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Christian lopalov Ganancias y rentas urbanas Elementos teoricos Sgto veirrtiuno de Espana Editores.sa

Christian lopalov Ganancias y rentas urbanas · vez mas la incapacidad del funcionalismo y del marginalismo. VIII Carmen Gavira economico para analizar y dar respuesta a los nuevos

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Christian lopalov Ganancias y

rentas urbanas Elementos teoricos

Sgto veirrtiunode Espana Editores.sa

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la prlmera mitad de los anos setenta surgib en Franc;a una oleada de investigaciones de sociologia urbana que comb’ naban la utilizacion de un marco tebrico marxista con un deui- dido enfoque empirico fruto del origen de dlchas Investigacio­nes; la necesidad del -Estado planificador- de comprender y >rever la actuacibn de los distintos agentes en el desarro

p. La herencia del 68 — en el sentido de un marxismo reido al servicio de una voluntad radical de transformacibn la sociedad— venia asi a combinarse paradbjicamente con exigencias funcionales del Estado capitalists.Este conjunto de obras, en buena medida vinculadas al Cen­

tre de Sociologie Urbaine de Paris, han tenido influencia deci-siva en el pensamiento sobre lo urbano, la ciudad y los movl* mientos sociales. Sin embargo, la mayor parte de ellas no han sido traducidas nunca al Castellano. La presente obra de Chris­tian Topalov puede permltir a! lector comenzar por el principio,mediante un texto clasico, ci«ro y sencillo, en el que se sinte- tizan las principals tecrias sobre la renta del suelo urbano. >as su estuo'io, otros textos, incluyendo los del proplo Topalov,

resultaran mucho mas claros para todos los interesados en los probSemas urbanos.

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MOD

.

Arquitectura

yurbanismo

B.'BLIOTECA DE LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID

CIUDAD UN1VERSITAR1A280 4 0 MADRID

Este libro debe'ser devuelto el dia:

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Traduction deFabio E nrique V elAzquez Carrillo

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GANANCIAS Y RENTAS URBANAS

BIBLIOTECA UCM

5304391469

Elementos teoricos

porCh r ist ia n Topalov

mo .vesotnino

ed io re s

MEXICOESPANAARGENTINACOLOM BIA

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mggte^BgAIB8^.tores’ 88________siglo veintiuno de espaAa editores, saCfPG*3A S. MADMO 33. SSPAftA r

s La I veintiuno argentina : §§siglo veintiuno de Colombia, ltdaA V .fe . 17-73 PMMER PRO . BOGOTA. D .I. COLOMBIA

Primera edicion en espanol, septiembre de 1984© SIGLO XXI DE ESPANA EDITORES, S. A.Plaza, 5. Madrid-33 © Christian TopalovTitulo original: Le profit, la rente et la ville. Elements de theorie

DERECHOS RESERVADOS CONFORME A IA LEY

Impreso y hecho en Espana Prfnted and made in Spain Diseno de la cubierta: El Cubri

ISBN: 84-323-04-94-8 Deposito legal: M. 31.274-1984 Compuesto en A. G. Fernandez, s . A.Closas-Orcoyen, S. L. Poligono Igarsa Paracuellos del Jarama (Madrid)

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INDICE GENERAL

p r e s e n t a c io n de la e d ic io n e spa n o l a , por Carmen Gavira .................... v i i

INTRODUCCION ................................................................................................................................................................. 1

1, PLUSGANANCIAS Y RENTAS DEL SUELO EN EL CAPITALISM O...................................

I. cPor donde empezar? Lugar de una teoria de la renta del suelo en el analisis de la urbanizacion capitalista ..............1. La tautologia de la «ley de la oferta y la demandan, 6.—2. cQue es la renta del suelo? Subordinacion de la renta al capital, 10.—3. Autonomia de la renta. El «problema del suelo», 14.

II. Plusganancias y rentas del suelo en el capitalismo ,............ 171. Formacion, desaparicion, fijacion de las plusganancias, motor de la acumulacion, 17.—2. Plusganancias que pueden ser transformadas en rentas del suelo, 24.—3. El obstaculo de la propiedad del suelo y la transformacion de las plus­ganancias localizadas en renta, 35.

2. SOBRE LA TEORIA EE LA RENTA ABSOLUTA EN M A R X .................................... 55I. La teoria de la renta absoluta agricola en Marx ................... 58

1. La tesis de la renta absoluta, 58.—2. Lugar de la teoria de la renta absoluta en la economia politica de Marx, 71.

TI, Los problemas de la teoria de la renta absoluta ................... 791. La renta absoluta no es una renta de monopolio, 80.—2. La renta absoluta es el resultado de la «resistencia efec- tiva» que opone la propiedad del suelo, 95.—3. Conclusionm e t o d o l o g i c a , 1 1 2 .

3. DIFERENCIACION ESPACIAL EE LOS COSTES Y RENTAS D IFEREN CIALES......... 114I. La diferenciacion espacial de los precios individuales de pro-

duccion y de las tasas de ganancia localizadas .................... 1141. La construccion del concepto de renta diferencial en la teoria de la renta del suelo agricola, 117.—2. Las rentas diferenciales urbanas, 121.

II. La diferenciacion espacial de las masas de ganancia porunidad de superficie .................. . ................................................ 1331. Las « d o s f o r m a s » de la renta diferencial en Marx, 135.—2. Los intentos de transposicion del concepto de renta di­ferencial I I a l analisis de las rentas urbanas, 142.

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VI Indice general

4. DIFERENCIACION ESPACIAL DE LOS PRECIOS Y RENTAS DE MONOPOLIO ........ 150I. Precio regulador y precio de monopolio. La pluralidad de

los mercados de la vivienda ....................................................... 1501. La distribucion de las viviendas segun su precio. Algunos datos sobre la aglomeracion parisina, 151.—2. Precio regu­lador y precio de monopolio en los mercados de la vi­vienda. Proposiciones teoricas, 159.

II. Anotaciones sobre la division social del espacio ................... 1761. Las interpretaciones dominantes de la diferenciacion es- pacial de los usos y los precios del suelo urbano, 177.—2. Las practicas sociales en el espacio urbano y la diferenciacion espacial de los valores de uso, 192.—3. La diferenciacion del espacio urbano como proceso social, 209.

5. RENTAS DEL SUELO Y EMVCA DE LOS IPECCS DEL SUELO EN EL fFPAT)URBANO ............................................................................................................ 219

I. Un seudoconcepto: la «renta de situacidn* .............................. 219II. Tipologla de las rentas del suelo urbano ............................... 224

1. Diferenciacion espacial de los usos del suelo y rentas absolutas urbanas, 226.—2. Diferenciacion espacial de los costes y rentas diferenciales, 234.—3. Diferenciacion espa­cial de los precios y rentas de monopolio, 237.

III. De las rentas al precio del suelo: la dinamica del mercadodel suelo ............................................................................................ 2401. De las categorias de renta a la renta total: el ejemplo de la construccion de viviendas, 241.—2. De la tasa de renta a la renta por unidad de superficie. La intensidad de ca­pital, 246.-3. La competencia espacial de los usos del suelo y la dinamica del mercado del suelo, 249.

ANEXOS ESTADISTICOS .............

REFERENCES BIBLIOGRAFICAS

259265

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PRESENTACION DE LA EDICION ESPANOLA

La crisis urbana que se produce en Francia tras el proceso de urbanizacion acelerada de la decada de los sesenta, aparece con unas caracteristicas hasta entonces desconocidas: papel hegemonico de los grupos inmobiliarios, proliferacion de los movimientos sociales urbanos con reivindicaciones y form as de actuacion totalm ente nuevas. E sto provoco por parte de la ad- m inistracion una fuerte dem anda de investigaciones, no tanto de produccion ideologica sobre este fenomeno como de analisis concretos que respondiesen a la necesidad del «Estado planifi- cador. de conocer el com portam iento real de los distintos agentes.

Asi, entre 1970 y 1975, aparecen cerca de un centenar de estu- dios centrados en el mismo objetivo: Los procesos y agentes de la urbanizacion capitalista (la produccion inmobiliaria, la reproduccion de la fuerza de trab a jo y el consumo social, las politicas urbanas, el poder central y las colectividades locales, las politicas sectoriales: vivienda, transporte , equipamientos, renovacion urbana...). Los autores: A Lipietz, S. Magri, M. Pin- con, E. Preteceille, F. Godard, F. Ascher, M. Freyssenet, H. Coing, D. Duclos, M. Castells, M Cornu, J . Lojkine, Ch. Topalov. cuyo nucleo mas im portan te pertenccia al Centre de Sociologie Urbaine (csu) de Paris, respondian tam bien a un nuevo tipo de «investigador». Los entonces recientes acontecim ientos del «Mayo 68» los habian m arcado personalmente a traves de su tom a de posicion personal y politica. Lo urbano, la ciudad y especialm ente los movimientos sociales, eran para casi todos ellos comprendidos «desde dentro., del lado de los actores. Por o tra parte, la fuerte influencia de la renovacion del marxis- mo a traves de los textos de L. Althusser y N. Poulantzas, asf como los estudios del pcf sobre el capital m onopolista de Es- tado, proporcionaban una base teorica tam bien nueva. El «mar- xismo empirico» como instrum ento de analisis de esa realidad se descubrio como enorm em ente convincente, al constatarse una vez mas la incapacidad del funcionalism o y del marginalism o

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VIII Carmen Gavira

economico p ara analizar y dar respuesta a los nuevos problemas. Es tam bien en esos m om entos cuando la Universidad francesa vive la calda de los «mandarines» rompiendose las viejas es- truc tu ras que impedlan la investigacion m as alia de las estrictas norm as academicas.

E n un pais como E spana, donde en el ano 68 no hubo ningun mayo, donde no cayeron los «mandarines», sino que por el contrario en el 64 fueron separados de la docencia y desterrados algunos de los profesores m as destacados, donde la crisis ur- bana obedecia a factores m as cercanos al tercerm undism o, donde no se habia producido ni un solo texto teorico sobre urbanism o desde los de I. Cerca y A. Soria, y donde no se dis- ponia siquiera de datos estadisticos fiables para explicar la reciente explosion urbana, estos textos franceses tuvieron un enorme eco.

Sobre un desierto de textos basicos (recordem os que de las 200 obras fundam entales de urbanism o seleccionadas por Paolo S icca1 solo existen ocho traducciones al Castellano) se sembra- ron indiscrim inadam ente traducciones, se «superaron» los cla- sicos sin conocerlos, y la asimilacion del ultim o «ismo» se produjo mas a traves del m im etism o de un cierto lenguaje que de la reflexion teorica. Curiosam ente, los principales trabajos del grupo de investigadores del csu no fueron traducidos y se difundieron en nuestro pais a traves de innum erables citas de pie de pagina. ^Quien es este Topalov que todos citan? se pre- guntara hoy cualquier urbanista en Espana, ya que en los ulti- mos diez anos es dificil encontrar un libro sobre politicas de vivienda, produccion inm obiliaria o analisis de la ren ta del suelo en el que no se cite insistentem ente a Christian Topalov. Sor- prendentem ente, su unico texto en castellano es un pequeno articulo «Desarrollo monopolista de la produccion inm obiliaria y planificacion urbana» que fue publicado por la Universidad de Barcelona en 1974 2 3. En 1979 se tradu jo en Mexico su libro La urbanizacion capitalista. Algunos elementos para su analisis que no ha sido distribuido en Espana. Y, sin em bargo, sus textos Les promoteurs irnrnobiliers. Contribution a Vanalyse de

1 P. Sicca, Antologia di urbanistica, Roma, Laterza, 1980.2 Ch. Topalov, «Desarrollo monopolista de la produccion inmobiliaria

y planificacion urbana®, en Documents d’Analisis Urbana, Departamento de Geografia, Universidad Autonoma de Barcelona, num. 2, diciembre de 1974.

3 Ch. Topalov, La urbanizacion capitalista. Algunos elementos para su analisis, Mexico, e d ic o l , 1979, 186 pp.

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Presentation de la edition espanola I X

la production capitaliste du logement en France4 y Capital et propriety fonciere. Introduction a I’etude des politiques fon- cieres urbaines 5 se pueden considerar ya como «clasicos», y como tales son citados, recomendados e incluso m arcados como libros obligatorios en varias facultades y escuelas tecnicas de nuestro pals.

La intencion al editar ahora Ganancias y rentas urbanas, es precisam ente comenzar por el principio, proporcionando, a to- dos los que se in teresan por el estudio de los problem as urbanos, un texto claro y sencillo en el que se sintetizan las principales teorlas sobre la ren ta del suelo urbano. Despues de estudiar estos cinco capltulos, la lectura de o tros textos (incluso del mis- mo Topalov) puede resu ltar mucho m as clara. Creemos que la riqueza del Castellano de Favio Velazquez (profesor de sociolo- gia urbana en Colombia) y las anotaciones para la traduccion espanola del propio autor, han enriquecido este texto que por su denso contenido pudiera resu ltar de dificil lectura.

Carmen Gavira

4 Ch. Topalov, Les pvomoteurs irnrnobiliers. Contribution a Vanalyse de la production capitaliste du logement en France, Paris-La Haya, Mouton, 1974, 413 pp.

5 Ch. Topalov, Capital et puopriete fonciere. Introduction a Vetude des politiques foncieres uubaines, Paris, csu, 1973, 264 pp.

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INTRODUCTION

E ntre todos los aspectos de la cuestion urbana, uno de los que ha sido mas com unm ente senalado, a lo largo de los anos setenta, es el alza espectacular de los precios del suelo que han sufrido las ciudades del m undo capitalista desarrollado.

Por todas partes aum enta la denuncia de lo que serla el origen de todos los m ales 'de la ciudad m oderna: la especulacion del suelo. Capitales no productivos, encarecim iento de los alquile- res, dism inucion creciente del gasto publico en equipam iento, segregacion espacial de los grupos sociales, irracionalidad y des- pilfarro. Es larga la lista de las consecuencias nefastas del enri- quecimiento sin motivo, de los plusvalores ilegales que extraen del crecim iento urbano aquellos que no contribuyen a el ni con el trabajo ni con el «riesgo»: los propietarios del suelo. Y como los bienes inmuebles son aquellos cuya propiedad esta mas frac- cionada en las sociedades capitalistas m odernas, la denuncia en- globa a millones de personas: al campesino de la periferia, al pequeno rentista del centro de la ciudad, al obrero que habita las chabolas de los suburbios; todos ellos considerados como es- peculadores.

El concierto que se escucha, entonces, esta com puesto por m ultiples voces. En prim er lugar, los planificadores, tecnocratas que racionalizan las administraciones centrales como gestoras de las colectividades locales; ademas, el sector mas reducido de la industria de la construccion y de la prom ocion inmobiliaria; y, para ir aun mas lejos, las fuerzas sociales reform istas, princi- palm ente en la linea socialista o socialdemocrata, cuyos progra- mas tradicionales de municipalizacion del suelo estan a la orden del dia, asi como en tre las corrientes progresistas de los medios politicos de la burguesia, lo mismo que en la corriente cornu- nista del movimiento obrero. En esta conjuncion de fuerzas hay, sin duda, algo mas que m atices de analisis, y ademas la politica efectiva no se ajusta siempre a los discursos. Pero ello no impide en absoluto que en conjunto definan y delim iten un objeto so­cial, un campo de conflicto y de accion estatal: el problem a del suelo.

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2 Christian Topalov

En esta idea, elaborada previam ente en el terreno de la prac- tica, va a basarse la teoria: ^como explicar la formacion de los precios del suelo y, eventualm ente, que soluciones prever ante su excesivo aum ento?

A lo largo de los anos sesenta, en los Estados Unidos, la eco- nom ia neoclasica elaboro una teoria tipo del crecim iento urbano que incluye, como uno de sus elem entos, una descripcion forma- lizada del m ercado del suelo. Desarrollando la antigua tradicion de la teoria de la localizacion, han sido elaborados una serie de modelos microeconomicos: centrados de m anera exclusiva en el consum idor final del suelo urbano, o bien integrando la media- cion de la firm a transform adora del uso del suelo, todos se esfuerzan por representar el establecim iento del equilibrio en el m ercado del suelo a p artir de una formalizacion del comporta- m iento racional de los agentes individuales. E sta teoria del equi­librio a veces es desarrollada «dinamicamente» m ediante los modelos de urbanizacion. La conclusion empirica de este proceso es un costoso esfuerzo para m edir, en ciudades concretas, los param etros construidos en los modelos.

Esto, que se considera a menudo como el «irrealismo» de estas construcciones, conduce, sin embargo, a o tro tipo de des- arrollo: a la investigacion, sin supuestos, de los «factores del valor del suelo». Con la ayuda de metodos mas o menos sofis- ticad o ~ d e analisis de la causalidad m ultivariable se enum era y se cuantifica todo lo que puede explicar el precio de las par- celas. Este em pirism o de la medida, que desarrolla en el campo academico el metodo de la investigacion inm obiliaria, da lugar a im portantes trabajos cuantitativos.

A principio de los anos setenta se produce en este contexto una tentativa concurrente de teorizacion que prolonga, en el terreno designado por la sociedad como «problem a urbano», la renovacion que experim enta el marxismo. Un conjunto impor- tan te de trabajos se desarrolla a escala internacional. Analizando la ciudad como un lugar donde se descifran y se articulan, de form a especifica, los procesos globales de las form aciones socia- les capitalistas, esta corriente teorica pretende rom per con las ideas elaboradas de antem ano por las teorias dom inantes y con la separacion academica entre disciplinas: la cu ltura para la sociologia, los precios para la economia.

De ahi un desplazamiento de estos problem as en el terreno de los fenomenos del suelo urbano: el paso del analisis de los precios al analisis de la renta. El suelo es un bien sin valor, pero tiene un precio; lo esencial es senalar las relaciones sociales

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Introduction 3

que fundam entan esta p a ra d o ja ,^ . n o m edir o form alizar de entrada los fenom enos mas superficiales —a la vez que mas complejos — : los fenom enos del mercado.

Se establecen nuevos tem as de investigacion: las formas de valorizacion del capital en la produccion del espacio urbano construido (y de la produccion de las rentas); las relaciones de propiedad que se crean y se transform an a lo largo de la urba- nizacion (y los cambios en la distribucion y en las form as con- cretas de las rentas); las relaciones entre el sector inmobiliario, los propietarios del suelo y la dinam ica global de la acumulacion (y las relaciones macroeconomicas de la ren ta y del capital).7

Como punto de partida para estas investigaciones, la lectura de Marx: ^hasta que punto es util la teoria de la agricultura inglesa del siglo xix para el analisis de la urbanizacion del si- glo xx? En num erosos paises se entabla un debate en torno a los propios conceptos. Como es natural, en sem ejante situacion el bizantinismo no esta ausente; pero, en conjunto, no se tra ta principalm ente de un esfuerzo escolastico por « sa lv ar» a Marx «extrapolandolo» a cualquier precio, sino de la busqueda de ins trum entos de analisis.

Por o tra parte , es necesario senalar que sobre ciertos puntos esenciales —es decir, constituidos como tales por el propio m arco teorico—, no existe siempre acuerdo, como veremos a conti- nuacion.

Paralelam ente al debate analitico, tenga o no un efecto esti- mulante, se construye la o tra base del progreso teorico: investi­gaciones em plricas sobre la produccion de la ciudad, la vivienda, las politicas urbanas, las form as de propiedad, etc., acum ulan lo que podria perm itir tal vez un analisis realm ente eficaz del papel de las contradicciones ligadas al suelo dentro de la organizacion capitalista.

Los textos que a continuacion vamos a leer no tienen esa pretension, ya que una form ulacion teorica de conjunto sobre las rentas del suelo urbano no me parece, hoy por hoy, posible.

La clarificacion conceptual em prendida desde hace varios anos ha producido resultados convergentes en ciertos puntos; en otros la controversia se m antiene. Un intento de sintesis de los prim eros y de posibles soluciones para los segundos constituye el motivo principal del presente trabajo.

Pero, sobre todo, parece ser que uno de los resultados princi- pales de este proceso analitico es haber establecido que la teoria de la ren ta del suelo no puede, en ningun caso, quedar circuns- crita a su propio ambito. Su estudio rem ite necesariam ente a

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4 Christian Topalov

terrenos de investigacion m ucho mas amplios que el denom inado « p ro b lem a le l suelo.. De este modo, la cuestion de la formacion del excedente que se distribuye bajo la form a de ren ta conduce especialm ente al estudio de las tasas de ganancia, sectoriales y localizadas, de las diferentes actividades economicas; pero tam- bien al estudio de las practicas espaciales y de las estruc tu ras de consumo de las diversas categorias sociales. Asimismo, la cues­tion de la apropiacion de las rentas y de su relacion con la acu- m ulacion rem ite al estudio concreto de las formas de la propie- dad urbana y su articulacion con las clases sociales.

En relacion con estos puntos esenciales, el estado de los conocimientos se encuentra todavia demasiado lleno de lagunas para que el analisis de las categorias abstractas se desarrolle como teoria completa, es decir, explicativa de la realidad.

E sta apreciacion explica la estructura del presente trabajo. Se inicia con un estudio de lo que constituye, en mi opinion, los logros actuales de una teoria general de la ren ta del suelo que tom a como punto de partida el indicado por Marx: produc- cion y capital (capitulo 1). He introducido los tres tipos de ren ta que han sido senalados clasicamente en esta tradicion teorica: ren ta absoluta, ren ta diferencial y ren ta de monopolio. Los capi- tulos que siguen se ocupan de cada una de ellas con intencion diferente, segun el caso. En to rno a la ren ta absoluta, el concepto m as controvertido, para el que propongo una generalizacion que debera ser objeto de discusion, desarrollo tan solo una lectura aten ta de Marx, que perm ite —me parece— , identificar con mas precision las relaciones sociales en que se funda esta categoria teorica en su formulacion original (capitulo 2). E n cuanto a la ren ta diferencial —la tarea teorica me parecio mas sencilla— presento un desarrollo operativo en el contexto urbano (capi­tulo 3). A proposito de la ren ta de monopolio, o tra m anzana de la discordia, abordo el analisis de la division social del espacio por medio de un examen critico de las teorias dom inantes y por medio de un intento de reform ulacion a partir de resultados em- piricos recientes (capitulo 4). Asi es posible reanudar la expo- sicion sistem atica de una teo ria de las rentas urbanas, abordada en el prim er capitulo, y articu larla a un analisis de la dinamica de la form acion de los precios en el m ercado del suelo (ca­pitulo 5l*

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1. PLUSGANANCIAS Y RENTAS DEL SUELO EN EL CAPITAL!SMO

I. t p0R DONDE EMPEZAR? LUGAR DE UNA TEORIA DE LA RENTA DELSUELO EN EL ANALISIS DE LA URBANIZACION CAPITALISTA

A la hora de hablar de la ren ta del suelo urbano como de una cosa —el precio del suelo—, y no como de una relacion social, concurren muchos elementos.

En prim er lugar, la representacion espontanea que se hacen los agentes: existe un m ercado del suelo donde parece como si los terrenos tuviesen un precio determ inado por sus caracteris- ticas intrinsecas y de localizacion. E sta evidencia practica de los agentes del m ercado refuerza aquella que se deriva de la actuacion del Estado: hay un problem a del suelo con el que tropiezan unos elementos especializados del aparato de Estado que se supone deben tratarlo. Las descripciones del m ercado del suelo elaboradas por los expertos confirm an esa imagen: el precio del suelo se analiza como un equilibrio entre la o ferta y la dem anda en un m ercado de com petencia muy im perfecta, y, finalm ente, como el valor del servicio — precio de la utilidad— proporcionado por un factor de produccion particular.

El fetichismo del precio del suelo esta, pues, muy enraizado en la realidad social. Sera preciso m ostrar sus paradojas y dificultades (§ 1) antes de proponer una definicion de la renta del suelo, que establezca su relacion intim a con el modo de produccion en su conjunto (§ 2). Solo luego de haber subrayado la subordinacion del estudio de la ren ta al de la produccion, sera posible p lantear convenientemente los problem as derivados de su autonom ia (§ 3).

Estas observaciones prelim inares tendran por objeto delimi- ta r m ejor la im portancia de una teoria de la ren ta del suelo en el analisis de la urbanizacion capitalista.

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6 Christian Topalov

1. La tautologi'a de la «ley de la oferta y la demanda*

Hoy dia existe, por parte de los agentes publicos y privados que dem andan suelo urbano, una descripcion espontanea del mer- cado del suelo que tiene la fuerza de la evidencia. Un breve exa- men nos lleva a dudar de su eficacia explicativa, porque nos coloca ante la paradoja esencial del precio del suelo, precio de un bien sin valor l.

E l paradigm a es el sigu ien te2. El alza de los precios del suelo en term inos reales, que es la base de los grandes proble- mas economicos y sociales de la urbanizacion, es el resultado del juego de la ley de la oferta y la demanda en un m ercado que presenta caracteristicas que la desvirtuan.

En efecto, la dem anda de suelo urbano experim enta un aum ento natural perm anente: el Crecimiento urbano concentra en las ciudades poblacion y actividades, e induce, ademas, a un aum ento del consumo del suelo per capita. Como contrapartida, la o ferta de suelo presenta una rigidez estructural: escasez fisica de terrenos dotados de equipam ientos publicos, escasez unida a la reglamentacion que lim ita los derechos de construccion, escasez producida artificialm ente por la retencion especulativa de los propietarios. A este desequilibrio perm anente de la oferta y la dem anda se anaden factores agravantes relacionados con el caracter im perfectam ente competitive del mercado. En prim er lugar, y sobre todo, el hecho de que los bienes no sean fungibles y sustituibles —un terreno, en un lugar dado, es en ultim a ins- tancia un bien unico— lim ita la com petencia de quienes realizan la oferta; ademas, la escasa transparencia de las transacciones refuerza el efecto precedente.

La aparente evidencia de este esquema explicativo se opone, sin embargo, a continuas constataciones empiricas; vamos a re- cordar algunas de las mas conocidas.

El aum ento de la oferta no implica necesariam ente una baja de precios. Toda extension de la, zona urbanizable, bien por el desarrollo de la red viafia y de transportes, bien por la amplia-

E1 concepto de valor utilizado en todo el texto es el de valor-trabajo.2 Aqul recojo el discurso dominante en la tecnocracia de Estado en

Francia durante los anos 60, epoca en la que el ((problemadel suelo» estaba considerado como uno de los principales obstaculos para una planificacion urbana racional. Este discurso logra una expresion particularmente elabo- rada en los informes preparatories del iv y v plan frances (iv plan: Rapport de la comission de Vhabitation, Paris, Editions du Moniteur, 1961, pp. 71-72; v plan: Sur Vorientation et le financement de la politique fonciere, Paris, Documentation Frangaise, 1966, pp. 27-30).

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Plusganancias y rentas del suelo 7

cion de los perim etros considerados adm inistrativam ente como edificables, produce generalm ente un efecto inverso al que debe- ria derivarse de un aum ento de la o fe r ta 3: no solo, los precias de los terrenos recientem ente urbanizables se elevan al nivel de los que ya lo eran con anterioridad, sino que el precio medio del terreno periferico ryp disminuye en modo alguno; es esta una constatacion general que se ha podido hacer tan to en las ciuda- des alemanas de fines del siglo xix 4 5 como en las ciudades ita- lianas contem poraneas 5 o en las ciudades francesas cuando fue- ron suprim idos los perim etros de urbanizacion que lim itaban las licencias de construccion en las zonas perifericas 6. Ademas,

3 Es cierto que no porque un terreno sea declarado edificable es nece- sariamente puesto en el mercado, y esto porque el suelo no es natural- mente una mercancla. La probabilidad de que se pongan mas terrenos en venta cuando las zonas edificables aumentan es, no obstante, bastante fuerte.

4 En su manual clasico de urbanismo, R. Eberstadt llega a la siguiente conclusion, a partir del analisis del mercado del suelo en las ciudades alemanas en la segunda mitad del siglo xix: «... A partir de una extension urbana o una anexion de municipios, lo que casi siempre ha ocurrido es que un aumento considerable del terreno edificable Ha ocasionado un aumento general -y no solo parcial— de los precios de los terrenos (...). El aumento de la oferta —mas exactamente de la provision— de terrenos ha producido un aumento general del precio de los mismos» (Eberstadt, 1909, p. 413).

[Las referencias bibliograficas que aparecen en las notas incluyen sola- mente el nombre del autor, la fecha de la primera edicion (en lengua ori­ginal) de la obra y la pagina del texto citado (en la edicion utilizada por el autor). En las obras de Marx, la fecha utilizada como referencia del texto es la de su redaccion, salvo en el caso de El capital y las Teorias de la plusvaUa, para las que se tomo como referencia la fecha de la edicion en espanol (N. del T.).]

5 «Por otra parte, la experiencia demuestra claramente que el mercado del suelo urbano nunca ha registrado una influencia sustancial al redu- cirse periodicamente su estrechez por causas espontaneas o por interven- cion de los poderes publicos. De hecho, al introducir en el mercado grandes cantidades de nuevo suelo edificable, los precios medios se detienen solo momentaneamente para que el mercado se reequilibre luego rapidamente, situandose al nivel medio precedente o incluso a un nivel superior. La adop- cion de planes reguladores (generates) posibilitan que la edification en superficies muy superiores a las necesidades de un largo periodo, y que constituyen, por tanto, mercados potenciales muy importantes, nunca ha atemperado el precio de los terrenos» (Campos Venuti, 1971, p. 23).

6 En contra de la doctrina del promotor de esta reforma, Albin Chalan- don, ministro de Equipamiento de 1969 a 1973: «E1 perimetro de aglome- racion, esta notion basica de nuestro urbanismo, es un instrumento ae alza continua del precio de los terrenos, y toda la politica que se ha llevado hasta ahora, consistente en declarar al espacio frances como no edificable salvo derogation, es una maquina formidable para hacer subir los precios de los terrenos porque ha engendrado, en todas partes, escasez». Y predice

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8 Christian Topalov

la reduccion de los precios de una parte de las transacciones de bienes ralces por debajo de los precios de m ercado, por medios adm inistrativos, no disminuye el aum ento de las transacciones lib res7 8. Prim era observacion: el nivel de los precios del suelo apenas depende de las cantidades ofrecidas, sino mas bien de las posibilidades de construccion.

El aum ento de la dem anda no implica necesariam ente un in- crem ento de los precios, ni su disminucion los hace descender necesariamente. El p rim er fenomeno ha podido ser observado en dos ocasiones. En el periodo de entreguerras, m ientras que la construccion capitalista experim enta una profunda decadencia, sobreviene un boom considerable de la construccion sin prom o­tor, a lo largo de los anos veinte, y sin embargo los precios del suelo experim entan un descenso im portante en su valor re a ls. En el periodo 1965-1975, caracterizado por una fase muy cons- tan te de expansion de la construccion inm obiliaria (1968-1973), se observa una estabilidad en el precio del suelo dentro del costo total de las viviendas constru idas por la promocion pri- v ad a9 10 11. Un aum ento im portante de la dem anda de terrenos solo conduce a un alza de los precios reales del suelo en algunas situaciones. Por el contrario , una disminucion de la dem anda que acom pana a una fase de regresion de la actividad inm obiliaria no ocasiona necesariam ente el descenso de los precios del sue­lo i°; asi, el alza subita del precio de los terrenos en Paris, a partir de 1887 y hasta 1911, coincide con un largo periodo en que dis­minuye el num ero de viviendas construidas (de 1882 a 1910)n-

Estos fenomenos san dem asiado frecuentes y eventualm ente recurrentes, para ser in terpretados como excepciones: las expli-

imprudentemente: «Vamos a asistir a una baja del precio de los terrenos*. (Conferencia en la Camara de Comercio e Industria de Paris, 7 de mayo de 1969.)

7 Este fue el caso tanto de las ciudades de Gran Bretana, donde entre 1947 y 1959 (Town and Country Planning Act) las expropiaciones se hicieron al precio del valor de uso existente, como de las ciudades francesas donde, a partir de 1963, se crearon perimetros (Zones d’Amenagement Differe), en las que se puede ejercer el derecho de compra preferencial del ente publico al precio del valor de uso antes de la creacion de la zona.

8 Statistique Generale, Documents sur le probleme du logement a Paris, Etudes Economiques, n.° 1, Paris, Imprimerie Nationale, 1946.

9 Cf. los trabajos de J. J. Granelle (especialmente Granelle, 1976), y las encuestas periodicas sobre el coste de la nueva construccion (sintetizados y analizados en Ansidei, Carassus y Strobel, 1978).

10 Este «efecto de bloqueo» fue puesto de manifiesto por P. Lancereau (Lancereau, 1971).

11 Cf. Topalov, trabajo en realizacion.

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Plusganancias y rent as del suelo 9

caciones en term inos de oferta y dem anda solo son evidentes en apariencia. B asta para convencerse analizar mas de cercacomo podria establecerse, en el m ercado del suelo, la ley de la oferta y la demanda.

Cuando se tra ta de m ercancias ordinarias producidas por el capital con vistas a la venta y la ganancia, la ley de la oferta y la dem anda es ya am pliam ente una tautologia 12.N os m uestra que son posibles algunas desviaciones en torno al punto de equilibrio de m ercado de un bien dado, pero no nos dice nada sobre el nivel de este equilibrio, es decir sobre la relacion de intercafnbio estable de la m ercancia estim ada y todas las demas. Es en otro lugar donde hay que buscar la determ ination del precio regula­dor en torno al cual fluctuan los precios instantaneos: en las condiciones de produccion. Estas determ inan una ley de oferta, un precio regulador medio que fija a su vez el nivel de la de­m anda solvente de este precio. E l precio de oferta regula el precio de mercado.

Cuando se tra ta de un terreno, no tiene por que ocurrir esto, porque no existe un precio de oferta objetivam ente estipulado, ni una ley de oferta autonom a de la demanda. Y esto por una simple razon: el terreno —su valor de uso— no es un producto del trabajo individual. Que sea necesario mucho trabajo social, acumulado a traves de la historia, para hacer de una parcela de tie rra un solar urbano, o que sea necesario eventualm ente que el propietario invierta capital para hacer su parcela edificable, no cambia para nada el hecho de que el precio del terreno en cuestion no esta determ inado por un costo de produccion. Por o tra parte, este bien no Producido no es en si una mercanci'a. Contrariam ente a los prodUctos del capital que salen de la. pro­duccion como capital m ercancia en vias de realization, los bienes raices no implican ninguna necesidad social de ser vendidos. Por tanto, en este «m ercado» tan especial no hay mercancia produ- cida, ni precio regulador, ni ley de oferta autonoma.

Se tra ta , entonces, de un m ercado en el que la fo rm ation de los precios se presen ta a la inversa, en el que la ley de la dem anda

12 «Por ello la relacion entre oferta y demanda solo explica, por una parte, las divergencias de los precios de mercado con respecto a los valores de mercado, y por la otra la tendencia a la anulacion de esta divergencia, es decir a la anulacion del efecto de la relacion entre oferta y demanda» (Marx, 1976, vol. 6, p. 240). «Que se de una correspondencia continuada entre los precios y la relacion entre oferta y demanda es natural, puesto que son dos expresiones de un mismo fenomeno o de un mismo conjunto de feno- menos; pero ique nos ensena esto sobre las causas reales de este fenomeno y de sus variaciones?» (Halbwachs, 1909, pp. 301-2).

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regula los precios de transaction , m ientras que estos regulan a su vez los precios de oferta. Todo el mundo sabe que el precio del suelo depende de lo que se hace —e se puede hacer— en el. E l m ercado del suelo urbano es a la vez segm entado y heterono- mo; depende de una pluralidad de m ercados inmobiliarios, di- versificados segun el uso de las construcciones y en los que la form ation de los precios de dem anda sigue leyes diferentes.

E stas leyes de dem anda dominan, pues, el m ercado. ^Como estan ellas mismas determ inadas? ^No hay que rem itirse sim- plemente a las preferencias de las familias, usuarios ultim os del suelo, dispuestas a pagar m as o menos segun su localization? Considerar las cosas de este modo seria olvidar un punto esen- cial. E n tre la com pra del suelo y su utilization 13, hay necesaria- mente una produccion m aterial de edificaciones, y, generalmen- te, la intervention de un capitalista agente del cam bio de uso. La ley de la dem anda se form a en este proceso social y no en re la tion directa con las familias; dependera, como veremos, de la plusganancia concreta que el constructor capitalista puede esperar de la operacion, cantidad que no depende solamente del precio de las viviendas, sino de todos los elementos que definen la operacion: su contenido cualitativo, su densidad, sus costes y su financiacion14.

Por esta razon, el precio de este bien sin valor, el suelo, no puede ser entendido alii donde se ofrece (m ercado del suelo) sino alii donde se form a (valorization del capital sobre el suelo). De una observation de los precios hay que pasar a una teoria de las rentas.

2. iQue es la renta del suelo? Subordinacion de la renta al capital

De m anera general, tan to en la agricultura como en la ciudad, se produzca trigo, petroleo o viviendas, se haga comercio con m ercancias, servicios o dinero, las rentas del suelo que en el m odo de produccion capitalista nacen eventualmente de estas actividades, tienen un fundam ento identico. Son una fijacion y una transfo rm ation de las plusganancias concretas engendradas

13 Ademas, se dan usos propiamente capitalistas de los inmuebles por parte de las empresas (oficinas, comercios, depositos, etc.).

14 Como lo demuestra la practica del «calculo hacia atras» por parte de los promotores inmobiliarios (cf. C. Topalov, 1974, pp. 202-9).

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Plusganancias y rentas del suelo 11

por la valorizacion de un capital en una actividad y en un punto del espacio dados, transform acion que se produce:

— cuando ciertas condiciones de esta valorizacion son inde- pendientes del capital, es decir, desigualmente preestablecidas segun la localization, o no reproducibles por este capital consi- derado individualm ente; y

cuando el acceso a estos aspectos im plica generalmente elim inar el obstaculo de una propiedad del suelo autonom a del capital, que le opone una resistencia efectiva.

Desde ese instante, esas plusganancias se fijan, en lugar de en tra r en el proceso de nivelacion de la gananciay de estim ularlo. Al m ismo tiempo, se transform an de distinto m odo segun las relaciones sociales que determ inaran su d istribution entre los agentes. Aparecen como precio o alquiler del suelo si van al pro- pietario del mismo, que cede el teixenQ; como alquiler del in- mueble si van a un rentista inmobiliario; como plusganancia de prom otion si se las apropia un prom otor; incluso como interes si la banca esta en condiciones de apropiarse una parte de ellas, etcetera. Vemos que, bajo estas d istin tas form as, la ren ta del suelo puede estar distribuida de m anera muy variable en la sociedad. Lo que estas form as particulares, directam ente obser­vables, de la ren ta tienen en comun es el ser establecidas a p artir de una plusganancia que se fija all! donde se forma, en vez de entrap en el movimiento de nivelacion de la ganancia.

De esta defin ition general de la renta capitalista del suelo, y antes de desarrollar su analisis, extraem os dos consecuencias metodologicas.

La renta del suelo —o plusganancia localizada— es una cate- goria econom ica especifica que se define por la re la tion social en la que se genera: un capital que cumple una parte de las con­diciones de su valorizacion en form a de una propiedad autonom a del suelo. Por tanto , no puede ser reducida a esta o a aquella form a en la que puede ser distribuida; que se de como un pago recurren te (una «renta» o un alquiler), o como un pago unico (un precio), no m odifica en absoluto su contenido 15; que se la

15 Este punto ha suscitado controversias durante mucho tiempo en Fran- cia entre los investigadores que han intentado aplicar los conceptos de Marx —que estudia una forma de renta que es, en primer lugar, un ingreso corriente y solamente un precio por capitalization de este— en el analisis de las rentas urbanas —que se presentan principalmente como precio del suelo. Por no haber entendido claramente la total indiferencia del conte-

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apropie un pequeno o un gran propietario del suelo, distinto al capitalista que lo valoriza, o que sea conservada por este bajo su form a inm ediata de plusganancia, no cambia en nada su ori- gen. Como consecuencia, la ren ta capitalista del suelo no puede ser concebida como el ingreso especifico de una clase en particu­lar, ni siquiera de una fraccion distin ta de la burguesia 16. Aunque esto sucedia en la agricultura inglesa «clasica» analizada por Marx 17, no quiere decir que sea el caso general ni mucho menos el de las rentas urbanas en las sociedades capitalistas desarrolla- das de hoy en dia.

Segunda consecuencia: s i.la ren ta del suelo m oderna es la transform acion de u n a plusganancia, el punto de partida de-su estudio es el analisis de las condiciones de valorizacion .del capital. Lo que equivale a decir sim plem ente 9ue Para analizar el m ercado del suelo hay que comenzar examinando lo que se hace con los terrenos y como se hace. Con an terio ridad al m er­cado esta la produccion, es decir, hoy en dia, el capital 18LEn opo- sicion a las rentas del suelo de los modos de produccion ante- riores, la renta capitalista no es la form a dom inante inm ediata del plusproducto social, sino una transform acion del plusvalor producido en la explotacion capitalista. La renta feudal en tra- bajo, en especie o en dinero era el p lustrabajo del campesino; la ren ta capitalista es una parte de las ganancias de la em presa que esta debe ceder. generalm ente, a un tercero, el propietario

nido de la renta con respecto a sus formas, se ha llegado a denominar curiosamente el precio del terreno como «renta capitalizada))—^capitali­zation de que?— (cf. Alquier, 1971, pp. 82-87; Lojkine, 1971, pp. 89-92; Per­ceval, 1972, p. Ill); o bien a bautizar de nuevo el concepto mismo de renta como «tributo del suelo» para «evitar la ambiguedad)) del termino renta, pero introduciendo al mismo tiempo una connotacion a la que me referire mas tarde (cf. Lipietz, 1974, p. 105). Veremos que la mayor familiaridad de los autores marxistas anglosajones con el vocabulario economico neocla- sico (donde el termino de renta del suelo no prejuzga en absoluto su forma) les ha evitado plantearse este falso problema.

16 Esta proposition, sobre la que habra que insistir, ha sido perfecta- mente establecida en forma teorica y empirica en el caso britanico por D. Massey y A Catalano (Massey y Catalano, 1978, pp. 2940).

17 «Los propietarios de la mera fuerza de trabajo, los propietarios de capital y los terratenientes... forman las tres grandes clases de la sociedad moderna, que se funda en el modo capitalista de produccion» (Marx, 1981, vol. 8, p. 1123).

18 Este es, sin duda, el punto a partir del cual los trabajos sobre la problematica marxista han podido arrojar una luz verdaderamente nueva en el campo de los estudios del suelo, y entre ellos los de A. Lipietz, el primero que intento una sistematizacion teorica basada en la regia: «par- tir de la production)) (Lipietz, 1974).

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del suelo o el p rom otoxi9. La ren ta no determ ina por tan to la ganancia, form a inm ediata y dom inante del plusvalor, sino que se halla regulada por este. Si la p arte de la ganancia que corres- ponde al suelo afectase a la ganancia media, no habria inversion y, por tan to , tam poco ren ta del suelo. E ste es el efecto ^ estruc tu ra m ism a de las relaciones de produccion: el capital es quien controla efectivam ente el proceso de produccion y tiende a elim inar a la propiedad autonom a del suelo de cualquier fun- cion de organizacion de ese proceso. Para conseguirlo, debera apoderarse de una u o tra form a, por lo menos en el momento en que produce, del a tributo esencial de la propiedad territorial: el derecho a disponer del sue lo19 20. En consecuencia, la renta del suelo no es la que m odela a la ciudad capitalista: devuelve al capital la imagen de su propio movimiento de valorizacion y de su desarrollo desigual, im poniendo a cada capital particular las leyes del capital en su conjunto. Al mismo tiem po, bajo la form a de m ercado del suelo e inmobiliario apareceran para los usuarios y para las colectividades publicas las «leyes de bronce* de la com petencia de los capitales para tener acceso al suelo urbano; de ahi la tradicion, que se rem onta a las corrientes reform istas y socialdemocratas de finales del siglo xix, de los discursos que denuncian el parasitism o de la «especulacion» del suelo, pero ignora por completo la relacion esencial entre el capital y la renta 21.

Este es un punto conflictivo^ sobre el que habra que insistir. (-la renta del suelo es, como indico aqui, intrinseca al capita- lismo? Pero, incluso si asi fuera, se tra ta de una categoria especffica basada en una relacion social particular y que, en

19 Por supuesto, para cada capitalista considerado individualmente las cosas se presentan al teves: el terreno tiene un precio que debe pagar de antemano y que disminuye sus ganancias de la misma manera que los otros elementos del precio de coste. «Tan erroneo es todo, y asi se presenta todo, vuelto del reves, desde el punto de vista de la competencia» (Marx, 1981, vol. 8, p. 886).

20 Para obtener este «poder de propietario» en el sentido en el que lo define C. Bettelheim (Bettelheim, 1973, p. 72), el capitalista debera comprar el propio terreno, o un derecho de uso del mismo durante un periodo determinado (arrendamiento enfiteutico, building lease, etc.).

21 Una antologia de estos discursos mostraria su asombrosa continuidad desde Henry Georges (Progress and poverty, editado en 1879 en San Fran­cisco) hasta los tecnocratas ilustrados de la Francia gaullista (sobre todo durante la elaboration del v plan, 1965-1966), pasando por Maurice Halb- wachs y el socialismo municipal anterior a 1914. Cf. el trabajo de M. Edel sobre la renta del suelo y los economistas «radicales» (Edel, 1974).

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consecuencia, puede producir efectos autonom os, sujetos a va- riaciones a lo largo de la h istoria y denominados generalm ente «problem a del suelo».

3. Autonomia de la renta: el «problema del suelo»

La subordinacion de la ren ta a la ganancia no significa la ausen- cia de contradiccion entre estas dos relaciones sociales y los agentes que son sus sopoltes; indica sim plem ente que la valori- zacion de la propiedad del suelo por la ren ta presupone la valo- rizacion del capital m ediante la explotacion de la fuerza de trabajo. La ren ta del suelo es una relacion de distribucion del plusvalor social entre los agentes que, en esa relacion, se situan globalmente del lado del cap ita l22.

Pero de la autonom ia de la propiedad del suelo y de la renta en relacion con el capital y la ganancia se deducen una serie de efectos que pueden ocasionar autenticas contradicciones socia­les. Distinguiremos: la contradiccion inm ediata, local, entre ga­nancia y renta, que aparece entre com pradores y vendedores de terrenos en pugna por la distribucion de la plusganancia locali- izada; la contradiccion global entre la ganancia y la renta, que tiene su origen en el hecho de que la ren ta m odifica las relacio­nes de intercam bio entre m ercancias e im plica transferencias de valor ajenas al movimiento general de la nivelacion; y, por ultim o, la contradiccion especifica de ciertas formas de propie­dad del suelo no capitalistas que se resisten a la logica de la m aximizacion de la plusganancia localizada y, por tanto, a la rentabilizacion m axima del suelq.

La contradiccion mas inm ediata, mas visible, enfrenta al ven- dedor del suelo con el prom otor inmobiliario y se resuelve en el proceso de ajuste del precio del suelo a la plusganancia locali­zada, lo que constituye precisam ente el m ercado del suelo. M ientras que el vendedor se esforzara por obtener el precio maximo — que reducira la ganancia de promocion a la ganancia media—, el com prador tra ta ra de conservar la mayor parte posi- ble de la plusganancia del suelo. Dado que el ajuste raram ente se establece de m anera instantanea, aparece una relacion contra-

22 Y solamente en esta relacion si el propietario inmobiliario es, ademas, un trabajador asalariado. Es necesario senalar que, en este nivel de abs- traccion, cualquier titular de una cuenta de ahorro que recibe un tipo de interes real positivo esta situado tambien adel lado del capital.. Esto indica los limites del analisis abstracto.

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dictoria entre los agentes, asi como la dinamica espacial de los cambios,, de uso del suelo y el movimiento de los precios del mismo. Los propietarios del suelo, cuando se decidan a vender, tenderan por logica a a ju sta r sus precios de oferta al nivel de la m axim a plusganancia localizada susceptible de obtenerse en la zona e, incluso, por encim a de este nivel, anticipandose a una fu tu ra transform acion de la utilizacion de ese suelo: esto es la «espectulacion del suelo».Los constructores capitalistas seguiran una pauta de com portam iento que constituye una respuesta: com prar y constru ir alii donde la diferencia entre la plusganancia realizable y el precio real del suelo sea maxima: esto es la «especulacion inm obiliaria— Hay, pues, un conflicto entre los agentes del m ercado que se resuelve y se reproduce en la propia dinam ica de la form acion de los precios, pero que puede a veces tom ar un cariz desagradable a nivel social. En particular, cuando la tension coyuntural en el m ercado inm obiliario es fuerte, la logica especulativa del m ercado del suelo puede constitu ir una amenaza para la ganancia media de los constructores y, de esta forma, los precios del suelo pueden convertirse globalmente en un factor de alza de los precios, e incluso en una crisis de ganan­cia y en una recesion: en estos perlodos, los propios capitalistas del sector inm obiliario, y a veces tam bien el Estado, hablan del «problem a del suelo» B.

La ren ta no es, pues, un proceso neutro de asignacion de usos optimos a los terrenos; es una relacion social contradictoria. Y no solo en la dinam ica del a juste y de las tensiones que la acompanan, sino m as fundam entalm ente en la form a de regula- cion que esta crea. Porque las contradicciones sociales globales surgen del hecho de que la ren ta m odifica las relaciones de inter- cambio, la distribucion del plusvalor social y, por tanto, las rela­ciones entre las clases y la propia dinam ica de la acumulacion.

En efecto, la ren ta del suelo —© al menos algunos de sus com- ponentes— m odifica los precios de los bienes inmobiliarios, ya sea de m aneraf directa, anadiendose al precio de produccion so­cial de los ed ific ios23 24, ya sea de form a indirecta, am inorando la acumulacion en el sector de la construccion y, por tanto, los cambios en la division del traba jo y en la productividad. De es-

23 Hasta el punto de hablar de municipalizacion del suelo, como lo hicieron a finales de los anos 60 los representantes de algunos grandes grupos inmobiliarios e incluso el entonces ministro de Equipamiento, A. Chalandon.

24 Se trata aqui de lo que sera anabzado mas adelante como renta ab- soluta.

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tas dos m aneras, la ren ta del suelo grava los precios de las vivien- das necesarias para el m antenim iento de la mano de obra, pero tam bien de los edificios de explotacion de las em presas indus- triales y comerciales. Hay en consecuencia una transferencia de plusvalor social de los sectores productivos (que buscan una ganancia) a la propiedad del suelo, de donde resulta, en cualquier caso, una aminoracion de la acumulacion en los sectores afecta- dos y, segun el uso que se haga de estos flujos de valor, even- tualm ente, un freno total a la acumulacion.

A la contradiccion m as evidente, que nace en el proceso de ajuste de los precios del suelo a la plusganancia localizada, se anade o tra subyacente que se da tam bien cuando el ajuste esta supuestam ente realizado. Pero el contenido social de estas con- tradicciones entre categorias, abstractam ente definidas hasta aqui —el capital y la propiedad del suelo—, dependera de los agentes implicados en la estru c tu ra de clases y variara conside- rablem ente en cada situacion historica. Quisiera recordar sim- plemente en este punto dos figuras esenciales del «problema del suelo» urbano contem poraneo, por lo menos en Francia: la retencion del suelo y la inutilizacion de los capitales. Dos nocio- nes que designan relaciones sociales muy concretas desde el punto de vista del gran capital: por una parte, la resistencia de los pequenos propietarios no capitalistas a la expropiacion y, por otra, la sustraccion de plusvalor social que efectuan los propie­tarios no monopolistas por medio de la renta. Los prim eros son «irracionales»: al querer continuar siendo campesinos, artesanos, com erciantes, en lugar de convertirse en asalariados, al querer perm anecer en el centro de la ciudad en lugar de vivir en la periferia, bloquean la rentabilizacion m axim a del uso del suelo. Los segundos entorpecen el desarrollo economico: la sustraccion que efectuan en detrim ento de la promocion inm obiliaria, ligada al capital financiero, es desviada de la acumulacion monopolista y va a nu trir el comercio o la pequena industria, es decir, va a financiar la «jubilacion» de categorias sociales en declive.

Asi, el «problema del suelo» sera tan to m as sentido y denun- ciado cuanto mas aminore las transform aciones capitalistas del uso del suelo o mas induzca a una transferencia de valor opuesta a la corriente principal de la acumulacion. Estas eventualidades son posibles gracias a la autonom ia de la relacion social que significa la ren ta en relacion con la valorizacion del capital de la que, sin embargo, depende.

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II. PLUSGANANCIAS Y RENTAS DEL SUELO EN EL CAPITALISMO

La ren ta del suelo solo es una categorla particu lar de la plusga- nancia. Para analizar su especificidad, es decir, las relaciones sociales en que se basa su existencia, no es inutil recordar bre- vemente la funcidn de la plusganancia en general en el m odo de produccion capitalista (§ 1). Sera posible, a continuacidn, definir que tipos particulares de plusganancias generan rentas del sue­lo (§ 2) y como la existencia de la propiedad del suelo hace necesaria su fijacion (§ 3). Este desarrollo in troducira de este modo la tipologia de las rentas del suelo urbano expuesta en la siguiente seccidn.

1. Formacion, desaparicion, fijacion de las plusganancias, m otor de la acumulacidn25

«jAcumulad, acumulad! jHe ahl a Moises y los p ro fe tasU 26. Si a escala social el capital, tornado en su conjunto, acrecienta su acumulacion con el plusvalor, cuya cantidad, relacionada con el capital en activo, determ ina una tasa m edia de ganancia, cada polo capitalista tornado individualmente solo tiene una norma: m axim izar su propia rentabilidad apropiandose de algo mas que la ganancia media, es decir, un «plusvalor extra., una plusga­nancia.

Las plusganancias se producen, pues, sin cesar. Pero el pro- pio movimiento de la com petencia y de la acumulacidn los hace desaparecer y originarse de nuevo. De esta form a, cam biaran com pletam ente, segun las epocas, las condiciones de produccion —de explotacion— y las relaciones de intercam bio en tre las mer- cancias, y se m odificaran tendencialm ente incluso el nivel de la tasa general de ganancia y la tasa global de acumulacidn.

E sta dinamica es bien conocida en la fase clasica del capita- lismo; en sus tendencias fundam entales continua regulando el modo de produccion en su fase m onopolista.

En el capitalism o, el reparto del trabajo social entre los diferentes sectores de la produccion esta regido por la ley del * 24

35 El lector familiarizado con la teoria marxista de la ganancia encon- trara un poco extenso este apartado, que no constituye mas que un repaso. Sin embargo, la exposicion esta organizada de forma que sirva de intro- duccion a la tipologia de las rentas del suelo.

24 Marx, 1975, vol. 2, p. 735.

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valor, por el tiem po de trabajo socialmente necesario para pro- ducir los valores de uso que requiere la reproduccion de la sociedad. El intercam bio de las mercanclas esta regulado por sus respectivos valores de cambio, transform ados en precios de produccion por la nivelacion de las ganancias. Las relaciones de intercam bio estan sujetas a una doble determinacion: por el valor de cada m ercancia y por la tasa general de ganancia que se impone como tasa m edia de ganancia por la com petencia de los capitales.

E sta regulacion de las relaciones de intercam bio m ediante la ley del valor es unicam ente tendencial. El establecimiento del precio de m ercado al nivel del precio de produccion social es un proceso que im plica la form acion y la desaparicion incesantes de un desfase en tre ambos, fuente de plusganancias y minusga- nancias. Este desfase puede producirse de diferentes maneras: por divergencia, en un sector, en tre el precio regulador y el pre­cio de produccion social; por divergencia, en una em presa par­ticular, en tre su precio de produccion individual y el precio de produccion social; y, en ultim o lugar, por divergencia, en una m ercancia dada, en tre el precio de mercado y el precio regu­lador 27 28.

1.1. Las plusganancias sectoriales

\L a s em presas pertenecientes a los distintos sectores de la pro­duccion no abordan la com petencia en las mismas condiciones. Las caracteristicas del proceso de trabajo y la estruc tu ra del capital en term inos de valor difieren de un sector a otro. Para una cantidad identica de capital invertido, la cantidad de plus- valor producido es diferente; por tanto , la tasa in terna sectorial de ganancia es desigual2 . Ecto puede ser el resultado de dos

27 Se llama precio regulador a la cantidad estab lec id a por las condi­ciones de produccion— alrededor de la cual oscilan los precios instan- taneos de mercado. En una estructura competitiva, este es el precio de produccion social (medio) del sector, o sea el capital consumido mas la ganancia media sobre el capital invertido por unidad de producto. Este precio de produccion social es la resultante de la competencia entre las mercancias producidas en cada empresa particular a distintos precios de produccion individuates.

28 Se llama tasa interna sectorial de ganancia a la cantidad de plusvalor producida en el sector por unidad de tiempo en relacion al capital inver­tido en el sector. Puede ser distinta de la tasa general media de ganancia que se establece a nivel de la economia en su conjunto.

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factores. El mas im portante se relaciona con el hecho de que la composicion organica del capital es mas o m enas elevada segun los sec to res29 30; cuanto mas im portante sea la parte de capital em pleada en salarios can respecto a la em pleada en b ien es de equipo y consumos interm edios, mas plusvalor producira el capi­tal total. El otro factor consiste en que la tasa interna de ganan- cia sera tanto m as elevada cuanto mas rapida sea la rotacion del capital, es decir cuanto mas im portante sea la parte del capital circulante con respecto a la de capital f i jo a en el con- junto del capital invertido. En cuanto a estos dos criterios, hay que pensar en las enorm es diferencias entre la siderurgia o la quim ica —la industria pesada en general— gravadas por gigantescas inm ovilizaciones de capital constante, y las indus- trias que em plean m ucha mano de obra y utilizan pocas maqui- nas, como la textil, la electronica o la construccion.

Si las relaciones de intercam bio se establecieran segun el va­lor, las prim eras tendrian una tasa de ganancia mucho m as baja y las segundas mucho mas elevada que la tasa m edia de ganancia. La com petencia de capitales entre los sectores llevara a la regu­lation de las relaciones de intercam bio no tanto por los valores como por los precios de produccion. En Jps,.sectores. jde fuerte composicion organica y largo periodo de rotacion del capital, se observa enseguida una fuerte concentration de capital, la forma- cion de em presas gigantes y de acuerdos entre ellas que permi- ten elevaf la rentabilidad por encim a de las tasas in ternas de ganancia e incluso —las condiciones que perm itan lo uno per- m itiran lo otro— por encim a de la tasa m edia de ganancia. Esta es la conform ation de la base industrial del capital monopo-

29 Se llama composicion organica del capital a la relacion, en terminos de valor, del capital constante (empleado en la compra de los medios y objetos de trabajo, «capital muerto» que no produce valor) con el capital variable (empleado en la compra de fuerza de trabajo, «capital vivo» que produce valor y plusvalor). La composicion organica expresa en terminos de valor la composicion tecnica del capital: trabajadores, maquinas, mate- rias primas o semielaboradas, energia, etc.

30 Se llama capital circtilante a la fraccion de capital total que recobra la forma dinero al termino de cada periodo de produccion; comprende el capital variable y una parte del capital constante (consumos intermedios). El capital f i jo (constituido por otra parte del capital constante, los bienes de equipo) solo recobra la forma dinero al final de un numero variable de periodos de produccion. La velocidad de rotacion del capital (inversa al tiempo de rotacion) es la combinacion lineal de las velocidades de rotacion de cada uno de los elementos (circulantes y fijos) del capital, por unidad de tiempo.

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l i s ta 31. Por el contrario , en los sectores con una tasa in terna de ganancia elevada, la afluencia de capitales da lugar a un doble resultado: en prim er lugar, el increm ento de la produccion v de la oferta produce una situacion de mercado que hace desde ,?er1 a r r i n n ’el precio regulador desde el valor hasta el precio de p rodu tecno’ pero, ql mismo tiempo, se realizan nuevas inversiones en logias mas productivas que implican un aum ento de la composi- cion organica m edia del capital en el sector y, en cpnsecuencia, una disminucion de la propia tasa in terna de ganancla'

Un prim er tipo de plusganancia es, pues, ,1a PlusSan<]nB a sectorial. Tiene su origen en un desfase en tre la comPoslclon organica del capital y /o su velocidad de rotacion en el sector,y las condiciones medias; entre la tasa interna ganancia Y a tasa general de ganancia; entre el valor os Pr°ductos Y su precio de produccion. El movimiento esaf plusganancias regula la competencia de los capitales y flu3os inversion en tre los d istintos sectores de la producclon-

Pero para que, como tendencia, las plus£anaPc*as sect° r iales se anulen tiene que haber una condicion: la libre en trada de capitales en el sector que se beneficia de ellas. Ppeden interpo- nerse algunos obstaculos estructurales. \ a configuration de em- presas in d u s tr ia ls gigantes es el mas tiP3CO en cnP1 1 1] ^ e monopolio. La necesidad de un im portan,te volumen micial e capital, de un control tecnologico comP^e3°' de ^ue fa tlpanC3a' cion publica se encargue de las fases no ren tables del cic o e produccion, y muchos otros factores, Pueden cerrar ciertos sec­tores a cua lqu ier capital que no sea *os Sru Pos nionopo-lis ta s32. Asi se fijan — incluso, se form an *as plnsgn31 0135 sectoriales.

Pero tam bien puede intervenir un obstaculo a la inversion, de naturaleza com pletam ente diferente: la propiedad p riv ad t una condicion no reproducible de la produccion —la tierra a§rp cola, el yacimiento, el terreno soporte de una actividad en 1 , zaciones en que dichas actividades son obligadas. Asi, las P ganancias sectoriales pueden ser tam bien frjadas en form a de ren ta del suelo; es lo que M arx llam ara ren ta absoluta en el analisis de la agricultura.

31 La otra base de su conformacion es la centralizacion bancaria del dinero y del capital, y la fusion del capital bancario y del gran capital industrial. Sobre el origen de esos procesos, los analisis de Hilferding siguen siendo muy esclarecedores (Hilferding, 1910).

32 Esos fenomenos son analizados en forma destacada por J. P. Delilez (Delilez, 1970).

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1.2. Las plusganancias de productividad diferencial

Dentro de un mismo sector de la produccion, no todas las em- presas en tran a com petir en las m ism as condiciones. Las tecno- loglas em pleadas son diferentes y producen la m isma m ercancla a costos diferentes. Por una cantidad identica de capital invertido V consumido, se produce un volumen desigual de m ercancias y, por tanto, un valor y un precio de produccion individuales dife­rentes. Hay en todos los sectores competitivos «enipp§sas margi- nales» y «empresas de vanguardia» cuya produccion se vende sin em bargo en el mismo mercado.

Al com petir en el mercado, se fo rm ara un precio regulador unico de esas m ercancias producidas en condiciones diferentes. Es su precio de produccion (social); Se observa asi a posteriori en que medida el trabajo concreto realizado en cada unidad de produccion particu lar posee un valor de cambio social. De ma- nera general, el precio regulador estara determ inado por las condiciones medias de produccion, por la productividad m edia del capital invertido en el sector. Las em presas subproductivas obtendran una tasa de ganancia individual por debajo de la tasa media, m ientras que las mas productivas lograran plusganancias. Es logico que los capitales invertidos recientem ente tiendan a hacerlo en condiciones de productividad que les proporcionen esa plusganancia, m ientras que las em presas m arginales —o, por lo menos, las tecnologias obsoletas— podran eventualm ente ser eliminadas. En ese proceso cam biaran entonces las condiciones medias de productividad y el precio de produccion regulador tendera a bajar; de ese modo, la ca rrera hacia la plusganancia produce las «revoluciones del valor».

Pero, en ese caso, para que las plusganancias de productivi­dad diferencial tiendan a anularse, debe darse un requisito: que los nuevos capitales invertidos puedan disfru tar de las condi­ciones mas favorables de productividad. Y ello no ocurre siem- pre. Cuando dentro de un sector coexisten grandes em presas susceptibles de m antener perm anentem ente su avance tecnolo- gico y em presas atrasadas, el precio regulador podra perm anecer estable y fija r las plusganancias de las primeras. E sta circuns- tancia es frecuente en el capitalism o de los monopolios.

La desigualdad de las productividades individuales no pro- viene, sin embargo, siem pre de las caracteristicas internas de las em presas que compiten, sino de la diferenciacion de las condicio­nes externas de su actividad: fertilidad desigual de la tierra , desiguales condiciones de extraccion, costes desiguales de pro-

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duccion, de explotacion, de t r a n s p o r t segun *a localizacion. Cuando se interpone una barrera al acceso a la^ condiciones externas mas favorables —la propiedad del suelo— las plusga- nancias de productividad deberan fijarse como rentas del suela. Es el fenomeno que Marx estudia en la agricultura o en la industria extractiva y denom ina, como Ricardo, la renta dife- rencial.

1.3. Las plusganancias de monopolio

En el m ercado de un producto dado, el precio regulador solo se impone en form a tendencial; el precio de m ercado que resulta del equilibrio instantaneo entre la oferta y la dem anda puede siem pre ser diferente al precio de produccion social. Si es supe­rior, las em presas ob tendran una plusganancia coyuntural que las estim ulara a aum entar las cantidades ofrecidas; si la dife- rencia se produce en sentido contrario, la tasa de ganancia dis- m inuira coyunturalm ente y la produccion tendera a decrecer.

A si, la sucesion de equilibrios instantaneos de m ercado se mueve en torno al precio regulador, punto en el que se anulan minus- ganancias y plusganancias.

E n esa situacion, para que el precio de produccion social se imponga como precio regulador, es preciso que no se interponga ningun obstaculo en el camino del crecim iento —o la reduccion— de las cantidades producidas y ofrecidas. Es necesario, por tanto, que la m ercancia pueda ser reproducida sin obstaculo y que la estructura del m ercado —tanto del lado de los compra-dores como del de los vendedores— sea competitiva'. Si e**° no sucede, el precio de m ercado puede establecerse en form a dtira- dera por encima del precio regulador. Marx llama a este un precio de monopolio; que ya no esta determ inado por las condi­ciones de produccion de la m ercancia, sino po r las de su circula- cion, es decir, por la dem anda A En este instante, se fija de m anera perm anente una plusganancia de monopolio que favo- rece a los agentes que ofrecen la m ercancia considerada,

M uchas circunstancias pueden llevar a ese resultado. Este puede provenir del hecho de que una em presa o un num ero pe- 33

33 «Cuando hablamos de precio monopolico, nos referimos en genera* a un precio unicamente determinado por la apetencia de compra y Is* capacidad de pago de los compradores. independientemente del precir5 determinado por el precio general de produccion asi como por el va!or de los productos» (Marx, 1981, vol. 8, p. 986).

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cjiieno de ellas concentren la totalidad de la oferta. o bien de que <|uienes ofrecen la m ercancla lleguen a un acuerdo, o de que las finpresas diversifiquen la calidad de la m ercancla creando as! submercados en los que logran una posicion dom inante. Todqs* sos procesos, am pliam ente analizados por los economistas neo-* lasicos a nivel de las estructuras del m ercado 34) se. basan gene- mlmente en la propia estruc tu ra productiva, es decir, en el grado s formas de concentration del capital: esta ultim a perm ite, en ' 'ortas condiciones, pollticas de em presa que lim itan la produc- ‘ !dn de una m ercancla que pueda ser reproducida por ella misma.

Pero existen tam bien mercancias qqe no pueden ser reprodu- 1 idas, por razones que tienen que ver con las condiciones mis- mas de la produccion, independientem ente de los esfuerzos que pueda realizar el capital para suprim ir esos llmites. Puede tra- i use de bienes que ya no son producidos y cuyas existencias han Ilegado a ser fijas (las antigiiedades de todo tipo), o de bienes producidos en form a no capitalista, en cantidad lim itada o de '-alidad unica (las obras de arte , ciertos productos artesanales). I’ero puede tra ta rse tam bien de m ercancias producidas po r el capital cuando las condiciones m ismas de su produccion lim itan la posibilidad de reproducirlas: el terruno de los grandes vinos, la localizacion ra ra y prestigiosa de un bien inmueble. En ese 1 a.so, las cantidades producidas son lim itadas porque las condi-* iones de su produccion no pueden ser reproducidas por el i ipital. Los precios de monopolio que se derivan de esa situacion< < tnduccn a la fijacion de plusganancias de monopolio; y si esas< undiciones de la produccion son objeto de propiedad privada, l is plusganancias se fijaran en form a de rentas del suelo. Es la i . nta de monopolio que Marx evoca a proposito de los terrcnos Mue pueden ser edificados y cuya posibilidad estudia p ara el case de la agricultura, * 11

M Cf. las teorias del monopolio, del duopolio, del oligopolio, de la com- peLencia monopolistica, modelos que se definen por su desviacion con res- ,,ccto al modelo de mercado de competencia perfecta. Hay que anotar que11 acepcion del termino «precio de monopolio» en Marx, recogida aqui, es iimy general: engloba todas las situaciones que distinguen los analisis iicoclasicos y, por tanto, no se reduce al caso particular del vendedor imico.

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2. Plusganancias que pueden ser transformadas en rentas del suelo

La existencia de plusganancias es, pues, un fenomeno muy gene- ralizado en el capitalismo: plusganancias a escala del sector, de la unidad de produccion, de la posicion en el m ercado. Estimu- lando y orientado la acumulacion en una estruc tu ra competitiva, su destino consiste en desvanecerse en un sitio para reaparecer mas alia, indefinidam ente. En el capitalism o de monopolio las plusganancias se fij an en beneficio de los polos industriales m as poderosos. Sus relaciones de intercam bio se ven modificadas, llegando a ser la acumulacion desigual un fenomeno estructural del sistema. H asta aqui, nada m as «normal».

Pero tam bien existe un proceso de fijaci6n.de plusganancias de o tra naturaleza, efecto de relaciones sociales de o tr° o rden: las que dan lugar a las rentas del suelo. Lo m ismo que las plus­ganancias m onopolistas, y antes de que estas aparezcan Pertu r‘ ban la dinam ica com petitiva de la acumulacion. Pero, af contra- rio que ellas, no provienen de la concentracion del capital y no entran, por tanto, necesariam ente en la dinam ica monopolista de la acumulacion desigual.

(iQue tipos particu lares de plusganancias pueden transfor- m arse en rentas del suelo? La respuesta general ha sido dada con la definicion de la renta: las generadas en un proceso de

del capital que involucra condiciones externas que este ultim o no puede reproducir, condiciones a las que el capital no tiene libre acceso, pues son objeto de apropiacion privada.

Veamos en form a mas precisa sobre que relaciones sociales se basa esta prim era condicion de la ren ta del suelo: el caracter no reproducible de ciertas condiciones de la produccion.

2.1. La naturaleza como producto, la ciudad como naturaleza

La acumulacion privada es uno de los rasgos constitutivos del capitalismo. Veremos que tam bien es, uno de los fundam entos de la ren ta del suelo en ese modo de produccion.

Se trata , sin duda, de u n a relacion social, enraizada en la estruc tu ra especifica de las relaciones de produccion. Cada capi­tal particu lar constituye la unidad autonom a de un proceso de traba jo concreto y de un proceso de produccion de valor y d® plusvalor. Cada uno de esos procesos es privado, en el sentido de que cada capital es a la vez un polo autonom o de «apropiacion

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n al de la naturaleza» y un polo autonom o de acum ulacion35, l‘or mas socializados que esten el proceso de produccion y las si'Iaciones juridicas de propiedad, las relaciones de produccion siguen siendo privadas bajo ese doble aspecto en el capitalism o.

Cada capital privado, para valorizarse, debe controlar un con- nmto complejo de valores de uso: fuerza de trabajo , objetos de trabajo, medios de tra b a jo 36.

La m ayor parte de los objetos o medios m ateriales de la p ro­duccion son, desde un comienzo, mercancias37. Son bienes pro- ilucidos por una em presa para ser vendidos. Resultan de un proceso de traba jo concreto controlaao por un polo privado de stpropiacion de la naturaleza, y mas com unm ente por una cadena de esos polos articulados po r el m ercado. Cada uno de esos polos produce para obtener una ganancia; por tanto, produce mercan- uas, indisolublem ente valores de uso y valores de cambio. Por ttm siguiente, la m ercancia —bienes de equipo, m aterias prim as, productos semi-acabados, energia, etc.— es susceptible de ser reproducida de m anera indefinida. Su produccidn y su circula­tion se haLlan, pues, determ inadas por la ley del valor, y su r.msumo productivo transm ite su valor al del producto final.

Pero la valorization del capital implica tam bien el control de valores de uso que no son mercancias. Unas veces estos parecen •-xistir «naturalmente», independientes del trabajo hum ano, como <q^ropiedades» de objetos que estaban «ahi». Otras veces, son el iv .xultado social evidente, no controlaao, de m ultiples trabajos

ivados, pasados y presentes. Todos esos valores de uso poseen un rasgo en comun: su existencia no es resultado de un proceso til' trabajo particular dominado por un polo particu lar de acumu- Lidon, por lo cual no tienen valor de cambio —aunque tengan un precio— y, en consecuencia, no transm iten valor al producto, uunque pueden proporcionar una ganancia al productor. Son con- tliciones de la produccidn, pero solo de m anera potcncial. Existen iom o valores de uso a condicion de que un capital privado se aduene de ellos y los utilice como tales en un proceso de trabajo roncreto.

Una prim era categoria de esos valores de uso aparece como

35 El termino capital privado no remite aquf a una determinada forma juridica de propiedad, sino al caracter autonomo de cada capital (cf. Bet- tclheim, 1970).

36 Sobre esos conceptos generates del analisis del proceso de trabajo concreto, cf. Marx, 1975, vol. 1, pp. 215-222.

37 Aqui dejare a un lado esa mercancia muy particular que se llama fuerza de trabajo.

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«propiedad del capital.: su form acion se lleva a cabo en el mo- merito mismo de su apropiacion en el proceso de produccion, y parece por ello mismo ser un resultado del capital, es decir, de la combinacion de fuerzas productivas que este controla. Asi, la cooperacion de un gran num ero de trabajadores colocados bajo la dominacion de un mismo capital aum enta la fuerza pro- ductiva social del trabajo. Se tra ta entonces de un valor de uso para cuya form acion se necesita la concentracion de los medios de produccion en manos de los capitalistas privados. Estos se lo apropian gratuitam ente, asi como disponen gratuitam ente de las propiedades fisicas o quimicas de los elementos m ateriales de la produccion 35 * * 38. Tales efectos utiles pueden ser reproducidos de m anera indefinida por cualquier capital privado, siempre que se respeten las condiciones internas del capital: nivel de acumu- lacion, control tecnologico, etc. Por esa razon aparecen como una propiedad del cap ita l39.

Los efectos de esas «propiedades del capital» expresan clara- m ente su naturaleza de valores de uso sin valor de cambio: aum entan la productividad y disminuyen el valor de los pro- ductos. Y si las plusganancias que proporcionan de m anera eventual pueden ser fijadas — especialmente en la fase monopo- lista del modo de produccion— el beneficiario es siem pre el polo privado de acumulacion que controla su formacion.

Sucede algo diferente con una segunda categoria de valores de uso necesarios para la produccion que aparecen, por el con- trario , como «propiedades de- la naturaleza». Su especificidad reside en el hecho de que su formacion no puede ser resultado de la iniciativa de ningun capital particular. Como ningun agente privado esta en condiciones de controlar su produccion, esos valores de uso aparecen como condiciones externas de la valo- rizacion del capital, no reproducibles por este, o por lo menos desigualm ente preconstituidas y disponibles.

Los «recursos naturales» pertenecen tipicam ente a esta cate-

35 «Las fuerzas productivas que surgen de la cooperacion y de la divi­sion del trabajo, como hemos visto, no le cuestan nada al capital. Son fuer­zas naturales del trabajo social. Nada cuestan, tampoco, las fuerzas na- turales como el vapor, el agua, etc., incorporadas a procesos productivos»(Marx, 1975, vol. 2, p. 470). (Cf. tambien Marx, 1975, vol. 2, pp. 402-3.)

39 «Como la fuerza productiva social del trabajo no le cuesta nada al capital, como, por otra parte, el obrero no la desarrolla antes que su trabajo mismo pertenezca al capitalista, esa fuerza productiva aparece como si el capital la poseyera por naturaleza, como su fuerza productiva inmanente» (Marx, 1975, vol. 2, p. 405).

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goria. La teoria de la ren ta del suelo, tan to en los clasicos como en M am, fue desarrollada a partir de su estudio ’ ’

A1 contrario de lo que se podrla creer, esos recursos de la «naturaleza» no se diferencian de los otros valores de uso nece- sarios para la produccion por el hecho de existir con indepen- dencia del trabajo humano: en cierta form a, todos son producto de este. Por ejem plo, la tierra agricola. La cantidad global de tie rra disponible es practicam ente ilimitada: son las roturacio- nes, las destrucciones, la introduccion en el comercio mundial de nuevas zonas geograficas los factores que determ inan que porciones del globo tendran o no el caracter de recursos para la agricultura. La fertilidad m ism a del suelo no depende direc- tam ente de sus caracteristicas flsicas, qulm icas, estructurales, ni de las condiciones clim aticas; esos factores «naturales» inter- vienen unicam ente cuando la tecnica de cultivo, ligada a su vez a las relaciones de produccion, los tiene en cu e n taa . Puede, asi, observarse que cada cambio del modo de produccion en la agri­cu ltura produce una nueva clasificacion de las tierras desde el punto de vista de su fertilidad re la tiva* 41 42. Mas aun: las caracte­risticas fisicoquim icas del suelo, o incluso la sequedad, son el resultado de los sistem as de cultivo. La agricultura produce el suelo agrico la43. Las m ismas observaciones podrian ser hechas

* Smith, 1776, pp. 223-386; Ricardo, 1817, pp. 45-62; Von Thiinen, 1826; Marx, 1981, vol. 8, pp. 791-1034.

41 «Parala fertilidad economica, el nivel de la fuerza productiva del tra­bajo, que en este caso es la capacidad de la agricultura de tornar inme- diatamente explotable la fertilidad natural del suelo —capacidad que difiere en las diversas fases de desarrollo- es un factor de lo que ha dado en llamarse la fertilidad natural del suelo, del mismo modo en que lo es su composicion quimica y sus otros atributos naturales» (Marx, 1981, vol. 8, pagina 838).

42 Cf. por ejemplo Marx: «Con el desarrollo de las ciencias naturales y de la agronomia se modifica asimismo la fertilidad del suelo (...). Asi, muy recientemente, tipos de suelos livianos en Francia y en los condados orientales de Inglaterra, que anteriormente se consideraban de mala cab- dad, se han elevado a un primer rango» (Marx, 1981, vol. 8, p. 978). Asimis­mo, en el siglo xviu la lucha de los senores y de la burguesia terrateniente en Francia para destruir los derechos colectivos de las comunidades rurales sobre el suelo (tierras y pastos comunales), condujo al mismo tiempo a nuevas relaciones de produccion (agricultura capitalista o campesina par- celaria) y a una revolucion tecnologica que trajo consigo una nueva clasi­ficacion de las tierras con respecto a la anterior escala de fertilidades (Bloch, 1931, t. 1, pp. 201-37).

43 Como lo demuestra notablemente C. Reboul mediante un analisis de las condiciones sociales de formacion del humus: «E1 suelo, objeto de la actividad humana, es al mismo tiempo producto de esta» (Reboul, 1977, pagina 85).

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a proposito de los yacim ientos de carbon, de petroleo o de mi­neral, de los recursos de energia h idraulica o geoterm ica, etc.

^Por que esos valores de uso aparecen, sin embargo, como regalos de la «naturaleza»? Precisam ente porque, de m anera general, a una em presa particu lar le es imposible controlar la creacion de esos recu rso s44. E n ocasiones ha sido necesario el paso de los siglos, o la actividad m ultiform e de la sociedad en­te r a para convertir a esa naturaleza en un valor de uso; para el capital privado, esta ahi, fuera, y no es reproducible.

La disposicion de esos recursos es, en general, una condicion sin la cual no puede haber produccion. Ademas, la diversificacion de sus cualidades proporciona al trabajo aplicado a ellos una productividad m aterial mayor o menor. Por esta razon, cada vez que son objeto de una apropiacion privada, esos dones de la naturaleza tienen un precio. No ocurre esto aun con el m ar —base de la industria pesquera— , no ocurria con las tierras de las fronteras agricolas en los sucesivos «nuevos mundos. de la expansion planetaria del capitalismo, cuando la violencia fisica transform aba gratuitam ente los territo ries de los indigenas en

^“bienes libres; ocurre, por el contrario , con el suelo alii donde Areina la propiedad privada.

El caracter no reproducible y la apropiacion privada son dos rasgos que definen perfectam ente a los valores de uso propor- cionados por la ciudad a los capitales particulares que alii se valorizan. t e s efectos utiles de aglomeracion son reconocibles tanto a escala de las unidades urbanas en sentido estricto como de los sistem as de ciudades o de grandes regiones economicas que se organizan alrededor de grandes infraestructuras. Por ese term ino se entendera todo valo r de uso que resulta de la union entre un proceso particular de valorizacion de un capital, por una parte, y, por otra, una configuracion espacial determ inada de objetos inmobiliarios y de flujos de fuerza de traba jo y mer- cancias, flujos articulados a esos objetos y que existen indepen- dientem ente de cada capital p a r tic u la r45.

44 Aqui no hago mas que desarrollar una indicacion teorica de A. Cot- tereau: «A un nivel muy formal, la 'naturaleza' puede definirse, para cualquier modo de produccion, como un medio de (re) produccion no com- pletamente reproducido por el trabajo. En la medida en que unicamente un medio de (re)produccion reproducido por el trabajo es plenamente controlado (es decir, que el trabajo consigue exactamente los resultados perseguidos), la 'naturaleza' asi definida consiste en medios de (re)produc- cion no totalmente controlados» (Cottereau, 1971, p. 2).

45 Vease tambien en ese caso la distincion introducida por A. Cottereau entre «objeto»y «objeto-median, El primero es el «soporte material de un

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Todas las actividades capitalistas «urbanas» se desarrollan sobre la base de objetos inmobiliarios, edificaciones y productos del traba jo pasado ligados a una localizacion determ inada. Cada localizacion da acceso, de un modo que le es especlfico, a un conjunto de valores de uso complejos nacidos de la ciudad. Una parte de los inm uebles que la componen son, considerados indi- vidualmente, m ercanclas producidas que circulan como tales; o tra parte , los equipam ientos publicos de in fraestructura y con- sumo tam bien son productos del traba jo , pero entregados mas o menos gratuitam ente como capital desvalorizado. Si cada uno de esos objetos ha soportado un proceso de trabajo especifico y controlado, no sucede lo mismo con su configuracion espacial, y aun menos con los procesos sociales articulados a ellos: pro­duccion y circulacion de m ercancias, reproduccion de la fuerza de tra b a jo 46 47. Cada objeto inm obiliario es producido y circula por separado, asf como cada proceso de valorizacion que se apoya en ellos se halla controlado por un polo independiente de acumu- lacion” . Los valores de uso que virtualm ente aparecen como resultado de su configuracion espacial no son mercancias, y solo son realizados de m anera efectiva cuando un capital individual se aduena de ellos.

Resumiendo, ningun capital particu lar puede producir los efectos utiles de aglomeracion, condicion para su propia valori­zacion. Anticipemos algo que va a ser desarrollado mas adelante: la existencia de un agente que contro lara efectivamente, es decir, completamente, la form acion de esos valores de uso im plicaria la desaparicion de la autonom ia de los polos de acum ulacion, la cual es inherente al capitalism o. El hecho de que se observe en ese modo de produccion una socializacion parcial de la form a­cion de ciertos valores de uso complejos no cambia para nada

valor de uso, que forma una unidad no divisible en otros soportes de valor de uso»; el segundo es un «valor de uso cuya unidad esta formada por la articulacion de soportes materiales de otros valores de uso» (Cot- tereau, 1970, p. 382). Se observara que los «efectos utiles* definidos de esta manera muy general pueden ser igualmente —para ciertos tipos de procesos de valorizacion— efectos negativos.

46 Por esa razon, me parece completamente inexacto afirmar que «la ciudad es una mercancia», incluso si esta formula expresa una sana indig- nacion ante la ciudad capitalista (cf., por ejemplo, Folin, 1972, pp. 71 ss.).

47 E. Preteceille ha ilustrado ese hecho y sus consecuencias analizando la produccion de los agrandes conjuntos» de los anos 60 en la region parisina, operaciones de urbanizacion periferica donde, sin embargo, el Estado desempena realmente un papel de control social parcial de la formacion de los efectos utiles de aglomeracion (Preteceille, 1973).

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la situacion: el limite de su irreproducibilidad se desplaza, pero continua existiendo.

Desde ese punto de vista, es mas notoria la im potencia del capital privado en la ciudad que en la agricultural se encuentra, en efecto, mas al alcance de un inversionista capitalista fabricar tie rra cultivable que de un constructor de viviendas volver urba nizable una zona. Elio se debe a que, para el segundo m as que para el prim ero, las caracteristicas de localizacion son decisivas para hacer posible la produccion y eventualm ente la plusganan- cia. El agricultor puede abonar el suelo, pero no puede crear las condiciones de salida del producto al mercado; el constructor puede fabricar las vias y redes propias de la operacion inmobi- liaria, pero no depende de el que exista una ca rre te ra o una estacion ferroviaria que le presten el servicio, y mucho menos de la ciudad a la que estas conducen.

Este analisis de las condiciones de la valorizacion que no pueden ser reproducidas perm ite precisar el papel del suelo en la form acion de la renta. Cualquiera que sea la form a en que este entre en el proceso de tra b a jo 48, siem pre constituye para el una necesidad. Pero no es tan to el soporte espacial como tal, radicalm ente externo al capital privado, el que no puede ser reproducido; son mas bien sus cualidades, configuradas por la sociedad. La ren ta del suelo tiene, pues, como fundam ento un conjunto de relaciones sociales y no una cosa: el suelo y su escasez. Esto es lo que ignora el analisis del suelo elaborado por la economia neoclasica. Pero es tam bien un punto del que no derivan todas las consecuencias aquellos analisis que desean establecer la exterioridad radical, con respecto al capitalism o, de la propiedad privada del suelo. En apoyo a esta tesis se encuentra a m enudo el retorno silencioso a una concepcion «fetichizada» del suelo, es decir, el desconocimiento de las pro- piedades concretas por las cuales aquel en tra en la produccion y de la configuracion social de esas propiedades49.

48 Marx propone la distincion entre elemento de produccion (la tierra para la agricultura), la condicidn de la produccion —ya sea como fuerza de produccion (saltos de agua), ya sea como factor sine qua non (solares) — y receptaculos de valor es de uso (yacimientos para las minas) (Marx, 1974, vol. 1, p. 436). Esta clasificacion me parece mas interesante por la genera- lizacion que sugiere a partir de los ejemplos citados que por el analisis de lo que los distingue.

49 Asi, A Gottereau muestra que «la acumulacion caracteristica del modo de produccion capitalista tiende a transformar la 'naturaleza' en objetos y medios de trabajo constantemente reproducidos, es decir, en capital, de suerte que el desarrollo de las fuerzas productivas implica en

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El m ovimiento mismo del capitalism o excluye la escasez ab- soluta, flsica, tan to de tie rra cultivable como de recursos mine- rales o de suelo urbanizable. Este modo de produccion no puede desarrollarse en una isla ya que la acumulacion de capital es, al m ismo tiempo, una expansion espacial indefinida. Xa lprm acion de una ren ta del suelo de ningun modo im plica que la condicion de la produccion que la genera sea escasa, que fisicam ente no este disponible. B asta con que, en un m om ento dado, el capital no pueda por sus propios medios ni reproducirla, ni tener libre acceso a ella, pues una propiedad del suelo autonom a se le opone de m anera efectiva.

2.2. La tendencia del capitalism o a am pliar el caracter reproducible de las condiciones espaciales de la valorizacion, y sus limites estructurales

Hay, por tanto, en un m om ento dado, una clara rup tu ra en tre las condiciones de las valorizaciones formadas en un proceso social no controlado —y, en consecuencia, no reproducibles— y aquellas que son producidas bajo el control efectivo de polos privados de acumulacion. E sta frontera, siempre existente, se halla, sin embargo, perm anentem ente desplazada. ^Que deter- m ina ese proceso y cuales son sus form as?

Para aclarar este doble in terrogante, volvamos a la configu- racion de los efectos utiles de aglomeracion, antes de exam inar su lugar en la dinam ica de la acumulacion.

Esos valores de uso complejos son resultado de la articula- cion espacial de valores de uso elem entales, que son producidos

ese caso una tendencia a la abolicion de la 'naturaleza' tal y como ha sido definida». Sin embargo, Cottereau no precisa en que sentido se trata solo de una tendencia y nunca de un resultado realizado. Por tanto, se ve obli- gado a hacer desaparecer las propiedades concretas del suelo («la natura­leza pasa de ser objeto o instrumento de trabajo a ser suelo soporte, simple condicion general de la actividad productiva»; el subrayado es mio) para concluir que «la propiedad privada del suelo no pertenece al modo de produccion capitalista» puro (Cottereau, 1971, pp. 5-9), En forma diferente, D. Massey y A. Catalano desarrollan el mismo razonamiento. Afirman claramente que la renta es una relacion social: «No es la tierra la que determina la renta, sino la propiedad del suelo»; sin embargo, la independencia de la propiedad del suelo con respecto al capitalismo no esta basada solamente en las relaciones de produccion especificas de este ultimo, sino tambien en otro supuesto: «Se ha mostrado que el caracter no reproducible del suelo le hace exterior c£ modo de produccion capita- lista» (el subrayado es mio) (Massey y Catalano, 1978, pp. 33 y 49). Aqui hay un desliz teorico que, en mi opinion, tiene graves consecuencias.

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y circulan en form a autonoma. Los soportes m ateriales de estos ultim os son objetos inm obiliarios, productos del trab a jo ligados al suelo y, por tanto, a una localizacion determ inada: edificios industriales y comerciales, viviendas, carreteras, vlas ferreas, redes de aprovisionam iento de energla, de agua, etc. Unos son producidos y circulan como m ercancias, a veces como capital; otros, como equipam ientos publicos. Por esas dos razones, el valor de uso complejo resultante no puede ser reproducido: un capital particu lar requiere la accion del Estado, tan to como de la de o tros capitales privados, y no controla a ninguno de ellos; por su parte , el Estado proporciona valores de uso a una mul- titud de capitales privados, que tampoco controla.

Algunos bienes inm uebles se caracterizan por en tra r nece- sariam ente como medios de produccion en el conjunto de los procesos de valorizacion de los capitales particulares, unas veces directam ente, o tras por interm edio de los bienes o servicios a cuya produccion contribuyen. Sin embargo, no es esta caracteris- tica tecnica lo que los distingue radicalm ente del resto de los bienes inm uebles, sino mas bien el papel que el Estado desem- pena en su produccion y circulacion. Esto sucede por razones que tienen que ver con las condiciones mismas de su produc­cion 50. El gasto publico asegura la desvalorizacion de un capital fijo masivo que no puede ser rentabilizado norm alm ente y, por consiguiente, una circulacion no m ercantil —© a un precio infe­rior al precio de produccion— de las in fraestructuras o de los bienes y servicios producidos en la explotacion de estas ultimas. E sta desvalorizacion es to tal y la in fraestructura en tra en los procesos productivos que la utilizan como simple valor de uso cuando el Estado organiza y financia Integra y definitivam ente la produccion. Es el caso, por ejemplo, de lo esencial de la red viaria. La desvalorizacion es parcial si la in fraestructura es explo- tada com ercialm ente por un servicio publico o por una em presa privada: por ejemplo, el aprovisionam iento de agua, gas, electri- cidad, los ferrocarriles, las autopistas de peaje. Pero, incluso en ese caso, la desvalorizacion es necesaria, ya tom e la form a de centralizacion del pequeno cap ita l51, de financiacion de las inver-

50 Como lo muestra M. Folin al elaborar el concepto de «capital fijo social® (Folin, 1978).

51 Fueron precisamente las companias ferroviarias y un poco mas tarde las grandes companias de servicios urbanos las primeras en emitir obliga- ciones a gran escala, en la segunda mitad del siglo xix. Esas obligaciones, caracterizadas por la estabilidad de su remuneracion y su bajo valor uni- tario fueron una forma privilegiada de centralizacion del pequeno capital,

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siones con fondos publicos, de subvencion a la explotacion, de nacionalizacion, etc. Incluso cuando la produccion y la explota­cion del equipam iento dependen de la em presa privada, la finan- ciacion publica parcial, la utilizacion del derecho de expropiacion para elim inar el obstaculo de terreno, la garantia del monopolio por parte del Estado, son todos ellos elem entos que perm iten al Estado asegurar un minimo de control social en la definicion m isma del valor de uso — generalmente bajo el regimen jurid ico de la concesion.

P era un control estatal, al m enos parcial, de la produccion de in fraestruc tu ras no significa un control social de la configura- cion de los efectos utiles de aglomeracion; prueba de ello son las zonas de ordenam iento territo ria l — terrenos in d u s tr ia ls u operaciones de vivienda— que son equipadas por las colectivida- des publicas y que perm anecen vaclas; las redes ferroviarias o las autopistas destinadas a irrigar regiones deprim idas y que no inducen a ninguna actividad privada; la subita subutilizacion de los equipam ientos en las regiones industriales tradicionales afec- tadas por el cambio de localizacion de las empresas. Fenomenos de esa indole acom panan generalm ente a las intervenciones esta- tales en el terreno de la ordenacion. En periodos de crecim iento economico, cuando las ventajas localizadas proporcionadas al capital por las infraestructuras publicas son insuficientes o cuan­do las decisiones publicas no corresponden a los im peratives de rentabilidad de las em presas, el capital va a un lugar diferente; en epocas de crisis, las politicas privadas de desinversion acaban por tras to rn ar todas las proyecciones de los planificadores.

Hay, pues, un movimiento contradictorio que tiende a esta- blecer un mayor control social de la configuracion de los efectos utiles de aglomeracion y, a la vez, a lim itar de m anera perma- nente ese control.

La necesidad de controlar m ejor la articulacion espacial de las in fraestruc tu ras publicas y de las em presas no cae del cielo, ni de una «voluntad planificadoras im putable al Estado. Su mo­to r inm ediato es la busqueda de una mayor seguridad en la form acion de las condiciones espaciales de la plusganancia pri­vada. Pero, del mismo modo que la busqueda de plusvalor extra- ordinario por parte de cada capitalista provoca un movimiento de conjunto de increm ento del plusvalor relativo y de la compo- sicion organica del capital, la busqueda de plusganancias de lo-

mientras que las acciones se encontraban entonces fuertemente concentra- das y permitlan el acceso a los beneficios de la especulacion bursatil.

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calizacion m ediante la coordinacion puntual del Estado y del sector privado tam bien produce efectos globales: reduccion de la duracion y de los costes de transporte , lo que perm ite el des- arrollo de la division espacial del trabajo y disminuye a escala social el capital invertido im productivam ente en la circulacion; form acion de reservas de mano de obra cuando la sociedad tom a a su cargo una parte de los costes de m antenim iento de la fuerza de trabajo ; desvalorizacion por el gasto publico de una parte de los capitales necesarios para la produccion.

tQ ue efecto prevalecera? ^Form acion de plusganancias de localizacion en beneficio de capitales particulares y /o de los propietarios del suelo implicados, o bien efectos sobre las condi- ciones generales de la acum ulacion, transm itidos al conjunto de los capitales m ediante bajas de precios? El analisis formal, no puede dar respuesta a esta pregunta: dependera de las formas concretas del control social sobre la configuracion de las condi- ciones espaciales de la plusganancia localizada. Tambien depen­dera de la am plitud de la socializacion: reducida, si solo se planifica el nivel de la operacion simple —de viviendas, oficinas, o im plantacion industrial— ; m ayor, si se tra ta de crear una ciudad e n te r a —las «ciudades nuevas»52—, e incluso un sistem a de ciudades, a lo largo de un nuevo eje de transporte por ejem- plo. Pero intervendra igualm ente el caracter m as o menos pri­vado o m as o menos publico del control del proceso, bien sea porque los agentes publicos definan un program a y realicen inversiones destinadas a in teresar a agentes privados, bien sea porque, a la inversa, los agentes privados m onten ellos mismos una operacion para la que d isfru taran de in fraestructuras pu- blicas. La linea divisoria entre esos dos tipos de predom inio no siem pre esta claram ente definida. Las luchas politicas en torno a esas vias alternativas de la planificacion capitalista son lo suficientem ente intensas como para que se pueda pensar que no se hallan separadas por una diferencia puram ente formal.

De todos modos, la exterioridad del Estado y del capital, la autonom ia de unos capitales privados con respecto a otros, y las contradicciones que pesan sobre los aparatos del E stado lim itan estrictam ente la extension de una socializacion capitalista de la conformacion de los efectos utiles de aglomeracion./Quiza podria decirse, entonces, sin que resulte dem asiado paradojico, que el

52 A condicion de que se trate de una implantacion urbana verdadera- mente autonoma en un area rural y no de la simple extension de una aglo- meracion preexistente.

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caracter m ismo de «naturaleza» que asum en esos efectos es un resultado del modo de produccion capitalista.

3. El obstaculo de la propiedad del suelo y la transformacion de las plusganancias localizadas en rentas

No basta con que ciertas condiciones de la valorizacion no puedan ser reproducidas y engendren plusganancias localizadas para que aparezcan rentas del suelo; es preciso tam bien que un obstaculo im pida al capital el libre acceso a ellas, que una propiedad del suelo autonom a oponga una resistencia real.

EL presupuesto de la transform acion de las plusganancias localizadas en rentas del suelo es, pues, doble: pQr una parte, unas relaciones de produccion en el sector afectaao que hagan que la autonom ia del capital y de la propiedad del suelo sea dom inante y reproducida en por lo menos un punto del ciclo de valorizacion; por. o tra parte , una resistencia real de la pro­piedad del suelo a l capital, lo cual supone un contenido socio- economico de la relacion de propiedad que se convierta en obs­taculo efectivo. Antes de exam inar esos dos puntos, es necesario identificar con m ayor precision las relaciones sociales com plejas designadas por el term ino apropiedad del suelo».

3.1. La propiedad del suelo, una p luralidad de relaciones sociales

La propiedad es algo muy simple: es «el derecho a gozar y dis- poner de las cosas de la form a m as absoluta, con tal que no se haga un uso de ella prohibido por la ley o los reglarnentos>>53. Incluso si la practica juridica real expresa de m anera suficiente el caracter em inentem ente historico del contenido de ese dere­cho de propiedad, la ideologia continua planteandolo de m anera unitaria, norm ativa, transhistorica. Y, sin embargo, el vocablo «propiedad del suelo» designa en el lenguaje del derecho lo que evidentem ente constituye una pluralidad de relaciones sociales. Distingamos esas diversas relaciones de propiedad, cuyas lineas de evolution son sum am ente autonomaS.

53 Codigo Civil, articulo 544.

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Relation ideologica, relaciones juridicopoliticas, relaciones economicasEl derecho de propiedad que define, independientem ente del tiempo y del espacio, el derecho inalienable de los individuos a poseer las cosas, es una relacion ideologica. Es esa relacion, enunciada por el Codigo Civil, la que evocaban los esclavistas de la guerra civil am ericana, como actualm ente lo hacen los in- dustriales cuando sus fabricas son ocupadas por huelguistas; pero, es en esa m ism a relacion como concibe su vivienda el habi- tante de las chabolas y cualquier persona su vestido. Una rela­cion ideologica constante, cualcphera que sea su ob jeto real y las practicas que definen su contenido. En su nom bre es legiti- m ado por la clase dom inante el fundam ento mismo del modo de produccion capitalista, es decir, la separacion en tre los traba- j adores y los medios de produccion; y toda accion del Estado, incluida la expropiacion, debera estar expresada siem pre en ter- minos del respeto a ese derecho de propiedad.

Los derechos de propiedad, contrariam ente a los principios eternos, son aquello que el aparato jurid ico del E stado codifica con precision y su aparato represivo protege eficazmente. La pro­piedad del suelo se convierte, a ese nivel, en un conjunto de relaciones juridicopoliticas. Estas expresan en el lenguaje del derecho, es decir, teniendo en cuenta las restricciones internas del sistem a de representaciones juridicas, el estado historico de las distintas relaciones reales de propiedad definidas pdr el mo- vimiento de la base economica y por las luchas sociales. Esas relaciones juridicopoliticas, sum am ente diversificadas, se obser- van, mas que en el texto del derecho en un m om ento dado, en las practicas efectivas de los aparatos de Estado que registran los derechos y garantizan los contratos, reglam entan los alquile- res en la ciudad y en el campo, realizan expropiaciones y llevan a cabo deducciones fiscales.

E n realidad, la aparente unidad de la nocion de propiedad se rompe cuando se la analiza como un conjunto de relaciones eco­nomicas de produccion, de distribucion y de consumo.

La propiedad del suelo como relacion de production La propiedad del suelo como relacion de produccion es el poder efectivo de disponer de el como elemento o soporte de un proce- so de produccion, es decir, actualm ente un proceso de valoriza-

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cion de capital. Puede designarse ese concepto por el term ino de poder de p ro p ied ad 54.

Este poder de propiedad del suelo puede, entonces, ser defi- mdo positivam ente como el poder de asignar al suelo un uso productivo determ inado, y negativamente como el poder de opo- ner una barrera a la valorization del capital, Esta form ulacion describe el caracter especifico de la propiedad del suelo en el modo de produccion capitalista. En efecto, el capital tiene al mismo tiem po capacidad para poher en funcionam iento los me- dios de produccion y poder para asignarles un uso dado y, por tanto, para disponer de los productos, de los cuales es, a la vez, poseedor y propietario 55. La propiedad del suelo se coloca en u n , lugar muy diferente en esa estructura. Como simple m onopolio' de uno de las medios de produccion que no pueden ser repro- ducidos, se encuentra separada de los otros medios de produc­cion, lo cual implica una-doble limitacion: incapacidad de orga- nizar un proceso de trabajo que utilice el suelo, e incapacidad de asignar a ese suelo un uso productivo. Por el contrario, preci- sam ente en la m edida en que separa el capital de una de sus condiciones de reproduccion, puede oponerse a esta ultima.

E sta capacidad del capital de asignar a los terrenos diferentes usos y esta reduccion de la propiedad del suelo a m era barrera u la inversion son el resultado historico del desarrollo del capi- talismo 56. La teo ria de la ren ta del suelo esta construida precisa-

54 Segun la terminologi'a elaborada por C. Bettelheim: «la propiedad privada, en el seno de una relacion de produccion (o relacion economica), corresponde al poder de una categoria de agentes de asignar a ciertos me­dios de produccion un uso dado y disponer de los productos obtenidos gracias a este uso» (Bettelheim, 1970, p. 62. El subrayado es del autor).

55 Sobre los conceptos generales para el analisis de los modos de pro­duction, vease la elaboration clasica de E. Balibar (Balibar, 1966, pp. 204- 211), desarrollada por C. Bettelheim: «Cadatipo de relacion de produccion se define por las relaciones poseszdn-propiedad y el contenido preciso de cstos terminos se modifica segun la combinacion en la que cada uno entre con el otro. De una manera general, la posesion esta constituida por la capacidad de poner en accion los medios de produccion. Segun la estruc­tura del proceso de trabajo, esa capacidad puede ser individual o colectiva y la posesion se puede desdoblar o no en una detentacion parcial. En cuanto a la propiedad (como relacion economica), esta constituida por el poder de asignar a los objetos sobre los que se ejerce, y muy especialmente los medios de production, usos determmados, y disponer de los productos obtenidos con la ayuda de esos medios de produccion (Bettelheim, 1970, p. 72. El subrayado es del autor).

56 «Pero la circunstancia de que, 1) la renta se restrinja al excedente sobre la ganancia media y, 2) el terrateniente se vea despojado de su papel como director y dominador del proceso de produccion y de todo el proceso dc la vida social y reducido a mero arrendador de tierras, usurero de

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m ente sobre la hipotesis de que ese lugar, y no otro, es asignado a la propiedad del suelo por el modo de produccion capitalista 57, y por ello M arx tom a a R icardo como fundam ento y a la vez como bianco: Ing laterra es, entonces, el unico pais donde la propiedad del suelo, transform ada por la agricultura capitalista, se ha adecuado a esta ultim a 58. E n efecto, desde el siglo xiv, las condi- ciones tradicionales de la produccion agricola han sido progre- sivam ente destruidas, especialm ente a traves de la violencia. Es el clearing o f estates, la gran limpieza. En ese sentido, indica M arx como una paradoja, no existe propiedad del suelo: «E1 ca­pital —el arrendatario— explota librem ente la tierra , pues lo unico que le preocupa es el rendim iento en dinero que de ella pueda sacar» 59. La adecuacion de la propiedad del suelo al modo de produccion capitalista puede ser definida, entonces, como la sum ision com pleta de esa propiedad a la regulacion de lp renta, es decir, a la ley de la plusganancia del capital. La logica de reproduccion del capital se identifica, pues, con la logica de la propiedad del suelo: el capital detenta de m anera perm anente el poder de propiedad y rige los cambios de uso del suelo; la propiedad del suelo se transform a en simple relacion de dis- tribucion.

Este analisis perm ite distinguir, por tanto, dps tipos de con- tradiccion en tre el capital y la propiedad del suelo, que encon- trarem os en el estudio de las rentas urbanas: una contradiccion externa al modo de produccion capitalista entre un poder de propiedad del suelo inadecuado y e l capital que lucha por el control del proceso de produccion; una contradiccion in terna al modo de produccion cap ita lista entre, de un lado, la propiedad del suelo despojada de todo poder real de determ inacion del uso

suelos y mero perceptor de rentas, es un resultado historico especifico del modo capitalista de produccion (Marx, 1981, vol. 8, p. 1120).

57 Marx precisa: «La forma de propiedad de la tierra que consideramos es una forma especificamente historica de la misma, la forma transmutada por influencia del capital y del modo capitalista de produccion» (Marx, 1981, vol. 8, p. 791).

58 Marx, 1974, vol. 1, p. 430.59 Marx, 1974, vol. 1, p. 430. El importante estudio de G. Postel-Vinay so­

bre la agricultura del Soissonnais muestra como, desde comienzos del siglo xvni, los grandes arrendatarios libraron una vigorosa lucha de clases que desemboco en la casi «abolicion» de la propiedad del suelo en lo que a ellos se referia: renovacion automatica de los arrendamientos y transmi- sion a los herederos, desaparicion total del campesino parcelario ligado a la propiedad e inclusive remodelacion de esta ultima, y disminucion a largo plazo del importe de la renta que pesaba sobre los grandes empre- sarios (Postel-Vinay, 1974).

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del suelo, pero que tiende a apropiarse m tegram ente de la plus- ganancia localizada, y, de otro, el capital que lucha por retener la mayor parte posible de esa plusganancia.

La propiedad del suelo como relation de ditirihutioMAsi, la logica del desarrollo del capitalism o reduce la propiedad del suelo a una m era relacion de distribucion, a un simple dere- cho de participacion en el plusvalor social.

Desde ese instante, dado que la propiedad del suelo ya no ocupa un lugar especifico en las relaciones de produccion, deja de ser el fundam ento de una clase social determ inada. En efecto, para que exista una clase de propietarios del suelo es preciso que una categoria de agentes, en v irtud de que detenta el monopolio de la utilizacion del suelo, cum pla una funcion de organiza- cion de la produccion y se apropie del plustrabajo de los pro- ductores directos bajo la fo rm a de « ren ta del suelo» precapi- talista,:

Cuando esos tjjrratenientes se transform an en simples rentis- tas, su existencia como clase no es mas que la supervivencia de relaciones de produccion anteriores. Una «ren ta l se com pra y cualquiera que disponga de un «capitals para invertir esta en condiciones de considerar la ren ta del suelo o la participacion en unos beneficios in d u s tr ia ls como usos sustituibles de su dinero.

Los estudios em piricos sobre la es tru c tu ra de los patrim onios desde el siglo xix dejan ver claram ente que la inversion inmobi- liaria se difunde en tre todas las capas de la burguesia francesa y que los indivjduos que vivian exclusivam ente de la ren ta del suelo (los «prop ietarios»)son frecuentem ente industriales o ne- gociantes re tiradoss0. La inversion inm obiliaria no tiene otra especificidad que las leyes que determ inan el im porte de la renta, heterogeneas con respecto a las que regulan la tasa de ganancia. Pero, para el ahorrador, lo unico que diferencia a sus inversiones es su rentabilidad, su seguridad, su liquidez. Las leyes de la distribucion del plusvalor le ocultan por com pleto la ley de su form acion, de modo que el alquiler del suelo llegara a ser el interes del «capital inm obiliario», asi como el alquiler del dinero es el fru to del capital «que trab a ja para usted».

E sta extincion de la antigua clase de los landlords, como efecto de la adecuacion de la propiedad del suelo al nuevo modo 40

40 Cf. los trabajos realizados sobre los patrimonios en las ciudades fran- cesas del siglo xix, en especial los trabajos de A. Daumard. Bibliografia y sintesis de los resultados en Topalov, 1973, pp. 19-88.

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de produccion, no se realiza en la situacion inglesa «clasica»de la epoca de la lucha de la burguesla industrial y ricardiana por la abolicion de las Corn Laws. La relacion de distribucion propie- dad del suelo coincide entonces con los restos de una relacion de produccion caduca61: los propietarios del suelo aparecen como una clase basada en una form a de ingreso, accidente de la h istoria rapidam ente superado por la fusion de esa capa social —la antigua aristocracia terraten ien te— con la clase capitalista.

La ren ta del suelo como relacion de distribucion podra, pues, acom panar a todas las form as de propiedad. Que el suelo sea utilizado productivam ente segun relaciones no capitalistas —la pequena produccion m ercantil— o capitalistas, o que sea soporte de un proceso de consumo, «producira» real o potencialm ente una ren ta del suelo. La ren ta deja de identificarse con su form a clasica, el alquiler del suelo, y podra aparecer bajo multiples fo rm as: precio del suelo, derechos de arrendam iento, alquiler del inmueble. A1 mismo tiem po, los perceptores de rentas dejan de ser definidos socialmente como tales y podran eventualm ente form ar parte de todas las clases sociales. En unos casos, la renta aparecera como un ingreso individual consumible, en otros como una ganancia directam ente derivada de una empresa, e incluso como un recurso del Estado. Resulta, entonces, que en ciertas condiciones la ren ta puede ser convertida en capital y reintro- ducida en la acumulacion, m ientras que los propietarios del suelo clasicos son criticados por unos — Ricardo o Marx— y alabados por otros —M althus— por ser fundam entalm ente consum idores im productivos.

La propiedad del suelo como relacion de consumoEl contenido economico de la propiedad del suelo puede ser tam- bien una simple relacion de consumo cuando el suelo no es el soporte de un proceso de produccion de ganancia, sino que es utilizado solam ente como valor de uso. E n ese caso, se tra ta prin- cipalm ente de la propiedad de ocupacion de la vivienda, e incluso de los derechos de uso de los arrendatarios cuando se hallan lo suficientem ente protegidos por la legislacion como para realizar una verdadera desarticulacion de la propiedad inmobiliaria.

61 Es lo que expresa P. P. Rey cuando muestra que, en la agricultura inglesa analizada por Marx, «la renta 'capitalista' de la tierra es una rela­cion de distribucion del modo de produccion capitalista, y esa relacion de distribucion es el efecto de una relacion de produccion de otro modo de produccion al cual esta articulado el capitalismo», a saber, el modo de pro­duccion feudal (Rey, 1973, p. 60. El subrayado es del autor).

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Puede tra ta rse tam bien de la propiedad de colectividades publi- cas en la m edida en que el suelo sirve de soporte a equipamien- tos que no circulan como mercanclas. En todos esos casos, no hay form ation de ganancia ni, por tanto, renta apropiable. Solo en el m omento en que el bien en tra en circulation su precio se establece en el mismo m ercado que los inmuebles salidos de la produccion o los terrenos edificables. La propiedad del suelo de un bien utilizable se convierte, entonces, en re lation de dis­tribution.

3.2. Autonom ia de la propiedad del suelo y fijacion de las ren tas

Las rentas del suelo m odernas solo aparecen, pues, en la ciudad capitalista cuando dom inan unas relaciones de produccion deter- minadas: aquellas en que la propiedad del suelo ya no posee la iniciativa de la construction que antes organizaba y financiaba, convirtiendose en un obstaculo externo a la libre inversion de capital de los constructores. E n esas relaciones de produccion, que solo llegan a ser dom inantes en las grandes ciudades euro­peas a finales del siglo xix, la _produccion inm obiliaria queda regulada por el movimiento del capital. Las rentas del suelo se vuelven, entonces, capitalistas y son determ inadas por las plus­ganancias localizadas.

De ningun modo tales relaciones de produccion im plican que en el «m ercado» del suelo urbano existan dos «clases»: los capi­talistas y los propietarios del suelo. De m anera aun mas definida que en el caso de la agricultura, esa situation se presen ta unica- inente en los comienzos del nuevo modo de produccion, y en lorm a excepcional. E n prim er lugar, porque la ciudad m oderna se desarrolla generalm ente sobre la base de modos de produc­tion precapitalistas y de fases diversas de la division capitalista del trabajo , eventualm ente integrados en las form as mas desarro- lladas del modo de produccion y reproducidos por ellas. Por I an to, los constructores capitalistas se encontraran enfrentados a la propiedad territo ria l del campesino, del artesano, del ten- tlero, del pequeno industrial m anufactu rero . Ademas, las trans- lormaciones internas de las formas de la produccion inm obiliaria < apitalista crearan en el siglo xx un nuevo tipo de propiedad del suelo m ultiplicando el num ero de propietarios que ocupan su vivienda en todas las clases y capas sociales. Finalmente, tal y como sucede en el campo, la transform ation de los suelos y de las edificaciones en «capital» —es decir, en propiedad de un

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derecho de participacion en el producto social por interm edio de la ren ta— hace de la propiedad del suelo una inversion que puede sustitu ir a cualquier o tra form a de capital ficticio 62. Por lo demas, esa es la razon por la cual los polos de acum ulacion capi- talista, y especialm ente el capital financiero, pueden convertirse eventualmente en propietarios del suelo en los puntos decisivos del cielo de valorizacion.

La autonom ia de la propiedad del suelo y del capital significa solam ente que en los procesos de valorizacion aludidos el agente- soporte del capital se encuentra, en un punto determ inado del cielo de reproduccion y de m anera recurrente, con el monopolio del suelo por parte de otro agente, es decir, con un obstaculo al libre acceso a las condiciones no reproducibles de la valorization] Asi, la em presa constructora o el prom otor inm obiliario deben elim inar el obstaculo territo ria l antes de cada proceso de pro­duction; basta con que esta autonom ia constituya la form a do- m inante de las relaciones de produccion para que aparezean las rentas capitalistas del suelo.

Desde ese momento, la propiedad del suelo tendera a apro- piarse del conjunto de las plusganancias localizadas, creadas en los distintos procesos de valorizacion del capital, m ientras que este em prendera la lucha por lim itar esa transferenciati|C uales seran los efectos de ese proceso en las relaciones de intercam bio de las mercancias y en la dinamica de la acum ulacion? Seran diferentes segun se tra te de ren tas diferenciales, ren tas de mo­nopolio o rentas absolutas. - .

Se puede adm itir facilmente que la propiedad del suelo no interviene, en general, en la fo rm ation de los precios de mono­polio; sim plem ente hara necesaria la transfo rm ation de las plus­ganancias de m onopolio en renta. Estas plusganancias tienen su origen en un conjunto de fen6m enps.de.no reproductibilidad de productos y de no sustituibilidad de lo ca liza tio n s, que de nin- guna m anera son el efecto de la apropiacion privada del suelo. Sea cual fuere el beneficiario, los precios de monopolio que de ahi se desprendan constituiran una participacion en el plusvalor social que durara m ientras existan las condiciones de produccion y de m ercado que los han generado.

62 Al mismo tiempo, la propiedad del suelo deja de ser la base de una fraccion autonoma de la burguesia, como lo establecen perfectamente D. Massey y A Catalano (Massey y Catalano, 1978, pp. 32-40).

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Propiedad del suelo y fijacion de las rentas absolutasPor el contrario, si las plusganancias sectoriales se fijan en form a de ren tas absolutas en lugar de en tra r en el proceso general de nivelacion, ello se debe exclusivamente a la propiedad del suelo. Esto sucede cuando las condiciones sine qua non de la valoriza- cion del capital son objeto de una apropiacion privada, y cuando esa propiedad autonom a opone resistencia real a la liberacion del suelo por el capital)

Sin ese obstaculo territo ria l, las plusganancias sectoriales sur- gidas del atraso de las fuerzas productivas en trarian normal- mente en la nivelacion de las ganancias . La ren ta absoluta, tan to en la agricultura como en la construccidn >_eleva.J?1 precio regu- lador del producto por encim a «del p recio de produccion, absorbe por lo menos una parte de la plusganancia interna, m otor de la acumulacion, y m antiene asi las condiciones de su propia perpe- tu ac io n 63. Asimismo, sin el obstaculo territo ria l, las plusganan­cias monopolistas que aparec’en como plusganancias sectoriales de las actividades financieras no deberian ser transform adas parcialm ente en ren tas del suelo y perm anecerian en la esfera m onopolista de nivelacion de la ganancia. En ese caso, sin em­bargo, la ren ta absoluta solo contribuye a form ar los precios en la m edida en que em presas con tasas de ganancia norm ales deben localizarse en zonas en que la dem anda de suelo por parte del capital financiero ha creado ya la renta.

E)e m anera general, las rentas absolutas tienen, pues, como efecto elevar los precios, deprim ir la tasa de ganancia sectorial efectivay lim itar la acumulacion. Sin embargo, tienen como limi- te superior la propia plusganancia sectorial; la propiedad del suelo no esta en condiciones de constituir un obstaculo a la regu- lacion de la produccion por el capital y, por tanto , de crear la escasez de oferta que es necesaria para la formacion de un precio de monopolio. Por el contrario, puede obstaculizar la

63 En la fase del capitalismo monopolista, la renta absoluta no es la unica extraccion de plusvalor —y sin duda alguna no es la mas importan- te— en los sectores «arcaicos» de la produccion. Los precios monopolistas de los bienes de produccion en la agricultura y la construccion, y las de- tracciones del capital financiero por el credito se han convertido en un rasgo estructural de la insercion de esos sectores en la economia nacional. Las consecuencias inflacionarias son por lo menos tan importantes como la de la renta absoluta, a la que algunos autores consideran como la verdadera «trampa de la liquidez, —liquidity trap— de la construccion (Lafond y Leborgne, 1977). «La trampa de la liquidez senala la tendencia a la liquidez de las economias domesticas cuando la tasa de interes llega a un nivel muy bajo».

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regulacion de los precios por el precio de produccion. E n ese sentido «crea» la ren ta absoluta, pues su resistencia real define el limite inferior de esta ultima.

Propiedad del suelo y fijacion de las rentas diferencialesLa propiedad del suelo fija en form a de rentas diferenciales las plusganancias que se originan en la diferenciacion espacial de los precios de produccion individuales y, por consiguiente, de las tasas de ganancia localizadas para un determ inado uso del suelo. Clasicamente se ha adm itidp que esas rentas no modifi- can el precio del producto sino que, por el contrario, son su re- su ltad o 64 y, por lo tanto, existen independientem ente del regi­men de propiedad del suelo65. E sas planteam ientos han sido puestos oportunam ente en tela de juicio por D. Massey y M. Ball: sus tesis perm iten establecer que las rentas diferenciales pro- ducen efectos reales en la acumulacion.

La ren ta diferencial, en efecto, solo puede ser considerada como efecto del precio de una m anera estatica. Desde el mo- mento en que impone la apropiacion de la plusganancia por la propiedad del suelo, quiebra el m otor mismo de la acumulacion y bloquea la posibilidad de una disminucion del valor del pro­ducto. Ademas, la fijacion de las plusganancias como rentas perpetua la desigualdad de las productividades individuales y, por tanto, el movimiento de su anulacion. De esta m anera, la ren ta determ ina que el precio sea regulado, no por las condi- ciones medias de produccion, sino por las condiciones margi-

w «Lo que hace, por tanto, que se eleve el valor comparative de los productos naturales es el excedente de trabajo destinado a los ultimos cultivos y no la renta que se paga al propietario. El valor del trigo se regula segun la cantidad de trabajo empleado para producirlo en los terre- nos de peor calidad, o segun aquella porcion de capital que no paga renta. El trigo no se encarece porque se pague una renta, sino que, por el con­trario, se paga una renta porque el trigo es caro; y se ha dicho con razon que el trigo no se abarataria aunque los propietarios renunciasen a sus rentas» (Ricardo, 1871, p. 51). «[La] renta diferencial... no entra de manera decisiva en el precio de produccion general de la mercancia, sino que lo presupone)) (Marx, 1981, vol. 8, p. 830).

65 «La renta diferencial aparece inevitablemente en el regimen de agri- cultura capitalista, incluso si la propiedad privada del suelo es abolida totalmente. Con la existencia de la propiedad del suelo, es pi poseedor de la tierra quien recibe esa renta, pues la competencia de capitales obliga al empresario agricola (el arrendatario) a contentarse con la ganancia media del capital. Si la propiedad privada del suelo es abolida, el Estado recibira esa renta. Es imposible suprimirla mientras exista el m°do de produccion capitalista)) (Lenin, 1908, p. 313).

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nales. La ren ta diferencial, como la ren ta absoluta, produce, pues, tin efecto sobre el precio y sobre la acum ulacion, lo que demues- tra que la propiedad privada dej suelo no es necesaria para el modo de produccion capitalista 66.

El argum ento me parece solido en un punto im portante: si la propiedad del suelo es capaz de apropiarse de toda la ren ta dife­rencial que le corresponde «por derecho», es verdad que lim ita la inversion y, planteemoslo como hipotesis, «desvia» de la acumulacion una parte del plusvalor social. Pero quedan otras dos hipotesis para la discusion.

En prim er lugar, la evolucion h istorica m uestra que en la agricultura capitalista «clasica» la propiedad del suelo no ha sido capaz por mucho tiem po de apropiarse de la totalidad de las plusganancias diferenciales, en o tras palabras, de actuar como una b arre ra efectiva a la inversion. La prolongacion de los arriendos a lo largo del siglo xix, e incluso su renovacion autom atica, devolvio a los arrendatarios capitalistas todo el bene- ficio de sus inversiones adicionales de capital, como lo prueba el movimiento divergente de las rentas y las ganancias67. Por otro lado, la fijacion de los precios a p a rtir del terreno marginal solo es efectiva a condicion de que los «terrenos malos» repre- senten una parte im portante de la produccion. Esto ocurre sola- mente cuando aun domina la agricultura campesina y /o cuando el capitalism o agrario no ha realizado su expansion mundial. Pero, como anota Engels al respecto, «todo es efimero®68, y cuando el trigo polaco y am ericano invade el m ercado ingles, son las condiciones mas favorables en term inos de productividad las que regulan el precio. La observacion historica tiene aqui un

66 Resumo aqui lo que me parece esencial de los argumentos desarro- llados independientemente por los autores aludidos (Ball, 1977; Massey y Catalano, 1978, pp. 41-53).

Marx observa con respecto a la renta diferencial producida por las inversiones adicionales («renta diferencial n»): «En el caso del segundo tnetodo se presentan dificultades para la transformacion de la plusganancia on renta)) (Marx, 1981, vol. 8, p. 866). En cuanto a la prolongacion de los arriendos, se observa a lo largo de la historia de ese tipo de agricultura. Asi, en el Soissonnais, el arriendo de nueve afios es la regia en el siglo xvm, y cl dc dieciocho 3.nos cs frccu.cn.tc fmcis 1850-60 (PostclrVinsy, 1974, pp. 139-143). De aqui se desprende la incapacidad de la renta de seguir el movimiento de las ganancias de los grandes arrendatarios agricolas. Por ese motivo, es historicamente inconsistente la hipotesis analitica en que se basa el razonamiento de M. Ball (la renta puede ajustarse en todo momento al nivel de las ganancias: Ball, 1977, p. 381).

68 Engels, complemento a las notas de Marx sobre la renta diferencial, en Marx, 1981, vol. 8, p. 924.

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significado teorico preciso: la propiedad del suelo, al haber per- dido todo poder de organizar la produccion, no puede obstacu- lizar en form a duradera el movimiento de la acumulacion y la revolucion de los valores.

Queda el argumento de que en todo momento existe una diferenciacion de las productividades localizadas del capital. ^Es preciso atribu ir su origen a la relacion de renta, a la propiedad del suelo69? He intentado dem ostrar antes, a proposito de las rentas urbanas, que lo que fundam enta la existencia de las plu§- ganancias de localizacion es precisam ente la imposibilidad de cada capital, tornado aisladam ente, de reproducir sus condicio- nes de reproduccion. Y esto no es resultado ni de las propiedades naturales de la « tierra» , ni de su apropiacion privada; es el producto de la propiedad privada de los medios de produccion, de la incapacidad estructural del capital de controlar socialmente la produccion del conjunto de condiciones de la reproduccibn. Asi pues, es la existencia m ism a de polos privados de acum ula­cion la que im pide la form acion de un valor social m edio del producto (la socialization de las plusganancias diferenciales), asi como el control de la form acion de este valor (la reduction de las plusganancias diferenciales).

3.3. La resistencia real, de las propiedades del suelo

El suelo no tiene valor, sino unicam ente un precio determ inado por la renta, transferencia de la plusganancia localizada del ca­pital a la propiedad del suelo. ^Como puede, entonces, la propie­dad del suelo, que no tiene otro contenido economico distinto a la renta, determ inar la renta? ^Por que la fraction de las plus­ganancias sectoriales fijadas en form a de rentas absolutas no tiende a ser n u la?70.

La propiedad autonom a del suelo ofrece una resistencia real al capital poxque la relacion ju rid ica que la define form alm ente engloba relaciones sociales y economicas concretas que consti- tuyen el contenido real de la propiedad del suelo. Hay que dejar

49 «[La relacion de renta] impide la igualacion de los precios individua- les de produccion en la agricultura. Esa relacion crea las condiciones que permiten la apropiacion de la renta: las plusganancias en los terrenos no marginales» (Ball, 1977, p. 392).

70 Esta es la pregunta fundamental planteada a la teoria de la renta absoluta de Marx en particular por A. Emmanuel (Emmanuel, 1969, pp. 233- 240) y P. P. Rey (Rey, 1973, pp. 37-68).

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cle hablar, entonces, de «la» propiedad del suelo e identificar sus dlversos contenidos, historicam ente v ariab les71. El conocimiento empiricQ de las propiedades del suelo urbano tiene actualm ente demasiadas lagunas como para llegar al fondo de la elaboracion teorica. Se puede, sin em bargo, avanzar algunas hipotesis sobre una tipologia de las barreras territo riales, es decir, de los fac- tores de ren ta absoluta,

La competencia enfre usos capitalistas del suelo y la resistencia de la propiedad del suelo capitalistaLa propiedad del suelo es capitalista cuando el suelo es soporte de un proceso de valorizacion bajo unas relaciones de produccion capitalistas, sea o no el propietario del suelo un agente distinto del empresario. El contenido economico de la propiedad del suelo consiste, pues, en el nivel efectivo de la renta total, te- niendo en cuenta el tipo de uso capitalista del suelo: agricultura, industria, comercio, actividades financieras, viviendas, etc.

Asi, el nivel actual de la ren ta constitu ira el unico obstaculo al cambio de uso del suelo: el lim ite inferior de la ren ta para un nuevo uso capitalista esta constituido por la ren ta to tal para cl uso capitalista actual. Se produce, entonces, una jerarquiza- cion de los usos del suelo en funcion de la plusganancia sectorial que implican esos usos y, en consecuencia, de la ren ta absoluta que pueden soportar; de ahi el proceso de segregacion espacial de los usos del suelo m ediante la eliminacion de los usos «infe- riores. por los usos «superiores». La propiedad del suelo «crea» la ren ta absoluta p ara cada uno de esos usos capitalfstas irnpq- niendoles la b a rre ra del nivel de ren ta total del uso efectivo del suelo en la zona en que se pretende im plantar 71 72.

E n o tras palabras, 1 a competencia m ism a entre los usos capitalistas del suelo — regulada por sus plusganancias sectoria- les respectiydS y su dependencia con respecto a unas condiciones de valorizacion que no pueden ser reproducidas— la aue, da .su contenido a la resistencia qu^-oPone propiedad capitalistadel suelo. Tal hecho expresa la in terioridad de esa propiedad con respecto al modo de produccion capitalista.

La propiedad capitalista del suelo produce, sin em bargo, un efecto autonom o por el mecanismo de la «especulacion», _Sxr

71 Tarea emprendida en particular por M. Edel en una de las investiga- ciones en mi opinion mas rigurosas sobre el concepto de renta absoluta (Edel, 1976, pp. 16-17).

72 Cf. Broadbent, 1975.

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resistencia al cambio de uso se basa en el nivel actual de la renta, determ inado por el uso capitalista efectivo del suelo, pero puede ir mas alia, anticipandose al uso fu turo del suelo en la zona. Puede, en consecuencia, im poner un llm ite inferior a la ren ta absoluta sobre el nuevo uso, mas cercano a la plus- ganancia sectorial de este ultim o que a la ren ta total sobre el uso actual, En ese nivel de analisis intervienen las relaciones cuantitativas entre la o ferta y la dem anda efectivas del suelo.

El obstaculo de la propiedad del suelo no capitalista La propiedad del suelo poseida y explotada en form a capitalistaes, por naturaleza, propiedad de una mercancia: el suelo sera vendido en funcion del cambio de nivel de la plusganancia locali- zada, y el m ercado del suelo re f le ja ra —con desfases provenientes de su autonom ia relativa— el movimiento de competencia de los capitales. Pero el capital tam bien encuentra en la ciudad propie- dades del suelo inadecuadas, que le opondran una resistencia de naturaleza com pletam ente diferente. En efecto, para los propie- tarios no capitalistas del suelo, este no es de entrada una m ercan­cia, de m anera que la «oferta» respondera mal, o no respondera, a los cambios de nivel de las plusganancias localizadas poten- ciales.

>sEsas form as de propiedad, cuya logica de gestion aun ha sido poco estudiada, son muy diversas: diferentes segun los paises, evolucionan a lo largo del proceso de urbanizacion.

El gran domicio agricola de la periferia urbana, explotado bajo relaciones de produccion feudales o latifundistas, ha podido suponer en ciertos casos un obstaculo im portante a la expansion urbana. Los propietarios feudales oponen resistencia a la trans- formacion capitalista del uso del suelo —ya se tra te del paso a la agricu ltura capitalista o a la urbanizacion— pues la propie­dad del suelo es para ellos el fundam ento de su situacion de clase. Ademas, el dominio senorial proporciona un nivel de renta (feudal) elevado, que podra ser la base de la fijacion del im porte de la ren ta absoluta capitalista cuando el predom inio del nuevo modo de produccion sea un hecho. Las vias por las que ocurre este cambio son m ultiples. Una de ellas es el desm em bram iento puro y simple de la propiedad senorial: con la abolicion de las m anos m uertas y la venta de los bienes inmuebles eclesiasticos, realizadas a lo largo del siglo xix en fechas d istin tas segun los paises, se suprim io un obstaculo im portante a la urbanizacion. Otras vias, por el contrario , asocian al propietario del suelo,

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convertido en sim ple ren tista de un suelo urbanizable desde ese momento, a los beneficios provenientes del cambio de uso. Es el caso de la construccion de las grandes propiedades aristocraticas en Londres hasta 1890, aproxim adam ente73, asi como de las grandes operaciones concentradas en la periferia de M adrid en los anos se ten ta74. De modo com parable, la gran propiedad de la periferia de Rom a dejo, desde 1950, sus tierras sin explotar a la espera puram ente especulativa de la urbanizacion 75.

Una variante de esa gran propiedad precapitalista esta cons- tituida por las propiedades territo ria les de las companias mer- cantiles: por ejem plo, en las ciudades de Nueva Ing laterra en el siglo x v il i76, las grandes companias de comercio internacional reciben del Estado, al mismo tiem po que el monopolio, impor- tantes cantidades de tierras en concesion. Ese control sobre la tierra urbanizable perm itira al capital m ercantil resistir tenaz- m ente a la expansion urbana del capital industrial y se conver- tira en ese caso en base para la fijacion de la ren ta absoluta u r­b an a77 78. Un fenomeno parecido se produjo en las ciudades suecas del siglo xix h asta los anos treinta: los terrenos comunales, adm inistrados por municipios controlados por la burguesia m er­cantil y artesanal, fueron m antenidos en su uso agricola, blo- queando de ese m odo el desarrollo del habitat de los asalariados que requeria la burguesia in d u stria l7S.

73 Se encontrara un analisis de ese tipo de operaciones, por ejemplo, en la segunda mitad del siglo xvm en Summerson, 1945, pp. 38-51; en el si­glo xix, en Dyos, 1961, pp. 85-113.

74 Cf. Leira, Gago y Solana, 1976; L6pez de Lucio, 1976. Vease tambien «Los poderosos se reparten Madrid,, Doblon, num. 91, 10-16 de julio de 1976, pp. 16-27.

75 Hasta tal punto que, cuanto mas cerca esta la periferia urbana, mas aumenta la proporcion de terrenos no explotados y disminuyen los precios agricolas de los terrenos (cf. Sermonti, 1968).

76 Hecho destacado por M. Edel (Edetff976, p. 16).77 Hay que observar que esos monopolios del suelo tambien pueden cons-

tituirse en beneficio de los grupos capitalistas mas poderosos, los cuales estan entonces en condiciones de obtener a gran escala importantes bene­ficios especulativos. La propiedad capitalista crea entonces la renta. Esto sucede particularmente cuando las companias de ferrocarriles abren regio- nes enteras al mercado nacional y mundial, y crean las posibilidades de una urbanizacion controlando la propiedad del suelo alrededor de las estaciones. Lenin observaba ese fenomeno en Alemania a comienzos del siglo («el monopolio de los bancos se funde aqui con el de la renta del suelo y el de las vias de comunicaci6n...», Lenin, 1917, p. 255); poco tiempo antes, el mismo proceso habia «cerrado la frontera» en Estados Unidos.

78 Fenomeno destacado, por ejemplo en Malmo, por los trabajos de O f Erlandsson (Universidad de Lund).

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La propiedad territo ria l de los productores independientes constituye un obstaculo de mayor im portancia hoy en d ia 79 80, al m enos en los paises en que esas capas sociales aun son signifi- cativas. Para el campesino, el artesano, el pequeno com erciante, el bien inm ueble es un medio de trabajo: poseer la tierra , el taller o la tienda puede ser la condicion de su reproduccion social como trabajador independiente, el soporte m aterial nece_ sario para oponer resistencia a su transform acion en asalariado. Muy a menudo la em presa solo puede ser m antenida — reproduc­cion de la fuerza de trabajo y reconstitucion de los medios de trab a jo — en virtud del uso gratuito del suelo y de las construc- ciones: ademas, las ventajas de localizacion de que disponen pueden ser eventualm ente una condicion de su actividad, por ejem plo, la proximidad del m ercado para la agricu ltura perife- rica, o el acceso a una clientela conocida para el artesano y el tendero. Vender y trasladarse es, al mismo tiem po, ten er que pagar desde ese m om ento como mercancia aquello de que dis- ponia gratu itam ente —el uso del sue lo - y renunciar a una locali­zacion que perm itia trab a jar con una inversion m onetaria mi­nim a ®°.

Esas form as de propiedad territo ria l urbana o sem iurbana no son capitalistas porque precisam ente los medios de traba jo de esos productores m ercantiles no son capital. Ahora bien, la con- quista del espacio por los usos capitalistas del suelo y la revolu­tio n del nivel de la ren ta del suelo resultante separan a esas capas sociales de las condiciones de su reproduccion. Su resis­tencia debera ser en ocasiones vencida por la coercion estatal, especialm ente por medio de la expropiacion. Ademas, como las

79 Especialmente porque en numerosos paises industriales la via mas comun de insercion de la agricultura en el capitalismo no ha sido —como lo preveian los clasicos del marxismo— la concentracion agraria y la gran explotacion capitalista, sino el desarrollo del campesinado (cf. por ejemplo, Coulomb, 1973).

80 Por el contrario, la generalizacion de las relaciones capitalistas en la agricultura de la periferia urbana (cultivos especiales o grandes cultivos) hace mas facil abandonar al capital inmobiliario o industrial el poder de propiedad; el agricultor capitalista hara pagar caro el abandono de una localizacion que le proporcionaba una tasa de ganancia determinada, pero utilizara el producto de la venta o la indemnizacion por desahucio para efectuar una inversion en otro lugar. La observacion de la secuencia segun la cual fueron parcelados los terrenos de la periferia de Paris desde finales del siglo xix y en el periodo de entreguerras muestra muy bien que el grado de resistencia de la propiedad territorial depende de la naturaleza social de la propiedad: primero, los parques y bosques de la alta burguesia y la aristocracia, despues, los terrenos de grandes cultivos y, por ultimo, los terrenos de los hortelanos (Bastie, 1964, pp. 202-12 y 241-46).

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condiciones economicas generales producen el declive de m uchas de esas categorias sociales, la ren ta de su parcela al precio mas alto raras veces se vera seguida por una reinstalacion; mas bien sc producira el abandono de la em p resa81.

Los propietarios que ocupan su vivienda constituyen otro tipo de propiedad del suelo no capitalista. Al contrario de los tipos anteriores, el desarrollo del capitalism o estim ula este tipo de propiedad, en lugar de reducirlo: con la crisis del capital in- rnobiliario ren tista y la expansion del credito inm obiliario, la propiedad de ocupacion se halla en constante crecim iento desde los anos veinte en los paises industrializados. E sta propiedad territorial, aunque ha sido creada por el capitalism o, le resu lta inadecuada cuando se tra ta de cam biar el uso del suelo. En ese easo, la venta de la vivienda se situa en el ciclo del valor de uso (mercancia-dinero-mercancia) y no en el del valor de cambio y la ganancia. Dicha venta solo se produce espontaneam ente cuan­do la reconstitucion del valor de uso, especialm ente en term inos de ventajas de localizacion, esta asegurada, lo cual evidentem ente no siem pre ocurre.

Este tipo de obstdculo territo ria l aparece, como en el caso de los productores directos, en form a de fragm entacion de la pro­piedad del suelo. Sin embargo, no es la parcelacion como tal la que dificulta la liberacion del suelo, sino la logica no capitalista de gestion de la propiedad. E sta racionalidad del valor de uso y de la reproduction social es un enigma para los prom otores inmobiliarios, los tecnocratas y no pocos economistas 82. iComo

81 Una encuesta realizada por B. Lamy entre vendedores de terrenos en la periferia de Rouen establecio, a proposito de los agricultores que explo- taban directamente sus tierras, resultados muy significativos a ese res­pect©: «(La venta) era mas frecuente en sectores de actividad que sufrian i in retroceso relativo y, dentro del sector agricola, mas frecuente en las .-ireas de parcelas de dimensiones reducidas. Los efectos de esta insercion i n estructuras caducas de la produccion son especialmente notorios en el momento en que el ciclo de la vida esta proximo a cerrarse..,» (Lamy, 1774, pp. 130). El producto de la venta a veces es utilizado de nuevo en compras de tierra que permiten reestructurar la explotacion, o en la amortization de deudas, o en capital de inversion. Pero a menudo es des- linado al consumo, en particular por los agricultores de mas edad (Lamy, 1974, pp. 77-110).

82 El comportamiento del propietario del suelo equivale a la intrusion dc lo «no economico» en el modelo. Solo puede ser tenido en cuenta como fmomeno no sujeto a leyes. Por ejemplo: «Se han realizado numerosos intentos de explication de los precios del suelo, que muestran que, cuando ima parcela se vende, su precio se halla determinado por la confrontacion ilc las preferencias del comprador y del vende dor (...) Por el contrario, <7 hecho de que una parcela se venda en el curso de un periodo dado,

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se explica que esos individuos no se decidan a vender cuando se les ofrece un precio superior al ingreso capitalizado im putable a su propiedad? Se habla entonces profusam ente de la «irracio- nalidad de los propietarios» , atribuyendo a ((factores psicolo- gicos» o «afectivos» ese apego poco razonable a los bienes in- muebles 83. Este etnocentrism o de clase expresa, sin em bargo, un hecho: el desarrollo urbano capitalista tropieza en ciertas cir- cunstancias con la b arrera de una propiedad territo ria l que no se adecua al modo de produccion dom inante, pues funciona unica- m ente como condicion de reproduccion de relaciones de produc­cion precapitalistas o de relaciones de consumo. La urbanizacion capitalista, considerada tan to desde el punto de vista del capital industrial como de los constructores, im plicara, pues, una lucha social pertinaz por lograr la adecuacion de la propiedad urbana al modo de produccion dom inante a m edida que aparecen nuevas zonas generadoras de plusganancia. Dicho proceso conducira, segun la relacion de fuerzas, a una intervencion del aparato estatal destinada a liberar los suelos de las relaciones de pro­piedad territo ria l precapitalista 84.

Finalm ente, hay que m encionar el hecho de que, en ciertos casos, la propiedad territo ria l publica puede convertirse en una barrera especifica al libre movimiento del capital. Ya se tra te de la herencia de form as feudales de propiedad (bienes de la Corona, de las ordenes religiosas y de los hospicios, terrenos comunales, etc), de zonas de influencia de grandes equipamien-

parece altamente aleatorio y, en todo caso, poco influido por los fenome- nos de mercado. Quiza esto es mas cierto en Francia que en los 'pafses nuevos', pues all! las rigideces introducidas por el significado social de la propiedad son numerosas)) (Centre d'Etudes et de Recherches sur l'Ame- nagement Urbain ( c e r a u ) , Rapport methodologique sur Velaboration d'un modele de localisation des logements neufs dans une agglomeration, Paris, c e r a u , v o l . 1 , noviembre de 1967 , p. 6 ) .

83 Los psicosociologos han medido por supuesto el fenomeno, Cf. el es- tudio de referenda: Societe d'Animation, Etude et Recherche Sociologique ( s a r e s ) , Les motivations et attitudes des proprietaires de terrains situes dans une agglomeration urbairre, Paris, s a r e s , octubre de 1969, 2 vols., 112 y 26 pp. a multicopista.

84 tNo podria plantearse la hipotesis de que, gracias a la inmensa ola de expropiaciones de 1852-1867, nace en Paris un mercado del suelo hasta ese momento inexistente? Asi, Halbwachs muestra como la intervencion de las expropiaciones desencadena un proceso de demoliciones privadas y de ventas «espontaneas» de parcelas. Proceso que se extiende en el espacio a las zonas vecinas y prosigue en el tiempo una vez terminadas las expropiaciones (Halbwachs, 1909, pp. 190-96). La expropiacion que «durante todo un periodo ha sido la forma casi exclusiva (del mercado)» (ibid., p. 371) da entonces paso al mercado.

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tos publicos obsoletos (fortalezas, depositos, vias ferreas aban- donadas, etc.) o de reservas territo ria les establecidas mas recien- tem ente, la propiedad territo ria l publica constituye a menudo una parte im portante de los terrenos urbanos efectiva o poten- cialmente vacantes. Nada asegura que ese patrim onio sea admi- nistrado en cualquier caso en funcion del movimiento de las plusganancias localizadas, es decir, de m anera que produzca la m axim a ren ta del suelo; ademas, el problem a de la distribucion de las plusganancias potenciales es tam bien objeto de dispu- tas. La asignacion de usos de los terrenos y el precio de una cesion eventual al sector privado dependeran de la correlacion politica de fuerzas y de las relaciones de dominacion de clase que las determinan.

La propiedad territo ria l publica puede ser adm inistrada con vistas a una ayuda directa a la acumulacion del capital inmobi- liario: en ese caso, los terrenos publicos son vendidos al «precio de coste» —© incluso por debajo de el— a constructores privados que obtienen la m axim a plusganancia localizada y conservan, por tanto, la mayor parte de ella. Es esta una tradicion muy francesa, varias veces observable en los periodos de reestructuracion del centro de Paris: desde las expropiaciones de H aussm ann en bene- ficio de las grandes sociedades inm obiliarias concesionariax hasta las operaciones m ixtas de renovacion m asiva de los anos fesen ta y setenta, los grandes periodos de expansion inm obiliaria y de penetracion del capital financiero en el sector han sido acompa- nados de ese tipo de gestion de la propiedad p ub lica85.

Sin em bargo, no es la unica gestion posible. Una gestion «social»del patrim onio publico puede prevalecer, al menos par- cialm ente, cuando la correlacion de fuerzas entre las clases lleva a las colectividades locales a sustraer terrenos de un uso privado m as rentable, p ara destinarlos a operaciones publicas de vi- vienda popular o a equipam ientos sociales. Hay, entonces, una

85 Evidentemente, Paris no tiene el monopolio de ese tipo de operacio­nes, caracteristicas tanto de la gran urbanizacion en Milan en los anos 1860-1890 (Pizzetti, 1980, pp. 5-8) como de la renovacion del centro de Estocolmo despues de la segunda guerra mundial (en este ultimo caso, el sistema de alquiler enfiteutico no impidio que las empresas del grupo Hotorget se beneficiaran integramente de las plusganancias de localizacion). Hay que subrayar, claro esta, que la reventa de las licencias de construc- cion que hace el Estado al sector privado «a precio de coste)),es en general, en el centro de la ciudad, un bonito regalo. En efecto, se observa frecuen- temente que (precio del suelo determinado por el uso anterior-i-costo publico de las obras de urbanismo) < (plusganancia localizada resultante del nuevo uso).

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inutilizacion de terrenos desde el punto de vista de la produccion de plusganancia, incluso si las acciones publicas «valorizan» *os terrenos privados vecinos, e independientem ente de cuales sea11 en general los efectos beneficos de esta politica sobre la repro ' duccion del orden social. La propiedad publica se convierte, entonces, en obstaculo para la inversion.

Puede observarse un ultim o tipo de gestion, aun cuando eens- tituya una paradoja: es la «especulacion publica». A la inversf del modelo social de gestion de los suelos, los terrenos son ce< ‘ dos al sector privado para una m axim a rentabilizacion. E* Es" tado, entonces, se somete a la ley de la renta. Pero, al contrari0 del modelo de ayuda a la acum ulacion, esta cesion se realiza a un alto precio, beneficiandose el Estado de la renta , en vez de perm itir su apropiacion privada. E sta politica es corriente cuan_ do los aparatos de E stado funcionan masivamente bajo la norm a de la corrupcion, prevaleciendo su papel represivo sobre su papel directam ente economico: esto sucedio en Lisboa o en ^ a” drid en la epoca de las dictaduras. La tendencia a la gestion especulativa del patrim onio territo ria l publico puede desarro- llarse tam bien de una form a muy diferente como respuesta a una crisis financiera de las colectividades locales86.

De esta forma, la resistencia que opone la propiedad territo rial a la libre disposicion del suelo por el capital varia h istoricam ente en cuanto a su naturaleza social, su logica de action y su inten- sidad. La teo ria de la ren ta del suelo se articula aqui con el estudio de la estructura de clases de las sociedades urbanas J de su entorno rural. E sa teoria pasa tam bien por la de las acciones estatales que modifican los term inos de la contradiction territorial. El analisis abstracto de la ren ta se detiene, entonces> en el punto en que debe comenzar la exploracion historica. Esta puede eventualm ente estim ularlo por medio de los interrogantes que plantea.

86 W. Firey, en su estudio clasico sobre Boston, observa en la primera mitad del siglo xix esa politica municipal de venta de terrenos publico5 f un alto precip con el fin de reducir la deuda municipal; asi se urbapiZO) de 1823 a 1850 aproximadamente, el South End en terrenos publicos (rirey,1947, pp. 60-64).

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2. SOBRE IA TEORIA DE IA RENTA ABSOLEITA EN MARX

Kicardo elabora la teo rla del fenomeno de la ren ta diferencial, 1H'ro no «ve» el hecho polemico mas im portante: el terreno mar- ''(1)llalt tam bien esta sujeto a una renta. Marx parte de ello para t ons ru ir ej concepto ren ta abso lu tay , al mismo tiempo, pone r ” __ de juicio la teorla ricardiana de los precios, creando as!‘ cullCepto de.precio de production .y de.tasn m edia de eanancia. Esta es, reducida a lo esencial, la m storia de un «descubrimien-

que me parece fundam ental en la elaboration de El capital. u concepto de ren ta absoluta es el meollo de la teorla de la1 !’]1ta agricola en Marx, un punto de ru p tu ra fundam ental con la ot onomia polltica «precrltica», un elem ento esencial en la cons­titution de la teorla de Marx: tra ta re de dem ostrarlo mas ade- lante.

^ sin embargo hay pocos aspectos del pensam iento de Marx<|iK; h ayan sido .obieto de .un debate m as \dvo y m as confuso uu'luso entre quienes traba jan con la ayuda de los conceptos y elmelodo marxistas. ^Tendra esto que ver con la debilidad del concept0 ren ta absoluta, abandonado por el mismo M arx en ios ocS^f0rtuna(j0S borradores publicados despues de su m uerte,

mas bien con una lectura de esa teorla en el solo am bito ' u;mtitatjvo de los valores, que se olvida de lo esencial, es decir, ■ it las relac{ones sociales que estan en la base de las categorlasrt onom icas!

La respuesta a esa pregunta no es evidente: si lo fuera, el. dr'.-ite se habrla resuelto estableciendo un mlnimo de consenso. ‘ii-1 embargo, la discusion ganarla en claridad si, paralelam ente ;> los trabajos em piricos indispensables acerca de la form acion

los precios de oferta del suelo en diferentes estruc tu ras con- • i -las de la propiedad territo ria l, se observara con mayor aten-

M m lo que M arx dijo al respecto y, sobre todo, los principios in--iodol6gicos con los cuales comenzo a elaborar una teoria efec- o . i ien te inacabada.

Una vez mas, la repeticion dogm atica de M arx vuelve ineficaz

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la teoria: ese fenomeno general queda bien ilustrado por las desventuras de la ren ta absoluta. Asi, muchos investigadores han intentado «extrapolar»el analisis m arxista de la ren ta agricola al contexto urbano, en el que encuentran fenomenos de mono- polio. Un analisis insuficiente del concepto de ren ta absoluta, acompanado eventualmente por el afan de utilizarlo a cualquier precio, desem boca en un deslizamiento implicito: la ren ta abso­luta ya no depende, como condicion necesaria, de la tasa de ganancia sectorial, es una ren ta de monopolio l.

Se plantea entonces la pregunta: ^por que ha de estar la renta «absolu ta» lim itada al excedente del valor sobre el precio de produccion, en lugar de elevarlo por encim a del valor? qPor que no ha de aparecer m as que en los sectores con una tasa in terna de ganancia superior a la media, en lugar de existir en todos los sectores?

Segun un cierto num ero de autores, la respuesta no ofrece dudas: si existe una renta «absoluta»,no es en el sentido en que Marx la define. Es una ren ta determ inada por una falta de ade- cuacion estructural en tre la o ferta y la dem anda de tierra , y, en consecuencia, en ultim a instancia, por el precio de demanda.

£Por que ese desequilibrio en el mercado, generador de renta? Pueden distinguirse dos tipos de explicacion.

Para algunos, la insuficiencia de la oferta proviene del coni- portam iento de retencion de las tierras por parte de los propieta- rios, cuya eficacia proviene de una estructuracion de la o fe rta que no corresponde a las condiciones de la com petencia perfecta. No atom icidad de la oferta, no transparencia del mercado, no sustituibilidad de los bienes ofrecidos: la ren ta del suelo «en el peor terreno» es una ren ta m onopolista2.

1 En el caso particular de F. Alquier: «La renta absoluta del suelo que el propietario exige al empresario capitalista como pago en el sector agrl- cola, no desaparece en el sector urbano, representa el tributo pagado P°r el inquilino por el derecho a la vivienda» (Alquier, 1971, p. 85). ^

2 Es el argumento de A. Emmanuel, quien rehabilita la noci°n de renta absoluta a condicion de cambiar su contenido: no es objeto de ninguna determinacion por el valor y solo es resultado de las imperfecci°nes del mercado, especialmente de las exigencias de los propietarios «que no tie- nen nada que ver con las leyes economicas objetivas», sino qde dependen de «estimaciones subjetivas», de su «obstinacion»y de su «amor propio». Despues de todo, el propietario «es un hombre, y no la maquina electponica infalible que los marginalistas han puesto en el lugar de cada agente ec°_ nomico» (Emmanuel, 1969, pp. 238-39). Otros autores atribuyen la «renta absoluta» a la existencia de un oligopolio de los propietarios del suelo. Asi, G. Campos Venuti diagnostica «la creacion de un frente unido de toda la propiedad urbana que, aunque no haya acuerdos de cartel, determina

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Sobre la teoria de la renta absoluta en Marx 57

Para otros, la insuficiencia de la o ferta proviene de la escasez fisica del suelo. Proviene de factores naturales c o m o la canti- dad disponible de suelos cultivables — , economicos —como la cantidad de suelos dotados de in fraestructuras urbanas— , regla- m entarios — licencias de construccion— , poco im porta: en todos esos casos, la ren ta del suelo es una ren ta de escasez3.

Se tra ta de dos variantes descriptivas del concepto de ren ta de monopolio. Tomando como base la ren ta de monopolio del terreno marginal se establece la jerarqu ia de las tierras: a par- tir de su m ayor o m enor fertilidad y distancia de los mercados para los terrenos agricolas y de su m ayor o m enor «deseabili- dad» para los terrenos urbanos. En este Ultimo caso, se aprecia que los autores, que han reducido la ren ta absoluta a una renta de monopolio, no se detienen: la ren ta diferencial se disuelve a su vez en « ren ta de situacion», es decir, tam bien en ren ta de monopolio. Asi, el analisis de la ren ta u rbana se reduce paulati- namente a una determ inacion por la demanda.

Hay que examinar entonces de cerca si el concepto de ren ta absoluta designa o no algo diferente a la escasez o a la retencion de las tierras y, por tanto , responder a la pregunta sobre la natu- raleza de las relaciones sociales que fundam entan ese tipo de renta.

Exam inare esos problem as de la ren ta absoluta (seccion n ) despues de haber recordado el enunciado clasico de la teoria y definido su lugar en la elaboracion del pensamiento de Marx (seccion i).

una evolucion de los precios que, aunque irregular, ha sido al alza, y una oferta limitada en el mercado» (Campos Venuti, 1967, p. 37). En una direc- cion similar, D. Harvey ha sostenido la tesis de una «renta de monopolio de clase» que se fundamenta en el «poder de clase» de las diferentes categorias de propietarios urbanos susceptibles de imponer precios arbi- trarios (Harvey, 1974, pp. 241-42; cf. tambien Harvey, 1974, pp. 179-83).

3 Por ejemplo, K. Vergopoulos basa en la categoria de escasez no s61o la renta sino tambien el «elemento de perversion)) que la tierra introduce en el capitalismo: «La unica condicion para la existencia de una plusganancia, convertible en renta, no es la propiedad del suelo sino la escasez relativa de los productos agricolas, derivada de la escasez relativa del factor tierra* (Vergopoulos, 1974, p. 97, el subrayado es del autor).

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I. LA TEORIA DE LA RENTA ABSOLUTA AGRICOLA EN MARX

7. La tesis de la renta absoluta

El arrendatario agricola capitalista paga una ren ta al propietario del suelo incluso por el terreno menos fertil y peor localizado. E sa renta se sum a al costo de produccion y a la ganancia para determ inar un precio de oferta del trigo producido en el terreno marginal: este, en ciertas condiciones, va a determ inar el precio general de mercado. Hay entonces una ren ta que, contrariam ente a las rentas diferenciales de los terrenos m ejores, no esta deter- m inada por el precio del trigo sino que, por el contrario, lo determ ina.

He ahi el hecho polemico que pone en tela de juicio la con" cepcion ricardiana de la ren ta y que M arx va a tra ta r de explicar teoricam ente con el concepto de ren ta absoluta.

E sta ren ta absoluta esta constituida por el excedente del valor de la mercancia sobre su precio de produccion, cuando la existencia de un monopolio en una de las condiciones generales de la produccion en el sector obstaculiza el proceso general Por el cual el precio regulador es desplazado del valor al precio de produccion.

De esta form a, senala Marx, tienen que darse dos condiciones para que exista la ren ta absoluta:

...una produccion capitalista desarrollada, de una parte, y, de otra, la existencia, no solo legal sino efectiva, de la propiedad territ°r ial, que oponga una resistencia de hecho y defienda su campo de accion contra el capital, no abriendo paso a este mas que en ciertas y deter- minadas condiciones 4.

1.1. P rim era condicion de la ren ta absoluta: predom inio del modo de produccion capitalista y su desarrollo desigual

La ren ta del suelo es el precio de bienes sin valor: los recursos naturales, que no son producto del trabajo. tCom o es posible entonces que el capitalismo, form a desarrollada de la sociedad de mercado, imponga a toda la produccion la regulacion por la ley del valor?

Marx precisa as! el problema:

4 Marx, 1974, vol. 1, p. 469.

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><>bre la teorla de la renta absoluta en Marx 59

Pero entonces habrla que resolver el problema de como pueden tener mh precio cosas que no tienen ningun valor y como es compatible

.u> con la teoria general del valor. El problema de saber con que ■Hiras abona una persona «una compensacion» por el derecho de ex- !>-icr madera de la tierra en que existe un bosque no guarda absolu- i.*mente la menor relation con el verdadero problema de que se " i la. El problema esta en saber de que fondo la paga5.

Marx responde: del precio de la m ercancia, que en ese caso se I'tlia regulado por el valor de esta y no por su precio de pro- < I notion.

En otros term inos, el precio del producto no es un precio de monopolio, independiente del tiem po de traba jo socialmente mvesario para su produccion. Pero no esta regulado, como el i': oeio de la mayor parte de las m ercancias capitalistas, por la

nancia m edia del capital invertido y los costes de produccion,• mo por el valor.

La teoria de la ren ta absoluta supone, entonces, a la vez una t< ryilacion general de los precios sobre la base de una tasa media

ganancia y, de o tra parte, un excedente del valor sobre el j-ircio de produccion de los productos agricolas. Lo cual implica■ I predominio del modo de produccion capitalista sobre el con- pi n to de la fo rm ation social y su desarrollo desigual en la agri-■ nltura y en la industria.

i t predominio del modo de produccion capitalista induce hi transformacion general de los valores en precios -I- produccion« n iido el modo de produccion capitalista se ha apoderado de lo i racial de la industria, nacen nuevas relaciones de intercam bio « partir de las nuevas relaciones de produccion.

En los modos de produccion que dan lugar al surgim iento• i* 1 capitalismo, el im porte del excedente no es el factor que •I- lermina la d istribu tion del trabajo social entre los sectores

la produccion, ni la escala de la acumulacion en cada uno de• i'ns. Al mismo tiem po, las relaciones m ercantiles tienden a do­it-mar la circulation de los productos. A pesar de las deducciones f udales o tribu tarias, los productores directos poseen los me-■ i ins de produccion que utilizan librem ente en la produccion de mercancias: las relaciones de intercam bio entre estas ultim as

-ian reguladas por sus relaciones de valor, por el tiem po de i< tbajo socialm ente necesario para producirlas. Dentro de la

5 Marx, 1974, vol. 1, p. 438 (el subrayado es del autor).

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composicion del valor de los productos, lo esencial esta repre- sentado por el consumo de los productores, m ientras que la re- novacion de los medios de produccion constituye un elemento secundario — incluso si es desigual entre los sectores — y el excc- dente es objeto de una deduccion feudal o tribu taria y no regula la acumulacion.

Con la separacion entre los productores y los medios de p ro­duccion, los cuales desde ese instante se oponen como capital a una fuerza de trabajo , transform ada a su vez en m ercancla, el m otor del sistem a productivo cambia de naturaleza: es ahora la produccion y la acumulacion de plusvalor. E sta transform ation de las relaciones de produccion lleva consigo una in terpretation subjetiva por parte de cada capitalista: el movil de su actividacl llega a ser la m axim ization de la tasa de ganancia, apareciendo la no tion de rentabilidad.

Desde entonces, el nivel de la produccion, las cantidades de capital invertido en cada sector de la produccion seran reguladas por la tasa de ganancia que cada una de ellas es susceptible de producir: el capital tendera a destru ir todos los obstaculos que los modos de produccion anteriores oponian a la libre circulation de los trabajadores y del capital dinerario entre los distintos sectores.

Ahora bien, sobre la base de relaciones de intercam bio de las m ercancias segun su valor, las tasas de ganancia internas, u ori- ginales, son diferentes segun los sectores. En efecto, la composi­cion tecnica del capital —la relacion concreta entre los trabaja- dores, las m aquinas y las m aterias prim as— varia de un sector a otro; la composicion organica del capital —la relacion de valor entre capital variable y capital constante— y su tiem po de rota- cion — determinado por la relacion entre capital fijo y capital circulante— variaran, por lo tanto, segun los sectores. En conse- cuencia, segun el sector de produccion, aunque la tasa de explo- tacion sea identica en el conjunto de la economia, una misma cantidad de capital invertido «producira» cantidades desiguales de plusvalor. Los sectores en los que la composicion organica de capital es elevada y /o el tiempo de ro ta tion es largo, en compa- racion con el prom edio social, presentaran una tasa de ganancia in terna debil, y viceversa.

El resultado de esto en el capitalismo clasico, en el que la libre inversion de capitales en todos los sectores constituye la norm a, un movimiento incesante del capital desde los sectores con tasa in terna de ganancia baja hacia los sectores con tasa de

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la teorla de la renta absoluta en Marx 61

f-itmncia elevada. En ese proceso, actuan dos tendencias del ummIo de produccion.

De una parte, la com petencia entre los capitales tiende a esta- or una tasa media de ganancia para todos ellos, cualquiera

*jiit■ sea el sector de actividad: este es el proceso de nivelacion la ganancia o igualacion de la tasa de ganancia, por el cual

!■■■. capitalistas se reparten como amigos-enemigos el botin del tra- Im|<! ajeno apropiado, de tal modo que, por termino medio, el uno■ ■ apropia tanto trabajo no retribuido como el o tro 6.

i m los sectores con tasa in terna de ganancia baja, el ritm o lento■ la acumulacion y de la produccion — obtenido eventualm ente i-.r la «cartelizacion» del sector— acarrea un alza de los precios '• I'uladores por encima del valor hasta el punto en que podra “Uenerse la tasa media de ganancia; en los sectores con tasa mierna de ganancia alta, la afluencia de capitales y el increm ento i!< la produccion conduciran a una baja de los precios regula-• i->res hasta que desaparezca la plusganancia interna. La m asa de pliisvalor producido no se m odifica por ese proceso, sino tan solo *-■" distribucion en tre los capitales individuales.

Se establecen, entonces, nuevas relaciones de intercam bio que •v basan en la ley del valor modificada por las condiciones del ».ipitalismo: las m ercancias tenderan a intercam biarse en fun- i ion de su precio de produccion, es decir, de su costo de pro-• luccion mas la ganancia media del capital invertido. El plusvalor <>io aparecera bajo su form a transform ada, la ganancia.

Ese movimiento no tras to rn a solam ente la distribucion del iiabajo social y de la acumulacion entre los sectores; transform a

imismo las form as de produccion. Cada capitalista tra ta de in-neficiarse de las plusganancias sectoriales, y con ello tiende a .tnularlas. Pero tra ta tam bien de beneficiarse en el sector en el <|ue se encuentra, o hacia el que se desplaza, de una plusganancia individual produciendo a m enor costo que sus competidores. Este «plusvalor adicional» se obtiene generalm ente poniendo en practica formas de division del trabajo que implican una eleva- i ion de la composicion organica del capital. Los capitalistas t om petidores que estan en condiciones de hacerlo son forzados .1 adoptar la nueva tecnologia: la plusganancia que procuraba liende a desaparecer, pero en ese proceso el valor del bien y su precio de produccion bajan, m ientras que la composicion orga-

6 Marx, 1974, vol. 1, pp. 332-333.

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nica del capital en el conjunto del sector se eleva y la concentra- cion se desarrolla.

A escala del conjunto del sistem a economico, de ello resultan tendencias contradictorias: de una parte, el descenso del valor de los bienes que en tran en el consumo de los productores lleva a un aum ento del plusvalor relativo y de la tasa de explotacibn; pero al mismo tiem po, la elevacion de la composicion organica m edia del capital provoca una tendencia a la b aja de la tasa general de ganancia, a la sobreacum ulacion de capital.

La nivelacion de la tasa de ganancia tropieza sin em bargo con obstaculos que nacen del desarrollo del propio modo de produc­cion capitalista. La sobreacum ulacion afecta a los d iferentes sec- tores en form a desigual: los mas afectados son precisam ente aquellos en los que la composicion organica del capital y /o su tiem po de rotacion son mas altos. Son al mismo tiem po aQuellos en los que el volumen minimo de capital necesario para produ- cir es mas im portante y en los que la concentracion esta m as avanzada. Las condiciones del m antenim iento de la tasa de ?a* nancia seran la monopolizacion creciente de la produccion de los grupos in d u s tr ia ls gigantes que estaran en condiciones de im poner precios superiores al valor y retener las plusganancias surgidas de los cambios tecnologicos; al mismo tiem po, esto supondra el drenaje hacia esos sectores de un capital d inera ri° centralizado por el capital bancario y rem unerado estm c tur£d‘ mente a una tasa inferior a la tasa media de ganancia. Nace en- tonces el capital financiero, que realiza la fusion del capital ban­cario y el capital industrial, y se desarrollan los m onoP°li°s- Las transform aciones estructurales necesarias para la nivelacion pro- ducen el efecto contrario: la aparicion de una esfera de nivela­cion propia de los capitales monopolistas que se benefician de una tasa de ganancia superior a la tasa media y, en consecuencia, la desvalorizacion de los o tros capitales en accion. El desarrollo del capitalism o de monopolios se produce sobre la base de la baja tendencial de la tasa general de ganancia, y sus contradic- ciones provocan la necesidad de nuevas funciones del Estado en el proceso general de valorizacion-desvalorizacion: es el capita­lismo m onopolista de Estado.

La ley tendencial de la nivelacion tiene, pues, como funda- m ento unas relaciones de produccion cuyo desarrollo conlleva obstaculos al desarrollo de esa ley. Pero tam bien se opone una b arrera que existe con anterioridad al capitalismo: la propiedad de la tierra.

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Sobre la teorla de la renta absoluta en Marx 63

El desarrollo de signal de la industria y la agricultura mantiene en esta ultima una plusganancia internaLos sectores en los cuales la tasa in terna de ganancia es supe­rior a la tasa media de ganancia son aquellos en que la compo- sicion organica del capital es baja, y su tiem po de rotacion breve. Se tra ta de los sectores en los que la productividad del trabajo es baja y la concentracion capitalista ha avanzado poco, es decir, los sectores «atrasados» en el desarrollo desigual del modo de produccion capitalista.

En otras palabras, el escaso desarrollo tanto de las fuerzas productivas como de las relaciones de produccion capitalistas ncompana y constituye la condicion de posibilidad de un exce- dente del valor de los productos sobre su precio de produccion, es decir, de una plusganancia inicial.

Desde los origenes del modo de produccion capitalista, la agricultura se encuentra en esa situacion, al igual que num erosas producciones urbanas. El capital se apodera progresivam ente de I a m ayor parte de estas ultim as y, ademas, crea sobre sus pro- pias bases nuevas ram as industriales: en ambos casos, revolu- ciona las condiciones de la produccion en su carrera incesante hacia la plusganancia.

Pero la agricultura, a pesar de la existencia perm anente de las condiciones p ara obtener una plusganancia interna, perma- nece al margen de ese desarrollo. Existe aqui una paradoja: plusganancia sectorial, acumulacion lenta.

Sin en trar en la complejidad de un debate mas que secular, podemos recoger el resultado esencial: de una u o tra form a, U plusganancia in terna de la agricu ltura por lo general ha esca- pado a la nivelacion, pero tam bien ha escapado a los producto- i es, sean estos capitalistas o campesinos. Son las relaciones de ; -.reduction en la agricultura y en la fo rm ation social en su con- junto las que determ inan las m odalidades y la naturaleza de clase de la apropiacion de la plusganancia agricola.

E n ciertos casos la gran propiedad territo ria l se opone a los nrrendatarios capitalistas: es el caso de la agricultura inglesa rlasica analizada por Marx. En esta estru c tu ra los terratenientes so apropian de la plusganancia sectorial en form a de renta abso- E ta , pues oponen un obstaculo a la libre inversion de capital > n la agricultura. El precio de los productos agricolas se man- liene m ediante la ren ta por encima de su precio de produccion, «:!terrumpiendo de esa m anera la action de un m otor esencial de la acumulacion capitalista, a saber, la plusganancia sectorial. 1 >e ahi se deriva el a traso de las fuerzas productivas el cual, a

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m edida que se acentua, alim enta cada vez m as la ren ta en la cual se origina. Sera preciso que la burguesla industrial este en condiciones de im portar el trigo de paises nuevos, sin propiedad territo ria l ni ren ta absoluta, para hacer que bajen los precios en la m etropoli y, por tan to , la renta. Pero en la agricultyra situacion perm anece inalterada: la tasa de ganancia efectiva se acerca a la tasa m edia, no por el movimiento de la acumulacion, sino por la propiedad del suelo y la renta.

En otros casos, la produccion agricola es principalm ente cam- pesina, realizada por productores independientes, propietarios del suelo y de los medios de produccion: es la via francesa, surgida de la revolucion agraria que acompano a la revolucion de 1789. E n ese caso, la identidad en tre el propietario de la tierra y el p roductor excluye la renta absoluta, pero el caracter no capitalista de la produccion no impone la reduccion del precio regulador del valor al precio de produccion. La agricultura cam- pesina se desarrollara junto a un sector capitalista que seguira siendo m inoritario. La transferencia del excedente interno del sector sera realizada por el desarrollo de los monopolios indus- triales en la periferia de la produccion agricola — hacia atras, en el sector de las m aquinas y abonos, hacia delante en el de las industrias alimenticias— asi como por la deduccion efectuada por el capital bancario. Ademas, las politicas de precios llevadas a cabo por el Estado o las instituciones estatales internacionales reduciran ese excedente.

Asi, la agricultura lleva consigo unas relaciones de produc­cion que obstaculizan la nivelacion, pero al mismo tiem po esas relaciones se oponen a que la plusganancia estructural interna cumpla alii las mismas funciones que en los sectores industr *a' les. En lugar de ser el m otor de la acumulacion capitalista y de contribuir a la nivelacion general de la ganancia, es objeto de una deduccion, ya sea en favor de la esfera de nivelacion mo- nopolista, ya sea en favor de la propiedad del suelo.

E n este ultim o caso aparece la renta absoluta.

1.2. Segunda condicion de la ren ta absoluta: la resistencia de la propiedad del suelo al capital

La plusganancia original del sector se fija en form a de renta absoluta cuando la tierra no esta a la libre disposicion del c a p ita o no es reproducible por este como lo son los otros elementosde la produccion (bienes libres y sin valor o mercancias pro^u'

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* idas por el traba jo humano). Esto sucede cuando la propiedadI" lvada del suelo es anterior a la aparicion del modo de produc-* ibn capitalista.

'<! la tierra existe en condiciones de abundancia elemental frente al > ipital, este se mueve en la agricultura del mismo modo que en otra i;iraa industrial cualquiera. Pero entonces no existen la propiedad territorial ni la renta (...) En cambio si la tierra, primero es limitada v. segundo se halla apropiada, el capital se encontrara con la propie- ilad territorial como premisa (...) De un modo o de otro, la tierra <l» ja de ser ya desde el primer momento un campo elemental de .i< cion para el capital7.

I a apropiacion privada de la tierra solo es posible porque este■ lemento de la produccion esta fisicam ente lim itado, al contrario ■me otros elementos no reproducibles pero disponibles encan ti- ' lades ilim itadas, como el aire o el a g u a 8. No obstante esta es- < asez fisica, absoluta, podria decirse, no es directam ente la* ausa de la renta: esta es una relacion social, no una relacion natural!* Es solo una condicion necesaria para la apropiacion privada del suelo/ De ningun modo una condicion suficiente: muchos modos de produccion precapitalistas no implican la propiedad privada del suelo, inclusive en formaciones sociales roncretas en las que el suelo esta fisicam ente lim itado,

Por el contrario , es justam ente la propiedad del suelo la que produce la unica escasez pertinen te desde el punto de vista eco- nbmico: la escasez de la tierra con relacion al capital. Escasez oeial, en consecuencia, que puede aparecer incluso si no son

■ splotados todos los suelos fisicam ente d isponib les9.E sta propiedad que opone una resistencia real al libre movi-

i iiento del capital es un presupuesto del modo de produccion■ apitalista. Presupuesto historico, condicion para la aparicion be este modo de produccion; presupuesto estructural, condicion be su reproduccion y de su desarrollo. Veamos como dem uestra

’■i(>bre la teorla de ta renta absoluta en Marx

7 Marx, 1974, vol. 1, pp. 474-475 (el subrayado es del autor).8 Al menos, quiza, en la epoca en que Marx escribe.9 Este analisis de la escasez esta a mi parecer subyacente, por ejemplo,

< n el siguiente pasaje de Mam «Si la tierra fuese un elemento ilimitado, no solo con relacion al capital y a la poblacion, sino de hecho 'ilimitada1• orao ‘el aire y el agua1, 'si fuese ilimitada en cuanto a cantidad1, es ■ vidente que su apropiacion por unos no excluiria su apropiacion por• >nos En este caso, no podrian existir propiedad privada (y tampoco pro- i >u-dad 'puhlica! o del Estado)» (Marx, 1974, vol. 1, p. 474) (el subrayado es• Id autor).

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Marx esta tesis, en cierto m odo a contrario, es decir analizando los casos «ricardianos» en los que no existe propiedad del suelo.

En las colonias de asentam iento 10, la masa de los agricultores esta constituida por productores directos poseedores de la tierra, la cual existe en cantidad ilim itada —a condicion de que las relaciones m ilitares con la poblacion nativa perm itan llevar Qada vez mas lejos la « frontera» .L a produccion de los colonos no es capitalista, ni siquiera predom inantem ente mercantil: solo se lleva al m ercado lo que sobra del consum o de los productores y no im porta a que precio. Los precios se estableceran constante- m ente por debajo del valor, porque la produccion no se han a regulada por el mercado; incluso pueden no rep o rta r a los colonos no capitalistas la ganancia media. Esto solo es posible porque la propiedad del suelo no existe realm ente — aunque exis- ta form alm ente— como obstaculo a la libre aplicacion del tra- bajo a la tierra. La existencia de la fron tera bloqueara agf el desarrollo del capitalism o agricola.

En las colonias de p lan tac io n 11, la produccion es form alm ente capitalista, dirigida hacia el mercado y regulada por la gananeia. Sin embargo, las relaciones de produccion no se basan en la q,%- plotacion del trabajo libre, sino en la esclavitud: una de las razones de esto es evidentem ente la existencia de la frontera. que convierte la violencia — fisica y ju rid ica— en la condicion para el m antenim iento de la explotacion de los trabajadores. En la plantacion, el capitalista es el propietario de la tie rra y nada se opone a la venta del producto al precio de produccion.

E n la «viejaE uropa)),y mas concretam ente en los paises agra- rios perifericos de E uropa en vias de desarrollo capitalista, esta identidad entre el propietario del suelo y el capitalista es fre- cuente 12. Esto perm ite vender el trigo al precio de produccion.

Sera por lo demas el trigo am ericano y prusiano, ese trigo sin propiedad territo ria l ni ren ta absoluta, el que inunde el m ercado ingles y quebrante la base economica de los terrate- nientes ingleses.

Pero la ausencia de la propiedad territo ria l o su fusion con el capital im piden el desarrollo capitalista.

La apropiacion privada de la tierra es condicion fundam ental de las relaciones de produccion capitalistas: si la tie rra es un

10 Cf. Marx, 1974, vol. 1, p. 474; Marx, 1981, vol. 8, pp. 961-2.11 Cf. Marx, 1974, vol. 1, p. 469.12 Es el caso del «hacendado» aleman cuyo punto de vista teoriza Rod-

bertus (cf. Marx, 1974, vol. 1, pp. 347-76). Tambien es el caso del junker prusiano analizado por Max Weber (cf. Weber, 1906).

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Sobre la teorla de la renta absoluta en Marx

bien libre, la separacion entre los productores y los medios de produccion no es posible y en consecuencia, tampoco lo es el salario, ni el m ismo ca p ita l13. Es justam ente «la expropiacion de la poblacion rural» por los terraten ien tes ingleses lo que constituye «el secreto de la acumulacion originaria)) en el pais clasico del capitalism o 14. Y en las colonias, alii donde fa lta el obstaculo territo ria l, es necesario encontrar sustitu tos para enca- denar a los inm igrantes al capital, prohibirles —al menos provi- sionalmente— el establecimiento en la fron tera 15.

Pero tam bien la separacion entre el capital y la propiedad del suelo es un presupuesto para el desarrollo capitalista de la agricultura. La conversion del propietario feudal en un explo- tador capitalista tropieza con un obstaculo permanente: la falta de capital dinerario. Es el «deseo de capital)) del hacendado de Pomerania, frente a la falta de tierra del arrendatario ingles (y rica rd ian o )16. Pues la produccion capitalista supone historica- m ente la acumulacion del capital dinerario en manos de los com erciantes, y estructuralm ente el movimiento del capital de un sector a otro. Inversam ente, la conversion del capitalista en propietario de tierras implica el rescate de la renta, la esterili- zacion del capital desde el punto de vista de la produccion de plusvalor y ganancia.

La agricultura capitalista supone, pues, la existencia auto­noma de la propiedad del suelo y su correlativa ren ta absoluta. La ren ta absoluta, relacion social, es la propiedad del suelo mo- dificada por el modo de produccion capitalista:

La existencia de la renta absoluta del suelo no solo presupone la exis­tencia de la propiedad territorial, sino que es esta misma propiedad territorial como premisa; es decir, la propiedad territorial condicio- nada y modificada por la accion de la produccion capitalista17.

13 «Por lo demas ... el supuesto que se pretende sentar [la no existencia de la renta absoluta en la agricultura capitalista, C.T.] se halla en contra- diccion consigo mismo: de un lado, produccion capitalista desarrollada; del otro, inexistencia de la propiedad territorial. iDe donde iban a salir, en este caso, los obreros asalariados?» (Marx, 1974, vol. 1, p. 468).

14 Cf. Mam, 1975, vol. 3, pp. 891-928.15 Cf. Marx, 1975, vol. 3, pp. 955-67.14 «A un hacendado de Pomerania, por ejemplo, se le antojara sorpren-

dente el hecho de que ni Ricardo ni ningun otro autor ingles admita ni sospeche siquiera la posibilidad de que la agricultura carezca de capital. Los ingleses podran quejarse tal vez de la escasez de tierras en proporcion al capital disponible, pero no se quejan nunca de escasez de capital en proporcion a las tierras existentes» (Mam, 1974, vol. 1, p. 431. El subrayado es del autor).

’7 Marx, 1974, vol. 1, p. 468. Cf. tambien: «Tanto por su naturaleza como

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^En que consiste el cambio? ^En que aspectos la ren ta capita- lista es cualitativam ente diferente de las rentas del suelo de los modos de produccion anteriores? La transform acion puede ser com prendida al nivel de la distribucion del plusproducto. Y no en la form a de este, ya que la ren ta feudal puede, lo mismo que la ren ta capitalista, ser una ren ta dineraria. Es el modo de determ inacion de la renta, su naturaleza, lo que ha cambiado.

De forma normal del plusvalor y del plustrabajo, desciende a exce- dente de ese plustrabajo por encima de la parte del m ism o de la cual se apropia el capitalista explotador bajo la forma de ganancia* 18.

En las form as anteriores de propiedad, todo el p lustrabajo del p roducto r directo se transform a en renta, salvo en condiciones particu la res: la ganancia eventual esta lim itada por la renta. Con la propiedad capitalista, todo el p lustrabajo se transform a en ganancia, pero una parte de ella es transferida al propietario. E sta parte no puede afectar de fo rm a duradera a la ganancia norm al del capitalista: la ren ta esta lim itada por la ganancia.

Estas nuevas relaciones de distribucion son el resultado de los cambios en las propias relaciones de produccion. En esencia, se tra ta de una doble expropiacion del control del proceso de traba jo tan to a los campesinos como a los propietarios del suelo:

— los productores directos son desposeidos del control del p ro_ ceso de trabajo inm ediato, que en lo sucesivo estara dirigido por el arrendatario capitalista. Despojados de la propiedad de los medios de trabajo y de los derechos de utilizacion del suelo —lo que implica algunas veces su «pertenencia a la gleba»— los campesinos se convierten en «trabajadores libres», en asalaria- dos; despojados de su lugar como organizadores del proceso de trabajo concreto, som etidos a la d ictadura del capital, se convier­ten en proletaries.— los propietarios del suelo, los terratenientes, tam bien son excluidos de su papel an terio r en la produccion: despojados de su control sobre los medios de produccion accesorios de la pro­duccion agricola prim aria (m olino, talleres, transporte), despo­jados del poder que poseian sobre una parte del proceso de traba jo inm ediato (trabajo de los campesinos en la «reserva»

historicamente, el capital es el creador de la moderna propiedad de la tierra, de la renta de la tierra; por ende, su accion se presenta asimismo como disolucion de la vieja forma de la propiedad de la tierra» (Marx, 1857-58, t. 1, p. 224 [vol. 1, p. 217], El subrayado es del autor).

18 Marx, 1981, vol. 8, P. 1017.

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Sobre la teoria de la renta absoluta en Marx 69

senorial, reglas im puestas para la produccion en las propias tenencias). H abiendo pasado el control del proceso de produc­cion al arrendatario capitalista, los terraten ien tes se transfo rm an en simples perceptores de renta.

E sta doble expropiacion, que proporciona al capital todo el poder real para dirigir la produccion, crea la nueva form a de propiedad territo ria l, capitalista. Si esta es llevada a sus u ltim as consecuencias y en esta medida, «no existe tal propiedad terri­torials 19.

1.3. La ren ta absoluta y sus paradojas: ^un borrador desafortunado?

M ientras que la ren ta diferencial presupone el precio del pro­ducto, la ren ta absoluta m odifica el precio. Con el p rim er tipo de renta, la propiedad territo ria l hace posible la transform acion de la plusganancia en renta; con el segundo, senala Marx, «es la misma propiedad la que produce la renta®20.

Pero esta m odificacion del precio no se produce m as que dentro de los lim ites del valor. La propiedad territo ria l im pide que el precio regulador baje al nlvel del precio de produccion, pero no esta en condiciones de im poner que este se eleve por encima del valor del producto.

La ren ta absoluta es y no es una ren ta de monopolio. En la medida en que la existencia de la propiedad contrarresta la determ inacion del precio regulador por el precio de produccion, es decir, la form acion norm al del precio en el modo de Pro^uc- cion capitalista, la ren ta —«pura em anacion de la propiedad„ — es un precio de monopolio. Pero en la m edida en que el precio esta regulado dentro de la produccion y por la ley del v a lo r21,

19 Marx, 1974, vol. 1, p. 430. El subrayado es del autor.20 Comentando una proposition de Smith quien afirma que «la renta del

suelo es, por tanto, el precio que se paga por el uso del suelo y constituye, naturalmente, un precio de monopolio® (Smith, 1776, p. 225), Marx indica: •> Asi considerada, como pura emanacion de la propiedad territorial, la renta >-s un precio de monopolio, afirmacion absolutamente exacta, puesto que solo y exclusivamente a la injerencia de la propiedad sobre el suelo se debe el que el producto pague mas del precio de produccion, es decir, se venda por su valor® (Marx, 1974, vol. 1, p. 502. El subrayado es del autor).

21 «Buchanan no dice que el trigo de siempre una renta. Lo que dice es que cuando el trigo da una renta se vende a un precio de monopolio, y que este precio es, como por lo demas admiten A. Smith y Ricardo, 'el precio mas alto que el consumidor se muestra dispuesto a pagar por esta mercan- da', Esto es falso. El trigo que da una renta (y, al decir esto, no nos

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no es un precio de m onopolio, regulado dentro de la circula por <das necesidades y la solvencia de los com pradores», jclon pendiente del v a lo r22 *. n^e*

En esto residen todas las dificultades del concepto de r absoluta, puesto que plantea dos cuestiones espinosas ^ enta

— Si la propiedad del suelo no tiene contenido economico fde la ren ta icom o puede constitu ir una b arrera para el cauf ra susceptible de hacer subir los precios? E n otras palabras, Pltal que la ren ta absoluta no tiende a cero? <iPor— Si la propiedad del suelo tiene el poder de hacer subirprecios por encim a del precio de produccion << por que no es os bien capaz de hacerlos subir por encim a del valor? E n tam " palabras, ^por que la ren ta absoluta no es una ren ta de °*ras polio en el sentido propio exacto? mono-

E stas preguntas son dificiles de responder. N um erosos res, incluidos los que apelan al m arxism o, llegan a la concl ai to‘ de que hay que rechazar el concepto de ren ta absoluta, al rh^Aon tal como lo define M arx24. Despues de todo, los m anuscritos q os dieron lugar a las Teonas de la plusvalia y al libro tercero ue E l capital no son m as que borradores, editados despues de m uerte... su

Antes de exam inar a fondo los problem as planteados. es nee sario un estudio del lugar que esta teoria ocupa en la econom P politica de Marx. a

referimos a la renta diferencial) no se vende a un precio de monopoli el sentido de Buchanan. Solo se vende a un precio de monopolio cu°. en se vende por encima de su precio de produccion, es decir. por su v^ndo (Marx. 1974. vol. 1, p. 527. El subrayado es del autor). Cf. tambien alor» 1981, vol. 8, p. 962. Marx,

22 Defmicion del precio de monopolio en sentido propio ofrecida. po ejemplo, en El capital (Marx, 1981, vol. 8, p. 971). r

22 Que el propio Marx plantea pero resuelve. por desgracia, de maner un poco rapida, por ejemplo en las Teorias de la plusvalia (Marx. 1974a vol. 1, pp. 493-94).

24 Solo citare a dos autores entre los mas importantes a este respecto en el ultimo decenio. «Son conocidos los fallos del argumento de la renta absoluta (...) es quiza el capitulo mas debil de la teoria marxistas. «Seria preciso por lo demas, observar que el propio Marx no presento esta 'renta absoluta' como una teoria acabada. sino como una simple hipotesis de trabajo. (Emmanuel, 1969, p. 234 y p. 234. nota 9). «Sea como sea, podemos ver inmediatamente que el fundamento de la categoria de renta absoluta es en el mejor de los casos demasiado movedizo y tal vez completamente erroneo, (Harvey, 1976).

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2. Lugar de la teorla de la renta absoluta en la economla polltica de Marx

La teoria de la ren ta absoluta constituye, p ara Marx, el principal punto de rup tu ra con todas las teorias anteriores sobre la ren ta y especialm ente con la de Ricardo. Pone en tela de juicio a la vez la elaboracion de la econom ia clasica, constru ida dentro del m arco de la teoria del valor trabajo , y la de la econom ia «vulgar» antirricardiana, fundada en el concepto de factor de produccion.El concepto de ren ta absoluta es la base, el lugar de especifica- cion de la teoria de la ren ta del suelo en Marx. Por esto sigue siendo todavia un elem ento teorico que no se puede in tegrar en la construccion neoclasica.

Esto se debe quiza a que el concepto de ren ta absoluta es algo mas que un elem ento de la teoria de la renta: es el lugar de un descubrim iento fundam ental de M arx, la teo ria de los precios de produccion y los conceptos unidos a ella — composi- cion organica del capital y la b a ja tendencial de la ta sa de ganancia. E n la confrontacion critica con la teoria del salario y la ganancia de Ricardo. Marx realiza la rup tu ra fundam ental con la economia clasica y elabora el concepto de p lusvalo r25. Del mismo m odo, criticando la teoria ricard iana de la ren ta del suelo, saca todas las consecuencias teoricas del descubrim iento del plusvalor. Establecido esto, estan ya presentes los conceptos fundam entales de la economia m arxista y este nucleo teorico no necesita m as que ser desarrollado. El resultado sera El capital.

2.1. El concepto de ren ta absoluta, base de la teoria de la ren ta del suelo en Marx

E n un m anuscrito de 1862 Marx resum e asi «la m edula de las distintas teorias de la renta®26.

Las teorias contem poraneas de M arx han roto con la Concep­cion de los fisiocratas, segun los cuales la ren ta es la unica form a de plusvalor y tiene por origen la productividad propia de la naturaleza.

H abiendose im puesto la teoria clasica del valor, al m enos pro- visionalm ente, las teorias rivales son tres:

25 Godelier interpreta este descubrimiento como una «revolucion co- pernicana» de Marx con respecto a Ricardo, como una segunda «ruptura epistemologica», comparable al descubrimiento en 1945 de los conceptos fundamentales del materialismo historico (Godelier. 1970, pp. 26-28).

26 Marx, 1974, vol. 1, pp. 426-28.

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72 Christian Topalov

— La ren ta proviene del precio de monopolio de los productos agricolas, siem pre vendidos por encima de su v a lo r27.— La ren ta proviene de la desigualdad entre los valores indivl- duales de los productos agricolas, m ientras que su precio co- rrien te esta fijado por el valor en el terreno m enos productivo. No hay m as que ren ta d iferencial28.— La renta no es m as que el interes del capital incorporado al su e lo 29.

Eliminados estos «puntos de vista», queda una cuarta teoriar la de la ren ta absoluta.

Esta concepcion admite, coincidiendo con la teoria del monopoly que la propiedad territorial de por si guarda cierta relation con renta; admite, coincidiendo con Ricardo, la renta diferencial y a^. mite, finalmente, que la renta absoluta no quebranta para nada la le^ del valor30. J

Marx omite en esta enum eration la economia vulgar, que supon£una regresion teorica im portante a una concepcion preclasicade la renta como ingreso de un factor de produccion, producto propio de la tierra.

En efecto, en lo esencial, la critica de Marx se desarrolla en dos frentes: la economia vulgar y la economia clasica en suexpresion m as acabada, la economia ricardiana.

La economia vulgar abandona la teoria del valor trabajo parasustituirla por la de los factores de produccion 31. Es la «form ula trinitaria»:

Capital-ganancia (ganancia empresaria mas interes), suelo-renta de la tierra, trabajo-salario: esta es la formula trinitana que comprende todos los misterios del proceso social de produccion (...) En la formu­la capital-interes, tierra-renta del suelo, trabajo-salario, capital, tierra y trabajo Aparecen respectivamente como fuentes de interes (en vez de ganancia), y renta de la tierra y salario como sus productos, sus frutos; aquellos son el motivo, estos la consecuencia; aquellos la

27 Teoria desarrollada por Buchanan en «observaciones» marginales a su edition de las obras de A. Smith (1814).

28 Es, claro esta, la teoria de Ricardo (Principios de economia politica y tributacion, 1817).

29 Teoria desarrollada por Carey, economista vulgar americano (The past, the present, the future, 1848).

30 Mam, 1974, vol. 1, p. 428.31 J. B. Say (Tratado de economia politica, 1803) es para Marx la figura

de esta regresion teorica.

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Sobre la teoria de la renta absoluta en Marx 73

causa, estos el efecto, y ello de tal manera que cada fuente por -.uparado es referida a su producto como a lo segregado y producido por ella32 33 34.

La teoria de los factores de produccion no hace m as que siste- matizar las representaciones espontaneas de los agentes de la produccion: es una ideologia". El abandono del concepto de valor y su sustitucion por los de precio de m ercado y coste de produccion pone de m anifiesto perfectam ente el deslizamiento de la teoria al nivel de la «conciencia del capitalista vu lgar»M. La identificacion del valor con el valor de uso desemboca en un absurdo teorico 35.

El fundam ento de esta ideologia es doble. Expresa la repre- scntacion espontanea, acritica, de los fenomenos tal como se

32 Marx, 1981, vol. 8, pp. 1037 y 103940.33 «De hecho, la economia vulgar no hace otra cosa que interpretar,

sistematizar y apologizar doctrinariamente las ideas de los agentes de fa produccion burguesa, prisioneros de las relaciones burguesas de pro­duccion. No nos puede maravillar, por ende, que precisamente en la forma enajenada de manifestacion de las relaciones economicas, donde dstas prima facie son contradicciones absurdas y consumadas -y toda ciencia seria superflua si la forma de manifestacion y la esencia de las cosas coincidiesen directamente—, que precisamente aqui, deciamos, la economia vulgar se sienta perfectamente a sus anchas y que esas rela­ciones se le aparezcan como tanto mas evidentes cuanto mas escondida este en ellas la conexion interna, pero mas correspondan a la represen­tation ordinaria)) (Marx, 1981, vol. 8, p. 1041).

34 Tambien se comprende por que los mismos economistas que se revuelven contra la determination del valor de las mercancias por el tiempo de trabajo, por la cantidad de trabajo contenido en ellas, siempre hablen de los precios de produccion como de centros en torno a los cuales oscilan los precios de mercado. Pueden permitirselo porque el pre­cio de produccion es una forma ya totalmente enajenada y prima facie no conceptual del valor mercantil, una forma tal como aparece en la competencia, es decir en la conciencia del capitalista vulgar y que por consiguiente tambien existe en la de los economistas vulgares)) (Marx, 1976, vol. 6, p. 250). «En la expresion valor del trabajo, el concepto de valor no solo se ha borrado por completo, sino que se ha transformado en su contrario. Es una expresion imaginaria, como, por ejemplo, valor de la tierra. Estas expresiones imaginarias, no obstante, surgen de las relaciones mismas de produccion. Son categorias para las formas en que se mani- fiestan relaciones esenciales. El hecho de que en su manifestacion las cosas a menudo se presentan invertidas, es bastante conocido en todas las ciencias, salvo en la economia pobtica)) (Marx, 1975, vol. 2, pp. 653-54. El subray ado es del autor).

35 «Las presuntas fuentes de la riqueza anualmente disponible [la tierra, el capital, el trabajo, C.T.] pertenecen a esferas totalmente dispares y no presentan la mas minima analogia entre si. Reciprocamente guardan entre si mas o menos la misma relation que existe entre los aranceles nota- riales, las remolachas y la musica» (Marx, 1981, vol. 8, p. 1037).

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Christian Topalov

presentan a los agentes del modo de produccion. Pero al mismo tiem po, este abandono del pun to de vista cientifico supone una regresion con respecto a lo clasicos. M ientras que Ricardo pone al descubierto la «fisiologia del sistem a burgues))36, la economia politica vulgar «sustituye... una categoria econom ica por una frase propia de sicofantes. Eso es todo»37.

E n efecto, subraya Marx, entre el comienzo y la segunda m itad del siglo xix, las contradicciones de clase se desplazan: la burguesia deja de ser una clase revolucionaria. La contradic- cion burguesla /terraten ien tes da paso a la contradiccion prin­cipal del nuevo modo de produccion burguesia/proletariado. La economia politica se convierte en un «auxiliar de la policia» contra la clase obrera y sella la santa alianza entre la burguesia capitalista y los propietarios del suelo.

De aqui el abandono de Ricardo y la rehabilitacion de la renta del suelo, bajo dos form as esenciales:

— La teoria de los factores de produccion en la que la renta sim plemente es el producto propio de la tierra. E n cierta forma, se tra ta de una vuelta al punto de vista de los fisiocratas, «defi- nitivamente» superado por A. Sm ith y los clasicos. Si la ciencia tiene una historia, la ideologia no la tiene.— La teoria de la renta-interes de la tierra-capital desarrollada por un oscuro apologista de los granjeros am ericanos, Carey 38.

La polem ica desarrollada por Marx con estos tem as es de naturaleza distinta a la batalla sostenida contra Ricardo. La eco­nom ia vulgar es una ideologia, es una regresion al nivel precien-

36 «Hasta que, por fin, llega Ricardo y pone coto a la ciencia. El fun- damento, el punto de partida de la fisiologia del sistema burgues, el punto de que hay que arrancar para entender su organismo interno y su proceso de vida, es la determinacion del valor por el tiempo de traba- p (...). Y en intima relacion con este primer merito de Ricardo, debemos senalar otro: el de poner de manifiesto el antagonismo economico exis- tente entre las diversas clases (...) Por eso precisamente es por lo que Carey lo denuncia como el padre del comunismo» (Marx, 1974, vol. 1, pa- ginas 228-29).

37 Marx, 1975, vol. 2, p. 737.38 «Algunos escritores, en parte como voceros de la propiedad de la

tierra contra los ataques de los economistas burgueses, en parte en su aspiracion de convertir al sistema capitalista de produccion en un sistema de «armonias» en lugar de antagonismos, como por ejemplo Carey, han tratado de presentar a la renta de la tierra —expresion economica espe- cifica de la propiedad de la tierra— como identica al interes. Pues de esta manera se extinguiria el antagonismo entre terratenientes y capita- listas» (Marx, 1981, vol. 8, pp. 800-1).

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Sobre la teoria de la renta absoluta en Marx 75

tifico de las apariencias. No discute sus tesis, pues estas estan fuera del campo del discurso teorico. La economia ricardiana es una ciencia cuyos limites de desarrollo vienen m arcados por el punto de v ista que la ha hecho posible, el de la burguesia revolucionaria: la critica sera llevada a cabo por Marx con el fin de sacar a la luz la contradiccion in terna entre el nucleo racional de la teo ria y las limitaciones ideologicas que se oponen a su desarrollo hasta sus ultim as consecuencias.

La teoria ricardiana de la renta del suelo, al considerar unica- mente la existencia de la renta diferencial, es puesta en entre- dicho por una evidencia empirica: hay una ren ta en «el peor de los te rrenos»y la hay tam bien en el suelo «cultivadode form a prim itiva», al menos desde que existe la propiedad del suelo. Este es un hecho que se contradice con la teoria y en este caso, «los teoricos siem pre se equivocan»39.

E sta contradiccion em pirica tiene su fundam ento en la teoria ricardiana del valor.

Ricardo prescinde del problema de la renta absoluta, que niega en razon a su teoria, porque parte del supuesto falso de que, si el valor de las mercancias se determina por el tiempo de trabajo, los precios de produccion de las mercancias tienen que ser necesariamente igua- les a sus valores (...) Si los valores de las mercancias fuesen identicos a sus precios de produccion, la renta absoluta del suelo seria im- posible40.

En efecto si el valor —o precio natural— de las m ercancias esta determ inado por la cantidad de traba jo necesario para su pro­duccion, esta regia no puede tener excepciones desde el momento en que la m ercancia es reproducible. Como, para R icardo, el valor se reparte entre salario, reposicion de m aquinas y mate- rias consum idas, y ganancia, no es posible que pueda adem as contener una ren ta , salvo la ren ta diferencial. Es la identificacion erronea del valor con el precio de produccion la que determ ina que la existencia de la ren ta absoluta entre en contradiccion con la teoria del valor.

39 «En general los estadistas y los hombres practicos afirman desde hace treinta y cinco anos la existencia de la renta absoluta del suelo, mientras que los teoricos (influidos por Ricardo) intentan, por medio de abstracciones muy forzadas y teoricamente debiles, demostrar su imposi- bilidad. Hasta el momento, he encontrado de manera constante que en esas polemicas los teoricos siempre se equivocan» (carta de Marx a Engels, 9 de agosto de 1862, Marx-Engels, 1845-95, p. 126).

40 Marx, 1974, vol. 1, p. 411. El subrayado es del autor.

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Asi, el concepto de ren ta absoluta es para M arx el punto de ru p tu ra fundam ental con la teorla ricardiana del valor.

2.2. El concepto de ren ta absoluta, am bito del descubrim iento de los precios de p roduccion41

E ntre los anos 1858-1862 se elaboraron los conceptos fundam en­tal es de la economla polltica de Marx. ^Como? No descubriendo lo que los clasicos no hablan «visto»,sino haciendo aquellas pre- guntas no enunciadas a las que los clasicos, sin darse cuenta, habian dado una respuesta, fijandose en sus «errores»42.

Asi se produce, en 1858, la rup tu ra fundam ental, a traves del concepto de «valor de la fuerza de trabajo» que sustituye a la nocion ricardiana de «valor del trab a jo » 43 44.

Los clasicos descubrieron que los precios de m ercado estan regulados por un precio medio, o precio natural, expresion en dinero del valor de las m ercancias, es decir, del tiem po necesario para producirlas. Determ inaron de la m ism a form a el «precio del traba jo )),sin caer en la cuenta de que esto suponia una con- tradiccion insolubleM: el valor del «trabajo» es el tiem po de trabajo necesario para producir no el « tra b a jo » —lo que no tiene sentido — , sino la «fuerza de trabajo». Marx pone de mani- fiesto el equivoco:

Nunca descubrieron que el curso del analisis no solo habia llevado de los precios del trabajo en el mercado a su valor, sino que habia llevado a resolver este valor del trabajo mismo en el valor de la fuerza de trabajo45.

41 Este punto ha sido precisado por P. P. Rey; aqui no hago mas que desarrollar su argumentation (cf. Rey, 1973, pp. 39-42).

42 Althusser analiza de ese modo la lectura que hace Marx de los cla­sicos (cf. Althusser, 1966, pp. 17-31).

43 «Encuentro, por lo demas, bonitos problemas. Por ejemplo, he des- echado toda la teoria de la ganancia tal y como existia hasta el presenten (carta de Marx a Engels, 14 de enero de 1858, Marx-Engels, 1845-95, p. 83). Engels, en el prefacio de la edition de 1891 de algunos articulos publicados por Marx en 1849 y agrupados bajo el titulo Trabajo asalariado y capital, confirma ese punto: solamente en esos escritos publicados a partir de 1859 Marx supera la nocion ricardiana de «valor del trabajo)) (Engels, 1891).

44 «E1 ultimo brote de la economia pobtica clasica, la escuela de Ri­cardo, fracaso en gran parte por la imposibilidad de resolver esta contra- diccion» (Engels, 1891, p. 15).

45 Marx, 1975, vol. 2, p. 655.

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En efecto, si el salario esta regulado por el valor de la fuerza de trabajo, es decir, el valor de las mercancias necesarias para su reproduccion, no es el equivalente al trabajo realizado. El valor creado por el obrero depende de la duracion, la intensidad y la complejidad del trabajo realizado; su salario no depende m as que del valor de su fuerza de trabajo. El trabajo realizado se descompone, pues, en trabajo necesario (p a ra la reproduccion del trabajador) y p lustrabajo (impago). Este es el concepto de plus- valor.

Desde entonces el plusvalor puede distinguirse de sus form as externas: ganancia, interes, renta; al mismo tiempo se pone de rnanifiesto un segundo « e rro r» d e la teoria ricardiana. Ricardo define correctam ente el valor, pero cree hablar de valor cuando no habla mas que de su form a transform ada por la competencia, el «precio de produccion». Marx construye este concepto en 1862 a traves de la critica de la teoria ricardiana de la renta y la elabo- racion del concepto de «renta ab so lu tas44 * 46.

La existencia de la ren ta absoluta — que es un hecho— <(con- tradice la ley del v a lo r?47. Si, si, como para Ricardo, las mercan- eias que le sirven de soporte —el trigo— son vendidas a su valor. No, si son vendidas a su precio de produccion, es decir, al coste de produccion mas la ganancia media, y si este precio de pro­duccion es in ferio r a su valor. Ricardo «percibe» que el precio natural es un precio de produccion: esto lo perciben tam bien todos los capitalistas por su propia experiencia en estos fenome-

S a b r e la t e o r ia d e la r e n ta a b s o l u ta e n M a r x

44 «Entre parentesis: al fin veo claro en la enojosa teoria de la renta del suelo (...) Hace mucho tiempo que tenia negros presentimientos en cuanto a la exactitud de la teoria de Ricardo y por fin he descubierto la supercheria» (carta de Marx a Engels, 18 de junio de 1862, Marx-Engels, 1845-95, p. 119). Poco tiempo despues, Marx somete a la consideration de Engels la primera muestra de la teoria de los precios de produccion y de la renta absoluta (carta del 2 de agosto de 1862, pp. 1205) afirmando:«E1 unico hecho que debo demostrar teoricamente es la posibilidad de la renta absoluta sin que sea violada la ley del valor. Ese es el punto central en torno al cual se libra la batalla tedrica desde los fisiocratas» (carta de Marx a Engels, 9 de agosto de 1862). Los manuscritos de 1862, publicadosdespues de la muerte de Marx con el titulo de Teorias de la plusvalia, incluiran una presentation de la teoria de la renta y de los precios de produccion en el orden de descubrimiento, que dara lugar, en los manus­critos de 1865-67 editados por Engels como libro tercero de El capital, al orden de exposition sistematica.

47 «De lo que si se trata es de si la renta que abona el suelo peor ingresa en el precio de su producto —que, conforme al supuesto, regula el precio general de mercado— de la misma manera que ingresa un im- puesto en el precio de la mercancia a la cual grava, es decir, como un elemento independiente de su valor» (Marx, 1981, vol. 8, p. 963).

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nos. Pero R icardo «percibe» tam bien que el precio natu ra l es un valor, aunque no pueda percibir que el valor y el precio de produccion difieren.

E n efecto, para llegar a cap tar esta diferencia es necesario elaborar la teoria sobre la form acion de la tasa general de ganan- cia, que R icardo acepta como un hecho no teorizado. Esto solo es posible sobie la base del concepto de plusvalor, que perm ite entender la diferencia entre la parte constante del capital y su parte variable, unica que produce plusvalor. Ricardo, en efecto, percibe la diferenciacion del capital en relacion con su rotacion— conceptos de capital fijo y capital circulante— y no en relacion con la produccion de valor.

E nraizado en la teoria del plusvalor, el concepto de compo- sicion organica del capital perm ite superar la teo ria clasica en estos puntos fundam entales

— La diferenciacion de la composicion organica del capital segun los sectores entrana la transform acion del valor en precio de produccion, del plusvalor en ganancia media, y fundam enta la no identidad entre unos y otros.— La no identidad en tre el valor y el precio de produccion en la agricu ltura fundam enta la posibilidad de la ren ta absoluta, como resultado de la ley del valor, transform ada a su vez por la nivelacion de la ganancia y la existencia de la propiedad del suelo.— El m ovimiento de la composicion organica del capital a escala social fundam enta una ley de tendencia decreciente de la tasa general de ganancia in terna al modo de produccion capitalista, m ientras que la ley ricardiana tenia por fundam ento la exterio- ridad de la propiedad del suelo al capital y la hipotesis arb itra ria de los rendim ientos decrecientes en la ag ricu ltu ra48 49.

48 «Ricardo no estudia en ningun sitio el plusvalor aparte de sus formas especlficas, la ganancia, el interes y la renta del suelo (...) Pero no se detiene a examinar nunca, ni siquiera las conoce, las diferencias relativas a la composicion organica que se acusan dentro del proceso de produccion propiamente dicho. De ahi su confusion del valor con el precio de pro­duccion; de ahi tambien su equivocada teoria de la renta del suelo y sus leyes falsas en torno a las causas del alza o la baja de la tasa de ganan­cia, etc.» (Marx, 1974, vol. 1, p. 280. El subray ado es del autor).

49 «La teoria de Ricardo se basa, pues, en dos prernisas falsas: 1.® en la falsa premisa de que la existencia y el desarrollo de la renta del suelo determinan la fertilidad decreciente de la agricultura; 2.® en la falsa pre­misa de que la tasa de ganancia es igual a la tasa del plusvalor relativo, por cuya razon solo puede aumentar o disminuir en razon inversa a la disminucion o al aumento del salario» (Marx, 1974, vol. 1, p. 535).

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Sobre la teoria de M renta absoluta en Marx 79

Si Marx atribuye tal im portancia al concepto de ren ta abso­luta es porque esta ligado al descubrim iento de la diferenciacion entre el valor y los precios de produccion, es decir a la total superacion de la teoria clasica del valor, a la in terpretacion, bajo los conceptos esenciales de las relaciones de produccion capita- listas, de sus form as em piricas transform adas por la compe- tencia.

II. LOS PROBLEMAS DE LA TEORIA DE LA RENTA ABSOLUTA

Una ren ta de monopolio que no lo es. E s esta la paradoja de la ren ta absoluta. Al contrario que la ren ta de monopolio en sentido estricto, es producida como diferencia en tre el plusvalor creado en un sector y la ganancia m edia atribuible a los capitales inver- tidos en ese sector. No es una sustraccion de valor producido en o tra parte, aunque sea una sustraccion del valor norm alm ente transferido por la nivelacion. Pero al mismo tiempo. la fijacion de esta diferencia entre valor y precio de produccion como renta, la realizacion de la ren ta absoluta, parece depender unicam ente de la circulacion: de las relaciones en tre la oferta y la dem anda del suelo y del producto.

E sta realidad paradojica del fenomeno da lugar a dos tipos de objeciones a la teoria de la ren ta absoluta tal como Marx la desarrollo.

La prim era objecion parte de la siguiente pregunta: si la pro- piedad del suelo puede im pedir la nivelacion de la ganancia y m antener el precio regulador al nivel del valor, ^por que no im pone un alza de este precio por encim a del valor? La ren ta absoluta seria asi de hecho una ren ta de monopolio. Numerosos son los autores que llegan a esta conclusion, en particular entre los investigadores que elaboran actualm ente la teoria de las ren- tas del suelo «urbano»,y se enfrentan con fenomenos de monopo­lio en sentido estricto. La objecion es importante: dado que el factor suelo es escaso, o que la propiedad lo vuelve escaso, la produccion y la oferta son lim itadas y el precio de equilibrio se vuelve independiente del valor.

La segunda objecion, por el contrario , es intrinseca al con­cepto de ren ta absoluta. Parte de o tra pregunta: si la propiedad del suelo no es mas que una relacion juridica sin contenido economico, £P°r que la ren ta absoluta no tiende a cero? El suelo marginal no tendria precio de oferta, y un alza infim a del precio regulador por eneirfia del precio de produccion deberia bastar

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para colocar un obstaculo territo ria l economicamente inconsis- tente. Esto no sucede: ip o r que?

En lo que viene a continuacion intentare sucesivamente de- m ostrar que la renta absoluta no es una ren ta de monopolio (§ 1), para despues analizar en que consiste la «resistencia efectiva» de la propiedad del suelo al capital (§ 2).

1. La renta absoluta no es una renta de monopolio

1.1. La propiedad capitalista del suelo no puede engendrar un precio de monopolio

Como toda categoria economica m arxista, el concepto de renta absoluta es el de una relacion social. La ren ta absoluta es la propiedad capitalista del suelo, es decir, la propiedad del suelo dom inada por un modo de produccion —e integrada en el—, en el que la relacion social determ inante es el capital.

En ese modo de produccion, la propiedad del suelo podra, pues, modificar las condiciones de funcionam iento de la ley del valor, modificada a su vez por la nivelacion de la ganancia; pero jam as podra im pedir a la ley del valor y al movimiento de la ganancia que regulen la produccion y el intercambio.

Me parece que alii se encuentra el fondo de la respuesta que da Marx a la pregunta que el mismo hace:

Si la propiedad de la tierra confiere el poder de que el producto se venda por su valor, por encima de su precio de produccion, £por que no confiere asimismo el poder de venderlo por encima de su valor, a un precio de monopolio caprichoso?50.

Examinemos mas de cerca el argumento. En prim er lugar, una afirm acion de principio: el im porte de la ren ta absoluta no tiene nada de arb itrario :

La propiedad territorial presupone el monopolio de ciertas personas sobre determinadas porciones del planeta, sobre las cuales pueden disponer como esferas exclusivas de su arbitrio privado, con exclu­sion de todos los demas. Supuesto lo anterior, se trata de desarrollar

50 Mam, 1974, vol. 1, p. 494 (el subrayado es del autor). Pregunta formu- lada as! en El capital: «De la renta del suelo peor (...) £se deduce que el precio del producto agricola es necesariamente un precio monopolico en el sentido corriente del termino, o un precio en el cual la renta ingresa a la manera de un impuesto, solo que es el terrateniente quien percibe ese impuesto en lugar de hacerlo el Estado?» (Mam, 1981, vol. 8, p. 963).

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S o b r e la teo r la d e la r e n ta a b s o lu ta en Marx 81

el valor economico, es decir la valorizacion de ese monopolio sobre la base de la produccion capitalista. Nada se resuelve con el poder juridico de estas personas de hacer uso y abuso de porciones del planeta. El uso de estas porciones depende por entero de condiciones economicas, independientes de la voluntad de aquellas personas 51.

Estam os lejos de las afirm aciones hechas a m enudo sobre la especulacion, que suponen generalm ente un precio minimo arbi- trario para que intervenga la oferta de suelos. Es «sobre la base de la produccion capitalistas como se determ inan tan to el limite inferior de la ren ta absoluta como su limite superior. El prim ero depende de las condiciones historicas concretas en las que com- piten por el uso del suelo el capital y las o tras relaciones de produccion que este domina en una sociedad determ inada; vol- veremos sobre esto con mas detalle. En cuanto al lim ite superior, depende exclusivamente de las condiciones de la produccion en el sector que genera la renta absoluta. Tenemos que aclarar este punto ahora.

^Cuales son, entonces, las «condiciones economicas» que de­term inan el lim ite superior de la ren ta absoluta?

Es evidente que una de esas condiciones es la demanda; su ley de variacion (en funcion del precio de o ferta) determ ina siempre la cantidad de producto que tiene socialmente un valor de uso y la que no lo tiene (que es invendible) para cada nivel del precio de oferta. Pero el papel de la demanda es muy dife- rente segun las condiciones de la produccion.— 0 bien el capital puede reproducir sin trabas la m ercancia y las cantidades ofrecidas pueden aum entar en funcion del nivel de ganancia proporcionado por el precio de mercado, y en ese caso, que es la norm a en el modo de produccion capitalista, el precio de m ercado tendera al precio de produccion y las canti­dades producidas a las cantidades dem andadas a ese precio,— O bien las circunstancias se oponen al aum ento de la o ferta cuando el precio de m ercado es superior al precio de produccion, y la m ercancia no puede entonces ser reproducida, algunos agentes dom inantes controlan la o fe rta y la coaccion estatal fija las cantidades. En ese caso, el precio de m ercado ya no esta regulado por el precio de produccion ni, en consecuencia, por

51 Marx, 1981, vol. 8, pp. 793-94 (el subrayado es mlo, C.T.) .Y tambien: «Pese a que la propiedad de la tierra pueda elevar el precio de los productos agricolas por encima de su precio de produccion, no depende de ella, sino de la situacion general de mercado la medida en la que el precio de mercado se acerca, por encima del precio de produccion, al valor» (Mam, 1981, vol. 8, p. 971).

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el valor, sino solam ente por la demanda. Es un precio de mo­nopolio.

La pregunta tom a entonces esta forma: ^tiene la propiedad del suelo el poder de lim itar las cantidades producidas, es decir, de limitar la cantidad de capital invertido en los sectores en los que opone una b arrera al libre movimiento del capital?

La respuesta de Marx es negativa: es la acumulacion de capital -y el movimiento demografico que la acom pana— la que determ ina el nivel de la produccion agricola, y no la propiedad del suelo.

La fase de desarrollo, alcanzada en cada caso, del incremento de poblacion y capital opone una barrera, aunque elastica, a la expan­sion del cultivo del suelo52.

No habria limitacion absoluta de la produccion agricola —y por consiguiente deficit estructural en relacion con la dem anda— sino a condicion de que hubiera escasez absoluta de tierras 53 54. Esto no ocurre cuando el capitalism o se desarrolla y crea el m ercado m undial del trigo.

Si esto es asi, la propiedad del suelo no puede con trarresta r la regulacion de la produccion y de los precios por la ley del valor. Tan solo se halla capacitada, en ciertas condiciones, para con tra rresta r la formacion de los precios de produccion.

La propiedad territorial solo puede verse afectada y paralizada por la accion de los capitales —por su competencia— en el sentido. de que esta modifique la determinacion de los valores de las mercan- clas

Existe aqui, segun parece, una paradoja: la propiedad territo ria l es capaz de sustraer tierras al cultivo —de lim itar la cantidad de tie rra explotada por el capital— , pero no puede lim itar la cantidad de capital invertido, y, por tanto, la produccion.

52 Marx, 1981, vol. 8, p. 978 Y tambien: «La competencia de las tierras entre si no depende de que el terrateniente quiera hacerlas competir, sino de que se obtenga capital como para competir en los campos nuevos con los otros» (Mant, 1981, vol. 8, p. 980).

53 En otras palabras, «en una pequena isla en que no existiese el comercio exterior de trigo» (Marx, 1974, vol. 1, p. 494). Esta iiuagen ha enganado a aquellos que, por principio, se limitan al analisis de la circu- lacion: «Lo que parece flotaren ese pasaje es que la competencia de los productos de importacion plantea un limite al alza de ese precio de monopolio» (Emmanuel, 1969, p. 237). Veiemos que se trata aqui de una lectura bastante limitada

54 Marx, 1974, vol. 1, p. 494 (el subrayado es mio, C.T.).

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Sobre la teoria de la renta absoluta en Marx 83

Marx justifica esta tesis unicam ente m ediante la observacion empirica. Parece que las razones que explican los llm ites del poder de los terraten ien tes son dos: la libre inversion en tierras va arrendadas y la im portacion de productos agricolas.

HI capital, organizador del proceso de trabajo y de produccionSin prim er lugar, una vez que el arrendatario ha obtenido, me- diante el arrendam iento, el derecho a usar el suelo contra el pago de una ren ta determ inada, para el la propiedad territo ria l «desaparece» 55 *.

i.n propiedad de la tierra solo obra en forma absoluta, en cuanto limitacion, en la medida en que el acceso a la tierra —en cuanto ;h ceso a un campo de inversion del capital— condiciona el tributo al terrateniente. Una vez que se ha producido ese acceso, este ya no puede oponer barreras absolutas al volumen cuantitativo de la inver- ion de capital en una parcela de terreno dadas.

lise hecho, por lo demas, se encuentra en la base del desarrollo de la agricultura intensiva por m edio de la cual el arrendatario , gracias al empleo de cantidades crecientes de capital por unidad de superficie y a la busqueda de increm entos de productividad, nbtiene la form acion de plusganancias que exceden el nivel de la ren ta precedente 57.

Cuanto mas alta sea la productividad fisica de los capitales adicionales librem ente invertidos en las tierras en las que ya no existe el obstaculo territo ria l (provisionalm ente), mas bajo sera el precio regulador, y mas debil el lim ite superior de la renta absoluta: veremos m as adelante por que solo puede ser pequena la ren ta absoluta bajo condiciones norm ales))58.

^Cual es el significado del hecho proporcionado por Marx eomo «explicacion»? Ese significado debe encontrarse en las relaciones de produccion de la agricultura capitalista «clasica», las cuales, mas alia de su especificidad, m uestran el lugar de la propiedad territo ria l en el modo de produccion capitalista.

Durante el periodo de arrendam iento, escribe Marx, el arren-

55 Marx, 1981, vol. 8, p. 955.54 Marx, 1981, vol. 8, p. 972 (El subrayado es mio, C.T.).57 El h e c h o d e que, e n l a agricultura i n g l e s a «clasica»,esas plusganan-

i ias suplementarias fueran transferidas a l propietario e n forma d e «renta diferencial i i » n o c a m b i a para n a d a la cuestion. Simplemente i m p o n e un t m e v o proceso d e « i n t e n s i f i c a c i o n c a p i t a l i s t a » durante e l siguiente periodo de arrendamiento.

58 Marx, 1981, vol. 8, p. 981.

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datario «es de hecho el propietario de la tierra® 59. Form ula sor- prendente, que senala la disociacion realizada por el modo de produccion capitalista entre el derecho (jurld ico) de propiedad y el poder (economico) de propiedad.

El nuevo modo de produccion ha transform ado al propie" tario del suelo en rentista, lo ha desposeido de su funcion ante­rior de organizador del proceso de produccion. Desde ese ins- tante, es el arrendatario capitalista el que controla la utilizacion real de los medios de produccion, el proceso de trabajo ; es tam- bien el el que organiza, durante el periodo de arrendam iento, la valorizacion de su capital, el proceso de produccion.

La propiedad del suelo no tiene mas que un derecho: fijar el im porte de la renta. Las condiciones en las que ejerce ese derecho estan a su vez determ inadas por el proceso de produc­cion capitalista: es este el que genera la plusganancia (localizada o sectorial) transform able en renta. El capital fija los limites de la ren ta del suelo.

Pero, al percibir la ren ta en el in terior de estos limites, la propiedad del suelo ejerce sin embargo un poder: en efecto, la renta determ ina el minimo de plusganancia que el capital estarii obligado a producir. De esta form a, orienta la produccion: habra que producir ciertos productos y proceder a un nivel minimo de inversion. La ren ta del suelo rem ite al capital individual las r^s- tricciones que resultan del movimiento del capital social. Perid- dicam ente, en la agricultura capitalista «clasica»,el capital esta forzado a com partir con la propiedad del suelo el poder de organizar el proceso de produccion; a p a rtir de las condiciones creadas por ese reparto, recupera luego la totalidad de ese poder. Dado que la relacion ju rid ica de propiedad confiere al pr°P^e" tario una parte lim itada del poder economico de propiedad, b‘ otorga al mismo tiem po un derecho de apropiacion de una por- cion del plusvalor social.

Asi, el poder de la propiedad del suelo que subsiste es dora*' nado por el del capital. Es este el que tiene la iniciativa en m a' teria de produccion: la propiedad del suelo solo tiene, en forma periodica, un derecho de veto. Y si el capital esta forzado a com partir su poder cuando se le enfrenta la barrera del sue'° ! luego lo ejerce por com pleto, una vez que esa b arrera ha quedado eliminada.

Es, pues, en la estruc tu ra m isma de las relaciones de produc' cion donde reside el fundam ento de la incapacidad de la Pr<>

59 Mam, 1974, vol. 1, p. 495.

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piedad del suelo de lim itar la accion del capital y las cantidades producidas, de im poner un precio de monopolio.

ba expansion de la produccion capitalista y la escasez imposible del sueloId segundo factor que im pide la form acion de precios de m ono­polio de los productos agricolas es, nos dice Marx, la im portaciondel trigo extranjero.

Acaba de senalarse que la escasez de suelo creada socialm ente por la propiedad del mismo no puede crear una escasez de pro­ductos. Pero la accion del capital para superar la barrera exige un cierto desarrollo de la acumulacion en la agricultura y trans- lormaciones tecnologicas im portantes. Esos procesos exigen 1 iempo, tan to mas cuanto que la renta lim ita la plusganancia, moto r de esas transform aciones.

El capital dispone de o tra via: la expansion m undial de las nuevas relaciones de produccion, la creacion de un m ercadon sundial de productos agricolas.

Puede tra ta rse de la creacion de una agricultura capitalista < n los nuevos paises. Puede tra ta rse tam bien de una agriculturai’m propiedad del suejQ y sjn renta: agricultura campesina deos co on del Nuevo Mundp, transform acion capitalista de los

domimos feudales en la vieja Europa. En estos casos, pesarasobre los precios una oferta que no incorpora la ren ta absoluta. Eero de todos modos, la escasez del suelo sera superada; su escasez fisica es im pensable a escala m undial; su escasez social—creada p Qr \a propiedad del suelo en relacion con la acum u­lacion— tam bien lo es si la expansion capitalista logra superar el obstaculo de los modos de produccion que se le oponen, des- i ruyendolos o subordinandolos., Ete ese modo, la «im portation » no es un «factor exogeno»rntroduci^o eruun ,«mojdelo de economia cerrada>>. que ipcluya la m olesta posibiiidad de unos precios de monopolio: La im por­tation es la cara aparente, en la circulacion, de la expansion mundial de la produccion capitalista.

Concluyamos a este respecto: a la pregunta fundam ental so­la e los limites del nivel de la ren ta absoluta, Marx solo da expll- «Uamente respuestas descriptivas. Estas tan solo esbozan la explicacion fundam ental: la propiedad jurldica del suelo no pue- ilf imponer precios de monopolio porque tiende a ser desposelda iii’1 poder de propiedad. El capital, a quien corresponde ahora • .e poder, puede siem pre producir mas, pues es el organizador >lel proceso de produccion. Su lugar en las relaciones de produc-

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cion le perm ite no solam ente a ju star la acumulacion y la produc­cion a la dem anda (lo que impide cualquier escasez relativa duradera de la oferta de productos), sino tam bien a justa r la cantidad de suelo explotado a las necesidades de la acumulacion (lo que im pide cualquier escasez relativa duradera de la «oferta» de su e lo )60.

E sta dominacion no utiliza los mismos medios en la agricul- tu ra y en las producciones urbanas ni, dentro de cada uno de esos sectores, en las diversas fases de desarrollo del m odo de produccion. Pero independientem ente de cuales sean esos me­dios, y las contradicciones especificas que engendran, el capital tiene siempre la u ltim a palabra.

1.2. La plusganancia sectorial constituye el lim ite superior de la ren ta absoluta

Lo esencial de la tesis de Marx es entonces lo siguienter la pro- piedad capitalista del suelo —la ren ta absoluta— modifica las condiciones de la nivelacion de la ganancia pero no puede im- pedir la regulacion de la produccion y del intercam bio por el valor.

La condition necesaria de la ren ta absoluta agricola es, pues, la existencia de un excedente del valor del p roducto por encima de su precio de produccion. La ren ta absoluta esta constituida por una fraction del plusvalor producida en el sector y sustrafda a la nivelacion. Difiere en ese aspecto de la ren ta de monopolio, la cual esta constituida po r el plusvalor producido en los otros

60 Quiza podemos comprender ahora mejor el pasaje en el que Marx enumera los «limites economicos)) de la renta absoluta antes de hacerse preguntas sobre la naturaleza de esta ultima como transferencia del exce- dente del valor por encima del precio de produccion (Marx, 1981, vol. 8, p. 963). La lista se presenta en el siguiente orden:— Las «inversiones adicionales de capital en los antiguos arrendamicn- tos»: el capital, en las relaciones de produccion capitalistas, ha despojado a la propiedad del suelo de su poder de propiedad; este «factor» y el siguiente fijan el limite superior de la renta absoluta.— «La competencia de los productos agricolas extranjeros —dando por supuesta la libre importacion de estos—»: el capital, con su expansion mundial, impide a la propiedad del suelo implantar una escasez relativa de este. Si la propiedad lo logra, lo hace gracias a su dominacion polltica (proteccionismo).— «La competencia de los terratenientes entre» si: fija el limite inferioi de la renta absoluta, como veremos.— «Las necesidades y solvencia de los consumidores)): es evidente, pero la demanda solvente fija tambien los limites de la renta de monopolio.

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sectores y transferido al sector considerado por interm edio del precio de monopolio de sus productos.

El estudio de las rentas del suelo urbano me ha llevado a la hipotesis de que se necesita una generalizacion del concepto de renta absoluta para utilizarlo en el analisis de la form acion de las rentas en otras esferas de valorization del capital distintas a la agricultura. Propongo que se defina la ren ta absoluta como la fijacion, por parte de la propiedad del suelo, de la plusganancia sectorial, teniendo en cuenta que el excedente del valor por encima del precio de produccion constituye un caso particu lar (V fundam ental) de plusganancia sectorial en las esferas que producen valor.

Por lo pronto, continuem os con Marx el analisis de la renta absoluta agricola, intentando responder a dos preguntas: ^como so determ ina la plusganancia sectorial en la agricultura, y como rvoluciona?

I I limite superior de la renta absoluta es la diferencia entre valor social y precio de produccion individualUn capital individual solo se invertira o perm anecera funcio- nnndo en una nroduccidn dada. en una localization determ inada.- --------- JL" ~ - ' ------------------ - / ---------- -------------------------------------- ----- -------------------- f

si su valorizacion le proporciona al menos la tasa m edia de ganancia. Esta tesis general expresa a nivel individual una ley icndencial del modo de produccion: la nivelacion de las ganan- t ia s61. De ahi se desnrende aue el limite interior del nrecio reeu-' - j _ _ - _ -± - - - - - - - - - / - - ± - - - w

I a dor de m ercado es el precio individual de produccion del capital menos productivo del sector. Salvo divergencias (tempo- rales) entre capitalistas individuales o diferenciacion (estructu- i al) de las tasas de ganancia entre tipos de capitalistas, la inver­sion en las condiciones de productividad mas bajas debera reportar al menos la ganancia media: puede tra ta rse , por lo demas, de la inversion en un terreno m arginal asi como de la

6! Como ley tendencial, incluye una multitud de excepciones que su arcion reguladora tiende a suprimir: siempre hay capitales individuales ( uya ganancia es inferior a la ganancia media; puede haber sectores o i cgiones enteras donde la tasa de ganancia «aceptada» por los capitalistas -> a inferior a la tasa media (como en el caso de los pequehos arrendata- i ios ingleses del siglo xix, por ejemplo). Cf. Marx, 1981, vol. 8, pp. 791-822.

produce tendencias que la contrarrestan estructuralmente: la concentra- < inn y la centralizacion del capital crean una acumulacion desigual, apa- ivciendo igualmente una esfera monopolista de nivelacion cuya tasa media de ganancia es superior a la tasa general.

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inversion marginal en un terreno m ejor. Lo que prueba ya que no es en absoluto necesario que el terreno m arginal sea regu- lador del precio ffl.

Pero desde el m om ento en que existe una propiedad del suelo que opone resistencia efectiva a la libre inversion de capital, el lim ite inferior del precio regulador se desplaza y llega a ser el precio individual de produccion del capital menos productivo mas el lim ite inferior de la ren ta absoluta, que examinaremos mas adelante.

For el m omento, dediquemonos al limite superior del precio regulador (y, por tanto, de la ren ta absoluta). E ste no puede se r m ayor que el valor individual del producto correspondiente al capital menos productivo. Mas alia, se tra ta rla de un precio de monopolio basado en una limitacion absoluta de la produccion agricola, lim itacion excluida po r el propio desarrollo del modo de produccion capitalista.

«Bajo condiciones normales», el precio regulador es incluso inferior al valor individual fijado p o r el capital menos produc­tivo. Sucede esto cuando la dem anda es poco elastica con res- pecto a los precios y la produccion de los capitales adicionales invertidos en condiciones supram arginales es im portan te en volumen: en ese caso, el precio regulador sera fijado por el valor individual del producto correspondiente a los capitales mas productivos, o, en todo caso, con productividad superior a la de los capitales menos productivos.

k n efecto, no hay nada que haga necesaria la hipotesis ricar- diana de los rendim ientos decrecientes. La busqueda de una plusganancia po r parte del capital no puede ser interrum pida por la renta. Al tender perm anentem ente a apropiarse de la plusganancia, la propiedad del suelo em puja al capital a esa busqueda, lim itando de m anera contradictoria sus posibilidades de acumulacion. H abra en consecuencia un aum ento de la pro­ductividad. En la agricultura, sin embargo, en tra en juego la productividad «natural», pudiendo eventualm ente dism inuir has-

el punto de no verse com pensada por el increm ento de la

“ Marx lo senala claramente al mostrar que el terreno marginal puede disfrutar de una renta diferencial (de un excedente del precio de produc­cion regulador por encima de su precio individual de produccion) cuando —a causa del obstaculo que opone el suelo a la extension de los cultivos— la inversion marginal se realiza con productividad decreciente en un terreno supramarginal. Puede producirse entonces una regulacion del pre­cio de mercado por el precio de produccion marginal correspondiente a ese ultimo terreno, superior al precio de produccion medio en el terreno marginal (Marx, 1981, vol. 8, pp. 94647; p. 959).

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productividad socia l63 64. En ese caso el precio regulador segura- m ente se acercara al valor individual en las condiciones de m as ba ja productividad.

Sin embargo, esta es tan solo una posibilidad. Si la producti­vidad m edia es a l ta (A, en particu lar a causa de una alta Pro uc" tividad en los suelos m as productivos, estos ultim os determ ina- ran el precio regulador m ientras que el lim ite superior de la ren ta absoluta sera bajo.

Pero tambien es posible que con el progreso de la agricultura solo sea necesario un aumento moderado del precio de mercado por en- cima del termino medio, para que un suelo peor, que en un nivel inferior de los medios tecnicos auxiliares hubiese requerido una elevation mayor del precio de mercado, pueda ser cultivado y al mismo tiempo arrojar una ren ta65 66.

Marx discute am pliam ente el «caso norm al de Ricardo» en el que el terreno m arginal no produce renta'. Si su precio de produc­tio n individual aparece como el precio regulador de m ercado, es porque el valor individual de los productos en las m ejores tierras cum ple en realidad el papel de regulador. El terreno marginal no determ ina realm ente el precio sino en la hipotesis de que toda la produccion en las m ejores tierras sea absorbida por la dem anda al precio fijado por el terreno marginal. Si, por el contrario, la dem anda a ese precio se halla saturada y aum enta poco cuando el precio desciende, el terreno m arginal sufrira la im position de un precio regulador, ya sea inferior a su precio individual de produccion —y entonces sera eliminado— , ya sea inferior a su valor individual— y entonces el propietario del suelo debera contentarse con una ren ta absoluta m as baja.

£Estara dispuesto el propietario a aceptar esta situation?

43 «Es posible que el aumeqto. de. la fuerza produqtiva. social ep la agricultura solo compense, o m siquiera compense la dismmucion de la fuerza natural —esta compensation solo puede tener efecto por un tiem- po—, de modo que allf, a pesar del desarrollo tecnico, el producto no se abarata sino nue s°lo se imPide un encarecimiento aun mayor del mismo tMarx, 1981, vol. 8, p. 974).

64 Marx menciona casos en los que resulta «excepcional» que el precio regulador sea determinado por el valor individual del producto correspon- diente a las unidades menos productivas: si la composition organica es muy baja y/o la produccion puede incrementarse fuerte y raDidamente* se necesitarlan «condiciones de mercado extraordinariamente favorables», una demanda muy importante, para que el precio se establezca segun ese valor: las minas, las canteras, los bosques (Marx, 1981, vol. 8, pp. 975 ? ^81).

65 Marx, 1981, vol. 8, P. 975.66 Marx, 1974, vol. 1, PP. 462-73.

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Este es ya o tro problem a, el del lim ite inferior de la ren ta ab- soluta. Pero si no la acepta e im pide que el terreno sea cultivado, esto no m odificara por m ucho tiem po las cantidades producidas,

Resumamos. E l precio regulador de m ercado del producto com prende un limite inferior, a saber, el precio de produccion individual del capital menos productivo, y un limite superior, el valor individual del producto de ese mismo capital. Salvo cuando el descenso de la productividad «natural» prevalece sobre el aum ento de la productividad social, el precio regulador se acercara mas al valor m edio del producto que a su val° r indi­vidual en las condiciones m as desfavorables.

La ren ta absoluta tiene entonces un limite superior, determ i- nado por la produccion capitalista: es el excedente del p recao regulador por encima del precio de produccion individual en terreno menos productivo. Determ ina, sin em bargo, los precios,pues im pide que tal excedente sea transferido al resto de economia a traves de la nivelacion.

El movimiento de la plusganancia sectorial en la agriculturaLa existencia de la ren ta absoluta esta condicionada necesaria- m ente por una plusganancia sectorial. En los sectores producti- vos de valor, como la agricultura, esa plusganancia esta consti- tu ida por el excedente del valor por encim a del precio de pro- duccion de los productos. Ese excedente implica una composicion organica del capital agricola m as bajo que la composicion orga- nica media.

(■Sucede realm ente esto? «Es una cuestion que solo pue^e decidirse de m anera estad istica»67.

Se puede pensar teoricam ente que la composicion orgaitlca del capital en la agricultura es igual o superior a la media; enese caso, la ren ta absoluta desapareceria68. E sto supondria ^os condiciones: de un lado, «un gran desarrollo de la agricultura o un rezagamiento de la in d u s tria» ^ le o tra parte, relaciones de produccion en las que o bien el propietario es al mismo t ie ^ P 0 em presario , o bien se apropia de una parte de ganancia e * 43

67 Mam, 1981, vol. 8, p. 966.43 Marx, 1981, vol. 8, p. 972 Cf. tambien: «EI mismo razonamiento que

demuestra tambien su realidad, su existencia [de la renta absoluta, N. del T.] como mero hecho historico, inherente a un cierto grado de desarrollo de la agricultura y susceptible^ Por consiguiente, de desapare- cer en una etapa superior de desarrollo» (Marx, 1974, vol. 1, p. 435. El sub- rayado es del autor).

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ijtcluso del salario del p roductor d irec to 69. M arx distingue dos • ..sos. una situacion en que las fuerzas productivas estan poco < k-sarron adas tan to en la industria como en la agricultura, y « n ia que ia produccion agricola —y por tan to la ren ta del suelo, m es que la — no es capitalista; y o tra en la que hay una produccion. capitalista agricol^ m ientras que la industria no se « ncuentra desarrollada. El p rim er caso «ha podido existir», pero tl segundo es mUy improbable:Mb' donde la industria —y, por tanto, la produccion capitalista— se ii.illa pocQ desarrollada, no hay arrendatarios capitalistas, pues estos inosupon^ ]a existencia de la produccion capitalista en el campoto.

! « i que Marx no considera es el «caso» que en m uchos palses <• ha constituido en via principal de la solucion capitalista al problema agrario»: la agricultura cam pesina dom inada po r el

modo de produccion capitalista.Sin embargo, en la hipotesis de unas relaciones de produccion

i .ipitalistas en la agricultura y en la realidad de la agricultura mglesa del siglo xix, la ren ta absoluta —o, por lo menos, su 11 m ite superior, la plusganancia sectorial— tiende a aum entar 71.

No se tra ta de una «ley eterna», sino de un «fenom eno his- i< h'1co»:i;.s(e fenomeno historico a que aludimos es el desarrollo relativamen- t«- rapido de la industria (que es, en realidad, la industria inglesa)en i omparacion con la agricultura. Esta ha visto crecer su productividad, i« ro no en la misma proporcion que la industria72.

i-n efecto, ^corno evoluciona la plusganancia sectorial en la agricultura?

La ren ta absoluta, que aqui suponem os igual a su limite '■unerior, la plusganancia sectorial, es la diferencia entre el valor v el precio de produccion del producto agricola. Lo que equi- vnle a decir que la tasa de ren ta absoluta es la diferencia entre la tasa in terna de ganancia sectorial y la tasa m edia de ganancia.

E sta expresion significa que la ren ta absoluta se halla deter- minada por las condiciones de la produccion capitalista. Al de- pi-rider de la tasa m edia de ganancia, la tasa de ren ta absoluta * 10 * 12

45 Marx, 1974, vol. 1, pp. 532-33.10 Marx, 1974, vol. 1, p. 533.71 «En las sociedades progresivas, la renta tiende a aumentar. La ver-

Lidera razon de ello esta en que en una sociedad progresiva el capital variable disminuye con relacion al capital constante» (Marx, 1974, vol. 1, tugina 554).

12 Mam, 1974, vol. 1, p. 323.

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esta estrecham ente ligada a aquellos m ovimientos generates del modo de produccion que reflejan la tasa de explotacion y la com position organica m edia del capital. A1 depender de la dife- rencia entre las composiciones organicas agricola y media, lu tasa de ren ta absoluta expresa el atraso de las fuerzas pj-oduc- tivas en la agricultura, el desarrollo desigual del m odo de produc­cion capitalista.

En cuanto a la m asa de la ren ta absoluta, sustraida al p roceso de nivelacion, depende ademas de la cantidad de capital sociai invertido en la agricultura, regulado por la ley del valor.

La tasa y la m asa de ren ta evoluciona en form a relacionada,)pero diferente. Veremos que nada obliga a que una y o tra au331611' tan necesariam ente con el desarrollo capitalista: la ren ta del suelo no puede de ninguna m anera servir de fundam ento a una ley de la b a ja de la tasa de ganancia13.

Examinemos ante todo los determ inantes de la tasa de renta absoluta. Depende de la tasa media de ganancia y, en consecucn- cia, del movimiento de la tasa de ganancia en la industria, que pesa m ucho en e lla 73 74. El desarrollo de la division del traba jo en la industria, en la m edida en que entrana un alza de la compo sicion organica m edia del capital y tiende a producir el descensd de la tasa m edia de ganancia, produce un aum ento de la tasa de renta. E sta tasa crecera tan to m as rapidam ente cuanto mas se acentue el desarrollo desigual de la industria y la agricultura y, de m anera m as general, de los sectores productivos de renta absoluta.

La tasa de ren ta absoluta tam bien depende, entonces, del cambio sufrido por las condiciones de produccion en esos sec- to re s75, en dos sentidos: directo e indirecto. Los cambios en la productividad del traba jo modifican la tasa de ren ta si modifican

73 Este punto es evidentemente esencial para Marx, quien situa la rai'z de ia baja tendencial en la contradiction fundamental intrinseca al modu de produccion capitalista, mientras que Ricardo la situa en la existencia de la renta del suelo.

74 «<iQue es lo que regula este precio de produccion [se trata del predo de produccion del trigo, C.T.J? La tasa de ganancia del capital no agrfcola, que el precio del trigo contribuye tambien, naturalmente, a determinar, aunque no sea el, ni mucho menos, el unico que la determina (...) Desdc el punto de vista historico —alii donde la produccion capitalista aparecc m&s tarde en la agricultura que en la industria— la ganancia agricola ci determinada por la ganancia industrial, y no al reves» (Marx, 1974, vol. 1, pagina 555).

75 Marx esboza en varias ocasiones una combinatoria de esas transfoi waciones en las Teonas de la plusvalia (Marx 1974, vol. 1, pp. 440-441, 473*527, 529, 531-532).

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la tasa in terna de ganancia; en el caso de la agricultura, la tasa de ren ta es modificada, ademas, por el hecho de que los cambios ile productividad m odifican tam bien la tasa media de ganancia.

Supongamos un sector cuyos productos no en tran directa- mente en el consumo masivo y que posee las condiciones nece- sarias y suficientes p ara la produccion de ren ta absoluta: por ' jemplo, las minas. Se produce en el sector un desarrollo de la pr oductividad del traba jo que trae consigo un descenso del valor del producto (y, por tanto, de su precio), asi como de su coste de produccion. Las consecuencias para la tasa de ren ta depen- deran del origen de este aum ento de la productividad.

Si es el resultado de un m ejoram iento de la productividad •matural», no hay cam bios en \a composicion tecnica ni en la ‘ ornPosicion organica dej capital, sino produccion de un proceso de explotacion de una m ina mas productiva, m ejor situada, etc.I * n p.fisn 1 pi * 1 1 i~ a —’ —d asa de ganancia in terna sectorial no cambia y la(esa de ren ta absoluta permanece co n stan te76. Sucede lo mismo

por contrario, disminuye la productividad m edia del sector, pero p Qr niismo tipo de razones.

Si, por el contrario , el aum ento de productividad proviene• lei capital, de un cambio en la m anera de producir, im plicara• ina modificacion de la composicion tecnica y una elevacion de■ ■' Composicion organica del capital. En ese caso, la tasa in terna dr ganancia sectorial descendera, lo m ismo que la tasa de ren ta .iLsoluta. E ste descenso se producira aunque el aum ento de pro- ductividad social sea debil (trayendo consigo un descenso limi- '•'do de valor), aunque la elevacion de la productividad social- lo compense el descenso de la productividad natural (perma-

eiendo estable el valor), y aunque no compense la disminucion dr la productividad natu ra l (aum entando, en ese caso, el valor).

En la m edida en que depende de los cambios de la composi- < i<in organica del capital en los sectores afectados y, en conse-■ rrncia, del m ovimiento de su tasa in te rn a de ganancia, la tasa d* renta absoluta es independiente del movimiento del valor del pi uducto.

n Eventualmente puede disminuir si los productos del sector tienen un i*■■■.'» importante en el capital constante de los otros sectores. En ese i . -o, la disminucion de su valor lleva consigo un descenso en la compo- «" "in organica media (suponiendo que no cambie la composicion tecnica), , por tanto, un alza de la tasa media de ganancia.

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E n el caso de la agricultura, sucede algo distinto. En efecto, los productos de este sector tienen un peso im portante en el consum o de los trabajadores y, en consecuencia, su valor contri- buye a determ inar el costo de reproduccion de la fuerza de tra­baj o y, por tanto, el salario medio. Los cambios de productivi- dad en la agricultura modifican, pues, la tasa de explotacion y la tasa m edia de ganancia y, en form a indirecta, la ta sa de renta absoluta.

Supongamos un desarrollo de la productividad del trabajo agricola que provoca una baja del valor del trigo. Segun sea el resultado de una elevacion natural o social de la productividad, ira acom panado directam ente de una tasa de ren ta absoluta cons- tan te o en descenso. Pero en los dos casos, producira dos tipos de consecuencias indirectas.

De una parte , si la baja del precio del trigo determ ina una baja del salario, aum entara la tasa de explotacion. Este aum ento tendra un efecto mas sensible en la tasa in terna de ganancia de la agricu ltura que en la tasa m edia de ganancia, pues la com­posicion organica en la agricu ltura es m as baja. E sto genera un alza de la tasa de ren ta absoluta.

De o tra parte , la baja del salario produce una elevacion de la composicion organica del capital pues, si se m antiene invariable la composicion tecnica, el valor del capital variable disminuye; esta vez, el efecto es m as sensible en los sectores en que la com­posicion organica es mayor. Sin em bargo, en la agricultura, este efecto es contrarrestado por el hecho de que el trigo, cuyo valor desciende, tam bien es un elem ento del capital constante (las semillas). Si se ignora este ultim o efecto, la b aja del salario conduce entonces a una b aja de la tasa de ren ta absoluta.

El efecto de la evolucion de la division del traba jo en la agricu ltura sobre la tasa de ren ta absoluta no se puede deducir . por tanto, en form a abstracta. Depende de la estruc tu ra concreta de las relaciones de produccion en el conjunto de la economia,

Independientem ente de esas variantes, M arx estim a, para las circunstancias inglesas de su epoca, que la tasa de ren ta tiende mas bien a aum entar, pues el desarrollo de las fuerzas produc- tivas es incom parablem ente mas rapido en la industria Que eri la agricultura.

E sto no determ ina necesariam ente un aum ento de la tnasa de renta absoluta sustraida al proceso de nivelacion.

La m asa de renta, en efecto, no depende unicam ente de su tasa — que refleja la estru c tu ra de los capitales— sino tam bien

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de la m asa de capitales invertidos en la agricu ltura y que, por tanto, producen ren ta absoluta. Ahora bien, ese volum en de capi­tal agricola, que, segun se ha visto, no puede verse lim itado por la propiedad del suelo, depende al mismo tiem po de la produc- tividad fisica m edia del capital y de las necesidades sociales de productos agricolas susceptibles de ser satisfechas a los precios determ inados por el valor de esos productos. E n otras palabras, si se m antiene constante la tasa de renta, el movimiento del valor y el de la dem anda determ inaran la m asa de ren ta absoluta.

Supongamos una disminucion del valor. Si la dem anda es elastica con respecto a los precios, el increm ento de las canti- dades por producir puede requerir de un volum en constante, e incluso creciente, de capitales, a pesar del aum ento de su productividad media. Como resultado, la m asa de ren ta abso­luta se m antendra constante o aum entara. Si, por el contrario, la dem anda es inelastica, el volum en de capitales invertidos debera dism inuir — por eliminacion de los capitales subproduc- tivos al nivel del nuevo valor regulador— asi como la m asa de renta absoluta.

Del mismo modo, un aum ento autonom o de la dem anda sin m odificacion del valor producira una afluencia de capitales hacia la agricu ltura y un aum ento de la m asa de ren ta absoluta.

Es, entonces, la estruc tu ra del capital agricola - e n relacion con la del capital industrial — , de una parte, y el ritm o de su acumulacion, de otra, lo que determ ina la plusganancia sectorial susceptible de ser transform ada en ren ta absoluta.

dDe que depende que esa ganancia sea transferida a la pro­piedad del suelo? Depende de la ((resistenciaefectiva» que opon- ga la propiedad al capital.

2. La renta absoluta es el resultado de la ((resistenciaefectiva» que opone la propiedad del suelo

El lim ite superior de la plusganancia sectorial que puede ser transform ada en ren ta absoluta esta, pues, fijado por el valor del producto. Pero, la ren ta absoluta efectivamente realizada ^equivale a la totalidad de la diferencia entre el valor y el precio de produccion, o solam ente a una parte , y en este caso, de que lamano?

P ara Marx, la pregunta reviste poco interes. Lo que le im porta precisar es «la posibilidad de la ren ta absoluta sin que sea

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violada la ley del valor®77. Su respuesta es, entonces, muy eva_ siva78, pero acierta al senalar la paradoja:

Puesto que, conforme al supuesto, la propiedad del suelo nada rep°ria sin el arrendamiento, carece de valor economico, bastara un ,7e aumento del precio de mercado por encima del precio de producclon para lanzar al mercado la nueva tierra de la peor clase79.

Ciertamente, la propiedad del suelo no esta en condicionds de lim itar ni el capital invertido, ni su produccion; por lo tanto, no puede im poner un precio de monopolio a los productos. Pero,,:puede por ese solo hecho lim itar la oferta de suelo e impon ‘ este un precio minimo?

El suelo no es un producto del trabajo y, por tan to , no tiene valor. Si tiene un precio, es porque proporciona una ren ta a ,su propietario. Es por tanto la ren ta la que fundam enta su p reclo: el suelo no tiene un precio de oferta autonom o como las otras m ercancias que son ofrecidas a su precio de produccion; no tiene un «precio natural* por debajo del cual seria re tira da del m ercad o 80.

El problem a, eludido por la m ayoria de los autores marxiSLas'

95 Christian Topalov

77 «E1 unico hecho que debo demostrar tedricamente es la posibilidad de la renta absoluta, sin que sea violada la ley del valor* Ese es cl punto central en torno al cual se libra la batalla teorica desde los fisio- cratas. Ricardo niega esa posibilidad; yo, por mi parte, la afirmo En lo referente a la existencia de la renta absoluta del suelo, sfna uia P™‘ blema a resolver mediante estadisticas en cada pais. Pero la miportancia de la solution puramente teorica en el terreno teorico aparece tiaraim.n 1 cuando se observa como en general los estadistas y los hombres Prac1UOs afirman desde hace treinta y cinco anos la existencia de la renta at7S0' luta del suelo, mientras que los teoricos (influidos por Ricardo) intentan- por medio de abstracciones muy forzadas y teoricamente debiles, demos­trar su imposibilidad. Hasta el momento, he encontrado de manera cons- tante que en esas polemicas los teoricos siempre se equivocan» (carta Marx a Engels, 9 de agosto de 1862, Marx-Engels, 1845-95, p. 126, el suoia‘yado Jgj d el Y P e n ta sea igual a toda la diferencia entre el valor v el precio de produccion o solo a una parte mayor o menor de esa diferencia. dependera por completo del estado de la oferta y la demanda y de hi ex­tension de ese nuevu territorio incorporado al cultivo» (Marx, 1981 vo1- pagina 969, el subrayado es mio, C.T.j. El «estado de la oferta y la deiuan- da», es decir, el volumen de la demanda al precio determinado por el valor fija, como hemos visto, el limite superior de la renta absoluta; pero que determina «la extension de ese nuevo territorio incorporado a?',C!." tivo» es el obstaculo territorial, que se manifiesta mediante un lum inferior de la renta absoluta. Esta ((explicacion»exige otra.

79 Marx, 1981, vol. 8, p. 963.80 Es una critica de Marx a Smith (Marx, 1974, vol. 1, pp. 507-8).

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Sabre la teorla de la renta absoluta en Marx 97

ha sido planteado con m ucha claridad por P. P. Rey. Si bien no prsporciono una respuesta, Marx nos dejo una teoria de la icnta absoluta en la que esta u ltim a aparece como «fantasm aJ», ■eterea»81.

Asi, como la teoria de Ricardo, tampoco la de Marx logra explicar la cxistencia observada en los hechos (por los estadisticos) de una irnta absoluta de la tierra que, lejos de ser infinitamente pequena, <-■, muy fuerte. Por lo menos, no llega a explicarla mientras persigue, t'n un marco teorico nuevo, el objetivo de Ricardo: analizar la renta ' l,: *a tierra sin salir del modo de produccion capitalista82.

, Por que es preciso salir de ese m arco? Porque la ren ta del .uelo aparece como «manifestacion, en el seno de la estruc tu ra< con6mica capitalista, de su form a ju rid ica» 83 * y, en cuanto rela­tion economica, COmo relacion de distribucion. Pero esta nom. -ne, en ei fflOjQ de produccion capitalista, una relacion de i'ioducclon que sjrva de fundam ento, pues precisam ente el

'’a rrollo del capitalism o excluye a la clase de los propietarios * suelo del proceso de produccion. La propiedad del suelo seria

• ntonces «una relacion de produccion en tre dos clases no pro--Inctoras, cosa que no tiene sentido»M.

Es en el modo de produccion feudal donde constituye una,l ,aci6n de produccion: la extorsion del plustrabajo de los‘ ■'m,?esinos1por los se^iores fe.udales, extorsion qup se efectua pprn. odio de la coaccion politico-]uridica. De ani la conclusion■ h p. p. Rey:

\ i renta «capitalista»de la tierra es una relacion de distribucion del n!.)do de produccion capitalista, y esa relacion de distribucion es el' cto de una relacion de produccion de otro modo de produccion

cual esta articulado el capitalismo85.

. ruede establecerse sobre esa base la exterioridad 'de la propie-■ ! ,fl_ del suelo con respecto al modo de produccion capitalista?! .! <<resistencia efectiva»que opone la propiedad del suelo al uso< ipitalista del rnismo i tiene necesariamnte su fundam ento fuera ■I I modo de produccion capitalista?

Veremos que no: tan to en la genesis de la ren ta absoluta 1 rfc° la como en la form acion de la rentas absolutas urbanas,

81 Rey, 1973, pp. 43-6.82 Ibid., p. 24.® Ibid., p. 27.M Ibid., p. 39.85 Ibid., p. 42. Subrayado por el autor.

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pueden intervenir dos tipos de «resistencia efectiva»: de una parte, la resistencia opuesta a todo uso capitalista del suelo por una propiedad territorial que se valoriza en unas relaciones de produccion precapitalistas (2.1); de o tra parte, la resistencia de una propiedad territo ria l que se valoriza por una produccion capitalista determ inada a o tras producciones capitalistas (2.2).

98 Christian TopaloH

2.1. La ren ta absoluta como efecto de la valorizacion precapitalista de la propiedad del suelo

Las form as historicas de la genesis de la ren ta capitalista del suelo son multiples. Sin embargo, presentan un rasgo comun: con la difusion de las relaciones de produccion capitalistas en la agricultura, todas las form as precapitalistas de ren ta son redu- cidas a los limites que impone el nuevo modo de produccion a la renta del suelo. En adelante, la ganancia lim itara a la renta, y no a la in v ersa86.

Pero las condiciones historicas de la transicion al capitalismo varian segun los modos de produccion anteriores y las formas politicas del cambio de dominio de clase en la sociedad. Al mis* mo tiem po varia el contenido economico de la propiedad preca* pitalista del suelo y, por tanto , la form a como se determ inan los limites inferiores de la ren ta absoluta capitalista.

La disolucion de la agricultura feudal87 produjo por doquier

86 «Con la interpolation del arrendatario capitalista entre el terrate- niente y el agricultor que trabaja realmente, quedan rotas todas las rela* ciones emanadas del antiguo modo rural de produccion. El arrendatario se convierte en el verdadero comandante de esos trabajadores agricolas y en el explotador real de su plustrabajo, mientras que el terratenienle solo se encuentra ya en relaci6n directa —mas exactamente, en una mera relacion dineraria y contractual— con ese arrendatario capitalista. De esi* modo se transforma tambien la naturaleza de la renta ... De forma normal del plusvalor y del plustrabajo desciende a excedente de ese plustrabajo por encima de la parte del mismo de la cual se apropia el capitalista explotador bajo la forma de la ganancia ... En lugar de la renta es ahora la ganancia la que se ha convertido en forma normal del plusvalor, y la renta ya solo cuenta como una forma, autonomizada bajo circunstancias especiales, no del plusvalor en general, sino de una ramificacion determi­nada del mismo: la plusganancia» (Marx, 1981, vol. 8, pp. 1017-18).

87 El termino, como se sabe, es objeto de debate. Ciertos autores reser* van el concepto de feudalismo a las sociedades cuya institucion politica esencial es el vasallaje, y designan a la institucion economica que acorn* pana al feudalismo pero tambien lo precede y le sobrevive con otro con­cepto: senorio (Henri Pirenne, Marc Bloch) o sistema senorial (Max Weber), Otros utilizan el concepto de feudalismo para describir un modo de produccion y la formacion social que este domina (Albert Soboul, C. Pa*

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Sobre la teorla de la renta absoluta en Marx 99

una doble emancipacion: libero al traba jador agricola de los lazos que lo ataban a la tie rra y al senor — sujecion personal propiam ente feudal o extraccion del p lustrabajo m ediante o tras form as superestructurales— y, de o tra parte, libero a la tierra de los derechos familiares y com unitarios de los trabajadores agricolas. La tie rra y el traba jador se convierten ambos en mer- cancias. Pero las vias y los ritm os de la transicion al capitalismo difieren profundam ente segun las regiones. E n Europa, pueden distinguirse tres tipos esenciales de transicions8:

— La «via inglesa» o expropiacion de los campesinos: los seno- res transform an sus derechos feudales en propiedad burguesa, expulsan a los campesinos libres y destruyen los derechos colec- tivos sobre la tierra. Los senores se convierten en ren tistas, los campesinos en proletaries y el arrendatario capitalista en organizador de la produccion.— La «vfa francesa, o expropiacion de los senores:, los cam pe­sinos se liberan de los derechos feudales y transform an sus dere­chos de uso del suelo en propiedad burguesa. Los productores directos se aduenan de los medios de produccion; la aparicion de las relaciones de produccion capitalistas «clasicas» en la agricultura sera lenta y limitada.— La «via prusiana» o transform acion del senor en capitalista agrario: en esta via de compromiso, el junker extiende progre- sivamente el dominio senorial, en adelante explotado de m anera capitalista con m iras al mercado, en detrim ento de las tenencias campesinas; la agricultura cam pesina parcelaria proporciona una reserva de m ano de obra sem iproletarizada a la gran propiedad.

El analisis historico perm ite descubrir otros tipos de transi­cion, m ostrar sus complejas com binaciones en una formacion social dada y, sobre todo, explicar, por m edio de los desarrollos de la lucha de clases, su existencia real. Lo que aqui me interesa es indicar la variedad de usos precapitalistas del suelo con que se encuentra el capitalism o agricola. Cada uno de ellos constituye una form a particu lar de resistencia que opone la propiedad al uso capitalista del suelo, determ inando, en consecuencia, de 88

rain y generalmente los autores marxistas), Se encuentra un reflejo de ese debate, por ejemplo, en c e r m , 1974.

88 Sobre ese punto, el debate continua tambien abierto. Por ejemplo, Max Weber opone la via francesa a la via inglesa y describe la via pru- ciana como un compromiso entre las dos (cf. Weber, 1923, pp. 79-110). Albert Soboul distingue por el contrario una via clasica (Francia e Ingla- terra) de la via prusiana y japonesa (cf. Soboul, 1976, pp. 9-22).

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m anera especifica el limite in ferio r de la ren ta absoluta cap*, talista.

Si bien Marx analiza am pliam ente la formacion de la propje_ dad terraten ien te en la «via inglesa» de transicion al capitalism0 tam bien da indicaciones utiles sobre o tra form a historic^ (je obstaculo territorial: la agricultura campesina.

Existen otras. Como subray a Engels, la genesis de la r en a absoluta no es un «dogm a econom ico»89 90.

La renta absoluta como efecto de la propiedad sehorialEn todos los casos en que el propietario del suelo no es el mismo que lo explota, hay ren ta del suelo. Por tanto, puede haber arren- dam iento sin ren ta del suelo «en el sentido estricto de la pala- bra», sin ren ta capitalista. La ren ta (no capitalista) es entonces o bien una deduccion sobre la ganancia del pequeno arrendatario capitalista y /o sobre el salario de sus obreros, o bien una deduc­cion sobre la ganancia y /o el salario del p roductor directo que ha tornado la tie rra en arriendo Esas condiciones no correspon- den al m odo de produccion capitalista, sino al modo de produc­cion feudal.

En consecuencia, la form a ren ta del suelo en dinero, comun a la agricultura capitalista y a la agricultura feudal en declive, oculta una diferencia esencial entre los dos m odos de produc- cion: la ren ta feudal es la apropiacion directa, por parte del propietario del suelo, del p lustrabajo de los productores direc- tos, m ientras que la ren ta capitalista es la transferencia al pro­pietario del suelo, por parte del arrendatario capitalista, del excedente de plusvalor arrancado a sus asalariados sobre la ga­nancia media. Los cambios de form a de la ren ta feudal —en trabajo , en productos, en dinero— van acompanados del mante- nim iento de la relacion de produccion fundam ental: la posesion de los m edios de produccion -y especialm ente de la tie rra—

89 Engels lo subraya: «La genesis de la renta en diferentes palses e incluso en un mismo pals no me parece del todo que sea ese proceso simple que imaginan tanto Ricardo como Carey. (...) No es un dogma economico (...) Incluso puede haber lugares donde la renta naciera en ja forma descrita por Ricardo, otros en la forma descrita por Carey, y otros aun que conocieran una genesis muy diferente (...) En Europa septen­trional, la renta no nacio ni en la forma ricardiana ni en la forma ca- reyana; surgio simplemente de las cargas feudales que la competencia redujo posteriormente a su justo nivel economico. En Italia, otro origen distinto, ver Roma» (carta de Engels a Marx, 19 de noviembre de 1869, Marx-Engels, 1845-95, p. 245. El subray ado es del autor).

90 Marx, 1981, vol. 8, p. 951.

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Sobre la teorla de la renta absoluta en Marx 101

por los campesinos y la apropiacion de su p lustrabajo m ediante la coaccion juridicopolltica ejercida por el propietario del suelo91.

La extension del capitalismo en la agricultura choca, enton- ces, con la explotacion feudal de la tie rra y de los campesinos, desde un punto de vista doble.

De una parte, si los campesinos estan sometidos a los dere- chos senoriales, la tie rra esta som etida a los derechos de los campesinos: no es libre. En la via inglesa de transicion, son los senores quienes expropian a la poblacion cam pesina92. Desde comienzos del siglo xvi hasta m ediados del x v iii, el proceso llego a su term ino, desapareciendo por completo el campesinado in- dependiente, asi como los derechos colectivos sobre la tierra.

De o tra parte, la tie rra y sus ocupantes estan sometidos a los derechos senoriales. Las form as de la ren ta feudal son transfor- m adas profundam ente por la revolucion agricola inglesa. Pero la ren ta feudal subsiste: permanece como unico obstaculo a la transform acion capitalista de la ag ricu ltu ra93 94. M contrario de los derechos de los campesinos, que deben ser destruidos por la violencia, el derecho de los terra ten ien tes puede ser com prado como con trapartida de la renta absoluta.

Pero el desarrollo capitalista de la agricultura va acompanado de una transform acion radical del modo de regulacion de la ren ta del suelo. La ley del valor se impone com pletam ente en la form acion de los precios agricolas y suprim e los componentes de m onopolio que subsisten como consecuencia de la inercia de la produccion con respecto a los precios, y del caracter compar- tim entado de los mercados. Ademas, la ganancia m edia del arren- datario, condicion de la produccion capitalista, tam bien limita la renta. Asi, la ren ta feudal, al convertirse en ren ta capitalista, es «reducida a su justo nivel economico», pero su preexistencia h istorica fija un lim ite m inimo elevado a la ren ta absoluta.

La renta absoluta como efecto de la propiedad campesina*Es esta una idea sorprendente, cuando se sabe que Marx consi- dera ese caso como uno de aquellos en los que la ren ta abso­lu ta desaparece, pues la propiedad del suelo no existe.

91 Cf. Marx, 1981, vol. 8, pp. 995-1034 y los comentarios ya clasicos de E. Balibar (Balibar, 1966, pp. 212-22).

92 Cf. Marx, 1975, vol. 3, pp. 891-928.93 Obstaculo en cuanto pesa sobre los grandes arrendatarios, la renta

feudal es por el contrario el gran proveedor de mano de obra en cuanto pesa sobre las parcelas de los trabajadores agricolas (Postel-Vinay, 1974).

94 Cf. Marx, 1981, vol. 8, pp. 1021-34.

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En efecto, la propiedad cam pesina es la propiedad territorial del p roductor directo, poseedor de la tie rra y de los medios de produccion. En esas relaciones de produccion, la ausencia de se­p ara tio n entre el trab a jad o r y la tie rra elimina el fundamento de la ren ta del suelo: el producto puede ser vendido por debajo de su valor. Ademas, la ausencia de separation entre el traba­jado r y los medios de produccion hace que estos no sean capital y que aquel no exija la ganancia media: el producto puede ser vendido por debajo de su precio de produccion. El limite inferior del precio del producto es fijado entonces por el coste de reno­va tion de la fuerza de trabajo y de los medios de produccion95. Pero esa produccion no capitalista solo es, en ciertos casos, parcialm ente m ercantil; una parte de la reproduction de la fuer­za de trab a jo (los bienes alim enticios autoconsum idos) y de los m edios de produccion (semillas, aum ento de ganado) es auto- sum inistrada por el trabajo campesino. El limite inferior del precio del excedente com ercializado dism inuye en esa medida.

Asl, la produccion cam pesina incide en el precio regulador con sus precios de oferta sin ren ta absoluta ni ganancia media. Sin embargo, es preciso distinguir dos situaciones historicas.

Cuando la propiedad cam pesina se desarrolla en una colonia de asentam iento donde la tie rra es un bien libre en la «frontera», no existe efectivam ente obstaculo territorial y, en consecuencia, la ren ta absoluta desaparece96.

Sucede algo diferente en la «vieja Europa» donde la propie­dad campesina es, en general, resultado de la expropiacion de los senores feudales. En la «via francesa» de transition al capi- talism o, la reform a agraria antifeudal de 1789-1794 genera una clase de cam pesinos libres cuyo modo de produccion presenta en sus inicios algunas caractensticas que determ inan precios elevados en el m ercado de tierras.

E n efecto, en esas relaciones de produccion la propiedad del

95 «Como limite de la explotacidn para el campesino parcelario no aparece, por una parte, la ganancia media del capital, en tanto es un pequeno capitalista; ni tampoco, por la otra, la necesidad de una renta, en tanto es terrateniente. En su condition de pequeno capitalista no aparece para el, como limite absoluto, otra cosa que el salario que se abona a si mismo, previa deduction de los costos propiamente dichos ... Por lo tanto, no es necesario que aumente el precio de mercado ni hasta el valor ni hasta el precio de produccion de su producto. Es esta una de las causas por ia cuai el precio de los cereales es mas bajo en paises de propiedad parcelaria predominante que en paises de modo capitalista de produccidn» (Marx, 1981, vol. 8, pp. 1024-25).

96 Cf. Marx, 1974, vol. 1, pp. 468-69.

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Sobre la teoria de la renta absoluta en Marx 103

suelo es la condicion vital de la existencia social de los campe­sinos. Las condiciones de realizacion m ercantil de los productos nnalizados anteriorm ente lim itan las posibilidades de acumula- < ion del cam pesinado y se convierten en una trab a perm anente .<! aum ento de la productividad y a la intensificacion de los cul- tivos, La agricultura se desarrollara, pues, por m ucho tiem po basicamente movilizando una fuerza de traba jo im portante y rnediante la m ultiplicacion de las explotaciones parcelarias. La propiedad cam pesina bloqueara, entonces, la capacidad produc- I iva de los campesinos, en form a de un exceso perm anente de la demanda sobre la o ferta de tierras: como resultado, se eleva el precio del suelo desm esuradam ente en com paracion con la renta diferencial capitalizada. El precio de la tie rra aparece como un pasto accesorio de la produccion, que exige al cam pesino un adelanto im portante de dinero. Ahora bien, la acum ulacion de capital dinerario por el cam pesinado es baja, y la m asa de dinero disponible como capital de prestam o para el sector agricola —e incluso para el conjunto de la economla— es lim itada. Como resultado, aparece un funcionam iento del capital de prestam o sum inistrado al cam pesinado con vistas a la com pra de tie rra bajo la form a arcaica de capital usurario: el interes pagado al acreedor coexiste, entonces, con un precio del suelo elevado. Esto solo es paradojico desde el punto de vista del modo de produccion capitalista, pero no de la produccion campesina. En efecto, el precio del suelo no consiste^en ese caso en la capi- talizacion de la renta. El interes usurario representa, pues, la apropiacion de una parte del p lustrabajo del p roductor directo, que asume norm alm ente, en la agricultura capitalista, la form a de ganancia o renta.

A pesar de las apariencias, el m ercado del suelo agricola no es el lugar de simples transferencias — diferenciales y que sum a­c s dan cero— zntre los campesinos. Va acom panado de una extraction de p lustrabajo en beneficio del capital usurario.

Desde ese instante, el precio de oferta de los productos agri­colas, aun cuando no incorpore ni ren ta del suelo ni ganancia, 1 om prendera, ademas de los costes de reproduction, los gastos accesorios del suelo. M ientras que en la agricultura capitalista <■! precio del producto y la ganancia determ inaran la ren ta y esta, tun la tasa de interes, el precio del suelo, en la agricultura cam­pesina la penuria estructural de las tierras determ ina el precio del suelo y este, con la tasa de interes, el precio del producto y la ganancia.

Asi, cuando el capitalism o se desarrolle en la agricultura, se

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encontrara con la barrera de la propiedad campesina. Ya no es la situacion «clasica» inglesa, en la que se apoya en la propiedad senorial para expulsar a las masas rurales, al tiem po que con- siente en pagar a los terratenientes la ren ta capitalista sobre la base de la ren ta feudal que existla con anterioridad. Se tra ta de una configuracion historica diferente, en la que la explotacion del campesinado debe pasar por la com petencia en tre los pro- ductos de la agricultura capitalista. En esas condiciones, el precio elevado de la propiedad parcelaria puede im poner el llmite inferior de la renta absoluta cap ita lis ta97.

Ademas, la agricultura cam pesina no ha sido siem pre sola- m ente una explotacion privada de la parcela privada. A esta, se articula la explotacion privada de una propiedad social, los te- rrenos comunales. Los derechos de la com unidad campesina sobre las tierras comunales pueden constituir un obstaculo estructural a la explotacion capitalista de esas tierras y, por tanto, contribuir a la limitacion del libre acceso del capital a la t ie r ra 98. Segun los paises, ese obstaculo sera superado mas o menos rapidam ente. En todas partes, ese proceso ha implicado mucho m as que una simple transferencia de plusvalor, a saber, una lucha de clases intensa en tre el campesinado y los nuevos propietarios del suelo: senores feudales transform ados en ren- tistas o em presarios agricolas capitalistas.

2.2. La ren ta absoluta como efecto de la com petencia entre cultivos capitalistas

La ((resistenciaefectiva» que opone la propiedad del suelo, gene- radora de la ren ta absoluta, puede provenir de la resistencia que oponen modos de produccion no capitalistas — feudal, campe- sino, etc.— al uso capitalista de la tierra. En ese caso, el llmite inferior de la ren ta absoluta es determ inado por la ren ta preca- p italista o la apropiacion usurera, progresivam ente reducidas por el desarrollo del capitalismo agricola al nivel de la plusganancia sectorial.

Pero, en el contexto mismo del nuevo modo de produccion, los usos capitalistas del suelo se hallan en competencia. Lo que sucede ya en la agricultura se convertira en un proceso funda­m ental de formacion de las rentas urbanas.

97 Cf. Figura 2.1.98 Cf. Marx, 1981, vol. 8, p. 978.

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®En la agricultura En la agriculture

carnpesina capitalista

Plustrabajo

Trabajo necesario

Reproduction de los medios de produccidn

Figura 2.1. D e te r m in a t io n d e la re n ta a b s o lu ta c a p ita l is ta p o r la c o m p e te n c ia d e la a g r ic u ltu ra ca rn p es in a

la teorla de fa renta absoluta en Marx

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106 Christian Topalov

E n efecto, el nivel de la ren ta capitalista del suelo en un sec­to r dado se convertira en el llm ite inferior de la ren ta para los demas sectores si estos deben com petir por las m ismas tierras: la com petencia entre usos capitalistas del suelo es generadora de ren ta absoluta.

M arx no desarrolla el analisis, pero asume las conclusiones de Adam Smith en estos term inos:

...La renta de las tierras cerealeras entra en el precio del ganado, determinandolo (...) De esta manera se e lev a a r t if ic ia lm e n te e l p rec io d e l g a n a d o en v ir tu d d e la r e n ta , de la expresion economica de la propiedad de la tierra, es decir, p o r o b ra de la p r o p ie d a d d e l su e lo

Se tra ta , pues, de un fenomeno de ren ta absoluta capitalista en un sector, producido por la ren ta capitalista en otro sector. El m ecanismo, en sus aspectos esenciales, fue percibido clara- m ente por A. Smith, al analizar la com petencia en tre la produc- cion de cereales y la ganaderia 10°. Este ejemplo nos perm itird llegar a forrnulaciones m as generales.

La hipotesis de partida es la utilizacion de tierras cultivables para el trigo y de las tierras incultas para el ganado. El equilibrio se logra en los dos mercados a traves de las cantidades produ* cidas en esas condiciones de uso del suelo y del capital, aunque, senala Smith, con una tendencia a que hay a «mas carne que pan» y a que el precio del pan sea «mas alto» que el de la came, El precio del trigo, sector de baja composicion organica, incor-s pora una ren ta absoluta; el precio de los productos de la gana^ deria, sector de alta com posicion organica y de lenta velocidad de rotacion, no la incorpora * 100 101. Cuando la ganaderia se lim ita ft los terrenos incultos, los dos usos del suelo no entran en com* petencia.

w Marx, 1981, vol. 8, p. 975. El subrayado es mlo, C.T.100 Smith, 1776, pp. 226-50. En lo que sigue, no sigo al pie de la letra

el andlisis de Smith, sino que me esfuerzo por releerlo partiendo de lo* conceptos de Marx.

101 Es la situation representada por los esquemas A y B de la figura 2.2, Claro esta, la venta del ganado al precio de producci6n Slipone la ausenei.t de renta del suelo en las tierras de pastos. La introduction de la renta, mas acorde con la realidad histdrica europea, no modifica la esencia del razonamiento. Hay que tener en cuenta las hipdtesis de la figura: igual* dad de capital invertido por unidad de superficie en la production cte trigo y de ganado y tasas de explotacion y de ganancia iguales; por cl contrario, la composition orgdnica del capital es mds alta en la ganaderia que en el cultivo de cereales. Se deja de lado, por lo demas, la renta diferencial interna en cada sector, considerando unicamente el terrenu regulador del precio de mercado para cada uno de ellos.

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® ©

Precio regulador del trigo ( = valor)

Plusvalorproducido(S)

Capital invertido (C + V )

Trigo producido en las tierras cerealeras

reguladoras

Rentaabsoluta

(RA)

Gananciamedia

(P)

Capitalvariable

(V)

Capitalconstante

(C)

Ganado producido en Ganado producido en tierraslas tierras yermas cerealeras reguladoras del

reguladoras precio del ganado

Precio reguladordel ganado 4 .( = precio de monopolio)

Precio regulador del ganado ( = precio de produccidn) 4

Ganancia media (P) Plusvalor producido

(S)

Capital invertido (C + V)

Capital variable (V)

Capital constante (C)

Gananciamedia(Pi

Capitalinvertido( C + V )

” 1 I

Renta absoluta en I las tierras cerealeras |

I

Plusvalor producido (S)

Capital variable (V)

Capitalconstante

(C)

(cada esquema representa capital, valor y precio del producto por unidad de superiicie)

Figura 2.2. D e te r m in a t io n d e la re n ta a b s o lu ta en la g a n a d e r ia c a p i ta l i s ta p o r la c o m p e te n c ia d e l c u lt iv oc a p ita l i s ta d e c e re a le s o

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Marx

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108 Christian Topalov

Supongamos que aparece la competencia; poco im porta si se tra ta de cambios en las tecnicas de cultivo, que perm iten la extension de la produccion de cereales a terrenos hasta enton- ces incultos, o de un aum ento de la dem anda de ganado que lleva a la extension de la superficie de las tierras destinadas a la ganaderia, o de cualquier otro proceso.

Desde ese m omento, la ren ta por el uso del suelo m as produc­tive de ren ta se convertira en un elemento determ inante del pre- cio del producto en el uso m enos productivo de renta, Para Sm ith, como p ara Marx, ese uso regulador es el cultivo del trigo; mas precisam ente, del principal alim ento vegetal, es decir, del uso dom inante del suelo 102. E ste va a regular la ren ta de todas las otras producciones agricolas, excepto si estas producen una renta superior, o si no pueden ser cultivadas en tierras destina- bles al trigo.

En general, la renta en la produccion de cereales es mayor que en la ganaderia, a causa de la relativamente lenta rotacion del capital en esta ultima, segun Smith 103, y de la relativam ente a lta com posicion organica del capital, anade M arx 104.

En ciertas circunstancias, sin embargo, la ren ta en la gana­deria puede ser mas elevada, ya sea porque la escasez de tierras destinadas a la ganaderia lleva consigo una escasez de la oferta y un alza de los precios del ganado (ren ta de mon°Poli°> normal- m ente transito ria), ya sea porque la ren ta diferencial en los pas- tizales cercanos al m ercado es elevada a causa de los cos*es de transporte , ya sea porque el precio del trigo se regula por la produccion realizada en el extranjero en condiciones m as favo-

102 «Asi, la renta de las tierras cultivadas para producir el alimento de los hombres regula la renta de la mayor parte de las restantes tierras cultivadas. Ningun producto en particular puede tener un rendimiento menor, pues la tierra seria inmediatamente destinada a otro cultivo; y si hay una produccion en particular que rinda de ordinar.i° m^s< se debe a que la cantidad de tierra que requiere no basta para satisfacer la demanda efectiva. En Europa, el trigo es el principal product° de la tierra que forma parte de la alimentacion del hombre. A si salvo en ciertas circuns­tancias particulares, la renta de las tierras dedicadas al cultivo de trigo regula en Europa la renta de todas las demas tierras cultivadas» (Smith, 1776, p. 246). «... En el desarrollo de la renta partimos, como hecho deter­minante, de la parte del capital agricola que produce los alimentos.ve®e' tales decisivos, que son, en general, los medios de subsistence PrinclPaies de los pueblos civilizadosu (Marx, 1981, vol. 8, p. 975).

103 Smith, 1776, p. 231.104 Marx, 1981, vol. 8, p. 976

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Sobre la teoria de la renta absoluta en Marx 109

rab ies105. En esos casos, la ganaderla elim inara al cultivo de trigo en las localizaciones donde proporciona una ren ta superior.

Pero, <ique sucede en el caso general en que la ren ta del trigo es superior a la del ganado? Las tierras cerealeras son sustraidas entonces a la ganaderia, y la baja de produccion que de ahi se deriva produce un alza del precio del ganado.

Si hubiera algo mas que una compensacion, el trigal seria convertido en pradera; y si no se obtuviera la compensacion, una parte de los prados serian destinados al cultivo del trig o 106.

0 bien el alza es suficiente para estim ular el aum ento de la ganaderia en las tierras no cultivables, lo que supone que la renta del suelo en esas tierras no absorbe esa plusganancia. En ese caso, hay eliminacion de la ganaderia en las tierras cerea­leras y regulacion del precio del ganado por las condiciones de produccion en las tierras no cultivables. No hay ren ta absoluta en la ganaderia; las tierras 'cerealeras no son destinadas a la ganaderia m as que si la ren ta diferencial de esta ultim a es mas alta que la ren ta total del trigo. Dicho proceso constituye la tendencia norm al del capital si la cria de ganado puede incre- m entarse en las tierras no cultivables por intensificacion de las inversiones o por extension, incluso internacional, de las su­perficies.

O bien el alza del precio no trae consigo un aum ento de la actividad ganadera en las tierras no cultivables, manteniendose la competencia entre el trigo y el ganado en las tierras cerealeras. En ese caso, el precio del ganado se eleva hasta que puede pagar la ren ta que se paga por el cultivo del trigo, m ientras que las tierras cerealeras destinadas a la ganaderia se vuelven regula- doras. Hay una renta absoluta de la ganaderia determinada por la renta total del trigo 107. De aqui se derivan dos consecuencias.

Por una parte, cuando las unidades ganaderas localizadas en las tierras cerealeras determ inan el precio regulador del ganado, la ren ta absoluta en la ganaderia aparecera tam bien en las tierras ganaderas no cultivables 108. E sta renta absoluta, nacida de la

105 Smith, 1776, pp. 232-33. Smith se expresa mas concretamente cuando habla respectivamente de la «escasez de cercados», la «vecindad de una gran ciudad» y la «importacion de trigo extranjero».

106 Smith, 1776, p. 231.107 Es la situacion representada en el esquema C de la figura 2.2.108 Marx indica: «He aqui nuevamente, a diferencia de la renta del

grano, una renta diferencial en favor del suelo peoru (Marx, 1981, vol. 8, p. 976). Me parece que la expresion se presta a confusion. Es verdad que cl nivel de renta en el «suelo peor» (para el cultivo del trigo) es identico al

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110 Christian Topalov

com petencia entre los usos capitalistas del suelo, se im pondra entonces en cualquier extension del cultivo del trigo.

Por o tra parte, al no estar determ inada la ren ta absoluta de la ganaderia por las condiciones internas de ese sector, sino desde el exterior por las condiciones de la produccion de cerea- les, el precio regulador del ganado podra ser un precio de mono­polio que exceda al valor y al precio de produccion: eso depen- dera de la existencia y del im porte relativo de la plusganancia sectorial de la ganaderia y del cultivo del trigo. La ren ta absoluta de la ganaderia puede, por lo tanto, estar constituida por rentas de monopolio. Sin embargo, el movimiento del capital en la ganaderia tendera a reducir esta anom alia m ediante el aum ento de la inversion y la produccion, m ediante el increm ento de la productividad y la baja de los precios 109. En efecto, la busqueda de una plusganancia por parte de los ganaderos capitalistas no choca con la recuperacion de las plusganancias por la propiedad del suelo, como en el cultivo de cereales que determ ina su propia ren ta —al mismo tiem po su tasa de ren ta absoluta por su tasa de plusganancia interna, y su m asa de ren ta absoluta por la m asa de capital invertido por unidad de superficie. En consecuencia, un increm ento de la intensidad de capital en la ganaderia lleva consigo una ba ja de precios, incluso si perma- nece constante la productividad: al ser fija la m asa de renta absoluta, su tasa disminuye, asi como su parte en el precio regu­lador del ganado.

El ejemplo de la com petencia por el uso del suelo entre el trigo y el ganado perm ite form ular una proposicion mas general: cuando hay competencia entre dos usos capitalistas del suelo,

nivel de renta en el «suelo mejor» regulador (buenas tierras cerealeras convertidas en praderas), y por tanto eventualmente superior al de un terreno de calidad intermedia (terreno marginal para el cultivo del trigo) no destinado a la ganaderia. De ahi la idea de una «renta differencial)*. Pero si hay diferencia de renta, esta no es producida por una renta dife- rencial propiamente dicha, sino por la desigualdad de las rentas absolutas (al estar determinada la renta absoluta en la ganaderia por la renta total en las tierras cerealeras que producen como tales una renta diferencia!., es mayor que la renta absoluta del trigo).

109 Es lo que indica Smith cuando muestra que despues del alza de los precios de la carne, debido al pago de la renta del trigo, «el uso de pra­deras artificiales, nabos, zanahorias, coles, etc. y todos los demas recursos imaginados para que una misma cantidad de tierra pudiera alimentar a un numero mayor de reses que las que alimentaban los prados naturales, debieron de contribuir, por lo que parece, a que disminuyera algo la superioridad que naturalmente tiene el precio de la carne sobre el del pan en un pais bien cultivado» (Smith, 1776, pp. 233-34).

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Sobre la teorla de la renta absoluta en Marx 111

la ren ta en el sector que tiene una plusganancia mas elevada constituira el llm ite inferior de la ren ta absoluta en el otro sector si este no ha sido eliminado y, si lo ha sido, constitu ira un obstaculo a la produccion y generara de esta m anera plus­ganancia y ren ta absoluta.

En esta ultim a hipotesis, algunas tierras son sustraidas al cultivo de trigo p ara ser destinadas a otros usos; el obstaculo territorial, generador de ren ta absoluta, tiene entonces un conte- nido capitalista. M arx insiste en ese aspecto a proposito de los lerratenientes ingleses, es decir de la propiedad capitalista del huelo por excelencia:

Nada mas absurdo que la afirmacion de que el terrateniente no puede retirar sus tierras del mercado, ni mas ni menos que el capi- talista puede retirar su capital de una rama de produccion. La mejor pmeba de ello la tenemos en las grandes extensiones de tierra fertil que se hallan sin cultivar en los paises mas desarrollados de Europa, cn Inglaterra, por ejemplo; en los terrenos sustraidos a la agricultura por sus propietarios para dedicarlos o reservarlos a la construccion de ferrocarriles y a la edificacion o convertirlos en campos de tiro o cotos de caza, como en las montanas de Escocia, e tc .no.

Los ejemplos que cita M arx en ese pasaje y en otros 110 111 112 se redu- cen a tres casos:

— O bien la tie rra cerealera es destinada a un uso que, local o generalmente, produce una ren ta m as alta, como «solar para la construccion», « terreno de pasto» o «plantando en ella bosques artificiales para dedicarla a la cazan. La ren ta mas alta en esos tisos capitalistas se convierte en b arrera para su destino al cultivo.— O bien la tie rra es « d e jad aen reservan para esos usos que producen una ren ta mayor. La especulacion se basa en la posi- bilidad fu tu ra de obtener una ren ta superior, que presupone pero que no crea; por el contrario, contribuye a elevar la renta en el cultivo del trigo m .

110 Marx, 1974, vol. 1, p. 472111 Cf. Marx, 1974, vol. 1, pp. 483-84, 494.112 Que la retencion especulativa tenga como objetivo elevar la renta en

general y no la del especulador en particular, me parece, por el contrario, iiiinteligible —salvo en el caso de un casi monopolio en el mercado de tierras. Sin embargo, es lo que sugiere Marx en este pasaje: «... en Ingla- lerra se sustrae artificialmente a la agricultura y al mercado en general una gran parte de la tierra fertil, para elevar de este modo el precio de la parte restante» (Marx, 1974, vol. 1, p. 494. El subrayado es del au-

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112 Christian Topalov

— 0 bien la tie rra proporciona una ren ta tan baja que el pro- pietario prefiere destinarla a su propio consum o, conservarla como valor de uso — pero tam bien como reserva del valor— «como una maleza rom antica». Es esta una situacion completa- m ente diferente a las dos anteriores: el precio subjetivam ente atribuido por el propietario a ese valor de uso no puede regular socialm ente la base de la ren ta absoluta.

3. Conclusion metodologica

Al term ino de un examen atento de la elaboracion que hace Marx del concepto de ren ta absoluta, me parece que es posible una sola conclusion: subrayar las circunstancias en que es posible su uso para lograr una eventual eficacia explicativa. El produeto de cualquier exegesis se detiene alii donde comienza la aplica- cion de la categoria abstracta al analisis de los fenomenos. El p resente traba jo no ha avanzado por este camino lo suficiente como para producir una teoria mas acabada.

Sin embargo, se ha logrado, en mi opinion, un resu ltado im- portante: el concepto de ren ta absoluta no puede ser construido unicam ente en el terreno de las relaciones de m tercam bio, del valor, del traba jo abstracto. En ese nivel de analisis, al que se lim itan num erosos com entaristas, la ren ta absoluta solo puede in tervenir como una m agnitud exogena, arb itraria . Las dudas enunciadas a menudo son ineludibles: tp o r que no es nula? iP o r que no es tan elevada como lo perm ita la dem anda? El ca- rac ter inacabado de la teoria de Marx, especialmente en las form ulaciones condensadas de El capital, le impide responder explicitam ente a esas preguntas corrosivas, pero inevitables.

Lo que alii esta en tela de juicio es la propia naturaleza teo- rica de las «categorias economicas» elaboradas por Marx, y que no son o tra cosa que el concepto de relaciones sociales. La pro- piedad territo ria l y la ren ta absoluta no pueden ser concebidas mas que en su relacion con el capital, segun el lugar que ocupen en unas relaciones de produccion concretas. La tie rra no es un factor de produccion, sino un elemento de la produccion 113.

tor). jBello altruismo el del terrateniente que se priva de ingresos para aumentar los de sus hermanos de clase!

113 C. Bettelheim, comentando las tesis de A. Emmanuel sobre el «inter- cambio desigual» muestra los riesgos del retorno a la tradicion clasica, precrltica, que encierra el analisis en la ilusion de la competencia: «La sustitucion de la nocion de elementos de la produccion por la de 'factores

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Sobre la teoria de la renta absoluta en Marx 113

Antes de ser una apropiacion de valor, la ren ta es el lugar de la propiedad del suelo en un proceso de traba jo y de produccion.

Lo que hace que la ren ta absoluta sea lim itada por la plus- ganancia sectorial es el control del capital sobre ese proceso de produccion. Y. si, en un m om ento dado, esto no sucede, la con- tradiccion resultante inducira una transform acion a iniciativa del capital que privara aun mas a la propiedad del suelo auto­nom a de todo control sobre el proceso de produccion. Eso es lo que esta en juego en las luchas sociales cuyos resultados podran por lo demas ser diversos.

Es la barrera in terpuesta por las diferentes form as de pro­piedad territo ria l a la libre disposicion del suelo por parte del capital la que fija el lim ite inferior de la ren ta absoluta en cada sector. Y, en ese caso, la resistencia efectiva que opone la pro­piedad territo ria l, factor de renta, solo puede ser analizada al nivel de las relaciones sociales concretas y no directam ente en el campo m onetario del precio de oferta. Cada tipo de propiedad territo ria l opone al capital una resistencia especifica, por lo que la ren ta absoluta dependera de la h isto ria y de la estru c tu ra de cada sociedad particular.

de produccion' tiene un efecto teorico considerable: debido a esta susti- tucion, el campo de los fenomenos monetarios se aisla del espacio relacio­nes de producci6n/fuerzas productivas. En consecuencia, lo que al nivel de la circulation aparece como «ingresos del trabajo» e «ingresos del capital® [podria anadirse: «ingresos ae la propiedad del suelo®, C.T.] no puede basarse en las condiciones materiales y sociales de la produccion» (Bettelheim, «Observaciones teoricas», en Emmanuel, 1969, p. 307. El sub­ray ado es del autor).

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3. DIFERENCIACION ESPACIAL DE LOS COSTES Y RENTAS DIFERENCIALES

LA DIFERENCIACION ESPACIAL DE LOS PRECIOS INDIVIDUALES DE PRODUCCION Y DE LAS TASAS DE GANANCIA LOCALIZADAS

En cada sector de la produccion, cuando no hay un monopolio de m ercado que lo impida, la competencia en tre los capitales individuales —que tom a la form a de com petencia entre las mer- cancias producidas en las d iferentes unidades de produccion — establece un precio regulador de mercado: el precio de produc­cion social de la mercancia, suponiendo que esta es hom ogenea en cuanto a su valor de uso.

El proceso de competencia socializa a posteriori los trabajos privados e impone un precio regulador uniform e a unas unida­des de produccion en las que las productividades del traba jo son desiguales. Las relaciones de produccion capitalistas hacen aparecer tales diferencias de productividad en form a de costes de produccion, precios de produccion y rentabilidad distintos para los diferentes capitales., La diferencia entre precio de produccion social y precio de produccion individual tom a, en- tonces, la form a de una plusganancia.

Cuando esas plusganancias se originan en unas condiciones que el capital no puede reproducir o que se han configurado de m anera desigual, y que estan disponibles en un punto particular del espacio, se tra ta de plusganancias de localizacion suscepti- bles, segun la estructura de las relaciones de produccion, de conservar la fo rm a de plusganancias de capital o de convertirse en rentas diferenciales de las que se apropia la propiedad te rri­torial en cualquiera de sus formas. E sta transform acion se lleva a cabo cuando la propiedad del suelo se vuelve un obstaculo a la libre inversion de capital en una localizacion dada que pro- porciona condiciones de produccion favorables. La propiedad del suelo trae consigo, m ediante la apropiacion de la ren ta dife- rencial, la transferencia de las plusganancias de localizacion, la reduccion de las tasas de ganancia internas de las unidades de

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Diferenciacion espacial de los costes y rentas 115

produccion a la tasa m edia de ganancia y la homogeneizacion del espacio para los capitales individuales.

Para cada sector de produccion, la configuracion espacial de las plusganancias de localizacion es diferente segun la natura- leza concreta del producto y del proceso de trabajo. La propie- dad del suelo, la monopolizacion del acceso a esas plusganan­cias, im pondra a los capitales una competencia que tom ara la form a de una com petencia entre usos alternatives del suelo. En ese proceso, los capitales se enfrentan entre si y a la pro- piedad del suelo con el «poder adquisitivo» propio de cada uno de ellos, es decir, la totalidad de la plusganancia localizada que acepta transferir en form a de ren ta y que no incluye unicam ente la plusganancia diferencial de localizacion.

P ara analizar la form acion de las rentas diferenciales sera mas comodo dejar de lado los otros componentes de la ren ta total. No se considerara, por tanto, en este capitulo mas que un solo sector de la produccion, un solo uso del suelo, y se supon- dra que el precio del bien vendido esta determ inado por su precio regulador: una produccion agricola particular, la cons- truccion de edificios, un determ inado sector industrial o un determ inado servicio a la circulacion del capital.

Los factores de diferenciacion espacial de los costes y de los precios de produccion no son desde luego identicos en todos los sectores. Sin embargo, el metodo de analisis de la ren ta dife­rencial se elaboro a p a r tir de una industria particular, la agri- cultura. Este analisis se centra en Ricardo y Marx, en la produc­cion capitalista de trigo, dom inante en la agricultura inglesa de comienzos del siglo xix, y en Von Thunen en la competencia entre los cultivos proximos a una ciudad. De ahi el diferente hincapie en uno u otro de los factores diferenciales (la fertilidad de los terrenos en los prim eros, el coste de transporte en el segundo), pero nunca una limitacion in terna del metodo de analisis al sector agricola. Marx lo senala:

Dondequiera que existe renta, la renta diferencial se presenta por doquier y obedece siempre a las mismas leyes que la renta diferen­cial agricola1.

Plusganancias de localizacion y rentas diferenciales pueden ser analizadas en los mismos term inos generales, cualquiera que sea la naturaleza concreta del proceso de valorizacion del capital que las origina: en todo proceso de produccion capitalista, como

1 Marx, 1981, vol. 8, p. 983.

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116 Christian Topalov

en todo proceso de valorizacion de capital no productivo, basta que haya una diferenciacion de los costes de «produccidn» (en el sentido amplio de la palabra, segun veremos) que tenga su origen en unas condiciones no reproducibles y monopolizables p ara que aparezcan la plusganancia de localizacion y la renta diferencial.

Asf, el concepto de ren ta diferencial se construye con las aportaciones de R icardo2, Von Thunen 3 y M arx 4.

Es esta una extrana amalgama de teoricos cuyos conceptos fundam entales se oponen. Ricardo, como se sabe, es el enem i£(' preferido de Marx. El banquero ingles condujo a la economi':‘ politica tan lejos como la burguesia capitalista de su tiempo podia desarrollarla como ciencia, deteniendose ante la cuestion fundam ental del origen de la ganancia, la extorsion del p lLls v a lo r5. E n cuanto a Von Thunen, su teoria economica construye el modelo ideal de un capitalism o patriarcal y autarquico, el dr la burguesia alemana que no ha hecho su revolucibn in d u stria l6,

Y, sin embargo, sus teorias de la ren ta diferencial contienen elem entos que pueden ser incorporados a la teoria m arxista dr la ren ta del suelo, como tam bien —no sin algo de violencia en lo que se refiere a R icardo— a las teorias neoc^ s cas- ^'a razon es sencilla: el concepto de ren ta diferencial, al contrary> que el de renta absoluta, es homogeneo con respecto a los do ganancia y plusganancia. Solo hace referencia a la distribution, entre los capitales y la propiedad del suelo, de una forma ya tran sfo rm ad a de plusvalor; por tanto, puede ser construido al nivel de las apariencias, ignorando el secreto de la production de plusvalor, la naturaleza del capital como re la tion social do explotacion.

Asi, con sus contribuciones y con la de Marx, se construye la teoria. E sta sera objeto luego de extensiones em piricas - a otras industrias— y de sofisticaciones fo rm a le s— mediante el empleo del lenguaje del calculo diferencial— lo cual no resu lta inutil. Con los neoclasicos, tam bien sera objeto de una desnaturalizu- cion epistemologica im portante: la ren ta se convertira en el precio de un facto r de produccion cuya productividad marginal

2 Ricardo, 1817, pp. 4549.3 Von Thunen, 1826.4 Marx, 1981, vol. 8, pp. 791-1034. , £5 Sobre la critica de Marx a Ricardo, vease en particular Marx,

VOl. 1. y ,4 Para un analisis de los supuestos epistemologicos del metodo de vo”

Thunen, vease Bambrock, 1974.

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Diferenciacion espacial de los costes y rentas 117

varia con la u tilidad que proporcionan las localizaciones a los consumidores finales y a las firmas.

Los «clasicos», por el contrario se colocan en el sojido lerreno del valor-trabajo: la ren ta diierencial tiene sus raices en las condiciones de la produccion y es claram ente diferente de las rentas que aparecen en la circulacion.

Examinemos su m etodo de analisis ( § 1 ) antes de m ostrar !a posibilidad de generalizarlo a los usos no agricolas del sue- lo (§ 2).

^ La construccion del concepto de renta diferencial en la teorla de la renta del suelo agricola

Dos causas generales, independientes del capital, producen dife-ienciar iones en el precio de produccion agricola: la «fertilidad» * de las tierras y su «ubicacion»7.

Hay otras, senala Marx: la distribucion desigual de los im- puestos, el desarrollo desigUai de la agricultura en las distintas u-giones, la desigual distribucion d e f capital entre los arren- • ia tarios8.

La renta, relacion social, no nace de la naturaleza, sino del desarrollo concreto del capdalism o en el seno de las formacio-i,cs Sociales que tiende a dominar. E sta dominacion es un pro- eeso que actua en el tiem po y en el espacio.

Una ren ta diferencial puede nacer, pues, de la pluralidad de modos de produccion, cuancj0 ja agricultura, por ejem plo, com- prende un sector capitalista y un sector campesino: la m ayor in oductividad del prim ero origina una plusganancia si el precio1 l“gulador Mercado esta determ inado por la productividad del segundo. Esa plusganancia debe ser convertida en ren ta1 uanc^ la agricultura caPita lista se concentra en una region p.uticuiar. H asta que el nueVQ m0Cj0 produccion no se haya uluenado de todo el espacio, las plusganancias del capital apa- reeeran condicionadas por la propiedad de las tierras ya con- qmstadas y seran transferidas a los propietarios de estas.

Del mismo modo, una ren ta diferencial puede nacer de la ;u umulacion desigual dentro del modo de produccion capita­ls sia. En ese caso, uno de los efectos del capital —el alza de productividad obtenida m ediante inversiones adicionales— apa-

7 Marx, 1981, vol. 8, p. 836.‘ Ibid.

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118 Christian Topalov

rece como el resultado de condiciones externas y se convierte en el fundam ento de la ren ta del suelo.

El regimen impositivo localizado produce tam bien un efect° diferencial. Si los demas elementos perm anecen inalterados* nivel de im puestos mas alto por unidad de producto se anade al precio de produccion social para fijar el precio regulador de mercado. El im puesto infla el precio y constituye una deduce!011 especifica de plusvalor social, que disminuye otro tanto la t asa general de ganancia. Si, en ciertos puntos del espacio, los Pro_ ductores pagan un im puesto mas bajo por unidad de producto> el E stado, como fuerza exterior al capital, hace surgir una pjus‘ ganancia que puede ser convertida en ren ta diferencial. T^ste efecto no se produce si el im puesto es establecido sobre la ren ta> sobre las cantidades producidas o sobre el «valor anadidos! la deduccion fiscal es entonces uniform e por unidad producida Y no m odifica la distribucion espacial de las tasas de ganancia*

La enum eracion, probablem ente no lim itativa a los ojos Marx, de esas causas particulares de la ren ta diferencial, m ues' tra la generalidad de la teoria y su capacidad de explicar p ro" cesos historicos diferentes y complejos. Sin embargo, M arx con" sidera la fertilidad y la ubicacion como los dos factores e§en‘ ciales de la desigualdad espacial de las ganancias agricolas. De hecho, el solamente estud iara la p rim era (§ l . l ) 9. Nosotros estudiarem os la segunda con ayuda de Von Thunen (§ 1-2)-

1.1. Fertilidad y diferenciacion espacial de los costes de produccion

P ara una produccion agricola dada, los rendim ientos fisicos Por hectarea varian de una tie rra a otra; esas diferencias, <lue parecen ser el resultado de unas condiciones naturales, dp desigual «productividad de la tierra., son producto de la h isto* ria y de la sociedad.

La fertilidad de un suelo agricola no depende en form a recta de sus caracteristicas quimicas, topograficas o clim aticas< ni el rendim iento de una m ina de la estru c tu ra geologica ^ subsuelo. Esos factores naturales solo intervienen cuando

9 Marx dio primacia a la fertilidad e ignoro la ubicacion; por tanto, es inoperante para analizar la renta urbana. Esta opinion, que se encuentra muy difundida, se basa en una lectura precipitada de El capital. Por eje.m' plo, M. Allione: «La renta diferencial en el caso urbano se explica mej°r con la definicion de Marshall que con la de Marx» (Allione, 1970, p. 4t'w

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Diferenciacion espacial de los costes y rentas 119

tecnica agricola o la tecnica de extraccion los tiene en cuenta. Asl, puede observarse que cada cambio de las fuerzas producti- vas y de las relaciones de produccion en la agricultura produce una reclasificacion de las tierras desde el punto de vista de su fertilidad relativa.

Ademas, el rendim iento agricola depende de la «bonificacion» del suelo por el traba jo , que m odifica su composicion, incor­pora in fraestruc tu ras de drenaje, irrigacion, plantaciones dura- deras, etc. Cuando esas m ejoras son realizadas en el m arco del modo de produccion capitalista, tom an la form a de gastos de capital. Su caracter relativam ente duradero puede hacer que el aum ento de productividad resultante aparezca como un efecto de las condiciones naturales: esto es lo que ocurre en la agri­cultura inglesa «clasica» cuando el terraten ien te se beneficia, al term ino del arrendam iento, de las inversiones realizadas por el arrendatario capitalista; es tam bien lo que ocurre cuando el Estado se hace cargo de una parte de las inversiones en infra- estructura, pudiendo el propietario prevalerse de ellas frente al arrendatario. Asi, los resultados del traba jo social, desde el mo­m enta en que son apropiables de m anera privada, se enfrentan al capital como «condiciones naturales» bajo la fo rm a de la propiedad del suelo. Lo que ya es cierto en la agricultura llegara a ser evidente en la ciudad.

De esas diferencias de productividad del trabajo surgidas de condiciones externas al capital nacen las plusganancias, base de las rentas diferenciales. «La ren ta es siem pre la diferencia entre los productos obtenidos por el empleo de dos cantidades iguales de capital y de traba jo» , segun la definicion de Ricardo 10.

Asi, las cantidades de capital invertido y consumido necesa- rias para producir una unidad de valor de uso varian de un terreno a otro y, en consecuencia, el precio de produccion indi­vidual de la m ercancia. Dado el precio de produccion social, o precio regulador de m ercado, la d iferencia constituye una plus- ganancia susceptible de transform arse en ren ta diferencial.

10 Ricardo, 1817, pp. 48-9. Ricardo, como es sabido, solo examina la renta diferencial.

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1.2. Localizacion y diferenciacion espacial de los costes de transporte

Los terrenos no se diferencian unicam ente por su fertilidad, sino tam bien por su distancia al m ercado, cuya expresion econom ica es el coste de transporte del producto.

Ese facto r de renta es estudiado m eticulosam ente por Von Thunen a partir del examen em plrico de los elem entos de cdst e de los diversos cultivos en M ecklemburgo, donde dirige una explotacion agricola. Sus hipotesis son conocidas: un m ercado central unico, donde se determ ina el precio de cada producto ' rodeado por un te rrito rio agricola donde se supone que os rendim ientos son identicos para cada sistem a de cultivo. P °r tanto, el espacio se diferencia unicam ente por el coste de t r ans_ porte de una unidad de peso de un producto cualquiera.

En esas condiciones, Von Thunen resuelve sim ultaneam ente el doble problem a de la form acion del precio de cada product0 ' 6n el m ercado central y en cada punto del espacio, y de la asi§' nacion a cada suelo de sistem as de cultivos en com petencia - La determ inacion de la ren ta del suelo es la consecuencia.

Para un producto dado, su precio localizado sera igual del m ercado central, menos el coste de transporte a ese m er ' cado. En cuanto al precio en la ciudad, equivaldra a la sum a del coste de produccion y del coste de transporte en el te rren 0 mas alejado:

El precio del grano debe ser lo suficientemente alto como para ^ue la renta del suelo de una explotacion que soporta los mayores gastos de produccion de los granos y de entrega en el mercado, pero cu^0 cultivo es indispensable para el consumo, no caiga por debajo oe cero 11.

Cuando dos producciones (m adera y centeno, por ejem plo) o dos sistem as de cultivo (dos tipos de rotacion de cultivos para p r° - ducir centeno) entran en com petencia por el uso del suelo, p re_ valecera aquel que proporcione la ren ta mas alta, y, por tant°> aquel cuya parte de coste de transporte en el precio unitari°» en el m ercado central, sea mas alta.

Habra que cultivar cerca de las ciudades los productos que tengan un gran peso o un gran volumen con respecto a su valor, y cuyos gastos de transporte al mercado central sean lo suficientemente altos

11 Von Thunen, 1826, p. 197.

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D iferen ciac ion espacia l de lo s co stes y rentas 121

como para que las comarcas alejadas no puedan enviarlos con ven- ta ja 12.

Como efecto de esta competencia, surgen alrededor de la ciudad zonas concentricas, cada una de ellas especializada en un cul- tivo particular.

La renta del suelo para cada producto se establece en cada punto como una diferencia entre un precio unico en el m ercado central y un coste diferenciado por el coste de transporte. La teoria de Von Thunen es analoga a la de Ricardo en la hipotesis de fertilidades identicas y localizaciones variables 13.

Ademas el hecho de tener en cuenta una pluralidad de culti- vos le lleva a in troducir la idea de una m odificacion de la renta por la competencia de los cultivos. En la fron tera exterior de su circulo, alii donde un cultivo dado no proporciona mas renta, el em presario debe, sin embargo, pagar la ren ta que proporcio- naria en ese punto el cultivo com petidor 14.

2 Las rentas diferenciales urbanas

El concepto de ren ta diferencial se resume, pues, en lo siguien- te: los costes de produccion (y, por tanto, los precios de pro­duccion) de una mercancia son diferentes segun el lugar donde sea producida, m ientras que su precio regulador de m ercado (o precio de produccion social) es unico; en consecuencia, los capitales que se valorizan en localizaciones favorables obtienen plusganancias susceptibles de convertirse en rentas diferen­ciales.

Por coste de produccion hay que entender el coste global de la mercancia en el lugar en que se pone a disposicion del usua-

12 Ibid., p. 2.13 Von Thunen, en la segunda edicion de su obra, indica que no habla

leldo los Principios de economia politica y tributacion (1817) cuando la publico por primera vez (1826) (ibid., p. 17).

14 Ademas, Von Thunen comprueba un hecho que Ricardo ignora y que sera el punto de partida del concepto de renta absoluta en Marx: existe una renta que no es nula en la frontera exterior del ultimo circulo cultivado y, por tanto, una renta de naturaleza diferente a la renta dife­rencial. «... A igual fertilidad del suelo en las explotaciones, igual posicion para la salida de los productos e iguales posibilidades de incidir en el valor de esos productos, el suelo origina una renta, siempre que no haya concesion gratuita de terrenos incultos. Debe existir, por tanto, una causa generadora de la renta del suelo mas profunda aun que la evaluacion de la ventaja de una explotacion sobre otra» (ibid., pp. 199-200).

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rio; ello incluye los costes de transporte , ya sean internos proceso de produccion (transporte de los medios y objetos traba jo ) o se refieran al producto final (transporte al lugar d5^ mercado).

Este concepto de renta diferencial incluye un gran num ero de rentas particulares, form as transform adas de plusganancias nacidas de otros tantos factores diferentes; com prende en espe­cial las rentas diferenciales surgidas de la valorizacion de capital en la agricultura, as! como en las diversas activida< es urbanas que producen ganancia.

En este analisis —que es el de Marx— la ren ta diferencia depende de los precios, y no a la inversa. En cuanto a los p re" cios, dependen de las condiciones de la produccion, y no del mercado.

Aun cuando la ren ta diferencial aparezca como un coste Para el capital separado de la propiedad del suelo, eso no es mas Q116 una ilusion producida por la competencia. Adam Sm ith fue prim ero en senalarlo:

Por lo tanto, hay que observar que la renta entra en la composicion del precio de las mercancias de una manera muy diferente a los salarios y las ganancias. La tasa alta o baja de los salarios y las ganancias es la causa del precio alto o bajo de las mercancias; la tasa alta o baja de la renta es el efecto del precio15.

Y Ricardo expresa la m isma idea de m anera condensada:

El trigo no se encarece porque se pague una renta; por el contrario se paga una renta porque el trigo es ca ro16-

La ren ta diferencial es un efecto del precio.En cuanto al precio, es un efecto del costo, y mas exacta'

mente de la configuracion de los costes individuales y de su proceso de transform acion, gracias a la com petencia, en un coste social unico. La ren ta diferencial es, pues, tota^m ente ajena a las modificaciones de precios — transitorias o Perm a' nentes— que se producen en la circulacion y supone un precio uniform e de una m ercancia homogenea.

E sta especificacion de la ren ta diferencial es im portante p f f a distinguirla de otros tipos de ren ta cuyo proceso de form ac1011 es com pletam ente diferente pero cuya apariencia es identica. tam bien varian de un punto a otro del espacio.

15 Smith, 1776, P. 226.16 Ricardo, 1817, p. 51.

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Toda term inologia precede de una convencion y a ese nivel la discusion no reviste interes alguno. En mi opinion, es prefe- rible sin em bargo que los term inos utilizados rem itan de ma- nera univoca a conceptos claram ente especificados. Por tanto, propongo utilizar el term ino de ren ta diferencial unicam ente p a rad es ig n a r las rentas determ inadas por las desigualdades de los costes —y de los precios de produccion— en el espacio 17.

^Que tipos de rentas diferenciales aparecen en las condicio- nes urbanas de valorizacion del capital? En esta etapa del ana­lysis, en la que las diversas categorias de ren ta son enum eradas distinguiendo unas de o tras, se tra ta ra de establecer una tipolo- gia, tan exhaustiva como sea posible, de las rentas diferenciales. Cada form a, cada etapa de la valorizacion capitalista de la ciu- dad puede crear rentas diferenciales. Veamos como.

La explotacion capitalista de la ciudad tiene su fundam ento m aterial en la produccion de edificios; se supone que esta pro­duccion es llevada a cabo por un constructor que invierte para obtener una ganancia, Segun la localizacion del terreno, variara la tasa in terna de ganancia, siem pre que el precio de venta del producto sea uniform e, pues los costes de produccion localiza- dos del terreno edificable variaran igualmente.

El edificio podra ser destinado a usos sociales diferentes; por tanto, los procesos de form acion de las rentas diferenciales seran variables.

El edificio puede ser soporte de un consumo colectivo no m ercantil (escuela, servicio publico, etc.): no habra, pues, fo r­macion de ren ta autonom a, ni siquiera al nivel de la produccion del edificio. Sera el nivel de ren ta formado por los usos capita- listas del suelo el que se imponga al agente (publico) que sumi- n is tra (de un modo no m ercantil) el servicio.

Puede tam bien ser el soporte de un nuevo proceso de pro­duccion de ganancia, convirtiendose en com ponente del capital constante de un capital productivo (fabrica, taller, oficina de estudios tecnicos, etc.) o en com ponente del capital de gastos

17 Descarto, pues, por razones de claridad, dos acepciones del termino, empleadas frecuentemente:— La renta diferencial como diferencia entre dos niveles de la renta provocados por el cambio de uso del suelo, efectivo o anticipado (cf. Al- quier, 1971, p. 82). En ese caso, se trata del cambio de nivel de la renta total.— La renta diferencial como «renta de ubicacion>>,o efecto de la diferen­cia de precios de los inmuebles segun su localizacion. En ese caso, se trata de una renta de monopolio. Ese punto esencial sera ampliamente discu- tido en el capitulo 4.

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de un capital que no produce valor pero produce ganancia (comercio, banca, seguros, etc.). Si su localizacion genera una diferenciacion de los costes localizados de explofacion capita- lista del edificio, se form an plusganancias de localizacion, que pueden transf ormarse en rentas.

Finalmente, el edificio puede ser objeto de un consumo final, un valor de uso directam ente utilizado para la reproduction de la fuerza de trabajo (o para el consumo de la burguesia capi- talista). En ese caso, no puede form arse ganancia (ni plusga- nancia, ni renta) en el proceso de consumo. Sin embargo, se produce en el nivel de la circulation una diferenciacion de los precios de la vivienda segun su localizacion. E ste hecho demues- tra la existencia de precios de monopolio, que no corresponden al analisis de la ren ta diferencial 18.

E sta claro, pues, que existen dos tipos de plusganancias (o rentas) diferenciales en el contexto urbano: la que aparece en el m om ento mismo de la produccion de los inmuebles y la que aparece en su u tilization eventual para la produccion de ganancia.

Las plusganancias (o ren tas) diferenciales segun el costo localizado de construction del terreno edificable se establecen en tre los niveles maximo y minimo del capital consum ido por unidad de superficie construida para hacer edificable el terreno, teniendo en cuenta que el nivel maximo determ ina el precio de produccion regulador del terreno edificable (por m2 de super­ficie construida).

Las plusganancias (o ren tas) diferenciales segun el coste localizado de explotacion capitalista de los edificios se estable­cen en tre los niveles maximo y minimo del capital consumido por unidad de tiempo para cada unidad de bien o servicio ven- did0 , teniendo en cuenta que el nivel maximo determ ina el precio de produccion regulador del bien o servicio.

2.1. Plusganancias (ren tas) diferenciales segun el coste localizado de produccion del terreno edificable

El conjunto de las actividades urbanas, tra tese de produccion de ganancia o de consumo final de valor de uso, exigen un con-

18 En un texto precedente (Topalov, 1977, p. 434), analizaba la renta que resulta de la diferenciacion de los costos de uso localizados de la vivienda como una renta diferencial; confundia lo que corresponde a la producci°n y acumulacion de capital con lo que corresponde al gasto del ingreso-

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Diferenciacion espacial de los cosies y rentas 125

tinente m aterial que debe ser producido: el edificio. Y esta tiene un soporte: el suelo, que debe ser edificable.

En un m om ento dado del desarrollo de la ciudad y de las relaciones de produccion en el sector de la construccion, se traza la fro n te ra de la zona urbanizable. Lo que define esta zona no depende solo de la reglamentacion, sino tam bien del hecho de que, fuera de esa fron tera ningun capital individual — ningun prom otor inm obiliario para dar una idea— puede valorizar su capital en la produccion de un edificio. Sin duda, podra com prar terrenos y esperar, o suscitar, la creacion de condiciones que hagan la zona edificable; pero no podra construir, al faltar a la vez las in fraestructu ras m ateriales necesarias para la produccion y las condiciones generales necesarias para que el edificio sea un valor de uso. No hay, pues, produccion capitalista de edificiosni renta urbana, a no ser por anticipacion de una produccion futura.

Las ren tas urbanas y, en tre ellas, las rentas diferenciales se-gun el coste de edificabilidad de los terrenos s< ° Pueden c0nfi- gurarse en el in terior de la zona urbanizable.

En efecto, todos los terrenos edificables no lo son al mismo coste. Supongam os, lo que no es una simplificacion abusiva en las condiciones actuales de la industria de la construccion, que el coste de produccion de un edificio de una calidad determi- nada, en un suelo dispuesto para ser edificado, no varia de un sitio a otro. Lo que, por el contrario , varia considerablem ente es el coste de la transform acion del terreno en suelo edificable.— Segun las condiciones fisicas particulares del terreno, el costelocalizado de construccion del edificio podra variar. Una pen- diente muy pronunciada, un suelo arcilloso, lleno de piedras oconform ado por terraplenes exigiran cimientos especiales; un suelo inundable hara preciso un drenaje, etc. Se tra ta en esoscasos de condiciones naturales que producen minusgananciasm ientras las condiciones sociales de la urbanizacion no barran el obstaculo increm entando en form a suficiente los restantes com ponentes de la renta. Basta ver los increibles edificios cons- tru idos sobre pilotes de hormigon en pendientes vertiginosas en Genova, o en terrenos artificiales ganados 'a l m ar en las zonas de balnearios de lujo, para com probar que el coste localizado de construccion puede ser muy alto sin que por ello desaparezcan las plusganancias y la ren ta total.

— Si el terreno esta ocupado por un edificio, hay un coste de demolicion. Este, proporcionalm ente bajo, constituye sin em ­

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bargo un elemento de plusganancia diferencial, susceptible de ser convertido en ren ta , en los terrenos no construidos,

— Algunas veces, los ocupantes son mas resistentes que losedificios. Cuando la correlacion de fuerzas sociales, a veces ex- presada en el Derecho que la refuerza e incluso la fija cuando ya este Derecho ha cambiado 19, confiere a los arrendatarios del suelo o a los inquilinos de los edificios una parte del poder de propiedad, estos se encuentran en condicioneS de exigir que su m archa les sea indemnizada. Hay, entonces, un coste de de~ sahucio. Este coste determ ina la renta mas de lo que esta deter- m inado por ella, pues se halla ligado a 1 uso an terior del suelo y no al nuevo uso que produce una plusganancia localizada mas alta. Los arrendatarios de las zonas perifericas en vias de urba­nization, los inquilinos — residentes o com erciantes— del centre de la ciudad, al resistir a su desalojo contribuyen a determ inar el nivel de plusganancia, pero no se benefician del resultado, Su parte solo es determ inada indirectam ente por el nivel de la ren ta total en la medida en que, cuanto mas elevado sea este, mas facilm ente podran aceptar el propietario y el prom otor un coste de desahucio cercano al coste de reconstitucion del valor de uso del que son despojados los inquilinos. \

— Un terreno, para ser edificable, actualm ente debe estaf dotado de in fraestructuras: debe estar bordeado por una via, a veces provisto de una red in terna em palm ada al sistem a gene ral de vias publicas; debe estar comunicado con las redes qu<J abasteceran de energla (gas, electricidad) y agua a los edificio.1 y con las que aseguraran la evacuation de aguas sucias (alcanj tarillado). Si el terreno no esta equipado con las in fraestructurai consideradas socialmente necesarias y el capital privado deby financiarlas total o parcialm ente, hay un coste de urbanizacidfk de2 suelo.

Este coste es bajo en ciertos puntos del espacio urbano y< alto en otros. Para una construccion determ inada en un tejiiln urbano denso, equivaldra al costo de conexion con las redes instaladas, m ientras que la calle que lo comunica ya existe. Para una operation inm obiliaria en la periferia, la u rbanization del terreno agricola supondra costes elevados: al m ontaje de lah redes de alcantarillado y electricidad se anadira la constructing de una estacion depuradora y de un transform ador; a la t o n - i

19 Pensemos, en Francia, en la extraordinaria longevidad de la ley dt- 1948, que atribuye a los inquilinos de las viviendas construidas antes ci<; su promulgacion el derecho a permanecer en ellas.

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truccion de la red viaria in terna del con jun to inm obiliario se sum ara la construccion o la remodelacion de las vlas de acceso, Asi, y solo en la m edida en que estos costes sean privados, se originaran plusganancias diferenciales en los terrenos ya urba- nizados, que podran transform arse en rentas.

La extension de la zona construida, que im plica generalm ente costes sociales crecientes de in fraestructu ras urbanas, £pro- duce por ello la elevacion autom atica de ese tipo de ren ta dife- rencial en el tejido urbano ya equipado? Eso depende de las condiciones sociales de la urbanizacion y mas precisam ente del nivel de in fraestructuras socialmente requerido, asi como de la forma de financiacion de esas infraestructuras.

En efecto, se puede —o se ha podido— construir edificios socialmente considerados como utilizables y, por lo tanto, ven­dibles, sin infraestructuras. El ((vertido directo» solo se im pone como norm a reglam entaria — que expresa una exigencia social — en Paris a finales del siglo xix, y las parcelas del extrarradio, en el periodo de entreguerras, estaran desprovistas en toda su lase privada de realizacion. Las extensiones urbanas «ilegales», /.on as de autoconstruccion o conjuntos inm obiliarios privados, de m etropolis como Lisboa, Barcelona o Napoles se desarrollan a Lin hoy en dia sin red viaria interna, y a m enudo sin sanea- nrlento. Solo despues — despues de la produccion privada y la ganancia— las reivindicaciones de los habitantes obligan a las > olectividades publicas a financiar las in fraestructuras.

La d istribu tion del coste de urbanizacion del suelo en tre el< apital privado y los fondos publicos es esencial para la deter­m ination de la ren ta diferencial originada por esos costes. Uni-< am ente el coste privado de urbanizacion es tenido en cuenta para fijar el nivel de plusganancia: si el E stado paga las infra- cstructuras, para el capital se tra ta de un regalo «de la natura- leza», que produce el mismo efecto que si las in fraestructuras «; xistiesen con anterioridad a la intervencion del capital. Subsis- i<-, sin embargo, una diferencia im portante: cuando existen las 111 i raestructuras, la transferencia de las plusganancias resu ltan­t 's a la propiedad del suelo es practicam ente inevitable. Cuando H Estado las realiza para el prom otor, este esta en m ejores con- ticiones para conservar la plusganancia.

Es posible extraer dos conclusiones de este analisis:Cuanto m as elevado es el nivel socialm ente requerido de las

ml raestructuras, m as elevado es el coste (que se supone privado) 'U- su realizacion en los terrenos que no las poseen, y m ayor es

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la ren ta diferencial en los terrenos que existen con anterioridad a la construccion.

Cuanto mas im portante es la parte del coste de urbanizacion financiada con fondos publicos, m enor es la ren ta diferencial en los terrenos ya equipados. Sin embargo, esto solo ocurre a condicion de que la financiacion publica sea otorgada de m anera uniform e a todos los constructores (en funcion del coste de urbanizacion localizado) y no selectivamente a algunos de ellos (lo que no m odifica ya los niveles de plusganancia en el con- jun to de la aglomeracion, sino el nivel de plusganancia de los prom otores privilegiados). Ademas este efecto sobre la renta diferencial segun el coste de urbanizacion del suelo no influye para nada en el com portam iento de los otros tipos de renta y, por lo tanto, de la ren ta total.

Las operaciones de construccion soportan en la m ayoria de los paises capitalistas diversas presiones fiscales, algunas de las cuales inciden en la plusganancia localizada y, por tanto , en la renta.

No se tra ta de los im puestos fijados de m anera uniforme, independientem ente de la localizacion. Asi, el im puesto indirec- t o 20 constituye un im puesto «neutro» que se agrega a los res- tantes costes y que el capitalista incluye como parte del precio final. Asimismo, los im puestos sobre la ganancia —ya sea sobre los resultados globales de varios program as ya sea sobre el conjunto de los ingresos reales de los agent es 21 *— no modifican la diferenciacion espacial de las ganancias.

Por el contrario, cuando el im puesto varia sistem aticam ente segun la localizacion -y se aplica a todos los prom otores— genera un coste fiscal localizado, base de plusganancias diferen- ciales susceptibles de transform arse en renta.- La presion mas fuerte se integra en el precio regulador de la vivienda, y las localizaciones en que la presion es m as debil ofrecen plusganan­cias. Ocurre esto cuando se tra ta de un im puesto de d istribu tion del gasto publico local que varia de una zona a o tra , o cuando el impuesto se calcula sobre el volum en o la naturaleza de las construcciones72. Las localizaciones gravadas por debajo se be- nefician de una ren ta creada por el impuesto.

Sin embargo, ese m ecanism o se basa en una realidad mas

20 Por ejemplo, el impuesto sobre el valor anadido.Z1 Por ejemplo, el gravamen sobre las ganancias de la construccion des­

pues de la integration de estas en los ingresos globales del agente, per­sona flsica o sociedad.

H Por ejemplo, el Impuesto local de equipo.

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fundam ental, pues el sistem a fiscal y el im porte del im puesto son fenomenos sociales que no tienen nada de arbitrario. Los limites de la diferenciacion espacial determ inados por el im ­puesto de operacion estan inscritos no solam ente en las institu- ciones, sino fundam entalm ente en la realidad de la eleccion final po r el capital privado del lugar de su valorizacion. En con- secuencia, no es posible transfo rm ar en coste privado, m ediante el im puesto, la parte publica del «coste social® de las operacio- nes de construccion a traves de un im puesto localizado que refleje estrictam ente la variacion espacial del gasto publico11.

El conjunto de esos elementos constituye la base de una dife­renciacion espacial de los costes de produccion de los bienes inmobiliarios: algunas localizaciones ofreceran, pues, al capital la posibilidad de obtener plusganancias y la propiedad del suelo estara en condiciones de apropiarse de una ren ta diferencial segun el coste de la edificabilidad.

Esos elementos no varian en todos los casos, ni todos en el mismo sentido 23 24. E n los centros urbanos el coste de urbaniza­tion del suelo es generalm ente bajo; reducido al m inim o por las operaciones puntuales (conexion con las redes), los fondos pu- blicos se hacen cargo de el en buena parte en las operaciones de reestructuracion urbana. Por el contrario, los costes de demoli- eion y, sobre todo, los de desahucio, pueden ser altos. En la periferia u rbana sucede a la inversa, pues hay que equipar zonas hasta ese m om ento agricolas: en ese caso, el capital inm obiliario se esforzara por hacerse cargo de la parte mas pequena posible de los costes de in fraestructu ra ; sin embargo, las colectividades publicas in ten taran im ponerle una presion fiscal tan to mas fuerte cuanto mas im portantes sean los gastos publicos provo- cados por la operacion privada.

23 Como lo prueba el poco interes de los promotores privados por las /onas urbanizables prioritariamente en los anos 60. Una excepcion notable: las operaciones de renovacion publica en el centro de la ciudad.

24 Asi, en las operaciones de los promotores privados realizadas en 1971-1974 en la aglomeracion parisiense, se observatt los siguientes costes fotales de edificabilidad (promedio en F (francos)/m2 habitable): para las operaciones del sector subvencionado, 185 F en Paris (de los cuales el 47 % en gastos de infraestructura viaria), 146 F en el primer cinturon (infraestructura viaria: 52°/o), 185 F en el segundo cinturon (infraestructura viaria: 80%); para las operaciones del sector libre, los importes son res- pectivamente 178 F (infraestructura viaria: 17%), 152 F (infraestructura viaria: 45 %) y 230 F (infraestructura viaria: 72 %) (Ministere de l’environ- nement et du Cadre de Vie, Direction du Batiment et des Travaux Publics et de la Conjoncture, «Les frais annexes de promotion (enquete explora- toire en region parisienne)», Paris, s.f., p. 21).

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Los resultados de la correlacion de fuerzas —de multiples com ponentes— cuando se estabilizan para amplias zonas de una aglom eracion * y se im ponen a todos los prom otores, o por 1° m enos a la m ayor parte de ellos, llevan a la form acion de plus- ganancias perm anentes para todas las zonas que no sean aque- llas en las que el coste global de edificabilidad es mayor. Ese sistem a espacial de plusganancias evoluciona entonces con la red publica de in fraestructuras, m ientras que los precios del suelo tienden a absorber' la totalidad de ese tipo de plusSa* nancias.

La estrategia del capital de prom ocion frente a este tipo de renta consiste generalm ente en abandonar las zonas ya provistas de in fraestructuras —generadoras de plusganancias ya incorpo- radas a los precios de oferta del suelo, para constru ir en zonas m enos o poco equipadas. Es esta una paradoja aparente, pues las plusganancias potenciales son en esas zonas m as bajas ° nu" las. De hecho, esa estrategia es racional si el prom otor esta segu- ro de que la colectividad publica se vera obligada a financiar una parte im portante de las in fraestructuras que hay a hecho nece- sarias la operacion privada. Un proceso como ese puede llevarse a cabo tan to en form a de la evidente anarquia urbanistica creada por una m ultitud de pequenos y medianos prom otores, como en fo rm a de «operaciones concertadas» entre la gran prom ocion m onopolista y el E s tad o 25. E n ambos casos, e indudablem eitte con m ayor «eficacia»en el segundo, la ley de la ren ta da lugar a estrategias de localizacion destinadas a negarla, es decir, a im“ pedir la transferencia de las plusganancias a la propiedad del suelo.

2.2. Plusganancias (rentas) diferenciales segun el coste localizado de explotacion capitalista de los edificios

La localizacion de un edificio no produce solamente un nivel dado de su coste de produccion - c u y a diferenciacion espacial * 15

* Se ha decidido traducir el termino frances agglom eration por el espa- nol «aglomeracion», y no por otro, debido a que la polemica sobre la carac- terizacion y los criterios de definicion de las ciudades y areas metropoli- tanas aun no esta concluida. Cf. al respecto, Vinuesa Angulo, J., «Sobre el concepto de area metropolitana*, en E stu d ios G eogrdficos, nums. 140- 141, 1975 (N. del T.).

15 Por ejemplo, el procedimiento en las Zonas de Urbanizacion Concer- tada vinculadas por convenio.

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es la base de las rentas diferenciales segun el coste de edifica- bilidad— sino tam bien un nivel dado de su coste de utilizacion.

Cuando el edificio es el soporte de un proceso de valorizacion del capital, su uso —su c o n su m o - es productor de ganancia y las localizaciones pueden generar una diferenciacion del coste de su explotacion capitalista.

Los factores espaciales de variabilidad de los costes deben ser examinados sector por sector y exigen un analisis profundo de las condiciones de form acion de las tasas de ganancia pro- pias de cada fase de la division del traba jo y de la concentracion y centralizacion del capital: ese analisis desborda el m arco del presente estudio. Por lo pronto, indiquemos de m anera form al los factores generales de variacion de las tasas de ganancia localizadas.

— Para una actividad productiva, el coste localizado de los medios de production, y para una actividad no productiva (de plusvalor) pero productiva de ganancia, el coste localizado del capital m aterial de gastos varian en el espacio. Unas veces la «naturaleza» proporciona «gratuitam ente» una reserva de valo- res de uso (m inas, energia hidroelectrica, petroleo, canteras, etcetera); o tras el coste de transporte de los m edios de produc­tion entre su lugar de produccion y su lugar de transform acion contribuye a diversificar el espacio desde el punto de vista de la tasa de ganancia: ese factor afecta en particular a las mate- rias prim as y, en m enor medida, a la energia. La variabilidadespacial de las tasas de ganancia sera tan to mas fuerte cuanto mas alto sea el valor de los consumos intermedios en el valor del producto final, cuanto mas bajo sea el valor por unidad fisica de consumo interm edio, o cuanto mas alto sea el coste de transporte por unidad de distancia.

— Asimismo, el coste localizado de expedition del producto ,final sera diferente segun las localizaciones respectivas de la produccion y la comercializacion.

— El coste fiscal localizado sobre las actividades economi­c s puede tam bien variar sistem aticam ente segun las zonas de la aglomeracion, determ inando una plusganancia diferencial enbeneficio de las localizaciones en las que es mas bajo. Sin em ­bargo, para jas actividades susceptibles de desplazarse facil- mente en el espacio, y cuando el precio regulador es fijado porcondiciones de valorizacion determ inadas fuera de la aglomera- cidn, el im puesto localizado puede generar no una plusgananciaPara las unidades gravadas por debajo de la media, sino el des- plazam iento de las unidades gravadas por encim a de la media.

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M ientras que estas ultim as continuen regulando el precio, el lm‘ puesto localizado sera un factor autonom o de renta; de no ser asi, el im puesto se convertira en deduccion sobre los restan tes com ponentes de la ren ta que constituyen su limite supen ° r ' La practica fiscal del Estado reconoce em piricam ente este limit e al distinguir el im puesto de rendim iento (que supone la perm f ‘ nencia espacial de las actividades y es inferior a 1a plusganancia localizada) del im puesto de incentivo: al comienzo (el im puesto es superior a la plusganancia localizada y, eventualmente, factorde ren ta en otro lugar), o en el m om ento de la instalac^°n ^ im puesto puede, entonces, ser nulo o ser reem plazado por una subvencion, factor de ren ta aqui).

— Finalmente, el coste localizado de la fuerza de trabajo contribu ira a determ inar el coste de produccion localizado y, por tanto, el nivel de la tasa de ganancia. Dentro de una a g l o m e -

racion concreta, este elem ento no variara salvo que el establecb m iento de ramificaciones espaciales de mano de obra p e r m i t ^

reforzar la posicion de m ercado de los vendedores o de los com pradores de fuerza de trabajo. Por el contrario , las variaC10' nes seran considerables de una aglomeracion, region o pais a otro.

Sin embargo, esos elem entos de diferenciacion del nivel de ganancia localizada segun los costes raram ente acarrean conse- cuencias pertinentes en term inos de renta del suelo. En efecto, el precio regulador de m ercado de productos reproducibles no se fija generalm ente en el nivel del precio individual m as ele- vado: o bien, en caso de competencia en tre los productores Y delibre inversion en el sector, tiende a fijarse en el precio m e< ° de produccion social, determ inado por las condiciones medias de productividad y de tasa de ganancia; o bien, en los sectoresfuertem ente concentrados, se fija sobre la base de la tasa ganancia m onopolista y puede distanciarse por largo tiem po del nivel determ inado por los costes. E n todos los casos, el precio y las estructuras del sector determ inaran no unas plusganancias perm anentes, sino mas bien el movimiento espacial del capital.

E n efecto, si las condiciones externas de valorization se hallan diferenciadas en el espacio, las condiciones mas favora- bles en un m om ento dado pueden ser en general reproducidas por el capital, no invirtiendo para m ejorarlas in situ, sino des- plazandose. Y no existe obstaculo estructural a ese desplaza- miento, po r lo menos para los capitales dom inantes.

— Por el contrario, la localizacion puede intervenir de ma-

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Diferenciacion espacial de los costes y rentas 133

nera decisiva en las tasas de ganancia determ inando velocidqdes localizadas de rotacion del capital.

Este factor es fundam ental para todas las actividades capita- listas en las cuales el «producto» vendido no es distinto al pro- ceso de traba jo que lo sum inistra. Puede pensarse tan to que la nocion de «servicios)>no es pertinente para determ inar el lugarde una em presa en el conjunto del proceso de produccion, circu­lation y acumulacion del valor, como que tiene un significado propiamente conceptual para el analisis de las relaciones entre el espacio y las tasas de ganancia.

En efecto, si el proceso de traba jo y el de consumo son una misma cosa, entonces la produccion y la realization de la ganancia se llevan a cabo sim ultaneam ente in situ. Desde ese momenta, la localizacion de la actividad determ inara —a precio y ganancia constantes por unidad de servicio vendido— la m asa de ganancia realizable en un punto determ inado para una can- tidad dada de capital de gasto invertido. La ren ta de los comer- cios del centro de la ciudad tiene, entonces, su principal fun- dam ento en la rapida rotacion del stock y en la im portancia del volumen de ventas por m2 de superficie comercial u tilizada26.

En otros term inos, las tasas de ganancia podran variar en el espacio en funcion de las velocidades de rotacion desiguales del capital invertido. Y en ese caso, las condiciones externas al capi­tal que determ inan tales variaciones no pueden ser reproduci- das, pero si monopolizadas; constituyen la base de plusganan- eias de localizacion perm anentes que pueden ser convertidas en ren ta diferencial.

II LA DIFERENCIA ESPACIAL DE LAS MASAS DE GANANCIA POR UNIDAD DE SUPERFICIE

La base de la ren ta diferencial es la plusganancia de localizacion que proviene de una diferenciacion en el espacio del precio deliroduccion de una m ercancia homogenea, en v irtud de unas condiciones de valorizacion exteriores al capital. Pero la tasa y,a m asa de ganancias localizadas no varian solamente en funcion de esas condiciones exteriores, sino que dependen tam bien de la cantidad de capital invertido en el proceso de valorizacion.

26 Podra anadirse a ese factor de renta diferencial (o sustituirlo) la practica del precio de monopolio, especialmente para los productos de lujo o los servicios vendidos en los «barrios elegantes» o en las zonas de concentracion de asalariados.

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El capital «crea» la ganancia: estamos en el modo de pro­duccion capitalista. Aun cuando ciertas condiciones que no puede reproducir parcial o totalm ente como capital individual m odifiquen su nivel de rentabilidad y originen plusganancias que el monopolio de esas «condiciones exteriores» hara que se fijen como rentas, es el movimiento del capital el que deter- mina la produccion de ganancia.

De ahi la necesidad de realizar el analisis sim ultaneo de los dos elementos determ inantes de la renta: el capital y sus condi­ciones exteriores de valorizacion. Es lo que acabamos de hacer en relacion con la ren ta diferencial.

Sin embargo, Marx, en el estudio de la ren ta agricola, ana- liza la ren ta diferencial en dos fases: prim ero, partiendo de la hipotesis de una igualdad de capital invertido por unidad de su- perficie y, despues, haciendo variar el capital. No es un simple procedim iento de exposicion, pues los dos m om entos de la deter­m ination de la renta diferencial son definidos por Marx como dos «form as»de esta: la prim era, debida a las diferencias de fer- tilidad (de ubicacion, etc.) entre los terrenos; la segunda, debida a las diferencias en la d istribu tion del capital entre los arren- datarios 27. Y cuando M arx utiliza el concepto de «forma», siem- pre designa una relacion social que se expresa en una categoria economica.

Ese concepto de «ren ta diferencial ii» ha sido «aplicado» reiteradam ente al analisis de las rentas del suelo urbano sin haber precisado de m anera suficiente el contenido exacto de la relacion social que designa y, en consecuencia, sus condiciones especificas de utilization.

Ahora me propongo dem ostrar:— que el concepto de «renta diferencial n» solo es perti-

nente teoricam ente para las relaciones de produccion analizadas por Marx: las de la agricultura capitalista inglesa «clasica-»28.

— que ese concepto designa un proceso general que con- cierne a todos los tipos de ren ta y no solamente a la renta dife­rencial como Marx deja suponer en El capital: la varia tion de la ren ta total por unidad de superficie en funcion de la cantidad de capital invertida por unidad de superficie.

27 Marx, 1981, vol. 8, pp. 865-78.28 «...Inglaterra, el pals clasico del modo capitalista de produccion en

la agricultura» (Marx, 1981, vol. 8, p. 869). «Para el regimen de produccion moderno, capitalista, la concepcion inglesa [de la propiedad del suelo agricola, C. T.] es, en este aspecto, la concepcion clasica» (Mam, 1974, vol. 1, p. 430).

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— que, por tanto, es conveniente designar a ese proceso por tin term ino adecuado a su contenido, que no designe un tipo de renta particular, sino un movimiento que afecta a todas las rentas en ciertas condiciones de las relaciones de produccion: e l increm ento de las plusganancias localizadas (rentas) como eonsecuencia de la intensificacion de capital.

E sta discusion sera llevada a cabo, prim ero estudiando de cerca el concepto de ren ta diferencial II en Marx (§ 1) , y luego examinando los intentos de transposicion del concepto a la ren ta urbana (§ 2).

/. Las «dos formas» de la renta diferencial en Marx

S t ha visto que el analisis de la ren ta diferencial agricola, cuyo desarrollo form al concierne a todos los tipos de ren ta diferen­cial, no tiene ninguna necesidad de distinguir dos «form as» si se tiene en cuenta sim ultaneam ente la diferencia de fertilidad (y de ubicacion) de los terrenos y las diferencias en tre los capitales invertidos en cada uno de ellos.

La distincion hecha por M arx puede aparecer en parte como efecto de un m etodo de exposicion que, al no disponer del len- guaje de la form alizacion m atem atica —y, especialm ente, del calculo diferencial— se ve obligado a reflexionar separadam ente sob re el caso de los capitales iguales invertidos paralelam ente en terrenos diferentes (variaciones del producto en funcion de la fertilidad, con capitales iguales), y despues sobre el de los capitales iguales invertidos sucesivamente en el mismo terreno (variacion del producto en funcion del capital, con fertilidades iguales fo -------- /'

Por lo demas, puede decirse que la ren ta diferencial I es la de Ricardo, y que la ren ta diferencial I I es la que el o lv ida29, en su preocupacion por establecer la necesidad del alza de precios del trigo y de las rentas, y, por tanto, el descenso de las ganan- cias y de la acumulacion si, por desgracia, las Corn Laws no hubieran sido derogadas. Es cierto que Ricardo no considero l o s efectos producidos en el precio regulador del trigo por el paso a la agricultura intensiva; y M arx puede dem ostrar facil-

29 «De aqui se desprenden las complicadisimas combinaciones a que da lugar la renta diferencial en general, y en especial la forma II junto con la form al, mientras que Ricardo, por ejemplo, la trata en forma unilateral y como una cuestion sencilla» (Marx, 1981, vol. 8, p. 872).

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m ente que, gracias a la ren ta diferencial n , el precio del trigo puede descender y que la ley de los rendim ientos decrecientes no tiene nada de inev itab le30. Pero el ya lo habia dem ostrado gracias a la ren ta diferencial 131.

Lo esencial de la distincion entre esas dos formas no radica, pues, en ese punto; reside en el hecho de que, aunque identicas en cuanto a la formation de las plusganancias, se difereneitl11 sin em bargo en cuanto a su conversion en renta, al menos en las relaciones de produccion de la agricultura inglesa clasica.

1.1. Desde el punto de vista de la formacion de la plusganancia, las dos form as de la ren ta diferencial son identicas

M arx es explicito en ese punto:

Resulta claro entonces que la renta diferencial II solo es una expre- sion diferente de la renta diferencial I, pero que intrinsecamente coin­cide con ella (...) Sigue siendo el suelo el que, con igual inversion de capital, presenta una fertilidad diferente, solo que en este caso el mismo suelo cumple, para un capital sucesivamente invertido cn diferentes porciones, la misma tarea que desempenan en I diferen- tes tipos de suelo para diferentes partes del capital social, de igual magnitud, invertidas en ellos32 33.

Desde el m om ento en que se abandona la hipotesis de la igual- dad de capital invertido por unidad de superficie de un terreno a o tro, es evidente que la productividad m arginal del cap ita l31 en un terreno dado varia con el volum en total de capital inver­tido: la plusganancia m arginal no es constante. En consecuencia, en dos terrenos identicos desde el punto de vista de la fertilidad, si la m asa de capital invertido no es la misma:

— por una parte, la tasa de ganancia (en este caso, de plus­ganancia) no sera identica, al ser diferente la productividad m edia del capital;

30 Marx, 1981, vol. 8, pp. 889-907.31 Mam, 1981, vol. 8, pp. 842-47.32 Marx, 1981, vol. 8, p. 870.33 Entiendo por esta expresion la medida de la relacion entre cantidades

fisicas: el trigo, por una parte, los medios de produccion y la fuerza de trabajo, por otra. Cuando esas fuerzas productivas toman la forma de ca­pital en el modo de produccion capitalista pueden ser expresadas en ter- minos de valor como capital. Esto no implica para nada una teoria de & productividad de los factores.

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— por o tra parte , la m asa de ganancia (y de plusganancia) por unidad de superficie no sera identica, al ser diferentes la productividad y la m asa de capital.

Los analisis de M arx sobre la ren ta diferencial II le perm iten • leducir estos dos tipos de consecuencias de la desigualdad de i.ipital m vertido por unidad de superficie. Fero no justifican la 'listincion en tre las «dos formas® de la ren ta diferencial: no c-s la logica ab strac ta de una funcion de varias variables lo que las diferencia, sino la realidad de las relaciones de produccion.

1.2. Las dos form as de la ren ta diferencial se distinguen, en la agricultura capitalista clasica, desde el punto de vista de la conversion de la plusganancia en ren ta

, Cuales son las relaciones de produccion en la agricultura capi- lalista «clasica», observables en Ing laterra a comienzos del si- plo xix? El terraten ien te (propietario de la tierra ) la alquila al .irrendatario capitalista (propietario de los medios de produc- t ion y del fondo de salarios), el cual valoriza su capital explo- tando al proletariado agricola («propietario»unicam ente de su lucrza de trabajo). El arrendatario capitalista organiza el pro- > vso de produccion, al cual es ajeno el terrateniente. La ganancia (y la plusganancia) es el ingreso prim ario del capitalista, quien iransfiere una parte de ella al terrateniente en form a de renta. I .sta parte, la ren ta del suelo, no puede ser superior a la plus- ranancia y m erm ar la ganancia media, por lo menos en form a dnradera. En ese limite, <mual sera su im porte? Elio depende «K5. una batalla, represen tada por el concepto de «renta dife­rencial n».

Los arrendatarios com piten por el acceso a la tierra, obstacu- lizado por la propiedad del terrateniente. La ren ta tiende, por lanto, a establecerse en un nivel en el que se fija la totalidad de la plusganancia en beneficio del terrateniente. El nivel corres- pondiente de la ren ta es determ inado al inicio del periodo de irrendam iento y perm anece constante m ientras dura este.

Dadas las condiciones del arrendam iento, la ren ta aparece ante el arrendatario como un coste fijo; el arrendatario se ( .fuerza por aum entar su ganancia, es decir, por producir una plusganancia suplem entaria que se anade a la que esta forzado i transferir al terrateniente. ^Como? Invirtiendo capital adicio-

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nal, aunque sea de productividad marginal decreciente, mien- tras le proporcione por lo menos la ganancia media. En efecto, durante el periodo de arrendam iento, parece como si la propie- dad del suelo no existiese para el cap ita lN.

Desgraciadamente para el arrendatario , el terraten ien te vuel- ve a aparecer al final del periodo de arrendamiento: por una parte, se apropia de las inversiones de capital ya incorporadas a la tierra -y de las plusganancias diferenciales que se despren- den de ellas— ; por otra, exige una ren ta correspondiente a la agricultura mas intensiva que ha desarrollado el arrendatario en el periodo precedente.

Es el proceso que impone el paso de la agricultura extensiva a la agricultura intensiva en las condiciones del capitalism o agri- cola «clasico». El nivel de la ren ta diferencial en una calidad de tierra dada es fijado por la productividad m edia en una zona, teniendo en cuenta el tipo de tecnologia agricola domlnante. En un prim er momento, el nivel de la ren ta es fijado por las condiciones de produccion de la agricultura campesina parce- laria, obteniendo los prim eros arrendatarios capitalistas una plusganancia m ediante una agricultura extensiva, pero, sin em­bargo, mas rentable: el desarrollo desigual del capitalism o en la agricultura beneficia, entonces, al cap ita l34 35. Pero la ren ta ten- dera a a ju s ta rse al nivel de las plusganancias producidas por las nuevas condiciones de valorizacion. La reaccion de los arrenda­tarios sera el paso a la agricultura intensiva que, de nuevo, lle- vara al alza de la renta, y asi sucesivamente.

El arrendatario lucha, pues, por disponer librem ente de la tierra durante el m ayor tiempo posible; el terraten ien te lueha por controlar el uso del suelo, por im poner una inversion y una produccion que engendren la mayor m asa posible de plusga­nancia — elevando la renta y lim itando el periodo de arrenda­miento. El terrateniente, aparentem ente eliminado como orga-

34 «Un arrendatario puede invertir capital adicional en el mismo arren­damiento... Si el precio de mercado (y al mismo tiempo la fertilidad del suelo) le permite obtener un plusrendimiento con el capital adicional... el mismo se embolsara esa plusganancia durante la vigencia del contrato de arrendamiento. Pero, £por que? Porque durante la vigencia del con­trato de arrendamiento ha desaparecido la barrera de la propiedad del suelo para la inversion de su capital en el suelo» (Marx, 1981, vol. 8, pagi- nas 956-57).

35 «Esta circunstancia hace que los arrendatarios realmente capitalistas sean capaces de apropiarse de una parte de la plusganancia; cosa que no ocurriria (...) si el modo capitalista de produccion estuviese tan desarro­llado en la agricultura como en la manufactura, (Marx, 1981, vol. 8, p. 869).

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nizador del proceso de produccion, tiene sin embargo un peso en este ultimo.

La «segunda form a de la renta diferencial» en Marx es el concepto que expresa la relacion social por la cual el capital tra ta de liberarse de la propiedad del suelo m ientras que esta lucha por retener una parte del control del proceso de produc­cion. La expresion, el instrum ento y lo que esta en juego en esta lucha, es la «renta diferencial n».

Una consecuencia im portante del proceso es el aum ento de la masa de plusganancia (de renta) por unidad de superficie a medida que se increm enta el capital invertido por unidad de superficie, aun cuando desciendan las tasas m edia y marginal de ganancia localizada dentro de los limites de la tasa media de ganancia, por debajo de los cuales el arrendatario no in- vierte mas.

1.3. La especificidad del concepto de «renta diferencial n » y sus condiciones de generalizacion

El concepto de ren ta diferencial II, como todas las categorias de Marx, es, pues, el de una relacion social determ inada, y tiene como funcion dilucidar las leyes de una estru c tu ra de clases siempre especifica. Designa la lucha del capital por increm entar la plusganancia por unidad de superficie mas alia de la ren ta transferida a la propiedad del suelo, y la lucha de la propiedad del suelo para recuperar ese incremento. Al mismo tiempo, designa la via utilizada por el capital: producir mas plusganan­cia por unidad de superficie invirtiendo mas capital por unidad de superficie.

Lb se tra ta esta vez, como en la «prim era forma» de la ren ta diferencial, de un increm ento de la produccion (o de la plus­ganancia) proveniente unicamente de las «condiciones exterio- res», de la «naturaleza». Se tra ta del efecto de un aum ento del capital invertido por el arrendatario.

En contra de lo que Marx deja entrever en El capital36, el incremento de la plusganancia (convertible en ren ta) producido por un increm ento del capital invertido no tiene que ver unica- *

Los analisis de Marx sobre la renta absoluta en El capital constituyen un razonamiento sobre la renta «en el peor terreno,, sin que sean exami- nadas las consecuencias de esta renta en la de todos los demas terrenos cultivados. Este examen es llevado a cabo, por el contrario, en las Teorias de la plusvaUa (Marx, 1974, vol. 1, pp. 440473).

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m ente con la renta diferencial, sino tam bien con la ren ta abso- luta y, si la hay, con la ren ta de monopolio. Supongamos que el precio regulador del productor (el trigo) es fijado por las condiciones de produccion mas desfavorables, y tam bien por «la ren ta en el peor terreno»: ese precio regulador incorpora, pues, tanto el precio individual de produccion en la unidad m arginal como la renta absoluta por unidad de producto. Por consiguiente, cualquier increm ento de la produccion ligado a un increm ento del capital invertido en un terreno favorable pro- porciona al arrendatario una plusganancia suplem entaria de tipo diferencial y una plusganancia que corresponde a la ren ta absoluta incorporada al precio regulador del producto adicio- nal. Si la naturaleza de la produccion, sus condiciones exte- riores y la ley de la dem anda conducen a la formacion de un precio de monopolio, el com ponente plusganancia de monopolio aum entara en la m ism a form a con el capital adicional y la pro­duccion marginal resultante.

M arx indica, por o tra parte, ese fenomeno, cuando estudia en las Teorias de la plusvalia la interaccion de los diferentes tipos de renta:

La renta absoluta en lo que a su cuantia se refiere, sube o baja en proporcion al capital invertido en la agricultura, a las masas totales de capital invertidas en las minas 1 , n y h i 37

Digamos mas bien: cuando el capital invertido y la produccion aum entan por unidad de superficie, la ren ta diferencial aum enta como la plusganancia m arginal, m ientras que la ren ta absoluta aum enta como las cantidades producidas 37 38.

Asi, el concepto de ren ta diferencial n , construido para ana- lizar las relaciones de produccion en la agricultura capitalista «clasica», designa una form a especifica de un proceso general. P ara hacer uso de el en el estudio de o tras relaciones de pro­duccion, es preciso m odificar su contenido y, para m ayor cla- ridad, cam biar la terminologia.

Las relaciones de produccion en la agricultura inglesa «cla- s ic a ~ s e caracterizan por la separacion estructural en tre el capital productivo y la propiedad del su e lo 39. E n esas circuns-

37 Marx, 1974, vol. 1, p. 445.33 Como sucede a menudo en Marx, la formulacion no es la mas general

posible, pues es el comentario a un «cuadro» particular: en ese caso pre­ciso, el cuadro se basa en la hipotesis de una productividad marginal del capital constante en cada clase de terreno.

39 «Exactamente de la misma manera como el cultivo capitalista presu-

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tancias, el concepto de renta diferencial n designa un proceso por el cual el capital puede liberarse transitoriam ente de la pro- piedad del suelo. Liberarse, pues el mismo es el m otor de toda produccion y, por tanto, determ ina el nivel de las plusganancias; transitoriam ente, pues la plusganancia adicional se transform a inevitablem ente en renta.

En unas relaciones de produccion en las que el capital se enfrenta a la propiedad del suelo por el acceso al uso de este, pero elim ina el obstaculo convirtiendose en propietario — transi- toria o definitivam ente— el proceso cambia. Al igual que el arrendatario capitalista, el prom otor inm obiliario tra ta ra de crear una plusganancia localizada superior al nivel de ren ta requerido para elim inar el obstaculo de la propiedad del suelo. Pero, al contrario de lo que sucedia con el arrendatario agricola, no habra luego transform acion de esa plusganancia adicional en ren ta recuperada por el propietario anterior. La especificidad de la «segunda form a» de la renta diferencial — conversion de la plusganancia en renta , eludible de m anera provisional, pero necesaria a la larga— desaparece en este caso.

La unica via que se le ofrece al arrendatario capitalista para liberarse provisionalm ente de la ren ta es el incremento del capi­tal invertido por unidad de superficie: con esto no solo incre- m enta sus plusganancias diferenciales, sino que ademas obtiene una plusganancia que corresponde a una renta absoluta adi­cional. El term ino «ren ta diferencial i i » es inadecuado para de- signar el proceso general de incremento de las plusganancias localizadas derivado de la intensificacion del capital: no se tra ta de un tipo particular de renta, sino de un movimiento que afecta a todos los tipos de renta.

El prom otor inm obiliario, por su parte, dispone de varias vias para elevar el nivel de plusganancia por encima de la renta exigida por la propiedad del suelo: la intensificacion del capital con una tasa invariable de renta, y tam bien la elevacion de la tasa de renta, que corresponde a un proceso muy diferente, a saber, el de la transform acion cualitativa del uso del suelo.

pone una separacion entre el capital actuante y la propiedad de la tierra, excluye, por regia general, la autoexplotacion de la propiedad del suelo» (Marx, 1981, vol. 8, p. 955).

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2. Los intentos de transposicion del concepto de renta diferencial II al analisis de las rentas urbanas

Numerosos autores franceses se esfuerzan por dem ostrar que hay en la ciudad, como en la agricultura, por una parte una «ren ta diferencial i» que depende de las condiciones particula- res del terreno, y por o tra una «ren ta diferencial i i » que de­pende del volum en del capital invertido4 .

E n el punto de partida de esta linea de analisis existe una doble «evidencia»: por un lado, la ciudad es el centro de una enorme acumulacion de capital, especialmente en form a de edi- ficios e infraestructuras; por otro, los terrenos son tan to mas caros cuanto mas im portante es esta acumulacion en el terreno mismo y en su entorno inmediato.

Aqui se plantean dos problem as teoricos:

— E n todo proceso de produccion de rentas urbanas hay un gasto de capital privado con m iras a la valorizacion. Las condi­ciones externas localizadas de esta valorizacion estan determi- nadas por la realidad de una acumulacion — anterior y /o simul- tanea— de capital social: capital publico desvalorizado, pesro tam bien capitales privados valorizados independientem ente. Es precisam ente ese capital social el que determ ina las «condicio­nes particulares del terreno», aprovechadas de m anera muy di- versa por el capital privado productor de rentas, especialm ente en funcion del ((volumen de capital (privado) invertido».

Hay, pues, una distincion fundam ental en el analisis de la ren ta entre el capital social cuya configuracion espacial pro- porciona los valores de uso que constituyen la base exterior de las rentas, y el capital privado cuya valorizacion en un punto del espacio produce efectivam ente las rentas. D istincion que no aparece en la concepcion de la ((rentadiferencial n» desarrollada en especial por L. Perceval, J. Lojkine y A. Lipietz, en la que 40

40 Es preciso observar que los autores italianos, americanos o britanicos que trabajan sobre las rentas del suelo urbano a partir de los conceptos marxistas no hacen esta distincion. Podria manejarse una hipotesis para explicar esta diferencia con los autores franceses: el analisis neoclasico de las funciones de produccion es un referente teorico dominante en los tres paises citados; de aqui se derivan dos consecuencias: por una parte, el rechazo de la transposicion de la distincion entre r d i y r d i i que, en Marx, no parece ser mas que un procedimiento «literario» de exposicion; pero tambien, por otra parte, la dificultad para tener en cuenta el funda- mento estructural de esta distincion en el analisis de las relaciones de produccion.

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Diferenciacion espacial de los costes y rentas 143

esta se supone determ inada por el volum en del capital social incorporado en el entorno de una operacion inm obiliaria.

— Ademas, el capital social cuya configuracion espacial cons- tituye la condicion externa de la valorizacion de los capitales privados no es unicam ente la base de las rentas diferenciales, sino tam bien de las rentas absolutas y de las rentas de m ono­polio. Por consiguiente, las masas de capital privado invertidas por unidad de superficie determ inan unas masas de plusganan- cia localizada en las que la ren ta diferencial no es mas que uno de sus componentes. Ese proceso de increm ento de las plus- ganancias localizadas en virtud de la intensificacion del capital no puede ser reducido al mero increm ento de la renta diferen­cial, como indica C. Pottier cuando tra ta de encontrar algo «analogo»a la ren ta diferencial II, despues de descartar la con­fusion form ulada por A. Lipietz.

La renta diferencial II como ((transferenciadel valor de los equipamientos publicos» en L. Perceval41El procedim iento aqui es la trasposicion tranquila de los con- ceptos de Marx:

Tambien en el suelo urbano hay renta absoluta y rentas diferencia­les i y ii para otros objetivos de explotacion del suelo mas complejos [que en la agricultura, C.T.].

Veamos los resultados en lo referente a la «ren ta diferencial n»:

Para un uso de explotacion del suelo como la construccion de edifi- cios destinados a la venta, la renta diferencial i depende de las cualidades naturales del suelo para ese uso: naturaleza de los cimientos (edificabilidad) y distancia de transporte con respecto al lugar de trabajo o a los servicios (condiciones del mercado de la vivienda) (...) La renta diferencial n depende de las inversiones reali- zadas en el terreno, de modo que un terreno construido «vale»mas que un terreno por construir, y su precio no es el mismo en todas partes pues, en particular (...) esta renta tambien depende de las infraestructuras colectivas de que esta provisto el terreno (vias, agua, alcantarillado)42.

E sta form ulacion perm ite subrayar dos proposiciones que sirven de fundamento a la «transposition » in ten tada por L. Perceval.

— La «ren ta diferencial i» es independiente de las «inversio­nes realizadas en el terreno» y de las «infraestructuras colecti-

41 Perceval, 1972, p. 120.42 Perceval, 1972, p. 121. El subrayado es del autor.

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144 Christian Topalov

vas» que posee. Por tanto, la ren ta se determ inaria indepen dien- tem ente del uso capitalista del suelo y de los costes localizados de ese uso. Entonces, ^de que dependerla?

La re fe ren d a a la «edificabilidad» se basa en el vano in ten t0 de distinguir lo que es «natural» de lo que no lo es. Dg hggho, los determ inantes de las plusganancias diferenciales segun e\ coste localizado de produccion del terreno edificable incluyen sin duda el coste localizado de edificacion, pero en lo esengjai son de caracter social: la preexistencia y /o la financiacion pu_ blica de las infraestructuras.

En cuanto a la referencia a la «ubicacion»; esta nos rem jte al valor de uso y al mercado: ya no se tra ta de una ren ta djfe_ rencial sino de una ren ta de monopolio.

Esas «cualidades naturales» que servirian de fundam ent0 a una form a particu lar de ren ta , independientem ente del Proceso concreto de valorizacion del capital, no tienen sentido, de modo que la «ren ta diferencial l» se desvanece.

— E n lo que respecta a la «renta diferencial i i », «cristaljza una parte de las inversiones publicas destinadas a equipar e} terreno », «im plica (una) transferencia del entorno en su volu- m en»43. La ren ta incorpora, pues, el valor de las infraestructu­ras, de m anera que «el prom otor vende entonces no solamente las inversiones que ha realizado, sino tam bien la parte de ias inversiones publicas que no ha realizado ni pagado))44.

E sta proposicion recoge en el fondo una denuncia am plja_ m ente difundida entre los representantes locales, la tecnocra§ja del Estado — por lo menos en los anos 60—, y que constituye un tem a constante de la izquierda francesa: los precios de los terre- nos incorporan gastos publicos en beneficio de los propieta ri0s. Por tan to , las in fraestructuras son «pagadas dos veces., tanto por las colectividades locales (cuando las realizan y cu an to

43 Perceval, 1971, p. 12244 Ibid. J. Lojkine piensa tambien que las inversiones de capital publjco

generan «renta diferencial n»: «Es posible concebir dos rentas diferen_ dales ii, disociadas en la medida en que dos tipos de valorizacion dd suelo fueran llevados a cabo por agentes sociales distintos y en momentos diferentes: el «equipamiento», la viabilizacion del suelo por un promote* publico; la construccion de locales comerciales o de viviendas por promo- tores publicos o privados. Es particularmente el caso de las Zonas de Urbanizacion Prioritaria en las que la viabilizacion del terreno por la colectividad publica puede ser recuperada parcialmente por el urbanizador cuando vende el terreno equipado al promotor constructor. Este actuali- zara, a su vez, las diferentes rentas del suelo sucesivamente acumuladas cuando arriende o venda en copropiedad las viviendas* (Lojkine, 1971, pa- ginas 92-93).

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Diferenciacion espacial de los costes y rentas 145

com pran el terreno de influencia de los equipam iento publicos), como por los habitantes (cuando pagan sus im puestos y cuando com pran o alquilan su vivienda). Se produce como resultado un «enriquecim iento sin causa» de los propietarios del suelo a costa de la colectividad.

L. Perceval precisa la proposicion senalando al principal beneficiario del fenomeno —el prom otor inmobiliario — , y la expresa en una term inologia m arxista: se tra ta en ese caso de la ren ta diferencial n . El sentido com un ha encontrado su legi- timacion cientifica.

C iertam ente, es evidente que las rentas urbanas son analiza- das como una transferencia de plusvalor social en beneficio de unos cuantos. Pero, para determ inar como y en favor de quien se lleva a cabo esa transferencia, me parece que es preferible criticar teoricam ente las «evidencias» en lugar de contentarse con una traduccion del sentido com un al lenguaje de la teoria.

^Cual es el alcance exacto de la proposicion segun la cual la ren ta incorpora gastos publicos?

La existencia de las in fraestructuras -y de la desvaloriza- cion del capital publico que es su condicion— influye de diversas m aneras en la form acion de las plusganancias localizadas. Por una parte , modificando el valor de uso del producto localizado, lo que perm ite, en ciertas condiciones de mercado, d isfru tar de un precio de monopolio; es evidente que este Ultimo no tiene nada que ver con el valor de las infraestructuras. Por o tra parte , reduciendo los costes privados de urbanizacion del suelo, lo que proporciona una plusganancia en el limite de la diferencia entre lo que debe pagar el prom otor favorablem ente ubicado y lo que habria pagado en el terreno en el que el coste privado es mayor. Pero, incluso «el peor terreno» posee el minimo de grandes in fraestruc tu ras que lo hacen urbanizable: es verdad que ningun prom otor las paga, pero tam bien es verdad que nin- guno las «vende». La existencia de la au topista o de la estacion del tren condiciona el valor de uso, pero su coste no es incorpo- rado en ningun precio. Esas in fraestructuras gratu itas para to- dos no determ inan una plusganancia diferencial sino que condi- cionan la posibilidad de constru ir y, por tanto, de producir una ren ta absoluta.

Las infraestructuras, y mas generalm ente el capital social acum ulado en la ciudad, determ inan, pues, la posibilidad de que existan rentas de monopolio, rentas absolutas y rentas diferen- ciales. Es inutil distinguir una fo rm a de ren ta diferencial que no depende del capital social de o tra que si depende. Ademas,

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es insuficiente considerar unicam ente los efectos del capital social sobre las rentas diferenciales.

«Tributo difevencial exogeno» y ((tributo diferencial endogeno» en A. L ipietz45Superar las clasificaciones «canonicas» para captar las relacio- nes sociales que las fundamental!. Luego, elaborar una nueva clasificacion de las rentas urbanas basada en el metodo de Marx y no en la le tra de su analisis de la ren ta agricola. E ste procedi- m iento fecundo es el de A. Lipietz. ^Cuales son sus resultados en lo referen te a la ren ta diferencial?

Los ((tributos diferenciales exogenos» son independientes de la p ractica autonom a del prom otor:

Hay tributo diferencial exogeno cuando la plusganancia del capital no solamente esta limitada sino tambien determinada por las condi- ciones propias del terreno en el proceso de produccion; el terreno puede influir en el precio de coste de un mismo producto; se trata del tributo diferencial de edificabilidad. En el proceso de circulacion (realizacion),la ubicacion del terreno en la division social del espaeio determinara el precio de venta: se trata del tributo diferencial de situacion social46 47.

Los « tribu tos diferenciales enddgenos», por el contrario , depen- den de la practica del prom otor.

Se hablara de tributo diferencial endogeno o autonomo cuando la plusganancia realizable por hectarea en un terreno este determinada por el nivel de capital invertido en el terreno a lo largo de un proceso de produccion de edificios (...)

Se hablara de tributo diferencial extensivo cuando, siendo cons- tante la tasa de plusganancia del capital, la plusganancia obtenida

Eor hectarea dependa de la cantidad total de capital invertido por ectarea. Se hablara de tributo diferencial intensivo cuando la tasa

de plusganancia de una nueva inversion dependa de la cantidad de capital ya invertido 47.

He ahi transform adas y bautizadas de nuevo la ((prim era form a de la renta diferencial»,que depende de las diferencias entre los terrenos, y la «segunda form a», que depende de las diferencias

146 C hvistian Topalov

45 Lipietz, 1974, pp. 139-152. No discutire aqui el termino «tributo», Admitire como equivalentes tributo diferencial, plusganancia diferencial de localization y renta diferencial.

46 Lipietz, 1974, p. 143. (El subrayado es mio, C.T.).47 Lipietz, 1974, pp. 148-149. (El subrayado es mio, C.T.).

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D iferenciacion espacia l de lo s co stes y rentas 147

entre los capitales invertidos. El capital sufre la prim era y crea la segunda.

Veamos las cosas mas de cerca. El ((tribu to diferencial de edificabilidad» no es o tra cosa — aunque definido en form a un poco rapida y restrictiva— que lo que he analizado anterior- mente como «plusganancia diferencial segun el coste localizado de produccion del terreno edificable». Uno de los elementos esenciales de diferenciacion de ese coste es la preexistencia o la financiacion publica de las infraestructuras: desde el punto de vista de la formacion de la plusganancia, el unico elemento per- tinente es el nivel del coste privado global de la edificabilidad en un terreno dado en comparacion con el nivel de ese mismo coste en el «peor» terreno. Que ese coste este determ inado por la preexistencia de las infraestructuras o por el precio de los derechos de construccion cedidos por un prom otor publico, o por la financiacion publica parcial de una operacion realizada por un urbanizador-prom otor privado, no cambia para nada el nivel de plusganancia, aunque pueda modificar considerable- mente su distribucion. E n consecuencia, la nocion de ((balance social» de la urbanizacion, en el que se mezclan los gastos publi- cos y los privados, invocada por A. Lipietz como fundamento de la variabilidad de las plusganancias m arginales y, por tanto, del atributo diferencial in ten siv e)48 no tiene sentido desde el punto de vista de la teoria de la re n ta 49. El proceso designado de ese modo por A. Lipietz es simplemente identico a lo que el llam a «tributo diferencial de edificabilidad». Sin embargo, el nivel de coste privado que sirve de base a esa plusganancia diferencial no es «exogeno» mas que para la pequena prom otora, m ientras que las prom otoras que dependen del capital financiero modi- fican, por su «practica» de operaciones «concertadas>A^on el Estado, el nivel de la financiacion publica y, por tanto , sus cos­tes privados.

El « tribu to diferencial de situacion social» es definido clara- mente como una plusganancia determ inada en la circulacion, y no en la produccion, y por los precios, y no por los costes. A. Lipietz senala por lo demas que la naturaleza de ese ((tributo del suelo» depende de la ren ta de monopolio50. Para mayor cla-

48 Lipietz, 1974, p. 150.49 Este punto ha sido destacado muy acertadamente por C. Pottier:

«E1 analisis de la plusganancia y de la renta solo tiene sentido con res- pecto al capital privado» (Pottier, 1975, p. 98, nota 23).

50 «Ese tipo de modulacion del tributo del suelo va indisolublemente

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148 Christian Topalom

ridad, me parece necesario no convertirlo en un tipo de renta diferencial.

Queda el « tribu to diferencial extensivo», el aum ento de la m asa de plusganancia por unidad de superficie cuando crece la m asa de capital por unidad de superficie, perm aneciendo cons- tan te la tasa de plusganancia marginal. E sta u ltim a condicion restrictiva me parece que no reviste interes: m ientras la tasa marginal de plusganancia no sea nula (y la tasa marginal de ganancia se acerque a la tasa media), al prom otor le interesara intensificar el capital, lo que constituye una de las formas de lucha contra la propiedad del suelo por conservar la plusganan­cia. Pero el origen de esta ultim a, cuya m asa aum enta en virtud de esta inversion adicional, no esta determ inado; puede trata rse de plusganancias diferenciales, de plusganancias de monopo­lio, de plusganancias constituidas por rentas absolutas, poco im porta esto al promotor. P ara mayor claridad aun, no hagamos de ella un tipo de renta diferencial.

Las «economias de eseala» y el analogo a la ren ta diferencia/ II en C. Pot t i e r 51El punto de partida de C. Pottier es una clara distincion entre las plusganancias que dependen de la ren ta de monopolio (dife- renciacion de los precios en funcion de la ubicacion), las cuales son dom inantes, y las que dependen de la ren ta diferencial (dife- renciacion de los costes). Veamos el analisis que hace de las segundas.

Los costes (privados) dependen de los equipam ientos publi- cos. Tambien dependen de la m agnitud y de la densidad fisica de las operaciones de construccion — densidad que es fijada directam ente por las norm as de urbanism o— en la m edida en que determ inan la posibilidad de economias de escala:

Una renta diferencial (analoga a la «renta diferencial n» conside- rada por Marx) corresponde a la plusganancia que puede obtenerse en un terreno si el volumen de capital invertido es superior a la media y permite realizar economias de escala52.

Sin duda alguna, pueden surgir plusganancias de las «economias de escalan sobre el coste de construccion de los edificios en sen- tido estricto. Tales plusganancias son de la m ism a naturaleza

unido al tipo de fuente del tributo del suelo 'a lo Engels’» (Lipietz, 1974, p. 147. El subrayado es del autor).

51 Pottier, 1975, pp. 97-98.52 Pottier, 1975, p. 97.

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Diferenciacion espacia l de los co stes y rentas 149

que todas las plusganancias industriales; tienen su origen en el capital, las tecnologlas que adopta y las modalidades de explo- tacion que im pone a la fuerza de trabajo. Por tanto, solo pueden ser convertidas en ren ta si hay condiciones exteriores al capital que determ inan la posibilidad de su fo rm acion53. La posibilidad de intensificacion es indiscutiblem ente una de esas condiciones externas.

Pero la intensificacion fisica —que siempre es al mismo tiem- po una intensificacion del capital (privado)— no puede ser ana- lizada solam ente desde el punto de vista de la plusganancia sobre el coste de produccion. Tambien determ ina la tasa y la masa de las plusganancias diferenciales, cualquiera que sea el fundamento de estas, asi como la m asa de las plusganancias de monopolio y de las plusganancias que corresponden a la renta absoluta incorporada a los precios. M ientras que L. Perceval y A. Lipietz trasponen el concepto de « ren ta diferencial n» per- diendo de vista la naturaleza m ism a de la renta diferencial, C. Pottier elim ina la confusion pero propone una analogia que no tiene en cuenta el proceso general de elevacion de las plus­ganancias derivadas de la intensificacion de capital que Marx designa con el concepto historicam ente especifico de ren ta dife­rencial II.

53 Sin embargo, hay que senalar que no todos los aumentos de la pro- ductividad en la industria de la construccion son absorbidos instantanea- mente por la renta: si asi fuera, se observaria un aumento constante de la proporcion del precio del suelo en el precio de las viviendas. Lo cual, a excepcion de los fenomenos de monopolio en el centro de la ciudad, evidentemente no sucede.

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4. DIFERENCIACION ESPACIAL DE LOS PRECIOS Y RENTAS DE MONOPOLIO

I. PRECIO REGULADOR Y PRECIO DE MONOPOLIO. LA PLURALIDADDE LOS MERCADOS DE LA VIVIENDA

Un precio de monopolio significa una diferencia duradera, per- manente, entre el precio de m ercado de una m ercancia y su pre­cio de produccion o su valor social: el precio ya no esta deter-m inado por las condiciones de la produccion, sino por las de la circulacion. E n otros term inos, ya no hay precio regulador.

cQue es lo que ocurre en el m ercado de la vivienda? Antes de proponer un analisis teorico de los fenomenos de monopolio que se observan en el, hay que tra ta r de precisar sus dimen- siones.

Todas las ciudades del m undo capitalista tienen sus barrios donde los precios de monopolio «saltan a la vista»: en las zonas centrales de mas prestigio, asi como en las zonas residenciales perifericas mas privilegiadas, los precios de las viviendas no estan en relacion con los valores. Pero lo mas aparente no es siempre lo mas significativo; a escala de cada aglomeraciun to- m ada en su conjunto, tales fenomenos tienen por lo general un alcance lim itado h Solo afectan a una fracciun muy m inoritar ia de la o ferta y a zonas geograficamente delim itadas.

E n tre esos precios, que son los mas altos, y los precios mas bajos, existe a la vez una distancia considerable y un continuo>La distribucion de la oferta global en funcion del precio se presen ta em piricam ente en la siguiente forma: la mayoria de las viviendas tienen un precio que varia dentro de unos «limi- tes» bastante estrechos, y mas alia de los cuales las frecuencjas disminuyen rapidam ente en funcion del p rec io 1 2.

1 Puede suceder, sin embargo, que en la division social del espacio ciu­dades enteras se especialicen en la residencia de lujo: ese es, por ejemplo, el caso de ciertas zonas turisticas. Pero, incluso en ese caso, sera necesa- rio alojar a los trabaj adores, sin los cuales esas ciudades no pueden funcionar.

2 Cf. Figura 4.3 (p. 160). Ese tipo de distribucidn es propio de los paises

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Diferenciacion espacial de los precios y rentas 151

E sta distribucion caracteriza tan to a la oferta de viviendas rmevas como a la estructura de precios del conjunto del parque inmobiliario. Sin embargo, la existencia de viviendas de cons- iruccion antigua, que ofrecen un nivel de comodidad claram ente inferior a las norm as de la produccion corriente, se traduce en un inflam iento de las cantidades a los mas bajos niveles de precios. De ahi el desfase de la distribucion de los precios de las nuevas viviendas con respecto a la del 'conjunto de existencias.

Antes de ir mas lejos, veamos la perm anencia de esos feno- menos en la aglomeracion parisina en un intervalo de casi un siglo.

I. La distribucion de las viviendas segun su precio. Algunos datos sobre la aglomeracion parisina

1.1. El Paris de «Monsieur Vautour» *: los alquileres en 1889- 1890

Como es sabido, las ultim as decadas del siglo xix son la epoca del m ercado libre de la vivienda: ni el sector publico de la construccion, ni el control adm inistrative de los precios de una parte del parque privado contrarrestan la accion de la «m ano invisible)). Si existe un precio regulador en el m ercado de la vivienda, es preciso buscarlo en el conjunto de las existencias y en el conjunto de la nueva produccion.

Hay algunos datos detallados sobre los alquileres anuales en Paris, en 1889-18903. Los limites de la ciudad son ya mas estrechos que los de la aglomeracion y su mercado inmobiliario. Paris represen ta sin embargo lo esencial de este u ltim o 3 4. Se pue-

desarrollados; en las zonas dominadas del mundo capitalista, el dualismo del mercado de la vivienda es tan fuerte que la curva puede ser bimodal; en ese caso, la produccion capitalista de viviendas afecta unicamente al mercado superior.

* M. Vautour (senor Buitre) es un personaje que representa al propie- tario de viviendas en Paris y que fue caricaturizado en el siglo pasado por Daumier en sus famosos dibujos (N. del T.).

3 Veanse Anexo 1 y Figura 4.1. Se trata de alquileres anuales por vivien­da y no por m2: las diferencias de precios tienen en parte que ver, por tanto, con las diferencias de superficie, teniendo en cuenta que precio por m2 y superficie covarlan fuertemente. Por lo demas, solo se conoce la distri­bucion detallada de las viviendas de menos de 300 F a partir de 1896: segu- ramente evoluciono muy poco de 1889 a esta epoca, por lo que da una idea de esa distribucion siete anos antes.

4 Segun el censo de 1886, Paris representa el 81,9 % del total de vivien­das existentes en el departamento del Sena (Fuente: Recensement de 1886, pp. 90-91).

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152 Christian Topalov

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F ig u r a 4.1. Paris, 1889-90. Distribucion de las viviendas nuevas y del conjunto de las viviendas segun el alquiler anual

F u e n t e s : — Conjunto de viviendas en 1889 y viviendas construidas en 1890: Prefecture du Departement de La Seine, Les proprietes baties de la ville de Paris en 1889 et 1890, Paris, Imprimerie Natio­n a l, 1890, pp. 20-21 y 66-67.

— Conjunto de viviendas en 1896: Ville de Paris, Annuaire statis- tique, 1895, p. 264. Cf. anexo I.

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Diferenciacion espacial de los precios y rentas 153

de, pues, com parar la distribucion de los alquileres del parque en su conjunto y la de la produccion corriente, y sacar algunas conclusiones.

La m ayor parte de las viviendas tienen un alqiiiler inferior a 500 francos (F), suma que define entonces «las viviendas obre- ras», cuyos ocupantes estan exentos del im puesto mobiliario; esas viviendas representan el 7 5 ,2 % de las existencias en 1889 y el 73 ,9 % en 1896. Los datos de este ultim o ano, mas precisos, m uestran que las frecuencias solo se vuelven significativas a p a rtir de 100 F y que su moda se situa en tre 200 y 300 F. En 1890, la produccion nueva presenta una estruc tu ra de precios bastante similar a la del parque en su co n ju n to 5: el 72 ,8 % de las nuevas viviendas nuevas se alquilan a m enos de 500 F. E sta produccion corriente de viviendas «obreras» se encuentra claram ente des- plazada hacia los precios mas altos de la categoria, de m anera que puede considerarse verosim il que los precios efectivos se situen entre 200 y 500 F. E sta zona de precios dominantes pre­senta, pues, un abanico de precios por vivienda de 1 a 2 ,5 . Este abanico se reduce claramente si se tienen en cuenta las diferen- cias de superficie de esas nuevas viviendas de «alquiler bajo», que tienen en su mayoria de 1 a 3 habitaciones 6.

Se observa, pues, que en Paris, a finales del siglo xix, existen varios submercados de la vivienda, fuertem ente jerarquizados por los precios. Cerca de las tres cuartas partes de las existen­cias y de la produccion nueva constituyen el subm ercado de la vivienda obrera, definido por una zona de precios de alquiler situada —en el caso de las viviendas nuevas— entre los 200 y los 500 F de alquiler anual, es decir, probablem ente de 200 a 300 F de alquiler por habitacion. Para ese submercado existe un precio regulador de la vivienda nueva, que es coherente con el precio dom inante de las existencias, aunque desplazado hacia arriba. Los precios del resto del parque y de la produccion se apartan de ese precio regulador y se escalonan en una serie de submercados entre los cuales no aparecen fronteras claras, pero en los que las diferencias de alquiler por vivienda son con­siderables.

5 Menos que en el transcurso de la decada anterior, pero mucho mas que en visperas de 1914,epoca en que la produccion se desplaza claramente hacia los submercados superiores.

6 En 1911, el 33,1 % de las familias parisinas ocupan una vivienda de una habitacion, el 26,1 % una vivienda de dos habitaciones, el 20,1 % una vivienda de tres habitaciones; en total, el 79,3 % de las familias. (Fuente: Prefecture de la Seine, R eeueil de sta tis tig u e m unicipals, in , num. 5, 1912, p. 206).

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154 Christian Topalov

Claro esta, esta diferenciacion de los niveles de precios se observa concretam ente en el espacio; las zonas donde se con- centra la construccion de viviendas caras se lim itan a un escaso num ero de barrios del Paris «burgues»,m ientras que el grueso de las viviendas obreras son construidas en el resto de la ciudad 7.

1.2. El Paris de los prom otores: los precios de las viviendas nuevas vendidas por la promocion privada en 1968-1969

Despues de la prim era guerra m undial, el m ercado de la vivienda estalla en pedazos en los que la formacion de los precios se halla regida por mecanismos diferentes. Desde 1914,, aparece la dife­renciacion en tre un parque antiguo, cuyos alquileres estan con- trolados, y la produccion nueva, cuyos precios son libres. Desde comienzos de los anos tre in ta y sobre todo a p artir de los anos cincuenta, aparece una promocion publica o semipublica en la que los precios de las viviendas nuevas son fijados por la Admi- nistracion. Claro esta que los «precios adm inistrativos» no son independientes de los precios del m ercado libre: al com petir en el m ercado del suelo y en el de la construccion con los prom otores privados, la promocion publica asum e unos «costes» determ inados economicamente, por lo que la reglam entacion de los precios debe tener en cuenta ese hecho. Hay, sin embargo, una autonom ia de los precios adm inistratives con respecto a los que se encuentran determ inados por la produccion y la circu- lacion capitalistas.

Por tanto , habra que observar los precios form ados libre- m en te8 en la produccion inm obiliaria capitalista. Disponemos de datos detallados para 1968-1969 sobre los precios de venta por m2 de las viviendas nuevas construidas por la promocion privada en la aglomeracion p a ris in a9.

7 Mas adelante aparece un piano de la division social del espacio pan- sino en esa epoca. Cf. Figura 4.4 (p. 196).

Cuando recurren a la financiacion publica o a las subvenciones del Estado, los promotores privados quedan tambien sometidos a precios ad- ministrativos (precio de costo tope y limitation del margen de beneficio). Pero en la medida en que pueden escoger entre ese sector de financiacion y el «sector libre» en funcion de sus rentabilidades relativas, es posible considerar los precios del conjunto de la oferta de los promotores priva­dos como precios de mercado libre.

° Cf. Figura 4.2. Datos elaborados a partir del R ep erto ire des COfiStf c- teurs-promoteurs, publicado por el cnip, en el que aparece la totalidad de

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Uiferenciacion espacial de los precios y rentas 155

Precio (F/m2)1000 ISQO 2000 2500 3000 3500 4000 4500 5000

Figura 4.2. Region parisina, 1968-1969, d istr ib u tio n de las viviendas puestas a la venta por los prom otores privados

segun el precio por m2

F uente: Centre National d’Information et de Protection des Candidats al’Accesion a la Propriete (c n ip), Repertoire des constructeurs, 1970, en Topalov, 1973 b, p. 109.

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156 Christian ToPa 0V

Para el conjunto de la region, la distribucion de las viviendas en funcion de los precios deja ver tres grandes «zonas» de Pre‘ cios:

— Las categorias de precios com prendidos en tre 1 000 y1750 F presentan las frecuencias mas altas (del 23 al 14 % dcl total de la oferta) y representan ju n tas el 52,2 °/o de la pro­duccion.

— E ntre 1750 y 2 750 F, las frecuencias son casi estables eri cada categoria de precios (del 8 al 11 % de la oferta). E sta zona de precios medios represen ta el 37,5 % de la produccion.

— Por encim a de 2750 F, las frecuencias disminuyen rapi- dam ente hasta un precio maximo de 6 500 F, es d ec*r> a P e n a s cuatro veces el limite superior de la zona mas baja de precios. En total, esta zona de precios altos representa tan solo el *°,3 % de la produccion.

Aparece, pues, una vez mas, una plur-alidad de subm ercados inm obiliarios jerarquizados. El subm ercado inferior, carac e r ' zado por una variacion in terna de precios de 1 a 1,75 10 11 repre­senta apenas un poco m as de la m itad de la produccion de los prom otores privados, proporcion suficientem ente alta, sin em' bargo, p ara que se pueda hablar de precio regulador en ese submercado. Los precios del resto de la produccion se apartan gradualm ente de ese precio regulador, representando la zona de precios medios el 40 % de la produccion.

Esos subm ercados definidos economicaniente se diferencian con bastan te nitidez en el espacio. Puede observarse ese feno- m eno al estudiar la distribucion de los precios de venta segun los tipos de municipio (o de barrio) definidos en funcion de dos criterios: por una parte, la zona geografica, caracterizada al mismo tiem po por la distancia a Paris y por el tipo de tejido urbano predom inante; por otra, la proporcion de cuadros supe- riores y profesionales liberales en la poblacion residente, consi- derada como un indice de «prestigio social» u.

E ste analisis deja ver algunos resultados esperados: cuanto

los programas inmobiliarios de los promotores privados iniciados en ]968-1969, es decir, 50 102 viviendas en la region parisina. Resultados publicados por Topalov, 1973 b.

10 Esta variacion puede ser explicada en parte P°r diferencias de coste de construccion ligadas a diferencias de calidad de la vivienda o a dife­rencias de tamano (el coste de construccion por m2 disminuye con la superficie de la _vivienda y las viviendas grandes son mas frecuentes en las ubicaciones perifericas).

11 Cf. Topalov, 1973 b.

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mas periferica es la ubicacion, mas bajos son los precios; en una tnisma zona concentrica, cuanto m ayor es la proporcion de eapas superiores en un barrio mas altos son los precios; a igual“Pr estigio social», cuanto mas periferica es la zona, mas se reduce el abanico de precios.

Pero el metodo perm ite asim ismo exam inar la m anera en que los diferentes subm ercados de la vivienda nueva se articu- lan en el espacio 12.

Hay una am plia zona de la aglomeracion parisina donde el submercado in ferio r es m asivam ente m ayoritario, y en donde los precios medios son escasos y los precios m as altos inexisten- tes; esta zona cubre toda la periferia de la aglomeracion, y re- presenta cerca del 60 % de los municipios y una proporcion superior de la superficie de la aglomeracion. En todo este espa­cio dom ina un precio regulador en el m ercado de las viviendas nuevas construidas por la promocion privada; una proporcion baja de la produccion es vendida a un precio que se aparta del precio regulador, cuancjQ ciertos factores microlocalizados lo perm iten. Puede observarse ademas que los prom otores priva- dos tienden a despreciar aquellas zonas en que el precio regu­lador constituye el unico precio posible.

En el resto de la aglomeracion, los precios dom inantes son superiores al precio regulador. E n el 30 % de los municipios (o barriqs) dom inan los precios medios, el subm ercado inferior es practicam ente inexistente y los precios mas altos aparecen en una baja proporcion de la produccion. E sta zona abarca casitodo Paris y lo esencial del prim er cin turon urbano. La prom o­cion privada localiza en ese sector su produccion de m anerapreferente. Por ultim o, en un 5 % de los municipios (o barrios)el subm ercado superior elim ina a los demas.

Asi, el continuo de los precios se traduce en el espacio por una estru c tu ra de m utua exclusion de los subm ercados jerarqui- zados; dicha exclusion es bastante clara sin que sea sin embargo absoluta, pues el movimiento del capital de promocion, en busca de plusganancias del suelo, tiende constantem ente —en especial en un periodo de expansion inm obiliaria como lo fue el de 1968-1969— a conquistar para el subm ercado superior zonas caracterizadas hasta el m om ento por un subm ercado inferior. No obstante, la mayor parte de la aglomeracion constituye un espacio en el que dom ina un precio regulador.

12 C f. Cuadro 4.1 y Anexo n.

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Cuadro 4.1. Aglomeracion parisina, 1968-1969. Estructuras del mercado de las viviendas construidas por lapromotion privada segun el tipo de municipios

Peso de losCaracteristicas del mercado

de la vivienda Tipo de ubicacion Extension de la zona a

promotores privados en laproduction b

A. Submercado inferior: mas del 93 % la oferta.

de — Zona de atraction.

Submercado medio: del 2 al 7 % de — Zona suburbana, presti- 37,5 % 28,7 %la oferta.Submercado superior ausente.

gio social 1, 2, 3.

B. Submercado inferior: del 56 al 79 % — Zona suburbana, presti-de la oferta. gio social 5.Submercado medio: del 21 al 43 % de — Segundo cinturon, presti- 22,0 % 2 3,6 %la oferta. gio social 2, 3.Submercado superior: ausente. — Primer cinturon, presti-

gio social 1.C. Submercado medio: del 70 al 88 °/o de — Segundo cinturon, presti-

la oferta. gio social 4.Submercado inferior: del 0 al 30 % la oferta.

de — Primer cinturon, presti- gio social 2, 3. 30,4 % 40,1 %

Submercado superior: del 2 al 23 % la oferta.

de — Paris, prestigio social 2, 3.

D. Submercado superior: mas del 94 % — Primer cinturon, presti-de la oferta. gio social 5.Submercado medio: del 0 al 6 °/o la oferta.Submercado inferior: ausente.

de — Paris, prestigio social 5. 5,3 % 6,4 %

E. Production casi nula. 4,6 % 1,1 %fu ente : Cf. Anexo n.Notas “ En relacion al total de municipios (o barrios) de la aglomeracion.

b En relacion a las viviendas en construction Dor la promotion privada en la aglomeracion.

Christian Topalov

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Diferenciacion espacial de los precios y rentas 159

2. Precio regulador y precio de monopolio de los mercadosde la vivienda. Proposiciones teoricas

La escala de precios de la vivienda en una aglom eracion dada se presenta como un continuo que el sen tid o co m u n neoclasico relacioiia. sin mas con una escala de supuestas preferencias de las familias por las utilidades que proporcionan las distintas ubicaciones y, en ultim a instancia, con la variable principal que definiria esas utilidades: la accesibilidad.

Sin embargo, el estudio empirico de las frecuencias en esa escala continua de precios, asi como de las diferencias de p re­cios en el espacio, perm ite observar discontinuidades significa- tivas: hay, en efecto, varias zonas de precios, varios submerca- dos de“la vivienda autonomos. T ratare de m ostrar que se carac- terizan no solam ente po r las cualidades o ubicaciones diferentes de las Viviendas en circulacion, y por clientelas distintas, sino tam bien —lo que es esencial desde el punto de vista de las ren­tas urbanas— por un modo diferente de form acion de los pre­cios. La autonom ia de esos subm ercados se traduce en el hecho de que las coyunturas evolucionan aqui de m anera diferente y, en el espacio, en la existencia de zonas urbanas heterogeneas y jerarquizadas. Las tensiones que produce el contacto espacial de un subm ercado inferior con un subm ercado superior cons- tituyen uno de los m otores esenciales de la especulacion inmo- biliaria.

Es preciso exam inar la especificidad de cada uno de los sub­m ercados de vivienda (§ 2.1) para poder proponer una tipologia de los precios y de las rentas de monopolio (§ 2.2). E l fenomeno de la ren ta inm obiliaria, com un a todos los subm ercados, sera analizado a continuacion (§ 2.3).

2.1. La pluralidad de m ercados de la vivienda

Desde el m om ento en que la form a de produccion dom inante de la vivienda urbana es la produccion para el mercado, es decir la produccion de vivienda-capital para vender o alquilar al ocu- pante, hay tres submercados inm obiliarios que se autonom izan en form a perm anente: llamemosles el de la vivienda privile- giada, el de la vivienda normal y el de la vivienda infranorm al.

Esos submercados estan jerarquizados desde el punto de vista de los precios, de modo que ni los bienes que en ellos circulan, ni la dem anda que soportan son identicos. Sin embar-

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160 Christian Topalov

Figura 4.3. Representacion esquematica de la distribucion de lasviviendas segun su precio y de la jerarquia de los submercados

inmobiliarios

go, a pesar de la term inologla que he adoptado p a ra designarlos, lo que los distingue en tre si no es en lo esencial las cualidadesde las viviendas en cuestion, sino el tipo de funcionam iento del mercado, la m odalidad de form acion de los precios y, en defi- nitiva, la relacion especifica del m ercado con la produccion i3.

Asi, lo que define al m ercado de la vivienda infranorm al es el hecho de que la o fe rta no esta alim entada por la produccion“ a

13 La Figura 4.3 esquematiza las relaciones entre los submercados. IntrQ. duce algunas nociones que seran definidas en el texto que sigue.

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Diferenciacion espacial de los precios y rent as 161

capitalista: esta se dirige exclusivamente a los otros dos mer- cados, en proporciones variables segun las ciudades y su estruc- fura de clase. E l m ercado de la vivienda normal es aquel dondetiene salida la produccion en m asa y donde se form a un precio regulador de la vivienda: este supone la sustituibilidad de las ubicaciones y la posibilidad de que los constructores capitalistas dispongan de terrenos urbanizables en cantidad adecuada en las zonas no im portantes de las aglomeraciones. Por el contrario, lo que define a los m ercados superiores, o mercados de la vi­vienda privilegiada, es la escasez estructural de los emglazamien- tos, la no sustituibilidad de las ubicaciones y la diversificacion espacial de los precios que se deriva de esa circunstancia.

El mercado de la vivienda normalLa vivienda norm al puede, pues, ser definida como aquella que es objeto de una produccion capitalista m asiva para las capas populares en el periodo historico considerado; cumple norm as de habitabilidad consideradas como m inim as y es construida en ubicaciones no im portantes de la aglomeracion.

Las caracteristicas fisicas que debe p resen tar el producto para satisfacer la dem anda solvente son logicamente variables: el agua corriente in terior y las instalaciones sanitarias minimas de la vivienda nueva actual no form aban parte de las norm as de finales del siglo xix, como tam poco la distincion de las habi- taciones segun sus funciones. Se produce una ru p tu ra en la definicion de las norm as de habitabilidad con la ideologia hi- gienista y la aparicion de un sector publico de la vivienda popu­lar, a p a rtir del cual se impone a la produccion capitalista una nueva definicion de la habitabilidad 14; la norm alidad no se transform a, en efecto, de m anera gradual y continua, sino me- diante rup turas y a lo largo de periodos historicos prolongados. Esto explica la perm anencia global de las fronteras en tre los subm ercados de la vivienda y la am plisim a sustituibilidad en el de la vivienda norm al entre viviendas construidas en epocas diferentes.

En cuanto a las ubicaciones no im portantes, se tra ta de todas aquellas zonas de la aglom eracion que no estan caracterizadas por la residencia de las capas superiores. Son las zonas de resi- dencia popular, «no im portantes» en el espacio de la segregacion espacial de las clases sociales, no im portantes tam bien desde el punto de vista de las ventajas de situacion que proporcionan:

14 Cf. Magri, 1975.

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la caracteristica esencial de esas ubicaciones es que son sustitui- bles dentro de la m ayor parte del perim etro urbanizado o urba- nizable. En esas zonas, los terrenos edificables estan ya dispo- nibles o pueden ser producidos masivam ente en funcion de las necesidades del sector de la construccion. Una vez mas, la dis- ponibilidad de suelo edificable no tiene el m ismo significado concreto en los diferentes periodos del desarrollo urbano. A fi­nales del siglo xix, basta un lugar que perm ita el acceso a los centros de traba jo teniendo en cuenta los medios de transporte existentes; hoy en dla es preciso ademas —en virtud del cambio de la norm a de consumo masivo— que el terreno este dotado de un conjunto de redes (agua, gas, electricidad, alcantarillado, etcetera) cuya produccion im plica un proceso mas socializado y, en particular, la intervencion de las colectividades publicas. Dentro del perim etro asi definido en un m om ento dado como urbanizable, existe, pues, una am plia zona en la que las ubica­ciones pueden ser sustituidas: una penuria en la oferta de suelo en un punto —© una oferta a precios «excesivos»—lleva a los constructores capitalistas a desplazarse hacia otras ubicaciones con caracteristicas com parables y en las que las viviendas pue­den ser vendidas al mismo precio.

E n la produccion de esas viviendas norm ales se configura un precio regulador lS que determ inara en todas las ubicaciones no im portantes no solo el precio de m ercado de las nuevas vivien­das, sino tam bien el de las existencias de caracteristicas com­parables.

Son, pues, las condiciones de la produccion corriente las que determ inan ese precio regulador; este ultim o es independiente, por tanto, de las condiciones de la circulacion, y regula, por el contrario, el precio de m ercado. Es la sum a de varios compo- nentes:

— El precio de produccidn de la vivienda norm al, el cual, una vez planteadas las caracteristicas cualitativas del bien, de-pende de las condiciones m edias de productividad en la indus- tria de la construccion. A ese precio de produccion se anade la ganancia norm al del capital de promocion invertido en la ope- racion.

— El coste maximo de edificabilidad del suelo en la zona de las ubicaciones «no im portantes», es decir, el coste privado de

15 La elaboration del concepto de precio regulador, tal y como lo utilizo aqui, se debe a los importantes trabajos de J. Carassus sobre la formation de los precios de la vivienda (cf. Carassus, 1978 y 1980).

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urbanizacion del suelo en los terrenos peores desde ese punto de vista, pero sin em bargo necesarios para la construccion de aquellas viviendas que equilibraran el m ercado al nivel del precio regulador. Alii donde el coste localizado de urbanizacion del suelo sea mas bajo, el precio regulador determ inara en la zona no im portante plusganancias y rentas diferenciales.

— El precio del suelo en aquellas ubicaciones donde la ren ta diferencial es nula viene a anadirse a los anteriores costes para determ inar el precio regulador; la deduccion que lleva a cabo la propiedad del suelo en los ((peoresterrenos» edificables plan- tea una cuestion teorica dificil e impide analizar simplemente el precio regulador de la vivienda norm al como un precio de pro­duccion.

Utilizar el concepto de ren ta absoluta para definir ese ele- m ento de coste presenta dificultades teoricas, pero produce una doble consecuencia: por una parte, perm ite afirm ar que el pre­cio regulador no es un precio de monopolio en el sentido de que su im porte no podra depender de una limitacion de las canti- dades producidas, ni por la escasez objetiva de los emplazamien- tos — totalmente sustituibles — , ni por la accion de la propiedad del suelo —pues el capital inm obiliario puede siem pre contra- rrestarla . Por o tra parte, la utilizacion del concepto de ren ta absoluta im plica que su im porte, lim itado por el movimiento del capital, dependera de la naturaleza de los usos del suelo en las ubicaciones no im portantes y de la estruc tu ra social de la pro­piedad del suelo, elementos que determ inaran su resistencia efectiva a la transferencia del terreno a los constructores.

El precio regulador de la vivienda norm al se fija, pues, en la produccion capitalista corriente. Desde ese momento, determ i­nara el precio de todas las viviendas de caracteristicas parecidas en las ubicaciones no im portantes, cualquiera que sea su fecha de construccion y, por tanto, sus costes historicos de produc­cion. No sera posible a todas las viviendas de construccion m&s antigua colocarse o m antenerse en el m ercado de la vivienda norm al; esto im plica en general, con la transform acion de las norm as de habitabilidad, una inversion suplem entaria que no siem pre es posible o racional para el propietario. Las viviendas afectadas pasaran entonces al m ercado de la vivienda infra­normal. Con esta reserva, el precio regulador configurado en las condiciones corrientes de la produccion se im pondra al conjunto del parque normal.

Es necesario aclarar un punto que ha sido dejado de lado

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hasta el momento. E n los datos analizados anteriorm ente sobre la aglomeracion de Paris, lo que fue definido em plricam ente como un precio regulador es de hecho una zona de precios en la que las diferencias de precios no son desdenables: en las dos distribuciones analizadas, de 1 a 1,5 6 1,75 por unidad de super- ficie. He ahi, pues, una «regulacion» bastante elastica, cuando se la supone fijada en las condiciones de produccion.

Y es que el propio espacio «no im portante* se encuentra diferenciado desde el punto de vista de las fam ilias de trabaja- dores que lo habitan. Frente a la dem anda global de estas capas sociales, estas ubicaciones ofrecen valores de uso sim ilares; son tam bien sustituibles desde el punto de vista de los constructo- res; por tanto, son en realidad la sede de un m ercado homoge- neo en el que compiten ofertas y demandas. Pero el uso del habitat, las practicas concretas del espacio en los diferentes puntos de la zona no im portante, im plicaran para los habitantes un coste m onetario diferenciado, principalm ente en razon de la variabilidad de los costes de transporte . En las ubicaciones me- nos favorables desde ese punto de vista, donde sin em bargo sera necesario constru ir para satisfacer la dem anda solvente al p re­cio regulador, se establecera, entonces, up coste localizado ma- ximo de la vivienda p o p u la r16. Las economias de costo de uso realizables en las demas ubicaciones seran eventualm ente trans­fer idas a los vendedores de viviendas sum andose al precio regu­lador para fijar el precio de m ercado de la vivienda en esos puntos. Ese increm ento de precio es lim itado y no hace pasar la o ferta correspondiente de un subm ercado a otro: perm anece en la zona del precio regulador, en el subm ercado de la vivienda normal. Sin duda el precio regulador, form ado en la produccion, es modificado realm ente al margen por las condiciones de la circulacion, de m odo que el precio de m ercado incluye en ese caso un componente de monopolio. Pero la diferenciacion espa- cial de los precios aparece en el m ercado de la vivienda norm al segun una logica com pletam ente diferente a la que se observa en los m ercados superiores. M ientras que las diferencias de precios diferencian el costo de la vivienda privilegiada y, por

16 Otros elementos distintos al coste de transporte pueden contribuir a diferenciar en el espacio el coste localizado de consumo final de la vi­vienda: por ejemplo, el coste fiscal de residencia (que penaliza en Francia a los suburbios-dormitorios, y en los Estados Unidos al centro de la ciu- dad) o el coste localizado del capital de prestamo (cuyas diferencias espa- ciales y sociales han sido puestas de relieve en el caso de Baltimore por D. Harvey. Cf. Harvey, 1974).

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tanto, la clientela segun su poder adquisitivo, en el m ercado de la vivienda norm al las diferencias de precio compensan las diferencias de coste de uso localizado y tienden a homogeneizar el coste global de la vivienda en todos los puntos del espacio no im portante.

Los mercados de la vivienda privilegiadaDesignemos asi a todas las viviendas cuyo precio se aparta mas o menos apreciablem ente, pero de m anera perm anente, de la zona del precio regulador; los precios no dependen entonces ya de las condiciones de produccion, son precios de monopolio. La am plitud de las diferencias de precios y su continuo escalona- miento perm iten considerar que hay una pluralidad de sub- m ercados de la vivienda privilegiada, cada uno de los cuales esta comunicado con los mas proximos, pero de m anera jerarquizada,

Esos precios de monopolio son el precio de ubicaciones es- casas. Corresponden, desde la optica del valor de uso, a ubica­ciones sustituibles en espacios cada vez m as restringidos a medida que se asciende hacia los subm ercados superiores, y, en ultim a instancia, no reproducibles estrictam ente en un mom ento dado de la h istoria de una ciudad. El fundam ento de esa repro- ducibilidad lim itada del valor de uso es indisociablemente m ate­rial (el medio construido), social (la ocupacion dom inante de una zona por los diversos estratos de las capas superiores), y simbolico (la repeticion de todo lo anterior al nivel de las re- presentaciones). De esta restriccion socialmente regulada del espacio en los subm ercados superiores se deriva una limitacion estructural de la oferta. Ciertam ente, no hay deficit de oferta en esos mercados: el capital inm obiliario encuentra en ellos la rentabilidad buscada, y la produccion presenta tam bien un movimiento ciclico que da fe de una sucesion «normal» de estados de equilibrio y desequilibrio entre la oferta y la de- manda. No hay deficit global sino escasez relativa de ubicaciones que posean cualidades no sustituibles, lo que basta, desde el punto de vista de la oferta, para fundam entar la existencia de precios de monopolio diversificados.

E stos corresponden, desde la optica de la demanda, a cate- gorias sociales cuyo poder adquisitivo es superior al de la m asa de la poblacion urbana asalariada. En esas capas sociales, las clases superiores y sin duda tam bien una parte de las capas medias asalariadas, los gastos destinados a la vivienda se carac- terizan por aum entar cuando crecen los ingresos —con excep- cion de la fran ja de familias con los ingresos mas altos, las

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cuales gozan gratuitam ente de las viviendas como elementos del patrim onio— al contrario de lo que se observa en las familias obreras; la logica del com portam iento no es la de una norma de consumo relativam ente uniform e, sino la de una diferencia- cion social indefinida segun los gastos de consumo y, especial- mente, segun el h a b ita t17. Asi, en una sociedad en la que los simbolos del estatus social se transform an rapidam ente, la ubi- cacion de la residencia sigue siendo un elem ento esencial y rela­tivam ente perm anente del lenguaje de la distincion.

La fro n te ra que separa el m ercado de la vivienda norm al de los de la vivienda privilegiada es perm anente, pero en modo alguno rigida. Cuanto m ayor sea el peso de las capas medias y superiores en la poblacion de una aglomeracion, m ayor sera la parte del m ercado vendida a precios de monopolio; y cuanto m as am plia sea la jerarquia de los poderes adquisitivos, mayor sera la diferencia entre los precios mas altos y el precio regu- lador 18. Los lim ites espaciales de los mercados superiores cam- bian tam bien, por una razon estructural: la lucha de los cons- tructores capitalistas por sustraer a la propiedad del suelo la mayor parte posible de las plusganancias localizadas les lleva a tra ta r de desplazar continuam ente las fronteras de las zonas pri- vilegiadas. En las coyunturas de expansion del m ercado, tienden a abandonar los barrios residenciales m as prestigiosos, en los que el precio del suelo es dem asiado elevado para perm itirles plusganancias de promocion, y a conquistar nuevas zonas urba- nas p ara los subm ercados superiores 19. Hay sin embargo limites que se oponen a cualquier arb itrariedad en ese terreno: la venta a precios inferiores sanciona duram ente los errores de la especulacion inmobiliaria.

El mercado de la vivienda infranorrnalEn la perspectiva de un analisis del modo de formacion de los precios, lo que define al subm ercado inferior de la vivienda es el hecho de que el conjunto de las viviendas que circulan en el no puede ser increm entado m ediante la produccion capitalista co-

17 Cf. Topalov, 1980.18 Los datos analizados mas arriba a proposito de Paris van en ese

sentido: entre 1890 y 1970, la diferencia entre los precios mas elevados y el precio regulador disminuyo, pero la parte de la produccion vendida al precio regulador se redujo en favor de una zona importante de precios medios.

19 Ese fenomeno se observo, por ejemplo, en la region parisina a lo largo de los anos 60. Cf. Topalov, 1974.

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rriente. El nivel de los precios es dem asiado bajo para que sea compatible con los costes de produccion y con una rentabilidad j normal de los capitales invertidos en la construccion de viviendas j nuevas. Por consiguiente, los precios que se fbrm en en el mer- , cado inferior seran independientes de las condiciones de la pro­duccion capitalista corriente y, por el contrario , estaran determi- nados unicam ente por las condiciones de la circulacion. Por tanto, pueden ser analizados como precios de monopolio de un tipo particular.

La dem anda orientada hacia ese subm ercado esta constituida ? por todas las capas sociales cuyos ingresos son insuficienteg para, perm itirles ser solventes en el m ercado de la vivienda norm al. Es el caso de las categorias ocupacionales cuyo nivel salarial no llega al nivel «norm al» de consumo de vivienda en ese periodo, o de aquellos cuyas condiciones de empleo —y, en especial, cuya precariedad laboral— no les perm iten tener acceso a la vivienda , normal. Es tam bien el caso de las categorias de la poblacion que, al no vivir en una familia nuclear, se apartan de la norm a de consumo: jubilados, trabajadores jovenes, solteros, trabajadores em igrantes, etc.

Desde el punto de vista de la oferta, la vivienda infranorm al \ es en lo esencial proporcionada por la parte del parque inmobi- liario antiguo cuyas norm as de habitabilidad son claram ente infe- riores a las norm as corrientes. E sta fraccion de la oferta solo crece cuando los propietarios, practicando una politica de des- inversion, dejan de m antener sus viviendas en condiciones nor- males; disminuye, por el contrario, bajo el doble efecto de las demoliciones (que posibilitan un cambio en el uso del suelo) y de las m ejoras (que perm iten que la vivienda pase a los mer- cados de la vivienda norm al o privilegiada). Por o tra parte, la dem anda es satisfecha m ediante la construccion de viviendas nuevas por iniciativa de los ocupantes, en especial cuando incor­pora una proporcion significativa de autoabastecim iento.

Los precios que se establezcan seran generalm ente inferiores a los precios en los otros mercados 20, pero perderan toda referen­d a a un coste de produccion, de m antenim iento o de sustitucion. Las particularidades del m ercado tenderan a que haya penuria estructural y perm anente, agravada en periodos de actividad in- tensa del sector inmobiliario capitalista, o por las politicas publi-

20 Salvo submercados particulares (habitaciones independientes sin co- modidad en el centro de la ciudad, dormitorios colectivos) en los que el precio por m2 puede eventualmente ser mayor que el de las viviendas normales.

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cas de renovacion. Los precios tenderan, entonces, a elevarse envanlor rm ntm coon r»r»m ncmcorlnc -nnr tino m o i nro Hoi i v i m u m a 1 t C l i t o , 311.1 u .1 , a w c u jL c u m p ^ i i o a u v j o m i c i m v j u i w n i a

valor de uso: es este el sector del parque en el que se observara, durante los periodos de mayor tension, una tendencia al incre- mento de la sobrepoblacion; de esa m anera, los ocupantes lim itan el aum ento de la presion sobre sus ingresos.

2.2. Varios tipos de precios de monopolio de la vivienda

La discusion anterior perm ite reconsiderar el problem a teorico del precio de las viviendas a partir de un analisis diversificado. Segun el mercado considerado, el modo de form acion deLprecio es diferente, lo cual lleva a form ular la hipotesis de la aparicion de varios tipos de precios y, por tanto, de rentas de monopolio.

Todo precio de monopolio de la vivienda se define por su relacion con el precio regulador; m ientras que el prim ero de- pende unicam ente de las condiciones de la circulacion, el segun- do depende de las condiciones de la produccion. Para que la nocion de precio regulador tenga historicam ente un sentido en el m ercado inmobiliario, es preciso, pues, que haya, en la aglome- racion y durante el periodo considerado, una produccion de viviendas para el m ercado lo suficientem ente masiva como para que se establezca en ella un precio social. Ese precio regulador afecta a la mayor parte de las nuevas viviendas, aquellas que cumplen las norm as corrientes de habitabilidad y que han sido construidas en ubicaciones no im portantes, facilm ente sustitui- bles y en las que los terrenos edificables no pueden ser escasos; por com petencia en el mismo mercado, determ ina el precio de las viviendas antiguas que son sim ilares en cuanto a calidad y ubicacion. Se trata , entonces, del precio de produccion corriente de una vivienda en los em plazam ientos de la zona no im portante donde los costes de urbanizacion del suelo son los mas altos, al cual se anade el precio del suelo en esos puntos o ren ta absoluta del edificio.

A p artir de esta definicion del precio regulador, pueden dis- tinguirse tres tipos de precio de monopolio en los m ercados de la vivienda, cuyas condiciones de formacion y evolucion son d iferen tes21.

21 S. Jaramillo es, que yo sepa, el autor de la primera formulacion de la diferencia entre la renta de monopolio cuyo peso recae sobre la fuerza de trabajo (denominada por el «renta diferencial de la vivienda» y atribuida a las diferencias en el coste de transporte) y la renta de

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— Cerca del precio regulador, en la m isma «zona» de pre- 1 ios, se observan diferencias de precios en funcion de la ubica- eion: se puede considerar que la consecuencia de tales dife­rencias no es tanto la diversificacion del coste global de la vivienda para el ocupante, como, por el contrario , su homoge- neizacion. Todas las viviendas ofrecidas en el m ercado de las zonas «no im portantes» com piten entre ellas y se dirigen a las rnismas capas sociales. Sin em bargo, su coste de uso localizado varia: una diferenciacion espacial de los precios tendera a resta- biecef la uniform idad del coste para los ocupantes. E sta m odu­lation del precio regulador se configura en la circulation, y puede ser considerada como un tipo de precio de monopolio. Lo llam are precio monopolico de igualacion del coste de uso. El m ovim iento global de esos precios es producido por el del precio regulador, pues su determ ination no es autonom a con respecto a este ultimo. La diferenciacion in terna de los precios en esta zona del precio regulador evolutionary especialm ente segun las diferencias de los costes de transparte dentro de la aglom eracion22.

— Mas alia de la zona del precio regulador, las diferencias de precios segun la ubicacion dejan de tener relacion con las diferencias de los costes de uso localizados, pasandose a otro mercado, el de la vivienda privilegiada. C aracterizados por una diferenciacion indefinida segun la escasez relativa de unas ubi- caciones im perfectam ente sustituibles, los precios que se for- man en los m ercados superiores dejan de tener relacion con el precio de produccion y evolucionan principalm ente con las fluc- tuaciones de la dem anda proveniente de las categorias sociales priviiegiadas. L lam are a este tipo de precio, siguiendo a S. Jara- millo, precio monopolico de segregacion social.

— En el m ercado inferior, el de la vivienda infranorm al, el precio de m ercado, formado independientem ente de las condi - ciones corrientes de la produccion, puede ser descrito como un precio monopolico de penuria. Va unido a una debilidad estruc- tu ra l de la o ferta que no se basa en la escasez de las ubicaciones, sino en el hecho de que el capital es sustraido de la produccion

monopolio cuyo peso recae sobre la burguesia («la renta de segregacion»). La frontera, o la articulacion, entre esas rentas esta por analizar, pero la conceptualizacion permite superar los limites de los modelos empiristas neoclasicos (cf. Jaramillo, 1977, pp. 96-113).

22 Como se ve, este analisis integra aqui, precisando sus limites de validez, la nocion de coste generalizado de transporte, a condicion, sin embargo, de descartar la nocion de precio del tiempo, que constituye tan solo un disfraz de la renta de segregacion social.

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para las capas sociales que no son solventes al nivel del precid regulador.

La discontinuidad de los subm ercados de la vivienda jam as es absoluta. Sin embargo, es suficiente como para que se les considere autonomos. Prueba de ello es que se observan en ellos coyunturas casi independientes, o, al menos, relacionadas entre sf solam ente por los fenomenos coyunturales globales, de una parte, y por los movimientos de los precios del suelo, de otra. P rueba de ello es tam bien la heterogeneidad espacial de las z.onas urbanas jerarquizadas; es cierto que en cada una de ellas coexis- ten generalm ente los tres m ercados en las viviendas existentes; pero hay una tendencia que dom ina generalm ente las trail sfor- maciones de esas existencias. El dominio en una zona dada del m ercado de la vivienda privilegiada al nivel de la produccion nueva, por una parte excluye, en un plazo determ inado, la pro­duccion de viviendas al precio regulador, y, por o tra , provoca la destruccion o la rehabilitacion del parque existente de viviendas norm ales o infranorm ales.

A cada m ercado de vivienda corresponde. pues, un tipo espe- clfico de ren ta de monopolio. La renta de monopolio, cuya im portancia esta estructuralm ente lim itada en el m ercado de la vivienda norm al, form a parte , por el contrario, de los mercados inferior y superior, pero por razones muy diferentes.

Sin em bargo, cualquiera que sea el m ercado considerado, la im portancia del parque de viviendas antiguas en la oferta glo­bal y los cambios en el tiem po de las condiciones de produccion y de circulacion engendran un fenomeno especifico en el sector: la ren ta inmobiliaria, efecto de los precios corrientes sobre los precios de las existencias.

2.3. La ren ta inm obiliaria como ren ta de monopolio

La vida prolongada de la m ercancia vivienda tiene como corola- rio la competencia, en los mismos mercados, en tre bienes pro- ducidos en epocas diferentes, en condiciones individuates de produccion y de circulacion diferentes y, por tanto, a un «coste hi_storico» diferente. Con el tiempo, en efecto, cam bian tanto el precio regulador de la produccion corriente como el sistema espacializado de los precios de monopolio. Y, sin embargo, en los diferentes mercados de la vivienda se formal: precios uni for­mes para todas las viviendas sustituibles —de calidad y ubica- cion sim ilares— sin que im porte la fecha de su construccidn.

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Como resultado de esta particularidad de. la circulacion de la m ercancia vivienda, se produce un fenomeno que puede deno- m inarse ren ta inm obiliaria.

Analicemosla en el caso del sector del alquiler, donde la vi­vienda es valorizada como capital: la ren ta inm obiliaria apare- cera a la vez en form a de un increm ento del alquiler real y en form a de un aum ento del valor de venta de la vivienda. Si, para sim plificar, se supone que el precio del inm ueble no es mas que la capitalizacion del ingreso n e to u , se puede m ostrar el proceso de form acion de la ren ta inm obiliaria estudiando la formacion del alquiler.

El alquiler es el precio de com pra del derecho al uso de una vivienda durante un periodo dado. En los mercados en que hay una produccion corriente de viviendas de alquiler, el alquiler regulador es el de las viviendas nuevas. El precio del alquiler al salir de la produccion es el «alquiler de equilibrio» que ase- gura una rentabilidad norm al a la inversion, es decir, la repro- duccion simple del capital invertido y su rentabilidad a la tasa habitual de interes de una inversion comparable. En otros ter- minos, para que haya una produccion de viviendas de alquiler, es preciso que el alquiler se establezca por lo menos al nivel correspondiente a la sum a de los siguientes elementos:

— El coste corriente de m antenim iento del inm ueble y una provision para financiar el coste de las grandes reparaciones que deberan ser efectuadas periodicam ente para m antener el inm ue­ble en condiciones de ser alquilado;

— Los gastos de gestion: gastos relacionados con las opera- ciones de cobro de los alquileres y gestion adm inistrativa, provi­sion para el caso de fa lta de ingresos por vacaciones o impa- gados;

— Finalmente, la rem uneracion del capital invertido, tenien- do en cuenta que su im porte corresponde al «precio de coste» del inmueble: coste de construccion, precio del terreno, ganancia del prom otor. 23

23 Se trata de una simplificacion, pues el precio corriente de la vivienda- capital no siempre es en todo momento identico a la capitalizacion del alquiler neto a la tasa de interes corriente; entran en juego factores indivi­duates (estado de las edificaciones, perspectivas de cambio de los ocupan- tes), y factores generates del mercado de capitales que buscan ser inver- tidos. El valor comercial de los inmuebles de referenda puede, en efecto, ser analizado como un «capital ficticio», lo mismo que el de los valores mobiliarios.

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Hay que senalar que el capital invertido puede ser una com- binacion de dos elementos d istintos que, en conjunto, financian la inversion: prestam os y fondos propios del arrendador, es decir, un capital de prestam o y un capital inm obiliario de renta. El prim ero, rem unerado a una tasa de interes dada, tam bien debera ser am ortizado financieram ente; en ese caso, la carga del prestam o — reembolso e intereses— aparecera como un com- ponente del alquiler de equilibrio.

Si el alquiler se establece como se acaba de indicar, <-queda asegurada la reproduccion simple del capital inm obiliario? En otros term inos, <-podra el propietario recuperar asi, en form a di- neraria, su inversion inicial? A prim era vista, esta reproduccion simple im plica la practica de la amortizacion; suponiendo una determ inada duracion de la vida flsica del inmueble, es preciso recuperar cada ano una fraccion de su precio de coste inicial inversam ente proporcional a esa duracion y, por tanto, anadirla a los com ponentes del alquiler anteriorm ente enum erados24.

Algunas evidencias practicas llevan a dudar de que la repro­duccion simple del capital inm obiliario se efectue en esta forma; sin embargo, ^cuantas viviendas centenarias y, por lo tanto, «com pletam ente amortizadas» continuan «produciendo» alquile- res y son perfectam ente vendibles en el mercado? Y, a la inver- sa, tcuantos inm uebles absolutam ente habitables son demolidos a fin de liberar terrenos para la construccion?

La reproduccion simple del capital inmobiliario rentista- esta asegurada por el hecho de que el precio de m ercado del inm ue­ble —terreno y edificio— es, por regia general, constante o cre- ciente en term inos reales. La am ortizacion de un capital cuyo valor de venta es estable o aum enta no es un com ponente del precio de oferta, sino una expresion contable de la ganancia25,

Q ueda por ver como un bien que sin embargo es aestru iao progresivamente en el proceso de consumo puede tener un pre-

24 En las controversias sobre las pollticas de control de los alquileres a partir de 1914, todos los calculos del alquiler de equilibrio minimo establecidos por las organizaciones de propietarios consideran evidente- mente la amortizacion del inmueble como un elemento del coste.

25 Creo entonces que es erroneo el analisis del alquiler que hace Engels en Contribucion al problema de la vivienda: « E 1 alquiler ha de cubrir no solamente los intereses de los gastos de construccion de la casa, sino tambien las reparaciones y el termino medio de las deudas incobrables, de los alquileres no pagados, asi como las perdidas ocasionadas por las viviendas que quedan momentaneamente vacantes, y, finalmente, la amor­tizacion anual del capital invertido en la construccion de una casa que no es eterna, que resultara inhabitable con el tiempo y perdera, por consi- guiente, todo su valor» (Engels, 1872, p. 30).

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cio corriente estable o en aum ento a largo plazo. Esto se debe a que cada vez que la vivienda vuelve a aparecer en el m ercado (nuevo alquiler, nueva transm ision), su precio se aleja progresi- vam ente de su precio original, pues se halla determ inado por las condiciones corrientes, y, por tan to cam biantes, de la pro­duccion o del mercado. Ese fenomeno puede producirse en dos form as diferentes, e incluso op u estas26. Unas veces, los propie- tarios arrendadores adoptan una politica de m antenim iento se- gun las norm as; otras, una politica de degradacion. En ambos casos, las m odalidades de formacion de la ren ta inmobiliaria seran muy diferentes.

E n el p rim er caso, la vivienda perm anece en el m ercado de la vivienda norm al gracias a un m antenim iento adecuado y, si es necesario, gracias a m ejoras. Si el arrendador adopta esa poli­tica, y, a reserva de una m inim a calidad de la construccion inicial, el inm ueble puede ser m antenido indefinidam ente en condiciones de habitabilidad. En efecto, la duracion de la vida de un edificio no esta determ inada fisicam ente, sino socialmen- te: el proceso de produccion no se detiene al final de la obra sino que prosigue a lo largo del proceso de consumo. Esto im- plica una inversion de capital adicional perm anente o periodica, cuyo im porte va en aum ento a m edida que el edificio envejece. Si-el proceso de produccion continua asi, el edificio es practica- m ente eterno.

P ara que esta politica de conservacion del valor de uso sea racional desde el punto de vista del arrendador, es necesario que sea mas rentable conservar que dejar que se degrade. El edificio debe ser reparable a un coste com patible con los alquileres co­rrientes, y la vivienda equipable segun las norm as de habitabi­lidad del momento. La ubicacion del inm ueble debe perm itir su permanencia en el m ercado de la vivienda norm al, e incluso su traslado al m ercado de la vivienda privilegiada. Tambien debe ser posible desalojar a los ocupantes facilm ente para adaptar el nivel de ingresos de los arrendatarios a la evolucion del al­quiler. Ademas, es m enester que el arrendador disponga de los recursos necesarios para financiar el m antenim iento o la adecua- cion a las norm as.

Si se cum plen esas condiciones, el valor de uso de la vivienda se m antiene al nivel de las norm as corrientes de habitabilidad. Seguira entonces compitiendo con las viviendas nuevas, ya sea en los mercados de la vivienda privilegiada, si su ubicacion lo

26 Cf. el excelente analisis de P. Crosta (Crosta, 1975, pp. 227-34).

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perm ite, ya sea en ei m ercado de la vivienda norm al. En el p ri­m er caso, los precios seran fijados al nivel de los precios de monopolio de segregation; en el segundo, dependeran del pre- cio regulador. Esto explica el aum ento real, a largo plazo, del precio de las viviendas antiguas. Al ser relativam ente lentas las transform aciones de la division capitalista del trabajo en la industria de la construccion, los progresos en la pro^uctividad son menos rapidos en ella que en los dem as sectores industria- les, de m anera que los precios relativos aum entan tendencial- mente. Pueden anadirse a este otros factores de alza, como un increm ento eventual del coste de urbanization del suelo en josterrenos de la periferia urbana, e inciuso un aum ento del precio de los terrenos marginales.

: Asl, cuando se practica una politica de conservation, la re­production simple —e, inciuso, la am pliada— del capjtal inver- tido en la construccion queda asegurada m ediante la ren ta inmo- biliaria que nace de la autonom izacion del precio corriente del inmueble con respecto a sus condiciones originates de produc­tion, y de la tendencia al alza del precio relativo del producto vivienda.

Existe, sin embargo, una segunda via de form ation de la ren ta inm obiliaria: la que tiene como m odalidad la degradation del inm ueble y su paso al m ercado de la vivienda infranorm al. En ese caso, el propietario arrendador no realiza los gastos necesarios para conservar el inm ueble en el m ercado de la vivienda norm al: no hay m ejoras, ni tan siquiera el manteni- m iento habitual. Desde ese m om enta, la vivienda tiende a cam- b iar de m ercado; su alquiler real ba ja y sus ocupantes eventual- m ente cambian. El edificio asl abandonado esta condenado en un plazo dado a ser destruido, y, m ientras tanto, debe rend ir el maximo posible 27.

Una politica de esa naturaleza puede ser en ciertos casos mas racional para el ren tista inm obiliario que una gestion como «buen padre de familia». A corto plazo, dejar de conservar un inmueble puede producir un alto rendim iento del mismo. Sin duda, los alquileres tienden a bajar en relacion con los precios de la vivienda nueva; pero una vez que se practica el «descuel.

27 Los «inmuebles insalubres» tienen, como es sabido, una notable lon- gevidad. En las aglomeraciones donde la tension en el mercado inferior de la vivienda es fuerte, los tugurios a menudo solo salen del mercado «a la fuerza», cuando una intervencion publica detecta el peligro de derrumbamiento (o, de repente, lo decide), lo cual permite la expulsion de los ocupantes.

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gue», la penuria especifica del m ercado de la vivienda infranor­mal yuede producir un alza en term inos reales. No es por lo de- mas casual que en todos los paises en los que se ha practicado un control de los alquileres privados, este se haya m antenido du­rante mas tiem po en la parte mas deteriorada del parque arren- dado. Sin em bargo, en ciertos casos, la politica de degradacion no es producto de una opcion del propietario, sino de la impo- sibilidad en que se encuentra de desalojar a sus arrendatarios para cam biar su nivel social y en tra r en la logica del mejora- miento; dada esta restriccion, la degradacion es la politica rational;?

En efecto, al final del proceso se produce, no una conserva­tion y un increm ento del capital inm obiliario, sino la destruc­tio n del edificio, la liberation y el cambio de uso del suelo. Se observara, pues, el fenomeno de degradacion en dos tipos de zonas urbanas: por una parte, los guetos populares, alejados de toda perspectiva de rentabiiizacion m ediante una transform a- cion urbana, que se degradan por deterioro progresivo; ,.pox otra, los barrios populares que bordean las zonas de construc­tio n de oficinas o de residencias privilegiadas, donde el aban- dono- de los inm uebles es un acelerador de la transform ation del uso del su e lo2S. En ese caso, la reproduction simple —e in- cluso am pliada— del capital inicialm ente invertido no queda asegurada por la am ortization del edificio, sino por la valoriza­tion del suelo gracias a su cambio de uso. Aun cuando el alqui- ler perm anezca bajo, la ren ta inm obiliaria puede ser mante- nida eventualm ente m ediante la in te rru p tio n de los gastos de m antenim iento; sin em bargo, es principalm ente el alza de la ren ta del suelo la que asegura generalm ente la rentabilidad del conjunto de la operation en el m om ento de la dem olition. Por lo demas, en un cierto punto del proceso, el precio del inm ueble deja de if unido al ingreso neto capitalizado, para as°ti.arse al precio potencial del suelo liberado.

Asi, pues, el precio corriente — tanto como el alquiler co- rrien te— de una vivienda se independiza rapidam ente de sus condiciones originales de production. Este es el motivo de que el capital inm obiliario ren tista no presente un ciclo de rotacion com parable al de o tras form as de capital-mercancia: la repro­duccion simple y una parte de la valorizacion del capital inver­tido son producto de un aum ento, en term inos reales, del precio 28

28 Es la «zona de transicion» degradada senalada por Burgess en torno al centro comercial (Burgess, 1925).

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corriente del bien por encim a de su precio h ist5 r jCOj y /0 alquiler corriente por encim a del alquiler de equilibrio original. La diferencia constituye precisam ente la ren ta inm obiliaria, componente del precio form ado en el proceso de circulation de la m ercancia, y que, en consecuencia, en tra como un tjp 0 par. ticular en la categoria general de la ren ta de monopolio.

Asi, esta parte de los alquileres o del precio c o n f o rm a l p or la ren ta inm obiliaria constituye no la rem uneration norm al de un capital invertido en la circulacion de una mercanGia sjn0 una deduction especifica hecha sobre los ingresos de los octjpan. tes y, por esa via, sobre el plusproducto social29. De esa circuns. tancia nace una contradiccion estructural en tre el capital inmo. biliario ren tista, cuando asegura el alojam iento de la m asa ja poblacion asalariada, y el capital industrial, contradiccion que se ha resuelto, en todos los paises capitalistas desarrollados, en favor de este ultimo.

II. ANOTACIONES SOBRE LA DIVESOST SOCIAL DEL ESB^IID

cComo se organizan en el espacio urbano los hom bres y sus actividades, segun que leyes o m odelos de com portam iento? La polemica en torno a esta pregunta es antigua y se refiere direc- tam ente al problem a de la d iferenciacion de los espacios, de la form ation de log precios de los inm uebles y, por consiguiente, de los fundam entos de las rentas urbanas de monopolio.

El debate se halla dominado por tres grandes corrientes teo- ricas: la ecologia urbana, la econom ia neoclasica y la sociologia culturalista. Cada una de esas in terpretaciones supone una teo- f ria de los valores de uso urbanos, de los criterios de su diversi- dad espacial y de la re la tion de los agen tes sociales con el espacio. In ten ta re m ostrar como esas aproxim aciones pueden arro jar luz sobre ciertos aspectos im portantes de los procesos de division social del espacio, pero, a la vez, como cada una de ellas contiene obstaculos in ternos propios (§ 1). Ademas, las in terpretaciones dom inantes presentan un punto com un que lim ita considerablem ente su eficacia explicativa en lo relativo 19

19 Se observara que la socializacion parcial de la propiedad de las viviendas de alquiler puede eventualmente tender a eliminar la renta inmobiliaria: esto ocurre en especial cuando grandes propietarios publicos aplican alquileres inferiores al alquiler de equilibrio en las operaciones recientes, gracias a los ingresos de la parte antigua de su patrimonio, financieramente amortizada.

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a la distribucion espacial de las residencias: ignoran la relacion esencial entre la situacion de clase de los habitantes y sus prac- ticas en el espacio urbano. Ahora bien, existen num erosos traba- jos empiricos que dem uestran la naturaleza social de las prac- ticas espaciales (§ 2) y constituyen valiosas indicaciones de cara a una teoria m as pertinen te del proceso de division social del espacio (§ 3).

7. Las interpretaciones dominantes de la diferenciacionespacial de los usos y los precios del suelo urbano

Las corrientes teoricas que configuran la discusion presentan una notable continuidad, a pesar de la variedad o el refina- m iento progresivo de las m etodologias y de las formalizaciones. H an sido muy bien identificadas y discutidas en el piano episte" mologico en el estudio clasico de W. Firey sobre B o sto n 30, que pone al descubierto los postulados del «determ inism o ecologico» y los critica desde su punto de vista culturalista.

E sa critica es eficaz. Pone en tela de juicio la concepcion dom inante de la relacion entre sociedad y espacio segun la cual las propiedades del espacio son datos naturales a los que los agentes sociales se adaptan pasivam ente y, por tanto , el espacio fisico es la variable causal independiente que determ ina la disposicion espacial de las actividades humanas. Ahl esta el fun- dam ento epistemologico de las teorias dom inantes en la ecologia urbana, tal como lo form ula F irey 31. Me inspirare librem ente en su analisis de las diversas familias de « determinism© ecolo- gico» antes de exam inar el enfoque culturalista.

1.1. Los m odelos descriptivos n a tu ra lis tas: Escuela deChicago a la econom etria de los «factores del valor del suelo»

Describir las regularidades observables en m ateria de ubicacion; inducir leyes generales: ese es el proposito de las teorias que Firey clasifica bajo la rubrica de los ((esquemas descriptivos

30 Firey, 1947.31 Firey enuncia de esta manera sus postulados comunes: «a) El espacio

fisico es un fenomeno en si y sus propiedades son globalmente indepen- dientes de los valores culturales; b) Los sistemas sociales se adaptan pasi­vamente a la distancia espacial y no tienen otro papel que el de someterse a ella» (Firey, 1947, p. 30).

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idealizados», asi como de otras que aparecieron posteriorm ente. Su lim itacion comun es la incapacidad 4te explicar el modus operandi de las regularidades o leyes observadas. Se supone que las caracterlsticas naturales in trinsecas del espacio pro- ducen directam ente las ubicaciones. El hecho social —compor- tam iento o precio— es naturalizado.

Se tra ta , en prim er lugar, de los modelos clasicos del uso del suelo urbano que, a p a rtir de los trabajos de la Escuela de Chicago, m arcaron profundam ente el desarroljo posterior de la geografia urbana. Conocemos a los dos herm anos enemigos de esta familia: Burgess y Hoyt.

El modelo de las zonas concentricas de E. W. jBurgess32 es al m ismo tiem po una teoria de la estruc tu ra espacial de jos usos del suelo y de las form as que asum e la expansion urbana. Las ciudades am ericanas, «al no existir factores que se opongan a ello», se dividen en cinco zonas concentricas: el centro comer- cial com prende los com ercios m inoristas, los inm uebles de ofi- cinas, los servicios y, en la periferia, los comercios m ayoristas; la zona de transicion que lo rodea se caracterjza por ja degrada­tio n del hab itat y los tugurios, mezclados con la industria ligera; en la zona periferica se situan las residencias de los sectores acomodados, em presarios, com erciantes, ejecutivos y profesio- nales liberales; finalmente, una ultim a zona, exterior a jos tes de la ciudad, es la de los em igrantes que en su m ayoria tra- bajan en el centro comercial. La ciudad se desarrolla a traves de la sucesiva aparicion de esas zonaS) cada una de las cuales se extiende hacia el exterior, desplazando cada vez mas la fron- tera de la zona siguiente con respecto al punto central.

El modelo de los sectores de H. H o y t33 es una alternativa em pirica al anterior, cuyo «irrealismo» habia sido fuertem ente criticado. E ste modelo se refiere unicam ente al espacio residen- cial: las zonas de precios de las viviendas se distribuyen por sectores radiales (como «trozos de un pastel.) a lo largo de los ejes de transporte. Las zonas de precios altos se localizan en uno o varios de esos sectores, y las zonas de precios medios en los sectores adyacentes o en el resto de los sectores en los que se situan las anteriores. «Las zonas de alquiler bajo ocupan los sectores restantes, del centro a la periferia))34. Cada zona de precios tiende a desarrollarse en su sector, en direccion a la periferia.

32 Burgess, 1925 y 1929.33 Hoyt. 1939.34 Hoyt, 1939, p. 76.

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Esos dos modelos descriptivos, clasicos de la ecologla urbana americana, han sido objeto de abundantes discusiones a partir de un solo interrogante: t se adecuan a la realidad? Puesto que cl modelo es concebido como una generalizacion simplificadora, su propia naturaleza implica una respuesta em pirica indefini- d a 35. Pero el problem a epistemologico cen tral no es abordado: (■•que tipos de procesos reales determ inan la ubicacion? Sin duda, el precio del suelo siem pre es considerado como el operador que asegura la perm anencia de la diferenciacion de las zonas. Pero esta division social del espacio, el hecho de que tal activi- dad o categoria social se localice en tal zona, se plantea como un hecho consumado: en consecuencia, es postulada como re- sultado de las caracteristicas naturales intrinsecas del espacio fisico.

Ese postulado en ocasiones queda explicito en las descripcio- nes del crecim iento urbano inspiradas en la Escuela de Chicago: las caracteristicas puram ente topograficas del em plazam iento urbano inicial producen una prim era diferenciacion social del espacio, que se prolonga luego « porinerc ia» en el transcurso de la expansion u rb a n a 36.

Pero el postulado naturalista opera a menudo de m anera im plicita y perm ite entonces ahorrarse cualquier intento de ex- plicacion. Esto es particularm ente perceptible en ciertos co- m entarios sobre la evolucion en el tiem po de las curvas isoprecio de los terrenos: se «observa» como las curvas se esparcen y se deslizan a lo largo de los ejes de comunicacion como los «dedos de un guantes que pronto se vuelven a j untar, o chocan con obstaculos fisicos que las desvian de su curso natural, e tc .37-

35 Se puede encontrar un resumen de esos debates en los manuales. Cf. por ejemplo: Murphy, 1974, pp. 293309. Se observa que el refinamiento emplrico de los modelos iniciales desemboca (logicamente) en el abandono de todo intento de enunciar regularidades: con el «modelo de los nucleos multiples)). (Harris y Ullman, 1945), la descripcion de los usos del suelo urbano se hace cada vez mas realista, y todo modelo general desaparece.

36 Esta explicacion naturalista es ofrecida, por ejemplo, en un intere- sante estudio de Bruselas: desde el siglo xil, los nobles y los burgueses ricos se instalan en la vertiente de la planicie, saludable y simbolo de la dominacion social, y el pueblo en el fondo humedo del valle. Este corte ciudad alta / ciudad. baja sera luego una constante en la division del espacio (cf. Vandermotten, 1971, pp. 179-88).

37 Cf. los estudios sobre el mercado del suelo hechos a base de pianos de curvas isoprecios, numerosos en Francia a finales de los anos 60 (en particular, los estudios sema sobre Nancy-1966, otu sobre Tours-1968, beru sobre Rennes-1968).

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Christian Topalov

El realismo de la descripcion esta entonces basado comD]eta- m ente en la m etafora (hidraulica en este caso).

El m ismo fenomeno epistemologico se encuentra en la base de los estudios econometricos de los «factores del valor del suelo*: esos estudios constituyen un universo de variables ho- mogeneizadas m ediante su caracter cuantificable, y las correla- ciones (a veces) observadas son tranquilam ente interpretadas en term inos de causalidad x . Claro esta, la viabilidad, la dis- tancia al centro o a los lugares de traba jo , el «atractivo» de un lugar, la proporcion de obreros o de negros en un barrio tienen que ver con los precios del suelo. Pero cada una de esas r e]a. ciones rem ite a un proceso concreto diferente, y eventualmen te a tipos distintos de renta. Los estudios sobre los «factores» de los precios del suelo siem pre son llevados a cabo sobre la base de dos registros sim ultaneos y contradictories: por un lado, las relaciones sociales concretas que sirven de base a la relacion estadi'stica eventualm ente com probada en tre tal variable y el precio son evocadas en su heterogeneidad; por otro, todas las variables son homogeneizadas a traves de su cuantificacion y del establecim iento de su relacion con o tra cantidad, el precio. De esa m anera se efectua silenciosamente la naturalizacion de los procesos sociales, asignandose en adelante a cada caracterfstica de una ubicacion un precio, o suponiendo que aquella «explica» la varianza del precio. El eslabon que falta en la relacion causal es proporcionado, im plicitam ente o no, por la referencia a ]a utilidad. El procedim iento analitico es entonces com pletam ente identico al de los peritos inm obiliarios, los cuales evidentem ente no tienen necesidad de saber como se fo rm a el precio para eva luarlo38 39.

La eficacia explicativa de los modelos descriptivos naturalis- tas —teorias descriptivas del uso del suelo urbano o analisis de los factores del valor del suelo— es, por tanto , nula; la com- probacion de una regularidad no proporciona por si m ism a la causalidad, y las relaciones em piricas siempre son susceptibles de ser puestas en tela de juicio por o tras observaciones cuando

38 J. J. Granelle, que ha realizado en Francia los mejores estudios de ese tipo, senala por lo demas la dificultad: «Si se adivina el papel desem- penado por tal o cual factor, a menudo se ignora la manera como actua. Ademas, la mayor parte de los factores estan relacionados, lo que hace dificil cualquier analisis de la determinacion de los precios» (Granelle, 1970, r>. 173).

39 Firey observaba ya, a proposito de los modelos descriptivos natura- listas, que estos se contentan con traducir en terminos de ecologia las posiciones de los manuales inmobiliarios clasicos (Firey, 1947, p. 10).

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son ignorados los procesos reales por los cuales operan las «variables»,y, por consiguiente, cuando no se tiene en cuenta el examen de las condiciones dentro de las cuales puede produ- cirse la regularidad observada. No obstante, los resultados des- criptivos que han podido ser producidos con la ayuda de los modelos naturalistas —en particular gracias a los traba jos de Hoyt— han establecido resultados em piricos interesantes que olvidan lam entablem ente los modelos economicos formalizados del uso del suelo. Asi: hay una distribucion espacial estable de las capas sociales, que rige las form as del crecim iento urbano; las zonas de residencia de las capas «ricas» estan claram ente delim itadas en el espacio urbano, y su eventual expansion puede chocar con el obstaculo constituido por las zonas adyacentes mas pobres; finalm ente, la m ayor parte del territo rio de las aglomeraciones esta conform ada por una zona en la que los precios estan en la parte inferior de la escala y poseen un campo de variacion d eb il40.

1.2. Los modelos teoricos racionales: la economia neoclasica de la ubicacion

Analizar la logica de la decision economica racional y deducir sus leyes de com portam iento —lo que Firey denomina las «teo- rias racionalizantes»— constituye la segunda familia de modelos que se desprende de los postulados generales del determ inism o ecologico. A1 contrario de los modelos descriptivos, estos mo­delos teoricos postulan un papel activo de los agentes en su adaptacion al espacio. Pero la unica consideracion que guia a estos ultim os es la m inimizacion de los costes, y, por consi­guiente, la unica propiedad del espacio que es tenida en cuenta es aquella que genera un coste: la accesibilidad. E l principio regulador es la com petencia entre agentes por el punto de mayor accesibilidad, de la cual resulta una distribucion espacial «natu- ral» de las actividades, que asegura una asignacion optim a del suelo urbano. Los trabajos que discute Firey se refieren a la ubicacion de las em presas, pues los modelos relativos a la ubi­cacion de las viviendas fam iliares solo seran desarrollados en el curso de la decada de 1960.

Es util detenerse en su critica, pues aborda los supuestos epistemologicos de los modelos de la racionalidad economica,

40 Hoyt, 1939, en particular Figuras 28 y 40.

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aun sabiendo que la problem atica culturalista que inspira a esta critica debera a su vez ser examinada de cerca. En efeeto» Firey no se limita a la comprobacion em plrica de que m °delo «no corresponde a la realidad)): la mayor parte de los construc- tores de modelos adm itiran que esta es mas compleJ3 modelo y, especialmente, que existen factores culturales r e s i ^ a' le s 41. Su pregunta es mas fundam ental <muales son las cortd1010' nes sociales de los comportamientos que form alizan las «teoriasracionalizantes» y, en consecuencia, los limites internets su pertinencia? Firey senala que unicamente la ubicaclon de as

' actividades comerciales puede ser analizada eficazmente en ter' minos de «intereses»,de «adaptacion racional» al espacio. ®so dem uestra claram ente que esa m odalidad de ubicacion p resu' pone un sistema cultural particular y que «toda la construe01®11 logica del racionalismo metodologico es una teoria cu ltura ' mente relativa))42- Mas precisamente, esas teorias suponen agen- tes que persiguen un fin univoco —la ganancia— y consideran el espacio fisico exclusivamente como un medio para a obten- cion de ese fin. En otros terminos:Los racionalistas metodologicos, en un esfuerzo por desarrollar una teoria «pura» no han desarrollado mas que una teoria «contractua- lista», o lo que Sombart llama una teoria «capitalista»43.

En efecto, el com portam iento economico racional que constru- yen los modelos microeconomicos de inspiracion neoclasica es totalm ente homogeneo con la representacion ilusoria que se hace el capitalista individual de su propia practica 44. E sto queda

41 Firey senala diversas variantes de este enfoque. Las «teorias metodo- ldgicamente racionalizantes» construyen un modelo deductivo puro que no reivindica ninguna validez descriptiva (ejemplo: la teoria de la ubica­cion de la industria de A Weber), al contrario de las «teorias empirica- mente racionalizantes». Estas ultimas, que deben hacer un esfuerzo para explicar las desviaciones evidences de la realidad con respecto al modelo, provienen bien de un «racionalismo absoluto» que atribuye las irregulari- dades a la ignorancia y al error (ejemplo: la teoria de la ubicacion del comercio minorista de R. U. Ratcliffe), bien de un «racionalismo compro- metid0 con el empirismo» que admite la existencia de factores residuales sin intentar integrarlos en la teoria (las «costumbres»,las «medidas poli- ticas y administrativas», etc.) (Firey, 1947, pp. 10-30). Se comprobara que esta clasificacion tambien se aplica a los modelos neoclasicos de ubica­cion posteriores a ella.

42 Firey, 1947, p. 260.« Firey, 1947, p. 232.44 No es este el momento de desarrollar la critica epistemologica de los

modelos microeconomicos neoclasicos en general y que tambien se aplica a los modelos que aqui se discuten. Desde Bujarin hasta los autores mas

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evidenciado en las diversas tentativas de formalizacion del com- portamiento de las familias en el m ercado de la vivienda y del suelo urbano, que m arcaron los anos sesenta; mas alia de la diversidad de sus hipotesis particulares o de sus tecnicas de Formalizacion, esos modelos se basan en postulados comunes 4S.

Antes de nada, la ubicacion residencial en el espacio urbano esta definida por un rasgo unico: su distancia al centro comer- cial — considerado por hipotesis simplificadora como el punto de concentracion de todos los centros de traba jo y el unico destino de los desplazamientos intraurbanos. El espacio es con­siderado entonces como homogeneo en todas las dem as relacio- nes y estructurado Unicamente por las redes de transporte hacia el centro. Se puede criticar el «irrealismo» de la hipotesis; eso no es esencial, pues, a riesgo de hacer mas complejo el modelo, se puede in troducir una pluralidad de polos de traba jo y co-

recientes (como C. Benetti o J. Gadray en Francia) se ha desarrollado toda una tradicion de critica marxista al marginalismo.

45 Las ideas desarrolladas a continuacion se basan principalmente en el estudio de tres modelos producidos por investigadores americanos, con- siderados generalmente como los mas caracteristicos. El de L. Wingo introduce la nocion de «coste generalizado de transporte» domicilio-traba- jo, suma de los gastos monetarios de transporte y del valor del tiempo empleado en desplazamientos. Se supone que el coste del suelo y el coste del transporte son complementarios para cada familia (su suma es cons- tante), y que el coste y la cantidad de suelo consumida estan ligados por una relacion fija (e inversa): el modelo establece asi tanto el precio del suelo como la densidad residencial en cada punto (Wingo, 1961). El modelo de W. Alonso considera tambien al alquiler del suelo como funcion in­versa de la distancia al centro, evitando de todos modos medir la desutili- dad de la distancia por el costo del tiempo de desplazamiento. Alonso introduce una funcion de satisfaccion de la familia que, dentro de la restriccion de ingresos, puede sustituir cantidad de suelo consumido, dis­tancia y otros consumos. El equilibrio de mercado se logra (y los precios y densidades se fijan en cada punto) cuando ninguna familia puede aumen- tar su satisfaccion, ni ningun propietario sus ingresos (Alonso, 1964). El modelo elaborado por R. F. Muth anade al analisis de la funcion de satis­faccion de las familias un estudio de la funcion de ganancia de los vendedores de viviendas, siendo el suelo analizado no como un bien que es fuente directa de utilidad, sino ante todo como un factor de produc- cion; es, por tanto, el primer modelo global de equilibrio de mercado que establece las relaciones analiticas entre precios, densidades, superficies utilizadas por familia y comportamientos de desplazamiento (Muth, 1969). En Francia, por otra parte, R. Mayer ha propuesto un modelo de forma- cion de los precios del suelo basado unicamente en la nocion «precio del tiempo» pero muy cercano a los de Wingo y Alonso; contrariamente a los tres autores americanos citados, R. Mayer introduce un precio autonomo del suelo en los limites de la aglomeracion (Mayer, 1965). Para un estudio mas completo de los modelos de locabzacion, veanse por ejemplo Mer­lin, 1968; Kirwan y Martin, 1970.

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m ercios46. El postulado teorico es mas im portante: las familias consum idoras de espacio solo son consideradas en su relacion con el capital, es decir, como «sujetoseconom icos». Estas fam i­lias traba jan y compran: el espacio no es mas que distancia al lugar donde deben hacerlo. E sta representacion tiene un fun- damento: la tendencia del modo de produccion a negar practi- camente a los trabaj adores cualquier o tra realidad distin ta a su lugar en la relacion salarial, y a definirlos en esta ultim a, al igual que en el consumo, como individuos separados. Desde ese punto de vista los modelos de ubicacion designan una realidad, al menos tendencial, del capitalism o. Con ello, postulan la in- existencia de todas las relaciones sociales que no sean la rela­cion con el capital, recuperandolas de m anera em pirista como factores «secundarios» m as o menos irracionales. Con esta con- dicion, la diferenciacion de los valores de uso urbanos localiza- dos queda reducida a una sola dimension: la distancia al centro.

Es necesario ademas que esta variable «fisica»sea monetari- zada para que se convierta en fundam ento de la diferenciacion espacial de los precios de ubicacion. Aqui interviene una especifi- cacion del postulado que acaba de ser enunciado: lo que cons- tituye a la familia en sujeto economico racional no es simple- m ente una reduccion de las relaciones sociales a la sola relacion salarial, sino tam bien una representacion de los com portamien- tos a tenor de la experiencia espontanea que tiene el capitalista individual de su propia practica. E ste cree com binar librem ente factores (es decir, costes) con el fin de maximizar su ganancia; por tanto, es preciso que el consum idor combine librem ente utilidades (que implican costes) con el fin de m axim izar su satisfaccion. Para represen tar el com portam iento de las familias en el espacio, sera entonces necesario m onetarizar el tiem po, es decir, in troducir la tautologia que sera la p iedra angular de toda la construccion.

Es preciso que el tiem po de desplazamiento tenga un coste, pues evidentem ente los precios inm obiliarios —de las viviendas o de los suelos— disminuyen mas rapidam ente del centro a la periferia de lo que aum entan los gastos m onetarios de trans- porte. Se supone, pues, que cada familia atribuye un precio al tiem po transcurrido en sus desplazamientos que, anadido al coste m onetario del transporte , define el precio que acepta pagar por unidad de terreno en cada punto de la aglomeracion. En el modelo, ese precio del tiem po — que no es sino precio del suelo

44 Cf. por ejemplo Mayer, 1965, pp. 23-30; Muth, 1969, pp. 86-90.

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«al reves»— es el artefacto necesario para la coherencia de la construccion. ^Como m edirlo? Cualquiera que sea la respuesta de los diferentes autores — hipotesis analltica o medicion em- plrica del param etro— todos term inan por relacionar precio del tiem po de transporte y precio del tiempo de trabajo4'. E sto es inevitable si se desea construir, a p artir de una infinidad de curvas de indiferencia individuales, la curva global de demanda que defina precios del suelo y densidades en cada punto de la aglomeracion: fijaran los precios las familias que «asignen el mayor precio a su tiem po», es decir aquellas que posean mayo- res ingresos. Retorno a la evidencia.

Pero merecia la pena dar este rodeo. El fundamento episte- mologico de los modelos teoricos racionales, indicado por Firey, se confirm a y se precisa con las representaciones neoclasicas de la ubicacion de las familias. Es la reduccion de los espacios — tiempos concretos de las relaciones sociales a una doble abs- traccion: la del espacio a la distancia-tiempo y la del tiem po al precio del trabajo. E sta tentativa teorica tiene una base objetiva en la realidad de las relaciones salariales y de las representacio­nes que esta hace surgir: la form a valor y precio que se impone a los bienes producidos desde el momento en que dominan las relaciones m ercantiles se impone tam bien a la fuerza de trabajo desde el m om ento en que dominan las relaciones de produccion capitalistas. La relacion estructural —la extraccion del plusva- lor— es ocultada por la reform a m ercantil de la fuerza de tra ­bajo y el valor de esta aparece como lo que no es: el precio del tiem po de tra b a jo 47 48. Sin embargo, la fuerza de trabajo solo os

47 En Wingo, el valor del tiempo de desplazamiento es igual al valor marginal del tiempo de ocio, el cual es igual al valor marginal del tiempo de trabajo o salario marginal que se pagaria si el tiempo de transporte se pasara en el trabajo (Wingo, 1961). En Alonso, la nocion del valor del tiempo es eludida con ayuda de la nocion de utilidad (negativa) de la distancia, «bien» sustituible por la superficie de suelo consumido y por otros consumos en la funcion de satisfaccion; el resultado es una curva de demanda (precio del suelo/distancia) por familia ... y una curva global definida por el precio de demanda mas alto en cada punto (Alonso, 1964, pp. 21-29). En Mayer, el precio del tiempo es un parametro que caracte- riza arbitrariamente a cada individuo, aunque un «lapsus» revela que podria estar relacionado con los ingresos (Mayer, 1965, pp. 10-27). En Muth, el coste del tiempo de transporte es una «funcion de la tasa salarial o de los ingresos» (Muth, 1969, p. 20).

48 «Todos vosotros estais convencidos de que lo que vendeis todos los dias es vuestro trabajo; de que, por tanto, el trabajo tiene un precio, y de que, puesto que el precio de una mercancia no es mas que la expre- sion en dinero de su valor, tiene que existir sin duda, algo que sea el valor del trabajo. Y, sin embargo, no existe tal cosa como valor del trabajo,

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valor en su relacion con el capital y para este; para si m isma e-, traba jo concreto, por una parte , y consumo de valores de usu. por otra. Los economistas m arginalistas, al tra ta r las utilidadi-. concretas para el «consum idor»del mismo modo en que tratan los «factores de produccion» p ara la firm a, no hacen mas que extender, en la teoria, a la esfera de la reproduccion el dominio que el capital ejerce, en la practica, sobre la esfera de la pro duccion. Y si lo pueden hacer en el discurso es sin duda porquo en la realidad la urbanizacion capitalista h a m odelado suficieu tem ente las m etropolis urbanas como reservas de m ano de obra unificadas para las necesidades del capital mas concentrado. No obstante, unicam ente p ara el capital y p ara los e<2bndniistas quo se han colocado sus gafas «el tiempo es oro»; para los trabaja- dores, el tiempo es vida. Y, de una m anera menos lirica, es ht envoltura de unas practicas concretas que en tran en conflicto real con la presion del capital por som eter a su dominio la ma­yor parte posible de ese tiem po, por reducir el tiem po concreto de las practicas sociales a tiem po abstracto del valor.

1.3. La critica cu lturalista

«Los valores son factores de causalidad independientes en el uso del suelo»49. Las caracteristicas del espacio urbano no se reducen a sus propiedades fisicas o al hecho de que la distancia sea un factor de coste; son los valores sociales los que no sola- mente confieren al espacio cualidades irreductibles a las que le reconocen las diferentes variantes del determ inism o ecologico, sino que tam bien fundam entan la pertinencia explicativa even­tual de las variables que los econom istas tienen en cuenia. La critica culturalista es, pues, fundam ental: no plantea que haya que tener en cuenta tam bien esos factores residuales que serian los valores, sino que afirm a que los valores determ inan el orden estruc tu ral de los factores, su jerarqu ia , sus contradicciones, su articulacion. Por tal motivo, perm ite al analisis de las ubica- ciones urbanas abandonar el terreno del em pirism o descriptivo y propone una in terpretacion de las m odalidades de la causa­lidad. Y perm ite igualm ente superar el sueno del consum idor

en el sentido corriente de la palabra... Lo que el obrero vende no es directamente su trabajo, sino su fuerza de trabajo, cediendo temporal- mente al capitalismo el derecho a disponer de ella» (Marx, 1865, pp. 89-90. El subrayado es de Marx).

49 Firey, 1947, p. 170.

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rational, indicando otros principios de estructuracion de las practicas diferentes al modelo formal de la m axim ization de las sutisfacciones. Con ello, la critica cu lturalista introduce de nue- «>, a su m anera, las relaciones sociales; y aunque lo haga «al iwes», partiendo de las representaciones que se hacen los distintos grupos sociales de sus practicas y deteniendose en • lias, sus argum entos son ineludibles 50.

Halbwachs esbozo, a comienzos de este siglo, el enfoque cul- l uralista al estudio de los usos y los precios del suelo resum ido i’ti el aforismo: «E1 terreno es esencialmente un valor de opi- nion»51. Su tesis combina, sin embargo, una problem atica de la li'sica social —cuyo funcionalismo proviene indudablem ente de lo que Firey llam ara m as tarde el «determ inism o ecologico»— c on una problem atica de la pluralidad de los modelos culturales.

Se tra ta de m ostrar que «la ciudad contiene en si m ism a las leyes de su desarro llo»52. El econom ista no dice nada acerca de esas leyes, pues solo se ocupa de la form a general de los feno- oienos, no de sus causas; el analisis del m ercado nada nos en- sena, pues es tautologico explicar los precios por la re la tion entre la oferta y la dem anda53. Esas leyes operan en la action de los sujetos historicos: contrariam ente al postulado de la historia positivista, los moviles que enuncian los actores no constituyen el principio explicativo de lo que hacen. Asi, los hombres del poder politico, por mas voluntaristas que puedan parecer, se lim itan « ae jecu ta r , por asi decirlo, un m andato del

30 Aunque sistematicamente «olvidados»qn particular por la economia marginalista. Esto es tan cierto como que la historia de las ciencias socia­les no puede ser acumulativa: la position de los productores del saber en la sociedad y las ilusiones producidas y reproducidas por los objetos de ese saber dan sin duda lugar a la extraordinaria longevidad de unas teorfas que, se podria creer, se han «superado (i mutuamente?) desde hace mucho tiempo.

51 Elalbwachs, 1909, p. 241.52 Elalbwachs, 1909, p. 17. La position epistemologica de Elalbwachs es

aqui la que Durkheim formulo de manera general —especialmente en las Reglas del metodo sociologies explicar lo social por lo social, es decir, concebir los fenomenos como una totalidad en la que cada elemento es explicado por su funcion. Recordemos que el objeto de Halbwachs en su estudio es explicar las expropiaciones que contribuyeron a la transforma­tion de Paris de 1860 a 1900. Asi, se vio llevado a elaborar una explicacion del movimiento de los precios del suelo.

53 «Es natural que haya una correspondencia, una relation continua entre los precios y la relation entre la oferta y la demanda, pues se trata de dos expresiones de un mismo fenomeno o de un mismo conjunto de fenomenos; pero, dque nos ensena eso sobre las causas reales del feno­meno y de sus variaciones? (Halbwachs, 1909, pp. 301-2).

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medio social*54. Igualm ente, los especuladores «no entorpecen el juego de las fuerzas naturales, son fuerzas natu ra les»55: pre- ven el fu tu ro , pero de ninguna m anera lo crean, pues las necesi- dades llam an a los especuladores como la funcion crea el organo.

Halbwachs da entonces el tra to que se merece a toda inter- pretacion subjetivista del desarrollo urbano: aun cuando, por parte del Estado, los poderes se afirm en y las intervenciones sean masivas y, por parte del capital, los centros de iniciativa se concentren y su accion se extienda, los fenom enos de traiisfor- m acion, extension y localizacion en la ciudad deben ser analiza- dos como procesos sin su je to 56. Posicion m etodologica csencial que perm ite separar las representaciones del Estado planificador racional del discurso tecnocratico y de la « teoria del complot» hacia la cual resbalan muy a m enudo los analisis que utilizan los instrum entos del m arx ism oS7.

Dicho esto, Halbwachs apenas define el contenido de esas causas que dan form a a la ciudad y que el invoca cuando habla de «tendencias y representaciones colectivas», «juego de las fuerzas colectivas», «necesidades sociales». Sus analisis concre- tos m uestran, no obstante, que el determ inante ultim o es el increm ento de la poblacion urbana; este, diversificado por ba­rrio s por causas que no examina, trae directam ente consigo ijna serie de necesidades de comunicacion entre polos de pobla-

54 Halbwachs, 1909, p. 12. Una ilustracion de ese punto: Haussman in­voca motivos de orden publico para justificar la apertura del bulevar de Strasbourg, el eje norte-sur que rompe el centro del viejo Paris. Pero la construction de la estacion del Este, al norte de ese eje, y el raPido crecimiento de la poblacion de los barrios vecinos (1851-1856) son, sin embargo, explicaciones suficientes de la necesidad de una via de comtnu- cacion como esa (abierta en 1853-1860) (pp. 16-17 y 137-39).

55 Halbwachs, 1909, p. 382. La idea es recogida y desarrollada pof I. Lautman, quien analiza a los promotores inmobiliarios contemporaneos; como los agentes de un «orden urbano* que se realiza a traves de la aparente anarquia de la «especulacion» (Lautman, 1969).

56 Lo que J. Lojkine designa muy bien, por lo que respecta al EstadO;: como «la estructura ciega de lo politico* (Lojkine, 1977, p. 18).

57 Algunos de los mejores trabajos no escapan a esta critica. Asi, A Li- pietz, despues de haber planteado la articulation objetiva de la «division social del espacio* con la division social del trabajo y la estructura de clases, cree que debe anadir que es asocial y conscientemente deseada® y aobjeto de una practica especificamente politica»: la que aspira a mantener el orden o ((quebrar el ser-de-clase obrero» (Lipietz, 1974, pp. 21-32)- Asi- mismo, en un excelente estudio de la renovacion urbana de Paris, otros autores atribuyen al Estado no pocas «voluntades»: marcar simbdlica- mente el centro, ofrecer a los monopolios un centro comercial, deportar a la poblacion de los barrios que votan comunista, etc. (Godard et al., 1973, pp. 99-106).

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miento; ademas, la demografia crea necesidades de infraestruc- tu ras (los m ercados de m ayoristas, las estaciones ferroviarias, los grandes servicios publicos) cuya ubicacion produce a su vez corrientes especlficas de circulacion. Todo el discurso teorico sobre la causalidad se resume aqul en la analogla mecanica: los lugares de residencia y de actividad constituyen un «sistem a de fuerzas» cuya resultante queda reflejada en las nuevas vlas de comunicacion intraurbanas. He aqul la «flsicasocial». Halbwachs tra ta el espacio unicam ente como un conjunto de distancias fisi- cas en tre puntos.

Esas ({necesidadesso^iales®, que tienen una base demogra- fica, no producen, sin em bargo, efecto sino a traves de repre- sentaciones colectivas. El crecim iento de la poblacion no trae directam ente consigo el de la dem anda, pues la necesidad de vivienda no es la m isma en los distintos grupos sociales: mien- tras que los ricos tienden a buscar viviendas m ejores, los pobres tienden, por el contrario , a lim itar su gasto en a lq u ile r58; es por esta razon por la que los especuladores solo intervienen en los barrios ricos. Ademas, el aum ento de la dem anda solo lleva con­sigo la construccion y las transacciones inm obiliarias cuando los agentes elaboran de repente una representacion colectiva de los movimientos del mercado: la discontinuidad de esas corrien­tes de opinion explican el caracter irregular del alza de los precios del suelo.

Halbwachs coloca asi las bases de una interpretacion cultura- lista de las estructuras de consumo: La dem anda de vivienda no es sim plem ente funcion de los ingresos, y de ninguna m anera proviene de preferencias individuales arbitrarias: se encuentra determ inada por la pertenencia a una clase social, es decir a un sistem a particu lar de representaciones colectivas. Pero esta linea de analisis no es aplicada al estudio de la diferenciacion social del espacio: este continua siendo el receptaculo neutro de un campo de fuerzas, las necesidades; los modelos culturales deter- m inan la intensidad de esas fuerzas, pero no m arcan el espacio en que estas se desenvuelven, -J

Solo cuaren ta afios mas tarde, cuando haya aparecido la ecologia urbana am ericana, la critica culturalista de las teorias dom inantes del uso del suelo urbano conocera su pleno desarro- llo y dara lugar a una nueva via de investigacion. Las tesis de

51 Halbwachs, 1909, pp. 390-91. Esta tesis sera- objeto de investigaciones empiricas y desarrollos en textos posteriores de Halbwachs, en los que se precisara una conception culturalista de las clases sociales y sus nece­sidades (especialmente, Halbwachs, 1912).

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Firey constituyen sin duda un p u n to de ru p tu ra , pues forma- lizan la axiomatica de lo que llegara a ser la corriente cultura- lista. Se las puede resum ir en un sistem a coherente de propo- siciones teoricas cuya pertinencia dem uestra Firey para el es- tudio de los usos del suelo en B o sto n 59.

Cuando los agentes sociales constituyen un «sistem a cultu­ra l^ su com portam iento tra ta de conservar el sistem a, esta orien- tado por «valores»: es «voluntario». Cuando, por el contrario, los agentes sociales son unidades separadas y en competencia, sus «intereses» estan lim itados al logro de sus propios fines: su com portam iento es «racional».

Los valores constituyen, por tanto, un criterio de ubicacion para ciertos grupos sociales: su relacion con el espacio es sim- bolica, ciertos valores se encuentran ligados a una zona del espacio que se convierte en un simbolo de la identidad del sis­tem a cultural, es decir del grupo mismo. Asi, un espacio central sera excluido de cualquier utilizacion economica racional por haberse convertido en el simbolo de toda la com unidad urbana; una zona residencial tendra una carga simbolica para las clases superiores, m ientras que un barrio deteriorado representara para una m inoria etnica su identidad cultural. Los valores cons­tituyen, pues, en ciertos casos factores suficientes y coherenies de ubicacion: el espacio es simbolo.

No sucede lo mismo en el caso de los agentes sociales cuyo unico fin es el interes, es decir, la ganancia. Para ellos, el espacio es un dato natural externo —la distancia, factor de coste— al cual deben adaptarse racionalm ente. Firey senala que, en las ciudades m odernas, el espacio es asignado a los diferentes usos segun la capacidad relativa de estos de producir ganancia: es esta la consecuencia ecologica del sistem a «contractualista» de valores 60. Asi, el comercio m inorista, actividad cuyo unico fin es la ganancia y para la cual esta u ltim a depende estrecham ente de la accesibilidad, estara ubicada siem pre en los puntos de m axim a accesibilidad: es la actividad «con derecho preferen- cial» por excelencia. A la inversa, la poblacion socialmente des-

59 El vocabulario de Firey esta tornado de la conceptualizacion de Parsons. En lo que viene a continuacion, he tratado de «traducirlo» a un lenguaje mas accesible. Esas tesis han $ido reunidas por el propio autor: Firey, 1947, pp. 3034.

60 «La principal [implicacion] es la relegacion del espacio al estatus de agente productivo, de simple medio para la obtencion de un fin rnas alejado. En el contractualismo, el espacio tiende a ser despojado de sus cualidades simbolicas y a hacerse afectivamente neutro» (Firey, 1947, Pa- gina 253).

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integrada, producida tam bien por el «sistem a contractualista de valores»,se ubicara en una zona residencial en proceso de degra- dacion: solteros y ancianos expulsados de la familia conyugal, trabaj adores no cualificados y ocasionales requeridos por la «economla industrial)), constituyen unidades sin identidad cul­tural que ocuparan los barrios obsolescentes. Estos hechos en nada invalidan la problem atica culturalista. En efecto, el pre- dominio de la logica de la gananeia es, el tam bien, un hecho cultural, h istoricam ente fechable61. Este predominio significa que cuando hay conflicto entre los modelos de ubicacion que se producen como consecuencia del juego de intereses y los resultantes de los valores, son los prim eros, en general, los que se imponen. No obstante, los viejos modelos podran influir en los nuevos: en ocasiones, es racional tener en cuenta los valores.

La critica culturalista, y los fenomenos que perm iten senalar, tiene, a mi parecer, el gran merito de descalificar la pretension reduccionista de los modelos del consum idor racional. Descubre a su m anera el fundam ento de esta orientacion teorica, a saber, imaginar todas las relaciones sociales con arreglo a la represen- tacion que espontaneam ente tiene el capitalista de su propia practica. No es una critica em pirista que se contente con llam ar al «realism o» a los paladines de la abstraccion y al sentido comun y practico a los teoricos del homo oeconomicus; si los com portam ientos se alejan de aquellos que el modelo construye, ello no quiere decir que haya fa lta de racionalidad; lo que sucede es que las racionalidades sociales son plurales. La coherencia de cada una de ellas es precisam ente aquello a lo que aspira la nocion de ((sistem acultural».

Queda por saber si con ese concepto se puede entender el determ inante ultim o de los sistem as de representaciones y prac- ticas que rigen la posicion de las clases y grupos sociales en el espacio urbano. Quiza un rodeo m ediante el examen em pirico de las practicas sociales en el espacio nos coloque en el camino hacia una revision de la « cu ltu ra»en un m arco explicativo mas amplio y eficaz.

61 «Es ese sistema de valores el que ha dominado la sociedad occidental a lo largo de los tres ultimos siglos. Y estos han sido precisamente los siglos en que han aparecido los rasgos distintivos de la metropoli mo- derna. Un paralelismo como ese es mas que una coincidencia. Existe ahi una autentica relacion funcional entre los dos, de manera que los rasgos unicos de la «gran ciudad» moderna —su razon de ser, su organi- zacion y su estructura espacial— no pueden ser comprendidos sino por referencia al sistema contractualista de valores en el cual ha surgido» (Firey, 1947, pp. 252-53).

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2. Las practicas sociales en el espacio urbano y la diferenciacionespacial de los valores de uso

Es evidente que no existe un modelo descriptivo unico de la ocupacion del suelo urbano y de la uistribucion espacial uc la, residencia de los diferentes grupos sociales. Por ejemplo, los num erosos trabajos realizados sobre ciudades am ericanas lo m uestran claram ente, y M. Castells concluye a p a r tir de un exa- m en global de esos trabajos:

Si se puede constatar una diferenciacion social del espacio, no existr ley general posible en terminos de regularidades geograficas, sinu siempre expresiones singulares de la articulacidn entre las relaciones de clase (economicas, pollticas, ideologicas) y la distribution de un producto (la vivienda) que integra entre sus cualidades las de su medio ambiente espacial62.

Sin embargo, es posible form ular, a partir de los resultados em* piricos disponibles, algunas indicaciones de metodo e hipotesis teoricas. E n efecto, en num erosos trabajos es posible encontrar un enfoque que supera el naturalism o de la ecologia urbana y el form alism o de los modelos microeconomicos, asi como los limi- tes del culturalism o 63 64. Me apoyare en sus resultados, los cuales son notablem ente convergentes, en cuanto establecen la exis- tencia de logicas sociales diferentes en el uso de la ciudad, logicas que encuentran su determ ination en la estruc tu ra de clases de la sociedad y que llevan a cabo la diferenciacion social del espacio.

Asi, los trabajos sobre la evolucion de la region parisina desde 1950 m uestran que existen dos tipos de practicas en el espacio urbano, que se oponen claram ente, en los dos polos dc la estratificacion social: la de las capas superiores y la de los obreros. Mas aun, cada una de esas categorias posee un espacio propio, muy segregado del de la o tra categoria. Las capas me- dias, por el contrario, no tienen un espacio geografico que les sea particular: en eso precisam ente radica su especificidad.

Antes de ir mas lejos, es preciso ponerse de acuerdo sobre esa clarificacion de las categorias sociales, precisar su contenido y sus inconvenientes M.

62 Castells, 1972, p. 228.63 La mayor parte de las investigaciones a las que se hara referenda

tienen como objeto la region parisina; esto no constituye un inconve- niente muy grande, pues no se trata de generalizar resultados empiricos sino de mostrar cual puede ser la eficacia de una problematica.

64 Dejare de lado voluntariamente, en el analisis, a ciertas categorias

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La nocion de «capas superiores» em pleada aqui no rem ite a una clase social que definiria su position en funcion de las relaciones de produccion, sino a un estra to que se encuentra sim ultaneam ente en la cima de la jerarqufa de los ingresos, de los patrim onios y del «capital cultural*. Es una categoria muy diversificada que com prende clases y capas sociales heteroge- neas: la oligarquia financiera que detenta la parte decisiva de la propiedad y el control del gran capital; la burguesia m edia de los jefes de em presa, quienes tam bien pueden ser form alm ente asalariados; las profesiones liberales; los cuadros superiores de la produccion y la adm inistration, de las em presas o del aparato de Estado. Esa amalgama, hecha necesaria por las nomencla- tliras estadi'sticas, exigiria, en algunos aspectos im portantes, un analisis diversificado: asi, los medios m onetarios —patrim onio e ingresos— de acceso a la vivienda de lujo en los espacios privi- legiados no son evidentem ente los mismos en el caso de la gran burguesia y en el de los ingenieros industriales o los profesores. For consiguiente, su relacion con el m ercado de la vivienda sera diversificada, lo mismo que el «precio»que es necesario pagar para consum ir la ciudad como es debido. Asimismo, la practica espacial de los ingenieros —unica categoria de esos asalariados ligada directam ente a la produccion— esta mucho mas cerca de la de los tecnicos (cuadros medios) que de la de los profesio- nales liberales. Elio no obsta para que, como se vera, estas «capas superiores» presenten, globalmente y a diferencia de las otras categorias sociales, una relacion especifica, coherente y bastante homogenea con el espacio^.

En cuanto a las «capas medias dsalariadas», cuadros medios y empleados, su lugar en la estru c tu ra de las relaciones de pro­duccion esta mas claro: el asalariado, en lo que a ellos se refiere, significa la exclusion del control de los medios de produccion. 65

sociales: los pequenos patrones de la industria y el comercio, cuya dis- Iribucion espacial es casi aleatoria (con excepcion de una mayor densidad en el centro de la ciudad); el personal de los servicios, relacionado en el espacio con las capas superiores; los inactivos que, aunque presentan una distribucion espacial muy especifica, solo pueden ser estudiados en fun- c i o n de la actividad de la que han salido y de la clase a la que pertenecen.

65 Considerar en bloque esas categorias, como si pertenecieran a la «burguesia», me parece tan erroneo como negarse a ver la permanencia de sus privilegios espaciales comunes, que es lo que tiende a hacer J. Lojkine (Lojkine, 1977, pp. 241-51). Es preciso distinguir claramente desde ese punto de vista las capas medias asalariadas, cuyas ventajas espaciales se reducen rapidamente, de las capas superiores (y no solo «una parte infima de la gran burguesia*), para las cuales esas ventajas se man- tienen, aunque sea a un coste creciente.

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Pero, mas alia de esa caracterlstica comun, esas capas se encuen tran muy diversificadas segun sus funciones y sus ingresos. Ademas, los trabajadores de esas categorlas estan frecuentemen- te ligados por familia a las o tras capas sociales: este es, particu- larm ente, el caso de los empleados, mas de la m itad de los cuales, no hay que olvidarlo, pertenecen a familias cuyo cabeza es de o tra categorla social6 . Sus practicas con respecto al espa- cio urbano no pueden, por lo demas, analizarse sino en relation con los dos espacios coherentes que se oponen: el de las capas superiores y el de los obreros.

2.1. El espacio de las capas superiores

El espacio de residencia y el espacio de traba jo de las capas superiores estan fuertem ente concentrados en zonas reducidas de-la aglomeracion.

Las principales zonas de traba jo son el centro comercial y el centro adm inistrative, centralization espacial que es resul- tado de la progresiva separation en el capitalism o m onopolista entre los centros de production y los de gestion y direction de la economia. Las transform aciones de la division del trab a jo en las actividades de gestion y circulation del capital no afectan a las actividades propiam ente directivas, que perm anecen con- centradas en el centro comercial de las principales m etropolis urbanas. En consecuencia, los lugares de traba jo de los admi- nistrativos superiores tienden a estar muy concentrados en los espacios centrales. Cuando esos lugares tienden a desplazarse en el espacio urbano, lo hacen por lo general siguiendo orienta- ciones espaciales ya determ inadas socialm ente por el lugar de residencia de las capas superiores. En cuanto a los profesionaies liberales, ejercen generalm ente su actividad en las zonas centra­les o de residencia privilegiada.

Tanto desde el punto de vista del traba jo como de la resi­dencia, la movilidad de las capas superiores es escasa y su area de m ovilidad restring ida11. De todas las categorias sociales, esta es la que cambia menos a menudo de p a tro n ” y cuando cambia, 66 67 68

66 Sobre la poca especificidad social en Francia de la categoria de los empleados, veanse en particular Baudelot, Establet y Toiser, 1979, pagi- nas 193-203.

67 Salvo que se precise lo contrario, los datos de este parrafo son el resultado de una encuesta realizada a fines de los anos 60 en la region parisina (Freyssenet y Retel, 1970, pp. 93-104 y 119-27).

68 Cf. indicador de estabilidad en el empleo, Anexo in.

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lo hace en un area geografica muy restringida. Ademas, aunque cambien mas a m enudo de vivienda que de empleo, las capas superiores presentan tam bien una gran estabilidad residencial69; desde ese punto de vista, es tam bien la categoria menos movil y aquella cuya area de movilidad es m as restringida, a excepcion de la de los obreros. Movilidad residencial y profesional varian en la m ism a form a en esas capas sociales: particularm ente esca- sas entre los com erciantes y los m iem bros de las profesiones liberales, lo son un poco menos entre los cuadros superiores; los ingenieros, por el contrario, son muy moviles desde los dos puntos de vista y presentan un com portam iento muy parecido al de los tecnicos.

A1 igual que sus zonas de traba jo , las zonas residenciales de las capas superiores estan claram ente delim itadas en el espacio urbano. Asi, en la aglomeracion parisina 70 esta categoria es, de lejos, la menos difusa, la mas concentrada espacialm ente, aun­que el fenomeno disminuye ligeram ente de intensidad con el aum ento de su peso en la poblacion y su progresiva diversifica- cion interna. La distribucion espacial de las capas superiores es la que menos se modifica, incluso en un periodo de rapida urbanizacion; los desplazamientos espaciales se efectuan esen- cialm ente hacia zonas ya caracterizadas por la m isma categoria social. Una de las caracteristicas constantes de esa distribucion espacial es su alta segregacion con respecto a los lugares de residencia de los obreros.

Las zonas donde se concentra la vivienda de las capas supe­riores y en las que estas representan una alta proporcion de la poblacion se encuentran, por tanto, claram ente delim itadas en el espacio urbano. Ademas, su ubicacion es sum am ente estable en el tiem po, ya que el desplazamiento espacial que las afecta es lim itado y se lleva a cabo en una direccion determ inada. La region parisina ilustra ese fenomeno, probablem ente muy ge­neral 71. La zona de alquileres mas altos a fines del siglo

69 Cf. indicador de movilidad residencial, Anexo in. Hay que senalar, sin embargo, que la movilidad residencial de los profesionales liberales y cuadros superiores es mas fuerte en provincias, donde casi alcanza el nivel de la de los cuadros medios (cf. Anexo in).

70 Cf. indicadores de distribucion espacial, extraidos del estudio de re­ferenda de M. Freyssenet y J. Retel sobre la evolucion de la segregacion espacial de los grupos sociales en la aglomeracion parisina de 1954 a 1968 (Freyssenet, Regazzola y Retel, 1971).

71 Senalemos que no se trata aqui de discutir modelos espaciales con- cretos de ubicacion de la vivienda de las capas superiores. Estos son empiricamente muy diversos. El modelo Frances clasico es el de la per-

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H H Barrio «muy nco» en 1878 y 1910

Barrio «muy rico» en 1910 solamente

Barrio «muy rico» en 1878 solamente

Figura 4.4. Paris, 1878-1910. Zona residencial de las capas superiores

F uentes: 1878: Commission des Contributions Directes, Ville de Paris, Les proprietes bdties de la Ville de Paris en 1889 et 1890, Paris, Imprimerie Nationale, 1890, grafico 2.

1910: Commission des Contributions Directes, Ville de Paris, Le livre fancier de 1911, Paris, Imprimerie Chaix, 1911, gra­fico 9.

N otas: Han sido considerados como «muy ricos» los barrios cuyo alquiler medio se situa en las dos primeras decilas de la distribucion de los alquileres medios por barrio. En cada fecha hay pues 16 (de un total de 80).

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Figura 4.5. Aglomeracion de Paris, 1954-1968. Zona residencial de las capas superiores

F uente y metodologIa: Freyssenet, Regazzola y Retel, 1971, pp. 151-61.

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x ix 72 es casi identica a aquella en la que la proporcion de capas superiores era mayor a m ediados de los anos c incuen ta73: se tra- ta , a m as de medio siglo de distancia, del oeste de Paris y la parte de la orilla izquierda adyacente. Se ha producido, sin embargo, un desplazamiento desde el centro de la ciudad hacia su perife- ria. Los barrios caros mas centrales se caracterizan al mismo tiem po por una fuerte disminucion de la poblacion residente en favor de actividades comerciales y financieras y por una relativa «degradacion»del nivel social de esa poblacion. Por el contrario, las capas superiores han poblado algunos municipios de la peri- fe ria occidental que solo estan separadas de la parte cen traj de la zona residencial de las capas superiores por un pequeno cinturon de municipios industriales y obreros. Quince anos m as tarde , a finales de los anos sesenta, la zona residencial superior de extrarradio se extendio hacia los lim ites de la aglomeracion, por una parte , y hacia el centro, por otra. El rapido crecimiento de la periferia urbana ha producido una fuerte disminucion del peso relativo de Paris en la residencia de todas las capas socia- les; pero las capas superiores se han concentrado en una zona muy delim itada del extrarradio, en clara continuidad espacial con su zona central de im plantacion tradicional. Ademas, es sabido que, de m anera general, en Francia son las capas supe­riores las que residen con m ayor frecuencia en el centro de la c iu d ad 74.

manencia en el centro y la expansion periferica; el modelo americano clasico, por el contrario, es el del abandono del centro; pero es sabido que el llamado modelo «americano» esta lejos de verificarse en la mayoria de las ciudades americanas (cf. una discusion al respecto en Castells, 1972, pp. 219-29). Lo que interesa aqui es establecer el hecho de que siem- pre hay una zona delimitada de residencias superiores, estable en el tiempo, por lo menos en la direccion de su desplazamiento (cf. Hoyt, 1939, Figura 40).

72 Cf. Figura 4.4 que representa los barrios de las dos decilas superiores de la distribution de los barrios de Paris segun su alquiler medio en 1878 y 1910.

73 Cf. Figura 4.5 que representa, en 1954 y 1968, los barrios o municipios de tipo «superior»: mas del 50% de ejecutivos (de los cuales 3/5, apro- ximadamente, de cuadros superiores), muy pocos obreros (cerca de un 20 %). Esas proporciones se refieren a una poblacion de la que se exclu- yen los artesanos y pequenos comerciantes, inactivos, personal de servicios y activos diversos.

74 Cf. indicador de centralidad residencial, Anexo in. No es menos cierto, sin embargo, que es tambien la categoria social cuyas migraciones alternantes cotidianas son las mas prolongadas; esa paradoja refleja sin duda las diferenciaciones internas de la categoria.

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Centrales o perifericas, las zonas residenciales de las capas superiores ofrecen, claro esta, equipam ientos urbanos y servn cios cuantitativa y cualitativam ente privilegiados. Los «barrios de lujo» no lo son unicam ente en las representaciones colectivas, sino tam bien en la m aterialidad de los medios de consumo all! disponibles. Los estudios emplricos sobre la oferta de equipa- mientos urbanos dan indicaciones muy interesantes acerca del contenido de esos privilegios espaciales: pueden ser analizados con precision en la region parisina, ya que existen indicaciones que llevan a la m isma conclusion en toda F ran c ia7S.

— El tiem po de acceso al centro de la ciudad, tan to a traves de los transportes colectivos como del vehiculo individual, es el mas corto. Los transportes colectivos disponibles ofrecen la red mas densa, que presta el servicio con las m ejores frecuencias y en el m ayor num ero de direcciones. Cuando se sabe que la tasa de m otorizacion de esas categorias sociales es al mismo tiempo la mas a l ta 76, puede apreciarse el cumulo de ventajas de que disfru tan en m ateria de desplazamientos urbanos.

— La disposicion espacial de los establecim ientos escolares ofrece claras ventajas a las capas superiores unicam ente en lo que se refiere a la ensenanza secundaria y su p e rio r77. En cam- bio, sus hijos disfru tan en todos los casos de condiciones esco­lares mas favorables, en la m edida en que la segregacion espa­cial de las capas sociales produce en el sistem a escolar efectos particulares que este ultim o refuerza.

— Las zonas residenciales de las capas superiores, si bien no estan m ejor provistas de hospitales que otras, se benefician de una mayor densidad de medicos privados, de medicina gene­ral y especialistas, asi como de farmacias.

75 En Verret, 1979, p. 189, aparecen algunos indicadores globales de pro- ximidad a los equipamientos de cada categoria social (toda Francia, 1971). Un estudio de referenda sobre la aglomeracion parisiense en 1975 fue realizado por Monique Pinion, E. Preteceille, P. Rendu (cf. Rendu, 1978). Salvo indicacion contraria, las proposiciones empiricas que siguen se re- fieren a la region parisiense y provienen de esta ultima investigation.

76 Profesionales liberales y cuadros superiores: 91,9 %; cuadros me­dios: 87,2%; empleados: 71,4%; obreros: 73,6% (Conjunto de Fran­cia, 1976. Fuente: Collections de ZINSEE, M 55, Cuadro 7). La proximidad de una estacion de servicio es ademas uno de los criterios segun los cuales los profesionales liberales y las capas superiores se benefician de la ventaja relativa mas importante con respecto a las demas categorias.

77 Y a las guarderias a nivel nacional, pero no en la aglomeracion parisina.

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— La red comercial no es en esas zonas significativamente mas im portante, desde el punto de vista cuantitativo; las dife- rencias son cualitativas. Asi, no debe sorprender la m ayor den- sidad de bancos.

— Las disponibilidades de equipam ientos recreativos son francam ente superiores. Esas categorias, que se encuentran so- cialmente a menor distancia de esas practicas culturales legi- tim as (como el teatro o los m useos), son tam bien las mas cer- canas fisicam ente a los equipam ientos correspondientes. Su pro- ximidad a los espacios verdes tam bien caracteriza de m anera especifica a la vivienda de las capas superiores.

Esos resultados empiricos ponen de m anifiesto y detallan una evidencia: el espacio residencial de las capas superiores posee rasgos especificos coherentes con su modo de vida. Esa especificidad es signo de distincion social, participa en el sis- tem a de expresion y reconstruccion simbolicas de la jerarquia de situaciones de clase. Pero lo es solamente en la m edida en que el significante social es sim ultaneam ente soporte m aterial de practicas de clase que constituyen un modo de vida real. El espacio de las capas superiores no puede ser signo de distin­cion sino porque es «objetivam ente»diferente. Y esas diferen- cias son, en particular, el resultado de los procesos de produc- cion m aterial: predominio masivo de las formas mas capitalistas de construccion de viviendas, privilegios a largo plazo en m ate­ria de infraestructuras y equipam ientos publicos de consumo, concentracion «espontanea» de los servicios m ercantiles reque- ridos por una clientela am pliam ente solvente. Esos procesos tienden, por interm edio de los precios, a producir la segregacion espacial exigida por la legibilidad simbolica de los espacios. Ademas, la concentracion espacial de las capas superiores lleva a cabo una transform acion cualitativa del contenido de los equi­pam ientos publicos, bajo el doble efecto de la pertenencia social de sus usuarios y de las politicas publicas que refuerzan sus consecuencias. Ese fenomeno es particularm ente evidente en el sistem a escolar, pero actua mas am pliam ente en todos los equi­pam ientos culturales 78. Ocurre lo mismo con los equipam ientos comerciales privados, cuyo «refinam iento»acom pana y refuerza la segregacion espacial de las capas superiores. A la inversa, los procesos de «degradacion social» de las zonas residenciales en otros tiem pos privilegiadas son acumulativos por las mismas razones. Capas superiores y capas populares -y principalm ente

78 Cf. Pincon, 1979, vol. I.

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obreras— se excluyen en el espacio m ediante procesos de ex­pulsion 75 * * * 79.

Las representaciones que se hacen del espacio urbano las capas superiores presentan rasgos especificos coherentes con las practicas reales que les sirven de fundamento. Estudios reali- zados en varias grandes ciudades francesas y especialm ente en la aglomeracion p a ris in a80 concluyen que esas capas sociales poseen el «horizonte urbano» mas amplio: hacen sus com pras no alimenticias en el centro de la ciudad con m ucha m ayor fre- cuencia que otras capas, siendo com parable la distancia desde el lugar de residencia al centro; utilizan mas a m enudo los equipam ientos centrales de distraccion y cultura; su red de relaciones con la familia y los amigos esta mas extendida en el espacio. Ademas, disponen de una representacion clara del centro y le asignan un significado simbolico de valor4 Partiendo de todos esos criterios, las capas superiores se oponen en cada punto a las practicas y representaciones obreras de la ciudad. Por el contrario , las capas medias, cuadros medios y empleados —cuya ubicacion y m ovilidad residencial son muy diferentes a las de las capas superiores— participan mucho mas de ese «modelo».

2.2. El espacio obrero 81

Asi como hay un espacio urbano especifico de las capas supe­riores, hay tam bien un espacio obrero: claram ente segregados entre si, se oponen por sus caracteristicas esenciales.

Las zonas de trabajo de los obreros son principalm ente aque- llas donde estan ubicadas las em presas industriales, y se trans- form an al ritm o de los cambios de los procesos productivos. Cada fase de la division capitalista del traba jo da lugar a la for-

75 D. Harvey critica de manera muy acertada l a teoria un tanto idilicadel filtering, mostrando la importancia esencial en las reasignaciones so­ciales del parque inmobiliario de los fenomenos de blow out (Harvey,1973, pp. 172-76). En cuanto a los marginalistas impenitentes, explican evidentemente la segregacion (racial en ese caso) por «la hipotesis dela preferencia del consumidor»: «una explication bastante mas razonablede la segregacion residencial es que los blancos tienen mayor repugnancia a vivir entre negros que la que tienen los otros negros» (Muth, 1969, p. 107).

80 Cf. en particular Cornuau et al., 1965, estudio del que estan tornados los resultados mencionados en este parrafo.

81 La notable sintesis de M. Verret sobre ese tema (Verret, 1979) inspira algunos de los siguientes desarrollos.

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m acion de los espacios productivos correspondientes y trans­form a profundam ente la estru c tu ra u rb a n a K, y especialm ente las condiciones de residencia de los obreros.

En una m etropoli industrializada tardlam ente y de m anera progresiva como Paris, las em presas se establecen en el cinturon industrial que rodea al centro de la ciudada . Se constituye pri- mero, desde la prim era m itad del siglo xix, un tejido denso de m anufacturas en las inmediaciones de los barrios centrales donde se mezclan produccion y venta artesanales; el alejam iento progresivo de las m anufacturas hacia la periferia es el resultado de la disociacion entre lugar de produccion y lugar de comercia- lizacion, pero no rom pe el flu jo intenso de m ercancias y traba- jadores que se establece entre los dos sectores. Residencia obre- ra y empleo artesanal o m anufacturero se mezclan en los mismos barrios populares, a menudo en los mismos inmuebles A partir de la decada de 1880, los prim eros establecimientos de la gran industria se establecen al o tro lado de este prim er cinturon, en funcion de las necesidades especificas del m aquinism o en m ate­ria de expansion espacial y proxim idad a las grandes infraestruc- turas de transporte fluvial o ferroviario, asi como de abasteci- m iento energetico. El retroceso del obrero especialista en esta nueva fo rm a de produccion conduce al desarrollo de un nuevo m ercado de traba jo de obreros no cualificados que, desde un comienzo, es espacialmente diferente al m ercado de trabajo ligado al sistem a artesanado-m anufactura 82 83 84 85. La rap ida regresion de la residencia obrera en el centro de la ciudad desde comien- zos del siglo xix trae sin em bargo consigo, en el cin turon indus­trial, una altisim a interpenetracion espacial de las em presas in d u s tr ia ls y el hab itat obrero, en todas sus categorias. Este prim er cin turon industrial parisino se caracteriza por un tejido urbano coherente, m arcado por un gran num ero de em presas diversificadas y com plem entarias, por una estrecha relacion es­pacial entre la gran fabrica y sus numerosos subcontratistas y

82 Cf. los trabajos en curso de M. Freyssenet sobre Turin.83 Es un fenomeno similar a aquel a partir del cual hace Burgess sus

generalizaciones, haciendo desaparecer, por lo demas, del esquema a la industria pesada: la industria ligera de la franja exterior del centro comercial se extiende por la zona de transition deteriorada, mas alia de la cual comienza la zona residencial de los obreros cualificados (Bur­gess, 1925).

84 Algunas formas de la division manufacturera del trabajo se desarro- llan primero en el marco del trabajo a domicilio (cf. los analisis clasicos de Marx en el libro primero de El cavital).

85 Cf. Magri, 1972, pp. 69-81.

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Diferenciacion espacial de lo s precios y rentas 203

por la m ultiplicidad de los servicios urbanos engendrados por el flujo de trabajadores (restau ran tes, cafes, comercios). Ade- mas, el hab itat obrero se mezcla estrecham ente con las empre- sas, con un elevado predominio hoy de los trabaj adores cua- lificados.

Ese tejido industrial comienza a transform arse a comienzos de la decada de 1950, y de una m anera m asiva con la crisis de la de 1970, con la desindustrializacion de las m etropolis que va unida a la aceleracion del transito a la gran industria y los co­mienzos de la automatizacion a . El em pleo obrero disminuye rapidam ente en su ubicacion tradicional por com prension de los empleos y cierre de los establecim ientos. El declive de la em- presa pequena y mediana en num erosos sectores se une a un poderoso movimiento de cambio de ubicacion de los grandes establecim ientos mecanizados en vias de automatizacion hacia las concentraciones de mano de obra poco cualificada de la provincia y las zonas dependientes. Las em presas que permane- cen en la aglomeracion tienden a desplazarse hacia la periferia alejada donde se configuran zonas industriales aisladas, con una baja cualificacion obrera, separadas espacialm ente de las zonas donde habita la mano de obra.

Por tanto, el espacio obrero se esta transform ando. Sin em­bargo, aun perm anece muy m arcado por las caracteristicas de la prim era industrializacion.

E ntre todas las categorias sociales, los obreros son los que cambian mas frecuentem ente de empleo, tan to mas cuanto me- nos cualificados seans7. A finales de la decada de 1960, en la region parisina, esa gran m ovilidad ocupacional se llevaba a cabo dentro de un area geografica muy limitada. A la inversa, su m ovilidad residencial es casi tan escasa como la de las capas su p erio res86 87 88 y, ademas, su area de cambio de residencia es la mas restringida de todas las categorias sociales89.

La ubicacion de la residencia ob rera en el espacio parisino es, pues, muy estable en el tiem po, casi tan to como la de las capas superiores, y esta muy segregada de esta ultim a. E n cam­bio, es mucho mas difusa dentro de la aglomeracion. Si las cate­gorias sociales superiores se concentran en zonas restringidas, los obreros ocupan am pliam ente el espacio restante, aun estando

86 Para una description de ese fenomeno de la region urbana de Paris, cf. Browaeys y Chatelain, 1974.

87 Cf. indicador de estabilidad del empleo, Anexo in.88 Cf. indicador de movilidad residencial, Anexo in.89 Cf. Freyssenet y Retel, 1970, pp. 113-18 y 132-35.

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sensiblem ente mas concentrados que los empleados y los cua- dros medios 90. De todas las capas sociales, son los obreros los que menos residen en el centro de la ciudad, pero son tam bien los que gastan menos tiempo en transporte entre el domicilio y el t ra b a jo 91. En efecto, el habitat y el empleo obrero estan aun muy ligados en el espacio, a pesar de la tendencia a la disociacion que acompana a la desindustrializacion u rb a n a 92 93 94.

Los estudios clasicos de H. Coing sobre Paris y de M. Young y P. W illmott sobre L ondres83 m uestran lo que significan esa configuracion espacial y su dislocacion en los barrios obreros tradicionales proximos al centro de la ciudad. Si el caracter insalubre del hab itat es evidente con respecto a las norm as «m odernas»,y , por lo demas, perfectam ente percibido por los m oradores, no im pide un profundo apego de estos a su barrio. Pues el barrio es una cultura, preponderantem ente obrera, com- puesta por un lenguaje, una etica, una solidaridad que le son propios. E sta cu ltura se encarna en un espacio geograficamente definido, en el que la proximidad de los empleos ofrece las ma- yores posibilidades de acceso al mercado de trabajo.

La destruccion de esos nucleos obreros, por la emigracion de las em presas y la especulacion inm obiliaria, no es facil, ha- ciendose a menudo necesaria una renovacion urbana apoyada en los medios coercitivos del E s tad o N. Pero el desarrollo del extrarradio reproduce fenomenos parecidos, sin que por ello se m antenga un predominio obrero tan m arcado en la poblacion, ni correspondan los modos de vida a los del barrio popular tradicional. La practica obrera en el espacio urbano y, por tanto, las representaciones de este, conservan, no obstante, caracteris- ticas constantes 9S: predom inio masivo de las com pras no ali-

90 Cf. indicadores de distribucion espacial de la residencia.91 Cf. indicadores de centralidad de la residencia y de duracion del tra-

yecto domicilio-trabajo, Anexo I I I .92 «Parece como si el fraccionamiento geografico de la categoria de los

obreros fuera el corolario de la desindustrializacion» (Browaeys y Chate- lain, 1974, p. 52).

93 Coing, 1966; Young y Willmott, 1957.94 D. Duclos muestra que las operaciones de renovacion en Paris en los

anos 60 no producen como principal efecto el mejoramiento de la oferta de equipamientos publicos o «la imagen de marca» del sector, sino la supresion de las actividades economicas en algunos puntos (los nucleos aislados), lo que trae consigo, bastante mas alia de las parcelas o zonas afectadas, el desmantelamiento del sistema produccion-habitat del barrio. La promocion inmobiliaria puede entonces intervenir (Duclos, 1973, pa- ginas 52-56).

95 Cf. Cornuau et al., 1965. En ese trabajo colectivo aparecen, cual-

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m enticias en el municipio de residencia, red de relaciones prin- cipalmente fam iliar y local, imagen im precisa y escasa frecuen- tacion de los espacios centrales, tan valorados por las capas superiores.

El espacio obrero parece, pues, muy determ inado aun por el fenomeno de la concentracion de las industrias y del habitat en las m ism as zonas urbanas. La estabilidad residencial, mien- tras sea posible, maxim iza las posibilidades de acceso a los em- pleos, de los que hay que cam biar a m enudo, pero en un area geografica limitada. En ese espacio se inscriben unas practicas cotidianas que ignoran al resto de la ciudad y que estan en la base de una cu ltura especifica de clase.

Los equipam ientos y servicios urbanos accesibles en ese es­pacio se caracterizan por su baja densidad y por un contenido coherente con la pertenencia de clase de los usuarios. Para la casi totalidad de los equipam ientos, son los obreros quienes viven mas le jo s96. La situacion en la region parisina es caracte- ristica a ese respecto 97.

— El servicio de transporte colectivo les es relativam ente desfavorable, desde el punto de vista de la proximidad de las estaciones (excepto en el caso del tren ) y, sobre todo, de las frecuencias y direcciones ofrecidas. Hay que senalar, ademas, que la red parisina tiene una estruc tu ra casi exclusivamente radial que une los barrios dorm itorio del extrarradio con el centro comercial, pero es to talm ente inadecuada para las nece-

quiera que sea la practica urbana analizada, tipos coherentes de «fami- lias». Asl, por ejemplo: «Por un lado... familias extensas con una fuerte cohesion interna y local que llevan, en lo que respecta habitantes del ex­trarradio, una vida de relaciones limitada al municipio y una fuerte im- plantacion en el vecindario; por otro, familias que presentan las caracte- risticas inversas: mayor movilidad residencial en el pasado, vida social muy dispersa en todo el espacio urbano, mayor participacion en la vida de las asociaciones» (J. Retel, loc. cit., pp. 109-10). «Asi, es posible distin- guir una poblacion con un horizonte parisino restringido de otra con un horizonte parisino amplio; o tambien una para la cual la atraccion sim- bolica de Paris o de cualquier otra zona del extrarradio, distinta a la habitada, desempena un papel poco importante, de otra para la cual tiene un sentido» (B. Lamy, loc. cat., p. 76). «Los obreros tienen mas dificultades para imaginarse en un sector diferente al que ocupan» (ibid., p. 53). En todos los casos, en cada uno de los polos de la tipologia coinciden los obreros con los cuadros superiores.

96 Cf. indicadores de proximidad de los equipamientos y servicios urba­nos, Anexo ill. La desventaja relativa de los obreros es siempre observa­ble, aunque varia su amplitud, mientras que para ciertos equipamientos las capas superiores y las medias se encuentran en posicion identica.

97 Cf. Rendu, 1978.

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sidades de desplazamiento «de circunvalacion», de un barrio a otro del extrarradio, de los o b re ro s98. Teniendo en cuenta qUe la situacion es sim ilar en la m ayoria de las grandes ciudades francesas, se deduce que los obreros, que son la categoria COn la mas baja tasa de m otorizacion (con excepcion de los empiea- dos), son al m ismo tiem po los que menos utilizan el transporte colectivo para sus desplazamientos entre el domicilio y el tra- bajo: m as de la cuarta parte de esos trayectos son efectuados en vehiculos de dos ruedas 99 100

— Aunque la densidad de establecim ientos escolares secunda- rios y superiores es mas baja para los obreros, estos d isfm tan de una densidad m ayor de establecim ientos de ensenanza tecnica (y tam bien de agencias de empleo), m ientras que las escuelas prim arias estan distribuidas por igual. Claro esta que es preci- sam ente en las escuelas en que son num erosos los hijos de obreros donde se observa la mayor proporcion de retrasos y fracasos escolares.

— Las zonas de residencia obrera, m as densas en hospitales que las otras, estan mas desprovistas de medicos de medicina privada.

— Los equipam ientos de caracter cultural son alii claram ente mas escasos, y la distancia espacial refuerza los efectos de la distancia social a la cultura «legltima» dom inante, reduciendo practicam ente a cero el consum o obrero en ese terreno.

Los rasgos del espacio obrero estan, pues, claram ente tipifi- c a d o ~ q s i como las practicas obreras en la ciudad. Su perma- nencia es tan to mas notable cuanto que, si los obreros siempre se hallan segregados de las capas superiores, lo estan cada vez menos de las capas medias.

2.3. Los espacios de las capas medias asalariadas

Las practicas en el espacio urbano de los cuadros medios y de los empleados poseen caracteristicas comunes, muy diferentes a las de las capas superiores por un lado, y a las de los obreros, por otro.

Antes de nada, esas categorias se caracterizan por una movi- lidad muy alta 10°. Se ha visto que los obreros cam bian frecuente-

98 Cf. Lojkine, 1972, pp. 42-49.99 Cf. indicadores de migraciones alternantes, Anexo h i .100 Cf. Freyssenet y Retel, 19X), pp. 104-12 y 128-32. Esta encuesta se

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m ente de empleo y en muy pocas ocasiones de vivieiida, y siem- pre en el area geografica mas restringida posible: el espacio obrero. Tambien se ha visto que, por el contrario, las capas superiores cam bian muy poco de empleo y algo mas a m enudo de vivienda que los obreros, en o tra area geografica restringida: el espacio de las capas superiores. Las capas medias presentan una m ovilidad profesional in te rm ed ia101, pero en una am plia area geografica; en cuanto a su m ovilidad residencial, es la mas alta de todas las categorias 102, tam bien en el espacio mas amplio.

Las capas m edias no tienen un espacio propio. Si una parte de sus empleos estan concentrados en el centro comercial, tam ­bien trab a jan en los centros terciarios perifericos —los cuales se desarrollan con la diferenciacion creciente en el seno del capital financiero entre actividades de direccion y gestion co- rriente — , en el comercio disperso y en las em presas industriales. Pero sobre todo, su espacio residencial se encuentra diseminado por todo el espacio urbano.

El estudio de la distribucion espacial residencial de las capas medias asalariadas en la aglomeracion parisina perm ite precisar esta a firm acion103L Se tra ta de la categoria social cuya distribucion espacial ha evolucionado mas 104 y es la mas difusa en toda la aglomeracion 105. Sin em bargo, desde este ultim o punto de vista, los cuadros medios se diferencian ligeram ente de los empleados. Estos se encuentran ahora distribuidos de m anera uniform e por todo el espacio urbano 106, m ientras que, a comien- zos de la decada de 1950, su distribucion espacial estaba rela- cionada — aunque de form a debil— con la de los cuadros medios y superiores, y opuesta a la de los obreros, a finales de la de­cada de 1960, su relacion espacial con el resto de categorias sociales era casi nula. En o tras palabras, si los empleados antes habitaban mas bien las zonas superiores y no las zonas obreras, hoy ya no ocurre asi, de m anera que su espacio ya no se dis­tingue del espacio obrero. La tendencia es parecida en el caso de los cuadros medios, pero la distribucion espacial de estos

refiere a los cuadros medios, pero parece ser que los resultados pueden hacerse extensivos a los empleados.

101 Cf. indicador de estabilidad del empleo, Anexo in.102 Cf. indicador de movilidad residencial, Anexo I I I .103 Cf. Freyssenet, Regazzola y Retel, 1971, e indicadores de distribucion

espacial, Anexo in.104 Cf. indicador de estabilidad de la distribucion espacial.105 Cf. indicador de concentration espacial, Anexo ill.106 Cf. indicador de grado de segregation, Anexo ill.

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esta aun fuertem ente relacionada con la de los cuadros supe- riores — aunque esta relacion se este debilitando— y fuerte­m ente opuesta a la de los obreros — aunque esta oposicion este disminuyendo en lo que respecta a los obreros cualificados. Estos cambios se observan — recordem oslo— en una aglomera- cion en fuerte expansion demografica, en la que retrocede la poblacion del centro de la ciudad y aum enta rapidam ente el peso relativo de las capas medias asalariadas.

Como resultado de esas tendencias, se observa un rapido re- troceso de las zonas de alto predominio obrero, tan to en el Paris obrero como en el «cin turon rojo» del extrarradio. No se tra ta de que no haya mas espacio obrero: este existe siem pre para los obreros y casi dentro de las mismas fronteras que antes; pero, al contrario de lo que ocurria en el pasado, ese espacio no es exclusivamente suyo, ya no esta segregado del espacio de los empleados —el cual se ha d is u e l to - y lo esta menos que antes del de los cuadros medios. Por un lado, el espacio ha per- dido im portancia como consecuencia de la construccion en m asa para las capas m edias y los obreros cualificados en la m ayor parte de la zona tipicam ente obrera de antano. Por otro, han aparecido sin embargo zonas urbanas m ucho m as m arcadas que el resto por las capas medias, donde los obreros, en particu­lar los menos cualificados, estan claram ente menos represen- tados que en otros lugares: barrios parisinos en o tro tiem po populares, m unicipios contiguos a la zona de residencia de las capas superiores en el ex trarrad io , m unicipios de la periferia alejada que a m enudo presentan caracteristicas de sitio privile- giado (espacios poblados de arboles, valles). Se observa que es precisam ente en esos m unicipios «medios» donde se concentra la actividad de los prom otores inm obiliarios privados a lo largo de los anos sesenta: ignorando las zonas m as obreras — excepto en el in terio r de Paris— y m anteniendo una actividad lim itada en las zonas de m ayor prestigio —salvo en la periferia lejana, donde es muy im portante— los prom otores construyen masiva- m ente en esas zonas cuya com posicion social van precisam ente a m odificar 107. 10

107 c f Topalov, 1973 b, pp. 49-52; Topalov, 1974, pp. 238-50. Se observara que las tendencias de ubicacion de la produccion de los promotores pri­vados se relacionan de manera muy exacta con las zonas del espacio en las que el cambio de uso del suelo posible, teniendo en cuenta su clientela solvente, les permite conservar la mayor parte de la renta del suelo creada: los barrios populares y medios del centro, las zonas medias del extrarradio y las zonas superiores del extrarradio.

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A pesar de la m arca que im prim en las capas m edias asalaria- das a ciertos espacios, no por ello esos grupos se concentran en esas zonas — levemente los cuadros medios— ni se excluye de ellos a los obreros —un poco a los obreros no cualificados. E sta dispersion por todo el espacio urbano lleva consigo una elevada duracion del trayecto domicilio-trabajo 108 109 110, a pesar de un servicio de transporte colectivo sensiblemente m ejor que el de los obreros y un uso mas frecuente de los mismos. La den- sidad de los equipam ientos accesibles a los cuadros medios y a los empleados es muy sim ilar para unos y otros, a m enudo mas alta que la ofrecida a los obreros, y bastan te proxim a a aquella de la que disfrutan los cuadros superiores, en el caso de una serie im portante de equipam ientos 309.

Las practicas y representaciones espaciales de las capas m e­dias asalariadas estan determ inadas por su alta m ovilidad espa­cial, residencial y p ro fesionalno. Los obreros solo construyen representaciones del espacio lim itado en que se mueven; las capas superiores tienen tam bien un espacio lim itado, pero po- seen una clara conciencia de su lugar en el conjunto urbano y, por tanto, una im agen global de este; las capas m edias asalaria­das se desplazan por toda la aglom eracion y, en consecuencia, se hacen una im agen de su conjunto. Los «modelos culturales» del espacio tienen su fundam ento en las practicas espaciales que produce la asignacion espacial de las diferentes clases y capas sociales para cada una de ellas.

3. La diferenciacion del espacio urbano como procesa social

Las anotaciones em piricas precedentes sobre la pluralidad de las practicas sociales en el espacio urbano evidentemente no pretenden ser sistem aticas. En ciudades caracterizadas por una base econom ica y una estruc tu ra de clase diferente a la de Paris, los fenomenos observables pueden ser completam ente dis- tintos. Pero del analisis esbozado, y del m etodo que lo funda- m enta, es posible no obstante concluir algunas proposiciones generales sobre la estructuracion economica, la diferenciacion social del espacio urbano y la diversificacion espacial de los valores de uso. Los resultados analizados tam bien perm iten

108 Cf. indicador de duracion del trayecto domicilio-trabajo, Anexo iit.109 Cf. indicadores de proximidad de equipamientos, Anexo in.110 Cf. Cornuau, et al., 1965.

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sustentar m ejor la critica a los enfoques de la ecologla urbana, a los modelos microeconomicos neoclasicos y al culturalismo.

— En contra de lo que postulan los modelos descriptivos naturalistas de la ecologla urbana, no hay ninguna ley que regule el uso del suelo y la diferenciacion social del espacio form ulable en term inos de regularidades geograficas, segun la cual las ca- racterlsticas naturales del espacio producirian como efecto la ubicacion de las actividades y de las clases sociales.

Sin embargo, existen algunas regularidades para cada tipo de aglomeraciones caracterizadas por una historia sim ilar de su base economica: es lo que establece em piricam ente la Escuela de Chicago y lo que ocultan los modelos formales de ubicacion. Pero no hay que relacionar tales regularidades con las propie- dades intrinsecas del espacio, sino con las estruc tu ras internas del aparato productivo. En cada ciudad se articulan los espa- cios productivos que corresponden a las distintas fases de la division capitalista del trabajo, y los espacios residenciales que son el resultado de coyunturas historicas de la estruc tu ra de las clases y de los sistem as de produccion de viviendas.

— En contra de los postulados de los modelos neoclasicos, no hay ninguna soberania individual de los consum idores cuyo arb itra je entre los precios y la distancia en un espacio-tiempo homogeneo determ ine la asignacion de las familias en el espacio.

Hay, por el contrario, espacios asignados a diferentes grupos sociales definidos en particu lar por su lugar en la estructura de clases. La configuracion de esos espacios es el resultado, para cada clase o capa social, de la ubicacion de sus lugares de tra ­bajo y de residencia y de las practicas espaciales que corres­ponden a su condicion: tipo y lugar de trabajo, acceso a los m ercados de la vivienda, modos propios de reproduccion social. Son modos especificos de vida que expresan la diferenciacion de clase y no solam ente mvcles de vida*. la ((restriccion de los ingresos» funciona como un com ponente de un sistem a de prac­ticas y no como la envoltura de funciones de satisfaccion indivi­d u a ls arbitrarias.

— Finalm ente, en contra de los postulados de la sociologia culturalista, no hay ninguna determ inacion u ltim a de las relacio- nes con el espacio por m odelos culturales, representaciones co- lectivas, propias de cada grupo social, de su identidad en funcion de su lugar en la ciudad.

Las representaciones del espacio urbano estan muy diversi- ficadas socialmente, como lo estan las practicas sociales espa­ciales. Pero, el «modelo cultural* no es mas que la expresion

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—en el campo de la representacion— de una constelacion cohe- rente de com portam ientos individuales y colectivos, de opinio- nes y moviles enunciados por los agentes. Es un objeto. cons- tru ido por una problem atica teorica que, al plantear precisa- m ente las representaciones como principio de explicacion ultim a de la accion, participa de las ilusiones que se hacen los agentes sociales acerca de la trasparencia de sus practicas. E sta linea de analisis designa una realidad en la cual se apoya la represen­tacion neoclasica del consum idor racional de espacio, No hay arb itra je individual entre las propiedades del entorno que se combinan de m anera diversa, sino coherencia de los com porta­m ientos en el seno de unos grupos sociales para los que la relacion con el espacio es global. Pero los modelos culturales construidos para designar esa coherencia encuentran su funda- mento en un lugar que no es el campo de las representaciones, a saber, en unas practicas concretas que generan al mismo tiem- po las situaciones de clase y la estructuracion m aterial de los espacios.

Si esto es asi, seria conveniente, desde el punto de vista me- todologico, comenzar cualquier analisis de los procesos de dife­renciacion espacial de los valores de uso urbanos por un estudio de la produccion de la ciudad y de las practicas espaciales de los diferentes grupos sociales,

Los hallazgos de la investigacion urbana en los ultim os diez anos nos proporcionan indicaciones teoricas y metodologicas para llevar a cabo ese analisis empirico. Recordemoslas breve- m ente para concluir.

3.1. Sistemas productivos y form acion de los espacios 1 de produccion y de residencia

Las estructuras mas determ inantes de los espacios urbanos son el resultado de los rasgos del sistem a productivo y de sus trans- formaciones. En las ciudades capitalistas, el proceso de division del trabajo es el encargado de proporcionar la clave de los fenomenos de especializacion internacional y regional de los espacios, asi como de los fenomenos, propios de cada aglome- racion, de competencia entre usos del suelo, que term inaran apareciendo en form a de m ercado del suelo.

Cada fase del desarrollo del modo de produccion puede estar caracterizado por una estruc tu ra especifica de las relaciones entre los productores, los medios de trabajo y los propietarios

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de estos Ultimos. Al m ism o tiem po, cada una de las form as suce- sivas de la division del trabajo determ ina las caracteristicas generales de las relaciones espaciales entre las actividades que la division del traba jo separa, en las distintas etapas de la pro­duccion, pero tam bien en la circulacion de m ercancias y de dinero. Del m ism o modo, de las caracteristicas de la division del traba jo se derivan las de los espacios productivos, asi como las de los tipos de m ano de obra que le son necesarios.

Por este motivo, el paso de la m anufactura a la gran indus- tria, y despues el del m aquinism o a la autom atizacion, con los fenom enos de centralizacion y concentracion del capital que los acompanan, no provocan unicam ente trastornos en el aparato de produccion, de distribucion de las m ercancias y de gestion de las actividades, sino que conducen tam bien a cam bios profundos en la division espacial del traba jo y, por tan to , en las estructu- ras urbanas.

E stas indicaciones siguen siendo hasta el m om ento muy abs- tractas. Su ap licaciona traba jos em piricos m uestra sin em bargo que hay una intim a relacion entre la estruc tu ra espacial de la ciudad y las transform aciones del sistem a productivo. Cada aglom eracion particular puede ser analizada como una articu- lacion de espacios de produccion -y de circulacion del capital— que corresponden cada uno a una fase de la division del trabajo. La com petencia entre las actividades econom icas por la disposi- cion de los espacios es, en principio, la lucha entre unas raciona- lidades en com petencia y diferentes, pues tienen que ver con logicas que corresponden a distintas fases de la division del trabajo y a categorias de agentes asociadas a ellas. Cada cual sabe, por lo demas, que cualquier tentativa de planificacion urbana solo puede existir transigiendo con las ((tendencias pro- fundas» del aparato economico o, m as exactam ente, con las ten­dencias y coyunturas de las luchas econom icas entre categorias de em presas por controlar y transform ar los espacios que ne- cesitan. Los espacios productivos conform ados en una fase de la division del traba jo y ocupados por las actividades y los agentes que le corresponden pueden convertirse en un obstaculo para el desarrollo de la fase que predom inara luego. Segun el caso, seran reestructurados o abandonados, pero la transfor- macion in terna del sistem a productivo seguira siendo el m otor del cambio de usos del suelo.

La conform acion de los espacios residenciales no es, sin em bargo, el resultado inm ediato de esas transform aciones del espacio productivo. Sin duda alguna, los rasgos particulares de

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la base economica de cada ciudad determ inan una estruc tu ra dada de las clases sociales y de los ingresos —y, por tanto, una segm entacion especifica de los m ercados de la vivienda— , un ritm o dado de las variaciones de la poblacion en sus diversos com ponentesm. Pero la distribucion de esa poblacion en el espacio urbano es efecto de sistem as especificos de produccion, que poseen su autonom ia y sus propias leyes de desarrollo. Se tra ta de sistem as de produccion de la vivienda, de los trans- portes y de los m edios de consum o colectivo. Dependen del Es- tado, en cierta m edida y en form as variables. El Estado contri- buye, pues, a la creacion de las condiciones socializadas de la form acion de los espacios residenciales. Pero no puede tra ta rse de una accion autonom a: se articu la necesariam ente con la logica de los agentes privados de la produccion de viviendas. Los sistem as de produccion de esta m ercancia esencial para la form acion de las estruc tu ras espaciales de la ciudad provocaran efectos propios en cuanto a la-distribucion espacial-de las cla­ses y las capas sociales.111 112. En otras palabras, la com petencia por el uso residencial del suelo no opone directam ente entre si a fam ilias consum idoras de espacio. Se lleva a cabo entre cons- % tructo res capitalistas, y entre estos y propietarios del suelo. En particular, cuando la form a dom inante de la produccion de la vivienda sea la prom ocion inm obiliaria capitalista, el sistem a productivo generara efectos claram ente autonom os en los cam- bios de uso del suelo. En ese caso, y dentro de unos limites que revelaran periodicam ente las crisis de sobreproduccion, la «de- m anda» seguira a la «o fe rta»alli donde sea m as rentable cons- tru ir. Ahora bien, es sabido que la ubicacion de las operaciones de los prom otores privados no esta determ inada por una logica de m axim izacion del precio de venta segun la cual las operacio­nes serian realizadas en las zonas de precios m as altos y las

111 Una parte de los flujos de inmigracion puede, sin embargo, ser el resultado de la expulsion de la poblacion rural como consecuencia de las transform aciones estructurales de la agricultura, sin correspondencia inme- diata con las necesidades del aparato productivo urbano.

112 Es un punto sobre el cual insiste M. Castells: «Lo cual equivale a decir que la estratificacion y la segregation urbanas no son la proyeccion directa en el espacio del sistema de estratificacion social, sino un efecto de la distribucion del producto entre los sujetos y del producto-vivienda en el espacio, asi como de la correspondencia entre estos dos sistemas de distribucion. Semejante perspectiva exige, pues, deducir la composition del espacio residencial a partir del estudio de su proceso de produccion, tanto a nivel de las formas urbanas como de la repartition entre ella de los sujetos» (Castells, 1972, p. 221. El subrayado es del autor).

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ubicaciones correspondientes, regulando asi el estado de la di­vision social del espacio. Ni tam poco lo esta por una logica de m inim izacion del coste social de la urbanizacion, segun la cual las ubicaciones escogidas serian las m ejor equipadas en infra- estructuras, siguiendo asi las orientaciones espaciales material- m ente trazadas por la historia. La ley de ubicacion de las opera- ciones de la prom ocion privada es diferente: es la maximizacion de la tasa de ganancia, basada esencialmente en la busqueda de la m axim a diferencia entre la plusganancia localizada y el precio del suelo 113. Por esa razon, esa form a de produccion no se adecua a la distribucion espacial de las capas sociales tal y como existe, sino que la transform a. A la inversa, ciertas form as de propie- dad de la vivienda —la propiedad rentista, en particu lar cuando se halla lim itada por el derecho de los arrendatarios a quedarse, pero tam bien la propiedad de ocupacion, especialmente la mas pobre— actuaran de m anera poderosa en el sentido de una resistencia a la transform acion del uso del suelo.

Indudablem ente, en un m om ento dado, esas relaciones so­ciales conflictivas en torno al uso del espacio pueden tom ar la form a de mercado. Pero no siempre ocurre asi: algunas zonas, en el centro o en la periferia, se caracterizan a veces por el hecho de no im plicar ninguna transaccion inm obiliaria; otras solo en tran en el m ercado por su contrario , la expropiacion. Algunos terrenos cambian de uso sin que medie una cesion real, dentro de grupos financieros e industriales. Pero, evidentemen- te, la m ayor parte de los terrenos son vendidos y comprados, lo cual da sentido al estudio de la formacion de los precios en el mercado inmobiliario. A condicioii. claro esta. de aue la obser­vation de los precios este acom panada de un analisis de su for­macion. Inicialm ente, en lo que respecta a la dem anda, a partir del calculo economico que determ ina sus decisiones en m ateria de ubicacion y, por lo tanto, de una m anera m as profunda, a p artir del proceso concreto de valorization de sus capitales; pero tam bien, en lo que respecta a la oferta, cuya logica de gestion es Dreciso analizar en funcion de la naturaleza concreta de las relaciones de propiedad afectadas.

E ste analisis de las transform aciones de los usos del suelo como resultado de las logicas sociales contradictorias puestas en practica por unos agentes concretos perm ite no aislar arbi- trariam ente los fenomenos de mercado. E n particular, no se descarta la «herencia del pasado» o los «factores instituciona-

113 Cf. Topalov, 1974, pp. 201-18.

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les» como residuos que vienen a pertu rbar de form a fastidiosa un modelo form al de ubicacion. E ste analisis los considera, por el contrario , en los mismos term inos que las transform aciones p ara las cuales suponen un obstaculo. Las racionalidades socia- les son plurales; esto se observa sobre el terreno.

3.2. Practicas de clase en el espacio urbano y diferenciacion espacial de los valores de uso

Las sucesivas form as dom inantes de la division capitalista del trabajo producen, pues, ^espacios productivos coherentes con ellas y,; por interm edio de los sistem as autonom os de produc- cion de la vivienda y de los equipam ientos colectivos de con- sumo, espacios especificos de reproduccion de una fuerza de trabajo diversificada. La formacion de espacios nuevos puede chocar con el obstaculo constituido por los espacios resultantes de las form as de la division del trab a jo anteriorm ente domi­nantes o de los modos de vida de las poblaciones urbanas. El conjunto de esos procesos es el resultado no solam ente de los m ovimientos del capital, sino tam bien de la resistencia social que estos suscitan y de las politicas estatales elaboradas a partir de las contradicciones generadas por esos cambios.

En el espacio urbano asi estructurado y diferenciado se or- ganizan practicas sociales espaciales, especificas de cada clase o capa social, que constituyen un elem ento de los modos de vida p a r tic u la rs , Tales practicas son al mismo tiem po el producto de la situacion de clase y de la estructuracion objetiva de los espacios 114. Asi, la ciudad tiene una historia que da form a a los espacios socialmente determ inados duran te largos periodos. Por esta razon, no puede entenderse la distribucion espacial de las familias como un proceso de asignacion sim ultanea de un stock de viviendas o ubicaciones a una dem anda diferenciada sola­m ente por su poder adquisitivo.

Esto explica tam bien por que es imposible clasificar las ubicaciones en funcion de una escala univoca de su respectiva

114 Mi proposito aqui es unicamente desarrollar las bases teoricas de un analisis sociologica de los modos de vida. El vocabulario que utilizo no debe llevar a subestimar la importancia del proceso de constitucion de las intenciones subjetivas que organizan las practicas (lo que Bourdieu, por ejemplo, llama el habitus), Ese proceso es esencial para explicar los modos de vida particulares que no son el producto directo de la situacion de clase y de las condiciones espaciales.

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utilidad, La pertinencia em pirica de los modelos neoclasicos de ubicacion solo es aparente: se apoya exclusivamente en la hipo- tesis de la centralidad, segun la cual el valor de uso disminuye a m edida que la ubicacion se aleja del centro, disminuyendo tambien, por consiguiente, su precio 115. Un examen minucioso de los resultados de los trabajos empiricos sobre los mercados del suelo en la ciudad m uestra que esa hipotesis es una simpli- ficacion abusiva. Los precios cambian en funcion de muchos otros elem entos diferentes a la distancia del cen tro. Cambian especialm ente segun la direccion geografica, que por lo general oculta la diversificacion de los espacios en terrninos de \a com_ posicion social de la poblacion residente y de la naturaieza de las actividades economicas dom inantes. La propia d istancia del centro incide de m anera d iferente en los precios segun e\ tipo de zona de que se trate: a ella se asocia una fuerte caida de k)s precios en zonas residenciales privilegiadas, pero no en las zonas de residencia obrera 116. Ademas, la dism inucion de los precios del suelo con la distancia del centro no puede ser imDutada directam ente a un «efecto de valor de uso». Es tam bien el re- sultado, a igual precio de las viviendas, de difereilcias conside­rables tanto en la presion ejercida por la com petencia de los usos del suelo «superiores» en la construccion residencial como en el costo de acondicionam iento del suela.

Clasificar las ubicaciones segun una escala hom ogenea de su utilidad im plica un criterio univoco de clasificacion. Los estu- dios em piricos que se basan en la problem atica de los factores del valor del suelo tropiezan todos con esa cuestion.

La accesibilidad es la variable que obtiene la unanim idad. Y se m odeliza la influencia de la distancia del centro sobre los precios. Pero el centro comercial solo es el lugar de trabajo

115 Ese punto es subrayado en forma muy pertinente por D. Harvey (Harvey, 1973, p. 189).

116 Evidentemente, ese es el principal resultado de los trabajos de H. Hoyt. Aunque sus principios metodologicos son muy diferentes, puede encontrarse un fenomeno similar en el estudio de J. J. Granelle sobre el mercado del suelo en Marsella. El factor distancia del centro influye menos en los precios del suelo que la ubicacion en las cuatro zonas radiales distinguidas en el estudio. Segun la zona radial de que se trate, influye de manera diferente en los precios. Si se mide la disminucion de los precios en funcion de la distancia del centro por el parametro a de un modelo de la forma log (precio) = a (distancia) + b, se comprueba que el valor de a es mayor en la zona de los barrios «residenciales» (-0,245 para los terrenos comprados por promotores, —0,220 para los terrenos compra- dos por particulares) que en la de los barrios industriales (respectiva- mente, —0,150 y —0,121) (Granelle, 1970, pp. 189-99).

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dominante de algunas categorias sociales; las eapas sdPeriores; los cuadros m edios, los empleados. Por 1° demas, nada asegura que, en todos los casos, esas categorias com pitan por hab itar lo mas cerca posible del centro; el espacio residencial de las capas superiores puede muy bien no incluir mas que una parte del centro de la ciudad y extenderse por la periferia; incluso, puede ser principalm ente periferico. Ademas, las zonas de tra- bajo de los obreros no coinciden con el centro comercial, de modo que la m inim izacion del tiem po de desplazam iento domi- cilio-trabajo puede corresponder entonces a una residencia del extrarradio, permaneciendo el centro de la ciudad fuera del es­pacio obrero.

Otro « fac to r» a l que a m enudo se invoca es el nivel de los equipam ientos urbanos. Sin duda alguna, hay una diversidad m aterial de los equipam ientos disponibles segun las zonas, desde el punto de vista cuantitativo y cualitativo. Pero, con to da segu- ridad, la correlacion no puede ser in terp re tada en term inos de causalidad directa: es porque hay una coherencia entre el sis- tem a de equipam ientos y las caracteristicas sociales de la pobla- cion residente por lo que el nivel de equipam ientos esta relacio- nado con el precio. Mas claram ente aun, la invocacion del «pres- tigio social» de una zona urbana — medido en particular por la proporcion de cuadros superiores en tre los residentes— es pura- m ente tautologica.

La dificultad con que tropiezan esas tentativas proviene de una doble fuente. E n prim er lugar, la diferenciacion social de los espacios es el resultado, como se dice, de la «h istoria»117. El funcionam iento corriente del mercado — tanto desde el an- gulo de la o ferta como de la dem anda— depende de la fo rm a en que han sido m arcadas las distintas ubicaciones por los cambios historicos de los espacios productivos y residenciales. En segundo lugar, y sobre este punto quiero insistir, la idea de una escala uniform e de valores de uso urbanos para los usuarios de la vivienda es un simple artificio. Incluso si se acepta que aun queda mucho por analizar a este respecto, se observa una coherencia entre la situacion de clase y las practicas espaciales. Esto significa que las multiples caracteristicas cualitativas de una ubicacion se organizan como un valor de uso concreto sola- m ente en una practica, en un modo de vida particular. Es valor

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117 Un constructor de modelos como R. F. Muth comprueba — < amar- gamente?— «la importancia de la herencia del pasado en el modelo de usos del suelo urbano» (Muth, 1969, p. 90).

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de uso aquel objeto requerido por la posicion y la situacion de clase 118 119: un obrero no dara un centim o de mas por estar mas cerca de los salones de te, ni un cuadro superior por no estar lejos de los talleres u9. Significa esto que no es posible clasificar las ubicaciones por orden de utilidad en una dimension univoca, ni concebir una com petencia generalizada entre las fam ilias por los lugares m as deseados por otros 120*# La aparente pertinencia de esta representacion proviene sim plem ente del hecho de que los precios (de la vivienda o del suelo) form an por definicion un continuo, pero la homogeneidad del espacio de los precios no puede ser traducida en term inos de homogeneidad del espacio real..

118 Es una indicacion tnetodolbgica esencial que da D. Harvey, al discu- tir Ids modelos neoclasicos: «Cada individuo o grupo determinara de manera diferente el valor de uso. Solo cuando se reunen las caracterlsticas de las personas y las de la vivienda, el valor de uso adquiere su verda- dero sentido. Los valores de uso reflejan una mezcla de exigencias y nece- sidades sociales, de configuraciones individuals, de habitos culturales y de estilo de vida, etc., lo que no quiere decir que sean el producto arbi- trario de la «pura» soberania del consumidor. Pero los valores de uso se configuran esencialmente en relacion con lo que podria llamarse el «sis: tema de sustento)) (life support system) del individuo. El valor de uso, en- el sentido corriente, «esta fuera de la esfera de la economia pobtica)). Es esencial entender como funciona ese sistema de sustento. Pero, cual- quiera que sea la sofisticacion de nuestra comprension del sistema, no podemos producir sin su ayuda una teoria adecuada del suelo urbano)) (Harvey, 1973, p. 160).

119 Esta formula solo trata de dar una idea. Pero es tambien una reali­dad en el nivel de las representaciones: los obreros de un barrio popular de Paris no se imaginan viviendo en los barrios burgueses, y por tanto no tienen ningun deseo de vivir en ellos (Coing, 1965, pp. 43-48), ni tampoco los obreros del extrarradio desean ir a vivir en las zonas «residenciales» (Cornuau, et al., 1965, pp. 4966). Por lo que se refiere a los cuadros, es evidentemente inutil apoyar la afirmacion en resultados de encuestas.

120 Los estudios sobre la movilidad residencial muestran que los despla- zamientos se llevan a cabo entre zonas urbanas con un estatus social equivalente y, en la medida de lo posible, lo mas cerca que se pueda del antiguo lugar de residencia (cf. los resultados comentados en Castells, 1972, pp. 230-31).

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5. RENTAS DEL SUELO Y DINAMICA DE LOS PRECIOS DEL SUELO EN EL ESPACIO URBANO

El procedim iento adoptado a lo largo de este traba jo se opone a todo intento de « transposicion»de la teorla de la ren ta del suelo agricola a las condiciones urbanas. Se ha tratado mas bien, partiendo de la elaboracion de los clasicos y de M arx sobre la agricultura, de establecer un concepto de ren ta en su generali- dad, es decir, definido por unas relaciones sociales y no por las figuras particulares que tom a la ren ta del suelo en tal o cual sector de actividad.

E n ese orden de ideas, una presentacion sintetica de los re- sultados obtenidos en m ateria de teoria de las rentas del suelo urbano sera el resultado de una especificacion de los elem entos teoricos generales introducidos al comienzo de este libro. Para que sea posible esta tentativa, sera m enester descartar —es de­cir, hacer estallar en diversas dim ensiones— la nocion esponta- nea de «renta de situacion» (§ 1). A p a rtir de ahi, se desarro- llara un analisis de los tipos de rentas del suelo en la ciudad capitalista (§ 2). La articulacion de esas rentas en la dinamica del mercado del suelo nos perm itira, entonces, encontrar de nuevo la form a principal de la ren ta urbana hoy en dia: el precio del suelo (§ 3).

I. UN SEUDOCONCEPTO : LA ((RENTA DE SITUACION»

Tratandose del trigo, las cosas son simples y fueron fijadas en lo esencial por los teoricos clasicos de la ren ta del suelo agri- cola: si la ren ta esta diferenciada en el espacio, esto se debe a la combinacion de dos factores principales: la fertilidad de la tie rra y su ubicacion con respecto al mercado b Precio de mer-

! Marx senala esas dos «causas generales)) a las que pueden anadirse otros factores de diferenciacion de los costos, como: la tributacion locali- zada, la desigualdad de desarrollo entre regiones, la acumulacion desigual entre arrendatarios agricolas (Marx, 1981, vol, 8, p. 836). Como se sabe,

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cado unico del producto, costes de produccion y de tran sp o rts desiguales, rentas diferenciales.

Pero, en la ciudad? Varios usos del suelo estan en compe- tencia, y para cada uno de ellos cambian, segun la ubicacion, no solo los costes y las densidades sino tam bien los precios de mercado. Por tanto, todas las rentas son «diferenciales», pues varlan de un punto a o tro de la aglomeracion y en tre el limite de esta y su periferia agricola. Si «el suelo no es la tie rra » 2, es porque en el espacio urbano la fertilidad pierde toda validez y el unico « fac to r» d e la renta-que queda es la «situacion», la «posicion», la «accesibilidad». La ren ta urbana es, por tanto, una ren ta de situacion, diferencial por definicion.

E sto es lo evidente: segun los puntos del espacio urbano, varia el nivel de plusganancia localizada realizable para cada uno de los posibles usos del suelo y, en consecuencia, todo punto del espacio se encuentra situado —en un m om ento dado— en una je ra rq u ia univoca de las rentas. Es lo que indica la nocion descriptiva de ren ta de situacion. No hay duda de que en la ciudad la ren ta del suelo depende fundam entalm ente de la situacion. Todo el problem a es saber comoi

No plantear este interrogante equivale a darle una respuesta, pues la nocion de renta de situacion no es unicam ente descrip­tiva, sino que al mismo tiem po constituye una representacion configurada en la practica de los agentes sociales y un concepto construido en el cam po de la teoria neoclasica.

Escuchemos a H urd, el padre de la economia del suelo ame- ricana, cuando form ula el axioma con toda tranquilidad:

Como el valor depende de la renta economica, la renta economica de la ubicacion, la ubicacion de la comodidad y la comodidad de la proximidad, podemos eliminar las etapas intermedias y decir que el valor depende de la proximidad 3.

El valor es, entonces, la utilidad de la ubicacion para quien hace uso de ella: en la term inologia que he adoptado, toda ren ta u r­bana es, por tanto, una ren ta de monopolio determ inada por el m ercado y, en ultim a instancia, por la demanda. No hay, pues, ninguna necesidad de llevar a cabo el analisis de las relaciones de produccion en las que se construye la ciudad para compren-

Marx solo desarrollo la teoria de la renta diferencial a partir de las diferencias de fertilidad. Es evidente, sin embargo, que esa teoria integra sin dificultad la combinacion de los otros elementos.

2 Segun la afortunada expresion de J. Canaux (Canaux, 1951).3 Hurd, 1903, p. 13.

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der la renta. E sto se vera con toda claridad en los modelos neo- clasicos de formacion del precio del suelo urbano: la nocion de ren ta de situacion sustrae el analisis de la ren ta urbana de la teorla del valor y lo incluye en la teorla de los precios y del m ercado..

La im portancia prim ordial de la situacion en la form acion de las rentas urbanas no ha escapado evidentem ente a los autores que han em prendido el analisis de estas con ayuda de los con- ceptos de Marx. Pero la ausencia de critica a la nocion de renta de situacion ha llevado a muchos de ellos a no pocos sinsabores.

'* E n las desventuras del concepto de ren ta diferencial puede descubrirse una form a corriente de confusion. P ara Marx, la ren ta diferencial se forma, sobre la base de un precio uniform e del producto, como resultado de una diferencia espacial en el precio de producciorEU A partir de ese punto, se realiza un cambio de sentido: al p lantear que toda diferenciacion espacial de la ren ta del suelo indica una ren ta diferencial, se bautiza de esa m anera lo que se produce como efecto de las diferencias espaciales, no ya como costes sino como precios. Y esos precios de valores de uso diversos, cuyo coste de produccion es identico, estan determ inados en el m ercado por la dem anda, Analisis mar- ginalista de cabo a rabo, disfrazado con un vocabulario marxista, es la tesis dom inante entre los investigadores italianos que se ocupan de la ren ta del suelo urbano, los cuales denuncian la apropiacion ilegitim a de las rentas de situacion por los propie- tarios, por ejem plo G. Campos Venuti o N. Ginatempo 4 5. El mis-

4 Ese es evidentemente el fondo de todos los analisis que Marx con- sagra a la renta diferencial agricola (cf. Marx, 1981, vol. 8, pp. 823-949). Cuando aborda de manera sucinta la renta del suelo urbano, es preciso admitir que da implicitamente al concepto de renta diferencial la acepcion extensiva —renta de monopolio diferenciada segun la ubicacion— que yo rechazo aqui.. Asi, en un comentario marginal a un texto de Adam Smith sobre el alquiler de las casas, Marx anota: «La situacion de las fincas tiene, en lo que se refiere a la renta diferencial en los alquileres de casas, la misma importancia que la fertilidad y la situacion en cuanto a la renta agricola» (Marx, 1974, vol. 1, p. 521). Asimismo, afirma en El capital, a proposito de la renta en los terrenos edificables: «Esta renta se caracte- riza, en primer lugar, por la influencia preponderante que la ubicacion ejerce en este caso sobre la renta diferencial» (Marx, 1981, vol. 8, p. 983).

5 «La renta diferencial depende (...) de la situacion de cada terreno en particular dentro de la aglomeracion urbana, situacion en virtud de la cual los terrenos resultan en el mercado mas o menos deseables para los compradores» (Campos Venuti, 1967, p. 32). «[La renta diferencial] esta relacionada con las ventajas diferenciales ofrecidas por el territorio, ya sea como medio de produccion, ya sea como bien de consumo escaso y diferenciado)) (Ginatempo, 1975, p. 46). M Allione, quien hace la misma

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mo procedim iento caracteriza en este punto los analisis de F. Lam arche, en Canada, y de L. Perceval, en Francia: tan to para uno como para otro, la diferenciacion de los precios de la vi- vienda segun su ubicacion es el fundamento de la ren ta diferen- cial; pero esta diferencia de precios es el resultado de la dife- rencia del coste de los equipam ientos publicos existentes en cada punto. Asi, el precio de la vivienda incorporaria en form a de ren ta (privada) el coste (publico) las carreteras y las es- cuelas 6.

E sta confusion entre ren ta de monopolio —por diferencia­cion de los precios— y ren ta diferencial — por diferenciacion de los costes— no ha escapado a otros autores. Por regia general, esta m ayor claridad conceptual les lleva a descartar el concepto de ren ta diferencial como no pertinente, o por lo menos secun- dario, y a tener en cuenta unicam ente la diversificacion espacial de los precios de m onopolio como base de la diferenciacion de la ren ta urbana. Es el caso de S. Clarke y N. Ginsburg en el Reino U nido7, y A. Lipietz 8 y C. Pottier ? en Francia]

amalgama terminologica, deriva de ella esta consecuencia teorica: «La renta diferencial en el caso urbano se explica mejor con la definicion de Marshall que con la de Marx» (Allione, 1972, p. 43).

6 Lamarche, 1972, pp. 27-28; Perceval, 1972, pp. 121-22. El juego de manos para unir precio de monopolio y teoria del valor es insostenible: si bien se puede concebir que el valor de uso de los equipamientos publicos cir- cundantes incide en la determinacion de los precios de mercado de la vivienda, no puede haber ninguna relacion directa, en general, entre su valor de cambio (importe del capital publico desvalorizado) y el importe de la renta.

7 «E1 punto esencial a proposito de la renta diferencial es que no afecta al precio de la mercancia en cuestion. La renta en los terrenos edificables, por el contrario, no puede ser determinada sin hacer referencia a la demanda del consumidor. Esta representa, por esencia, la prima que un consumidor esta forzado a pagar por una vivienda en una ubicacion par­ticular. Por consiguiente, debemos considerar quiza la renta en los sola- res para edificar viviendas (house ground-rent) como una renta de mono- polio determinada por 'las necesidades y el poder adquisitivo del com­prador' (Marx)» (Clarke; Ginsburg, 1975, p. 8).

8 Si bien A. Lipietz formula muy claramente la distincion entre renta de monopolio formada en el mercado (atributo al estilo de Engels») y renta absoluta formada en la produccion («tributo al estilo de Marx»), reintroduce una ambigiiedad conceptual cuando estudia la variacion de la renta en el espacio: «En el proceso de circulacion (realizacion), la ubica­cion del terreno en la division social del espacio determinara el precio de venta: es el tributo diferencial de situacion social (...) Ese tipo de modu­lation del tributo del suelo se halla indisolublemente ligado al tipo de fuente 'al estilo de Engels' del tributo del suelo» (Lipietz, 1974, pp. 143 y 147. El subray ado es del autor).

9 Al tiempo que senala la existencia de rentas diferenciales segun los

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Se observa, pues, que los analisis m arxistas de la ren ta del suelo urbano a m enu do integran la nocion de ren ta de situacion tal y como aparece en el nivel de lo evidente; es decir, como efecto de la dem anda sobre los precios. Y esto ya sea sin decirlo — bautizando como rentas diferenciales a las rentas de m onopo­lio—, ya sea reconociendolo, pero en ambos- casos, rem itiendo im plicitam ente el campo estudiado a la problem atica neoclasica.

Es, pues, necesaris descomponer la nocion de ren ta de situa­cion en una serie de relaciones sociales y de tipos de ren ta que amalgama. Pues si la ubicacion m odula el im porte global de las plusganancias realizables en cada punto del espacio, no deter- m ina del mismo modo cada uno de los com ponentes de la plus- ganancia localizada.

En un m om ento dado, es la ubicacion de un terreno la que hace posible su destino a un determ inado uso que produce ga- nancia: la agricultura, la construccion de viviendas, la implan- tacion de comercios o de sedes sociales de empresas. La situa­cion es, pues, desde un principio la que determ ina si las plus­ganancias sectoriales que corresponden a esos diferentes usos del suelo en competencia pueden ser o no realizadas en ese punto del espacio. Asi, de la ubicacion depende la posibilidad ,» o no de form acion de las diversas rentas absolutas.

Para cada uno de los usos especlficos del suelo, sera la situa- ^ cion la que determ ine eventualm ente un precio de produccion localizado del bien o servicio diferente al precio de produccion social regulador. La ubicacion tam bien determ ina, pues, unas plusganancias de productividad que se pueden transfo rm ar en rentas diferenciales.

Finalmente, tam bien la ubicacion perm ite la form acion de I precios de monopolio que se pueden transfo rm ar en rentas de | monopolio, cuando presenta ventajas de valor de uso, no repro-ducibles y no sustituibles, m ientras que una dem anda solvente por encim a del precio regulador com pite por acceder a esas ventajas.

Asi, la «situacidn» produce una trip le diferenciacion: de las posibilidades de uso del suelo; de los costes de produccion de ‘ un valor de uso homogeneo; y de los precios de m ercado de un

costos, C. Pottier plantea claramente el hecho de que la renta «diferencial» urbana no es la definida por Marx, sino una renta de monopolio: «A cada situacion corresponde un cierto tipo de vivienda, un cierto nivel dedemanda solvente y precios dados de la vivienda y del terreno. En ese sentido, los conceptos de Marx deben ser modificados, siendo el caso general el de la renta diferencial de monopolio» (Pottier, 1975, p. 93>

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valor de uso no homogeneo y no reproducible.! E stos diferentes procesos de formacion de las rentas son fundam entalm ente dife­rentes, incluso si el resultado global conduce a una jerarquiza- cion univoca del espacio en un instante dado, que tiende a ex- presarse en los precios de transaccion de los terrenos y de los inmuebles.

II . TIPOLOGIA DE LAS RENTAS DEL SUELO URBANO 10

El analisis de las modalidades de form acion y de fijacion de las plusganancias ha perm itido distinguir tres categorias abstractas de plusganancias localizadas, susceptibles de ser transform adas en rentas del suelo: la, re n ta absoluta, fijacion de una plusga- nancia sectorial cuando una de las condiciones de la valorizacion es no reproducible y monopolizable; la ren ta diferencial, fijacion de plusganancias de productividad surgidas de condiciones-exte- riores al capital, que m odulan en el espacio los costes de pro­duccion de un mismo bien; la—renta de monopolio, fijacion del excedente del precio de m ercado por encim a del precio regu- lador de un bien cuya ubicacion no puede ser reproducida.

Para poder aplicar esos conceptos abstractos al analisis de las form as concretas de la ren ta en la ciudad capitalista, es necesario previam ente detenerse en los diferentes ciclos de va­lorizacion de los capitales a los que corresponde lo que se ha convenido en describir em piricamente como los «usos del suelo urbano.. Dado que toda ren ta presupone la form acion de una plusganancia localizada, es necesario ante todo precisar en que puntos del ciclo puede aparecer esa plusganancia.

E n p rim er lugar, hay que construir: con muy pocas excep- ciones, todos los usos urbanos del suelo suponen un edificio. ^ P Ip Pr<?ducci6n de este, produccion m aterial y, al m ismo tiem- po, de valor y plusvalor, apareceran posiblem ente algunas plus­ganancias: una plusganancia sectorial ligada al caracter arcaico de la industria de la construccion y unas plusganancias diferen- ciales ligadas a la variation espacial del coste de urbanization del suelo y del coste de construccion del edificio.

Al salir de la produccion, el edificio puede ser objeto de dos grarides "categorias de utilization: el consumo final o el consumo

10 Agradezco a David Harrey la discusion de una version anterior (To­palov, 1974 a) del desarrollo que sigue: me ayudo mucho a clarificar su exposicion. Como de costumbre, aclaro que los errores teoricos siguen siendo mios.

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productivo (de ganancia). Segun el caso, las modalidades de for- macion posterior de nuevas rentas seran profundam ente dife- rentes.

Las viviendas son objeto de un largo proceso de consumo no productivo, tratese de viviendas populares que en tran en la re- produccion de la fuerza de trabajo, o de residencias ocupadas por las diversas capas de la burguesia. E n esa clase de uso, la circulacion de la niercancia no va acompanada de produccion de valor, ni de produccion autonom a de ganancia: independien- tem ente de que la vivienda sea alquilada o vendida a su ocu- pante, el capital de circulacion invertido en el ciclo (capital inm obiliario ren tis ta o capital de prestam o) es rem unerado so- b re la base del tipo de interes. No obstan te , desde su llegada al m ercado, una parte de las viviendas pueden ser vendidas a un precio de monopolio que se desvia del precio regulador deter- m inado en la produccion, en aquellos casos en los que la ubica- cion no sea sustituible y en que un poder adquisitivo suficiente de la dem anda lo perm ita. j^dem as, a lo largo del periodo de consumo de la vivienda —que puede ser indefinido— las condi- ciones generates de la produccion J las condiciones localizadas del m ercado pueden evolucionar de tal m anera que el precio corriente de las viviendas se autonom ice de su precio original, haciendo aparecer asf lo que se convendra en llam ar una ren ta inm obiliaria.

Otros edificios son utilizados, por el contrario, como medios de produccion de valor — edificios industriales— o por lo menos de ganancia — locales com erciales, oficinas. Constituyen, para los capitales que los utilizan como soporte espacial de su valo- rizacion, un elem ento de capital constante. Pero, al m ismo *iem‘ po, la ubicacion del inm ueble de acceso a efectos utiles de agl°‘ m eracion que pueden producir diversos tipos de consecuencias* Si son la condition m ism a de la actividad de sectores que pre- sentan una plusganancia estructural, esta u ltim a puede ser fi- jada parcialm ente en fo rm a de ren ta del suelo; esto es lo que sucede en el caso de la plusganancia sectorial de las actividades bancarias y financieras, en la m edida en que se ven obligadas a ubicarse en el centro comercial. Si los efectos de aglomeracion generan una diferenciacion espacial de los costes de produccion de los bienes o servicios, las plusganancias que surgen pueden ser fijadas como rentas diferenciales. Si eventualmente las em- presas se ven forzadas a ubicar su sede social, por ejem plo, en ciertos em plazam ientos unicos o dificiles de sustituir, se pueden

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form ar, entonces. precios de m onopolio susceptibles de ser trans- form ados en rentas de monopolio.; Se ve, pues, que varios procesos de valorizacion del capital -pueden articularse en un m ism o punto del espacio, produciendo rentas «en cascada» 11. Aunque estas pueden ser determ inadas en el m om ento de la construccion del inm ueble, todas ellas — incluidas las que surjan solo en el m om ento del uso capitalista del edificio— pueden ser incorporadas al precio por el prom otor inm obiliario y, por tanto, reivindicadas con anterioridad por el propietario del suelo. Es, pues, la sum a del conjunto de plus- ganancias localizadas en cada uso posible de un terreno dado,

,, en un m om ento determ inado, la que regula a la vez la ren ta y el precio del suelo y determ ina cual de los usos en com petencia lograra imponerse.

En esas com petencias los equipam ientos publicos —de infra- estruc tu ra o de superestructura— tienen reservado un destino particular. Ya sean la base de un consumo final o de uno pro­ductive, lo que los caracteriza es que el objeto inm obiliario pro- ducido —la carretera, la escuela, el puerto— no circula como m ercancia, o bien circula a un precio que es posible en virtud de la desvalorizacion de capital facilitada por el gasto publico. E n esas condiciones no puede haber form acion de ren ta abso- luta; la plusganancia sectorial eventual —e incluso el propio precio de produccion— pasa totalm ente a la nivelacion. Por ello,

das colectividades publicas deben pagar los terrenos para la construccion de equipam ientos <<al precio de mercado», es decir, a un precio que no esta determ inado por el uso publico del

j terreno, sino por un posible uso capitalista de este.

Christian Topalov

1. Diferenciacion espacial de los usos del suelo y rentas ahsolutas urbanas

En la ciudad, donde com piten una pluralidad de usos capitalis- tas del suelo, pueden surgir diversas rentas absolutas; en efecto, todo proceso de valorizacion del capital que p roduce una pius. ganancia sectorial puede generar una ren ta absoluta especifica, si tal proceso se encuentra condicionado por valores de uso

11 Los investigadores franceses deben a J. Lojkine el haber revelado la posibilidad de rentas del suelo surgidas en el proceso de circulacion del capital y, por consiguiente, %1 haber acunado la expresion de «rentas en cascada», indispensable para el analisis de las rentas urbanas (cf. Loj­kine, 1971).

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Rentas del suelo y d in a m ic a de los precios del suelo 111

urbanos no reproducibles — accesibles solam ente en un espacio dado— y monopolizados por una propiedad territorial que opone una resistencia efectiva al capital. Esas rentas ab sq lu ta^ es tan jerarquizadas como lo estan las tasas de ganancia originales del capital segun su-esfera de valorizacion: se im ponen, pues, como reguladoras de la compeiencia espacial entre los diversos usos capitalistas del suelo.

1.1. Ausencia de ren ta absoluta en la produccion industrial

N um erosos sectores de la produccion presentan caracteristicas estructurales de tal naturaleza que producen una plusganancia in terna o se apropian de una plusganancia por transferencia de los otros sectores: es el caso de los sectores «atrasados» con baja composicion organica de capital; es igualm ente el caso de la gran industria m onopolista. Sin embargo, po r regia general, esas plusganancias sectoriales no se fijan en form a de renta absoluta. £Por q u e ? ia. Porque la industria no encuentra la resis­tencia de la propiedad te rrito ria l por dos razones relacionadas entre si: su m ovilidad espacial y el caracter no recurrente del obstaculo territorial.

Sin duda, la produccion industrial supone siem pre condi- ciones espaciales externas: una concentracion de m ano de obra, una red de transporte de m ercancias y de recursos energeticos. Ningun capital particular puede, ni siquiera en conexion con el Estado, reproducir totalm ente esas condiciones de su valoriza- 12

12 Por tanto, no hay por que sorprenderse de que la renta absoluta no aparezca en todas las ramas productivas con baja composicion organica, como lo hace A. 3. Scott: ((Ademas, cualquier intento de transferir el concepto de renta absoluta al suelo urbano debe revelar la debilidad final e irrevocable del concepto en general. Pues toda produccion, incluida la produccion industrial, requiere suelo como condicion fundamental de existencia. Sin embargo, si el poder de la propiedad privada permite a los propietarios del suelo interceptar la diferencia entre valor y precio de produccion en todas las actividades economicas en las que la composicion organica del capital sea inferior a la media, entonces el conjunto del proceso de nivelacion de la tasa de ganancia se veria perturbado. La con- secuencia ultima seria que, mediante un proceso de reajuste, la tasa de ganancia seria reducida a cero y el volumen total del plusvalor des- apareceria en forma de renta absoluta» (Scott, 1976). Ese genero de para- dojas son, a mi parecer, el resultado de una traduccion del analisis mar- xista en un «modelo» en el que ciertas relaciones formales ligan magni­tudes arbitrarias, pues el espacio de los flujos de valores ya no esta uni do a la estructura real de las fuerzas productivas y de las relaciones de produccion.

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cion: una parte de estas necesariam ente existe con anteriori- dad, y de m anera desigual segun la ubicacion. E sta ausencia de homogeneidad del espacio para el capital industrial, combinada con la diversidad de etapas de la division del traba jo segun las em presas, origina una diversificacion de los precios de produc­cion localizados, y engendra a la vez unas plusganancias diferen- ciales y un movimiento del capital en el espacio para apropiar- selas, movimiento que tendera, ademas, a desaparecer. E sta mo- vilidad es prueba del hecho de que, cualquiera que sea la escala geografica considerada —una ciudad, un pais, el m undo capita- lista— todo el espacio esta disponible para la im plantacion in­dustrial; los cambios en la division capitalista del traba jo y en los sistem as de transportes y comunicaciones que requieren libe- ran precisam ente cada vez mas al capital industrial de toda restriccion espacial. Por tanto, los establecim ientos podran dejar las zonas tradicionales de abastecim iento de m aterias prim as o energia, concentrandose en las ciudades la mano de obra cuali- ficada, para em igrar hacia las pequenas ciudades, al campo o a las regiones dominadas. La integracion de las actividades de produccion, circulacion y financiacion en los grupos multina- cionales perm ite y acelera ese despliegue espacial de la pro­duccion.

En esos movimientos espaciales, la industria no encuentra generalm ente resistencia por parte de la propiedad territorial. El problem a de la liberacion del suelo se p lantea de una vez por todas al capital industrial: en la mayoria de los casos, las em ­presas son propietarias de su terreno, por lo que pueden des- arrollarse sin obstaculos externos un num ero indefinido de ciclos productivos. Ademas, en el m om ento de la p rim era implantacion es con frecuencia un organismo de caracter publico el que pro- porciona a la industria un terreno equipado o, por lo menos, elim ina la resistencia eventual de la propiedad territo ria l (me- diante una reglamentacion de usos del suelo o una expropiacion, por ejemplo).

En consecuencia, al no encontrar la movilidad espacial de los capitales practicam ente obstaculos externos y circular las mercancias en un m ercado mundial, el precio regulador en cada sector tendera a ser fijado por el precio de produccion en las condiciones mas favorables de localizacion; las eventuales plusganancias sectoriales no se fijaran como rentas absolutas y las plusganancias diferenciales de localizacion quedaran someti- das a un movimiento perm anente de formacion y anulacion.

La industria, al no soportar una ren ta absoluta, tendera por

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tan to a ser elim inada en el espacio urbano de las zonas d r mi plantacion de las actividades productoras de ganancia quo pur den y deben pagarla.

No ocurre lo mismo con otras actividades economicas urba- nas esenciales: la construccion de edificios y las actividades bancarias y financieras.

Rentas del suelo y dinamica de los precios del suelo “ ‘J

1.2 . La ren ta absoluta en la construccion

La produccion capitalista de edificios genera, en las relaciones de produccion dom inantes que caracterizan a la ciudad m oderna, una prim era plusganancia sectorial que puede transform arse en renta"absoluta:

Esa plusganancia sectorial esta constituida por el excedente del valor por encim a del precio de produccion de los. edificios. En efecto, la construccion se caracteriza, en el conjunto de los paises capitalistas, por un bajo desarrollo de las fuerzas produc­tions y d e las relaciones de p roduccion13.

— La division del traba jo predom inante es de tipo manu- facturero: especializacion en gremios de oficios que no han cam- biado desde el modo de produccion artesanal; estru c tu ra de la mano de obra basada en la pareja obrero especializado-peon; explotacion basada principalm ente en el plusvalor absoluto.

— La composicion organica del capital correspondiente es b aja y el plusvalor producido superior a la ganancia media.

— La concentracion del capital es lim itada, asi como la do- m inacion directa del capital financiero sobre las empresas.

La mecanizacion de fases significativas del proceso de tra ­bajo y, por tanto, el paso a la fase de la gran industria, global- mente no se ha cumplido: la busqueda de plusganancia por parte de las grandes em presas de la construccion, de los produc- tores monopolistas de m ateriales de construccion y del capi­ta lis ta financiero ha tornado rum bos distintos de la revolucion de las formas de produccion.

Ese bloqueo del desarrollo capitalista del sector que trae consigo la produccion de una plusganancia sectorial original o interna— se debe principalm ente a la necesidad de suprim ir el obstaculo territo ria l antes de cada ciclo de produccion: como resultado, aparecen relaciones de produccion en las que la pro-

13 Cf., por ejemplo, Lipietz, 1974. pp. 125-33; Ascher y Lucas, 1974; Lafond y Leborgne, 1977.

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piedad del suelo —la del propietario-rentista antano, la del pro­m otor actualm ente—, continua controlando parcialm ente el pro- cesp.de produccion y, por consiguiente, puede apropiarse de la totalidad o de parte de la plusganancia sectorial en form a de ren ta absoluta. En la fase m onopolista, esa transferencia viene a articularse a la sustraccion de plusvalor realizada por el capi­tal bancario. Como consecuencia, se frena la acumulacion de capital productivo y se acentua el desarrollo desigual del sector con respecto a aquellos en los que domina directam ente el gran capital industrial.

Se observa, ademas, que el tipo de acumulacion es muy dife­rente en la construccion de viviendas en com paracion con las obras publicas y la construccion de edificios industriales 14 15. Los productos son, en el segundo caso, directam ente necesarios para la gran produccion capitalista; el Estado asegurara la elimina- cion del obstaculo territo ria l, lim itara la ren ta y la financiaray asegurara en ciertos casos la circulacion no m ercantil del producto m ediante capital desvalorizado. E n esas circunstan- cias, el sector que produce esos valores de uso puede desarro- llarse sin tropiezos; las em presas se industrializan y se con- centran.

Para que la plusganancia sectorial en la industria de la cons­truccion se fije como ren ta absoluta, es necesario, en efecto, que las relaciones de produccion en el sector posean una form a determ inada: aquella en la que el capital que origina la opera- cion de construccion es autonom o con respecto a la propiedad del suelo y se enfrenta a ella como a un obstacul0; es decir, la form a de produccion que he denominado la prom ocion inmo- biliaria l5.

En otras palabras, no hay ren ta absoluta en las anteriores form as dominantes: tan to cuando el propietario del suelo cons- truye o hace que los artesanos de la construccion construyan un inm ueble destinado a su propio uso, como cuando el propie­tario del suelo hace constru ir un inmueble de renta, valorizando asi su terreno y su dinero como capital inmobiliario. En el pri­

14 Ese punto es senalado por F. Ascher y J. Lacoste en el caso frances (Ascher y Lacoste, 1974, pp. 47-51).

15 En esa forma de produccion, un capital diferente a la propiedad del suelo libera a este ultimo y organiza y financia la produccion de las viviendas que van al mercado. Es este el speculative builder de la termi- nologia britanica, ya se trate de una empresa de construccion parcial­mente financiada por prestamos bancarios, o de un promotor «a la fran- cesa» diferente a la empresa (cf. Topalov, 1974, pp. 274-85).

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m er caso, hay produccion de un simple valor de uso, y el mer- cado de inmuebles aun no se ha desarrollado. Puede form ularse la hipotesis de que las prestaciones de los artesanos son pagadas globalmente por su valor, si bien no estan ligadas a la renta feudal. E n el segundo caso, es tam bien la propiedad del suelo la que organiza la produccion, pero esta vez con vistas a la valorizacion: en esas relaciones de produccion, las cantidades producidas no se encuentran reguladas por el libre movimiento del capital sino por la propiedad del suelo. Su logica de com- portam iento y su falta estructural de capital dinerario daran por resultado fuertes deficits de vivienda en las fases de creci- miento de la poblacion urbana y, en consecuencia, la form acion de precios de monopolio.

Todo cambia cuando la form a dom inante de produccion es la prom otion inm obiliaria. El capital se enfrenta ahora a la p ro­piedad del suelo como a un obstaculo externo, m ientras que en la configuration an terior es la propiedad del suelo la que incluye al capital como obstaculo interno. La produccion tiende enton- ces a ser regulada por el m ovimiento del capital, el cuai supri- m ira el desequilibrio en tre la oferta y la dem anda solvente de viviendas y, por tanto, elim inara los precios de monopolio por lo menos para una parte del m ercado 16. Al mismo tiempo. apa- recera el m ercado capitalista del suelo y la renta absoluta de la construed on. Desposeida del control d e la valorizacion del suelo, la propiedad territo ria l podra apropiarse total o parcialm ente de la diferencia en tre el valor y el precio de produccion del inm ueble en form a de ren ta absoluta.

1.3. La ren ta absoluta en las actividades de circulacion

La utilization de los edificios por los capitalistas que ofrecen servicios en la circulacion del capital genera en la fase monopo- lista un segundo tipo de plusganancia sectorial susceptible de ser transform ada en ren ta absoluta. La diferenciacion de una esfera de nivelacion de la ganancia caracteristica de los grupos financieros y, por lo tanto, el surgim iento de la plusganancia m onopolista se encuentra asociada a la diferenciacion espacial de las actividades de circulacion en el seno de la ciudad capitalista. La cen tralization del capital dinerario y del dinero que corres-

16 Es la tendencia al paso del «tribute* al estilo de Engels* al «tributoal estilo de Marx» senalado por A. Lipietz (Lipietz, 1974, pp. 125-28).

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ponde al capital bancario, su transform acion en capital pro­ductive bajo el dominio de la banca hace surgir el capital fi- nanciero; este financia a la industria, controla su orientacion,

, acelera su concentracion y centraliza las plusganancias. Parale- lam ente, la division social del traba jo productivo se hace mas profunda con el paso a la gran industria prim ero m ecanizada y despues autom atizada, y se desarrollan las bases de una frag- m entacion espacial de las actividades de gestion y concepcion, por un lado, y de las de produccion, por otro 17. Los centros de direccion de las finanzas y de la industria se pueden reagrupar, entonces, en la city de las m etropolis urbanas. Las plusganancias m onopolistas aparecen como una plusganancia sectorial de las actividades financieras y se realizan en zonas determ inadas del espacio urbano.

La evolucion de la division social del trabajo en las activida­des de circulacion produce, sin embargo, una tendencia al cam- bio de ubicacion de una parte del proceso de trabajo: m ientras que los centros de direccion se concentran cada vez m as en el espacio de un pequeno num ero de m etropolis internacionales (lo que el vocabulario tecnocratico llama «terciario superior)) o «cuaternario»), las actividades de gestion que emplean una mano de obra no cualificada y pueden ser controladas a dis- tancia se descentralizan en ciudades de menor im portancia 18K

Esas actividades de circulacion del capital suponen, pues, condiciones espaciales externas al capital; ademas, la produc­cion de los edificios necesarios se lleva a cabo bajo unas rela- ciones de produccion en las que el obstaculo territo ria l se enfrenta a los capitales que tienen la iniciativa de la construc- cion. Desde ese instante, la plusganancia del capital financiero, como plusganancia sectorial, puede ser transform ada en ren ta absoluta.

En la m ayoria de los casos, el propio capital financiero con­tro la directam ente los sectores de la p rom otion inm obiliaria ligados a la produccion de oficinas y, a menudo tam bien, la pro- piedad del suelo en las zonas asignadas a ese uso en los centros urbanos: la d istribu tion de esta ren ta absoluta de las actividades de circulacion se realizara am pliam ente en su favor.

Pero esta ren ta absoluta basada en la plusganancia del capital financiero sera un elem ento determ inante del precio de los in-

17 Cf. los analisis que hace M. Freyssenet de las relaciones entre divi­sion social y division espacial en el caso frances.

18 Fenomeno senalado por J. Lojkine en el estudio de las estrategias espaciales de los bancos y las companias de seguros (Lojkine, 1976).

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muebles de oficinas, quienquiera que los utilice; una parte de esos ocupantes son em presas m onopolistas —no necesariam ente los mismos grupos financieros implicados en el negocio inmobi- liario— pero una parte son em presas no m onopolistas o de servicios publicos. E sa ren ta absoluta se incorporara, entonces, a los costes y al precio de produccion de todos los bienes o ser­vicios cuya produccion requiere una ubicacion en el centro co- mercial.

, Se observara que el uso aqui p ropuesto del concepto de renta absoluta es una generalizacion del que Marx elabora a proposito de la agricultura «clasica». En este ultim o caso, es el excedente del valor sobre el precio de produccion de los productos agrico­las el que puede ser fijado en form a de renta; la plusganancia sectorial nace de las condiciones m ism as de la produccion, tiene como fuente el bajo desarrollo de la division del trabajo y de lacomposicion organica del capital en la agricultura, com parada con la industria. La plusganancia tiene aqui su origen directo en el plusvalor extraido en el sector. E n las condiciones historicas en las que Marx elabora su teoria —en la fase clasica del capita- lismo— es, por lo demas, el unico tipo concebible de plusganan­cia, teniendo en cuenta que en ese entonces prevalece masiva- m ente la tendencia a la nivelacion general de la tasa de ganancia.

En las condiciones del capitalism o m onopolista, sin embargo, aparece un nuevo tipo de plusganancia sectorial, que es la form a visible de la plusganancia m onopolista. Una tasa de ganancia especifica del capital de los grandes grupos se autonomiza de la tasa m edia de ganancia y se realiza y centraliza principalm ente en el polo financiero de los grupos, independientem ente de los lugares en que se configure: podra aparecer, entonces, en form a de plusganancia «sectorial» en los bancos, en los seguros, en las actividades financieras..

Propongo, por tanto, generalizar el concepto de ren ta abso­lu ta a toda transform acion de la plusganancia sectorial en renta, tenga por origen directo la produccion de valor en el sector o la sustraccion de valor por el sector, el cual puede ser impro- ductivo como tal. E sta generalizacion se justifica, en mi opinion, por el hecho de que el concepto de ren ta es homogeneo con respecto al de ganancia -y de plusganancia— y no con res- pecto al de plusvalor: renta, ganancia o interes son form as fenomenicas de esta ultima. Asi, una ren ta absoluta puede sur- gir en cualquier proceso de valorizacion del capital en el que se form e una plusganancia — cualquiera que sea su origen— a escala de todo un sector.

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Sin embargo, hay una objecion. E n el-caso de la agricultura, y m as generalm ente en el de una plusganancia sectorial ligada al arcaism o de las condiciones de produccion, es la propiedad del suelo —la renta misma— la que fija esa plusganancia, e impide su entrada en la nivelacion elevando el precio de lbs productos por encirna del precio de produccion. Por el contrario. en el caso de las actividades financieras, es la estruc tu ra mono- polista del capital la que fija las plusganancias y las sustrae del proceso de nivelacion, y no la propiedad del suelo: lo m as que puede hacer esta ultima es obtener una transferencia parcial de esas plusganancias. La ren ta del suelo que resulta de ahi, c.no es sim plemente una renta de monopolio basada en la escasez de los eroplazamientos, y en el alto poder adquisitivo de las empre- sas del sector bancario y financiero? Es verdad que, en cuanto constituye una apropiacion de una plusganancia ya fijada y, por tanto, no es factor de precio, esa renta absoluta en las activida­des financieras contiene un aspecto de renta de monopolio. Pero el fundam ento de la capacidad de pagarla es la existencia de una plusganancia «sectorial» que aparece en un tipo particu lar de em presa. Y la renta aue esta hace posible constitu ira un fac- tor de precio para las em presas que no presenten esa plusga­nancia sectorial, pero deban ubicar su sede social o sus servi- ci os de direccion en el centro comercial. Desde ese doble pun tode vista, puede utilizarse en form a conveniente el concepto de renta absoluta.

2, Diferenciacion esparto! de los costes y rentas diferenciales

En la ciudad, para cada una de las actividades capitalistas que alii se ubican, las condiciones externas de la valorizacion deter- minan cn cada punto del espacio un nivel dado de costes y, por tanto, de precio indiyidual de produccion: esta diferenciacion espacial de las tasas de ganancia localizadas es la base de for- m acion de rentas diferenciales.

Las ren tas diferenciales sou, pues, el resultado de una dife­renciacion espacial de las rentabilidades para un precio dado de una mercancia dada; se distinguen, por consiguiente, tanto de las rentas absolutas que surgen de las plusganancias sectoriales como de las rentas de monopolio que surgen de la diferenciacion espacial de los precios de la mercancia.

Se pueden configurar plusganancias diferenciales, transfor-

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rnables en rentas, en la produccion de edificios as! como en su explotacion capitalista (oficinas, comercios).

2.1. R entas diferenciales segun el coste localizado de produccion del terreno edificable

En cada m om ento del desarrollo de la ciudad, la realidad m ate­rial de las in fraestructu ras y de la extension de las reservas de m ano de obra —increm entada o m odificada por la coercion es- ta ta l— define la fron tera de la zona urbanizable: fuera de esta, ningun capital particular construira, pues no existen las condi- ciones generales para su valorizacion. Pero si dentro de una zona urbanizable los terrenos son edificables, no lo son al mismo coste: segun la ubicacion, el coste de edificabilidad del suelo • no es identico, de m anera que aparecera una plusganancia dife- rencial en los puntos donde ese coste sea inferior al coste ma- ximo regulador:

Varios elementos constituyen el coste de produccion del terreno edificable) y no varian en el mismo sentido: sera su resultante la que determ ine el nivel de esa plusganancia dife- rencial.

— El coste privado de urbanizacion del suelo es m as bajo si preexisten las in fraestructu ras (red viaria, redes) o si estas son financiadas por la colectividad publica, y mas elevado si e l capital privado debe realizar a su cargo las infraestructuras,- Este elemento diferencia fuertem ente las tasas internas de ga- nancia de las operaciones de construccion entre las zonas de la periferia urbana y el tejido urbano ya equipado, en favor de este ultimo.

— \E1 coste de demolicion de los edificios existentes y el coste de desahucio de los ocupantes (residentes o comerciantes del centro, arrendatarios de la periferia agricola) tiende, por el contrario, a crear una plusganancia diferencial en favor de las zonas no construidas.j

— tEl coste fiscal localizado que pesa sobre las operaciones de construction! puede generar una diferenciacion espacial de las tasas in ternas de ganancia si varia sistem aticam ente segun las zonas de la aglomeracion y no es percibido sobre los precios, las rentas o las ganancias propias de cada operation.

— El coste localizado de edification puede tam bien variar en funcion de las condiciones fisicas particulares del terreno, dando lugar a m inusganancias en los terrenos dificiles^ e incluso

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en funcion de la distancia a los puntos de extraccion o produc­cion de los m ateriales o com ponentes de la construccion.

2.2. Rentas diferenciales segun el coste localizado de explotacion capitalista de los edificios

Cuando el edificio es utilizado como un elemento de capital constante en un proceso de valorizacion que produce ganancia, puede surgir o tra serie de rentas diferenciales si la ubicacion en el espacio urbano diferencia —a igual precio del producto o de los servicios vendidos— las tasas de ganancia del capital. Claro esta que la situacion espacial de la unidad productora de ganancia influye en las tasas de ganancia de m anera diferente segun los sectores. Form alm ente, se pueden distinguir dos tipos de diferenciacion de las tasas de ganancia en un mismo sector, en el in terior de una aglomeracion dada (en la que el precio de la fuerza de trabajo se supone que es homogeneo).

— El coste localizado de los medios de produccion (p a ra el capital industrial) o del capital m aterial de gastos (p a ra el capi­tal comercial, bancario o financiero), el coste localizado del envio del producto final al lugar de comercializacion, el coste fiscal localizado, son otros tantos elementos que se convierten en factores de plusganancias diferenciales en los puntos en los que su resultante es mas baja. Una condicion, sin embargo, querara vez se cumple en el caso de la produccion industrial: el precio de produccion individual en la ubicacion menos favorable debe regular el mercado. Cuando no ocurre asi, la diferenciacion espacial de los costes no es factor de plusganancia en las ubica- ciones menos favorecidas, sino de desplazamiento espacial del capital hacia estas.

— Ademas, la ubicacion puede intervenir de m anera decisiva en la tasa de ganancia, diferenciando las velocidades localizadas de rotacion del capital. Ese factor es im portante para todas las actividades capitalistas en las que el «producto» vendido, al no ser distinto al proceso de traba jo que lo proporciona, solo es utilizable en su lugar de «produccion»: es el caso del comercio y de otros servicios en la circulacion del capital. La ubicacionen el espacio urbano determ inara, entonces, —a precio y ga­nancia constantes por unidad de servicio vendido— la m asa de ganancia realizable en un punto dado por unidad de capital in- vertido, pues hara variar el num ero de periodos de rotacion de

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Rentas del suelo y dindmica de los precios del suelo 237

ese capital por unidad de tiempo. Como consecuencia, aparecen plusganancias que pueden transform arse en rentas diferenciales.

3. Diferenciacion espacial de los precios y rentasde monopolio

Las condiciones de la produccion determ inan un precio re^ lador unico, social, de cada m ercancia. Pero las condiciones la circulacion pueden conducir a una divergencia perm anente entre los precios de m ercado y ese precio regulador: es, en particular, el caso cuando la m ercancia —de una calidad dada— no puede ser librem ente reproducida por el capital.

Ese fenomeno se observa con toda claridad en los m ercados de bienes inm obiliarios, y especialm ente en el de vivienda: segun la ubicacion, los precios podran ser diferentes para un producto con un coste identico o com parable. Asi, la formacion de precios de monopolio diferenciados en el espacio hace surgir un nuevo tipo de plusganancia que puede transform arse en ren ta del suelo.

Las teorias de la ren ta del suelo urbano construidas a partir del solo analisis de la formacion de los precios en el mercado reducen toda la ren ta a esa com ponente de monopolio, lo que equivale a considerar el precio del suelo como la rem uneracion de un factor de produccion, determ inada en ultim a instancia por la utilidad marginal de la ubicacion para el consumidqr.

Y, sin embargo, el analisis de form acion de los precios de las viviendas no puede ah o rra rsC el estudi° de su produccion. la observacion em pirica m uestra, en efec;to, Q.ue una P u ra ' lidad de m ercados de la vivienda, determ inada..pre.cisamen.te por la relacion, especifica para cada ™ o de ellos, del m ercado con laproduccion corriente. . .

La existencia de un m ercad0 ^e viviendas de lujo don e osprecios ya no tienen relacion alguna con los costes rle, produc­cion no debe realm ente ocultar el hecho de que tam bien existe, en c a s ito d a s las aglomeraciones urbanas de los paises capita-listas desarrollados, un m ercado de la vivienda normal. Ese m er­cado es m ayoritario; se halla alim entado por la produccion en m asa de los constructores capitalistas, cuya oferta satisface la dem anda solvente de la mayor parte de la poblacion asalariada. El producto que se vende en ese m ercado es la vivienda fam i­liar salubre, que corresponde historicam ente a la norm a de con- sumo popular, aparecida en el transcurso de la p rim era m itad

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de este siglo. E sta vivienda es construida en las zonas no impor- tantes de las aglomeraciones, en las que la ubicacion es total- m ente sustituible y, por lo tan to , no puede surgir en form a dura- dera una escasez estructural. E n ese m ercado se form a un pre- cio regulador uniform e de la v iv ienda19, basado en el precio de produccion social, al cual se anaden el coste de urbanizacion del suelo y la ren ta absoluta del edificio en las ubicaciones margi- nales.

Ese m ercado de la vivienda norm al es diferente de los mer- cados de la vivienda privilegiada, que presentan la doble carac- teristica de estar ubicados en zonas urbanas bien delim itadas y de satisfacer la dem anda de las categorias sociales superiores: el alto poder adquisitivo de estas les perm ite adqu irir ubica­ciones escasas, que no pueden ser sustituidas, o, en el limite, unicas. En esos mercados superiores se observa una diferencia- cion indefinida de los precios, lps cuales se han independizado de las condiciones de produccioq. Los constructores capitalistas abastecen prioritariam ente esos subm ercados, salvo que haya movimientos coyunturales que en ellos seran particularm ente marcados.

A la inversa, esos m ismos constructores no produciran para el subm ercado inferior, el de la vivienda infranormal. Las cate­gorias de poblacion mas desprotegidas, que no son solventes al precio regulador de la vivienda norm al, quedan incluidas en ese mercado: salvo que haya fenomenos recurrentes de autoabaste- cimiento, la o fe rta estara constituida aqui por aquella fraccion del stock de viviendas existentes que no presentan las caracte- risticas necesarias para com petir con la produccion corriente de viviendas nuevas, debido a su degradacion fisica, las caracte- risticas sociales de sus ocupantes o su ubicacion desfavorable. En ese mercado, los precios no estan, pues, regulados por los de la produccion sino por la relacion en tre la o ferta y la de­manda, generalm ente caracterizada por un deficit estructural.

Asi, la pluralidad de los m ercados de la vivienda va acompa- nada.de m odalidades de form acion de los precios muy diferen- tes: en cada uno de ellos aparece eventualm ente un tipo espe- cffico de precio de monopolio.

En el m ercado de la vivienda norm al, el precio regulador determ ina los precios de mercado, salvo que haya una modula-

19 Sobre ese concepto de precio regulador y su localizacion empirica en las aglomeraciones francesas, cf. los trabajos de J. Carassus (Carassus, 1978 y 1980).

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Rentas del suelo y dinamica de los precios del suelo 239

cion espacial limitada: en la m edida en que varia el coste de uso localizado de la vivienda —y, en particular, el coste de trans- porte hacia la zona de trabajo— esa diferencia tendera a verse compensada por los precios de mercado. Estos com prenderan, pues, de m odo eventual un com ponente de monopolio — forma- da en la circulacion— que im pondra un caracter uniform e al coste global de las viviendas en todas las ubicaciones no impor- tantes: /el precio regulador puede ser m odulado, por lo tanto, por un precio de monopolio de igualacion del coste de utili- zacion.

Los precios de monopolio de segregacion social111 que se for- m an en los subm ercados de la vivienda privilegiada se distinguen de los anteriores en que no homogeneizan los costes en el espacio sino que, por el contrario , los diferencian. Su funda- mento, tan to desde el punto de v ista de la oferta como desde el de la demanda, reside-en el hecho de que las ubicaciones que conform an esos m ercados superiores no pueden ser reprodu- cidas ni sustituidas.

Los precios de monopolio de penuria que se establecen en el subm ercado de vivienda infranorm al tienen un origen completa- mente diferente: la fa lta de adecuacion de la o ferta a la dem anda no es ya el resultado de una escasez de ubicaciones, externa al capital, sino del hecho de que el capital mismo deja de lado la produccion para capas sociales no solventes al precio regulador.

La discontinuidad de esos m ercados jerarquizados jam as es absoluta. No obstante, es suficiente para que se observen coyun- tu ras autonomas. En cuanto a su discontinuidad espacial, ex- presa la division social del espacio y presente en cada ciudad una notable perm anencia historica. E sta ultim a tiende, sin em ­bargo, a ser mas o menos m odificada por el propio movimiento de la especulacion inm obiliaria, por el cual los constructores capitalistas tienden a im plantar un subm ercado superior en cier- tos espacios hasta ese m om ento incluidos en el subm ercado in­ferior,

20 Ese concepto, definido por oposicion a la renta que pesa sobre las viviendas populares, ha sido introducido por C. Ja ram illo (Jaramillo, 1977, paginas 96-113).

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III. DE LAS RENTAS AL PRECIO DEL SUELO: LA DINAMICA DEL MERCADO DEL SUELO

El m ercado del suelo urbano es el lugar social en el que se intercam bian parcelas de terreno que sufriran un cambio de uso, es decir, por regia general, qUe seran el soporte de la cons- truccion de edificios destinados a distintos usos. La condition .previa h istbrica y estructural de la existencia de ese m ercado es la separation entre propietarios del suelo y xonstructores capitalistas, los cuales constituyen su contrapartida, desde el punto de v ista de la oferta y desde el de la demanda. „

En ese mercado tan particular, la oferta no es autonoma. l os terrenos, construidos o no, son muy raram ente «puestos ^ venta» de m anera espontanea por los propietarios; es la de­m anda de suelo la que suscita la o fe rta y el cambio de uso de. las parcelas. Es tam bien la com petencia de los precios de de­m anda la que determ ina el precio de transaction y los precios de oferta posteriores. En esto consiste la doble particularidad del «mercado» del suelo: ni desde el punto de vista de las can- tidades, ni desde el punto de vista de los precios, la oferta no es autonom a con respecto a la demanda.

Esto se debe al hecho de que en el «mercado» del suelo no se vende un producto sino un derecho. Por lo tanto, ese mercado no es el lugar de intercam bio de equivalentes, sino el proceso social por el cual el capital elim ina el obstaculo de la propiedad del suelo transfiriendole total o Parcialm ente las plusganancias localizadas que produce su valor izacidn. Al fijarlo asi como precio de los terrenos, esas plusganancias se convierten en regu- ladoras de la competencia espacial entre los usos d e l suelo urbano.

Para pasar del estudio analitico de los tipos de plusganancias localizadas y de rentas, realizado mas arriba, al del mercado del suelo, hay prim ero que m ostrar, para una actividad capita- lista dada, como se articulan las diversas rentas particulares en una repta total (§ 1), cuyo im porte por uni dad de superficie depende de la intensidad de capital (§ 2). Se podra analizar en- tonces la com petencia entre los usos del suelo y la dinam ica del mercado del suelo (§3).

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Rentas del suelo y dinamica de los precios del suelo 241

1. De las categorlas de renta a la renta total: el ejemplode la construccion de viviendas

Para cada form a de valorizacion del capital, el espacio urbano se presenta como un conjunto de efectos utiles de aglomeracion que no pueden ser reproducidos, o que se han configurado pre- viam ente de m anera desigual, susceptibles de proporcionar un nivel dado de tasa de ganancia potencial en cada punto de la ciudad. El elemento determ inante en los procesos de localiza- cion sera el im porte total de la plusganancia localizada, que ar- ticula los diferentes tipos de plusganancias particulares que hasta aqui han sido analizadas por separado.

Ilustrare este enunciado general mediante el ejemplo de las rentas generadas por la construccion de viviendas, la cual se supondra que es realizada de m anera dom inante por construc- tores capitalistas que producen para el m ercado con vistas a ob tener una ganancia. Para esos agentes, el espacio de una aglo­m eracion se diferencia por una doble division que define tres zonas: la zona no urbanizable y, dentro de aquella en la que se puede constru ir, una zona de vivienda norm al, en la que los precios de venta varian poco segun la ubicacion, y una zona de vivienda privilegiada en la que los precios de venta suben apre- ciablemente. Poco im porta para un analisis abstracto que esas zonas sean continuas o esten fraccionadas, ordenadas segun la distancia al centro.

En la zona no urbanizable, es im posible construir; hay ausen- cia de infraestructuras m inimas, la distancia a las zonas de tra- bajo es excesiva teniendo en cuenta las ofertas alternativas de viviendas y, eventualmente, hay reglam entos de urbanism o efec- tivam ente aplicados que prohiben la construccion. Para que una parcela en esa zona sea edificable, esas condiciones deben ser m odificadas; ello dependera de la creacion de grandes infra­estructuras de transporte , de la realizacion de operaciones com- plejas de urbanizacion que coordinen la construccion de vivien­das y de equipam ientos, e incluso la instalacion de em presas que generen puestos de trabajo . Fuera de esta eventualidad, los constructores capitalistas no dem andaran terrenos en esa zona, por lo que la ren ta en ella sera determ inada por los usos no urbanos del suelo, principalm ente agricolas.

En la fron tera de la zona urbanizable aparece un fenomeno radicalm ente diferente, a saber, un brusco salto del nivel de la renta , Este es el resultado de 1 a resistencia que opone la pro- piedad del suelo en la periferia urbana al cambio de uso del

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mismo, lo cual tiene p a r efecto la fijacion, en form a de renta absoluta, de la totalidad o parte de la plusganancia sectorial de la construccion. Para que aparezca esa ren ta de edificabilidadno es necesario que haya escasez de suelo urbanizable: existe tam bien aunque haya terrenos aun vacantes o economicamente disponibles dentro de la zona edificable. Existe en su estado mas puro en los terrenos urbanizables, en los que el coste pri- vado de urbanizacion del suelo es mas alto; ahi, la construccion es posible, pero a costa de la realizacion de im portantes redes internas de la operacion. conectadas a las redes preexistentes, la construccion de una red viaria, de explanaciones, etc. Su nivel depende del que imponga el tipo de propiedad del suelo en la periferia urbana mas resistente, a condicion, sin embargo, de represen tar una cantidad significativa de suelo: asi, el parque de una propiedad de recreo sera vendido al precio requerido por los em presarios capitalistas de las tierras de gran cultivo. o estas al precio exigido por los campesinos de las huertas del extrarradio. El salto del nivel de ren ta no siem pre sera, por lo demas, observable como tal, ya que los precios de las tierras aledanas a la zona edificable pueden elevarse progresivam ente hacia el nivel de la ren ta de edificabilidad, a la espera del ensan- che de la zona urbana.

Esta ren ta absoluta se im pondra como un coste determ inante del precio de las viviendas en el conjunto de la zona urbaniza­b le 21. D entro de esta, sin em bargo, variaran tan to los costes de produccion como los precios de las viviendas.

En la zona norm al de la aglomeracion, donde las ubicaciones pueden ser sustitu idas y la m asa de la poblacion asalariada rea- liza su dem anda solvente, se form a un precio regulador de la vivienda, base de los precios de m ercado (Figura 5.1.a). Ese precio se encuentra determ inado en aquellas ubicaciones de la zona en que el coste privado de urbanizacion del suelo es mayor, a condicion, sin embargo, de que una parte significativa de la

21 Ese fenomeno ha sido senalado desde hace tiempo. Vease por ejem- plo Eberstadt, clasico del urbanismo moderno: «Desde el momento en que la construccion urbana se desplaza en direccion a un terreno agricola periferico, surge un nuevo tipo de renta del suelo que se llama 'renta de terreno edificable' (...). En el valor de un terreno edificable debemos, por tanto, distinguir dos factores, a saber, el valor debido a la construccion en si y el valor de la ubicacion en la ciudad (Eberstadt, 1909, pp. 398-99). Mas recientemente, autores que se inspiran en la tradicion neoclasica de modelizacion del mercado del suelo introducen el fenomeno bajo el ter- mino de «renta de escasez» en los limites de la aglomeracion (Mayer, 1965; Scott, 1976).

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construccion sea realizada en ese lugar. Existe en estado puro alii donde el coste de uso localizado de la vivienda es mayor para el ocupante, y especialmente el coste de transporte. En esas ubicaciones doblem ente desfavorables, el precio regulador se establece como la sum a del precio de produccion de la vivienda, incluida la urbanizacion del suelo, mas la ren ta absoluta.

Ese precio regulador determ inara una ren ta diferencial en todas las ubicaciones en las que los costes privados de urbaniza­cion del suelo sean menos elevados. E n el m ercado de vivienda normal, en las ubicaciones no im portantes, sera la base de laform acion de los precios de m ercado localizados, que se veran modulados por las variaciones espaciales del coste localizado de uso de la vivienda. E sta diferenciacion espacial del precio de la vivienda norm al determ ina un tipo particu lar de ren ta de m o­nopolio, propia de ese m ercado, en los sitios en los que los costes de consumo final de la vivienda son mas bajos (figu- ra 5.1.b).

E n la zona de residencia privilegiada, en las ubicaciones que no pueden ser sustitu idas o que pueden serlo de m anera parcial y a donde se dirige la dem anda de las capas superiores, los pre­cios de las viviendas se vuelven com pletam ente autonom os con respecto al precio regulador, asi como en relacion con el nivel localizado de los costes de utilizacion de la vivienda. Aparece una ren ta de monopolio de segregacion, diversificada en el es- pacio, que se agrega al im porte de la ren ta en las viviendas normales en el punto en que comienza la zona privilegiada (fi- gura 5.1.c). Dentro de esta zona, esa ren ta puede eventualm ente verse privada de los altos costes localizados de edificabilidad, de m anera que el precio de monopolio financie en general muy com odam ente el coste adicional, disminuyendo otro tanto la ren ta total. Se observara, ademas, cuando la zona privilegiada coincida parcialm ente con el centro de la ciudad, un alto coste de urbanizacion del suelo, ligado a los gastos de desahucio y de demolicion de los edificios existentes, com parables eventual­m ente a los gastos de urbanizacion de los terrenos m as peri- f e r ic o —.

Si, en aras de la comodidad, se supone que todas las localiza- ciones se ordenan de m anera identica segun los tres criterios de diferenciacion mencionados, se observa que la com petencia entre viviendas privilegiadas y viviendas norm ales produce dos tipos de efectos (figura 5.1.d): la eliminacion de las viviendas norm a­les de las zonas privilegiadas y la fijacion de un minimo de la

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a. Formation del precio reguladorde la vivienda normal

rcio regulador la vivienda

rmal

b. Formation de los precios de mercado de las viviendas normales

Precio de mercado de la vivienda en el punto O'

Figura 5.1. Formacion de las rentas del suelo en la construccion capitalista de viviendas

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Rentas del suelo y dinamica de los precios del suelo 245

c. Formaci6n de los precios de mercadode las viviendas privilegiadas

Precio de mercado de la vivienda privilegiada en el punto 0"

privilegiada

d. Sistemas de las rentas del suelo ligadas a la construccidn de viviendas

Rentaadicionalen las viviendas privilegiadas

Renta maxima en la vivienda normal

privilegiada

Figura 5.1. Formacion de las rentas del suelo en la construccidn capitalista de viviendas (continuacion)

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ren ta total en la vivienda privilegiada por el maximo de la renta en la vivienda norm al, en la frontera de las dos zonasz .

2. De la tasa de renta a la renta por unidad de superficie.La intensidad de capital

Para una actividad dada de valorizacion del capital, cada ubi- cacion urbana determ ina, pues, un nivel dado de ta sa ga_ nancia. Si esa tasa de ganancia localizada es inferior a la tasa m edia de ganancia —o, por lo menos, norm al para el tipo de capital de que se tra ta— la inversion no tendra lugar en ese punto. Si, por el contrario, hay plusganancia, y en la m edida en que esta dependa de las condiciones espaciales, podra haber fijacion de renta. El im porte de la plusganancia localizada en relacion con el capital invertido, o tasa de renta, m edira la ren- tabilidad in terna de la operacion desde el punto de vista del capital.

Pero, como es la resistencia que opone la propiedad del suelo la que impone la transform acion de la plusganancia en renta, el obstaculo territo ria l tom ara la form a de una ren ta exi- gida por unidad de superficie. Ahora bien, la m asa de plusga­nancia disponible para pagarla depende no solam ente de la tasa de ren ta sino tam bien de la^cantidad de capital invertido p o r unidad de superficie, o intensidad de capital.

La logica del capital en ausencia del obstaculo territo ria l es la de la m aximizacion de la tasa de (plus)ganancia. La logica de la propiedad del suelo es diferente: para ella, se tra ta de obtener una m asa de Tenta m axim a por unidad de superficie. No con- trola el proceso de valorizacion y, por lo tanto, no podra im poner com pletam ente su racionalidad al capital. Sin embargo, modifi- cara la logica de este ultimo, que se vera forzado a m axim izar

. la tasa de plusganancia teniendo en cuenta una ren ta minim a por unidad de superficie. E sta restriccion tom a la form a de pre- cio de o fe rta del suelo, el cual refleja en cada capital particular el efecto de la accion dej cgsjun to de los capitales que compiten por el acceso al suelo.

11 En la Figura 5.1.d, el segmento CA (=CB) es mas corto que el segmento OA (=OB), pues en lugar de ser trasladado mas alia de C se ve privado del segmento OC: en la fase actual del razonamiento se examina el sistema de rentas potenciales en la zona urbanizable donde se supone que hay terrenos disponibles en cantidad siempre suficiente para las necesidades de la construccion.

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Por este motivo, los capitalistas deberan determ inar la can tidad de capital invertido por unidad de superficie, teniendo cm cuenta una doble restriccion. La intensidad m inim a de capital es fijada por el nivel de la ren ta exigida (el precio de com pra del terreno). E n este nivel de intensidad, la plusganancia es absorbida por la renta , de modo que la venta del producto al precio de m ercado proporciona al capital invertido la ganancia m ediaj Si esta rentabilidad minim a no pudiera ser alcanzada por ningun capital, seria preciso, adem^s, que la propiedad del suelo redujese su precio de oferta. Mas a lii de esta intensidad m inim a, toda plusganancia producida por la inversion de capital adicional es apropiada por el capitalista.' En el caso de la cons- truccion de viviendas, la intensificacion fisica produce en efecto una ren ta absoluta y, llegado el caso, una ren ta de monopolio que se increm enta en proporcion d irecta a las superficies cons- tru idas, asi como una ren ta diferencial adicional. E sta ultim a, sin embargo, no crece de m anera lineal con la cantidad de capi­tal invertido. De acuerdo con una ley que cambia segun los procedim ientos de construccion em pleados y las restricciones reglam entarias sobre el producto, el precio de produccion uni- tario de la vivienda — incluido el coste de urbanizacibn del suelo— varia con la densidad fisica de la operacion y, por tanto, con la intensidad de capital que la acompana. De ahi e bm ite maximo, propiam ente economico, a la intensidad de capital cuando se observan rendim ientos decrecientes 23: el constructor capitalista no intensificara mas alia del punto en el que sea m axim a la tasa de plusganancia no transferida, es decir, en el que sea minimo el costo medio por vivienda, incluido el precio del terreno. Si ese tipo de operacion se generaliza, la dinamica del «m ercado del suelo» hara que la ren ta se ajuste al nivel de plusganancia por unidad de superficie correspondiente a esa intensidad de capital, que se im pondra entonces a los construc- tores como restriccion.

Queda, pues, muy claro que, hasta un cierto punto, la densi- ficacion de las construcciones proporciona plusganancias cre-

23 Asi, un estudio britanico de finales de los anos 50 establece que el costo medio por vivienda disminuye fuertemente, aunque cada vez con menor velocidad, cuando la altura de los inmuebles pasa de 2 a 6 pisos, y se estabiliza luego hasta una altura de 12 pisos. Paralelamente, la densi­dad de viviendas por unidad de superficie crece primero rapidamente en funcion de la altura (de 20 viviendas por acre para 2 pisos a 38 para 6 pisos), y luego muy lentamente (44 viviendas por acre para 12 pisos). Cf. la encuesta de P. A. Stone publicada en 1959, citada en Merrett, 1979, p. 75.

R e n ta s d e l su e lo y d in a m ic a d e lo s p r e c io s d e l su e lo

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248 Christian Topalov

den tes por unidad de superficie y conduce por tan to a la eleva- cion de los precios del suelo. Ese movimiento dependera esen- cialmente del com portam iento de los constructores y de las rentabilidades relativas que estos obtengan en las operaciones de casas unifam iliares y de inmuebles colectivos de m as o menos altura. Pueden adem as chocar, en la aplicacion de su logica de accion, con la restriccion del reglam ento de urbanism o, que impone a veces densidades inferiores al optim o capitalista en una ubicacion dada.

Parece por lo demas como si, con el reglam ento de urbanis­mo, los poderes publicos crearan los «plusvalores del suelo., dado que los precios del suelo varian con las densidades autori- zadas. De ahi a p lantear que la ren ta del suelo surge por la ac­cion del Estado no hay sino un paso que muchos actores y autores dan facilmente.

Sin embargo, es evidente que es la construccion la que per- m ite la realizacion efectiva de las ren tas potencialm ente inscri- tas en el plan de urbanism o. La «especulacion del suelo» se anticipa indudablem ente, pero no puede alim entarse eterna- m ente de si misma. Los beneficios territoriales que perm ite la reglamentacion son, pues, ganancias diferenciales: solo son efec- tivos con la construccion, y si lo son en un lugar, no lo seran en otro. Con el nivel global de inversion en la construccion, la m asa de ren ta queda en cierta form a fijada: se desplaza en el espacio, pero no v a riaN. Por tanto, el plan no crea de ninguna m anera la renta: solo autoriza a ciertos propietarios a apropiar- sela, m ientras que se lo prohibe a otros. Eso es todo.

En conjunto, esta distribucion de las ganancias no puede ser, sin embargo, totalm ente arbitraria. Hay una relacion entre las densidades autorizadas y el nivel cuantitativo y cualitativo de los equipam ientos urbanos existentes. De una m anera puntual, siempre es posible aum entar al m argen las densidades de pobla- cion: de ahi lo arb itrario del plan, de modo que puede existir un espacio para los voluntarism os racionalizadores o para el clientelismo y la corrupcion, eso depende. Pero, globalm ente y en un cierto plazo, el desequilibrio lleva consigo sanciones so- ciales: increm ento de los costes de la gestion urbana, deterioro de las condiciones de vida, com portam ientos de resistencia por parte de las poblaciones, luchas sociales y politicas. Por tanto, las densidades urbanas responden a determ inaciones estructu- 24

24 Aparece aqui la nocion de floating value, propuesta por M. Gaffney (Gaffney, 1972).

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Rentas del suelo y dinamica de tos precios del suelo 249

rales y no al arb itrio del prlncipe. Y, entre ellas, la presion del capital en la lucha por quedarse con la renta.

3. La competencia espacial de los usos del suelo y la dinamicadel mercado del suelo

Consideremos fijadas, en un instan te t, por una parte las con- diciones internas de la valorizacion de los capitales en las diver- sas actividades urbanas, y, por o tra, el sistem a de los efectos utiles de aglomeracion. De esta doble serie de determ inaciones se desprende que, para cada uso del suelo, hay en cada punto del espacio un nivel potencial dado de la m asa de ganancia localizada.

En la m edida en que ningun obstaculo se oponga al libre m ovimiento de los capitales en el espacio —con la unica reserva del pago de la renta— , se im pondra en la com petencia por el uso de una parcela d a d a e l capital cuya valorizacion produzca la m ayor ganancia por unidad de superficie de suelo y este, pues, en condiciones de pagar el precio mas alto por m2 de terreno. Ese poder adquisitivo depende evidentemente a la vez de la tasa de ganancia localizada (im porte de la ganancia por unidad de capital invertido) y d© la intensidad de capital invertido (im ­porte del capital invertido por unidad de superficie). La dina­mica del mercado del suelo es el resultado de esta com petencia entre los capitales por el acceso a las ubicaciones favorables y frente a los propietarios del suelo por conservar la m ayor parte posible del beneficio.

3.1. La com petencia de los capitales

Supongamos dos usos del suelo en competencia, i y n . En un m om ento dado, uno y otro pueden caracterizarse por el nivel de plusganancias potenciales que son susceptibles de proporcionar en cada punto del espacio, teniendo en cuenta el sistem a con- creto de efectos utiles de aglom eracion pertinentes para cada uno de ellos y la intensidad de capital ordinariam ente practi- cada en las diversas ubicaciones posibles (figura 2.5.a).

La plusganancia sectorial que puede transform arse en renta absoluta es desigual por hipotesis (AA' > BB’): hay, por tanto, en la com petencia entre agentes capitalistas, una jerarqu ia de esos dos usos del suelo. Ademas, la zona urbana «util» para el

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a. Plusgananciaspotencialespor unidad de superficiede suelo en los usos I y II

Efectosde la comperencia entre i y n(no hay plusganancias de tnonopolio en el uso it.nl aumento de la Intensldad de capital)

c. Efectos de la competencla entre t y n (plusganancias de monopollo en el uso n y elevacidrr de la Intensldad de capital)

Figura 5.2. Formacion de las rentas del suelo en la competencia entre dos usos capitalistas del suelo

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Rentas del suelo y dinamica de los precios del suelo 251

uso l, la unica en que es posible llevarlo a cabo, esta lim itada a OA, m ientras que la zona «util» para el uso II se extiende hasta el punto B. Por el m om ento, se supondra que la ren ta absoluta en ese uso inferior debe ser realizada integram ente en el punto B, pero que la ren ta abso lu ta en el uso superior sigue siendo potencial: sera fijada en la competencia entre esos dos usos.

Ademas, a partir del nivel de ganancia que se puede alcanzar en los puntos lim ite de las zonas utiles para cada uso, se esta- blecen plusganancias de localizacion; estas incluyen rentas dife- renciales y rentas de monopolio, de acuerdo con una ley que varia segun el uso del suelo considerado (A’A” y B ’B ”).

La com petencia entre los dos usos del suelo fijara el nivel de la ren ta en cada punto y la asignacion de los terrenos a uno u o tro uso. Al mismo tiempo, producira la replica de los agentes capitalistas cuya ganancia norm al se vea amenazada. Al exami- nar el proceso de esa com petencia, comprobamos que los feno- menos de fijacion de las rentas y de alza de los precios del- suelo pueden tram itarse tan to desde las zonas favorecidas hacia las desfavorecidas como a la inversa (o, para dar una idea, tan to , desde el centro hacia la periferia como desde la periferia hacia el centro).

Claro esta, sera el nivel de plusganancia susceptible de ser producido por unidad de superficie de suelo el que se convierta en operador de la competencia. En la configuracion representa- da, la plusganancia potencial en el uso I es m ayor a la del uso II en toda la zona CA en la que interviene la competencia. E sta producira efectos diferentes segun la naturaleza de las rentas en el uso n y la reaccion de los agentes capitalistas afectados.

En un prim er caso, el uso n es eliminado de la zona OA (figura 5.2.b). E sto supone que los agentes no estan en condi- ciones de elevar los precios finales ni de aum entar la densidad de sus operaciones; por tanto, no pueden aum entar la plusga­nancia por unidad de superficie en el uso n y deben replegarse hacia la zona en que ya no hay com petencia (es decir AB). Ahi, la dem anda de suelo sera mas fuerte, pero, al no haberse modi- ficado el sistem a de plusganancias, los precios de dem anda per- m aneceran identicos: salvo en caso de tension coyuntural, el precio del suelo no cam biara2S. En el punto A, los agentes que

25 Se supone siempre una disponibilidad de suelos en la zona urbana OB: por ese motivo la eliminacion del uso B de la zona OA no lleva a una extension de la zona OB que modificaria el sistema de plusganancias del uso B.

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252 Christian Topalov

realicen el uso i deberan aceptar el pago de una ren ta fijada por el nivel de la ren ta para el uso n en el mismo punto (AC). Sera la ren ta to tal para el uso n en el punto de competencia la que determ ine la parte de plusganancia sectorial (AA) que debera ser fijad a como ren ta absoluta. Si ese nivel de renta fu e ra superior a la plusganancia sectorial por unidad de super- ficie (es decir AC > AA'), seria m enester entonces o bien que se llevara a cabo una intensificacion de capital en el uso 1 , o bien que este se replegara hacia la zona donde el precio del suelo ya no es una am enaza para la ganancia media, es decir, no ex- cede a la plusganancia sectorial. Asl, la ren ta en la construccion de viviendas constituye a menudo el contenido economico del obstaculo del suelo a la construccion de oficinas y fija un limite inferior a los precios de los locales comerciales y a la intensidad de las operaciones.

Sin embargo, es mas frecuente un segundo caso. En esta hi- potesis, los agentes que realizan el uso n se esfuerzan en man- tenerlo por lo menos en una parte de la zona OA (figu ra 5.2.c). Pueden lograrlo si satisfacen por lo menos una de estas dos condiciones. La prim era es que el precio final en el uso n com- prenda, en las ubicaciones mas favorables, un com ponente de monopolio, y en ese caso, aunque haya que abandonar una parte de la zona OA, sera posible aplicar en el resto de esa zona (HA) e incluso en una parte de la zona en la que no hay competencia del uso i i (AJ) precios com parables a los que antes eran apli- cados en la zona OA. En tal caso, se observa que no solam ente el uso i i puede m antenerse en una parte de la zona de compe­tencia, sino que la ren ta del uso n elevara el lim ite inferior de la renta del uso i en la zona en la que n se m antiene (es decir, el nivel de ren ta FG > CG); ademas, el desplazamiento de la zona de precio de monopolio m as alia de A provocara la eleva- cion de la ren ta en la zona afectada (es decir, el nivel de ren ta EF > EC). Los mismos efectos pueden producirse si se satis- face o tra condicion: la posibilidad de aum entar en el uso n la intensidad de capital y, por tanto, el im porte de la plusganancia por unidad de superficie. Se observa entonces que la competen­cia de un uso superior puede generar el increm ento del nivel de la ren ta producido por el uso inferior en ciertas ubicaciones: asl, se produce un alza de los precios del suelo a p artir del uso superior y de las zonas privilegiadas hacia el uso inferior, incluso en las zonas en que ya no existe competencia.

Asl, los precios del suelo son al mismo tiem po em pujados hacia a rriba por el uso inferior en la zona de com petencia (es

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Rentas del suelo y dindmica de los precios del suelo 253

decir, el punto A de la figura 5.2.b y la zona AH de la figura 5.2.c) y atraldos en la m isma direction por la competencia del uso superior m as alia de la zona de com petencia (es decir, la zona AJ de la figura 5.2.c). Los precios del-suelo urbano pueden, pues, aum entar ya sea a p artir del centro, ya sea a p a r tir de la periferia.

E sta ultim a hipotesis puede ser ilustrada m ediante el anali- sis del caso en el que aum enta la ren ta absoluta en el uso n en su ubicacion m arginal, ya sea por intensification de capital, ya sea por fortalecim iento de la resistencia que oponen los propie- tarios del suelo. En ese caso, los efectos de esta circunstancia sobre el sistem a espacial de las rentas en el uso n seran dife- rentes segun la naturaleza de esas rentas.

Si se tra ta unicam ente de rentas diferenciales (figura 5.2.d), el nivel de las rentas en n se elevara de m anera uniform e en una cantidad equivalente a la ren ta absoluta aparecida en el punto B (es decir, el nivel de ren ta KLM > B ’CB"). E n consecuencia, la ren ta m axim a del uso n en el punto de competencia con el uso i aum entara, im poniendo una base superior a la ren ta absoluta en el uso i (AL > AC). En ese caso, el alza en la periferia trae ra consigo un alza de los precios del suelo en el conjunto de la aglomeracion.

Por el contrario , el alza de los precios del suelo a p artir de la periferia no se generalizara si una parte de las plusganancias producidas por el uso B provienen de la existencia de precios de monopolio (figura 5.2.e). En efecto, m ientras la plusganancia de monopolio no sea anulada por el alza del costo del suelo, esta no puede tener efecto sobre los precios, fijados indepen- dientem ente de los costos por el solo poder adquisitivo de la demanda. Asi, el alza de la ren ta absoluta del uso n en el punto B (BK > BB') no tendra repercusion en la ren ta to tal m as que en la zona BT (donde el nivel de ren ta KR > B ’ER). En el resto de la aglomeracion, el nivel de ren ta perm anecera intacto.

Resum am os los resultados de este analisis de los efectos de la competencia entre dos usos capitalistas del suelo con tasas internas de ganancia desiguales.

— En la zona de competencia, la ren ta to tal en el uso inferior determ ina el nivel de la ren ta absoluta en el uso superior. Si este ultim o excede a la plusganancia sectorial del uso superior, este debera ceder el lugar o densificar.

— La com petencia del uso superior obliga al uso inferior ya sea a densificar, ya sea a aum entar sus precios en la zona en la que se m antiene la competencia. E sta ultim a via solo es posible

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254 Christian Topalov

d. Efectos del alza de la renta absoluta en ej uso n (no hay plusgananclade monopoiio en ei uso 11}

e. Efectos del alza de la renta absoluta en el uso 11 (hay plusgananclade monopolio en el uso 11)

Figura 5.2. Formacion de las rentas del suelo en la competencia entre dos usos capitalistas del suelo (continuacion)

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Rentas del suelo y dinamica de los precios del suelo 255

si los precios en el uso inferior y en esa zona pueden ser precios de monopolio. E sta resistencia del uso inferior puede conducir a un alza de la ren ta absoluta en el uso superior.

— Cuando la competencia del uso superior elim ina to tal o parcialm ente el uso inferior de la zona de com petencia, habra alza del nivel de ren ta fuera de esa zona si los precios del uso inferior pueden ser ahi precios de monopolio, y estabilidad en el caso contrario en el que las rentas son unicam ente diferenciales. E n el prim er caso, hay difusion del alza de los precios del suelo a p artir del centro.

— Cuando la ren ta absoluta aum ente en la periferia de la zona donde prevalezca un uso in ferio r, el alza se difundira hacia el cen tre m ientras las rentas sean unicam ente diferenciales. Cuando se tra te de zonas con rentas de monopolio, los precios finales en el uso inferior no se veran afectados y, por consi- guiente, tam poco las rentas del suelo.

Se observa, pues, que la ren ta del suelo registra la com peten­cia entre los capitales y refleja en estos el efecto de su movi- m iento de conjunto: para cada uno de ellos, la ren ta aparece como un dato, el precio del suelo, cuando es el resultado de su sistema. En un espacio urbano profundam ente heterogeneo des- de el punto de vista de las condiciones de la valorizacion, tiende a hom ogeneizar las tasas de ganancia efectivas, despues de la fijacion de las plusganancias en form a de renta.

E sta hom ogeneizacion del espacio para el capital a causa de la densificacion de los precios del suelo es efecto no de un meca- nismo, como puede hacerlo creer la presentacion que aqui se ha hecho, sino de un proceso incesante de lucha del capital por producir y conservar la plusganancia, y de la propiedad del suelo por fijar esta ultim a en form a de ren ta y apropiarsela.

3.2. La lucha del capital y la propiedad del suelo

Describamos ese proceso tal y como se puede observar en las fases ascendentes de la coyuntura inm obiliaria26.

Supongamos, por ejemplo, un boom de la construccion de inmuebles de oficinas, que tiende a desarrollarse en las zonas hasta ahora residenciales adyacentes al centro comercial. Desde el instante en que esas nuevas operaciones dejan de ser excep-

26 Para un examen emplrico de la aglomeracion parisina durante los anos 60, cf. Topalov, 1974, pp. 212-18 y 234-57.

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256 Christian Topalov

cionales, los precios de o fe rta de los propietarios de terrenos —o de inm uebles a dem oler— aum entaran, acercandose al nivel de las plusganancias de los prom otores de oficinas. Entonces, el alza de los precios del suelo pondra en peligro la rentabilidad de las operaciones de construccion de viviendas. Si, no obstante, los prom otores de viviendas no pueden dedicarse sim plem ente a constru ir oficinas, tienen la posibilidad de dar dos tipos de respuestas: intensificar sus operaciones y aum entar su precio, o dejar la zona. En otras palabras, tra ta r de a ju star su ganancia in terna de operacion al nivel exigido por la com petencia de los constructores de oficinas, o tom ar nota de la imposibilidad de hacerlo.

El alza localizada de los precios de venta solo es posible si el prom otor se dirige al subm ercado superior, condicion de la exis- tencia de precios de monopolio de segregacion. El m ercado defi- nira los lim ites del alza posible cuando aparezcan una evidente disminucion de la velocidad de venta y una caida de la tasa de ganancia que revele una crisis de sobreproduccion local. O tra via es la de la densificacion de las operaciones, posible por el hecho de que se impone sim ultaneam ente a todos los construc­tores; sin em bargo, puede tropezar con unos lim ites ligados al aum ento de los costes unitarios, a la reglamentacion o a la mo- dalidad de uso de la vivienda de las categorias sociales que con- form an la clientela.

La tendencia dom inante sera, entonces, generalm ente ir a constru ir en o tro lugar: ya no se tra ta ra entonces de a justar la plusganancia alii donde esos precios son aun bajos. Los prime- ros prom otores que adoptan ese com portam iento corren el ries- go del fracaso, pero, en caso de exito, obtendran el beneficio de la innovacion.

Si se tra ta de constru ir viviendas privilegiadas en zonas donde habitualm ente no eran construidas, sera necesario que puedan ser incluidas en el espacio residencial de las capas superiores. Esto im plica ya sea una extension al margen de las zonas tradi- cionales, ya sea una verdadera conquista de barrios populares centrales o de zonas perifericas nuevas. En ambos casos, sera preciso un cambio radical de las condiciones urbanas para que sean posibles las operaciones particulares: la renovacion ma- siva o la gran operacion com pleja en la periferia urbana pueden m odificar suficientem ente el espacio para hacer posible la reno­vacion. Elio dependera generalm ente de la conexion entre los poderes publicos y el em presario privado. Si la operacion es masiva, el prom otor podra com prar los terrenos al precio co-

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Rentas del suelo y dindmica de los precios del suelo 257

rriente y crear luego la posibilidad de plusganancias localizadas de las que se apropiara Integramente. Si las operaciones son mas dispersas y se m ultiplican progresivam ente, el alza de los precios del suelo absorbera de nuevo paulatinam ente la totalidad de las plusganancias.

Las posibilidades de crear plusganancias m ediante la innova- cion comercial son m as reducidas para las operaciones de vi- vienda norm al obligadas a cam biar de zona; en ese caso, no se tra ta de aplicar precios de venta superiores a los que se obser- van en la zona de nueva im plantacion, sino de adaptarse a estos. Los medios para establecer una plusganancia localizada superior a los precios corrientes del suelo seran, por tanto, de naturaleza diferente. Se tra ta ra , en ese caso, de constru ir all! donde los prom otores, hasta ese m om ento, se encontraban ausentes y den- sificar. Unas veces se tra ta ra de operaciones difusas en un tejido urbano poco denso, pero mas que la construccion hasta entonces dom inante a iniciativa de las propias fam ilias, y a una escala lo suficientem ente lim itada como para m inimizar los gastos de in fraestructu ra: como resultado, aparece una ren ta diferencial y un increm ento de la m asa de ren ta por unidad de superficie. Pero esto provocara un alza inevitable de los precios del suelo, anulando la ven taja para los prom otores que vienen luego. O tras veces se tra ta ra de operaciones de urbanizacion periferica que im plicaran gastos elevados de acondicionamiento y deberan ser realizadas a una escala suficiente y con la ayuda de las colectividades publicas que constru iran una parte de los equipa- m ientos y crearan el derecho de construccion: nuevas zonas seran abiertas a la ren ta absoluta y, si los gastos privados de acondicionamiento del suelo aum entan en form a significativa, el precio regulador de la vivienda norm al aum entara en el con- junto de la aglomeracion y, con el, las rentas diferenciales. Si, no obstante, el prom otor ha podido com prar los terrenos a un precio cercano a la ren ta agricola, conservara una plusganancia.

Se observa, por tanto, que el simple juego del m ercado del suelo conduce en todos los casos a una rapida anulacion de las ventajas que obtienen los prom otores de una innovacion en m ateria de ubicacion. Conservar la plusganancia creada implica una intervencion publica, ya sea para reunir las condiciones de esta en beneficio directo del prom otor, ya sea para detener el alza de los precios del suelo que desencadena su intervencion. La teoria de la ren ta no es, pues, solam ente un instrum ento de analisis del m ercado de los terrenos, sino tam bien de las poli- ticas del suelo del Estado.

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ANEXOS ESTABISTICOS

Anexo I.—P a r is , 1889, 1890, 1896. D is tr ib u c io n d e la s v iv ie n d a s n u eva s y d e l c o n ju n to d e la s v iv ie n d a s s e g u n e l im p o r te d e l a lq u ile r a n u a l

A lquileranual

V iviendas constru idas

en 1890

C on jun to de las viviendas el 1 de enero

de 1889

C onjunto de las v iviendas el 1 de enero

de 1896

Numero % Numero % Numero %

1-99100-199 > 4 365 38,81 > 403 682 50,21

17 316 188 129

2,0021,81

200-299300-399

12 230 19,83

)121 665 15,13

208 005 133 873

24,1115,52

400-499 1598 14,20 78 959 9,82 90 400 10,48500-599 591 5,25 40124 4,99 44 410 5,15600-699 605 5,37 29 885 3,72 33 894 3,93700-799 296 2,63 18 789 2,34 21 359 2,47800-899 232 2,06 15 894 1,98 17 754 2,06900-999 175 1,55 8 615 1,07 9 756 1,13

1000-1099 182 1,61 12 187 1,52 13 306 1,541100-1199 76 0,67 4 640 0,58 5 388 0,621200-1299 129 1,15 8 227 1,02 9 140 1,061300-1399 66 0,59 3 471 0,43 4 030 0,471400-1499 40 0,35 4 025 0,50 4 578 0,531500-1999 195 1,73 15 449 1,92 17 433 2,022000-2499 99 0,88 10 194 1,27 11518 1,342500-2999 70 0,62 5 659 0,70 6 622 0,773000-3999 103 0,91 8 056 1,00 9187 1,064000-4999 57 0,50 4 516 0,56 5174 0,595000-6999 64 0,57 4 759 0,59 5 509 0,647000-9999 35 0,31 2 796 0,35 3 264 0,38

10000-14999 14 0,12 1471 0,18 1737 0,2015000-19999 12 0,10 489 0,06 565 0,06

20000 o m&s 14 0,12 459 0,06 532 0,06

TOTAL 11248 100 804 011 100 862 879 100

f u e n t e S : — Viviendas construidas en 1890: Prefecture du Departement de La Seine, Les p ro p r ie tes b a tie s de la v ille de Paris en 1889 e t 1890, Paris, Imprimerie Nationale, 1890, pp. 66-67.

— Conjunto de las viviendas en 1889, ibid., pp. 20-21.— Conjunto de las viviendas en 1896, Ville de Paris, Annuaire

s ta tis tiq u e , 1895, p. 264.

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mocidn privada segun los tipos de municipios

Tipo de municipio o barrio Distribucion de f a produccion por nivel de precios Distribucion

de municipios y barrios por tipo

Indice de concentracion

de la pro­duccion (4)Zona geo-

grafica (1)Prestigio social (2)

1000/1750F/m2

1751/2750F/m2

2757/6000F/m2

Numero de viviendas

PARIS 1 O o a 60 1.3 152 15,1 152 9,7 4433 9.4 1363 77,0 23,0 2484 4.7 1534 — 83,4 16,6 3972 6.4 1805 — 5,6 94,4 1806 5,0 104

TOTAL 2,8 70,8 26,4 12755 26,8 137EPMER ONILECN 1 71,0 29,0 587 2.3 74

2 29,9 70,1 731 4,3 493 ___ 85,6 14,4 1021 2.3 1264 a a 36 0.35 — — 100,0 413 0.3 ___

TOTAL 22,4 512 20,4 2768 9.5 82SEGUNW CINTURON 1 97,3 2,7 1611 6,0 77

2 78,9 21,1 — 3676 12,7 833 56,4 42,5 1.1 3404 5,7 1724 9.5 88,3 22 1257 3,3 1095 « 244 1.3 54

TOTAL 66,6 32,8 0.6 10192 29.0 101ZONA SUBURBANA 1 93,0 7,0 _ 2443 7,4 96

2 96,8 32 3620 17,7 593 oi X 3,8 , 2264 6,4 1024 74 1,7 1175 65,3 34,7 _ 516 U 115

TOTAL 93,8 6,2 — 8917 34,5 75

ZONA DE AIRYXIN 97,7 2,3 — 3943 — ___

o t r a s /Yl ( M RY IN S 100,0 — — 495 — —MLJNDHCS RURALES 78,1 11,0 10,9 994 — —CONJUNTO REGION PARISINA 52,2 37,5 10,3 40064 100 (3)

(n=299)100

FUENTE: Topalov, 1973 b, pp. 51, 98 y 109.NOTAS: (*) Efectivo inferior a 400 viviendas.

(1) Zonas de clasificacion INSEE, 1962.(2) Indice de prestigio social: proporcion de cuadros superiores y profesionales liberales en la poblacion

residente en el casco de Paris o en el municipio de la aglomeracion extensa:— Menos del 5 %: codigo 1 — 16,8 % de los municipios o barrios.— Entre el 5 y el 10 %: codigo 2 — 44,4 %.— Entre el 10 y el 15 Yo: codigo 3 — 19,2 %.— Entre el 35 y el 25 %: codigo 4 — 11,8 K>.— Mas del 25 % codigo 5 — 7,7%.

(3) Total de los barrios de Paris y de los municipios de la aglomeracion (y no de la region).(4) Relacion entre la proporcion de las viviendas construidas por la promocion privada en una zona dada

sobre el conjunto de las viviendas construidas por la promocion privada en la aglomeracion extensa; y la proporcion de barrios o municipios de esta zona sobre el numero total de barrios y municipios de la aglomeracion extensa.

Christa* Topalov

Anexos estadisticos

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Anexo III. Francia y region parisina, 1954-1976. Indicadores que caracterizan a los espacios residenciales de las diferentescategoriaS sociales

Estabilidad del empleo

Movilidadresidencial

Distribucion espacial de (Aglomeracion de Par

la residencia Is, 1954-1968)

Centra- lidad de la re­

sidenciaMigraciones alternantes

(Francia, 1971)Tasa dp. motori- zacidn

Estabilidad de la dis­tribucion espacial

Grado de segregacidn

con respecto a las otras categorias

sociales

(Unida- des ur- Duracidn. Modalidad de transporte

(Francia, 1968)(Aglomera-

cion de Paris, 1973)

Concentra­tion

espacial

banas de mis

de 100.000 hab.; 1973)

del tra- yecto

Ak en minutos

Trans­porte

colectivoAuto-movil

Dosruedas

/TTron/'in( i i a i i V y i U ;

1976)

Capassuperiors

— Altos ejecutivos adminis trativos: 91,0

— Ingenieros: 86,0

Profesiones liberales ycuadros su­per iores: 42,5

Cuadros su- periores,profesionalesliberales,industriales,comercian-tes:

1954:0,78 1968:0,64

+0,88

— Cuadros me­dios:1954: +0,63 1968: +0,54

— Empleados: 1954: +0,45 1968: -0,19

— Obreros cua­lificados:1954: -0,86 1968: -0,86

— Obreros espe- cializados y

Profesio­nes libe­rales y cuadros superio- res:

35,9

Profesio­nes libe­rales y cuadros superio- res:

102 23,0 65,8 2,3 91,9

peones: 1954: -0,78 1968: -0,77

Cuadrosmedios

— Cuadros adminis- trativos medios: 86,0

— Tecnicos: 85,044,4

1954:0,301968:0,20 +0,67 — Empleados:

1954: +0,48 1968: -0,06

— Obreros cua­lificados:1954:-0,70 1968: -0,51

— Obreros espe- cializados y

28,1 86 25,6 48,9 9,1 872

peones: 1954; -0,79 1968: -0,80

Empleados 78,0 47,0 1954:0,181968:0,14 +0,66 — Obreros cua­

lificados:1954: -0,64 1968: -0,17

— Obreros espe- cializados y

31,5 86 26,7 362 14,8 71,4

peones: 1954: -0,71 1968: -0,20

Obreroscualificados

— Capataces: 89,0— Obreros cualifica­

dos: 74,01954:0,25

1968:0,26 +0,81— Obreros espe-

cializados y peones:1954: +0,67 1968 + 0,69

79,4

No cualificados — Obreros especia- lizados: 68,0

— Peones: 51,0 ms +0,8066,4

Conjunto de los obreros 68,0 43,1 232 78 20,4 35,7 27,8 73,6

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Proximidad de los equipamientos y servicios urbanos (Francia, 1971)

Estac.de

servic.Guar-deria

Jar din publico Banco Auto­

busMedi­co ge­neral

Escue- la se­cun­daria

Far-macia

Co-rreos

Prees-colar

Escue- la pri- maria

Esta-cionde

trenCapas superiores (profesiones libe­rates y cuadros superiores) Cuadros medios Empleados Obreros

188 187 185138 147 141146 150 157100 100 100

161 157 153137 133 137147 140 143100 100 100

143 140 134137 133 121141 137 126100 100 100

122 113 107122 121 128121 115 118100 100 100

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Topalov, Christian, 1977 bExpropriation et preemption publique, Paris, Ed. du Centre de Re-

cherches d’Urbanisme, 1977, 328 pp.Topalov, Christian, 1980«Tendances dans la diffusion de la propriete d'occupation en France.

1950-1973®, ponencia presentada en el coloquio «Economic crisis and urban austerity®, International Sociological Association, Ur­ban and Regional Research Committee, Nueva York, 21-24 de mayo de 1980, 40 pp., mult.

Vandermotten, Christian, 1971Le marche des terrains d batir dans la region bruxelloise, 1912-1968,

Bruselas, Ed. de l'Universite de Bruxelles, 1971, 257 pp.Vergopoulos, Kostas, 1974«Capitalisme difforme. Le cas de l’agriculture dans le capitalisme®,

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Verret, Michel, 1979L’espace ouvrier, Paris, Armand Colin, 1979, 231 pp.Von Thunen, Johann H., 1826Recherches sur Vinfluence que le prix des grains, la richesse du sol

et les impots exercent sur les systemes de culture (Der isolirte Staat in Beziehung auf Landeirthschaft und Nationalokonomie), Paris, Guillaumin et Cie, 1851, 343 pp.

Weber, Max, 1906«Capitalism and rural society in Germany®, en Gerth, H. H. y Mills,

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Weber, Max, 1923General economic history, Glencoe (111.), The Free Press, 1950 [His-

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221 pp.

274 Christian Topalov

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Abdel-Malek, A.— La dialectica social.Aglietta, M .— Regulation y crisis del capitalismo. La ex-

periencia de los E'stados Unidos.Agnoli, J . , y Brukner, P.— La transform ation de la demo-

cracia.Althusser, L .—La revolution tedrica de Marx.Althusser, L .— Para una critica de la practica tedrica. Res­

pues t a a John Lewis.Althusser, L., y Balibar, E.—Para leer «El capitals.A m in , S.— La acumulacion a escala mundial.Anderson, P.— Consider acione's sob re el m arxism o occi­

dental.B a c h e l a r d , G .— El c o m p r o m i s o r a c i o n a l i s t a .Bachelard, G .— La formacidn del espiritu cientifico.Bagu, S .— Tiempo, realidad social y conocimiento.Baran, P. A., y Sweezy, P. M .— El capital monopolista.Barrat-Brown, M .— Despues del imperialismo.Baudrillard, J.— El sistem a de los objetos.Baudrillard, J.— La economia politica del signo.Benitez, R., y otros.— Las clases sociales en America

Latina.B e n it e z , R., y otros.— Clases sociales y crisis politica en

America Latina.B e r g e r o n , L.y y otros.— Niveles de cultura y grupos so­

ciales.Bourdieu, P.; Chamboredon, J . C., y Passeron, J. C.—El

oficio del socidlogo. Presupuestos epistemologicos.Brucan, S.— La disolucion del poder.Bruckner, P.— Psicologia social del antiautoritarismo.Buci-Glucksmann, Ch.— Gramsci y el Estado. Hacia una

teoria materialista de la filosofia.Castells . M —La teoria de las ctisis economicas y las

transformaciones del capitalismo.C o o pe r , D.—La dialectica de la liberation.D ouglas, M.— Pureza y peligro. IJn analisis de los concep-

tos de contaminacidn y tabu.D'Hondt, J.; Derrida, J.; Althusser, L., y Dubarle, D.—

Hegel y el pensamiento moderno.Easlea, B.—La liberation social y los objetivos de la

ciencia.Foucault, M .— Arqueologia del saber.Foucault, M .— El nacim iento de la clinica.Foucault, M .— Las palabras y las cosas.Foucault, M .— Raym ond Roussel.

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F o u c a u l t , M .—Hi'storia de la sexualidad. 1. La voluntad de saber,

F o u c a u l t , M .— Vigilar y c a s t i g a r .F r o m m , E.— Anatomla de la destructividad Humana.F r o m m , E., y otros.— La sociedad industrial contempo-

rdnea,G a m b l e , A., y Walton, P.—El capitalismo en crisis.G o d e l i e r , M .— Racionalidad e irracionalidad en economla.G o d e l i e r , M .— Economla, fetichismo y religion en las so-

ciedades primitivas.GonzAlez C a s a n o v a , P.— Sociologla de la explotacion.G u r r i e r i , A., y otros. — Estudios sobre la juventud margi­

nal latinoamericana.H o c a r t , A. M .—Mito, ritual y costumbre. Ensayos hetero-

doxos.I a n n i , O.—Im perialism o y cultura de la violencia en Ame­

rica Latina.I a n n i , O.— Esclavitud y c a p i t a l i s m o .Ja c o b y , E. H.—La burocratizacion del mundo.J a f f e , H.— Del t r i b a l i s m o a l s o c i a l i s m o .L a c l a u , E.— Polhica e ideologla en la teorla marxista.L a n t e r n a r i , V.—Occidente y Tercer Mundo.L a u r i n - F r e n e t t e , N.—Las teorlas funcionalistas de las cla-

ses sociales. Sociologla e ideologla burguesa.L e a c h , E .— Cultura y c o m u n i c a c i o n .L e c o u r t , D.—Para una crltica de la epistemologla.L e c o u r t , D.— Ensayo sobre la posicion de Lenin en Filo-

softa.L e f e b v r e , H.—Hegel, Marx, Nietzsche.Levi-Strauss, C.—El origen de las maneras de mesa. Mi-

tologica’s III.Levi-Strauss, C.—El" hombre desnudo. Mttoldgtcas IV.Levi-Strauss, C.— Antropologla estructural II.L o w y , M.—La teorla de la revolucion en el joven Marx.L o w y t M,— Para una sociologla de l_os iMOectuales reyolu-

cionarios.M a c c i o c c h i , M. A.—Gramsci y la revolucion en Occidente.M a n d e l , E.—La f o r m a c i o n d e l p e n s a m i e n t o e c o n o m i c o d e

Marx.M a r a v a l l , J. M —La sociologla de lo posible.Marin, L. — Utopicas: juegos de espacios.M a t t e l a r t , A.— Agresion d e s d e e l e s p a c i o ; c u l t u r a y n a ­

palm e n l a e r a d e l o s s a t e l i t e s .

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M a t t e l a r t , A.—La comunicacion masiva en el proceso de liberacion.

M a t t e l a r t , A .— Multinacionales y sistemas de comunica­cion. Los aparatos ideologicos del imperialismo.

M i l i b a n d , R —El Estado en la sociedad capitalista.M i l i b a n d , R.— Marxismo y politico.M i l l e r , J. A., y H e r b e r t , T.—Ciencias sociales: ideologla y

conocimiento.M i l l s , C. W.—De h o m b r e s s o c i a l e s y m ovim ientos p o l i ­

t i c o s .M o n o d , J.— Un rico canlbal.Moscovici, S.— Sociedad contra natura.M o u r a , C.— Sociologla de la praxis.P£rez Diaz, V.— Pueblos y closes sociales en el campo es-

panol.P i n i l l a d e l a s H e r a s . — Reaccion y revolucion en una so­

ciedad industrial.P o r t e l l i , H .— Gramsci y e l b l o q u e h i s t o r i c o .P o u l a n t z a s , N.—Poder politico y closes sociales en el Es­

tado capitalista.P o u l a n t z a s , N .— Fascismo y dictadura.P o u l a n t z a s , N.— Las closes sociales en el capitalismo ac­

tual.P o u l a n t z a s , N.—La crisis de las dictaduras: Portugal, Gre-

cia, Espana.P o u l a n t z a s , N.— Estado, poder y socialismo.P r e s t i p i n o , 6 . — El p e n s a m i e n t o f d o s o f i c o d e Engels.R e ic h 5 w.— Materialismo dialectico y psicoandlisis.R i c o e u r , P.—Freud , una interpretacion de la cultura.R o z i t c H n e r , L.—Freud y los llmites del individualismo

burgues.Schmidt, A.—El concepto de naturaleza en Marx.Sinelnikoff, C.—La obra de W ilhelm Reich.S o l a r i , A. E.; F r a n c o , R , y J u t k o w i t z , J.—Teoria, accion

social y desarrollo en America Latina.S onntang, H. R., y V a l e c i l l o s , M.—El Estado en el capi­

talismo contempordneo.Stavenh a g e n , R.—Las closes sociales en las sociedades

agrarias.V i n n a i , & .— El futbol como ideologla.W h e e l o c k , J .— Imperialismo y dictadura.Z a h a r , R.— Coloniali'smo y e n a j e n a c i o n .Z i e g l e r , J.—Los vivos y la muerte.

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URBANISMO

Campos Venuti, 6 .— Urbanismo y uusteridad.C a s t e l l s , M.— Crisis urbana y cambio social.Castells, M .—Problema’s de investigacion en sociologla

urbana.

C a s t e l l s , M —La cuestion urbana.Harvey, D. — Urbanismo y desigualdad social.Keller, S.—El vecindario urbano. Una perspectiva socio-

logica.

Lipietz, A.— El capital y su espacio.L o j k i n e , J.—El marxismo, e l Estado y la c u e s t i o n urbana.Segre, R —Las estructuras ambientales en America Latina.Singer, P .— Economia polltica de la urbanizacion.

Turner, J. F., y Fighter , R.— Libertad para construir.V a r i o s autores.—Planificacion regional y urbana en Ame­

rica Latina.

MOVIMIENTOS SOCIALES URBANOS

C a s t e l l s , M .— Movimientos sociales urbanos.Castells, M .— Ciudad, democracia y socialismo.Lomnitz, L. A.—Como sobreviven los marginados.Montano, J.—Los pobres de la ciudad en los asentamien-

tos espontdneos.

ESTUDIOS DE HISTORIA CONTEMPORANEA

Bahamonde, A., y Toro, J.— Burguesia, especulacion y cuestion social en el Madrid del siglo XIX.