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1 Comedores de esperanza Sardanápalo ¿Quién es esa señora a la que todos saludaron en el centro, tía? preguntó Laura, una niña de siete años, a su tía, mujer adulta, colaboradora de la tía Petita en el comedor solidario. La tía sonrió mirando a su esposo, y luego la miró a ella, con denotado cariño. Es la tía Petita, Laura. ¿Sí?, ¿y quién es ella? La tía Petita es una gran mujer de nuestra ciudad. ¿En serio? ¿Y por qué? Porque es una de las mujeres más buenas que hemos conocido acá en Arica. Amm… Ella ha sido inspirada por la senda del Padre Alberto Hurtado y la ha seguido durante todos estos años. ¿Del Padre Hurtado? Sí, el santo de los pobres intervino el tío, levantándose para prender un cigarrillo fuera del living cerrado en el que se encontraban, a fin de no contaminar con el humo el ambiente en el que estaban sus familiares, pero manteniéndose desde afuera atento a la conversación y añadiendo. Uno de aquellos verdaderos sacerdotes que realmente dignifican a la iglesia y que muestran la bella vocación de la solidaridad. ¿Qué es la solidaridad? La solidaridad, Laura dijo la tía, es una vocación que se da en las buenas personasSi interrumpió el tío; muchas personas son solidarias de la boca para afuera, pero las que son verdaderamente solidarias, lo demuestran en sus acciones La tía miró a su esposo formando en su rostro un gesto muy especial, en cuya expresividad muda podía leerse quizás: “sí, es verdad, ¿pero cabe decirlo ahora?”. La solidaridad reanudó la tía, para nosotros los cristianos, se relaciona con las virtudes cardinales. ¿Con las virtudes qué…? –interrogó la niña, con rostro confundido. Con las virtudes cardinales… Las virtudes cardinales son las buenas formas de actuar que nos hacen mejores personas y que nos acercan a Dios explicó la tía. ¿Y cuáles son esas virtudes? Son tres, caridad, fe y esperanza. La solidaridad se relaciona con la caridad, pues es entregar amor a los demás, sobre todo a quienes más lo necesitan; es hacer el bien a tus semejantes. Dios nos da la capacidad de ser bondadosos y de hacer el bien a los demás; amando a los demás, amamos a Dios y nos amamos a nosotros mismos. La solidaridad despierta lo más hermoso que hay en nosotros, haciéndonos más grandes y más dignos de ser llamados personas humanas... Amm… Que linda la solidaridad; a mi me gustaría ser solidaridosa…

Comedores de Esperanza

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Comedores de esperanza

Sardanápalo – ¿Quién es esa señora a la que todos saludaron en el centro, tía? –

preguntó Laura, una niña de siete años, a su tía, mujer adulta, colaboradora de la tía Petita en el comedor solidario. La tía sonrió mirando a su esposo, y luego la miró a ella, con denotado cariño.

– Es la tía Petita, Laura. – ¿Sí?, ¿y quién es ella? – La tía Petita es una gran mujer de nuestra ciudad. – ¿En serio? ¿Y por qué? – Porque es una de las mujeres más buenas que hemos conocido acá en

Arica. – Amm… – Ella ha sido inspirada por la senda del Padre Alberto Hurtado y la ha

seguido durante todos estos años. – ¿Del Padre Hurtado? – Sí, el santo de los pobres –intervino el tío, levantándose para prender un

cigarrillo fuera del living cerrado en el que se encontraban, a fin de no contaminar con el humo el ambiente en el que estaban sus familiares, pero manteniéndose desde afuera atento a la conversación y añadiendo–. Uno de aquellos verdaderos sacerdotes que realmente dignifican a la iglesia y que muestran la bella vocación de la solidaridad.

– ¿Qué es la solidaridad? – La solidaridad, Laura –dijo la tía–, es una vocación que se da en las

buenas personas… – Si –interrumpió el tío–; muchas personas son solidarias de la boca para

afuera, pero las que son verdaderamente solidarias, lo demuestran en sus acciones –La tía miró a su esposo formando en su rostro un gesto muy especial, en cuya expresividad muda podía leerse quizás: “sí, es verdad, ¿pero cabe decirlo ahora?”.

–La solidaridad –reanudó la tía–, para nosotros los cristianos, se relaciona con las virtudes cardinales.

– ¿Con las virtudes qué…? –interrogó la niña, con rostro confundido. – Con las virtudes cardinales… Las virtudes cardinales son las buenas

formas de actuar que nos hacen mejores personas y que nos acercan a Dios –explicó la tía.

– ¿Y cuáles son esas virtudes? – Son tres, caridad, fe y esperanza. La solidaridad se relaciona con la

caridad, pues es entregar amor a los demás, sobre todo a quienes más lo necesitan; es hacer el bien a tus semejantes. Dios nos da la capacidad de ser bondadosos y de hacer el bien a los demás; amando a los demás, amamos a Dios y nos amamos a nosotros mismos. La solidaridad despierta lo más hermoso que hay en nosotros, haciéndonos más grandes y más dignos de ser llamados personas humanas...

– Amm… Que linda la solidaridad; a mi me gustaría ser solidaridosa…

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– Jejej… –sonrió el tío con ternura– En tu caso, Laura, se dice: ser solidaria; en mi caso, ser solidario.

– Aam… –gesticuló la niña, deseosa de aprendizaje. – ¿Quieres que te cuente la historia de la tía Petita? –propuso la tía. – ¡Si! –respondió muy animada la niña, con ojos brillantes y sonrisa

entusiasta. – Bueno… Primero hay que decir que la tía Petita nació en 1929. En 1941, a

la edad de doce años, era generala de las Cruzadas Eucarísticas… – Cruzadas de amistad… –precisó el tío– de amor y entrega sincera a los

demás, no cruzadas de espadas, sangre y fuego, como las otras cruzadas… – ¿Qué es una cruzada? –consultó Laura. – Una cruzada es una misión religiosa –explicó su tío–. Lo que pasa, Laurita,

es que esta misión, de la tía Petita, es una buena misión, mientras que en la historia ha habido cruzadas o misiones religiosas que en realidad no fueron buenas sino que fueron guerras donde murió mucha gente inocente…

– ¿En serio? –preguntó la niña, con expresión de asombro y tristeza. – Sí –confirmó el tío–; fueron misiones donde se invocaba a Dios, pero en

verdad no tenían nada que ver con Dios, porque Dios es amor. Nosotros somos buenos cuando somos pacíficos y amorosos, no cuando matamos o torturamos a los que son distintos a nosotros sólo por eso, por ser distintos. Eso fue lo que hicieron muchas personas en el pasado, personas que se decían cristianas, pero que en verdad no lo eran...

– Cuando la tía Petita creció y ya era grande –prosiguió la tía–, creó un comedor solidario, que lleva el nombre del Padre Hurtado. El Padre Hurtado fue su primera inspiración, por su mensaje verdadero de servicio a quienes sufren y por su profundo llamado a caminar hacia el amor de Dios. Ella, como generala de las Cruzadas Eucarísticas, conoció personalmente al santo de los pobres.

– ¿Al Padre Hurtado? –interrogó Laura. – Sí –dijo su tía–; tal encuentro se dio en un congreso eucarístico en San

Fernando, congreso al que ella asistió. Ella nos dijo una vez que el Padre Alberto levantaba a todos muy temprano para hacer misa y para jugar futbol después, arremangándose su sotana.

– ¡Era muy choro ese cura! –exclamó sonriente el tío, mientras apagaba su cigarro e ingresaba al living.

– Según la tía Petita –continuó la tía–, el Padre Alberto medía alrededor de un metro setenta, era delgado y ágil. Ella nos contaba que el Padre partía rápido, y tanto ella como las otras colaboradoras, tenían que perseguirlo detrás, corriendo rápidamente, de la misma manera como nosotras hemos tenido que perseguirla a ella en los comedores durante todos estos años, jajj –rió con nostalgia–; pero ha sido una sana y hermosa persecución... Cuenta que, luego de levantarse, lavarse y vestirse, arreglaban el altar, las lecturas, los floreros, las filas de mesitas, y algunas señoras tocaban armónicas mientras el Padre Alberto hacía la misa. ¡Me hubiese gustado tanto conocer al Padre Hurtado!

– Sin duda debe haber sido una personalidad muy atractiva –acotó el tío, sentado junto a ambas interlocutoras.

– Me apena lo que le está pasando actualmente a nuestra tía Petita… –dijo la tía, apenada.

– ¿Qué le sucede a ella? –preguntó la niña.

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– Laurita, cuando las personas envejecen, sufren achaques, dolores y enfermedades porque se acercan a la muerte; a todos nos debe pasar eso, es la ley de la vida. Ella ya tiene ochenta y dos años, y sufre una grave enfermedad, una fibrosis pulmonar, que la ha debilitado mucho y que amenaza su vida.

– ¿Una fibrosis pulmonar? – Sí… y no me preguntes qué es eso porque ni siquiera yo lo tengo claro…

Lo que sí sabemos es que es una enfermedad muy preocupante, y tememos mucho por su salud, pero sabemos que Dios está con ella y con nosotros. Sin embargo, a pesar de su enfermedad, ella insiste en levantarse como pueda para abrir el comedor solidario, aunque sus hijos le insistan todos los días que se tienda a descansar, pues ella siempre afirma que el comedor no se puede cerrar.

– ¡Que buena es ella! – Es una verdadera santa… –dijo el tío, haciendo un gesto cuyo mensaje

pudiese ser interpretado como: “una verdadera santa, no como aquellos que son proclamados como tales sin serlo en realidad, aunque muchos los crean santos…”.

– Siempre la hemos encontrado allí, en sus comedores, con su sonrisa, con su alegría y su fe inquebrantable, rezando su rosario, orando su amor profundo hacia Dios y hacia sus semejantes, con su constante apertura a la conversación y con su transparente sencillez. Hasta hoy, estando tan enferma, se esfuerza a diario por levantarse, con una energía sobrecogedora, y avanza hacia su meta siempre inacabada, hacia su inmensa alegría. Cuando estaba buena de salud, siempre era posible reconocerla en actos públicos, con su delantal y gorrito blancos, como hoy… Siempre ella está presente para dar testimonio del humilde y benéfico camino que ha seguido y ha abierto para todas nosotras, semilla que ha florecido como llamado a la caridad, llamado a todos quienes la rodean a ser cada día mejores personas, tarea personal e indelegable para cada uno de nosotros.

– ¿Y de dónde viene ella, tía? – Por lo que yo sé, ella llegó a Arica desde San Felipe, con su marido y su

madre. Hace muchos años, un hermano menor suyo que vive en Australia, le envió una buena suma de dinero para que la compartiera con su madre, que entonces tenía noventa años. Juntó entonces ese dinero para comprar una casita. En ese tiempo, muchos jóvenes de su población llegaban a su reja a pedirle pan, té, etc., pues sufrían de hambre y, desde esos momentos, ella comenzó a colaborar con ellos, dándoles de comer.

– ¿Ahí comenzó su cruzada? –preguntó la niña, sirviéndose ya de esta nueva palabra incorporada a su germinal léxico.

– Me parece que sí –afirmó la tía–, aunque ella ya caminaba el camino de Dios desde pequeña... Entonces, hace más de cuarenta años, ella recibió un mensaje de Dios, mensaje de servicio y solidaridad, la misión de usar su casa para abrir un comedor solidario con el fin de ayudar a los que tenían hambre. En el comedor habían, primero, cuarenta y dos niños de la calle, hijos de personas cesantes o de empleo mínimo; luego habían ciento treinta, y las necesidades del comedor crecían. Tiempo después, debió abrir otro comedor, destinado a personas de la tercera edad, personas solitarias, con hambre de cuerpo y espíritu. Ella habló entonces con el Obispo de la época, quien le dijo que de CARITAS Chile estaban llegando harina, leche y manteca, y que él le

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iba a convidar parte de aquellos recursos para colaborar con su causa. La tía Petita ya lleva más de cuarenta y cinco niños en el comedor, junto a otras madres que la ayudan, que ayunan para trabajar en esta bella misión; entre ellas estoy yo, y si quieres puedes ser una más entre nosotras, siempre y cuando no descuides tus estudios en el liceo… –recomendó la tía, sonriendo y tomando ambas manos de la sobrina–. Lo último que conté pasaba ya en los tiempos de la dictadura militar, tiempos de mucha pobreza...

– ¿Fue muy mala esa época, tía? – Fue una época muy triste de nuestra historia nacional, mi niña... –intervino

el tío. – Sí, es verdad –coincidió la tía–. Ella nos contaba que, al comienzo, cuando

ella abrió el comedor, empezó preparando leche, pan amasado; algunas señoras de la población la ayudaban, pero eran pocas. Los niños estaban contentos con aquellas actividades. A los 3 meses de iniciada la misión, ya habían ciento treinta niños en el comedor, y actualmente hay más de doscientas personas... En aquella época, cuando ella abrió el comedor, abundaba el hambre y la miseria, así que ella y sus primeras colaboradoras hacían sopaipillas para vender y así poder comprar más alimentos. Ella partía trabajando a las cinco de la mañana, no sin antes rezar su rosario. Prendía los fondos; más tarde llegaban las señoras a servir el desayuno. El comedor funcionaba dando desayuno y almuerzo. En un tiempo ella trató de hacer una colación en la tarde, pero no alcanzaban los recursos, así que sólo pudo hacer almuerzo y desayuno.

– ¡Pobrecita! –exclamó triste la niña. – Pero ella nunca se rindió, y nunca se ha rendido… – ¿No? – No; ¿sabes por qué? – ¿Por qué? – Porque es una mujer muy buena y muy fuerte, dones que le hado Dios con

su sabiduría y amor infinitos. Tanto es así que, hasta hace poco tiempo, ella solía dormir en el día sólo una hora, a las tres de la tarde, y en la noche se acostaba como a las diez para despertarse a las cinco de la mañana. Ahora, su hijo le pone la máquina de oxígeno para que ella pueda respirar. En su comedor ella siempre ha recibido y servido a todo aquel que sufre de hambre. Generalmente utilizamos cincuenta litros de té, cuarenta de leche y en la mañana repartimos sanguchitos. La misión de la tía Petita fue creciendo con el tiempo, al punto que ya hay dos comedores, uno de adultos y otro de niños, en los que todas nosotras compartimos con niños pequeños y con mujeres embarazadas. La gente hace cola y ella reza con ellos para que no sufran el atropello de la injusticia…

– Tan enraizada en nuestra sociedad, como una odiosa tenia… o como cualquier bicho detestable; y que me perdonen, por favor. los bichitos… –dijo de pasada el tío, guardando silencio después, para permitir que su esposa prosiguiera.

– Ella nos dijo la otra vez –continuó la tía–, siempre alegre como es ella, que partió su misión sin dinero y que aún no tiene ni un solo peso… Pero, a cambio, ella sabe que tiene algo mucho más valioso que el dinero: el amor de Dios, pues Dios provee y no le pide dinero a nadie. Ella ha sido ayudada por muchos, entre los cuales hay varios que comprenden la verdadera importancia de la

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solidaridad. Hoy, mucha gente va a los comedores y lleva aportes. Cuando ella está apurada en conseguir recursos, va donde los políticos…

–Quienes recuerdan entonces, de súbito, sus obligaciones… y ayudan, luchando contra su falta de conciencia… –colaboró el tío.

– Generalmente –prosiguió la tía– los políticos nos ayudan comprando sacos de legumbres y otros víveres para los comedores. Dios está presente en esta buena obra de la tía Petita. Ella sabe que el Señor nos ayuda y nos guía con su amor. La tía Petita nos dijo hace unos días que desde hace treinta años no ha habido ningún día en que haya faltado la comida. A veces ha faltado el pan, pero ella ha hecho colectas y se ha podido comprar. Ahora que está enfermita están prohibidas las visitas, pero muchos queremos verla y conversar con ella, pues siempre nos da sabios consejos y nos conforta con su sana alegría. Los niños pobres afirman que ella es una gran mujer, pero ella dice que no es así, pues dice que ella sólo cumple con su deber ante Dios. Así como ella, en Arica hay también muchas otras personas anónimas que son muy buenas y que se esfuerzan por hacer el bien a sus semejantes. Recuerdo que una vez nos dijo que ella podría haber tenido una casa hermosa y grande, pero añadió que toda esa riqueza sería inútil cuando llegase el momento de la muerte, mientras que el verdadero amor que las personas siembran en sus vidas, eso sí que no sería inútil, sino, por el contrario, es la obra más hermosa que las personas pueden fundar en sus vidas. Todos sabemos que la tía Petita es una gran mujer. Sabemos que ella es una persona única que no olvidaremos jamás. Una de sus hijas nos ha dicho muchas veces, y con razón, que está orgullosa de tener una madre así y que vivirlo es algo invaluable, algo que le ha ofrecido profunda felicidad. La tía Petita tiene siete hijos, seis son naturales y una hija es adoptada, una niña que ella acogió y crió…

– Yo me pregunto cuanta gente tiene tan buen corazón para adoptar niños… –comentó el tío, meditabundo.

– ¡Yo quiero adoptar un huerfanito cuando sea grande, amarlo y cuidarlo mucho! –exclamó entusiasmada Laura.

– Sí, eso es muy bello; pero para adoptar un niño o una niña huérfana debes saber que puedes cuidarlo de verdad, debes tener medios económicos… –aclaró el tío.

– Aún así, ella, siendo pobre, se las arregló para cuidar y amar a esta hija, tanto como a todos sus hijos naturales –declaró la tía–. Su ejemplo, para todos nosotros, ha sido vivir entregada a la fe y amar a sus semejantes, con gran sencillez, para alegría de nuestro Señor. Norma, una señora que lleva veinticinco años trabajando con todas nosotras en los comedores, y lo hace cada día desde las seis de la mañana hasta las dos de la tarde, ha dicho que estar junto a ella ha sido una hermosa experiencia. La tía Petita, con su probada bondad, la orientó a ella, y a todas nosotras, a descubrir el don de la verdadera solidaridad, dado por el Señor, don abnegado de servicio amoroso, que enriquece nuestras vidas. La tía Petita siempre será recordada por la gente de nuestra ciudad, porque desde que llegó comenzó, silenciosa y anónima, esta noble mision, que no morirá con su muerte, sino que permanecerá en el tiempo; de eso nos encargaremos nosotras. Su regalo de amor vivirá por mucho tiempo.

– ¿Y yo puedo ayudar en los comedores, tía? –preguntó ansiosa la niña. – Como ya te lo dije, puedes ir conmigo a ayudar, siempre y cuando le pidas

permiso primero a mi hermana y a tu papá; ellos son tus padres y tienen que

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darte el visto bueno. Yo creo que ellos no pondrán ningún problema, al contrario… –La niña sonrió ante la buena predicción de su tía–. Así que… ¿qué te parece si conversamos con ellos ahora mismo?

– ¡Ya! –asintió Laura muy contenta. – De acuerdo, vamos ahora mismo a preguntarles… Dicho esto, La tía tomó la mano de su sobrina y, junto a su tío, fueron a la

casa de los padres de Laura, que vivían a una cuadra de la suya, para confirmar su incorporación a los comedores y para despertar, en la pequeña, la vocación por el servicio solidario, obra silenciosa y feliz, auténtica y ennoblecedora de lo más propio de todo ser humano.