Cinco Secretos Para Tener Una Vida Más Feliz… Por Fátima Trujillo Ornelas, fsp

Muy apreciados lectores/as:

Al inicio de este año estoy con ustedes nuevamente en comunicación para expresarles mi aprecio fraterno y profundo en el amor de Cristo Jesús, los y les presento a Dios, nuestro Padre. Él los bendice, cuida y ama.

En nuestra reflexión anterior, considerábamos a un Dios viviente que ama a las personas y está presente en cada una, en las que siguen sus pasos como en las que por diversos motivos viven alejadas de Él. Y ahora que respiramos un ambiente festivo por las pasadas fiestas de fin e inicio de año, con mayor razón se revitaliza en nosotros la certeza del amor de Dios por las personas. Es tan grande este amor que Él mismo se hizo uno de nosotros, se hizo pequeño para engrandecernos. Este misterio nos envuelve en una luz incomprensible y es signo de contradicción en nuestro tiempo en el que predomina el reinado del poder, el protagonismo y el individualismo que aniquilan a los más desprotegidos.

Nos surge una pregunta; ¿Cómo vivir felices en medio de esta situación? A la luz de la fe, es posible.

Contemplemos un momento en nuestro interior al Hijo de Dios hecho hombre, como nosotros, y viviendo entre nosotros, trabajando como nosotros, sufriendo los mismos problemas políticos, sociales y religiosos que también hoy experimentamos. Él precisamente ha venido para darnos buenas noticias a la humanidad, de que el Reino de Dios ya está entre nosotros y hay esperanza certera de que él nos obtiene la salvación. Basta estar atentos, escuchar su Palabra y esforzarnos por ponerla en práctica para que nos llenemos de paz y gozo.

El primer secreto para vivir felices en medio de este caos de violencia, tristeza y muerte, es escuchar en nuestro interior el llamado de Dios. Hace mucho tiempo, decía el Papa Pablo VI, que Jesús desde la cuna de Belén hacía un llamado universal: “Vengan todos a mí, vengan, todos son esperados, todos son amados, vengan que hay algo maravilloso preparado para ustedes”. Escuchar esta voz de Dios que nos llama, nos dará paz y serenidad.

El segundo secreto consiste en tener la certeza de que estamos invitados a acudir ante Dios que ha querido tomar nuestra misma naturaleza humana y nos espera para enseñarnos a amar sin límite, a conocerle cada día más, a revelarnos el amor misericordioso del Padre Celestial; todo esto y más, son motivos suficientes para vivir felices.

Y aún si hemos fallado y caído en el pecado, contamos con la esperanza de que este Dios Encarnado, es como un gran médico que quiere sanar nuestras heridas y devolvernos la esperanza. La certeza de que somos perdonados y amados, es un tercer secreto para una vida feliz.

Dios ha puesto su tienda entre nosotros, para asegurarnos que no estamos solos; a Él podemos acudir sin demora, gracias a la certeza de que contamos con Él. Sin duda es otro motivo para ser felices. Con Él podemos contar para todo, es nuestro Hermano y Amigo con quien podemos conversar de lo que nos pasa, tanto de los momentos felices como los que son desagradables.

“Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación. No hay fe sin caridad, no hay caridad sin fe.

Y desde todos los siglos, se repite este llamado de amor a cada uno de nosotros; Dios nos dice: “Ven a mí, yo gozo de tus alegrías, yo puedo consolarte y enjugar tus lágrimas”. Esto nos manifiesta que, nuestro Dios, es una persona viviente, que ama y defiende la vida, que Él le da sentido a nuestra vida, nos quiere felices y nos ofrece los bienes para que los disfrutemos, pero no como un fin, sino como un medio para que también nosotros seamos portadores de felicidad para los demás.

Compartir momentos felices a la luz de Dios con los demás, es otro secreto de la auténtica felicidad. Y ahora que estamos viviendo el Año de la fe, el Papa Benedicto XVI, nos ofrece unos pensamientos que pueden iluminar nuestro caminar como cristianos felices, sembradores de felicidad en la perspectiva de la fe en Cristo, así nos dice:

El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13,13). Con palabras aún más fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol Santiago dice: «¿De que qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: ‘Id en paz, abrigaos y saciaos’, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: ‘Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe’» (St 2, 14-18).

La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros.

Lo que el mundo necesita son testigos de la fe, y de manera especial el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin. «Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero”.

Los invito a unirnos en oración y a que pidamos los unos por otros para que logremos poner en práctica nuestra fe, y que más allá de los obstáculos, logremos con la ayuda de Dios, ser portadores de felicidad y esperanza.

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