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Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Estudios Ambientales y Rurales. Maestría en Desarrollo Rural I Semestre 2.011 ¿Cómo nos toca la guerra? Autor: Alipio Jaramillo Título: Masacre NÚMERO

¿Cómo nos toca la guerra? - PROBLEMAS RURALES · Facultad de Estudios Ambientales y Rurales. Maestría en Desarrollo Rural I Semestre 2.011 ¿Cómo nos toca la ... Nos encontramos

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Pontificia Universidad Javeriana.

Facultad de Estudios Ambientales y

Rurales.

Maestría en Desarrollo Rural

I Semestre 2.011

¿Cómo nos toca la guerra?

Autor: Alipio Jaramillo Título: Masacre

NÚMERO

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Presentación

Esta es la octava compilación de crónicas elaboradas por

los estudiantes de primer semestre de la Maestría en Desarrollo Rural —en el marco de la asignatura Problemas Rurales— en

torno a la pregunta ¿Cómo nos toca la guerra?

Nos encontramos con nuevos testimonios de los múltiples y diversos impactos que deja a su paso la guerra. Con mayor o menor detalle, estas historias personales develan un contexto de orden local y regional, marcado por lógicas y prácticas de dominación que sobrepasan a los sujetos y que trascienden a muchas otras esferas y escalas pero que, sin embargo, los sitúa finalmente en la soledad infinita de los atropellos, las

incertidumbres y los dolores de la guerra.

Estas historias han sucedido en tiempos diversos y en muchos lugares de la geografía nacional. En su trasfondo es posible descubrir la articulación entre las violencias políticas y armadas con aquellas estructurales e históricas que se expresan en el empobrecimiento, el aislamiento, la desprotección y la impotencia. Algunas de estas historias nos recuerdan cómo la dominación, el despojo y la humillación se ensañan con fuerza contra las mujeres, no sólo desde actores armados externos, sino desde sus propios parientes, desde aquellos que dicen

amarlas.

Un reconocimiento para los estudiantes que quisieron escudriñar y elaborar un testimonio desde sus experiencias, contribuyendo así a la construcción de la memoria de nuestra guerra. Sabemos que no es fácil darle voz y hacer visibles las historias que nos marcan y dejan su huella en la forma como pensamos, analizamos y sentimos los conflictos que configuran

nuestras realidades.

Flor Edilma Osorio y Juan Guillermo Ferro

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~ 1 ~

ÍNDICE

Página

LA MUERTE Y EL LLANTO EN EL OLVIDO 1

DE TANTO SENTIRLA ME ACOSTRUMBRÉ A ELLA 4

LAS GUERRAS DE MARÍA 7

LA COMANDANTE SANDRA 9

VENCER O MORIR 11

SIMPLEMENTE MARÍA 11

A MÍ ME TOCÓ LA GUERRA, PERO NO ME DIJO NI PIO… 13

ENTRE RECUERDOS Y TIERRAS 15

LAS GUERRAS QUE NOS TOCAN: ARAUCA 18

DÍA DE LAS VELITAS, DÍA DE LUTO EN CASANARE 22

SAN VICENTE DE CHUCURI, MAGDALENA MEDIO

SANTANDEREANO

25

REFLEXIONES 28

SUR DEL DEPARTAMENTO DE CÓRDOBA 29

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LA MUERTE Y EL LLANTO EN EL OLVIDO

La boca en punta, apretados los

labios, era la única parte que se

arrugaba en su rostro con frecuencia.

La mirada concentrada, poblada de

terigios, azul un ojo, marrón el otro,

pasaba con frecuencia del brillo a la

opacidad. Cuando su alma se

apesaraba, desarrugaba la boca y la

mirada se perdía en la nada, como

ocurrió la noche que fuimos donde la

gitana Luisa para que le leyera la suerte,

una semana antes de su muerte.

Luisa nos recibió en el cuarto vacío de su

difunto esposo. Luego de mirar a Ricardo,

prendió el tabaco, le pidió que fumara.

Salió y volvió arrastrando dos sillas.

Contempló largamente las cenizas,

sentada en un mar de silencio. Cada vez

que las vetas rojas se comenzaban a

desvanecer en la punta del cigarro,

soplaba suavemente sobre ellas. Cuando

la última brasa cayó deshaciéndose

contra el suelo, levantó la vista, le

acarició con su mano larga y fuerte la

mejilla izquierda y le dijo con voz

entrecortada:

—Ya viene, está cerca—, y le dio un

beso.

Entonces la mirada de él se apagó y no

volvió a brillar en toda la noche. Nos

despedimos de ella, apartamos las sedas

rojas, azules, verdes, lilas y amarillas que

servían de puerta a la habitación, y

salimos de la casa.

Recorrimos las calles sin mirarnos,

abriéndonos paso por entre los cantos de

los grillos, hasta llegar a Palo de Mango

donde bebimos cerveza tras cerveza

protegidos por su antiguo follaje y sus

olores pegajosos.

Durante el resto de la noche sus terigios

se deslieron en lágrimas convertidos. No

pronunciamos palabra. Antes del

amanecer lo acompañé hasta la puerta

de su casa y cuando entraba dijo en un

susurro:

- Ya viene la parca, viejo man, yo sabía.

Al día siguiente elaboró su testamento. La

casa la dejó a su madre, el dinero a su

mujer, los libros al muchacho, la música a

la niña. Al volver de la notaria, con el

testamento lleno de sellos color celeste,

sentó a los dos hijos en sus piernas y les

dijo que cuando él muriera cuidaran a la

madre y no abandonaran a la abuela.

Les ordenó, como acostumbraba con

ellos, que no se rindieran frente a las

dificultades, que lucharan, que no se

dejaran consumir por el dolor. La niña

comenzó a temblar abrazada a su torso.

El muchacho tenía la misma mirada

perdida que a veces tenía Ricardo. Los

besó y, antes de pasar a tomar las

medias nueves, le dijo al muchacho:

- Hijo, aunque falta mucho tiempo para

que me muera, cuando eso ocurra tienes

que obedecer a tu madre y cuidar de

ella y de tu hermana porque entonces

serás el hombre de la casa.

El niño lo miró con gesto de orgullo

mientras le contestaba:

- Claro papá, yo las cuidaré. Y a mi

abuela también.

Esa semana asistió a todas las reuniones

programadas, mantuvo la misma rutina

diaria, fue a las sesiones del concejo

municipal, pasó por el mercado, saludó

al turco, conversó con el italiano, se

carcajeó con el negro Martínez —el tipo

más embustero de la comarca—,

escuchó sin entusiasmo las teorías

conspirativas que el bigotón de la calle

14 tejía en torno al gobierno municipal,

las fuerzas políticas y sindicales, y su

relación con las fuerzas guerrilleras. Al

final le dijo:

- Tú si eres un perfecto. No te fías ni de tu

sombra porque piensas que todo el

mundo es malo. Hay que creer en algo,

hay que confiar en la gente, no

podemos andar por ahí señalando,

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descalificando, sospechando. Que yo

sepa, ni yo, ni tú, somos jueces,

sacerdotes, o policías.

A mitad de la última semana de su vida

creyó por unas horas, quizás por un par

de días, que podía ganarle la partida al

destino. Luego de una lúgubre sesión de

la Comisión Política del Frente Amplio del

Magdalena Medio, se acordó sacarlo de

la región y resguardarlo —por el tiempo

que fuera necesario— en una vereda de

los andes colombianos donde los sicarios

no pudieran alcanzarlo. Se organizó el

viaje para que saliera tres días después,

antes de la madrugada, y todos juramos

no contar a nadie nada de lo

conversado. El día anterior a la partida,

antes de las siete de la noche, cuando

llegaba del concejo municipal, las balas

le perforaron corazón, estómago,

pulmones, frente a la puerta de su casa.

Su hijo, que había salido a recibirlo, vio

cuando caía para no levantarse nunca

más. Contempló su cuerpo magullado y

sus pupilas se inundaron con el charco

de sangre que empapó la tierra de la

calle.

Aunque la gitana lo había vaticinado y

sabíamos de dónde venían los tiros, su

asesinato nos resultaba incomprensible.

¿Por qué querría alguien que se dijera de

izquierda asesinar a un hombre que era

una suerte de leyenda regional popular,

que había repudiado la violencia, que

clamaba por la paz, había estado

siempre al lado de las luchas cívicas y

campesinas, era querido y apoyado por

los habitantes del Puerto Petrolero de

Colombia, y tenía cordiales relaciones

con las distintas fuerzas políticas y

sociales de la región?

Cuando se confirmó públicamente que

los asesinos habían sido enviados por el

Comando Central del E.L.N., el grupo

guerrillero que él había ayudado a

fundar en su juventud y en el cual había

recibido y orientado al sacerdote

español que había presidido la reunión

en la que se ordenó su ejecución, el

desconcierto se convirtió en una mezcla

constante de acidez estomacal,

repugnancia, e incapacidad para

razonar, para entender.

Ricardo se había reunido con varios

integrantes de ese grupo, les había

explicado por qué consideraba que la

acción política debía ser legal y había

solicitado verbalmente y por escrito, en

distintas ocasiones, una reunión con el

Comando Central de su antigua

organización, para acordar el mutuo

respeto entre el E.L.N. y el Frente Amplio

del Magdalena Medio (F.A.M). Nunca

obtuvo respuesta.

El F.A.M., movimiento que con un grupo

de paisanos había fundado años atrás

con el propósito de desarrollar una

acción política legal para conquistar

hechos de democracia social y política,

tomaba como base de su trabajo las

necesidades expresadas por los

movimientos cívicos de la región y los

rasgos característicos de la cultura local,

fuertemente influenciada por la forma de

ser de los habitantes de la sabana de la

costa caribe colombiana. Parecía raro y

simpático, pero era verdad: el primer

requisito para ingresar al F.A.M. era haber

leído Cien años de soledad. El

movimiento estaba integrado por un par

de miles de ciudadanos y había

generado en pocos meses una

movilización social y política muy

notable, que comenzaba a transformar

las viejas y excluyentes estructuras del

poder en Barrancabermeja. Con Ricardo

y el Vitti —el otro concejal del F.A.M— las

necesidades populares expresadas en la

barricada cívica, la movilización

campesina y la huelga petrolera, habían

encontrado un nuevo espacio de

manifestación en las instituciones del

gobierno local y en los medios regionales

y nacionales de comunicación.

Unos días después, una persona que —

según dijo— había estado en la reunión

de ese comando central de la infamia,

contó que habían decidido asesinarlo

por temor. Temor a que Ricardo con su

trabajo social y político, que comenzaba

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a proyectarse nacionalmente a través de

una decena de movimientos políticos

regionales, produjera —así no se lo

propusiera— un mayor desprestigio del

E.L.N. Creían que eso podía suceder por

mero efecto de contraste: él lograba

conquistas concretas y hablaba el

lenguaje de la gente común, mientras

que el E.L.N. no tenía nada que ofrecer y

hablaba un galimatías hecho de

violencias. Repartieron panfletos: Ricardo

Lara Parada, ajusticiado por traidor y

degenerado sexual. Su pobreza mental

no dio para más.

El entierro de Ricardo fue un cortejo

multitudinario, una movilización popular

como pocas veces se había visto en esa

tierra heredada de los Yariguíes. La gente

colmó las avenidas y siguió el largo

camino que lo llevó de su casa a la

iglesia, de la iglesia al concejo municipal

y de allí al cementerio. En el recorrido

cruzamos miradas con varios integrantes

del E.L.N. que observaban la multitud con

ojos de asombro y expresiones de

vergüenza. Sus caras se ponían pálido-

lívidas o rojizas, como la carne del

achiote. Algunos se acercaron a

dirigentes del F.A.M. para soltar en voz

baja frases cortas de disculpas o de

desacuerdo con la decisión tomada por

su organización. Alguno articuló un breve

razonamiento sobre la incomprensión

que en los campamentos rurales se tenía

de los movimientos sociales urbanos.

A pesar de la rabia, del dolor, del llanto

sin pausa, sabíamos que no podíamos,

no debíamos —de acuerdo a nuestras

convicciones y a las de Ricardo— dar un

salo paso, ni siquiera mental, por la senda

de la venganza. La rabia quería explotar,

pero tuvimos que contenerla.

Pasábamos en segundos de la ira a la

congoja, de la mente en blanco a las

imágenes de la semana anterior —

cuando aún vivía—, a las imágenes del

día de su muerte, a las imágenes del

velorio, y tratábamos de sofocar con los

abrazos mutuos el inenarrable

desconsuelo que galopaba por las

venas.

Durante las semanas siguientes al

entierro, que creíamos inolvidable, la

desazón se veía compensada por la

ilusión de fortalecer el F.A.M., de gestar

una amplia alianza ciudadana con otros

sectores para impulsar la democracia

social y política y la paz, una alianza que

tal vez pudiera reorientar la historia de

sangre, injusticia y pobreza del

Magdalena Medio.

A medida que pasaron los meses y fue

quedando claro, no sin asombro, que

entre los directivos del F.A.M. pesaban

más los intereses personales y las posturas

ideológicas maniqueas, y que su

predisposición a la intolerancia y al

desacuerdo se imponía sobre el

consenso y las motivaciones cívicas y

culturales —fundamentos del

movimiento— el dolor comenzó a

divagar confundido como si fuera una

chalupa desatada del muelle y

abandonada a la corriente incierta de

las aguas. La ilusión de las primeras

semanas se evaporó y en su lugar se

instaló una mezcla espesa hecha de

tristeza y hastío.

El F.A.M. se redujo y desapareció con la

velocidad que tienen las brisas que

anuncian lluvias en las riberas del

Magdalena. Mi vínculo con Barranca se

redujo a visitas esporádicas por razones

de trabajo. Siempre que pasaba por allí

visitaba a los amigos, a la madre de

Ricardo, a su esposa, sus hijos, y, en

especial a él, en su tumba.

No sé por qué, durante los años

siguientes a su muerte, siempre que

hablaba de él, no importaba con quién

lo hiciera, terminaba con los ojos

aguados o con las mejillas surcadas de

lágrimas. Quizás porque su muerte reunía

sentimientos de frustración, repudio a la

insuperable crueldad, a la potente

imbecilidad humana, a la estupidez

ideológica. También, y tal vez esto sea lo

más importante, porque Ricardo no fue

para mí un líder, ni un jefe, sino un ser

humano extraviado y sincero, que

luchaba a brazo partido por mantenerse

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fiel a sí mismo, sabiendo que podía estar

equivocado, que tenía la virtud de

dudar, de preguntarse.

La primera conversación que tuve con él

fue sobre la fragilidad de la condición

humana y sobre lo absurdamente gélido

que le resultaba el clima bogotano.

Cuando no tenía que salir del

apartamento en el que se alojaba,

pasaba las horas envuelto en un cómico

turullo de cobijas que no dejaba ni para

leer, ni para caminar, ni para conversar.

Me parecía un hombre un poco ingenuo,

un poco iluso, un poco terco —aunque

yo era todo eso y mucho más—, y

bastante honesto. Nunca dejó de

contestarme las preguntas que le hice

sobre su pasado político y sus ideas

presentes. Sus respuestas no eran lugares

comunes, no trataba de convencerme

de nada, ni de hacer elaboraciones

ideológicas o discursos políticos. Sus

respuestas eran simples y llanas. Más que

contestar le interesaba compartir su

ignorancia, su torpeza, su creatividad, su

compromiso, y cómo estos defectos y

virtudes lo habían condicionado a lo

largo de los años. Por lo general

colocaba una pizca de humor en la

conversación, y a veces sus carcajadas

se encontraban con las mías.

Quizás fuera porque encarnaba una

sinceridad desprevenida que durante

años lloraba al hablar de él y de su

muerte. Sentía con indignación que, una

vez más, el fundamentalismo que no

tolera la diferencia, que cree portar una

verdad excluyente, que cabalga sobre

razonamientos irracionales capaces de

concebir ideas inhumanas y actos de

barbarie, había asesinado a un hombre

simple y bueno. Que una mentalidad

seca y plana había segado un trozo de

bondad en los campos del mundo. Tal

vez fuera por ser este un dolor doble: el

originado en la muerte de un hombre

que trataba de servir a los demás con

lealtad, y el que se desprende de

constatar la irremediable condición

antropófaga que tenemos los seres

humanos.

Una mañana llegué al muelle de

Barranca con mi esposa y mi hijo.

Viajábamos a lo largo del río,

acariciando la geografía humana y el

conmovedor paisaje del valle del

Magdalena. Como siempre, al bajar, les

pedí que me acompañaran a visitar a

Ricardo. Al traspasar la puerta del

cementerio, frenamos en seco: tumbas

saqueadas, calaveras colgando como

frutos podridos, floreros rotos, basura

regada, pasto crecido, una selva de

flores marchitas. La tumba de Ricardo

lucía un abandono de meses, aunque

alguien le había llevado flores uno o dos

días atrás. No estaba saqueada.

Tampoco lo estaba la del Mocho Rangel,

primer alcalde popular de Barranca

luego del 9 de abril de 1948 y fundador

de la primera guerrilla liberal en el

departamento de Santander.

La fuerza del olvido se me reveló esa

mañana en toda su capacidad

devastadora. Desde ese instante,

tampoco sé muy bien por qué, dejé de

llorar a Ricardo. Quizás mi alma tuvo la

certeza de que mi dolor era insignificante

en la vida de los hombres, y que en unos

cuantos años nadie recordaría a Ricardo,

ni al F.A.M., ni al E.L.N.

DE TANTO SENTIRLA ME ACOSTRUMBRÉ

A ELLA

Siempre que pienso en el primer

momento que me tocó la guerra, me

veo sentada en esa silla de cuerdas de

plásticos de colores, frente al viejo

televisor Sony de marco de madera de

21‖ que había en casa. Recuerdo que a

mis cortos 7 años veía los noticieros y

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siempre escuchaba la palabra

―guerrilla‖; y aunque observaba esas

imágenes de muertos, helicópteros y

armas (creo que a esa edad nunca supe

para que servían todas esas cosas), no

tenía claridad de por qué se

relacionaban con esa extraña palabra.

Día tras día escuchaba esa palabra y

seguía viendo esas imágenes que se iban

conmigo a la cama.

Tuve miedo de preguntarle a mamá y

papá qué o quiénes eran los guerrilleros y

finalmente después de leer historias

fantasiosas y ver mi serie favorita ―viaje a

las estrellas‖ terminé por sacar mi propia

conclusión: la ―guerrilla‖ eran

extraterrestres que en algún momento

vendrían al mundo a invadirnos y a

exterminar a todos los humanos; con este

concepto de ―guerrilla‖ seguí creciendo

y viviendo en un pueblito, lejano, muy

lejano para esa época —10 horas hasta

Bogotá, en un carretera completamente

destapada— donde sólo llegaba un bus

diario a las 7 de la noche. Recuerdo que

había una chiflada generalizada en el

pueblo cuando a lo lejos se veían esas

dos grandes luces de las farolas de la

flota; mis hermanas y yo esperábamos

desde las 5:30 de la tarde sólo para ver

bajar a mamá y papá y abrazarlos

después de una larga semana de

ausencia.

En este país a cualquiera que haya

tenido contacto con un televisor, un

periódico y más aún con un guerrillero,

un paramilitar o un soldado lo ha tocado

la guerra. Sin embargo, cuando recuerdo

que a mi pueblo llegó la luz sólo hasta el

año 86, y que gracias a esto, el año

anterior sufrí quemadura de 2do grado

por tener una vela prendida en mi mano;

o cuando viene a mi mente ver llegar al

hospital del pueblo a un enfermo tendido

en hamacas después de que 4 valientes

campesinos lo venían cargando desde la

vereda que quedaba a 6 largas horas de

camino; o cuando veo a esos dos niños

que siempre llegaban tarde a clase,

totalmente pálidos, delgados y

pequeños y sin haber comido sino una

aguapanela de desayuno, simplemente

porque sus padres no tenían qué darles

de desayuno; o cuando viene a mi

mente el día en que mi excelente

profesora de inglés tuvo que irse del

pueblo amenazada por los paramilitares,

por el sólo hecho de haber sido exigente

en una de las tareas con un niño que era

hijo de un paramilitar, y de esta manera

―nos quitaron la oportunidad de seguir

aprendiendo inglés‖; o a mi amiga

llorando sobre el cadáver de su padre

después de ser asesinado por

paramilitares porque presuntamente él

—quién tenía un pequeño almacén de

ropa y variedades— le había vendido

botas pantaneras a ―guerrilleros‖; o

cuando veo la imagen de la amiguita de

mi hermana asesinada, porque en una

toma guerrillera se asustó y no se quedó

acostada como nos lo habían enseñado,

y al contrario, salió corriendo y una bala

perdido topo con su cabeza y la mató

instantáneamente; o cuando mi

hermana fue secuestrada por el frente 53

de la FARC y duró 4 meses y 8 días

metida en el monte y fue entregada

como un ―ser diferente, aislado, y

atemorizado‖ y dejó en mi familia el

deseo de no querer recordar ese año

2.000, por ser peor de nuestras vidas, por

llenarnos de odio, rabia, impotencia e

incluso de venganza con quienes

decidieron llevársela ese día y hacerle

pasar las situaciones más difíciles y

traumáticas que ha tenido en su vida,

desde dejarla amarrada a una cama

con un niño de 8 años que tenía un fusil

en mano y en ese momento debía

convertirse en su ―verdugo‖ para que

ella no escapara, o en las noches que los

helicópteros del ejército llegaban a

bombardear los campamentos la

soltaban y le decían ―corra hasta esa

casa que se ve a lo lejos, mire como

hace para guardarse allá, y la

esperamos mañana aquí y ni se le ocurra

escaparse‖; o cuando mi tío fue

secuestrado por paramilitares y duró 8

días desaparecido y después de que mi

tías caminaran hasta los campamentos

de esta gente y con lágrimas en los ojos

les pidieran su libertad, fue regresado

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pero brutalmente golpeado,

simplemente porque la guerrilla pasaba

por su finca y le exigía preparar las

gallinas que tuviera disponible para los

hombres armados de los frentes ―del

pueblo‖; o cuando frecuentemente mis

clases en el colegio eran interrumpidas

porque la guerrilla decidía tomarse el

pueblo, y después cuando llegué a la

universidad me sentía avergonzada

porque mi nivel académico no era igual

al de mis compañeros; o cuando en una

tarde cualquiera se escuchó en el

parlante del pueblo pedirle a la gente

que se acercara al parque, donde

yacían muertos dos jóvenes muchachos

con impactos de bala en todo su cuerpo

y al oficial del ejército decir ―los hicimos

venir hasta aquí, para que vean que es lo

que le pasa a todos aquellos que

decidan volverse guerrilleros‖; o cuando

aquella noche la guerrilla se tomó el

pueblo desde las 7 de la noche y terminó

a las 7 de la mañana del día siguiente,

donde las interminables bombas del

avión fantasma sacudían el suelo, los tiros

y granadas no dejaban de golpear las

calles, y nosotras con mis hermanas

acostadas con todas las cobijas encima

posibles, alcanzábamos a observar a

través de las tejas plásticas las botas de

un hombre que se había custodiado en

nuestra casa para disparar

estratégicamente a la estación de

policía, fue una noche de total horror y a

las 4 de la mañana recuerdo que papá

nos dijo que con mucho cuidado

viéramos por la ventana, cuando me

asomé solo pude mirar la que en esa

época era la ―caja agraria‖ y ―casa

cultural‖ envueltas totalmente en llamas.

Esa jornada de balas y muertos, terminó

con un llamado a lista de cada uno de

los policías combatientes por parte del

teniente encargado de la estación, con

un ―presente‖ por parte de todos ellos y

con un grito de júbilo exclamaban

―victoria‖ y cantando el himno nacional

de esta ―bella Colombia‖, como si

realmente hubieran matado a los

―extraterrestres‖ y no a los 30 personas

entre niños, hombres y mujeres,

campesinos en su gran mayoría, pero

con la etiqueta de ―guerrillero‖. Nunca

olvidaré de esa noche, ver la cara de

terror y las lágrimas de mi primito de tan

sólo 7 años que se había venido del

campo a estudiar al pueblo (porque la

escuela de su vereda tan sólo tenía una

profesora y mis padres decidieron darle

educación completa) y decir al día

siguiente ―yo no sabía que eso era así por

aquí; tía yo me devuelvo para el campo

así no vuelva a estudiar nunca más‖ y

finalmente así fue, tan sólo hizo hasta

quinto de primaria. El resto de la historia

de mi primo es parecida a muchas...

Hoy en día, cuando prendo mi nuevo

televisor y veo las noticias y observo —al

igual que hace 24 años— los mismos

helicópteros, muertos, armas, y a oficiales

del ejército hablando de la ―guerrilla‖, o

al gobierno hablando de los

―paramilitares‖ o a estos hablando de los

―gobiernos corruptos‖ o a la gente del

común hablando de los abusos de las

―fuerzas armadas‖; o cuando escucho

los informes de instituciones

internacionales sobre los ―pobres‖ en

Colombia —que cada día son más— y la

―violación de derechos humanos‖ en

Colombia; o veo en la editorial de una

revista a Colombia como el ―país más

desigual del mundo‖; y hoy en día,

teniendo un concepto más claro de lo

que es cada uno de esos personajes, y

del ―efecto dominó‖ que genera cada

una de las acciones que de manera

individual hacemos como colombianos,

he concluido que la guerra aún no me

ha tocado, porque yo, al igual que

muchos colombianos no he hecho nada

distinto a ignorarla, tanto que decido

cambiar el canal, porque “estoy

cansada de tantas malas noticias”.

Hoy en día entiendo que la guerra no me

tocó porque me acostumbré a ella; creo

que hablar con tanta naturalidad de lo

que pasaba en mi pueblo me hizo

indiferente a la guerra; creo que

escuchar contar a papá las historias de

la guerra civil en su época como si

fueran una hazaña y no una experiencia

cruel; o haber optado en mi familia

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porque el tema de secuestro de mi

hermana quedara totalmente vedado y

nadie pueda volver a recordar o hablar

de esa fea experiencia; o escuchar

tantas y tantas historias y decidir que

debía dejar eso atrás, y empezar mi vida

basada en el ―trabajo‖ para poder

comprar ―lo que me gusta‖ u optar por

mejor ―pasarla bueno‖ con mis amigos y

familia, o simplemente tratar de ―vivir en

paz‖, me hizo olvidar que aún “estamos

en guerra”.

LAS GUERRAS DE MARÍA

Como de costumbre, en la

Semana Mayor de este año viajé a mi

pueblo a visitar a mis padres; en uno de

esos días, una de las amigas de mamá se

acercó a saludarnos; también quería

aprovechar que mi hermana —abogada

de profesión— se encontraba en casa

para preguntarle de que manera su

empleada del servicio podía acceder al

programa de ―familias de acción‖, ya

que esta era desplazada, tenía una hija y

muy poco dinero. Argumentaba que

aunque esta joven había pasado sus

documentos en regla, una de las

funcionarias de la alcaldía le negaba

continuamente este beneficio por

razones triviales y que por lo tanto

estaban buscando alguien que les

colaborara.

Mi hermana le explicó todo el

procedimiento para hacer la solicitud y

queja respectiva que debía adelantar

ante Acción Social. Mi mamá le

preguntó a su amiga que de dónde era

la joven y ella empezó a contarnos la

historia de ―María‖. Una historia que

probablemente se repite a diario, que ya

había escuchado, pero que no sé por

qué logró tocar algo en mí.

Después de saber de esta historia de

vida, le pedí a la amiga de mamá que

hablará con ―María‖ y le solicitará que

me recibiera para que ella misma me

contara todo esto que le había

sucedido. Finalmente, María accedió

previniéndome que ―eso no fuera para

problemas con nadie‖ a lo que le

respondí, ―que estuviera tranquila, que

tan sólo quería escucharla e incluir su

historia en un trabajo universitario‖.

―María‖ como la gran mayoría de niñas

campesinas, es tímida y habla poco;

puede incluso parecer grosera, pero

simplemente no lo es, es tan solo su

esencia, su poco deseo —a diferencia

de gran parte de nosotros— de querer

llamar la atención.

―María‖ es originaria de la vereda de

Soya, inspección de San Pedro de

Jagua, Cundinamarca. Su historia la

recuerda desde los 9 años, porque desde

ese momento su vida empezó a

cambiar; su historia comienza porque sus

papás discutían constantemente, y por

dicho motivo su mamá decidió que ella

debía darle una parte de su cama a su

padre, pues ella ―ya no soportaba una

noche más al lado de ese señor‖.

Es así como su padre empieza de

manera frecuente a abusar sexualmente

de ella, hasta que ―María‖ cumplió los 13

años. Un día de esos en los que se enteró

por el colegio que era una violación,

llegó a casa, entró en llanto, y decidió

contárselo a su mamá, quien

aprovechando que para esos días eran

los paramilitares los que daban orden en

la zona le propuso a ―María‖ que fueran

al campamento y pusieran la queja.

Los paramilitares llegaron al día siguiente

y se llevaron a su padre y después de dos

días sin saber nada de él, sus tíos y

abuelos le exigieron a esta niña y a su

madre que para evitar la muerte de su

padre, ―María‖ debía ir nuevamente

donde el comandante y decirle que

todo era mentira y ella lo había

inventado.

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―María‖ sin saber que su padre ya había

sido asesinado y presionada por su

familia, emprendió el camino bajo una

noche de lluvia fuerte y llegó al

campamento y solicitó hablar con el

―comandante‖, este la atendió y ella dijo

todo lo que su familia había exigido

decir; este hombre se enfureció con ella,

la maltrató verbalmente y le pidió que se

―largara‖ inmediatamente antes de que

la mandara a asesinar.

Esa misma noche, ella tuvo que coger sus

pocas pertenencias; coger un carro que

la llevará hasta Medina y de ahí un bus a

Bogotá donde una tía. Ella sólo la pudo

ayudar un mes porque no tenía con qué

mantenerla.

Después, fue enviada a San José del

Guaviare, donde otra tía que tenía una

finca y necesitaba gente para que le

trabajara. Allí ―María‖ vivió 5 años

trabajando de sol a sol, sin recibir

remuneración alguna, al contrario recibió

golpes y humillaciones. Allí mismo,

conoció a un hombre mayor, casado,

del que quedó embaraza y al que no ha

vuelto a ver.

Finalmente, logró salir de San José y fue

recomendada como empleada del

servicio doméstico, y lleva con la amiga

de mamá 6 meses de trabajo.

Actualmente su hija tiene 3 años, gana

mensualmente 200 mil pesos y de esos

destina 70 mil para pagar una

habitación.

Cuando escuché esa historia me di

cuenta que a “María” sí la tocó la guerra;

a ella sí, a mí no, porque a ella le cambió

su mundo totalmente, su rumbo, le

marco su vida y no le dio la posibilidad

de optar por el camino que le hubiese

gustado tomar, sino por el que la guerra

le imprimió, ―por el que le tocó.‖ A

―María‖ la guerra la tocó

profundamente, aunque ella no lo sepa,

sólo piensa que su vida era lo que le

tocaba por haber nacido en el campo,

por eso ―María‖ termina contando su

historia con naturalidad como otra más,

como si eso fuera normal en este país,

como si ella fuera distinta al resto de

mujeres que tiene acceso a la

educación o simplemente a una tarde

de diversión con amigos y familiares. Al

final, me preocupa que a “María” la

guerra la deje de tocar, cuando

finalmente se haya acostumbrado y

resignado a lo que según ella “le

tocaba”.

Hoy en día doy gracias a la vida porque

me dio la oportunidad de tener una

infancia de libertad, juego y alegría, en

un pequeño pueblo, tranquilo, algo

pobre, pero con una naturaleza y paz

increíbles. El pueblo que para los años 80

y 90 llegó a ser uno de los más violentos

del país y declarado zona roja, es decir,

―allá que no entre nadie‖, el mismo

pueblo que es uno de los mayores

aportantes de agua del país, que hace

parte del parque natural nacional

Chingaza, y el que tiene una de las

imágenes más increíbles que he visto en

mi vida: ―Los Farallones de Medina‖.

Crecer en Medina, Cundinamarca, y vivir

una pequeñísima parte de ―esta guerra‖

e incluso leerla y analizarla, me ha

ayudado a escuchar a quienes detrás de

un escritorio critican y analizan la guerra

y a quienes la viven; me ha enseñado

por qué no debo sesgarme en ninguna

de mis opiniones sobre el conflicto en

Colombia, siempre sabiendo que no hay

que hablar de ―negro‖ ni ―blanco‖ sobre

la guerra en Colombia, sino sobre las

―tonalidades grises‖. Hoy en día

entiendo por qué ―Uribe sí‖ y por qué

―Uribe no‖, por qué ―la guerrilla sí‖ (como

ejército del pueblo) y por qué ―la guerrilla

no‖ (como terroristas, destructores de

pueblos y secuestradores), por qué ―sí‖ a

la organización interna de los ganaderos

trabajadores y honestos por medio de

grupos privados con armas para

proteger sus fincas de la guerrilla, ya que

el Estado no estaba presente en ese

entonces, y por qué ―no a unos

paramilitares sangrientos, desalmados,

que con lista en mano iban asesinando

al que les parecía pudiera ser guerrillero,

a los que desplazaron y destruyeron

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territorios enteros‖; por qué ―sí‖ a un país

donde la eliminación de la desigualdad

social sea la principal bandera de

cualquier gobierno, y por qué ―no‖ al

proteccionismo del gobierno a quienes

se consideran más pobres, que hace que

decidan continuar albergados en la

ciudad alimentando los cinturones de

pobreza de estas y olviden por completo

el campo y opten por una vida ―urbana‖

donde la “guerra ya no los toque más”.

LA COMANDANTE SANDRA

Llegué al Guaviare hace más de

14 años, después de terminar la

universidad, con pocos años de

experiencia en esta selva un tanto

complicada pero con todo el entusiasmo

de trabajar. En el año 1.998 éramos

funcionarios del antiguo INCORA, es

decir, que todo nuestro campo de

acción siempre ha sido en la zona rural.

Mis compañeros y yo salimos hacia San

Luis de los Aires por la trocha ganadera,

porque requeríamos hacer todo lo del

proceso de titulación de terrenos baldíos

en esa zona; siempre realizábamos las

comisiones entre varios para estar

acompañados cuando la guerrilla nos

saliera en el camino. Como era de

esperarse, nos salió la guerrilla

nuevamente y pararon el carro. Los

guerrilleros estaban armados hasta los

dientes, el uniforme sucio y ya deshecho

de tanto monte; el comandante se

dirigió al ingeniero coordinador de la

comisión quien estaba manejando el

carro y le preguntó que quién era el

coordinador, él sin nada de miedo le

contesto que él simplemente era el

conductor y que llevaba los técnicos a

medir. Luego se dirigió a mí, que era la

única mujer. De la misma manera y

pensando rápido del miedo, yo le

contesté que era la cocinera, que me

habían contratado para cocinarle a los

técnicos de la comisión. Así que nos

bajaron a todos del carro y me pusieron

hacer un sancocho, mientras mis

compañeros hablaban con ellos para

que no nos retuvieran y nos dejaran

trabajar; yo observaba a todos los

guerrilleros y cocinaba también. Habían

unos 200 hombres (bueno, entre

hombres, mujeres y niños) así que lo que

más me aterró fue observar cómo daban

adiestramiento a unos niños. Repartí el

sancocho y una niña de unos 13 años se

me acercó para ayudarme a servir; era

flaquita, muy flaquita, de ojitos cafés,

cabello castaño largo hasta la cintura y

con una voz muy sumisa me dijo que la

habían enviado a que me ayudara; me

dio mucho pesar de los niños que

estaban allí, la gran mayoría se

encuentran en las filas de la guerrilla por

la fuerza.

Así que le hablé a la niña guerrillera, le

pregunté que por qué estaba ahí, que

esto no era un futuro para ella; me pudo

algo así como el sentimiento de

madre…es que era una niñita. Entonces

Sandra me respondió que la habían

sacado de la finca a empujones, que la

tenían ahí para estar con los hombres y

que ella no podía hacer nada, además

que estaba embarazada y no quería que

el comandante se enterara porque si no

la hacían abortar y ella misma había visto

cómo se habían muerto varias

compañeras guerrilleras cuando les

tocaba abortar. Me dio mucha lástima,

casi me pongo a llorar con ella, pero yo

no podía hacer nada, antes estaba

rogando para que el ingeniero

convenciera al comandante de que nos

dejara ir, pues yo ya estaba muerta pero

del miedo, de la angustia y del pesar de

ver esos niños.

El comandante se acercó a mí porque

me vio hablar mucho con la niña y de un

puño la sacó de mi lado, me temblaban

las piernas…pero me hice la que no

había visto nada y seguí sirviendo el

sancocho, luego se llevo a la niña selva

adentro…ella nos miraba llorando, con

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cara de angustia, como pidiendo a gritos

silenciosos que la ayudáramos y nosotros

no podíamos hacer nada, ninguno de

nosotros sabía qué hacer o cómo actuar

al ver lo despiadados que son los

guerrilleros; de inmediato el comandante

nos dijo: ―Cuento hasta 10 para que se

larguen, sapos hp y voy en 5‖ y luego se

puso a disparar como loco un arma;

nosotros como se dice piecitos para que

sirven, salimos a correr y corríamos por la

selva, duramos como media hora

corriendo sin mirar atrás hasta que por fin

llegamos a la sabana, cansados, con

sueño, con hambre y sin carro porque

nos quitaron todo lo que teníamos, de

milagro nos dejaron la ropa puesta y

gracias a Dios la vida.

Luego en el año 2.007 ya en el nuevo

instituto INCODER, fuimos por la trocha

arriba de El Tablazo a una reunión de

convocatorias y dictar unas charlas con

varios de mis compañeros. En la vereda

Colinas teníamos todo preparado para la

reunión, según el presidente del

interveredal contábamos con el permiso

de la guerrilla, porque siempre hay que

pedirle primero permiso a la guerrilla para

que nos deje entrar y deje salir a la

comunidad a recibir los servicios

prestados por el Estado colombiano.

Como el ejército ya tenía pistas de

donde ubicar guerrilleros realizó un

hostigamiento, quedando nosotros en

medio de la balacera. La guerrilla se

enojó muchísimo aludiendo que

habíamos sido nosotros los informantes

del ejército y que por culpa de nosotros

sabían dónde estaban, como nos

encontrábamos varios funcionarios de

diferentes instituciones del Estado, nos

amenazaron y nos llevaron caminando

por la selva, apuntándonos con las armas

y de una manera grosera… nuevamente

estaba yo como única mujer en esas

zonas, en ese trabajo, haciendo patria

por lo más recóndito de la hermosa selva

Colombiana y cada vez repitiéndome

para mis adentros ―es que me pasa y no

cojo escarmienta‖, pues no era la

primera vez que me tomaba la guerrilla,

pero si esperaba que fuera la última.

Mis compañeros y yo estábamos muy

asustados; esta vez fue la peor de todas

porque el ejército estaba encima de

nosotros y los guerrilleros azarados, eran

muy groseros con nosotros, nos

golpearon, nos trataron mal, nos

amarraron y nos dejaron junto a los

árboles, amenazándonos y gritándonos

que dijéramos la verdad, que éramos

informantes del ejército y que esta vez si

nos iban a pelar para que no volviera

nadie del Estado por allá. Por supuesto,

mis amigos y yo estábamos asustados, no

llorábamos de valientes porque era peor,

entre más hablaban con ellos, menos

entraban en razón, estaban furiosos,

algunos heridos, otros de muy mal

aspecto, todo confabulaba mal para

nosotros. Groseros se acercaron a mí y

me dijeron: ―ahhh con que la doctorcita

sigue por aquí‖ al escuchar la doctorcita

casi me desmayo, pero saqué fuerzas y

les dije que éramos funcionarios públicos,

que solo queríamos ayudar a la

comunidad y que estábamos

trabajando, que si no querían que

estuviéramos allí pues que nos íbamos

por donde vinimos, pero más me gritaba

el guerrillero con palabras groseras,

disgustado y me dijo: ―sabe

qué…doctorcita, usted es la primera que

vamos a pelar‖, yo le gritaba que no se

molestara, que por favor lo pensara, que

yo solo venía a trabajar y entre grito y

grito, apareció la comandante

callándonos a todos de un grito aún más

tétrico: ―¿Qué pasa aquí? es que no se

van a callar o me toca callarlos a las

malas‖. Con su sola presencia y su voz

terrible, todos —hasta los animales—

hicimos silencio.

Se me acercó y con el revólver recorría

mi cara, era una señora gorda, feísima,

con cicatrices en la cara, con un

uniforme horrible, con botas de caucho

de donde salía un olor hediondo,

inspiraba tanto miedo que nadie

hablaba, nadie decía nada y yo menos;

me temblaban las piernas, me dije:

―ahora si me llegó la hora, Dios mío

ayúdame por favor‖. La comandante se

quedó mirándome a los ojos —yo casi

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llorando del miedo— y luego ella gritó:

―Nadie, óiganlo bien, nadie se meta con

la doctorcita ni sus amigos, ¿entendido?

o ¿les hago entender?‖. Todos los demás

guerrilleros se apresuraron a

desamarrarnos y no dijeron nada,

estaban quizá más asustados que

nosotros. Yo no entendía nada, mis

amigos menos, así que le dije

simplemente, ―gracias, señora

Comandante‖ a lo que me contestó con

una sonrisa: ―no se preocupe que yo si la

recuerdo a usted mucho y para que

nunca se olvide de mí, yo soy la

comandante Sandra. Aunque se

asombre soy la misma niña de San Luis

de los Aires‖.

VENCER O MORIR

Si definimos la guerra como un

estado de caos donde existe la anarquía

y se lucha por la toma del poder,

podemos decir que la gran mayoría de

nosotros —por no decir todos— hemos

estado en situación de guerra, desde

cuando éramos niños y peleábamos por

banalidades con nuestros hermanos,

primos, amigos, etc.

Pero al observar la complejidad de la

realidad, el estado de ―guerra‖

anteriormente descrito nos es nada

relevante para situaciones en las cuales

se colocan en riesgo la vida de miles de

personas, como sucede en los grandes

hechos históricos de las guerras

mundiales. Pero tampoco vamos a ir tan

al fondo de este tema, teniendo aquí no

más en Colombia miles de situaciones

iguales o más peligrosas; como sucedió

con Don Aurelio, un campesino de la

vereda Tunjuelito, quien con mucho

coraje expresa que ―vivir en Colombia es

una mierda y más si uno es del campo‖.

Lo dice porque su vida tomó un rumbo

inesperado cuando uno de los tantos

grupos ilegales lo amenazó para que

colaborara en la ―organización‖ y él se

negó. Rechazo que ocasionó fuertes

consecuencias para él y su familia;

primero matándole las 4 vaquitas que

tenía para mantener a sus 3 hijos y su

esposa; al hacer caso omiso a la

―pequeña advertencia‖ y pensar que ya

estaría a mano con estos delincuentes,

fueron secuestrados uno de sus hijos y su

esposa. Sin tener más opción —y para no

poner en riesgo la vida y el bienestar de

sus otros dos hijos— decidió enviarlos a

donde un familiar en la ciudad, mientras

él lograba conseguirse la plata para

liberarlos; sin embargo, este grupo ilegal

tenía otros planes: ya había asesinado a

su hijo y esposa y quemado el ranchito,

acabando así con todo lo que había

construido con su familia por más de 30

años.

Por esta razón a Don Aurelio lo encontré

en la Unidad de Atención a la Población

Desplazada, contándome con lágrimas

su triste historia además de decirme que

prácticamente sólo vive de lo que sus

dos hijos producen en la informalidad.

Antes sólo tenía que ir a ordeñar la vaca,

recoger los huevos de los nidos de las

gallinas, bajar un racimo de plátano y ya

tenía la comida de toda su familia con la

seguridad y tranquilidad que brindaba

vivir en el campo. Ahora entiendo por

qué sus palabras de ira y rencor, su vida

cambió y se convirtió de una familia

campesina humilde pero trabajadora, a

una lucha del diario vivir con sus dos hijos

y sin la oportunidad de trabajar en la

ciudad, principalmente por su edad.

SIMPLEMENTE MARÍA

Son muchas las historias que

escuchas, son muchas las historias que

vives; el trabajar en el campo te permite

compartir con mucha gente, los que aún

están convencidos de la lucha armada y

los que definitivamente creen que lo que

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ha ocurrido en los últimos años es la

solución.

Tu vida y pensamientos también van

cambiando y estás en la mitad de todo.

Las historias de vida de todas las

personas con quienes has tenido la

oportunidad de compartir y tus propias

historias con protagonistas de un bando

y de otro, hacen que ahora seas otra

persona, un extraño híbrido, que a pesar

de la confusión aún sueña con un país

mejor.

Esta es la historia de María. Desde niña

tuvo que lucharla para salir adelante, a

pesar de las condiciones de entorno, sus

ganas y su amor por la biología la

llevaron a cumplir su sueño: estudiar en la

universidad. Ella misma será quien nos

cuente un pequeño capítulo de su vida.

Era la primera vez que visitaba este

pueblo

El primer viaje para el reconocimiento de

la zona fue programado para el sábado

15 de noviembre; en este pueblo

alejado, el sábado es día de mercado.

Para tomar el colectivo, debía estar a las

2 de la tarde en el sitio conocido como

la ―Y‖, allí se cogía la chiva que me

llevaría en una hora a la vereda. Según

lo que me advirtieron, si no lograba estar

a las 2 de la tarde, no me quedaría más

remedio que caminar.

La primera pregunta que me hicieron

fue: ¿Y ese pueblo no que está plagado

de guerrilla?

Al poco rato de iniciar el recorrido en el

colectivo, este paró a recoger una

señora junto a una tienda, quien luego

de subirse le comentó al conductor que

había enfrentamientos en la zona, a lo

que este no hizo ningún comentario. Lo

que entendí, luego de escuchar varios

diálogos entre los pasajeros, es que al

parecer hay un acuerdo no hablado

entre guerrilleros y ejército en el que,

cuando hay enfrentamientos, respetan el

paso de civiles.

Al ver que el colectivo seguía su

recorrido, uno de los pasajeros le

preguntó nuevamente al conductor:

¿Bueno y no qué hay enfrentamientos en

el camino?, y el conductor esta vez

respondió: ―sí, pero nosotros estamos

acostumbrados a pasar por un ladito,

ellos paran su balacera, pasamos por un

ladito y luego siguen la balacera‖, a

pesar de todo se escuchaba con algo

de lógica esta afirmación.

Era una zona muy deforestada, muy

pobre realmente, con algunas fincas que

se caracterizaban por unos particulares

cultivos agroforestales entre café,

plátano, y coca, era la primera vez que

veía la coca.

De pronto llegamos a un punto sobre la

carretera, que era reconocido por ser

algo así como el primer control de la

guerrilla para el avance del ejército. Era

un punto estratégico, ya que desde

arriba en la montaña, la guerrilla veía el

ascenso a la zona del ejercito, es decir, la

guerrilla se daba cuenta desde

kilómetros, qué carros accedían a la

zona.

En este punto nos encontramos con dos

tanquetas del ejército, una de ellas

estaba varada, lo que impedía el paso

del colectivo y efectivamente sí había

enfrentamientos, el ejército y guerrilla

estaban dándose bala, y yo por primera

vez en medio de disparos. Al parecer los

guerrilleros se habían dado cuenta de

que la tanqueta estaba varada y

decidieron aprovechar la situación para

atacar al ejército, así que contra todos

los pronósticos del conductor, la

balacera no paró y la lluvia de bala

comenzaba sentirse cada vez más

cerca.

Era un día y una hora de viaje especial,

porque la mayoría de personas que

viajaban en el colectivo eran mujeres y

niños, cada mujer con dos y tres niños;

esta es la otra parte de la historia, resulta

que los sábados en la mañana al ser día

de mercado, las señoras y sus esposos

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bajan con sus hijos muy arreglados al

pueblo; sin embargo, a esa hora sólo

suben las señoras y los niños, ya que por

lo general los señores suben hasta el día

domingo y borrachos.

El ruido de las balas comenzó a sentirse

cada vez más fuerte y al ver que los

disparos se sentían cada vez más cerca,

que la tanqueta estaba varada y que no

iba a darle paso al colectivo, no nos

quedó más remedio que salir del

colectivo y lanzarnos al barranco, al lado

de una casa abandonada que había

junto a la carretera; el reto era grande,

tan sólo tres hombres contando al

conductor —el cual, pese a su confianza

se veía tan asustado como el resto de los

pasajeros— ayudando a sacar a los niños

y las mujeres; todo fue rápido, los niños se

tomaban y se lanzaban como si fuesen

pequeños bultos que caían al barranco y

de ahí con prisa a refugiarnos todos

juntos en la casa abandonada a la que

logramos llegar sanos y salvos.

Al cabo de una hora de miedo y

desesperanza, entre rezos y groserías de

aquí y allá, el ejército pudo prender la

tanqueta y fue retrocediendo e hicieron

un escudo con las dos tanquetas para

que los soldados, camuflados detrás de

la tanqueta, pudieran retirarse.

Poco a poco, la guerrilla dejó de

disparar; al rato se calmó la situación y

de nuevo subimos al colectivo para

seguir con nuestros respectivos rumbos.

Fue el primer gran susto de mi vida en

medio del conflicto armado, pero la vida

continúa —y para muchos incluso—

como si nunca hubiese pasado nada.

A MÍ ME TOCÓ LA GUERRA, PERO NO

ME DIJO NI PIO…

Era un viernes 16 de febrero del

año 2.007 cuando recibía, lleno de

expectativas y de sueños, mi título como

Médico Veterinario en la Universidad

Nacional de Colombia.

En ese preciso momento empecé a sentir

la angustia de la responsabilidad que

significaba ser un hombre con la

necesidad de producir y dejar de ser una

carga para todos aquellos que hasta ese

momento me habían apoyado. ¿Qué

hacer ahora? Necesito una idea

productiva ¿Seré capaz de salir adelante

sin ayuda? Fueron algunas de las

principales preguntas y pensamientos

que empezaron a rondar mi cabeza

después de este magnificente evento.

Días después empezó mi travesía por el

ejercicio profesional, recorriendo varios

departamentos y corrales del país,

incluso en Venezuela probé suerte a ver

qué me deparaba el destino.

Fue en esta búsqueda, en la que en el

mes de noviembre de ese año (2.007)

decidimos con mi compañera

sentimental adentrarnos en la aventura

más grande —hasta el momento—de

nuestras vidas, endeudarnos hasta el

cuello solicitando un ―motivador‖ crédito

para adquirir una finca propia en el

municipio de Guaduas, Cundinamarca, y

también para tener un plante para

empezar a producir alguito. ¡Lo logramos!

—Pensamos— y hasta me llevé a toda la

familia a conocer las nuevas tierras del

―doctor‖ y a comer sancocho.

La Finca

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De esta manera entre otras, se destinó

una cantidad de recursos económicos

importante a la modificación de un

galpón de avicultura que había ya en

ese entonces en la finca y a la

construcción de dos galpones más,

pensando en aprovechar el maravilloso

clima y las condiciones favorables del

mercado del pollo en aquella época.

Pues sí, así empezó nuestra inolvidable

incursión en el amargo mundo de la

avicultura.

Sin imaginar lo que pronto vendría, llenos

de energía empezamos a preparar con

nuestras propias manos toda la

infraestructura y los preparativos para

recibir nuestros 2.500 nuevos hijos.

Recibimos el nuevo 2.008 casi que con la

llegada de los pollos de engorde y todo

transcurrió tal y como se había previsto,

se adaptaron muy bien —―clima

perfecto‖—, crecieron y engordaron.

Habían transcurrido ya seis semanas y

desde muchos días atrás se había

negociado ya con el comprador; el

camión ya estaba listo, mejor dicho todo

estaba listo.

Un día cualquiera me encuentro con un

titular en el periódico que decía:

―Raúl Reyes, ‗canciller‘ y miembro

del Secretariado de las FARC, fue

muerto en combate en Ecuador‖

Sin lugar a dudas era una noticia

importante y, a pesar de tratarse de un

compatriota y de un ser humano, trajo

alegría eufórica a muchos colombianos.

Yo nunca pensé que esta noticia que le

daba la vuelta al mundo se iba a

convertir para nosotros en nada más y

nada menos que un verdadero dolor de

cabeza.

Mientras tanto seguían los preparativos

para cerrar con éxito nuestra incursión en

la avicultura. Lo siguiente que supimos

relacionado con la muerte de Raúl

Reyes, fue por otro aviso de prensa que

decía:

―La muerte del 'número dos' de

las Fuerzas Armadas

Revolucionarias de Colombia

(FARC), 'Raúl Reyes', ha

desencadenado una grave crisis

diplomática entre Bogotá, por

una parte, y Quito y Caracas, por

el otro, ya que el guerrillero murió

en una operación del Ejército

colombiano en territorio

ecuatoriano. El presidente

venezolano, Hugo Chávez, salió

en defensa de Correa y ordenó

movilizar a las tropas en la

frontera y el cierre de la

Embajada de Venezuela en

Bogotá‖.

Pues si señores, se ha cerrado la frontera

entre Colombia y Venezuela y cientos de

miles o mejor, millones de pollos de

engorde que Colombia y más

específicamente los santanderes

exportaban al vecino país, se quedaron

para el mercado interno, saturándolo y

afectando los precios hasta bajarlos casi

Recorrido familiar

por la finca

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a la mitad de lo que hasta hacía pocos

días regía.

Así, de esta triste y curiosa manera la

guerra —que hasta ese momento era

para mí de cierta manera indiferente— a

pesar de mi profesión, nos tocó y marcó

de manera permanente, ya que

habíamos perdido tiempo, esfuerzos

incalculables, y también una cantidad

importante de dinero. Lo peor de todo es

que el dinero era prestado. El banco

nunca nos pregunto cómo nos había ido

con esa plata, pero si lo hubiera hecho

no le hubiéramos podido decir ni pio.

¿Qué si seguí en la avicultura?-

increíblemente sí, pero de manera

diferente y buscamos la manera de

adaptarnos al negocio sin depender de

los precios del mercado y sin

intermediarios, y para comprobarlo

habría que preguntarle a nuestros

familiares, amigos y conocidos a ver si no

están diciendo que últimamente están

comiendo tanto pollo que ya les van a

salir plumas.

ENTRE RECUERDOS Y TIERRAS

A veces, entre tanto y tanto,

evoco recuerdos de tiempos pasados,

de mi tierra —mi tierra hermosa y

acogedora—, cuánto me gustaría volver

a esos momentos donde era tan feliz, se

sentía una paz y una tranquilidad tan

natural que ahora, después de tanto

tiempo en otras tierras, me parece tan

lejano que a veces creo que fue un

sueño que tal vez inventé en mis ansias

de un mundo mejor.

Pero no estoy mal y me dejo llevar a mis

tiempos de niña, por allá en los años

ochenta; cierro mis ojos y traigo a mi

mente eso días en familia viviendo en

Quibdó, mi tierra natal, en los tiempos

cuando podíamos ir en vacaciones

hasta la zona del San Juan —Municipio al

sur del departamento del Chocó,

exactamente al corregimiento de

Opogodó en Condoto— a bañar en las

aguas de los ríos y quebradas que

generalmente llevan su nombre y

paseábamos por toda la zona;

llegábamos a casa de familiares o

conocidos —no importaba, la diferencia

no era mucha— donde sea que llegaras

te atendían como parte de la familia y

eso sí, lo primero que te brindaban era el

plato de comida bien grande y un lugar

acogedor para descansar y después de

charla y charla, de colocarse el día de

los aconteceres de un lugar y el otro,

regresaba el hambre y a montar la

comida se ha dicho, para que todos

comiéramos un buen sancocho de

gallina con arroz volao y todo hecho en

fogón de leña, la mejor delicia de mi

tierra.

Entonces, los muchachos buscábamos la

madera en los alrededores mientras que

los mayores organizaban las ollas y

buscaban cual era más grande, para

que la comida alcanzara para todos y el

que quisiera repitiera, y se empezaba a

preparar la comilona, el sancocho

generalmente de pollo, que se

conseguía por allá mismo y se mataba,

se ahumaba en el fogón de leña; se

buscaba yuca, plátano, banano; las

hierbas de la huerta, cebolla de rama,

poleo, albahaca, cilandro cimarrón; en

la tienda se compraba el arroz, el aceite,

las demás legumbres y hortalizas. Se

montaba la olla al fogón, mientras tanto

los niños jugábamos corriendo por todas

partes, recorríamos toda la localidad,

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jugábamos lazo o pelota o nos íbamos a

recorrer los patios de las casas a ver qué

fruta estaba en temporada para

treparnos al palo y tumbarlo eso sí,

generalmente con permiso de los dueños

cuando estaban y si no estaban se le

pedía permiso a algún vecino, si

podíamos coger las frutas que

generalmente eran abundantes y

deliciosas.

Comíamos marañón, guama, annona,

caimito, chirimoya, almirajó, cacao

verde —era delicioso y muy dulce,

sacarle la cubierta blanca que trae la

semillas era un manjar para mí en esos

tiempos, otros la preferían madura y solo

chumar la cubierta que ya se había

vuelto gelatinosa y más dulce para

chupar—, encontrábamos bacao —otra

delicia de la naturaleza—, cada uno

cogía un fruto y nos sentábamos a comer

en la orilla de la carretera mientras

reíamos y programábamos el próximo

juego, generalmente era cacao u ollito, y

a correr se dijo. Ya llegada la tarde y

después que nos exigieran reposarnos,

nos metíamos a bañar en las aguas

cristalinas del rio Opogodó, el sancocho

ya estaba pero quién iba a comer con

toda la fruta que nos habíamos comido,

pero los adultos no se preocupaban pues

después de un buen baño siempre viene

una gran hambre y así era, salíamos del

agua después de 3 o 4 horas de bañar y

bañar, cansados de bañar, meternos ese

delicioso sancocho, quedaba como

anillo al dedo —de solo recordarlo se me

agua la boca— eran tan rico que

usualmente pedíamos mas así fuera sin

presa, no hay comida más rica que la

hecha en fogón de leña.

Ya llegada la noche nos sentábamos

todos a escuchar las historias de los

viejos, historias de duendes, brujas,

madre agua, madre monte, la patasola,

la viudita, el muhan, de diablo y toda

clase de historias de terror que se venían

a la memoria. Allí sentados frente a la

lámpara y bajo la oscuridad de la noche,

unos acurrucados al lado de los otros,

nadie podía decir que tenía miedo, pues

todos éramos valientes y esos cuentos no

nos daban nada de miedo; pero cuando

nos íbamos a acostar si no era con la

lámpara en mano ninguno entraba al

cuarto y eso sí tenía que entrar un mayor

con nosotros porque si no, ni de riesgo

entrabamos; lo más duro era ir al baño

antes de acostarnos pues siempre

quedaban en la parte de atrás de la

casa, en el patio, salir allá con la

oscuridad de la noche y uno solo sin

saber quien le salía por allá y se lo

llevaba, ni de riesgos, nos íbamos todos

en patota acurrucaditos con la vela en el

medio y pasa uno y el otro al baño

cuando el último terminaba salíamos

despavoridos corriendo y asunto el que

se quedará atrás, después de todo eso a

dormir ahora sí, mejor dicho nos

acostábamos a seguir comentando lo

que había pasado durante todo el día y

recochando hasta cuando nos

apagaban la vela o alguno de los

mayores nos mandaba a dejar la bulla y

a dormirnos porque entre tanto ya casi

llegaban media noche.

Así eran casi todas las vacaciones, nos

íbamos para Tadó o Istmina o para Bahía

Solano, al otro lado del rio Atrato, o a

Tutunendo o a Guayabal, un

corregimiento al norte de Quibdó de

donde es mi querida madre —mi padre

es de Condoto—, en un lado o en el otro

siempre la pasábamos muy bien

especialmente por las bañadas en el rio,

por la cantidad de frutas que había y por

las noches bajo la luna contando

historias que aunque eran las mismas en

cada parte tenían una variación, en esos

tiempos no había nada que temer más

que a los cuentos que contábamos en

las noches.

Durante mis épocas de colegio íbamos a

muchos paseos; igualmente en el grupo

juvenil de la catedral, donde empecé

como integrante de un grupo juvenil y

terminé como coordinadora de grupo,

paseábamos mucho y hacíamos

actividades con los más jóvenes, con los

mayores de la tercera edad y muchas

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otras actividades, la pasábamos muy

rico.

Pero un día sin pensarlo, no sé

exactamente cuándo, todo fue

cambiando. Sólo escuchaba uno lo que

decían los mayores, que ya no podíamos

ir para el San Juan por que la cosa

estaba maluca en la carretera, que

había gente rara y mala andando por los

montes, que habían entrado a varias

fincas y matado a los dueños, que no

podía uno andar por la carretera así no

más; dejamos de ir al San Juan, se

acabaron los paseos y las vacaciones.

Tampoco se podía ir al Atrato, para el

Baudó se volvió tan complicada que en

los últimos 6 años no sé puede ir ni al

corregimiento de Guayabal, a 20 minutos

de Quibdó, ni a Tutunendo, otro

corregimiento a más o menos una hora

de viaje.

Se presentaron ataques de grupos

armados al margen de la ley, donde

murieron e hirieron a varios policías y

civiles. En la actualidad no se puede

viajar a ninguna parte del Chocó sin la

colaboración de alguien de la zona y

para poder entrar a las regiones tiene

que estar la cosa calmada. Mucha

gente se fue de las comunidades, la

poca gente que queda se volvió celosa,

reservada, desconfiada; después de la

entrada de los grupos al margen de la

ley, los desplazamientos, secuestros y

muertos, se fue la tranquilidad de mi

tierra.

Aunque no he tenido una experiencia

directa con los conflictos que se viven en

mi tierra, he tenido que escuchar y ver a

mis conocidos y amigos y sus familiares

desplazarse por esa causa. Uno de mis

mejores amigos oriundo de Bojayá, en el

medio Atrato chocuano —donde una

incursión guerrillera mató a cientos de

personas en la iglesia del pueblo— tenía

su familia allá; afortunadamente ninguno

murió pero les toco duro, salieron

desplazados hacia Quibdó, donde

estaba él. Siendo uno de los mayores,

estaba en Quibdó estudiando y

trabajando, cuando todo eso pasó.

Muy cerca a mi casa queda el coliseo

cubierto de Quibdó, el sitio donde

realizaban los campeonatos de básquet

intercolegial, los conciertos, los reinados y

otras actividades culturales y recreativas,

un día se encontró invadido de

desplazados de los diferentes municipios

del Chocó por la violencia,

especialmente de la zona del Atrato. Por

casi un año estuvieron esas pobres

personas hacinadas, sin condiciones

dignas para vivir, sin agua, sin servicios

sanitarios, sin alimento, sin espacio propio

—más que el seleccionado en las gradas

del coliseo o en el centro de la cancha

no mayor a 3 metros cuadrados—, casi

respirándose unos encima de otros.

Tocaba aguantarlo todo pues no tenían

a donde más ir; sus hijos, su familia

completa, mendigando un poquito de

comida, un poquito de agua, viviendo

en condiciones infrahumanas porque los

habían obligado a salir de sus tierras —a

muchos sólo con lo que tenían puesto—.

El coliseo, al igual que las casi 100 familias

que vivían allí, se le notaba de lejos el

deterioro; la gente de Quibdó que tenía

sus casas, sus cuartos para cada

miembro, su comida en la nevera, un

baño donde asearse y una cama donde

dormir a sus anchas, criticaba la situación

de estas familias; muchas otras prestaron

su casa para alojar a conocidos, como el

caso de mi amigo; otros llevaban

alimento y ropa a regalar; la Alcaldía, la

Gobernación, la Universidad, hacían

jornadas recreativas, educativas, de

salud y hasta de limpieza; también se

tuvo el apoyo de los misioneros

claretianos, las Iglesia y la Asociación

Campesina Integral del Atrato (ACIA).

Por mucho tiempo permanecieron allí.

Después de aguantar y protestar por más

apoyo del gobierno para ayudar a

solucionar su situación —ellos no habían

pedido ser desplazados y sacados de sus

tierra donde tenían lo necesario para vivir

sin molestar a nadie; ellos no habían

pedido ser sacados de su casa para irse

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a amontonar a un sitio donde muchos ni

siquiera conocían, pese a vivir

relativamente cerca— casi al año estas

familia fueron ubicadas a las afueras de

la ciudad, en la zona norte, unos pocos

regresaron a sus municipios cuando

había mermado el conflicto, otras

consiguieron trabajo y alquilaron

viviendas y se quedaron en Quibdó de

una vez.

Es difícil ver cómo cambian tanto las

cosas sin siquiera percatarnos, cómo

cambian los momentos de tranquilidad y

alegría por tristeza y zozobra; es duro ver

cómo nos adaptamos tan rápido frente

a los conflictos y se nos olvida, con

nostalgia y resignación, lo que perdimos

y nunca volverá; le echamos tierra y

seguimos adelante, eso sí, sin dejar de

volvernos duros, resentidos, desconfiados,

agresivos con la vida y el prójimo, pues

nos cambia todo nuestro horizonte y los

sueños que un día se tuvieron, claros y

prósperos, se desdibujan, volviéndose

turbios e inciertos, y empezamos a

arremeter contra todo y todos para salir

adelante y ganarnos un espacio frente a

esta dura realidad. Se nos fue todo y

elegimos apoderarnos de lo que

encontramos a nuestro paso como un

día se apoderaron de lo que teníamos y

empezamos a cuidarnos más, a guardar

mejor nuestras cosas, a cerrar nuestras

puertas, a mirar dos veces y hacer las

preguntas del caso antes de proseguir, o

a quedarnos callados cuando las cosas

no se ven muy buenas y a explotar

cuando nos llenamos de tanto injusticia e

inseguridad —que antes no

conocíamos—. Antes era tan diferente y

distinto que no lo imaginábamos. Nos

tocó vivirlo a las duras, a muchos más

que otros, pero a todos afectaba porque

lo que era de todos se fue; cuando

podíamos andar sin preocuparnos se

acabó, donde podíamos llegar y tener

las puertas abiertas se acabó, las noches

bajo la luna se acabaron, y nosotros sin

querer nos fuimos y dejamos atrás lo que

un día nos hizo felices.

LAS GUERRAS QUE NOS TOCAN:

ARAUCA

La población de Arauca —digo

población para referirme en la historia a

la Arauca que yo conocí por allá por los

años 70, cuando empecé a usar la

razón— es muy diferente a la ciudad de

Arauca de comienzos del siglo XXI y una

de sus diferencias más anheladas era el

ambiente de paz y de tranquilidad que

se vivía por aquella época.

Era una paz que venía consolidándose y

afianzándose desde la Gesta

Libertadora, pues salvo las revueltas de la

Humbertera, en 1.917, y la época de la

violencia en 1.950, nunca más se volvió a

mencionar esa traumática y

devastadora palabra. Arauca entonces

era un verdadero remanso de paz,

silencio y tranquilidad, hasta el tedio de

predecir que allí no pasaría nada que no

tuviera la armonía casi perfecta de los

sistemas de sabana inundable:

ganadería extensiva dispersa por esos

bastos y deshabitados territorios

binacionales; caballos y vacas pastando

libremente en la inmensidad del llano, y

llaneros cabalgando en el verso del

joropo, pasajes y poemas, y toda la

bucólica del folklore de Florentino, que a

punta de coplas celestiales venció al

propio satanás en una noche de invierno

del mes mayo.

La guerra en el hoy departamento de

Arauca debería asociarse al significado

del petróleo, porque justo cuando

aparecieron los primeros hallazgos del

oro negro de Caño Limón, aparecieron

también los actores armados, de quienes

se escuchaba que habían venido de

allá, del piedemonte. De Saravena, de

Arauquita, de Fortul, Tame, en fin, de

todos esos territorios nacionales de la

vieja intendencia que acogió por

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Decreto del presidente Lleras Camargo

en manos del Instituto Colombiano de

Reforma Agraria, la titulación y

colonización de estas prodigiosas tierras

del Arauca Vibrador.

Miles de campesinos y labriegos de

distintas regiones del país, se desplazaron

entonces hacia el Sarare Araucano, con

la ilusión de establecerse allí con sus

familias, tumbar la montaña, sembrar la

tierra y producir. Y muchos lo

consiguieron con éxito y fortuna. Hasta

nuestros días son prósperos como el

piedemonte, a pesar de la guerra.

Otros que vinieron con la migración

campesina fueron los violentos. De la

misma procedencia que los campesinos

(del interior) pero con diferente intención;

se decía de estos que eran bandoleros,

que venían huyendo de la justicia

escondiéndose de la Ley, que habían

sido compañeros de Sangre Negra, de

Efraín González y hasta del mismo Tirofijo.

Después de este corto preámbulo sobre

los orígenes de la guerra en Arauca es

posible abordar las formas en que nos

toca la guerra, pues según este análisis

los orígenes de la guerra son claramente

dos; el petróleo y la guerrilla.

Y todo sucedió en presencia nuestra. A lo

largo de casi medio siglo. Se puede decir

que soy testigo presencial de los dos

cambios —ya que ambos se dieron

durante ese periplo de la historia, en los

que como ya lo afirmé soy testigo

presencial con uso de razón y memoria

para recordar paso a paso los cambios

que se fueron dando— que no habían

sido muchos desde 1.772, año en que el

presbítero Juan Isidro Daboin fundó la

Villa de Santa Bárbara, y don Juan

Francisco Lara trajo los primeros ganados

para fundar el hato El Lareño, origen de

nuestro hato ganadero actual.

La guerra comenzó para nosotros,

nuestra comunidad llanera, cuando se

tuvo noticia del primer secuestro

realizado por las Fuerzas Armadas

Revolucionarias de Colombia, FARC, en

el año de 1.977. Desde entonces no dejó

de ser noticia que la guerrilla avanzaba

desde los espacios rurales hacia los

pequeños poblados. Desde la montaña,

como se le denominaba a las espesas

selvas del Lipa, hacia Las Bocas del Ele y

otros caseríos aledaños. Después las

selvas dejaron de ser espesas para ser

claras y delgadas, hasta desaparecer

casi por completo. Hoy la selva es una

historia y la guerra una realidad. Luego se

decía en broma que la guerrilla se

tomaría a Arauca. Luego la broma

parecía ser una posibilidad. Y esa

posibilidad parece ser aceptada en

nuestros días, porque la falta de

seguridad, de garantías y de un Estado

que resuelva, da nuevamente vida a ese

evento.

La nueva guerra, la del petróleo,

comenzó poco después. Con los

hallazgos de Caño Limón, en 1.983, se dio

inicio a una guerra cruel contra el medio

ambiente, pues además del erosivo

proceso minero, se dio el de los

atentados al oleoducto que producían

derrames de crudo en las aguas del río

Arauca, con la consecuente

contaminación y puesta en peligro de

extinción de todas las especies, tanto

animales como vegetales, de una zona

tan rica en biodiversidad como nuestra

sabana virgen hasta ese triste momento.

Pero la guerra del petróleo y de las

guerrillas no para ahí. Cómo nos toca la

guerra a partir de ese momento, cuando

se fusionan las dos tenazas que oprimen

y presionan hasta estrangular: la

corrupción. El maldito mal que acelera el

círculo vicioso de las anteriores.

Con la aparición del petróleo en la

economía araucana, aparecen también

las famosas regalías petroleras, como

contraprestación de las ventas de

petróleo y para enmendar en parte el

daño causado al suelo por el efecto de

la extracción del crudo. Las regalías en

sí, son un privilegio para los pueblos al

entenderse la riqueza como tal. Sin

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embargo el uso que a estas se le ha

dado sólo ha servido para despertar la

codicia de los más ambiciosos. Y así

empezó el nuevo episodio de la guerra

en el que se reconocía a sí mismo, como

lo dijo públicamente un político de la

época: ―somos ladrones de nuestras

propias regalías‖, una frase lapidaria que

traería como consecuencia la

confirmación de la misma, hasta el

entendido de que quien fuera un buen

político tenía que ser un gran ladrón de

regalías.

Y la corrupción, como en cualquier otra

parte del país y del mundo, ha sido y será

por mucho tiempo la peor de todas las

dinamizadoras de la guerra, la violencia

y el atraso.

La guerrilla, tanto de las FARC como del

ELN intervino las regalías, en los gobiernos

de turno, tanto departamental como

municipal. En las asambleas y en los

consejos de cada pueblo. Y no se puede

afirmar que fuera la guerrilla

propiamente. Es sencillo llegar a la

conclusión de que si un político se

compromete a entregar recursos de

regalías a una comunidad que se dice

de simpatías con la guerrilla, este político

es guerrillero. Pues no. En la mayoría de

los casos, estos personajes simplemente

hicieron pactos de conveniencia, solo

porque para acceder a una curul en el

consejo, o llegar a una asamblea había

que pedirles permiso a los comandantes

guerrilleros, y estos autorizaban o

rechazaban la propuesta de los

aspirantes a cargos públicos o de

elección popular. Había que

comprometerse no con las

comunidades, eso es lo de menos. El

compromiso era con la guerrilla. Al

político lo que le importaba era el

manejo de las regalías, no la causa

política, y mucho menos guerrillera.

Seguramente a la guerrilla lo que le

interesaba eran también los recursos de

las regalías, no la causa maoísta o

marxista leninista o cualquier otra causa

o ―filosofía‖. Puro cuento. Nada de

principios ni finales. La causa es la

apropiación de los dineros públicos por

parte de los actores mencionados, de

uno y otro bando. La causa guerrillera y

política termina en fincas, carros

ostentosos y objetos lujosos como el Rolex

de R. Reyes o el de Jojoy. La misma de la

mayoría de los políticos corruptos.

La guerra nos ha tocado una vez más al

ver cómo esos recursos de las regalías

van a parar en manos de personas

naturales que hicieron propios esos

dineros públicos. Cuando había

necesidades básicas insatisfechas en las

comunidades araucanas, más en la zona

rural que en la zona urbana.

Comunidades que hoy son más pobres

que hace 20 o 30 años porque los

recursos naturales han empezado a

escasear debido a la sobreexplotación,

como sucedió con la selva del Lipa, con

la pesca artesanal o con la caza que ya

no existe.

Las masacres que se han presentado a lo

largo de estos años en las veredas del

piedemonte han sido en su mayoría

causadas por los paramilitares o por la

guerrilla, cuando descubren nexos o hay

sospechas de ellos. Y lo confirman las

declaraciones de los campesinos y

ganaderos de la región al comentar que:

―en la finca mía se atiende a todo el que

lleve fusil. A todo el que llegue armado

hay que atenderlo, porque si no se pone

bravo y hasta nos mata como ha

pasado‖.

El secuestro que se presenta

esporádicamente, pero continúa en

aumento para el caso de Arauca y

puede obedecer a diferentes causas. La

aparición de delincuentes comunes

organizados es una de ellas. Una de las

hipótesis que más fuerza tenía era que la

guerrilla no secuestraba porque tenía

controlada la contratación del

departamento y del municipio. Y con eso

se financiaba en todos sus programas y

proyectos. Pero con la llegada del

gobierno de Uribe todo vínculo de la

guerrilla con el Estado fue borrado, so

pena de ir a la cárcel por rebelión. Como

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pasó con un grupo numeroso de

funcionarios públicos y políticos en el año

2.004. Por lo tanto la guerrilla empezó a

secuestrar y a pedir vacuna, porque ya

no tenía las entradas de los recursos de

regalías.

La aparición de los delincuentes

comunes como grupo secuestrador, la

guerrilla y los ―boliches‖ venezolanos,

tienen atemorizada a la frontera

colombo-venezolana. Los habitantes de

la región fronteriza solo piden a sus

respectivos gobiernos una mayor

presencia de sus instituciones de

seguridad. Los gobiernos responden con

el envío de mayor número de efectivos

en el caso colombiano, pero

desgraciadamente las restricciones y

normatividad se aplica solo para las

gentes de bien. La gente que trabaja. A

los ganaderos y agricultores se les ha

hecho imposible la vida con la aparición

de retenes de control de la Policía

Nacional y del Ejército, porque se les

exige el cumplimiento de todas las

normas y se les impide el uso de

productos venezolanos ilegalmente

adquiridos, a pesar de que estamos en

una frontera, donde el comercio ha sido

siempre binacional y de subsistencia. Y

los resultados en el control y captura de

bandidos siguen siendo pobres.

Pareciera que los miembros de la fuerza

pública están allí es para hostigar a los

ciudadanos mientras que favorecen a los

delincuentes.

La guerra que nos ha tocado vivir en

Arauca obedece más al recuerdo de la

nostálgica época de tranquilidad y

sensación de remanso de la vieja Arauca

pobre pero segura. Buen vividero en el

que la preocupación era conseguir el

sustento y satisfacer las necesidades

cotidianas. Tan pronto como fueron

apareciendo las otras necesidades, las

de la ostentación, la vanidad y el

egoísmo de mostrar y demostrar lo que

no tienen los demás, apareció la

violencia con sus miles de rostros y

formas.

La tranquilidad desapareció y reina la

inseguridad. Arauca sigue siendo pobre,

a pesar de sus petrodólares. Los recursos

no llegan a las comunidades más

necesitadas. Tampoco llegan a las

menos. El campo sigue siendo precario y

desprotegido. Inseguro y violentado.

Incomunicado como siempre, pero con

la urgencia de los celulares que aceleran

el paso del tiempo. Los sueños siguen

siendo los mismos a pesar del paso del

tiempo. Pasaron casi veinte años para

poder llegar a la Maestría, pero llegó. Y

tal vez a tiempo. A tiempo para proponer

nuevas alternativas de sostenibilidad

ambiental. Especialmente a favor del

manejo del recurso hídrico en nuestra

sabana. La mayor preocupación es el

agua. Pues ha venido disminuyendo

notoriamente en las veredas por donde

pasaban los raudales. Hoy no hay

raudales en ninguna parte de la sabana

porque todos se secaron. Hay una

asociación entre la extracción del crudo

y la disminución de los cursos de los

caños. De manera que otro gran daño

ambiental causado por las petroleras ha

sido el causado a los caños y ríos que ya

no fluyen como en otros tiempos. Ahora

nos toca la guerra por el agua.

La preocupación más grande, la de la

falta de agua. O lo que es peor aún, la

que sobra. Nuestro ecosistema de

sabana caracterizado por los dos

extremos viciosos; verano intenso con

sequías extremas e invierno intenso con

inundaciones casi programadas, con las

crecientes del río que producían

damnificados, también casi

programados. Con nostalgia se

recuerdan esas épocas en las que se

podía predecir a través de las

cabañuelas, cuándo iba a ser invierno y

cuándo iba a ser verano.

La guerra por el agua en Arauca

comenzó cuando las exploraciones

petroleras de Caño Limón cambiaron los

cursos de los caños y lagunas. Se secaron

los raudales y humedales que habían

permanecido como dormidos durante

mucho tiempo. Habían guardado, al

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abrigo de sus entrañas, celosamente

todo lo que puede guardar el agua; la

fauna endémica, riqueza de los

ecosistemas de sabana. Especies hoy en

vías de extinción, muchas de ellas,

porque perdieron sus nichos ecológicos

naturales y tuvieron que desplazarse a

otros de mayor riesgo y exposición a los

predadores. Hoy no saben ni los curitos, ni

las babas, ni los galápagos u otras

especies anfibias, cuándo estibar en los

veranos, porque los cambios climáticos

produjeron confusión en sus ritmos

circadianos y en sus cronogramas

biológicos. De manera que es incierto el

futuro de estas especies víctimas de la

guerra por el agua; como sucede con

nosotros mismos, la guerra nos toca

desde el boral, los raudales, los caños y

todo los demás componentes de nuestra

sabana.

Cómo nos toca la guerra, puede ser una

forma de vida. Un estilo de vida de los

araucanos, de los colombianos y de otros

ciudadanos de muchas otras latitudes

que padecen a diario el mismo drama

nuestro; violencia, cambio climático,

destrucción de los ecosistemas y mucha,

mucha lluvia por fuera de los pronósticos.

O por dentro de estos, pero

definitivamente por fuera del control,

que se perdió mucho después de

aparecer las necesidades del

modernismo, del conocimiento y la

ostentación, la vanidad, el egoísmo y los

demás males del hombre de comienzos

del siglo XXI.

DÍA DE LAS VELITAS, DÍA DE LUTO EN

CASANARE

Mi padre el Dr. Emiro Sossa

Pacheco es recordado como un médico

y político de Casanare, fundador del

movimiento político Integración Popular

liberal de Casanare. Nació en

Sogamoso, Boyacá, vecino del barrio la

Florida y Mochaca; libre estudiante del

Colegio Sugamuxi desde donde inició a

formarse políticamente entreviéndose un

liderazgo sobresaliente en su

personalidad. Ingresó a la Universidad

Nacional de Colombia destacándose

por sus capacidades intelectuales y por

sus cualidades como líder del activo

movimiento estudiantil universitario que

en esa época irradiaba una amplia

discusión llena de principios, de ideología

política y de romanticismo para

comprometerse con la causa de los

humildes. Durante su vida universitaria

construyó su perfil político, personal y

profesional al obtener el título de Médico

Cirujano, una vocación que siempre

dispuso para ayudar y confortar a las

personas más necesitadas,

principalmente a los sectores populares

de Casanare. Contrajo matrimonio con

la señora Lourdes Carrillo de Sossa con

quien formó su hogar y familia de cuatro

hijos: David Emiro, Lourdes Elena, Mildred

Lucia y Melany Sossa quienes lo

acompañaron hasta aquel nefasto

diciembre en el que fue asesinado.

Emiro se vinculó al llano Casanareño al

iniciar la década de 1.980, realizando su

práctica rural como médico en

Villanueva y Maní, para luego vincularse

al Hospital Regional de Yopal para

ejercer su profesión. En aquella época

fue de gran importancia su participación

en la Liga de Ciclismo de Casanare,

donde se destacó como líder de un

sector de jóvenes profesionales que

llegaban a Casanare en busca de

oportunidades. Su compromiso de alto

contenido social y humanitario y su papel

como médico le brindó el

reconocimiento popular, lo que ligó su

vida definitivamente a la participación

política en el municipio de Yopal.

A finales de los años 80 se inicia la

primera campaña por voto popular a la

Alcaldía de Yopal, en el marco de la

descentralización político administrativa

del Estado colombiano, lo que fue un

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impulso para la democracia local y el

surgimiento de nuevos líderes. El liderazgo

de Emiro Sossa Pacheco le permitió

postularse a las segundas elecciones a

Alcalde donde salió victorioso para

ejercer las funciones de alcalde en el

periodo 1.990-1.992. Su administración se

realizó bajo los principios de honestidad y

eficiencia como lema de campaña,

principios que fueron inculcados por sus

padres Carlos Sossa y Elena Pacheco, lo

que le permitió destacarse como un

recio gobernante que le cumplió al

pueblo yopaleño, superando las

expectativas principalmente con la

construcción de varios barrios de

vivienda de interés social basados en el

trabajo comunitario con un esquema de

autoconstrucción; también con la

apertura de vías rurales para conectar a

los campesinos con las oportunidades de

las ciudades. Fundó varios colegios y

escuelas veredales junto con puestos de

salud en casi todos los corregimientos de

Yopal. Su trabajo con honestidad,

dedicación, y sensibilidad social marcó

una gran diferencia en la manera de

hacer política en el Departamento,

rompiendo con el gamonalismo

tradicional y demostrando el alcance del

poder público en un momento donde

Yopal no contaba con regalías

petroleras.

Luego de finalizar su gestión como

alcalde, inicia una nueva campaña

dirigida a la gobernación de Casanare

percibiendo —de su visita a los

municipios del departamento— el apoyo

suficiente para ser el gobernador del

departamento durante el periodo 1.995-

1.997. Su elección contundente fue vista

de mal manera por aquellas personas

que siempre han pretendido apropiarse

de las riquezas petroleras en Casanare,

por lo que se inició una persecución

política y jurídica que termina con la

derrota por una sanción referida a la

participación indebida en política

durante su alcaldía, durante una reunión

en la vereda Aracal del municipio de

Yopal que fue grabada de manera

malintencionada, y en la cual los

campesinos le pidieron que los guiara en

su intención de voto para las siguientes

elecciones, entusiasmados porque Emiro

les había construido la vía hasta este

lugar.

La sanción lo obligó a separarse de su

cargo tras un año como Gobernador de

Casanare. En aquel periodo se inicia la

inestabilidad política del departamento

que nos ha llevado sucesivamente a

tener un carrusel de gobernadores,

aunque los últimos que han sido

destituidos tienen razones de real

gravedad como una alta corrupción o

relaciones con grupos armados ilegales.

Emiro cumplió a lo largo de 5 años una

inhabilidad duramente sancionada a

causa de un delito menor, como es

haber participado en política durante su

administración como alcalde, hecho que

ahora resulta risible si se tiene como

referente la intensión de reelección de

nuestros gobernantes nacionales y

locales. Durante este tiempo participó en

los procesos políticos como una voz

comprendida del sentir del pueblo, y al

finalizar su inhabilidad nuevamente se

perfilaba como máximo candidato a la

Gobernación de Casanare para las

elecciones de 2.003, cuando el 7 de

diciembre del 2.001 fue abaleado por

dos sicarios en su finca El Retorno

ubicada en la vereda de Punto Nuevo

del municipio de Yopal.

Emiro desapareció físicamente el día de

las velitas de diciembre de 2.001,

aproximadamente a la 1:00 p.m. cuando

fue abordado por dos sicarios de las

Autodefensas Campesinas de Casanare.

Los sicarios lo obligaron a bajar de su

vehículo mientras iba acompañado por

dos amigos indefensos, para luego

propinarle cinco impactos de bala en la

cara, demostrando su sevicia y falta de

respeto por la dignidad y la vida

humana.

Vi en mi padre un hombre generoso y

carismático, un constructor de utopías y

forjador de principios. Ideaba el

Departamento de Casanare basado en

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~ 24 ~

la organización y participación popular,

por lo que entró en permanente

contradicción con quienes ostentaban el

poder para beneficio personal; fue

amigo de las causas justas y de los que

nada poseen. Creía en lo público como

un espacio de generación de igualdad y

como el único mecanismo viable para

solucionar la crisis social que vive

Colombia manifestada en los altos

niveles de pobreza y en la injusticia como

aspecto de la cotidianidad ciudadana.

Aunque Emiro durante toda su vida fue

una víctima permanente de un sin

número de injusticias; como un secuestro

extorsivo por un grupo de las FARC a fines

de 1.997, que se prolongó por más de

dos meses en cautiverio; como las

sanciones políticas dictaminadas por

personas no calificadas, y posiblemente

corrompibles, como lo fue el Gobernador

ad hoc que determinó el periodo de

inhabilidad con el propósito de

desaparecerlo del plano político; y el

más grave, su asesinato, siendo la única

forma de extinguir su liderazgo popular

reconocido por todos los sectores de

Casanare, desde las comunidades

indígenas y campesinas, hasta los

habitantes de las ciudades y las diversas

colonias del país que migraron al

Departamento.

La pérdida de Emiro ha generado

consecuencias de todo tipo, que aún

nueve años y medio después de su

muerte, no se han borrado de nuestra

mente y nos llenan de nostalgia e

impotencia a familiares y amigos. Si bien

su esposa, hijos y demás familiares hemos

sufrido duramente su ausencia, las

consecuencias más graves las ha sentido

el pueblo de Casanare que cada día nos

manifiesta las esperanzas que Emiro les

despertaba, llenos de recuerdos

melancólicos y tristezas producidas por la

frustración colectiva que ocasionó aquel

magnicidio. Definitivamente la pérdida

de un líder popular como Emiro Sossa

Pacheco transformó el panorama de la

política en Casanare, donde tenemos un

vacío de liderazgos democráticos y

subordinada al clientelismo, la corrupción

y la más lamentable dependencia de las

personas humildes hacia las migajas que

les dan los politiqueros a cambio de su

voto, en el marco de una redistribución

desigual de las regalías petroleras y de la

amenaza constante que promulga el

Gobierno Nacional para despojar de sus

recursos a los entes territoriales.

Seguramente Casanare sería un

departamento muy distinto si Emiro

hubiese tenido la oportunidad de

gobernarlo, tal como el pueblo lo

deseaba y exigía.

La muerte de mi padre me dejó como el

único hombre del hogar, por lo que tuve

que asumir una serie de

responsabilidades prematuras. En un

momento me encontré al borde de la

deserción universitaria por la

inestabilidad que estos hechos

produjeron en mi familia; además, hemos

vivido el declive del patrimonio

económico familiar construido por mis

padres como única manera de

mantenernos en una vida digna con

posibilidades de estudio para mí y mis

hermanas. El efecto sicológico y afectivo

que mi madre y mis tres hermanas han

sufrido por la ausencia de mi padre es

irreparable y seguramente el hecho

trágico las acompañará por el resto de

sus vidas, al igual que a mí.

A lo largo de estos años de reflexión,

asumo como primera lección dolorosa el

triste hecho de que en Colombia no

existen garantías para participar en

política desde una perspectiva popular,

civil y democrática. La inmoralidad de las

prácticas políticas colombianas

desangra la patria y nos roba la

esperanza representada en la vida de

miles de colombianos y colombianas

comprometidas con su país y con su

pueblo. Sin embargo, la memoria de

aquellas personas que nos han quitado

violentamente, nos impulsa a continuar

amando nuestro país y deseando una

transformación estructural que permita la

paz, la reconciliación y la restauración

moral de nuestra nación.

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~ 25 ~

Enmarcado en la memoria de mi padre y

de muchos otros líderes casanareños

asesinados como Luis María Jiménez,

Segundo Gabriel Rivera, entre otros varios

miembros activos del Movimiento de

Integración Popular Liberal de Casanare,

he decidido ligar mi vida a la

participación política, impulsado

principalmente por aquellas personas

que siguieron a Emiro hasta su muerte y

que no se cansan de manifestar el vacío

de liderazgo que en Casanare ha

provocado la desaparición de sus

mejores hijos. Actualmente me

desempeño como Concejal del

Municipio de Yopal, con la pretensión de

seguir trabajando para revivir el

Movimiento de Integración Popular

Liberal de Casanare, que fue debilitado

duramente por el asesinato de mi padre;

para asumir las posiciones democráticas

que necesita Casanare en el despertar

del siglo XXI, desde las posiciones

políticas de participación popular, de

integración de los humildes en los

movimientos cívicos-democráticos, de

solidaridad, de honestidad,

transparencia y eficiencia. Los principios

que Emiro Sossa Pacheco nos heredó a

los hombres y mujeres de Casanare, y

que son para nosotros una señal que nos

muestra la senda por la que debemos

cabalgar.

Para concluir quiero manifestar que la

paz en Colombia requiere de grandes

actos de humanidad de acuerdo a los

cuales, las víctimas del conflicto estemos

dispuestas a perdonar a nuestros

victimarios a cambio de la verdad,

aquella verdad que no puede amañarse

a los intereses políticos inmediatos de

esos padres de la patria que están

untados de la sangre de la nación

colombiana. Mi padre decía que en

nuestro país la justicia llegaba en

periodos de 10 años, yo espero que al

menos en este tiempo nos llegue la

verdad. Este 7 de diciembre del 2.011 se

conmemora el decimó aniversario de su

fallecimiento, familiares y amigos

elevaremos una plegaria para que se

cumpla su palabra y se esclarezcan los

hechos que oscurecieron a Casanare

ese inolvidable día de las velitas.

SAN VICENTE DE CHUCURI,

MAGDALENA MEDIO

SANTANDEREANO

Era 1.987 cuando, recién

retirado del Seminario Valmaría de

Bogotá dirigido por los Sacerdotes

Eudistas del Padre García Herreros, llego

a San Vicente de Chucuri,

Departamento de Santander, enviado

por la Diócesis de Socorro y San Gil para

acompañar un programa socio

económico dirigido por la Diócesis de

Barrancabermeja y coordinado por el

Párroco Floresmiro López Jiménez. Era el

tiempo de la Teología de la Liberación y

muchos grupos sociales trabajaban las

temáticas de los pobres, de las

recuperaciones de tierras y de la

reivindicación de los derechos de los

desposeídos a la luz del Evangelio de

Jesús. Acompañaba el proceso un grupo

de profesionales del CINEP de Bogotá,

amigos del sacerdote Floresmiro.

También era el tiempo de los grupos

armados de las FARC, ELN y M-19, entre

otros. En la región del magdalena medio

también operaba ya el Batallón Luciano

D‘eluyer acantonado en el municipio.

Para esa época ya se contaba con unos

30 Grupos de Comunidades Cristianas

Campesinas a lo largo y ancho del

municipio. Cada ocho días nos dábamos

cita cada uno de los acompañantes en

los diferentes grupos Eclesiales para dar

instrucción social a la luz del Evangelio.

Era importante para los desposeídos estar

organizados y tener su pedazo de tierra

para trabajar bajo el lema ―la tierra es

p‘a quien la trabaja‖. Para 1.989 ya se

habían parcelado unas 20 haciendas

que inicialmente se ―habían

recuperado‖, los propietarios habían

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tenido que venderlas porque no podían ir

a sus fincas. El Ejército también había

quemado los cambuches y desalojado y

encarcelado hasta algunos curas que

acompañaban estos procederes, era

lógico que al lado de los campesinos

había muchos guerrilleros en el proceso.

Para 1.990, una veintena de trabajadores

junto con los de CINEP ya no estábamos

en la zona y muchos de los líderes de las

CCC (Comunidades Cristianas

Campesinas) eran los comandantes de

los grupos guerrilleros de la región, no

quedaba otra alternativa posiblemente.

También otras decenas de líderes de las

CCC, habían sido masacrados entre ellos

Vicente Rey, un líder cercano que

encarnó profundamente los anhelos de

los campesinos sin tierra, que luchó por

tener tierra propia, pero cuando logró

conseguirla fue masacrado junto con

otros líderes por miembros de las FARC.

Para 1.990 me encontraba en otro lugar

pero cercano del conflicto, porque para

esa época ya contaba con un pedazo

de tierra en la región de San Vicente de

Chucurí, lo cual me permitía vivir de

cerca el conflicto. A los propietarios, los

guerrilleros nos cobraban una cuota, que

en el caso particular correspondía —en

1.990— a la suma de $10.000 anuales;

para los jornaleros consistía en aportar un

día de trabajo. Para 1.992, el grupo MAS,

instalado en San Juan Bosco de la Verde

desde hacia tiempo y dirigido por Isidro

Carreño y apoyado por la Móvil,

desalojan desde la Verde pasando por El

Carmen y siguiendo con San Vicente a

los grupos guerrilleros, bajo la estrategia

de todos aportan a la causa en contra

de los grupos guerrilleros.

Ambiguamente, en el contexto del

debate mencionado en el que justificó

de forma tácita la organización

paramilitar, el General Landazábal Reyes

afirmó: "Las Fuerzas Armadas de

Colombia, señores, no están buscando

un pueblo para el ejército, estamos

construyendo un ejército para ayudar a

ese pueblo (...) estamos llevando al

campesino a la vida militar para no

desarraigarlo del campo"1

A mí me correspondía, ya entrados en la

dinámica de los nuevos escenarios,

como propietario de la finca Balcondas

—vereda La Colorada— pagar $30.000,

patrullar personalmente o mandar al

viviente. Escogí la primera opción. La

situación no era la mejor cuando los

anteriores grupos seguían presentes en la

zona dada la condición boscosa,

montañosa y zona del Río Chucuri. El

tiempo más crítico de la época fue

1.990-1.992: los masetos bajaban del

Carmen asentándose vereda por vereda

y el Ejército subía en las tanquetas con

toda su furia, humillando a todos los

pobladores; por encima los helicópteros

disparando al igual que los de las

tanquetas. En 1.992 tuve tres vivientes; sin

embargo, al final de año nadie quiso

recolectar el café y el cacao, y se tuvo

que vender la finca.

Otro de las incomodidades presentadas

era asistir a las reuniones mensuales

coordinadas por el comandante de la

zona, que era un miembro de la

comunidad y que en la mayoría de las

veces correspondía a un ex guerrillero

que conocía toda la dinámica anterior.

Este individuo sabía quién era el que

colaboraba y quién no. Por esta situación

murieron muchas decenas de labriegos.

En el año 1.993, compro la finca Corrales,

al frente de la vereda la Colorada y

sobre la serranía de los yariguies, con el

propósito de desarrollar un proyecto

agroindustrial con doce profesionales

más de diferentes áreas del saber para

apoyar la planta procesadora de frutas

―La Chucureña‖. La finca había sido

antes el centro de operaciones y

adiestramiento militar de los Elenos; en

esta región persisten muchas minas

sembradas como límite que imponían

1 Diario El Tiempo, Bogotá, jueves 8 de

septiembre de 1983. Pág. 9. 19C.

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para su protección, pero fueron

fuertemente bombardeados por el

ejército y desplazados a la zona oriental

de la cordillera de lo que hoy es el

Parque nacional Serranía de los Yariguies

en los municipios de Galán y El Hato. Esta

vez nos correspondía el comandante

―Leon‖, que era el terror de la zona. Con

este se solucionaba, al igual que en los

escenarios anteriores, los límites de las

fincas, los ―cachos‖ de los unos o los

otros, los cobros del mercado en la

tienda veredal, el pago de la carne al

carnicero, entre otros.

De este proceso quedaron algunas cosas

que hoy las implementamos. Las vías,

cada finquero tenemos un pedazo

demarcado y debemos mantenerlo en

buen estado siempre, como son las

limpias, drenajes y otros arreglos a que

haya menester; el mantenimiento de

instalaciones públicas como el Puesto de

Salud y la Escuela o Colegio Veredal.

También se implementaban castigos; las

peleas en la vereda se castigaban

recolectando el material del rio para

arreglo de las vías, la limpia y

mantenimiento a las obligaciones donde

les correspondía a los ―comandantes‖.

En el caso particular, mi colaboración fue

económica, pero nunca participé de

otras actividades. Hoy, luego de varios

años, la situación ha cambiado; no

tenemos ni guerrilleros ni paracos, pero

tenemos los desmovilizados, que como

población civil debemos junto con las

autoridades vigilarlos y tomarles revista

permanentemente porque siguen

delinquiendo en la región. Los

―comandantes‖, unos están

encarcelados y otros fueron dados de

baja gracias a uno de los comandantes

del Ejército que tuvimos en el gobierno

de Hugo Heliodoro Aguilar, que bajo el

lema: ―ni un paraco en el pueblo‖, poco

a poco los disminuyó.

Anexo el testimonio de una pobladora

de la región, que sintetiza cómo nos ha

tocado vivir la guerra en la región del

magdalena medio santandereano:

San Vicente de Chucurí, es un

municipio de gente muy valiente,

le ha tocado lidiar con muchas

situaciones: para los años 60,

nace el movimiento guerrillero los

Elenos, su comandante máximo

es Nicolás Rodríguez, alias

―comején‖. En esta zona muere

en combate uno de sus

comandantes, el padre Camilo

Torres Restrepo. Uno de nuestros

Colegios Públicos lleva su nombre.

En el año 2.005 una avalancha

daña la infraestructura de la vía

hacia Bucaramanga, mueren

varias personas y unas cien fincas

son revolcadas, quedando

inservibles por mucho tiempo. Hoy

estamos sin el puente sobre el Rio

Sogamoso, sobre la vía a

Bucaramanga, en nuestra

principal vía de acceso; la

quebrada Las Cruces a este año

lleva 5 avalanchas acabando

con viviendas, fincas y mucha de

la infraestructura disponible como

vías, escuelas, parques. La

leyenda dice ―que en la parte

alta vivía una pareja de indios

que un día, en la primera

avalancha, la india se voló con

otro indio dejándolo solo y que

cada vez que baja enfurecido a

buscarla montado en un tronco,

baja con avalancha y todo‖

según los que la cuentan, son

siete veces y en la última arrasaría

con el pueblo. Hoy el municipio

está paralizado: sus vías de

acceso están limitadas: vía a

Zapatoca, los derrumbes no dejan

pasar; vía a Barrancabermeja, el

sitio ―cola de pato‖ tiene

restricción y sólo hay paso

cuando hace sol; desde hace seis

meses, por la vía a Bucaramanga,

el puente sobre el Rio Sogamoso

no se ha colocado. San Vicente

sigue con violencia, esta vez es la

naturaleza la que nos está

castigando o haciendo un

llamado de atención, no

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sabemos. Pero, San Vicente sigue

siendo el mejor territorio para vivir.

¡Que viva San Vicente de

Chucuri!

REFLEXIONES

Se considera que existe Guerra,

cuando hay una afectación directa por

el otro donde se genera malestar y se

afecta la integralidad de las partes.

La paz en Colombia sigue siendo muy

esquiva. ―El problema está en que la

guerra controla la política dentro de un

esquema de conflicto armado interno y

este conflicto ya pasa los 50 años‖2.

Actualmente en Colombia se lucha

contra las consecuencias de un

fenómeno de desplazamiento forzado

debido a la violencia y el conflicto

armado. Por lo que se puede afirmar que

el desplazamiento forzado en Colombia

es una de las inmensas consecuencias

del conflicto armado que se vive en

Colombia, palpando varios aspectos

económicos y sociales que a todos nos

afectan y que en este documento se

mencionan y analizan.

Se ve que la información, las noticias y

demás actos de publicidad están

enfocados a dar mayor visibilidad a los

grupos armados ilegales —guerrillas,

grupos paramilitares— a las Fuerzas

Militares e incluso a políticos. Los grupos

más vulnerables del contexto del

conflicto quedan relegados y visibilizados

a su más mínima expresión ya que no

cuentan con influencia política y pública.

Como estadísticas generales y para

hacernos una idea de la dimensión del

problema:

Cada tres horas eran obligadas a

huir cuatro familias con vínculo

2 Revista Semana ejemplar N° 41 año

2005.

rural de su lugar de vivienda y

trabajo, por acción o decisión de

diversos actores armados y en

desarrollo de múltiples estrategias

políticas, económicas y sociales.

Se estima que ente 1985 y 1994

fueron desplazados 58.854 familias

con vínculos rurales3.

Aquellas familias y personas que eran

obligadas al desplazamiento tenían una

residencia en una vereda, acceso a la

tierra y una ocupación, de por lo menos

uno de los miembros del hogar, en

actividad agropecuaria como productor

o asalariado. La población rural se

caracterizaba antes de su

desplazamiento por ser, en su mayoría,

propietarios pobres y asalariados

agrícolas, quienes aunque no poseían la

tierra la trabajaban para otros en

distintas formas. Como bien prioritario

dentro de la población rural, la tierra era

ya un recurso escaso en estos hogares a

la llegada del desplazamiento forzado,

que empobrece aún más el campo

colombiano.

La guerra buscó, con la ambición de las

partes, concentrar los espacios

productivos rurales y llegar a controlar los

recursos naturales, posicionarse de las

mejores tierras por su condición geo-

estratégica, que van más allá de la

tradicional explotación agropecuaria,

dominando territorios y pasos importantes

para la comercialización de cultivos

ilícitos.

Las consecuencias recayeron en los

pobladores rurales más pobres, que

como productores y asalariados,

contribuyen a la consolidación del

mercado interno de alimentos y de los

productos del sector para el mercado

internacional, llevando a una pobreza en

la economía rural y afectando la

seguridad alimentaria en nuestro país.

De otra parte las entidades del Estado

que prestaban servicios a los campesinos

han sido desecadas, desmanteladas y

3 Conferencia Episcopal-CODHES

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~ 29 ~

varias definitivamente liquidadas. Es el

caso del ICA que prestó un importante

servicio al campesinado al transferirle

tecnología en forma continuada. El

crédito de fomento rural, desmontado

paulatinamente, especialmente desde

1.987, para 1.997 ya solamente cubría al

7% de los productores. Liquidación de la

Caja Agraria y el Himat (que adecuaba

las tierras), y el INCORA y el DRI,

desfinanciado. Actualmente una

intervención en el INCODER y difíciles

temas como El Programa Agro Ingreso

Seguro. Todo lo anterior toca

directamente a profesionales del sector

agro ya que se cierran puertas al trabajo

directamente en el campo con gente

capacitada y profesional.

Actualmente con las políticas de

desarrollo rural se pretende impulsar de

manera decidida la construcción de

soluciones; sin embargo, estas deben ir

más allá de programas, actividades y

determinación de presupuestos,

exigiendo la generación y dinamización

de procesos que tiendan a dar

esperanzas, reconstruir sociedades y

dignificar la vida campesina.

Se ha manejado el tema de la

reinserción y de la desmilitarización de los

grupos armados ilegales y esto ha

implica temas como los indultos para los

que se entreguen y reinserten a la

legalidad. Pero la búsqueda de

mecanismos de diálogo y negociación,

debe tener como referente a la

población desplazada.

En cuanto a las políticas agropecuarias,

se requiere un trabajo decidido de todos

los ministerios para la adopción de

medidas macro-económicas de apoyo a

la economía campesina y al

fortalecimiento de procesos de desarrollo

rural; una atención urgente que incluya,

de manera indispensable, el carácter

integral; que supere la entrega de tierras

e incluya crédito subsidiado, asistencia

técnica y posibilidades reales de

comercialización de sus productos. Pero

más allá de las garantías posibles para el

impulso y fortalecimiento de la actividad

económica, exige las garantías sociales y

políticas para que la tierra llegue a ser

una solución y no signifique, como en

muchos casos, el traslado de los

conflictos y de las zonas de persecución.

La atención de desplazados de

procedencia rural que desean

permanecer en su actual ubicación

urbana, requiere de otro tipo de

estrategia, que implica procesos de

generación de empleo, previa

capacitación en labores más vinculadas

con el sector industrial o de servicios que

con el sector agropecuario.

Con esto, el gobierno debe asegurar el

incentivo al trabajo en el campo,

consolidar economías de minifundio y el

aumento de la economía campesina

para la consolidación del mercado

interno de alimentos y de los productos

del sector para el mercado internacional,

llevando paulatinamente a una riqueza

en la economía rural y garantizando la

seguridad alimentaria en nuestro país.

Una política clara de apoyo a la

economía campesina será un apoyo, sin

lugar a dudas, al sector agropecuario;

brindando alternativas de trabajo

profesional bien remunerado y con

seguridad.

SUR DEL DEPARTAMENTO DE

CORDOBA

Entre el año 2.008 y el

primer trimestre del 2.011 la situación

humanitaria en la región del sur del

departamento de Córdoba se ha

agravado debido a los brotes de

violencia y a la reorganización de grupos

armados ilegales conocidos en la

actualidad como BACRIM4 y cuyo

4 Nuevas Bandas Criminales – BACRIM;

corresponde al nombre dado por el

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objetivo es controlar los territorios que son

corredores del tráfico de droga, cultivos

ilícitos en la región y la minería ilegal. Por

otra parte, después del proceso de

desmovilización de algún grupo

paramilitares, la guerrilla de las FARC5 ha

estado tratando de obtener el control de

esta región. Esta situación ha impulsado

una estrategia de terror según la cual la

incursión de un grupo armado en un

municipio es seguido por represalias

contra la población civil por parte del

grupo rival, provocando desplazamiento

forzado, amenazas a los líderes civiles,

asesinatos selectivos, masacres,

confinamiento, la estigmatización de la

población y sobre todo agravando la

situación de la población más

vulnerable; todo esto es ya una crisis

humanitaria, sin sumar la afectación

generada por las inundaciones en el

segundo semestre del 2.010.

Varias organizaciones del ámbito

nacional e internacional han reportado

aumentos en las infracciones contra los

derechos humanos en la región del sur

de Córdoba (la Personería y OCHA:

2.011) informan que se mantiene la

tendencia de desplazamientos ―gota a

gota‖, como consecuencia de la disputa

entre grupos surgidos tras la

desmovilización paramilitar. Muchas

personas de estas comunidades están en

peligro de desplazamiento y/o

confinamiento, aumentando la

vulnerabilidad de las familias,

especialmente de Puerto libertador,

Ayapel, Montelibano, La Apartada,

Planeta Rica, Buenavista y Tierralta,

debido a que esta región es una zona

estratégica para la movilización de los

grupos al margen de la ley y por todo los

Gobierno colombiano a nuevos grupos

armados e ilegales que apoyan

actividades relacionadas con el

narcotráfico y la minería, las cuales son

frecuentemente ubicadas en zonas

donde anteriormente controlaban los

paramilitares. 5 Fuerzas Armadas Revolucionarias de

Colombia – FARC.

recursos que ofrece para las actividades

ilícitas que se convierten en la fuente de

financiación de estos grupos. Estas

actividades provocan el desplazamiento

de familias rurales hacia los centros

poblados cercanos y cabeceras

municipales más importantes del

departamento. Allí deben enfrentarse a

problemas como la seguridad

alimentaria, refugio, y servicios de

protección que garanticen una salud

física y mental. La falta de capacidad de

las autoridades locales y la demora de

las asistencias humanitarias prestada por

los programas nacionales están

poniendo en peligro la seguridad

alimentaria de los grupos más

vulnerables, que antes del

desplazamiento eran predominante

agricultores, a quienes les fue arrebatado

el único medio productivo y de

subsistencia.

En el 2.010 se reportaron oficialmente

diez masacres y diez desplazamientos

masivos en Córdoba, obligando a más

de 280 familias a trasladarse a barrios

peri-urbanos. De acuerdo a

informaciones emitidas por la Defensoría

del Pueblo Nacional, en 2.010, más de

9.000 hectáreas están en alto riesgo de

entrar a ser propiedad de los grupos

armados ilegales en Córdoba. Casi 900

familias están en riesgo inminente de

desplazamiento y el número de personas

desaparecidas es cerca de 750 (en su

mayoría hombres). La incidencia

delictiva es cada vez mayor, sólo en

agosto de 2.010 las autoridades

departamentales registraron 401

asesinatos, el número de accidentes

causados por artefactos explosivos sin

detonar y por las minas terrestres es

mayor que años anteriores y las

amenazas contras los jóvenes y las

mujeres se han exacerbado en los últimos

meses.

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En lo que va corrido de este año, según

la Personería y OCHA6 a través del

informe situacional Nº. 1, 2 y el Boletín

humanitario Nº. 13 del 2011, 127 familias y

272 personas se han desplazado en

forma masiva y a gota-gota, debido a

enfrentamientos entre grupos armados

ilegales; y se han asesinado miembros de

estas poblaciones, entre ellos líderes

comunitarios. Por los mismos móviles,

según Acción Social, en la zona en

donde se originó el desplazamiento no se

ha reiniciado el calendario escolar por

falta de maestros. Los campesinos

manifestaron su voluntad de retorno si se

garantizan las condiciones de seguridad.

De igual forma, solicitaron mayor

inversión en obras sociales, apoyo para

proyectos productivos y maestros.

La seguridad alimentaria es una de las

brechas más preocupante a nivel

humanitario, siendo esto remarcado en

recientes y repetitivos informes emitidos

por las sentencias del Tribunal

Constitucional de Colombia y las oficinas

del Procurador. La falta de cobertura del

registro de los recientemente nuevos

desplazados internos, en algunos casos

debido al hecho de que las personas

afectadas no declaran su condición o en

otros casos por el rechazo de las

instituciones de gobierno, representa un

riesgo inminente de seguridad

alimentaria teniendo en cuenta que, en

muchos de estos casos, las posibilidades

del gobierno para apoyar y prestar

asistencia es limitada. Algunas

comunidades están aisladas en las zonas

rurales y el acceso a los mercados y a sus

propios cultivos está bloqueado por los

grupos armados y/o de las minas

antipersonal. Estas comunidades también

6 Oficina de Las Naciones Unidas para la

Coordinación de Asuntos Humanitarios -

OCHA.

http://www.colombiassh.org/site/IMG/pd

f/110429_Sitrep_Desplazamiento_Puerto_L

ibertador.pdf.

http: //www.colombiassh.org/

están en alto riesgo de inseguridad

alimentaria.