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518 [cmf, 2 pp.] [20 de abril de 1954] a: 101 Irving Place, Ithaca, New York Eldridge Hotel, Lawrence, Kansas hutson hotels Tuesday, 20-iv-1954 10:45 a. m. Hola, alma mía: Ayer fue un día muy duro, pero había dormido muy bien (el hotel resultó ser muy agradable y tranquilo, con predomi- nio de viejecitas «e t e r n a s ») y lo pasé bien en mis charlas. A las 10 a. m. hablé una hora entera sobre Tosltói y luego tuve una hora libre antes de la comida, así que siguiendo tu consejo me retiré a una sala vacía, donde, con una tímida sonrisa, el profesor en cuya clase acababa de dar la conferencia me dio a leer sus memorias mecanografiadas. Comí con una escritora mayor y un autor joven (que habían escrito una novela cada uno sobre la vida en la frontera al comienzo del siglo pasado; «desde aquí se ve») y hablé en la clase que impartían los dos juntos a la 1 p. m. La clase me pareció inteligente, los agasajé con Art & Commonsense y creo que entendieron más que sus mentores. Entretanto mantuve un constante y animado con- tacto con Elmer, un tipo muy enjundioso, agradable y apasio- nado participante en todo tipo de convenciones, ya sabes a lo que me refiero; sin embargo, no es estúpido (aunque contesta a todo con detalles innecesarios) y tiene sentido del humor. Sacó tiempo para llevarme a ver la imprenta de la universidad, y luego dimos una vuelta por el campus. Está todo lleno de lilas y de árboles de Judas en flor, y como el campus está en una colina, da la impresión de estar en una segunda Ithaca: calles empinadas y tremendas dificultades para aparcar. Me cambié para el té, y a las cuatro ya estaba leyendo mis poemas ingleses a un grupo pequeño pero atento. Como siempre, apareció una inevitable pareja Pévzner, de Maguilov, hablando ruso con melancólica ternura, como a través de una neblina. La lectura ONFI772_CARTAS A VERA_Cronica.indd 518 04/06/15 10:30

[cmf, 2 pp.] 20 de abril de 1954 - elcultural.com · pila y el patronímico (nombre desarrollado, nombre abreviado o iniciales) ... bajar, miré a la cara a un girasol alto, y él

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[cmf, 2 pp.][20 de abril de 1954]

a: 101 Irving Place, Ithaca, New YorkEldridge Hotel, Lawrence, Kansas

hutson hotelsTuesday, 20-iv-1954

10:45 a. m.

Hola, alma mía:Ayer fue un día muy duro, pero había dormido muy bien (el

hotel resultó ser muy agradable y tranquilo, con predomi- nio de viejecitas «e t e rnas») y lo pasé bien en mis charlas. A las 10 a. m. hablé una hora entera sobre Tosltói y luego tuve una hora libre antes de la comida, así que siguiendo tu consejo me retiré a una sala vacía, donde, con una tímida sonrisa, el profesor en cuya clase acababa de dar la conferencia me dio a leer sus memorias mecanografiadas. Comí con una escritora mayor y un autor joven (que habían escrito una novela cada uno sobre la vida en la frontera al comienzo del siglo pasado; «desde aquí se ve») y hablé en la clase que impartían los dos juntos a la 1 p. m. La clase me pareció inteligente, los agasajé con Art & Commonsense y creo que entendieron más que sus mentores. Entretanto mantuve un constante y animado con-tacto con Elmer, un tipo muy enjundioso, agradable y apasio-nado participante en todo tipo de convenciones, ya sabes a lo que me refiero; sin embargo, no es estúpido (aunque contesta a todo con detalles innecesarios) y tiene sentido del humor. Sacó tiempo para llevarme a ver la imprenta de la universidad, y luego dimos una vuelta por el campus. Está todo lleno de lilas y de árboles de Judas en flor, y como el campus está en una colina, da la impresión de estar en una segunda Ithaca: calles empinadas y tremendas dificultades para aparcar. Me cambié para el té, y a las cuatro ya estaba leyendo mis poemas ingleses a un grupo pequeño pero atento. Como siempre, apareció una inevitable pareja Pévzner, de Maguilov, hablando ruso con melancólica ternura, como a través de una neblina. La lectura

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tuvo lugar en un salón asombrosamente elegante; en general, los atractivos y las comodidades del campus superan infinita-mente los de nuestro pobre Cornell. Alrededor de las seis me dirigí a casa de una joven pareja alemana, los Winter, donde cené: él había sido traductor en el ejército alemán y había lle-gado a Gátchina. Otro supervisor de las clases de ruso, el sim-patiquísimo Andersen (antiguo alumno de Cross), con dos perros salchicha, reunió a un grupo ruso en su casa después de la cena, y yo les leí mis traducciones y les expliqué cómo había ganado Herman[n] y había cogido la carta equivocada, porque sus mentores no sabían explicárselo (no ofendí a nadie). Llegué a casa alrededor de las 10 p. m. y me quedé dormido casi de inmediato, y volví a dormir muy bien. Hoy, entomología, y por la tarde mi charla sobre Gógol. Os adoro y abrazo a los dos.

V.

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1923*1

[cmf, 2 pp.][c. 26 de julio de 1923]

[a: Berlín][Domaine de Beaulieu, Solliès-Pont, Var, Francia]

No lo voy a ocultar: estoy tan desacostumbrado a que, en fin, me comprendan; tan desacostumbrado, digo, que en los pri-merísimos minutos de nuestro encuentro pensé: esto es una broma, un engaño, una mascarada... Pero además... Hay cosas de las que cuesta hablar: es como si les quitases su maravilloso polen al rozarlas con las palabras... Me llegan cartas de casa que hablan de flores enigmáticas. Eres preciosa...

Y preciosas, como las noches blancas, son todas tus car-

* Las notas a las cartas empiezan en la p. 559. Las personas que en las cartas se mencionan únicamente por el nombre de pila, por el nombre de pila y el patronímico (nombre desarrollado, nombre abreviado o iniciales) o por un apodo, se identificarán en las notas la primera vez que en las car-tas aparezca alguna de las variantes referidas, y solo volverán a aparecer si el contexto dificulta su identificación. Todos los nombres abreviados se consignan en el índice con remisiones cruzadas. Fond, Fondik, I. I., Il. Is., Iliá, Iliá Isídorovich e Iliusha, por ejemplo, corresponden todos a Iliá Isí-dorovich Fondaminski, y en el índice todos remitirán a «Fondaminski, Iliá Isídorovich». Las palabras y las frases escritas en caracteres latinos y no cirílicos —con la excepción de los nombres propios— aparecen en cursiva. El subrayado de énfasis se mantiene. En ocasiones, V. N. escribe palabras inglesas o francesas en caracteres cirílicos. Indicamos estos casos separan-do las letras de la palabra, como en «d e s a y u n o». En las cartas, que escribió en ruso, V. N. incluyó también palabras en francés, alemán, italia-no e inglés. El último idioma es el que más presente está en las cartas, sobre todo hacia el final de su correspondencia. Para facilitar la lectura de las cartas, se mantienen en inglés las palabras sueltas, en cursiva, mientras que las frases, citas o poemas aparecerán traducidos, también en cursiva.

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tas... Incluso esa en la que subrayaste tan resueltamente varias palabras. La encontré, junto con la anterior, a mi regreso de Marsella, donde estuve trabajando en el puerto. Fue anteayer y decidí no responderte hasta que me escribieras más. Una pe-queña astucia...

Te necesito, sí, mi cuento de hadas. Porque tú eres la única persona con la que puedo hablar, ya sea del matiz de una nube, del tintineo de un pensamiento o de que hoy, cuando fui a tra-bajar, miré a la cara a un girasol alto, y él me sonrió con todas sus semillas. Hay un minúsculo restaurante ruso en la parte más sucia de Marsella. Allí engullí mi pitanza con los marine-ros rusos y nadie sabía quién era yo ni de dónde venía, y yo mismo me sorprendí de que en otro tiempo gastara corbata y calcetines finos. Las moscas revoloteaban sobre las manchas de sopa de remolacha y de vino; de la calle llegaban un frescor acídulo y el rumor sordo de las noches portuarias. Y mientras aguzaba el oído y observaba a mi alrededor, me dio por pensar que me sé de memoria los poemas de Ronsard y que recuerdo los nombres de los huesos craneales, de las bacterias, de los extractos de las plantas. Fue extraño.

África y Asia me atraen mucho: me ofrecieron un puesto de fogonero en un barco que va a Indochina. Pero dos cosas me obligan a regresar por algún tiempo a Berlín: la primera es que mamá debe de sentirse muy sola; la segunda..., un enigma, o, mejor dicho, un enigma que desesperadamente quiero resolver... Me marcho el 6, pero pasaré un tiempo en Niza y París, en la casa de un tipo con el que estudié en Cambridge. Es probable que lo conozcas. De modo que estaré en Berlín el 10 o el 11... Y si tú no estás allí, iré a buscarte, te encontraré... Hasta pronto, mi extra-ña alegría, mi tierna noche. Aquí tienes, unos poemas para ti:

la tarde

Llamas..., y en un pequeño granado aúllacomo un perrito una lechuza.En lo alto de la tarde, es tan sonora y taciturnala hoja curva de la luna...Llamas..., y un manantial chapotea con el turquesa de la tarde:

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el agua es fresca, como tu voz,y en el cántaro de arcilla, bañado de esmalte,se hunde la luna, con un temblor.

canícula

Enjugué de mi frente pinchazos de gotas ardientes,y boca arriba yací en la resbalosa y tórrida escarpa,donde el sol retumbaba entre pinos fragantes,con las voces de lánguidas cigarras.Y floté en la abrasadora oscuridad del día meridional,al son del ebrio chapoteo de un timbaly del balbuceo de las flautas: la purpúrea boca de Panse apretujó a mi corazón, con gran afán.

Aquí he escrito largo y tendido. Entre otras cosas, dos obras teatrales, El abuelito y El polo. La primera aparecerá en la miscelánea literaria Gamayún; la segunda, en el próximo nú-mero de Rússkaia Misl.

V.

[cmf, 4 pp.][8 de noviembre de 1923]

a: 41 Landhausstrasse, Berlin W.[Berlín]8-xi-23

¿Cómo explicarte a ti, mi dicha, mi admirable felicidad de oro, hasta qué punto soy tuyo, con todos mis recuerdos, poemas, arrebatos, torbellinos interiores? Explicarte que no puedo escri-bir una sola palabra sin escuchar cómo la pronunciarías tú ni recordar cualquier nimiedad vivida sin lamentar —¡tan honda-mente!— no haberla compartido contigo, ya sea la más perso-nal e indecible, o una simple puesta de sol cualquiera en el reco-do de un camino... ¿Entiendes lo que quiero decir, mi felicidad?

Y soy consciente de ello: no sé decirte nada con palabras y cuando lo hago por teléfono sale espantosamente mal. Porque

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contigo es preciso hablar de un modo asombroso, de la manera que hablamos con las personas que ya no están, no sé si me sigues, en el sentido de pureza y levedad y precisión espiritual, pero yo... Je patauge de un modo horrible. Ya que se te puede lastimar con un diminutivo feo... Pues toda tú eres tan sonora como el agua del mar, preciosa mía.

Te juro —y el borrón de tinta no tiene nada que ver con esto—, te juro por todo lo que es querido para mí, por todo en lo que creo, que nunca amé a nadie como te amo a ti, con se-mejante ternura, al borde de las lágrimas, con tal sentido de esplendor. En esta hoja, amor mío, una vez (Tu cara entr...) empecé a escribirte un poema y aquí ha quedado este rabito sumamente inconveniente: he dado un traspié. Y no hay más papel. Y quiero antes que nada que tú seas feliz, y me parece que yo podría darte esa felicidad —una felicidad soleada, sen-cilla—, en absoluto común.

Y debes excusarme por mi mezquindad, pues pienso con aversión de qué manera —practically— enviaré esta carta ma-ñana y al mismo tiempo estoy dispuesto a entregarte toda mi sangre en caso de que sea necesario —es difícil de explicar—, suena banal, pero así es. Por tanto, te lo diré: con mi amor se podrían llenar diez siglos de fuego, canciones y bravura, diez siglos enteros inmensos y alados, repletos de caballeros ascen-diendo a galope colinas ardientes, de leyendas de gigantes, de temibles Troyas y de velas anaranjadas, piratas y poetas. Y esto no es literatura, pues, si lo vuelves a leer con atención, verás que los caballeros están gordos.

No, simplemente quiero decirte que, en cierta forma, no concibo la vida sin ti, a pesar de que pienses que es «divertido» para mí estar dos días sin verte. Y, sabes, resulta que no fue en absoluto Edison quien inventó el teléfono, sino otro norteame-ricano, un hombrecito tranquilo cuyo nombre nadie recuerda. Se lo tiene bien merecido.

Escucha, felicidad mía, ¿no volverás a decirme que te ator-mento? Cómo me gustaría raptarte a algún lugar, sabes, tal y como hacían los bandoleros de antaño: un sombrero de ala ancha, una máscara negra y un mosquete acampanado. Te

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amo, te quiero, te necesito de un modo insoportable... Tus ojos —que brillan tan asombrosamente cuando, la cabeza echada hacia atrás, cuentas algo divertido—, tus ojos, tu voz, tus la-bios, tus hombros: tan ligeros, soleados...

Entraste en mi vida, pero no como quien hace una visita corta e improvisada (ya sabes, «sin quitarse el sombrero»), sino como quien se adentra en un reino donde todos los ríos han esperado tu reflejo y todos los caminos, tus pasos. El des-tino quiso corregir su error, como si me pidiera perdón por todos sus engaños previos. Entonces ¿cómo apartarme de ti, mi cuento de hadas, mi sol? Comprendes, de haberte amado menos, habría tenido que irme. Pero tal como son las cosas, no tiene sentido. Y no quiero morir, tampoco. Hay dos tipos de «pase lo que pase». Involuntario y deliberado. Perdóname, pero yo vivo de acuerdo con el segundo. Y no puedes quitarme la fe en lo que me da miedo pensar: habría sido tal felicidad... Y aquí, de nuevo, hay otro rabito.

Sí: una anticuada morosidad de discurso,simplicidad de acero... Así el corazón es más ardiente:acero, incandescente por el vuelo...

Es un fragmento de mi poema, aunque no incluido en él. Lo apunté hace tiempo para no olvidarlo, y aquí está ahora: una astilla.

Te escribo todo esto echado en la cama, la hoja apoyada so- bre un libro enorme. Cuando me quedo a trabajar hasta entra-da la noche, uno de los retratos de la pared (una bisabuela de nuestro casero) se pone de pronto a custodiarme con ojo avi-zor de un modo harto desagradable. Qué bien que he llegado al final del rabito, sumamente molesto.

Mi amor, buenas noches...No sé si sabrás comprender esta carta plagada de errores...

Pero no importa... Te quiero. Te esperaré mañana a las 11 p. m.; de lo contrario, llámame después de las 9.

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