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METAPOLÍTICA/NÚM. 33 76 D O S S I E R Ciudadanía METAPOLÍTICA/NÚM. 33 76 temerosa TERESA GONZÁLEZ LUNA CORVERA *

ciudadanias temerosas

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DOSSIER TERESA GONZÁLEZ LUNA CORVERA * 76 76 METAPOLÍTICA / NÚM . 33 METAPOLÍTICA / NÚM . 33 desterrar los modos autoritarios de gobernar y construir un buen gobierno. La rendición de cuentas, junto con las formas de ejercicio del poder y las políticas de la democracia en México. Se trata de desafíos que, en el caso mexicano, reflejan el 77 77 * Doctorado en Investigación en Estudios Científico Sociales, ITESO . ENERO - FEBRERO /2004 ENERO - FEBRERO /2004 Jorge Claro

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La democracia no está sencillamentepresente o ausente; está viva, y estoes lo que importa. Uno de sus pro-

blemas más grandes es su singularidad, loque significa que no todas las democraciasson iguales y que una de las cuestiones quelas hace distintas es su diseño institucional.

Como dice Mouffe, la democracia es frá-gil y algo nunca definitivamente adquiri-do, es una conquista que hay que defenderconstantemente. En esta lucha surgen mie-dos y temores que provienen de un francoreconocimiento de los diversos peligros queamenazan el orden político democrático enlas sociedades contemporáneas. Si bien seregistran haberes democráticos en las dis-tintas democracias occidentales, la historiarevela la fragilidad y vulnerabilidad de losarreglos democráticos. Held, entre otrosautores, refiere ampliamente una historiaactiva tanto de su pensamiento como de lasprácticas complejas con concepciones con-trapuestas y una serie de variantes de lademocracia.

El tema de la democracia adquiere es-pecial relevancia en los países de recientedemocratización, como México, carentes deuna tradición democrática y en los que exis-ten resistencias para institucionalizar el po-der responsable. En el caso mexicano se

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* Doctorado enInvestigación en

Estudios CientíficoSociales, ITESO.

advierte un conjunto de inquietudes quecombinan preocupaciones por probables fre-nos, complicaciones y retrocesos en la tran-sición democrática, así como por lascondiciones de la gobernabilidad en un con-texto de crisis económica y cambio político.El título de este número de Metapolítica esuna llamada de atención que nos previenecontra los miedos y amenazas a las que estásujeta la incipiente democracia mexicana.

Distintas constataciones empíricas dancuenta del origen y las razones de muchosde los miedos asociados a la democracia,vinculados en buena medida al grado deaproximación o distanciamiento de los re-gímenes políticos del ideal democrático. Entérminos normativos, podemos decir quedesde los modelos ideales de democraciase teme a su limitada aplicación institucionaly puesta en escena por parte de los ciuda-danos, aunque es imposible que exista unacorrespondencia exacta entre una idea y susmanifestaciones históricas concretas. A lainversa, las sociedades y sus ciudadanosdescubren que la democracia no está fun-cionando bien en la mayoría de los países,particularmente en los de América Latina,y en el escenario de las acciones emergenmiedos relacionados con las implicacionesde los principios democráticos.

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La rendición de cuentas, junto con las formas de ejercicio del poder y las políticas

públicas, entre otros asuntos, forma parte de la segunda generación de problemas

de la democracia en México. Se trata de desafíos que, en el caso mexicano, reflejan el

temor fundado a las restauraciones autoritarias y plantean nuevos mecanismos para

desterrar los modos autoritarios de gobernar y construir un buen gobierno.

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DEMOCRACIA MIEDOSAO DEMOCRACIA TEMIDA

Insertamos cinco imágenes para ilustrar“las promesas incumplidas de la demo-

cracia”, término acuñado por Bobbio parareferir sus asuntos pendientes, y mostrarel mosaico de las amenazas que acechan alas democracias realmente existentes. Paraeste autor (1996), quien insiste en la adop-ción de una definición mínima de democra-cia como forma de gobierno representativa,son cuatro los peligros que enfrentan lasdemocracias modernas: la gran escala dela vida moderna, la creciente burocratiza-ción estatal, el desarrollo de la tecnocraciay la tendencia de la sociedad civil a con-vertirse en sociedad de masas. Éstas se ex-presan en la supervivencia de un poderinvisible y de las oligarquías, el despreciodel individuo como protagonista de la vidapolítica, la predominancia de intereses par-ticulares, un espacio limitado para la parti-cipación democrática y la no creación deciudadanos educados.

Por su parte, desde una concepción nor-mativa de la democracia y activa de la ciuda-danía, a Kymlicka y Norman (1996) lespreocupa la creciente apatía de los votantes, elresurgimiento de movimientos nacionalistasen Europa, población crecientementemulticultural y multirracial, así como eldesmantelamiento del Estado de Bienestar.Estas tendencias advierten sobre una indife-rencia moderna hacia la participación políti-ca, la cual es vista como una actividadocasional y por lo general gravosa, aunquenecesaria para que el gobierne respete la liber-tad y como medio para proteger la vida pri-vada; pero, paradójicamente, expresan a la vezun renovado interés por la ciudadanía.

A Lechner (2000) también le preocupael incremento de la desafección por la polí-tica que, salvo en periodos “calientes”,como pueden ser los electorales, no resultarelevante en la vida cotidiana de los ciuda-danos. Advierte que en las sociedadesmodernas se concatenan procesos de trans-formación, entre los cuales está el de lapolítica que pierde la centralidad en la re-gulación de la vida social y ya no represen-

ta el vértice ordenador de la pirámide so-cial. Ahora la política tiene menos influen-cia frente al protagonismo de la economíay de los sistemas funcionales.

En América Latina, donde el términodemocracia se emplea para designar casiexclusivamente al gobierno de los políticos,no ha existido ni una cultura política desesgo igualitario ni una conciencia cívicaacorde con ella. Al decir de Nun (2000), estose manifiesta, en lo político, en la falta deinstituciones y prácticas igualitarias y jus-tas, que no permiten que los valores y nor-mas de la democracia se fortalezcan por lavía de su uso. La paradoja latinoamericanaconsiste en que “allí donde tanto las viejascomo las nuevas democracias del PrimerMundo se consolidaron en el contexto deuna marcada baja de la desigualdad, de lapobreza y de la polarización, aquí ocurretodo lo contrario y los procesos de demo-cratización en curso están acompañadospor un crecimiento crítico de los tres fenó-menos” (p. 127).1 Esto, sin duda, tiene efec-tos sobre los modos en que se construye laciudadanía.

Por último, en los enfoques que desta-can la dimensión cultural y simbólica de lademocracia, preocupa el desfase entre cul-tura política y el sistema político y la bajadensidad democrática de los ciudadanos.Para Diamond (1998), la democracia toda-vía no descansa sobre sólidos cimientos deelementos culturales y de confianza, de efi-cacia y compromisos políticos. A pesar desu atractivo, como nos advierte Plattner(1996), la democracia no es una forma degobierno fácil de mantener, sobre todo enpaíses pobres que carecen de una poblacióneducada, una clase media considerable yuna cultura democrática. En suma, existe unapreocupación compartida, asumida desdedistintos ángulos teóricos y trincheras po-líticas, que refieren uno de los problemasmás graves de las democracias emergentes,como la mexicana: “el ciudadano inexisten-te” (Escalante), “la democracia amenazada”(Alonso), “la ciudadanía de baja intensi-dad” (O’Donell), “la democracia incomple-ta” (Guevara Niebla)… De ésta y otrasmaneras se expresan temores y el recelo de

En AméricaLatina, donde eltérmino demo-cracia seemplea paradesignar casiexclusivamenteal gobierno delos políticos, noha existido niuna culturapolítica desesgo igualita-rio ni unaconcienciacívica acordecon ella.

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que suceda una cosa contraria a la que seespera y se desea en relación con la demo-cracia.

Los actuales temores asociados con lademocracia pueden provenir de su signifi-cado inestable, de los déficit históricos, asícomo de la generación de demandas y exi-gencias divergentes para su ampliación,extensión y profundización. En lo cotidia-no, se asoman inquietudes vinculadas a lascuestiones que tienen que ver con lainstitucionalidad vulnerable de la democra-cia y con sus formas de expresión concre-tas. El debate, que refleja diversidad deinterpretaciones y posturas, se da en el sen-tido de los dilemas que plantea la demo-cracia existente acerca de sus diversosplanteamientos sobre lo que debe ser sumarco normativo, los requisitos del siste-ma político y las condiciones que los paí-ses requieren para mantener y consolidarel orden democrático.

LOS MIEDOS DE SIEMPRE

Las inquietudes, inseguridades y riesgosque desatan miedos reales o imagina-

rios respecto a los procesos de democrati-zación en que se encuentren los regímenesdemocráticos, se pueden agrupar en lo queAziz (2001) llama problemas de la primeray segunda generación de la democracia.2

Por ejemplo, las elecciones, aunque se con-sidere como un problema procedimental dela primera generación, un tanto superadoen el caso de México que cuenta con un sis-tema electoral fortalecido y comicios cadavez más competidos, todavía se encuentransometidas a presiones diversas y generanalgunas dudas fundadas respecto a losasuntos que tienen que ver con la represen-tación y el gobierno. En efecto, se sospechaque no existen compromisos vinculantesentre gobierno y ciudadanos y que éstos, através del voto, ejercen un control débil delos gobernantes y terminan por delegar alos representantes políticos sus derechos ydeberes.

La rendición de cuentas, junto con lasformas de ejercicio del poder y las políticaspúblicas, entre otros asuntos, forma parte

de la segunda generación de problemas dela democracia en México. Se trata de desa-fíos que, en el caso mexicano, reflejan eltemor fundado a las restauraciones autori-tarias y plantean nuevos mecanismos paradesterrar los modos autoritarios de gober-nar y construir un buen gobierno.

El principio de la mayoría, elementodefinitorio de la democracia que alude a laparticipación como mecanismo para la tomade decisiones políticas, también genera sus-picacias en el momento que las minorías,frente a la ciudadanía común o igualitaria,reclaman para sí una ciudadanía diferencia-da. Un miedo específico parece cubrir elambiente y el debate políticos cuando larealidad exige asumir, desde el mismoprincipio de la igualdad, una política de re-conocimiento de las diferencias y la “diver-sidad profunda” que caracteriza, al decir deTaylor (2001), nuestras sociedades.

Por otra parte, hay que considerar quetodo país que se rige por un gobierno de-mocrático tiene una historia que contar so-bre cómo se estableció en él la democracia:transiciones, tradiciones, instituciones,prácticas y símbolos que hacen de la de-mocracia de cada país algo único. En nues-tro caso mexicano, todavía nos resistimosa reconstruir y narrar la propia historiapara dar cuenta de la ruta, llena de acci-dentes, de construcción de un sistema po-lítico democrático con su correspondienteimaginario. Para vencer la “herencia mal-dita”, que es también fuente permanentede inseguridades y miedos, no nos queda deotra más que contarla y enfrentarnos conun relato autoritario y de poder arbitrario, decinismo político y de autoritarismo durode vencer. Al respecto, Escalante (2002) diceno escandalizarse frente a la falta de ciu-dadanos, pero deposita esta preocupaciónen una situación de riesgo mayor. Afirmaque en México no sólo carecemos de las vir-tudes del imaginario que exige la tradiciónrepublicana de la democracia, sino que nisiguiera tenemos ese mínimo que hace fal-ta para que funcione con normalidad unorden institucional moderno, que es un mo-derado respeto por la ley. Este autor se oponea usar los déficit históricos y las alusiones

Los actualestemores asocia-dos con lademocraciapueden provenirde su significadoinestable, de losdéficit históricos,así como de lageneración dedemandas yexigenciasdivergentes parasu ampliación,extensión yprofundización.

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a los defectos de la ciudadanía como pre-texto, cuando lo que más importa es la pre-cariedad de nuestro orden político.

Detrás de este limitado inventario queenuncia sólo algunos de los temores máscomunes en torno a la democracia, algunosde ellos pasajeros o temporales y otros cen-trales y duraderos, y perfila algunos de losenfoques que los abordan, se localizan mie-dos más profundos y permanentes que demanera decisiva nos enfrentan a la contin-gencia inminente de que suceda algo malocon la democracia.

MIEDOS RECÓNDITOS

Por lo general, como reacción espontánea y un tanto indefinida, tendemos a

temer a todo aquello que supone conflicto,desorden y divergencias, pero sobre todo ala incertidumbre que dispara lo desconoci-do. En este paquete de alarmas sensibles ala vida social solemos incluir, por una par-te, el temor a un espacio público abierto atodos y a la escenificación de los conflictossociales; por otra, la inseguridad y hastaangustia que nos ocasiona la indetermina-ción de la sociedad democrática. Sin em-bargo, ambos temores son infundados y,más bien, constituyen unas de las posibili-dades de la democracia. Por último, apare-cen dos cuestiones a las cuales sí debemostemer porque se trata de miedos fundadosen peligros reales que amenazan a las de-mocracias existentes: el desplazamiento dela política como eje central de la vida socialy la presencia de esencialismos yuniversalismos abstractos que impiden re-conocer la pluralidad definitoria de las so-ciedades y acercarnos a la realidad paracomprenderla sin prejuicios.

En primer lugar, pareciera que nosasusta la emergencia de la sociedad civil ysu principal atributo que es la pluralidadde intereses y opiniones, asociaciones y for-mas de actuación, independiente de laautoridad del poder y capaz de obrar y co-municarse autónomamente. Se trata, porsupuesto, de un sentimiento ambiguo por-que nadie que se presuma demócrata ad-

mitirá decir algo en contra del mecanismodefinitorio de la democracia, es decir, de laparticipación plena de todos los ciudada-nos en la toma de decisiones políticas queafectan la vida en sociedad.

Lo cierto es que el tema de la sociedadcivil no se reduce a la participación intere-sada y organizada de diversos actores ygrupos sociales en la esfera política. Refie-re una colectividad consciente de sí misma,significativamente diferenciada y conhistoricidad, que se instituye a través de laautointerpretación de los derechos huma-nos. Se trata, como apunta Rodel (1997), dela misma sociedad que es la única capaz deocupar simbólicamente, “de vez en vez”,el espacio vacío del poder político (mate-rialmente de nadie y potencialmente detodos) desde sus propios imaginarios co-lectivos. Este dispositivo simbólico de lademocracia, que planea la unidad simbóli-ca de la sociedad y reconoce a todos el de-recho a acceder al espacio público, contieneun proyecto reconciliatorio que entiende lademocracia como forma de organizar elconflicto social. Desde esta perspectiva, sehabla de la reinvención de la democracia apartir de la institucionalización del conflictoy de una democratización continua.

En este sentido, Lefort considera que lacaracterística fundamental de la moderni-dad es el advenimiento de la revolucióndemocrática que constituye un nuevo tipode institución de lo social en el que el po-der se convierte en un “espacio vacío”, estoes, un lugar que nadie puede apropiarse opretender encarnar. Nos invita a pensar enuna sociedad expuesta a una indetermina-ción radical en la que lo instituido nuncallega a ser lo establecido, lo conocido per-manece indeterminado por lo desconocidoy el presente se resiste a toda definición. Deahí que resulte imposible definir la socie-dad como una sustancia con identidad or-gánica y describirla desde un punto de vistaúnico y universal. La democracia modernaes, entonces, una forma de sociedad quesomete a los individuos y a las institucio-nes a la prueba de una indeterminaciónradical. Dicho de otra manera, “el poderdemocrático no tiene consistencia separa-

Por lo general,como reacción

espontá-nea y un

tanto indefinida,tendemos a

temer a todoaquello que

supone conflicto,desorden y

divergencias,pero sobre todo ala incertidumbre

que dispara lodesconocido.

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do de lo social, su sentido no reside en símismo, sino que sólo se puede alcanzar enreferencia a ese otro que al mismo tiempoinstituye: lo social” (Molina, p. 273).

Planteamientos como los anteriores nosobligan a pensar y la acción de pensarrepresenta una vía o mecanismo para con-jurar los miedos, incluyendo los que direc-tamente nos enfrentan a la indeterminación.Al respecto, Arendt (1997) nos confirma quetodos los asuntos humanos tienen que vercon procesos de naturaleza histórica, comocadenas de acontecimientos de “improba-bilidades infinitas” en la vida humanaterrena. El hecho de que el hombre sea ca-paz de acción, de algo nuevo, significa quecabe esperar de él lo inesperado, lo que es-capa a las leyes estadísticas y su probabili-dad. Pero también nos dice que todo es“cuestión de ponerse a pensar” para “bajarla filosofía a la tierra” y examinar los pará-metros invisibles con los cuales juzgamoslas cosas de los hombres. La comprensión,en tanto particular forma de la experiencia enque el pensamiento de sentido común tomaconocimiento del mundo social y cultural,es posible para todos.

En relación con la naturaleza conflicti-va de la sociedad civil, que explica en par-te los temores al disenso y a la expresiónde posiciones diferenciadas, Mouffe defiendela idea de que hay que dar cabida a la ex-presión de conflictos y a reales confronta-ciones en el seno del espacio común. Asume,literalmente sin miedo, la cuestión del con-flicto al proponer la instauración de un “plu-ralismo agnóstico” que supone reconocerque el enfrentamiento con el adversario(agonismo), a diferencia del enfrentamien-to con el enemigo (antagonismo), lejos derepresentar una amenaza para la democra-cia, es su condición misma de existencia. Estadistinción entre las categorías de “enemigo”y “adversario” permite entender que el opo-nente no es un enemigo a abatir o eliminarsino un adversario legítimo al que se debetolerar.

Si bien la democracia requiere del con-senso sobre los derechos humanos y losprincipios de igualdad y libertad, no se lapuede separar de la confrontación sobre la

interpretación de los mismos. Precisamen-te, las diferentes significaciones en torno aestos significantes simbólicos centrales,constituyen el eje temático siempre presenteen el combate político entre adversarios.Más aún, en esta tensión entre consenso,sobre los principios, y disenso, sobre su in-terpretación, radica la dinámica conflicti-va o agonística de la democracia pluralista.

De no haber apuestas democráticas di-ferenciadas, entonces sí hay razones paratemer a un espacio público debilitado en elque, como nos advierte Mouffe, se multi-plican los enfrentamientos en términos deidentidades esencialistas (de índole étnica,nacionalista o religiosa) o de valores mora-les no negociables. “La democracia sólopuede existir cuando ningún agente socialestá en condiciones de aparecer como due-ño del fundamento de la sociedad y repre-sentante de la totalidad” (Mouffe, 1999,p.19), lo que supone reconocer que las rela-ciones sociales son relaciones de poder. Laesperanza no radica en pretender estable-cer las condiciones de un consenso racio-nal ni en domesticar la hostilidad, sino másbien, en desactivar el antagonismo poten-cial que existe en las relaciones sociales ycrear instituciones que permitan transfor-marlo en agonismo, en donde es posible elacuerdo y la tolerancia.

Vivir como ser distinto y único entreiguales. Para Arendt, la pluralidad hu-mana es la condición específica detoda vida política y tiene el doblecarácter de igualdad y distin-ción, que también es la condi-ción básica de la acción ydel discurso. En su teoría,la acción constituye laactividad política porexcelencia y la únicaque se da entre las per-sonas sin la mediaciónde cosas; correspondea la condición huma-na de la pluralidad.“Si los hombres nofueran iguales, no po-drían entenderse niplanear y prever para

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el futuro las necesidades de los que llega-rán después. Si los hombres no fueran dis-tintos…, no necesitarían el discurso ni laacción para entenderse” (Arendt, 1998,p.200). La idea de que la acción y el discur-so son las facultades más elevadas y vanjuntas (coexistentes e iguales) se acompa-ña de la afirmación de que la esfera públi-ca, por definición, requiere la presencia deotros: “ser visto y oído por otros deriva susignificado del hecho de que todos ven yoyen desde una posición diferente. Éste esel significado de la vida pública” (p.66). Lapluralidad humana es, en suma, la para-dójica pluralidad de los seres únicos. Ellateme a la destrucción de la esfera pública,junto con ello al des-dibujamiento de la es-fera privada, y al fenómeno de masas de lasoledad, que consiste en la carencia de re-lación objetiva con los otros, es decir, a laausencia de los demás.

Ahora bien, en otro orden de ideas, tam-bién debe ser fuerte motivo de preocupa-ción, más allá de los estrechos marcos delas instituciones políticas, la pérdida de cen-tralidad de la política. “Desestatización dela política”, propone Castoriadis, porqueésta es un asunto que compete en pri-merísima instancia al demos y no a los go-

bernantes. El autor constata que en la de-mocracia actual la esfera pública/públi-ca es, de hecho, una esfera privada, todavez que constituye la propiedad de la oli-garquía política y no del cuerpo político(Castoriadis, 2002). En tanto que la identi-ficación de la democracia con la esfera es-tatal pone en entredicho la igualdad política(igualdad de participación en el poder), ele-mento definitorio de la democracia, y hallevado a privilegiar los enfoques insti-tucionalistas, se impone una “desesta-tización” que consiste en la expropiación delo político a los profesionales de la política ysu recuperación por parte de la sociedad ci-vil. Ésta es la única manera para hacer posi-ble la reinvención constante de la política.

Con relación a este punto, Arendt leteme a la ruina de la política que resultadel desarrollo de cuerpos políticos que di-suelven la pluralidad originaria de losindividuos. Al disolver esta cualidad fun-damental, se destruye la igualdad esencialde todos los hombres. Entiende por políticoun ámbito del mundo en que los hombresson primariamente activos y considera queel punto central de la política, cuyo sentidoes la libertad, es siempre la preocupaciónpor el mundo. El significado político de la

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libertad reside en el “poder comenzar”, pro-pia de la acción. Esta libertad de hablar (dis-curso) y comenzar algo nuevo (acción) noes el fin de la política sino más bien el conte-nido auténtico y el sentido de lo políticomismo.

En la tradición, “la política” es un me-dio para un fin más elevado o último y apa-rece como una necesidad ineludible para lavida humana individual y social: el hombredepende en su existencia de otros y el cui-dado de la política concierne a todos parahacer posible la convivencia. “Misión y finde la política es asegurar la vida en el senti-do más amplio” (Arendt, 1997, p. 67). Sinembargo, el concepto moderno de historiaha reemplazado al de “político”, esto es, loshechos y la acción política se disuelven enel devenir histórico y la historia se entiendecomo un río que fluye libremente y en cuyocurso no se debe interferir. En la concepciónmoderna se ha impuesto la idea de que elEstado es una función de la sociedad o unmal necesario para la libertad social. Surgeentonces el Estado nacional y con ello la ideade que el deber del gobierno es tutelar la li-bertad de la sociedad hacia dentro y haciafuera, incluso mediante la violencia.

Es signo de la modernidad la desapari-ción de lo político como un espacio que de-limita el mundo común y en el que loshombres aparecen en su radical pluralidad,en su singularidad. Nos encontramos, aldecir de Arendt, que con el establecimientode una esfera de acción política aparece unpoder que debe ser vigilado para protegerla libertad: la participación de los ciudada-nos resulta necesaria para la libertad sóloporque el gobierno, que dispone de los me-dios para ejercer la violencia, debe sercontrolado en dicho ejercicio por los gober-nados. No se trata, en principio, de hacerposible la libertad para actuar y dedicarse alo político, que son prerrogativas del gobier-no y de los políticos profesionales, sino deentender que la política es un medio y la li-bertad su fin supremo. La pregunta sobre elsentido de la política se refiere, entonces, asi los medios públicos de la violencia tienenun fin o no: “el interrogante surge del sim-ple hecho de que la violencia, que debería

proteger la vidao la libertad, hallegado a ser tanpoderosa, queamenaza no úni-camente a la liber-tad sino también ala vida” (p. 93). Loque cuestiona la vidade la humanidad es elcrecimiento de los me-dios de violencia estatales.Lo que causa temor es el he-cho de que el espacio público-político se ha convertido en la eramoderna en un lugar de violencia.

Ante la pretensión moderna de identi-ficar la democracia liberal con el capitalis-mo democrático, que reduce la dimensiónpolítica al Estado de derecho, mientras seacrecienta el número de marginados y ex-cluidos de la comunidad política, tambiénMouffe aboga por restaurar el carácter cen-tral de lo político y afirmar su naturalezaconstitutiva. Desde un proyecto socialistade democracia radical y plural que sea com-patible con los principios de igualdad y li-bertad del régimen liberal democrático,sostiene que el objetivo de una política de-mocrática no es erradicar el poder sinomultiplicar los espacios en los que las rela-ciones de poder, intrínsecamente conflic-tivas, estarán abiertos a la contestacióndemocrática. Al decir de Bobbio, el reto seplantea en términos de avanzar y transitarde la democratización del Estado a la de-mocratización de la sociedad, esto es, detodas las instituciones (familia, escuela,empresa, etc.) que hasta ahora no son go-bernadas democráticamente. Ahora, lo queimporta es la cantidad de contextos en losque los individuos pueden ejercer su dere-cho a participar en las decisiones políticas.

De lo anterior, podemos concluir quemás nos vale ubicar los temores en otro ladoporque la “vida política nunca podrá pres-cindir del antagonismo”, pues atañe a laacción pública y a la formación de identi-dades colectivas. Para Mouffe, “lo político”,ligado a la dimensión del antagonismo queexiste en las relaciones humanas, se distin-

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gue de “la política”,que apunta a esta-blecer un orden y aorganizar la coexis-tencia humana encondiciones que sonsiempre conflictivas,pues están atravesa-das por “lo políti-co”. La democraciamoderna, así comoel mismo liberalis-mo político, suponeel reconocimiento dela dimensión antagó-nica de lo político, nopara eliminar las di-ferencias ni relegar-las a la esfera privada,sino para movilizar-las y ponerlas en es-cena de acuerdo conlos dispositivos quefavorecen el respetodel pluralismo. Así,pues, es en el nivelpolítico donde lasrelaciones socialestoman forma y seordenan simbólica-mente; a éste le co-rresponde la articulación de la multiplicidadde luchas democráticas de hoy en día.

La política debe generar horizontes defuturo, necesarios para la acción colectiva,y poner en perspectiva las opciones del pre-sente. La política no reside sólo en las insti-tuciones formales sino también en la tramasocial al alcance de la experiencia concretade cada persona. No obstante, Lechner(2000) encuentra que la política en las so-ciedades contemporáneas ha perdido lacentralidad en la regulación de la vida so-cial. Esta transformación de la política tie-ne que ver con cambios estructuralesderivados de la diferenciación funcional dela sociedad y la globalización, pero tambiéncon cambios en su dimensión simbólica,particularmente con el desperfilamiento delas ideologías que refleja la erosión de lasclaves interpretativas que otorgaban inte-

legibilidad a la rea-lidad social. Con lapérdida de señas deidentidad fuertes segenera una neutrali-zación de los conflic-tos políticos y seaumenta la brechaentre el sistema po-lítico y la ciudadanía.Así, se dificulta la ta-rea de la política parasimbolizar la unidadde una sociedad cadavez más diferenciaday compleja, que seexpresa en la incapa-cidad del discursopolítico para brindarel reconocimiento so-cial y el sentimientode pertenencia a unacomunidad que re-quiere la gente.

En este sentido,Lechner teme conmucha razón al des-vanecimiento de ladimensión simbólicade la política regis-trado en los procesos

de modernización, temor que se intensifi-ca en la medida en que se incrementa laindividualización de los ciudadanos en tér-minos de una “subjetividad fuertementeprivatizada” que queda huérfana al no serreconocida y es vulnerada por el espaciomediático. Para conjurar este miedo propo-ne luchar por una nueva dimensión de lopolítico o una “ciudadanización de la polí-tica”, es decir, una ciudadanía activa queguarde más relación con el vínculo socialque con el sistema político y esté motivadapor la convivencia. En esta recuperación dela política como capacidad propia de losciudadanos, las formas de convivencia so-cial devienen objeto de la acción colectivade los ciudadanos, lo que no significa unadespolitización sino más bien una “sociali-zación de la política” y una reformulaciónde la subjetividad política.

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Es importante destacar que, para losautores resignificados en este texto, el te-mor al desplazamiento o pérdida decentralidad de la política no significa el re-chazo de la institucionalidad democráticarepresentativa. A lo que se oponen, comolo hace también Lefort, es a reducir lo po-lítico a una actividad social particulardistinguible de otras porque esto significadisimular el excedente de sentido que con-tiene la acción política. Lo político, en esteenfoque, se caracteriza por tener la doblecondición de una instancia instituida einstituyente a la vez, lo que hace imposi-ble definir la identidad de lo político comosimple acontecimiento cuyo sentido seagota en su existencia empírica. En otraspalabras, lo político pone en escena y dasentido a lo social, pero sólo alcanza a ar-ticular experiencias sociales diversas, dan-do una perspectiva siempre mudable dela sociedad.

Por último, compartimos con los auto-res presentes en este texto el temor a lasdistintas manifestaciones esencialistas yuniversalistas, cuyas abstracciones, ademásde paralizar el pensamiento e impedir elentendimiento de la vida social y de la de-mocracia, desconocen la existencia de múl-tiples racionalidades. Este temor nos debellevar a renunciar a toda pretensión deuniversalidad en la medida en que susafirmaciones parten de un desconocimien-to de lo particular y un rechazo de la especi-ficidad.

Mouffe manifiesta una insatisfaccióncon el universalismo abstracto de la Ilus-tración, toda vez que niega importancia alconocimiento específico de las condicionesculturales e históricas presentes en todacomunidad. Propone, en cambio, ampliarel concepto de racionalidad para dar cabi-da en él a lo razonable y lo plausible, queconlleva la aceptación de la existencia dedistintas racionalidades. Respecto alesencialismo, considera que éste descubrelos límites del pensamiento político clási-co y de la filosofía liberal, esto es, su “clau-sura constitutiva”, cuando depende deuna ontología que concibe al ser bajo laforma de presencia (metafísica de la pre-

sencia) y restringe el campo de los movi-mientos políticos a los compatibles con laidea de una objetividad social que reduceel antagonismo propio de las relacionessociales a una mera diferencia. De ahí quela comprensión de las formas característi-cas de las sociedades actuales, exige unaaproximación no esencialista de la totali-dad social y el abandono del mito del su-jeto unitario.

El ciudadano de una democracia plu-ral sólo es concebible en el contexto de ununiversalismo que integre las diversidadesy que entiende que lo universal se inscribeen el corazón mismo de lo particular y enel respeto a las diferencias. Porque, comobien dice Arendt, lo originario es la plura-lidad, que tiene que ver con la distinción,con lo que se muestra a través de la accióny el discurso. En la medida en que la plura-lidad significa distinción, es posible la re-velación en el medio público de laindividualidad de cada uno, de la identi-dad. De ahí que esta pensadora se opongatajantemente a cualquier afirmación relati-va a esencias intemporales en la historia Lafunción de las cosmovisiones e ideologíasque pretenden abarcar toda la realidad his-tórica y política (pretensión de universali-dad) es evitar exponerse abiertamente a loreal y proteger al individuo frente a la ex-periencia.

No se pueden proponer modelos uni-versales de cambio y no hay ni puede ha-ber una receta general para las reformas delas ideas y de las instituciones, porque sondistintas la naturaleza y la dinámica histó-rica de los países y muy diferentes los esti-los nacionales de hacer política. Con esteargumento, Nun defiende la idea de quees indispensable luchar contra el pensa-miento único (no-pensamiento o un pen-samiento cero) que encarna la racionalidadde la época. Por el contrario, es el caminoparticipativo, que amplía la agenda públi-ca con diversos temas, el que podrá darcauce democrático a los conflictos sociales,así como a la reconstrucción del Estado yde la ciudadanía.

Evidentemente, el catálogo de miedossuperficiales y sustanciales que circulan en

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D O S S I E R

nuestra incipiente democracia mexicanano se agota con los comentados en estetexto. Se trata de una reflexión inconclusaque apenas abre un listado tímido con al-gunos de los temores compartidos conotros ciudadanos, frente a las amenazas dedeterioro y degradación del ámbito demo-crático. Ahora bien, a este concentrado demiedos, que en tanto conjunto pueden cau-sarnos terror e inmovilizarnos, habría quecontraponer un inventario dinamizador dehaberes democráticos y de las posibilida-des que se presentan a cada una de las de-mocracias existentes. Hay que considerarque los miedos y las esperanzas coexisteny que éstas son necesarias para conjurar alos primeros. La regeneración de la demo-cracia como permanente poder de losciudadanos sólo puede emprenderse reco-nociendo las amenazas y nombrando lostemores, pero esto no basta. En tanto en lanaturaleza de los miedos está el generaruna sensación de perplejidad, desconfian-za, ansiedad y angustia, que a su vezpueden llevarnos a la insatisfacción, des-interés, huída y silencio, es indispensableencontrar vías de escape o puntos de fugaen las mismas apuestas y posibilidadesque la democracia nos ofrece.

NOTAS

1 El autor señala que América Latina cerró el siglo XX comola zona más desigual de la Tierra, con más de un tercio desu población por debajo de los niveles de subsistenciausualmente estimados como mínimos y con casi unacuarta parte de sus habitantes carentes de educación.2 El autor aclara que las generaciones de problemas no implicanun continuo evolucionista en el tiempo; por el contrario, seobserva una simultaneidad que obliga a enfrentar viejos y nuevosretos.

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