43

CJ 46, Los Nombres de Dios, Teologia de La Marginación - José Sols Lucia

Embed Size (px)

DESCRIPTION

I. El desconcierto de una miseria que es nueva y de siempre1. Características de la marginación y perplejidad2. Tres precedentes de lucha social3. La marginación es distinta4. La marginación síntoma de una enfermedad endémica II. Intermedio: una matriz teológica reciente1. La Teología Política europea2. La Teología de la Liberación III. La Teología de la Marginación1. Cuatro lecturas de una sola realidad2. El lugar de Dios: abajo3. La realidad de Dios4. ¿Un nuevo Dios o el Dios de siempre?5. Dios es comunidad de tres6. Una teología de síntesis7. Hoy más que nunca, la espiritualidad 8. La recuperación de María 9. La Iglesia, lejos de su misión10. Evitar ingenuidades IV. Consideraciones finales1. El eje de esta teología2. La Teol. de la Marg. en el problema de la marginación3. El lugar de la Teología de la Marginación en la teología Notas Cuestionarios para la reflexión en grupo

Citation preview

  • 46

    LOS NOMBRES DE DIOS, TEOLOGA DE LA MARGINACIN

    Jos Sols Lucia

    I. El desconcierto de una miseria que es nueva y de siempre 1. Caractersticas de la marginacin y perplejidad 2. Tres precedentes de lucha social 3. La marginacin es distinta 4. La marginacin sntoma de una enfermedad endmica II. Intermedio: una matriz teolgica reciente 1. La Teologa Poltica europea 2. La Teologa de la Liberacin III. La Teologa de la Marginacin 1. Cuatro lecturas de una sola realidad 2. El lugar de Dios: abajo 3. La realidad de Dios 4. Un nuevo Dios o el Dios de siempre? 5. Dios es comunidad de tres 6. Una teologa de sntesis 7. Hoy ms que nunca, la espiritualidad 8. La recuperacin de Mara 9. La Iglesia, lejos de su misin 10. Evitar ingenuidades IV. Consideraciones finales 1. El eje de esta teologa 2. La Teol. de la Marg. en el problema de la marginacin 3. El lugar de la Teologa de la Marginacin en la teologa Notas Cuestionarios para la reflexin en grupo

  • 2

    I. EL DESCONCIERTO DE UNA MISERIA QUE ES NUEVA Y ES DE SIEMPRE Las distancias son muy cortas. Y eso nos desconcierta. Pocas calles separan la opulencia urbana (bancos, grandes almacenes, restaurantes de lujo...) de las islas de marginacin donde viven personas en condiciones de verdadera infrahumanidad. Y a veces ni tan slo esas calles son separacin: los transentes, impdicos, se atreven a pasear y a dormir delante de los mayores smbolos del progreso moderno1. No hay ciudad moderna que no se libre de este problema. Y la impresin generalizada es que las bolsas de marginacin no slo no son fruto de una coyuntura desfavorable (un tiempo de crisis que acaba pasando), sino que se trata de un problema endmico de nuestra estructura socioeconmica que va a ir en aumento en los prximos aos, especialmente con la llegada masiva de inmigrantes extranjeros. Muchos voluntarios, mayoritariamente cristianos, se han lanzado a las calles en socorro de esta masa humana desatendida. Algunos se han estrenado hace poco; otros ya son gatos viejos. Las diferentes administraciones de nuestro pas tambin acaban de estrenarse en el problema: hasta fecha muy reciente todava haba directores generales y alcaldes que negaban la existencia de esta marginacin en sus ciudades. As, se da el caso de aquel gobernante poltico que se negaba a abrir las puertas del metro por la noche afirmando que en la ciudad haba camas para todos. En poco rato, y a lo largo de slo tres o cuatro calles del centro de la ciudad, un grupo de voluntarios contabiliz ms de treinta personas durmiendo en el suelo, sin otro techo que las cornisas de los edificios o las paradas de los autobuses. Sin duda, la realidad de la marginacin en nuestras ciudades ya es hoy algo pblicamente reconocido, aunque no siempre conocido por todos los ciudadanos. Las medidas que han adoptado las administraciones son tmidas y a veces de enorme ineficacia porque resulta que a esa gente perquea es muy difcil acceder a lo grande2. Los voluntarios que trabajan en ese campo se hallan a menudo desconcertados: Tiene sentido el trabajo que hacen? Conseguirn arreglar algo? Cmo es que encuentran ms fracaso que xito? Y muchos que han partido de una opcin de fe se cuestionan si la teologa que hasta hoy han conocido es vlida para esa realidad. No ser necesaria una nueva teologa, una Teologa de la Marginacin? 1. CARACTERSTICAS DE LA MARGINACIN Y PERPLEJIDAD La situacin no deja de ser paradjica: se trata de situaciones de miseria en un medio social de opulencia. El contraste opulencia-miseria es muy marcado, tal como ocurre en muchos pases del Tercer Mundo. La diferencia con ellos reside en que aqu tenemos bolsas de pobreza en un medio de riqueza, mientras que all tienen bolsas de riqueza en un medio de pobreza. Aunque probablemente tanto el contraste de all como el de aqu son expresiones algo diversas de un mismo mal estructural de nuestra sociedad. Los grados de infrahumanidad llegan a situaciones extremas que slo son crebles cuando se contemplan con los propios ojos: transentes confundidos entre las basuras de la ciudad, nios nacidos con taras (por alcoholismo de los padres, etc) y a menudo maltratados, prostitutas mayores (desgastadas) que ofrecen un sevicio a cambio de un bocadillo, ... y un largusimo rosario de tragedias individuales. En la mayor parte de los casos nos encontramos ante una miseria sin retorno, que es uno de los puntos que ms desanima a voluntarios y trabajadores sociales. Muchos sujetos estn definitivamente rotos, desestructurados, quebrados en la mdula de su existencia

  • 3

    psicolgica y social. Toda solucin, todo proyecto de cambio, toda suma de dinero, ha llegado tarde. Viven en un estado de coma social, de coma irreversible. A veces este sin retorno se produce en forma de retorno al punto de partida: despus de aos de lucha para que una persona salga de su situacin, parece que se logra algn xito. Tal mujer deja la prostitucin esclavizante, aquel hombre ya no bebe, o estos chicos ya van regularmente a la escuela. Y sin embargo el trabajo de varios aos se puede ir a pique en una tarde: aquella mujer ha vuelto a prostituirse, aquel hombre est extendido, borracho, en la calle, y estos chicos han desapa-recido de la escuela y quizs del hogar. Se trata de una miseria que no tiende a estancarse (muerta esta generacin, acabado el problema), sino a reproducirse: y aqu salta la voz de alerta de trabajadores sociales y voluntarios. El problema continuar y crecer si no se corrige la tendencia. Las hijas de prostitutas se prostituyen, los hijos de alcohlicos beben, los hermanos menores de delicuentes se lanzan al robo y a la droga. Y adems en esas familias el nmero de hijos acostumbra a ser notablemente superior al de la media de nuestra sociedad. Slo tienen la vida, slo valoran la vida: los hijos son su nica riqueza, su nica esperanza, su nico orgullo. El mundo de la marginacin contiene una gran heterogeneidad: no podemos hablar de clase social, de problemtica comn, ya que lo nico comn a todos ellos reside en que han quedado apeados del imponente TGV de la historia contempornea. Pero por lo dems poco hay en comn entre un inmigrante africano indocumentado, un nio maltratado, un drogadicto, un presidiario, una prostituta barata, un anciano en soledad o un vagabundo. Todos estn mezclados en la misma geografa (el barrio chino, la crcel, el puerto, ...), pero cada uno carga con una historia distinta, slo inteligible cuando se le escucha a l (o a ella) en concreto. Quizs esta heterogeneidad es la causa del enorme individualismo de esas personas. En las crceles esta falta de espritu colectivo se agrava de forma dramtica. Los que desean salir de su condicin de marginados (que son pocos porque pocos son los que tienen conciencia refleja de su marginacin, y de stos, pocos creen poder conseguir algo) estn convencidos de que slo en solitario podrn recorrer esa aventura por el desierto. Es la ley del slvese quien pueda, que se inscribe en el polo opuesto del tradicional juntos venceremos. Esperan la oportunidad de su vida, un buen contacto con alguien que les ayude, y este tipo de bsqueda slo se hace dejando a los dems de lado. Siempre que hablamos de gente empobrecida decimos que son mayoras: y eso es cierto en los pases del sur del planeta o en el proletariado histrico de Europa. Pero la marginacin urbana es minoritaria. Sin duda, son muchos ms de los que creemos, pero no dejan de ser una pequea parte de la poblacin. Dnde est, pues, el problema si resulta que no son muchos? El problema no reside tanto en la cantidad (aunque, insistimos, no son pocos) cuanto en la gravedad de su situacin, y en la enorme dificultad que supone encontrar una salida satisfactoria a ese problema tan complejo y tan diverso. El mundo de los marginados es silencioso y est silenciado. Ellos no hablan y de ellos no se habla. No tienen voz (sindicatos, etc) y estn fuera de la ley. Muchos saben que si van a denunciar su situacin acabarn an peor de como estn, porque no tienen DNI, no tienen permiso de residencia, trabajan clandestinamente, viven en una pensin que no cumple las condiciones legales o no han llevado a sus hijos a la enseanza obligatoria. Prefieren callar. Y la sociedad prefiere no hablar de ellos (aunque ya hemos indicado que se va tomando conciencia del problema): es particularmente llamativo el silencio reiterado de los Medios de Comunicacin Social, que slo se ha roto puntualmente en temas candentes como el de los motines en las crceles, las manifestaciones de vecinos contra la droga o las agresiones de skin heads (cabezas rapadas) a transentes. En algunas ocasiones, los MCS han hablado del problema con un valor y una claridad dignas de elogio; otras veces, en cambio, han informado

  • 4

    con flagrantes manipulaciones, tal como explican algunos de los que trabajan inmersos en la realidad de la marginacin. En cualquier caso, lo que predomina es el silencio. Y no es difcil intuir el significado de este silencio nuestro: escondemos un sentimiento de culpa colectiva. Callamos porque en el fondo sabemos que somos corresponsables de este drama. Llama la atencin el hecho de que la marginacin sea exclusivamente un fenmeno urbano. Acaso no hay bolsas de marginacin en el mundo rural? El marginado medio busca el anonimato. No quiere que se le conozca pblicamente, que se sepa cun bajo ha cado. Y por ello busca el lugar del anonimato por antonomasia, que no es otro que la gran ciudad moderna, el sitio donde uno puede vivir mseramente durante aos sin que nadie le pregunte nunca quin eres?, qu te pasa?. Por tanto, el campo s genera marginacin (ancianos empobrecidos, personas dementes, ...), pero el mendigo del campo (que tiene un nombre propio y que es conocido por todos los del pueblo) huye a la ciudad y all se pierde en el anonimato. El que en su pueblo era Rafael en la ciudad ser un vagabundo. Las personas marginadas parece que solamente tengan presente. No recuerdan. No esperan. Slo viven el hoy. Y en el hoy, slo viven. Todo apunta a que carecen de sentido histrico. Y esto es algo que desconcierta a los que se acercan a ellos: cmo es posible que no quieran recordar de dnde vienen y que parezcan no esperar nada del maana? Pero aun esto debe ser matizado, porque a veces uno s se encuentra en los mrgenes con personas que gustan narrar su vida: no obstante, no salen de ah, de esa narracin reiterativa. Ese recuerdo del pasado no les lleva a tener una conciencia de transformacin, de esperanza de futuro, de sentido del devenir. Cuando hay recuerdo, es un recuerdo sin historia. Los que conocen la marginacin en las grandes ciudades de Oriente (India, etc) dicen que la situacin es parecida, pero al menos all se respira a menudo alegra, una cierta esperanza. Aqu no. En nuestras reas de marginacin reina la tristeza, la desconfianza: nios tristes, madres malcaradas, hombres que se arrastran por las aceras. Resumiendo, y por tanto simplificando, podramos decir que el mundo de la marginacin est formado por * minoras diversificadas * que viven infrahumanamente * en un medio social de opulencia, * que son difcilmente integrables en el sistema social * y que a menudo no tienen conciencia refleja de su marginacin. Desconcierto, perplejidad: esto describe el estado de las personas integradas en el sistema cuando deciden acercarse a los marginados del sistema. All, en los mrgenes, la lgica es distinta, abundan las incongruencias, las contradicciones. Cmo ayudarles cuando no quieren ser ayudados? Cmo puede ser que, aun queriendo avanzar, no pongan los medios para ello? Cmo es que hacen lo que critican? Por qu retroceden cuando haban logrado ya importantes xitos? Absurdo, silencio. 2. TRES PRECEDENTES DE LUCHA SOCIAL Cuando nos encontramos ante situaciones de infrahumanidad, de injusticia, nos preguntamos con buena fe acerca de las posibles soluciones, de la salida social al problema. Nuestra historia contempornea es rica en transformaciones sociales, algunas de magnitud muy considerable. Se puede pensar en una transformacin semejante para los marginados de las grandes ciudades? En nuestro escrito no vamos a abordar exhaustivamente las respuestas a

  • 5

    esta pregunta, ya que ms bien nos adentraremos en las preguntas teolgicas, pero s que vamos a sealar la continuidad y la discontinuidad que hallamos entre la marginacin de hoy y las marginaciones histricas. No es tarea de la teologa el abordar la viabilidad de una transformacin social, ya que eso compete a la poltica y a las ciencias sociales, pero s puede y debe plantearse la necesidad de esa transformacin. En teologa hablamos de Dios, de un Dios concreto que no es neutro ante el sufrimiento humano, sino que llama a la liberacin de cualquier forma de esclavitud. 2.0 Las revoluciones burguesas. Los nacionalismos La revolucin francesa de 1789 fue la primera gran revolucin de la historia contempornea, slo precedida por la sublevacin de las colonias britnicas en Amrica. En Pars se quiso dar un aire de gran acontecimiento social a lo que en el fondo no fue ms que un cambio poltico: prcticamente nadie mejor su condicin econmica. Los burgueses, que se haban enriquecido durante dcadas (y algunas familas durante siglos), lograron detentar el poder poltico y resquebrajar el orden medieval, pero el campesinado y el proletariado naciente continuaran en su estado de postracin. Y eso fue comn a casi todas las revoluciones burguesas del XIX y a los movimientos nacionalistas (centrpetos y centrfugos): fueron sociales estos acontecimientos en la medida en que la sociedad se transform, pero no pasaron de ser polticos en la medida en que la infraestructura econmica y la gradacin social no qued sustancialmente alterada. No encontramos en ellos verdaderos precedentes de la lucha social, aunque tampoco podamos olvidarlos, entre otras cosas porque s transmitieron la idea novedosa de que la sociedad puede ser cambiada por un movimiento revolucionario. 2.1 La revolucin socialista: el marxismo Las revoluciones burguesas utilizaron un lenguaje con pretensin de universalidad (por ejemplo, hablaban de los derechos del hombre), pero en muchos casos abordaron reivindicaciones que slo satisfacan a un sector de la sociedad, normalmente aquel que ya detentaba poder econmico y cultural, pero que se encontraba alejado de los crculos del poder poltico. En cambio, la ideologa socialista (especialmente la del llamado socialismo cientfico de Karl Marx y Frederic Engels) contena un plan de transformacin de la humanidad, o al menos de la humanidad que se hallaba inmersa en el mundo del capitalismo occidental. La frase del Manifiesto Comunista, Proletarios del mundo entero: unos!, quera ser un verdadero programa de accin. A travs de la revolucin de las masas proletarias y campesinas (oprimidas por la propiedad privada de los medios de produccin y por la bsqueda capitalista del mximo beneficio) se llegara a la transformacin de la tota-lidad del sistema. El intento triunf y fracas. Triunf porque logr herir hondamente al sistema capitalista, de tal forma que el capitalismo posterior a la gran crisis de 1929 tuvo que aceptar la intromisin del Estado en la economa y con el tiempo los sindicatos lograran victorias laborales de suma importancia. El capitalismo europeo de hoy (otra cosa ser el mundial) ya no es como el del siglo pasado: la huella de Marx, Engels y tantos otros luchadores de la izquierda es imborrable. Y fracas el intento porque la revolucin nunca fue mundial3 y porque de hecho hay que reconocer que la alternativa al capitalismo no ha llegado a tomar cuerpo de forma satisfactoria (o sea de forma econmicamente eficaz y socialmente humanizadora) prcticamente en ningn pas del mundo. El socialismo, tal como estaba concebido por sus

  • 6

    precursores, o era mundial o no poda sobrevivir. No lleg a ser mundial, y por eso ahora agonizan los intentos histricos de realizaciones socialistas: en un medio ambiente mundial capitalista, el socialismo no ha podido (o no ha sabido) respirar. Aunque queda la cuestin pendiente de si lo que Marx denomin socialismo quizs haya sido el capitalismo de Estado que s ha llegado a existir. Podramos decir que Marx acert como analista y err como adivino: sus anlisis de las contradicciones intrnsecas del sistema capitalista siguen hoy siendo vlidos (el capitalismo genera la riqueza de unos gracias a la explotacin de muchos, que antao fueron las masas proletarias europeas y ms recientemente han sido los pases del sur del planeta), pero la anunciada ruptura total del sistema y la llegada de la sociedad comunista (ausencia de Estado) despus de una etapa socialista (seoro del Estado) parecen hoy an ms lejanas de lo que estaban cuando l escriba. Lo que aqu nos interesa es el precedente del socialismo/comunismo como intento de transformacin de la totalidad del sistema, como lucha por sacar a una gran multitud de hombres de su prostracin social y econmica. Y eso en parte se consigui: cuntos acomodados de hoy son nietos de los proletarios de ayer, gracias a las mejoras sociales del sistema! 2.2 Las revoluciones del Tercer Mundo El moderno sistema econmico ha ido ensanchando su mercado y sus zonas de produccin. Desde el siglo XVI Europa empez a sacar provecho de las riquezas de los otros continentes, dando bien poco a cambio, y a menudo incluso destruyendo. En el siglo XX las relaciones econmicas se han internacionalizado ms que nunca (el relevo del protagonismo lo ha tomado Estados Unidos de manos de Francia y Gran Bretaa) y por ello el lugar de los proletarios europeos de ayer lo ocupan ahora los coreanos o thailandeses mal pagados de hoy. En Europa ya hay sindicatos por todas partes (cosa impensable en tiempos del socialismo naciente), pero el problema se ha trasladado ahora a los pases del sur donde dictaduras frreas o democracias ms que discutibles velan por los intereses de los siete grandes del mundo. Los habitantes de aquellas zonas coloniales que se han ido independizando a lo largo del siglo pasado (Amrica Latina) y de este siglo (Asia y frica) han cobrado en muchos casos conciencia de su situacin infrahumana y han estallado en revuelta popular: guerrillas latinoamericanas, marxismo asitico, antiapartheid sudafricano, etc. No encontramos en estos movimientos de transformacin poltica y social una pretensin de universalidad (intentan cambiar su pas, ms que el mundo), aunque s hallamos a menudo un lenguaje universalizante, ya que perciben que su problema (el de este o aquel pas) es comn a todo el continente o a todo el sur del planeta. Aqu no ha habido ni triunfo ni fracaso. Estamos en plena ebullicin. An no sabemos dnde acabarn los procesos revolucionarios de Amrica Latina, en qu desembocarn los marxismos asiticos, cmo se canalizar el resurgir del Islam y cundo despertar del todo el frica negra. Habr que esperar para saberlo (y quizs habr que trabajar para que ocurra). ....................... En los tres casos que hemos mencionado como precedentes (ms o menos adecuados) de transformacin social (revoluciones burguesas y nacionalistas, revolucin socialista y revoluciones del Tercer Mundo) encontramos un sujeto colectivo multitudinario (y normalmente mayoritario). Esto supone que

  • 7

    a) mucha gente vive el mismo problema, b) toma conciencia de su situacin c) y se lanza contra las minoras opresoras. Los lderes tienen un papel clave en los dos ltimos puntos: ayudan a la poblacin a que abra sus ojos y vea la realidad, y organizan la protesta colectiva (pacfica o violenta). Cindonos a los dos verdaderos precedentes de cambio social (socialismo europeo y Tercer Mundo), salta a la vista que en ambos casos hubo un anlisis de la realidad, un modelo de interpretacin: en el primer precedente (apartado 2.1) ese anlisis fue el marxismo y en el segundo precedente (apartado 2.2) lo fue inicialmente el marxismo (asitico y latinoamericano) y, posteriormente, en la reciente Amrica Latina lo ha sido la teologa de la liberacin (que parta de anlisis modernos de la sociedad, aunque nunca se supeditara a uno de ellos). En ambas situaciones, los socilogos, los polticos y los economistas (y hasta los telogos!) han podido elaborar sistemas tericos coherentes, en una u otra postura: han trabajado con cierta comodidad (aunque a menudo con graves amenazas polticas) por el hecho de abordar una poblacin multitudinaria, con una problemtica homognea, con conciencia refleja de su situacin (o con facilidad para adquirirla) y en disposicin (ms o menos pronta) de lanzarse a la transformacin social. Los socilogos podan trabajar sobre datos que verdaderamente respondan a la realidad, los polticos podan canalizar histricamente ese movimiento colectivo, los economistas podan elaborar modelos socioeconmicos que por los menos sobre el papel tuvieran cierta coherencia, y los telogos podan ver en esa masa oprimida el nuevo pueblo de Israel que est llamado a vivir el xodo liberador, la salida de Egipto, y podan ver el rostro de Cristo humillado y agredido en los millones de rostros de todo un pueblo explotado. Y si hemos hablado en pasado no es porque todo eso ya no ocurra, sino porque ha precedido en el tiempo a la realidad de la marginacin en las grandes ciudades del norte del planeta. Sin duda, esas multitudes humilladas del Tercer Mundo a las que hemos aludido siguen en la misma situacin que hace algunas dcadas, y en no pocos casos viven hoy ms pobreza de la que experimentaban entonces. 3. LA MARGINACIN ES DISTINTA La miseria que viven centenares de personas en determinadas zonas de las grandes ciudades modernas tiene sin duda algunas semejanzas con las miserias que acabamos de recordar (proletariado europeo y Tercer Mundo), pero el abismo de la diferencia es mayor que los puntos de similitud que podamos encontrar. Socilogos, economistas, polticos (gobernantes y opositores) y telogos se dan de bruces contra esa realidad, aun cuando sus esfuerzos sean sinceros. Los tres primeros necesitan un sujeto colectivo, una masa humana relativamente homognea, y no la encuentran. Los voluntarios y profesionales que trabajan al lado de la persona concreta marginada (habr que hablar de persona ms que de clase social) saben muy bien que los grandes anlisis realizados por muchos de esos tericos no responden a la verdadera realidad que uno se encuentra en la calle. Pero al mismo tiempo les piden que logren presentar un anlisis vlido, una reflexin, una interpretacin, una salida, porque necesitan todo eso para tener un marco hermenutico que les ayude a moverse en el encuentro con la persona concreta. As, todos esos analistas y pensadores sin duda tienen un importante papel que desempear, pero no pueden abordar la problemtica de la nueva marginacin urbana con el mismo encuadre hermenutico que utilizaban para abordar las grandes problemticas

  • 8

    colectivas homogneas. As, entre los precedentes histricos y la marginacin actual hay una continuidad y una discontinuidad. La continuidad la encontramos principalmente en los siguientes puntos: 1. La marginacin ha sido provocada por el sistema socioeconmico (no es fruto de la casualidad o de la mala suerte). Los marginados son el negativo fotogrfico de la sociedad. Si el positivo es el ejecutivo decidido y elegante, el negativo lo es el indigente que duerme en los portales. Uno y otro lo son de la misma foto, de la misma sociedad. 2. Se hace necesario un anlisis serio de esta realidad: todava no se ha hecho niguno verdaderamente satisfactorio. 3. Se hace necesaria una salida poltica: los polticos deben tomar conciencia de que no se puede abordar un serio proyecto de futuro que no corrija las tendencias de mantenimiento (y reproduccin) de tantos marginados en nuestras ciudades. Slo desde un orden socioeconmico nuevo (o renovado) se podr doblegar la espiral de generacin de marginados que nos caracteriza. La discontinuidad puede ser resumida en los siguientes puntos: 1. Aqu se vive ms el fracaso que el triunfo. No olvidemos que, a pesar de los innegables fracasos del movimiento obrero, su historia se ha visto marcada sobre todo por la sucesin de triunfos parciales. Y en el Tercer Mundo la victoria de momento se encuentra ms en la toma de conciencia de la gente que en los logros econmicos conseguidos. En la marginacin, en cambio, los triunfos parciales y la toma de conciencia brillan por su ausencia. 2. No hay sujeto colectivo. Cada familia, cada persona, es un drama particular. La conciencia de esa particularidad lleva a muchos marginados a altas cotas de insolidaridad entre ellos: juntos no nos salvaremos, pero quizs yo s logre algo por mi cuenta. 3. Todava no hay ningn anlisis serio, vlido, indiscutible, o al menos ninguno que haya sido pblicamente aceptado como tal. 4. No hay movimiento social: sin sujeto colectivo, homogneo (con conciencia de problemtica comn), no puede haber lo que en las ciencias sociales se denomina movimiento social. Y es un movimiento social lo que realmente puede presionar sobre el conjunto de la sociedad para que las cosas cambien. 5. A menudo el problema no es estar mejor, sino simplemente ser. As, algunos voluntarios cristianos, en lugar de hablar del binomio fe/justicia, prefieren hablar del binomio fe/persona, ya que justicia tiene siempre unas connotaciones de colectividad que son difcilmente aplicables a la realidad social de la marginacin. Los cristianos se hallan desconcertados: la inmersin de muchos militantes cristianos en el mundo obrero intent ser una superacin del paternalismo asistencial que a menudo haba caracterizado las relaciones de la sociedad (y de la Iglesia) con los pobres que en ella haba. Eran dos estilos diferentes de presencia, ambos inspirados en el evangelio, con mayor o menor fortuna. Los militantes que procuraron abordar el problema obrero desde sus races introdujeron en la vida de la Iglesia el anlisis de las estructuras, el valor del trabajo remunerado, la importancia de la presin social y poltica a partir de plataformas decididas (sindicatos, partidos de izquierda, asociaciones de vecinos, centros culturales, ...). Ante el caos de la marginacin parece que el compromiso obrero se resquebraje. Volvemos acaso al paternalismo asistencial (repartir ropa, visitar familias por las casas, etc)? Verdaderamente, en no pocas ocasiones da la impresin de que es as y, sin menospreciar las cosas positivas que se llegaron a hacer con el trabajo asistencial de antao,

  • 9

    no parece que sea lo ms adecuado para los tiempos que corren. Pero cuando se sigue de cerca el trabajo concreto de muchos de estos voluntarios y profesionales, percibimos que, ms que volver atrs, lo que est ocurriendo es que entramos en lo que podramos denominar fase 3, que recoge (o intenta recoger) lo ms positivo de la fase 1 (el asistencialismo, a veces paternalista) y la fase 2 (la reivindicacin radical): * De la fase 1 se recupera el valor de la atencin a la persona concreta, con la conviccin creyente de que en ella uno se relaciona con Cristo mismo (Mt 25). Se procura hoy acompaar a esa persona, con el cuidado de no forzarla a un proceso de cambio que ella no entiende. Se intenta respetar su cosmovisin. La Iglesia cre hospitales, horfanatos, residencias, que hicieron un gran bien: recuperamos ahora lo mejor de esa tradicin. * De la fase 2 se conserva la necesidad del anlisis de la realidad y el trabajo activo para incidir eficazmente en las estructuras. Se procura estudiar (y recorrer) las vas de solucin de la problemtica social. 4. LA MARGINACIN COMO SNTOMA DE UNA ENFERMEDAD ENDMICA De lo mostrado hasta aqu sonsacamos dos modelos de realidad infrahumana y sendas respuestas a esas situaciones: el modelo opresin/revolucin y el modelo marginacin/humanizacin. El modelo opresin/revolucin corresponde (tal como ya hemos indicado antes) a una realidad social en la que una minora opulenta vive confortablemente a costa de una mayora que sobrevive infrahumanamente. La mayora oprimida toma conciencia de su dignidad humana y se rebela contra esa opresin. La rebelin podr ser pacifista a lo Gandhi o violenta a lo Fidel Castro; podr ser razonable a lo sandinista o irracional al estilo de Sendero Luminoso. El modelo marginacin/humanizacin nace en los suburbios de las grandes ciudades, no slo con gente nacida en esas ciudades, sino (sobre todo) con personas de todo tipo de pases que se han desplazado a esos suburbios. En un espacio reducido (un barrio, una crcel) encontramos el retrato fotogrfico (en su negativo) de toda la humanidad. Los marginados son las personas que han quedado descolgadas del progreso veloz de la modernidad, aparcadas en los mrgenes de una autopista en la que los coches corren cada ao a mayor velocidad. Y cuanto mayor es la velocidad del progreso, de los cambios tcnicos y culturales, mayor es la dificultad que tiene el marginado para reintegrarse en el sistema social. La sola existencia de los marginados (ms all de que sean muchos o pocos) pone en cuestin ese sistema social. Y aqu damos con uno de los puntos ms destacados por las personas que trabajan con marginados: la realidad de la marginacin es sntoma de una enfermedad que padece todo nuestro sistema social. Esta es una dura batalla de mentalizacin a realizar, ya que tenemos tendencia a pensar que el problema de la marginacin es de los marginados (no han tenido suerte en la vida, decimos), cuando verdaderamente es un problema de toda la sociedad. Todo el cuerpo est enfermo, pero las llagas slo aparecen en algunos puntos concretos. Los pobres son las llagas del sistema. Qu sufrimos los que no somos pobres? Pronto empezamos a notarlo: aburrimiento, sinsentido, soledad, hasto, cansancio, prdida de horizontes, monotona. En fin, tristeza. Las administraciones pblicas en ocasiones tienen tendencia a acabar con el problema a base de suprimir su formulacin. De esta forma, a menudo se utiliza la poltica de limpiar la ciudad: expulsar a las prostitutas de tal zona, echar a los gitanos de aquella explanada, derribar estas casas, ensanchar esa calle. Pero en muy pocos de estos casos se atiende

  • 10

    verdaderamente a las personas que sufren la postracin social. El problema se traslada a unas calles ms arriba o al barrio vecino, pero en definitiva subsiste. No queda otra solucin (si es que verdaderamente deseamos encontrar una) que la de coger el toro por los cuernos y, desde todas las esferas de la sociedad, lanzarnos al reto de humanizar el sistema, de cambiar el estilo de nuestro mundo occidental. Es posible que en algunos casos s logremos ayudar a esas personas que sufren la miseria, y probablemente en muchos otros casos nos estrellemos contra el fracaso, pero lo que s resulta patente es que, tanto si logramos liberarles de su marginacin como si fracasamos, nosotros humanizaremos nuestra vida intentando humanizar la suya: si desde el interior de nuestro sistema intentamos hacerles salir de los mrgenes, quizs fracasemos, pero probablemente engendraremos un sistema (o un modo de vida) que no sea generador de mrgenes. Y esto constituye, a la larga, el mayor xito. En la marginacin existe el marginante y el marginado. Tan annimo es el uno como el otro, y mutuamente se rechazan: me han robado por la calle, dice el marginante; me lo han quitado todo, dice el marginado. En la humanizacin, en cambio, uno y otro avanzan en la misma direccin, y el uno necesita del otro. Y juntos, como dos ancianos amigos, antao enfrentados en no se sabe qu guerra, caminan hacia una humanidad nueva. La persona que vive confortablemente slo lograr humanizarse en la medida en que salga de s y se acerque a la persona que vive mseramente. Y sta se humanizar en la medida en que pueda relacionarse con la persona de vida confortable. As, estableciendo relacin all donde haba un muro, las dos partes del sistema se humanizan en la misma direccin. Ambas se hacen ms persona. Si la revolucin slo estaba en manos de los grandes colectivos (nacionales, sociales, etc), la humanizacin est al alcance de cualquier persona, y ser tanto ms eficaz cuanta ms gente se implique en ella, lo cual no quiere decir que sea una tarea fcil, sino una tarea al alcance de nuestras posibilidades. Revolucin y humanizacin persiguen exactamente lo mismo: que todos los hombres vivan con dignidad humana. Pero la revolucin responde a una situacin social (la de la mayora homognea explotada por una minora) y la humanizacin responde a otra (la de una minora heterognea situada forzosamente en el margen de la historia). . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resumamos este primer apartado. El problema de la existencia de personas que sufren una pobreza verdaderamente indigna no es nuevo. Prcticamente siempre ha habido pobres de una u otra forma. Sin embargo, las caractersticas de los actuales marginados en las grandes ciudades opulentas contienen diferencias significativas con respecto a otros modos de pobreza. Y a primera vista da la impresin que esta nueva marginacin es muy difcil de resolver, no tanto por su dimensin cuantitativa, cuanto por la complejidad de su realidad variada y por la dificultad que encontramos cuando queremos frenar las tendencias reproductivas de la marginacin. No valen sin ms las soluciones que en el pasado se utilizaron para abordar otros tipos de pobreza, pero tambin es estril negarse a recoger la experiencia de tantos hombres altruistas que nos han precedido. Aprendemos del pasado sin imitarlo.

  • 11

    II. INTERMEDIO: una matriz teolgica reciente En la segunda mitad de este siglo, y de manera muy especial en los agitados aos 60, muchos cristianos percibieron que la teologa que les haba llegado cojeaba en su dimensin poltica. No era la nica cojera de la Iglesia que caminaba renqueante desde su escisin interna (catlicos/protestantes) del siglo XVI. La Iglesia posterior a la Reforma Luterana inici un triste proceso de cerrazn sobre s misma en aras de no perder ni un pice de su tan antigua tradicin teolgica. Y queriendo ser fiel a la tradicin, verdaderamente la ahogaba, ya que la tradicin es una entidad viva, que no se puede detener: se la detuvo para conservarla, y as se la hiri gravemente. Con ello la Iglesia entr en el mundo moderno excesivamente protegida y temerosa. Cuando se produjeron las tres grandes aperturas de nuestro mundo contemporneo, la Iglesia de entrada se mostr reacia a aceptarlas. Pero los santos llegan all donde la estructura no puede. El ejemplo de no pocos catlicos, a veces incomprendidos por su propia Iglesia, mostr los caminos que luego se han visto ms fructferos y ms fieles a la tradicin. Las tres grandes aperturas fueron: 1. La Ilustracin, o mayora de edad del individuo. 2. El Socialismo (denominada segunda Ilustracin), o mayora de edad de la clase oprimida. 3. El drama existencial, o el absurdo que el hombre encuentra cuando se erige como centro nico del universo, cuando se halla solo en el mundo sin puntos de referencia mayores a l. (Y es apertura en la medida en que el hombre puede renacer con una nueva sensibilidad y conocimiento de s despus de esa crisis desgarradora). Con dificultades internas, pero tambin con celeridad, muchos cristianos de los aos 50 y 60 (con algunos precedentes anteriores) se abrieron decididamente a estas tres grandes novedades del hombre moderno. Quisieron vivir cristianamente su condicin de hombres del siglo XX, sin aorar ningn supuesto pasado mejor. Las tres aperturas se produjeron en Europa, pero rpidamente aportaron instrumentos de reflexin para las Iglesias que vivan el drama del Tercer Mundo. Los que lo vivieron recuerdan an la celeridad de los cambios: telogos discutidos en los aos 50, un Concilio-sorpresa que empieza en 1962, una revolucin en las formulaciones oficiales de la Iglesia, cambios espectaculares en la prctica eclesial, despertar de las Iglesias del Tercer Mundo, ... Se cambi ms en diez aos que en los cuatro siglos anteriores4. Vamos a centrarnos ahora, aunque slo sea a modo de intermedio, en la apertura de la teologa a la realidad poltica. Tanto en Europa como en Amrica Latina muchos cristianos vivieron la necesidad de dar respuesta desde su fe a realidades polticas que resultaban opresoras para una gran multitud de personas. Paulatinamente fueron (re)descubriendo que la liberacin pascual del Seor afecta a todas las dimensiones de la persona. No se puede decir que el Seor slo nos libere en algn aspecto de nuestra realidad humana: todo el hombre queda redimido. Tambin nuestro hombre poltico. Ms an, aquellos cristianos de base, junto con no pocos telogos, fueron percibiendo que la verdad de fe no pasa slo por la correcta formulacin doctrinal (ortodoxia), sino tambin (y sobre todo!) por la correcta vida prctica (ortopraxis). Vieron que el Jess histrico no invitaba tanto a que formulsemos adecuadamente verdades de fe (sin quitar a esto importancia), a que vivisemos de forma acorde con el estilo humano de Dios Padre, revelado en Jesucristo. Y textos tan impresionantes como la Primera Carta de San Juan, la Carta de Santiago o el captulo 13 de la Primera Carta a los Corintios cobraron un relieve

  • 12

    inusitado. En Europa y en Amrica Latina los procesos fueron paralelos y comunicados entre s. Lo rico de uno y otro proceso teolgico-eclesial fue el sincero intento terico y prctico de implicar al cristiano en las realidades polticas en que se hallaban envueltos los hombres de su sociedad. En Amrica Latina esa apertura a lo poltico ha costado miles de mrtires (creyentes que, a pesar de las amenazas de muerte, han preferido seguir dando testimonio pblico de su fe en el Cristo liberador). En Europa no ha habido mrtires: s ha habido, en cambio, mucha incomprensin intraeclesial. 1. LA TEOLOGA POLTICA EUROPEA Nos interesa echar un vistazo a las teologas que se han introducido en la realidad poltica (con deseos de interpretacin y sobre todo de transformacin) porque constituyen precedentes claves para todo intento de teologa de la marginacin. La reflexin creyente que intente interpretar (y transformar) la realidad de dolor de miles de personas empobrecidas en las grandes ciudades modernas deber sentirse hija de esta tradicin eclesial que ha brotado en Europa y en Amrica. Probablemente no sern estos los nicos precedentes a seguir, pero indudablemente la Teologa de la Marginacin ha recibido buenas dosis de herencia de la moderna Teologa Poltica. La Teologa Poltica europea naci en buena medida como respuesta a un reto terico (el marxismo), y por ello en no pocas ocasiones apenas sali de las aulas de las escuelas de teologa. El marxismo acus a la religin de ser opio del pueblo, y sin duda en la vida eclesial de estos ltimos siglos el lenguaje religioso fue a menudo utilizado para mantener el sistema vigente, para permitir que los poderosos conservaran su poder gracias a Dios, que as lo haba decidido. Los cristianos polticos del siglo XX han intentado mostrar con sus vidas que la fe cristiana autntica no slo no es opio del pueblo, sino que es la mayor fuente de humanizacin que el hombre pueda encontrar. Al lado de los telogos de despacho ha habido cristianos (y telogos) radicalmente comprometidos con los avatares polticos: curas obreros, religiosos en barrios perifricos, comunidades de base, cristianos en sindicatos, partidos polticos, plataformas diversas de incidencia social. Muchos de ellos se encontraron en la difcil frontera que separaba una sociedad en acelerado cambio y una Iglesia que a menudo se resista a ceder posiciones de poder. Cristianos en el partido, comunistas en la Iglesia, son muchos de ellos (aunque probablemente no todos) fieles de la Iglesia que han trabajado duramente por acercar la buena noticia pascual a las clases ms desfavorecidas y por lograr que la Iglesia sea fermento transformador de la sociedad, y no bastin conservador de los poderosos. Intelectuales y luchadores de calle buscaron el enlace intrnseco entre el momento terico y el momento prctico de la vida de fe. Johan Baptist Metz, telogo alemn, ha sido sin duda uno de los padres de esta nueva teologa poltica. Y vamos a tomar dos citas de l para subrayar un par de ideas que ahora nos interesa destacar: 1. La Teologa Poltica muestra que teora (teolgica) y praxis (vivencial) se alimentan y necesitan mutuamente. No hay verdad (terica) al margen de una prctica acertada. No existe la ortodoxia si no va de la mano de la ortopraxis. No hay liberacin del hombre si no se transforman las estructuras polticas que lo esclavizan. La teologa poltica reclama (...) un rasgo fundamental en la construccin de la conciencia crtica teolgica en general, que a la verdad est determinada por una nueva

  • 13

    relacin entre teora y prctica, segn la cual toda teologa como tal debe ser prctica y estar orientada a la accin5. 2. La Teologa Poltica no es una rama ms de la teologa, de modo que se pueda hacer teologa sin que sea poltica, sino que es la afirmacin de que toda teologa est impregnada por lo poltico: no se puede hacer teologa dando la espalda a la realidad social que vive el creyente que reflexiona. (Adems, tal como matiza Clodovis Boff, se puede hacer una teologa de lo poltico6, pero eso ya no ser la dimensin poltica de toda teologa.) ... la teologa poltica no designa primariamente una nueva disciplina teolgica junto a otras, con un conjunto determinado de temas regionales o especiales7. O dicho con palabras de Karl Rahner, maestro de Metz: ... si por teologa poltica se entiende simplemente el hecho de hacer valer de modo expreso la relevancia social de todos los enunciados teolgicos, es evidente que tendr que haber una teologa poltica. Y esta ser no tanto una teologa regional, sino ms bien un punto de vista formal, universalmente aplicable a toda temtica teolgica8. Muchas comunidades de base y grupos cristianos de diversos estilos han asumido plenamente esta teologa poltica, y han encontrado en ella un modo de reflexin que acerca considerablemente el evangelio de Jess a las realidades sociales de hoy. En esta reflexin teolgica de las comunidades han tenido un papel muy importante los mandos intermedios: telogos que han dejado el despacho, catequistas, animadores de movimientos, etc. Ellos han empalmado la alta teologa acadmica con la reflexin viva de los cristianos de a pie. Y esto es lo que da legitimidad a la teologa poltica: ha ayudado a vivir seriamente la fe de multitud de cristianos y ha abierto caminos que la Iglesia podr recorrer si pierde los miedos histricos que la atenazan. El sensus fidei, el sentido de fe que tienen los cristianos de base, ha sido la rbrica para esta teologa nacida en los aos 60. 2. LA TEOLOGA DE LA LIBERACIN El fenmeno de la Teologa de la Liberacin no tiene precedentes en la historia de la Iglesia: por primera vez se ha gestado seriamente una teologa no europea, se ha visto que la Iglesia puede cobrar vida con adultez en otros continentes. El proceso de gestacin no ha sido del todo independiente de Europa, ya que la mayora de telogos que han encabezado esta corriente han estudiado en las confortables universidades europeas. Pero, tal como suelen decir ellos, la fe de aquella gente explotada les ha fecundado. Han puesto su cultura teolgica europea al servicio de un camino que han labrado los cristianos de base. La diferencia entre esta teologa y la europea que acabamos de comentar reside simplemente en el contexto histrico que las ha gestado. La Teologa de la Liberacin naci en una situacin poltica de dictaduras militares dursimas y de expolio econmico de todo un continente: ese contexto dramtico provoc que la vivencia de fe y su consiguiente reflexin llegara hasta los rincones ms recnditos de la existencia humana. Los cristianos de all (incluidos los telogos) lo pusieron todo en juego. El resultado marca la diferencia con Europa: miles de muertos. Miles de mrtires. Slo de vez en cuando muere algn famoso (scar Romero, Ignacio Ellacura y compaeros, etc) que se constituye como smbolo (visible) de esa multitud (invisible para nuestra ceguera) que agoniza y es asesinada en aquel

  • 14

    continente expoliado. En Amrica no slo el sensus fidei de la gente ha dado el sello de veracidad a la teologa, sino tambin la sangre del martirio. Donde hay mrtires, est la Iglesia de Cristo. Para frenar esta oleada de autenticidad teologal, los poderosos de turno (especialmente dirigentes de multinacionales y de algunos gobiernos) han empezado en los ltimos aos a subvencionar sectas de todos los colores que adormecen la conciencia de la gente. Les invitan a cantar aleluyas y a prescindir de la realidad poltica, con lo que se va olvidando que el aleluya ms autntico es el que brota de la liberacin integral del hombre. Los puntos fundamentales de la Teologa de la Liberacin mayoritariamente no son muy distintos a los de la Teologa Poltica Europea, entre otras razones porque una y otra se han alimentado mutuamente durante estos aos. Veamos algunos: 1. El punto de partida es un pueblo destrozado y un grito de humanidad: esto no puede ser! 2. En el interior de ese drama diario los cristianos se acercan al evangelio e intentan atisbar cmo vivi Jess de Nazaret el drama de su tiempo, cmo se relacion con los pobres y marginados de entonces. Los telogos parten del drama de este tiempo y del Jess histrico. Ven que Jess vivi transformando la realidad de pobreza y marginacin que le rodeaba (hablaba con prostitutas y publicanos, anunciaba el ao de gracia para los pobres, etc), y ese modo de vida le llev a que los poderosos e influyentes le asesinaran. La vida de Jess est transmitiendo cmo es Dios Padre: es un Dios que desea la vida plenamente humana de todos sus hijos y que quiere su total liberacin, tal como ya se haba manifestado en la experiencia nuclear del pueblo de Israel, el xodo liberador de Egipto, el paso (pascua) de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida. 3. La liberacin pascual de Cristo resucitado afecta a todos los campos de la vida humana: tambin incluye la transformacin poltica. La resurreccin pasa por esa transformacin poltica, lo que no significa que se reduzca a ella. 4. All en Amrica, como aqu en Europa, se desarrolla una reflexin (an ms honda) sobre la relacin teora/praxis. La verdad de la Iglesia no se reduce a la precisin de sus enunciados doctrinales, sino sobre todo a la autenticidad de su vida histrica pascual. La verdad autntica est en el seguimiento de Jess. Con ello los telogos latinoamericanos no queran quitar importancia a la reflexin (ellos tambin reflexionan!), sino que queran acabar con ese lastre histrico de una teologa que no encontraba su sitio en las realidades histricas, y que buscaba (desde el despacho) formulaciones universales nacidas al margen de la situacin social. 5. Los telogos de la liberacin utilizan diversos anlisis de la sociedad que les sirven de instrumentos para su aproximacin a la realidad histrica. Este ha sido uno de los campos de batalla intraeclesial. Muchos les han acusado de someterse a la filosofa de fondo que contenan algunos de esos anlisis de sociedad (por ejemplo, el marxismo) y de reducir la teologa a esas cosmovisiones no cristianas. Pero ellos se defendieron con energa9. 6. La novedad de la teologa de la liberacin reside en la hermenutica, en el contexto vital desde el que los cristianos reflexionan y se aproximan a la Biblia. Los telogos de all saben que no estn diciendo cosas nuevas, sino que estn afirmando tesis muy antiguas que en aquel contexto cobran veracidad. (La lectura del xodo, de los Profetas, de los Evangelios, de las Cartas de Juan, del Apocalipsis, de los Santos Padres de los primeros siglos del cristianismo, de muchos papas y responsables de Iglesia, les hacen ver que las tesis de la teologa de la liberacin son antiguas y fundamentales en la vida del pueblo de Dios)10. Este ltimo subrayado lo retomaremos ms adelante porque nos dar una de las claves

  • 15

    para entender la teologa de la marginacin. Vamos a ella.

  • 16

    III. LA TEOLOGA DE LA MARGINACIN A fin de no ir arrastrando equvocos onerosos conviene que precisemos de entrada qu es lo que entendemos por Teologa de la Marginacin. Son muchos los cristianos que dedican buena parte de su tiempo (cuando no su vida entera) al trabajo con los marginados de las grandes ciudades. A menudo se encuentran con realidades extremas que les sacuden hondamente y les plantean cuestiones de difcil respuesta. Muchos de estos cristianos reflexionan, oran, revisan, comentan, comparten, guardan silencio... en definitiva intentan saber qu es lo que Dios est diciendo a travs de esta realidad tan inhumana. La teologa que ellos han aprendido a veces les ha resultado til, pero otras veces ha quedado muy insuficiente. La Teologa de la Marginacin es la reflexin creyente que brota de estos voluntarios y profesionales que estn dando la vida en los mrgenes de la sociedad. No olvidemos que se trata de una reflexin naciente: por ello cuando hablemos de Teologa de la Marginacin no nos referiremos nunca a algo ya existente, sino a una reflexin que est siendo engendrada (y a cuya gestacin queremos contribuir con nuestro escrito). Algunas de las cuestiones clave de esa reflexin creyente son: 1. Dnde est Dios? 2. Nos dice la realidad de la marginacin algo acerca de Dios, nos desvela algo acerca de su ser? 3. Nos dice Dios mismo algo a travs de la realidad de la marginacin? 4. De qu modo quedan alterados, a partir del drama de los mrgenes, los pilares sobre los que se fundamenta la sociedad, la Iglesia, la teologa? No seguiremos estos interrogantes de forma sistemtica, ni tampoco son los nicos que abordaremos, pero s que los iremos encontrando a lo largo de nuestra exposicin. 1. CUATRO LECTURAS DE UNA SOLA REALIDAD Desde una lectura creyente de la realidad (esa lectura que intenta captar la presencia de Dios en el devenir de la historia) vamos a aproximarnos al mundo de la marginacin a travs de cuatro modelos inspirados en el Nuevo Testamento. Cada uno de estos modelos ilumina la realidad que vivimos e intenta darle un sentido, un significado, procura atisbar una direccin. Los cuatro modelos no se excluyen mutuamente, pero s son distintos. a) El modelo Beln Dos evangelios presentan el nacimiento de Jess con una gran belleza plstica y al mismo tiempo con un profundo significado. Jess nace en un pesebre porque no haba sitio para su familia en las posadas habituales. Estas posadas estn llenas: no cabe en ellas el que ahora viene de fuera. En el pesebre estarn Jos, Mara y el nio, y quizs algunos visitantes del lugar. En Beln nace el Hijo de Dios, y se hace beb: indefenso, inconsciente, pequeo, dbil. No hay mayor debilidad que la de un beb: cualquier otra criatura es ms fuerte y resistente que un recin nacido (aunque s sea cierto que un beb posee enormes posibilidades de futuro). Dios se ha hecho debilidad. Beln nos muestra la debilidad de Dios. El estilo de Dios no es el de la prepotencia, el de los grandes conquistadores. El estilo de Dios se parece ms a un beb que a un gran general. Dios es ternura. Cuando nace un prncipe todo el pas se conmueve con la noticia. Cuando nace un cro en un pueblo todos los vecinos lo celebran. Pero Jess no recibi ni los honores de un prncipe ni el eco de la vencidad. Naci extranjero. Beln nos muestra que Dios suele estar fuera, en el rea que nosotros rechazamos por ajena. Nuestra tendencia es la de buscar a Dios

  • 17

    dentro (dentro de la familia, de la comunidad, de la ciudad, de la Iglesia, ...), pero Dios prefiere mantenerse fuera y hacernos salir. Y saliendo, somos. Curiosamente los evangelios no presentan la escena del nacimiento como un acontecimiento triste (qu vergenza, el Hijo de Dios apartado de la ciudad!), sino todo lo contrario: no hay pasaje ms alegre en todo el Nuevo Testamento que el del nacimiento del Mesas. En esa pobreza, en esa marginacin, en ese silencio, en ese anonimato, Dios est. All hay alegra, all los ngeles cantan llenos de jbilo. All: no en el palacio de Herodes, no en la corte del Csar. La plenitud de gozo que buscan ansiosamente los Herodes y los csares se encuentra all. Esto es algo que perciben los que trabajan en la marginacin: en las situaciones ms extremas, ms mseras, a veces casi se toca el cielo. Y cuando se vive esta experiencia, entonces todo lo dems, toda nuestra compleja y sofisticada sociedad, sabe a muy poco. Casi a nada. En Beln no caben los discursos. Ni las promesas de futuros prometedores. Los polticos no tienen sitio all, porque ese lugar no conduce al xito ni al poder. En Beln slo cabe el acompaamiento silencioso, la alegra profunda, la pobreza humillante. b) El modelo Nazaret De la vida de Jess en Nazaret apenas sabemos nada. Slo sabemos que la vivi. Y eso basta. Nazaret es el lugar del trabajo silencioso, annimo. All se vive lo cotidiano sin que ello trascienda a ninguna alta esfera. Ningn historiador de hoy sabe nada de lo que ocurri en aquel pueblo durante aquel tiempo. Simplemente la gente viva. Y eso es lo que ocurre con la actividad de la inmensa mayora de voluntarios y trabajadores sociales. Trabajan y trabajan, y parece que todo eso tiene muy poca relevancia, mientras que un simple viaje en avin de un Presidente llena las pginas de los peridicos de tesis y suposiciones. Si comparamos cuantitativamente los aos de vida oculta de Jess con los de vida pblica, si comparamos sus tiempos de silencio y anonimato con los tiempos de anuncio pblico, podemos concluir que la vida de Jess (la del Hijo de Dios entre nosotros) fue prcticamente la de un hombre callado, desconocido. Y del interior de ese silencio y de ese anonimato sali la relevancia del mensaje transmitido por Jess. c) El modelo Galilea En Galilea11 Jess inici su actividad pblica y all escogi a sus discpulos. En Galilea, y ms tarde en otras regiones, Jess anunci la inminencia del Reino, la paternidad de Dios, y liber a muchos oprimidos de su angustia. Galilea es el lugar de la curacin eficaz, del anuncio pblico, de la cooperacin de algunos, de la incomprensin de muchos. Los que trabajan con marginados no renuncian a esta dimensin galilea: saben que no basta con trabajar silenciosamente, con amar en el anonimato. El amor puede (y debe) llevar al combate pblico, a reivindicar lo justo en cualquier esfera de la sociedad. El silencio fecun-da la palabra pblica, que ha de llegar. La ausencia da relieve a la presencia visible. El trabajo con marginados no es slo de acompaamiento, sino tambin de transformacin, y toda trans-formacin violenta la forma anterior. Tambin la forma social, poltica, cultural, teolgi-ca. d) El modelo Jerusaln En Jerusaln Jess es acusado injustamente, condenado grotescamente, ejecutado vergonzosamente. El Hijo de Dios es maltratado, insultado y crucificado. Jerusaln es el lugar del desconcierto, del fracaso. Y ese lugar es el punto central de la historia de salvacin. Esta es la situacin de los hombres marginados: son hombres, y por ello tienen la misma dignidad que cualquier ser humano; pero son marginados, y por eso se les oculta su

  • 18

    ms honda dignidad. Ah se produce el desconcierto de la cruz: el Hijo de Dios crucificado, los hombres tratados como animales. Esta condicin de inhumanidad es la que Dios ha escogido para liberarnos. La lectura junica nos muestra que lo que pretenda ser un proceso contra Jess verdaderamente se constituye en su ms honrosa entronizacin, tal como diremos ms adelante. Dios entroniza all donde los hombres escupimos. Cada uno de estos modelos nos aporta desde el NT una visin de la realidad, quizs al estilo de las transparencias de los mapas geogrficos usados en las escuelas, donde cada transparencia aporta un aspecto de la realidad de nuestro pas (ros y montaas, poblaciones, etc). Cada uno de nuestros cuatro modelos contiene verdad y se enriquece con la verdad de los otros: y el resultado final (fruto de la contrastacin de unos modelos con otros) siempre ser la pascua del Seor, ya que la transformacin liberadora de la realidad humana, del universo entero, es sin duda la clave de lectura de cualquier lectura creyente. 2. EL LUGAR DE DIOS: ABAJO No es simple casualidad que hasta ahora hayamos hablado de lugares. Y quizs la categora de lugar es ms til en la teologa de la marginacin que la de proceso histrico. La teologa moderna, concretamente la poltica europea y la de la liberacin, introdujo la categora de historia en la reflexin creyente, con lo que se pas de la es-tructura de pensamiento compacta de la Escolstica (con conceptos claros y a menudo inamovibles) a un pensamiento dinmico, una reflexin que va encontrando la verdad en el devenir de la historia. La cultura moderna occidental y los movimientos polticos del Tercer Mundo han tenido muy presente la historicidad de la vida y pensamiento humanos. En la teologa de la marginacin encotramos ms dificultad para hablar de historia: tal como hemos sealado en la primera parte, muchos de los marginados carecen de sentido histrico (a menudo prefieren no recordar de dnde vienen, no esperan nada del maana, slo confan en poder pasar el da de hoy sin especiales dificultades). Aunque aqu debemos matizar un punto importante: la carencia de sentido histrico en los marginados se da especialmente como colectivo. No tienen conciencia de ser un grupo que avanza en la historia. Otra cosa es que s gusten a veces de narrar su vida concreta, su relato personal, sin que esa narracin tenga pretensin alguna de tomar la categora de gran historia colectiva (al estilo de las revoluciones modernas o de las luchas sindicales). La falta de sentido histrico afecta a menudo a los que trabajan con estos marginados, dado que no perciben grandes progresos en su tarea: no observan un proceso histrico de transformacin visible. En muchas situaciones, pasan los aos y la realidad perdura msera; a veces incluso se deteriora progresivamente. El tiempo no es una dimensin a tener muy en cuenta en el mundo de la marginacin. El espacio, s, es clave. Y esto salpica a la reflexin creyente. La pregunta no es cundo llegar el Seor?, sino dnde est Dios?. Recordemos que los hombres que sufren una dictadura se preguntan por el cundo acabar. No es esta la situacin del mundo marginal. Pasamos, por tanto, del paradigma del proceso (la historia como clave interpretativa de la realidad humana) al paradigma del lugar. El reto ya no residir tanto en el futuro a construir, sino en la existencia de los mrgenes de nuestra sociedad. Muchos voluntarios y trabajadores de la marginacin explican una experiencia comn que tienen a menudo: cuando se acercan a los lugares de inhumanidad, ellos se humanizan paulatinamente, casi sin percibirlo. Saliendo de s mismos (de su centro social), encuentran fuera la fuente que les humaniza. El lugar de infrahumanidad es la fuente de humanizacin. Y este es el reverso de la moneda de otra experiencia no menos usual de nuestra sociedad: los

  • 19

    que suben en los peldaos interminables de la escalera social, buscando el prestigio, el poder, la fama, la riqueza, te dicen (cuando se sinceran) que subiendo se han deshumanizado. Esto nos muestra que la autntica realidad humana es exactamente inversa a la que percibimos a primera vista: lo ms humano no se encuentra arriba, sino abajo. No dentro, sino fuera. Y es en esta lectura de la sociedad donde podemos entender muy bien la teologa junica, a la que ya hemos aludido. @PET = Recordemos ahora con algo ms de detalle lo ya sealado: todo el evangelio de Juan se encuentra impregnado por el relato de la pasin del Seor. Hasta el captulo 12 se va diciendo que an no ha llegado la hora, y a partir del captulo 13 (inicio de la pasin) se pasa a decir con igual reiteracin que ya ha llegado la hora. La hora no es otra que la de la cruz, el lugar de tortura y muerte al que podemos aproximarnos con dos tipos de lectura: 1. la visin de los contemporneos de Jess, que ven en l a un fracasado, un iluso, un ingenuo, un pretencioso; 2. la del evangelista (y la de la comunidad del evangelista), que ve en Jess al Hijo de Dios, y en la pasin la entronizacin final de Jess como rey. El evangelista, con gran profundidad teolgica, utiliza el mismo verbo (hypso) para designar la ejecucin en cruz (fue levantado) y la glorificacin (fue exaltado). Aqu la teologa penetra la realidad hasta lo ms hondo de su sentido y le da una significacin que los ciegos testigos del momento no supieron percibir. No es esta nuestra situacin ante el Calvario de los mrgenes urbanos? No es cierto que vemos el mundo de la marginacin con el primer tipo de lectura (esto es, como el fracaso de muchos infelices que no han tenido suerte en la vida) y que nos negamos a verlo con los ojos propios del segundo tipo de aproximacin, aquel que nos muestra que all est Dios? Dios est all: esta es una idea clave en la teologa de la marginacin. No utilizamos tanto la idea de avanzamos, sino la de Dios est. Los telogos de la liberacin se han enriquecido notablemente con la lectura del xodo, ya que en l contemplaban la historia progresiva de un pueblo que avanzaba hacia la liberacin definitiva gracias a la promesa de Dios. En la teologa de la marginacin no se niega la posibilidad de esa historia liberadora, pero se acenta ms la idea de que Dios est en el interior de la vida, aun cuando parezca que esta vida se presenta como carente de historia. Quizs habr que recuperar el texto de Emas (Lc 24,13-35), aquel en el que dos desanimados discpulos experimentan el sinsentido de la historia, la fugacidad de la esperanza, la miseria de la realidad. Y no se dan cuenta de que Dios (el Hijo resucitado) est presente en su vida de desnimo. Palabra, fraccin del pan, comunidad: son los tres elementos que revelan la lectura oculta y ms verdadera de la realidad vivida. Dios se hace presente en el sinsentido de la existencia, y se nos muestra en la vida de fraternidad. O quizs habr que releer desde la realidad de la marginacin los textos del AT correspondientes al exilio de los judos en Babilonia (s. VI a.C.). All se sintieron olvidados, vencidos, pero desde all surgi una de las formas de fe ms bellas y autnticas, reflejada en documentos como el Deuteroisaas (Is 40-55, donde la figura del siervo de Yahv cobra un gran relieve), el Tritoisaas (Is 56-66), Ezequiel o la redaccin definitiva del Gnesis (en la cual la fuente P introduce una antropologa muy desarrollada). 3. LA REALIDAD DE DIOS Sin duda es muy pretencioso querer hablar de la realidad de Dios, pero no tanto de la realidad de s mismo que Dios nos ha querido desvelar. Y en el mundo de la marginacin

  • 20

    los cristianos se sienten a veces introducidos en el ser mismo de Dios: y en Dios todo resulta desconcertante, alterado. Desde Dios encontramos bondad en la maldad del mundo. En los delincuentes ms crueles uno encuentra rasgos de profunda ternura que expresan el drama hondo que vive el sujeto: es tanto ms agresivo cuanto ms sensible ha sido a la agresin que sobre l se ha ejercido. Encontramos belleza en la fealdad, que es muy distinto a la belleza de lo feo. Aqu habr que recuperar a artistas como Henri de Toulouse-Lautrec, aquel aristcrata despreciado por los suyos a causa de su deformidad fsica. Se refugi en los bares de los suburbios de Pars y all pint la belleza oculta que lata en la fealdad de las bailarinas y de los borrachos: pint la mirada de amor con que l los miraba, pint la honda humanidad de aquellas vida dramticas12. No habra que hacer una teologa a lo Toulouse-Lautrec, viendo el amor oculto desde el amor oculto? En la realidad de Dios encontramos esperanza en la desesperacin. Y esto no pretende ser un fcil juego de palabras. A muchos trabajadores del mundo de la marginacin les sorprende la esperanza que algunos transentes y mendigos tienen: no es una esperanza en un futuro mejor, tal como hemos indicado antes, ya que su experiencia le hace ver que su futuro difcilmente ser mejor. Es la esperanza de saber que podrn vivir con prcticamente nada, de sentirse dignos por detalles diminutos, de sacar el mximo provecho a lo pequeo. Con casi nada logran vivir, y viviendo descubren que nada es ms importante que vivir. Por ello no es extrao que cuando un voluntario se acerca a uno de estos transentes tumbados en la calle, ste le conteste con un brusco djame en paz!. El voluntario con experiencia ya sabe qu puede significar esa expresin: estoy bien, vivo. No me quites este momento de paz. Ya hablaremos otro da. En Dios se experimenta la fuerza que brota de la debilidad. Los marginados revelan la debilidad de Dios (recurdese el modelo Beln). Con ello esos marginados se constituyen en misterio y sacramento de Dios. Lacordaire, cristiano francs del siglo pasado, miembro del grupo de la revista L'Avenir, se expresaba en estos trminos despus de haber afirmado que el pobre es un misterio, inalcanzable para la razn: El pobre es un sacramento como es un misterio; es un sacramento intermedio que no exige de nosotros preparacin alguna, sino que nos comunica la gracia y nos dispone para recibir el fruto de los sacramentos propiamente dichos. Tal es el grande, el magnfico poder de los pobres. Habitan el vestbulo del magnfico palacio de Dios; nadie puede ver al amo sin haber visto sus domsticos; en vano hace 19 siglos que se les echa de las puertas de nuestras iglesias: siempre vuelven, ah estn para instruirnos, tienen en sus manos la llave que abre el santuario. Si alguien pudiese vivir matemticamente seguro de su salvacin, sera el cristiano caritativo por quien se eleva cada da la oracin del pobre13. El pobre es sacramento visible del Dios invisible. Es vestbulo del palacio de Dios. La debilidad del pobre muestra la debilidad de Dios, que resulta ms poderosa que nuestras presuntas fuerzas. La fuerza de Dios es el amor, y el amor se muestra dbil en un mundo basado en la desunin. Pero el pilar del amor, aun agrietado y sacudido, se acaba mostrando ms resistente que las frgiles y brillantes caas del odio humano. En su debilidad, el marginado tiene la llave que abre el santuario: porque al santuario de la plena humanidad no se entra por la ancha (pero engaosa) puerta de la fuerza, sino por la estrecha (pero verdadera) puerta de la debilidad. La puerta de la debilidad conduce a la vida, y ah reside su fuerza. El marginado, agonizando, aprende a vivir. El opulento, viviendo, no hace sino morir.

  • 21

    Quizs aqu habr que recordar aquella novela de Miguel Delibes, El disputado voto del seor Cayo, donde un candidato a Diputado de las Cortes acaba reconociendo que con todo su aparato cultural y tcnico es mucho ms dbil que el solitario campesino que vive ajeno al progreso humano. Hemos hablado de bondad/maldad, belleza/fealdad, esperanza/desesperacin, fortaleza/debilidad. Podramos seguir con este tipo de binomios desconcertantes (sabidura/ignorancia, finitud/infinitud, presencia/ausencia, ...), pero queden stos como botn de muestra de lo que de Dios nos revela el hombre marginado, empobrecido, maltratado. Su rostro desfigurado es figura de Dios. 4. UN NUEVO DIOS O EL DIOS DE SIEMPRE? Todo tiempo histrico habla de Dios, porque Dios habla en toda la historia. Todo lugar se refiere a Dios, porque Dios habita en todo lugar. Pero Dios (y slo poco a poco descubrimos por qu) escoge algunos tiempos y algunos lugares para mostrar especialmente algo de s mismo, o para mostrarse a s mismo en una dimensin que humanice an ms a los hombres. De este modo, si hiciramos un rpido repaso de los modelos de Dios que ha habido en nuestra historia ms reciente nos encontraramos con que despus del Dios seguro de la cristiandad, del Dios inexistente del atesmo moderno, del Dios intil de la posmodernidad, del Dios afirmante de la teologa de la liberacin, encontramos en los mrgenes sociales de las grandes ciudades al Dios desconcertante. Es otro? No. Es el mismo, pero se nos muestra distinto porque distinta es la situacin. La experiencia de Dios que tiene el creyente en el campo de la nueva marginacin es la del desconcierto, la desubicacin, la descolocacin, la desinstalacin, la desorientacin. El creyente queda perdido, aturdido, perplejo. A menudo no sabe a qu atenerse ni qu pensar. Y en su desconcierto empieza a atisbar quin es Dios. Es un Dios que parece romper todas las categoras hasta entonces establecidas. No sin razn un religioso que lleva aos trabajando con delincuentes y drogadictos deca medio en broma: lo mejor que se puede hacer es no estudiar teologa, porque el Dios que se muestra en el marginado agrieta todos los grandes sistemas, cmodos y claros, que uno pudiera haberse trazado acerca de l. El Dios desconcertante es el mismo que el seguro, el inexistente, el intil y el afirmante, del mismo modo que el Dios Padre de Jess era el mismo que el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Y siendo seguro, inexistente, intil y afirmante, es desconcertante. Cada una de estas aproximaciones a Dios (tanto la negante como la afirman-te) nos van desplegando la realidad de Dios, que se manifest de manera total en Jesucristo, pero que slo paulatinamente va siendo asimilada por nosotros (en el Espritu) a lo largo de nuestro recorrido vital: en el recorrido de la gran historia colectiva y en el recorrido de nuestra pequea historia personal. 5. DIOS ES COMUNIDAD DE TRES Los cristianos que estn inmersos en el mundo de la marginacin no suelen hablar del Dios trinitario. No parece que sea un tema que les inquiete demasiado, pero si ahondamos en su vivencia de Dios y en algunas de sus formulaciones, s se puede observar que estn expe-rimentando a ese Dios que es en s mismo comunidad, y que se nos ha revelado precisamente gracias a esa posibilidad que tiene de salir de s sin dejar de ser l mismo.

  • 22

    En el mundo de la marginacin a veces se dan situaciones que podran ser calificadas como milagrosas. Cuando todo parece invitar a la insolidaridad encontramos gestos de fraternidad que causan sorpresa. Cuando nada invita a la esperanza, surgen fuerzas que hacen posible esa esperanza confiada. No se trata de que obtengamos algo que no tenamos, ni tampoco se produce ningn fenmeno fuera de las leyes de la naturaleza. No, simplemente se da la humanidad en la inhumanidad. Simplemente se produce una transformacin interior del sujeto (ya sea el voluntario, ya sea el indigente). Esta es la accin del Espritu Santo: es aquella que canaliza el actuar de Dios en nuestras vidas y que nos posibilita expertimentar una transformacin real. De este modo, nuestro ego cerrado sobre s se va convirtiendo en un sujeto que acoge la llegada del otro: la del desconocido, la del marginado, la del Seor. En el Espritu somos. En l vemos, entendemos, omos, recibimos, nos damos a nosotros mismos. Sin l no saldramos del ocano de la desesperacin, del sinsentido, del absurdo, de la oscuridad existencial. El sentido viene de otro que est en m. Y yo soy yo-en-l. El Espritu nos revela la presencia en nuestras vidas de Jess resucitado. Esta presencia nos sale al encuentro all donde menos lo esperbamos: en el llanto del ltimo de nuestra sociedad, porque Cristo acept renunciar a su condicin divina para mostrrsenos en lo ms pequeo de nuestra humanidad. Pocos textos lo expresan tan bien como el denominado Himno de Filipenses: (Cristo), siendo de condicin divina, / no retuvo vidamente el ser igual a Dios, / sino que se despoj de s mismo / tomando la condicin de siervo, / hacindose semejante a los hombres / y apareciendo en su porte como hombre; / y se humill a s mismo, / obedeciendo hasta la muerte / y muerte en cruz. Por lo cual Dios le exalt / y le otorg el Nombre / que est sobre todo nombre. / Para que al nombre de Jess / toda rodilla se doble / en los cielos, en la tierra y en los abismos, / y toda lengua confiese / que Cristo Jess es Seor / para gloria de Dios Padre. (Fil 2,6-11) Esta es una de las experiencias cruciales del cristiano que se mueve en los mrgenes de la sociedad: en el encuentro con el indigente, con la prostituta, con el extranjero, uno va descubriendo que ese rostro maltratado transparenta el rostro de Cristo. El modelo Beln nos mostraba que Dios ha querido hacerse pequeo, impotente, irrelevante, y lo ha hecho a travs de su Hijo, en la persona del maltratado. El Hijo se abaj hasta lo ms inferior de la condicin humana, para que todas las esferas de nuestro ser hombres quedaran redimidas, re-encamina-das hacia el Padre. Por eso cuando nos aproximamos a lo ms bajo de nuestra humanidad, en lugar de descubrir la ausencia de Dios, experimentamos que all Dios nos sale al encuentro. Cristo experimenta la kenosis, el anodadamiento total. A partir de ese descenso hasta el infierno humano (ese infierno que hemos fabricado los hombres con nuestro egosmo, nuestro orgullo, nuestra insolidaridad), Cristo desarrolla una total acogida de la voz del Padre y muestra cmo la obediencia es la mxima expresin de la libertad humana: no la obediencia acrtica, deshumanizante, de nuestras eficaces estructuras de partido, ejrcito, empresa, etc, sino la obediencia filial al Padre. El Padre es la fuente de vida: quien se acerca a l, vive. Es la fuente de libertad: quien se acerca a l, se libera. Es la fuente de humanidad: quien bebe de l, se humaniza. La experiencia que el cristiano tiene del Hijo, de Cristo, resulta central en el mundo de la marginacin. Cristo mismo est presente en el transente, en el nio triste. Nos llama a que nos acerquemos a l (al transente, al nio) para que sacndole de su postracin nosotros

  • 23

    salgamos de la nuestra, la de nuestra moderna sociedad occidental. Espritu e Hijo nos remiten al Padre. Ni el Espritu nos deja donde estbamos, ni el Hijo nos mantiene estticos en el encuentro con l. Uno y otro se nos muestran como transparencia del Padre. Uno y otro nos conducen al Padre, de tal modo que cuanto ms nos acercamos a ellos, ms nos damos cuenta de que nos llevan a otro. Del Padre venimos, y el Padre es quien nos espera al final de nuestra historia y en lo ms hondo de nuestro ser. Slo desde l entendemos que el mundo est al revs. Que no hay nada ms grande que ser servidor, ni nada ms bajo que subir a costa de otros. Desde l entendemos que slo somos cuando nos damos a los dems, y que nos comemos el ser (incluso hasta la destruccin total) cuando procuramos llenarlo de autosuficiencia. Ser es salir. Ser es acoger. Ser es compartir. Eso se da plenamente en Dios. Y eso se puede percibir desde l14. Los cristianos que salen al encuentro del marginado deben procurar no ser paternalistas (es decir, no ir con soluciones para todo en el bolsillo), pero s deben procurar ser paternales y, ms an, maternales. La paternidad significa aqu que el drama del indigente lo asume uno como si fuera el de su propio hijo. Uno ata su propio destino, casi su vida entera, al de los marginados. La maternidad significa que el encuentro con el indigente no ser de fra eficacia (objetivos, planes, evaluaciones, correcciones, prospectivas, estadsticas, ...), sino que tendr el calor del seno materno, la calidad de la amistad sincera. Y esos cristianos, actuando paternalmente y maternalmente, transparentarn a Dios Padre (y Madre!) en nuestra sociedad15. Nosotros somos la imagen de Dios. Nuestro amor es el amor mismo de Dios Padre que ama con una profundidad tal que penetra todas las esferas de nuestro ser. Nuestro amor viene de l y a l conduce. 6. UNA TEOLOGA DE SNTESIS A medida que nos introducimos en lo que puede ser la Teologa de la Marginacin (an naciente, no lo olvidemos) vamos percibiendo que esa teologa aporta pocas ideas nuevas. Muchas de las ideas que presenta ya han sido formuladas con anterioridad en la vida de la Iglesia. La teologa de la marginacin se limita a afirmar que esas ideas aqu son verdad. Y esta es una experiencia semejante a la que han tenido los telogos de la liberacin en estos ltimos treinta aos, y semejante a la que nos narra el pasaje evanglico de Emas: no se nos da nada nuevo, sino que se nos desvela la verdad de lo que ya tenamos. Esa es la accin del Espritu Santo, ms o menos parecida a la del artista: no crea pintura, sino que ordena la pintura (que ya exista) en un lienzo (que ya exista)16. Ya hemos sealado la importancia de la Teologa Poltica y la Teologa de la Liberacin como precedentes de un nuevo modo de hacer teologa. Pero en la reflexin teolgica que brota de la realidad de la marginacin nos encontramos con que diferentes tipos de teologa encuentran aqu un lugar fecundo. As, reflexiones teolgicas de tipo poltico europeo (la pascua pasa por la transformacin de las estructuras polticas), de estilo oriental (la transformacin del sujeto en su viaje hacia el interior de s), de estilo latinoamericano (Cristo muere y resucita en este pueblo que lucha por la liberacin), e incluso la experiencia mstica (la transfiguracin del rostro del indigente en rostro de Dios), encuentran sitio en el mundo de la marginacin si estn hechas con autenticidad. Este carcter de sntesis de la reflexin creyente desde la marginacin lo hallamos tambin en las diversas lecturas posibles de la realidad humana y en los diversos estilos de accin poltica transformadora. Vayamos por partes: diferentes tipos de lectura de la realidad

  • 24

    (psicologa, sociologa, poltica, economa, historia, espiritualidad, ...) pueden desempear un importante papel de interpretacin e inteleccin de los mrgenes de nuestra sociedad. Esta convergencia de esfuerzos posibilita una interesante complementariedad que acaba en fecundidad: unas disciplinas fecundan a las otras. Algo semejante ocurre con la accin poltica transformadora: en el mundo de la marginacin el alto poltico necesita del pequeo voluntario, y ste de aqul; la seora piadosa y el joven intrpido caminan juntos, el macroanlisis necesita de la ancdota, y sta cobra sentido con el gran anlisis; aqu la paciente Teresa de Calcuta y el guerrero sindicalista se dan la mano. Parece que la heterogeneidad de los marginados se haya proyectado en la heterogeneidad de los agentes sociales. En este sentido, la reflexin teolgica que brota de la marginacin puede suponer un enriquecimiento con respecto a las modernas teologas polticas: stas, en su esfuerzo por hacer que los hombres llegasen a la fraternidad humana, se vean a menudo obligadas a aceptar como inevitable el enfrentamiento entre clases sociales (provocado por el orden injusto vigente, quede claro), mientras que la novsima teologa de la marginacin promueve una causa poltica que slo es realizable si se da una convergencia de esfuerzos de todos los estamentos sociales. Dos elementos nos continuaremos encontrando en el camino: la necesidad de cambiar el sistema y la conflictividad. Sin duda, si no se realizan transformaciones estructurales (ir gestando un sistema que progresivamente vaya generando menos marginacin) las mejoras en el terreno de la marginacin no pasarn de ser parches temporales. Y, desgraciadamente, el conflicto llegar: no tiene porqu llegar necesariamente, pero suele surgir cuando alguien se propone criticar seriamente las injusticias del sistema vigente y empieza a gestar mecanismos de transformacin. El conflicto puede llegar desde la sociedad o desde el interior de la Iglesia misma. Hay que estar preparados para ello y hay que procurar que no ocurra si no es necesario. Ya hemos dicho que lecturas distintas de la realidad pueden cobrar veracidad en los mrgenes de la sociedad. All, en cierto sentido, todo puede ser vlido y todo puede ser insuficiente. El rostro del marginado es como un mapa del mundo contemporneo: en l est todo. Como si de un microfilm se tratara, el rostro del marginado lleva grabadas todas las contradicciones de nuestro mundo moderno. Y al mismo tiempo ese rostro es un abismo en el que se hunden los ms vastos proyectos de futuro: palabras altisonantes, promesas electorales, grandes interpretaciones del mundo, tecnologas punta que aseguran confort y velocidad... todo se va colando a travs de ese rostro gastado, como el agua abundante del estanque desaparece implacablemente por el estrecho agujero del fondo. Pero paradjicamente es tambin en la marginacin donde diversos estilos y carismas pueden encontrar su lugar de mayor fecundidad: y a esta fecundidad se llega precisamente en la medida en que la diversidad se haga complementariedad, lo cual est en el polo opuesto de las batallas por la supremaca pblica que hoy tienen tantos grupos sociales. Con la publicidad y la imagen no se lograr nada. Con el humilde esfuerzo conjuntado se podr producir el milagro. En el terreno de la reflexin teolgica acerca de la marginacin (nuestra escucha de Dios en el drama de tantos indigentes de las ciudades) el pensamiento dilectico tan propio de la modernidad aparece transformado, ya que aqu la dialctica no reside en el enfrentamiento sistemtico de tesis y anttesis, sino en un esfuerzo integrador desde la diferencia, de tal modo que descubrimos que la sntesis no surge slo de la enemistad (vgr. la lucha de clases descrita por Marx), sino tambin del amor, especialmente del amor a los enemigos. Con ello no pierden relieve las aportaciones de Hegel y Marx sobre el desarrollo dialctico de nuestra historia, pero nos encontramos ante un nuevo modo de dialctica: la del amor a los contrarios. Y la sntesis que poco a poco va surgiendo de esta sucesin de conciliaciones (y no de

  • 25

    enfrentamientos), va llevando a la humanidad hacia el vrtice de la historia en donde todos nos encontraremos unidos, amndonos a partir de nuestra pluralidad. El mtodo de lectura creyente de la realidad ya no ser el de leer la Biblia y ver cun lejos est el mundo del mensaje bblico (mtodo de enfrentamiento dialctico), sino leerla y captar a la luz de ella que el Seor no est lejos de nuestra realidad, sino precisamente en el interior de ella, mostrando que el mundo slo es lo es verdaderamente en el Seor, que la humanidad slo es humana en la medida en que se apoya en Dios. La idea de interioridad (Dios est en la realidad) sucede a la idea de interpelacin (la realidad est enfrentada a Dios). Y as como la interpelacin no tiende finalmente al enfrentamiento, sino a la transformacin unificadora, as tampoco la interioridad tiende al estancamiento, sino a un avance compartido. La variedad de reflexiones teolgicas en el mundo de la marginacin no lleva a una simple convivencia de ellas (una al lado de la otra), sino a una autotransformacin de todas ellas en su proceso de autoexpresin. Ninguna queda como antes: unas ganan con las otras, unas se pierden en las otras. Y de ese movimiento de intercambio constante va surgiendo una tendencia unitiva y transformadora hacia un centro hermenutico que slo ser del todo desvelado al final del recorrido. Sabemos desde la fe que ese centro es el Seor. Pero no logramos captar totalmente de qu forma lo es. 7. HOY MS QUE NUNCA, LA ESPIRITUALIDAD El tiempo de la lucha obrera, tal como hemos sealado antes, fue para muchos cristianos un tiempo de doble militancia: fidelidad al partido y a la Iglesia, al sindicato y a la orden religiosa. A menudo se experiment una incompatibilidad entre ambas fidelidades, lo que dio como resultado la secularizacin de curas y religiosos, y la integracin en el sistema (por cansancio) de no pocos revolucionarios. Pero tambin ha habido muchos que han sabido ser fieles a su doble responsabilidad con la Iglesia y con la causa poltica. Estas personas nos han proporcionado una pauta para ser cristianos en un medio poltico conflictivo. Nosotros recibimos esa pauta en una situacin algo distinta: lo que para ellos fue un combate (la doble militancia), en el campo de la marginacin surge de forma ms natural: laicos, curas y religiosos de todas las marcas se encuentran en la marginacin siendo fieles a su propia tradicin (familia franciscana, ignaciana, Foucauld, tradicin mariana, contemplativos, hermanas de Teresa de Calcuta, parroquias, comunidades populares, ...). No encuentran doble militancia (dualidad, interpelacin, dialctica), sino que descubren que el desarrollo natural de su propia espiritualidad va a dar al marginado. Y va a dar a l no para dejarle como estaba, sino precisamente para posibilitar que pase de ser infrapersona a ser persona, y para provocar que el sistema social pase de inhumano a humano. No obstante, la superacin histrica de los conflictos duales no nos ha llevado a una especie de llanura sin relieve alguno, sino a una compleja pluralidad de ofertas sociales y culturales, en la que el discernimiento y la fidelidad a los propios orgenes es hoy ms importante que nunca. En el acercamiento a los marginados uno se encuentra con el mosaico catico de nuestra sociedad. Slo resulta posible adentrarse en el misterio de esa realidad social tan compleja en la medida en que uno se adentre en el misterio de Dios que habita dentro de l. Es necesaria una mirada nueva para captar el sentido de la realidad que se presenta a los ojos. Y esa mirada nueva se modela en el silencio de la oracin, en el contraste

  • 26

    comunitario, en la escucha eclesial, en el recuerdo de los orgenes, en la enseanza de la historia. De todo ello va brotando el Espritu que posibilita el adentramiento en la sencillez que late en el fondo de la complejidad social. La teologa de la marginacin debe ser espiritual si quiere ser verdadera teologa (cosa que ya haba dicho desde un principio Gustavo Gutirrez sobre la Teologa de la Liberacin). Eso supone que el creyente est llamado a experimentar la presencia del Espritu en su vida y a entender que la apertura a ese Espritu posibilita el despliegue de su persona y en concreto de su reflexin. Vivimos bebiendo de ese Espritu. La accin del Espritu se ha desplegado de modos particulares en las diferentes tradiciones eclesiales. La teologa debe enraizarse en esas tradiciones. Precisamente el dilogo constante con esas limitaciones eclesiales permitir que se despliegue en la Iglesia la infinitud del Espritu de Dios. Seamos fieles a nuestros carismas, no como oposicin a otros, sino como servicio a la colectividad. Nada habr mejor que ese mltiple dilogo teolgico con nuestros orgenes. Nada habr ms estril que el olvido de la pluralidad. 8. LA RECUPERACIN DE MARA Muchos de los cristianos que trabajan en el campo de la marginacin tienen a Mara como figura inspiradora de su seguimiento de Jess. Y este es un dato que no debe ser arrinconado. Mara, madre de Jess, Madre de Dios, tuvo un importante protagonismo en muchas formas de espiritualidad tradicional. Sin duda, en estas ltima dcadas Mara ha perdido relieve en el universo cristiano. Algunos atribuyen al acercamiento a las Iglesia luteranas esa prdida de papel explcito de Mara, pero ms probablemente podemos decir que el tipo-Mara tiene poco espacio en nuestro mundo moderno occidental. Si Mara es virgen, madre, sencilla y silenciosa, salta a la vista que en nuestra sociedad la virginidad (con todo el significado antropolgico que este trmino conlleva), la maternidad, la sencillez y el anonimato son valores ms bien en franco desprestigio... y quizs precisamente por eso son hoy ms importantes que nunca. Mara no es centro de nuestra fe. Eso es sabido. Nuestro centro es Dios Padre, revelado en Jess muerto y resucitado, al cual podemos acceder por el Espritu que est presente en la Iglesia. Pero Mara est de algn modo tocando el centro. Se puede entender la Iglesia sin ella? Se puede concebir la encarnacin del Hijo de Dios sin ella? Podemos acceder al Espritu Santo sin que Mara sea una referencia bsica? Podemos ser seguidores de Jess, sin que su madre est (de un modo u otro) omnipresente? La presencia de Mara en nuestras vidas no depende de nuestro grado de conciencia, del mismo modo que Dios no deja de existir por el hecho de que no creamos en l. Pero s es tarea nuestra captar (terica y prcticamente) cul es la funcin de la Madre de Dios en nuestra vida creyente. Y resulta que en el mundo de la marginacin la figura de Mara parece cobrar relieve. El estilo de Mara (y probablemente su papel teologal) encuentra un sitio natural en la dramtica y callada situacin de los marginados. En la pequeez de Mara habit el misterio de Dios. El Hijo no se encarn en el ncleo del espectro social (grandes familias, grandes ciudades, una mujer socialmente famosa), sino en los mrgenes de la sociedad, o al menos muy cerca de esos mrgenes. Recordemos aqu el no haba lugar para ellos del modelo Beln que ms arriba hemos mostrado. El acontecimiento nuclear de la historia de la humanidad (la encarnacin-humanizacin de la divinidad, tendente a la transformacin pascual de esa humanidad) aconteci en el seno de una muchacha de Nazaret. Aquello no fue casualidad. Aquello fue voluntad de esa divinidad que se encarnaba. Sin duda, el mundo de los

  • 27

    marginados, as como el tipo de cristianos que trabajan en ese mundo, entronca con el tipo-Mara. En ellos hoy habita el misterio, como ayer en el seno de Mara. Mara se caracteriz histricamente por su presencia silenciosa, acompaante y efectiva. Estuvo en Beln. Estuvo en Nazaret. Estuvo, ms apartada, en la actividad pblica de Jess en Galilea. Y sobre todo estuvo presente en la cruz, en la pascua, en pentecosts: en Jerusaln. Mara muestra la eficacia de la sola presencia, la importancia del silencio acompaante. Muchos de los voluntarios y trabajadores sociales que a diario estn presentes en los lugares de marginacin nos recuerdan a Mara: y nos la recuerdan en la medida en que, como ella, son silenciosos, presentes, constantes, eficaces, sencillos, annimos. En cierto modo, podemos decir que ellos son Mara. Su acompaamiento del misterio de dolor de tantos centenares de marginados es el despliegue histrico de ese acompaamiento de Mara a su hijo Jess (desde Beln hasta el Calvario) y a los seguidores de su hijo (desde Galilea hasta Pentecosts). Mara fue fiel y creyente. Desde su fiat (hgase en m segn