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Chile reinventa la democracia PAULO J. KRISCHKE* Este artículo es una reseña de cinco estudios publicados por la Facul- tad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) en Chile: BAÑO, Ro- drigo (1985): Lo social y lo político: un dilema del movimiento popular, 191 pp.; FLISFISCH, Ángel (1987): La política como compromiso democrático, 371 pp.; BRUNNER, José Joaquín (1988): Un espejo trizado. Ensayos sobre cultura y po- líticas culturales, 470 pp.; LECHNER, Norbert (1988): Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y política, 189 pp.; GARRETÓN, Manuel Antonio (1989): La posibilidad democrática en Chile, 72 pp. El actual proceso de democrati- zación en Chile, con el plebiscito que derrotó al proyecto de conti- nuidad del régimen militar en octu- bre de 1988, y con las elecciones generales de diciembre de 1989, ha volcado la atención hacia los an- tecedentes que hicieron posibles dichos resultados. En este senti- * Profesor adjunto de Sociología Polí- tica, Universidad Federal de Santa Cata- rina, CSO-CCH-UFSC-Campus Trindade, 88049 Florianópolis, SC, Brasil. do, algunos estudios realizados por investigadores de FLACSO-Chile nos proporcionan cuantiosa infor- mación no solamente sobre las transformaciones ocurridas en la sociedad chilena en el transcurso de la presente década, sino tam- bién sobre la inserción y autodefi- nición de dichos intelectuales en el contexto de las propuestas de democratización. El objetivo de este artículo-reseña es analizar esas dos dimensiones del proceso de Reis 50/90 pp. 271-307

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Chile reinventa la democraciaPAULO J. KRISCHKE*

Este artículo es una reseña de cinco estudios publicados por la Facul-tad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) en Chile: BAÑO, Ro-drigo (1985): Lo social y lo político: un dilema del movimiento popular, 191 pp.;FLISFISCH, Ángel (1987): La política como compromiso democrático, 371 pp.;BRUNNER, José Joaquín (1988): Un espejo trizado. Ensayos sobre cultura y po-líticas culturales, 470 pp.; LECHNER, Norbert (1988): Los patios interiores dela democracia. Subjetividad y política, 189 pp.; GARRETÓN, Manuel Antonio(1989): La posibilidad democrática en Chile, 72 pp.

El actual proceso de democrati-zación en Chile, con el plebiscitoque derrotó al proyecto de conti-nuidad del régimen militar en octu-bre de 1988, y con las eleccionesgenerales de diciembre de 1989, havolcado la atención hacia los an-tecedentes que hicieron posiblesdichos resultados. En este senti-

* Profesor adjunto de Sociología Polí-tica, Universidad Federal de Santa Cata-rina, CSO-CCH-UFSC-Campus Trindade,88049 Florianópolis, SC, Brasil.

do, algunos estudios realizados porinvestigadores de FLACSO-Chilenos proporcionan cuantiosa infor-mación no solamente sobre lastransformaciones ocurridas en lasociedad chilena en el transcursode la presente década, sino tam-bién sobre la inserción y autodefi-nición de dichos intelectuales en elcontexto de las propuestas dedemocratización. El objetivo deeste artículo-reseña es analizar esasdos dimensiones del proceso de

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democratización chileno tomandocomo referencia los cinco librosarriba indicados. Cabe reconocer deantemano la imposibilidad de ago-tar el tema en este limitado espacio(cada uno de dichos libros, asícomo sus autores, merecerían unareseña en particular), pero teniendola pretensión de iniciar aquí undebate sobre algunos de sus aspec-tos que tienen especial interés paralectores e investigadores de otrosDaíses.

El enfoque adoptado para estareseña, que distingue analíticamen-te entre democratización social ydemocracia política, fue sugeridopor la lectura de los mencionadoslibros. En todos ellos se distinguenclaramente ambas dimensiones, apesar de presentarse diferentes rela-ciones entre ellas. De hecho, apre-ciaremos que es válido distinguir elproceso de democratización en elámbito de la sociedad (en términosde valores y orientaciones, moder-nización de los comportamientos,acceso a la igualdad socioeconómi-ca, etc.), de la transformación delrégimen político en el sentido dela institucionalización democrática.Y, para el caso de la actual transi-ción chilena, esto ha significado unaverdadera «reinvención» de la de-mocracia, a la luz del propio pasadodel país.

Será necesario hacer algunas pre-cisiones preliminares antes de en-trar al tema, con vistas a soslayarproblemas de interpretación. Enprimer lugar, hay que aclarar queno partimos del supuesto de quelos cinco autores aquí tratados re-presenten al conjunto de los inte-

lectuales chilenos, ni que ostentensu liderazgo. Todos conocen laimportancia de FLACSO-Chile co-mo organismo de formación aca-démica e investigación, en ese paísy en América Latina en su conjunto.No obstante, una de las caracterís-ticas de las ciencias sociales enChile durante los últimos quinceaños, fue la proliferación de gruposy centros de investigación, los cua-les han realizado numerosos estu-dios, publicaciones y programas dedivulgación cultural, de gran im-portancia para la comprensión delactual proceso de democratización.Con todo, para iniciar una presen-tación de esa amplia labor de inves-tigación a los lectores de otrospaíses, consideramos convenientehacerlo con la ayuda de algunosautores de FLACSO, los cuales pre-sentan en su obra un enfoquecomparativo dentro del ámbito lati-noamericano que facilita su com-prensión.

Por otra parte, no pretendemosaquí que estos autores expresen unaposición'uniforme, que fuera repre-sentativa del conjunto de los estu-dios realizados por FLACSO. Escierto que José Joaquín Brunnerfue el director de esa instituciónen el período 1981-1987, y que elactual es Norbert Lechner. Peromás adelante veremos que ellos, ylos otros tres autores, desarrollandimensiones y enfoques distintosacerca de los temas tratados —quepueden ser considerados comple-mentarios en algunos sentidos, sincomprometer por ello su autono-mía académica ni la originalidad desu contribución individual—. Es de

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destacar también que hay otrosestudios e investigadores en FLAC-SO, además de los cinco que consi-deraremos, los cuales aportan con-tribuciones igualmente importantessobre los temas de la democratiza-ción. Pero fue necesario comenzar areconocer la importancia de losestudios actuales sobre Chile, conalguna delimitación arbitraria comola que propusimos antes (sobre lastransformaciones de la sociedad, yla autodefinición de los intelectua-les en las propuestas de democrati-zación). Esperamos que otros enfo-ques más específicos (por ejemplo,sobre el régimen militar, la cuestiónpartidaria, el imaginario popular,etc.) puedan ser igualmente trata-dos en otras reseñas con la atenciónque merecen.

Otra observación más sustantivaes que, para facilitar el tratamientodel tema y su análisis en la obra delos cinco autores, abordaremos susdos dimensiones en la siguientesecuencia: a) transformaciones de lasociedad chilena en los años ochen-ta; b) propuestas de democratiza-ción e inserción de los intelectuales.Como ya dijimos al comienzo,ambas dimensiones están presentesde modo interrelacionado en laobra de estos autores. Estos estu-dios comprenden, además, otrostemas y objetivos diferentes, loscuales no podrán ser consideradosaquí. Por lo anterior, aplicaremosestos dos ángulos de enfoque orecortes- temáticos, para distinguiranalíticamente en las obras de losautores esas dos dimensiones delproceso de democratización, de

otros temas significativos tratadospor ellos.

Transformaciones de la sociedaden los años ochenta

El Chile que estos estudios nospresentan revela evidentes conti-nuidades con el pasado, junto agrandes discontinuidades generadasbajo el régimen militar. De un lado,están las divisiones en clases socia-les, las luchas sectoriales y corpora-tivas por la apropiación de la rentay la propiedad, las desigualdadessocioeconómicas que se mantuvie-ron y agravaron bajo el actual siste-ma concentracionista y socialmenteexcluyente. Por el otro, están lasidentidades sociopolíticas, que, apesar de haber persistido en formanotable (en términos de tradicionesculturales, organizaciones partida-rias y memoria colectiva) bajo lascondiciones de represión y clandes-tinidad, debieron sufrir una progre-siva diferenciación, debido a su ne-cesaria reconstitución en ámbitospúblicos distintos a los canales ins-titucionales del pasado (y a las in-fluencias culturales que considera-remos luego).

El libro de Rodrigo Baño (Losocial y lo político: un dilema clave delmovimiento popular) efectúa un segui-miento riguroso de la evolución delos movimientos populares urbanos,sindicales y barriales; mostrandocómo las demandas económicas ysociales conducían (hasta mediadosde los años ochenta) a una rápida

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politización de los conflictos de dis-tribución de la renta, debido a laausencia de canales institucionaleslegítimos bajo el régimen militar.El autor proporciona datos signifi-cativos, por ejemplo, sobre el creci-miento de la tasa de desempleo, lacaída del salario real durante ladécada; y las diferentes estrategiasadoptadas por los movimientos sin-dicales y barriales, para enfrentaréstos como otros problemas inhe-rentes al deterioro de sus condicio-nes de vida. Una conclusión delautor es que la «politización objeti-va» de los movimientos sociales queenfrentan al Estado no es acompa-ñada de una «politización subjetiva»,que pudiera conducir a la primera auna unidad de acción y proyectosalternativos.

El autor sostiene este diagnósticoaplicando con habilidad la clásicadicotomía entre «comunidad/socie-dad», para destacar las diferenciasde politización «objetiva» y «subjeti-va» de los movimientos sindicalescon los movimientos barriales, porun lado; y entre el conjunto de losmovimientos sociales y los partidospolíticos en un contexto autorita-rio, por el otro. Por ello su conclu-sión principal es que la «escisiónentre lo social y lo político setraduce en una separación entrepartidos y movimiento social» (jbid.:184).

Pero la reconstrucción históricaque realiza de la trayectoria de losmovimientos sociales se centra(siguiendo a Touraine) en la carac-terización de los diferentes conflic-tos que originan esos actores como

nuevos «sujetos populares», orienta-dos hacia un «proyecto popularalternativo», incipiente aún bajo elrégimen autoritario:

«Un movimiento sindical defini-do en la contradicción capital-trabajo que se mantiene particu-larizado en la relación de empre-sa y un movimiento poblacionaltotalizante que (...) se constitu-ye como totalidad concreta queenfrenta el carácter individuali-zante y abstracto que impone elEstado (...) y que no se especifi-ca en la relación capital-trabajoque está en el centro de la defi-nición del sistema (...). Al fin yal cabo, se trata de un tema polí-tico fundamental, que no apare-ce fácilmente en la época de"normalidad institucional", peroque aclara las características dela dominación que están presen-tes también en esa normalidad»{jbid.: 185-186).

Más adelante veremos cómoestos resultados se relacionan conlos partidos y las propuestas dedemocratización. Pero es impor-tante destacar que las tareas dereconstitución del ámbito públicoson vistas aquí, desde los iniciosde la década (y más dramática-mente a partir de los «cacerola-zos» y las «Protestas Nacionales»de 1983), como exigencias puestasde manifiesto por las transforma-ciones presentes en la sociedad(principalmente en términos depolitización «objetiva» y «subjeti-va»). Es decir, que los problemas

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socioeconómicos y políticos quequedaron sin solución desde elgolpe contra Allende en 1973,pasan a reclamar, a partir de lapoblación, soluciones verdaderas ydiferentes de las propuestas en elpasado.

José Joaquín Brunner (en Unespejo trizado. Ensayos sobre culturay políticas culturales) vincula esastransformaciones a las relacionesexistentes hoy entre cultura y so-ciedad, caracterizadas por la hete-rogeneidad:

«Heterogeneidad cultural signi-fica, en fin, algo bien distintoque culturas diversas (subcultu-ras) de etnias, clases, grupos oregiones, o que mera superpo-sición de culturas, hayan éstas ono encontrado una forma desintentizarse. Significa, directa-mente, participación segmenta-da y diferencial en un mercadointernacional de mensajes que"penetra" por todos lados yde maneras inesperadas el en-tramado local de la cultura,llevando a una verdadera im-plosión de los sentidos consu-midos/producidos/reproducidosy a la consiguiente desestruc-turación de representacionescolectivas, fallas de identidad,anhelos de identificación, con-fusión de horizontes tempora-les, parálisis de la imaginacióncreadora, pérdida de utopías,atomización de la memoria lo-cal, obsolescencia de tradicio-nes» (ibid.: 218).

De allí la metáfora del «espejotrizado», donde la lógica identita-ria-racionalista de la modernidadse ve negada por la «anomia» delos actores, constantemente divi-didos por las lógicas pre y post-modernas de su contradictoriaconstitución. En el caso específicode Chile (con la posible aplicaciónde otros procesos de democratiza-ción en América Latina), el autorve en esa heterogeneidad la con-frontación entre dos «regímenescomunicativos»:

«Uno estructurado en torno alGobierno Militar que opera através del efecto combinado dela represión, el mercado y latelevisión. Otro, más débil ydisperso, menos institucionali-zado y de alcances locales yvariables, que se estructura entorno a las organizaciones e ini-ciativas de la oposición. Aquélsurge de arriba hacia abajo y *escontrolado de manera más omenos centralizada; este otrosurge de abajo hacia arriba, tie-ne múltiples centros de articu-lación y opera a través de losespacios que logra crear o enlos intersticios del sistema ofi-cial. Aquél es por necesidadantipolítico y aborrece el tu-multo de las voces colectivas,mientras éste impulsa la políti-ca y promueve la representa-ción de expresiones colectivas»(ibid.: 74).

En este contexto, el autor dice:«la realidad cotidiana se vive como

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una extraña coalición de juiciose interpretaciones que compitenpor la atención de los individuosy que buscan legitimarse a basede su pertenencia a esos regí-menes contrapuestos de comu-nicación (...). El país se vive a símismo como una implosión deimágenes, ninguna de las cualestiene la fuerza suficiente para or-denar un sentido generalizable ycompartible. Una suerte de «ano-mia», de un tipo especial, gobiernalos acontecimientos diarios» {ibid.:75).

Vemos así que el diagnósticopropuesto en un principio porBaño, sobre una escisión entre losocial y lo político, alcanza conBrunner matices más rotundos, alincorporar- éste al análisis de lademocratización los efectos de laheterogeneidad cultural. Ya no sólose trata de los problemas de la poli-tización incompleta de los movi-mientos sociales debido al carácterexcluyente del régimen político,sino de los dilemas que enfrentanlos sectores democráticos para am-pliar la coherencia e inclusión de su«régimen comunicativo» en el con-junto de la población.

El libro de Ángel Flisfisch (Lapolítica como compromiso democrático)está centrado en proposiciones nor-mativas e institucionales, que másadelante veremos, para que los pro-cesos de democratización puedanllegar a buen término y consolidar-se. Para ello, describe también elsurgimiento de una «nueva ideolo-gía democrática» bajo los regímenesautoritarios del Cono Sur de Amé-

rica Latina. El autor la refiereespecíficamente a las formas «de-fensivas» de acción política de losmovimientos sociales contemporá-neos, indicando para el caso espe-cífico de Chile los ejemplos delmovimiento feminista, sectores delas izquierdas y de la Iglesia (ibid.:98-100). En estas acciones el autorpercibe el surgimiento de tres«modelos de hombre» (el «hombreliberado», el «disidente» y el «sujetode derechos humanos») o «tres fi-guras rectoras» que «incluyen prin-cipios reguladores, configurandouna ética de la política»:

«1) La idea de autogobierno.2) La idea de un proceso deexpansión de los ámbitos some-tidos a control personal. 3) Laidea de la necesidad de un pro-ceso de fragmentación o socia-lización del poder. 4) La ideade una restitución (que es a lavez superación) a la colectividadde capacidades y potencialidadespersonales, que se 'encuentranperdidas en el juego de estruc-turas sociales, autonomizadasen relación con las mujeres yhombres que las padecen» {ibid.:100).

Lo que esta ideología democráti-ca emergente manifiesta es un «for-talecimiento de la sociedad civil»,en el sentido específico de la valo-ración de los contenidos éticos dela democracia, y de las formasexpresivas y participativas de acciónpolítica; en contraposición «anti-estatista», dice el autor, a la «con-cepción napoleónica», que tradicio-

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nalmente considera al Estado y algobierno como detentores del mo-nopolio de la racionalidad políti-ca. Es de destacar que el autor nodescarta la importancia de las tradi-ciones constitucionalistas y demo-crático-institucionales, como partede la herencia política que se tratade rescatar (principalmente en elcaso de Chile). Pero, en el contextode los regímenes autoritarios, deviolación de los derechos humanos,la negación de los valores públicosde ciudadanía, y la forzada privaci-dad encuna cotidianeidad fragmen-tada, hicieron surgir como priori-dad a los contenidos éticos de lademocracia, en contraposición a laslógicas excluyentes del Estado y delmercado.

Por lo anterior, este enfoquesubraya la dimensión ético-normati-va como fundamental para apreciarlas transformaciones de la sociedadchilena bajo el régimen militar.Además de los dilemas socioeco-nómicos y políticos de los movi-mientos populares (como vimos enBaño) o también el de la fragmen-tación cultural «anómica» de lapoblación (constatada por Brun-ner), cabe reconocer el de los nue-vos valores que surgen en la so-ciedad, en contraposición al autori-tarismo. Se incrementan, por lotanto, los problemas a resolver enel proceso de democratización, enel sentido de superar las formas«napoleónicas» de plantear la polí-tica únicamente a partir del Estadoo de la sociedad política estricta-mente considerada, en términos desistema partidario. El proceso dedemocratización que resulte exitoso

será aquel capaz de incluir en suseno a los, nuevos actores emergen-tes (nuevos movimientos sociales,sectores religiosos, y disidentes devariado tipo), capaces de ver balizarla «voz de los que no tienen voz»,en la defensa de los valores y dere-chos individuales y minoritarios (enverdad, de todos los dominados ymarginados de la sociedad).

Es evidente que esta orientaciónantiestatista debe ser matizada enuna propuesta progresiva de cons-trucción institucional democrática.Pero ella revela, en esta dimensiónético-normativa, la presencia de unaamplia reformulación no necesaria-mente antipolítica de la vida co-tidiana en Chile, a cuya discusiónNorbert Lechner dedicará princi-palmente su libro (Los patios interio-res de la democracia. Subjetividad ypolítica). Este libro reúne trabajosque buscan «mirar más allá de lapolítica (institucional)». Porque «pa-ra llevar a cabo reformas políti-cas necesitamos realizar, ante todo,una reforma de la política», donde«la indagación se vuelca hacia algu-nos aspectos poco tangibles y habi-tualmente descuidados de la demo-cracia» (...), como «la experienciadiaria de la gente, sus miedos y susdeseos» (...), para «obtener un pun-to de vista diferente de la política».Ya que «también la democracia, tannecesitada de la luz pública para sudesarrollo, esconde patios traseros»,que son «el sustrato cognitivo-afec-tivo de la democracia» (ibid.: 18).

En una descripción de la vidacotidiana bajo el régimen militar, serelaciona el interés en su estudio

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con «el descontento con las formashabituales de hacer política»:

«Aun cuando las antiguas lealta-des partidistas sobreviven alrégimen militar, la gente comúnencuentra dificultades en objeti-var los sentimientos de arraigosocial y pertenencia colectiva enlos partidos. En la medida enque las organizaciones políticas,cada vez más especializadas(burocratizadas) y escindidas delquehacer diario de "la gentecomo uno", ya no crean niaseguran las identidades colecti-vas, éstas tienden a recomponer-se al margen e incluso en oposi-ción a las instituciones. Perotambién decaen aquellos ámbitosde sociabilidad informal (comoel barrio, el club de fútbol o lamisma universidad) en que secompartían emociones y pasio-nes, recuerdos y sueños, en fin,en que se constituían referentescolectivos» {ibid.: 52).

Sobre esta base es que podemosconsiderar a la «cultura del miedo»,generada bajo el régimen militar,como derivada de los fundamentosde un «orden violentado»: «Antetodo, miedo a una vida sin sentido,despojada de -raíces, desprovista defuturo. Es sobre este tipo de mie-dos ocultos, que cada uno tuvo quepagar para seguir viviendo, que seasienta el ejercicio del poder autori-tario» {ibid.: 97). Pues «al producirla pérdida de los referentes colecti-vos, la desestructuración de loshorizontes de futuro, la erosión delos criterios sociales acerca de lo

normal, lo posible, y lo deseable, elautoritarismo agudiza la necesidadvital de orden y se presenta a símismo como la única solución»{ibid: 98). Las dictaduras generancontinuamente nuevos miedos:«trastornan profundamente las ruti-nas y los hábitos sociales volviendoimprevisible incluso la vida cotidia-na (...) aumenta el sentimiento deimpotencia (...) surge una apatíamoral (...) el descontento con elestado de cosas existente devienenarcisista, autocomplaciente y, endefinitiva, autodestructor» (...). «Deeste modo, la tendencia del autori-tarismo a desorganizar las identida-des colectivas termina por socavarsu propia base legitimatoria. Lapromesa de orden desemboca enuna experiencia agudizada de desor-den» {ibid: 100-101).

Es por esto, como veremos, queel proyecto democrático, para esteautor, debe «asumir nuestros mie-dos e incertidumbres», para nodejarlos expuestos a la manipula-ción autoritaria, y limitarlos acep-tablemente en la construcción deun futuro posible. Como Brunner,Lechner también relaciona la hete-rogeneidad sociocultural con elsurgimiento de la postmodernidado «modernidad incompleta» (en laspalabras de Habermas); no obstantevincularla a la necesidad de referen-tes colectivos que proporcionen unmínimo de seguridad, y valorescompartidos que aseguren (comovimos con Flisfisch) una nueva éti-ca democrática en la sociedad. Sindescuidar los aspectos instituciona-les de ese futuro de democratiza-ción, el diagnóstico de Lechner des-

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taca el carácter generalizado de esabúsqueda de referentes colectivos,su importancia estratégica en lalucha contra el autoritarismo, y surelevancia extrainstitucional para lacreación de un nuevo orden demo-crático:

«En resumen, asumir la incerti-dumbre de una historia sin suje-to ni fines es un desencantonecesario, pero insuficiente. Sóloelaboramos una visión desencan-tada si nos hacemos cargo de lasdemandas del encanto. Justamen-te el realismo político debierahacernos ver que la incertidum-bre conlleva la búsqueda de cer-tidumbre. Si la democracia nace dela incertidumbre, ¿no surge precisa-mente como un intento de respuesta aella?» (ibid.: 137).

Veremos más adelante el caráctermás (o menos) instrumental queatribuyen los autores antes tratadosa la política institucional. Pero es ellibro de Manuel Antonio Garretón(La posibilidad democrática en Chile),publicado después de la victoria dela oposición en el plebiscito de1988, el que ofrece el diagnósticode las transformaciones de la déca-da centrado fundamentalmente enel aspecto institucional: «En Chilesólo ha habido democratización víademocracia política» (ibid.: 14) co-mo condición sine qua non; poresto habría que postergar las de-mandas de democratización de ca-rácter ético-cultural y socioeconó-mico, para la etapa de consolida-ción de la transición democrática,puesto que «en el caso de las demo-

cracias políticas los que hacen lademocratización son las mayoríaspolíticas» (ibid.: 15). Esta constata-ción, que pasa revista a la experien-cia chilena por un período prolon-gado, es útil al autor para explicarpor qué la oposición al régimenmilitar «transforma su mayoría socialen mayoría política» y «ésta, a su vez,en mayoría electoral» (ibid.: 29), en elplebiscito convocado (y perdido)por el régimen militar.

Esta victoria fue sólo posible apartir de la necesidad de superar«los obstáculos que habían empan-tanado a la oposición desde elmomento en que accedió al espaciopúblico en 1983 con el movimientode las Protestas Nacionales» (ibid.:46). Estos obstáculos eran productode su incapacidad para formularuna propuesta de «transición demo-crática desde abajo»: la oposición«no se transformó en fuerza políticaa nivel horizontal, o sea, por razo-nes histórico-orgánicas no visualizóuna fórmula unitaria de transiciónhasta febrero de 1988» (cuandohubo acuerdo para participar en elplebiscito de octubre) (ibid.: 24).Además:

«Esa fuerza social no se trans-formó en fuerza política a nivelvertical. Básicamente, lo quehubo fue una movilización socialde múltiple significación queimplicó recomposición del tejidosocial, que privilegió las formasagitativas y que sobre todo fuede carácter simbólico expresivo,afirmación de identidad, de per-tenencia, de rechazo al avasalla-

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miento, de dignidad. Esta inca-pacidad (...) se explica, en parte,por las transformaciones que sevivieron en estos quince años,que dieron origen a un tipo desociedad y a un tipo de "situa-ción de masas". Esta se expresa-ba muy bien en la forma de pro-testas (en 1983), por ejemplo;pero sin unir eso a una fórmulapolítica, que era reemplazada poruna aspiración o una expresiónde buenos deseos, que omitíaabsolutamente el tema institu-cional, el tema del cómo hacerlo»(ibid.: 24-25).

Por ello, el tránsito de la movili-zación social hacia la transiciónpolítica (y luego también hacia la«consolidación de la democracia»)implica la creación de nuevos acto-res políticos:

«Si un factor puede asociarse a lafundación, recuperación y conso-lidación de la democracia, es ladeseabilidad de ella (en cuantorégimen político) por parte delos diversos actores significati-vos. Es esta deseabilidad del ré-gimen democrático lo que cons-tituye a los actores democráticos, alconvertir los factores o condi-ciones estructurales en categoríasde acción histórica» {ibid.: 64).

No se trata de descartar las iden-tidades políticas existentes previa-mente, incluidas las desarrolladasbajo La represión, sino ayudar a sureconstitución como actores polí-ticos democráticos, capaces deemerger en forma unitaria al esce-

nario público, con un proyectoespecífico de transición, relevantepara el momento histórico. De estatransformación política, y de la delrol de los intelectuales democráti-cos, trataremos a continuación.

Propuestas de democratizacióne inserción de los intelectuales

Los autores que estamos consi-derando presentan en estos traba-jos una visión crítica y propuestastransformadoras, con diferentes ma-tices, acerca del escenario políti-co chileno, con vistas a su democra-tización. Baño, por ejemplo, dedicatoda una sección de su trabajo al«movimiento popular urbano desdela perspectiva de las tendenciaspolíticas», que desemboca en la sec-ción final ya mencionada, poniendoénfasis en la «escisión entre lo socialy lo político» que da título y con-clusión a su trabajo:

«La escisión entre lo social y lopolítico se traduce en una sepa-ración entre partidos y movi-

. miento social. Sin embargo, estono implica una ausencia de rela-ciones, sino que éstas adoptan elcarácter de una relación entredirigencias (a veces intercambia-bles), puesto que, en circunstan-cias que aún no existe el espacioindividual de la ciudadanía, elmovimiento social aparece comola condición de existencia delpartido» (op. cit.: 184).

Como ya vimos, tal constataciónsignifica una crítica del autor, ya

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que él destaca el carácter alternati-vo del «proyecto popular» emergen-te en los movimientos sociales,denunciando el sentido principal-mente «estatal» de la política de lospartidos:

«El carácter estatal de la políticade partido impide el desarrollode políticas sectoriales y de unapolítica nacional (...). El partidoinvoca a la nación abstracta, a lasociedad toda, a la cual se pre-tende representar o dirigir en sugeneralidad, sin integrar a losmovimientos, sociales existen-tes (...). Si a lo anterior agre-gamos el predominio del intelec-tual como sujeto político, te-nemos las bases para entenderpor qué el fraccionamiento par-tidario se ve acompañado por eldiscurso como estilo de hacerpolítica. El discurso es el meca-nismo de convocación del pue-blo anónimo y atomizado. Reve-la que la situación social es to-mada como "situación de masa",ante la cual el líder —el par-tido— se proyecta como sujetoen el cual esa masa pasaría a re-conocer un principio de identi-dad» (ibid: 178-179).

No obstante reconocer la priori-dad histórica del «momento de lapolítica partidaria», a partir de lasprotestas de 1983, el autor enfatiza,sobre todo, las debilidades de eseproceso, especialmente por la faltade reconocimiento y solución aldilema central constatado (la «esci-sión entre lo social y lo político»),atribuyendo gran parte de esas

debilidades a los sectores intelec-tuales y políticos de la izquierda, noobstante la renovación producidaen ellos bajo la dictadura:

«La concepción más novedosa,acuñada por el socialismo "reno-vado" en la década del 70, estámuy ligada a la moderna preo-cupación por los movimientossociales (...). El grueso de laintelectualidad que se inscribíaen tal tendencia, fuertementeinfluida por el pensamiento deTouraine y la crítica europea alos socialismos reales, terminópor volver a separar movimien-tos sociales y partidos, resaltan-do el carácter reivindicativo delos primeros y el espacio institu-cional democrático que corres-ponde a los últimos» (ibid: 181).

Aunque cabe suponer que elautor haya reformulado su crítica ala luz de los acontecimientos poste-riores (el libro es de 1985), noquedan dudas sobre el sentido radi-cal de su diagnóstico. A mediadosde los años ochenta, la democratiza-ción política surge, sobre todo,como amenaza de retornar a losproblemas institucionales previos algolpe de 1973, incrementados porlas demandas sociales y por un«proyecto popular» alternativo, queno encuentran espacio en los cami-nos de la transición democrática.En el diagnóstico está implícita lanecesidad por un nuevo tipo deactor político democrático, capaz desuperar la «escisión entre lo social ylo político» y eventualmente repre-sentar también al nuevo «proyecto

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popular alternativo», emergente enlos movimientos sociales.

La evaluación política presentadapor Brunner da un paso drástico enlas propuestas de salida institucio-nal hacia la democratización. Su«espejo trizado» no sólo refleja lafragmentación partidaria y social dela «sociedad de masas», sino queapunta a la diversidad cultural al-canzada en Chile (y en América La-tina) como un valor pluralista de lamodernidad (aún trunca e incom-pleta en los países de la «periferia»)que debe ser profundizado y reo-rientado en el proceso de democra-tización política:

«Tal vez la democracia sea, enefecto, el único marco donde esamixtura cultural, esa heteroge-neidad, esas disonancias cogniti-vas y afectivas, de percepcionesy lenguajes, pudiesen manifes-tarse sin reclamar, como modode existir de cada uno de esoscomponentes, la exterminaciónde los otros y, por tanto, el cri-men o la exclusión, bajo algunade sus mil formas contemporá-neas» (op. cit.: 256).

Luego de una extensa discusiónde los «modelos de política cultu-ral», y de su aplicación crítica en laspropuestas partidarias en Chile,sostiene que: «La conclusión es quelas políticas culturales democráticasdeben pensarse y diseñarse priorita-riamente bajo un modelo liberal otocquevilliano —que combina lapresencia de agentes privados, ypúblicos regulados por el mercado,la administración y la comunidad—

y pueden, pensarse, en seguida,cuando se trata de impulsar esaspolíticas, desde la sociedad civil (nodesde el Estado) bajo un modelogramsciano o de competencia hege-mónica» {ibid.: 377).

Sin duda, en el contexto latino-americano, y específicamente en losprocesos de transición hacia lademocracia, es necesaria una revi-sión de las políticas culturales, ydentro de ellas, del papel de losintelectuales: «Es evidente que enun país como el nuestro, tras laexperiencia de los últimos veinteaños o más, los intelectuales sehallan desprovistos de certezas (...).Las teorías que abrazaron, sus"paradigmas" o "grandes relatos"sobre la historia se encuentrantrizados cuando no irremediable-mente quebrados (...), sobre todo sipensamos en la democracia. Puesallí no sólo las decisiones debenser producidas en condiciones quevuelven inciertos los resultados,sino el propio ejercicio de pensar yhablar —que se supone forma elnúcleo irreductible del quehacerintelectual— está sujeto a esa incer-tidumbre de efectos, al constante iry venir entre argumentos incon-clusos, entre las palabras y las co-sas, entre significados que no secierran; en fin, a la natural incer-tidumbre que sobreviene cuandonunca más se pretende estar enposición de decir la última palabra»(ibid.: 470-471).

Vemos aquí que Brunner retomala crítica al «estatismo» de las polí-ticas de democratización con unenfoque de análisis estratégico (ode la «decisión interdependiente» de

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los actores, de acuerdo con Prze-worski, explícitamente citado), tra-tando de «desdramatizar» la política,quitándole la «inflación ideológica»(Hirschman) que caracterizaba a losactores políticos tradicionales. Esteenfoque parte del supuesto de serrais ftcl ^ U. hctetQgejieidad cultu-ral de la moderna «sociedad demasas», respetando los diferentescontenidos y valores individuales ysectoriales emergentes de ella; almismo tiempo que delimita el cam-po de posibles y necesarios acuer-dos para la institucionalización de-mocrática a un núcleo «frío» deprocedimientos estables de convi-vencia política (considerada ésta co-mo un valor en sí misma).

Por lo tanto, no es sorprendenteque sea Flisfisch quien lleve adelan-te este enfoque (apoyado, sobretodo, en Jon Elster, otro «analistaestratégico»), entre las propuestasde democratización que estamosconsiderando. Pues, poniendo énfa-sis como vimos en el «fortaleci-miento de la sociedad civil», a la luzde la nueva «ideología democrática»emergente en las prácticas de losmovimientos sociales contra el au-toritarismo, este autor puede alegara favor de «la política como com-promiso democrático» que no sacri-fica ni concilia esos valores e ideales(por el contrario, los protege yorienta):

«Por definición, este estilo inhe-rente a la elaboración contrac-tual de orden a partir de la so-ciedad política implica una mo-dalidad de internalización inten-cional de la crisis (...). Una es-

trategia razonablemente autén-tica se despliega aquí no por unactor estatal monolítico, sinopor una coalición de actores quemantienen relaciones cooperati-vas entre sí (...). El estilo dehacer política que ella implicaconvierte en la cuestión políticaprincipal la de las alianzas o coa-liciones. En este escenario, lapolítica es vista básicamente entérminos de una disposicióncoalizacional: las propias chancespolíticas (electorales o de otraíndole), cuya maximización es elobjetivo primordial en el com-portamiento tradicional de iospartidos, se subordinan al objeti-vo de obtener alianzas sociopolí-ticas de gran inclusividad. Loque se trata de maximizar es laprobabilidad de este segundoobjetivo. Adicionalmente, se tra-ta de una sociedad política ple-namente abierta a la sociedadcivil, donde hay condiciones pa-ra una representación cabal delmundo de los excluidos. Una socie-dad política oligarquizada, queno diera cabida a ese mundosería idéntica con el modelo deimposición unilateral de orden apartir del Estado, y enfrentaríatodos esos problemas insolublesya analizados» (op. cit.: 324-325).

Queda claro que no podemosseguir todas las etapas del análisisde éste y de los demás autores, perohay puntos de concordancia entreellos que nos permiten constatar unprogresivo esclarecimiento de lasestrategias de superación del autori-tarismo, y de simultánea construc-

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ción de la democracia. Y está pues-to el énfasis de todos los autorespor la necesidad de replantear lasfórmulas de la política tradicional,que en la propuesta de Flisfisch seresumen en la «concepción napoleó-nica de la política». En esta concep-ción «estatista» tradicional, el papeldel intelectual sería el del «conseje-ro del Príncipe» según el modelo deMaquiavelo: «Contemporáneamenteesa idea se asocia a una figura socialequivalente: el tecnoburócrata. Desdeel desplazamiento del paradigma dela modernización por el paradigmadesarrollista, y durante el predomi-nio del segundo, la relación entrelas ciencias sociales y la realidad—la sociedad civil, la sociedad polí-tica, el Estado— fue intepretada entérminos de esta categoría de razóninstrumental» (ibid.: 20).

Más adelante el autor expone ycritica esa visión instrumental del«paradigma del Príncipe», para con-cluir fijándola dentro de la «filoso-fía de la historia» y en sus funcionesintelectuales que legitiman el mo-delo «napoleónico» de la política:

«Su función primera y primor-dial reside en identificar unosfines, que son objetivamenteasignables al curso de la historia.El supuesto de que se trata defines verdaderos, además dereforzar los saberes parciales delexperto, permite resolver el pro-blema general de legitimidad,procurando una justificación alempleo de los recursos coactivosestatales. Adicionalmente, la filo-sofía de la historia en cuestió.nidentifica también un agente o

unos agentes, históricamente pri-vilegiados, llamados a cumplir lastareas de desarrollo implicadaspor los fines últimos identifica-bles en la historia. Este privile-gio histórico no sólo permitejustificar determinadas posicio-nes en la sociedad —propie-tarios, el partido y sus funcio-narios, etc.—, sino tambiéndesvalorizar la resistencia de lasociedad a la acción estatal ygubernamental. Además de tra-tarse de resistencias equivocadas—por lo tanto, irracionales—,sus protagonistas están condena-dos por la propia historia. Repri-mirlos es entonces actuar enarmonía con esta última, despe-jando su camino al extirpar ex-crecencias inútiles» (ibid.: 284).

Finalmente, «la filosofía de lahistoria de que se trate postula unsaber o conocimiento del futuro.Más allá de las pretensiones decientificidad con que se lo revista,o de garantías de otra clase que seesgriman en su favor —por ejem-plo, la fe religiosa expresada en unaesperanza escatológica—, este pre-tendido conocimiento posee la vir-tud de remover la política del mun-do contemporáneo en que ella seestá efectuando, desplazando su sen-tido a un espacio y un tiempo queno son, en definitiva, del mundo(...) des-seculariza la política, tras-cendentalizándola» {ibid.: 284-285).

El autor opone a este modelo yparadigma la idea de pacto institu-cional, pero lo distingue cuidadosa-mente del simple «estado de com-promiso» o «mercado político», pues

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esta última conceptualización «des-cansa en una imagen de sociedadque en nada difiere de la queempleó Hobbes (...). Es la sociedadque consiste, primordialmente deconfrontaciones de intereses, nonecesariamente individuales. Puedetratarse de intereses de grupos, deintereses corporativos correspon-dientes a sectores diversos, o deintereses más globales imputables aconglomerados más amplios. Porejemplo, a clases. Sin embargo, lanaturaleza hobbesiana no varía. Elindividualismo posesivo tendrá queceder paso" al corporativismo pose-sivo, y así por delante, mantenién-dose como rasgo central la confron-tación de intereses» {ibid.: 287).

Así como el modelo napoleóni-co peca de desecularizar la política,el modelo del mercado político ode compromiso la hiperseculariza:«Ese riesgo de hipersecularizaciónproviene de la naturaleza esencial-mente instrumental que se atribuyea la política, atribución que escomún a los dos modelos concep-tuales criticados. Para evitar eseriesgo es necesario entonces relegaresa naturaleza instrumental a unlugar secundario, y poner de relievela presencia en la actividad políticade ciertos valores que sólo ella pue-de consumar. Esta última exigenciasupone buscar para la política unfundamento ético inmanente a ella.Es decir, alguna dimensión esencialde su descripción que permita re-chazar su legitimación desde la ape-lación a un fundamento externo aella, tal como acontece cuando seinvoca una filosofía de la historia»{ibid.: 291-292).

En este contexto de un pactosobre los valores inherentes a lapolítica, se replantea el papel de losintelectuales como combinando «larazón crítica más la invención»,«entendiendo por invención preci-samente aquel proceso de identifi-car el estado plausible o posible delos hechos cuya plausibilidad oposibilidad está racionalmente fun-dada. Luego, el científico social noes ni el académico ni el consejerode príncipes ni el profeta, sino elproductor de invenciones» {ibid.:23). Para que tales invenciones setornen efectivas innovaciones socia-les en los procesos de democratiza-ción, deben seguir dos supuestosgenerales:

«1) El camino de la invención ala innovación debiera constituiruna compleja cadena de media-ciones, fuertemente anclada enla sociedad civil y política. Sidemocracia significa, entre otrascosas, la oportunidad para elpueblo y las mayorías del dere-cho a intervenir, esta complejademanda de mediaciones es undeber. 2) En el camino de lainvención a la innovación es cen-tral la idea de que el conoci-miento crítico y positivo deberíaconvertirse en sentido comúnmasivo como condición para suefectividad. Así considerado, elcientífico social es también uneducador, un intelectual orgáni-co en el clásico sentido gramscia-no, pero no para el príncipe indi-vidual o colectivo, sino para la ra-zón crítica emancipadora y la cul-tura nacional de masas» {ibid.: 24).

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Lechner, por su parte, coherentecon su valorización de la vida coti-diana y de la dimensión extrainsti-tucional de la política, enfatiza elelemento ético-valorativo (o «pre-contractual») del pacto democráti-co: «En concreto, pienso en la po-sibilidad de apaciguar nuestros te-mores frente al otro, ser extrañoy diferente, y de asumir la incerti-dumbre como condición de la liber-tad del otro. Porque la democraciasignifica más que solamente tole-rancia. Significa reconocer al otrocomo partícipe en la producción deun futuro común. Precisamente unproceso democrático, a diferenciade un régimen autoritario, nos per-mite (nos exige) aprender que elfuturo es una elaboración intersub-jetiva y que (...) la libertad delotro, su incalculabilidad, deja de seruna amenaza a la propia identidad:es la condición de su despliegue»(op. cit.: 107).

La adopción de este referenteético (trascendente-constructivistao procesual, en el sentido de Rawls)de un futuro común, suscita inicia-tivas de interacción capaces dedesafiar a los demás a la confianzamutua, para que superen el temor yel aislamiento cotidianos:

«¿Cómo se produce una relaciónde confianza? La confianza no esalgo que se pueda exigir delotro; se comienza entregándola.Se regala confianza señalizandoal otro determinadas expectati-vas respecto a uno mismo, conla promesa de cumplirlas. O sea,se comunica al otro una au-torrepresentación de sí mismo,

comprometiéndose a seguir sien-do "uno mismo" en el tiempo.La confianza es, pues, una an-ticipación arriesgada: uno secompromete a determinada con-ducta futura sin saber si el otroresponderá a ella. Se trata de unaoferta voluntaria: el otro puedeaceptar las muestras de confian-za o no (...). Pero una vez queresponde a la confianza entrega-da, a su vez se compromete»{ibid.: 83).

Lechner admite que es necesarioir más allá de la intersubjetividaden el sentido de establecer los pre-supuestos normativos de la legi-timidad y de la legalidad democrá-tica. Pero insiste en que no seocupará de «aquella reciprocidad deexpectativas asentada en un ordenjurídico, aunque sea la más impor-tante. Desde el punto de vista delrealismo interesa más el campoprejurídico, aquel ámbito difuso enque se crean las obligaciones socia-les y móral'es que permiten esperarque el otro cumpla efectivamentelas prescripciones jurídicas (...). Alser realistas nos referimos más a loque el otro puede (y no lo que debeo no debe) hacer» {ibid.: 80).

De este contexto interactivo yde realismo ético es que surge laimportancia de un nuevo tipo deintelectual democrático seculariza-do: «Hoy la compleja diferenciaciónsocial en América del Sur ya nopermite concebir la lucha por lalibertad y la igualdad en términosesencialistas (...). El uso de Marx haperdido su connotación cuasirreli-giosa» (...en) «una especie de ajuste

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de cuentas con los "marxismos" ysimultáneamente intentos de actua-lizar esa tradición como punto departida para pensar la transforma-ción democrática de la sociedad»(ibid.: 31). «Lo que pareciera exigiruna concepción secularizada de lapolítica es renunciar a la utopíacomo objetivo factible, sin por elloabandonar la utopía como el refe-rente por medio de la cual concebi-mos lo real y determinamos lo po-sible. Queda así planteada una ta-rea central de la democratización:un cambio de la cultura política»(ibid.: 40)?

Este cambio de la cultura políticaha sido, en parte, exitoso: «Es enbuena parte mérito de intelectualesde izquierda haber planteado lademocracia como tarea central de lasociedad. La construcción del ordensocial es concebida como transforma-ción democrática de la sociedad» (ibid.:41). Esto ha sucedido, en parte, porla nueva manera como el intelectualreorientó su actividad: «El análisisdel científico social será siempre unainterpretación cuya validez dependeno solamente de las convenciones alinterior de su comunidad científica,sino igualmente del reconocimientointersubjetivo de quienes fueronestudiados. Dicho de otra manera:la sociedad no sólo es el "material",sino simultáneamente el "intérpre-te" de ese material» (ibid.: 59). Y alfinal del libro agrega:

«Reformar la sociedad es discer-nir las racionalidades en pugnay fortalecer las tendencias que

estimamos mejores. El resultadono será un orden puro y definiti-vo, bien al contrario, nuestrassociedades seguirán siendo con-tradictorias y precarias como lavida. Y, por lo mismo, procesoscreativos» (ibid.: 189).

Es cierto que la intersubjetividadética emergente en la nueva culturapolítica democrática remite necesa-riamente a la institucionalización deun nuevo orden político y jurídico,capaz de brindarle el referente his-tórico de estabilidad normativa.Este tránsito de la «invención» a la«innovación» democrática (emplean-do en otro contexto los términosde Flisfisch) tuvo que ser hechodentro del régimen autoritario,invirtiendo el sentido estratégicodel plebiscito de noviembre de1988 en favor de la democracia. Tal«momento de los partidos políticos»(en las' palabras anticipatorias deBaño) presupone como condiciónde éxito de la democracia, una «des-sacralización» de la «sobrecarga»ideológica tradicional, permitiendoel reingreso al terreno político entérminos de cálculo estratégico, y apartir de ello la reconstitución sig-nificativa de un escenario institu-cional competitivo como fin en símismo.

El trabajo de Garretón describeese proceso de emergencia institu-cional de la democracia, y su nece-sario acontecimiento dentro delespacio de las instituciones del régi-men militar:

«Si no hay espacio o arena políti-ca regulada para resolver el con-

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flicto entre dictadura y oposi-ción que está por la democracia,no hay transición. Este espacionormalmente es un espacio insti-tucional que es puesto por ladictadura, por una razón biensimple. Porque si el espacio fue-ra neutro y diera iguales garan-tías a régimen y oposición noestaríamos en dictadura (...). Endictadura se juega siempre a lasreglas del juego de la dictadura,a menos que se haga caso omisode ellas y, entonces, lo más pro-bable es que haya sólo un pueblomovilizado o una revolución sihay poder militar opositor, perono hay transición. Ella suponeun espacio de resolución delconflicto, y ese espacio si esta-mos en dictadura tiene que serun espacio acotado por ésta (...).En el caso chileno, por ejemplo,no hubo nunca hasta 1988 fór-mula consensual de la oposiciónpara hacer una transición. No sedijo nunca en conjunto: mire, lareforma constitucional o un ple-biscito ahora, cuando se tenía alpueblo en la calle en 1983 (...).Ahora, el problema de la oposi-ción es si tiene capacidad de pro-poner o imponer su propio espa-cio» {ibid.: 18-19).

El autor analiza los dilemas delegitimación e institucionalizacióndel régimen autoritario a partir desu doble característica (única en elCono Sur de Améria Latina), dedictadura personal y régimen mili-tar. Las contradicciones inherentesa esta situación, así como su legali-dad adquirida en el plebiscito de

1980, habrían conducido a las opor-tunidades abiertas en 1988 para laoposición democrática (frente a lapretensión de Pinochet de legitimarsu continuidad en el poder). Eneste contexto, el autor sustenta que«el Plebiscito de 1988 desencadena-ba una dinámica de transición cua-lesquiera fueran sus alternativas»(ibid.: 28).

A partir de las elecciones presi-denciales y parlamentarias de di-ciembre de 1989, deberá asumir elprimer gobierno democrático, ele-gido por la misma mayoría quederrotó a Pinochet en 1988. Estegobierno tendrá a su cargo comple-tar las tareas institucionales detransición a la democracia, tratandode superar los enclaves autoritarios(«aspectos constitucionales, poderpolítico de las Fuerzas Armadas,posibles exclusiones políticas, pro-blemas de Derechos Humanos noresueltos, ausencia de democratiza-ción del poder local y territorial,etcétera») {ibid.: 31). La segundatarea de este gobierno de transi-ción, también de gran envergadura,será «iniciar las tareas de democrati-zación global que son las que seaseguran, como hemos dicho, laconsolidación de un régimen demo-crático en Chile». Esta democratiza-ción social es «concebida como cre-ciente igualación de oportunidades,incorporación a la vida social mo-derna, participación y creación desujetos y actores colectivos, todo locual implica la visión de un cambiosocial global» {ibid.: 31, 36).

Sin duda, la realización de esosamplios objetivos admite retrocesosy difíciles negociaciones con los

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actores políticos dominantes delrégimen autoritario, a muchos delos cuales se busca atraer para lainstitucionalización del proyecto de-mocrático (principalmente la dere-cha partidaria) o, por lo menos,neutralizar políticamente frente a lalegitimidad mayoritaria del polodemocrático (caso de las FuerzasArmadas y asociaciones empresaria-les). Para ello, el autor describe yotdovi cvúdadosacaattc las priori-dades del gobierno de transición,con vistas a la consolidación demo-crática, evaluando los aspectos «ins-titucionales, actorales y simbólicos»de los enclaves autoritarios, convistas a su superación gradual yconsensual {ibid.: 51 a 63).

Pero el supuesto fundamental deese proyecto es la existencia (yexpansión) del «sujeto democrático»victorioso en el plebiscito de 1988:la unidad de las fuerzas políticasdemocráticas, que lograron trans-formar su «mayoría social» en«mayoría política» y «electoral». Poresto, «cabe concluir que una de lascondiciones para completar unatransición exitosa es la configura-ción de una coalición de Centro eIzquierda, con conducción inicial deCentro, pero con posibilidad dealterar en el futuro la hegemoníainterna de la coalición. El problemaplanteado aquí es el viejo tema delas relaciones de la DemocraciaCristiana con el Partido Comunista,y de Socialistas con Comunistas,donde la presencia de una fuerzaSocialista unificada y renovada pue-de jugar un papel significativo en laconstitución de esa coalición, quedebiera guardar una continuidad

básica con la coalición triunfadoraen el Plebiscito, alterando el equili-brio tradicional en el interior de laIzquierda» {ibid.: 63).

Sería difícil para el observadorexterno comprender en qué medidaesa propuesta difiere de las anterio-res tentativas de coalición democrá-tica en la historia chilena, caso deno considerarse también las trans-formaciones socioculturales y ético-políricas xnalvrxdis pot los dcíuísautores que reseñamos aquí. Peroesta capacidad de análisis estratégi-co es ilustrativa también de lareubicación de los intelectualeschilenos en el proceso de democra-tización, sintetizada agudamentepor Garretón en su definición de«sujeto democrático» colectivo:

«No hay actores sociales o políti-cos que sean "esencialmente"democráticos. En otras palabras,lo que podríamos denominar elsujeto democrático, no se encarnaunívocamente en ningún actorespecífico, sino que lo hacecontradictoriamente en muy di-versos actores, los que en rela-ción a ese sujeto pueden cambiarconstantemente de posición (...).En este caso estamos usando elproyecto democrático, en el sen-tido de régimen político, comoun sujeto o principio de acciónhistórica que requiere de actorespara su implementación» {ibid.:64, 72, nota 12).

Si alguna conclusión cabe agregaraquí, es que* la democracia será po-sible en Chile en la medida en quela mayoría de la población así lo

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quiera, y que los principales lideraz-gos políticos y sociales (entre elloslos estudiosos de FLACSO) sepongan de acuerdo sobre su «desea-bilidad» incondicional. Lo promi-sorio, entonces, de estos estudiosde FLACSO, es mostrar que unrégimen autoritario no sólo sucum-be a sus contradicciones internas(o internacionales), sino frente alos nuevos actores democratizantes,capaces de revisar sus experiencias,errores y divisiones del pasado, enpro de un futuro a construir encomún.

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Apelando a una imagen que nopretende ser ni ingeniosa ni origi-nal, pero sí gráfica, podría decirseque la trayectoria temática de lasciencias sociales latinoamericanas delas últimas cuatro décadas ha- sido lade las tres «D»: desarrollo, depen-dencia, democracia. Estas nocio-nes simbolizaron problemáticas que

provocaron cada una en su momen-to la mayoría de las inquietudes re-flexivas y debates.

Entre los 50 y principios de los60, bajo el influjo indirecto deRostow en economía, Redfield enantropología y Parsons en sociolo-gía, los científicos sociales latino-americanos indagaron las condicio-

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nes para la modernización cultural,institucional y económica de laregión y sus países. La moderniza-ción representaba el deseable trán-sito desde un estadio global deatraso material y espiritual —elsubdesarrollo, expresado en el exi-guo peso de la industria en laeconomía, el predominio de lo ru-ral sobre lo urbano, la vigenciade valores tradicionales, la primacíade la «adscripción» ver sus la «adqui-sición», etc.— hacia una situaciónque ejemplificaban las sociedadescapitalistas del norte del continentey algunas del oeste de Europa, queeran el polo superior en el conti-nuum del desarrollo. Muy esquemá-ticamente hablando, se trataba dedescifrar los obstáculos para ir de laGemeinschaft a la Gesellschaft. Lassociedades ya desarrolladas no sóloprefiguraban las metas y los indica-dores que debían alcanzarse, sinotambién los patrones de evolucióny las etapas que debían atravesarse.

Al promediar los 60, el optimis-mo subyacente a esta problemáticase había desvanecido. La expansióntransnacional del capital industrial,que había acarreado y seguiríaacarreando por algún tiempo másimportantes flujos de inversionesproductivas en el subcontinente, nohabía conllevado las esperadas mo-dificaciones en otros planos. Nohabía habido ni efectos de «demos-tración», ni de «derrame», ni de«cascada», que vincularan la irregu-lar modernización productiva conun desarrollo cultural, educativo,sanitario, etc., concomitante.

Los diagnósticos cambiaron, dan-do lugar a interpretaciones dirigi-

das a rebatir los supuestos que ha-bían estado presentes anteriormen-te. Amén de ser una falacia ideo-lógica, era imposible que los paí-ses latinoamericanos reprodujeranlos modelos de crecimiento segui-dos por los países desarrollados.En primer término, porque históri-camente los puntos de partida, lascincunstancias favorecedoras del«despegue», eran incomparables ymuy distintos, y en segundo, por-que, y éste era el aspecto más men-tado, tal desarrollo había sido posi-ble merced a la explotación de ter-ceros países, precisamente los ahorasubdesarrollados. La postergaciónlatinoamericana radicaba en la dia-léctica centro-periferia. El liminartrabajo de Fernando Henrique Car-doso y Enzo Faletto, Dependencia ydesarrollo en América Latina, inau-guró —al margen de la voluntad yorientación de estos autores— unacorriente de investigaciones y ensa-yos a los que se englobó bajo ladenominación de «teoría de la de-pendencia».

La teoría de la dependencia cons-truyó sus principales coordenadasen una suerte de tándem con elmarxismo, sus clásicos y hermeneu-tas. De allí que gran parte de suarsenal le fuera tributario y que suagenda de * preocupaciones llevaransu sello: la penetración imperialista,el desarrollo desigual y combinado,las clases sociales que operabancomo «cabeza de puente» para lasusodicha penetración, etc. Las ver-siones más extremas adolecían demecanicismo y ambiciones holísti-cas. Todo podía explicarse por ladependencia y el imperialismo: la

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educación, el Estado, la propiedadde la tierra, los medios de comuni-cación, los militares, etc.

Por la saturación y el agotamien-to «naturales» de la teoría de ladependencia, por el descrédito delmarxismo en sus vertientes talmú-dicas, pero sobre todo y muy espe-cialmente por motivos de muy trá-gica tangibilidad —la implantaciónde dictaduras con propósitos funda-cionales—, en los 70 toma cuerpoen el horizonte académico e intelec-tual latinoamericano el interés porotra cuestión, hasta entonces des-plazada en el mejor de los casos yvilipendiada en el peor: la democra-cia. De hecho, en la primera etapaque hemos señalado, la democraciaal estilo occidental tal y como sedaba en Estados Unidos, Francia,Inglaterra, etc., aparecía como uncomponente más, como una «dimen-sión», entre los diversos frutos quedeberían consagrar la moderniza-ción y el desarrollo. En la segunda,esa democracia a menudo adquirióconnotaciones negativas, al contra-ponerse la democracia «formal» o«burguesa» con la «real» o «sustanti-va». Exagerando, podría afirmarseque hasta esta tercera etapa lademocracia y sus elementos másconsustanciales (las constituciones,los sistemas electorales, los parla-mentos, etc.) habían sido casi ex-clusivamente competencia de juris-tas y algunos, pocos, politicólogos.

La violación de los derechoshumanos, el pisoteo de las garantíasindividuales y las libertades civiles,el avasallamiento y desarticulaciónde las organizaciones populares,suscitaron la revalorización de la

democracia, al tiempo que se empe-zó a repensar el locus y el sentido dela política tanto respecto a la críticadel pasado reciente como de cara alfuturo. En efecto, la política dejóde ser vista como una instanciasobredeterminada por otros nivelesde la realidad social, como la pasivacaja de resonancia de las confronta-ciones de clase o entre la Nación yel Imperio, y comenzó a concebirsecomo un espacio en permanenteconstrucción por parte de los acto-res sociales y las instituciones, en elque la voluntad de los sujetos po-día intervenir significativamente entérminos de pactos, negociaciones ydisensos regulados. En esta línea, lademocracia ya no era un artificio,una heurística destinada a cumplirfines que la trascendían y encontra-ban su razón de ser fuera de ella,sino un insoslayable objetivo concualidades intrínsecas, que debía serrescatado y afinado. Lo que antespodía o no ser el medio, ahora erael mensaje.

El libro que comentamos se ins-cribe en esta poblemática, abordan-do una de las piedras angulares delrégimen democrático: los partidospolíticos, ©esde distintos ángulos yrecortes de casos, son analizados lospartidos de Argentina, Chile, Brasily Uruguay. La obra es el resultadode uno de los primeros emprendi-mientos orgánicos llevados a caboen el ámbito académico del ConoSur, para reflexionar sobre las vici-situdes y el destino de estas organi-zaciones. Su origen se remonta a1981, cuando, a propuesta de algu-nos investigadores de la región, elSocial Science Research Council

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aprueba la conformación de un gru-po de reflexión sobre la materia enel marco de los regímenes autorita-rios. El grupo núcleo especialistasde la FLACSO de Santiago deChile, IUPERJ de Rio de Janeiro,CEDES de Buenos Aires, CIESUde Montevideo, CILAS de la Uni-versidad de California, entre otroscentros. En julio de 1982 se realizóen Buenos Aires una reunión pre-paratoria, en la que se delineó elprograma de trabajo y se elaboróun temario. Este temario fue de-sarrollado^ en los trabajos que sepresentaron en la siguiente reunión,celebrada en Río en octubre de1983, donde además se estableció elesquema del libro. Por último, enabril de 1985 se discutieron enPunta del Este las versiones revisa-das de los trabajos.

Dos salvedades deben ser hechas.La primera, sugerida por los edito-res en la «Introducción», es queentre la puesta en marcha del grupoy las versiones finales —y a su vez,añadiríamos nosotros, entre la pre-sentación de éstas y la publicacióndel libro— han tenido lugar en elCono Sur una serie de cambios queafectan la actualidad del temarioinicialmente esbozado, el principalde los cuales ha sido nada menosque la reinstalación de gobiernosdemocráticos en los cuatro paísesy la andadura de los partidos consus dirigentes en funciones ejecuti-vas y legislativas. La mayoría de losartículos llegan cronológicamentehasta la fase inmediatamente ante-rior a dicha reinstalación o, a losumo, hasta los inicios de la admi-nistración en manos civiles. Muchas

de las hipótesis, pronósticos y dile-mas que se proponen ya han sidosuperados por el propio devenir delos acontecimientos. Pero, en ver-dad, ello no atenta contra el inte-rés de la obra porque justamente enlos períodos examinados puedenrastrearse pistas que hacen com-prender los rasgos del presentedemocrático. La segunda salvedadtiene que ver con que el libro noescapa a «las generales de la ley» encuanto a la disparidad de calidadesinherente a una obra basada en tex-tos de distintos autores. En estecaso, en la mayoría de los artículosse observa un acentuado empeño deelaboración, pero también los hayalgunos en los que campea la des-cripción hecha con cierto espíritude trabajo a reglamento.

El primer artículo, «Política ypartidos. Ejercicio de análisis com-parado: Argentina, Chile, Brasil yUruguay», está firmado por Lilia-na De Riz. Tiene la virtud de ofre-cer el abanico de semejanzas y dife-rencias entre esos países respecto ala relación sociedad-partidos-Esta-do. El énfasis está puesto en el «sis-tema político», es decir, la tramainstitucional del régimen políticoque define el espacio de formacióny de movimiento de los partidos, entanto sistema de representación-mediación. Las preguntas que in-tenta contestar De Riz serían: ¿cuá-les eran las peculiaridades de lossistemas políticos que precedieron alos autoritarismos militares?, ¿cómoeran las configuraciones nacionalesde los partidos?, ¿qué formas teníael conflicto y la dinámica políticasstrktu sensu?

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En los cuatro países el Estado hadesempeñado históricamente el rolfundamental en la constitución delas fuerzas sociales, y al hacerlo, fuedeterminando el terreno dondesurgieron y actuaron los partidos.El sistema político y la relaciónsociedad-partidos-instituciones esta-tales operaron de un modo distintoal europeo. En Europa, los comu-nistas, socialdemócratas y laboristasse organizaron en torno al binomiopartido-sindicato, y sus actividadeseran la prolongación de las luchas 'sociales. En cambio, en el Cono Surlos partidos tomaron la palabraen nombre del pueblo y la Nación,procurando amalgamar coalicionesque cruzaban horizontalmente a lasclases. Lo político-estatal tuvo unpapel crucial en la emergencia delas identidades colectivas. Entre losrasgos comunes a los cuatro países,De Riz enumera los siguientes:debilidad relativa de los partidosfrente al Estado; carácter policlasis-ta aun a despecho de las ideologíasprogramáticas; tendencias al frac-cionamiento; homología entre lospartidos a la derecha y a la izquier-da del espectro político (la derechano llega a fundar el gran partidodel orden, la izquierda no puedeedificar un frente unido por la re-volución social), etc.

Al pasar de las semejanzas a lasdiferencias, hay un importante cri-terio que permite deslindar dossubconjuntos, Uruguay y Chile, porun lado, y Argentina y Brasil, porotro. Ese criterio es la existencia ono de un auténtico «sistema de par-tidos», el cual supone un mínimo derespeto por las reglas de juego polí-

tico, el reconocimiento de la fun-ción de oposición y la despolitiza-ción de las fuerzas prepartidariastradicionales o de las extrapartida-rias y que implica, además, que lospartidos ejerzan un alto grado demonopolio en el intercambio, me-diación, gestación y articulación en-tre el mundo del trabajo y la pro-ducción y el del poder coactivo.Mientras en Uruguay y Chile síhubo sistema de partidos, en losotros dos países no lo ha habido.

Uruguay fue una escena políticacontinuamente dominada por dospartidos, colorados y blancos, naci-dos en la primera mitad del siglopasado. A principios de éste, el paísya gozaba de un régimen de demo-cracia representativa con participa-ción plena. Los partidos funciona-ron conforme a un sistema único enAmérica Latina: la ley de Lemas,que habilita y alienta la libre expre-sión de tendencias en el seno de lasorganizaciones sin anular las unida-des partidarias. La separación ideo-lógica entre colorados y blancosfue, y es, más bien difusa, y susapoyaturas sociales eran igualmentemúltiples. Progresivamente fueroninstitucionalizándose compromisos,que alcanzaron a asociar al que fue-ra coyunturalmente minoría con elejercicio del gobierno. Uruguay,una sociedad excepcionalmente ho-mogénea, tuvo a través de la co-participación y cooperación en losasuntos de gobierno de los dosgrandes partidos, que abarcabanmás del 80 por 100 del electorado,un largo período de estabilidad po-lítica. Hacia fines de los años 50, laeconomía se estanca, dañando las

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posibilidades distribucionistas de unEstado que desde hacía aproxima-damente cuatro décadas tenía unmarcado carácter asistencialista, yempieza a cuestionarse la pertinen-cia del sistema colegiado en elpoder ejecutivo, volviéndose final-mente al presidencialismo. A poste-riori, la amenaza al poder de coer-ción del Estado, con los Tupama-ros. Bajo estos factores, el gobiernode los partidos como sinónimo delgobierno del Estado por los parti-dos se resquebraja, como asimismovan desapareciendo los márgenespara una "dinámica tradicionalmentecimentada en las escaramuzas entresublemas o sus alianzas aleatoriasdentro de cada partido («la políticade las componendas, la política po-litiquera»). Con Bordaberry, porprimera vez después de muchísimasdécadas, los militares se asoman a laarena política, hasta instalarse enella gradual e íntegramente.

Chile es el caso que guardamayores similitudes con el canoneuropeo. La participación políticade sectores sociales nuevos o emer-gentes se fue dando a través de unaapertura progresiva, los partidoscanalizaron intereses con referenciaa clases determinadas y la compe-tencia partidaria plasmó los conflic-tos sociales. Las organizaciones declase subordinaron su acción a lospartidos. En los años 20, las clasesmedias se incorporaron al sistemamediante el Partido Radical. Tam-bién en esa década se funda el Par-tido Comunista, y en la siguiente elSocialista. Tras romper su alianzacon los liberales —que junto a losconservadores eran la expresión de

las clases dominantes—, el PartidoRadical encabeza entre 1938 y 1947el Frente Popular, coaligado con elPC y el PS. El gobierno frentistaimpulsa un proceso de industrializa-ción desde el Estado. El centro degravedad del sistema político pasa-ba por el radicalismo y los partidosobreros aceptaron un compromisoen torno a la mencionada industria-lización, sin plantearse rupturasrevolucionarias. Tras la quiebra delFrente Popular sobreviene el iba-ñismo, y más tarde, con la creaciónen 1956 del FRAP, frente autó-nomo de la izquierda, nos encon-tramos con una escena política queconsta de tres protagonistas: la coa-lición de partidos obreros y, comopartidos de la burguesía, la Alian-za Liberal-Conservadora y la De-mocracia Cristiana. La DC, que lle-ga al gobierno en 1964, ocupa ellugar del centro y logra representara sectores que no habían tenidopresencia hasta entonces, particular-mente el campesinado. Es sucedidapor la Unidad Popular, que probarásin éxito una vía democrática detránsito hacia el socialismo. Hastael golpe de 1973, con una DC que,en virtud de sus pujas internas poruna postura frente al gobiernode Allende, no logra en ningúnmomento satisfacer un papel equi-librador dentro del tablero político,la pugna derecha-izquierda se hacecada vez más nítida y explosiva: «Laoposición de identidades ideológi-cas fuertes había sido funcionalpara la estabilidad del sistema polí-tico, porque coexistió con la prácti-ca integradora y defensiva de lospartidos de la izquierda en el Parla-

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mentó. La radicalización ideológica,entre 1964 y 1973, en el contextode la ruptura de los límites quehabía definido el campo del sistemapolítico y de un intenso proceso departicipación social y política bajoel gobierno de la UP, recreó unasociedad política difícilmente en-capsulable en los moldes tradiciona-les de la lucha político-partidaria»(pp. 60 y 61).

Argentina es «la ausencia de unsistema de partidos». En 1916, laUnión Cívica Radical accede al go-bierno en los primeros comicios ce-lebrados con sufragio libre, univer-sal y secreto. Programáticamenteborrosa e inespecífica, defensora delprincipio de la soberanía popular ylas libertades políticas, ungida conel apoyo de las clases medias, laUCR rehusó definirse como unpartido más y se adscribió la repre-sentación de la Nación. Sus prácti-cas gubernativas no contribuyeronal fortalecimiento de claras reglasde juego político y obró con la acti-tud de restar legitimidad a sus ad-versarios, como había tenido quehacer cuando los conservadores laobligaban a estar fuera del sistemaoligárquico. En 1930, el generalUriburu derroca a Yrigoyen, pro-duciendo la restauración conserva-dora que entrañó una legalidad ba-sada en el fraude electoral y laproscripción de los candidatos radi-cales. En 1943 las Fuerzas Armadasderriban a los conservadores. Del se-no de ese gobierno militar surgiríala personalidad que lograría conci-tar la adhesión de la fuerzas socialesemergentes de la industrialización,iniciada a mitad de la década previa.

Perón triunfa en elecciones «lim-pias» en 1946 y gesta un «movi-miento», cuyas banderas de justiciasocial y nacionalismo más un formi-dable apoyo obrero son las que Jedan carácter. El peronismo seproclamó como la encarnación delpueblo, la Nación y el Estado. Lacarismática figura de Perón era elpunto de intersección del Estado yla sociedad, y el máximo arbitroentre las fuerzas sociales. Los hábi-tos hegemonizantes, plebiscitarios yautoritarios del peronismo vaciaronel sistema político de partidos, y enla oposición fue prosperando una

' estrategia conspirativa. La mutuanegación de los contrarios —pero-nismo versus antiperonismo— fue ladinámica que desembocó en el gol-pe de 1955 y que se mantendríadespués durante casi dos décadas.El peronismo fue proscrito, peroconservó el apoyo popular y siguiódando identidad al sindicalismo, alque había estimulado desde el Esta-do. Pudo así jaquear distintos expe-rimentos militares y civiles, sucesi-vamente fallidos. En 1973 el pero-nismo retorna al gobierno, con unPerón que postulaba la disoluciónde la antinomia peronismo-antipe-ronismo y la recreación de un cier-to consenso partidario. La reconci-liación no sirvió para hacer cuajarun sistema de partidos. El peronis-mo había ganado las eleccionesde manera aplastante y Perón vol-vía a ser, ahora con otro talante,el meridiano omnipresente del pa-norama político; paralelamente,los radicales apostaron por un pa-pel subordinado y complementario.Muerto Perón, los conflictos intra-

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peronistas se agravan y la guerri-lla y el terrorismo paraestatal sedisparan. El Partido Justicialista esincapaz de contener las presionesdel sindicalismo sobre el gobierno,al tiempo que las otras agrupacio-nes se muestran nulas para influirsobre el rumbo de los aconteci-mientos. El golpe de 1976 resalta lacrónica debilidad de los partidos,que tiene como contrapartida elprotagonismo de las organizacionescorporativas. Los partidos no saben,no pueden, mediar políticamente.La sociedad tiende a expresarse pormedio del" enfrentamiento entrecorporaciones, las cuales a su vez sedesagregan en variados clivajes, di-namitando toda chance de estabili-dad económica y política.

Brasil es el caso donde histórica-mente la impronta del Estado sobrela sociedad ha sido más acentuada.Ultimo país en darse una formarepublicana de gobierno, los riesgospotenciales de fragmentación a cau-sa de sus dimensiones continentalesfueron atajados en virtud de losesfuerzos «desde arriba» por centra-lizar y por la expansión del poderregulador y la capacidad extractivay eventualmente distributiva, quelas élites gobernantes otorgaron alEstado. La «nacionalización» de éstepostergó la política partidaria, ha-ciéndola frágil y heterónoma. En1930, la revolución de los tenentessepulta a la República Vieja, frau-dulenta y corrupta, y abre una eta-pa políticamente indefinida y con-fusa, cuyo desenlace es la asunciónde poderes dictatoriales por partede Getulio Vargas en 1937, quieninstituye el Estado Novo. En su lide-

razgo y en su política pendularentre conservadurismo y populis-mo, se corporizaron el difícil equili-brio entre el Brasil tradicional y elmoderno y la función de «bisagra»entre fuerzas con intereses disími-les. Hacia el final de la II GuerraMundial, Vargas es presionado parademocratizar el régimen. En 1946,con la constitución federal, nace laRepública Federativa, y recién entorno a este hecho surge una matrizde partidos de alcance nacional. Unaño antes, Eurico Dutra había sidoelegido presidente, al igual que en1950 y 1955 lo serían Vargas yKubitscheck, respectivamente. Lostres triunfan mediante la alianza dedos partidos creados a iniciativa deVargas: el Partido Social Democrá-tico, moderadamente conservador yrepresentante de los intereses de laburocracia y las oligarquías rurales,y el Partido Trabalhista Brasileiro,reformista y populista y expresiónde las nuevas masas urbanas. Elprincipal partido de oposición erala Unión Democrática Nacional, detendencia liberal conservadora. Elgolpe de 19.64 fue precedido por lapolarización y la radicalización polí-ticas: la formación de dos frentesen el Parlamento Federal que atra-vesaban a los partidos. Este fenó-meno fue el desencadenante, peroera también el síntoma del agota-miento de la lógica partidaria impe-rante durante dos décadas. El golpepuede ser leído como un intento deafirmar la preponderancia del Esta-do sobre la sociedad y trasluce la vi-gencia de la percepción de la repre-sentación política como amenaza dedescomposición de la unidad estatal.

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Nos hemos extendido en el co-mentario y resumen del artículo deDe Riz porque suministra un suges-tivo compendio, que permite al lec-tor —más que nada, al no suda-mericano— hacerse una composi-ción de lugar de las líneas maestrasdel objeto de estudio en los cuatropaíses. Le sigue un texto de PaulDrake, «Los movimientos urbanosde trabajadores bajo el capitalismoautoritario en el Cono Sur y Bra-sil, 1964-1983». Desde un enfoquetambién comparativo, examina a lostrabajadores industriales organiza-dos en sindicatos y a los partidosque los representan, en dos cortestemporales: antes y después de losgolpes. El artículo tiene más de unfallo que perjudica su solidez empí-rica, pero el reparo más importanteque cabe hacerle radica en su balan-ce de las repercusiones de fondo delas dictaduras sobre los sectoresobreros organizados. Drake sostie-ne que en el largo plazo el capitalis-mo autoritario habría fracasado, alno haberse logrado por parte de lasFuerzas Armadas y las élites domi-nantes «exorcizar el populismo y elsocialismo de la clase trabajadora deuna vez y para siempre» (p. 136), yque tampoco han podido concre-tar «sus mayores intentos para para-lizar a las organizaciones y el pro-greso de la clase obrera» (p. 138).Es, por supuesto, opinable si lasdictaduras lograron cumplir —y enqué proporción— los proyectosfundacionales que las alumbraron.Cabría decir que en algún caso(Argentina) mucho menos que enotro (Chile). Y que todas «perdie-ron» en algunos aspectos, pero

«triunfaron» en otros. Sin embargo,precisamente respecto a los sectoresde trabajadores urbanos, y no haymás remedio que tomar como pará-metro la situación y el poder relati-vo de los mismos previos a los gol-pes, los regímenes militares fueronharto exitosos. El debilitamiento yla desarticulación organizativa, ladesactivación de sus aristas másradicalizadas y la pérdida de terrenoen las relaciones de fuerza intercla-sistas, son irrefutables señales a lasalida de las dictaduras de que éstascumplieron en ese sentido sus de-signios.

Con el título de «El cuestiona-miento de la política partidaria: losmovimientos de base en Brasil»,María Grossi introduce el problemade los movimientos reivindicativosy populares de carácter no partida-rio y no sindical. A lo largo de lasúltimas décadas, en ese país se handesarrollado esfuerzos orgánicos, enalgunos casos con llamativa conti-nuidad y vitalidad, para canalizardemandas de los estratos populares,a partir de agrupamientos territo-riales y poblacionales. Se trata deorganizaciones —de moradores de«favelas», asociaciones de vecinos,Comunidades Eclesiales de Base—que apuntan a la defensa y mejora-miento de las condiciones y nivelesde vida, desde el lado de los consu-mos colectivos (transporte, espaciourbano, sanidad, educación, guarde-rías, servicios habitacionales, etc.).Antes de entrar en el estudio de lasdistintas experiencias, Grossi plan-tea una discusión genérica y unaclarificación conceptual sobre lasformas de participación y los com-

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portamientos colectivos, llamandola atención sobre la utilización amenudo abusiva de la noción de«movimiento social».

El interés por los «nuevos» movi-mientos sociales y los «nuevos»actores políticos no es, desde luego,patrimonio exclusivo de los investi-gadores latinoamericanos. Tambiénen los países desarrollados se hablamucho del tema. Con todo, segúnGrossi, no parece adecuado homo-logar los movimientos que tienenlugar en América Latina con losque así son designados en Europa:«Probablemente con excepción delmovimiento feminista, una simpleobservación de cuáles son las ca-tegorías sociales involucradas ennuestros países y en los países cen-trales nos daría una indicación deque estamos frente a manifesta-ciones muy distintas» (p. 158). EnEuropa nos encontramos con losmovimientos estudiantil, antinu-clear, ecologista, por los derechossexuales, etc.; sus miembros nopertenecen, por lo general, a lossectores sociales menos favorecidosy su condición de ciudadanos esindudable. Por el contrario, enAmérica Latina las manifestacionesa las que se imputa el término demovimientos sociales provienenhabitualmente de los estratos másbajos de la pirámide social, queluchan por umbrales mínimos desobrevivencia e incluso por el dere-cho a una ciudadanía plena.

Con muy buen criterio, sinsubestimar la potencialidad y rique-za de los movimientos que aborda,la autora alerta sobre los riesgosque entraña su apología. El «basis-

mo» suele complementarse con unavelada o explícita crítica a los parti-dos políticos existentes. Crítica quetermina muchas veces solapándosecon el cuestionamiento a la formapartidaria en general, como canal departicipación y pieza axiomática dela democracia. En América Latina,donde la democracia representativaha brillado más bien por su ausen-cia, debe eludirse esa contraposiciónfalaz. Las impugnaciones a la buro-cratización, al anacronismo, a latimidez programática, etc., de lospartidos pueden ser legítimas, perola existencia de la mediación parti-daria es indispensable. Advertenciaque de ningún modo cancela la vali-dez de tomar cuidadosa nota de las«nuevas formas de hacer política» yde los canales de participación alter-nativos, siendo los partidos losprimeros que deben abocarse a ello.

Con el trabajo de Olavo Brasilde Lima Júnior, «Orden político,partidos y elecciones en el Brasilcontemporáneo», el libro ingresa enla consideración pormemorizada delos sistemas partidarios en cada casonacional. El eje del artículo son losdistintos regímenes jurídico-legalesque regularon a los partidos y a lascontiendas electorales en el Brasil ysus efectos sobre las morfologíaspartidarias y en la evolución de laparticipación electoral. El autor re-salta una constante: que las orga-nizaciones partidarias, casi sin ex-cepción, fueron creadas «de arri-ba hacia abajo» en momentos decrisis institucional (recordar lo yacomentado sobre Vargas y sus dos«criaturas», el PSD y el PTB), conel fin de permitir el reacomoda-

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miento de élites y elencos dirigen-tes. Del período 1945-64, puedensubrayarse las decisiones conducen-tes a la exclusión de determinadossectores. La Constitución de 1946mantuvo a los analfabetos despoja-dos del derecho al voto, mientrasotras normas adicionales impidieronla inclusión en los padrones de losinválidos y las mujeres que no tu-viesen ocupación remunerada.

El régimen militar surgido delgolpe de 1964 extinguió a los parti-dos preexistentes y acometió unejercicio de ingeniería política. Silos comparamos con sus colegassubcontinentales, los militares bra-sileños dieron muestras de mayorcreatividad y sofisticación en losítems partidarios y electorales. Pa-ra darse una fachada de gobiernorepresentativo, modelaron una lega-lidad que limitó las elecciones a loscuerpos legislativos y las hizo indi-rectas para algunos cargos ejecuti-vos —al tiempo que se castrabandecisivamente las facultades delCongreso Nacional— y que forzóla aparición de un espectro partida-rio reducido a dos únicas alternati-vas: la Alianza Renovadora Nacio-nal (ARENA), progubernamental, yel Movimiento Democrático Brasi-leño (MDB), opositor. Entre 1966y fines de los 70 hubo cuatro elec-ciones, bajo cambiantes reglamen-taciones destinadas a asegurar lamayoría oficialista.

La dictadura fue dando curso alproceso de «distensión lenta y gra-dual». El bipartidismo parecía ago-tarse, y para fragmentar a la oposi-ción y paliar la declinación del par-tido oficialista, se reformó nueva-

mente la legislación. Así se llega alas elecciones de 1982 —legislativasy primeras directas para gobernado-res de estado—, con una ARENAtransformada en Partido Democrá-tico Social (PDS), un MDB recon-vertido en P(Partido)MDB, y tresnuevas agrupaciones, dos de ellasinspiradas en el antiguo trabalhis-mo y la restante liderada por el sin-dicalista «Lula» (Partido de losTrabajadores). Aunque el PDS re-tuvo el control parlamentario yconsiguió 13 de los 23 gobernado-res, esos comicios fueron un hito:la participación ciudadana habíasido masiva y la suma de votos dela oposición había superado la delpartido gobernante. A partir deentonces, el PMDB encabezó unagran movilización nacional porelecciones directas presidenciales. ElCongreso Nacional rechazó laenmienda constitucional que lasestablecía, pero el multitudinarioeco de la movilización marcó unpunto de no retorno en el caminoredemocratizador. En 1985, aprove-chando su alianza con una fracciónrecientemente escindida del PDS ycon el concurso de un candidato(Tancredo Neves) que había obte-nido un enorme respaldo popular alo largo de la campaña en la queserían las últimas elecciones indirec-tas, el PMDB consigue imponer sufórmula en el Colegio Electoral.

El siguiente artículo es «Conti-nuidad y cambio en las organizacio-nes partidarias en el Uruguay:1973-1984», de Juan Rial, quien seconcentra en la dinámica y estruc-tura internas de aquéllas. Comienzacon un recorrido histórico, que

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muestra a blancos y coloradosconducidos por jefes civiles querecogieron la tradición caudillesca.La organización formal de estospartidos era muy laxa y poco jerar-quizada, recayendo las decisiones enel elenco de notables. No se distin-guía entre militantes y adherentes yno había padrones de afiliados.Desde las primeras décadas de estesiglo, el Estado creó mecanismosasistenciales promovidos por lasfracciones más avanzadas de ambasagrupaciones. La adopción de «unestilo de desarrollo providente yanticipatorio» —impulsor de laampliación de los contenidos de laciudadanía e integrador de los nue-vos sectores sociales— dejó en des-ventaja a los Partidos Comunista ySocialista, fundados en los años 20,que procuraban expresar clivajes declase.

El clientelismo articulado con laspolíticas públicas fue mellándosecon la disminución de recursos dis-ponibles por las élites, a partir delestancamiento económico iniciadoen los 50. Blancos y colorados re-dujeron su influencia en los perío-dos interelectorales y en los ám-bitos de disputa extraelectoral, co-mo el sindical. En el firmamentopartidario termina por aparecer unatercera fuerza electoral de impor-tancia: en las elecciones de 1971,en Montevideo el Frente Amplio—coalición de los partidos deizquierda, Democracia Cristiana ydisidentes de las organizaciones tra-dicionales— logra una votación su-perior a la de los blancos.

El golpe de 1973 implicó un tra-tamiento desigual para los partidos:

blancos, colorados y DC fueron«suspendidos»; comunistas, socialis-tas y resto de la izquierda, disueltosy prohibidos. En 1980, las FuerzasArmadas convocan un plebiscitosobre la «nueva institucionalidad»que querían poner en marcha. Peseal estrecho margen de maniobraconcedido a la oposición durante lacampaña, el rechazo triunfa, lo cualda lugar a un proceso de negocia-ción entre civiles y militares y a lareaparición de los partidos conla paulatina apertura. Para Rial, elaspecto más destacable de las re-organizaciones partidarias es querespondieron a lógicas francamenterestauradoras, en las que los ele-mentos inerciales de larga duraciónpesaron mucho más que los reno-vadores. Los años de dictadura nohabían destruido los viejos lazossimbólicos de identificación, en unasociedad en la que los valores de lasclases medias que permean todo eltejido social y una población enve-jecida —resultado de una baja ta-sa de mortalidad y una alta emigra-ción de individuos en edad activa—tienden a reforzar la inmovilidad,al menos aparente. El pasado engran medida proveyó los marcos derecomposición partidaria. Especial-mente, en los partidos tradicionalesen los que la institucionalizaciónsigue siendo lábil, con una basedesestructurada y un poder deciso-rio anclado en los acuerdos entreviejos dirigentes. Entretanto, másallá de la heterogeneidad de suscomponentes y los enfrentamientosdentro de uno de ellos (la DC), ensu conjunto el Frente Amplio exhi-bió un perfil organizativo distinto,

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con una masa 'de militantes conincentivos ideológicos de participa-ción. Los partidos de izquierdaestán más burocratizados y dispo-nen de agrupamientos colateralesen el movimiento estudiantil, sindi-catos, cooperativas de vivienda, etc.

En «El esquema partidario argen-tino: partidos viejos, sistema débil»,Marcelo Cavarozzi retoma y amplíalas ideas adelantadas por De Riz altratar ese caso. La Argentina con-temporánea cuenta con dos grandespartidos de implantación nacional,cuantioso peso electoral y rica ydensa historia, el peronismo y elradicalismo, «verdaderas subculturasque han sobrevivido persecucionesy cambios de régimen». No obstan-te, en el país del Río de la Plata noha fraguado una robusta mediacióndemocrática de la sociedad civil nise ha consagrado un «mercado po-lítico».

Pero las carencias no son nuevas.Los tres primeros intentos de esta-blecer regímenes constitucionalescon una duración que podría haberhecho presumir su estabilización,estuvieron aquejados de vicios ydefectos. Tanto en la etapa conser-vadora clausurada en 1916, comoen la radical de 1916-30 y en laperonista de 1945-55, con mayor omenor intensidad, el partido en elgobierno tendió a arrinconar a laoposición merced al uso abusivo dearbitrios previstos en las leyes y laConstitución, y simultáneamente laoposición fue alineándose en posi-ciones que alentaban la quiebra ins-titucional, con el anhelo de accederposteriormente al gobierno.

A principios de los 70 se produce

la auspiciosa superación de la an-tinomia peronismo-antiperonismo.Un dato que por sí solo podíahacer abrigar la esperanza de unaestabilización política firme, traslas variopintas administraciones cas-trenses y civiles que con el pero-nismo proscrito se sucedieron trasel golpe de 1955. Perón y Balbín,presidente del radicalismo, acompa-ñados de otros partidos menores,pactan el respeto de reglas de con-vivencia entre mayoría y minorías yla renuncia a toda práctica protoau-toritaria o desestabilizadora, unavez que fuera desalojado el gobier-no militar de aquel entonces.

Los resultados de los comicios de1973 supusieron una acentuadaasimetría electoral entre peronistasy radicales que, sumada al delibera-do rol de partenaire que Balbínimprimió a su partido, dejaron alescenario político sin alternativas.Después del fallecimiento de Perón,una serie de ingredientes (la abso-luta impericia de su señora en elmanejo del gobierno, la guerrilla, elterrorismo paraestatal, el acoso sin-dical y un largo etcétara) se conju-gan para acelerar un caos que lasFuerzas Armadas rentabilizaron conel golpe de marzo de 1976.

El desastre de Malvinas traería elcolapso del régimen militar, y conél los comicios de 1983, que signifi-caron el vuelco de las preferenciashistóricas del electorado.

Del artículo de Cavarozzi, quetermina con un post scriptum redac-tado en las postrimerías del gobier-no de Alfonsín acerca de las som-brías perspectivas de la democraciaen la Argentina, vale la pena rete-

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ner sus señalamientos acerca delcasi inconmovible fenómeno quehace de ese país un caso clínico alos ojos de los economistas. Elautor realiza una atractiva lecturade la inflación, sosteniendo que éstareemplazó —y cabría decir quereemplaza, puesto que permanece—a la política, como mecanismo decelebración de compromisos inter-sectoriales al actuar como lubrican-te de conflictos económicos y socia-les. Entre 1959 y 1974, la luchaentre sectores tenía que ver conel reparto de un producto que cre-ció casi ininterrumpidamente, en elmarco de una segunda y mediocreetapa de sustitución de importacio-nes, cuya filosofía básica compartie-ron los gobiernos de distinto signo.De ahí en más, añadiríamos noso-tros, con «la descomposición delrégimen social de acumulación»* ytasas de crecimiento negativas, lalucha se exacerba intermitentemen-te en pos de los jirones del «pastel».El proceso tiene una apariencia deautomaticidad tal que los sectorespueden desentenderse de su propiacuota de responsabilidad y acelerarprecios y salarios sin reparo alguno.Cuando se pierde o se cede en vir-tud de los cambios en los preciosrelativos, la misma inflación contri-buye a amortiguar en alocados en-cadenamientos de corto plazo laintensidad de la puja por la distri-bución del ingreso. Además, siem-

* Juan Carlos PORTANTIERO, «La cri-sis de un régimen: una mirada retrospecti-va», en Ensayos sobre la transición democráticaen la Argentina, comp. por J. Nun y JuanCarlos Portantiero, Buenos Aires, Punto-sur, 1987, pp. 73-79.

pre queda el ardid de invocar lasculpas del Estado, al que puedeachacársele la exclusividad causaldel desaguisado, opacando la gasoli-na que los comportamientos de losagentes privados echan en la hogue-ra. Circularmente, el corolario es elsacavamiento de las institucionespolíticas y el desgaste de toda auto-ridad pública.

Los dos artículos siguientes estándedicados a Chile. El primero, deTomás Moulián e Isabel Torres,analiza «La problemática de la de-recha política en Chile: 1964-1983»y llega hasta el fracaso de la tími-da apertura timoneada por SergioOnofre Jarpa, nombrado ministrodel Interior por Pinochet en elmomento más agudo del ciclo deprotestas contra la dictadura. De sulectura podemos inferir que en suversión partidaria esa derecha en lasúltimas cinco décadas ha estadosignada por la incapacidad de pro-ducir una propuesta que fuera másallá de los estrictos límites clasistasde su base de sustentación y por nopoder atraerse o aliarse con éxito alas agrupaciones que ocuparon elcentro político (característica estaúltima que evoca una de las dolen-cias crónicas de su actual símil espa-ñol). En los prolongados períodosen que estuvo fuera del gobierno(1938-58 y 1964-73) cultivó unalínea defensiva, refractaria a cual-quier cambio o reforma, sin plan-tear programas por una vía positi-va. El golpe de 1973 eclipsa a loselencos partidarios tradicionales dela derecha en su rol de representa-ción política de los sectores domi-nantes. Esa representación se desli-

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za hacia las Fuerzas Armadas y haciaun conjunto de grupos —«pseudo-partidos»— de extracción profesio-nal, intelectual y tecnocrática, queofician como influyentes cortesanosde los militares.

Dos de esos grupos, monetaristasortodoxos y antiguos militantesestudiantiles del catolicismo tradi-cional, convergen en la «corrienteneoliberal». Entre 1975 y 1982 lo-gran dirigir el programa económicode shock, an tiesta tista y privati-zador, y elaborar y comandar lasmedidas que lo complementaban(Plan Laboral, reforma previsional,municipalización de la educación,etcétera). Munidos de las teorías deHayek y Friedman, muy proclives aun mesianismo cientificista, desplie-gan una vigorosa actividad de pro-paganda ideológica y de formaciónde opinión, a través de revistas ycentros de investigación. Pero sustesis sobre el perfil que deberíatener la institucionalización del ré-gimen chocaron con las posturas dePinochet. A la hora de definir laduración del período de transición,el general impuso su esquema «lar-go» sobre el «corto» —elección delCongreso en 1985— de los neolibe-rales. Estos terminaron transando,sin dar una lucha frontal, más sedu-cidos por la posibilidad de acabarlas reformas pendientes de su pro-grama modernizador que por apro-vechar las favorables condicionespotenciales para una apertura «des-de arriba». La Constitución de 1980,que terminó recogiendo las fórmu-las propuestas por Pinochet, se ela-boró en medio de un clima econó-mico triunfalista y una oposición

inerme, que hubiera tenido queaceptar seguramente una negocia-ción de haberse barajado otros pla-zos. Esa coyuntura, en palabras deMoulián y Torres, fue «la ocasiónperdida». En 1982 la crisis económi-ca adquiriría visibilidad, arrastrandoposteriormente a los neoliberalesa su desplazamiento y generandouna fuerte reacción social. Jarpaes designado en el gabinete con lamisión de llevar a cabo un plan dedescompresión política. Con este expresidente del partido de la derecha—el Nacional— volvía un políticode corte tradicional, más pragmá-tico, ajeno a los tics doctrinariosy dogmáticos de los neoliberales.Pero también su plan chocaría in-fructuosamente con Pinochet, paraquien la descompresión era una tác-tica de distracción en busca de unrespiro político.

El segundo artículo sobre el paísandino, de Manuel Antonio Garre-tón, mira hacia la acera de enfrentea la dictadura: «La oposición polí-tica partidaria en el régimen militarchileno. Un proceso de aprendizajepara la transición». El subtítuloinsinúa la idea fundamental quevertebra el texto, esto es, que esaoposición debió pasar por distintasfases y sortear diversos escollos através de una lógica de ensayo-error, hasta poder ser un verdaderosujeto-actor con iniciativa para des-encadenar exitosamente la marchahacia la reinstalación de la democra-cia. Garretón distinguiría tres esco-llos o, si se quiere, desafíos. El pri-mero, la unidad de las organizacio-nes políticas; el segundo, la articu-lación entre la oposición política y

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la social. El tercer poblema se re-laciona con su argumento central,problema cuya resolución probaríala culminación del aprendizaje: en-contrar una estrategia de términodel régimen, una fórmula de transi-ción compartida por la oposición.O sea, poder definir y optar por lavía más adecuada para provocar efi-cazmente el pasaje de la dictadura ala democracia. El requisito sería lacomprensión del carácter de estastransiciones. Son cambios de régi-men político (no tranformacionesglobales ^de la sociedad), que sedistancian del modelo revoluciona-rio o insurreccional: «las transicio-nes se hacen desde los espaciospolítico-institucionales que se con-quistan al interior de un régimenmilitar» (p. 430). No habiendo unpoder político-militar alternativo,la tarea de la oposición es profundi-zar su presencia en ese espacio.

En los primeros años, las metasde la oposición no podían ser otrasque las de resistir para sobrevivir.El plebiscito de 1980 para el refren-do de la Constitución pinochetistala halló desmembrada, sin nexosentre sus múltiples componentes.Era, como vimos, un momento eco-nómico favorable para el régimen ylas cúpulas de los partidos apenaspudieron hacer oír su rechazo a lainstitucionalización que se postula-ba. Entre mayo de 1983 y mediadosde 1986 se produce un intensísimoy extendido ciclo de protestas, des-encadenado por la crisis económicaque interrumpió los años doradosde la dictadura. La oposición seencolumnó tras la fórmula «salidade Pinochet, Gobierno Provisional

y Asamblea Constituyente», con laexpectativa de que el proceso demovilizaciones y agitación tornaríapor sí solo ingobernable la situa-ción y entonces las Fuerzas Arma-das se desprenderían de Pinochet ynegociarían con los civiles o de queel colapso podría ser de tal calibreque habría retiro automático de losmilitares con los civiles llenando elvacío de poder. Pero el régimenaguantó a pie firme. Logró recom-poner parcialmente las variableseconómicas y, de allí en más, apun-tó todas sus energías a cumplir elitinerario previsto por la Constitu-ción (plebiscito en 1988 de un can-didato propuesto por las FF.AA.para un período presidencial deocho años y Congreso tutelado en1989).

Poco a poco, la oposición encaróun debate estratégico, en el quequedaba claro que la demolición delrégimen, su derrumbe o derrotamilitar (recuérdense las accionesviolentas de Frente Manuel Rodrí-guez) eran sendas ilusorias, que lo«bunkerizaban» aún más. La opo-sición se homogeneizó con arregloa la perspectiva de que el proce-so político se acercaría inevitable-mente a las formas institucionalesimaginadas por el régimen paraperpetuarse y que el objetivo debíaser aprovechar y variar ese marcoinstitucional, abandonando la discu-sión sobre su legitimidad. En febre-ro de 1988, todos los partidos deoposición —salvo los comunistas,que luego se agregarían— hicie-ron un acuerdo para enfrentar algobierno en el plebiscito de eseaño, viendo en él una oportuni-

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dad para obtener la derrota políticadel régimen dentro de sus pro-pias reglas de juego. La campaña dela oposición fue inobjetable: porejemplo, consiguió el número másalto de inscritos en el registro elec-toral de toda la historia y sintonizóperfectamente con la opinión ma-yoritaria del país, que según las en-cuestas anhelaba el cambio políticoen tranquilidad y orden. Como sa-bemos, la estrategia de aceptaciónactivamente crítica de la institu-cionalidad militar, ganó. No sóloporque el No a Pinochet tuvo el55 por 100 de los votos, sino por-que, en efecto, ella catapultó latransición a la democracia.

El texto de Garretón es el másprovocador del libro. Su punto devista se asienta en la afirmación dela generalización histórica de unmodelo transicional, que tienta allector a buscar posibles excepcioneso a preguntarse sobre la inexora-bilidad de su reproducción en elfuturo. También proporciona indi-rectamente elementos que incitan acomparar las democratizaciones enAmérica Latina con las muy recien-tes en Europa del Este. Y deja en eltintero, sin siquiera mencionarlo,un asunto crucial: el de las «hipote-cas» y los condicionamientos queel régimen militar transfiere a lademocracia cuando ésta ha surgidodesde los afanes institucionalizado-res y las reglas trazadas por aquél.Porque puede ocurrir que lo atado ybien atado no pueda desanudarse oque derive en una madeja inmane-jable.

El último artículo pertenece aWanderley Guilherme dos Santos,

«El siglo de Michels: competenciaoligopólica, lógica autoritaria y tran-sición en América Latina». Es unareflexión teórica sobre las perspec-tivas de los partidos en el post-autoritarismo. Para el autor, la mo-dalidad liberal clásica de relaciónentre sociedad y política no podráser ya la matriz en que se produci-rán las reestructuraciones democrá-ticas.

A mediados del siglo XIX, losprincipios de la libre competenciaen el mercado impusieron hegemó-nicamente los parámetros de ladinámica económica, y los partidospolíticos adquirieron la supremacíacomo instituciones aptas para ex-presar, organizar y efectivizar laparticipación política. El problemade la participación política se redu-jo al problema de la representación,detentando los partidos el duopoliou oligopolio de la oferta de esarepresentación. Dos procesos hanerosionado el oligopolio de la re-presentación partidaria como formaexclusiva de participación política.El primero es la separación entregobierno y sociedad política estruc-turada: en cualquier gobierno con-temporáneo es creciente el númerode puestos que no son ocupadospor vía electoral o indicación parti-daria. El segundo es la multiplica-ción de nuevas fuentes de identida-des que escapan al control deloligopolio partidario.

Las variables que definirán elcuadro de situación en que deberánmoverse los partidos en el post-autoritarismo son: el papel de lamemoria colectiva del pasado y suresistencia al reconocimiento de los

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cambios operados; las transforma-ciones poblacionales y de localiza-ción espacial y sus repercusionessobre la composición del electora-do; las transformaciones en la divi-sión del trabajo y el reordenamien-to habido en el peso relativo de losdiversos actores sociales, y sobretodo, el grado de penetración delEstado, como productor y regula-dor, y el grado de competencia enla estructura de la oferta de partici-pación, según el impacto que lasvariables anteriores hayan tenidosobre la morfología social, generan-do redes asociativas no partidarias.

Para finalizar, es indudable queeste libro es de obligada consultapara quien se sienta interesado porla realidad latinoamericana. Aportaun volumen considerable de infor-mación, reconstruyendo empírica ehistóricamente los universos políti-cos de los cuatro países, y proponeen algunos artículos explicacionesque ayudan a desandar muchos delos tópicos e ignorancias más co-munes sobre aquel subcontinente.Posiblemente, en la inevitable pér-dida de actualidad del temario quele dio origen estriba uno de susdéficits. Pero, también, uno de susatractivos. El lector medianamente

enterado, sabiendo qué ha sucedidoen el Cono Sur desde cuando fue-ron escritos estos artículos en ade-lante, puede abocarse al ejercicio deverificar las incertidumbres y loscabos sueltos que necesariamenteestaban presentes en aquellos mo-mentos. Las zozobras de aquellasdemocracias y las performances de suspartidos ya en pleno rodaje, seríanel capítulo que falta y que, insisti-mos, el lector podría bosquejarmentalmente. Por otra parte, en laindagación de esas zozobras tanamenazantes y de esas performan-ces tan pálidas a veces, los científi-cos sociales latinoamericanos talvez hallen motivos para recuperar—claro está, desde enfoques muydiferentes a los primigenios— lasproblemáticas que dejaron atrás.Así, por ejemplo, nos encontramoscon que hoy el significado que pue-de tener la dependencia vis-a-vis lademocracia en el Cono Sur, esambiguo: favoreciéndola, a travésde la actitud política de los paísescentrales en su apoyo, al menosdeclarativo; perjudicándola, en vir-tud de la deuda externa y las res-tricciones que le impone y quedañan su consolidación.

Juan José LLOVET

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