX, fue un producto político de la Re-volución cubana. En ausencia de una precisa referencia cul-tural e institucional de tipo partidista, ante la urgencia de

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30. “Sabio” de los Incas. 31. Cfr. Michael Löwy, La pensée de Che Guevara, París, 1970, p. 120.

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adecuar la cuestión política a una realidad social en rápidatransformación y en el rechazo a modelos de pensamientode «ortodoxia marxista-leninista» de importación soviética,el grupo dirigente fidelista decide formular una opción ideo-lógica particular. Y así, inmediatamente después de la con-quista del poder, comenzó a actualizar, valorar y si era nece-sario volver a escribir, con óptica retrospectiva, las páginasmás significativas y gloriosas de la guerra antiespañola cuba-na y continental. Y todo esto para encontrar nuevamente enel pensamiento de sus inspiradores las matrices ideológicasque justificaran las nuevas orientaciones políticas y las trans-formaciones en curso. El proceso resultó ser después muchomás difícil y complicado de lo que habían podido prever losdirigentes guerrilleros de la Sierra.32

Por más discutible, arbitraria y, a menudo, ingenuamen-te aplaudida que haya sido, el descubrir de nuevo la tradi-ción independentista, tuvo en Cuba un itinerario original ysignificativo. Bajo lo apremiante de los acontecimientos, lamisma tuvo que transformarse en la Primera y sobre todo enla Segunda Declaración de La Habana (1960 y 1962); aunqueabiertos en nombre de José Martí, estos textos se convirtie-ron en una explícita elección de campo a favor del socialismoy en un manifiesto político revolucionario. Tras la huella deaquellas declaraciones, y a través de la contribución de estu-diosos procedentes también de otros países de América La-tina –generosamente acogidos en revistas y publicacionescubanas, en aquella época muy difundidas y apreciadas– eldescubrir de nuevo la tradición independentista se hizo in-mediatamente supranacional, cabalmente continental.

El Che vivió en primera persona este proceso de transfor-mación ideológica, aportándole de su cosecha solamente unamayor cautela y una instintiva desconfianza hacia los excesospotenciales o ya visibles de aquel «supranacionalismo conti-nental», susceptible a fin de cuentas de deformaciones sim-plificadoras, a merced de un molde patriótico o local. Esto ex-plica también la sobriedad con la que los nombres o las figu-ras de los grandes dirigentes de las guerras de independen-cia –Artigas, Bolívar, Martí, Maceo, etc.– se repiten en sus mu-

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32. Para esta cuestión, ver el tercer capítulo de nuestro Storia di Cuba. So-cietà e politica dalle origini alla rivoluzione, Roma, 1987.

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chos escritos y discursos. Una incidencia que parece aún másmodesta si se compara con análogas referencias a Marx y a latradición del pensamiento marxista, literalmente disemina-das por su vasta obra teórica; insignificante, además, si seconfronta con la presencia de aquellos Libertadores en losdiscursos de Fidel Castro.

En lo que respecta a Guevara, los nombres de los gran-des caudillos de la independencia antiespañola de iniciosdel siglo XIX aparecen por primera vez de forma sistemáticay políticamente significativa, en un discurso del 17 de agostode 1961, efectuado en la Universidad de Montevideo, enUruguay. Para una total comprensión de aquel discurso, sinembargo, debemos examinar preliminarmente algunos ante-cedentes muy significativos.

Respondiendo a una carta del escritor argentino ErnestoSábato33 (12 de abril de 1960), el Che afronta por primera vezcon cierta atención el problema de las raíces ideológicas dela Revolución cubana, deteniéndose en el papel subordina-do de la intelectualidad insular y subrayando sus evidentesanalogías con el caso argentino. Él declara confiar por el mo-mento a su manual de la Guerra de guerrillas la esperanza depropiciar una mejor comprensión del proceso de formacióndel grupo de la Sierra. Y él mismo sintetiza el modesto patri-monio teórico de aquel grupo en fórmulas inequívocas:

«... esta Revolución es la más genuina creación de la improvisa-ción... el caos más perfectamente organizado del universo».

En el transcurso de la carta, Guevara alude también auna tímida analogía entre el radicalismo argentino de Irigo-yen y el de Chibás, el maestro espiritual de Fidel Castro y detoda una generación de revolucionarios cubanos. Concluyedespués con un llamamiento implícito a la necesidad de rea-lizar un trabajo de análisis sistemático de la ideología de laRevolución cubana, anunciando al mismo tiempo los peligrosde una operación tal:

«Por eso tengo miedo de tratar de describir la ideología del mo-vimiento; cuando fuera a publicarla, todo el mundo pensaríaque es una obra escrita muchos años antes» (IX, 379).

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33. Ya citado. Véase p. 39, nota 25.

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Y por el contrario, aquella obra vio la luz pocos mesesdespués (en la revista de las Fuerzas Armadas Verde Olivo, oc-tubre de 1960), con el título muy comprometedor de «Notaspara el estudio de la ideología de la Revolución cubana”. Lamisma parecía escrita, sin embargo –contrariamente a lo quetemía Guevara– muchos años después y no antes de la Revolu-ción. Contenía en efecto una reconstrucción a posteriori deun proceso de formación y maduración teórica, que en reali-dad no había existido nunca en el Movimiento 26 de julio, ytrataba artificialmente de llevar la inspiración revolucionariadel grupo dirigente castrista a una presunta continuidad demétodo con el marxismo (aunque fuese con todas las distin-ciones y las cautelas que requería el caso).

Lo más sorprendente, sin embargo, era que aquel inten-to de justificación teórica estaba completamente carente dereferencias a los teóricos y a la tradición de las guerras an-tiespañolas. En esta obra había sólo un breve inciso sobreBolívar y México, pero colocado en función de un juicio acer-ca de Marx y Engels, y no por una alusión explícita a la tradi-ción de los Libertadores, que la propaganda oficial habríapor el contrario, y sin titubeos, indicado como los «auténti-cos» inspiradores de la ideología de la revolución.

La instrumentalización que se ha hecho de este texto delChe, ha impedido siempre poder captar estas evidentes in-congruencias. Y sin embargo, un análisis más cuidadoso deaquella vaga referencia a Marx, Engels y Bolívar habría ayu-dado a esclarecer –aunque no a resolver– algunos aspectoscontradictorios del análisis propuesto por Guevara. Relea-mos el párrafo en cuestión:

«A Marx, como pensador, como investigador de las doctrinas so-ciales y del sistema capitalista que le tocó vivir, pueden, evi-dentemente, objetársele ciertas incorrecciones. Nosotros, los la-tinoamericanos, podemos, por ejemplo, no estar de acuerdocon su interpretación de Bolívar o con el análisis que hicieranEngels y él, de los mexicanos, dando por sentadas incluso cier-tas teorías de la raza o la nacionalidad inadmisibles hoy...».34

¿De qué se trata?

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34. Obras 1957-1967, La Habana, 1970, II, pp. 93-94.

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Marx se había ocupado efectivamente también de Bolí-var. Lo hizo redactando algunas voces de la New American Cy-clopaedia, publicada en 16 volúmenes en New York, entre 1858y 1863. La coordinaba Charles Anderson Dana, un periodistaprogresista norteamericano, dirigente durante una veintenade años del New York Daily Tribune. Entre las voces significati-vas para comprender la alusión de Guevara, estaban las de«Ayacucho», elaborada junto con Engels, y «Bolívar», queMarx redactó sólo, haciendo cierto énfasis en las aspiracionesdictatoriales del aristocrático venezolano, su autoritarismoideológico y las evidentes tretas bonapartistas que aparecie-ron en todo el asunto de Nueva Granada, en su relación conSan Martín, y en sus mismas y más célebres declaraciones.

Aquel corte crítico no le gustó tampoco a Dana, que plan-teó dificultades para la publicación (y el pago) del texto so-bre el «Libertador», exigiendo de Marx esclarecimientosposteriores, fuentes justificadoras, en fin, una atenuación deltono. De esto estamos informados por el mismo Marx, que el14 de febrero de 1858 escribía a Engels desde Londres, utili-zando aquel tono franco y paradójico al que tan a menudorecurre en la correspondencia con el gran amigo:

«Dana establece dificultades a causa de una voz más bien largasobre “Bolívar“, porque iría escrita en partisanstyle, y pide mis aut-horities. Naturalmente se las puedo dar, aunque sea una extrañaexigencia. En lo que respecta al partisanstyle, es cierto que mealejé un poco del tono general de la enciclopedia. Ver alabado,como a un Napoleón I, al más vil, más vulgar y más miserableperdulario, era demasiado. Bolívar es el verdadero Soulou-que».35

De México, Marx y Engels se habían ocupado, sin em-bargo, de pasada, en el contexto de las observaciones de-

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35 En Marx-Engels, Obras completas, XL, 294 (traducción de la edición ita-liana (N. del T.). Faustin Elie Soulouque (1782-1867), negro y ex esclavo, fueelecto Presidente de la República en Haití, en 1847, autoproclamándose se-guidamente emperador con el nombre de Faustin I. Impuso al país una dic-tadura sanguinaria constituyendo a su alrededor una corte, a imitación –peroen realidad esto fue una trágica parodia– de la francesa. Depuesto por unainsurrección en 1858, logró salvarse y partir hacia el exilio.

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dicadas a la guerra con Estados Unidos y sobre todo por laexpedición que Napoleón III envió en apoyo a Maximilianode Austria (1863-1867). Los dos amigos expresaron en más deuna ocasión su estimación por las capacidades militares delgeneral Santa Ana y sostuvieron el derecho de Benito Juáreza no reembolsar los créditos franceses (Marx a Engels, 6 demayo de 1862). Se ocuparon después más en general de Mé-xico y de Perú por su historia de la «marca», realizando unacomparación entre las comunidades indígenas de aquellospaíses con análogas instituciones celtas y eslavas.

La referencia de Guevara, por lo tanto, puede solamentetener relación con el contenido de una carta de Marx a En-gels (2 de diciembre de 1854), en la que el ceñudo filósofode Tréveris se deja llevar por uno de sus imprevisibles ymordientes arrebatos de ira. Esta vez el objeto de su irrita-ción es la incapacidad militar tanto de los yanquis, como delos mexicanos, en el conflicto que los había enfrentado algu-nos años atrás:

«Sentimiento de independencia y habilidad individual de losyanquis, quizás incluso más que en los anglosajones. Ya losespañoles están degenerados. Pero ahora, un español degene-rado, es decir, un mexicano, es un ideal. Todos los vicios de losespañoles, fanfarronerías, baladronadas y quijotismo al cubo,pero sin aquella parte sólida que los mismos poseen.

La guerrilla mexicana es una caricatura de la española, y tam-bién las fugas de las regular armies están infinitamente por deba-jo. Como compensación, sin embargo, los españoles no han pro-ducido ningún talento como el de Santa Ana».36

Marx había apenas acabado de leer en aquellos mismosdías la Historia de la Conquista de México de Antonio de Solis, so-bre la expedición de Hernán Cortés, y The War with Mexico deRoswell Sabine Ripley, un oficial norteamericano que partici-pó en la guerra contra México de 1946-1948. De allí nació laidea de una confrontación «entre las dos conquistas» (Marx aEngels, 30 de noviembre de 1854), y de los recuerdos del se-

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36. Marx-Engels. Obras completas, XXXIX, 434 (traducido de la edición ita-liana) (N. del T.).

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gundo probablemente nació la indignación por el desarrollode las operaciones militares.

No se trata, por lo tanto, de referencias importantes ymuy significativas. Es evidente que en la carta citada puedesorprender la virulencia de Marx, pero no hasta el punto deatribuirle prejuicios raciales o falta de respeto hacia las ins-tancias progresistas del nacionalismo mexicano. En lo querespecta pues a Bolívar, es bueno recordar que el juicio deMarx acerca de las ambiciones centralizadoras y el autorita-rismo de su ideología es ya compartido ampliamente por lamoderna crítica histórica.37

En honor a la verdad, se necesitaría también añadir queen la época del razonamiento citado, Guevara venía de re-greso de la lectura de algunos escritos de Jesús Silva Herzog,el economista mexicano autor del proyecto de ley para la ex-propiación de las compañías petrolíferas, que el Gobiernode Cárdenas había aprobado en 1936. El Che, que conoció ysintió estimación por Cárdenas, revivía en primera personaen 1960 aquella página gloriosa de la historia mexicanareciente, en el momento en que se disponía a expropiar tam-bién a Cuba las mismas –aunque más modestas– compañíaspetrolíferas extranjeras. Esto puede contribuir a explicar elresentimiento hacia el juicio demasiado rápido de Marx. Noexplica, sin embargo, su silencio acerca de Bolívar y los otrosconocidos exponentes del independentismo continental,precisamente en aquel mismo ensayo, dedicado –lo recorda-mos una vez más– al «Estudio de la ideología de la Revolu-ción cubana».

Guevara tenía obviamente un conocimiento profundo so-bre la historia de las guerras de independencia antiespañola,como cualquier otro hombre de cultura política que hubieserealizado sus estudios en el continente latinoamericano. Ytambién con respecto a Cuba, él estaba familiarizado con eldesarrollo de sus guerras de liberación de España, aún antesde conocer a los cubanos del Movimiento 26 de julio y de se-

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37. Para ejemplo, Tulio Halperin Donghi, Storia dell America Latina, Turín,1968, pp. 11-12.

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guir sus cursos de historia en el campamento (ver, por ejem-plo, las referencias a Antonio Maceo y José Martí en las cartasa su madre, noviembre de 1956, y a su mujer Hilda Gadea,aunque ya desde la Sierra, el 28 de enero de 1957).

Su estudio y su ensimismamiento con aquellas páginasde historia continental fueron reforzados obviamente por laRevolución cubana, pero continuaron siendo siempre unaadquisición personal: un factor cultural propio, filtrado a tra-vés de la óptica de un joven rebelde argentino, con dificul-tades para hacerse verdaderamente utilizar en función de un discurso ideológico acabado, aunque fuese positivo ypropagandístico, como será, por el contrario, el caso de FidelCastro.

Y bien, con este gran patrimonio espiritual del pasado, elChe sabía que tenía que contar en el momento en el que sedispusiera a reconstruir las matrices histórico-ideológicas dela Revolución cubana, sin estar a pesar de todo convencidode la efectiva actualidad de las mismas.

Así, quizás, se puede comenzar a comprender tambiéncuál era el tipo de temas al que hacía referencia en la carta aErnesto Sábato, anunciando la necesidad de un riguroso aná-lisis histórico-ideológico. Él se puso después a trabajar, peroen el transcurso de aquellos pocos meses (abril-octubre de1960) tuvo necesariamente que realizar una nueva y cuidado-sa reflexión sobre los temas de tradición, en busca de otrasfuentes, precisamente para no escribir la nueva historia conlos ojos del pasado. Y en aquella ocasión se tropezó proba-blemente con los juicios críticos de Marx sobre Bolívar y laguerrilla mexicana (que, dicho sea de paso, no son fáciles dehallar).

Su estado de ánimo de entonces no podrá hacer otra co-sa que rechazarlos, no sólo por su forma y su tono desdeño-so, sino quizás también porque estaba preocupado por lasimplicaciones que podría tener una eventual profundizaciónde dichos juicios. No se resquebrajaba, sin embargo, su en-tusiasta adhesión a la validez de las palabras de Marx, queen las «Notas» se presenta además con una apariencia queva más allá de la historia, de exaltación ingenua y apologéti-ca, de acuerdo a una concepción mecanicista de la evolución

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del «marxismo» que Guevara abandonará completamentesólo algunos años después.

De todo esto se podrá concluir que el Che, aún sin com-partir la forma de los juicios de Marx y Engels, se quedó im-presionado por su esencia. Podría además haber sido una «re-velación» porque, por muy sumario y expeditivo que fuese,seguía siendo un modo anticonformista de mirar la tradiciónlatinoamericana, fruto por añadidura de los ilustres fundado-res del «materialismo histórico». Se imponía por lo tanto unnuevo examen más maduro de toda la cuestión y, por tal mo-tivo, Guevara podría no haber querido repetir en las «Notas»sus viejas convicciones sobre la actualidad absoluta de laideología independentista antiespañola. Esto explicaría, porlo tanto, las razones por las cuales las referencias a la tradi-ción fueran del todo dejadas a un lado en aquel escrito, casiadmitiendo implícitamente cierto fundamento por las críticasde Marx: por las efectivas, y sobre todo por las que podríanobtenerse a partir del mismo. Probablemente, ya desde en-tonces, el supranacionalismo continental comenzaba a resul-tar un poco estrecho con respecto al internacionalismo delChe.

Después de este largo paréntesis –que nos parece, sinembargo, indispensable– podemos finalmente volver al dis-curso de Montevideo de agosto de 1961. En aquella ocasión,exaltando el espíritu unitario y solidario de todos los pue-blos del continente, Guevara cita como máximas expresioneshistóricas al uruguayo Artigas, al cubano Martí, al venezolanoBolívar y al argentino San Martín.

La figura de José Artigas aparece quizás como la menosusual, pero al mismo tiempo la más significativa entre las in-dicadas, ya que él guió la primera gran rebelión organizadade campesinos en el cono sur del continente, encarnando asíla dirección de uno de los conflictos sociales más radicalesde todo el movimiento independentista latinoamericano.Hacia 1815, por otra parte, su influencia se había extendidohacia la misma Córdoba, trastornando algunas divisionescristalizadas en las relaciones de clase, inducidas por la tra-dicional estratificación agraria en la sociedad colonial argen-

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tina. Ya a aquel movimiento pudieran remontarse las prime-ras manifestaciones del componente catilinario, como se decíaen aquella época, del insurreccionalismo antiespañol.38

A los ojos del Che, el radicalismo social de Artigas y eldinamismo internacionalista de San Martín debían cierta-mente aparecer como una fascinante mezcla ideológica, va-lorable desde una perspectiva histórica evocadora y másfácilmente integrable en un pensamiento revolucionariocontinental. A aquella mezcla de diversos insurreccionalis-mos, Martí aportaría su carga de humanismo y su ardor pa-triótico más de medio siglo después.

Muy significativo –por las dimensiones indo y panameri-cana contenidas en él– es el cuadro general de referenciahistórica trazado en el discurso de Montevideo:

«San Martín, que murió hace exactamente ciento once años hoy,era un hombre de América; como Bolívar, no podremos decirque pertenecía a un país, como Martí no nos pertenece. Sonproducto de nuestra civilización, de nuestro sustrato cultural,producto de todo lo que ha madurado durante años y años, delo que se ha agregado de indígena primitivo, con el negro quese trajo, con el español que vino a colonizar las razas de otroslugares del mundo, por nuestras condiciones sociales específi-cas y que han creado este hombre americano que habla prácti-camente el mismo lenguaje, y que de todas maneras se entien-de siempre en cualquier lugar donde se exprese.

Nosotros hemos aprendido hoy ese valor» (IX, 154).

Aquel «valor» finalmente «aprendido» consiste en la in-dividualización de una comunidad de intentos supranaciona-

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38. Con aquel término se refería aquí al contenido de clase y plebeyode la revuelta social, a la amenaza de tendencia anarquista y destructivaque semejante revuelta representaba para el orden social tradicional. Como«Catilinario» ha sido definido –en esta época nuestra dominada por «Cato-nes», «Césares» y «Cicerones»– todo dirigente revolucionario que haya re-currido a la movilización de los estratos más explotados y marginados de lasociedad civil, llegando a amenazar con la fuerza popular la efectiva destruc-ción del orden social vigente. «Catilinarios» fueron Robespierre, Trotsky oZapata así como lo ha sido considerado, obviamente y por varias vías, tam-bién Guevara. Y como tal se le debía ciertamente considerar en la acepciónlatinoamericana del término.

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les, que fundiría las aspiraciones revolucionarias de los pue-blos del continente en las varias fases de lucha:

a) contra el poder colonial español,

b) contra el imperialismo y los nuevos amos neocoloniales,

c) por la supervivencia de Cuba en un contexto latinoa-mericano de aislamiento y agresión continua.

Aquel cuadro de referencia, sin embargo, Guevara puedeaplicarlo íntegramente sólo a Cuba, por evidentes razoneshistóricas; en la Isla, la guerra de liberación antiespañola seinició muy tarde, en 1868, y concluyó sólo a fines de siglo,cuando se había ya transformado, sin embargo, en guerrahispanoamericana (la primera guerra imperialista de Améri-ca). En un período en el que fue por lo tanto fácil y casi es-pontáneo el hecho de pasar del programa político anticolo-nial a la aparición de la neocolonia. Un evento que había si-do efectivamente preparado en plan ideológico por la obra–excepcional para su época– de José Martí.

Y además, porque en el momento del discurso de Mon-tevideo, mal que bien había triunfado en Cuba alguna formade revolución y en su proceso de transformación pragmática–aunque ideológicamente confusa– se hacía posible, y másaún, indispensable, una recuperación de todas las oposicio-nes pasadas, independientemente del contexto histórico ylo efectivamente conmensurable de las mismas.

Para contribuir a esta operación de recuperación, Gueva-ra se documenta, estudia y se sumerge en la realidad histo-riográfica cubana, descubriendo de nuevo por su parte losaspectos nacionales más radicales. Con el entusiasmo y la in-mediatez que lo caracterizan, se ensimisma en las páginasmás dramáticas y gloriosas de aquella tradición, releyéndo-las a la luz de su propia experiencia personal.

Un ejemplo de este comportamiento suyo lo ofrece eldiscurso efectuado en la escalinata de la Universidad de LaHabana (27 de noviembre de 1961), para conmemorar el ani-versario del fusilamiento de los ocho estudiantes de Medici-na, que tuvo lugar noventa años antes por iniciativa del po-der colonial español que noventa años antes quiso llevar acabo para dar ejemplo a las corrientes de oposición. Los jó-

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venes ajusticiados fueron primeramente procesados y con-denados con la acusación falsa y santurrona de haber profa-nado un cortejo fúnebre que transportaba algunos cadáve-res al cementerio.

En su alocución, Guevara establece un nexo orgánico en-tre aquel episodio de la lucha antiespañola con la nueva ge-neración revolucionaria, evocando nuevamente los nombresde los dirigentes estudiantiles más célebres de la historiacubana, todos mártires –es necesario recordar– de la causapor la que luchaban: desde José Martí, obviamente, hasta Ju-lio Antonio Mella, Rafael Trejo, José Antonio Echeverría yFrank País. Un proceso histórico, afirma el Che, que tendríalugar en Cuba siguiendo

«una línea ascendente de luchas populares que nació aún an-tes de este 27 de noviembre y que hoy conmemoramos, quenació aún antes de la guerra del 68, con el mismo espíritu de li-bertad que estaba presente en nuestro pueblo cuando los ne-gros cimarrones o los indios de la época de Hatuey se interna-ban en las montañas y preferían morir antes que ser esclavos»(V, 324).

Otra ocasión es propiciada (el 7 de diciembre de 1962)por la conmemoración del sexagésimo sexto aniversario dela muerte de Antonio Maceo, el Titán de bronce. Aquel capitánmulato fue el exponente del ala más radical entre los jefesmilitares de la guerra de liberación antiespañola. Guevaracuidadosamente reconstruye esta vez la figura histórica, so-bre todo refiriéndose a la página más notable y gloriosa desu vida de combatiente (la protesta de Baraguá, contra laderrota, disfrazada de acuerdo, del Pacto del Zanjón, 1878).Con los ojos claramente dirigidos al presente y a sus convic-ciones personales, el Che indica las principales caracterís-ticas positivas de Maceo, en cuanto a la intransigencia exas-perada, llevada a los límites de una política de lo imposi-ble, y a sus excepcionales capacidades militares, demostra-das ampliamente en la organización de la guerra popularantiespañola.

En lo que respecta a Martí, hemos ya hecho referencia alapego de Guevara a esta gran figura –ya fuera en sentido realo simbólico– de intelectual revolucionario latinoamericano,muerto con las armas en la mano durante una expedición mi-

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litar tan valiente como desesperada.39 Con un verso suyomuy sugestivo se iniciará el mensaje del Che a la Triconti-nental, así como también en nombre de Martí y con la cita deun largo párrafo –tomado de un artículo escrito contra la Pri-mera Conferencia Panamericana (1889-1890)– se iniciaba pre-cisamente el discurso de Guevara en Punta del Este, dondeel presidía la delegación cubana en la Conferencia Interame-ricana de la OEA (Organización de Estados Americanos) enagosto de 1961.

El análisis más completo de la figura de José Martí es, sinembargo, propiciado una vez más en ocasión de una conme-moración: es la del 28 de enero de 1960, organizada con mo-tivo de los ciento siete años del nacimiento del Apóstol. Eldiscurso de Guevara subraya ante todo los aspectos másabiertamente antimperialistas y éticos, según una tradiciónconvertida ya en iconográfica en la Cuba revolucionaria, peroque en este caso tiene fundamentos reales. Es después nue-vamente evocada la dimensión americanista del pensamien-to de Martí:

«Porque José Martí es mucho más que cubano: es americano;pertenece a todos los veinte países de nuestro continente y suvoz se escucha y se respeta no sólo aquí en Cuba sino en todaAmérica» (IV, 54).

Es, por el contrario, significativo y ajeno al modelo icono-gráfico tradicional el intento realizado al final del discursoconmemorativo, de emparentar aquella figura de patriotacon el tema de la lucha de clases y con las primeras formasde autorganización del proletariado. La ocasión es propicia-da por un largo artículo de Martí (aparecido en La Nación deBuenos Aires, en el año 1888), que contenía una apesadum-brada denuncia de los males sociales de Estados Unidos,una descripción de las pésimas condiciones de vida de lostrabajadores y, sobre todo, la protesta indignada por el ahor-camiento de cuatro anarquistas acusados de lanzar una bom-

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39. Para un análisis del pensamiento político de José Martí, debemosdirigirnos a los estudios a los que hemos dedicado años: Independentista cu-bano (en 1968); A los orígenes del movimiento obrero cubano (1992); Martí y Guevara:dos antimperialismos en comparación (en 2003).

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ba a Haymarket: el trágico episodio que da origen a la tradi-ción del Primero de Mayo en el mundo.40.

Se trata evidentemente de algo forzado, ya que el artícu-lo de Martí se desarrollaba siguiendo la línea de la denunciahumanitaria y no ciertamente la de la solidaridad clasista,por más sincera y apasionada que fuese la misma. Para aqueltipo de operaciones se habría prestado mejor entonces lanecrología escrita por Martí en ocasión de la muerte de KarlMarx... La esencia del verdadero mensaje de Martí era ine-quívoca y bien expresa en una célebre frase del Apóstol, queGuevara cita, en ésta como en otras ocasiones, advirtiendoen ella la profunda afinidad personal y moral con su propiocomportamiento en lo que se refiere a la injusticia:

«Todo hombre verdadero debe sentir en la mejilla el golpe da-do a cualquier mejilla de hombre».

Debemos recordar finalmente una última ocasión conme-morativa en la que Guevara consideró poder valorar un as-pecto poco tratado de la tradición cubana. Nos referimos aldiscurso pronunciado el 8 de mayo de 1961 por el vigésimosexto aniversario de la muerte de Antonio Guiteras, una delas figuras más polémicas de la historia cubana del períodoentre las dos guerras. De fundador del Directorio Estudiantil aorganizador de la resistencia armada en la provincia deOriente, héroe del movimiento insurreccional que en 1933condujo a la caída del dictador Machado, fue después minis-tro del Interior en el Gobierno de Grau San Martín, organiza-dor de los grupos armados de la Joven Cuba después de la di-misión de este último impuesta por el joven Batista, y muer-to en El Morrillo mientras intentaba preparar un desembarcorevolucionario en la isla.

Siempre combatido como aventurero y considerado unrepresentante extremista de las corrientes más radicales dela pequeña burguesía cubana, Guiteras chocó obstinadamen-

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40. El atentado tiene lugar en Chicago, la noche del 4 de mayo de 1886.Guevara indica erróneamente la fecha de «1872», confundiéndose probable-mente con la gran oleada de huelgas insurreccionales llevadas a cabo, sinembargo, en 1877.

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te con la incomprensión del viejo Partido Comunista. Su de-rrota se debió en gran parte además al aislamiento en el quelo mantuvo éste último.

De todo este controvertido y apasionante suceso políticono hay mucho en el discurso conmemorativo de Guevara. Espor lo tanto difícil, retrospectivamente, decir hasta que pun-to el Che estaba al corriente de la existencia de una «cues-tión Guiteras» en la historiografía cubana y del carácter «deli-cado» de aquella conmemoración que, por sí sola, ya ibacontra la tradición «antiaventurera» del viejo Partido Comu-nista Cubano.

Es necesario añadir, en honor a la verdad, que Guevarademuestra no conocer muy bien ni siquiera la orientación ha-cia la lucha armada sostenida por Guiteras y por su Joven Cu-ba, cuando le atribuye la siguiente estrategia:

«la utilización del campo como factor fundamental para desarro-llar la pelea ... su espíritu era el mismo espíritu mambí».

Por el contrario, Guiteras fue un encarnizado partidariodel movimiento en las ciudades, del armamento obrero en loslugares de trabajo, mientras que su obra de organizador degrupos de resistencia en el interior de la Isla tuvo una funciónprecisa de sostén de la perspectiva insurreccional urbana.

También en cuanto a su muerte, sin embargo, Guevaralogra exaltar un episodio de internacionalismo latinoamerica-no, recordando la presencia de otro combatiente en la em-boscada del Morrillo:

«Y junto a él, en aquella mañana luctuosa, cayó también un granluchador antimperialista, el venezolano Carlos Aponte, que ade-más compartiera los sueños de Sandino en las Segovias y queviniera aquí, a acompañar en sus luchas y en su muerte, al ami-go querido, Antonio Guiteras».41

Pero con Guiteras hemos llegado a la generación del añotreinta, a la que pertenecían ya algunos de los hombres queentrarán en el Movimiento 26 de julio y participarán en los

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41. Esta cita, así como la anterior fue tomada de Obras, 1957-1967, LaHabana, 1970, II, p. 621.

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acontecimientos más recientes de la revolución cubana.42 Yésta para el Che no era aún «tradición».

Queriendo sintetizar la posición de Guevara hacia el acer-vo de realidades políticas y sociales de su continente, no haypalabras más expresivas que las pronunciadas por él mismo enNew York (Asamblea de la ONU), el 11 de diciembre de 1964:

«He nacido en Argentina; no es un secreto para nadie. Soy cu-bano y también soy argentino y, si no se ofenden las ilustrísimasseñorías de Latinoamérica, me siento tan patriota de Latinoa-mérica, como el que más y, en el momento que fuera necesarioestaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de cual-quiera de los países de Latinoamérica» (IX, 309).

7. Con los ojos de un contemporáneo (1937-1956)

El primer acontecimiento político del que Ernesto puedeoír los ecos entre las paredes de su casa en Alta Gracia es laguerra entre Paraguay y Bolivia, la llamada «Guerra del Chaco».43

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42. Por ejemplo, uno de los fundadores del Directorio Estudiantil fue el mi-nistro del Exterior cubano, Raúl Roa. A él se debe también un retrato emble-mático del Che, como intelectual revolucionario, que apareció en El CaimánBarbudo, 35/1969, pp. 8-9.

43. A una opción política de vida se puede llegar de muchas formas: aveces a través de las más imprevisibles e incongruentes. La experiencia dedeterminados acontecimientos «históricos», aunque a menudo es casual obuscada sólo inconscientemente, debería según el recto razonamiento favo-recer la maduración de una opción de campo «político» precisamente. Perola relación causa-efecto no es, sin embargo, tan inmediata como lo demues-tran los veteranos de muchas guerras, la orientación policroma de los movi-mientos estudiantiles y juveniles de todo el mundo, el conservadurismo deciertos grupos sociales que incluso participaron en luchas guerrilleras o deliberación nacional.

Es evidente que en la maduración de una opción política entra algomás complejo. Un conjunto de factores que se puede ciertamente resumiren la cómoda fórmula de las «condiciones reales de existencia». Que ade-más son aquellas, para que se entienda, que con un lindo giro de palabras«determinan la conciencia», de modo que al final nos quedamos más o me-nos igual que antes.

El análisis retrospectivo de una determinada opción política es, sin em-bargo, más fácil, y por lo tanto más insidioso. Se reconstruye una historia devida y, a la luz de lo que el individuo ha llegado a ser, se interpretan las an-ticipaciones, esperando poder determinar las indefectiibles «líneas de ten-dencia». Es probable que también gran parte de este trabajo –a pesar denuestra buena voluntad «metodológica»– recorra de nuevo ingenuamentelas trampas del causalismo, de la trasposición mecanicista.

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Bolivia, en busca de una desembocadura fluvial hacia el mar,trata de apoderarse del Chaco Boreal, desenterrando un vie-jo derecho que se remontaba además a la época de Bolívar.La guerra que estalló en 1932 y en la que se combatió hasta1935, concluyó con la concesión de un entrepuente a Boliviay el inicio de una larga serie de violentas crisis políticas delrégimen interno paraguayo.

El padre de Ernesto es abiertamente partidario de Para-guay, ya fuera porque se trataba del país agredido, o del me-nos favorecido por las intrigas norteamericanas, o fuera final-mente porque los años pasados en el territorio de Misioneslo familiarizaron con los ambientes de los paraguayos insta-lados en la zona del alto Paraná. Éste es su relato:

«Ernesto entonces, a pesar de ser muy pequeño, seguía con vi-vo interés las alternativas de esta guerra que tanto apasionabaa sus padres... Cuando salía con sus amigos en tropel a jugar a laguerra, ésta era entonces la guerra paraguayo-boliviana... Esteinterés de mi mujer y mío, necesariamente tuvo que influir en elniño Ernesto y en todos sus amigos» (op. cit., pp. 235-236).

Durante la Guerra Civil española, Ernesto Guevara Lynchfunda en Alta Gracia un comité de apoyo a la República ibé-rica, en el que se reúnen liberales y varias gentes de izquier-da. Entre ellos también refugiados políticos, como la familia

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Podría ser uno de aquellos límites inevitables, uno de aquellos bias quela moderna ciencia social prefiere definir y dar por descontados desde elinicio, después de haberlos obviamente reducido a lo mínimo, sin la inten-ción de eliminarlos del todo. Un poco como la situación experimental en la-boratorio, que debería en teoría tender a reducir a cero las variables acci-dentales. El problema –o la suerte, según los puntos de vista– es que la vi-da humana, individual o colectiva, no se puede reducir a un laboratorio, ytambién nuestra comprensión de los fenómenos sociales está muy lejos defuncionar con los criterios de una investigación científica. Pero, sería ya mu-cho, sin embargo, si se comenzara a apreciar también la simple intención deacercamiento a semejantes criterios.

Esta premisa es para poner en guardia contra eventuales transposicionesmecánicas de expectativas preexistentes en el análisis retrospectivo del pen-samiento de Guevara. Esto es válido de un modo particular para este párrafo,donde se describen en orden cronológico los acontecimientos políticos a losque el joven Ernesto dedicó su atención, hasta el momento en el que comen-zó él mismo a hacer política, contribuyendo así a determinar el curso de lahistoria, finalmente como actor y no como crítico o entusiasta espectador.

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de Juan González Aguilar, ex ministro de Sanidad del Gobier-no de Azaña. En casa de los Aguilar se reúnen a menudo exi-liados españoles, y el pequeño Ernesto la frecuenta comoamigo de los hijos. Cuenta ahora el padre:

«Ernesto recortaba prolijamente las noticias de los diarios y ensu cuarto en un gran mapa de España seguía el movimiento delos ejércitos pinchando banderitas en uno y otro frente...

Ernesto fue conociendo a muchos de los combatientes que to-maron parte en ella... a medida que se desarrolla la guerra civil,comienza a conocer el porqué de aquella guerra. Para él ya losexiliados españoles eran sus hermanos» (op. cit., p. 238).

Una confirmación de aquella atmósfera de solidaridadhumana y política nos viene de José (Pepe) Aguilar, el granamigo de la infancia, que años después recordará:

«Nosotros fuimos de España exiliados para la Argentina en1937... La situación económica nuestra era muy mala y nos ayu-daron mucho los Guevara».44

Ernesto y Pepe frecuentan la misma escuela, Manuel Bel-grano, y es imaginable que esta amistad le diera al jovenGuevara la sensación de un nexo espiritual directo, casi físicocon el trágico evento español, vivido por él como epopeya.

Entre los huéspedes más gratos a la familia Guevara, estátambién el general Jurado, comandante del ejército en bata-llas importantes como la de la Guadalajara, Brunete y el Ebroy, más adelante, uno de los organizadores de la retirada des-pués de la derrota del ejército catalán.45 Es una fuente inago-table de relatos y para el joven Ernesto representa un monu-mento histórico viviente a la gloriosa República española.46

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44. José Aguilar, «La niñez del Che», en Granma, 16 de octubre de 1967.45. Cfr. P. Broué-E. Témime, La Révolution et la guerre d’Espagne, París 1961,

pp. 372, 481. 46. Un eco de aquel juvenil entusiasmo por los combatientes de la

Guerra Civil española se vuelve a encontrar años después, en un discursopronunciado en La Habana, en ocasión de la visita a Cuba del general Líster,el 2 de junio de 1961. Es interesante advertir cómo en la conclusión del dis-curso (de celebración, obsérvese bien, y no de análisis político), el Che lo-gra introducir una leve pero sustancial vena polémica. Refiriéndose a las pa-labras pronunciadas por Líster, sobre las posibilidades de lucha «pacífica»que se abrirían en la España franquista de los años sesenta, Guevara expre-

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A otro célebre comandante de la Guerra Civil, Guevara loconocerá algunos años después en México. Es el general Al-berto Bayo, el hombre encargado de adiestrar al grupo decubanos que se prepara para la expedición del Granma. En lapenínsula Ibérica su nombre ha quedado ligado a la organi-zación de los primeros grupos de guerrilla antifranquistas yal desembarco de los republicanos en Mallorca.47 En julio de1956 será arrestado por la Policía mexicana junto con Castro,Guevara y otros exiliados participantes en la empresa delGranma.

Cuando estalla la Segunda Guerra mundial, Ernesto tieneonce años. Al finalizar tendrá diecisiete. Su padre organiza enAlta Gracia la sección local de Acción Argentina, un movimien-to empeñado en combatir la infiltración del nazismo en elpaís. Al pequeño Ernesto le dan el carnet de la organizaciónjuvenil y el orgullo de acompañar al padre a las expedicionespor la Sierra de Córdoba, en busca de eventuales esconditeso de convoyes sospechosos, procedentes de Bolivia. Asistetambién a los comicios en los que el padre denuncia la ame-naza de la penetración del nazismo en Argentina.

Escucha, pero evidentemente se hace también ideaspropias, ya que en los años siguientes reprenderá a menudoal padre afectuosamente por haber tenido una posición de-masiado entusiasta con respecto al ejército aliado y, por lotanto, a Estados Unidos. Se encuentra una huella de aquella

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sa sus mas sentidos deseos de que aquello sea real, pero añade inmedia-tamente que «si no fuera sí... y el pueblo... tuviera que empuñar de nuevolas armas y recuperar todo lo que es suyo en la forma en que mejor le pare-ciera», podría obviamente contar también con su pistola. Sigue un verso deAntonio Machado (V, 169).

47. Descrito por él mismo en Mi desembarco en Mallorca, México, 1955.Acerca de su participación en la empresa de Castro, véanse Mi aporte a la revo-lución cubana, La Habana, 1960, con un prólogo del Che Guevara, y 150 pregun-tas a un guerrillero (Teoría e pratica de la guerra di guerriglia, Milán, 1968). Bayo mu-rió en Cuba, en 1967, condecorado oficialmente con el grado de general confinalidad honorífica, ya que el título estaba ausente en la jerarquía militarcubana. Un recuerdo suyo del Che como alumno guerrillero no podía llevarotro título que el de «El mejor alumno», en El mundo, La Habana, 19 de octu-bre 1967, p. 4.

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leve pero insistente polémica política entre padre e hijo enuna carta desde Bogotá, del 6 de julio de 1952, y en otras si-guientes.

La primera ocasión de asumir una posición abierta y ne-tamente antimperialista se le ofrecería al joven Guevara en1950, con la guerra de Corea: tiene veintidós años, pero lapolítica continúa estando ausente en los intereses de Ernes-to. Su mirada va dirigida al pasado arqueológico y el presen-te le parece un tumultuoso y emocionante descubrimientodel hombre. En busca de este hombre mítico –y de sí mis-mo– viaja por América Latina, manifestando indignación so-lamente por los aspectos más dramáticos de la miseria y elatraso.

La política, en todo el sentido de la palabra, aparece re-pentinamente en su vida sólo con el segundo gran viaje. Ypor una amarga ironía de la historia, es precisamente Bolivia–el país de su trágico fin– el que le abre los ojos acerca de larealidad, violenta y cotidiana, de la lucha de clases.

En una carta a su padre, desde La Paz (24 de julio de1953), el recién graduado Guevara describe el inicio de unarevolución –una revolución auténtica– en la que vino a en-contrarse por pura casualidad. Es una de las tantas destina-das a fracasar en el transcurso de su breve e intensa vida po-lítica, pero es ciertamente una de las más significativas:

«Éste es un país muy interesante y vive un momento particular-mente efervescente. El 2 de agosto se produce la reforma agra-ria y se anuncian batidas y bochinches en todo el país. Hemosvisto desfiles increíbles con gente armada, maúseres y piripipí(ametralladoras) que tiraban porque sí. Todos los días se escu-chan tiros y hay heridos y muertos por armas de fuego.

El gobierno muestra una casi total inoperancia para detener oaún encauzar las masas campesinas y mineras, pero éstas res-ponden de cierta medida y no hay duda que en una revuelta ar-mada de la falange (el partido opositor), éstos estarán del ladodel MNR.

La vida humana tiene poca importancia aquí y se da o se quitasin mayores aspavientos».

En Bolivia, por lo tanto, él se encuentra por primera vez,físicamente, con la existencia de un movimiento de masas,

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aguerrido y parcialmente armado. ¿Pero qué sucede exacta-mente?

En un clima de gran movilización social, las elecciones demayo de 1951 habían dado la mayoría absoluta a Víctor PazEstenssoro, dirigente del MNR, un movimiento nacionalistaarraigado en los mineros y las clases populares con una fuer-te tradición de lucha contra la oligarquía. Ésta reaccionó conla ayuda del ejército, y diez días después de las eleccionesentregaba el gobierno en manos de una junta militar. La inte-rrelación de una crisis internacional en el mercado del esta-ño, la impotencia del Gobierno y el ascenso de un impetuo-so movimiento de masas culminaban, sin embargo, en abrilde 1952, en una insurrección popular. Era ocupada La Paz ygracias a la movilización de los mineros y las masas campesi-nas, el ejército era derrotado después de tres días de cho-ques sangrientos.

Gracias al empuje del movimiento armado de las masaspopulares, Paz Estenssoro asumía el mando de aquel mismogobierno que no supo defender después de la victoria elec-toral. Su segundo era Juan Lechín Oquendo, dirigente de losmineros, prestigiosa figura de líder sindical de la reciénconstituida COB, la central sindical única de los trabajadoresbolivianos.

Con la participación de los sindicalistas en el Gobierno, elalma proletaria de la revolución (representada esencialmentepor la misma COB) termina enredándose en las escaramuzasde palacio, mientras que su acción en el exterior es práctica-mente paralizada por las exigencias de la colaboración a nivelinstitucional con el MNR. De allí nace la crisis de desconfian-za y el gradual repliegue del movimiento de masas que, en eltranscurso de algunos años (doce), conducirá al golpe del ge-neral Barrientos (el responsable del asesinato del Che, des-pués de su captura en la guerrilla de Ñancahuazú).

En el período en que Guevara se encuentra allí por se-gunda vez en su vida, Bolivia vive la fase heroica y más rele-vante de su historia moderna. En el país existe virtualmenteun dualismo de poderes (COB y MNR); los sindicatos campe-sinos nacen como hongos y comienzan a ocupar las tierras,exigiendo la Reforma Agraria; en las minas y en los lugaresde trabajo se forman milicias obreras y populares. El Gobier-

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no es obligado a conceder el sufragio universal (julio de1952), la nacionalización de las minas (octubre de 1952), quepasan bajo la administración de la COMIBOL (un organismoestatal expresamente creado), la Reforma Agraria (3 de agos-to de 1953), producto de una situación creada de hecho conlas ocupaciones de las tierras y la constitución de los sindica-tos campesinos. Es claramente el punto máximo del progra-ma social realizable en un régimen nacionalista, en una so-ciedad dependiente y en el marco de una democracia bur-guesa con un fuerte respaldo popular.

El encuentro físico de Guevara con esta revolución enproceso de desarrollo tiene una importancia decisiva para suformación política, como la tendrá para una generación de la-tinoamericanos que, acerca de las razones del fracaso deaquella experiencia, continúa todavía hoy preguntándose yreflexionando. Las noticias procedentes de La Paz, que enlos años siguientes llegarán a Guevara, vinculado en primerapersona a experiencias análogas a la boliviana, no podrándejar de evocar nuevamente en él el recuerdo del primer en-cuentro: de aquel verano loco de 1953, cuando los destinosde un país se le aparecían por primera vez colgados de loscañones de los fusiles, sobre los hombros de los obreros ylos campesinos.

A fines de diciembre de 1953, Guevara llega a Guatema-la. Pasó por Costa Rica, Nicaragua y Honduras –por donde-quiera constatando con preocupación la extensión de las in-mensas posesiones de la United Fruit («estos terribles pul-pos capitalistas», escribe en una carta).48

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48. Quien convenció a Guevara de la utilidad «política» del viaje aGuatemala, fue el abogado argentino Ricardo Rojo, según su mismo testi-monio (confirmado por Alberto Granado, en el diario citado, pero contesta-do definitivamente por Ernesto Guevara Lynch, op. cit.). Rojo –que era ve-terano de una espectacular evasión de la cárcel de Buenos Aires– lo acom-pañó en aquel viaje y contó después de los encuentros que tuvieron conRómulo Betancourt, Raúl Leoni y Juan Bosch, conocidos exponentes de laizquierda democrática latinoamericana. Cfr. Ricardo Rojo, Mi amigo Che, Bue-nos Aires, 1968.

El libro de Rojo fue en aquella época objeto de fuertes críticas. Porejemplo en un folleto publicado en Buenos Aires por Norberto Frontini y enMi campaña con el Che de Inti Peredo. El estudioso, que se presupone dotado

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En la gran república bananera, cuna en el pasado de lacivilización de los mayas, está en el gobierno desde marzode 1951, el ex ministro de Guerra Jacobo Árbenz Guzmán. Ba-jo su presidencia se llevan a cabo algunas importantes refor-mas democráticas, semejantes a las de la Bolivia de Paz Es-tenssoro. Sufragio universal; libertad y desarrollo del sindica-lismo; adopción de una legislación en cuanto a la tutela deltrabajo; comienzo de la lucha contra el analfabetismo; pero,sobre todo, la Reforma Agraria que mientras refuerza la pe-queña propiedad campesina, golpea en el corazón a los inte-reses de la United Fruit. El apoyo poco a poco creciente queal gobierno del frente nacional democrático es dado por loscomunistas del PGT es un índice de la explosiva situaciónpolítica que existe en el país. Pero es también un pretextopara la intervención militar que Estados Unidos prepara através de un ejército títere.

En marzo de 1954, la Conferencia Interamericana reunidaen Caracas, vota por una resolución «anticomunista», autori-zando prácticamente la invasión del país. Ésta se inicia el 18de junio partiendo del territorio de Honduras, bajo la direc-ción del coronel Castillo Armas. Árbenz, se niega a armar a lapoblación para repeler la invasión y apela, sin embargo, a lasNaciones Unidas. A fines de junio el Gobierno presenta sudimisión y parte hacia el exilio. Castillo Armas ocupa el lugardel mismo, dando inicio a una feroz represión y a un des-mantelamiento sistemático de todas las conquistas socialesobtenidas a través de los gobiernos de Arévalo y Árbenz, in-cluída también la restitución de las tierras expropiadas a losgrandes monopolios.

Guevara asiste al desarrollo de este drama, participandoactivamente en la movilización en defensa del gobierno deÁrbenz. Las cartas de ese período a los familiares reflejanfielmente este nuevo estado de ánimo de «militante políti-

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de instrumentos críticos de lectura, tiene de cualquier modo la suerte de te-ner a su disposición dos fuentes, amplias y directas –ambas ya citadas (el li-bro de Rojo y Che Guevara. Años decisivos de Hilda Gadea)– para reconstruir laactividad del Che en aquella primera mitad de los años cincuenta, años quefueron para él verdaderamente decisivos.

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co» directamente implicado. Las mismas, sin embargo, con-tienen ya también largos análisis, muy cuidadosos y política-mente irrefutables, sobre la dinámica de los principalesacontecimientos.

En junio de 1954, Ernesto envía a su madre una descrip-ción del clima de intensa agitación que se ha apoderado delpaís en los primeros días de la invasión hondureña. El tonooptimista refleja el entusiasmo de los que ven en aquelacontecimiento una gran ocasión para impulsar a Guatemalaaún más hacia delante, al camino de la completa indepen-dencia política del imperialismo.

«El coronel Árbenz es un tipo de agallas –escribe Ernesto– sinlugar a dudas, y está dispuesto a morir en su puesto si es nece-sario. Su discurso último no hizo más que reafirmar esto que to-dos sabíamos y traer tranquilidad... El espíritu del pueblo esmuy bueno... hay un verdadero clima de pelea. Yo ya estoyapuntado para hacer servicio de socorro médico de urgencia yme apunté en las brigadas juveniles para recibir instrucción mi-litar e ir a lo que sea».

Pero bastan dos semanas para que, en una nueva carta asu madre (4 de julio de 1954), exprese toda la amargura de laderrota:

«Todo ha pasado como un sueño lindo que uno se empeña luegoen seguir despierto... La traición sigue siendo patrimonio delejército, y una vez más se prueba el aforismo que indica la liqui-dación del ejército como el verdadero principio de la democra-cia... (Añado otra carta llena de sueños gloriosos, que escribí po-co antes de ir a un frente a donde no llegaría nunca, para morir siera necesario por un fantoche convertido en símbolo).49

La verdad cruda es que Árbenz no supo estar a la altura de las cir-cunstancias... No pensó que un pueblo en armas es un poder in-vencible a pesar del ejemplo de Corea e Indochina. Pudo haberdado armas al pueblo y no quiso, y el resultado es éste».

El análisis del suceso guatemalteco está entre los más lú-cidos y clarividentes de todos los realizados por el Che en su

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49. Ante la imposibilidad de encontrar esta parte segunda en el origi-nal, fue traducida de la edición italiana (N. del T.).

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vida política y representa un viraje teórico-práctico decisivoen la orientación de su pensamiento.50 Él mismo lo confirma-rá años después en una carta del 4 de mayo de 1963 al exilia-do guatemalteco Guillermo Lorentzen:

«He nacido en Argentina, he combatido en Cuba y he comenza-do a ser revolucionario en Guatemala. Esta síntesis autobiográ-fica tal vez sirva de atenuante por mezclarme en sus cosas», (IV,493).

Ya en febrero, él había manifestado la intención de co-menzar una colaboración más estrecha con el PGT, estable-ciendo contactos orgánicos con un grupo de intelectuales co-munistas y una revisión de los mismos. El propósito explícitoes el de adherirse al Partido. Pero después de la amarga de-silusión provocada por el retiro sin combatir por parte deÁrbenz, la vocación «comunista» de Guevara se hace más ra-dical y más precisa al mismo tiempo.

Los límites objetivos y subjetivos de cualquier revolucióndemocrático-burguesa en un país dependiente, que no setransforme rápidamente en revolución socialista, le parecenya claros: dramáticamente claros, como muestran los análisisde sus cartas guatemaltecas. Y al respecto él termina por en-contrarse en discordia con el mismo PGT, que mantiene, por elcontrario, inmutable su adhesión a la teoría estalinista de la«revolución democrática por etapas».

La búsqueda de un cierto tipo de compromiso políticoanima por lo tanto a Guevara, en el momento en el que se dis-pone a abandonar la Guatemala de Castillo Armas. Decidepartir hacia México, donde Hilda Gadea puede ayudarlo a in-troducirse en los ambientes más radicales de la emigracióncubana. Cuando desde México escribirá nuevamente a su ma-dre (10 de octubre de 1954), en su mente está ya dado el pasoque lo llevará dos años después a embarcarse en el Granma:

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50. En septiembre de 1954, escribe un artículo titulado «Yo vi la caídade Jacobo Árbenz», del que nos ha quedado sólo un resumen, hecho porHilda Gadea, a quien Guevara le dictó el artículo. No es mucho, pero nospermite conocer la línea política del Che en aquella su primera gran desi-lusión con respecto a una burguesía nacional.

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«Ahora me convencí terminantemente de que los términos me-dios no pueden significar otra cosa que la antesala de la trai-ción...

Mi confianza en el triunfo final de lo que creo es completa, peroni siquiera sé si seré un actor o un espectador interesado en laacción. La verdad es que los barrabases siempre andan a con-tramano de todo y yo no me he decidido a dejar de serlo».

Antes de abandonar esta parte de vida política –azarosay contradictoria, pero esencial para comprender la formacióndel futuro comandante Guevara– debemos mencionar un úl-timo «paréntesis mental», en el camino del Che hacia Cuba yel socialismo. En la panorámica sintética pero densa de te-mas que hemos expuesto aquí, se habrá notado en efecto unvacío sorprendente, una ausencia aparentemente inexplica-ble: ¿y su país natal?, ¿y Argentina?

Ésta está muy lejana de la América Central de los añoscincuenta. Y no sólo geográficamente. Lo está en el sentidopolítico del término, ya que la misma está viviendo por laposguerra una experiencia nacional que no tiene precedentesni comparación en el ámbito de la realidad latinoamericana.Juan Domingo Perón ocupa la presidencia de la Repúblicadesde 1946, sostenido masivamente por los sindicatos obre-ros reunidos en la aguerrida y potente CGT (ConfederaciónGeneral del Trabajo). Su política de llamativas concesiones almovimiento obrero le asegura el apoyo de la inmensa mayo-ría de la población trabajadora, con un entusiasmo y con di-mensiones nunca antes vistas en un país capitalista depen-diente (o semidependiente como Argentina). Transformacio-nes sociales radicales y reformas económicas se amontonanen el programa de Perón que, definido como «justicialista»,está en realidad constituído por una mezcla de medidas cor-porativas y autárquicas, más algunas ilusiones y mucha de-magogia.51

La política exterior del peronismo es ardientemente na-cionalista, rayana en el chovinismo, pero se alimenta al mis-

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51. A la especificidad histórica y sociológica de la experiencia del justi-cialismo hemos dedicado nuestro libro Il Peronismo (Milán, 1975 y Roma1997), al cual no podemos dejar de remitir.

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mo tiempo de fuertes aspiraciones progresistas-nacionalistaspresentes entre las clases y los estratos emergentes de lanueva sociedad argentina. El Gobierno peronista es violenta-mente hostil a Estados Unidos y a Inglaterra: es también an-ticlerical, hasta el punto de que Roma acabará excomulgandoa Perón. Una serie de aspectos originales, por consiguiente,que adquieren un ritmo frenético y espectacular a partir dela reelección del Caudillo en noviembre de 1951.

El padre de Ernesto es antiperonista. No es en verdad elúnico en Argentina, pero sus pasadas simpatías por EstadosUnidos lo colocan en una posición difícil, clasificada en la pri-mera época del peronismo con una terminología despectiva,parida por la intolerancia visceral del movimiento. Tenemosdificultades para imaginar el modo en que Ernesto debía vi-vir esta amargura política del padre y también la disposiciónsicológica con la que él debía mirar el triunfo y la aparenteconsolidación del peronismo.

Durante años Ernesto no se pronuncia y no muestra elmás mínimo interés por los acontecimientos de su país (loadmitirá él mismo años después, en la carta a Otero ya cita-da).52 Más adelante, de repente, después de la partida deGuatemala y la llegada a México, aparece un primer indicioen una carta a su tía Beatriz (septiembre de 1954):

«Perón es bastante más listo de lo que se pueda creer. Esto notiene nada que ver, pero no importa...».53

Parece increíble, pero por el momento es todo.

El 16 de junio de 1955 fracasa en Buenos Aires un motínde la Marina. Es el primer gran tanteo de la inminente insu-

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52. Precioso y conmovedor es un testimonio acerca de su estado deánimo de emigrado argentino. Escribe a su madre el 17 de junio de 1955:«Hoy acordándome de vos me entró, como en los tangos, una melancólicanecesidad de añorar aquellos tiempos en que minga del laburo escolaciaba (ver-so de un tango: «nada de trabajo») o algo parecido: lo esencial es que mesiento tangueril, vale decir un poco argentino, cualidad que desconocí casisiempre. Creo que esto indica el primer llamado de la vejez... o simple-mente que extraño ese dulce y apacible hogar, donde mecido por los sua-ves acordes de las discusiones familiares transcurrió mi infancia y adoles-cencia».

53. Traducción de la edición italiana (N. del T.).

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rrección de los militares que en septiembre se extenderádesde la región de Córdoba hacia el resto del país, obligan-do a Perón a la dimisión y al exilio. Esto se prolongará duran-te dieciocho años antes de su triunfal regreso en 1973.

Al día siguiente del fallido pronunciamiento, Guevara es-cribe a su madre, preocupado por las noticias que sobre Ar-gentina llegan a México. En julio vuelve al asunto, pero máslargamente, contestando al análisis que su madre había he-cho de los acontecimientos argentinos en una carta anterior.Él continúa sin pronunciarse con respecto a la naturaleza delgobierno peronista en la última fase de supervivencia en elpoder, pero insiste en el carácter abiertamente reaccionarioy antipopular de los componentes de la burguesía que con-tribuyeron a su caída. Anticipa brillantemente dos aconteci-mientos que en efecto tendrán lugar, afirmando que la insu-rrección militar abre el camino a la anulación de las conquis-tas sociales de los trabajadores y anuncia como inevitableuna oleada de violencia contra el movimiento obrero. Señalafinalmente el papel indiscutible que jugaron Estados Unidosy la Iglesia en cuanto a fomentar el golpe militar.

El 24 de septiembre le escribe de nuevo:

«Te confieso con toda sinceridad que la caída de Perón meamargó profundamente, no por él, por lo que significa para todaAmérica, pues mal que te pese y a pesar de la claudicación for-zosa de los últimos tiempos, Argentina era el paladín de todoslos que pensamos que el enemigo está en el norte.

Para mí, que viví las amargas horas de Guatemala, aquello fueun calco a distancia...

Perón cayó como cae la gente de su estirpe, sin la dignidad pós-tuma de Vargas,54 ni la denuncia enérgica de Árbenz que nombrócon pelos y señales a los culpables de la agresión».

El análisis se detiene ahora en la imposibilidad para go-bernar ante la que se encontrarán Frondizi y el radicalismoinstitucional (como efectivamente sucederá), delineando losrasgos de la futura inevitable oleada restauradora (que seproducirá bajo el nombre de «Revolución libertadora»).

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54. Se suicidó para no ceder ante los militares brasileños.

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En una carta escrita en noviembre, hace referencia a unapolémica intervención suya a favor del Partido Comunista Ar-gentino, en el transcurso de un debate público que tuvo lu-gar en México, confirmado su precedente análisis de losacontecimientos argentinos. La lejanía del país no le impidetomarle el pulso a la situación y considerar como «una agra-vante» el hecho de que Perón «ha quedado con la populari-dad intacta entre los obreros».

«Campo magnífico para el imperialismo: si la gente que está enel gobierno quiere seguir, a pactar con Washington, si Perónquiere volver, a pactar con Washington».

Se refiere después al linchamiento moral o propagandís-tico realizado contra el pasado peronista del movimientoobrero argentino, comparándolo con las palabras del diputa-do de derecha Calvo Sotelo, en vísperas de la insurrecciónfranquista y de los estragos de la Guerra Civil española.

Muchos de estos temas volverán a aflorar en los análisisde la nueva oposición en Argentina, obteniendo tambiéncierta aceptación en algunos ambientes del peronismo de iz-quierda. Entre los que tratarán de conjugar el patrimonio ra-dical y populista del peronismo con el pensamiento y elejemplo de la Revolución cubana (y del «argentino» Che enparticular), es recordado el nombre de John William Cooke.55

De esta reflexión y de otras experiencias políticas naceráaquella imagen del «peronismo guerrillero» que durante mu-chos años estará encarnada políticamente por los grupos ar-mados de la juventud peronista y por la organización clan-destina de los Montoneros.

«Quien sabe –escribe Guevara a su madre, después de haberleexpuesto sus ideas sobre Perón–, que será mientras tanto de tuhijo andariego. Tal vez haya resuelto sentar sus reales en la tie-rra natal (única posible) o iniciar una jornada de verdadera lu-cha... Tal vez alguna bala de esas tan profusas en el Caribe aca-ben con mi existencia... tal vez simplemente siga de vagabundoel tiempo necesario para acabar una preparación sólida y darme

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55. Sobre las relaciones entre Guevara, Argentina y el peronismo véaseel número especial de la revista anual de la Fundación Ernesto Che Gueva-ra, Che Guevara. Quaderni della Fondazione, n.º3, 2000, pp. 44-224.

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los gustos que me adjudiqué dentro del programa de mi vida,antes de dedicarla seriamente a perseguir mi ideal.

Las cosas caminan con una rapidez tremenda y nadie puedepredecir dónde ni por qué causa estaré al año siguiente».

Es el 24 de septiembre de 1955. En noviembre tiene lu-gar el encuentro con Fidel Castro en casa de María AntoniaGonzález. En la noche entre el 24 y el 25 de noviembre delaño siguiente, el Granma zarpa desde Tuxpán con ochenta ydos hombres a bordo. Un médico argentino, marxista y visio-nario, asmático y rebelde, está entre ellos.

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1. San Carlos (Marx)

Los Guevara «eran una familia católica, pero no practi-cante», según la descripción del viejo amigo de Alta Gracia,José Aguilar. (El hermano Roberto Guevara nos ha confirma-do, sin embargo, recientemente, que la religión no logrónunca poner un pie en aquella casa, dominada por la figuraintelectual y brillantemente racional de Celia de la Serna). Escierto, como sea, que el catolicismo no debe haber ocupadoun lugar significativo en la adolescencia del Che, ya que nun-ca sintió la necesidad de tener en cuenta o de detenerse areflexionar sobre esto –aunque fuese retrospectivamente–en la fase de su plena y madura adhesión al ateísmo.

Por un simpático episodio ocurrido en el verano de 1952,en el lazareto de San Pablo en el Amazonas, se tiene la im-presión de que Ernesto, ya con veinticuatro años, jovencitoemprendedor y agitado por problemas intelectuales de todotipo, mantuviese entonces una relación de pasiva condes-cendencia con el mundo de la religión. El lazareto era enefecto atendido por monjas que, no obteniendo justificacio-nes plausibles por parte de los dos vivaces jóvenes (Ernestoy Alberto) sobre la ausencia de ambos a la misa, reducían co-mo castigo sus raciones de comida. En muchos diarios y tex-

Capítulo IIFilosofía y marxismo

La verdad es que los barrabases siempre an-dan a contramano de todo y yo no me he decididoa dejar de serlo.

(Carta a la madre, 10 de octubre de 1954).

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tos de reflexión íntima del Che no se encuentra mucho másacerca del problema de la religión.1

El vehículo de la formación religiosa en las familias detradición católica (máxime de cultura «hispánica» o «latina»)era por entonces normalmente la madre. Celia de la Serna,sin embargo, fue siempre una mujer animada por fuertes in-tereses intelectuales, de orientación racionalista, ciertamen-te ajenos al conformismo cultural del catolicismo en Argenti-na. Un país, por añadidura, en el que la Iglesia no tuvo unavida fácil y mucho menos en los años de la presidencia pero-nista.

En una carta desde La Paz, del 24 de julio de 1953, Er-nesto pedía noticias de una conferencia sobre Spengler, da-da por su madre en Buenos Aires. Esta referencia al autor delcélebre La decadencia de Occidente, con su concepción determi-nista de la filosofía de la historia y con su pesimismo típicodel inmanentismo sobre el futuro del hombre, no tiene nadaen común con el optimismo voluntarista del joven Che. Perola teoría cíclico-relativista de la historia y del pensamientohumano propuesta por Spengler, había tenido ya ecos céle-bres en América Latina. Por ejemplo, en el peruano VíctorRaúl Haya de la Torre, que se basó en ella para su teoría delespacio-tiempo histórico2 y en el mexicano José Vasconcelos(La raza cósmica, 1926), iniciador de una larga escuela de estu-dios y teorías inspiradas en el mito conservador de la «es-pecificidad cultural».

Nos es por lo tanto difícil imaginar que podría haber dicho«Doña» Guevara de la Serna sobre el tema «Spengler», tratán-dose de un pensador difícil, empapado como estaba de evo-lucionismo social, pero dotado también de una muy fuerte for-mación matemática y técnico-científica. Podemos por lo tantolimitarnos a registrar la complejidad del tema y la seriedadcon la que Celia se movía entre los tantos e imprevisibles vo-lúmenes de la rica biblioteca familiar.

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1. Sobre el tema véase nuestro “El Che e a religião” en Che Gevara Qua-derni della Fundazione, n.º 3, cit., pp. 7-11.

2. Un espacio-tiempo europeo y un espacio-tiempo americano o indoa-mericano, dos ciclos naturales incomunicables como las civilizaciones deSpengler. Cfr. Juan José Sebreli, Terzo mondo mito borghese, Florencia, 1977, pp.36, 37 y 45.

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Aquella seriedad de estudios se transferirá a Ernesto y loacompañará durante toda su vida, hasta los últimos días dela guerrilla boliviana, cuando su mochila continuará hacién-dose pesada por los textos de formación política.3

Una prueba precoz de aquella actitud hacia el estudionos la ofrece el Diccionario filosófico que el Che comenzó a es-cribir cuando finalizaba el bachillerato superior. De ello en-contramos una referencia vaga e incierta en un discurso su-yo de algunos años después, pero tenemos una descripciónreciente y muy fidedigna, una vez más gracias al amigoAguilar:

«... me contó una anécdota muy graciosa: por esa temporada es-taba haciendo un diccionario de filosofía para su uso personal ylo hacía en la oficina donde trabajaba en Buenos Aires, y queello le valió un ascenso, una recomendación, porque un día lle-gó el jefe a la hora que tenía que estar todo el mundo y el úni-co que estaba en la oficina era él y el jefe lo aplaudió por cum-plir tan bien con su tarea. Él estaba haciendo otra cosa que na-da tenía que ver con su trabajo».

La oficina era el abasto del municipio de Buenos Aires yGuevara tenía ya casi veinte años: más, por desgracia, no he-mos sabido acerca de aquel trabajo que habrá ciertamentetenido las características de un diario intelectual, una espe-

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3. También las mochilas de los otros guerrilleros se harán pesadas porlos libros, siguiendo el ejemplo de su Comandante. «Rolando» (Eliseo Re-yes Rodríguez), por ejemplo, lleva consigo una copia de la Cartuja de Parmade Stendhal (de esto habla en su Diario, el 10 de enero de 1967), mientras sedan cursos más o menos regulares de formación política y cultural: gramáticaespañola, matemáticas, historia, lengua quechua, economía política y fran-cés.

Cfr. Diarios de Bolivia: Rolando Pombo, Braulio, Fuerte, 1971, pp. 16-18. Véase también el testimonio de Inti Peredo: «Allí surgió también lo que

podría denominarse la primera “escuela de cuadros”. Todos los días de 4 a 6de la tarde los compañeros más instruídos, encabezados por el Che, dabanclases de gramática y aritmética, en tres niveles, historia y geografía de Boli-via y temas de cultura general, además de clases de lengua quechua. Por lanoche, a los que deseaban asistir voluntariamente (las clases de la tardeeran obligatorias) Che les enseñaba francés. Otro tema al que daba primerí-sima importancia era al estudio de la economía política». Mi campaña con elChe, Pensamiento crítico, 52/1971, p. 4.

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cie de memorándum filosófico de las tantas ideas y lecturasque se amontonaban en aquellos años en su mente. La exis-tencia de un «diccionario» tal, sin embargo, sigue siendo undato importante a modo de confirmación del intento de do-tarse de una formación orgánica y sistemática, ya desde laépoca del bachillerato.

En aquella sistematicidad no faltaba obviamente Hegel.Al padre de la «fenomenología del espíritu», Guevara volviódespués en los períodos de su vida que fueron dedicadostambién al estudio del marxismo y de los cuales hablaremosen breve. Pero será siempre una lectura propedeútica al es-tudio del Marx «filósofo», del «joven Marx» en particular, se-gún un itinerario que se ha hecho ya clásico. A título de cu-riosidad podemos citar entre las referencias sueltas al hege-lismo, una de enero de 1954 (en Guatemala, por lo tanto, enla época de las primeras lecturas profundas de marxismo).

Ernesto cuenta en una carta a su hermana el haber cono-cido a un gringo, que no habla español y se dice perseguidopor el FBI.

En realidad, añade Ernesto, el gringo mismo es sospe-choso de ser un agente provocador, aunque para mérito suyocontará con el hecho de «que escribe unos artículos furibun-dos antiyanquis» y «lee a Hegel». «No sé para qué lado pa-tea», escribe Guevara intrigado por aquellas dos modestaspruebas de espíritu progresista.4 El hecho es que entre losdos las discusiones existen –aunque sea «en un idioma pro-pio», anota el Che–, lo que atestigua por lo menos un acerca-miento al inglés. (De joven, recordemos, Ernesto había estu-diado un poco de inglés en la escuela, pero prefirió estudiarfrancés con la ayuda de su madre).

¿El primer encuentro de Guevara con el marxismo...?

Es difícil decirlo y muchos lo han intentado antes que no-sotros, con criterios y resultados en general poco fidedignos.Nos parece plausible que en las reuniones de los exiladosantifranquistas, en la casa de los Aguilar, se haya habladotambién de «marxismo», pero con relación a la ideología y a

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4. ... e ignorando probablemente los criterios indicados por Lenin parala caracterización de los espías, cuando de los archivos zaristas salió a la luz«el caso Malinovski».

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las posiciones de los comunistas estalinistas en la guerra deEspaña. Para el joven Ernesto no era en verdad aquella unabuena luz bajo la cual entablar conocimiento con la futura fi-losofía dominante en su vida.

Mucho mejor y más entusiasta fue el encuentro con unintelectual marxista peruano, en Lima, en mayo de 1952, ydel que le habla al padre:

«Allá conocieron al doctor Pesce, célebre médico leprólogo, co-nocido mundialmente, y de quien sabían, a través del recorridoque habían hecho, que era una persona de gran reputación enPerú, un verdadero “maestro”, como lo llamaban, versado en le-pra, fisiología, política y filosofía.

Según Ernesto, poseía una cultura marxista formidable y unagran habilidad dialéctica. Hizo amistad con el doctor Pesce yposteriormente tuvo correspondencia con él» (op. cit., p. 399).

Pueden indicarse fácilmente, sin embargo, dos períodosbien precisos de lecturas de las obras de Marx, correspon-dientes a los años de la estancia en Guatemala y México(1954-1956) y al período del gran debate económico en Cuba(1963-1964).

En Guatemala, Guevara tiene la «suerte» de enamorarsede una mujer como Hilda Gadea, en aquella época muchomejor formada que él en el campo de la literatura política ydel marxismo. El grupo de jóvenes apristas de izquierda,que Ernesto comienza a frecuentar a través de ella, le ofrecela posibilidad de familiarizarse con su debate interno y consu maduración teórica. Son militantes insatisfechos, críticosde las posiciones de Haya de la Torre y que buscan en la lec-tura de Marx posibles alternativas.

Hilda le presta al Che sus libros entre los cuales hay mu-cho de Marx y todavía poco de Lenin. Lo mismo hacen suscompañeros de partido. La atmósfera es la de las discusio-nes más ardientes, pero también la de los grandes y exalta-dos descubrimientos colectivos. A continuación, un relatobastante detallado de los libros leídos y discutidos en aquelperíodo junto a Hilda:

«La afinidad de lecturas era también motivo para comprender-nos y continuar con nuestras interminables conversaciones. Am-bos habíamos leído todas las novelas precursoras de la Revolu-

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ción rusa: Tolstoi, Gorki, Dostoyevski, Las memorias de un revolucio-nario de Kropotkin. Después nuestros habituales temas de dis-cusión sobre: ¿Qué hacer? y El imperialismo, última etapa del capitalis-mo, de Lenin, El Antidürhing, El manifiesto comunista, El origen de la fa-milia y otros trabajos de Marx y Engels, además Del socialismo utó-pico al socialismo científico, de Engels y El capital de Marx, con el queestaba yo más familiarizada por mis estudios de economía. Encuanto a cultura general, habíamos leído casi lo mismo: los clá-sicos, los modernos, e incluso también nos gustaban las novelasde aventuras y todo lo referente a viajes interplanetarios. Mecontó, riéndose, que cuando estaba en la Secundaria se dedicóa leer verdaderamente y comenzó a “comerse” la biblioteca desu padre sin orden alguno, pues los libros no estaban clasifica-dos. Al lado de una novela de aventuras encontraba una trage-dia griega y en seguida un libro marxista».5

Una imagen más pintoresca de aquellas discusiones laencontramos en una carta del Che (abril de 1954):

«Tomo mate cuando hay y desarrollo unas interminables discu-siones con la compañera Hilda Gadea, una muchacha aprista aquien yo con mi característica suavidad trato de convencerla deque largue ese partido de mierda. Tiene un corazón al menos deplatino...».

Mario Dalmau, un cubano exilado en Guatemala despuésdel asalto al Moncada, lo encuentra en ese mismo período ydeclarará años después que el Che había leído «toda una bi-blioteca marxista», disponiendo ya de una notable prepara-ción al respecto.6 Es claramente una exageración. Por el con-trario, acerca de aquella fase es demasiado cauto el juicio deHugh Thomas, el gran historiador de Cuba, cuando afirma:

«A fines de 1955 Guevara era un revolucionario, pero no nece-sariamente un marxista, si con este término se tiene en cuentala convicción de que el cambio político nace a partir de la tras-formación de los medios de producción».7

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5. Che Guevara, Años decisivos, pp. 35-36. 6. Mario Dalmau, en Granma, 29 de octubre de 1967. 7. Hugh Thomas, Storia di Cuba, 1762-1970, Turín, 1973, p. 665. Aún más

drástico en K. S. Karol que, recordando un encuentro suyo con el Che en1961, escribía: «El Che no fue nunca un comunista... pero era absolutamentealérgico a las manifestaciones del anticomunismo», en La guerriglia al potere,Milán, 1970, p. 50.

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El Che mismo resumió su situación ideológica de enton-ces, escribiendo a su tía Beatriz desde la Guatemala deÁrbenz (12 de febrero de 1954), en lo más efervescente de suentusiasta participación en aquella experiencia, destinada aun precoz y trágico fracaso:

«Mi posición no es de ninguna manera la de un diletante habla-dor y nada más, he tomado posición decidida junto al Gobiernoguatemalteco y dentro de él, en un grupo del P. G. T. que es co-munista, relacionándome además con intelectuales de esa ten-dencia que editan aquí una revista».

Es por lo tanto su entrada en un segundo ámbito intelec-tual, después de los apristas de izquierda. Ahora se trata decomunistas (de tendencia soviética, obviamente, y estali-nistas), agrupados en torno a una revista. El Che no puededejar de advertir la urgencia de acelerar el estudio del mar-xismo. Pero por las razones políticas que sabemos, debe in-terrumpir aquellas lecturas y continuarlas después en Méxi-co, con libros que los amigos continuarán prestándole. Du-rante un determinado período también con los libros de loscuales se convirtió en vendedor a domicilio, en Ciudad deMéxico, después de haber dejado el trabajo de fotógrafo de-sempeñado junto a su amigo guatemalteco Julio Roberto Cá-ceres Valle El Patojo:

«Los clásicos del marxismo, la colección de obras de Lenin, tex-tos relativos a la estrategia militar de la Guerra Civil española,pasaban ante los ávidos ojos de Guevara por la noche, y a la ma-ñana volvían al interior de la cartera de cuero con la que recorríaoficinas y casas particulares».8

Un argentino, Arnaldo Orfila Reynal, director de una casaeditora mexicana (Fondo de Cultura Económica), los proveede los tres volúmenes de El Capital. Y éstos hacen probable-mente milagros, ya que al cabo de pocos meses Guevara seencuentra además impartiendo cursos sobre Marx («San Car-los», como lo llama jocosamente, quizás para rememorar elverso a los «héroes» de La sagrada familia). Los alumnos sonlos cubanos del Movimiento 26 de julio, algunos de sus futu-

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8. Ricardo Rojo, op. cit., p. 79.

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ros compañeros de expedición. En una carta un poco en cla-ve por razones de seguridad, escribe a su madre el 17 de ju-nio de 1955:

«Por otro lado te diré que tengo una cantidad de chiquilines desexto año encandilados con mis aventuras e interesados enaprender algo más sobre las doctrinas de San Carlos. A eso de-dico mis horas de ocio, que son pocas ahora».

Pero en aquella misma carta, el neófito marxista va siem-pre flanqueado, y en una función casi de contrapunto, por elvisionario:

«Todo esto te lo cuento para que te sientas que no cumplís envano, pues agregado a las moneditas burocráticas que pariste,lanzaste al mundo un pequeño profeta ambulante que anunciael advenimiento del día del juicio final con estentórea voz che».9

Existe otra carta «en clave» que nos ofrece un testimoniodirecto sobre la cuestión (dirigida a su tía Beatriz, el 8 deenero de 1956):

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9. Es ésta la ocasión para explicar el origen de este célebre apodo. Pro-viene del guaraní y su significado en esta lengua indígena es «yo», «mi», da-tivo chevé. En los países de la cuenca del Plata (Argentina, Uruguay y Para-guay) se ha transformado en una especie de vocativo, una interjección fami-liar para dirigirle la palabra a alguien o para llamar su atención. El Che lo uti-lizaba con tal frecuencia, que sus amigos centroamericanos terminaron po-niéndoselo de apodo, que con el tiempo se transformó en un nombre real yverdadero.

Véase la voz correspondiente a cargo de Marcos Augusto Morínigo, enDiccionario de Americanismos, Buenos Aires, 1966, pp. 181-182: «CHE. Ciertamen-te alteración fonética del antiguo cé!, utilizado para llamar la atención. //Co-mo interjección en Bolivia, Chile y Río de la Plata, para llamar o dirigirse aalguien: ¡che, escucha!, ¡dame che!, ¡no puedo, che! //En Honduras y Venezue-la: ¡quia! no me importa. //Costa Rica: hacerle che a alguien, despreciarlo, re-chazarlo. La presencia de la interjección che es documentada en los camposde Buenos Aires desde fines del s. XVII. Teniendo en cuenta que los guara-níes, que constituían la mayor parte de la servidumbre en las casas y en lasfábricas, anteponían el che, “mío”, “me”, a cualquier vocativo, como en “cheamo”, “che señora”, “che amigo”, no se puede excluir del todo el origen guara-ní y bonaerense del che argentino. En Paraguay, donde el guaraní es una len-gua viva y donde el che conserva el significado vernáculo de “me”, “mi”, laacepción argentina comenzó a difundirse a principios de este siglo entre losjóvenes y es considerada aún como un elemento típico del dialecto de Bue-nos Aires».

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«Estoy fuerte, optimista, subo frecuentemente a los volcanes,voy frecuentemente a visitar ruinas, leo frecuente a San Carlos ysus discípulos, sueño con ir a estudiar la cortisona con una france-sita de ésas que las sepan todas (para entretenimiento no más)y con todos ustedes, familiares míos que tanto amo. Arrivederchimy love».

El tono jocoso continúa, en una carta del 15 de abril a supadre. He aquí como «traduce» su reclutamiento, ya realiza-do, como médico en la expedición del Granma:

«Dentro de poco pasaré a ser una celebridad en la ciencia mé-dica, sino como científico o profesor por lo menos como divul-gador de la doctrina de San Carlos desde los altos escaños uni-versitarios. Porque me he dado cuenta de que la fisiología no esmi fuerte, pero lo otro sí».

En sus últimas cartas, del otoño de 1956, cuando estápróxima la partida, se acumulan las referencias a las lecturas(que se realizan ya en la biblioteca, en el aislamiento y en laespera clandestina del embarco):

«Querida vieja... creo que después de éstas saldré hecho untanque en cuestiones económicas... Aquello que les contaba delprofesorado en fisiología era mentira, pero no mucho... De todasmaneras, ahora sí pertenece al pasado. San Carlos ha hecho unaaplicada adquisición. Del futuro no puedo hablar nada».

Y en otra carta a su madre:

«Antes me dedicaba mal que bien a la medicina y el tiempo li-bre lo dedicaba al estudio en forma informal de San Carlos. Lanueva etapa de mi vida exige también un cambio de ordena-ción: ahora San Carlos es primordial, es el eje, y será por los añosque el esferoide me admita en su capa más externa».

Por el testimonio de otro militante cubano, López Darío,10

sabemos que fue el Che quien eligió las obras de marxismopara la biblioteca «subversiva» secuestrada por la policíamexicana en el campo de adiestramiento del 26 de julio.

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10. En Granma, 16 de octubre de 1967 (ahora en Conoscere il Che, op. cit.,p. 49)

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De este modo Guevara resulta ser el único combatientedel Movimiento 26 de julio con una auténtica formación mar-xista, a bordo del Granma, y lo será después en la Sierra: pe-ro no es ciertamente el único que siente esa necesidad. Lavoluntad de hacerse con una cultura personal en base a tex-tos radicales y revolucionarios de varias corrientes políticas–y por lo tanto también en base a la obra de Marx– está pre-sente en el grupo de Fidel Castro desde aquellos lejanosdías de México. Si hubiese habido por parte de Fidel unahostilidad preconcebida hacia el marxismo –como han suge-rido fuentes tendenciosas–, él no le habría nunca encomen-dado al Che que «adoctrinara» a los participantes en la expe-dición. Ni siquiera a cambio de la seriedad con la que Gue-vara se sometía a su vez a los cursos de historia de Cubaque se daban en el mismo campamento.

Según el conocido periodista del New York Times, HerbertMatthews, «Che Guevara y Raúl Castro eran ambos de ten-dencia comunista desde que eran estudiantes».11 Y aunqueeran los únicos que tenían esta orientación, el hecho en sídemuestra la atención del grupo dirigente fidelista hacia lasposiciones del marxismo. Y pese a que la experiencia «mar-xista» de Raúl era diametralmente opuesta a la del Che: selimitaba al hecho de haber participado, a la edad de veintiúnaños, en un festival mundial de la juventud en Bucarest, rea-lizando en aquella ocasión también una visita a los países deaquel lado del telón de acero.

El segundo período en el que el Che lee y relee intensa-mente las obras de Marx es el de 1963-1964. El estímulo esdado por la necesidad de afrontar con instrumentos teóricosadecuados el debate económico iniciado en la revista NuestraIndustria y del que debemos volver a hablar. Hay también in-terlocutores europeos, marxistas desde hace tiempo y «pro-fesores» del nivel de Bettelheim o de Mandel, y el alcanceteórico de los problemas en discusión es tal que requieremás que una simple lectura de los textos. Se trata ya de ha-cerles «cantar» a aquellos mismos textos, de sacar de ellosindicaciones de método y conclusiones prácticas, capaces de

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11. Herbert L. Matthews, La verita’ su Cuba, Milán, 1961, p. 127.

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favorecer o por lo menos de no comprometer el futuro eco-nómico y social de la Revolución.

Y esta consideración tiene una importancia epistemológi-ca excepcional, ya que por primera vez en la historia del mo-vimiento obrero –después obviamente de la irrepetible ex-periencia bolchevique de 1917-1923–, jefes de Estado o mi-nistros recurren a la lectura de Marx para encontrar en ellarespuestas teórico-prácticas y no sólo argumentos «ideológi-cos» para ser utilizados en aras de la excomunión de los ad-versarios políticos, reales o eventuales.

La frescura de esta nueva relación es además paradójicaen el caso de Guevara, ya que precisamente en la introduc-ción a uno de los artículos más rigurosamente «económicos»de este período –“Sobre el sistema presupuestario de finan-ciamiento”, en Nuestra Industria. Revista Económica (n.º 5, febrerode 1964)– aparece una larga reflexión de orden metodológicosobre el «joven Marx»: en particular, sobre un pasaje sacadode los Manuscritos económico-filosóficos de 1844.

No hace mucho que en Europa se han atenuado los ecosde la gran polémica sobre la relación entre el «joven Marx»(precisamente el de los Manuscritos y otras obras filosóficasjuveniles) y el Marx llamado «maduro» (el de El manifiesto y Elcapital, para resumir). Siendo tempestuosa sobre todo enFrancia, aquella polémica tuvo de todos modos una resonan-cia europea e internacional por el alcance de la apuesta teó-rica que estaba en juego y por los nombres de los estudiososimplicados: J. Hyppolite, M. Merleau-Ponty, J. P. Sartre, H. Le-febvre, P. Naville y otros.

Guevara ha leído mucho, pero conoce personalmente só-lo a Sartre, uno de los primeros en interesarse por la Revolu-ción cubana y autor de un reportaje sobre una larga visita ala Isla. Y ahora –primeros años sesenta– aquella polémica,que fue animada por los intentos de reconstruir una lectura«humanista» de Marx, revalorizando precisamente algunosde sus escritos juveniles, está a punto de reanudarse, sóloque ahora por la vertiente opuesta.

El antihumanismo programático de Althusser reconoceráque es efectivamente posible una lectura «humanista» deljoven Marx, con el propósito declarado de demostrar queprecisamente no se trataría de Marx, sino de otra cosa. Y a la

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separación («ruptura epistemológica») del presunto «verda-dero Marx» de aquella «otra cosa», él dedica sus dos traba-jos más célebres (Leer “El capital” y Para Marx).

Pero Althusser, a su vez, no parece tampoco ignorar laexistencia de una literatura marxista «indígena» en los paísesdependientes, hacia la cual invita a dirigirse con atención enuna nota a propósito de su primer trabajo importante. Y sureferencia a Cuba puede estar relacionado sólo con la pro-ducción teórica del Che:

«La misma es válida para aquellas nuevas obras marxistas que,de forma a veces sorprendente, llevan en sí algo esencial parael futuro del socialismo: lo que el marxismo produce en los pa-íses de vanguardia del “Tercer Mundo” que lucha por su liber-tad, de los guerrilleros de Viet Nam a Cuba. Es vital para no-sotros saber “leer” a tiempo estas obras».12

Hasta aquí para resumir, muy brevemente, el contexto enel que Guevara se dispone a brindar una lectura suya acercadel «humanismo» marxista, con plena conciencia del enredoteórico en el que se adentra.

Él define el período del «joven Marx» como los años enlos que el lenguaje teórico del gran alemán refleja abierta-mente la esencia de las ideas filosóficas que contribuyeron asu formación, manteniendo cierto nivel de imprecisión en elplano de la terminología más propiamente económica.

Esto no sería, sin embargo, fruto de la inexperiencia, se-

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12. L. Althusser – E. Balibar, Leer «El capital», Milán, 1968, p. 75. Existe toda una escuela de nuevos marxistas latinoamericanos que se

ha inspirado en Althusser, después de haber seguido por lo menos suscursos en París. La más conocida es Marta Harnecker, autora de obras co-mo Los conceptos elementales del materialismo histórico (México, 1974) y otros tex-tos de carácter divulgativo que han tenido una amplia difusión en AméricaLatina y de modo particular en el Chile de Allende. Se trata, no obstante,de formas de «marxismo neodogmático», de materialismo neoescolástico(por lo refinado), surgidas en el cauce de la crisis ideológica de los parti-dos estalinistas y netamente separadas de las corrientes más vivaces inte-lectualmente y más creativas, entre las que se refieren a las varias tradicio-nes de marxismo «herético» latinoamericano.

En lo que a nosotros se refiere, hemos expuesto una síntesis muy críti-ca del pensamiento de Althusser en «Pour Marx... y un poco también por Alt-husser», en Quotidiano dei lavoratori, semanario, 36/1980, p. 29.

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gún Guevara, ya que en el año 1844 Marx ha realizado ya laopción política de su vida: del lado de los humildes, y lo teo-riza abiertamente.

Es, sin embargo, una opción filosófica bien precisa, esdecir, la voluntad de hacer referencia al individuo humano ensu proceso de liberación: un proceso en el cual el individuose realiza y se manifiesta en su ser social, en su formar partede estructuras sociales históricamente determinadas. Estruc-turas, por lo tanto, que se pueden representar en términosabstractos, es decir, en términos de contradicciones y de lo his-tóricamente ineluctable de su explotar («resquebrajarse», diceGuevara), en la perspectiva política de abrir de esta formauna dinámica de transición.

Pero en esta lectura del «joven Marx» –añade él– no esaún admitida explícitamente la necesidad de aquella identifi-cación entre las estructuras, en las que se organiza el ser so-cial de los individuos, y las relaciones de producción (porconsiguiente, tampoco con la lucha de clases tal y como seconfigura históricamente).

Es interesante observar cómo a esta síntesis de posicio-nes del marxismo ya lo suficientemente difundidas y discuti-das en la literatura marxista de aquellos años (posicionesacerca de las cuales Guevara no parece expresar ahora abier-tamente un juicio de valor), se añade además una considera-ción suya muy personal: la «mecánica de las relaciones deproducción» –afirma– con sus consecuencias en el plano dela lucha de clases (a entenderla por lo tanto como manifesta-ción subjetiva de las contradicciones existentes) «oculta encierta medida el factor objetivo», es decir, el hecho de queson individuos concretos «los que se mueven en el ambien-te histórico». Son los hombres, por lo tanto, los que apare-cen como el substrato material sobre el que se articula la lu-cha de clases, y no las categorías económico-sociales abs-tractas, con su «ineluctable» proyección en la lucha de cla-ses.

Marx no aparecería por lo tanto –y según el Che– tampo-co en esta etapa como un filósofo del subjetivismo volunta-rista, que movido por juvenil entusiasmo habría abrazadopor razones éticas la causa del proletariado. (Una conclusióna la que llegaban más o menos explícitamente muchos de

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los lectores humanistas del «joven Marx»). Por aquella atri-bución del carácter de real objetividad a la acción histórica delos hombres, a los hombres concretos en su deber de hacer-se historia, aparecería, sin embargo, «el carácter humanista(en el mejor sentido de la palabra) de sus inquietudes»(VIII, 2).

Y ya que el interés del socialismo tiene como centro alhombre físico y concreto, añade Guevara, el carácter huma-nista de aquellas inquietudes de Marx adquiere una impor-tancia fundamental: «revolucionaria» precisamente.

Sigue una larga cita de Marx tomada de los Manuscritos,13

utilizada para demostrar la unidad y el conocimiento que re-gulan el paso de la «positiva supresión de la propiedad pri-vada» –como «autoalienación del hombre»– al comunismo,es decir a la «real apropiación de la esencia humana por par-te del hombre y para el hombre»: el comunismo que, al de-venir pleno humanismo, se hace naturalismo.

«Este comunismo es la resolución genuina del conflicto entre lanaturaleza y el hombre: la verdadera resolución de la lucha en-tre la existencia y la esencia, entre la objetividad y autoconfir-mación, entre la libertad y la necesidad, entre el individuo y laespecie. El comunismo es el enigma resuelto de la historia, y sa-be que él es esta solución».

La clave de lectura del párrafo es explícitamente indica-da en aquel «sabe» («tiene la conciencia», en la edición me-xicana de 1962 utilizada por el Che). Conocimiento que espara Marx la solución real de las contradicciones –interpretaGuevara– y que desarrolla una función fundamental para elpapel del hombre en el movimiento de la historia. El comu-nismo no es el resultado inevitable de contradicciones llega-das al punto culminante de su maduración (el Che no ignora-ba cuántos manuales de «comunismo soviético» conteníanprecisamente aquella visión mecanicista del desarrollo his-tórico), sino el producto de la acción del hombre convertidoen actor consciente de la historia.

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13. Marx-Engels, Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, Chile, 1960,p. 102.