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COLECCION DE AUTORES CHILENOS
"Editorial Zi¡¡.Za .... publica en eata .. rla lo mis variado y Hlecto de la producción intelectual chilena, a precio. económlcol. La literatura, la biltoria y lo. tema. Intalec tualeo an .. eoeral, tendrÁn oportun ....... t. u. volumen representativo, en que se reÚIl81l arte" Interés.
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En prensa:
Durante la Recon .. quista
La .uprem .. novel" hI.tórlc. de Alberto Ble.t Cana.
E.n preparación:
Los Aparecidos Luis Roberto Boza
Chadas de Amor Cmo. Blanchl
El Obrero Máquina Enrique Bunat.r
SANTIAGO DE CHILE - EMPRESA ZIG - ZAG - 1932.
SOCIALISMO
CompendJado de la obra de
EMILIO DURKHEIM Profesor de Sociología de la SorbollA
por
Arturo Palacios Díaz
"EDICIONES
EXTRA
DOS PALABRAS
Antes de entrar en la materia de que es objeto esta obra. creemos cónveniente dar a SU3 lectores una explicación acerCa de' las razones que tuvimos para elegir la de Durkhetm entre tantas otras que tratan prolija 11 extensamente sobre el Socialismo ]/, como un paréntesis, antu de seguir adelante, correspóndenos explicar que si la hemos compendiado no ha sido con otro Objeto que el de facilitar su comprensión a quienes, por no tener la costumbre del estu· dto, es más simple la aprehensión de una materia cSCU6ta que laa QUbiertas con todo el ropaje cc:m qlte la dialéctica las adorna.
¿Por qué la obra de Durkheim? En primer término por BU carencia de proselitismo 11 como consecuencia de apologética, lo que hace de ella un estudio ,ereno que 1uzga 11 pesa, ante el fiel de la razón les resistencias de unos y los apasionados arranques de los otros; el autor se ha colocado en un puesto de observación desde donde asiste al espectáculo que le ofrece la humanidad en el desarrollo de su, stst~as sociales, en busca afanO'fla de mayor bi.n8star para todos 11 cada uno de los miembros cl8 ~ai colectividad. Es. antes (JUIe nada, una obra científica en la cual el análisis es el instrumento
que actúa, produciendo reacciones y precipitados que
el hombre de ciellcia sabe apreciar en cuanto con
tienen y valen. El lector juzgará, a medida que avan
ce en el estudio de El Socialismo de Durkheim, la bon
dad del método, exclusivamente didáctico, que emplea
y que hace destacarse con transparente claridad las
ideas y conceptos, en forma tal que quedan al al
cance aun de los lectores de mediana cultura. Para
ellos será esta obra de gran utilidad de la que 1W
menos participarán quienes, al defender o atacar El
Socialismo, revelan tanta incomprensión como desconocimiento.
Durkheim los enseñará a reconocer, donde quie·
ra que se encuentren . las doctrinas y tendencias
afines al socialismo y iL rechazar las contrarias cuan·
do errada o malévolamente se quieran hacer pasar como tales.
En la hora actual, que es más de comprensión 11
de colaboración que de combate o inercia, debemos preocuparnos per adquirir los conocimientos nece
sarios para cooperar, a medida con nuestras fuer
zas, a establecer los cimientos básicos de nuestra sociedad futura.
A. P. D.
EL SOCIALISMO
CARLOS MARX
( 1818·1883)
CAPITULO PRIMERO
DEFINICION DEL SOCIALISMO
LECCION PRIMERA
Hay dos formas diversas de estudiar el socialismo. Consiste una en considerarlo como una doctrina científica sobre la naturaleza y evolución de las sociedades en general y, más concretament.e, de las sociedades contemporáneas más civilizadas. En este caso se le considera en abstracto, fuera dt:!l tiempo y del espacio, como una hipótesis, como un sistema de proposiciones que expresan o son susceptibles de expresar hechos de donde pueden deducirse verdades o errores. Este es el método seguido por Leroy-Beaulieu en "El Colectivismo" y que no será el nuestro porque, sin negar la importancia y el interés del socialismo, nos negamos a reconocerle un carácter estrictamente cientiftco. Para que una investigación reciba este nombre es necesario que se ejerza sobre
10 EMILIO DURKHEIM
un objeto act.ual, realizado con el único propósito de expresarlo en lenguaje inteligible; las especulaciones sobre el porvenir no se basan en hechos y no son, por tanto, objeto de ciencia, por más que su finalidad sea hacer aquéllas posibles.
El socialismo se orienta hacia el futuro, es un plan de reconstrucción de las sociedades actuales, un plan de vida colectiva que no existe todavía tal como se ha ideado y que se ofrece a la humanidad como deseable. Es un ideal que, aun en sus formas más utópicas, no ha desdeñado jamás el apoyo ele los hechos; paulatinamente ha ido adoptando un empaque más científico que ha estimulado a la ciencia, sugiriendo invest.igaciones y planteando problemas, de suerte que su historia se confunde, en algunos puntos, con la historia misma de la sociología. Sin embargo, no deja de causar sorpresa la desproporción enorme que existe entre los eSC2,SOS datos que utiliza de otras ciencias y el alcance de las conclusiones prácticas que de ellas deduce y que son el corazón del sistema.
Todas las investigaciones sobre las causas, evoluciones y las condiciones esenciales de las transformaciones que sufrirán la familia, la propiedad y la organización moral, jurídica y económica de las naciones de Europa y el estudio histórico de este conglomerado de instituciones y de realidades sociales, están en el socialismo en sus comienzos, sin ser, por tanto, posible entrever racionalmente las nuevas estructuras que hayan de adoptar en relación con las actuales caracterlsticas de nuestra existencia. Precisamente por esto hemos de afirmar que el socialismo cientIfico no
E L s OC 1 Á LIS M O 11
existe, y es que de ser posible un socialismo de tal carácter, sería menester que se formasen nuevas ciencias que no se pueden improvisar. La única actitud verdaderamente científica ante estos problemas, es la de reserva y circunspección y ésa no puede adoptarla el socialismo sin desvirtuar su propia esencia. La prueba de que no la ha adoptado está en la obra más robusta, más sistemática y más densa en ideas que ha producido esta escuela: "El Capita~", de Carlos Marx, donde en breves lineas, preciso es recordarlo, se plantea nada menos que una teoría completa del valor .
La paSión es la que ha inspirado todos estos sistemas; lo que le dió el ser y la feerza fué el ansia de una justicia más perfecta, el dolor por el sufrimiento de las clases trabajadoras, ese indefinible sentimiento de malestar que palpita en las sociedades contemporáneas. " El socialismo no es una ciencia , no es una sociología en miniatura, sino un grito de dolor y a veces de cólera, lanzado por los hombres que sienten más hondamente el malestar colectivo.
Las teor1as que generalmente se oponen al socialismo no son de mejor condición y no merecen tampoco la cualidad que negamos a ésta. Los economistas no basan sus aspiraciones en leyes cientif1camente inducidas, cuando preconizan el "dejar hacer" y piden que se anule la influencia del Estado y que la competencia se desenvuelva Ubre de todo freno. Se sostienen éstas en aspiracIones de otra categoría como son el sentimiento exclusivista de la autonomía individual, el respeto al orden, el temor a las innovaciones, el mlsoneis-
12 EMItIÓ DVRlfIlEIM
mo, como se dice ahora. El individualismo, tanto como el socialismo, es, ante todo, una pasión que se afirma, aun cuando en ocasiones tenga que buscar en la razón argumentos que la justifiquen.
Estudiaremos el socialismo como un hecho social, que si bien no constituye un cuerpo científico, es un objeto de ciencia. No tiene, pues, ésta por qué pedirle una ley bien definida, sino que tra' tará de conocerlo para determinar lo que es, de dónde procede y a qué propende.
Es interesante estudiarlo desde este punto de vista, por dos razones; Es suponer que primeramente nos ~yude a comprender los estados sociales que lo suscitaron. Precisamente porque se desprende de ellos, los manifiesta y expresa a su modo J, por lo mIsmo, nos proporciona un medio más de aprehenderlos. AEí conviene conocer la forma y el punto en que se manifestaron desde un principio y por eso es de interés precisar la época en que apareció el socialismo, ya que sus tendencias serán juzgadas de uno u otro modo, según se trate de un hecho reciente o de una variante de las quejas que exhalaron los desheredados de todas las épocas y de todas las sociedades, de las eternas reivindicaciones de los pobres contra los ricos. En este caso habrá motivos para creer que ellas son irrealizables, que la miseria de la humanidad es irremediable y que se las considerará como una enfermedad crónica del género humano que, periódicamente, en el curso de la historia y bajo la influencia de circunstancias accidentales, adquieren carácter agudo y doloroso para amortiguarse luego. Si, por el contrario, se descubre que
E L SOCIALISMO 13
el fenómeno es reciente, que es efecto de una situación que no tiene analogla en la historia, hay que descartar la hipótesis de la cronicidad y es mAs dificil formarse una opinión ,concreta.
El estudio del socialismo es instructivo no sólo en lo que se refIel r a su naturaleza sino también en 108 intentos qm, deban efectuarse para remediar los males que ataca, los que, aunque ideados de un modo es'pontáneo e instintivo, conviene conocer, los que scrfm más interesantes si en vez de comprenderlos en un sistema, se deducen de un examen comparativo de todas las doctrinas; de este modo aumenta la posib1lidad de eliminar de todas esas 8,::rpiraclones lo que necesariamente con- -tienen de Individual, de SUbjetivo, de contingente, para poner de relieve y elegir únicamente sus caracteres más genéricos, más impersonales y obj eUvos .
Un examen de esta 1ndole será, sin duda, mucho más útil y fecundo que cualquIera de los que generalmente se aplican a la critIca del socialismo.
El hecho de combatir las doctrinas particulares de Fourler, Sn.lnt-Slmon, Marx, no es bastante a ilustrarnos ccerca de los estados sociales que las suscItan, ql1C fueron y son aún su plena razón de ser y que mai'íana, desacreditadas aquéllas, promoverán otras doctrinas. Todas esas brillantes refutaciones sólo hieren la corteza del socialismo y dt'jan el interior indemne; combaten el efecto y no las causas .
Nosotros \lumos a enfocar el socialismo como una cosa, como una realidad y a tratar de comprenderlo . Nos esforzaremos en determinar en
EMILIO DUIlKHEIM
qué consiste, cuándo se inició, qué transformaciones ha experimentado y las causas determinantes de estas transformaciones.
Conviene, antes de iniciar este estudio, determinar exactamente su objeto. No basta afirmar que vamos a considerar el socialismo como una cosa. Es menester, además, que digamos cuáles son los rasgos que lo caracterizan, es decir, que establezcamos una definición que nos permita distinguirla, dondequiera que se encuentre, sin confundirlo jamás con ningún otro.
¿ Cómo va,mos a establecer esta definición? No bastará que reflexionemos sobre la idea que nos hemos formado del socialismo ni que analicemos y expresemos el producto de este análisis 10 más claramente que nos sea posible, ya que, si procedemos así, llegaremos sin duda alguna a saber lo que entendemos personalmente por socialismo y, como cada cual lo puede entender a su manera, la noción que asi obtuviéramos seria subjetiva, individual y no podría servir de materia para un examen científico. ¿Será entonces mejor que eliminemos de esas concepciones, diferentes en cada individuo, lo que contienen da individual, y extraer lo que les es común? Mejor dicho, la definición dei socialismo ¿quedará bien expresada con la idea promedia de los hombres de mi tiempo? Seguramente no, ya que estas ideas promedias siempre son empíricas, al margen de toda lógica y método, resultando que a veces se aplican a cosas distintas y otras separan ideas que son afines. El vulgo fácilmente se deja engafiar por semejanzas externas o e~ indllcido a error por diferencias
E L SOCIALISMO 15
. aparentes. Para darse cuenta del poco valor de este método bastará ' observar sus resultados o sea examinar las definiciones más corrientes del socialismo. De todas, acaso sea la más arraigada y difundida la que afirma que es una negación rotunda de la propiedad individual, a lo cual puede argüirse que no existe una sola doctrina socialista a la que se aplique tal definición. Veamos la que más restringe la propiedad privada, la doctrina colectivista de Carlos Marx. En ella se rehusa al individuo el derecho a poseer instrumentos de producción, pero no toda clase de riquezas . Admite un derecho absoluto a los productos del trabajo propio, limitación que no es característica del socialismo ya que, en la actual organización eeonómica, existen restricciones de igual género y no se distingue, a este respecto, del marxismo más que por el grado. ¿QUién negará que todo lo que directa o indirectamente es monopolio del Estado perteneció al dominio privado? Los ferrocarriles, los correos, los tabacos, la fabricación de moneda, de pólvora, etc., no pueden ser explota~ dos partIcularmente sIno por expresa concesión del Estado. En este caso hay socialismo en todas partes.
El socialismo, lejos de negar el principio de la propiedad privada, puede pretender, no sin razón, que representa la afinnación más rotunda y radical que de ella se conoce . En efecto, lo contrario de la propiedad privada es el comunismo: ahora bien; en nuestras instituciones actuales hay vestigios del viejo comunismo familiar, como la herenc-ia, que es el último vestigio del aritiguo dere-
16 EMILIO DURKHEIM
= cho de co-propiedad, que en otros tiempos poseían colectivamente todos los miembros de una fam1l1a sobre el conjunto de la fortuna doméstica. Uno de los puntos que con frecuencia surge en la.s teorías socialistas es la supresión de la herencia, porque, para que la propiedad pueda ser considerada verdaderamente individual, es menester que sea obra del individuo, de él solo. La propiedad individual es la que comienza con el individuo y acaba con él. Demostramos as! que entre las teorlas adversarias hay factores de comunismo, y de consiguiente no es as! como conviene definir el socialismo.
Lo propio diremos de esa concepción, según la cual el socialismo consiste en una estrecha subordinación del individuo a la colectividad, en la que se estima que el bien común es superior al interés del individuo; no sé de ninguna sociedad en que los bienes particulares no se hayan subordinado a los fines sociales, porque esta subordinación es la condición esencial de toda vida colectiva. ¿Se objetará con Roscher que la abnegación que el <:ocialismo exige del individuo tiene de slngulat' que está más allá de nuestras fuerzas? Esto equivale a juzgar la doctrina pero no a definirla.-
Existe otra definición y es la última: El socialismo ha sostenido siempre o en muchas ocasiones, que su principal finalidad estribaba en mejorar la
, condición de la15 clases trabajadoras, mediante el establecimiento de una mayor taualdad en las relaciones económicas. Pero no basta esta tendencia a caracterizarlo por sI sola, ya que no es propia y exclusivamente suya. También los econo-
EL SOCIALISMO 17
mistas aspiran a dismInuir la desigualdad en las condiciones sociales, pero opinan que este progreso debe y puede realizarse por el juego natural de la oferta y la demanda, ya que es inútil toda intervención legislativa. ¿Se dirá entonces que lo que distingue a esto del socialismo, es que con éste se intenta lograr el mismo resultado por otros medios o sea por la acción de la ley? Esta es precisamente, la definición de Laveleye: "Toda doctrina socialista propende a. establecer una mayor igualdad en las condiciones sociales y a realizar estas reformas por -medio de la ley o del Estado". Pero no es esta la. única finalidad que persiguen las doctrinas socialistas. La absorción por el Estado de las grandes industrias, de las grandes organizaciones económicas que, por su importancia extraordinaria, abarca.n toda la sociedad, como las minas, los ferrocarriles, los bancos, etc., tiene por Objeto la protección de los intereses colectivos contra determinadas influencias particulares y no el de mejorar la condición de la clase proletaria. El socialismo va más allá del problema obrero y aun en alguna.s doctrinas (Saint-Simon) es secundarlo . El comunismo se propone establecer esta igualdad económica mucho más radicalmente que el socialismo, ya que niega toda propiedad individual y por consiguiente toda desigualdad económica. Son, en número no escaso, las disposiciones legales que, sin que puedan calificarse de socialistas, tienden a amenguar la desigualdad social; el impuesto progreSivo sobre la herencia y sobre la renta propende a esta final1dad y no es, sin embargo, obra socialista. ¿Qué diremos de las
El SocJalbmn---2
18 EMILIO DVRKll~IM
becas que otorga el Estado, de los establecimientos oficiales de beneficencia, de previsión, etc.? SI a estas reformas se conceptúan de socialistas, como pretenden muchos, la palabra acaba por perder todo sentido, a fuerza de ser tomada en una acepción excesivamente lata e indeterminada.
Para no caer en estos errores, olvidémonos por un instante de la idea que nos hemos formado del Objeto que vamos a definir. En vez de mirar al interIor de nosotros mismos, miremos hacia afuera. Tratemos de observar y comparar las numerosas doctrinas que versan sobre asuntos sociales e !ncluyamos en una misma clasificación las que presentan caracteres comunes. Si entre los grupal; de teorías as! formados, hay uno que por sus caracteres distintivos se asemeje bastante a lo que se ~ntiende generalmente por socialismo, le aplicaremos esta misma denominación. En otras palabras, df'nominaremos socialistas todos los sistemas que o!rezcan estos caracteres y as! obtendremos la defh11ción que se busca, aunque en ella no se abarquen :-.odos los sistemas conocidos vulgarmente con este llnmbre o que contengan otros que las gentes designan con nombre distinto. Lo importante es que ante nosotros se desarrollará un orden de hechos ::on unidad y claramente circunscrito que se pued.!L llamar socialista. La investigación orientada en es~a forma, nos dará la contestación a todo lo que ljglcamente se desea averiguar cuando se plantea este prlJblema: ¿Qué es socialismo?
EL SOCIALISMO '1.
Entre las doctrinas sociales, el socialismo queda clasificado entre las prácticas, ya que no propone leyes sino reformas que afectan principalmente a la vida económica .
Para que se entienda bien lo que va a decirse se imponen al¡una! aclaraciones.
COn frecuencia se afirma que las funciones qu~ ejercen los miembros de una sociedad son de dos clases: unas sociales y privadas las otras. En rigor todas estas denominaciones son inexactas, pues, en cierto sentido, todas las funciones de los miembros de la sociedad son sociales, tanto las económicas como las otras . En efecto, si esas funcIones dejan de actuar normalmente, la repercuclón se hace sentir en toda la sociedad e inversamente el estado general de la salud social repercute en el funcionamiento de los órganos económi-60S.
En la sociedad actual, las funciones económIcas ofrecen la particularidad de no estar en relación definida y regulada con el órgano que representa y dirige el cuerpo social en su conjunto o sea el Estado . As! lo que sucede en las manufacturas, en las fábricas y los almacenes, escapa, en principio, a su conocimiento. No está informado áe manera espeCial y directa de lo que en tales establecimientos acontece. Puede en determinados casos experimentar los efectos, pero, en ¡eneral, no se entera de otra manera ni por otros medio! que los demás órganos de la sociedad. Aun es necesarIo que esta situación sea tan grave que perturbe sensiblemente el estado general de la sociedad para que el Estado experimente la sacudl-
20 EMILIO DURKHEIM
da : en otr a.;; palabras no l1ay comunicación especial entre éste y aquellas esferas de la organización colectiva. Los centros conscientes no se dan cuenta de nada mientras la situación es normal. No existe sistema alguno de comunicación por los que la influencia del Estado llegue a aquellas esferas a imponer la acción que parte de él. Muy distinto es lo que ocurre con -las otras funciones: Cuanto acontece en las organizaciones administrativas, en las asambleas y concejos locales, en instrucción pública, en ejército, etc., pueden llegar hasta lo que se llama cerebro social por vías especIales de la administración, de manera que el Estado adquiere conocimiento inmediato de ello, sin que lo adviertan en lo más mínimo ' las otras partes de la sociedad. Unos tienen una organización que los prot ej e, otros carecen de ella, son difusas .
Admitido esto, pOdremos comprobar fácilment e que entre las doctrinas socialistas hay unas que propugnan que las funciones fabriles y comerciales se unan a las funciones directoras y conscientes de la sociedad y que estas doctrinas pugnan con otras que preconizan la necesidad de aumentar la difusión de las primeras funciones. Según unas, son todas las funciones económicas las que han de unirse a los centros superiores; según otras, basta que lo estén algunas . Para estas últimas el enlace debe efectuarse por int.ermediarios, es decir por d&terminados centros secundarios, dotados de cierta autonomía, como, por ejemplo, agrupaciones profe::;ionales, corporaciones económicas, etc.; las otras teorías establecen que la unión, el enlace debe ser directo e inmediato . Pero co-
E L SOCIAl., .fSMO 21
mo todas estas diferencias carecen de importancia, vamos a establecer una definición que exprese todos los caracteres comunes a estas teorlas: Es socialista toda doctrina que preconiza el enlace de todas 'las funciones económicas o de algunas de ellas que hoy aparecen difusas, con los centros dtrectore$ 'V conscientes de la sociedad. Adviértase que hablamos de enlace, de unión, no de subordinación . Y es que a juicio nuestro este lazo entre la vida económica y el Estado no impUca en modo alguno que toda acción parta de este último.
Cabe concebir que una vez que se establezca un contacto permanente entre el Estado y la vida industrial y comercial, ambas esferas se influlrnn recíprocamente, lo que contribuirá a determinar, con más energía que ahora, la actividad estatal, hasta el punto de que puede afirmarse que las teor1as socialistas que acentúan esta influencia de -la esfera ec_onómica privada sobre el Estado aun cuando estén contenidas en la definición que acaba de establecerse, propenden francamente a la anarquía, porque estas teorías expresan el deseo de que la transformación se efectúe de modo qUE' el Estado se supedite a las funciones económicas, en lugar de que éstas queden a la disposición de aquQl .
CLAUDlO ENRIQUE. CONDE DE SAINT SlMON
(1 760- 1825)
LECCION SEGUNDA
La n0016n que la mayor1a de la gente tiene del sociaUsmo es vaga y la mayor parte de las veces contradictoria. Son muchos los que la discuben sin tener de ella una kiea clara, y otros tantos que la defienden, sin tener p1ena concien(;la de lo que su.stentan. Se confunden cuestiones de detaUle con ~ fondo del sistema, y por esto no es raro que para muchos la doctrina socialista se reduzca s610 a la cuestión obrera. Estas conclusiones nos inclinan a desechar toda8 las ideas preconcebidas y nos deciden a colocarnos ante el socialismo en la misma posición que adoptamos ante 10 que ignoramos, frente a un orden de fenómen03 Inexplorados; así lo veremos surgir poco a poco y presentarse a nuestra reflexión bajo un aspecto más o menos diferente del que, en general , lo apreciamos. En esta forma todos partimos tras de la investiga.-ción en un común sentimiento de l~ara..ncia y de reserva.
Después de haber discutido las definiciones corrientes y demostrado su insuficiencia, descubrImos cuáles eran los caracteres que 1LCU88. el socia'1lsmo y que 110 distinguen de todos los demás, y llegamos a esta'ble-cer la siguiente deflt\lciÓft; "Es SOCfIalieta toda doctrina que precom3!1.
DURKHEIM
el enla:ce de todas las funciones económf.cas o de algunas de ellas que hoy aparecen difusas, con los centros directores y conscientes de la sociedad."
Se ha observado Yla que aqul se trata de enlace, de unión, no de l'Iubordinación; lo que preconizan los socialistas no es que la vida económica se ponga en manos del Estado, sino en contacto con él, puesto que opinan que aquélla debe actuar sobre éste, tanto si no más Que el segundo sobre la primera. Desean que esta relación produzca el efecto, no de subordinar 10s intereses industriales y comerciales a los llamados poUtiCOS, sino más bien elevar los primeros a/l nivel de los segundos, de manera que aquéllas afecten más profundamente que ahora el funcionamiento del órgano gubernamental y contribuyan mayormente a orIentar su trayectoria. En opinión de los teorlzamtes más céllebres del soclaUsmo, e6 el Estado, en su forma actuall, el que debe desa.:parecer para convertirse en punto centrM de la vida económica, pero nunca y de ningún modo será esta última. absorbida por el Estado, "órgano consciente y director de ,la sociedad". Según Marx, el Estado, propi3lmente tal, es decir, que desempeña un papel espec1fico, que representa intereses sul generls superiores a los del comercio y la industria, como son tradiciones históricas, creencias comunes de carácter religioso, etc., cesarán de existir; tod3:s sus fnnclones serán econámicaso
Si contrastamos nuestra deflnlción con el concepto que , generalmente, se tiene del soc'a-
EL SOCIALISMO 25
llsmo, saltan a la vista, como era de esperar, notorlas d1:screpancias. Así, todas aquellas teorías que reclo8lman, para remedhar los males que aquejan a la sociedad 8ICtu3JI, un mayor desarroillo de las instituciones de beneficencia y previsión públicas y privadas, no deben ser consideradas como soci'alistas, aunque así se las de'l1omine con frecuencia, tanto al combatil1la's como al defenderloo. Esto no supone que nuestra definioión sea deflci'ente; lo que ocurre es que a ta:les teorías se 'las clasifica con impropiedad, pues ell!as, por muy beneficiosas y útiles que resulten, no responden a las necesidades y preocupaciones que el sociaHsmo suscita y manifiesta. Instituir obras de benefioencia, 8il margen de la vida económica, no es lo mismo que unir ésta a la vida púbi1ca. El soc!aaisrno es esencia'1mente UTI3. tendencia organizadora, y la beneficencia, por el contrario, no organiza n8Jda, deja. las rosas en el mismo estado en que estaban; mitiga la angusti:a. que ori-
. glna ~a desorgamiz8iCión. Esto prueba la importanci1a que tiene el. determinar con absdluta exactitud el significado dI'! ]a palabra socia'lista.
La definición 3Jceptada requiere que formule una nueva advertencia del mayor interés, y es la siguiente: No figura en ella ila más 'leve alusión a la lucha de clases ni 'sa deseo de establecer otras relaciones económicas más justas y, por 10 tanto, más favorables aa pro]eta'riado. La razón es que e.':;t.as c~rncteristicas ni siquiera representan uno de los elementos e~enciales y genlllllos del sociaJismo. El bienestar del proletariado no es más que una de aas consecuencias que el socl!a-
26 EMILIO DURKHEIM
lismo atribuye a la organización económIca que preconiza, como la lucha de clases no es sIno uno de los medios que han de contribuir a que esta organización se realice, uno de los aspectos del! proceso histórico que habría de engendraI1lo. . ¿Qué es, según los sociflll1stas, lo que produce la inferioridad de la clase obrera y la injusticia de que es victima? El hecho de que esté bajo la dependencia inmediata, no de la sociedad en generall, sino de una clase tan pujante que le impone S11 voluntad: los capitailistas. La verdad es ésa; no es la sociedad la que los remunera de un modo inmediato, sino el capita:llsta, que, como simple particular, se preooupa, no de los intereses socla'les, sino de los suyos particulares. Con el capital, que es el arma que este hombre tiene en la mano, puede obligar a los que viven exclusivamente de su trabajo, a vender su producto a un precio inferIor a su valor real. Puede, durant.c J.l1ucho tiempo, vivir de la rIquez;t a-cumu1ada, en vez de empleaI1la en dar ocupación a los trabajadores, a quienes les es imposi1)Je esperar; forzados por la necesidad, se ven obligados a ceder a las ex:lgenc1as del capital y a vender su trabajo a un precio inferIor del que corresponderla si el valor de las cosa.<; no tuvIera otra medida que el interés públtco.
Sentadas estas premisas, resulta claro Que el único medio evidente de atenuar, al menos, esta sujeCión, y de modIficar tal estado de cosas, consiste en moderar el poderío del capital por otro que posea una fuerza similar o superior y que, además, esté de acuerdo con 108 intereses
EL 27
generales de la sociedad. El Estado es el único organismo capaz de ejercer esta acción moderadora, y para ello los órgamos económicoo deben dejar de funelonar fuera de su órbita, sin que aquél adquiera concIencia de este funcionamiento; conviene, por el contl"ario, que el Estado, merced a una comunicación constante, advierta cuanto ocurre y pueda a su V~ intervenir eficazmente. Ahora, si se aspira 8. logra'!" que esta situación termine radi-calmente, es necesario suprimir a este intermediado, el capitJa'lista, es necesaTio que el trabajo sea recompensado directamente, si n'J por la colectividad, lo que es prácticamente imposible, por el organismo que La representa normalmente. En estas condicicmes ha de desaparecer la clase capitalista y el Estado substituirla en sus funciones al mismo tiempo que ha de ponerse e'l1 re.lación inmediata con la clase obrera y convertirse en centro de <la vida económica. Por lo tanto, el blenestar de la clase proletaria no constituye una fin:<lidad especla:l sino que es mas bien una consecuencia necesaria del enQace de lu funciones económicas con los órganos düectores de la sociedad, y que, en concepto del socialismo, este bienestar será tanto más completo cuanto este enlace sea. más Intimo y absoluto.
Según la doctrina socialista, una gran parte d'el cuerpo económico actual no se encuentra real y dirootamente integrado en la sociedad, participa de ella a través de un cuerpo interpuesto que lo priva de actuar y de recibir Jos benefLcios que le corresponden en relación ·con la importaJncia soc.taJ de sus servicios. En realidad, pues, a lo que
EMILIO DURKHEIM
aspira este cuerpo económico cuando pide mejor trato, es a no permanecer tan distanciado de los centros que presiden l'a 'E!xistencia co~ectiva, a que se .los una a eHa más o menos estrechamente.
En resumen, nuestra definición expresa realm'E!nte estas preocupaciones espeoi'ales.
El socia:lismo no se reduce a una simple cuestión de sallarios o, como se dice, de estómago; por encima de todo, es una aspiración a reorganizar €il cuerpo sociail, de tal modo que el aparato industri3Jl, en €U conjunto del organismo, esté muy distantemente situado, sacámlolo de la obscuridad donde funcionaba autom:Uicamente y exponiéndolo a la luz y bajo el control de 'la conciencia. Por lo 'demás, esta aspka:ciÓll no es patrimonio exdlusivo de 'las clases inferiores, sino que la siente del mismo modo el Estado, el cual, con el desarrollo 'de la actividad económica, como factor de 'la vida correctiva, se ve compeUdo a regulJar 'atentamente las manifestaciones de aqUélla. Del mismo modo que las c,lases obreras tienden a acercarse a'l Estado, éste también muestra una notable tendencia a a.proximarse a aquéllas. ¡De t.al modo dista el sociafliSffio de ser una cuestión exclusivamente obrera!
Hay, naturalmente, dos corrientes que han contribuido a la formación de 'la doctrina socIalista: una que viene de abajo y se dirig·e a las zonas superiores 'de 'la sociedad, y otra que, partiendo de éstas, sigue la dirección inversa; las dos no son sino fases distintas de la misma necesidad de organiz3Ción, cuya inflnencia depend.e de la posición en que se hatle €il teorl7JaIlte,
EL SOCIALISMO 29
del grado de contacto que mantenga con 'los trabajadores y del .interés que deni.uestre por el progreso general de la sociedad. De aquí los dos matices del social1ismo: socialismo obrero, socialismo de Estado, que se distÍllg'uen entre si por diferencia de grado.
No todas las doctrinas versan únicamente sobre asunto~ económicos; en su inmensa mayoria se extienden a otras esferas de lJ.a actividad S\."'C13Jl: la politica, la familia, el matrimonio, la moral, ei arte, la literatura, etc. Hay una escuela que se ha trazado 'la norma de aplicar el principio socialista a todos los órdenes de 'la sociedad. Es la que Benito Malón denomina ~ socialismo integral. Todas Ilas teor~as a que nos referimos coinciden, por ejemplo, hasta hoy al menos, en aspirar a una organización más democrática de la sociedad, a una mayor libertad en Iras relaciones conyugales, a la ig·ua,ld:m jurídica de ambos sexos, a una moral más altruista, a una simplificación de iJ.as nOnTI'as juridicas, etc.; la transformación que preconiza el sociaflismo es tan complej a y profunda, que implica nec'esariamente ajustes y reformas -en todas, absolutamente todas, ilas partes ,del organismo sociaJ.. No son pues advenedizos en el sistema sociallista 'lOS proyectos de refoNIlas a que aludíamos, sino que surgen de los mismos principios y deben, por tanto, ser acogidos en nuestra definición. Con este propósito vamos a ampliarla, añadiendo: "Pueden conceptuarse asimismo socialistas aquellas teorías que, sin referirse directamente aZ órgano económico, ofrecen cierta conexión con las an-
30 EMILIO DURKHEIJl
teriores". De esta forma queda el socialismo esencialmen te definido por sus concepciones económicas, sin exclusión de otros problemas ni de las tendencias afines.
CAPITULO 11
SOCIALISMO Y COMUNISMO LECCION SEGUNDA
(Continuación)
Una vez definido el socialismo, conviene, para que la idea sea clara y precisa, distinguirlo de un grupo de teor1as con el que se le confunde muchas veces. Nos ref,erimos a las teorías comunÍlstas, de las que ~atón proporcionó la primera fórmula sistematizada, y que han sostenido luego Tomás Moro en a.a. "Utop1a" y Campanel'la en 1a "Ciudad del Sol", para no citar sino los más ilustres.
La confusión en tre ambas teorias la han producido, tanto los prosélitos como :los adversarios d~ socialismo.
Algunos, como Laveleye (Socialismo Conte~"'t poráneo) y Benito MaJlón (Boci3lllsmo Integral), hacen remontar la apartclÓIl de U:a.s teorías para
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transformar la sociedad a los pl"imeroo tiempos de la cultura humana, una vez desaparecida la igu3il{fad prrmitiva, ora en forma de protestas contl"a las iniquidades sociales, ora en programas utópicos de \reconstrucción social1; el modelo más perfecto de estas utopias es a'a Repúbliea de Platón. El segundo de estos 3iutores se ·remonta más allá de P.la tón . y presenta el comunismo de los pitagóricos como precursor del sociailismo contemporáneo. Según Reybaud (Estudios sobre los Reformadores Contemporáneos) el problema que se planteó Blatón no diHere del que suscitaron Sa'illt-Simon y Fourier; se diferencian solamente en la solución. No fa'ltan autores, t.ales como Dichtenberger, que identifiquen ilos conceptos de socirulismo y comunismo; no aprecian entre unos y otros más que difenmcias de grados y de matioes. Woo}esley (Comunism amd Soci'alism) manifiesta que soci3ilismo es el género y comunismo, la especi~. Fina1lmente, Guesde y Lafargue, en su programa obrero de Marsel1a, presentan el colectivismo de Marx como una senciJila ampliaDión del comunismo antig·uo.
¿Es que realmente existe entre amboo sistemas una identidad de natur3ileza o siquiera un estrecho parentesco?
Esta cuestión es de import~mcia extraorruna·ria, ya que si eU socialismo no es sino una forma del comunismo, lo consideraremos como una rancia concepción más o menos remozada y lo juzgaremos como una {fe la.s utopias comunistas de los antiguos tiempos. Pero, si el socialismo po.
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see caracteres distintos, constituye una manifestación genuina que requiere especta-} examen.
Un dato, que sin tener fuerza probatoria, nos predispone en contra de -la confusión, es que el vocablo socialismo es nuevo; fué en 1835, en Ingllaterl'a, aonae se pronunció por vez primera.
Una primera diferencia, aun muy superficia:l, es que las teorías comunistas surgen en ,la historia de una manera esporádica. Son manifestaciones aisladas entre sI. separadas frecuentemente por largos espacios de tiempo. De Platón a Tomás Moro van más de diez centurias, lapso que no bastan a colmarlo .las tendencias comunistas que se advierten en algunos padres de la iglesia. Desde la "Utopía" (1518) a la "Ciudad del Sol" (1623) hay que recorret:· una centuria y después no reaparece el comunismo hasta el siglo XVIII.
El comul1'1smo no encuentra muchos prosélitos. Inspira a algunos pensadores solitarios, quIenes piensan que sus ideas no tienen otro valor que el de meras y bellas ficciones que nunca han de convertirse en rea;1idad.
Muy distinta es la forma en que se ha desarrollado el socialismo. Desde principios del siglo último, las teorías socialistas se suceden sin la menor interrupción y aumentan de dia en dla. Es más: no solamente se suceden las escuelas sino que surgen a un tiempo, como respondiendo a una necesidad colectiva. Así vemos surgIr a Saint
.Simon y FourIer, en Francia, y a Owen, en Ingla-terra. Las finalldades que estos autores persiguen no son puramente sentimentales y artísticas, sino que proponen tenazmente una solución real y El Soc:l.lb",-a
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práctica; no piensan bajo su personal sensibilidad sino que bajo el impulso de aspiraciones sociales que pretenden ser eficazmente satisfechas. Es imposible que un contraste tan marcado, entre uno y otro género de teorias, no se funde en diferencias esenciales.
y as! es, en efecto. Son irreductiblemente opuestas. El socialismo aspira a un enlace entre las funciones industriales y el Estado (empleamos la palabra Estado para abreviar, pese a su Inexactitud) . El c8munismo, en cambio, propende más bien a colocar la vida industrial fuera del Estado. Esta es la caracteristica más acusada del comunismo platónico.
La ciudad, en concepto de Platón, está constituida por dos grupos muy dls'tintos: a un lado los labradores y los artesanos; al otro los magl~trados y los militares. El ejercicio de las funciones políticas corresponde al último: a los mmtares Incumbe def.ender los intereses generales de la sociedad, y al magistrado, regular la vida Interna de ella. Reunidos forman el Estado, puesto que son los únicos facultados para actuar en nombre de la comunidad. A los labradores y artesanos corresponde el ejercicio de las funciones económicas; son ellos los que han de subvenir al sllstento de la sociedad. Es principio fundamental que el órgano económico debe situarse fuera del Estado y de ningún modo en relación con él; no participan en la administración ni en la legislación y están excluidos de las funciones milltares. No disponen , pues, de ninguna vfa dI'! r.o-
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munlcaclón que los una a los centros directores de la sociedad e inversamente, estos últimos son ajenos a cuanto se relaciona con la vida económica. 1(0 sólo deben abstenerse de intervenir activamente, sino que han de ser indiferentes a todo lo que en ella ocurra. A este efecto se les niega el derecho a la propiedad individual, que se reconoce a los artesanos y labradores, en t8.1 modo que lo único que les interesa es que no les falte el alimento necesario para la subsistencia, el que no ha de ser mucho, puesto que desde la infancia se habituaron a desdefiar la vida ociosa y regalada. Por la misma razón que se niega a los artesanos y labradores el acceso a la vida pública, se abstienen los otros, los que Platón cal1fica de guardias de la República, de intervenir en las actividades económicas. Entre estos dos grupos de ciudadanos establece Platón una solución de continuidad. Todo el personal de los servicios pú~l1cos, civlles o m1litares, habrá de vivir en determinado sitio desde .donde se puecía fácilmente observar lo que acontece dentro y fuera del Estado. Mientras el comunismo platónico le sefiala un sitio periférico a la organización económica, la doctrIna sociallsta tIende a situarla en el centro del organismo social. Para ello aduce Platón que la rIqueza y todo lo que con ella se relaciona, es la fuente primordial de toda corrupcIón pGbl1ca, la que, estimulando los egolsmos individuales, lanza a unos ciudadanos contra otros y desencadena los más graves confllctos interiores; la que al crear intereses individuales, al mar-
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gen del interés colectivo, quita a éste la preponderancia que ha de tener en toda sociedad bien regida; debe, pues, colocarse la riqueza fuera de la vida pública, lo más lejos posible del Esta.do, para que no lo pervierta.
Todas las teorías comunistas formuladas posteriormente, se derivan del comunismo platónico, del que son simples variante:.. Ha es necesario examinarlas en detalle para adquirir la certeza de que presentan todas ellas el mismo carácter, que precisamente la oponen al socialismo, lejos de confundirlas con él, como algunos pretenden. Identificar el socialismn con el comunismo no es otra cosa que establecer la identIdad de dos contrarios. Para el primero el órgano económico ha de convertirse, más o menos, en órgano dirigente de la sociedad, al paso que el segundo aspira a separarlo por completo. Aquéllos apreci:In, entre estas dos manifestacIones de la actividad colectiva, una marcada afinidad y aun casi una identidad esencial, y los otros creen, al contrario, que son antagónicas e incompatibles. Para los comunistas el Estado no puede desempefiar plenamente su papel si no se lo substrae por entero al contacto de la vida industrial; en cambio, los socialistas opinan que el carácter del Estado es esencialmente industrial y que ambas esferas deberlan mantenerse estrechamente unidas. Para aquéllos la riqueza es perniCiosa y debe, en consecuencia, situarse fuera de la sociedad, mientras que los socialistas la consideran temible únicamente cuando no está socializada. Lo comtln
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entre ambas, yeso es precisamente lo que induce a error, es que establecen una reglamentación, pero ha de tenerse muy en cuenta que siguen caminos diametralmente opuestos. La una pretende moralizar, enlazándola con el Estado; la otra aspira. a moralizar el Estado, despojándolo de influencia sobre la industria. En el socialismo, las funcIOnes economlcas, propiamente tales, industria y comercio, han de organizarse socialmente; quedan en la esfera privada las del consumo. Hemos comprObado que no existe una sola doctrina socialista que rehuse al individuo el derecho a poseer y ut1llzar como le plazca lo que adquirió legítimamente. En el comunismo acontece lo contrario: lo común es el consumo, y es la producción, precisamente, lo que cae en la esfera privada. Hay, pues, entre estas dos clases de sistemas sociales, la misma diferencia que entre una colonia de pólipos y una agrupación de animales superiores. En la primera, cada uno de los individuos asociados caza por su propIa cuenta, a titule prIvado, pero lo que as1 obtiene ingresa en 4n estómago común y no puede disponer separadamente de lo que ha aportado al tondo común, es decir, no puede comer sino cuando toda la sociedad come al mismo tiempo. Lo contrario 'lcontece en los vertebrados, en los que cada órgano está obligado, en su funcionamiento, a adaptarse a las normas que tienen por fin coordinarlo con los otros órganos; esta armonIa, esta coordinación, la establece . el sistema nervioso. Pero cada órgano, y nentro de él cada tejidO, co-
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mo en el tejido cada célula, se nutren por separado, libremente, sin que por ello dependan de los otros elementos. Y obsérvese incluso que cada uno de los prmcipales componentes del organIsmo tiene su modo especial de nutrirse. No es menos considerable ll'l. distancIa que separa las dos concepciones svclales que tan 8. menudo se confunden.
LECCION TERCERA
Para trazar la historia del socialismo era abso.uflamente necesado precisar desde un principio lo que se designaba con esta palabra. Hemos establec1do una definición que, por reunir todos los caracteres exteriores comunes a todas las doctrinas de este nombre, nos permite descubr1rlia:s y reconocel'llas donde quiera que a.parezcan. Hecho esto. necesitamos investigar en qué época empieza a manifestarse en la historia ,la ~osa definida para ir siguiéndola en su desenvolvimiento. Nos encontramos luego 'en presencia de una confusión cuyo efecto es retrogradar los orígenes del social18mo hasta los mismos orígenes de ~a historia y convertirlo en un sistema tan viejo como la humanidad. De ser cierto, como se ha afirmado, que el comunismo antiguo es 'una forma más o menos genera'! del socialismo, nos seria indispensable, para comprender este último. para describir su evolución compileta, remontarnos hasta PIlatón. y aun más allá, hasta las doctrinas pitagóricas. hasta la práctica comunista de las sociedades inferiores, que resulta,rlan ser una aplicación de aquéllas. Ya hemos visto que, en realidad, ambas doctrinas, muy lejos de poder ser contenidas en una misma definición, Je contraponen en sus puntos esencia'!es.
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La oposición entre ambas escuelas DO se deriva solamente de las respectivas conclusiones, sino también de sus puntos de partida. El socialismo se basa en observaciones -exactas o erróneas, poco importa---que se refieren todas 'eIl,las al estado económico de determinadas sociedades. Para preconizar la transformación del orden social presente, el socialism9 se funda en razonamientos como los siguientes: ni aun en las sociedades más civilizadas de 'la Europa contemporánea es capaz la producción de adaptarse en grado suficiente a las necesidades del consumo; la sociedad no puede desinteresarse de la concentración industrial, que da origen a empresas demasiado poderosas; la inestabilidad producida por las transformaciones incesantes de la maquinarIa colocan Sil trabajador en situación de inferioridad, lo que los Obliga a aceptar contratos poco justos.
Cualquiera que sea la situa'ción que adoptemos pam analizar el comunismo y el socialismo, comprobamos inmediatamente que la relación entre ambos es de contraste y no de identidad. No es igual el problema que se plantean uno y otro; las reformas que se plantean por una y otra parte tienen más puntos de divergencia que de semejanza . En un solo punto parece que se aproximan, y es que ambos temen el perjuiCiO que causa a la sociedad lo que podríamos -llamar particularismo económico. A uno y a otro preocupan gravemente los peligros con que ·el interés privado amenaza el Interés genera;¡ de la sociedad. Ambos estiman que el libre juego de los egoísmos individuales no es bastante a producir automáticamente el
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orden social y que, de otra parte, 'las necesidades colectivas han de ej ercer un predominio decisivo sobre Qas conveniencias individua,les. Estas coincidencias son las que dan a entender que existe un parentesco entre ambas y explican el error que se comete al confundirlas. Pero el particularismo que las dos escuelas combaten no es en realidad el mismo; la una declara anti-sociallo que en términos generales se considera propiedad privada, y la otra, sólo estima, en cambio, peligrosa la apropiación privada de las grandes empresas económicas que empiezan a formarse en un momento dado de la historia. Tampoco son idénticos los motiv"s que las determInan. El comunismo se inspira en razones de orden moral e intemporales, el socialismo en consideraciones de carácter económico. Para el primero, la propiedad privada debe ser abolida porque es fuente de toda inmoralidad; para el segundo, las grandes empresas industria;les no pueden dejarse abandonadas a sI mismas, porque afectan muy profundamente a toda la vida económica de la sociedad. Por eso discrepan tanto en sus con~ clusiones respectivas; el comunismo no admite otro remedio que la supresión, lo más completa posIble, de los intereses económicos; el sociaUsmo preconiza la socializaeion de los mismos. Si algo tienen de semejante, el comunismo y el socialismo, estriba únicamente en que se oponen uno y otro con la misma fuerza al individualismo radical e intransigente. Pero esto no es motivo para confundirlos, pues, no es menor la oposición que se sefl.ala entre ambos.
Resulta de esta distinción que, para expI1-
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car el sociaUsmo y trazar su historia, no tenemos por qué remontarnos a los orígenes comunistas. Constituyen dos clases de fenómenos históricos que conviene estudiar por separado. S1 nos ceftimos a la definición que hemos estrublecido del socialismo, se advierte inmediatamente que, lejos de que haya podido constituirse, siquiera en forma embrionaria, en los antiguos tiempos, es incontestable que no surge hasta un perIodo muy avanzado de la evolución social, ya que sus elementos esenciales, por los que ·10 hemos definido, dependen de varias condiciones que no se presentan sino tardlamente en el mundo moderno. Durante mucho tiempo la vida 1ndustriM y comercial estuvo escasamente desarroHada y por ende el individuo y cuanto con él se relaciona era tenido en poca estima. En cambio, la sociedad era a la única cosa a ,la que la moral concedia importancia; el Estado, que era su más alta encarnación, participaba de la misma y es natural Que as! fuese y hasta se iJ.e invistiese de una dignidad religiosa, ya que el Estado cumple 1a misión de ir ·rea>lizando los fines sociales por excelencia, los cuales se consideraban como emanación de las esferas ideales y por tanto, superiores a los propia y exclusivamente humanos. Por estas razones, porque el aparato económico estaba desprovisto de todo valor social, puesto que sólo representaba egoísmos privados, es natural que no se pensara en enlazarlo con el Estado, y mucho menos, desde iuego. en confundirlo . La sola idea de una confusión as!, irritaba como si se tratase de un sacrilegiO.
Para que él surgiera, el ideario socialista, era
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necesario por una parte que las funciones económicas adquiriesen mayor importancia social, y por otra, que tomasen las funciones sociales un carácter más ,humano; que el comercio y la industria be
convirtieran en engranajes más necesarios, esenc1aJles, de la máqujna colectiva y que la sociedad dejara de ser considerada como un ser trascendente, 'que se elevaba muy por encima de los hombres, para que el Estado pudiera, sin menoscabo al- . guno de sus atribuciones, sin abdicar de sus prerrogativas, aproximarse algo a ellos y ocuparse de sus necesidades; que se despojara de su carácter mistlco y se convirtiera en un poder profano que le permitiera, sin contradecirse, mezclarse en los asuntos profanos. A medida que va menguando la distancia que separa los dos términos, yeso en ambos sentidos, surge poco a poco la idea de enlazarlos y unirlos. Pero este primer paso no es del todo suficiente. No basta que la opinión pública dej~ de creer que es Co)ntradictorio que el Estado se encargue de desempeñar este papel, sino que es necesario, además, que este parezca encontrarse en condiciones de desempefiarlo para que se piense en con fiárselo. Para esto se necesita que concurran otras dos condiciones: que el Estado haya alcanzado el suficIente desarrollo y que ~as empresas productoras adopten una , estructura propicia a la influencia estatal. Mientras los organismos productores sean de escaso volumen, yen número ca-si ilimitado, manteniéndose dispersos y sin cohesión, es imposible someterlos a una dirección convergente; mientras no salgan del recinto doméstico, es imposible ejercer sobre ellos ningún con-
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trol social. Conviene, en una palabra, que haya plenamente cristalizado el régimen de la gran industria.
Estas son las condiciones que el socialismo, tal como lo hemos definido, presupone y requiere. Y adviértase que todas ellas son de orIgen reciente. La gran industria nació ayer, y sólo al alcanzar esta forma conquistó verdadera importancia socIal. Mientras actuó dispersa y difusa, el funcionamiento inconexo de todas ellas no podía afectar gravemente, en principio al menos, los intereses ¡?,pnerales de la sociedad. Por otra parte, hasta un periodo muy cercano, el orden religIoso y público prevalecía tan decidIdamente sobre el temporal y económico, que éste quedaba relegado a las capas inferiores de las jerarqulas soc~a¡'es. Finalmente, conviene observar asimismo que el desarrollo progresivo del Estado constituye en si un fenómeno completamente nuevo. S610 en el periodo de constitución y unidad de las grandes naciones de Europa y en los inmediatamente porteriores, sólo entonces y no antes, vemos cómo el Estado atiende a la administración de numerosos pueblos y servicios diversos: ejérCito, marina, arsenales, flota mercante, carreteras, vias fluviales, hosptt.ales, establecimientos de enseñanza, bellas artes, etc., y da en suma la impresión de una actividad fecunda, profusa e infinitamente diversa. Este elS un argumento que añadiremos a los anteriores para reforzar la tesis de que en modo alguno puede verse en el comunismo una forma prellminar de la teoría socialista. Cuando se formularon las primeras grandes teorias comunistas no 8xistian
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toda vla las condiciones esenciales que hicieron posiMe la aparición de la teorla socialista. · Se argüirá acaso que los pensadores del comunismo anticiparon imaginativamente los resultados r"turos del desenvolvimiento histórico; que construyeron in mente un estado de cosas muy distinto del que los rodeaba, y que no había de realizarse hasta mucho tiempo después. Pero, además de que es poco cientlflco admitir 'la posibll1dad de semejantes anticipaciones, que son verdaderas creaciones ex-nthilo, resulta que los teorizantes del comunismo orientan todos sus pensamientos, no hacia el porvenir, sino más bien hacia el pasado. Son unos retrógrados. Lo que desean no es que se precipite la evolución y que nos anticipemos en cierto modo a e}la, sino que vuelva atrás. Sus modelos son de tiempo pretérito. La ciudad platónica no es sIno una franca reproducción de la organización espartana, es decir, 10 más arcaico que exisUa entre las formas constitucionales de Grecia. Y en iS
to, como en muchos otros aspectos, los sucesores de Platón han seguida fielmente las huellas del maestro. El ejemplo que nos brindan es el de los pueblos primttivos.
p. J . PROUDHOl\f
(1809-1865)
CAPITULO 111
EL SOCIALISMO EN EL SIGLO XVIII
LECCION TERCERA
( Fin)
Se desprende claramente de lo que dejamos dicho que no es posible que el socialismo apareciera antes del siglo XVIII. En este momento histórico, al menos en Francia, habian surgido ya las condiciones enumeradas en el capítulo precedente. La gran industria se halla en vias de desarrollo ; se reconoce la importancia de la vida económica, puesto que se convierte en objeto de una ciencia; el Estado es laico y la unidad de la nación francesa es un hecho. Todo nos induce a creer que ya en esta época hemos de hallar doctrinas que ofrezcan los caracteres distintivos del socialismo. Asi se ha sostenido en efecto, y no hace mu~ho se ha trazado en una obra, muy concienzuda por cierto, la hlsto-
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ria del socialismo en el sig,lo xvm. Pero acontece, en reaEdad, que si bien las teorias, que se caU¿'ican de tales, contienen gérmenes de 10 que luego será el socialismo, en 51, cada una de eUas y en su conjunto, no van más allá que del comunismo.
Dos son, principalmente, las doctrinas de aquella época que se consideran más representativas del credo socialista: las de Morelly y de Mably, quienes exponen sus ideas en numerosas obras. Basta examinar exteriormente uno y otro sistema para darse cuenta de que ambos presentan e'l rasgo característico del comunismo, que consiste en que el ambiente es puramente imaginario. Uno y otro autor se plantean el problema en los mismos términos que Platón, Moro y Campanella: se proponen averiguar las causas originarias del vicio y el medio de suprimirlas, se sitúan ante un problema, no de econom1a política sino moral, y de moral abstracta, independiente de toda circunstancia de tiempo y lugar.
El remedio es, en este caso, el mismo que proponen ,los comunistas de todos los tiempos. La causa del mal es el egoísmo; lo que fomenta el egoísmo es el interés privado; el interés privado no puede desaparecer más que con la propiedad privada; luego, es ésta la que debe abolirse, puesto que en la sociedad ideal la igualdad económica entre los ciudadanos ha de ser completa.
Se trata, pue1s, en estas doctrInas, no de orga· nizar y concentrar la vida económica, lo que es genuinamente socialista, sino muy al contrario, de despojarla, por razones morales, de toda impor-
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tanela social, mediante la supresión de la propiedad privada. La solución es, como todas las solt' -ciones comunistas. eminentemente retrógrada . Los propios autores confiesan que s us programas se inspiran en 'las sociedades inferiores, en las formas primitivas de la civiUzación.
Lejos, pues , de creer que la reforma que propugnan haya de tener por obj eto la implantación de formas sociales nuevas, en armonla con las modernas condiciones de la existencia colectiva, se obstinan en seguir exactamente las huellas del pasado. Por lo mismo, estiman, con Platón, con Moro y Campan ella, que las ideas que sustentan son irreal1zables; están plenamente convencidos de que es imposible transformar hasta tal punto a la humanidad.
Después de estas aclaraciones, resultaría completamente ocioso discutir si Rousseau es o no socialista, pues resalta con evidencia que sus doctrinas son modalidades de las que acabamos de anal1zar, más o menos atenuadas. "Mi opinión, declara, no es que deba abolirse completamente la propiedad, puesto que es imposible, pero sI contenerla en los lfmites más estrechos, ponerle un freno que la reprima y guíe, que la sojuzgue y subordine en todo momento al bien públ1co~ .
(Obras inéditas). Debe observarse, sin embargo, que si bien el si
glo XVIII no contiene más que teorias comunistas, éstas presentan caracteres que las distinguen de las anteriores de igual nombre y que hacen presentir que está en v1as de producirse algo nuevo. En primer término no tienen nada de esporádico, ya
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que durante él asistimos a un verdadero fiorecimiento de sistemas comunistas. En los a:lbores de aquel siglO ya se descubren en Fenelon y en el . aba-
. te Saint-Pierre ciertas simpatias más o menos vag"as por un régimen comunista. Son francas en el sacerdote Meslier, en Mercier y Restif de la Bretonna. Se traducen la «Utopía» de Moro y las obras antiguas y extranjeras inspiradas en aquellos principios.
Dos conceptos que par:ecen caracter1sticos del tiempo, son: que una organización democratica es inseparable de cierta dosis de comunismo y que para los pequeños Estados, la democracia es preferible a la monarquía.
En la novela, en el teatro, en 'las narraciones de viajes imaginarios, encomian a cada paso las virtudes de los salvajes y su incontrastable superioridad sobre los civilizados. Se tropieza por todas partes con el estado de naturaleza, los peligros del lujo y de la civilización, las ventajas de la igua'ldad.
Los comunistas del siglo XVIII son más avanzados que los anteriores en sus teorías: no combaten los resultados nocivos de la propiedad y la desigualdad, sino la propiedad en sI misma y, mientras los comunistas anteriores se limitaron a musitar que las cosas irían mucho mejor si se acomodasen a sus ensueños, los del siglo XVIII afirman categóricamente que han de ser ta1es como eRos las exponen; la diferencia de matiz es digna de tenerse en cuenta.
Estas son las dos grandes novedades históricas del comunismo. ¿Qué sentido tienen? Ellas nos
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advierten que, esta vez, esas teorías particulares no son unas simples construcciones individuales, sino que responden a algunas aspiraciones nuevas que alborean en el alma de la sociedad. 81 la desigualdad es tan enérgicamente condenada, es porque ofende un sentimiento muy vivo y profundo y, puesto que es general la repugnancia Que Inspira, es preciso que tenga aquel sentimiento la misma generalidad. Si no se concibe ya la Igualdad simplemente como un medio IngenJoso ideado en la sosegada atmósfera de un gabinete, para articular esos sistemas conceptuales de dudoso valor Objetivo; si el estado natural del hombre se contrapone al estado actual, que se considera anómalo es, sin duda, porque obedece a una necesidad de la conciencia pública. Esta tendencia nueva es el sentimiento más hondo y generalizado de la justiCia social; es la idea de que la posición de los ciudadanos en las sociedades y la remuneración de sus servicios ha de variar exactamente como el concepto de su valor social. Pero advertimos, asimismo, que est.e sentimiento agudizado por las luchas y las resistencias, alcanza una intensidad y una Irritab1lldad anormales, ya Que llega a negar toda clase de desigualdad. En este sentido, se ,le puede considerar como uno de 1018 factores del socialIsmo. Este sentimiento es una manltestaclón del socIalismo que denominaremos «de abajo) y del Que hemos de ocuparn08 en breve. Puede causar extrañeza la circunstancia de que, existiendo ya en el siglo XVIII, no haya producido desde tal momento la consecuencia que originó más tarde; Que no se haya manifestado
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desde entonces la idea socialista con sus rasgos más característicos. Pero, como se verá luego, ese sentimiento no ha s~do ya suscitado por el espectáculo de la situación edOnómica, sino que se hizo indirectamente extensivo a esta última.
I.ECCION CUARTA
Después de comparar las orientaciones del comunismo y del socia:lismo nos preguntamos cómo han podido ser confundidos entre si. La fórmula del sociaHsmo es: regular las operaciones productoras de valores, de modo que conv€rJan armónicamente. En cambio, el comunismo tiende a regular el consumo individual de modo q~ sea igual y mediocre para todos. Por una parte, se aspira a establecer una cooperación normal y regularizadora de las funcion€s económicas entre sI, con las funciones sociales. De otra parte se pretende tan sólo evitar que el consumo de unos sea superior a'l de otros. Al11 los intereses particulares se organizan; aqul se les suprime . . ¿Qué hay de común entre ambas teorlas? Podrla creerse que la confusión se debe a que ambas tienden a mejorar las condiciones de las clases bajas, tendencia que, aunque pardal en el socialismo, es para muchos todo su sistema. Pero lo cierto es que en éste son mayores sus a:leances y se rebasa los limites de la cuestión citada, la que €n el comunismo se plantea en términos muy diferentes. Este plantea la cuestión independientemente de toda relación con el estado del comercio y de la industria y sin tener en cuenta en el grado que influyen estos factores en
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la situación social; las reivindicaciones comunistas se aplican a toda sociedad en que existe alguna desigualdad, cualquiera que sea el régimen económico. Los socialistas, por el contrario, no atienden más que a ese especial engranaje de la máquina económica que representa el proletariado y sus relaciones con el resto del mecanismo; mientras uno trata de la miseria y la riqueza en a;bstracto, el otro en las condiciones en que el trabajador, no capitalista, cambia l!US servicios dentro de determinada organización social.
El comunismo no es otra cosa que la caridad erigida en principio fu~amental de toda ,legislación social; es Ila f'flllternidad obligatoria. Pero nosotros ya estaanos advertidos que la beneficencia y previsión nada tienen que ver con el socialismo; que aUviar la miseria no es organizar la vida económica; el comunismo no hace otra cosa que llevar la caridad hasta la supresión absoluta de la propiedad.
El socialismo no es susceptible de satisfacer plenamente estas inclinaciones sentimentales porque su finalidad es muy distinta. Imaginemos por un instante que ha triunfado el ideario socialista: segui'l'á habiendo desgraciados y desigualdades de diverso género. El hecho de que nadie posea capital no impedirá que las capacidades sean desiguales, que haya enfermos e inútiles y de consiguiente, ricos y pobres. Como de otra parte la concurrencia no se ha suprimido sino reguladO solamente, habrá servicios menos útiles que, al;ln siendo retribuidos en su justo valor, quizás no proporcionen 10 necesario paa:a vivir. Existirán slem-
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pre personas incapaces de ganarse la vida, otras que no ganarán más que lo estrictamente necesario, corno el obrero de nuestros días, y aNastrarán, por lo tanto, una existencia mIsera y precaria, desproporcionada al esfuerzo que realicen. Porq:te en el socialllsmo marxista el capital no desaparece; lo que ocurre es que no 'lo administrarán los particulares, sino la sociedad; las remuneraciones de los tra:baj adores no dependerán de los intereses privados, sino de ,los generales; que sea justa no significa que sea suficiente para todos. La sociedad, a menos que ' ~a animen otros sentimientos, tendrá el mismo interés que tienen los capitalistas actuales en pagar. 10 menos que pueda; la sociedad se encontrará también entonces con una demanda más intensa de prestación de servicios fácUes, al a!lcance de cualquiera, lo que será un motivo para que el cuerpo social constrUía a los peticionarlos a contentarse con una remuneración baja; cierto que aqu1 la imposición emana de la sociedad y no de los capitalistas particulares, pero, aun entonces, la imposición puede ser muy Intensa. Contra ella y contra estos resultados se levantan los sentimientos que inspiran el comunismo. Se concibe, pues, que el socialismo no puede substituir al comunismo. Aunque trlunfe el socialismo, siempre tendrá la oPosición del segundo, con igual intensidad que ahora.
En resumen, el socialismo y el comunismo pueden coexistir separadamente, por el hecho de que se orientan en distinto sentido.
Es cierto que el socialismo ha acogidO, natural y especia!lmente, los senUmientos de oonmise-
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ración y fraternidad por las cla3es proletarias que animan principalmente al oomunisnw, 10s que atemperan, sin oponérsele el rigor de sus principios. ¿Cómo es posible creer que sea necesario solidarizar más completamente las funciones económicas, sin experimentar al unisono un sentimiento general de solidaridad social y de fraternidad? Por esta puerta ha ~ogrado entrar el comunismo en 'el socialismo y éste se puso a desempefiar los dos papeles; el del ,comunismo y e'l suyo propic En este sentido el socialismo viene a ser el hereder;) del comunismo; porque sin derivar de él, lo ha absorbido totalmente pero sin confundirse con él. De ahl que ambas doctrinas se presenten asociadas a la imaginadón de ciertos autores.
En realidad, el socialismo contemporáneo se divide en dos corrientes paralelas, que se influyen reclprocamente, pero que son de distinto origen y corren en distinta dirección. Una es la corriente socialista, propiamente ta:l, la otra es la antigua cOl"rlente comunista. Aqué1lla es movida por esas causas vagas y obscuras que impulsan a la sociedad a la organización de sus fuerzas económicas; la otra, por anhelos de caridad, fraternidad y humanitarismo. Por más que ambos cauces corren uno al lado de otro, están perfecta y claramente delimitados. Ya veremos cómo se separan ambas doctrinas y cómo determinados sect.ores comunistas han recobrado su plena independencia.
Esa corriente de conmiseración y simpatla, sucedánea de la antigua corriente comunista, interviene en el socia:1ismo moderno como factor secundario. Lo completa pero no lo in'tegra. Por
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eonslgulente, las causas que se adoptan para deteDel' la marcha del socialismo no atañen a las causas que lo originaron. En el supuesto de que sean legitimos sus deseos, no se s'atisfa~en con disposlmanes fragmentarlas esos vagos deseos de fraternidad. Observemos si no lo que acontece en todas las naciones de Europa y América. En todas partes existe viva la preocupación del problema 50-
eial y de remediarlo gradualmente y sin embargo, todas las medidas que se aplican no tienen otro objeto que mejorar la situación del prolet.ariado, es decir, se inspiran en las teorías generosas que sirven de base al comunismo. No se echa de ver-a los socialistas les ocurre esto con frecuencia-que eon este sistema se toma lo secundario por eseneta!. No es así, mostrándose complacientes y generosos con los vestigios del a:ntiguo comunismo, como el socialismo se llegará a implantar; por mucho que se haga para otorgar a los obreros priTllegtos que neutralicen, parcialmente, los que disfrutan los patrones, rebajando la jornada de trabajo y elevando los salarios, no se logrará calmar la apetencia socialista, que más bien, con los paliativos, adquirirá cada vez más fuerza . Las exigenelas de esta clase no reconocen Hmltes. Todo Intento por amortlguM'las, satisfaciéndolas, eqUivale a tratar de llena:r el tonell de las Danaldes. Véase por donde y de qué manera, al confundir las dos corrientes sociales se pierde de vista la que es más importante, hasta el punto de que se piensa ejercer sobre ella una acción que no la alcanza y que está desprovista ·de toda eficiencia..
Cuando esta distinción se ha establecido cla-
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ramente, se advierte en seguida que las teoriu socialistas del siglo xvrn no han rebasado el nivel del comunismo y que éste se presenta bajo un aspecto nuevo. Las sociedades, al establecer el derecho de la igualdad, no se elevar1an por encima de la Naturaleza; no har1an sino seguir el camino que ésta marca y adaptarse al principIo de justicia. Esta nueva modaliC\ad del comunismo de este siglo nos da a entender que la nueva tendencia 13e ha formado, en parte. al menos, bajo Influencias y condiciones también nuevas. TIenen por base que las desigualdades sociales que se observan no reconocen un fundamento de derecho; creían que la conclen{!ia pú1Jlica, por una natural reacción contra lo existente, llegaría a declaTar injusta toda desigualdad. Suponiendo que algunos teorizantes se pongan a examinar atentamente, a la luz de esta idea, las relaciones económicas que les inspiran menos simpatía, veremos cómo surgen fatalmente una serie de relvlhdicaciones social1stas; hay aqul un germen de sociaUsmo que se desarrolló despUés del siglo XVIII.
La protesta se dirigió tan sólo contra los ricos en general sin considerar los hechos de la vida industrial y comercial, ni de la situación del pequeño productor frente a la gran manufactura; se generaron grandes preocupaciones, generalidades abstractas y diserta'clones filosóficas, sobre los peligros sociales de la riqueza y de su inmoraUdad,~
quedando ajeno a todas ellas lo relativo al orden ' económico. Este es el motivo por el que Ilos pensadores de esta época incurrieran en lugares comulles del comunismo tradicional.
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Sin emba.rgo, hay entre ellos, algunos en los cuales el esplr1tu de justicia social tomó contacto más inmediato con la reaUdad económica y revistió una forma que en determinados puntos se aproxima bastante al sociaUsmo propiamente dicho. El más destacado es sin duda Simón Enrique Linguet, autor de la Teor1a de las Leyes Civiles (1767) y Anale3 Pol1tieos, CivIles y IJterarios del siglo xvm (1777-1792).
Linguet, aunque diserta sobre la riqueza, explica extensamente cuál! era en aquella época la situaeión del trabajador que vive exclusivamente del esfuerzo de su brazo y tal eomo más tarde Carlos Marx, ve en M al sucesor del esclavo de la antigüedad y del siervo de la Edad Media: «Gimen bajo los harapos que son la librea de la indigencia. Nunca participan de la abundancia que el trabaJo crea... En nuestra sociedad los criados han substituido a los siervos . .. :' ces una ironía afirmar que los obreros son libres y no tienen amo. SI, tienen uno, el más terrible, el más imperioso de los amos .. . No están a las órdenes de un solo hombre, sino a la de todos:t.
Otro esplritu que peca de muy moderado, Necker, describe la situación económica de su tiempo en tonos no menos sombríos que Linguet. GlIRsl1n y Montesquieu indican los peligros sociales que significan los progresos industriales. Asi Graslin dice: cEn la adual constitucián de las soeiedades, la Humanidad pierde más que gana con esos descubrimientos que simplifican el trabajo7>.
Este lenguaje, como se ve, es muy diferente del que emplearon Morel1y, MalJly y Rousseau.
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Esta vez nos encontJramos no con dis~rtaciones abstractas sobre los ricos y los p~bres, sino con quejas positivas que tratan francamente de la situación creada al tralba1j ador por la organización de aquel tiempo. Sobre este punto concreto no se expresan en otra forma los socialistas de nuestros dlas. Sin embargo, las conclusiones prácticas que deducen esos autores de ·sus críticas son más bien conservadoras. Asl Necker y Linguet insisten en la necesidad de mantener por todos los medios ,el orden 'Social y se limitan a proponer Silgunas medidas que 10 hagan más tolerable; comprenden que un comunismo absolutamente igualitario es irrealizable. El socialismo de estos autores es completamente negativo, aunque hubo gérmenes que entonces no pudieron a1lcanzaJr su pl!eno desarrollo. Trumbién existieron otros en la doctrina socialista del! siglo XVIII que, como los gérmenes del socialismo, se encuentran en estado rudimentario.
Para que sea posible la idea socialista es menester que la opinión pÚblica reconozca al Estado derechos muy amplios, pues los mismos que opinan que el socialismo, después de Instituido, habrá de adoptar una forma más 'bien anárquica que autoritaria, saben también perfectamente que cuando se trate de establecerlo habrá necesidad, por el contrario, de transformar las instituciones jurídicas y ciertos derechos de que gozan hoy los individuos, y como quiera que estos cambios sólo puede efectuarlos el Estado, es absolutamente necesario que no existan derechos contra éste.
Sobre este extremo están de acuerdo, a excep-
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ción de los fisiócratas , todos los pensadores del siglo XVIII. «El pOder soberano, escribe Rousseau, que no se inspira en otra finalidad que el bien común, no tiene otros limites que los de utilidad pública bien entendida. l> Y_como, efectivamente en SU teor1a, todo el orden social es una construcción del Estado, puede modificarse a voluntad del Estado. En esta teoria de Rousseau sobre el Estado se apoyan precisamente los que pretenden demostrar que era socialista. Montesquieu no pensaba de otro modo; para éil, el bien del pueblo es la ley suprema. Las ideas generales de aquella época no se opon1an a que el Estado modificara las bases de la vida económica para organizarla socialmente.
Resumiremos nuestra impresión sobre el siglo XVIll, afirmando, una vez más, que sólo hemos apreciado en el conjunto de sus autores una aspi,ración a un orden social más justo y una teor1a de los derechos del Estado que, reunidas contienen, en potencia, el socialismo, pero que no prOdujeron a la sazón, más que algunas veleidades muy rudimentarias. Ni aun en el perlado de la Revolución nadie dió el paso decisivo. La doctrina de Babeuf, que es acaso la más avanzada, no rebasa el mero comunismo.
Obtenidos estos resultados, interesa ahora averiguar: 1.0 ¿De dónde procede ese doble gérmen, c6mo~ se formó esta nueva concepción de la justicia y del Estado? y 2.0 ¿QUé es lo que impidió llegar a las consecuencias socialistas que virtualmente contenia?
La primera pregunta se contesta fácilmente. Es evidente que estas ideas no son más que los
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principios fundamentales en que se apoyan todas las transrorma.cJones pol1ticas de 1789. Son el remate del doble movimiento que originó la Revolución: el individualista y el estadista. Tuvo el primero por efecto que se aceptase como evidente que la posición del individuo en el cuerpo social habia de ser exclusivamente determinada por su valía personail, con lo que se rechazaban por injustas las desigualdades tradicionales. Trajo el segundo, como consecuencia, que las reformas juzgadas necesarias se consideraban realizadas, ya que el Estado fué concebido como instrumento natural de su realizaeión. Una y otra concepción f3e solidarizan en el sentido de que cuanto más recia es la constitución del Estado y a más altura se eleva sobre los individuos, en su totalidad, tanto más iguwles parecen ser entre ,sI en relación con aquél. He aquí, pues, de dónde proceden las dos tendencias que acabamos de seftalar. Na.cleron una y otra durante la organización pOlltica y con el fin de moditicar esta organización; son las ideas pol1-ticas las que constituyen el centro de gravedad de los lSistemas.
Queda la segunda pregunta. ¿Cuál es la causa de que, una vez surgidas, no se aplican, por natural e:lCtensión, a la vida económica? ¿Por qué no se logró que, :bajo su influencia inmediata, S8 planteaTa entonces la cuestión social? ¿A qué se debe que, a pesar de haber sido fijados los factores esenciales del socialismo, no se constituye esta doctrina hasta después del Imperio?
No se puede decir, que no exl8t1a el fermento de la idea socialista porque la situación de los obre-
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ros no ofrecia ningún interés especial y caracterlstico. La situación obrera en esa época era desesperada y para cerciorarse de ell~ no basta sino leer sus comentaristas y fillósofos . Lo que mejor prueba los ~ntimientos de las clases trabajadoras y el descontento que experimenta!ban, es el sinnúmero de precauciones y medidas que adoptaba el Poder en contra ella. EstQs hechos son elocuentes. Son una demostración más de que la cuestión obrera es un elemento secundario del socialismo, ya que a la sazón era la situación de los obreros muy análoga a la de ahora y, sin embargo, no existia el socia!l1smo. Ya veremos ,cómo se forman los grandes sistemas socialistas en los albores del siglo XIX, a pesar de que en plena Revolución no existieran más que en gérmen. Es imposible, no obstante, que las condiciones de la clase proletafia hubiese eX!traol'dinariamente empeorado en tan breve lapso. Pero la conclusión que se desprende de lo que precede no es puramente negativa. Si se relacionan los dos fenómenos siguientes: que los factores del socialismo que se descubren en el siglo XVIII 50n los determinantes de los acontecimientos revolucionarios y que el socialismo surge inmediatamente después de la revolución; si se relacionan ambos hechos, repito, hay motivos para creer que lo que faltaba al siglo xvm para que pUdiera originarse el socialismo propiamente dicho, no era precisamente que la Revolución fuera, al fin, 'Un hecho consumado, sino que era necesario, para que aquellOS factores pudieran producir sus naturales consecuencias sociales o socIalistas, que previamente prOdujeran sus conse-
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cuencias políticas. En otros términos, ¿fueron tal vez las transformaciones politicas de ,la época revolucionaria las que ocasionaron la extensión al orden económi'co de las ideas y tendeneias de que eran resultado? ¿No fueron, acaso, los cambios introducidos a la sazón en la organización de la saciedad y que, una vez establecidas, exigieron otros que en cierto modo derivaban de las mismas causas que hablan engendrado a aquéllos? ¿No habr~ el socialismo, desde este doble ptmto de vista, surgido directamente de ~a Revolución? Es incontrovertible que su ascendencia histórica está ahl precisamente.
CAPITULO IV
SISMONDI
LECCION QUINTA
Ya hemos visto que las doctrinas sociales del siglo XVIII no sobrepujaron al <:omunismo. Todas €:llas presentan los <:aracteres distintivos de éste y, sobre todo, ,la tendencia fundamental a, pener fuera y lo más lejos posible de la vida pública cuanto concierne a los intereses económicos. Conviene observar que no definimos el comunismo por lo que tiene de igualitario, aunque 10 es indefectiblemeate; siempre ha sustentado que el producto del tr3.bajo de todos debe ser distribuido por igual entre todos los ciudadanos; esta distribución igualitaria no es más que una conse<!uencia del princLpio que sostiene que la función social de 'la riqu-=:m debe reducirse al mínimum o a nada, de ser ~)()
sible; pero esta consecuencia es tan se<!undJ.ria y contingente que puede conciliarse perfedamente con el principio opuesto. Si, en efecto, partimos de la idea contraria que es la del socialismo o sea El Soel.liamo--5
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que las funciones económicas son las funciones soclaJes por excelencia, llegaremos a la conclusión de que han de organizarse socialmente, de modo que resulten lo más armónicas y productivas que sea posible, pero sin que quede establecido, por ello, de qué manera hayan de repartirse las riquezas elaboradas en esta forma. Si se opina que el procedImiento más práctico para alcanzar aquel resultado es que el reparto se efectúe por iguales partes. se podrá reclamar con los comunistas, la igualdad en el reparto, sin aceptar, empero, su principio fundamental ni abandonar tampoco el que sirve dE base al socialismo. No hay que dejarse engafiar por las apariencias, por importante que sea el papel que desempeñen en las concepciones sociales. Lo que mejor caracteriza al comunismo es el lugar excéntrico que asigna a las funciones económicas en la sociedad, en 'contraste con el socia.lismo que les señala la situación más céntrica y preeminente. Estas son las caracter1sticas opuestas y más destacadas que hay que tener en cuenta para evitar cualquiera confusión; todas las demás son secundarias y '110 tienen nada de espec1f1co.
Pero, si la doctrina social del siglo xvrn es el comunismo, no se olvide que en ellas hemos descubierto también dos importantes gérmenes del socialismo. Uno, el sentimiento de protesta contra las desigualda;des económicas entronizadas por la tradición; el otro, una concepción del Estado que reconoce a éste los derechos más amplios. Aplicados ambos al órden económico, debería uno origInar un deseo de modificar el régimen, proporcionando el segundo el instrumento necesario pa-
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. ra hacerlo. No obstante, no se produjeron semejantes resultados. Surgidas a raíz de ~a organización pol1tlca, estas 1deas se aplicaron a aquella esfera sin ir más lejos. ¿A qué se debló ssto? A que ellas, por ser idénticas, se confunden con las que originaron la Revolución y lo que impidió que se produjesen inmediatamente las consecuencias económicas, es que era preciso que primeramente se desarrollasen ,las consecuencias politicas; la Revolución no estaba todavía totalmente realizada y lo que originó la aplicación de ambas ideas al orden económico fué el estado de cosas creado por la -Revolución, que hicieron surgir el 'Socialismo inmediatamente después de terminada la obra revolucionaria; su formación definitiva tiene efecto al final del Imperio y sobre todo en la época de la Restauración.
Las doctrinas del economista Srnith fueron importadas a Francia por Juan Bautista Say, cuyo Tratado de Econom1a Politica alcanzó un rápido y extraordinario éxito. Apenas formulada ésta, otra opuesta se afianzó con no menos gallardia. Esta simUltaneidad no es para extrafíar a nadie, ya que el economismo y el socialismo proceden , en realidad, de un mismo origen; son productos de un mismo estado social interpretados de dlstlnto modo, pero cuya identidad se manifiesta a través de las interpretac'lones dispares de una y otra escuela ...
'El libro de Juan Bautista Say data de 1803. ,Al afto siguiente, Ferrier, en una obra titulada cDeI Gobierno considerado en sus relaciones con el eomereio~, combatió la nueva escuela, oponiendo
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a las ideas de Smith las tradiciones de Cdlbert, reproducidas por Neeker. También en aquel entonces, Ganilh adoptó la misma posición en su «Teor1a de la Economía Pol1tica~ y en 1815, Aubert de Vitry en su «Investigación de las verdaderas causas de la miseria y de la felicidad públicas:. combatió el optimismo con que Smith y sus prosélitos describían los efectos de un industrialismo sin normas ni freno .. Es en la obra de Sismondi o.onde ,culmina el nuevo esp1ritu que se iba innltrando en las sociedades de aquel tiempo.
Simón de Sismondi fué, al principio, discipule de Adan Smith, y su «Riqueza Comerciab coincide de lleno con él. Poco a poco, según él mismo confiesa, <:arrastrado por los heehos y las observaciones~, van dando de lado los principios de ia ,escuela dominante, y, a partir de 1819, da a luz, primero, sus «Nuevos Principios de Econom1a Política» y luego .rDe la Riqueza en sus relaciones con la población» en las que anuncia una doctrina completamente nueva, la que confirma en «Estudios sobre Economia Pol1tica», publicado en 1821.
«El actual régimen económico, dice Sismondi, nos brinda un espectáculo realmente magnifiCO. En ningún otro periodo se ha elevado a un nivel semejante :la actividad productora del hombre. Las construcciones se multiplican y cambia por completo la faz de la tierra; los almacenes están repletos y se admira en los talleres las fuerzas que el hombre ha arrancado al viento, al agua, al fuego para que colaboren en su trabajo . .. Todos los pueblos, todas las naciones están abarrotadas de riquezas, to- . das desean enviar a las demás las mercancías que
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poseen en abundancia y los recientes descubrimientos de la ciencia permiten transportarlas con una rapidez desconc'ertante. Es el triunfo d~ la cremattstica) ¿Pero corresponden verdaderamente, esos indicios de prosperidad apar.:mte a una prosperidad real? ¿Ha ido en aumento el bienestar colectivo, la suma total de comodidades, a medida que los pueblos acumulaban de este modo la riqueza? 4:Hemos procurado averiguar quiénes eran los que recoglan los frutos de todas esas m aravillas de arte que se elaboran en presencia nuestra, de esta deslumbrante actividad que multi,pl1ca a un tiempo las fuerzas bumanas, los capitales, los medios de transporte y las comunl-caciones entre todo el universo, de esta rivalidad que nos lleva a suplantarnos los unos a los otros. Hemos, pues, investigado y, al mismo tiempo que hemos reconocido el triunfo de las cosas, nos ha parecido que el hombre quedaba malparado como nunca». En efecto, ¿quiénes son los dichosos de este nuevo régimen? No son precisamente los trabajadores. Alguien arguye que no son los productores, sino los consumidores, los que se benefician de esta superactividad industrial. Pero, para que tal beneficio Juera digno de tenerse en cuenta, seria menester que se extendiese a la gran masa de -consumidores, por conSiguiente a las clases inferiores. Pero la sociedad se halla organizada de tal form a, exclama Sismondi, que el trabajO no proporciona a las clases inferiores más que lo indispensable para el sustento. Ante tales condiciones sociales, no es posible que reciban más que antes, a pesar que se les exige un trabajo mucho más intenso, malsa-
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no y desmoralizador. Se desprende de ello que se produce un incremento de estrechez y miseria en el momento mismo que existe plétora de riquezas y en que, con arreglo a las ideas dominantes, debe haber exceso de abundancia.
Este resultado parece paradójico. Sismondi intenta, empero, demostrar que es inevitable y que se deriva necesariamente de las nuevas condiciones de la organización económica. Su demostración se apoya en las dos proposiciones que siguen: 1.0 El bienestar colectivo requiere que se contrabalanceen can exactitud la producción y el consumo, y 2.0 El nuevo régimen industrial se opone a que la balanza se nivele.
La primera proposición se explica fácilmente. Imaginemos un hombre aislado que produce por si mismo lo que consume. ¿Producirá más de 10 que es capaz de consumir y acumulará r iqueza? Si, pero sólo en cierto modo. Se proveerá, ante todo, de productos que se disipan irunediatamente por el uso, tales como sus alimentos; 'luego de aquellos que empleará más tiempo consumiéndolos, por ejemplo, los vestidos, y finalmente, de aquéllos otros que, siendo asimismo de utilidad inmediata, durarán más que él, como la vivienda. Todo eso, que formará su masa de consumo inmediata, es lo que procurará obtener antes que nada. Junto a esta masa, irá constituyendo, si le es posible, otra de reserva. Para que su subsistencia esté mejor garantízada, no esperará el pan de cada dia del trabajo cotidiano, sino que más bien procurará poseer una cantidad de trigo reservada de antemano para un añ o, por ejemplo. Indudablemente
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ocurrirá que este hombre, una vez que haya constituido su fonüo de consumo y el de reserva, no irá más adelante, aun cuando tenga la posibilidad de aumentar su riqueza consumible. Preferirá descansar y no producir frutos que no han de aprovecharle. La sociedad en su conjunto es igual que este hombre: tiene su fondo de consumo, que Si compone de todo lo que sus miembros han adquirido para su consumo inmediato, y su fondo de reserva para poder subvenir a cualquier contingencia. Una vez que ambos fondos están suficientemente provistos, todo lo demás que se produce es inútil y carece de valor. Las riquezas acumuladas dejan de tener valor en la medida que exceden de las n~esidades del consumo. Los productos del trabajO sólo pueden enriquecer al obrero cuando encuentran un consumidor que los compre. Es el comprador qUien avalora la mercanc1a; si falta éste, su valor es nulo.
Ningún Economista niega esta evidencia. Pero,. en opinión de Say, Ricardo y sus discípulos, ocurre· que el equilibrio entre el consumo y la produ0ción se establece por sI mismo y de un modo necesario, ya que es imposible que aumente la producción sin que el consumo siga el mismo rumbo. Aun cuando los productos se multiplicasen indefinidamente siempre se les e?contraría salida y colocación. En efecto, dicen, supongamos cien labradores que producen mil sacos de trigo, cien fabricantes laneros que producen mil varas de tela y, para simplificar los términos del problema, vamos a considerar que cambian entre sí los productos del trabajO respectivo. Pero, entretanto sobrevienen inventios que
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~Jevan en un 10% la capacidad productora de unos y otros. Aquellos individuos cambiarán entonces .mUelen kilos por mil cien sacos y cada uno de ellos comerá y vestirá mejor. Otro avance industrialllevará los objetos de cambio a mil doscientos kilos y mil doscientos sacos, y así sucesivamente. El au~ento de productos no hará nunca sino acrecentar el 'bienestar de los que producen. Pero esto, exclama Sismondi, es atribuir a las necesidades humanas 1ma elasticidad de que carecen. La verdad es que el tejedor no tiene más apetito por el hecho de que se :fabrique mayor cantidad de tela y si para su consumo le basta con 500 o 1.000 sacos de trigo, no adquirirá mayor cantidad de ellos por la circunstancia de que tenga otra mercancía que ofrecer en cambio. La necesidad de trajes es menos riguro:;amente definida. El cultivador, en situación más desahogada, comprará a lo sumo dos o tres trajes en vez de uno. Pero también por este lado topamos con un limite, ya que no existe quien aumente indefinidamente sus reservas de indumentaria porque sus rentas sean mayores. ¿Qué ocurrirá, pues? Que en lugar de encargar mayor número de trajes tomará unos más finos. Y con esta decisión influirá en .que disminuya el negocio de los fabricantes de telas burdas y se creen otras industrias de tejidos de lujo. Asimismo el fabricante de paños, . en vez de una mayor cantidad de trigo, que no ha de servirle para nada, pedirá otro de mejor calidad o substituirá el pan por carne. No hará, 'pues, que los labradores intensifiquen sus cultivos, sino que pedirá que los despidan y que se substitu-3'a una parte de ellos por ganaderos y los trigales
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por pasto. Es falso, pues, que los excesos de producción queden compensados y que el excedente se compense, aumentando en igl,lal grado el consUr.10 correspondiente; más allá de cierto limite dejan de servirse mutuamente de salida. Antes al contrarIo, tienden a repelerse unos a otros para ceder el sitio a productos nuevos, de calidad mejor, cuya apariCión suscitan. Estos no se agregan a los antiguos sino que los reemplazan. El agricultor que produce más que antes, no utiliza, a cambio de tal excedente, el sobrante de pafio que puedan fabricar al mismo tiempo las manufacturas en funcionamiento, sino que deja de utilizarlo. Podrá
• tal vez impulsar a los fabricantes, por el ascendiente que ejerza sobre ellos y la perspectiva de la compensación que les brinda, a transformar su maquinaria y elaborar otros productos de mayor valor y precio, y de esta guisa y a la larga restablecer el equilibriO. Pero esta transformación industrial no se efectúa ipso jacto; constituye una crisis más o menos grave, puesto que implica pérdidas, nuevos dispendios y una serie de ajustes y acoplamientos la:boriosos. Supone, en efecto, la inutilización y pérdida total de los productos de exceso; la anulación del capital empleano en la producción de aquéllos; la contratación de nuevos operarios o la adaptación de los antig'uos, con la ,consiguiente baja en la nueva producción, y las pérdidas inherentes, a toda nueva orientación industrial. Henos aqul muy lejos de la famosa armonia abBOluta, que, según la escuela inglesa, se establece automáticamente entre la producción y el consumo. Pero eso no es todo. Según este sistema el
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equilibrio sólo puede restablecerse reemplazando las industrias viejas por otras de lujo. Pero esta substitución tiene su limite, pues la necesidad de los objetos de lujo no es limitada.
Es inexlllCto que la industria pueda progresar indefinidamente sin que deje de permanecer en equ1l1brio con el consumo, ya que éste no rebasará nunca el nivel que le sefiala cada tipo de cIvilización. La cantidad de objetos necesarios a la vida tiene sus limites muy estrechos para determinados articulos, limites que el industrial no podrá rebasar impunemente. Una vez qu.e lo haya alcanzado tenderá a mejorar la calidad; pero este mismo perfeceionamiento reconoce también llmites. La necesidad de lo superfluo tiene sus limItes, como la de lo necesario. Claro que este limite no es absoluto ; puede ser ampliado, si el bienestar general aumenta. El trabajador tendrá entonces má.s ratos de ocIo y dedicará algunos a lo superfluo. Pero no es la superproducción la que produce es
te resultado, pues, si el bienestar viene con el aumento de las rentas, no se acrecientan estas por el sólo hecho de que se produzca más.
En cada momento histórico existe tUl punto que no puede rebasar la producción sin que rompa su equilibrio con el ·consumo, lo que origina siempre graves perturbaciones. Puesto Que, o no habrá comprador para el exceso de la producción, cuyo valor será, de consIguiente, nulo y constituirá una especIe de caput mortum, Que hará disminuir rentas del prOductor en forma proporcional, o bien éste con el fin de colocar el excedente, lo ofrecerá a bajo precio y, para efectuarlo con la
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menor pérdida posible, se esforzará en rebajar los salarlos, el interés de los capitales que emplea, los alquileres que paga, etc. Imaginemos un caso de supe1'l>roducción general y veremos desarrollarse ante nosotros una lucha general de todos contra todos, tan violenta y dolorosa, que de ella no saldrtan indemnes los mismos vencedores. Pues, para que el productor pueda liquidar sin pérdida el excedente de su producélón, vendiéndolo desde luego barato, es preciso que disminuya la renta de todos sus colaboradores; ahora Ibien, es según su renta cómo cada cual regula sus gastos o sea su consumo. Si aquélla baj a , éste disminuye. Es un caUejón sin salida. No es posible elevar arti-1iclalmente el nivel de consumo de unos productos sin bajar el de otros. Unos pierden clientes y otros los ganan. Y as! nos debatimos inútilmente en una situación insoluble.
Sismondl establece la conclusión siguiente: cResulta de lo que acabamos de exponer , Ulla proposición que contradice las doctrinas 8Idmitldas; que no es cierto que la lucha entre los intereses lndividua1es baste a promover el mayor de todos los bienes; que del mismo modo que la prosperidad de la famUla requiere que su jefe se preocupe de que los gastos sean proporcionales a los ingresos, as! también es necesario, en la dirección de la fortuna pública, que la autoridad soberana vigile y reprima los intereses privados para encauzarlos en beneficio del bien general ; que dicha autoridad no pierda nunca de vista la formación y distribución de la renta, pues de ello depende que se extiendan a todas las clases las comodidades y la
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prosperidad; que proteja, sobre todo a la clase pobre y trabajadora, por ser la que se encuentra en jl1ferioridad de condiciones para defenderse por si misma y cuyos sufrimientos ,constituyen la mayor de 'las calamidades nacionales) .
Estima Sismondi, en las reformas que preconiza, que se impone una reorganización del actual órden económico, pero no se atreve a formular un programa concreto, porque opina que la transformación ha de ser total y profunda.
Lo que precede bastará a demostrar plenamente que el lenguaje de estos autores es muy distinto del que emplearon los del siglo XVIII. Sismondi no ataca la superproducción porque las riquezas en s1 mismas le parezcan inmorales, sino porque, al aumentar desmesuradamente, cesan de ser tales riquezas, volviéndose contra la finalidad que les es esencial y en vez de prosperidad engendran miseria. La. condición que impone para que se desarrollen útilmente, es que progresen a compás con las necesidades del consumo. Es la demanda la que debe provocar la oferta y poner en movimiento todo el mecanismo. No se trata, pues, en esta teoría, como en la comunista, de restringir la función de la industria sino sencillamente de hacerla más útilmente productiva.
La doctrina de Sismondi se aplica más a estudiar cómo han de ocurrir los hechos que a comprobar cómo acontecen realmente.
Por otra parte se reduce a poner de relieve una de las consecuencias del rég1men económico que se juzga más enojosa y contra la cual habria que apelar a reformas no desprovistas de inconve-
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mentes. Entre éstas, ¿cuál es la más importante? Sobre este punto discrepan las opiniones de los autores y de ninguna de ellas ni de su conjunto se desprende un criterio fino y objetivo que ol'rezc¡;¡, garantías. El estado actual de cosas presenta todos los peligros de la irreglamentación pero también todas las ventajas de la libertad. Y para e'ritar aquéllos, hay que renunciar en parte a éstas. ¿Es un bien? ¿Es un mal? Se contestará de distintas maneras a estas preguntas, mientras el problema se plantee en esta forma, según que nos IncLinemos al órden, a la armonía, a la regularidad de funciones, o que, por el contrario, prefiramos a todo eso la vida intensa y los grandes vuelos de la actividad.
Observemos, sin embargo, que si bien estas teor1as y sus similares poseen escaso valor científico, son altamente sintomáticas. Son una prueb3. fehaciente de que ya en aquellas épocas se pensaba kansformar el órden económico. Poco importa, a este efecto, el valor que desde un punto d-~ vista. rigurosamente metódico tengan las razones que se aleguen en apoyo de estas aspiraciones. Est;¡s son ciertas y aquí el hecho que conviene t ener en Clienta; no habrian llegado a manifestarse de no h~berse experimentado realmente los ef~tos dolorosos que tratan de destruir. Cuanto más se d~ ja de considerar estas doctrinas como construcc10nes científicas, más obligados nos vemos a ad-mitir que se fundan en la realidad. Nada lo e:<pttca más claramente que el caráderde las tratL3-formaciones que en ellas se preconizan. Por encima de todo se destaca el deseo apasionado d:; e'3-
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tablecer un orden industrial más regular y estable. Pero ¿en qué se inspira este deseo? ¿Oómo se explica que ya en aquellos tiempos hubiese cerebros y voluntades bastante vigorosos para anular parcialmente las aspiraciones opuestas? Cabe creer que el desórden económico habia aumentado a partir del siglo xvru, pero no es, sin embargo, admisible, que en el hreve periodo que hemoo estudiado, hubiese aumentado en proporciones tales que justifiquen ·el tono en que se traducen las reivindicaciones sociales.
El movimiento de estas ideas, antes de le. Revolución, era ya, según hemos podido apreciar, conside:rable. Hemos de creer, pues, que en este intervalo se produjo, fuera del órden económico, algún eambio que hizo más insostenible el desequilibrio y la falta de armonia. Pero ¿cuál fué ese cambio? Eso es precisamente lo que vemos confusamente a través de estas doctrinas. Hemos de suponer, pues, que sólo explican de soslayo ra situación que las creara y que se refieren principalmente a un accidente, a una repercusión más o menos lejana, sin remontarse a la causa inicial de que derivaba y que es la única que pOdrla ilustrarnos sobre su importancia relativa.
FIN
IN Die E
DOS PALABRAS ....... .
CAP. l.-DEFINIeroN DEL SOCIALISMO
Lección Primera.. .. ..
Lección Segunda. . ' ..
. ... Pág. 5
9
.. 23
Cl\P. II.~OCIALISMO y COMUNISMO .. .. 31
Lección Tercera. . . . .. .. . . .. .. .. 39
CAP. lII.-EL SOCIALISMO EN EL SIGLO XVIII .. 47
Lección Cuarta .. .. 53
OAP. IV.-8ISMONDI
Lección Quinta .. .. ~5
Novedad .. recleDtel de la
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Hemoa editado recléD UD compendio de la obra "1::1 Socialismo" de Durkh.lm, profe· lor de Socio l •• la de i. Sorbena. En el, toclo. 1 .... que loo)' aoaí_ compenetra .. e de la teo· ria .oelahata, eacoatraráa juata reapueala a c.ad. una de su. pre&,unta5.
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24 HORAS DE LA VIOA OE UNA MUJER '. . StefaD Zwei.
Tradudda por HerDÁD del Solar, eata redente novela de Zwei. ha recibido loe meJor .. parabienes eo oueltro ambiente. Ea una novela corta y nena de vida eo que el lector liente la premura COD que la obra 1Ia.. a .1 IInal.
(Bibüoteca Zi .. -Za. N.o 51)
Predo: • 1.40
EL RETRATO OE OORIAN GRAY
Oacar Wilde
L. "'Biblioteca Zi .. ·Z. .... , .1 cumplir au I ... undo ailo de publicación, h. querido editar una de la. obr.. mál merltori •• de la literatura do todos 101 tiempo.. En ella el lector encolltrará l. picardf., la látira y la filololía de Wllde • travás de · UD ar&,umento de sumo iateré •.
(Biblioteca Zi .. ·Za. N.o 62)
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LO QUE ELLOS HAN VISTO EN RUSIA
Recopilación de Carlos Oe Vidta
Opiniones de personalldadeo destacadaa iatearan este volumen. Ell.a, eo vi.ioDes rápida. de viajeros, inclicarán al lector lo que han vi.to en l. Ruai. Soviética. Para la elección de oplnioDes no ha habido partidarlsmo de ninguna espe-cie. Mucha. aOa l.. opinioaes encontrad.. que baU&rá el lector vertidas en este libro. Ello mismo permitirá formarse una idea cabal de la verdad.
Precio: • 3.-
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EDITORJAL ZIC.ZAC Casilla 84-0. - Santla .. o.