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ciudadania
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WALDO ANSALDI**
MS ALL DEL MERCADO. LA CUESTIN DE LA CONSTITUCIN DE UNA CIUDADANA
DEMOCRTICA EN LA AGENDA DEL 2000* A Vernica Edwards, en Santiago.
Nuestro siglo [XX] demuestra que el triunfo de los ideales de la justicia y la libertad siempre es efmero, pero tambin que, si conseguimos preservar la libertad, siempre es posible comenzar de nuevo. (...) Es necesario conservar la esperanza incluso en las situaciones ms desesperadas.
Leo Valiani (historiador italiano).
** Investigador del CONICET en el Instituto de Investigaciones Gino Germani (rea Sociologa Histrica), Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Profesor titular de Historia Social Latinoamericana en la misma Facultad. Director de la Maestra Estudios Sociales para Amrica Latina, Facultad de Humanidades, Ciencias Sociales y de la Salud, Universidad Nacional de Santiago del Estero. * Retomo y amplo aqu consideraciones adelantadas en otros trabajos: Gobernabilidad y seguridad democrtica (Documento de Estudio N 1, Comisin Sudamericana de Paz, Santiago de Chile, 1991), Gobernabilidad democrtica y desigualdad social (en Estudios Sociales. Revista Universitaria Semestral, Ao 5, n 9, Santa Fe, Segundo semestre 1995, pp. 935) y Fragmentados, excluidos, famlicos y, como si eso fuese poco, violentos y corruptos (en prensa). De all que algunos pocos prrafos de ellos reaparezcan aqu. Los apartados llevan por denominacin nombres de filmes, a modo de homenaje al centenario del cinematgrafo. La redaccin de este artculo concluy a mediados de enero de 1997, siendo revisada en la segunda quincena. El brutal asesinato del reportero grfico Jos Luis Cabezas, el 25 de ese mes, impact en los medios periodsticos y en la sociedad toda de un modo sin precedentes en la violenta historia argentina de la segunda mitad del siglo XX, poniendo en un trgico plano de relieve algunas de las cuestiones tratadas en el artculo respecto de la construccin de la ciudadana democrtica; de all la necesidad de una nueva revisin y las consecuentes modificaciones al texto original. [Este artculo aparecer en Boletn de la Biblioteca del Congreso de la Nacin, Buenos Aires, 1997].
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La ley de la calle El colapso del socialismo realmente existente en Europa oriental, entre 1989 y
1991 e incluyendo la simblica cada del muro de Berln, ha servido para muchsimas
operaciones polticas e ideolgicas. Una de las primeras, pues data de 1989 rpidamente
popularizada merced a una notable operacin de difusin y propaganda de alcance
mundial montada por la norteamericana John M. Olin Foundation, dedicada a la promocin
de la derechizacin de la enseanza de las ciencias sociales, deriv de la publicacin de
un artculo (luego libro) de Francis Fukuyama proclamando con tono de case el fin de la
historia.1 El panfleto cantaba, para decirlo como el gran historiador britnico Christopher
Hill, los funerales prematuros de, entre otros, la historia, el marxismo, el socialismo, la
lucha de clases (y las clases sociales mismas)... y el triunfo definitivo de la libertad, el
mercado y el capitalismo. Acompaando la onda expansiva del neoconservadurismo
liberal, la propuesta bsica del mediocre y vacuo artculo lejanamente emparentada con
una originaria de Georg Wilhem Friedrich Hegel que vea en el mundo germnico y en las
instituciones del Estado moderno europeo el fin de la historia, y mucho ms prxima a su
resignificacin por Alexandre Kojve en los aos 1930 y a la cual se ha aadido algn
matiz nietzscheano ha servido (o ha sido utilizada) para proclamar el definitivo e
irreversible reinado universal de un nico modelo societal concebido, al mismo tiempo,
como una concepcin del mundo una Weltanschauung impuesta de modo tal que lleva
conexas la muerte de las utopas y hasta la idea misma de una alternativa. As, en el lmite,
una concepcin que se reclama, por sobre todas las cosas, afirmacin de la libertad,
desarrolla una lgica de imposicin totalitaria cuyo ncleo duro no es ms que el
disciplinamiento de la sociedad apelando a, o invocando, el principio de la libertad
individual.2
1 Tomo el dato de Josep Fontana, La historia despus del fin de la historia, Crtica, Barcelona, 1992, p. 7. 2 Por lo dems, es bueno tener presente que la negacin de la historicidad, tan cara al neoconservadurismo liberal, encuentra argumentos en la obra de Karl Popper, particularmente en La sociedad abierta y sus enemigos, en cuyo captulo 25 el autor se pregunta si la historia tiene algn significado. Su respuesta era la de negar que lo tuviese, excepto, quizs, en el plano de la subjetividad individual. Ms an, el pensamiento de Popper nutre abundantemente a la teora poltica del neoliberalismo o, como prefiero decir, neoconservadurismo liberal, tema hace ya tiempo muy bien abordado por Jorge Vergara, en Popper y la teora poltica neoliberal, y por Carlos Ruiz, en La epistemologa de Popper y el neoliberalismo, ambos en Crtica & Utopa. Latinoamericana de Ciencias Sociales, n 12, Buenos Aires, mayo de 1984, pp. 2160 y 6186, respectivamente.
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Ms all del mercado. La cuestin de la constitucin de una ciudadana democrtica en la agenda del 2000
Un incisivo crtico de las sociedades capitalistas desarrolladas, el recientemente
fallecido Christopher Lasch, ha sealado muy agudamente el meollo de la cuestin: El
abandono de las viejas ideologas no anuncia una edad de oro de la concordia. Si somos
capaces de superar las falsas polarizaciones generadas actualmente por las polticas de
gnero y raza, podramos descubrir que las divisiones reales siguen siendo las de clase.
Vuelta a lo bsico podra significar una vuelta a la lucha de clases ya que es
precisamente lo bsico lo que rechazan nuestras lites como irremediablemente
anticuado o al menos a una poltica en la que las clases se conviertan en el tema
principal. No hace falta decir que las lites que orientan la poltica americana, aunque
discrepen en todo lo dems, tienen en comn el inters de suprimir toda lucha de clases.3
En trminos prcticos, la idea delirante del fin de la historia se traduce en las
polticas de ajuste estructural promovidas por el llamado Consenso de Washington, las
cuales en buena parte de la periferia del mundo capitalista (mas no necesariamente en su
centro) no slo reducen drsticamente las partidas presupuestarias destinadas a atender
demandas sociales generalmente satisfechas por el Estado de Compromiso, sino que
ahora el Estado tiende a desatenderse de la suerte de los beneficiarios de ellas. Por
contrapartida, la desatencin estatal en materia de las necesidades (tutelares, sociales,
pblicas) en salud, educacin, vivienda, previsin social, se traduce en un reforzamiento de
la atencin de las otras ms tradicionales o primitivas, si se quiere, particularmente la
seguridad interior, esto es (ms) policas e instituciones penitenciarias. La opcin por la
seguridad interior significa, por sobre todas las cosas, adoptar medidas conducentes al
control social, al control de los pobres, ms especficamente. En el caso argentino, no
obstante y como es bien sabido, hay algo ms que un matiz diferenciador: existe en el
seno de la sociedad una sensacin generalizada de ausencia de seguridad, traducida en el
incremento de violencia contra personas, bienes y propiedades, en la poca confianza que
se tiene en la polica a menudo asociada, y no por mera presuncin, con la idea y la
3 Christopher Lasch, La rebelin de las lites y la traicin a la democracia, Paids, BarcelonaBuenos AiresMxico, 1996, p 101; las itlicas son mas. Va de suyo que la reivindicacin de las clases y sus luchas es susceptible de abordarse desde varias plataformas tericas, no slo la marxista, tradicin con la cual suele estar ms identificada, en buena medida como prolongacin ideolgica de la ignorancia, la mala leche y la caza de brujas. Por cierto, Lasch no era un autor marxista. Su reconocimiento de la importancia de las clases y las luchas de clase derivaba de su condicin de historiador y, por ende, del conocimiento del pasado de las sociedades occidentales.
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prctica del gatillo fcil (cuyas principales vctimas son, obviamente, los pobres, en
particular jvenes, no necesariamente delicuentes), el narcotrfico, la corrupcin y otros
delitos, la reiteracin de los casos de justicia por mano propia, entre otras
manifestaciones. La cuestin se hace ms compleja porque, a diferencia del modelo
clsico del Estado gendarme, el nuevo Estado neoconservador, en Argentina, est incluso
renunciando a parcelas importantes de su capacidad de ejercicio monoplico de la
violencia, tal como lo indica la proliferacin de policas privadas, a menudo bajo la forma de
empresas de seguridad, una cuestin de suma trascendencia.
A propsito de ello, sorprende la poca atencin que le conceden polticos, medios de
comunicacin y cientficos sociales, toda vez que su presencia cuestiona efectiva y
prcticamente la capacidad y la facultad del Estado de ejercer el monopolio de la violencia
o la coaccin consideradas legtimas, una de las caractersticas centrales del Estado
moderno. El hecho de que muchos de los integrantes de estas fuerzas policiales privadas
sean, segn se dice, policas en actividad que realizan un segundo trabajo (como forma de
mejorar sus ingresos) o ex efectivos partcipes en las tareas de represin durante la
llamada guerra sucia, aade un componente que repugna a la moral y a la tica, pero no
es, empero, el punto estratgicamente ms importante. ste es, en cambio, la renuncia del
Estado argentino al ejercicio de funciones coactivas destinadas a garantizar el orden social
tratndose de un orden socioeconmico capitalista, ello quiere decir, obviamente,
defensa de la (gran) propiedad privada, un proceso de privatizacin de las mismas que
abre puertas a la inseguridad jurdica, a las leyes del ms fuerte y del Talin, a la
arbitrariedad, a los justicieros por mano propia, a la anomia, a la anarqua, en fin.4 Es
cierto que, como supo advertirlo en su momento Max Weber, el Estado moderno puede
delegar o conceder el derecho de la coaccin jurdica, en cierta medida, en otras
asociaciones o en personas individuales, manteniendo el Estado la condicin de fuente
nica del derecho de coaccin. Pero, como l mismo adverta, no debe olvidarse que la
coaccin considerada legtima esa que monopoliza el Estado es la base de una relacin
de dominio de hombres sobre hombres. Para que el Estado susbsista, argumentaba, es
4 Anarqua quiere decir aqu, como en la antigua Grecia, una situacin societal de incertidumbre y desorientacin (no de desorden, que en ese entonces llamaban afasia).
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menester que los hombres dominados se sometan a la autoridad de los que dominan en
cada caso.5 Ceder tal monopolio implica, pues, en particular si los mecanismos de control
estatal sobre el poder de polica delegado en empresas privadas son laxos o, como ocurre
actualmente, no estn clara ni taxativamente normados que los dominados queden
sometidos a una doble autoridad, la privada y la estatal, se pierda la racionalizacin de la
gestin del poder y, por tanto, se erosione no slo el Estado sino la propia sociedad (en el
sentido de la societas de los antiguos romanos).6
El debilitamiento del Estado en la clave de bveda que es el monopolio del poder
coercitivo es, pues, una de las caractersticas que el nuevo orden sociopoltico est
adquiriendo en Argentina. Empero, hay todava ms. Y este ms afecta a otro de los
elementos histricamente caractersticos del Estado moderno qua Estadonacin, la
ciudadana. Los neoconservadoresliberales postulan la primaca casi irrestricta de la
ciudadana civil (slo regulada por la "mano invisible" del mercado), el encorsetamiento de
la ciudadana poltica y la virtual cancelacin de la ciudadana social (sobre lo cual vuelvo
ms adelante), al tiempo que rechazan la concepcin de la igualdad entre los hombres.
Desde su perspectiva, los hombres son naturalmente desiguales, excepto en el plano de la
ley y ello apenas por "una exigencia poltica", como dice Karl Popper y en el del
mercado, donde los hombres son igualmente libres para la adquisicin o disfrute de sus
propiedades. El fundamento del carcter irrestricto del derecho de propiedad exige la
igualdad ante el mercado y afirma la desigualdad econmica y social. En el plano poltico,
ello se traduce en una concepcin puramente instrumental del Estado: la defensa de la
5 Max Weber, Economa y sociedad, Fondo de Cultura Econmica, Mxico DF, 7 reimpresin, 1984, pp. 10561057) 6 Va de suyo que esta erosin del Estado no debe ni puede confundirse con la desaparicin o agostamiento del Estado en el sentido de las utopas anarquista y marxianoengelsiana. Por otra parte, la racionalizacin de la gestin del poder alude a la centralizacin de ste, tal como se aprecia en el proceso histrico de transicin desde el policentrismo de los seoros feudales al Estado moderno (centralizado y unitario, con capacidad o facultad de monopolizar la violencia considerada legtima y la percepcin tributaria). Hay quienes hablan de un proceso actual de refeudalizacin, pero esta expresin no me parece ajustada a una correcta apreciacin del movimiento histrico. En relacin al control estatal de las policas privadas, despus de concluido este artculo tom estado pblico la iniciativa de los diputados Miguel ngel Toma y Marcelo Stubrin en favor de su regulacin legal, como tambin una informacin respecto del nmero de efectivos de las mismas en todo pas. Segn Julio Sarmiento, presidente de la Cmara Argentina de Empresas de Seguridad e Investigacin (CAESI), sta nuclea a 250 agencias con 60.000 custodios. Slo un 20 por ciento de los guardias son ex miembros de las Fuerzas Armadas o de Seguridad. Segn la informacin periodstica, Sarmiento (...) tambin sostuvo que hay en todo el pas unos 20.000 guardias privados no registrados en ninguna parte. Dijo que ellos revistan en las 200 agencias que no integran la cmara. Clarn, Buenos Aires, 12 de febrero de 1997, p. 7. Es decir, 450 agencias y 80.000 efectivos.
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propiedad privada y del mercado (de las relaciones mercantiles). De all que se le asigne a
l la exclusiva satisfaccin de las necesidades de la seguridad y de la justicia. Ms an, la
concepcin hoy dominante tal como el liberalismo inicial, fuertemente antidemocrtico
afirma la necesidad de asegurar la persistencia de las desigualdades: la lucha por reducir
stas implica la expansin de la libertad de las mayoras y de las potencialidades y
capacidades humanas, como puede apreciarse en el Estado Benefactor y en la
democracia social, igualando as (al menos tendencialmente) a quienes son naturalmente
desiguales (de donde una "teora" como la de la distincin entre masas y lites). A juicio de
los neoconservadoresliberales, tales polticas llevan al estatismo, al socialismo, al exceso
de democracia, a la ingobernabilidad. De all no tarda en saltarse a la idea de "democracia
protegida", eufemismo para designar situaciones en las cuales desaparece la competencia
poltica abierta, libre, democrtica, es decir, situaciones de dictadura. En este sentido,
como explcitamente lo ha sealado uno de sus ms destacados tericos, Gerhard Ritter,
la conviccin acerca de la gentica escisin entre liberalismo y democracia apunta al
derrocamiento de la poltica, el gran objetivo neoconservador.7 Este ataque toma, casi
invariablemente, la forma del discurso antidemaggico, antiestatista y antisocialista.8
Histricamente, la democratizacin ha sido (y es) un proceso de ampliacin del
espacio poltico, dentro del cual son incrementados los servicios pblicos que atienden la
satisfaccin de las necesidades sociales en materia de educacin, salud, vivienda,
previsin social. Polticas tales slo pueden llevarse adelante, en la interpretacin de Ritter,
"mediante una expropiacin fiscal sumamente radical de las clases superiores, es decir,
mediante la nivelacin social (...). La democracia de masas le allana el camino [al caos y,
tras l, a la tirana] en la medida en que quita al individuo su propia responsabilidad y
permite que su voluntad se sumerja en la voluntad general de las masas. (...) Quien
quiera impedir la tirana tiene que educar a los hombres en la responsabilidad personal.
Tiene que intentar desmasificar a las masas estructurndolas en grupos con
responsabilidad propia. (...). La cuestin central, desde el punto de vista de la idea liberal
7 Por esto, para los neoconservadores, Augusto Pinochet es mejor que Fidel Castro. 8 Los neoconservadores se piensan a s mismos como los defensores de la libertad burguesa amenazada por la democracia roja, como supo escribir Gerhard Ritter en El problema tico del poder, Revista de Occidente, Madrid, 1972, p. 136.
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de libertad, es la siguiente: volveremos alguna vez (y cundo) a vivir en una sociedad que
tenga como fundamento el principio de la competencia entre fuerzas que se acicatean
recprocamente en lugar de estar fundada sobre la nivelacin, la imposicin, el dirigismo, la
regulacin y los reglamentos, una sociedad en la que, al menos, importe ms el despertar
la iniciativa personal que el facilitar la lucha por la vida a los ms dbiles mediante la
previsin social?9 De all la conclusin y propuesta: la restauracin del mercado y su
afirmacin como "la autoridad social" por excelencia, desplazando as el mbito o la
instancia de la decisin final de lo poltico a lo social y consagrando la escisin entre
Estado y sociedad. Como muy bien dice Norbert Lechner: "El mercado es, segn los
neoconservadores, la autoridad social en ltima instancia. El mercado controla socialmente
a las masas restableciendo la responsabilidad individual (o sea, diferenciando y
atomizando la masa uniforme). Y desarticulando la lucha por la vida de los ms dbiles
mediante la previsin estatal, la desmasificacin permite la desestatizacin. Es decir,
controlar econmicamente al gobierno".10
Otro terico neoconservador, Friedrich Hayek, escribe: "Podemos impedir al
gobierno servir a los intereses especiales slo privndolo del poder de usar la coercin
para hacerlo, lo que significa que podemos limitar los poderes de los intereses organizados
slo limitando los poderes del gobierno". En su incisivo anlisis crtico del
neoconservadurismo, Lechner seala, a propsito de esta afirmacin: "Limitar las
atribuciones del Parlamento la democracia limitada es solamente el medio para
desorganizar a los grupos sociales. (...). Limitar los poderes de los intereses
organizados, o sea desmontar la llamada democracia de negociacin, busca eliminar la
decisin colectiva (conflictiva) sobre el modo de reproduccin material". En definitiva, la
concepcin instrumental de la poltica reduce el papel de sta a mera "normalizacin del
9 Ritter, El problema tico del poder, op. cit, pp. 141143. 10 Norbert Lechner, El proyecto neoconservador y la crisis, en Crtica & Utopa. Latinoamericana de Ciencias Sociales, n 6, Buenos Aires, marzo de 1982, p. 49.
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mercado. Normalizar significa defender la iniciativa privada contra las decisiones
colectivas".11
Hans Tietmeyer, presidente del Bundesbank (banco central de Alemania) y el gran
padre del marco alemn, declar recientemente a un periodista del diario francs Le
Monde: El objetivo hoy es crear las condiciones favorables para un crecimiento duradero y
fortalecer la confianza de los inversores. Es preciso, entonces, controlar los presupuestos
pblicos, bajar el nivel de los impuestos y de las tasas hasta que alcancen un nivel
tolerable a largo plazo, reformar los sistemas de proteccin social, desmantelar las
rigideces de los mercados de trabajo, ya que slo se podr alcanzar una nueva fase de
crecimiento si hacemos un esfuerzo de flexibilidad en el mercado de trabajo.12 He ah una
explcita declaracin de principios, objetivos y prioridades de los neoconservadores,
apuntando al desmantelamiento del Estado de Bienestar (Estado de Compromiso en
Amrica Latina) y la asiatizacin de los trabajadores, con su secuela de trabajo nocturno,
horarios irregulares, abolicin del descanso hebdomadario y de buena parte de (si no de
todos) los derechos sociales, disminucin del salario, incremento del estrs, entre otras
manifestaciones.13
La poltica neoconservadora tiene como uno de sus grandes objetivos la
privatizacin de empresas econmicas estatales. Pero no se agota all: ms
ambiciosamente requiere la privatizacin de los servicios pblicos como medio de "dejar en
el vaco a las demandas sociales". "Privatizar seala Lechner significa que el principio
de la responsabilidad colectiva es reemplazado por el principio de la rentabilidad privada.
El derecho a la vida de todos queda sometido a la ley de la oferta y la demanda. La
intervencin estatal se limita a un asistencialismo in extremis". As, el nuevo rumbo implica,
como bien dice Pierre Bourdieu, un proceso de involucin, que conduce (...) de un Estado
11 Lechner, El proyecto neoconservador..., op. cit., p. 63. La cita de Friedrich von Hayek se encuentra en su artculo El ideal democrtico y la contencin del poder, en Libertad y Leviatn, n 1, Centro de Estudios Pblicos, Santiago de Chile, diciembre de 1980, p. 42; la tomo del trabajo citado de Lechner. 12 Citado por Pierre Bourdieu, La verdadera ideologa de la flexibilizacin, en Clarn, Buenos Aires, 30 de diciembre de 1996, p. 16. Las itlicas son mas. 13 Entre nosotros, el presidente de la UIA, Jorge Blanco Villegas, exalt, en una emisin del programa radial de la periodista Magdalena Ruiz Guiaz (en 1996), las condiciones de trabajo imperantes en Malasia, pas al que calific como un paraso.
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caritativo a un Estado penal, reducido a sus funciones de polica y conforme con el ideal
eterno de los dominantes.14
La lgica del mercado es la de la fragmentacin atomstica, de la destruccin del
tejido social, del "slvese quien pueda". La regulacin es concebida como natural,
resultado de la mano invisible, una mano invisible que, curiosamente, siempre regula
concentrando lo ms en los menos y desconcentrando lo menos en los ms. Es que
quienes son naturalmente desiguales no pueden tener ni aspirar a tener intereses
materiales comunes. En tanto, la intervencin poltica se ha caracterizado, al menos
durante buena parte del siglo XX, por la creciente participacin (y capacidad de decisin en
algunos casos) de las masas; ella es visualizada por los neoconservadores como
responsable del "desborde" democrtico (la soberana popular ilimitada como gran
enemiga de la libertad, de donde surge la necesidad de poner lmites o controles al
gobierno representativo). Como tal, debe ser desterrada de las prcticas sociales y
reemplazada por "soluciones tcnicas", para las cuales basta con un Estado mnimo
cumpliendo la funcin de restablecer el orden. "Restablecer el orden ya no significa
organizar la sociedad sino, al contrario, desorganizarla. Vale decir, desarticular los
intereses organizados que distorsionan la autorregulacin espontnea del mercado
(nacional y mundial)".15 Estado mnimo puede entenderse tambin como Estado capturado,
es decir, aquel que slo atiende las demandas de una nica clase social, la que detenta el
poder econmico, poltico y social.16 En este sentido, es todo lo contrario de formas de
Estado ampliado, como el de Bienestar o el de Compromiso.
Justamente, la fragmentacin de la sociedad aparece en un plano dominante y se
aprecia en la creciente importancia de las estrategias individuales de adaptacin a las
14 La cita de Lechner, en El proyecto neoconservador..., op. cit., p. 70; la de Bourdieu, en La verdadera ideologa..., op. cit., p. 17. 15 Lechner, El proyecto neoconservador..., op. cit., pp. 6667. 16 La expresin Estado capturado fue acuada originariamente por el brasileo Francisco de Oliveira para caracterizar al Estado oligrquico (circa 18801930). Por esta razn, hay quienes tienden a definir la situacin actual como oligrquica o neooligrquica. Desde mi punto de vista, en tanto oligarqua define una forma de dominacin polticosocial de clase, y no una clase social, esa caracterizacin no es adecuada. Expongo mi posicin al respecto en Waldo Ansaldi, Frvola y casquivana, mano de hierro en guante de seda. Una propuesta para conceptualizar el trmino oligarqua en Amrica Latina, en Cuadernos del Claeh, 2 Serie, Ao 17, n 61, Montevideo, julio de 1992; pp. 4348; reproducido tambin en Patricia Funes (comp.), Amrica Latina: planteos, problemas, preguntas, Manuel Surez Editor, Buenos Aires, 1992, pp. 1320.
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condiciones de aqulla. Se percibe con claridad en el caso del mercado de trabajo,
particularmente en el sector informal urbano, pero es tambin un fenmeno que, con las
obvias diferencias, atraviesa verticalmente al conjunto de la sociedad y se extiende por los
campos de la cultura y de la poltica, dentro de los cuales su farandulizacin es un smbolo
de la degradacin. Sintomticamente, la unificacin del mercado a escala mundial se
despliega pari passu la fragmentacin de la cultura y la intensificacin de la conciencia de
las diferencias tnicas y nacionales.17 A este respecto, los dramticos y ms publicitados
casos de la ex Yugoslavia y RuandaBurundi son slo la parte visible del iceberg de la
exacerbacin de tales diferencias, pero no son los nicos.
La fragmentacin social dificulta la (re)constitucin de identidades colectivas y
potencia, en el mejor de los casos, las representaciones segmentadas, puramente
sectoriales; en el peor, en cambio, abre camino a la anomia. En un contexto tal que se
yuxtapone en pases con sistemas de partidos polticos dbiles y culturas polticas
democrticas endebles, las direcciones polticas partidarias vacilan, no encuentran
respuestas nuevas, dejan de representar cabalmente los intereses de la sociedad civil y se
"oligarquizan", rompen o debilitan notoriamente sus vasos comunicantes con la sociedad y
hasta con sus propias bases.
Lo que el viento se llev Las voces crticas de las polticas neoconservadorasliberales son a despecho del
triunfalismo de sus partidarios muchas y significativas. A varios de quienes han elevado
su voz de protesta, los neoconservadores no pueden siquiera aplicarle alguno de los ahora
desactualizados y desgastados motes de los tiempos del anticomunismo y/o la guerra
fra, ni de las variantes pos cada del muro. Tal el caso del respetadsimo John Galbraith.
El ahora gran viejo (naci en 1908) ha escrito recientemente un formidable alegato en
17 Christopher Lasch, La rebelin de las lites..., op. cit., p. 86. Segn el autor, no son los mecanismos del mercado los que van a reparar el tejido de la confianza pblica. Todo lo contrario: la influencia del mercado sobre la infraestructura cultural es tan corrosiva como la del Estado. Lasch (19321994) fue profesor de historia en la Universidad de Rochester y se lo consideraba uno de lo ms distinguidos crticos de la sociedad contempornea.
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Ms all del mercado. La cuestin de la constitucin de una ciudadana democrtica en la agenda del 2000
pos de una sociedad mejor que la propuesta por aqullos, del cual quiero tomar algunas
consideraciones.18
El punto de partida de Galbraith es considerar ms importante y prioritario saber qu
est mal, antes qu saber qu est bien. Dicho de otra forma, debemos comenzar por
conocer las carencias de una sociedad, de hombres y mujeres que viven en ella, y avanzar
en la direccin de su solucin. Su propuesta apunta a una sociedad factible, no a una
perfecta (utpica). Al enfatizar la idea de factibilidad, Galbraith pone la cuestin en sus
justos trminos: hay o no hay actitud poltica que apoya y sostiene las condiciones que
precisan ser corregidas. Cuando se dice que alguna medida tal vez fuese buena pero es
polticamente impracticable, debe entenderse que este es el planteamiento ms habitual
para proteger intereses antisociales.19
La antigua divisin del capitalismo, la dicotoma ltima y fundamental, capital
versus trabajo, ya no se puede seguir dando por sentado. La antigua dicotoma sobrevive
en el alma colectiva: un residual de su larga y ardiente historia. Pero en el sistema
econmico y poltico contemporneo la divisin es muy distinta y corre por igual en todos
los llamados pases avanzados. Por una parte estn ahora los ricos, los cmodamente
asentados y los que aspiran a lo mismo, y por otra los econmicamente menos
afortunados y los pobres junto con el importante nmero de los que, por inquietud social o
por benevolencia, pretenden hablar a favor de stos o de un mundo ms compasivo. Este
es el alineamiento econmico y poltico actual. (...) Es un combate desigual: los ricos y los
ms acomodados tienen influencia y dinero. Y votan. Los conscientes y los pobres tienen
dinero, pero muchos de los pobres, ay, no votan. Hay democracia, pero en no pequea
medida es la democracia de los afortunados.20 Ambos grupos, aade inmediatamente,
18 John Kenneth Galbraith, Una sociedad mejor, Crtica, Barcelona, 1996 (el mismo ao de la edicin original en ingls). Galbraith habla de una sociedad buena (a good society), pero el traductor al espaol (Antonio Desmonts) ha preferido la expresin una sociedad mejor. El ttulo original del libro de Galbraith repite el del previo de Robert Bellah et al.. The Good Society, New York, 1991, considerado un verdadero manifiesto o programa comunitarista. 19 Galbraith, Una sociedad mejor, op. cit., p. 17. 20 Idem, pp. 2021. Ms adelante (p. 172), Galbraith sostiene que los pobres y los menos afortunados podran hacer cambiar las cosas si recurrieran con confianza a las urnas electorales para remediar sus males. Su argumento exige una correccin en los casos de pases que, como Argentina, tienen un rgimen electoral en el cual el voto es obligatorio (mucho ms un deber que un derecho) y en los cuales los pobres tambin votan y a menudo lo hacen por polticos neoconservadores (o, al menos, que defienden un modelo societal de esta orientacin).
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colisionan [entre otros] en un tema central: Para los pobres el Estado puede ser capital
para su bienestar y, para algunos de ellos, incluso para su supervivencia. Para los ricos y
acomodados constituye una carga, excepto cuando, como en el caso de los gastos
militares, la seguridad social y el rescate de las instituciones financieras en quiebra, sirve a
sus intereses particulares. Entonces deja de ser una carga y se convierte en una
necesidad social, en un bien social, con la misma certeza con que no lo es cuando el
Estado sirve a los pobres.21
Pero las denuncias de los lmites y los peligros de las polticas fundadas en la
primaca del mercado no son de ahora. Hace ya medio siglo que otro gran economista, el
austrobritnico Karl Polany, escribi un libro ahora clsico, The Great Transformation, una
incisiva diseccin de las implicaciones sociales de la economa de mercado, tal como ella
se desarroll antes del Estado de Bienestar.22 Polany acotaba bueno es retenerlo que el
liberalismo econmico de comienzos del siglo XIX se convirti en una fuerza irresistible
por la congruencia de la opinin de pensadores [tan] diametralmente opuestos como
William Townsed, Thomas Robert Malthus, David Ricardo, Jeremy Bentham y Edmund
Burke.23
La nica y gran excepcin, en el albor de la economa de mercado, es la de Richard
Owen, quien ya en 1817 supo prever (o tuvo la intuicin de) la clave de su desarrollo:
evolucionando bajo sus propias leyes, ella producir los males ms lamentables y
permanentes, a menos que su tendencia sea contrarrestada por la interferencia y la
direccin legislativas.24 Segn la ajustada acotacin de Polany: La organizacin de toda
la sociedad de acuerdo con el principio de la ganancia y el beneficio debe tener resultados
de largo alcance. Owen formul estos resultados en trminos del carcter humano. El
efecto ms obvio del nuevo sistema internacional fue la destruccin del carcter tradicional
de las poblaciones asentadas y su trasmutacin en un nuevo tipo de personas, migrantes,
21 No es necesaria demasiada perspicacia para advertir que la misma constatacin puede hacerse en nuestro pas. 22 El texto se escribi entre 1940 y 1943, pero slo se convirti en libro en 1957. La edicin es espaol es tarda: La gran transformacin. Los orgenes polticos y econmicos de nuestro tiempo, Fondo de Cultura Econmica, Mxico DF, 1992. 23 Polany, La gran transformacin, op. cit., p. 133; las itlicas son mas. 24 Robert Owen, en Report to the Committee of the Association for the Relief of the Manufacturing and Labouring Poor, citado por Polany, La gran transformacin, p. 134.
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Ms all del mercado. La cuestin de la constitucin de una ciudadana democrtica en la agenda del 2000
nmadas, carentes de respeto a s mismas y de disciplina: seres rudos, insaciables,
insensibles, ejemplificados por el trabajador y el capitalista. La glosa de Polany a las
observaciones de Owen nos resultan de una llamativa actualidad, pero a quien conozca la
historia social del capitalismo, puede llamarle la atencin lo que ocurre en nuestros das?
Hoy es harto frecuente escuchar referencias a la flexibilidad de la fuerza de trabajo y
de los salarios. Mas, la demanda de movilidad de la mano de obra y flexibilidad de los
salarios por parte de los empleadores no ha significado histricamente (ni significa hoy)
otra cosa que un mercado en el que el trabajo humano es una mercanca. Del mismo
modo, cuando se argumenta en favor de la libertad absoluta de los mercados y en contra
de la intervencin estatal (desregulacin) se apela a una falacia: La historia econmica
revela que el surgimiento de los mercados nacionales no fue en modo alguno el resultado
de la emancipacin gradual y espontnea de la esfera econmica frente al control
gubernamental. Por el contrario, el mercado ha derivado de una intervencin creciente y a
menudo violenta del gobierno, que impuso la organizacin del mercado a la sociedad por
razones no econmicas. Escuetamente dicho, [s]i se permitiera que el mecanismo del
mercado fuese el nico director de la cantidad y el uso del poder de compra, se demolera
la sociedad.25
En el debate ideolgico y poltico contemporneo, el mercado suele ser presentado
como el gran antagonista del Estado (y viceversa). Ms all de las incontrastables
evidencias que ofrece la historia respecto de la articulacin entre uno y otro, el historiador
norteamericano Christopher Lasch, quien se situaba en una posicin opuesta simtrica y
simultneamente a la primaca del mercado y a la del Estado, argumentaba tan sencilla
como contundentemente: Por una parte, el mercado parece la encarnacin ideal del
principio cardinal del liberalismo: que los individuos son los mejores jueces de sus propios
intereses y que por ello hay que dejarles hablar por s mismos en los asuntos que
conciernen a su felicidad y su bienestar: Pero los individuos no pueden aprender a hablar
por s mismos, y mucho menos a lograr una comprensin inteligente de su felicidad y
bienestar, en un mundo en que no hay valores distintos de los del mercado. Hasta los
individuos liberales necesitan la disciplina formadora del carcter de la familia, el
25 Polany, op. cit., pgs. 180181, 248 y 88182; las itlicas son mas.
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vecindario, la escuela, la iglesia, factores todos no slo la familia debilitados por la
intrusin del mercado. Es obvio que el mercado tiende a universalizarse. No coexiste
fcilmente con instituciones que operan segn principios antitticos de los suyos: las
escuelas y universidades, los peridicos y revistas, las organizaciones benficas, las
familias. Ms pronto o ms tarde el mercado tiende a absorberlas. Ejerce una presin casi
irresistible sobre todas las actividades para que se justifiquen en los nicos trminos que
reconoce: convertirse en una propuesta de negocios, producir beneficios, cumplir los
mnimos aceptables. Convierte las noticias en diversin, el saber en una carrera
profesional, el trabajo social en gestin cientfica de la pobreza. Remodela inexorablemente
todas las instituciones a su imagen.26
No hay que hacer ningn esfuerzo para visualizar todas y cada una de esas
proposiciones en la Argentina de nuestros das: desde el brutal agravio de un superministro
a una distinguidsima cientfica social y por extensin a toda la comunidad de
investigadores cientficos, envindola a lavar los platos, hasta el tratamiento circense del
llamado caso Cppola y su capacidad de generar un presunto nuevo verbo
(samanthizar), desde la definicin de polticas universitarias y cientficas guiadas por la
lgica del mercado (y no por la del conocimiento) hasta la estupidizacin masiva a travs
de programas televisivos que especulan, mediante el seuelo de premios diversos, con el
hambre, la pobreza y/o la desesperacin (o simplemente con el cholulismo) de la gente,
son muchsimos (demasiados) los ejemplos que pueden ilustrar la versin local del triunfo
del mercado.
Podra continuar apelando a otros crticos de la economa de mercado, pero no es
del caso extenderse aqu sobre el particular. No obstante, he querido incluir una cita ms,
especialmente significativa por la autoridad de quin es el invocado. En efecto, cuando
haca la revisin final del presente artculo apareci uno del celebrrimo George Soros, La
amenaza capitalista, publicado en el diario Magyar Hirlap, de Budapest. En l, Soros el
multimillonario hngaro a quien suele llamarse el rey de las finanzas, ahora tambin con
fuertes inversiones y negocios en Argentina sostiene que la magia del mercado ha
abierto la puerta a un vale todo, desde la elevacin del inters propio por sobre el bien
26 Lasch, La rebelin de las lites..., op. cit., p. 89; las itlicas son mas.
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Ms all del mercado. La cuestin de la constitucin de una ciudadana democrtica en la agenda del 2000
comn hasta la definicin del dinero como la verdadera medida de todo valor. Lo que era
un medio de cambio ahora usurp el lugar de los valores fundamentales. Ser exitoso no es
lo mismo que ser correcto (las itlicas son mas).
Soros exiliado en Londres desde la llegada de los comunistas hngaros al poder
sabe bien de qu se trata. No slo (o no tanto) por sus formacin como economista
(estudi en la clebre London School of Economics) y su explcita adhesin a los
postulados popperianos, sino muy especialmente por su experiencia como especulador
perfecto (como tambin suele llamrsele) y hacedor de fortuna, como l mismo dice, en
los mercados mundiales. A su juicio, la sociedad abierta se ve amenazada por los
elementos caractersticos de las sociedades occidentales desarrolladas: la competencia
exagerada y la falta de cooperacin, a tal punto que la expansin sin lmites del
capitalismo de mercado libre y el dominio de los valores del mercado en todas las esferas
de la vida se han convertido en una amenaza para el futuro de nuestra sociedad
democrtica , mucho mayor que la del comunismo. Para Soros, finalmente, la ideologa
del laissez faire bloquea la redistribucin de la riqueza.27
Para no abundar, entonces, lo que quiero destacar para decirlo brevemente y a
riesgo de simplificar es que no nos encontramos ante una situacin totalmente novedosa.
Metafricamente, la proyeccin del hipottico filme El triunfo de la economa de mercado
no es otra cosa que una remake de la versin original, cuyo final no fue ms catastrfico de
lo que efectivamente fue, tan slo porque una de las posibilidades abiertas con la crisis de
los aos 1920 y 1930, el fascismo, fue derrotada a un costo humano fenomenal.
El clima de poca que campea en nuestros das celebra el fin de la historia y la
consagracin irrestricta del reino del mercado. Quienes lo crean, recrean y exaltan no
hacen otra cosa que olvidar lo que el viento se llev: aquello que John Kenneth Galbraith
llama, de diferentes maneras pero con el mismo sentido, el empuje ms bsico de la
historia, las corrientes ms profundas de la historia, la fuerza mayor de la historia, es
la historia la que manda. Se puede, pues, acordar con l en el pronstico: una sociedad
buena (o mejor) es posible. Ella no ser la modelada por la economa de mercado y el
27 Fragmentos del artculo publicado en Magyar Hirlap fueron reproducidos en El magnate Soros ataca al capitalismo, Clarn, Buenos Aires, 29 de enero de 1997, p. 26, de donde los he tomado.
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compromiso ideolgico global (...) orientado fundamentalmente contra el Estado. En ella,
el Estado asistencial y sus programas fundamentales sobrevivirn.28 Est claro que el
retorno del Estado no nos traer otra vez la versin del benefactor o del compromiso
social. No es fcil precisar cul ser su forma y su contenido ni su base social, si bien ya
hay algunas propuestas elaboradas en pases desarrollados. Curiosamente, aunque no
siempre est claro qu Estado ser, es frecuente referirse a l como Estado Solidario.
La verdad desnuda29 En Argentina, como en buena parte del mundo, el neoconservadurismoliberal ha
producido una brutal fragmentacin social, traducida en ruptura de los lazos de solidaridad
y exacerbacin de las desigualdades sociales, es decir, en un rgimen de apartheid social,
con segregacin socioeconmica y cultural de grandes mayoras demogrficas. Este
apartheid social opera en dos registros entrelazados: el de cada una de nuestras
sociedades, consideradas en su dialctica interna, y el del mundo globalizado. En uno y
otro, las distancias que existen entre hombres y mujeres situados en diferentes planos de
la pirmide social se han tornado crecientemente mayores. El impacto es de tal magnitud
que la tendencia estructural y la lgica misma del rgimen se orienta de no mediar una
accin correctora del resto de Estado que queda hacia unas an mayores desigualdades
econmica y social.
En los ltimos siete aos, los efectos de las polticas neoconservadoras han incidido
fuertemente sobre la sociedad argentina, modificndola estructuralmente. Una de sus
manifestaciones ms visible es la redefinicin de las clases sociales y de su participacin
en la distribucin de la riqueza. As lo demuestran varios indicadores y diferentes fuentes,
las que permiten afirmar que, al menos en el Gran Buenos Aires, en 1995 el 10 % ms rico
de la poblacin se apropi del 37,3 % de la riqueza, en contraposicin con el 8,4 % que
28 Galbraith, Una sociedad mejor, op. cit., passim. 29 Reproduzco en este acpite, parcialmente y con algunas modificaciones de forma, lo expuesto en Fragmentados, excluidos, famlicos y, como si eso fuese poco, violentos y corruptos, artculo en trmite de publicacin. (Se trata de una ponencia presentada originariamente en el II Congreso Nacional La democracia entre la participacin y la exclusin, Rosario, 3 a 6 de setiembre de 1996, y, en una segunda versin ampliada, en el Primer Congreso Nacional sobre Educacin y Modelos de Desarrollo, Villa Mara (Crdoba), 24, 25 y 26 de octubre de 1996).
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Ms all del mercado. La cuestin de la constitucin de una ciudadana democrtica en la agenda del 2000
percibi el 30 % ms pobre. A lo largo de las dos dcadas que van de 1974 a 1995, se han
incrementado la riqueza de los ms ricos y la pobreza de los pobres, al tiempo que, toda
una novedad en la historia de la sociedad Argentina, se produjo un sustantivo deterioro de
la clase media.30
En 1974, los sectores pobres y mediobajos se llevaban un tercio de la riqueza
(11.2 + 22.4 = 33.6 %). Veintin aos despus, su participacin se ha reducido a un cuarto
de sta (8.4 + 18.5 = 25.9 %). En contrapartida, los sectores de ingresos medioaltos y los
ricos pasaron de dos tercios a tres cuartos, pero esta mayor apropiacin de la riqueza se
distribuye desigualmente entre quienes se encuentran en los niveles ms altos de la
pirmide social, pues los de ingresos medioaltos han disminuido 2.4 puntos (de 38.2 a
35.8 %), en tanto el 10 % ms rico ha incrementado su apropiacin en un tercio, pasando
de 28.2 a 37.3 % del total de los ingresos.
En un artculo periodstico, Jorge Halpern, trabajando con el asesoramiento de la
sociloga Susana Torrado, constata que observando al 10 por ciento ms rico del pas
donde 9 de cada 10 son miembros de clase media alta, se advierte que en los ltimos 15
aos se hicieron propietarios del 28 al 35 % del ingreso nacional.. Ahora bien, dentro de
ese privilegiado 10 % ha habido, a su vez, una formidable concentracin dentro de la
concentracin: el uno por ciento de la llamada clase alta esto es, para decirlo sin
eufemismo, la gran burguesa captura hoy no menos del 20 % de la riqueza o el ingreso
nacional. El otro 15 % es apropiado por la clase media alta, que es el restante nueve por
ciento del sector de los ms ricos. Vale decir, sintticamente, ha habido una brutal
transferencia de ingresos hacia esos sectores [clase media alta y burguesa] y, dentro de
ellos, otro deslizamiento notable hacia la minoritaria punta de la pirmide.31
La generalizacin de la pobreza a crecientes sectores de la sociedad se advierte
tanto horizontal cuanto verticalmente, es decir, en extensin y en profundidad o intensidad.
No slo hay ms pobres que en el pasado inmediato, sino que quienes son pobres son
30 El ao 1974 es importante para la comparacin, pues se trata del ao previo al rodrigazo, que bien puede considerarse el final del modelo de industrializacin de sustitucin de importaciones y la poltica redistributiva favorable a los trabajadores y a la clase media que haba caracterizado la versin argentina del Estado de Compromiso Social. 31 Jorge Halpern, La decadencia de la clase media, en Clarn, Buenos Aires, 18 de agosto de 1996, Segunda seccin, pp. 25; las citas, en p. 4; el resaltado es del autor. Muy atinadamente, Halpern diferencia niveles de ingreso y pertenencia de clase.
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cada vez ms pobres. Al mismo tiempo, de modo muy significativo, la generalizacin de la
pobreza se produce en una dimensin socialmente heterognea, incluyendo en su universo
a los denominados nuevos pobres provenientes de la clase media.
En efecto, todos los indicadores dan cuenta de la notable cada de la clase media.
Es bien sabido que, en el imaginario social argentino, la nuestra ha sido una sociedad
tradicionalmente considerada de clase media, particularmente por el peso cuantitativo
creciente desde el Novecientos de profesionales liberales, empleados y trabajadores de
cuello duro y por las notables facilidades de movilidad social ascendente brindadas por un
amplio sistema de acceso a la educacin. Su representacin simblica, en el imaginario
social argentino, era la familia de Mafalda, la gran creacin de Joaqun Lavado (Quino):
familia tipo, con un proveedor masculino del nico ingreso familiar ocupado en el sector
servicios, madre ama de casa, vivienda en departamento y una carrera continua y exitosa
dirigida a la provisin del confort familiar [auto, vacaciones, libros, televisin], basada en el
endeudamiento a crdito previsible y afrontable.32 La considerable presencia cuantitativa
de la clase media aliment la imagen de una sociedad caracterizada, sin mengua de las
desigualdades econmicas, por su baja desigualdad social.
La visin estereotipada del imaginario social parece confirmada por algunos trabajos
cientfico sociales, como el clsico de Gino Germani o el ms reciente de Susana Torrado,
entre otros.33 No obstante su peso histrico, esa imagen ha sido fuertemente debilitada por
los cambios de los ltimos lustros. En un artculo periodstico, Torrado quien mejor ha
estudiado las transformaciones de la estructura social argentina en la segunda mitad del
siglo XX seala que entre 1980 y 1995, la clase media ha disminuido, porcentualmente,
seis puntos: en 1980, conforme los datos censales, la clase media representaba el
cuarenta y seis por ciento de la fuerza de trabajo, no padeca desocupacin significativa y
la composicin interna de los internos se distribua aproximadamente entre un cuarto de
autnomos y tres cuartos de asalariados. En 1995, en cambio, los datos disponibles
32 Mara del Carmen Feijo, Todava resiste, en el Debate Desaparece la clase media?, diario Clarn, Buenos Aires, 19 de agosto de 1996, p. 12. La segunda intervencin es de Susana Torrado, Ahora la amenaza la pobreza, en p. 13. 33 Gino Germani, Estructura social de la Argentina. Anlisis estadstico, 1 ed., Editorial Raigal, Buenos Aires, 1955; reedicin fascimilar, Ediciones Solar, Buenos Aires, 1987, y Susana Torrado, Estructura social de la Argentina 19451983, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1992.
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Ms all del mercado. La cuestin de la constitucin de una ciudadana democrtica en la agenda del 2000
indican un descenso al 40 %, con una desocupacin interior del 10 por ciento y una
variacin en la relacin entre autnomos y asalariados en detrimento de estos ltimos. En
el mismo perodo, la clase obrera cay del 39 al 34 por ciento y la marginalidad se
increment del 14 al 25 % de la poblacin del pas.
Empero, si el impacto experimentado por la clase media es negativo, l es an
mayor entre los de abajo. La distancia entre una y otros es todava abismal, dice Mara
del Carmen Feijo. Si las desgracias de la clase media son percibidas como
incomprensibles ataques del gobierno, argumenta Susana Torrado, es slo por perder de
vista que, aun con su deterioro, ella todava tiene algo que perder. A los de abajo [en
cambio] ya no puede sacrseles nada sin poner en peligro su reproduccin poblacional.
No se dispone an de estudios ms o menos amplios y profundos sobre este
proceso, que es una de las consecuencias del desmantelamiento del Estado de
Compromiso Social. Los disponibles, parciales y an insuficientes, no permiten
aprehenderlo en toda su magnitud y complejidad. Los cambios producidos en la
distribucin cuantitativa de las clases y en la propia composicin de cada una de ellas va
mucho ms all de los porcentajes recin sealados. Hay todo un universo por develar,
dentro del cual se incluyen las dimensiones materiales, culturales, simblicas, polticas.
Pero tambin los cambios operados en el propio Estado que es un cambio en su forma,
no en su matriz de clase y en las relaciones entre l y la sociedad. El nuevo Estado se
bate en retirada precisamente en aquella reas donde su precedente haba obtenido
algunos logros nada desdeables: en el de la integracin social de vastas masas excluidas
de la ciudadana.
Si las cadas cuantitativas de las clases media y obrera son notables, el brutal
incremento de lo que suele llamarse estrato marginal o, en trminos ms amplios,
simplemente marginales es impresionante. Esa considerable proporcin de hombres,
mujeres y nios marginales uno de cada cuatro argentinos constituye un drama humano
del que ninguna autoridad quiere hacerse, ni se siente, responsable. Es tambin dicho
brutalmente un problema terico para los cientficos sociales, a la hora de nominarlos. De
all la aparicin de expresiones tales como sector informal urbano (SIU), nuevos pobres
(nupos) u otras, que son, a lo sumo, categoras descriptivas, mas no analticas.
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A propsito de ello, la sociloga britnica Rosemary Crompton se inclina como
otros autores por el trmino muy problemtico de infraclase que, en trminos muy
generales, alude a los que se encuentran en una pobreza persistente y que, por cualquier
razn, no son capaces de [yo prefiero decir: no pueden] ganarse la vida dentro de los
procesos dominantes de produccin, distribucin e intercambio. Vale decir, la infraclase se
define por su falta de relacin estructural directa con estos procesos. Quizs por ello ha
habido una tendencia constante a conceptualizarla a partir de sus supuestas
caractersticas, antes que de su relacin con otras clases, y estas caractersticas han
solido ser negativas.34 Por cierto, la infraclase no es generada por los actuales cambios
dentro del capitalismo: ella ha existido y existir siempre en el capitalismo competitivo. Es
esa dimensin temporal la que ha servido al pensamiento de derecha para sostener hoy y
en el pasado que la responsabilidad de la pobreza es exclusiva de los propios pobres.
Novedoso es, en cambio, el crecimiento del nmero de hombres y mujeres de la
infraclase, el tamao de sta. Diferentes investigaciones sociolgicas en Europa occidental
y en Estados Unidos han permitido trazar los nuevos mapas de clases, en los cuales la
infraclase aparece identificada por una serie de factores relacionados entre s, que
Crompton resume en cuatro: 1) aumento de la desocupacin de larga duracin; 2)
incremento del nmero de hogares con familias monoparentales, en las cuales el
progenitor suele ser la madre; 4) la concentracin espacial de los miembros ms pobres
de la sociedad en reas urbanas degradadas y en viviendas miserables proporcionadas
por autoridades locales; 4) la dependencia econmica de estos grupos de la provisin
pblica del Estado de bienestar. El debilitamiento, cuando no la desaparicin de ste y de
las formas emparentadas como nuestro Estado de compromiso, agrava la condicin de
vida de los hombres, mujeres y nios de la infraclase. En el caso de Estados Unidos,
estos rasgos se asocian sistemticamente con la etnicidad, lo que tambin ocurre en
buena parte de Europa occidental y, en buena medida, en el caso argentino,
particularmente con los inmigrantes latinoamericanos mestizos, para los cuales el lenguaje
tiene expresiones inequvocamente despectivas (chilotes, paraguas, bolitas, perucas e
incluso macacos).
34 Rosemary Crompton, Clase y estratificacin. Una introduccin a los debates actuales, Tecnos, Madrid, 1994, pp. 197198.
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Ms all del mercado. La cuestin de la constitucin de una ciudadana democrtica en la agenda del 2000
El nuevo orden econmico, poltico y cultural argentino es, como todos los
inspirados en los principios neoconservadoresliberales (o en el Consenso de Washington,
si se prefiere decirlo de manera ms asptica), generador de nuevas y mayores
discriminaciones y desigualdades, las cuales son reforzadas por el cierre social, esto es, el
proceso mediante el cual determinados grupos sociales se apropian de y reservan para s
mismos o bien para otros, generalmente allegados a ellos ciertas posiciones sociales. El
cierre social se aprecia tanto en niveles microsociolgicos atribuir una posicin a una
persona dada, y no a otras, por razones de discriminacin, por ejemplo cuanto en el nivel
macrosociolgico, en el cual se produce una distribucin discriminatoria de ingresos,
autoridad, poder, propiedad, empleo y privilegio a categoras especficas de individuos con
exclusin de otras.35
En resumen, la aplicacin brutal de las polticas neoconservadorasliberales ha
producido en la sociedad argentina modificaciones estructurales traducidas en la
desarticulacin y disminucin de la clase obrera, empobrecimiento de vastos sectores de
clase media, notable incremento de la infraclase, redistribucin regresiva de los ingresos y
su secuela de fuerte acentuacin de la desigualdad social (ya no slo econmica). La
precarizacin del empleo, la prdida de derechos sociales y de la capacidad de respuesta
sindical, la femenizacin del mercado de trabajo, los elevados ndices de trabajo en
negro y del desempleo como tambin la generalizacin del temor a la prdida de trabajo
, la alteracin de la estructura y de la vida familiar (en particular en los casos de
desocupacin del marido/padre y de pasaje de la esposa/madre a la condicin de jefa de
familia y/o principal o nico sustento de sta), los aumentos de la discriminacin, los
prejuicios tnicos, el individualismo, el egosmo y la corrupcin, la prdida de proyecto de
vida por parte de crecientes sectores de la sociedad perceptible no slo en la clase
media urbana sino tambin entre obreros industriales y trabajadores varios, el brutal
incremento de la poblacin con necesidades bsicas insatisfechas (cuando no por debajo
de la lnea de pobreza), el deterioro del sistema educativo y de los espacios recreativos
pblicos, la prdida de la calidad de vida (incluyendo en ella el notable deterioro de la salud
35 Sigo, para la conceptualizacin de cierre social, a Salvador Giner, Clase, poder y privilegio, en Leviatn. Revista de hechos e ideas, II poca, n 51/52, Madrid, primavera/verano 1993, p. 144.
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mental) para sectores sociales mayoritarios..., he ah un listado incompleto de las fatdicas
polticas basadas en la primaca absoluta del mercado.36
La brecha entre ricos y pobres una combinacin de desigualdad econmica y
desigualdad social se hace cada vez ms profunda, tanto a escala planetaria (entre
pases o sociedades) como en el interior de cada una de las sociedades, probablemente a
un nivel sin parangn en la historia de la humanidad. La ampliacin de la distancia entre
unos y otros es, dice Lasch, moralmente indecente y polticamente explosiva. Sin embargo,
hay concepciones, prcticas y polticas que deliberadamente evitan cualesquier accin en
pro de la abolicin de la pobreza. Histricamente, para el pensamiento conservador (o de
derecha) la desigualdad y la pobreza son naturales, no histricas o sociales. La expresin
Entre ustedes, pobres habr siempre es paradigmtica de ese pensamiento. Que los
habr presupone que los hay y que los hubo. As, la pobreza se naturaliza y adquiere una
temporalidad eterna, en definitiva ahistrica. Simultneamente, esa naturalizacin tiende
a hacer de la pobreza algo aceptable y con la cual se convive. Pobres no hubo siempre:
ellos aparecieron en la historia de la humanidad con los albores del capitalismo. Karl
Polany lo seala explcitamente: Los pobres aparecieron por primera vez en Inglaterra
durante la primera mitad del siglo XVI; luego se volvieron conspicuos como individuos que
no estaban ligados al feudo, o a ningn superior feudal, y su transformacin gradual en
una clase de trabajadores libres fue el resultado combinado de la feroz persecucin de la
vagancia y la promocin de la industria nacional, poderosamente ayudada por una
expansin continua del comercio exterior. (...) Cuando se advirti la importancia de la
pobreza, el escenario estaba listo para el siglo XIX. La divisin ocurri alrededor de
1780".37 Pero si en los comienzos del capitalismo los pobres eran necesarios e
imprescindibles, en su apoteosis son innecesarios y prescindibles. Si en el pasado
formaban parte del ejrcito industrial de reserva, hoy constituyen la infraclase. Los pobres
36 Pese a su evidencia, no es abusivo recordar que, en Argentina, la aplicacin de tales polticas no es del todo consecuente con sus principios, tal como lo prueban los varios casos de pasaje de empresas y servicios monoplicos estatales (algunos de ellos esenciales, como los de telfono, gas, electricidad y agua corriente) a monopolios privados, de los cuales los usuarios somos ms cautivos y estamos ms indefensos que antes. El escandaloso affaire de las empresas telefnicas es, al respecto, paradigmtico. 37 Karl Polany, La gran transformacin, op. cit., pgs. 112 y 118. Polany seala, asimismo, que la clase trabajadora y la economa de mercado aparecieron juntas en la historia (p. 108).
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Ms all del mercado. La cuestin de la constitucin de una ciudadana democrtica en la agenda del 2000
de ayer eran parte de la sociedad, estaban integrados a ella, en cierto sentido le eran
funcionales; eran marginales, s, pero su estar en los mrgenes de la sociedad era un estar
dentro de ella. Los pobres de hoy, en cambio, estn excluidos, fuera de la sociedad.38
Este es el punto al cual quera llegar: en l se sita la cuestin de la construccin de
una ciudadana democrtica. Mas antes de entrar en l, permtaseme aadir una
dimensin poltica.
Bonnie and Clayde He sostenido en diferentes ocasiones que el sistema poltico argentino, en tanto
canal de comunicacin o articulacin entre sociedad civil y sociedad poltica/Estado, se
expresa mediante unas dobles lgica y mediacin: la partidaria y la corporatista. Ambas
son formas de mediacin poltica, siendo la segunda ms fuerte y eficaz que la segunda.
La primaca de la mediacin a travs de las asociaciones de inters y de otras instituciones
representativas de intereses sectoriales se tradujo en un fortalecimiento corporatista de la
sociedad civil, con el consecuente resultado de debilitar el proceso constitutivo de una
democracia poltica slida, en tanto expresin de la dominacin poltica de clase.39
Apelando a una distincin convencional entre la Argentina moderna (18801930) y
la contempornea (de 1930 a hoy), puede decirse que la primera se caracteriz por la
existencia de un Estado y una sociedad civil fuertes, relacin que, empero, no concluy en
38 Esta es tambin la posicin del socilogo francs Robert Castel, un especialista en el anlisis de los procesos de precarizacin del empleo y de fragilizacin y exclusin sociales: Siempre hubo una pobreza integrada. Pero los pobres no estaban excluidos, formaban parte de la organizacin social. Y puede decirse que haba ricos y pobres como dos maneras de contribuir a un equilibrio social. Era incluso la visin religiosa de lo que es una sociedad. Creo que la oposicin integracinexclusin es ms grave en la medida en que niega una participacin real en la sociedad a una parte cada vez mayor de gente. Y esto es consecuencia directa de cierta modalidad de funcionamiento econmico. Robert Castel, El ocaso de la sociedad salarial, entrevista de Olga Viglieca, en Clarn, suplemento Cultura y Nacin, Buenos Aires, 30 de enero de 1997, p. 6. 39 Entro otros artculos: "La interferencia est en el canal. Mediaciones polticas (partidarias y corporativas) en la construccin de la democracia en Argentina", en Boletn Americanista, N 44, Universitat de Barcelona, 1994, pp. 724 (y, con el ttulo ligeramente modificado Mediaciones polticas y construccin de la democracia argentina , en Estudios, N 3, Centro de Estudios Avanzados, Universidad Nacional de Crdoba, otoo 1994, pp. 115135); Un caso de nomenclaturas equivocadas? Los partidos polticos despus de la ley Senz Pea, en Waldo Ansaldi, Alfredo Pucciarelli y Jos C. Villarruel (editores), Argentina en la paz de dos guerras, 19141945, Editorial Biblos, Buenos Aires, 1993, pp. 1963; y Profetas de cambios terribles. Acerca de la debilidad de la democracia argentina, 19121945", en Waldo Ansaldi, Alfredo Pucciarelli y Jos C. Villarruel (editores), Representaciones inconclusas. Las clases, los actores y los discursos de la memoria, 19121946, Editorial Biblos, Buenos Aires, 1995, pp. 2369.
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su consolidacin en esos trminos: se produjo un progresivo fortalecimiento de la sociedad
civil, pero se trat de un fortalecimiento corporatista, y a partir de la dcada de 1910 ms
acentuadamente desde los aos treinta el Estado comenz a hacerse ms fuerte y la
sociedad civil ms feble. En ese contexto, el sistema poltico con sus dobles mediacin y
lgica acentu la debilidad de los partidos y la fortaleza de las asociaciones de inters,
dada que, a su vez, obr en el sentido de un creciente afianzamiento del poder y del papel
del Estado. La debilidad del sistema poltico, la fortaleza estatal y la primaca del principio
nacionalestatal sobre el nacionalpopular son parte del entramado que contribuye a
explicar cmo fueron constituyndose (desde la primera presidencia de Hiplito Yrigoyen)
las bases de un Estado crecientemente partcipe en la mediacin conflictiva entre las
diferentes clases y grupos sociales y, por tanto, dispuesto a atender satisfactoriamente las
demandas de otros que no fueran exclusivamente los dominantes, funcin redistributiva del
Estado que, como es bien sabido, alcanz su momento culminante bajo el peronismo
(19461955). Las modificaciones de la forma (por las leyes electorales de 1912 y de 1947,
de sufragio universal para hombres y mujeres mayores de 18 aos, respectivamente) y de
las funciones del Estado (cada vez ms redistributivas) clausuraron definitivamente el
Estado oligrquico y abrieron paso al de Compromiso Social. Empero, la extensin del
derecho de ciudadana poltica, la paulatina consecucin de la ciudadana social y la
regulacin estatal del conflicto social no alcanzaron a afirmar la existencia de una forma
democrtica de la dominacin de clase. As, desde 1930 hasta 1982, durante la Argentina
contempornea, la inestabilidad poltica ha sido la nota dominante de nuestra historia.
Parte importante de ella, segn es bien sabido, involucra la participacin inconstitucional de
las Fuerzas Armadas en el ejercicio del gobierno.
Mirada en la perspectiva de la larga duracin, la doble lgica del sistema poltico
argentino, tal como se ha desplegado histricamente, se ha revelado ineficaz para una
adecuada gobernabilidad democrtica. En cierto sentido, ella est hoy en discusin.
Precisamente, un dato ms que significativo de la actual coyuntura poltica es, aunque de
un modo muy desigual, el fuerte retroceso de las grandes asociaciones de inters (SRA,
UIA, sindicatos obreros), esto es, una cierta descorporatizacin de la sociedad civil y del
canal de mediacin entre sta y el Estado, la cual no se traduce necesariamente en un
fortalecimiento de la sociedad civil. No obstante, esa descorporatizacin institucional
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parece desplegarse pari passu una microcorporatizacin societal en un contexto de
fragmentacin y exclusin: as, por un lado se encuentran los grandes grupos econmicos
varios de ellos dominados por una respectiva familia, cuyo apellido nomina al grupo, con
un poder real superior al ms bien simblico de la o las asociaciones de inters de las
cuales son parte.40 Por otro lado, la prdida de peso corporativo experimentada por los
sindicatos, federaciones y centrales obreras tiende a la resolucin de los conflictos en el
nivel bsico (la fbrica, la empresa, etc.), en negociaciones directas entre patronal
(incluyendo el Estado) o sus representantes y trabajadores, esto es, sin la intervencin de
las asociaciones de inters, focalizando aquellos en dimensiones microsocietales. La
sucesin temporal, o incluso la sincrona, de conflictos de diferente ndole y en distintos
lugares geogrficos del pas que no logran traducirse en una accin colectiva y quedan
confinados a su temporoespacialidad una de las formas que adquiere la ruptura de los
lazos de solidaridad, es otra muestra de la microcorporatizacin societal. Obviamente,
sta reduce la capacidad de accin de los afectados y favorece a sus contrincantes, ms
poderosos.
Tambin esta conclusin nos lleva a la cuestin de la construccin de la ciudadana
democrtica. Abordmosla, entonces.
El ciudadano Desde mediados del siglo XX, cuando se hizo pblica la ahora clsica interpretacin
del socilogo ingls Thomas H. Marshall, se ha tornado comn la distincin de la
ciudadana en tres dimensiones: civil, poltica y social.41 Basndose en la experiencia
histrica britnica, Marshall construy una secuencia que segua ese orden y se
40 As, por ejemplo, grupos Bulgheroni, Macri, Prez Companc, Pescarmona, Roggio, Soldati, Wertheim... Como se sabe, estos grupos continan una tradicin histrica de la gran burguesa argentina, la de la amplia diversificacin de sus intereses econmicos. En trminos de capacidad de poder y de negociacin, cada uno de estos grupos la tiene en una magnitud tal que no necesita del peso de una (o ms) asociacin de inters (de all la descorporatizacin institucional). Por otro lado, cada uno de ellos, a su vez, es una verdadera corporacin (parte de la microcorporatizacin societal). 41 Marshall expuso su interpretacin inicialmente en Citizenship and Social Class and Other Essays, Cambridge University Press, Cambridge, 1950, reiterndola luego en Sociology at the Crossroad, Heinemann Educational Books, London, 1963, que en su posterior edicin norteamericana fue publicada con el ttulo Class, Citizenship, and Social Development, Doubleday & Company, 1964 (edicin de bolsillo), y Anchor Books, Doubleday & Company, Garden City, New York, 1965 (con una introduccin por Seymour Martin Lipset). Esta ltima edicin es la que he utilizado.
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desplegaba desde 1688 hasta el siglo XX. La ciudadana civil incluye los derechos
necesarios para la libertad individual: libertades de expresin, de pensamiento, de circular,
de asociacin, de peticionar... La Constitucin argentina los reconoce explcitamente en su
artculo 14: trabajar y ejercer toda industria lcita, navegar y comerciar, peticionar a las
autoridades, entrar, transitar y salir del territorio argentino, publicar sus ideas por la prensa
sin censura previa, usar y disponer de su propiedad, asociarse con fines tiles, profesar
libremente su culto, ensear y aprender. La ciudadana poltica, un logro del siglo XIX, se
refiere al derecho de elegir y ser elegido (derecho de sufragio y de participar en
parlamentos soberanos). La ciudadana social, finalmente, corresponde a la fase del
Welfare State y consiste en una serie de derechos tambin llamados sociales, en su
mayora concedidos a los trabajadores: a salud, educacin, recreacin, jubilacin,
estabilidad en el empleo, indemnizacin en casos de despido/o accidente, etc.. Un conjunto
de derechos, en suma, para permitir una porcin de bienestar econmico y seguridad para
(...) participar plenamente del patrimonio social y para vivir la vida de un ser civilizado,
conforme los estndares prevalentes en la sociedad, para decirlo con las palabras de
Thomas Marshall.
La proposicin de Marshall gener una tendencia a pensar los procesos histricos de
constitucin de la ciudadana en trminos evolutivos, siguiendo la secuencia tripartita civil
poltica social, y el orden pases desarrollados (ms rpidamente) pases perifricos
(ms lentamente), luego fuerte y eficazmente objetada por el britnico Michael Mann, para
quien los procesos de constitucin de la ciudadana deben estudiarse prestando atencin a
las diferentes estrategias seguidas por los actores sociales involucrados en los conflictos
en particular, el conflicto de clase, lo cual significa que tales procesos son distintos y
tienen cierta singularidad.42
En nuestro pas donde el proceso de construccin de la ciudadana ha sido objeto
de escassimas investigaciones, la ciudadana civil la libertad civil, segn gustaba decir
42 Michael Mann, Ruling Class Strategies and Citizenship, en Sociology, vol. 21, n 37, 1987, incluido tambin en Michael Mann, States, War and Capitalism, Blackwell, Oxford, 1988. Mann es un destacado socilogo histrico o socilogo historiador autor, entre otro libros, de una obra monumental: The Sources of Social Power, vol. I, A History of Power from the Beginning to A.D. 1760, vol. II, The Rise of Classes and NationStates, 17601914, Cambridge University Press, Cambridge, 1986 y 1993, respectivamente. Resta publicarse el tercer volumen. Del primero hay edicin en espaol: Las fuentes del poder social, I. Una historia del poder desde los comienzos hasta 1760 d.C., Alianza Editorial, Madrid, 1991.
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Juan Bautista Alberdi tuvo temprana aceptacin desde que los dirigentes revolucionarios
de 1810 la pusieron en la agenda de sus demandas, pero deba pasar ms de un siglo
para que ella, por ejemplo, fuese extendida a las mujeres (todava en la dcada de 1920
consideradas incapaces para realizar algunas de las libertades normadas por el cdigo
civil). A su vez, la ciudadana poltica tambin comenz a construirse con el propio proceso
revolucionario, por ms que la efectiva concrecin del derecho de sufragio debiera esperar
hasta 1912 en el caso de los varones y hasta 1947 para el de las mujeres (siempre y
cuando unos y otras fuesen argentinos mayores de 18 aos), tras un proceso
caracterizado, en sentido estricto, por una complejidad no exenta de tortuosidad.
Finalmente, la ciudadana social inici su forja, al menos en algunas de sus
manifestaciones, a comienzos del siglo XX, cuando an no estaban plenamente definidas
las otras dos, circunstancia que ha llevado a algunos autores a mi juicio errneamente a
postular la temprana existencia de un Estado de Bienestar en Argentina. El desidertum de
los derechos sociales fue la Constitucin nacional de 1949, cuya derogacin por un
gobierno de facto, en 1955, no pudo impedir su reconocimiento con igual rango en la
reforma de 1957 (artculo 14 bis), reiterado en 1994. Esta ciudadana social es la que ha
empezado a ser abolida en los ltimos aos, marcando un retroceso histrico y un hiato en
la historia de la sociedad argentina, cuestin a la que me referir poco ms adelante.
La ciudadana cuyo significado ha variado histricamente desde Aristteles hasta
nuestros das, tanto que a juicio de algn autor, Ricar Zapata Barrero, el problema debe
ser planteado en trminos no de un concepto sino de concepciones de la ciudadana
remite hoy, inter alia, a pertenencia e identidad nacional, participacin, comunidad... Se
refiere a derechos y est inextricablemente ligada a la cuestin de la igualdad. Dicho de
otro modo, la ciudadana no puede entenderse fuera de su articulacin con la inclusin y la
exclusin. En los mrgenes de este artculo, slo quiero hacer aqu algunas pocas
reflexiones sobre la relacin entre ciudadana, derechos y, especialmente, igualdad.
En el mundo moderno [escribe la sociloga espaola Soledad Garca] la ciudadana
constituye prcticas legales, econmicas, polticas y culturales que definen la participacin
social y que contrarrestan las desigualdades sociales. En este sentido, la prctica de la
ciudadana proporciona a las personas que difieren en edad, sexo, creencias o color de piel
los mismos derechos bsicos. Es este aspecto de la ciudadana el que ha contribuido a
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legitimar el Estado moderno. Ms all de las varias acepciones y de los distintos modos
de entender la ciudadana, es fundamental la distincin de los significados formal y
sustantivo: formalmente, la ciudadana alude a pertenencia a una determinada comunidad
poltica (un Estado), esto es, tener una determinada nacionalidad; sustantivamente,
significa posesin de derechos especficos y observancia de ciertas obligaciones dentro de
dicha comunidad o Estado. Las decisiones acerca de quin es ciudadano las toma el
Estado, pero la cualidad de la ciudadana, es decir, los derechos y obligaciones que sta
conlleva, son el resultado de conflictos y de negociaciones entre las fuerzas estructurales
polticas y sociales de un pas.43
La asociacin ciudadanaderechos se resume brillantemente en una concisa
proposicin: la ciudadana es el derecho a tener derechos.44 En ese sentido, todo recorte
de derechos es una mutilacin de la ciudadana. La cuestin es de suma importancia,
pues, en primer lugar, no es igual tener derecho a algo, que tener ese algo: por caso, tener
derecho a la vivienda o, como dice el artculo 14 bis de la Constitucin nacional, el acceso
a una vivienda digna, no es lo mismo que tener una casa, de igual modo que tener
derecho al trabajo no se traduce necesariamente en tener un empleo. En segundo lugar, a
todo derecho corresponde un deber: afirmar (...) que alguien tiene un derecho implica
afirmar que alguien distinto de l tiene un deber. Un deber de hacer o de no hacer, o de
respetar lo que haga quien tiene el derecho. La garanta jurdica del cumplimiento de ste
corresponde al Estado, encargado de ejercer la coercin sobre quien no cumple con el
deber correspondiente a ese derecho. As, todo ciudadano (particular) afectado en un
derecho por el incumplimiento del deber correspondiente de otro ciudadano (tambin
particular) debe ser atendido de manera tal que el primero sea resarcido y el segundo
reciba la sancin del caso. Mas para que el principio sea efectivo, es necesario que el
43 Soledad Garca, Ciudadana en Espaa, en Anna Alabart, Soledad Garca y Salvador Giner (comps.), Clase, poder y ciudadana, Siglo Veintiuno Editores, Madrid, 1994, p. 226. 44 Aunque la expresin suele encontrarse a menudo en trabajos de ciencias sociales sobre el tema, su cuo original es un fallo judicial en los Estados Unidos.
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Estado ejecute su decisin de aplicar la coercin sobre quien ha incumplido con su
deber.45
El problema se complica cuando inquirimos sobre quin tiene el deber
correspondiente a un derecho de libertad? A diferencia de otros derechos, los de
libertad son irrenunciables: un hombre o una mujer puede renunciar, por ejemplo, al
derecho de propiedad, mas no puede consentir convertirse en un esclavo. Es cierto que,
recuerda Capella, los derechos de libertad son generales y todos los ciudadanos tienen el
deber de respetarlos. Pero esa observancia es insuficiente. De all que se requiera algo
ms, de una diferencia. La diferencia consiste [segn argumenta el autor cataln] en que a
los derechos de libertad les corresponde, adems, un deber del Estado. Es sobre todo el
Estado quien tiene el deber de respetar tales derechos. (...) Los deberes del Estado que
garantizan los derechos de libertad (y los sociales, etc.) de los ciudadanos son... de
naturaleza poltica, lo cual significa que la existencia de derechos de libertad no est
jurdicamente garantizada porque la constitucin que los proclama no est jurdicamente
garantizada. Los famosos deberes del Estado estn impuestos, pura y simplemente, por
una correlacin de fuerzas de naturaleza poltica, esto es, por los diferentes poderes
reales con pretensiones polticas existentes tal como aparecen en la situacin actual de
la pugna entre ellos. (...) Los frgiles derechos de libertad de la poca moderna se
basan, pues, en la convencin de respetar los derechos de libertad. Dependen, pues, de
[a] quienes convienen.46
El asesinato del reportero grfico Jos Luis Cabezas una evidente violacin de un
derecho de libertad puso en un brutal primer plano la cuestin de los deberes del Estado,
que no pueden ser confundidos con, ni reducidos a, los deberes de los funcionarios del
45 Esta cuestin est muy bien planteada por el cataln Juan Ramn Capella en Los ciudadanos siervos, Editorial Trotta, Barcelona, 1993, a quien sigo aqu; la ltima cita, entrecomillada, en p. 140; las itlicas son del autor. Un caso interesante de analizar, en Argentina, es el de la aplicacin de la ley n 24.240, llamada de Defensa del consumidor, y de su decreto reglamentario (parcialmente) n 1798/94, de la cual no siempre resulta que el reclamo legtimo del particular damnificado en su derecho es satisfecho adecuadamente, aun cuando el otro particular (sea un individuo o una empresa o firma comercial) pueda llegar a ser sancionado. Esa situacin se aprecia muy bien cuando el Estado aplica una multa o impone otro tipo de castigo al infractor, pero el demandante no obtiene la satisfaccin de su reclamo (un pago abusivo, un trabajo mal realizado, un servicio de menor calidad del ofrecido y pactado, etc.). La sistemtica violacin de las leyes y disposiciones de trnsito en buena medida inobservadas por agentes del propio Estado ofrece otro formidable campo de anlisis sobre la cuestin aqu comentada. 46 Capella, Los ciudadanos siervos, op. cit., pp. 141143; las itlicas son del autor.
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Estado (distincin que tambin remarca Capella). La reaccin para muchos inesperada
de buena parte de la sociedad argentina en un corte vertical, su movilizacin y su
reclamo de esclarecimiento y justicia puso de manifiesto un cierto aprendizaje de la
trgica historia de los aos 1970, cuando el Estado no slo no garantizaba los derechos de
libertad sino que l mismo, particularmente durante los aos de la dictadura militar, los
conculcaba. No puede predecirse cun larga ser esta reaccin y hasta dnde alcanzar a
resolver la correlacin de fuerzas polticas, pero no debe desdearse su presencia.47
As, el crimen de Cabezas pone en un plano harto relevante la importancia de los
deberes del Estado y de los derechos de los ciudadanos y su carcter irremisiblemente
poltico. Por extensin, algunas de las hiptesis respecto de sus eventuales autores aluden
a la participacin de ex represores de los aos de la dictadura y/o ex policas de la Polica
de la Provincia de Buenos Aires separados de la fuerza por actos delictivos, esto es, a la
prdida de capacidad monoplica de la violencia legtima concedida al Estado. Va de suyo
que una y otra cuestin deber del Estado de asegurar las libertades polticas y
privatizacin de la violencia estn estrechamente entrelazadas.
Cuando los derechos de libertad se recortan tan gravemente, la ciudadana es
erosionada y el sentimiento de pertenencia a una comunidad, dentro de la cual se tienen
que observar ciertos derechos y deberes, se enerva, afectando la solidez del lazo o del
tejido social y abriendo paso a la anomia. Ello se aprecia ms dramticamente en los
casos que toman la forma periodstica de la crnica policial por ejemplo, los de justicia
propia, pero no son los nicos ni los ms graves.
En efecto, si la ciudadana es el derecho a tener derechos, la privacin de stos es,
simultneamente, la amputacin de la ciudadana y la negacin de los derechos humanos.
Norbert Lechner lo ha expuesto con su habitual lucidez: El hombre es privado de sus
derechos humanos cuando se le priva de su derecho a tener derechos [itlicas de
Lechner]; esto es, cuando se le priva de aquella relacin por la cual recin acceden a lo
pblico sus opiniones y adquieren eficiencia sus acciones (la pertenencia a un orden
47 Esa reaccin estuvo ausente cuando comenzaron los crmenes polticos en los aos setenta. Un importante indicador del grado de la reaccin actual pudo apreciarse, por ejemplo, en los estadios de ftbol durante, al menos, los encuentros disputados inmediatamente despus del crimen, como tambin en el caso de los turistas en las playas de Pinamar, el lugar del crimen. (Recurdese que este artculo fue concluido, en su versin actual, en la primera quincena de febrero de 1997).
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poltico). Ahora bien, este derecho a pertenecer a una comunidad poltica no est incluido
en el heterogneo listado de la Declaracin Universal de los Derechos Humanos ni puede
ser concretizado a travs del conjunto de las normas positivas. El derecho de
ciudadana, sin el cual ninguno de los otros derechos sera realizable, trasciende los
derechos del ciudadano [itlicas mas, WA].48 En el lmite, la abolicin del derecho de
ciudadana implica la desaparicin de todos los derechos. Mas no es necesario llegar a tan
tremenda situacin: todo ataque a, toda limitacin de derechos de ciudadana en
cualesquiera de sus formas es un ataque a y una limitacin de los derechos de los
hombres y las mujeres, de los derechos humanos.
Un principio elemental de la ciudadana es el de la igualdad o, al menos, orientacin
en pro de la disminucin de las desigualdades. En efecto, la larga lucha por la construccin