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Colombia internacional Universidad de los Andes [email protected] ISSN (Versión impresa): 0121-5612 ISSN (Versión en línea): 1960-6004 COLOMBIA 2006 Carlos Mario Perea Restrepo COMUNIDAD Y RESISTENCIA: PODER EN LO LOCAL URBANO Colombia internacional, enero-junio, número 063 Universidad de los Andes Bogotá, Colombia pp. 148-171 Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal Universidad Autónoma del Estado de México http://redalyc.uaemex.mx

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Colombia internacionalUniversidad de los [email protected] ISSN (Versión impresa): 0121-5612ISSN (Versión en línea): 1960-6004COLOMBIA

2006 Carlos Mario Perea Restrepo

COMUNIDAD Y RESISTENCIA: PODER EN LO LOCAL URBANO Colombia internacional, enero-junio, número 063

Universidad de los Andes Bogotá, Colombia

pp. 148-171

Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal

Universidad Autónoma del Estado de México

http://redalyc.uaemex.mx

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C olombia Internacional 63, ene - jun 2006, 148 - 171

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COMUNIDAD Y RESISTENCIApoder en lo local urbanoCarlos Mario Perea Restrepo1

recibido 05/04/06, aprobado 18/05/06

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C arlos Mario Perea Restrepo

1 Historiador, profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional deColombia.

2 Vocera de la organización italiana Ya Basta. En: La Jornada (2003: 7).3 Pasados casi diez años después de su aparición pública el 1 de enero de 1994, la expresión indígena conocida con el nom-

bre de Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) creó cinco Juntas de Buen Gobierno asumidas como territo-rios en rebeldía, esto es: lugares regidos por sus propias leyes más allá del estado y su diseño constitucional. El lanzamientose realizó a principios de septiembre del 2003.

4 En un bello artículo,Arturo Escobar (2000) instala la pregunta.

La vigencia de la añeja noción de comunidad halla sus recientes líneas deconstrucción a partir de dos fuerzas. De un lado, una ancestral tradición que laconvierte en valor cultural de los sectores populares: entre éstos opera comorepresentación de un yo colectivo que moviliza energías de los más diversos cuños.De otro lado, una presencia tanto en el pensamiento social moderno como en losdiscursos estatales encaminados a enfrentar las demandas populares: en el primerohace de operador de las utopías sociales y políticas y en el segundo funciona comoreferente de gobernabilidad. En el cruce de estas dos fuerzas, ¿puede la comunidaddesempeñar un papel en la resistencia popular urbana?

Palabras claves: comunidad, esfera publica, resistencia, identidad.

Two recent forces validate and construct old notions of community. One is theancestral tradition that turns the community into a cultural value that belongs to thepeople.To people, the community operates as a collective “I” that mobilizes all sortsof energies.The other is the community’s presence in both modern social thoughtand in state discourse set on confronting popular demands.The first force is based onsocial and political utopias, and the second force is a governability referent. Can thecommunity play a role in the urban popular resistance movement, at the crossing ofthese two forces?

Keywords: community, public sphere, resistance, identity.

Introducción

De los zapatistas hemos aprendidoque construyendo comunidad se

cambia el mundo Vilma Mazza2

Q uedamos bajo su evo-cación: “construyen-do comunidad se

cambia el mundo”. El epígrafe, enun-ciado a propósito de la creación de losmunicipios autónomos entre el movi-

miento zapatista mexicano, habla deuno de los pasos de dicho movimien-to en su búsqueda de estrategias deresistencia frente al capital y la globa-lización3. Nos invita a retornar a lolocal a fin de desenterrar los cimien-tos para la construcción de un mundoalternativo, cimientos capaces derecombinar la cultura local y el vín-culo directo a la manera de antídotoscontra el dominio del mercado4. Conclaridad, el zapatismo ha convertido la

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comunidad en núcleo de resistencia5:se le presenta como historia quenunca ha dejado de estar ahí, más alládel sojuzgamiento; y como modo devida que conquista su derecho a exis-tir, lejos del apremio de la mercancíay el dinero. No es el único ejemplo,una mirada similar cruza el movi-miento indígena ecuatoriano y boli-viano, así como la organizacióncampesina de los Sin Tierra en Brasil6.

Nuestro cometido, con todo, nose finca en estos movimientos ruralessino en la ciudad, donde los signos de lacomunidad parecen disolverse en lacalle revueltos entre el asfalto y elclientelismo; allí las estrategias indivi-duales y la fragmentación social, losmodos propios de lo urbano, se oponena su imaginería colectiva. Pese a todo,en contra de lo esperado, la noción decomunidad no desaparece del habla dela gran ciudad. La usan los jóvenes, dequienes nos valdremos como punto departida7; pero igual la emplean otrasgentes de la barriada periférica enmedio de la conversación cotidiana y laacción colectiva. El bazar, el encuentroceremonial y la organización de veci-nos hablan en su nombre, revelando supapel en el acervo cultural de los secto-res populares. No es su único “uso”urbano. El estado acude a la comunidadcada vez que se refiere a los estratospobres, a las políticas con que enfrentasus demandas y las estrategias encami-nadas a ponerlas en marcha. Y para

completar los organismos privados ylos actores colectivos hacen otro tanto,la evocan como imagen del conflicto yla pobreza.

En realidad la comunidad es unarepresentación con tan hondas raícesculturales que hace parte de esas nocio-nes polivalentes, empleada a la manerade comodín en una gran variedad desituaciones. En una de sus versiones des-cribe el estado nación y su proyecto deconvivencia histórica; no en vano lanación se define mediante la sonada fór-mula de “comunidad política imagina-da”8. En otra se trasmuta en tejidotransnacional ligado al interés de lahumanidad en su conjunto, convocadabajo el término de comunidad interna-cional. En una versión más, se transfor-ma en espacio local donde se vive conotros y se comparten las demandasbarriales, interpelada bajo el nombresimple de la comunidad. Sus usos se des-plazan sin aparente contradicción deuno a otro plano, de lo universal a lobarrial pasando por lo nacional, animadapor sus características “naturales” asocia-das a la agregación, la coincidencia deintereses, algún futuro compartido9.

En cada caso, sin embargo, estánen juego cosas bien distintas. Primeroporque el Otro evocado es diferente.Mientras en la nación se habla del ciu-dadano y en el contexto internacionalde las naciones, en lo local se borran lasreferencias abstractas para llamar a losvecinos con quienes se enfrenta la exis-

5 Adolfo Gilly (1997) muestra este vínculo. En cualquier texto del subcomandante Marcos respira la invocación de lo indí-gena articulado como comunidad (2003a; 2003b).Y en las Juntas de Buen Gobierno la noción de comunidad se inter-cambia con la de municipio, mostrando lo primero como una forma de gobierno preñada de historia y experiencia vivida.

6 Lo mismo, los estudios de la subalternidad en la India han encontrado en la comunidad la “idea unificadora que le da a lainsurrección campesina su carácter social fundamental” (Chatterjee 1997: 201).

7 Acudimos a historias de vida de muchachos pertenecientes a organizaciones de barrios populares en Bogotá.8 Anderson (1993).9 Sobre estas características la comunidad también se la emplea para describir cualquier aglomeración articulada por un inte-

rés colectivo: la escuela, el grupo comunitario, la gente de la empresa y así sucesivamente. Es un verdadero comodín.

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tencia y sus desafíos. Segundo, y lo másimportante, porque tanto la historiaconvocada como su intención políticadivergen: para lo nacional e internacio-nal es una estrategia, para los sectorespopulares un pasado y una forma deestar juntos. No por casualidad el llama-do “trabajo comunitario” se convierteen una acción dirigida de maneraexclusiva a los sectores subalternos.

Como lo muestran los movi-mientos latinoamericanos, la comunidadhace parte de la actual efervescencia delo local. No obstante, a renglón seguido,es preciso afirmar que no se agota allí. Surenovada visibilidad –– porque siempreha estado presente ––, hace parte de loscontemporáneos localismos pero arrastrahistoria y vínculo con la nación, fundidaen una intrincada mezcla entre la tradi-ción y la institución, entre la resistencia yel acomodo al establecimiento. Lacomunidad se convierte entonces en unacoordenada de la topología que traeconsigo el nuevo siglo. Interesados en lapregunta por los modos de constitucióndel poder local en lo urbano, nos propo-nemos visualizar las dos líneas de fuerzaque atraviesan y constituyen la comuni-dad: una venida de abajo, de los sectorespopulares; otra emergente de arriba, delestado y su búsqueda de gobernabilidad.

En el cruce de una y otra, lacomunidad hace presencia en la ciu-dad. Su horizonte no es el de la comu-nidad indígena, es el de la urbe enebullición, aunque su energía motrizdescansa en una ancestral tradiciónpopular. Nuestro epígrafe vuelve yresuena. Frente a una situación dondeel estado ha visto constreñida su pri-macía, golpeado y disminuido por la

avalancha globalista, se abre la puerta ala revalorización de las culturas popu-lares largo tiempo silenciadas. En estecontexto, ¿habrá alguna oportunidadpara un nuevo impulso ético de lacomunidad en lo urbano popular?¿Será que en la ciudad se valida la sen-tencia según la cual “construyendocomunidad se cambia el mundo”?Dicho de otra manera, ante unmomento histórico donde los vínculosse adelgazan y se escabullen las formasde pertenencia, ¿la dimensión popularde la comunidad podrá movilizar algu-na forma de resistencia?

En la tentativa de abordar el inte-rrogante caminaremos en tres momen-tos. El primero rastrea el modo como seconstituye la comunidad desde la fuerzapopular –en particular entre los jóvenesde un sector marginado de Bogotá-,desentrañando los anclajes que brotan delhabla del barrio. El segundo aborda laotra fuerza, la de arriba, pasando por sueje estatal, no sin antes hacer un viaje porlos lenguajes de la ciencia social. Por últi-mo, el tercer momento, considera elpotencial de la comunidad entre las estra-tegias para desatar la resistencia urbana.

I. Un Yo colectivo La comunidad amarra la vida del

suburbio popular bogotano, mientrasnada parecido acontece en los restantessectores sociales. Las organizacioneslocales de la clase media y alta borransu connotación comunitaria paradenominarse asociaciones de vecinos,mientras ningún funcionario públicodesigna como “mi comunidad” su sitiode vivienda10. Su notoriedad entre lasarmazones de la barriada queda al abri-

10 En cambio cada vez que designa su trabajo, incluido el desplazamiento físico, habla de la comunidad.Ver Velázquez (1986).

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go de cualquier duda: los jóvenes, esosseres invitados a habitar con enteroacomodo el universo de la informacióny las comunicaciones, la emplean comoeje de sus discursos y prácticas. ¿De quémodos se construye esa presencia?Mostraremos que su fuerza se constru-ye desde tres campos de significación: laterritorialidad, la unidad y lo público.Miraremos uno a uno, empezando porcomprobar su vigencia.

1. La puesta en escena Un cantor rapero decía <a mi

comunidad la quiero resto… Ahí he con-vivido y vivido muchas cosas … Si mefuera para no volver sería como olvidarsede uno y de lo que fue, de lo que unosufrió y la gente que lo apoyó>. En eltexto la <comunidad> encarna unatrayectoria de vida, darle la espalda estanto como <olvidarse de uno y de loque fue>. Para una mujer pandillera,una expresión de identidad opuesta alrap, aparece ligada a otra significacióntambién de gran difusión entre losjóvenes: <Los parches se interesan en laorganización comunitaria … Si me pintanalgo que me va a ayudar y va a favorecera la gente doy el apoyo, poquito pero conamor>. Aquí lo comunitario es unaentidad en lo local proyectada al biencomún; en tal caso no se puede negarel <apoyo>, es parte de un pacto, asísea <poquito> se hace <con amor>11.Como se ve la <comunidad> es espa-cio de confluencias diversas. En lasfrases trascritas ya aparece como cen-tro de vivencia e identidad, comonudo de la acción colectiva. Uno y

otro se refuerzan produciendo unsentimiento capaz de encarnar lo<que uno sufrió> y algo que se hace<con amor>.

Para la ciudadanía desde abajo la<comunidad>, tal como la emplean lossectores populares para representar lavida colectiva, se presenta como lugar deidentidad e inclusión12. Ya lo dicen unrapero y una pandillera. Claro, no puedeolvidarse, que la acción comunitaria estáplagada de conflictos. Difícil hallar unarealidad que genere tantos entusiasmos ya la vez tal cantidad de pugnas. La renci-lla y la suspicacia, la asamblea plagada deimproperios y la disputa por el controlde los recursos locales constituyen partede su fisonomía. <En el barrio hay divisio-nes, la gente es muy apática y creen que quie-nes trabajan a nivel comunitario se meten enla vida de ellos y no tienen nada que hacer>,afirma alguien13. Frases de parecidotenor pululan. Sin embargo, por encimadel agrio enfrentamiento, la<comunidad> dispara las energías colec-tivas perfilándose en terreno de luchapor el poder de la representación y lamovilización.Su terca presencia entre lashablas de los jóvenes no deja duda: lasprácticas populares se alimentan de la<comunidad> y sus simbólicas. Entre sucondición de nudo imaginario dondefragua la nostalgia y de referente empí-rico que cohesiona a quienes compartenel sitio de residencia, opera comonúcleo de sentido del nosotros y el yocolectivo. Llena de traslapes con el<barrio> y la <zona> encarna un víncu-lo primario que provee arraigo e inclu-sión. Mario el rapero vuelve y lo dice,

11 (Mario: 17; Salomé: 45. Las frases entre los signos < y > son textos literales extraídos de las historias de vida).12 Con la noción de ciudadanía desde abajo queremos referir el vínculo con lo público tal y como lo experimenta el habitante

urbano común y corriente, a diferencia de la ciudadanía prescrita desde el estado y la norma constitucional. Perea (2001a).13 Blanca: 22.

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<mi comunidad la quiero resto … el barrioes algo sagrado>. Entre la <comunidad> yel <barrio> existe identidad, una y otrose intercambian poniendo en evidencialas mixturas entre lo rural y lo urbano,entre lo popular y lo estatal14.

En Colombia la <comunidad>posee un largo historial. Sus indicios sepueden rastrear hasta la lejana época dela Colonia cuando, siguiendo la usanzade los teólogos clásicos del derecho espa-ñol, se la veía como la modalidad básicade convivencia. En realidad es una cate-goría medieval, traída al Nuevo Mundopor un pensamiento español renuente aabandonar sus formas de ideación. Másaún, lanza sus lejanas raíces a los ordena-mientos de la tradición indígena. Sudiseminación entre los usos lingüísticosde la población está confirmada en ellugar que ocupó como emblema de lamás destacada movilización social deaquel entonces, la revuelta de los comu-neros de finales del siglo XVIII, dondelas nociones de “comunero” y “comuni-dad” soportaron la legitimidad tradicio-nal y providencialista que afirmó larevuelta15. No es el interés reconstruir sutrayectoria desde esas lejanas épocas. Porlo pronto hay que limitarse, de un lado aseñalar su antigua vigencia en los códigoslingüísticos, y de otro a verificar, dossiglos después, la fuerza de un términoque invade la puesta en escena de lossectores populares:el triple significado delo territorial, la unidad y lo público lamantienen viva.

2.Territorio y vecindad Los lazos de parentesco, tan caros

a la imagen convencional del vínculocomunal, se debilitan en el anonimatode la ciudad. La familia ampliada, y aúnmás la nuclear, continúan desempeñan-do un destacado papel, no cabe duda; laafinidad familiar convoca una ampliagama de solidaridades en torno al tra-bajo y el lugar de residencia, entre otrastantas. Es más, la familia es uno de loslugares que provocan inclusión colecti-va entre los jóvenes16. No obstante sualcance, la “comunidad doméstica”,según la expresión de Weber17, fue cer-cada por el avance de la modernizacióny sus vectores individualistas. El barrio,imagen por excelencia de la urbe, par-ticipa de tal lógica. Lo ocupan familiasanónimas, desconectadas entre sí, lejosdel agregado familiar todavía existenteen rincones agrarios donde veredas ypueblos se componen de personas vin-culadas a un solo apellido18.

La imaginería comunitaria, noobstante, traslada sus arsenales de la vidarural a la urbana. Lo hace mediante unmecanismo de reemplazo: la ligazónantaño provista por el parentesco es sus-tituida por la identidad con el lugar deresidencia. Entre la consanguinidad y laterritorialidad existe un mar de diferen-cias. La primera se entierra en una mile-naria forma de convivencia al tanto quela segunda, por el contrario, surge entrelos desafíos que entrañan los caóticosprocesos de urbanización.Empero, desde

14 En muchos sentidos lo mismo acontece con la <zona>. Sin embargo nos limitamos a la <comunidad> dejando dicho quecon el <barrio> y la <zona> se movilizan significados similares. Como se señaló, en el discurso zapatista la comunidad setraslapa con el municipio.

15 Ver Phelan (1980).16 Perea (2001b).17 Weber (1944).18 Cabe la posibilidad de barrios atiborrados de miembros de una familia, pero son casos aislados que no definen la ocupa-

ción del territorio urbano.

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el territorio compartido dentro de losconfines del barrio, la comunidad sellena de imágenes: <Espero hacer algo quesirva a la comunidad o a nosotros mismos, a lagente que vive por acá>, dice uno. La<comunidad> y su carácter colectivo, tra-ducido en el <nosotros mismos>, no esnada distinto a <la gente que vive por acá>.Vivir uno al lado del otro se carga desentido,es un dato empírico de inmedia-to significado tal como se desprende dela afirmación de un rapero sobre los pan-dilleros de su cuadra, quienes, pese a losconflictos, <son mi comunidad>: <Notengo relación con los pandilleros, aunque metramaría llegarles porque ante todo son micomunidad>. De allí que la comunidadhalle su primera traducción en el <veci-no>, ese con quien se comparte el sitiode habitación. <La gente hace cosas para suprogreso personal pero nunca se piensa en suvecino, o sea no pensamos en la comunidad>,enuncia otra19.

La carga del vínculo con el <veci-no> tiene pasado y presente. Pasado encuanto la mayoría de los barrios popula-res se construyen mediante la accióncolectiva de los primeros moradores,enfrentados al imperativo de levantar lascasas y los bienes de uso colectivo. Talproceso de autoconstrucción, variable ensu intensidad según la infraestructuraentregada por los urbanizadores –o ine-xistente si fue una invasión-, arma unnexo singular con el territorio y susmodos de ocupación.El barrio es literal-mente construido con las manos de sushabitantes, a diferencia de los restantessectores de clase que adquieren vivienda

dotada de infraestructura completa. Laoleada urbanizadora del surorientebogotano a partir de los años 50, comoen tantos otros sectores populares deBogotá, se adelantó hasta finales de losaños 80 básicamente mediante invasiónde terrenos o compra de lotes a urbani-zadores piratas20. El momento de funda-ción y primer establecimiento de labarriada suele ser evocado como unaépoca de consenso y participación,dando pábulo a la raíz histórica del ima-ginario comunal en la ciudad. La expe-riencia de construir la ciudad con elesfuerzo comunitario crea un vínculocon el territorio que recuerda la relacióndel campesino con la tierra: el arraigoancestral a la tierra se urbaniza.

Mas el vínculo con el <vecino>también tiene presente. Colombia esun país de incesantes migraciones ydesplazamientos forzados, ello es partedel sino de su violencia endémica. Losaños 90, en particular, vuelven a lanzara miles de personas a la penosa travesíade dejar sus lugares de origen y buscarasiento en la ciudad21. Sin embargo lacapital está en mucho establecida; en elsuroriente la mayoría de jóvenes hacenparte de la tercera generación urbani-zada22. De manera que el inicio delbarrio y su proceso de autoconstruc-ción lo sienten distante, en general des-conocen la historia local. Sin embargo,el imaginario de la <comunidad> per-manece intacto en conexión con lasexigencias de la miseria a superar. Lasnuevas generaciones acogen el imagi-nario como parte de su vocabulario

19 (Robin: 12; Shacra: 8; Marta: 4).20 El 70% de los barrios del suroriente crecieron de manera clandestina.Varios (1998, p. 192).21 Goueset (1998) pone en duda la afirmación, ya de sentido común, según la cual la acelerada urbanización en Colombia

tiene relación directa con los desplazamientos causados por la violencia de mediados de siglo.22 Rodríguez (1998).

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arrastradas en la historia de sus padres yabuelos, pero también imbuidas de losesquemas de representación del con-flicto y la pobreza. Se comparte con elvecino la precariedad, la misma que seha tratado de superar desde la funda-ción del barrio y que es preciso seguirpaliando en el presente. Como dicealguno, <uno como joven debe buscar suespacio en esta comunidad donde estáviviendo y que tiene problemas>. Lapobreza genera convergencias sobre lasexpectativas de una vida decorosa, perotambién sobre la conciencia del aforis-mo según el cual “la unión hace lafuerza”. El lenguaje de las<necesidades> y los <problemas> de lacomunidad se impone; moviliza a diri-gentes y activistas locales, pero tambiénal Estado, según se considerará enbreve. Dicho lenguaje es la expresióncierta de un profundo sentido colecti-vo: <La gente metida en trabajos comuni-tarios logró saber que su gente tiene unamano abierta y que está diciendo ayúde-me>. La pertenencia aflora, es <sugente> atormentada por dolencias quelas lleva a decir <ayúdeme>23. La <comu-nidad> porta entonces la huella delpasado y la contundencia del presente:allí funda su nudo colectivizante. Sufuerza, con todo, no se circunscribe aesta mixtura temporal, pasa tambiénpor los ingredientes públicos y utópi-cos que moviliza.

3. Unidad e identidadLa cohesión comunitaria esti-

mula un sentimiento de inclusión con-vertido en motivo de orgullo: <Cuántagente quisiera ser parte de esta comunidad y

no puede>. La vida se ata a las vicisitu-des colectivas, no tan sólo por la con-tingencia de compartir el lugar deresidencia sino porque la <comunidad>ejerce una función normativa sobre elcomportamiento de sus miembros: <Siestán interesados en ver cambiar a la comu-nidad y que los jóvenes sigamos los buenospasos, nos van a ayudar>. El futuro de losjóvenes, <sus buenos pasos>, dependendel siempre inacabado proyecto de<cambiar a la comunidad>. Ella dictami-na aprobación y rechazo social. Comodice alguna <si me siento rechazada por lacomunidad ... se le pierde el sentido a lavida>. Otro lo ratifica, <si me fuera parano volver sería como olvidarse de uno y delo que fue>. Su capacidad de sanción esdeterminante, en caso de desaproba-ción hasta <se le pierde el sentido a lavida>, porque sus miembros deben<dejar que la comunidad nos aprecie, peronosotros también tenemos que sabernosganar ese aprecio>. El confín comunalestá dotado de poderes, sus opinionescuentan y es necesario ganar el recono-cimiento de los vecinos. Dicho en tér-minos prosaicos, <hacer comunidad eshacer deporte pa’que no digan que uno se lapasa fumando vicio. Entonces no tenemosproblemas con la comunidad>24.

La inclusión comunitaria generaidentidad. El reconocimiento vecinalinfluye en las prácticas de los jóvenes, sibien lo hace de maneras diversas enfunción de la expresión en cuestión.Para unos, los raperos, su canto, preten-de convertir en voz las realidades calla-das que componen la vida de lalocalidad; para otros, los pandilleros, sutrasgresión violenta busca el dominio

23 (Shacra: 21; Fredy: 19).24 (Malena: 34; Humberto: 28; Edison: 12).

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sobre el espacio barrial. Del poema a laimposición tiránica, pasando por la par-ticipación de la agrupación comunita-ria, la <comunidad> opera comoreferente: cantera de realidad a denun-ciar, espacio para el dominio, lugar de laacción colectiva.

Se mantiene sobre los dos pilaresque han sostenido desde siempre laimaginería comunitaria, la igualdad y launidad. Los vecinos se reconocencomo iguales por origen social y con-dición de clase, por expectativas ydemandas ante la vida, por cultura ymaneras de enfrentar el mundo. Laigualdad con el otro proviene del pasa-do inscrito en la historia del barrio yprolongado en la condición social, perotambién del presente vivido. Es la claveimaginaria, la raíz común de dondeprovienen todos, sea cual sea la marcade la biografía personal. La<comunidad> es unidad, conglomeradoexento de grietas. Las mismas raíces dela palabra proyectan la imagen, lacomún-unidad, la cohesión en torno aun destino que enlaza sin distingos: <Sila comunidad fuera unida sería chévere perose ve mucho individualismo>. La oposi-ción entre la comunidad <unida> y lasingularidad amenazante señala el prin-cipal adversario, el <individualismo>,con mayor razón cuando este aflorabajo la forma de indolencia ante lasurgencias colectivas.

La cohesión sin fisuras abre pasoa las restantes facetas de la imaginería:armonía y solidaridad, dechado deafectividad, proximidad íntima y auten-ticidad espontánea. Por antonomasia la<comunidad> es el reino de la integra-ción alrededor de un orden moral y

unos ideales de la vida buena. La armo-nía se impone, el <vecino> se abandonaa los intereses del grupo movido por elánimo de concordia y el espíritu desolidaridad. El guión informa cadamomento de la acción comunal, comobien lo deja ver la reiterada invocacióndel diálogo abierto y sin restricciones:<Hay que socializarnos más a la comuni-dad, buscar el diálogo con las personas parasaber los problemas>. La palabra circulan-te en el diálogo está más allá del con-flicto, brota de la unidad y laintegración vecinal: <Vamos a hacer algopara que la comunidad se integre más y asítendremos renombre>25.

La armonía comunal es final-mente posible porque sus miembrosestán conectados por relaciones direc-tas. Se conocen uno con otro, saben desu historia e intimidad; los liga un nexosentido y vivido. Lejos del vínculo pro-pio de la razón abstracta, como aconte-ce con la nación, al vecindario lodomina el intercambio cara a cara. Deallí que su pegamento primordial seanlos afectos antes que la búsqueda ins-trumental de metas. Se participa de lastareas comunes y la definición de lamejor vida desde el pegamento afecti-vo hacia los seres de carne y hueso conquienes se traba un intercambio en lavida cotidiana. El intimismo y laespontaneidad son entonces sus rasgoscaracterísticos, opuestos a la frialdad yla cosificación del individualismo. Porello la <comunidad> es más que accióninstrumental frente a la precariedad y elreto de superarla, es unidad de sentidodonde se juega la vida: <Hago parte dela comunidad porque vivo aquí y he vividomuchos años compartiendo con la gente>, se

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25 (Malena: 34; Edwin: 27).).

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escucha afirmar una y otra vez. Lacomunidad es entonces espacio dondese teje la vida, <con mis amigos hablamos,andamos, vamos a jugar fútbol, mejor dichohacer comunidad>26.

Entre la territorialidad y el veci-nazgo, entre la unidad igualitaria y laarmonía afectiva, la <comunidad> pene-tra los horizontes culturales de los sec-tores populares dando cuenta de unnosotros que moviliza toda suerte designificaciones: <Los viciosos se puedenhacer el daño que quieran pero que no lehagan daño a la comunidad>, se sueleafirmar. La construcción de la vida encomún-unidad exige cierto tipo depersonas, <me gustaría que en la comuni-dad la gente fuera chévere, toda de ambien-te, porque hay gente muy amargada>. Yquien la respeta recibe los privilegiospropios del ideal que la informa:<Cuando se vive en comunidad se tiene elprivilegio de poder cambiar cosas o haceralgo nuevo>27. El capital que iluminaesta herencia no es con todo su únicafuerza, proviene también de su papel enla racionalidad moderna. El salto entrelo uno y lo otro está garantizado poruna bisagra, su imbricación con las sig-nificaciones de lo público.

4. Lo público localizado El horizonte comunitario es, por

definición, opuesto al individualismo.En el antagonismo entre lo colectivo ylo individual, la <comunidad> encarna elpolo del bien común ajeno a las incli-naciones personales. Una de las más fre-cuentes acusaciones lanzadas a loslíderes comunitarios señala su apego alos intereses particulares, en detrimentode la universalidad comunitaria.Tal crí-

tica remeda en lo local los improperiosformulados contra la clase política en lonacional, esto es, apela a la imagen idealdel agente público como servidordesinteresado y comprometido con elinterés de todos. La <comunidad>, así lascosas, retoma el viejo dilema de lopúblico frente a lo privado, haciéndosedel lado del primero.

Desde allí emergen sus simbólicasde lo público. Su oposición a lo indivi-dual implica el imperativo normativodel compromiso con el destino de lacolectividad. Frente a la dignidad comu-nitaria los individuos son simples engra-najes de un espacio que demandafidelidad.Quienes no obran de tal modo<son agua turbia que dañan la comunidadporque son estáticos y no se identifican connada>. En resonancia con el más depu-rado republicanismo la vida adquieresentido haciéndose partícipe de lo públi-co: <Hay pelados que se la pasan de la casaal colegio y del colegio a la casa. Supuesta-mente son los buenos pero a la final son malosporque no hacen nada por su gente>, se afir-ma de los jóvenes no comprometidos enninguna actividad grupal;de nada vale sumarginación del conflicto local, igual laindiferencia ante <su gente> los convier-te en objeto de reproche. Nada justificael desinterés ante las demandas vecinales,ni tan siquiera la contemplación religio-sa: <Uno no debe solamente enfocarse a laiglesia sino que más allá hay problemas de lacomunidad. Hay que meterse en la realidadde la gente con la que uno vive>. Dicho<meterse> está preñado de responsabili-dad y ligado a una entrega que desbordaal individuo, lejos del hedonismo tanextendido como temido: <Me sientoimpotente porque veo que los jóvenes no

26 (Diana: 15; Edison: 9).27 (José: 3; Diana: 31; Humberto: 26).

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hacen algo por la comunidad sino que quierenes pasarla bien,divertirse>.Por supuesto,enel lado opuesto, la observancia de locomunal es fuente de aprobación yorgullo, <me sentiría dichoso que digan “esemuchacho es útil, ayudó mucho a nuestracomunidad”>28.

La <comunidad> supone enton-ces un principio de universalidad y unaexigencia de entrega al grupo, dos ras-gos que la convierten en espacio para elaccionar político. Lo público halla sudesdoblamiento en lo local, en el barrioy sus exigencias, como lo revela la res-puesta de un muchacho ante el interro-gante por su actividad política: <Elfuncionamiento de la política que se da aquíen la comunidad es comunitario, todos por lacomunidad>. Lo político, de corrienteasociado a los grandes sujetos como elpartido político y la organización gre-mial, se traduce en la consigna de<todos por la comunidad>. El universalde la nación y el particular de la <comu-nidad> están conectados mediante vín-culos directos, <cuando uno hace cosasestá trabajando por la comunidad y porColombia>. El ejercicio comunal espúblico, sin mediaciones, en un gradotal que se le asigna la capacidad de con-frontar las grandes tragedias nacionales:<Trabajar por la comunidad es como unacto de paz>. La virtud incrustada en laagregación comunitaria, emanada deltraslape de lo público sobre lo local,hace que la lectura del hecho político ysus mecanismos formales pasen, porfuerza, por sus eventuales influjos sobreel contexto local: <En las elecciones apo-yaría a un man que hace por la comunidady por el país>29.

La <comunidad> está cargada delos registros propios del espacio públi-co. Se la concibe como materializaciónde lo universal opuesta al lance indivi-dualista, supone una virtud cívica conel destino general y sus actos se asumencomo engranajes del accionar político.El ámbito comunitario agencia unaesfera pública localizada. No obstantesu simbólica colectiva descansa sobreunos fundamentos en mucho distantesde aquellos sobre los que se cimenta elespacio público y el ejercicio político.En verdad, ajena a la noción de pactosocial erigido sobre el pluralismo y eldisenso, la <comunidad>, de manera dis-tinta, se funda en el imaginario de lahomogeneidad y la unidad. No obstan-te ya aquí está garantizado un nexo conel estado y el poder.

II.Vínculo e instrumento ¿Habrá que extrañarse frente a la

terca permanencia del ideal comunita-rio, tan vivo en sus contenidos comoajeno a los dictados de la modernidad?En lo absoluto.Allí habita un alto con-tenido de tradición popular, se sintetizaun ancestral modelo de representaciónde la vida buena entre los sectorespopulares, se encarna un ideal moral yuna estrategia para la sobrevivencia.Pero no es sólo eso. Es, con similarintensidad, producto de supervivenciasdel pensamiento moderno, y más fuer-te aún, resultado de lenguajes y prácti-cas estatales que le confieren el estatutode referente de gobernabilidad. Consi-deraremos ahora esta segunda fuerzaque jala desde arriba, primero en elpensamiento y luego en el gobierno.

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28 (Shacra: 21; Blanca: 22; Blanca: 7; Edwin: 34).29 (Fredy : 51; Jhon, : 26; Javier, : 19; Jhon, 29).

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1. Colectivismo e identidadLa comunidad le ha sobrevivido

a los muchos embates emprendidosdesde distintas orillas del pensamientosocial moderno. Al igual que la nacióny la religión hizo parte de las realidades“ilusorias” que habrían de ser abolidaspor la modernización y el desarrollocapitalista. La comunidad, como ningu-na otra, describe una modalidad de aso-ciación arcaica regida por valoresconvencionales y códigos emocionales;sus vínculos son los propios de la san-gre, la tradición y la pasión, todo loopuesto al individuo autónomo yracional reclamado como condición dela ciudadanía liberal.Tan sólo había queesperar el avance del progreso y laracionalidad, se decía, para que al fincedieran la marginalidad y el atrasoligadas a formas de vida como la pres-crita en la dependencia comunitaria.

Como aconteció con tantasotras premoniciones del progresismo,la evocación comunitaria no sólocontinuó, sino que parece adquirirrenovado auge, así como lo anuncianlos muchos vínculos que se apadrinanhoy bajo su nombre. Nunca desapare-ció del todo, se resistió a perder sustítulos de antiguo esquema de figura-ción del vínculo con el otro. El indus-trialismo no logró suprimirla sinoque, bien por el contrario, se vioimpedido para evitar que sus rasgosinformaran las utopías sociales surgi-das desde el romanticismo y los uto-pistas hasta el comunismo marxista:tuvo que ceder ante un avasalladorimpulso que impregnó tanto el sueño

de cientos de movimientos contesta-tarios como el pensamiento socialdesde fines del siglo XVIII hasta losdías presentes30.

Será el movimiento romántico elque emprenda la crítica del orden sociala partir de una comunidad imaginadacomo espacio donde los seres humanos,en un acto de libertad, se reconcilienconsigo mismos y con la naturaleza. Elantagonismo propio de la crítica román-tica, que enfrenta la igualdad, la fraterni-dad y la armonía de la vida comunal almundo injusto, abstracto e individualistade la modernidad, reaparece luego en eldebate político y social del siglo XIX31.La obra de Ferdinand Tönnies, uno delos representantes de la sociología clási-ca, retoma la oposición al postular lacomunidad y la sociedad como dos for-mas de asociación contrarias por natura-leza, la primera fundada en el afecto, latradición y el parentesco, la segunda enla racionalidad, la abstracción y el víncu-lo mecánico. Sus contemporáneos para-frasean el antagonismo, si bien lo hacenanimados por búsquedas distintas.Weber, lejos de aspirar a cualquier retor-no comunitario, consciente como eradel predominio de la racionalidad buro-crática, liga la comunidad a lo afectivo yla sociedad al cálculo racional. Entretan-to Durkheim, quien ve con los mejoresojos el progreso y el individualismo, sehace eco de la oposición en su célebrediferenciación entre solidaridad mecáni-ca y orgánica32.

El marxismo no está exento de latensión comunitaria. De sus muchastesis, la ensoñación comunista pasa al

30 Lo que sigue es apenas un esbozo que muestra la impronta comunitaria. La indagación sistemática de su lugar en el pen-samiento actual desborda estas páginas.

31 Taylor (1996).32 Nos basamos en la interesante discusión de Jaramillo (1987).

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siglo XX como pivote del conflictopolítico que acompañó la escena mun-dial hasta la guerra fría. El comunismo,aquel horizonte utópico donde el desa-rrollo de las fuerzas productivas y laindividualidad liberan al ser humano dela desigualdad y la dominación, cohe-siona la sociedad a tal grado que setorna innecesaria la intermediación dela política y el Estado. En medio de lasmuchas aristas implicadas en la con-frontación entre el capitalismo y elcomunismo -de tan hondo caladocomo la organización del Estado y latransformación de las relaciones de pro-ducción-, el ideal comunitario, agazapa-do detrás del anhelo a la igualdad,atraviesa la contienda política hasta casiel final del siglo XX. No gratuitamentela comunidad es reconocida como unade las ideas fundamentales en torno a lascuales se vertebra la reflexión social delos últimos tiempos33.

Sus resonancias llegan hasta hoy,en medio de las muchas conmocionesque trae consigo la era de la globaliza-ción. En su versión extrema vuelve yalimenta la vieja aspiración románticade una existencia comunal donde anidael espíritu de un nuevo tiempo, comolo plantea Maffesoli (1990) en su tesisde las tribus urbanas. La comunidad,afirma, renace como una socialidadalternativa basada en un manojo de ras-gos que pasan por su condición efíme-ra, su inscripción local, la falta deorganización y la estructura cotidiana34.Como lo sostuviera la sociología clásica

la comunidad se instaura sobre el uni-verso del afecto, sus vínculos anidan enla proximidad y por tanto se orientanhacia el Otro sembrando el intercambiorecíproco entre sus miembros. Inclusoel punto se radicaliza al designar dichasrealidades como “comunidades emo-cionales”.Y al igual que en el romanti-cismo y Tönnies, la comunidad quiebrael individualismo, el historicismo fina-lista y el contractualismo sobre los quese instauró la modernidad, con la dife-rencia que aquéllos postulaban el retor-no a una entidad destruida por elprogresismo mientras Maffesoli la veactuando en las comunidades urbanasque llama tribus: los jóvenes y susexpresiones identitarias constituyen sumejor verificación35.

Además, también en la actuali-dad, la noción reverdece en la discusiónentre liberales y comunitarios. Su deba-te se ordena, en últimas, en torno aldesacuerdo sobre lo que constituye eldato original de lo social: el individuo ola comunidad. En medio de numerosasversiones el liberalismo ve en el prime-ro el pivote de la construcción colecti-va. El hecho primigenio es el individuocon sus aspiraciones, pero también consu conciencia de igualdad. La agrega-ción de los individuos aislados se pro-duce sobre el pacto alrededor de lasreglas y procedimientos mediante loscuales se satisfacen los intereses particu-lares, de donde lo social, en sus diversosplanos, brota de la convergencia y elconflicto producidos por la coexistencia

33 El texto de Robert Nisbet publicado en 1977, La formación del pensamiento sociológico, afirma que la comunidad es la ideade más largo alcance. Citado en Jaramillo (1987: 56).

34 Maffesoli (1990: 38).35 El texto de Maffesoli y su noción de tribus urbanas ha sido muy usado en la literatura sobre jóvenes, pese a su frágil fun-

damento. En principio choca la contradicción de un libro que se pretende tras una racionalidad alternativa y que, no obs-tante, está construido sobre una rígida lógica binaria pegada a las tipologías polares de la sociología clásica. La metáfora dela tribu resulta precaria para recoger lo que acontece entre los jóvenes.

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de las aspiraciones múltiples y diversasde los individuos36. Los contradictoresdel liberalismo, por el contrario, acudena la comunidad como instancia opuestaa la implosión individualista. El indivi-duo, afirman, no está dotado de deter-minación autosuficiente como para quesus nociones de la buena vida simple-mente broten de su interés personal,sino que él mismo es producto de susidentificaciones y pertenencias. Losocial no es el mero agregado de losindividuos, sus agencias y pactos, sino esinclusión y sentido colectivo, es comu-nidad. La justicia se construye a partirde una historia que dota a la sociedadde un sentido del bien y lo deseable, yno desde la singular visión de un indi-viduo constituido como dato anterior alo social. La comunidad es pues perte-nencia y, en consecuencia, identidad ysentido del Otro37.

La comunidad atraviesa entoncesel pensamiento social de occidente. Lohace a distintos niveles. Unas vecescomo sociedad global, ya como mundoenclavado en el principio de los tiem-pos, ya como horizonte utópico queespera su puesto al final de la historia.Otras veces refiere la vida de todos losdías y sus formas de acoplamiento, biendesbordada por los valores del indivi-dualismo, bien como crisol de la reno-vación de los tiempos. Sea cual sea elplano y la significación con que opere,la noción nombra la ligazón con losotros mediando formas de constituciónde lo social. Su continuidad descansa, enmedio de sus muchas versiones, sobrelos nudos imaginarios que engranan sufuerza simbólica: primero el colectivis-

mo, su condición por naturaleza grega-ria frente a las poderosas tendenciasindividualistas; segundo la virtud cívica,la inclusión comunal supone compro-miso y participación con la cosa públi-ca; y tercero la identidad, en tantopresupone una pertenencia colectivaintegradora. Sobre estos nudos la aso-ciación comunitaria se postula comoideal de destino.

2. Orden político y gobernabilidad De la proclama comunal no sólo

beben la tradición popular y el pensa-miento social. En tiempos recientes,cuando las oleadas modernizadorashubieran podido neutralizarla, el esta-do desempeñó papel de primer ordenen su afianzamiento. Es verdad que elaparato estatal colombiano exhibe pro-tuberantes fallas en su capacidad dehacer presencia en numerosos territo-rios, de mediar los conflictos y demonopolizar el uso legítimo de lafuerza, así como lo verifica la exten-sión y profundidad de la violencia. Sinembargo la fragilidad del estado frentea los poderes privados no suprime susmuchas dotes en la intervención de larealidad social. Durante el períodoconocido como la Hegemonía Con-servadora, extendido entre el final delsiglo XIX y las tres décadas inicialesdel XX, la alianza con la iglesia garan-tizó una mediación estatal directa enlos asuntos cotidianos. Luego el ascen-so liberal de 1930 significó su influen-cia sobre aquello que desde eseentonces y hasta los años 80 vino a seruna decisiva expresión pública, la orga-nización obrera y campesina en sindi-

36 Posiciones del liberalismo en Rawls (1996) y Thiebaut (1998).37 La visión comunitaria en Taylor (1997). Una discusión de las dos corrientes en Mouffe (1999).

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catos y ligas agrarias. Tanto en unocomo en otro caso, la acción estatalauspició y otorgó legitimidad a formasde ordenamiento de la sociedad deenorme repercusión sobre los arreglosde la vida diaria y las pugnas políticas.

Algo similar sucede con la consti-tución del Frente Nacional, ese pactoencaminado a superar una coyuntura deviolencia extrema. En aquellos días,como hoy, la magnitud de la guerra setradujo en la proliferación incontroladade actores en pugna y la destrucción detoda forma de legitimidad38. Frente alimperativo de un acto de paz que contu-viera el desangre, la evocación comuni-taria se perfiló como una pieza quesocorrió el empeño desde abajo. En1958, apenas iniciado el arreglo, se pro-mulgó la primera ley sobre Juntas deAcción Comunal dando origen a laorganización convertida en llave maestradel nexo entre el estado y la sociedadpopular39.Venido de “una guerra civil nodeclarada”, como se llamó en aquelentonces la violencia, el país necesitabareconstruir sus formas de convivencia,refundar la legitimidad institucional yencarar los desafíos del desarrollo. Lasjuntas comunales cumplieron destacadopapel en el proyecto al amalgamar unadoble condición, la de ser expresión vivade los sectores populares y, a un mismotiempo, la de convertirse en prolonga-ción directa de la institucionalidad esta-tal. Mediante ellas el pueblo quedóconvocado a la reconstrucción nacional.

Desde ese entonces su éxito essorprendente. Muchas otras formas demovilización colectiva han aparecidosometidas a toda suerte de flujos yreflujos, sin que ninguna haya ostenta-do la extensión y permanencia quetienen hoy todavía las juntas comuna-les, diseminadas en prácticamentetodas las veredas de los campos y losbarrios de las ciudades. Las juntas cris-talizan en las instituciones la simbólicacomunitaria.Tras una trayectoria ama-rrada a la sucesiva promulgación de unconjunto de regulaciones jurídicas40,han desempeñado un estratégico papelen los ordenamientos de la vida colec-tiva. Como expresión popular han sidovoceras de las demandas de sus gentes;como prolongación institucional hansido engranajes claves del universopolítico. Cuánta razón les cabe a losdirigentes comunales cuando conorgullo se proclaman constructores depatria y nación41; es cierto, su papel noes de poca monta.

El vínculo con el estado haceparte de su misma definición. El estado,obligado a reconstruir el país, las conci-bió como mediación ante los clamoresde amplios sectores en condiciones pre-carias de vida. Como reza una de susdefiniciones, la junta de acción comunales una “corporación cívica (...) compuesta porvecinos (...) que aúnan esfuerzos y recursospara procurar la solución de las necesidadesmás sentidas de la comunidad”42. Desde suorigen hasta hoy, en efecto, ha operado

38 El Frente Nacional fue un acuerdo entre los partidos políticos tradicionales, el liberal y el conservador, iniciado en 1958como una manera de sortear una larga y cruenta historia de violencia partidista estallada en 1946.

39 Leal y Dávila (1991).40 La historia de las juntas en Leal y Dávila (1991) y la recopilación del fundamento legal en Juntas de Acción Comunal (sf).

Hay que anotar que durante los años 50 los proyectos comunales fueron impulsados en toda Latinoamérica como partede los esfuerzos de la guerra fría.

41 Gutiérrez (1998).42 Decreto 1930 de 1979.

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como apoyo a un estado impedido paraabordar por sí sólo la tarea de sofocar elatraso de cientos de regiones. De ahíque la junta se comprenda como instan-cia encaminada a agregar “esfuerzos yrecursos para procurar la solución de las nece-sidades”.Y en la medida que tramitan laspeticiones locales hacia el estado, centra-lizan, en medio de la pobreza, la espe-ranza de superación de la marginalidad.

No se trata, con todo, de unamera relación instrumental que acude alesfuerzo y el trabajo popular. Medianteellas el pueblo hace parte del proceso deconstrucción de una renovada institucio-nalidad. Los lenguajes y las prácticas pro-pias de la administración estataldescienden a la sociedad popular. Enadelante los reclamos sociales quedanenvueltos en los procedimientos jurídi-cos y burocráticos que gobiernan al esta-do, a la vez que se extienden hasta abajolos procedimientos típicos de la demo-cracia representativa. Cada tanto se eli-gen popularmente los miembros de lasjuntas siguiendo una meticulosa regla-mentación, sus funcionamientos internosestán regulados y las demandas poseensus formas de tramitación. Las juntas sonescuelas locales de democracia atravesa-das por el formalismo jurídico, articula-das en niveles diversos de organización43.

El proyecto de construir insti-tucionalidad es uno de los nerviosprofundos que las animan. Desde éste,los líderes comunales se convirtieronen guardianes del orden establecido,así como lo revela su conservaduris-

mo y las constantes narraciones de supersecución a todo aquello que aten-te contra la “tranquilidad”, desde losreductos de izquierda hasta su partici-pación en las operaciones de limpiezacontra las pandillas. Mas su papel en elproceso de institucionalización no secircunscribió al oficio pasivo de pre-servar el orden local; fueron invitados,a título de agente central, a la repro-ducción de las estructuras políticas.En el cruce de una <comunidad>urgida por la precariedad y de unospolíticos necesitados de votos, las jun-tas se erigieron en eslabón del clien-telismo. Sin duda, la intermediaciónpolítica encontró en una instituciónenterrada en la vida cotidiana de unossectores populares ansiosos de favoresoficiales, la oportunidad de establecerel intercambio entre servicios estatalesy fidelidades electorales44.

No obstante sería erróneo redu-cirlas al simple papel de reproductorasdel sistema y el clientelismo. Dada suinserción local son también un “mediode participación activa, organizada y cons-ciente, en planeación, evaluación y ejecuciónde programas de desarrollo comunal”45. Lasjuntas funden en un solo haz la imagi-nería comunitaria y el discurso partici-pativo. Así es, primero la simbólica dela igualdad y la unidad, nacida delintercambio personal y no de princi-pios abstractos, impone el compromisocon los destinos colectivos; la evoca-ción comunitaria contenida en las jun-tas traduce el viejo legado popular en el

43 Son una verdadera estructura piramidal que reproduce en cada escaño las formas jurídicas de tramitación de la demanday el conflicto: después de la junta de acción comunal vienen la Asociación de Juntas, luego la Federación y por último laConfederación.

44 En época reciente han aparecido juntas con miembros ajenos al clientelismo, empeñados en hacer valer su dimensión par-ticipativa y democrática.

45 Decreto 300 de 1987.

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contexto de un proyecto político46.Segundo, la faceta participativa, calcolocal del espacio público ampliadosegún se escuchó atrás, otorga a la<comunidad> su conexión con el bienuniversal ligándola con el estado y elorden político.Ahí estriba la diferenciaentre el modelo de la comunidad anti-gua, regida por los lazos de parentescoy consumida en sus propias dinámicas,y la comunidad urbana contemporáneaafianzada en la participación y la cone-xión con la nación. Las viejas imagine-rías comunales se resignifican en loslenguajes de la modernidad política.

Las juntas de acción comunalson la más acabada fusión de la comu-nidad y el Estado, pero no su únicolugar. El gobierno municipal se ali-menta igualmente de éstas, convir-tiéndolas en referencia de su acciónadministrativa y política. La capital lohace, como lo muestran sus últimasadministraciones. En un texto sobre lareforma descentralizadora Jaime Cas-tro, uno de los gestores de dichareforma y alcalde entre 1992 y 1994,afirma que los habitantes de la ciudad“están repartidos en comunidades diversasy heterogéneas que tienen, cada una, supropia identidad social, política, histórica,cultural y económica”47. En su programade gobierno, presidido por el emble-ma de “Bogotá ciudad de comunidades”,hace la misma aseveración acudiendoa la vaga imagen de la Bogotá ocupa-da por personas migrantes de diversasregiones del país48. La comunidad es

un verdadero agente de la gestiónmunicipal, un rasgo presente en lassiguientes alcaldías. Para AntanasMockus en su gestión entre el 95 y el97 la cultura ciudadana, “eje central delplan” de gobierno, deposita en la par-ticipación comunitaria una de suscuatro formas de acción. La comuni-dad posee una entidad definida a laque se apela en circunstancias especia-les, como cuando los grupos pobla-cionales críticos exigen “accionespreventivas y de inclusión social, a travésde la participación activa de la familia, lacomunidad y las instituciones”49. ParaEnrique Peñalosa igual; su estrategiade “desmarginalización”, pivote de suprograma, “prevé la vinculación de lacomunidad y el sector privado”50.

Los planes de gobierno podríanser objeto de una exégesis del término.Por lo pronto es de señalar que en ellosla comunidad aparece como colectivocon identidad, energía social, lugar parala democracia, espacio para la supera-ción de la marginación, fuerza de tra-bajo a canalizar, artífice del destinocolectivo: multitud de referencias atra-vesadas por la misma condición imagi-naria que anuda los discursos de losjóvenes del suroriente, sólo que desdeel lenguaje de la modernidad y el esta-do. Frente a las fuerzas centrípetas delindividuo y sus derechos inalienables, laacción política del estado capitalinoconvoca las fuerzas colectivas bajo lasombra de la identidad que porta con-sigo la comunidad51.

46 Torres (1997).47 Castro (1997: 3)48 Castro (s.f.:1)49 Ambas citas en Formar Ciudad (1995: 3 y 7).50 Por la Bogotá que queremos (1998: 4).51 En este mismo lugar se para el gobierno de Uribe con su evocación del “estado comunitario”. Sólo que en este caso resul-

ta evidente el intento populista de activar el componente imaginario de la comunidad popular.

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III. Lo local y la resistencia La comunidad arrastra corrientes;

a través suyo fluyen fuerzas diversas. Paralos de abajo emerge de sus tradicionesportando un yo colectivo; para el pensa-miento social encarna un vínculo,mien-tras que para el estado dispone uninstrumento útil a su proyecto de gober-nabilidad. Frente a estas confluenciasdistintas, ¿es posible buscar en ella unhorizonte de resistencia en la ciudad?

1. Resurgimiento de lo local Lo local se vino a convertir en

categoría del pensamiento social con-temporáneo. Dicho estatuto, con todo,se perfiló no más que durante los últi-mos lustros. Tiempo atrás lo local,como expresión de los nexos entreterritorio y ser social, permaneciósepulto bajo la hegemonía de la histo-ria sobre la geografía, del tiempo sobreel espacio. La “obsesión por la historia”,según la expresión de Foucault, surgede la epistemología historicista deriva-da de la conciencia crítica construidadurante el siglo XIX y prolongadadurante buena parte del XX52. Frente atal epistemología, regida por la lógicade la duración, el espacio es tan sólocontexto de realización, lugar de con-tención donde el hecho social adquie-re su particularidad: a cada territorio lecorresponden unas relaciones socialesúnicas e irrepetibles. El espacio se redu-ce a expresión física, a mera reserva deuna cultura definida.

Frente a esta reducción, impe-rante largo tiempo, el espacio adquierecarta legítima de ciudadanía con eldebate sobre la globalización, centro

de interés durante la década final delsiglo pasado. Finalmente el procesoglobalizador, nudo del orden econó-mico y político emergente, es unametáfora de la articulación geográficadel planeta. Lo espacial salta a primerplano, incluso hasta llegar al otro extre-mo. La versión neoliberal de la globa-lización, amasada entre el triunforesonante del capital y la democracialiberal, se acompañó de la creenciasegún la cual la historia terminaba, asícomo lo anunció la socorrida fórmulade Francis Fukujama. El nuevo arreglocapitalista no sólo privilegiaba la analí-tica espacial, sino que intentaba ani-quilar las “desuetas” coordenadas deltiempo. Detrás se agazapa el intento desuprimir el sujeto de la historia y,como consecuencia, de despolitizar laesfera pública: eliminar la historiaimplica suprimir la voluntad política.

De modo que hay que evitartanto el historicismo instrumentalizan-do el territorio como la manía espacialsocavando la acción colectiva. El pri-mero relega el espacio y su contribu-ción autónoma a la construcción de losocial, al tanto que la segunda cercenala mirada vigilante sobre el poder y susargucias. De manera distinta se trata dearticular ambas dimensiones en el con-texto de las actuales mutaciones en lasformas de articulación de lo social,mutaciones que cobran vida de múlti-ples maneras. Su corazón, no obstante,adquiere cuerpo en la modificación delas relaciones entre el estado nación y elterritorio, tal como lo argumentaAppadurai en un lúcido artículo53. Laidea de soberanía, eje de la construc-

52 La expresión de Foucault la cita Soja (1990, p. 10), quien a través de un recorrido por varios pensadores muestra la suce-siva construcción de la contemporánea posición de la geografía.

53 Appadurai (1999).

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ción moderna del poder, hizo conver-ger la ciudadanía y la identidad dentrodel trazado territorial jurídicamentedelimitado por la potestad del estado.Empero, este isomorfismo entre terri-torio, nación y soberanía se adelgazaante los embates de otras formas deconstitución del sentido. Unas prove-nientes desde “abajo” empujadas por laemergencia de lo local como mundoexistencial, esto es como horizonte depertenencia cuyos apegos entran encolisión con la necesidad estatal de unaescena pública regulada; otras viniendodesde “arriba” animadas por la consti-tución de translocalidades, espacios demovilidad humana y cultural que desa-fían las prerrogativas de inclusión delestado. El territorio soberano se desdi-buja, amojonado dentro de fronterasporosas, arrancando al estado su anti-guo monopolio sobre los relatos colec-tivos54. El resultado viene a ser ladisociación del estado y la nación,dando paso a la diversificación de laslealtades. El estado continua pegado ala soberanía imbuido de su papel degarante de derechos homogéneos paratodos, conservando su función deinterlocutor primero de la ciudadanía;la nación, entretanto, se fragmenta enespacios disímiles, inoculada con unamovilidad donde el discurso de la his-toria patria ha perdido densidad, con-virtiendo la identidad en unaexperiencia desanclada.

Ante este panorama las correasde articulación entre unos seres y otrossufren profunda muda. El conector delestado nación ha perdido su hegemo-

nía. El estado soberano ya no suelda elnexo entre política y clase social, anti-guo garante del vínculo de cada indivi-duo con los otros y con la totalidadsocial; se resquebrajó su centralidad,antes garantizada en la simbiosis de laidentidad y la narrativa unificadora: laforma de identidad por excelencia erala ciudadanía, ligada a un metarrelatocolectivo tejido desde el estado. Su fun-ción de conector se relativiza abriendopaso, tanto a la diversificación de lasfuentes de identidad, como a la visibili-dad de los planos local y global. Suconsecuencia, la topología cobra fuerzaentre las realidades contemporáneas. Elterritorio pierde su fijeza, dando al tras-te con la vieja asociación entre lugarfísico y relaciones sociales. Lo local, lonacional y lo global constituyen planosde articulación, cada uno gobernadopor sus lógicas pero, a un mismo tiem-po, en interacción constante entre unoy otro. Empleando las palabras deRenato Ortiz cada plano está consti-tuido por “procesos sociales diferencia-dos”55: en medio del proceso lo localcobra nueva vida.

2. Poder y resistencia Si el poder y el sentido han de

ser pensados como historia y comotopología, como voluntad humana ycomo vínculo con el territorio, lacomunidad, como expresión de lolocal, se perfila como alternativa para laresistencia. Sus viejos significados laconvierten en representación de laagregación, la identidad y el conflicto,tanto como en divisa de un destino

54 Por supuesto, agregamos nosotros, estos procesos se tejen en el contexto de la pérdida de poder efectivo del estadofrente a poderes construidos en el escenario globalizado. El poder de la banca multilateral y las empresas transnacio-nales son el ejemplo.

55 Ortiz (1998: 34).

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cuyo norte depende de la reciproci-dad. Su marca de clase popular, en elcontexto del desanclaje y la globaliza-ción, la perfila como valor políticodonde anidan proyectos alternativospara la vida y el poder desde abajo. Loilustran el Zapatismo en México, laConfederación de NacionalidadesIndígenas en el Ecuador, los Sin Tierraen Brasil.

Claro, en la ciudad enfrentapotentes desafíos, comenzando por lasácidas fragmentaciones sobre las que semueve el tejido urbano. No obstante,su caudal político surge de una dobleevidencia. Por un lado la emergenciade lo local también opera en la ciudad,entre la barriada popular, así como lomuestra una resurgida movilidad socialregada entre el poder pandillero, lasexpresiones culturales y la audiencia dela que son objeto una variedad de for-mas de organización comunitaria. Porel otro, la comunidad pervive en laciudad como esquema de representa-ción del lazo y la acción colectivapopular, la continúan empleando hastalos jóvenes. De tal suerte, como yaacontece entre indígenas y campesi-nos, la comunidad se abre para labarriada urbana como espacio de con-tención al poder.

No es nada sencillo: ¿cómoolvidar que la persistencia del referen-te comunal bebe de confines distintosy desencontrados? El nudo de laherencia popular le proyecta comoterritorio y raíz, el nudo estatal leadjudica la función de matriz institu-cional. En el curso de su tensión, elnudo popular tiende a consumirse en

el nudo estatal. La gente de la barriadasigue usando la comunidad como con-tinente imaginario, pero sus conteni-dos se deshilachan entre el interésinstrumental del estado. Los planostopológicos se cruzan. La comunidades local en tanto constituye una estruc-tura de sentimiento nacida del inter-cambio cara a cara; pero al mismotiempo es una forma de agenciar lapertenencia a la nación. Lo local y susvalores se funden con lo nacional y susurgencias: la comunidad arrastra lalarga duración de una tradición popu-lar territorializada en el barrio, por ellose incorpora al proceso de urbaniza-ción que acompañó la constitución delestado- nación. La comunidad no es elespacio de los flujos, pero le cruzantemporalidades y topologías diversas56.

Ahí reside justo su potencial. Sinduda la comunidad ha agenciado poderen la ciudad. No es la enseña de lamovilidad –– para muchos la marca delpoder hoy día57 ––, mas su fuerza la uti-liza el estado en su labor de ampliacióninstitucional y cohesión ciudadana,tanto como los sectores populares en elintento de apropiación de símbolos yrecursos apadrinados bajo la etiquetacomunal. El escenario contemporáneoes sin embargo distinto y posibilitadorpara la corriente que fluye desde abajo.Como se señaló párrafos arriba, la pér-dida de isomorfismo entre el territorio,la nación y la soberanía resquebraja elmonopolio estatal sobre la narrativa, laidentidad y la lealtad, permitiendo quelas culturas populares encuentren reno-vados aires para hacer valer sus visionesy prácticas.

56 La noción de espacio de los flujos es de Castells (1998).57 Bauman (1999) asocia el poder al movimiento.

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La comunidad sigue presente enel habla y haceres de los sectores popu-lares, cargada de historia y tradición.Una vez re-semantizada y arrancada alinflujo dominante del estado58, susobrevivencia popular se convierte enpunto de partida capaz de erigir unmuro de contención contra la frag-mentación, el individualismo y la dis-persión propias de las mutacionespuestas en marcha por la globalizaciónneoliberal. No es sólo herramienta cul-tural, es también instrumento políticoen tanto canal de creación de estilosalternativos de vida y de esquemasparalelos de ejercicio de poder. No porcasualidad a la comunidad la marca laimaginería de la protección y la parti-cipación, latente en una secular cos-tumbre subalterna.

Las características propias de lourbano, aquellas que la diferencian de lacomunidad rural, son un pie de fuerza: lacomunidad urbana no está ensimismada,ha pasado por su conexión con lanación; pero tampoco es abstracta, estáarmada de intercambios de sentido entreseres de carne y hueso con quienes setrama la vida. El universal del país, asu-mido desde el vínculo directo cara acara, recombina en nuevos planos laconexión con el otro y lo nacional. Logeneral se piensa desde el aquí y el ahora,al tiempo que lo inmediato se piensadesde el país y sus procesos ampliados.

Lo local tiene hoy vida y lacomunidad es un nervio de ello. Comosigno de pertenencia constituye unarobusta forma de representación colecti-va popular. La ciudadanía desde abajo, laque experimenta el ciudadano de lacalle, halla en la comunidad una de sus

traducciones. Lo hace con sus arcaísmose ilusiones, o quizás justo por ello invadeel ideal de la vida buena y la acción cívi-ca designando un tejido asociativo y unmotor para la práctica colectiva: encarnala vieja pero siempre presente utopíapopular de la igualdad y la unidad. Suconexión con la participación y la soli-daridad, hasta ahora instrumentalizada alservicio del sistema político, abre unespacio: la simbólica comunal intermediaformas de agregación popular, en últimasligadas al atávico sueño de un mundohecho de lealtad y justicia. La democra-cia local, animada por la esperanza deigualdad, hace posible la reapropiaciónpolítica de la comunidad en el contextode la profunda desagregación institucio-nal que atraviesa la contemporaneidad.Es el desafío.

No se trata de retornar al viejomito de la armonía, un arsenal históri-co tan fallido como inexistente. Tam-poco se trata de retransportar suscargas tiránicas, tan apetecidas comoactuantes en el igualitarismo comuni-tario. Frente a ellos se levanta, porprincipio, el decisivo peso de la indivi-dualidad en la constitución de la sub-jetividad, tal como vuelven y lomuestran los jóvenes. Los nexos entrelo uno y lo otro no entran en contra-dicción; el individuo emprende subúsqueda singular pero sin desconocerel compromiso que arrastra el vínculoprimario con lo comunal. La comuni-dad urbana popular está lejos de laagregación tiránica metida en el pro-pósito de sojuzgar a sus integrantes.Por el contrario, traba sostenido diálo-go con las fuerzas que jalonan la cons-trucción de la individualidad.

58 Respecto al pensamiento social, la comunidad vuelve a ser objeto de su atención.

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Como se dijo, en la comunidadhabita un alto contenido de tradiciónpopular, se sintetiza un ancestral mode-lo de representación de la vida buenaentre los sectores populares, se encarnaun ideal moral y una estrategia para lasobrevivencia. Es pues un verdaderoarco a la economía moral, esa raciona-lidad popular donde la relación entreeconomía, sociedad y poder se piensadesde una perspectiva ajena al dominiodel mercado59, evidenciando, una vezmás, el modo como en los sectorespopulares duerme una reserva moral dela humanidad.

En palabras de dos pensadores dela Escuela de Frankfurt, “la tarea porrealizar no es la conservación del pasa-do, sino la redención de las esperanzasdel pasado”60. La comunidad, comoforma de vida y como esquema degobierno, es una cierta “esperanza delpasado”. Ella es pasado, pero será espe-ranza de futuro en tanto su poder polí-tico se afirme como valor de clasecapaz de informar otros modos de arti-culación con el otro, con lo local y conla sociedad. Ello es posible, lo local haentrado a disputar el capital histórico ycultural antes propiedad del estado.Ahora reclama su historia, la posibili-dad de hablar desde sí mismo, todo locual arma el significado profundo de laresistencia. Cobra visos de realidad lasentencia bajo la que se pusieron estaspáginas, “construyendo comunidad secambia el mundo”.

Para Colombia y su despiadadaguerra la reconstrucción de la convi-vencia y la ciudadanía ha de pasar porlo local y la comunidad. Finalmente, el

posible impulso ético de la comunidaden la ciudad ha de quebrar su subordi-nación a la institución en la vía de real-zar sus nexos con lo público, la justiciay la igualdad.

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