Cinco semanas en globo - Biblioteca Virtual Universalbiblioteca.org.ar/libros/656184.pdf · Julio Verne Cinco semanas en globo I El final de un discurso muy aplaudido. ˜ Presentación

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  • Julio Verne

    Cinco semanas en globo

    2003 - Reservados todos los derechos

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  • Julio Verne

    Cinco semanas en globo I El final de un discurso muy aplaudido. Presentacin del doctor Samuel Fergusson. Excelsior. Retrato de cuerpo entero del doctor. Un fatalista convencido. Comida en el Travellers Club. Numerosos brindis de circunstancias El da 14 de enero de 1862 haba asistido un numero-so auditorio a la sesin de la Real Sociedad Geogrfica de Londres, plaza de Waterloo, 3. El presidente, sir Francis M .... comunicaba a sus ilustres colegas un hecho importante en un discurso frecuentemente interrumpi-do por los aplausos. Aquella notable muestra de elocuencia finalizaba con unas cuantas frases rimbombantes en las que el pa-triotismo manaba a borbotones: Inglaterra ha marchado siempre a la cabeza de las na-ciones (ya se sabe que las naciones marchan universalmen-te a la cabeza unas de otras) por la intrepidez con que sus via-jeros acometen descubrimientos geogrficos. (Numerosas muestras de aprobacin.) El doctor Samuel Fergusson, uno de sus gloriosos hijos, no faltar a su origen. (Por doquier.-No! No!) Su tentativa, si la corona el xito (gritos de: La coronar!), enlazar, completndolas, las nociones disper-sas de la cartografa africana (vehemente aprobacin), y si fracasa (gritos de: Imposible! Imposible!), quedar con-signada en la Historia como una de las ms atrevidas concepciones del talento humano. (Entusiasmo frentico.) Hurra! Hurra! aclam la asamblea, electrizada por tan conmovedoras palabras. Hurra por el intrpido Fergusson! exclam uno de los oyentes ms expansivos.

  • Resonaron entusiastas gritos. El nombre de Fergus-son sali de todas las bocas, y fundados motivos tene-mos para creer que gan mucho pasando por gaznates ingleses. El saln de sesiones se estremecio. All se hallaba, sin embargo, un sinfn de intrpidos viajeros, envejecidos y fatigados, a los que su tempera-mento inquieto haba llevado a recorrer las cinco partes del mundo. Todos ellos, en mayor o menor medida, ha-ban escapado fsica o moralmente a los naufragios, los incendios, los tomahawk de los indios, los rompecabe-zas de los salvajes, los horrores del suplicio o los est-magos de la Polinesia. Pero nada pudo contener los lati-dos de sus corazones durante el discurso de sir Francis M .... y la Real Sociedad Geogrfica de Londres, sin duda, no recuerda otro triunfo oratorio tan completo. Pero en Inglaterra el entusiasmo no se reduce a va-nas palabras. Acua moneda con ms rapidez aun que los volantes de la Royal Mint.[L1] Se abri, antes de levan-tarse la sesin, una suscripcin a favor del doctor Fer-gusson que alcanz la suma de dos mil quinientas libras. La importancia de la cantidad recaudada guardaba pro-porcin con la importancia de la empresa. Uno de los miembros de la sociedad interpel al presidente para saber si el doctor Fergusson seria pre-sentado oficialmente. El doctor est a disposicin de la asamblea res-pondi sir Francis M... Que entre! Que entre! gritaron todos. Bueno es que veamos con nuestros propios ojos a un hombre de tan extraordinaria audacia. Acaso tan increble proposicin dijo un viejo co-modoro apopltico no tenga ms objeto que embau-carnos. Y si el doctor Fergusson no existiera? pregunt una voz maliciosa. Tendramos que inventarlo respondi un miem-bro bromista de aquella grave sociedad. Hagan pasar al doctor Fergusson dijo sencilla-mente sir Francis M... Y el doctor entr entre estrepitosos aplausos, sin con-moverse lo ms mnimo. Era un hombre de unos cuarenta aos, de estatura y constitucin normales; el subido color de su semblante pona en evidencia un temperamento sanguneo; su ex-presin era fra, y en sus facciones, que nada tenan de par-ticular, sobresala una nariz asaz voluminosa, a guisa de bauprs, como para caracterizar al hombre predestinado a los descubrimientos; sus ojos, de mirada muy apacible y ms inteligente que audaz, otorgaban un gran encanto a su fisonoma; sus brazos eran largos y sus pies se apoyaban en el suelo con el aplomo propio de los grandes andarines

  • Toda la persona del doctor respiraba una gravedad tranquila, que no permita ni remotamente acariciar la idea de que pudiese ser instrumento de la ms insignifi-cante farsa. As es que los hurras y los aplausos no cesaron hasta que, con un ademn amable, el doctor Fergusson pidi un poco de silencio. A continuacin se acerc al silln dispuesto expresamente para l y desde all, en pie, diri-giendo a los presentes una mirada enrgica, levant ha-cia el cielo el ndice de la mano derecha, abri la boca y pronunci esta sola palabra: Excelsior! No! Ni una interpelacin inesperada de los seores Dright y Cobden, ni una demanda de fondos,extraordi-narlos por parte de lord Palmerston para fortificar los peascos de Inglaterra, haban obtenido nunca un xito tan completo! El discurso de sir Francis M... haba que-dado atrs, muy atrs. El doctor se manifestaba a la vez sublime, grande, sobrio y circunspecto; haba pronun-ciado la palabra adecuada a la situacin: Excelsior! El viejo comodoro, completamente adherido a aquel hombre extraordinario, reclam la insercin ntegra del discurso de Samuel Fergusson en los Proceedings of the Royal Geographical Society of London[L2] . Quin era, pues, aquel doctor, y cul la empresa que iba a acometer? El padre del joven Fergusson, denodado capitn de la Marina inglesa, haba asociado a su hijo, desde su ms tierna edad, a los peligros y aventuras de su profesin. Aquel digno nio, que no pareci haber conocido nunca el miedo, anunci muy pronto un talento despejado, una inteligencia de investigador, una aficin notable a los trabajos cientficos; mostraba, adems, una habilidad poco comn para salir de cualquier atolladero; no se apur nunca por nada de este mundo, ni siquiera a la hora de servirse por vez primera en la comida del tene-dor, cosa en la que los nios no suelen sobresalir. Su imaginacin se inflam muy pronto con la lectu-ra de las empresas audaces y de las exploraciones mar-timas. Sigui con pasin los descubrimientos que sea-laron la primera parte del siglo XIX y so con la gloria de los MungoPark, de los Bruce, de los Cailli, de los Levaillant, e incluso un poco, segn creo, con la de Sel-rik, el Robinsn Crusoe, que no le pareca inferior. Cuntas horas bien ocupadas pas con l en la isla de Juan Fernndez! Aprob con frecuencia las ideas del marinero abandonado; discuti algunas veces sus planes y sus proyectos. l habra procedido de otro modo, tal vez mejor; en cualquier caso, igual de bien. Pero, desde luego, jams habra dejado aquella isla de bienaventu-ranza, donde era tan feliz como un rey sin sbditos... No, ni siquiera en el caso de que le hubieran nombrado primer lord del Almirantazgo. Dejo a la consideracin del lector si semejantes ten-dencias se desarrollaron durante su aventurera juventud lanzada a los cuatro vientos. Su padre, hombre instrui-do, no dejaba de consolidar aquella perspicaz inteligen-cia con estudios continuados de hidrografa, fsica y me-cnica, acompaados de algunas nociones de botnica, medicina y astronoma.

  • A la muerte del digno capitn, Samuel Fergusson te-na veintids aos de edad y haba dado ya la vuelta al mundo. Ingres en el cuerpo de ingenieros bengales y se distingui en varias acciones; pero la existencia de sol-dado no le convena, dada su escasa inclinacion a man-dar y menos an a obedecer. Dimiti y, ya cazando, ya herborizando, remont hacia el norte de la pennsula in-dia y la atraves desde Calcuta a Surate. Un simple pa-seo de aficionado. Desde Surate le vemos pasar a Australia, y tomar parte, en 1845, en la expedicin del capitn Sturt, encar-gado de descubrir ese mar Caspio que se supone existe en el centro de Nueva Holanda. En 1850, Samuel Fergusson regres a Inglaterra y, ms dominado que nunca por la fiebre de los descubri-mientos, acompa hasta 1853 al capitn Mac Clure en la expedicin que coste el continente americano desde el estrecho de Behring hasta el cabo de Farewel. A pesar de todas las fatigas, y bajo todos los climas, Fergusson resista maravillosamente. Se hallaba a sus an-chas en medio de las mayores privaciones. Era el perfec-to viajero, cuyo estmago se reduce o se dilata a voluntad, cuyas piernas se estiran o se encogen segn la im-provisada cama, y que se duerme a cualquier hora del da y despierta a cualquier hora de la noche. Nada menos asombroso por consiguiente, que ha-llar a nuestro infatigable viajero visitando desde 1855 hasta 1857 todo el oeste del Tbet en compaa de los hermanos Schtagintweit, para traernos de aquella explo-racin observaciones etnogrficas de lo ms curioso. Durante aquellos viajes, Samuel Fergusson fue el co-rresponsal ms activo e interesante del Daily Telegraph, ese peridico que cuesta un penique y cuya tirada, que asciende a ciento cuarenta mil ejemplares diarios, apenas logra abastecer a sus millones de lectores. As pues, el doctor era hombre bien conocido, pese a no pertenecer a ninguna institucin cientfica, ni a las Reales Sociedades Geogrficas de Londres, Pars, Ber-ln, Viena o San Petersburgo, ni al Club de los Viajeros, ni siquiera a la Royal Politechnic Institution, donde su amigo, el estadista Kokburn, meta mucho ruido. Un da Kokburn le propuso, para darle gusto, resol-ver el siguiente problema: dado el nmero de millas re-corridas por el doctor alrededor del mundo, cuntas millas ms ha andado su cabeza que sus pies, teniendo en cuenta la diferencia de los radios? O bien, conociendo el nmero de millas recorridas por los pies y por la cabeza del doctor, calcular su estatura con toda exactitud. Pero Fergusson continuaba mantenindose alejado de las sociedades cientficas, pues era feligrs militante, no parlante; le pareca emplear mejor el tiempo investi-gando que discutiendo, y prefera un descubrimiento a cien discursos. Cuntase que un ingls se traslad a Ginebra con in-tencin de visitar el lago. Le metieron en un carruaje an-tiguo en el que los asientos estaban de lado, como en los mnibus, y a l

  • le toc por casualidad estar sentado de espaldas al lago. El carruaje realiz pacficamente su viaje circular y nuestro ingls, aunque ni una sola vez vol-vi la cabeza, regres a Londres perdidamente enamora-do del lago de Ginebra. El doctor Fergusson, por su parte, durante sus viajes se haba vuelto ms de una vez, y de tal modo que haba visto mucho. No haca ms que obedecer a su naturaleza, y tenemos ms de un motivo valedero para creer que era algo fatalista, aunque de un fatalismo muy ortodoxo, pues contaba consigo mismo y hasta con la Providencia; se senta ms bien empujado a los viajes que atrado por ellos y recorra el mundo a la manera de una locomotora, la cual no se dirige, sino que es dirigida por el camino. Yo no sigo mi camino deca el doctor con fre-cuencia; el camino me sigue a m. A nadie asombrar, pues, la indiferencia y sangre fra con que acogi los aplausos de la Real Sociedad; estaba muy por encima de tales miserias, exento de orgullo y ms an de vanidad; le pareca muy sencilla la proposicin que haba dirigido al presidente, sir Francis M .... y ni siquiera se percat del inmenso efecto que haba producido. Despus de la sesin, el doctor fue conducido al Traveller's Club, en Pall Mall, donde se celebraba un so-berbio banquete. Las dimensiones de las piezas servidas a la mesa guardaban proporcin con la importancia del personaje, y el esturin que figuraba en tan esplndida comida no meda ni un centmetro menos que el propio Samuel Fergusson. Se hicieron numerosos brindis con vinos de Francia en honor de los clebres viajeros que se haban ilustrado en las tierras de frica. Se bebi a su salud o en su me-moria, y por orden alfabtico, lo que es muy ingls: por Abbadie, Adams, Adamson, Anderson, Arnaud, Baikie, Baldwin, Barth, Batuoda, Beke, Beltrame, Du Berba, Binbanchi, Bolohnesi, Bolwik, Bolzoni, Bonnemain, Brisson, Browne, Bruce, BrunRollet, Burchell, Burtck-hardt, Burton, Caillaud, Cailli, Campbell, Chapman, Clapperton, Clol Rey, Colomien, Courval, Cumming, Cunny, Debono, Decken, Denham, Desavamchers, Dicksen, Dickson, Dochard, Duchaillu, Duncan, Du-rand, Duroul, Duveyrier, Erchardt, D'Escayrac de Lautore, Ferret, Fresnel, Gallnier, Galton, Geoffroy, Golberry, Hahn Hahn, Harnier, Hecquart, Heuglin, Homernann, Houghton, Imbert Kaufmann, Knoble-cher, Krapf, Kummer, Lafaille, Lafargue, Laing, Lam-bert, Lamiral, Lamprire, John Lander, Richard Lander, Lefebre, Lejean, Levaillan, Livingstone, Maccarthie, Magglar, Maizan, Malzac, Moffat, Mollien, Monteiro, Morrison, MungoPark, Neimans, Overweg, Panett, Partarrieau, Pascal, Pearse, Peddie, Peney, Petherick, Poncet, Puax, Raffene, Rath, Rebmann, Richardson, Ri-ley, Ritchie, Rochet D'Aricourt, Rongawi, Roscher, Ruppel Saugnier, Speke, Steidner, Tribaud, Thompson, Thornton, Toole, Tousny, Trotter, Tuckey, Tyrwitt, Vaudey, Veyssire, Vincent, Vinco, Vogel, Warhlberg, Warington, Washington, Werne, Wild y, por ltimo, por el doctor Samuel Fergusson, el cual, con su increble tentativa, deba enlazar los trabajos de aquellos viajeros y completar la serie de los descubrimientos africanos. II

  • Un artculo del Daily Telegraph. Guerra de Peridicos cientficos. El seor Petermann apoya a su amigo el doctor Fergusson. Respuesta del sabio Koner. Apuestas comprometidas. Varias proposiciones hechas al doctor Al da siguiente, en su nmero del 15 de enero, el Daily Telegraph public un artculo concebido en los si-guientes trminos: frica desvelar por fin el secreto de sus vastas sole-dades. Un Edipo moderno nos dar la clave del enigma que no han podido descifrar los sabios de sesenta siglos. En otro tiempo, buscar el nacimiento del Nilo, fontes Nili quoerere, se consideraba una tentativa insensata, una irre-alizable quimera. El doctor Barth, siguiendo hasta Sudn el camino tra-zado por Denham y Clapperton; el doctor Livingstone, multiplicando sus intrpidas investigaciones desde el cabo de Buena Esperanza hasta el golfo de Zambeze; y los capi-tanes Burton y Speke, con el descubrimiento de los Gran-des Lagos interiores, abrieron tres caminos a la civilizacin moderna. Su punto de interseccin, al cual no ha podido llegar ningn viajero, es el corazn mismo de frica. Hacia ah deben encaminarse todos los esfuerzos. Pues bien, los trabajos de aquellos atrevidos pioneros de la ciencia quedarn enlazados gracias a la audaz tentati-va del doctor Samuel Fergusson, cuyas importantes ex-ploraciones han tenido ocasin de apreciar ms de una vez nuestros lectores. El intrpido descubridor (discoverer) se propone atravesar en globo toda frica de este a oeste. Si no esta-mos mal informados, el punto de partida de su sorpren-dente viaje ser la isla de Zanzbar, en la costa oriental. En cuanto al punto de llegada, tan slo la Providencia lo sabe. Ayer se present oficialmente en la Real Sociedad Geogrfica la propuesta de esta exploracin cientfica, y se concedieron dos mil quinientas libras para sufragar los gastos de la empresa. Tendremos a nuestros lectores al corriente de tan au-daz tentativa, sin precedente en los fastos geogrficos.

  • Como era de esperar, el artculo del Daily Telegraph caus un gran alboroto. Levant las tempestades de la incredulidad, y el doctor Fergusson pas por un ser pu-ramente quimrico, inventado por el seor Barnum, que despus de haber trabajado en Estados Unidos, se dis-pona a hacer las islas Britnicas. En Ginebra, en el nmero de febrero de los Boleti-nes de la Sociedad Geogrfica, apareci una respuesta humorstica; su autor se burlaba, con no poco ingenio, de la Real Sociedad de Londres, del Traveller's Club y del fenomenal esturin. Pero el seor Petermann, en sus Mittneilungen, pu-blicados en Gotha, impuso el ms absoluto silencio al peridico de Ginebra. El seor Petermann conoca per-sonalmente al doctor Fergusson y sala garante de la em-presa de su valeroso amigo. Todas las dudas se invalidaron muy pronto. En Londres se hacan los preparativos del viaje; las fbricas de Lyon haban recibido el encargo de una importante cantidad de tafetn para la construccin del aerstato; y el Gobierno britnico pona a disposicin del doctor el transporte Resolute, al mando del capitn Pennet. Brotaron estmulos, estallaron felicitaciones. Los por-menores de la empresa aparecieron muy circunstancia-dos en los Boletines de la Sociedad Geogrfica de Pars y se insert un artculo notable en los Nuevos Anales de viajes, geografa, historia y arqueologa de V. A. Malte--Brun. Un minucioso trabajo publicado en Zeitschrift Algemeine Erd Kunde por el doctor W. Kouer, demos-tr la posibilidad del viaje, sus probabilidades de xito, la naturaleza de los obstculos y las inmensas ventajas de la locomocin por va area; no censur ms que el punto de partida; crea preferible salir de Massaua, an-cn de Abisinia, desde el cual James Bruce, en 1768, se haba lanzado a la exploracin del nacimiento del Nilo. Admiraba sin reserva alguna el carcter enrgico del doctor Fergusson y su corazn cubierto con un triple escudo de bronce que conceba e intentaba semejante viaje. El North American Review vio, no sin disgusto, que estaba reservada a Inglaterra tan alta gloria; procuro po-ner en ridculo la proposicin del doctor, y le indic que, hallndose en tan buen camino, no parase hasta Amrica. En una palabra, sin contar los diarios del mundo en-tero, no hubo publicacin cientfica, desde el Journal des Missions evangliques hasta la Revue algrienne et colo-niale, desde los Annales de la Propagation de la Foi has-ta el Church Missionary Intelligencer, que no considera-se el hecho bajo todos sus aspectos. En Londres y en toda Inglaterra se hicieron conside-rables apuestas: primero, sobre la existencia real o su-puesta del doctor Fergusson; segundo, sobre el viaje en s, que no se intentara, segn unos, y segn otros se em-prendera pronto; tercero, sobre si tendra o no xito; y cuarto, sobre las probabilidades o improbabilidades del regreso del doctor Fergusson. En el libro de las apuestas se consignaron enormes sumas, como si se hubiese tra-tado de las carreras de Epsom.

  • As pues, crdulos e incrdulos, ignorantes y sabios, fijaron todos su atencin en el doctor, el cual se convir-ti en una celebridad sin sospecharlo. Dio gustoso noti-cias precisas de sus proyectos expedicionarios. Hablaba con quien quera hablarle y era el hombre ms franco del mundo. Se le presentaron algunos audaces aventureros para participar de la gloria y peligros de su tentativa, pero se neg a llevarlos consigo sin dar razn de su ne-gativa. Numerosos inventores de mecanismos aplicables a la direccin de los globos le propusieron su sistema, pero no quiso aceptar ninguno. A los que le pregunta-ban si acerca del particular haba descubierto algo nue-vo, les dej sin ninguna explicacin, y sigui ocupndo-se, con una actividad creciente, de los preparativos de su viaje. III El amigo del doctor. De cundo databa su amistad. Dick Kennedy en Londres. Proposicin inesperada, pero nada tranquilizadora. Proverbio poco consolador. Algunas palabras acerca del martirologio africano. Ventajas del globo aerosttico. El secreto del doctor Fergusson El doctor Fergusson tena un amigo. No era ste una rplica de s mismo, un alter ego, pues la amistad no po-dra existir entre dos seres absolutamente idnticos. Pero, si bien posean cualidades y aptitudes diferen-tes y un temperamento distinto, Dick Kennedy y Sa-muel Fergusson vivan animados por un mismo y nico corazn, cosa que, lejos de molestarles, les complaca. Dick Kennedy era escocs en toda la aceptacin de la palabra; franco, resuelto y obstinado. Viva en la aldea de Leith, cerca de Edimburgo, un verdadero arrabal de la Vieja Ahumada.[L3] A veces practicaba la pesca, pero en todas partes y siempre era un cazador determinado, lo que nada tiene de particular en un hijo de Caledonia algo aficionado a recorrer las montaas de Highlands. Se le citaba como un maravilloso tirador de escopeta, pues no slo parta las balas contra la hoja de un cuchi-llo, sino que las parta en dos mitades tan iguales que, pesndolas luego, no se hallaba entre una y otra diferen-cia apreciable.

  • La fisonoma de Kennedy recordaba mucho la de Halbert Glendinning tal como lo pint Walter Scott en El Monasterio. Su estatura pasaba de seis pies ingleses[L4] aunque agraciado y esbelto, pareca estar dotado de una fuerza herclea. Un rostro muy tostado por el sol, unos ojos vivos y negros, un atrevimiento natural muy deci-dido, algo, en fin, de bondad y solidez en toda su perso-na, predispona en favor del escocs. Los dos amigos se conocieron en la India, donde servan en un mismo regimiento. Mientras Dick cazaba tigres y elefantes, Samuel cazaba plantas e insectos. Cada cual poda blasonar de diestro en su especialidad, y ms de una planta rara cogi el doctor, cuya conquista le cost tanto como un buen par de colmillos de marfil. Los dos jvenes nunca tuvieron ocasin de salvarse la vida uno a otro ni de prestarse servicio alguno, por lo que su amistad permaneca inalterable. Algunas veces les alej la suerte, pero siempre les volvi a unir la simpata. Al regresar a Inglaterra, les separaron con frecuencia las lejanas expediciones del doctor, pero este, a la vuelta, no dej nunca de ir, no ya a preguntar por su amigo el escoces, sino a pasar con l algunas semanas. Dick hablaba del pasado, Samuel preparaba el por-venir; el uno miraba hacia adelante, el otro hacia atrs. De ello resultaba que Fergusson tena el nimo siempre inquieto, mientras que Kennedy disfrutaba de una per-fecta calma. Despus de su viaje al Tibet, el doctor estuvo dos aos sin hablar de expediciones nuevas. Dick lleg a imaginar que se haban apaciguado los instintos de viaje e impulsos aventureros de su amigo, lo que le complaca en extremo. La cosa, se deca a s mismo, tena un da u otro que concluir de mala manera. Por ms que se tenga don de gentes, no se viaja impunemente entre antrop-fagos y fieras. Kennedy procuraba, pues, tener a raya a Samuel, que haba hecho ya bastante por la ciencia y de-masiado para la gratitud humana. El doctor no responda una palabra; permaneca pensativo y despus se entregaba a secretos clculos, pa-sando las noches en operaciones de numeros y experimentos con aparatos singulares de los que nadie se per-cataba. Se perciba que en su cerebro fermentaba un gran pensamiento. Qu estar tramando? se pregunt Kennedy en enero, cuando su amigo se separ de l para volver a Londres. Una maana lo supo por el artculo del Daily Tele-graph. Misericordia! exclam. Insensato! Loco! Atra-vesar frica en un globo! Es lo nico que nos faltaba! He aqu en lo que meditaba desde hace dos aos! Sustituyan todos esos signos de admiracin por pu-etazos enrgicamente asestados en la cabeza, y se harn una idea del ejercicio al que se entregaba el buen Dick mientras profera semejantes palabras.

  • Cuando la vieja Elspteh, que era su ama de llaves, in-sinu que poda tratarse muy bien de una chanza, l res-pondi: Una chanza! No, le conozco demasiado, ya s yo de qu pie cojea. Viajar por el aire! Ahora se le ha ocu-rrido tener envidia de las guilas! No, no se ir! Yo le atar corto! Si le dejase, el da menos pensado se nos ira a la Luna! Aquella misma tarde, Kennedy, inquieto y tambin incomodado, tom el ferrocarril en General Rallway Station, y al da siguiente lleg a Londres. Tres cuartos de hora despus se ape de un coche de alquiler junto a la pequea casa del doctor, en Soho Square, Greek Street, se encaram por la escalera y lla-m a la puerta cinco veces seguidas. Le abri Fergusson en persona. Dick? dijo sin mucho asombro. El mismo respondi Kennedy. Cmo, mi querido Dick! T en Londres durante las caceras de invierno? Yo en Londres. Y qu te trae por aqu? La necesidad de impedir una locura que no tiene nombre. Una locura? pregunt el doctor. Es cierto lo que dice este peridico? replic Ken-nedy, mostrando el nmero del Daily Telegraph. Ah! Te refieres a eso? Qu indiscretos son los peridicos! Pero, sintate, Dick. No quiero sentarme. De verdad tienes la inten-cin de emprender ese viaje? Ya lo creo. Estoy haciendo los preparativos y pien-so... Dnde estn esos preparativos, que quiero hacer-los pedazos? Dnde estn? El digno escocs estaba verdaderamente furioso. Calma, mi querido Dick repuso el doctor. Com-prendo tu clera. Ests ofendido conmigo porque hasta ahora no te he contado nada acerca de mis nuevos pro-yectos. Y a eso le llamas nuevos proyectos!

  • Estaba muy ocupado aadi Samuel sin admitir la interrupcin, he tenido que hacer muchas cosas. Pero, tranquilzate, no hubiera partido sin escribirte... Me ro yo... Porque tengo intencin de llevarte conmigo. El escocs dio un salto digno de un camello. Conque sas tenemos? repuso. Pretendes que nos encierren a los dos en el hospital de Betlehem?[L5] ~He contado positivamente contigo, carsimo Dick, y te he escogido a ti excluyendo a muchos aspirantes. Kennedy estaba atnito. Cuando me hayas escuchado durante diez minutos respondi tranquilamente el doc-tor, me dars las gracias. Hablas en serio? Muy en serio. Y si me niego a acompaarte? No te negars. Pero y si me niego? Me ir solo. Sentmonos dijo el cazador, y hablemos desapa-sionadamente. Puesto que no bromeas, vale la pena dis-cutir el asunto. Discutamos almorzando, si no tienes en ello incon-veniente, mi querido Dick. Los dos amigos se sentaron a la mesa frente a frente, entre un montn de emparedados y una enorme tetera. Amigo Samuel dijo el cazador, tu proyecto es in-sensato. Es de realizacin imposible! Es de todo punto impracticable! Eso lo veremos despus de haberlo intentado. Precisamente eso es lo que no hay que hacer, inten-tarlo. Por qu? Y los peligros y obstculos de todo gnero?

  • Los obstculos contest gravemente Fergusson-- se han inventado para ser vencidos. En cuanto a los peli-gros, quin puede estar seguro de que los evita? Todo es peligro en la vida. Peligroso puede ser sentarse a la mesa o ponerse el sombrero; adems, es preciso conside-rar lo que debe suceder como si hubiese ya sucedido, y no ver ms que el presente en el porvenir, puesto que el porvenir no es sino un presente algo ms lejano. ~Qu dices? replic Kennedy, encogindose de hombros. Eres un fatalista. Fatalista en el buen sentido de la palabra. No nos preocuparemos de lo que la suerte nos reserva y no olvi-demos jams nuestro proverbio ingls: Haga lo que haga, no se ahogar quien ha nacido para ser ahorcado. No haba nada que responder, lo que no impidi a Kennedy eslabonar una serie de argumentos fciles de imaginar, pero que resultara interminable reproducir aqu. En fin dijo, despus de una hora de discusin, si te empeas en atravesar frica, si ello es necesario para tu felicidad, por qu no tomas los caminos ordinarios? Por qu? respondi el doctor, animndose. Por-que hasta ahora todas las tentativas han fracasado! Porque desde MungoPark, asesinado en el Nger, hasta Vogel, que desapareci en el Wadal; desde Oudney, muerto en Murmur, y Clapperton, muerto en Sackatou, hasta Maizan, hecho pedazos; desde el mayor Laing, asesinado por los tuaregs, hasta Roscher de Hamburgo, degollado a principios del 1860, se han inscrito numerosas vctimas en el martirologio africano! Porque luchar contra los elementos, contra el hambre, la sed y la fiebre, contra los animales feroces y contra tribus ms feroces an es imposible! Porque lo que no se puede hacer de una ma-nera, debe intentarse de otra! En fin, porque cuando no se puede pasar por en medio, se pasa por un lado o por en-cima! Si no se tratase ms que de pasar! replic Ken-nedy. Pero es posible caerse! Y bien repuso el doctor con la mayor sangre fra, qu puedo temer? Como supondrs, he tomado mis precauciones para no sufrir una cada del globo; y, si ste me fallase, me hallara en tierra en las condiciones nor-males de los exploradores. Pero mi globo no me fallar; ni siquiera considero tal posibilidad. Pues es menester considerarla. No, amigo Dick. No pienso separarme de mi globo hasta que haya llegado a la costa occidental de frica. Con l, todo es posible; sin l, quedo expuesto a los peli-gros y obstculos naturales de tan difcil expedicion; con l, ni el calor, ni los torrentes, ni las tempestades, ni el si-mn, ni los climas insalubres, ni los animales salvajes, ni los hombres pueden inspirarme miedo alguno. Si tengo demasiado calor, subo; si tengo fro, bajo; si encuentro una montaa, la salvo; si un precipicio, lo paso; si un ro, lo atravieso; si una tempestad, la domino; si un torren-te, lo cruzo como un pjaro. Avanzo sin cansarme, me detengo sin necesidad de reposo. Planeo sobre ciuda-des desconocidas. Vuelo con la

  • rapidez del huracn, tan pronto por las regiones ms elevadas de la atmsfera como a cien pasos de tierra, y el mapa de frica se abre ante mis ojos en el gran atlas del mundo. El buen Kennedy empezaba a emocionarse, y sin em-bargo, el espectculo evocado le produca vrtigo. Con-templaba a Samuel con admiracin, pero tambin con mie-do; le pareca que estaba ya balancendose en el espacio. Veamos dijo. Reflexionemos un poco, amigo Sa-muel. Has hallado pues, el medio de dirigir los globos? Por supuesto que no. Es una utopa. Entonces, irs... A donde quiera la Providencia; pero ser del este al oeste. Por qu? Porque cuento con valerme de los vientos alisios, cuya direccin es constante. Es verdad! exclam Kennedy, reflexionando. Los vientos alisios... Seguramente... En rigor, se puede... Algo hay... Si hay algo! No, amigo mo, hay ms que algo. El Gobierno ingls ha puesto un transporte a mi disposi-cin, y est tambin resuelto que crucen tres o cuatro buques por la costa occidental hacia la poca presunta de mi llegada. Dentro de tres meses, todo lo ms, me ha-llar en Zanzibar, donde hinchar mi globo, y desde all nos lanzaremos... Nos lanzaremos? exclam Dick. Te atrevers a hacerme an alguna nueva obje-cin? Habla, amigo Kennedy. Una objecin! Se me ocurren ms de mil; pero en-tre otras, dime: si tienes previsto conocer el pas, si tienes previsto subir y bajar a tu albedro, no lo podrs hacer sin perder gas; hasta ahora no se ha podido proceder de otra manera, lo que ha impedido siempre las largas pere-grinaciones por la atmsfera. Querido Dick, slo te dir una cosa: yo no perder ni un tomo de gas, ni una molcula. Y bajars cuando quieras? Cuando quiera. Cmo? El cmo es mi secreto, amigo Dick. Ten confianza, y que mi divisa sea la tuya: Excelsior!

  • Pues bien, Excelsior! respondi el cazador, que no saba una palabra de latn. Sin embargo, estaba decidido a oponerse por todos los medios posibles a la partida de su amigo. De momen-to fingi adherirse a su parecer y se content con obser-var. En cuanto a Samuel, fue a activar sus preparativos. IV Exploraciones africanas. Barth, Richardson, Overweg, Werne, BrunRollet, Peney, Andrea Debono, Miani, Guillaume Lejean, Bruce, Krapf y Rebmann, Maizan, Roscher, Burton y Speke La lnea area que el doctor Fergusson se propona seguir no haba sido escogida al azar; su punto de parti-da fue cuidadosamente estudiado, y no sin razn el ex-plorador resolvi verificar la ascensin desde la isla de Zanzbar. Esta isla, situada cerca de la costa oriental de frica, se encuentra a 60 de latitud austral, es decir, cua-trocientas treinta millas geogrficas debajo del ecuador. De aquella isla acababa de partir la ltima expedi-cin enviada por los Grandes Lagos en busca del naci-miento del Nilo. Pero conviene indicar qu exploraciones esperaba enlazar el doctor Fergusson unas con otras. Destacan dos: la del doctor Barth, en 1849, y la de los tenientes Burton y Speke, en 1858. El doctor Barth es un hamburgus que obtuvo para s y para su compatriota Overweg el permiso de unirse a la expedicin del ingls Richardson, encargado de una misin en Sudn. Sudn es un vasto pas situado entre los 150 y los 100 de latitud norte, es decir, que para llegar a l es menester penetrar mas de mil quinientas millas en el interior de frica. Hasta entonces aquella comarca nicamente era co-nocida por el viaje de Denham, Clapperton y Oudney, verificado entre 1822 y 1824. Richardson, Barth y Over-weg, ansiosos de llevar ms lejos sus investigaciones, lle-gan a Tnez y a Trpoli, como sus antecesores, y luego a Murzuk, capital del Fezzn.

  • Abandonan entonces la lnea recta y tuercen en direc-cin oeste, hacia Ghat, guiados, no sin dificultades, por los tuaregs. Despus de mil escenas de saqueo, vejaciones y ataques a mano armada, su caravana llega en octubre al vasto oasis del Asben. El doctor Barth se separa de sus compaeros, hace una excursin a la ciudad de Agads y se incorpora de nuevo a la expedicin, la cual vuelve a po-nerse en marcha el 12 de diciembre. sta llega a la provin-cia de Damergu, donde los tres viajeros se separan, y Barth, que toma el camino de Kano, llega a este punto a fuerza de paciencia y pagando considerables tributos. A pesar de una fiebre intensa, deja la ciudad de Kano el 7 de marzo, acompaado por un solo criado. El principal objeto de su viaje es reconocer el lago Chad, del cual le separan an trescientas cincuenta millas. Avanza, pues, hacia el este y alcanza la ciudad de Zuricolo, en Bornu, que es el ncleo del gran imperio central de fri-ca. All se entera de la muerte de Richardson, debida a la fatiga y las privaciones. Llega a Kuka, capital de Bornu, a orillas del lago. Al cabo de tres semanas, el 14 de abril, doce meses y medio despus de haber salido de Trpoli, alcanza la ciudad de Ngornu. Le volvemos a encontrar partiendo el 29 de marzo de 1851, con Overweg, para visitar el reino de Adamaua, al sur del lago. Llega a la ciudad de Yola, un poco ms abajo de los 90 de latitud norte; es el lmite extremo al-canzado al sur por tan atrevido viajero. En agosto vuelve a Kuka, desde donde recorre suce-sivamente el Mandara, el Baguirmi y el Kanem, y alcan-za como lmite extremo al este la ciudad de Mesena, si-tuada a 170 20 de longitud oeste.[L6] El 25 de noviembre de 1852, despus de la muerte de Overweg, su ltimo compaero, se adentra por el oeste, visita Sokoto, atraviesa el Nger y llega al fin a Tombuc-t, donde se consume durante ocho largos meses, some-tido a las vejaciones del jeque, los malos tratos y la mise-ria. Pero la presencia de un cristiano en la ciudad no puede tolerarse por ms tiempo y los fuhlahs amenazan con sitiarla. El doctor sale de ella el 17 de marzo de 1854, se refugia en la frontera, donde permanece treinta y tres das en la indigencia ms completa, regresa a Kano en noviembre y vuelve a entrar en Kuka, desde donde toma de nuevo el camino de Denham, tras cuatro meses de es-pera. A ltimos de agosto de 1855 se traslada a Trpoli y llega a Londres el 6 de septiembre, despus de haber perdido a todos sus compaeros. He aqu lo que fue el audaz viaje de Barth. El doctor Fergusson anot cuidadosamente que se haba detenido a 40 de latitud norte y 170 de longitud oeste. Veamos ahora lo que hicieron los tenientes Burton y Speke en frica oriental. Las diversas expediciones que remontaron el Nilo no pudieron llegar jams a su misterioso nacimiento. Se-gn el relato del mdico alemn F. Werne, la expedicin intentada en 1840, bajo los auspicios de Mehemed Al, se detuvo en Gondokoro, entre los paralelos 40 y 50 norte.

  • En 1855, BrunRollet, un saboyano nombrado cn-sul de Cerdea en Sudn oriental, en sustitucin de Vau-dey, que haba muerto en activo, parti de Kartum y, bajo el seudnimo de Zacub, traficante de goma y mar-fil, lleg a Belenia, ms all del grado 4, y regres enfer-mo a Kartum, donde muri en 1857. Ni el doctor Peney, jefe de los servicios mdicos egipcios, el cual, en un pequeo vapor, lleg un grado ms abajo de Gondokoro y muri extenuado en Kar-tum; ni el veneciano Miani, que recorriendo las cataratas situadas debajo de Gondokoro, alcanz el paralelo 20, ni el negociante malts Andrea Debono, que llev ms le-jos an su excursin por el Nilo, pudieron franquear el infranqueable lmite. En 1859, Guillaume Lejean, encargado por el Go-bierno francs de una misin especial, se traslad a Kar-tum por el mar Rojo y embarc en el Nilo con veintin hombres de tripulacin y veinte soldados; pero no pudo pasar de Gondokoro y corri los mayores peligros entre los negros insurrectos. La expedicin dirigida por el se-or D'Escayrac de Lautore intent tambin en vano lle-gar al famoso nacimiento. El mismo trmino fatal detuvo siempre a los viaje-ros. Los enviados de Nern haban alcanzado en su po-ca los 90 de latitud; por consiguiente, en dieciocho siglos no se avanzo mas que cinco o seis grados, es decir, de trescientas a trescientas sesenta millas geogrficas. Algunos viajeros intentaron llegar al origen del Nilo tomando un punto de partida en la costa oriental de frica. De 1768 a 1772, el escocs Bruce sali de Massaua, puerto de Abisinia, recorri el Tigr, visit las minas de Axum, vio el nacimiento del Nilo donde no estaba y no obtuvo ningn resultado importante. En 1844, el doctor Krapf, misionero anglicano, fun-daba un establecimiento en Mombasa, en la costa de Zanguebar, y en compaa del reverendo Rebmann des-cubra dos montaas a trescientas millas de la costa. Se trata de los montes Kilimanjaro y Kenia, que De Heu-glin y Thornton, acaban de escalar en parte. En 1845, el francs Malzan desembarcaba solo en Bagamoyo, frente a Zanzbar, y llegaba a DejelaMho-ra, cuyo jefe le haca perecer vctima de los ms crueles suplicios. En agosto de 1859, el joven viajero Roscher, natural de Hamburgo, parta con una caravana de mercaderes rabes y alcanzaba el lago Nyassa, donde fue asesinado mientras dorma. Por ltimo, en 1857, los tenientes Burton y Speke, oficiales ambos del Ejrcito de Bengala, fueron enviados por la Sociedad Geogrfica de Londres para explorar los Grandes Lagos africanos. Salieron de Zanzbar el 17 de junio y se encaminaron directamente al oeste. Despus de cuatro meses de padecimientos inaudi-tos, de que les hubiesen robado el equipaje y hubieran matado a sus porteadores, llegaron a Kazeh, centro de reunin de traficantes y caravanas. Se habra dicho que estaban en la Luna; all recogieron precisos

  • documentos acerca de las costumbres, el gobierno, la religin, la fau-na y la flora del pas. Despus se dirigieron hacia el pri-mero de los Grandes Lagos, el Tanganica, situado entre los 30 y los 80 de latitud austral; llegaron a l el 14 de fe-brero de 1858 y visitaron las diversas tribus de las ori-llas, en su mayor parte canbales. Partieron de all el 26 de mayo y regresaron a Kazeh el 20 de junio. En Kazeh, Burton, rendido de fatiga, per-maneci enfermo algunos meses; durante este tiempo, Speke realiz una incursin de ms de trescientas millas en direccin norte, hasta el lago Ukereue, avistndolo el 3 de agosto; pero slo pudo ver su embocadura, a 20 3 de latitud. El 25 de agosto haba regresado a Kazeh y reanudaba con Burton el camino hacia Zanzbar, pas que los dos intrpidos viajeros vieron de nuevo en marzo del ao si-guiente. Entonces volvieron a Inglaterra, y la Sociedad Geogrfica de Pars les concedi su premio anual. El doctor Fergusson fij mucho su atencin en que los dos exploradores no haban traspasado ni los 20 de latitud austral, ni los 290 de longitud este. Tratbase, pues, de enlazar las exploraciones de Burton y Speke con las del doctor Barth, lo que equiva-la a salvar una extensin de pas de ms de doce grados. V Sueos de Kennedy. Artculos y pronombres en plural Insinuaciones de Dick. Paseo por el mapa de frica. Lo que queda entre las dos puntas del comps. Expediciones actuales. Speke y Grant. Krapf, De Decken y De Heuglin El doctor Fergusson activaba afanoso los preparati-vos de su marcha. l mismo diriga la construccin de su aerstato, introduciendo ciertas modificaciones acerca de las cuales guardaba un silencio absoluto. Se haba dedicado, desde mucho tiempo atrs, al es-tudio de la lengua rabe y de varios idiomas mandingas, en los cuales, gracias a sus aptitudes polglotas, hizo r-pidos progresos. Entretanto, su amigo el cazador no le dejaba ni a sol ni a sombra, pues sin duda tema que el doctor tomase el portante sin decirle una palabra; segua dirigindole acerca del

  • particular las arengas ms persuasivas, sin per-suadir con ellas a Samuel Fergusson, y se deshaca en s-plicas patticas que no conmovan lo ms mnimo a ste. Dick notaba que su amigo se le escapaba de las manos. El pobre escocs era, en realidad, digno de lstima. No poda mirar sin terror la azulada bveda del cielo, al dormirse experimentaba balanceos vertiginosos y todas las noches soaba que se despeaba desde inconmensu-rables alturas. Debemos aadir que, durante tan terribles pesadi-llas, se cay dos o tres veces de la cama. Su primer im-pulso fue mostrar a Fergusson la seal de un fuerte gol-pe que haba recibido en la cabeza. Y no llega ni a un metro de altura! exclam con candor serfico. Ni a un metro! Y el chichn es como un huevo! Juzga t mismo! Aquella insinuacin melanclica no conmovi al doctor. Nosotros no caeremos dijo. Y si caemos? No caeremos. La conviccin del doctor dej a Kennedy sin res-puesta. Lo que exasperaba particularmente a Dick era que el doctor pareca dar muestras de una abnegacin absoluta hacia l; le consideraba irrevocablemente destinado a ser su compaero areo. Eso ya no era objeto de duda algu-na. Samuel abusaba de un modo insoportable del pro-nombre de primera persona en plural. Nosotros vamos adelantando..., nosotros es-taremos en disposicion .... nosotros partiremos el da... Y del adjetivo posesivo en singular: Nuestro globo..., nuestro esquife..., nuestra exploracin... Y tambin en plural: Nuestros preparativos..., nuestros descubri-mientos .... nuestras ascensiones... Dick senta escalofros, a pesar de que estaba decidi-do a no marchar; sin embargo, no quera contranar de-masiado a su amigo. Confesemos, no obstante, que, sin darse l mismo cuenta de ello, haba hecho que le envia-ran poco a poco de Edimburgo algunos trajes apropia-dos y sus mejores escopetas de caza.

  • Un da, despus de reconocer que aun teniendo mu-cha suerte haba mil probabilidades contra una de salir mal del negocio, fingi acceder a los deseos del doctor; pero, para retardar el viaje todo lo posible y ganar tiem-po, esgrimi una serie de argumentos de lo ms varia-dos. Insisti en la utilidad de la expedicin y en su opor-tunidad... El descubrimiento del origen del Nilo era absolutamente necesario? ... Contribuira en algo al bie-nestar de la humanidad? ... Cuando finalmente se consi-guiese civilizar a las tribus de frica, seran stas ms felices ?... Adems, quin poda asegurar que no estu-viese en ellas la civilizacin ms adelantada que en Euro-pa? Nadie... Y, amn de todo, no se poda esperar algn tiempo ... ? Un da u otro se atravesara frica de un ex-tremo a otro, y de una manera menos azarosa... Dentro de un mes, o de seis, o de un ao, algn explorador llega-ra sin duda... Aquellas insinuaciones producan un efecto entera-mente contrario al perseguido, y la impaciencia del doc-tor aumentaba. Quieres, pues, desgraciado Dick, prfido amigo, que sea para otro la gloria que nos aguarda? Quieres que traicione mi pasado? Quieres que retroceda ante obstculos de poca importancia? Quieres que pague con cobardes vacilaciones lo que por m han hecho el Gobierno ingls y la Real Sociedad de Londres? Pero... respondi Kennedy, que era muy aficiona-do a esta conjuncin. Pero replic el doctor no sabes que mi viaje ha de concurrir al xito de las empresas actuales? Ignoras que nuevos exploradores avanzan hacia el centro de Africa? Sin embargo... Escchame atentamente, Dick, y contempla este mapa. Dick lo mir con resignacion. Remonta el curso del Nilo dijo el doctor Fergusson. Lo remonto respondi dcilmente el escocs. Llega a Gondokoro. Ya he llegado. Y Kennedy pensaba cun fcil era un viaje semejan-te... en el mapa. Coge una punta de este comps prosigui el doc-tor, y apyala en esta ciudad, de la cual apenas han po-dido pasar los ms audaces. Ya est. Ahora busca en la costa la isla de Zanzbar, a 60 de latitud sur.

  • Ya la tengo. Sigue ahora ese paralelo y llega a Kazeh. Hecho. Sube por el grado treinta y tres de longitud hasta la embocadura del lago Ukereue, en el punto en que se de-tuvo el teniente Speke. Ya estoy. Un poco ms y caigo de cabeza al lago. Pues bien, sabes lo que tenemos derecho a suponer, segn los datos suministrados por las tribus ribereas? No tengo ni idea. Pues voy a decrtelo. Este lago, cuyo extremo infe-rior se halla a 20 30 de latitud, debe de extenderse igual-mente a 20 50 Por encima del ecuador. De veras? Y de este extremo septentrional surge una corrien-te de agua que necesariamente ha de ir a parar al Nilo, si es que no es el propio Nilo. Realmente curioso. Apoya la otra punta del comps en este extremo del lago Ukereue. Apoyada, amigo Fergusson. Cuntos grados cuentas entre los dos puntos? ~dijo Fergusson. Apenas dos. Sabes cunto suma todo, Dick? No. Pues apenas ciento veinte millas, es decir, nada. Casi nada, Samuel. Y sabes lo que pasa en este momento? Yo?

  • Voy a decrtelo. La Sociedad Geogrfica ha consi-derado muy importante la exploracin de este lago en-trevisto por Speke. Bajo sus auspicios, el teniente, en la actualidad capitn Speke se ha asociado al capitn Grant, del ejrcito de las Indias, y ambos se han puesto a la cabeza de una numerosa expedicin generosamente subvencionada. Se les ha confiado la misin de remontar el lago y volver a Gondokoro. Han recibido una sub-vencin de ms de cinco mil libras, y el gobernador de El Cabo ha puesto a su disposicin soldados hotentotes. Partieron de Zanzibar a ltimos de octubre de 1860. Al mismo tiempo, el ingls John Petherick, cnsul de Su Majestad en Kartum, ha recibido del Foreign Office unas setecientas libras; debe equipar un buque de vapor en Kartum, abastecerlo suficientemente y zarpar para Gondokoro, donde aguardar la caravana del capitn Speke y se hallar en disposicin de proporcionarle v-veres. Bien pensado dijo Kennedy. Ya ves que el tiempo apremia si queremos partici-par en esos trabajos de exploracin. Y eso no es todo; mientras hay quien marcha a paso seguro en busca del nacimiento del Nilo, otros viajeros se dirigen audaz-mente hacia el corazn de frica. A pie? pregunt Kennedy. A pie repiti el doctor, sin percatarse de la insi-nuacin. El doctor Krapf se propone encaminarse al oeste por el Djob, ro situado debajo del ecuador. El ba-rn De Decken ha salido de Mombasa, ha reconocido las montaas de Kenia y de Kilimanjaro y penetra en el centro. A pie tambin? Todos a pie o montados en mulos. ~Para lo que yo quiero significar es exactamente lo mismo replic Kennedy. Por ltimo prosigui el doctor, De Heuglin, vi-cecnsul de Austria en Kartum, acaba de organizar una expedicin muy importante, cuyo principal objeto es indagar el paradero del viajero Vogel, que en 1853 fue enviado a Sudn para asociarse a los trabajos del doctor Barth. En 1856 sali de Bornu y resolvi explorar el des-conocido pas que se extiende entre el lago Chad y el Darfur. Desde entonces no ha aparecido. Cartas recibi-das en Alejandra, en junio de 1860, informan que fue asesinado por orden del rey de Wadai; pero otras, dirigi-das por el doctor Hartimann al padre del viajero, afir-man, basndose en el relato de un fellatah de Bornu, que Vogel se encuentra prisionero en Wara y que, por consi-guiente, no estn perdidas todas las esperanzas. Bajo la presidencia del duque regente de SajoniaCoburgo--Gotha, se ha formado una comisin de la que es secreta-rio mi amigo Petermann; se han cubierto los gastos de la expedicin con una suscripcion nacional en la que han participado muchsimos sabios. El seor De Heuglin parti de Massaua en junio; mientras busca las huellas de Vogel, debe explorar todo el pas comprendido entre el Nilo y el Chad, es decir, enlazar las operaciones del ca-pitn Speke con las del doctor Barth. Y entonces frica habr sido cruzada de este a oeste![L7]

  • Y bien respondi el escocs, puesto que todo en-laza sin nosotros tan perfectamente, qu vamos a hacer all? El doctor Fergusson dio la callada por respuesta, contentndose con encogerse de hombros. VI Un criado excepcional Distingue los satlites de Jpiter. Controversia entre Dick y Joe. La duda y la creencia. El peso. JoeWellington. Recibe media corona El doctor Fergusson tena un criado que responda con diligencia al nombre de Joe. Era de una ndole ex-celente. Su amo, cuyas rdenes obedecia e interpretaba siempre de una manera inteligente, le inspiraba una con-fianza absoluta y una adhesin sin lmites. Era un Caleb, aun cuando estaba siempre de buen humor y no refunfu-aba; no habra salido tan buen criado si lo hubieran mandado construir expresamente. Fergusson se confia-ba enteramente a l para las minuciosidades de su exis-tencia, y haca perfectamente. Raro y honrado Joe! Un criado que dispone la comida de su seor y tiene su mis-mo paladar; que arregla su maleta y no olvida ni las me-dias ni las camisas; que posee sus llaves y sus secretos, y ni sisa ni murmura? Pero qu hombre era tambin el doctor para el dig-no Joe! Con qu respeto y confianza acoga ste sus de-cisiones! Cuando Fergusson haba hablado, preciso era para responderle haber perdido el juicio. Todo lo que pensaba era justo; todo lo que deca, sensato; todo lo que mandaba, practicable; todo lo que emprenda, posi-ble; todo lo que conclua, admirable. Aunque hubiesen hecho a Joe pedazos, lo que sin duda habra repugnado a cualquiera, no le habran hecho modificar en lo ms m-nimo el concepto que le mereca su amo. As es que cuando el doctor concibi el proyecto de atravesar frica por el aire, para Joe la empresa fue cosa hecha. No haba obstculos posibles. Desde el momento en que Fergusson haba resuelto partir, poda decirse que ya haba llegado..., acompaado de su fiel servidor, porque el buen muchacho, aunque nadie le haba dicho una palabra, saba que formara parte del pasaje. Por otra parte, prestara grandes servicios gracias a su inteligencia y su maravillosa agilidad. Si hubiese sido preciso nombrar un profesor de gimnasia para los mo-nos del Zoological Garden, muy espabilados por cierto, sin lugar a dudas Joe habra obtenido la

  • plaza. Saltar, en-caramarse, volar y ejecutar mil suertes imposibles eran para l cosa de juego. Si Fergusson era la cabeza y Kennedy el brazo, Joe sera la mano. Ya haba acompaado a su seor en varios viajes, y a su manera posea cierto barniz de la ciencia apropiada; pero se distingua principalmente por una fi-losofa apacible, un optimismo encantador; todo le pareca fcil, lgico, natural, y, por consiguiente, descono-ca la necesidad de gruir o de quejarse. Posea, entre otras cualidades, una capacidad visual asombrosa. Comparta con Moestln, el profesor de Ke-pler, la rara facultad de distinguir sin anteojos los satli-tes de Jpiter y de contar en el grupo de las Plyades ca-torce estrellas, las ltimas de las cuales son de novena magnitud. Pero no se envanecia por eso; todo lo contra-rio, saludaba de muy lejos y, llegado el caso saba sacar partido de sus ojos. Con la confianza que Joe tena en el doctor, no son de extraar, pues las incesantes discusiones que se pro-ducan entre el seor Kennedy y el digno criado, si bien guardando siempre el debido respeto. El uno dudaba, el otro crea; el uno era la prudencia clarividente, el otro la confianza ciega; y el doctor se en-contraba entre la duda y la creencia, aunque debo confe-sar que no le preocupaba ni la una ni la otra. Y bien, muchacho? El momento se acerca. Parece que nos embarque-mos para la Luna. Querrs decir la tierra de la Luna, que no queda ni mucho menos tan lejos. Pero, no te preocupes pues tan peligroso es lo uno como lo otro. Peligroso! Con un hombre como el doctor Fer-gusson! Imposible! No quisiera matar tus ilusiones, mi querido Joe, pero lo que l trata de emprender es simplemente una locura. No partir. Que no partir? Acaso no ha visto su globo en el taller de los seores Mitchell, en el Borough[L8] ? Me guardar mucho de ir a verlo. Pues se pierde un hermoso espectculo, seor mo! Qu cosa tan preciosa! Qu corte tan elegante! Qu esquife tan encantador! Estaremos a nuestras an-churas ah adentro! Cuentas, pues, con acompaar a tu seor?

  • Yo le acompaar a donde l quiera! replic Joe con conviccin. Faltara ms! Dejarle ir solo, cuando juntos hemos recorrido el mundo! Quin le sostendra cuando estuviese fatigado? Quin le tendera una mano vigorosa para saltar un precipicio? Quin le cuidara si cayese enfermo? No, seor Dick, Joe permanecer siempre en su puesto junto al doctor, o, por mejor decir, alrededor del doctor Fergusson. Buen muchacho! Adems, usted vendr con nosotros repuso Joe. Sin duda! dijo Kennedy-. Os acompaar para impedir hasta el ltimo momento que Samuel cometa una locura semejante. Le seguir, si es preciso, hasta Zanzbar, a fin de que la mano de un amigo le detenga en su proyecto insensato. Usted no detendr nada, seor Kennedy, salvo su respeto. Mi seor no es un cabeza loca; siempre medita mucho lo que va a emprender y, cuando ha tomado una resolucin, no hay quien le apee de ella. Eso lo veremos. No alimente semejante esperanza. En fin, lo im-portante es que venga. Para un cazador como usted, frica es un pais maravilloso y, por consiguiente, no se arrepentir del viaje. Dices bien, no me arrepentir; sobre todo si ese ter-co se rinde al fin a la evidencia. A propsito dijo Joe, ya sabr que hoy nos pesan. Cmo! Nos pesan? Exacto, vamos a pesarnos los tres: usted, mi seor, y yo. Como los jockeys? Como los jockeys. Pero, tranquilcese, no se le har adelgazar si pesa demasiado. Se le aceptar tal como es. Pues yo no me dejar pesar dijo el escocs. Pero seor, parece que es necesario para la m-quina. Qu me importa a m la mquina? Le debe importar! Y si por falta de clculos exac-tos no pudiramos subir? Qu ms quisiera yo! Pues sepa, seor Kennedy, que mi seor vendr en-seguida a buscarnos.

  • No ir. No querr hacerle un desaire, verdad? Se lo har. Bueno! exclam Joe, riendo. Habla as porque no est l delante; pero cuando le diga a la cara: Dick (perdone la confianza), Dick, necesito saber exactamen-te tu peso, ir, yo respondo de ello. No ir. En aquel momento entr el doctor en su gabinete de trabajo, donde tena lugar esta conversacion, y miro a Kennedy, el cual se sinti como encogido. Dick dijo el doctor, ven con Joe; necesito saber cunto pesis los dos. Pero... No har falta que te quites el sombrero. Ven. Y Kennedy fue con l. Entraron los tres en el taller de los seores Mitchell, donde haba preparada una de esas balanzas, llamadas romanas. Preciso era, efectivamente, que el doctor co-nociese el peso de sus compaeros para establecer el equilibrio de su aerstato. Hizo, pues, subir a Dick a la plataforma de la balanza, y ste, sin oponer resistencia murmur: Est bien, est bien. La verdad es que esto no com-promete a nada. Ciento cincuenta y tres libras dijo el doctor, apuntando la cifra en su libreta de notas. Peso demasiado? . No, seor Kennedy replic Joe. Adems, yo soy ligero y eso compensara. Y, diciendo esto, Joe ocup con entusiasmo el sitio del Cazador, el cual estuvo a punto de derribar la balanza al bajar. Joe se coloc en la actitud del Wellington que remeda a Aquiles en la entrada de Hyde Park, y, aunque no llevaba el escudo, estaba magnfico. Ciento veinte libras escribi el doctor. Bravo! exclam Joe, sonriendo sin saber muy bien por qu. Ahora yo dijo Fergusson, y aadi por propia cuenta ciento treinta y cinco libras.

  • Seor intervino Joe, si fuese necesario para la ex-pedicin, yo, abstenindome de comer, podra adelga-zar perfectamente unas veinte libras. No hace falta, muchacho respondi el doctor-- puedes comer cuanto quieras. Toma media corona para atracarte como te venga en gana. VII Pormenores geomtricos. Clculo de la capacidad del globo. El aerstato doble. La envoltura. La barquilla. El aparato misterioso. Los vveres. La adicin final El doctor Fergusson se ocupaba desde haca mucho tiempo de todos los pormenores de su expedicin. Como se supondr, el globo, el maravilloso vehculo destinado a transportarle por aire, fue objeto de su cons-tante solicitud. En primer lugar, y para no dar al aerstato dimen-siones excesivas, resolvi hincharlo con gas hidrgeno, que es catorce veces y media ms ligero que el aire. La produccin del hidrgeno es fcil, y es el gas que ha dado en los experimentos aerostticos resultados ms satisfactorios. El doctor, calculando con la mayor exactitud, con-cluy que el peso de los objetos indispensables para su viaje y de su aparato daba un total de cuatro mil libras; por consiguiente, fue preciso averiguar cul sera la fuer-za ascensional capaz de levantar este peso, y cul por tanto sera la capacidad del aparato. Un peso de cuatro mil libras est representado por un desplazamiento de aire de cuarenta y cuatro mil ochocientos cuarenta y siete pies cbicos, lo que equi-vale a decir que cuarenta y cuatro mil ochocientos cua-renta y siete pies cbicos de aire pesan unas cuatro mil libras. Dando al globo esta capacidad de cuarenta y cuatro mil ochocientos cuarenta y siete pies cbicos y llenn-dolo, en lugar de aire, de gas hidrgeno, que, por ser ca-torce veces y media ms ligero, slo pesa doscientas se-tenta y seis libras, se produce una ruptura de equilibrio, es decir una diferencia de tres mil setecientas veinticua-tro libras. Esta diferencia entre el peso del gas contenido en el globo y el peso del aire circundante constituye la fuerza ascensional del aerstato.

  • Sin embargo, si se introdujesen en el globo los cua-renta y cuatro mil ochocientos cuarenta y siete pies c-bicos de gas de que hablamos, ste quedara totalmente lleno, cosa inadmisible, pues, a medida que el globo sube a las capas menos densas del aire, el gas que contiene tiende a dilatarse y no tardara en romper la envoltura. As pues no se suelen llenar ms que dos terceras partes. Pero el doctor, a consecuencia de cierto proyecto que solamente l conoca, resolvi no llenar ms que la mitad de su aerstato, y como tena que llevar cuarenta y cuatro mil ochocientos cuarenta y siete pies cbicos de hidrgeno, dio a su globo una capacidad casi doble. Lo concibi con esa forma alargada que se sabe es la preferible. El dimetro horizontal era de cincuenta pies y el vertical de setenta y cinco;[L9] as obtuvo un esferoide, cuya capacidad ascenda, en cifras redondas, a noventa mil pies cbicos. Si el doctor Fergusson hubiese podido emplear dos globos, habran aumentado sus probabilidades de xito, porque en caso de romperse uno en el aire, es posible, echando lastre, sostenerse por medio del otro. Pero la maniobra de dos aerstatos resulta muy difcil cuando se trata de que conserven una fuerza de ascension igual. Despus de haber reflexionado largamente, Fergus-son mediante una disposicion ingeniosa, reuni las ven-tajas que ofrecen dos globos evitando sus inconvenien-tes. Construy dos de desigual volumen y meti uno dentro de otro. El globo exterior, que conserv las di-mensiones citadas, contuvo otro ms pequeo, de la misma forma, que slo tena cuarenta y cinco pies de dimetro horizontal y sesenta y ocho de dimetro verti-cal. La capacidad de este globo interior no era, pues, mas que de sesenta y siete mil pies cbicos. Deba nadar en el fluido que lo envolva, y de uno a otro globo se abra una vlvula que, en caso necesario, permitia ponerlos en comunicacion uno con otro. Esta disposicin presentaba la ventaja de que, si era preciso dar salida al gas para bajar, se dejara escapar el del globo grande; de este modo, aun en caso de que hu-biera que vaciarlo por completo, el pequeo quedara intacto. Entonces era posible desembarazarse de la cu-bierta exterior como de un peso intil, y el segundo ae-rstato, al quedar solo, no ofreca al viento el asidero que le dan los globos medio hinchados. Adems, en caso de accidente, por ejemplo, si el glo-bo exterior sufra un desgarrn, se jugaba con la ventaja de que el otro quedaba ileso. Los dos aerstatos se construyeron con un tafetn asargado de Lyon, untado de gotapercha. Esta sustancia gomorresinosa est dotada de una impermeabilidad ab-soluta, y es resistente a los cidos y los gases. El tafetn se puso doble en el polo superior del globo, donde se realiza casi todo el esfuerzo. Esta envoltura poda retener el fluido durante un tiempo ilimitado. Pesaba media libra por cada nueve pies cuadrados. Como la superficie del globo exterior era de once mil seiscientos pies cuadrados, su envoltura pesaba seiscientas cincuenta libras. La envoltura

  • del se-gundo globo tena nueve mil doscientos pies cuadrados de superficie, y no pesaba, por consiguiente, ms que quinientas diez libras, o sea, en total mil ciento sesenta libras. La red destinada a sostener la barquilla era de cuerda de camo muy slida. Las dos vlvulas fueron objeto de cuidados minuciosos, tal como lo hubiera sido el gober-nalle de un buque. La barquilla, de forma circular y de un dimetro de quince pies, era de mimbre. Estaba reforzada con una li-gera armadura de hierro y revestida en su parte inferior de resortes elsticos destinados a amortiguar los cho-ques. Su peso y el de la red no excedan de doscientas ochenta libras. El doctor hizo construir, adems, cuatro cajas de palastro de un grosor de dos lneas, unidas entre s por medio de tubos provistos de llaves. Agreg a ellas un serpentn de unas dos pulgadas de dimetro, que terminaba en dos ramas rectas de longitud desigual, la mayor de las cuales meda veinticinco pies y la ms corta, quince. Las cajas de palastro fueron colocadas en la barquilla de modo que ocupasen el menor espacio posible. El ser-pentn, que no tena que ajustarse hasta ms adelante, fue empaquetado separadamente, al igual que una pila elctrica de Bunsen de gran potencia. El aparato haba sido tan ingeniosamente ideado que no pesaba ms de setecientas libras, incluyendo en ellas veinticinco galo-nes de agua contenidos en una caja especial. Los instrumentos destinados al viaje consistieron en dos barmetros, dos termmetros, dos brjulas, un sex-tante, dos cronmetros, un horizonte artificial y un alta-cimut para medir los objetos lejanos e inaccesibles. El observatorio de Greenwich se haba puesto a disposi-cin del doctor, pese a que ste no se propona hacer ex-perimentos de fsica, sino nicamente reconocer su di-reccin y determinar la posicin de los principales ros, montaas y poblaciones. Se provey de tres anclas de hierro a toda prueba, as como de una escala de seda ligera y resistente, de cin-cuenta pies de longitud. Calcul igualmente el peso exacto de los vveres, que consistan en caf, t, galletas, carne salada y pem-mican, preparacion que, en un pequeo volumen, con-tiene muchos elementos nutritivos. Independientemen-te de una considerable reserva de aguardiente, dispuso dos cajas de agua que contenan veintids galones cada una. El consumo de estos alimentos hara disminuir poco a poco el peso sostenido por el aerstato. Y debe saberse que el equilibrio de un globo en la atmsfera es de una sensibilidad extremada. La prdida de un peso casi insignificante basta para producir un desplazamiento muy apreciable. El doctor no olvid ni una tienda para cubrir una parte de la barquilla, ni las mantas para dormir durante el viaje, ni las escopetas del cazador con las correspon-dientes municiones. He aqu el resumen de sus diferentes clculos:

  • Fergusson . 135 libras Kennedy ................................................................... 153 >> Joe ............................................................................ 120 >> Peso del primer globo ............................................. 650 >> Peso del segundo globo .......................................... 510 >> Barquilla y red ......................................................... 280 >> Anclas, instrumentos, escopetas, mantas, tienda, utensilios varios .......................................... 190 >> Carne, pemmican, galletas, t, caf, aguardiente .. 386 >> Agua ......................................................................... 400 >> Aparato .................................................................... 700 >> Peso del hidrgeno ................................................. 276 >> Lastre ....................................................................... 200 >> TOTAL .............................................. 4,000 >> As se desglosaban las cuatro mil libras que el doctor Fergusson se propona echar a volar; no llevaba mas que doscientas libras de lastre, slo para casos imprevis-tos, deca l, porque, gracias a su aparato, no crea tener que recurrir a ellas. VIII Importancia de Joe. El comandante del Resolute.-

  • El arsenal de Kennedy. Arreglos. Banquete di despedida. Partida del 21 de febrero. Sesiones cientficas del doctor. Dwveyrier y Livingstone. Pormenores del viaje aereo. Kennedy reducido al silencio Hacia el 10 de febrero, los preparativos tocaban a su fin. Los aerstatos, encerrados uno dentro de otro, esta-ban totalmente terminados. Haban sido sometidos a una fuerte presin de aire comprimido, dando buena prueba de su solidez y demostrando que se haba proce-dido a su construccin con el mayor esmero. Joe no caba en s de gozo. Iba incesantemente de Greek Street a los talleres de los seores Mitchell, siem-pre atareado, pero comunicativo, explicando detalles del asunto hasta a los que no se los pedan y sintindose or-gulloso por encima de todo de acompanar a su seor. Se me antoja que incluso enseando el aerstato, desarro-llando las ideas y los planes del doctor, y dando a cono-cer a ste a travs de una ventana entreabierta o cuando pasaba por la calle, el digno muchacho gan alguna que otra media corona. Pero no hay que reprochrselo; tena derecho a especular un poco con la admiracin y curio-sidad de sus contemporneos. El 16 de febrero, el Resolute ancl delante de Green-wich. Era un buque de hlice de ochocientas toneladas de porte, muy rpido, que ya haba tenido a su cargo el abastecimiento de la ltima expedicin de sir James Ross a las regiones polares. Pennet, su comandante, pa-saba por hombre de trato agradable y estaba muy intere-sado en el viaje del doctor, a quien apreciaba desde haca mucho tiempo. Pennet pareca ms un sabio que un soldado, lo cual no impeda a su buque llevar cuatro piezas de artillera, que no haban hecho nunca dao a nadie y que servan solamente para producir los estrpitos ms pacficos del mundo. Se acondicion la bodega del Resolute para acomo-dar en ella el aerstato, que fue transportado con las ma-yores precauciones el da 18 de febrero. Se almacen de la mejor manera posible para prevenir cualquier acciden-te, y en presencia del propio Fergusson se estibaron la barquilla y sus accesorios, las anclas, las cuerdas, los v-veres y las cajas de agua que deban llenarse a la llegada. Se embarcaron diez toneladas de cido sulfrico y otras tantas de hierro viejo para obtener gas hidrgeno. Esta cantidad era ms que suficiente, pero convena es-tar preparado para posibles prdidas. El aparato destina-do a producir el gas, compuesto de unos treinta barriles, fue colocado al fondo de la bodega.

  • Estos preparativos finalizaron al anochecer del da 18 de febrero. Dos camarotes cmodamente dispuestos aguardaban al doctor Fergusson y a su amigo Kennedy. Este ltimo, mientras juraba que no partira, se traslad a bordo con un verdadero arsenal de caza, dos excelentes escopetas de dos caones que se cargaban por la recma-ra, y una carabina de toda confianza de la fbrica de Pur-dey Moore y Dickson, de Edimburgo. Con semejante arma, el cazador no tena ningn problema para alojar, a una distancia de dos mil pasos, una bala en el ojo de un camello. Llevaba tambin dos revlveres Colt de seis disparos para los imprevistos, su frasco de plvora, su cartuchera, y perdigones y balas en cantidad suficiente, aunque sin traspasar los lmites prescritos por el doctor. El da 19 de febrero se acomodaron a bordo los tres viajeros, que fueron recibidos con la mayor distincin por el capitn y sus oficiales. El doctor, preocupado por la expedicin, se mostraba distante; Dick estaba conmo-vido, aunque no quera aparentarlo; y Joe, que brincaba de alegra y hablaba por los codos, no tard en conver-tirse en la distraccin de la tripulacin, entre la que se le haba reservado un puesto. El da 20, la Real Sociedad Geogrfica ofreci un gran banquete de despedida al doctor Fergusson y a Kennedy. El comandante Pennet y sus oficiales asistie-ron al festn, que fue muy animado y abundante en liba-ciones halageas. Se hicieron numerosos brindis para asegurar a todos los invitados una existencia centenaria. Sir Francis M... presida con emocin contenida, pero rebosante de dignidad. Dick Kennedy, para su gran sorpresa, recibi buena parte de las felicitaciones bquicas. Tras haber bebido a la salud del intrpido Fergusson, la gloria de Inglaterra, se bebi a la salud del no menos valeroso Kennedy, su audaz compaero. Dick se puso colorado como un pavo, lo que se tom por modestia. Aumentaron los aplausos, y Dick se puso ms colorado an. Durante los postres lleg un mensaje de la reina, que cumplimentaba a los viajeros y haca votos por el xito de la empresa. Ello requiri nuevos brindis por Su Muy Graciosa Majestad. A medianoche los convidados se separaron, despus de una emocionada despedida, sazonada con entusiastas apretones de manos. Las embarcaciones del Resolute aguardaban en el puente de Westminster. El comandante tom el mando, acompaado de sus pasajeros y de sus oficiales, y la rpi-da corriente del Tmesis les condujo hacia Greenwich. A la una todos dorman a bordo. Al da siguiente, 21 de febrero, a las tres de la madru-gada, las calderas estaban a punto; a las cinco levaron an-chas y el Resolute, a impulsos de su hlice, se desliz ha-cia la desembocadura del Tmesis.

  • Huelga decir que, a bordo, las conversaciones no tu-vieron ms objeto que la expedicin del doctor Fergus-son. Tanto vindole como oyndole, el doctor inspiraba una confianza tal que, a excepcin del escocs, nadie po-na ya en duda el xito de la empresa. Durante las largas horas de ocio del viaje, el doctor daba un verdadero curso de geografa en la cmara de los oficiales. Aquellos jvenes se entusiasmaban con la narracin de los descubrimientos hechos durante cua-renta aos en frica. El doctor les cont las exploracio-nes de Barth, Burton, Speke y Grant, y les describi aquella misteriosa comarca objeto de las investigacio-nes de la ciencia. En el norte, el joven Duveyrier explo-raba el Shara y llevaba a Pars a los jefes tuaregs. Por iniciativa del Gobierno francs se preparaban dos expe-diciones que, descendiendo del norte y dirigindose hacia el oeste, coincidiran en Tombuct. En el sur, el infatigable Livingstone continuaba avanzando hacia el ecuador y, desde marzo de 1862, remontaba, en com-paa de Mackenzie, el ro Rovuma. El siglo XIX no concluira ciertamente sin que frica hubiera revelado los secretos ocultos en su seno por espacio de seis mil aos. El inters de los oyentes aument cuando el doctor les dio a conocer en detalle los preparativos de su via-je. Todos quisieron verificar sus clculos; discutieron, y el doctor particip en la discusin con toda fran-queza. En general, les asombraba la cantidad relativamente escasa de vveres con que contaba. Un da, uno de los oficiales le interrog acerca del particular. Eso les sorprende? pregunt Fergusson. Sin duda. Pero cunto suponen que durar mi viaje? Meses enteros? Estn en un error; si se prolongase, estaramos perdidos; no lo lograramos. Sepan que no hay ms de tres mil quinientas millas, pongamos cuatro mil, de Zanzbar a la costa de Senegal. Pues bien, recorriendo doscientas cuarenta millas cada doce horas, velocidad menor a la de nuestros ferrocarriles, si se viaja da y no-che bastarn siete das para atravesar frica. Pero entonces no podra ver, ni dibujar planos geo-grficos, ni reconocer el pas. Cmo? respondi el doctor. Si soy dueo de mi globo, si subo o bajo a mi arbitrio, me detendr cuando me parezca bien, sobre todo cuando corra peligro de que me arrastren corrientes demasiado violentas. Y encontrar esas corrientes dijo el comandante Pennet. Hay huracanes en los que la velocidad del vien-to sobrepasa las doscientas cincuenta millas por hora. Se dan cuenta? replic el doctor. Con una rapi-dez tal cruzara frica en doce horas; me levantara en Zanzbar y me acostara en San Luis. Pero repuso el oficial acaso podra un globo ser arrastrado a una velocidad semejante?

  • Es cosa que se ha visto respondi Fergusson. Y el globo resisti? Perfectamente. Fue en la poca de la coronacin de Napolen, en 1804. El aeronauta Garnerin lanz en Pa-rs, a las once de la noche, un globo, con la siguiente ins-cripcin en letras de oro: Pars, 25 frimario ao XIII, co-ronacin del emperador Napolen por S. S. Po VII. A da siguiente, a las cinco de la maana, los habitantes de Roma vean el mismo globo balancearse sobre el Vatica-no, recorrer la campia romana y caer en el lago de Bra-ciano. As pues, seores, un globo puede resistir tan considerable velocidad. Un globo, s; pero un hombre... balbuci tmida-mente Kennedy. Un hombre tambin! Porque no lo olviden, un globo siempre est inmvil con relacin al aire que lo cir-cunda; no es l el que avanza, sino la propia masa de aire. Si encendemos una vela en la barquilla, la llama no osci-lar siquiera. Un aeronauta que se hubiese hallado en el globo de Garnerin, no habra sufrido ningn dao a cau-sa de la velocidad. Adems, yo no trato de alcanzar una rapidez semejante, y si durante la noche puedo engan-char el ancla en algn rbol o algn accidente del terreno, no dejar de hacerlo. Llevamos vveres para dos meses, y nada impedir que nuestro hbil cazador nos proporcio-ne caza en abundancia cuando tomemos tierra. Ah! Seor Kennedy! Dar golpes maestros! dijo un joven guardiamarina, mirando al escocs con envidia. Sin contar repuso otro con que a su placer se aso-ciar una gran gloria. Seores respondi el cazador, soy muy sensible ... a sus cumplidos..., pero no me corresponde aceptarlos ... Cmo! exclamaron todos. No partir?. No partir. No acompaar al doctor Fergusson? No slo no le acompaar, sino que mi presencia aqu no tiene ms objeto que intentar detenerle hasta el ltimo momento. Todas las miradas se dirigieron al doctor. No le hagan caso -respondi ste con calma. Es un asunto que no se debe discutir con l; en el fondo, sabe perfectamente que partir. Por san Patricio! exclam Kennedy-. juro...

  • No jures nada, amigo Dick. Ests medido y pesa-do, y tambin lo estn tu plvora, tus escopetas y tus ba-las; as que no hablemos ms del asunto. Y de hecho, desde aquel da hasta la llegada a Zanz-bar, Dick no dijo esta boca es ma. No habl ni del asun-to ni de ninguna otra cosa. Call. IX Se dobla el cabo. El castillo de proa. Curso de cosmografa por el profesor Joe. De la direccin de los globos. De la investigacin de las corrientes atmosfricas. Eureka! El Resolute avanzaba rpidamente hacia el cabo de Buena Esperanza. El tiempo se mantena sereno, aunque el mar se pico un poco. El 30 de marzo, veintisiete das despus de la salida de Londres, se perfil en el horizonte la montaa de la Mesa. La ciudad de El Cabo, situada al pie de un anfitea-tro de colinas, apareci a lo lejos, y muy pronto el Reso-lute ancl en el puerto. Pero el comandante no haca es-cala all, sino para proveerse de carbn, lo que fue cosa de un da, y al siguiente el buque se dirigi hacia el sur para doblar la punta meridional de frica y entrar en el canal de Mozambique. No era aqul el primer viaje por mar de Joe, de ma-nera que ste no tard en hallarse a bordo como en su propia casa. Todos le queran por su franqueza y su buen humor. Gran parte de la celebridad de su seor re-percuta en l. Se le escuchaba como a un orculo, y no se equivocaba ms que cualquier otro. Mientras el doctor prosegula su curso en la cmara de los oficiales, Joe se despachaba a gusto en el castillo de proa y haca historia a su manera, procedimiento segui-do por los ms eminentes historiadores de todos los tiempos. Se trataba, como era natural, del viaje areo. Joe con-sigui, no sin trabajo, que aceptasen la empresa los espi-ritus recalcitrantes; pero, una vez aceptada, la imagina-cin de los marineros, estimulada por los relatos de Joe, ya no concibi nada que fuese imposible. El ameno narrador persuada a su auditorio de que despus de aquel viaje emprenderan otros muchos. Aqul no era ms que el primer eslabn de una larga se-rie de empresas sobrehumanas.

  • Creedme, camaradas; cuando se ha probado este gnero de locomocin, no se puede prescindir de l; as es que, en nuestra prxima expedicin, en lugar de ir de lado, iremos hacia adelante sin dejar de subir. Bueno! exclam un oyente, maravillado. En-tonces llegaris a la Luna. A la Luna! respondi Joe con desdn. No, eso es demasiado comn! A la Luna va todo el mundo. Ade-ms, all no hay agua y es preciso llevar una enorme can-tidad de provisiones; e incluso atmsfera en frascos, por poco inters que se tenga en respirar. Con tal de que haya ginebra! dijo un marinero muy aficionado a esta bebida. Tampoco, camarada. No! Nada de Luna. Reco-rreremos esas hermosas estrellas, esos encantadores pla-netas de los que tantas veces me ha hablado mi seor. Visitaremos primero Saturno... El que tiene un anillo? pregunt el contramaestre. S, un anillo nupcial! Lo que ocurre es que se igno-ra el paradero de su mujer. Cmo! Tan alto irn? pregunt un grumete, atnito. Su seor debe de ser el diablo. El diablo? Es demasiado bueno para ser el diablo! Y despus de Saturno? pregunt uno de los ms impacientes del auditorio. Despus de Saturno? Haremos una visita a Jpi-ter, un extrao pas donde los das no son ms que de nueve horas Y media, lo cual resulta cmodo para los pe-rezosos, y donde los aos, por extrao que parezca du-ran doce aos, lo cual ofrece ventajas para los que no tie-nen ms que seis meses de vida. Eso prolonga algo su existencia! Doce aos? repuso el grumete. S, pequeo, en esas tierras t mamaras an, y aquel de all, que roza la cincuentena, sera un chiquillo de cuatro anos y medio. No puede ser! exclamaron unnimes todos los hombres que se hallaban en el castillo de proa. Es la pura verdad dijo Joe con aplomo. Pero que queris? Cuando uno se empea en vegetar en este mundo, no aprende nada y es tan ignorante como una marsopa. Pasead un poco por Jpiter y veris! Es me-nester, sin embargo, saber comportarse all arriba, pues hay satlites que no son tolerantes!

  • Y todos rean, pero slo le crean hasta cierto punto.. Y l les hablaba de Neptuno, donde los marineros son muy bien recibidos, y de Marte, donde los militares im-ponen su autoridad, lo cual acaba por resultar fastidioso. En cuanto a Mercurio, es un pcaro pas de ladrones y mercaderes, tan parecidos unos a otros que difcilmente se les distingue. Y, por ltimo, de Venus les pintaba un cuadro verdaderamente encantador. Y cuando volvamos de esta expedicin dijo el ameno narrador se nos condecorar con la Cruz del Sur, que brilla all arriba en el ojal del buen Dios. Y bien merecida la tendris! admitieron los marineros. As, en alegres plticas, transcurran las largas tardes en el castillo de proa. Mientras tanto, las conversaciones instructivas del doctor seguian su camino. Un da, hablando de la direccin de los globos, se le pidi a Fergusson que diese acerca del particular su pa-recer. Yo no creo dijo que se pueda llegar a dirigir un globo. Conozco todos los sistemas que se han ensayado o ideado, y ni uno solo es practicable. Como compren-dern, me he ocupado de esta cuestin, de inters capital para m. Sin embargo, no he podido resolverla con los medios suministrados por los conocimientos actuales de la mecnica. Sera preciso descubrir un motor de un po-der extraordinario y de una ligereza imposible. Y aun as, no se podran contrarrestar las corrientes de cierta importancia. Adems, hasta ahora se ha pensado ms en dirigir la barquilla que el globo, lo cual es un error. Existe, sin embargo replic un oficial, una gran relacin entre un aerstato y un buque, y ste puede di-rigirse a voluntad. No respondi el doctor Fergusson. Existe muy poca relacin o ninguna. El aire es infinitamente menos denso que el agua, en la cual el buque no se sumerge ms que hasta cierto punto, mientras que el aerstato se abis-ma por completo en la atmsfera y permanece inmvil con relacin al fluido circundante. Cree entonces que la ciencia aerosttica ha dicho ya su ltima palabra? No tanto! No tanto! Es preciso buscar otra cosa; si no se puede dirigir un globo, al menos hay que inten-tar mantenerlo en las corrientes atmosfricas favorables. stas, a medida que se sube, se vuelven mucho ms uni-formes y son constantes en su direccion; ya no las per-turban los valles y las montaas que surcan la superficie del planeta, y eso, como muy bien sabe, es la principal causa de las variaciones del viento y de la irregularidad de su soplo. Una vez determinadas estas zonas, el globo no tendr ms que colocarse en las corrientes que le con-vengan. Pero, entonces repuso el comandante Pennet, para alcanzarlas ser menester subir o bajar constante-mente. He ah la verdadera dificultad, mi querido doc-tor. Por qu, mi querido comandante?

  • Entendmonos: slo supondr una dificultad y un obstculo para los viajes de largo recorrido, no para los simples paseos areos. Y tendra la bondad de decirme por qu? Porque para subir es imprescindible soltar lastres, y para bajar es imprescindible perder gas, y con tanto subir y bajar las provisiones de gas y de lastre se agotan enseguida. He ah la cuestin, amigo Pennet. He ah la nica dificultad que debe procurar allanar la ciencia. No se trata de dirigir globos; se trata de moverlos de arriba abajo sin gastar ese gas que constituye su fuerza, su san-gre, su alma, si es lcito hablar as. Tiene razon, mi querido doctor, pero esa dificultad an no est resuelta, ese medio todava no se ha encon-trado. Perdone, se ha encontrado. Quin lo ha encontrado? Yo! Usted? Comprender que, de otro modo, no me aventura-ra a cruzar frica en globo. A las veinticuatro horas me quedara sin gas! Pero no habl de eso en Inglaterra. Para qu? Quera evitar una discusin pblica; me pareca algo intil. Hice experimentos preparatorios en secreto y qued satisfecho de ellos. No tena necesidad de ms. Y bien, mi querido Fergusson, sera una impru-dencia preguntarle su secreto? En absoluto. El medio es muy sencillo, seores; ahora lo vern. El auditorio redobl su atencin y el doctor tom tranquilamente la palabra. X Ensayos anteriores. Las cinco cajas del doctor. El soplete de gas. El calorfero. Manera de maniobrar. Exito seguro

  • Se ha intentado muchas veces, seores, subir o bajar a voluntad sin perder el gas o el lastre del globo. Un aero-nauta francs, el seor Mounier, pretenda alcanzar este objetivo comprimiendo aire en un receptculo interior Un belga, el doctor Van Hecke, por medio de alas y pale-tas desplegaba una fuerza vertical que en la mayor parte de los casos hubiera sido insuficiente. Los resultados prcticos obtenidos por estos medios han sido insignifi-cantes. Yo he resuelto abordar la cuestin ms directa-mente. Desde luego, suprimo por completo el lastre, sal-vo que me obligue a recurrir a l algn caso de fuerza mayor, como, por ejemplo, la rotura del aparato o la ne-cesidad de elevarme con gran rapidez para evitar un obs-tculo imprevisto. Mis medios de ascensin y descenso consisten ni-camente en dilatar o contraer, por medio de distintas temperaturas, el gas almacenado en el interior del aers-tato. Y he aqu cmo obtengo este resultado. Han visto que, con la barquilla, embarcaron unas cajas cuyo uso desconocen sin duda. Hay cinco cajas. La primera contiene unos veinticinco galones de agua, a la cual aado algunas gotas de cido sulfrico para aumentar su conductibilidad y la descompongo por medio de una potente pila de Bunsen. El agua, como sa-ben, se compone de dos volmenes de gas hidrgeno y un volumen de gas oxgeno. Este ltimo, bajo la accin de la pila, pasa por el polo positivo a una segunda caja. Una tercera, colocada encima de la segunda y de doble capacidad, recibe el hi-drgeno que llega por el polo negativo. Dos espitas, una de las cuales tiene doble abertura que la otra, ponen en comunicacin estas dos cajas con otra, que es la cuarta y se llama caja de mezcla. En ella, en efecto, se mezclan los dos gases procedentes de la descomposicin del agua. La capacidad de esta caja de mezcla viene a ser de cuarenta y un pies cbicos. En la parte superior de esta caja hay un tubo de pla-tino, provisto de una llave. Ya habrn comprendido, seores, que el aparato que les describo es, simplemente, un soplete de gas oxgeno e hidrogeno, cuyo calor supera el del fuego de una fragua. Establecido esto, paso a la segunda parte del aparato. De la parte inferior del globo, que est hermtica-mente cerrado, salen dos tubos separados por un peque-o intervalo. El uno arranca de las capas superiores del gas hidrgeno, y el otro de las inferiores.

  • Estos dos tubos estn provistos, de trecho en tre-cho, de slidas articulaciones de caucho que les permi-ten adaptarse a las oscilaciones del aerstato. Los dos bajan hasta la barquilla y se pierden en una caja cilndrica de hierro, llamada caja de calor, cerrada en ambos por dos fuertes discos del mismo metal. El tubo que sale de la regin inferior del globo pasa a la caja cilndrica por el disco inferior y, penetrando en l, adopta entonces la forma de un serpentn helicoidal, cuyos anillos superpuestos ocupan casi toda la altura de la caja. Antes de salir, el serpentn pasa a un pequeo cono, cuya base cncava, en forma de esfrico, se dirige hacia abajo. Por el vrtice de este cono sale el segundo tubo, que se traslada, como he dicho, a las partes superiores del globo. El casquete esfrico del pequeo cono es de plati-no, para que no se funda por la accin del soplete, pues ste se halla colocado en el fondo de la caja de hierro, en el centro del serpentn helicoidal, y el extremo de la lla-ma roza ligeramente el casquete. Todos saben, seores, lo que es un calorfero desti-nado a calentar las habitaciones, y saben tambin cmo acta. El aire de la habitacin, tras pasar por los tubos, vuelve a una temperatura ms elevada. El aparato que aca-bo de describir no es, en realidad, ms que un calorfero. Qu ocurre entonces? Una vez encendido el so-plete, el hidrgeno del serpentn y del cono cncavo se calienta y sube rpidamente por el tubo, que lo conduce a las regiones superiores del aerstato. Debajo se forma el vaco, que atrae el gas de las regiones inferiores, el cual se calienta a su vez y es continuamente reemplazado. As se establece en los tubos y el serpentn una corriente su-mamente rpida de gas, que sale del globo y vuelve a l calentndose sin cesar. Ahora bien, los gases aumentan 1/480 de su volu-men por grado de calor. Por lo tanto, si fuerzo 180 la tem-peratura[L10] , el hidrgeno del aerstato se dilatar 18/480, o mil seiscientos setenta y cuatro pies cbicos;' por consi-guiente, desplazar mil seiscientos setenta y cuatro pies cbicos de aire ms, lo cual aumentar mil seiscientas li-bras su fuerza ascensional que equivale a un despren-dimiento de lastre de igual peso. Si aumento 1800 la temperatura[L11] , el gas experimentar una dilatacin de 180/480, desplazar diecisis mil setecientos cuarenta pies cbicos ms y su fuerza ascensional se incrementar mil seiscientas libras. Como ven, seores, puedo obtener fcilmente de-sequilibrios considerables. El volumen del aerstato ha sido calculado de manera que, estando medio hinchado, desplace un peso de aire exactamente igual al de la en-voltura del hidrgeno y la barquilla con los viajeros y todos los accesorios. En ese punto, se halla en equilibrio en el aire, sin subir ni bajar. Para verificar la ascensin, doy al gas una tempera-tura superior a la temperatura ambiente por medio del soplete. Con este exceso de calor, obtiene una tensin ms fuerte e hincha ms el globo, que sube tanto ms cuanto ms dilato el hidrgeno.

  • El descenso se realiza, naturalmente, moderando el calor del soplete y dejando que baje la temperatura. La ascension sera, pues, generalmente mucho ms rpida que el descenso. Pero esta circunstancia resulta favora-ble, pues no tengo ningn inters en bajar rpidamente, mientras que una pronta marcha ascensional es lo que me permite evitar los obstculos. Los peligros estn aba-jo, no arriba. Adems, como les he dicho, tengo cierta cantidad de lastre que me permitir elevarme con ms prontitud aun en caso necesario. La vlvula situada en el polo su-perior del globo no es ms que una vlvula de seguridad. El globo conserva siempre la misma carga de hidrgeno, siendo las variaciones de temperatura que produzco en ese medio de gas cerrado las que provocan todos los mo-vimientos de ascension y descenso. Ahora, seores, aadir un detalle prctico. La combustin del hidrgeno y del oxgeno en la punta del soplete produce nicamente vapor de agua. He dotado, por ello, a la parte inferior de la caja cilndri-ca de hierro de un tubo de desprendimiento con vlvula que funciona a menos de dos atmsferas de presin; por consiguiente, desde el momento en que alcanza esta pre-sin, el vapor se escapa por s mismo. He aqu cifras muy exactas. Veinticinco galones de agua descompuesta en sus elementos constitutivos, dan 200 libras de oxgeno y 25 de hidrgeno. Esto representa en la presin atmosfrica, mil ochocientos noventa pies cbicos del primero y tres mil setecientos ochenta del segundo; en total cinco mil seisci