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2015 15 Número GUILLERMO ROSAS SOLAEGUI (CHOCHOIS)

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201515Número

GUILLERMO ROSAS SOLAEGUI(CHOCHOIS)

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Lic. Gabino Cué MonteagudoGobernador Constitucional del Estado de Oaxaca

Lic. Alonso Alberto Aguilar OrihuelaSecretario de las Culturas y Artes de Oaxaca

Lic. Guillermo García ManzanoDirector General de la Casa de la Cultura Oaxaqueña

Lic. María Concepción Villalobos LópezJefa del departamento de Promoción y Difusión

Lic. Rodrigo Bazán AcevedoJefe del departamento de Fomento Artístico

Ing. Cindy Korina Arnaud JiménezJefa del departamento Administrativo

C.P. Rogelio Aguilar AguilarInvestigación y Recopilación

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Un personajeindeleble

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Un personaje que tuvo una vida intensa, muy interesante y de constantes cambios fue Gui-llermo Rosas Solaegui, Chochois. Si tuviéra-

mos que pensar en las aportaciones que a su estado natal Oaxaca le hizo, habría que resaltar su estro de compositor y músico, pues no cabe duda que fue un inspirado tratante del pentagrama, que hizo click con diversos autores, letristas y poetas, que llevaron sus composiciones al acervo oaxaqueño y algunas de éstas que llegaron a destacar en aquellos lejanos

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años del siglo XX, en el ámbito nacional; pero tam-bién habría que destacar en un primerísimo término, que fuera el Director del hermosísimo conjunto de-nominado “Guitarras Oaxaqueñas” y de igual forma, primer director o rector, como entonces se le men-cionaba, de la Escuela de Música y Declamación que promoviera ante el Licenciado Eduardo Vasconcelos y que después daría lugar a la Escuela de Bellas Ar-tes del Instituto de Ciencias y Artes del Estado y de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca.

De su producción musical, “Alma” tal vez sea la pieza que todo buen amante de este arte debe cono-cer, sentir y en consecuencia, hacer de este vals algo muy suyo. En el desarrollo de este texto, se habrán de referir muchas de sus composiciones, de sus pre-mios y de aquellas otras que no alcanzaron la popu-laridad que bien dicho sea, merece.

Pero Chochois no sólo es un personaje vincula-do al arte musical, fue alguien que recorriendo casi toda la república mexicana en puestos públicos vin-culados al agro y al trabajo, tuvo un modus vivendi modesto al tiempo que poco conocido, pero eso sí, eficiente y dedicado. Y si algo verdaderamente nos cautiva en esta vida de revolucionario, de bohemio y de picardía, son los aconteceres de aquel ayer que como un lienzo de fina pintura y composición, nos legó este personaje. Afecto a la bohemia sin llegar nunca a la parte negativa de ésta, bebedor de cerve-za (de preferencia la que fuera hecha en Oaxaca, la Xico) y del mezcal de manufactura tradicional, fue-ron compañeros oportunos y estimulantes de toda una vida plagada de anécdotas y vivencias que en algún momento todos hemos tenido.

Amigo de gobernantes, de músicos y de artistas en general, llevó su solidaridad a lo más encarecido del estro oaxaqueño. A Rosas Solaegui, le tributamos en Indelebles, un sentido reconocimiento y un since-ro homenaje.

Guillermo García Manzano

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Carta devida

Guillermo Rosas Solaegui, bohemio de tiempo completo, aunque tuviera sus épocas de mili-tar revolucionario, burócrata federal, compo-

sitor y músico, nunca perdió la chispa de sus trave-suras y ocurrencias que le ganaron el mote de “Cho-chois” y que lo llevaron a recorrer la casi totalidad del territorio mexicano, desempeñando diversos cargos oficiales.

Nace el 11 de junio de 1897, en la casa No. 65 de la calle de Morelos, misma donde se encuentra situado el templo de Las Nieves. Su madre se llamó Mercedes Solaegui Torres y su padre, el médico Ernesto Rosas Carriedo, de fuerte inclinación liberal y un gran espí-ritu de solidaridad con sus paisanos, especialmente los menos favorecidos por la fortuna. Hizo la escuela de párvulos con la maestra Emilia Martz a quien ayu-daban a controlar y educar a los alumnos, Luz Espe-rón y María Luisa Chapital.

En 1904, ingresa al nivel de enseñanza primaria en la Escuela Anexa a la Normal para Profesores, ubica-da en la calle de Morelos, donde actualmente funcio-na el Monte de Piedad. Algunos de sus compañeros fueron Julio Bustillos Montiel, Germán y Fernando Rueda Magro, Lucio Mendieta y Núñez, Francisco Leonardo Ramos, José Magro Soto, Rafael Márquez Toro, José Pacheco Iturribarría, David Chagoya y Federico Renero. El Director de la Escuela Normal era el maestro Cassiano Conzatti y el Director de la Anexa el Profesor Isaac Cancino Gómez. Algunos de los maestros Francisco Echeverría, Apolonio Aguilar, Heriberto Cabrera, Policarpo T. Sánchez, Faustino G. Olivera y Cornelio Llaguno.

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Terminó la primaria en 1909 y al siguiente año in-gresó al Instituto de Ciencias y Artes del Estado de Oaxaca. Siguiendo las inclinaciones políticas de su padre, leía periódicos de oposición como “El Ahui-zote” y “El Hijo del Ahuizote” y repartió propaganda política y revolucionaria antes de la visita que hizo el Sr. Madero a esta ciudad.

Por esas actividades, en 1916, fue expulsado del Instituto incorporándose al ejército como sub tenien-te, en la 4ª brigada de la División “21”. A los oficiales de entonces les pagaban 4.00 pesos diarios, la mitad en monedas de oro y plata y la otra mitad en billetes; además, mensualmente, sesenta pesos para pastura y mantenimiento de sus caballos.

En esta etapa de su vida como integrante del ejér-cito, Rosas Solaegui, a sus 18 años, vivió múltiples episodios, cómicos algunos, trágicos otros y estuvo en 17 acciones de armas en contra de los “soberanis-tas”, grupo político y armado que trataba de separar al Estado de Oaxaca de la Federación mexicana.

En 1920, el 20 de mayo, fue asesinado en Tlaxca-lantongo el Presidente Carranza, tomando su lugar Adolfo de la Huerta, en cuya administración se inte-gran felicistas, porfiristas y soberanistas oaxaque-ños que iniciaron un sabotaje a los logros revolucio-narios en lo agrario, en lo educativo, obrero, electo-ral y militar. Inconforme con esta situación que no estaba acorde con su pensamiento revolucionario y liberal, Rosas Solaegui pide su baja del Ejército en julio de 1920, lo cual se le concede y en su hoja de servicios se le reconocen más de cinco años en activo.

En el mismo año, 1920, se encuentra en la ciudad de México, con el General García Vigil quien lo invita a unirse a su campaña por la gubernatura de Oaxaca como candidato por el Partido Liberal Constitucio-nalista. Regresa a la ciudad de Oaxaca y el gober-nador interino, don Carlos Bravo, lo nombra Oficial Mayor de la Legislatura del Estado.

El General García Vigil ganó las elecciones en 1921 y tuvo una administración muy efectiva a pesar de

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los levantamientos reaccionarios. Aun se recuerda el impulso y renovación de la Banda de Música bajo la dirección del maestro Daniel Baltazar.

Rosas Solaegui, con apoyo del Gobernador, or-ganizó un conjunto orquestal nombrado “Agrupa-ción Musical Oaxaqueña”, teniendo como pianista a Manrique Quiroz Llaguno: violinistas Manuel G. Toro, José Alcalá, Fidel Torres, Luis Vega y Federico Sán-chez Barroso; marimbistas Francisco Tort, Gonzalo y Nemesio Gutiérrez; chelista David Hernández; bajis-tas: Jesús Velasco, Carlos Castellanos, Gildardo Ve-lázquez, Isaul Garrido, Onésimo Soto, Melesio Mon-taño, Ernesto Sánchez, Roberto Pablo Bravo; como contrabajista y baterista José Rivas y Daniel Rueda como ocarinista.

Al mismo tiempo brotó su vena de autor con los valses: “Crimen de Amor” y “Alma”; el tango “Calla Corazón” y el danzón “Oaxaca con meningitis”. A la muerte de García Vigil, Chochois se une a la campa-ña para la gubernatura de Oaxaca, de José Vascon-celos quien pierde las elecciones ante el maestro ru-ral Onofre Jiménez. Como todos los vasconcelistas, sufre persecución y a punto estuvo de ser fusilado, por lo que, en unión de sus correligionarios, tuvo que salir de la ciudad de Oaxaca para instalarse en la de México, en donde, con el apoyo del paisano Jacobo Dalevuelta, consigue empleo en la Procuraduría Ge-neral de Justicia del D. F.

En noviembre de 1925, el licenciado Genaro V. Vázquez asume la gubernatura de Oaxaca y Rosas Solaegui colabora en su administración, en la Sección de Música dependiente de la Dirección de Educación del Estado de Oaxaca. Desde este puesto, participó en las sesiones culturales que celebraban maestros y alumnos de las escuelas citadinas los sábados lla-mados “Rojos”, en los que se difundía la música y canciones regionales, bailables, conferencias y otras manifestaciones culturales. En estos eventos, cele-brados en el teatro Mier y Terán, o al aire libre en el Paseo Juárez también colaboraron Samuel Mondra-gón, Dr. Alberto Vargas, Prof. Juan G. Vasconcelos, Alfredo Canseco, Gabino García Aranda, Jorge Fer-nando Iturribarría, Enrique Othón Díaz, José Muñoz

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Cota, Baltasar Dromundo, Raymundo Manzano Tro-vamala y Roberto Ortiz Gris, entre otros.

La vena creativa de “Chochois” brotó abundante en este periodo, su Shottis “Cascabeles” fue cantado con letra del Dr. Vargas, en el carnaval de 1927. Tam-bién compuso “Crimen de amor”, “Calla corazón”, “Boquitas de corazón”, (tangos), “Mujercitas lindas”, “Lindas oaxaqueñas”, “Santa”, “Presidiario”, “Ausen-cia”, “Pequeñita”(valses), “Yoyos” (canción) “Sangre morena”, ( marcha), “Junto al mar” (canción istme-ña). La mayor parte de estas composiciones fueron grabadas por casas disqueras, proporcionando al au-tor jugosas regalías que vinieron a mejorar su situa-ción económica.

A fines de 1929 terminó el periodo como Gober-nador de Genaro V. Vázquez y tomó posesión del cargo el Lic. Francisco López Cortés quien enfrentó fuertes carencias presupuestales que llegaron a di-latar el pago a sus burócratas, entre ellos Chochois que se desempeñaba como vocal primero de la co-misión agraria. Ante esta situación, se traslada a la Ciudad de México, donde sobrevive tocando el violín en grupos que animaban o acompañaban las pelícu-las, todavía sin sonido. Cultivó buenas relaciones con los músicos más destacados de la época como: Mi-guel Lerdo de Tejada, Alfonso Esparza Oteo, Lorenzo Barcelata, Tata Nacho, Dr. Ortiz Tirado, Federico Ruiz y otros personajes del ramo cinematográfico como Lupe Vélez y Celia Montalván.

A fines de 1930 llegó a Mexicali, Baja California y formó un trío con el pianista italiano Yurti y el che-lista ruso Kulikruskaya, que tuvo bastante éxito artís-tico y económico en Los Ángeles y otras ciudades de la frontera con los Estados Unidos, pero el 14 de enero de 1931 los diarios estadunidenses llevaron la noticia del terrible terremoto que acabó con la ciu-dad de Oaxaca. El trío de Rosas Solaegui tenía con-tratada una gira artística por todo el territorio de la Unión Americana, pero él prefirió regresar a Oaxaca para enterarse del estado de salud de sus familiares. Al ver la ciudad destrozada y con el temor de más temblores, la familia decidió trasladarse a la ciudad de México.

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Al siguiente año, 1932, la ciudad de Oaxaca ce-lebró su cuarto centenario y con este motivo el go-bierno invita a Chochois a integrarse al Comité Or-ganizador de los festejos, formado por el poeta Dr. Alberto Vargas, el periodista Jacobo Dalevuelta, el profesor Policarpo T. Sánchez, el pintor Alfredo Can-seco Feraud y otras personas. Uno de los más brillan-tes números de la celebración del cuarto centenario, fue el homenaje que rindieron a la ciudad de Oaxaca, representada por la señorita Margarita Santaella, las siete regiones del Estado, tiempo después este “Ho-menaje Racial” inspiró la “Guelaguetza”.

Otro evento sobresaliente del cuarto centenario fue la gran velada literario musical, celebrada el 26 de abril, con la intervención de la Orquesta Sinfónica dirigida por el maestro Gabriel Carsolio, la Banda de Música del Estado dirigida por el maestro Juan León Mariscal y la Orquesta Típica del Pueblo organizada y dirigida por Chochois, sus integrantes vestidos con calzón y camisa de manta, ceñidor rojo y sombrero de palma, interpretaron música oaxaqueña como la marcha “Progreso” de José Alcalá; shottis “Acuérda-te” de la maestra Isaura Magro; la marcha “Ciclistas” del maestro de chelo Gregorio Caballero; la danza “Siempre juntos” de don Cosme Velázquez y otras composiciones.

También el Gobierno del Estado convocó un con-curso de canción, serenata y vals, al cual concurrie-ron diez canciones, dos serenatas y diez valses. El primer premio se asignó a la canción “Cuando bajas a la fuente”, música de Gabino García Pujol y letra de Juan G. Vasconcelos. Mención de honor a “Un apóstol del Señor”, música de Rosas Solaegui y le-tra de Efrén Chávez. Primer premio para la serenata “Blasfemia” de Guillermo Rosas Solaegui y mención de honor para “Artífice” de M. León Mariscal. Primer premio al vals “Hora de amor”, música y letra de En-rique R. Sandoval.

Tras los actos conmemorativos del cuarto cen-tenario, vino el decaimiento económico, la escasez de negocios y la emigración de los oaxaqueños a la Ciudad de México, entre ellos, Chochois. En 1933, fue nombrado inspector de los servicios sociales y po-

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líticos de la Secretaría de Gobernación. Su primera tarea fue acudir a Yucatán donde iban a celebrarse elecciones de gobernador. En la ciudad de Mérida conoció y convivió con Guty Cárdenas, los hermanos Reachi, Ricardo Palmerín y más guitarristas y can-tantes, buenos exponentes de la trova yucateca.

Entre otras tareas que desempeñó Chochois como inspector vale recordar la del ingenio Atencin-go en Puebla, propiedad de Williams J. Jenkins, para determinar si estaba defraudando al fisco median-te el contrabando de latas de alcohol que distribuía en el Distrito Federal y varios Estados del centro de la República. Aquí descubrió, con apoyo de varios agentes que lo auxiliaban, no solo el contrabando de alcohol, también la situación lamentable en que se encontraban los trabajadores del ingenio y la colu-sión del empresario estadunidense con diversas au-toridades locales para no ser molestado en sus tur-bios negocios. A pesar de que el informe de estas actividades ilegales y corruptas llegó hasta la Pre-sidencia de la República, solo se tomaron medidas leves contra Jenkins, pues contaba con el apoyo de la embajada de los Estados Unidos de América, del gobernador del Estado de Puebla, así como de un grupo de empresarios que tenían con él nexos co-merciales.

En 1934, luego de renunciar al empleo en la Secre-taría de Gobernación por cambio de titular, Chochois fue nombrado por el Secretario de Educación José Vasconcelos, encargado de organizar la “Orquesta revolucionaria del pueblo”, que se proponía dar a conocer la música popular mexicana en conciertos ofrecidos en plazas, teatros al aire libre, jardines, Pa-lacio de Bellas Artes y otros lugares de fácil acceso al público de la capital de la República.

En 1935 con la llegada del General Lázaro Cárde-nas a la presidencia de la república, inicia una era de justicia social y Rosas Solaegui se inspira para crear el “Himno de la Enseñanza Socialista” que se cantó en todas las escuelas oficiales. Por la muerte de su padre, regresa a Oaxaca y se hace cargo de la familia pues era el mayor de los hijos. Junto con el Dr. Daniel Rueda, ganan el concurso para la canción del carna-

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val con la composición “Carcajadas” que se adopta como himno de las comparsas y es cantado en la coronación de la reina del carnaval, desfiles y bailes.

La Dirección de Educación Pública convocó a un concurso de “canciones revolucionarias”. Chochois gana en el tema revolucionario con “Mi coronel cor-neta”. En el tema campesino, primer premio con “Los campesinos” y en el tema regional, el primer premio con “Tierra de mis encantos”. La premiación tuvo lu-gar en el teatro Mier y Terán la noche del 18 de abril y el Gobernador García Toledo entregó los premios en efectivo, que vinieron a aumentar los ingresos pe-cuniarios de un bastante necesitado Rosas Solaegui. En 1936, el Lic. Genaro V. Vázquez, jefe del Depar-tamento del Trabajo en el gabinete del Presidente Cárdenas, nombró a Guillermo Rosas Solaegui presi-dente de la junta de conciliación en Toluca y jefe de la oficina de inspección con jurisdicción en todo el Estado de México. Aquí tuvo varios encuentros bas-tante violentos con el joven Licenciado Adolfo López Mateos, encuentros que tuvieron sus consecuencias más tarde.

En ese mismo año, Chochois llega a San Luis Potosí como inspector del Departamento del Trabajo y conoció y trató a Saturnino Cedillo. Al siguiente año, 1937, pasa a Durango y luego a Cananea, Sonora y Tuxpan, Veracruz, donde le correspondió representar al gobierno cuando decretó la expropiación petrolera, levantando actas y entregando bienes expropiados a los representantes del sindicato de trabajadores petroleros.

En enero de 1939 es movilizado a Puebla, donde era gobernador Maximino Ávila Camacho y presi-dente de la junta central de conciliación y arbitraje el joven abogado Gustavo Díaz Ordaz. El conflicto más significativo que les tocó enfrentar fue el origi-nado en los ingenios de Atencingo, Tilapa y otros, propiedad de Williams Jenkins. Después de múltiples acciones y con intervención del Presidente Cárde-nas, se logró que los obreros y campesinos cañeros tuvieran algunas ventajas que mejoraban su magra situación laboral.

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En 1940 llega comisionado por la Secretaría del Trabajo a Torreón, Coahuila y enfrenta los conflictos laborales de la Compañía Metalúrgica Peñoles y los de la fábrica de hilados La Fe, que eran las principa-les de la ciudad. Rápidamente se adapta a las con-diciones de la vida norteña; disfruta de la comida: el exquisito cabrito, cabecitas tatemadas, “machitos”, machacado con huevo, agujas de res al fuego de brasa, tortillas de harina, salsa y frijoles a la norteña, que le pareció muy limitada si la comparamos con la oaxaqueña. En noviembre de 1946, recibió orden de concentrarse en el Distrito Federal pues se le enco-mendaría nueva comisión.

En enero de 1947 el Lic. Eduardo Vasconcelos se comunica con Rosas Solaegui para anunciarle que había sido nombrado gobernador substituto del Estado de Oaxaca, ante la renuncia del General Ed-mundo Sánchez Cano. Había mucha amistad entre Chochois y el Lic. Vasconcelos pues éste había sido padrino de bautizo del hijo mayor de Rosas Solaegui, por lo que lo invitó a integrarse al equipo de trabajo aunque llega a Oaxaca como Presidente de la Jun-ta de Conciliación y Arbitraje, puesto que abando-na con licencia para integrarse como Diputado en la XL Legislatura Oaxaqueña que comenzó a funcionar en septiembre de 1947. Lo acompañaron en la dipu-tación, entre otros, Fidencio Hernández, Dr. Alberto Vargas, Lic. Constantino Esteva, Jorge Fernando Itu-rribarría, Leopoldo Gatica Neri.

Al mismo tiempo, contando con todo el apoyo del Gobernador, organiza una orquesta de guitarras que se integró con veinticinco ejecutantes y se denominó “Guitarras Oaxaqueñas”. Apoya la restauración ins-trumental y reorganización de la Banda de Música del Estado, trayendo a dirigirla al autor del célebre danzón “Nereidas”, Amador Pérez Torres. Hace ges-tiones para crear las Marimbas del Estado trayendo de Chiapas a los hermanos Espinoza López como ejecutantes.

Su logro mayor en el campo cultural y artístico fue la creación de la “Escuela oaxaqueña de músi-ca y declamación” que comienza a funcionar el 1 de

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febrero de 1949, con el violinista Diego Innes como director. Viendo la gran demanda que la escuela tie-ne, el Gobernador Vasconcelos amplia el alcance de la institución y crea la Escuela Oaxaqueña de Bellas Artes en 1950.

A esta escuela se le destina como sede el ex con-vento de San José que se reconstruye y equipa para este fin. Propone una enseñanza de grado medio en las ramas de danza, teatro, pintura y escultura ade-más de música y declamación que ya existían y se nombra a Chochois Rector, cargo incongruente con el nivel de enseñanza, pues es como si a una escuela de nivel secundaria se le nombrara un Rector en vez de un Director.

El 30 de noviembre de 1950 terminó el periodo gubernamental del Lic. Vasconcelos, sin que pudiera inaugurar la Escuela de Bellas Artes pues le faltaban algunos detalles para terminarla. Lo sucede en la gu-bernatura el Ing. Manuel Mayoral Heredia, quien pro-pone que el edificio del Ex convento de San José sea destinado a un instituto politécnico que hacía mucha falta en Oaxaca. Sin embargo, ante las gestiones de Chochois y otras personas interesadas en la conti-nuación de la Escuela de Bellas Artes, el Gobernador accede a que se termine su equipamiento y perma-nezca como Director Rosas Solaegui.

En 1952, se registraron en la ciudad de Oaxaca acontecimientos políticos negativos que llegaron a hechos sangrientos y llevaron a la renuncia del Ing. Mayoral Heredia a la gubernatura, siendo substituido por el General Manuel Cabrera Carrasquedo, quien mediante una visita a la Escuela de Bellas Artes, con-firma su funcionamiento y a Chochois como Rector.

En 1954, la Escuela había crecido en alumnado, siendo su cupo insuficiente. La enseñanza que im-partía se demostraba en las prácticas y presenta-ciones que sus alumnos realizaban. Sin embargo, a fines de ese año, se supo que sería incorporada a la Universidad de Oaxaca que nacería el siguiente año. Inconforme con esta decisión oficial, Rosas Solaegui, el 30 de diciembre presenta su renuncia a la Rectoría

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y se reintegra a su empleo federal en la Secretaría del Trabajo, ahora a cargo del Lic. López Mateos, quien, a pesar de las diferencias que habían tenido en años anteriores, accede a la petición de Chochois de en-viarlo comisionado a Torreón a donde llega, por ter-cera vez, en enero de 1955.

En esta ciudad encuentra personas que habían sido sus compañeros de labores en sus estancias anteriores y que lo apoyaron en el buen funciona-miento de las oficinas de la Secretaría del Trabajo establecidas en las ciudades de Chihuahua, Juárez, Sabinas, Parral y Durango.

Los integrantes de la asociación “Impulsora de Bellas Artes” lo nombran Director del Conservatorio de la Laguna, en donde retomó sus actividades de promotor cultural, aplicando la experiencia adquirida en la Escuela de Bellas Artes de Oaxaca.

En 1959 recibió la orden de trasladarse a la ciudad de Guadalajara para hacerse cargo de la delegación de la Secretaría del Trabajo que comprendía los Es-tados de Jalisco, Michoacán, Colima, Nayarit y parte de Sinaloa. La estancia en esta zona de la república fue placentera para Chochois pues hacía viajes de inspección a lugares de la costa como Manzanillo, Puerto Vallarta y Mazatlán. Escribía en periódicos de Guadalajara sobre temas oaxaqueños y su música fue interpretada por la Orquesta Sinfónica de Gua-dalajara y la Banda de Música del Estado de Jalisco.

En 1962 el titular de la Secretaría del Trabajo, Lic. Salomón González Blanco lo nombró Oficial Mayor de esa Secretaría y luego Sub Jefe del Departamento de Inspección y al año siguiente fue propuesto para ocupar el cargo de Jefe de ese Departamento, lo que Rosas Solaegui declinó pidiendo a cambio que se le comisionara a la ciudad de Tijuana con carácter de delegado, pensando en su cercana jubilación, ya que si la alcanzaba en esta zona fronteriza, obtendría un 100% de sobresueldo al ser jubilado, lo que sucedió a finales de 1962.

En marzo de 1964 regresa a la ciudad nativa y en entrevista con el Gobernador Lic. Rodolfo Brena To-

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rres, le propone reorganizar el conjunto “Guitarras Oaxaqueñas”, formar un cuarteto de cámara, otro con instrumentos de boquilla circular y grupos de cancioneros para divulgar composiciones de autores oaxaqueños. A todo lo anterior accedió el Goberna-dor pero por intrigas y problemas burocráticos, Ro-sas Solaegui solo pudo reorganizar el conjunto de “Guitarras Oaxaqueñas”, que luego de ensayar me-dio año en los altos del Teatro Alcalá, se presentó el 26 de mayo de 1965 en ese local y en septiembre del mismo año, en el Palacio de las Bellas Artes de la ciudad de México.

Reanuda su tarea de escribir artículos folklóricos e históricos con temas oaxaqueños para los diarios locales y nacionales como Excelsior, Novedades y El Universal. También escribe un ensayo literario “Oa-xaca en las tres etapas de la Revolución”. Edita un álbum musical que contiene veintidós de sus obras y lleva en su portada al conjunto “Guitarras Oaxaque-ñas” ante la fuente de las Siete Regiones. Continúa escribiendo sobre tópicos oaxaqueños y los presen-ta en dos libros: “Multicosas de Oaxaca” y “Anecdo-tario de Oaxaca”.

Al final de su vida, ya jubilado por la Secretaría del Trabajo, se dedicó a relatar sus memorias en el libro: “Un hombre en el tiempo” y se fue retirando de la vida pública, tanto por el fallecimiento de sus ami-gos como por estar desencantado de las desviacio-nes que los ideales revolucionarios sufrían a manos de los partidos políticos y los gobernantes por ellos impuestos, como el enriquecimiento ilícito oficial y privado, la vertiginosa reversión al latifundismo y la completa inoperancia y corrupción de los sindicatos. Así, rememorando sus vivencias y recorriendo con nostalgia las amadas calles de la ciudad del añorado retorno, llega al fin de sus agitados días el 2 de mar-zo de 1978.

RA. 2015

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Una muestra de su talento

POR QUÉ CHOCHOIS

Desde chico sentí mucha afición por la música, quizá porque la heredé, pues algunos de mis mayores la ejercitaron, aunque solamente uno de ellos profe-sionalmente: el maestro Francisco Torres, de potente y bella voz de bajo y un trompetista de mano sin par, hermano de mi abuela materna, compañero que fue de los hermanos Macedonio, Bernabé, Bernardino y Nabor Alcalá; mi madre tocaba la guitarra y el piano y mi padre, igualmente la guitarra y componía piezas musicales por afición.

Pues bien, sabiendo mi maestro de cuarto año de primaria mi inclinación por el arte musical, me obligaba con frecuencia a orientar a los compañe-ros, entonando canciones o escalas, lo que a mi me chocaba y me negaba las más de las veces, por cuyo motivo me castigaba para obligarme a hacerlo.

Cierto día, uno de los compañeros me dijo: “no te dejes de ese viejo chocho”. Se me quedó grabado y al día siguiente, el maestro Apolonio Aguilar, así se llamaba el necio e imprudente catedrático, me instó a pasar al pizarrón a delinear un pentagrama, fijar unas notas con el gis y luego entonarlas. Le dije que no y como siempre, me jaló el pelo de mis sienes y me enojé más de la cuenta, y acordándome del con-sejo del compañero de banca, pero no de la palabra exacta, pues en lugar de decirle chocho le dije:

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–Pare de estar fregando viejo chochois… – y todos los compañeros se rieron, poniendo furioso al maes-tro, quien tomándome de la mano me sacó del salón para llevarme a la Dirección.

Queda explicado, en consecuencia, el origen de mi apodo.

TRAVESURAS INFANTILES

Mis compañeros de escuela eran como yo, ani-mosos en su mayoría. Formamos una compañía de circo y otra de títeres e improvisábamos los sitios en que íbamos a actuar, en las diferentes casas hogares nuestros. Los cuates Rueda Magro, resultaron barris-tas, dislocándose un brazo uno de ellos; alambrista lo fue Alfredo Iñárritu; domador de fieras –un perro y un gato–, Nacho González. Varios payasos, entre ellos yo, que además daba el salto mortal en auto-móvil como lo hacía uno de los artistas del circo Bell, con la diferencia de que en vez de automóvil a mi me metían en un pizcador de carrizo, encerrándome bien con amarres, para que no me saliera. Me colo-caban en la azotea y me hacían rodar al piso del pa-tio de la casa por medio de una escalera de madera, común y corriente. Pero en cierta ocasión me moví demasiado y salí de la escalera con todo y pizcador y fui a dar de bruces al piso, causándome una herida en la cabeza y enterrándoseme varios carrizos en el cuerpo… se acabó la función y yo fui llevado a ver a papá Ernesto para las curaciones.

En cuanto a los títeres, los hacíamos en dos luga-res, en la casa de la familia Scheleske, una de ladrillos –única que todavía existe en la cuadra larga del Llano (Avenida Juárez)–, y en la casa de Rafael Márquez Toro, esquina de Melchor Ocampo y Colón.

En la de Scheleske armábamos el foro debajo de una escalera de madera que daba acceso a la par-te alta y cubríamos con sábanas el lugar del público para protegerlo del sol o de la lluvia. La entrada cos-taba tres centavos y llegamos a reunir hasta cuatro pesos, que era una cantidad fabulosa para nosotros, pues las cosas estaban baratas, especialmente las que comprábamos que eran antojitos de chamacos:

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pepitas saladas bien tostadas –un montón por un “vito” y su algo-, una limonada de canica de rico sa-bor a tres centavos; una tortita compuesta, una sal-chicha y así por el estilo.

En cierta ocasión quisimos hacer con los títeres una pantomima a base de fuego, se quemaron las sábanas y parte de la escalera, lo que motivó que el jefe de la familia, el distinguido escultor Ernesto Scheleske, nos corriera de su casa.

En la casa de Márquez Toro, como ya lo dejé asen-tado, su padre don José Honorato, nos permitía la diversión pero exigía orden, mucho orden, tocándo-me a mí, como siempre, meter el desorden, pues me alcancé la puntada, por una controversia que tuve con los asociados que se negaban a pagarme lo que yo les cobraba por mis trabajos, no recuerdo si con razón o sin ella de mi parte, me salí de la casa con todo el importe de las entradas del público asistente en rauda carrera hacia mi domicilio, ante la expecta-ción de los concurrentes y el azoro de mis colegas y el dueño de la casa, pues no hubo función ya que yo era la principal atracción porque tocaba el violín y porque la hacía muy bien de payaso imitando a Ri-cardo Bell. ¡Se armó la tremolina entre el público! Y don José Honorato Márquez tuvo que devolver de su peculio el importe de las entradas de los especta-dores que ya habían empezado, en represalias por la falta de función, a romper las macetas.

ANDANZAS DE SOLDADO

Éramos estudiantes Adalberto Lagunas Calvo y yo, y por nuestras actividades de propaganda revo-lucionaria, fuimos expulsados del Instituto de Cien-cias y Artes del Estado, yendo a incorporarse Lagu-nas a las fuerzas del General Juan José Baños y yo como subteniente a la 4ª Brigada de la División “21”.

Tuve muchas peripecias y aventuras en mi vida de soldado, en primer lugar, mi padre se disgustó mucho con mi ingreso a las filas del ejército de la revolución, pues me tenía la sorpresa de mandarme a estudiar música y dibujo, especializarme en carica-tura, a París, cuando yo se la di a él y ¡en qué forma!

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Durante la campaña en la Mixteca, me tocó ir a las órdenes del Coronel Nicanor Piña y en Chindúa y Andúa, se libró una refriega entre nuestras fuerzas y las de la soberanía, huyendo estas últimas. En esa ocasión me apoderé de un caballo bayo de alzada. Alzaba tanto la cabeza que le pusieron “El cielo por un beso”, cuyo animal había pertenecido al General Rafael Melgar, quien al huir no había tenido tiempo de recogerlo.

Yo era casi un niño: 17 años, y junto con otros ofi-ciales, gustábamos, cuando estábamos francos, de la parranda. Nuestra bebida favorita era el coñac blan-co oaxaqueño (mezcal minero) y la cerveza “Xico”. Como mi cuaco era parco y yo le exigía movimien-to, que solo lograba con los acicates, máxime cuan-do andaba “contento” sobre la albarda, le comencé a enseñar a beber, de lo mismo que yo tomaba. Al principio rehuía, no abría el hocico, pero con maña, mojaba los trozos de azúcar con mezcal, y así logré que ingiriera la preparación rica en vitaminas y des-pués dos o tres cervezas “Estrella” de la misma fábri-ca: Compañía Cervecera de Oaxaca.

Naturalmente que ya estando jinete y caballo a “tono” comenzaba el verdadero goce del momen-to, al igual que otros compañeros que imitaron mi ocurrencia aunque sólo uno más tuvo éxito, el sub-teniente Héctor Rentería Acosta, recientemente fa-llecido (marzo de 1971), siendo General y diputado federal y su caballo alazán.

A los oficiales de entonces –subtenientes–, nos pagaban $4.00 diarios, la mitad en monedas de oro y la otra mitad en billetes; además nos daban men-sualmente $60.00 para pasturas de nuestros caba-llos, encomendando su cuidado a nuestros respecti-vos asistentes.

Por regla general era descuidado para la alimen-tación de mi corcel, al que daba más licor que alfalfa y zacate, y solamente comía cuando llegaba al cuar-tel de caballería a tomarse la pastura de los animales que se encontraban en las caballerizas. Cuando no me daba tiempo lo dejaba en el segundo patio de mi domicilio particular, y como casi siempre estaba

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“crudo”, se bebía medio barril de agua, que siempre estaba lleno y bien surtido por la llave adecuadamen-te colocada en la parte superior, y este cuaco, cuan-do sentía la necesidad, acababa con todo lo verde.

Así terminó con unos platanales que mi madre había sembrado en dicho segundo patio, y en cierta ocasión en que a los dos se nos pasaron las “cucha-radas”, se desató y salió al primer patio, como a eso de las cinco de la mañana, haciendo mucho ruido. Mi madre me despertó para que viera los que ocurría con mi cuaco. Me levanté y lo encontré con las cuatro patas abiertas, con la cabeza baja y la lengua sali-da escurriendo sangre. ¿qué había pasado? Me pre-guntaba… le había dado mucha hambre, se desató y pasó al primer patio a comerse los verdes rosales que tenía mi señora madre en sus macetas, y se es-pinó la lengua…

Entre los recuerdos que mi memoria retiene, figu-ra lo ocurrido en un restaurant que se llamó “Roma”, de la que eran propietarios el licenciado Samuel Mancera y el Contador Alfredo Calvo, ambos figuran-do posteriormente en el gobierno estatal del General Manuel García Vigil. De este restaurant y cantina, era cocinero el lengua larga del “Chivo Moncada”.

Allí nos reuníamos a botanear y tomar la copa los paisanos. Cierto día, acompañado de otros oficiales de la División “21” , todos uniformados, llegamos con tal finalidad a la barra del establecimiento, en donde se encontraban haciendo lo propio otros amigos, en-tre ellos, el Lic. Luis Mimiaga y el Dr. Joaquín B. Unda, muy buenos amigos míos, pero ocurrió que el prime-ro guaseando me dijo: “Te voy a cortar ese brazalete que traes”. Era un distintivo que todos los oficiales llevábamos y que decía: División 21 4ª Brigada, color verde para diferenciar a la oficialidad de las diferen-tes brigadas. Así la 2ª era de color azul, la 3ª roja y la 1ª amarilla.

Mimiaga entre risa y risa, seguía con su amenaza que yo no tomé en serio, pero por las dudas, le previ-ne que se portara seriamente, más seguía el choteo y el abogado en un descuido que tuve, llevó a cabo su intención y me cortó el brazalete ante la risa de

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los civiles que eran puros reaccionarios que habían sido y seguían siendo partidarios de la “soberanía”, y vi el gesto huraño, de disgusto de mis compañeros oficiales.

Me dio tanto coraje, que sin tener en cuenta la vieja amistad que llevábamos Mimiaga y yo, saqué la pistola y le di un pistoletazo en la cabeza, ocasionán-dole una seria herida de la que manaba abundante sangre. Se armó el “borlote”, al herido se le echaba alcohol; el Dr. Unda lo atendía; la gente se amonto-nó en las puertas con acceso a las calles de Alcalá, presentándose momentos después una escolta, que uno de mis compañeros mandó traer y se llevaron a la guarnición de la plaza, al herido Lic. Mimiaga.

Intervino el Mayor Rafael Cánovas, Jefe del Esta-do Mayor de la División, a quien le decían “El buen ladrón” porque era habilísimo para sacar pesos, inte-rrogándome en presencia del Gral. en Jefe del cuar-tel acerca de cómo sucedió el caso y se lo narré, de-clarando también los oficiales y me dijo el General:

–Si usted no hubiera procedido así, lo hubiera mandado fusilar por falta de espíritu militar–, lo que me cayó de perlas, lamentando muy de veras eso sí, que a Mimiaga no se le atendiera médicamente, se-gún me habían informado, porque Cánovas dio ór-denes para que no se admitiera ningún médico en el cuarto en que estaba detenido, de la guarnición de la Plaza, mientras este ricachón hacendado no soltara la “lana”.

Como la herida se le estaba infectando al deteni-do y se conocía la debilidad del militar, le ofrecieron los amigos del preso dos mil pesos, pero el pidió un millar más: se le dieron y asunto concluido. Mimia-ga pasó a su casa para ser atendido médicamente quedando en libertad. Al cabo del tiempo Luis y yo, reanudamos nuestra vieja amistad, sin recordar la in-grata aventura y actuamos políticamente a favor de la candidatura del Lic. José Vasconcelos en 1925 para Gobernador de Oaxaca, habiéndole birlado el triunfo el truculento Presidente Obregón.

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AGUSTÍN LARA

En una vieja casona de vecindad, la número 9 de las calles de Uruguay de la ciudad de México, vivía en la planta baja el maestro Abel M. Loreto, catedrático de contrapunto y fuga del Conservatorio Nacional de Música e Inspector General de Bandas de Música Mili-tares. Una mañana de abril, allí estaba con el que esto escribe –corría el año de 1926–, saboreando la char-la entre sorbo y sorbo de café, cuando llamaron a la puerta y una de las hijitas del maestro salió presurosa a abrirla. Se trataba de un joven delgado con marcada cicatriz en el rostro, mal trajeado, quien preguntó a la chiquilla si allí vivía el maestro Loreto. Lo hizo pasar y tras los saludos de cortesía, el recién llegado le entre-gó una tarjeta de visita. Gentil y bohemio consumado, don Abel dijo a Lara ésto o algo parecido:

–¿En qué puedo servirle? Lo haré con mucho gusto…– Lara le abordó, manifestándole que era un aficionado que gustaba de la música y que tocaba el piano empíricamente, ya que no había estudiado solfeo ni teoría musicales hasta esa fecha; que ha-bía compuesto un danzón para que fuera tan amable de arreglárselo técnicamente pasándolo a la pauta, pues pretendía venderlo a una casa editora para que se diera a conocer ampliamente, ya que no disponía de dinero para hacerlo por cuenta propia.

Como era natural, el maestro Loreto quiso escu-charlo e invitó a Lara a tocarle el danzón en el piano, lo que hizo de inmediato. Desde luego se apreció la bonita melodía y el gusto, el sentido, la delicadeza con que lo hacía el incipiente compositor, usando un juego de manos muy peculiar en el instrumento y casi idéntico al de otro valor pianístico ya desapare-cido: Raulito Rodríguez “El Cartero del Aire”.

Lo felicitó el maestro al terminar la ejecución y le preguntó cómo se llamaba dicho danzón, contestán-dole Lara que “Imposible”; le dijo además, que tam-bién tenía otras dos piezas tipo bolero y en el acto y a petición del viejo maestro, los ejecutó con más confianza, resultando bellísimas, pues eran nada me-nos que “Rosa” y “Mujer” con letras, según nos dijo, de una hermana de él.

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Nuevamente recibió del maestro el más cálido elogio por sus obras musicales, que seguramente “pegarían” le agregó. Tomó en seguida un pliego de papel pautado y una pluma, no sin antes aconsejarle la conveniencia de que estudiara la técnica musical, que le serviría de mucho a su gran intuición artística. Lara lo escuchó y le prometió a hacerlo.

Le indicó que volviera al piano para ejecutar otra vez “Imposible” en sus primeros ocho compases y así lo hizo. El famoso arreglista, como un buen ta-quígrafo, pasaba los signos musicales a la pauta y fijaba convenientemente la melodía y armonía del danzón, que posteriormente alcanzara gran éxito y diera a conocer al autor, que era lo que Lara quería, sí, abrirse paso en el escabroso mundo de la música.

Escasos treinta minutos bastaron para que el in-signe maestro Loreto lograra la anotación de “Im-posible”, firmando como garantía al final del pliego, como era su costumbre, con la anotación de Arreglo de M. Loreto, ya que las casas que compraban las obras musicales en general, después de escucharlas y gustarles, les bastaba conocer al arreglista para en-trar en tratos con el compositor.

El maestro Loreto cobraba por este trabajo la cantidad de $ 5.00 pero en esta ocasión no quiso cobrarle a Lara, pues le cayó bien como vulgarmente se dice, valorizó su talento e intuición y solamente le pidió, pues era un bohemio completo, que nos in-vitara una copa en la cantina ubicada en la esquina de San Juan de Letrán y Uruguay, un aperitivo para comer, pues ya eran las 12.30.

Lara dio las gracias al maestro y rebozante de gusto al ver la familiaridad y camaradería con que lo trataba el gran músico, nos invitó a tomar la copa en el lugar señalado. En esa época se usaba una bebida popular muy efectiva llamada “submarino” de a diez centavos, de efectos prontos, pues consistía en un vaso de cerveza y una copa de aguardiente a los que hoy se llama brandy, copa que se hacía caer con todo y contenido en el fondo del vaso, revolviéndose así la cerveza con el “fuerte”.

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Vinieron dos más y entonces se animó Lara y como deseara los centavos para seguir la parranda, le preguntó a don Abel que editor podría adquirir la obra en venta y éste le informó que la razón social Wagner y Levien, la Casa Alemana de Música, citán-dole otras más; pero que también estaba cerca del lugar en que nos encontrábamos, a dos cuadras, la editorial musical del señor Salvador Cabrera, cubano radicado en México y más considerado o compasivo con los autores, ya que pagaba mejor.

Como consecuencia Lara se decidió por éste y como no conocía la ubicación, lo acompañé a la ter-cera calle de El Salvador, en donde estaba el citado negocio. El cubano se encontraba allí y desde luego escuchó con agrado el danzón y vio el arreglo con la firma del maestro Loreto, pero sólo ofreció a Lara la cantidad de $ 25.00. no aceptó el autor, le pidió éste como mínimo $50.00 y cien ejemplares. El edi-torialista no cedió y nos regresamos a la cantina, no-tando a Lara molesto, como desilusionado, pues no conocía el tejemaneje de esos explotadores de los artistas. Me tocó entonces invitar otra copa y como ya éramos cuatro, pues el maestro Abel charlaba y tomaba, cuando regresamos, con otro camarada de las cuerdas y el arco, amigo de él, aflojé al cantinero la poderosa suma de cuarenta centavos.

Conocido el resultado negativo de la venta de la pieza, por el maestro Loreto, éste le dijo a Lara:

–Mire joven, posiblemente usted necesita dinero, no debe desesperar; es mejor que el público de Mé-xico le conozca como autor musical. La pieza es muy bonita y será difícil para usted que es un principiante desconocido en el medio capitalino, obtener mayor cantidad por ahora, pero en cambio tiene usted en reserva otras dos piezas exquisitas que me acaba de tocar: “Rosa” y “Mujer” que “pegarán” seguramen-te, y entonces, sí podrá usted exigir mejores precios o condiciones para la edición de las mismas por el precedente exitazo de la composición “Imposible”. Deje usted que Cabrera gane dinero en esta ocasión; ya vendrá abundancia para usted después, abierto el camino en diversas direcciones.

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Convencido Lara después de ingerir otros tres “submarinos” con nosotros, marchamos él y yo nue-vamente a ver al cubanito Cabrera y se realizó la operación con la oferta de parte de éste de que la edición estaría lista en un mes y de que, además, ob-sequiaría al autor cincuenta ejemplares.

Como es sabido el danzón “Imposible” fue todo un éxito. Cabrera ganó mucho dinero, pero abrió las puertas de la popularidad a este gran músico mexi-cano que el 6 de noviembre de 1970 dejó de existir en la capital azteca, quedando su música inmortal en todo el orbe y su gigante figura artística como sím-bolo de la bohemia mexicana.

Y símbolo también fue para el autor de “María Bonita”, la mujer, a la que brindó siempre sus cari-cias espirituales y materiales. Invariablemente en sus inspirados temas musicales, siempre hablaba de ella con la elocuencia de sus melodías y poemas de su exquisito bardo “Chamaco Sandoval”, oaxaqueño por cierto. Gustaba del transporte infinito y de las lu-ces que alumbraba en la mente con la “yerba buena” para unos mala y para otros…

RA. 2015

Los datos biográficos de “Chochois”, y el material del anecdo-tario fueron tomados de su libro autobiográfico:

Un Hombre en el Tiempo. Guillermo Rosas Solaegui. B. Costa – Amic, Editor. México, D. F. 1971.La Vida de Oaxaca. En el carnet del recuerdo. Guillermo Rosas Solaegui. Talleres Lito Offset de Oaxaca. 1978. Págs. 85–89.

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