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CINISMO ÉTICO EL PAPEL DE LA IMAGEN ANAIDEIÁTICA EN LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA El cinismo es "lo más elevado que puede alcanzarse en la tierra; para conquistarlo hacen falta los puños más audaces y los dedos más delicados". Nietzsche Uno de los rasgos distintivos del arte contemporáneo es la irreverencia, cuando vamos a un museo de arte actual nos sentimos muchas veces trasgredidos, incomodos, incluso violentados por sus propuestas. Si somos capaces de comprender ese gesto, una sonrisa se nos dibuja en los labios, pues entendemos que se trata de una estética que hunde sus largas raíces hasta la época griega con la escuela cínica, cuya filosofía, eclipsada durante el cristianismo por la moral imperante, parece presentarse en la actualidad con gran fuerza. Aunque para algunos se trata de una rebeldía infértil, aquellos que logran captar la belleza de dicha irreverencia, notan que su existencia no es un gesto gratuito, mucho menos posmoderno, sino un acto ético necesario para cuestionar los valores de nuestra sociedad actual. En el presente texto realizaré una revaloración de la anaideia para proponer cuál es su papel en un contexto contemporáneo, comenzaré este análisis recuperando las raíces de la estética cínica, procederé después a esclarecer el concepto de anaideia

CINISMO ESTÉTICO, EL PAPEL DE LA IMAGEN ANAIDEIÁTICA EN LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA

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Estética, cinismo, arte contemporáneo

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CINISMO ÉTICO

EL PAPEL DE LA IMAGEN ANAIDEIÁTICA

EN LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA

El cinismo es "lo más elevado que puede alcanzarse en latierra; para conquistarlo hacen falta los puños más audaces y

los dedos más delicados".

Nietzsche

Uno de los rasgos distintivos del arte contemporáneo es la irreverencia, cuando vamos a un

museo de arte actual nos sentimos muchas veces trasgredidos, incomodos, incluso violentados

por sus propuestas. Si somos capaces de comprender ese gesto, una sonrisa se nos dibuja en los

labios, pues entendemos que se trata de una estética que hunde sus largas raíces hasta la época

griega con la escuela cínica, cuya filosofía, eclipsada durante el cristianismo por la moral

imperante, parece presentarse en la actualidad con gran fuerza. Aunque para algunos se trata de

una rebeldía infértil, aquellos que logran captar la belleza de dicha irreverencia, notan que su

existencia no es un gesto gratuito, mucho menos posmoderno, sino un acto ético necesario para

cuestionar los valores de nuestra sociedad actual.

En el presente texto realizaré una revaloración de la anaideia para proponer cuál es su papel en

un contexto contemporáneo, comenzaré este análisis recuperando las raíces de la estética cínica,

procederé después a esclarecer el concepto de anaideia proponiendo su relación con el contexto

contemporáneo y, finalmente, analizaré la posible ética que se conjuga en este tipo de

expresiones.

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LA HERENCIA CÍNICA

Se cuenta de Diógenes de Sinope que le llamaban el perro regio, que gustaba de vestir como

mujer en las fiestas, que defecaba en lugares públicos, que se deshizo de un cuenco que era su

única posesión cuando vio beber agua a un niño entre sus manos; que miccionó una vez sobre los

comensales en una reunión; que vivía en un tonel, que cuando Alejandro Magno se le acercó

diciéndole que le ofrecía lo que él deseara este le respondió “deja de taparme el sol, estoy

tomando una siesta”. Se trata del filósofo más representativo de la escuela cínica griega, fundada

en la segunda mitad del siglo IV a.C. y que proliferó también en Roma, Constantinopla y

Alejandría hasta el siglo V. Esta escuela promovía la sencillez, una vida de desprendimiento,

pero más aún de repudio contra lo ostensivo, su emblema era el perro, tanto porque la palabra

cínico deriva de esta misma, como porque encontraban en él ciertos atributos, como el ladrido,

pues veían la función del filósofo como “gruñir contra lo social, que desde el punto de vista de

los cínicos es lo que induce a cultivar virtudes mezquinas” (Onfray 43). Incluso Diógenes

criticaba severamente a su contemporáneo Platón, pues le parecía que nada había de provechoso

en un filósofo que no había nunca inquietado a nadie.

Se cuenta que durante un discurso de Anaxímenes, el perro regio blandió un pez que hizo que la

muchedumbre se distrajera, lo que enfureció al orador. A lo que Diógenes complacido y alegre

contestó: "Un arenque de un óbolo ha perturbado la conferencia de Anaxímenes" (Onfray 58).

Michel Onfray, filósofo hedonista francés ha dedicado un libro completo a retratar la vida de

estos filósofos llamados perros, en él nos presenta esta “necesidad que tenía el cínico de

despreciar las convenciones y burlarse de los demás, para expresar la precariedad del espíritu

adusto y la superioridad de todo sarcasmo”(Onfray 58).

De acuerdo con Michel Onfray, la visión cínica exigía que "los discursos de un filósofo deberían

estar henchidos de esa dulzura acre que puede irritar las heridas humanas" (Onfray 43). Los

cínicos sentían como tarea primaria la de cuestionar la cultura de su tiempo, su ansia de

incomodar estaba ligada a una búsqueda tanto ética como estética. Si despreciaban la ropa y se

contentaban con un manto al que daban distintos usos, era para negar la necesidad de convertirse

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en dependientes de la moda que solo enriquecía a unos cuantos. Si gustaban de increpar, era para

cuestionar los valores que les parecían superfluos, pues según ellos, el hombre posee en sí mismo

lo necesario para ser feliz.

Los cínicos despreciaban la solemnidad, los discursos vacíos, la seriedad, por ello sus acciones,

extravagantes en muchos casos, procuraban increpar todos estos valores a través de gestos

irreverentes, parodias y risas de sarcasmo. La solemnidad es un rasgo del poder, las instituciones

suelen erigirse en la seriedad y la gravedad, por eso la risa y la ironía se convierten en elementos

incómodos para él. Lo que hace la risa es cuestionar dicha ceremonia, mostrar la fragilidad de sus

protocolos, la falsedad de los valores que le otorgan su poder. Vulgarizar la gala, permite poner

de manifiesto no sólo la oposición a ese sistema, exponer su fracaso, sino avasallar su poder de

dominio sobre los otros. Y esta era la gran tarea de los cínicos griegos.

ANAIDEIA

La anaideia, la adiaforía y la parresía eran los tres rasgos distintivos de los filósofos perros. La

primera se refiere a una actitud irreverente, la segunda a una indiferencia moral y la última a la

franqueza absoluta. Las tres están relacionadas con el ethos cínico pues la indiferencia moral es la

que permite tener la objetividad necesaria para analizar a la sociedad, la franqueza total, tan

incómoda como es, busca salvaguardar la sinceridad, y la anaideia es una expresión de libertad

que se blande por sobre cualquier imposición para defender la singularidad.

Casi toda sociedad tiende a homogeneizar a sus individuos, a designar para ellos espacios físicos,

gestos culturales y formas de organización. Cuando nacemos llegamos a un mundo normado que

dará forma a muchas de nuestras actitudes y deseos. Crecemos aprendiendo en nuestro trato con

los otros qué es bueno y qué es malo, cómo debemos comportarnos, hacia donde dirigir nuestros

actos. Cuando alguien escapa de dichas expectativas se le considera muchas veces “extraño”, se

le teme, se le rehúye, aunque secretamente, muchas veces, se le admira. Existe un miedo general

a esta figura, pues, según José Miguel G. Cortés:

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Cada época histórica propone un modelo de representación del mundo, tanto social como político

y cultural… Los individuos que pongan en duda este sistema serán excluidos, perseguidos y

eliminados en caso de grave crisis social […] Aquellos que rechazan este proceso de

homogeneización y la conformidad a las leyes quedan marginados, geográfica, cultural,

lingüísticamente, quedan devaluados en la escala oficial de valores: se convertirán en monstruos

(G. Cortés 13).

Este desprecio que existe hacia la diferencia tiene que ver con que la singularidad cuestiona la

homogeneidad pretendida por el poder. Es decir, pone en evidencia que los estándares de

“normalidad” no son sino figuras impuestas para organizar y controlar socialmente a sus

individuos. Así la anaideia al ser expresión de la individualidad, resultaba un atentado contra los

preceptos políticos griegos.

La palabra anaideia está compuesta por una letra a (alfa) como partícula que expresa privación y

aidos, que significa modestia y reverancia, si quisiéramos hacer una traducción podría decirse

que la anaideia es una ausencia de reverencia. Es decir, una cierta provocación que se materializa

en actos inesperados por ser opuestos a la convención. Si la vergüenza es inculcada desde las

más tiernas edades, la desvergüenza muestra que se trata tan sólo de un rasgo cultural que puede

ser interrumpido por el albedrío humano.

De acuerdo con el maestro Rafaél Águila, el cinismo en el mundo griego, aparece como respuesta

a una crisis en los valores griegos:

El último tercio del siglo V a.C. está marcado, especialmente en Atenas, por la denominada crisis

de la polis. La polis no era sólo el espacio físico dentro del cual transcurría la vida de una

comunidad, sino aquél espacio ideal, aquella retícula teórica, que engarzaba los comportamientos

individuales en un ensamblaje colectivo y les permitía la proyección exterior hacia objetivos

comunes (Águila 1).

Esta crisis estaba asociada a un momento político en el que Atenas estaba amenazada, estando la

política y la religión unidas, el cuestionamiento alcanzaba no sólo el ámbito del estado sino su

ideología completa. Si recordamos los diálogos de Platón, era común cuestionarse sobre la

naturaleza de los dios, en un momento de crisis, el cuestionamiento reflexivo y paciente se

convirtió en un discusión aguerrida, ahí es donde la anaideia obtuvo su papel como elemento

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controversial que ponía en duda no sólo el funcionamiento del estado sino la forma en la que se

administraba la vida pública y privada de los griegos, por eso los cínicos vestían y comían de

manera sencilla, hacían mofa de las costumbres y muchos de ellos vivían, emulando a los perros,

al aire libre o bajo el resguardo mínimo de objetos encontrados.

La anaideia implica una cierta desobediencia, una que el poder no puede darse el lujo de

permitir. Si toda la modernidad, como apunta Foucualt, se erige sobre la base de la vigilancia y el

castigo, es obvio que cualquier actitud de indisciplina no será bienvenida. Recordemos que en su

célebre libro Vigilar y Castigar, el filósofo propone que las universidades, las cárceles y los

hospitales, se erigen como los centro de poder encaminados a disciplinar la conducta (Foucault

10). Mientras más avanza en el tiempo nuestra cultura, lo que logra es un refinamiento en sus

dispositivos disciplinarios que de las exhibiciones públicas de punición, se fueron transformando

hasta la autocensura que llevamos a cabo hoy en día.

En oposición a este estado de cosas, aquellos que practican la anaideia, son individuos disidentes,

que no temen hacer patente su inconformidad y para ello utilizan la controversia. Michel Onfray

nos indica al respecto:

"Tras la causticidad de Diógenes y su intención de provocar, percibimos una actitud filosófica

seria, tal como puede haber sido la de Sócrates. Si se dedicó a hacer caer una tras otra las

máscaras de la vida civilizada y a oponer a la hipocresía en boga las costumbres del 'perro',

ello se debe a que Diógenes creía que podía proponer a los hombres un camino que los condujera

a la felicidad" (Onfray 20).

La provocación anaideiática es, pues, una operación de descomprometimiento con los valores

establecidos, una posición de independencia que busca no sólo la propia libertad sino la de los

otros, pues los cínicos buscaban ejercer una especie de contagio, pues si el estado basa su control

sobre los individuos en el temor, la anaideia se le opone con fuerza cuando muestra individuos

capaces de enfrentársele. Si el temor se disipa, los individuos pueden ser capaces de buscar en sí

mismos lo necesario antes de doblegarse. No es que los cínicos desearan el caos, sino que el caos

provocado por la anaideia era el estado de cosas necesario para desarticular los discursos del

poder.

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ANAIDEIA HOY

Vivimos en un mundo post-postmoderno, pero la historia no ha acabado y el espíritu

desencantado de finales del siglo XX se cuestiona cuando observamos que las divisiones

económicas entre regiones e individuos se siguen acrecentando, cuando vemos que los países

colonizadores no han dejado de controlar a las regiones donde sus intereses económicos se ven

afectados, cuando episodios como el del 11 de Septiembre del 2001 con la caída de las Torres

Gemelas puso en evidencia la fragilidad no sólo del Estado Americano, sino de sus habitantes, si

un país como Estados Unidos no pudo (o no quiso, como proponen las teorías conspiracionistas)

evitar la muerte de sus habitantes, qué será del resto de nosotros, con nuestros gobiernos

corruptos y desorganizados.

En México la situación actual es alarmante, en fechas recientes hemos visto como los derechos

laborales ganados con enormes esfuerzos se pierden a favor de la globalización y las exigencias

de empresas transnacionales; la reforma económica que hace unos meses fue aprobada en el

Congreso, ha sido tema de numerosos debates pues se calcula que afecta, sobre todo, a los

contribuyentes pequeños; la reforma educativa tampoco ha mostrado sus gestos positivos, de

hecho fue motivo de una importante movilización de maestros a nivel nacional; sólo por

mencionar algunos hechos recientes de nuestro contexto. Más grave aún han sido los episodios de

violencia que hemos presenciado en los últimos años, si bien la mediatización ha disminuido, no

así los enfrentamientos que en regiones como Michoacán se han recrudecido, forzando la

aparición de los grupos de autodefensa que intentaron tomar cartas en el asunto ante la

imposibilidad demostrada por el gobierno para controlar la situación, pero que puesto a esa

región en un estado de excepción.

Atenco, Ciudad Juárez y más recientemente La Barca, son nombres de ciudades que nos

recuerdan nuestro doloroso presente, nuestra deuda con nuestros conciudadanos fallecidos. Por

los que no pudimos hacer nada.. A esto nos enfrentamos en las esferas cotidianas de nuestra

vida, ante esto la anaideia se blande como una bandera que busca cuestionar lo que sucede en

nuestro contexto.

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Aunque nuestro acontecer pareciera a primera vista baudrillariano, en tanto este autor plantea que

vivimos en una época transpolítica, que se traduce en un estado de indiferencia, algo en nosotros

se resiste a esa meta sin meta, a esa existencia ondulante de los post. Si fuéramos totalmente

Baudrillarianos, no hubiéramos visto en el presente siglo fenómenos como el Occupy Wall Street,

donde cientos de personas se congregaron para interrumpir el flujo en el corazón financiero

estadounidense; no hubiéramos visto a los Anonymous, interconectándose en la red para hacer

quebrar a través de sus sistemas web a compañías e instancias gubernamentales, como un

escarmiento por sus decisiones anticiudadanas; tampoco hubiéramos visto en México a los

jóvenes unirse en favor de una causa mayor que ellos, la de cuestionar el poder de los medios de

comunicación masiva en nuestro país. Más que en el resultado de dichas irrupciones pienso en el

efecto simbólico de las mismas, pues se pueden entender como instrumentos cuestionadores de

un presente que parecía cerrado.

El tema de la desobediencia civil ha sido ampliamente estudiado por teóricos en años recientes,

no deja der ser curioso que aunque nunca se asocia con aquellas raíces del cinismo griego,

pareciera que la anaideia ha retornado a nuestro presente como una estrategia de oposición

contemporénea. Michel Onfray nos propone al respecto:

Hoy es perentorio que aparezcan nuevos cínicos: a ellos les correspondería la tarea de arrancar las

máscaras, de denunciar las supercherías, de destruir las mitologías y de hacer estallar en mil

pedazos los bovarismos generados y luego amparados por la sociedad. Por último, podrían

señalar el carácter resueltamente antinómico del saber y los poderes institucionalizados. Figura de

la resistencia, el nuevo cínico impediría que las cristalizaciones sociales y las virtudes colectivas,

transformadas en ideologías y en conformismo, se impusieran a las singularidades ( Onfray 32).

Las luchas ideológicas parecen librarse hoy sobre este terreno, los artistas, parecen haber

escuchado este llamado y sus expresiones irreverentes, no son sino el resultado de un análisis de

nuestra sociedad, de una desconfianza absoluta en el gobierno, en la religión y en los valores

tradicionales en los que se sostenía la sociedad mexicana, el declive de la familia, los problemas

económicos diarios, la pérdida de estabilidad laboral, provocan que los artistas cuestionen todo

nuestro entorno. Es así como la irreverencia se erige como arma, la provocación, el sarcasmo y la

ironía, se empoderan para confrontarse con un pasado doloroso, un presente penoso y un futuro

incierto.

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LOS CÍNICOS ARTISTAS

Los alados personajes gay fotografiados en las marchas de la Ciudad de México de Yolanda

Andrade. Los dioses indigentes de Macario García Z. Los cuartos oscuros de encuentro sexual

de Omar Gámez. Las venus ficheras de la cantina La apestosa en las imágenes de José Luis

Cuevas, se nos presentan con esa irreverencia cínica de la anaideia. Son retratos de la

marginalidad, de esos espacios que Michel Foucault nombraba como heterotópicos por

contravenir las imposiciones cotidianas. (Foucault 3) Vemos en las imágenes producidas por

artistas mexicanos una serie de aproximaciones a nuestro mundo, inimaginables en otros

momentos históricos. Lo que por mucho tiempo pareció invisible a nuestros ojos, es mostrado

ahora para cuestionar nuestra ideología, para quebrantar nuestras seguridades.

Es curioso como la fotografía y el video se convierten en instrumentos dilectos de la anaideia, el

carácter realista que se le sigue atribuyendo a la fotografía es aprovechado para hacer aparecer

esas imágenes donde lo vulgar, lo oscuro, lo discordante y lo extraño se despliegan, como si el

ojo se constituyera en instrumento de violación, se nos enseñan las entrañas de un país que

escondía a aquellos que representaban una desviación de la tradicional “familia mexicana”.

Es como si, aprovechando la confianza que se la ha conferido a la mirada, insertaran en los

espectadores nuevos imaginarios, donde lo perverso, lo discordante, lo disidente tiene cabida. No

se trata ya de ese ojo intelectual, filtro de la luz que alimentaba la razón concebido por los

científicos; no el orificio que recibe la luz divina, concebida por los teólogos; sino el ojo que se

vulgariza, que hace descender la logocentralidad a un estado de organicidad, como el ojo

cercenado del Perro Andaluz de Buñuel, como el ojo del buey en la vagina de la heroína en La

historia del ojo de Georges Bataille (Jay, 168).

Aunque todas las disciplinas han hecho lo suyo por incidir y cuestionar la cultura, probablemente

los medios que más se han constituido como expresiones de provocación han sido la fotografía y

el performance. Es notable como la fotografía comienza a primar el proceso performativo por

sobre el registro fotográfico. Muchos artistas contemporáneos mexicanos han convertido a la

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fotografía en una extensión de un proceso vivencial, en un acompañante, más que un testigo. El

mismo Barthes propone que el instrumento de la cámara, el órgano que la activa, no es el ojo,

sino el dedo. Trasladando así, un proceso intelectual a uno orgánico, la intromisión del cuerpo en

la fotografía es el resultado de ese proceso de cuestionamiento de la mirada.

Lo que aparece en las fotos es un proceso de vida, no un hecho alejado del fotógrafo sino su

propia vida, el ámbito de lo público y lo privado queda así mezclado en esas imágenes

anaideiáticas. Jesús Flores, por ejemplo, realiza en 2011 una serie de fotografías, a partir de

convertirse en prostituto y trabajar en la Avenida Morelos en Torreón con una beca del FONCA

“Jóvenes creadores”, lo que significa o una gran autonomía de CONACULTA o un estado de

cosas con tanta necesidad de insurgencia, que celebra cualquier expresión de cinismo.

Obviamente no hablamos de todas las imágenes producidas en nuestro país, aún existen

fotógrafos de tradición, que perpetúan la mirada hegemónica, pero sin duda han existido artistas

que han tratado de destrabar la línea entre el ojo y el dedo, entre la cámara y el mundo, de

carnalizar la imagen, de habitarla acaso.

La obra Preludio de Miguél Rodríguez Sepúlveda, plagada de escupitajos, da cuenta de este

suceso, un video de diez minutos donde dos contrincantes se escupen a la cara soportando el

escarnio de manera estoica. No sólo se enfrentan ahí los convocados, sino el propio artista, quien

interviene en algunas rondas. El video no registra una circunstancia externa sino un proceso vital,

que aunque construido, no deja de provocar las reacciones más asquerosas en el espectador. Y sin

embargo como metáfora cínica, nos muestra a nosotros mismos, pueblo mexicano, que permite el

atropello de sus gobernantes con resignación.

Pensando también en videos donde la irreverencia se da paso, Ximenas Cuevas es una maestra,

interviniendo en el programa Tómbola, un talk show sobre chismes de artistas, para preguntar al

público si a alguno de ellos le interesaba su propia vida.

O aquella célebre exposición con la que se inauguró el MUAC, la criticadísima muestra de

Miguel Ventura donde colocó en una de las paredes una fotografía de los artistas mainstream,

pretendidamente de izquierda y apoyados por las entidades hegemónicas de la cultura, todos en

feliz sonrisa.

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Los afiches del colectivo putacomunicación, hacen alarde de vocablos soeces para burlarse del

poder de los medios masivos, así vemos que en sus afiches han retomado muchos diálogos

televisivos notables por su nimiedad.

Otro ejemplo reciente son los performances urbanos de la Congelada de Uva que dejaron a más

de uno en estado nauseabundo, cuando en plena marcha, se puso a defecar en una imagen del

rostro del candidato Peña Nieto. Una acción que seguramente Diógenes hubiera aplaudido con

enorme entusiasmo, pues se cuenta que era practicada por él mismo.

Estos son algunos ejemplos de como la anaideia se presenta en el contexto del arte mexicano,

aunque no es privativo de nuestro país. Vemos como en ellas lo que prima es ese espíritu de

irreverencia, ese desprecio por la solemnidad, ese deseo de desenmascarar lo más pútrido de

nuestra sociedad. La escuela cínica de los artistas, se hace patente en estas imágenes.

ETICA CINICA

Para Aristóteles la ética estaba siempre ligada a la política y es curioso ver cómo en décadas

recientes la filosofía ha reflexionado sobre esta misma línea, sobre todo con la figura de Jacques

Ranciére. Para este pensador incluso están ligadas la estética, la ética y la política, no por el

contenido de sus imágenes, sino porque una obra materializa una idea que construye un lenguaje

común para un grupo de personas. Según Ranciere, da la posibilidad de articular como leguaje,

aquello que antes era percibido tan sólo como grito (Ranciere 14 ).

El cinismo, con sus imágenes irreverentes lo que nos posibilita es precisamente, construir una

discusión sobre un problema común a nosotros, la anaideia refleja una realidad social, lo

irreverente de su contenido, lo es porque cita a las reglas para burlarse de ellas, por eso no está

lejano nunca de un tiempo y un espacio determinado. Lo irreverente sólo se construye como tal

en tanto es la aguja de incisión en esa sociedad dada, es efectiva en tanto mira a esa sociedad, la

explora y la ridiculiza, pero cuando cierta oposición ha sido aceptada pierde su poder, es decir, su

eficacia resulta de su contrapoder, de su peso opuesto en esa línea social en la que se enmarca.

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Tal vez para algunos resulte difícil aceptar que una actitud anaideiática pueda ser ética, pero hay

que recordar que la ética difiere de la moral. Un comportamiento moral es generalmente

aprendido dentro de un contexto social, depende de una cultura, es enseñando de manera externa

ya sea por una filiación religiosa o por una entidad de autoridad. Sin embargo la ética, al menos si

la retomamos, para continuar con el análisis griego, de la forma en la que se concebía en esa

época, parte del propio individuo. Michel Foucault en su texto Hermenéutica del sujeto, nos

acerca a esta concepción ética en la que ésta proviene del autoconocimiento y el autoanálisis

(Foucualt 20). En ese aspecto podemos concebir que hay una ética posible en la anaideia, esta

tendría que ver con derribar las normas morales para promover un comportamiento autoético.

Los cínicos griegos, tan irreverentes como eran, eran también grandes amigos, excelentes

maestros y discípulos. Su vida, centrada más en el gozo que en la ascética, comportaba un fuerte

interés espiritual. Su ética se centraba en reconocerse a sí mismos, aprender de la naturaleza y no

dejarse engañar por los preceptos sociales. Una ética como esta, en un momento como en el

nuestro, en el que ni la ciencia, ni la religión, ni la política, ni la sociedad, son capaces de

ofrecernos una solución positiva para dar sentido a nuestra vida, tal vez podría salvarnos de la

deriva.

El filólogo Carlos García Gual, nos propone:

“Estos son buenos tiempos para el cinismo, inmejorables para el sarcasmo como forma crítica. El

“malestar en la cultura” se nos ha vuelto tan agobiante, que lo más eficaz de nuestra sofisticada

farmacopea nos estimula a renunciar a ella, la cultura, en la mayor medida posible, o más

taimadamente, a consumirla en una forma abaratada y light, en píldoras de fórmula reconocida.

El consumismo frenético y la propaganda ensordecedora de tantos productos nos invitan a

comprarnos gafas y orejeras para ver y oír menos a fin de no embotarnos del todo. Tal vez lo más

prudente sería escapar de la civilización que nos abruma, a la “naturaleza”, o lo que nos hayan

dejado de ella, porque cualquiera sabe ahora qué es lo natural, después de tanta perversión

civilizadora y tanto progreso desconcertado”(Aguila 3).

Por otro lado, el filósofo Michel Foucault nos dice que el papel ético del intelectual consiste no

en resolver los problemas de la sociedad sino en cambiar el modo en el que los pensamos:

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La razón de ser de los intelectuales estriba precisamente en un tipo específico de agitación que

consiste sobre todo en la modificación del propio pensamiento y en la modificación del

pensamiento de los otros. El papel de un intelectual, afirmaba, no consiste en decir a los demás

lo que hay que hacer. ¿Con qué derecho podría hacer esto? Basta con recordar todas las

profecías, promesas, exhortaciones y programas que los intelectuales han llegado a formular

durante los dos últimos siglos y cuyos efectos conocemos ahora. El trabajo de un intelectual no

consiste en modelar la voluntad política de los demás; estriba más bien en cuestionar, a través

de los análisis que lleva a cabo en terrenos que le son propios, las evidencias y los postulados,

en sacudir los hábitos, las formas de actuar y de pensar, en disipar las familiaridades admitidas,

en retomar la medida de las reglas y de las instituciones y a partir de esta re-problematización

(en la que desarrolla su oficio específico de intelectual) participar en la formación de una

voluntad política (en la que tiene la posibilidad de desempeñar su papel de ciudadano. (Foucault

9)

En esta reflexión de Michel Foucualt encontramos un anaideiático cercano a nosotros. Un

pensador que propone la labor ética del intelectual como aquella que causa la disrupción en la

forma en la que concebimos el mundo, que nos cuestiona, que nos lleva a repensarnos como

individuos. La imagen anaideiática en nuestro contexto, corresponde a este espíritu perturbador

de las normas.

El mismo Michel Foucault planteaba en su Vida de los hombres infames que el punto más

intenso de sus vidas era aquel en el que ponían en juego todo, cuando se mostraban con mayor

énfasis como espíritus disidentes, pues es la fuerza para defender la singularidad es lo que nos

lleva a constituirnos como individuos (Foucault 25). Como Michel Onfray plantea “lo que está

en juego es la vida misma, y las diversas formas de sabiduría proponen técnicas para llevarla a

buen puerto con la mayor alegría y beatitud y con el mínimo de penas y sufrimientos posibles.

Aprender a morir, es decir, a vivir con provecho lo cotidiano, en todas sus ramificaciones”

(Onfray 71). Esa es la meta final de la anaideia. Lo que propone el cinismo estético es la no

censura, el cuestionamiento, la reflexión profunda, el reconocimiento de lo que piensa uno

mismo, una sabiduría necesaria para nuestro mundo contemporáneo. Esa sabiduría que aparece

cuando uno se decide a hacerle frente al mundo.

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BIBLIOGRAFÍA

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