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COMUNIDAD Y ACCION COLECTIVA, UNA VUELTA MAS DE TUERCA. PROPUESTA TEÓRICA A PARTIR DE LA SOCIOLOGIA ANALITICA, LA TEORIA DE JUEGOS Y LA TEORIA DE REDES SOCIALES MAURICIO GARCÍA OJEDA Grupo de Sociología Analítica y Diseño Institucional (GSADI). Universidad Autónoma de Barcelona Centro de Investigaciones Sociales CIS-SUR; Departamento de Sociología. Universidad de La Frontera [email protected] Resumen En la ponencia realizamos una propuesta teórica orientada a explicar cómo determinadas características de las redes sociales pueden favorecer el surgimiento de la acción colectiva en comunidades. Proponemos, específicamente que la cooperación necesaria para la acción colectiva será viable en una comunidad, si las redes sociales tienen determinadas propiedades estructurales y relacionales. Para desarrollar la propuesta, en primer lugar, presentamos una síntesis de las categorías analíticas fundamentales presentes en la saga teórica iniciada por Olson para establecer el problema de la acción colectiva. En segundo lugar, situamos nuestra propuesta en el marco de la sociología analítica, focalizando el análisis de la acción colectiva en un nivel micro social, específicamente, en torno a los sistemas de interdependencia que configuran la lógica de la situación, en base a la cual, la cooperación surge producto de la acción intencional y estratégica. En tercer lugar, realizamos una crítica a los actuales enfoques de la teoría de los movimientos sociales de Tilly, McAdam y Tarrow, quienes proponen “mecanismos relacionales” o de “meso-nivel” (redes de confianza, mediación –brokerage–, emulación y encuentro) para explicar la acción colectiva, pero no aportan microfundamentos satisfactorios. En cuarto lugar, sostenemos que la propiedad estructural (cohesión) y relacionales (lazos fuertes y lazos multiplex) de las redes sociales son condiciones necesarias para el surgimiento de mecanismos situacionales: en la transición macro-micro, las redes sociales, especialmente a través de las normas sociales y la información, afectan las creencias, deseos y oportunidades, conduciendo a los individuos hacia la cooperación. Palabras claves: sociología analítica, acción colectiva, gobernanza comunitaria, teoría de juegos, teoría de redes sociales. El planteamiento original sobre el problema de la acción colectiva Desarrollar una explicación sobre el surgimiento de la acción colectiva implica considerar el problema teórico planteado por Olson (1992), para quien, el producto de la acción colectiva constituye un bien público que tiene como características su oferta conjunta, pues al ser indivisibles (no puede ser divididos en partes para su consumo como los bienes privados) todos los individuos pueden acceder simultáneamente y además, son de libre

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COMUNIDAD Y ACCION COLECTIVA, UNA VUELTA MAS DE TUERCA. PROPUESTA TEÓRICA A PARTIR DE LA SOCIOLOGIA ANALITICA, LA TEORIA DE JUEGOS Y LA TEORIA DE REDES SOCIALES

MAURICIO GARCÍA OJEDA Grupo de Sociología Analítica y Diseño Institucional (GSADI). Universidad Autónoma de Barcelona Centro de Investigaciones Sociales CIS-SUR; Departamento de Sociología. Universidad de La Frontera [email protected]

Resumen

En la ponencia realizamos una propuesta teórica orientada a explicar cómo determinadas características de las redes sociales pueden favorecer el surgimiento de la acción colectiva en comunidades. Proponemos, específicamente que la cooperación necesaria para la acción colectiva será viable en una comunidad, si las redes sociales tienen determinadas propiedades estructurales y relacionales. Para desarrollar la propuesta, en primer lugar, presentamos una síntesis de las categorías analíticas fundamentales presentes en la saga teórica iniciada por Olson para establecer el problema de la acción colectiva. En segundo lugar, situamos nuestra propuesta en el marco de la sociología analítica, focalizando el análisis de la acción colectiva en un nivel micro social, específicamente, en torno a los sistemas de interdependencia que configuran la lógica de la situación, en base a la cual, la cooperación surge producto de la acción intencional y estratégica. En tercer lugar, realizamos una crítica a los actuales enfoques de la teoría de los movimientos sociales de Tilly, McAdam y Tarrow, quienes proponen “mecanismos relacionales” o de “meso-nivel” (redes de confianza, mediación –brokerage–, emulación y encuentro) para explicar la acción colectiva, pero no aportan microfundamentos satisfactorios. En cuarto lugar, sostenemos que la propiedad estructural (cohesión) y relacionales (lazos fuertes y lazos multiplex) de las redes sociales son condiciones necesarias para el surgimiento de mecanismos situacionales: en la transición macro-micro, las redes sociales, especialmente a través de las normas sociales y la información, afectan las creencias, deseos y oportunidades, conduciendo a los individuos hacia la cooperación. Palabras claves: sociología analítica, acción colectiva, gobernanza comunitaria, teoría de juegos, teoría de redes sociales.

El planteamiento original sobre el problema de la acción colectiva

Desarrollar una explicación sobre el surgimiento de la acción colectiva implica considerar

el problema teórico planteado por Olson (1992), para quien, el producto de la acción

colectiva constituye un bien público que tiene como características su oferta conjunta, pues

al ser indivisibles (no puede ser divididos en partes para su consumo como los bienes

privados) todos los individuos pueden acceder simultáneamente y además, son de libre

acceso, en el sentido de que nadie puede ser excluido de la obtención del beneficio luego de

que está disponible. La decisión de implicarse en la provisión de un bien público

dependerá de la evaluación del individuo, quien se sumará si la utilidad es positiva en

términos de que los beneficios recibidos son mayores que los costos asumidos por la

provisión. Desde esta lógica, un individuo no se implicará en la acción colectiva porque aun

así puede acceder a los beneficios de ésta, maximizando su recompensa. El problema se

produce cuando cada individuo decide de esa forma, esto es, como un free-rider, porque

por ello, ninguno se implica en la acción colectiva y el bien público no es provisto.

Para Poteete, Janssen y Ostrom, (2012), la racionalidad individual, así entendida,

produce el perjuicio colectivo, pues cada individuo buscando mejorar su condición en el

corto plazo, empeora la suya y la de los otros en el largo plazo y este resultado subóptimo

es producto de la no cooperación de quienes están situados en un dilema social que, según

Miller (2004), tiene la estructura formal del juego estratégico del dilema del prisionero, en

el cual la primera preferencia de cada jugador es no cooperar y que los otros cooperen.

Visto así, el dilema de la acción colectiva es un tipo de dilema social, que son

aquellos en que: a) las decisiones estratégicas son tomadas por cada actor en forma

autónoma y simultáneamente (en el mismo tiempo); b) todos los participantes tienen

conocimiento común de la estructura de situación exógenamente fijada y de los pagos

(costes y beneficios) que recibirán todos los individuos bajo todas las combinaciones de

estrategias, y; c) no existe un actor externo que obligue a los participantes respecto a sus

decisiones (Ostrom, 2007, p.1-2).

La interdependencia está presente en la lógica de la teoría olsoniana de la acción

colectiva porque “En un “juego” hay varios jugadores o actores. Cuando todos los actores

han elegido estrategias, cada uno obtiene una recompensa que depende de las estrategias

elegidas por él y por los otros. La recompensa de cada uno depende de la elección de

todos. El concepto de recompensa puede ser entendido de forma estricta o de forma amplia.

De acuerdo con la interpretación amplia, significa el beneficio material recibido por cada

actor. De acuerdo con la interpretación amplia, abarca todo lo que en la situación tiene un

valor para el actor, incluyendo (posiblemente) las recompensas a los otros actores.

La recompensa de cada uno depende de la recompensa de todos. Se supone que los actores

se esfuerzan por maximizar su recompensa, es decir por provocar una situación que

prefieren a otras situaciones. Cuando un actor elige una estrategia, debe tomar en cuenta lo

que harán los otros (…) Para llegar a una decisión, el actor tiene, pues, que prever las

decisiones de los otros, sabiendo que estos tratan de prever las de él. La elección de cada

uno depende de la elección de todos (…)” (Elster, 1984, p.40-41). En ese sentido, Elster

(1997, p. 40) plantea en torno a la definición de un problema de acción colectiva: “1.

Podemos definirlo en términos muy amplios como una situación de decisión binaria en la

cual es mejor para todos que algunos tomen una decisión –la decisión cooperativa– que si

todos toman la otra decisión, aunque sea mejor para cada uno adoptar la última. 2. Podemos

definirlo de manera más restringida como un dilema del prisionero de n personas, en el que

es mejor para todos si todos cooperan que si nadie lo hace, aunque sea mejor para cada uno

no cooperar. 3. Podemos definir el problema aun de manera más restringida como un

dilema del prisionero de n personas en el que lo óptimo para todos es cooperar todos, pero

mejor para cada uno no hacerlo.”

Sociología analítica y teoría de la acción colectiva

La sociología analítica (SA) es una corriente en la teoría sociológica, que tiene como rasgo

distintivo básico su esfuerzo por enriquecer a la sociología, generando conocimiento

acumulable e incrementando su potencial explicativo, a través del desarrollo de teorías

orientadas a aportar explicaciones sobre fenómenos sociales complejos a través de la

identificación detallada y claras de mecanismos causales (proceso causales típicos)

específicos, de nivel micro social, que permiten explicar, con suficiente inteligibilidad y

consistencia lógica, fenómenos de ese nivel y además, la estructuración, desde procesos

generativos, de fenómenos macro sociales (Hedström, 2010; Manzo, 2007, 2010; (Noguera,

2012).

Específicamente, interesa explicar: a) a través de mecanismos situacionales, cómo

estructuras sociales y sistemas de interacción micro que integran individuos, inciden en su

subjetividad (en sus creencias y deseos como contenidos intencionales) y configuran su

estructura de oportunidades; b) a través de mecanismos de formación de acciones, cómo

oportunidades, deseos y creencias causan las acciones y; c) a través de mecanismos

transformacionales, cómo acciones individuales se agregan o componen para formas

fenómenos de nivel macro (Noguera y De Francisco, 2011; Salgado, Noguera y Miguel,

2014)

Dicho esto, ¿cómo explicar la acción colectiva desde la transición macro-micro-

macro? Avanzamos hacia la respuesta desde cuatro afirmaciones. Primero, señalamos que

es necesario analizar cada nivel transicional y los mecanismos específicos que operan en

ellos. La dimensión macro constituye el contexto social que configura la lógica de la

situación en la que se sitúa un individuo. Lo macro puede estar configurado por marcos

institucionales (reglas del juego formales y/o informales), condiciones materiales de

existencia, un contexto social de clase o de determinadas relaciones de poder, un proceso

político determinado, etc. También puede incluir a otros actores con los cuales se interactúa

en un contexto relacional determinado (una red social, una organización, por ejemplo). Este

contexto social influye, desde mecanismos situacionales específicos, en las creencias,

deseos y preferencias del individuo. En el nivel cognitivo o de formación de la acción,

producto de la operación de mecanismos específicos, los deseos y creencias del individuo

causan su acción social, es decir, se produce el momento en que decide implicarse o no en

la acción colectiva. Finalmente, en el nivel de transformacional, la acción colectiva se

producirá o no dependiendo de si los individuos han decidido implicarse en ella y esta

acción colectiva o sus efectos configuran un nuevo contexto social (macro) que incide en la

estructura de oportunidad de los individuos.

En segundo lugar, y desde lo anterior, postulamos que el desarrollar una explicación

sobre el surgimiento de la acción colectiva implica considerar el problema teórico

planteado por Olson, antes comentado, el que puede ser analizado en el marco de niveles de

la transición macro-micro-macro.

Lo anterior, nos lleva directamente a una tercera afirmación: para explicar la acción

colectiva es fundamental concebir la acción individual como acción estratégica.

Esto quiere decir que los otros influyen en la configuración del conjunto de oportunidad de

un individuo y por ello, son parte del parte del contexto social que opera en el nivel

situacional según lo antes señalado. Específicamente, un individuo puede, en base a la

información disponible, formar creencias sobre cómo son los otros, sobre que creencias y

deseos tienen los otros, sobre qué harán los otros, sobre las consecuencias de las acciones

de los otros, sobre los propios cursos alternativos de acción, sobre las consecuencias de las

acciones propias en los otros (en sus creencias, deseos, acciones y en la configuración de su

conjunto de oportunidad). También un individuo puede formar creencias normativas, sobre

lo que se debe o no se debe hacer, sobre lo que es justo o injusto, etc., a partir de la

influencia de otros y de esta forma, los otros también pueden moldear los deseos de un

individuo (sobre lo que busca conseguir, sobre lo que quiere que ocurra, etc.).

Finalmente, según lo antes planteado, decimos que si la acción colectiva surge

desde interacciones estratégicas, podemos definirla, siguiendo a Elster (1991, p.44) como

“la elección por todos o por la mayoría de los individuos de la línea de acción que, cuando

es elegida por todos o por la mayoría de los individuos, conduce al resultado

colectivamente mejor.” Un resultado puede ser colectivamente mejor si todos los

individuos mejoran su condición al cooperar con los otros en la provisión del bien público,

que en la acción colectiva política es un resultado político que puede ser normativamente

deseable, pero además requiere ser factible. En este sentido Ostrom y Ahn (2003, p.179),

plantean que la factibilidad de la acción colectiva no está asegurada: “Las teorías de la

acción colectiva se refieren a escenarios en los que existe un grupo de individuos, un interés

común entre ellos y un conflicto potencial entre el interés común y el interés de cada uno.”

La preguntas son, entonces, ¿si la acción colectiva tiene consecuencias deseables,

cuáles son las condiciones para su factibilidad? La cuarta afirmación que realizamos indica,

como adelantamos, que un factor relevante para propiciar la acción colectiva son las redes

sociales. Entonces, es necesario revisar qué conocimiento hay al respecto en las ciencias

sociales y para ello nos centramos, en primer lugar, en la teoría de los movimientos

sociales, debido a que ha realizado explicaciones sobre el surgimiento de la acción

colectiva a partir de mecanismos sociales que operan en torno a las dinámicas de redes

sociales.

Teoría de los movimientos sociales, acción colectiva y redes sociales

En torno al conocimiento disponible desde la teoría de los movimientos sociales

(ver Adell, Aguiar y Robles, 2007) y desde una revisión de ese robusto acervo de teoría y

evidencia empírica y sobre todo desde su propio trabajo previo, McAdam, McCarthy y

Zald, proponen en su célebre Movimientos sociales, perspectivas comparadas (1999)

avanzar hacia una síntesis teórica sobre el surgimiento y desarrollo de los movimientos

sociales a través del análisis interactivo de tres factores cruciales, que son la estructura de

oportunidades políticas, las formas de organización y los procesos colectivos de

interpretación, atribución y construcción social. En términos generales, el primero se refiere

a aquellos elementos como el sistema político, la política institucionalizada y la estructura

institucional que configuran (amplían o restringen) la estructura de oportunidades para el

surgimiento y estabilización de los movimientos sociales en general y la acción colectiva en

particular. El segundo, dice relación con los grupos, redes sociales, organizaciones que

constituyen canales formales e informales (la dinámica organizacional, los entornos básicos

o infraestructura organizativa) para la generación y desarrollo de los movimientos sociales

y la acción colectiva. El tercero, lo constituyen los significados (percepciones, emociones,

sentimientos, ideas compartidas, culturalmente situadas y socialmente construidas) a través

de los cuales se define o enmarca una situación y que son conscientemente promovidos

para legitimar, catalizar y en definitiva, promover la acción colectiva.

Para los autores señalados, el estudio específico de casos situados histórica y

geográficamente, en el que se combinan en concreto oportunidades, estructuras de

movilización y procesos enmarcadores, aporta a la compresión de las condiciones

necesarias para que se genere un movimiento social. No obstante, como señala Tarrow

(2011, p. 317-319), este valioso proyecto tuvo como limitación que configuraba una

ontología estática porque “Se reconocía que los marcos, las oportunidades y amenazas y las

estructuras de movilización eran elementos interactivos de la acción política colectiva, pero

la mayor parte de los autores (…), incluyendo el que escribe, consideraba implícito el modo

en el que los tres se unían en el proceso de lucha (…) con demasiada frecuencia quedaban

sin especificar los mecanismos y procesos que configuran entre sí los elementos de un

episodio de acción colectiva.”

Según Tarrow, para transitar desde una ontología estática hacia una ontología

dinámica de la acción colectiva política es necesario “Especificar los mecanismos que se

producen entre los distintos actores en los episodios de acción colectiva”. Por esta razón,

posteriormente, en su Dynamics of Contention, McAdam, Tarrow y Tilly (2001), en

sintonía con los avances en las ciencias sociales, realizan un esfuerzo por dotar de

fundamentos, a través de mecanismos causales generativos, a la explicación sobre los

movimientos sociales y la acción colectiva en torno a los tres factores ya señalados. En la

primera parte de su libro (p.12-13) señalan que los procesos sociales consisten en

secuencias y combinaciones de mecanismos causales: “Explicar la acción política

contenciosa implica identificar mecanismos causales recurrentes, la forma en que se

combinan, las secuencias en que se repiten y por qué diferentes combinaciones y

secuencias, originadas desde diferentes condiciones iniciales producen efectos variados a

gran escala.” En este marco, conciben mecanismos como “una clase delimitada de

acontecimientos que alteran las relaciones entre conjuntos específicos de elementos en

formas idénticas o similares en una variedad de situaciones” (McAdam et al, 2001, p.24).

Con la misma orientación, Tarrow (2011, p.319) señala que “Los mecanismos están

compuestos por procesos, combinaciones y secuencias regulares que producen

transformaciones similares en dichos elementos.”

En torno a la acción colectiva política distinguen tres tipos de mecanismos que se

combinan, estos son los mecanismos ambientales (condiciones externas que afectan las

condiciones de vida que pueden operar en forma directa, por ejemplo, cómo el agotamiento

o el aumento de recursos afecta la capacidad de las personas para participar en la acción

política contenciosa), mecanismos cognitivos (operan a través de la alteración de las

percepciones individuales y colectivas e incluyen operaciones analíticos como reconocer,

comprender, reinterpretar procesos como, por ejemplo, la formación de compromisos

individuales y colectivos) y mecanismos relacionales (que alteran las conexiones entre las

personas, grupos y redes interpersonales, por ejemplo, la intermediación entre grupos

desconectados, que permite, gracias a la interacción y reconocimiento de intereses

comunes, genera movilización durante períodos de acción política).

Al revisar la literatura de fines de la década de los noventa y comienzos de los 2000,

se constata que diversos autores (entre otros y con gran protagonismo los ya mencionados),

comienzan a identificar mecanismos específicos para las explicaciones que realizan sobre

los movimientos sociales y la acción colectiva (Lichbach y De Vries, 2007; Mische, 2003;

Moore, 1999; MacAdam y Tarrow, 2010; Meyer, 1999; Tarrow y Tilly, 2007; Tilly, 2004,

2007; Tilly y Tarrow, 2007) y además, se inicia una discusión sobre la relevancia y el tipo

de mecanismos plausibles para el análisis de esos temas. Sobre esto último, cuando se trata

la cuestión de los mecanismos en ciencias sociales, entendidos como procesos causales que

explican la relación entre dos variables, autores que se ocupan de las dinámicas de la

movilización (Campbell, 2005; Tilly, 2001) hacen referencia a una tradición que va desde

Merton hasta lo que actualmente se conoce como sociología analítica, que tiene como

referencia, entre otros, a Coleman, Elster y Hedström.

Si bien MacAdam, Tarrow y Tilly privilegian la explicación mediante mecanismos

sociales y sitúan su concepción de éstos en la lógica general de la perspectiva analítica

(procesos causales en vez de descripciones, leyes de cobertura y correlaciones entre

variables), se distancian del tipo de explicación teórica que realizan los autores analíticos a

partir de los mecanismos sociales. En particular, para estos autores, los mecanismos que

explican las dinámicas de los procesos políticos se sitúan en el nivel macro

(configuraciones institucionales que conforman la estructura de oportunidad y además,

factores que activan mecanismos ambientales) y en el nivel relacional-colectivo (grupos,

redes, sociales vinculados a las formas de organización en torno a los cuales operan

mecanismos relacionales y también los marcos de interpretación como subjetividad

colectiva el que despliegan mecanismos cognitivos). Para ellos no es necesario y adecuado

incluir mecanismos el nivel estrictamente individual. Según McAdam (2003) para estudiar

las dinámicas de acción colectiva es necesario situarse en el meso-nivel porque los

movimientos sociales se producen en algún nivel situado entre lo macro y lo micro.

En este marco, en torno a su importancia para la acción colectiva, los autores

señalados analizan las redes en dos niveles, uno referido a los procesos endógenos que

ocurren al interior de una red y otro relacionado a la sinergia que produce la articulación

entre redes. Sobre el primer nivel, Tilly (2001, 2004) analiza las redes de confianza como

un mecanismo que opera al interior de una red y que favorecen la acción colectiva.

Respecto al segundo nivel, el mecanismo de la mediación (brokerage) es un proceso de

generación de coaliciones gracias al establecimiento de vínculos entre redes que no estaban

conectadas. La mediación puede activar varios mecanismos. El primero es el de difusión de

información de diversos contenidos (McAdam et al., 2004), el segundo es la emulación, en

el que la acción colectiva de unos actores es inspirada por las de los demás (McAdam et al.,

2004) y el tercero, es el encuentro, en el que los integrantes de las redes comienzan a

interactuar y a compartir significados útiles para su conformación como actores políticos

(Tilly, 2004).

Aquí proponemos que esto limita la claridad de las explicaciones que formulan

sobre la acción colectiva o al menos hace que sean incompletas porque, al no considerar el

nivel individual, las explicaciones quedan desprovistas de mecanismos que aclaren cómo se

producen fenómenos en el nivel relacional y este déficit, a su vez, limita las explicaciones

en base a los mecanismos que buscan vincular el nivel relacional con el nivel macro. Este

déficit expresado en un hiato ontológico entre lo individual y lo relacional puede dar un

argumento adicional a la crítica que realiza Dubreuil (s/f) a los mecanismos propuestos por

los autores señalados, como la difusión y el brokerage, los que se refieren más bien a

resultados de procesos, por lo que no está clara la cadena causal, es decir, el mecanismo

concreto que explica cómo se produjo el resultado. Para Dubreuil es necesario no sólo

concebir a los mecanismos como tales sino que se requiere explicar detalladamente cómo

operan, o sea, cómo tienen eficacia causal sobre un explanandum, en este caso, sobre la

producción de un episodio contencioso.

Tilly, critica el individualismo metodológico y propone un realismo relacional

anclado en el análisis de transacciones, interacciones, vínculos e intercambios y se sitúa

entre los actores y los sistemas para analizar mecanismos orientados a explicar procesos en

torno a colectivos interactivos como un movimiento social o una red social de confianza

(Maíz, 2011). McAdam, Tarrow y Tilly (2004) se definen como adscritos a un enfoque

relacional y se distancian de las aproximaciones racionalistas (además de las culturalistas y

estructuralistas). Lo anterior, significa que la crítica a la concepción de mecanismos de

estos autores se orienta a la morfología de las explicaciones que formulan porque, si bien se

establece la causalidad, los mecanismos propuestos no aportan suficientemente para dotar

de inteligibilidad a la relación causal propuesta. Afirmamos que la aproximación de

mecanismos sociales despliega todo su potencial explicativo cuando se considera el nivel

individual vinculado a niveles meso (o relacionales) y macro sociales y en este marco,

puede aportar a generar explicaciones satisfactorias sobre la acción colectiva el enfoque de

comunidad relacional.

Redes sociales, comunidad relacional y acción colectiva: una aproximación desde la sociología analítica

La teoría de la acción colectiva plantea que en el mundo real la acción colectiva no se

producirá y que el resultado cooperativo que generaría la mejor ganancia para todos no será

posible porque nadie optará unilateralmente por la cooperación. Esta no cooperación se

produciría si concurren condiciones restrictivas como las señaladas, que son propias de las

teorías de la acción colectiva de primera generación olsoniana y que son modificadas en las

teorías de segunda generación, que, en la búsqueda de explicaciones sobre la acción

colectiva, otorgan relevancia al capital social, fundamentalmente por su papel en la

formación, permanencia y adaptabilidad de las instituciones (reglas del juego) endógenas

que posibilitan la cooperación necesaria para la acción colectiva (Ostrom, 1994, 1995,

2000a; Ostrom y Ahn, 2003; Brondizio et al., 2009).

En este marco, el capital social cobra importancia para entender el surgimiento de la

acción colectiva, y por ello, es necesario relacionar la teoría del capital social con la teoría

de redes sociales, lo que nos permitirá identificar las condiciones bajo las cuales se

configura una comunidad relacional, lo que tiene que ver con las propiedades estructurales

y relacionales de las redes sociales que integran individuos, gracias a lo cual puede operar

la gobernanza comunitaria necesaria para promover la cooperación conducente a la acción

colectiva. Con este propósito, en primer lugar, respecto al capital social, adoptamos el

enfoque estructural, que lo entiende como recursos, tales como la información, las

obligaciones de reciprocidad y el efecto control de las normas sociales al que acceden los

individuos a partir de su inserción en redes (Coleman, 1988; Herreros y De Francisco,

2001).

Estas tres formas de capital social permiten a los individuos desplegar sus

estrategias para lograr beneficios: la información permite acceder a oportunidades y

formarse expectativas útiles para tomar decisiones adecuadas sobre el posible

comportamiento de otros en el marco de interacciones estratégicas; las obligaciones de

reciprocidad posibilitan el contar con recursos (incluyendo la información) gracias a la

mutua expectativa de dar y recibir favores y beneficios y, finalmente, las normas sociales,

como hemos señalado, hacen viables y estables los intercambios eficientes entre las partes,

al reducir el oportunismo producto del control social.

Desde esta perspectiva, los recursos que son capital social, circularán en redes y

tendrán efectos en la cooperación, si las redes tienen determinadas características, asociadas

a su estructura y al tipo de vínculos. Al respecto Herreros y De Francisco (2001: 7) señalan

que “(…) el capital social tiene una referencia material, la red estable de relaciones

interpersonales. En este sentido, aunque menos tangible que otras formas de capital (físico,

humano), tiene una estructura y, lo que es igualmente importante, dicha estructura tiene

“historia y continuidad” (…). De que la red tenga o no cierre (closure), de que sea

unidireccional o multidireccional (simplex vs. multiplex), de que sea más o menos simétrica

y horizontal o más o menos asimétrica y vertical, de que sus vínculos interpersonales sean

fuertes o débiles, de que haya puentes locales entre redes, de la frecuencia de los contactos,

de la capacidad de sanción social efectiva…; de todos estos rasgos estructurales –decimos–

puede depender no sólo que se consolide un stock de capital social (…)”.

Los autores citados identifican propiedades específicas que como señalamos son de

tipo estructural y relacional. A continuación, nos referiremos a ambas propiedades y

especificaremos mecanismos que explican por qué en una comunidad relacional puede

surgir la cooperación requerida para la acción colectiva. La propiedad estructural

(o morfológica) es la cohesión, expresada en una medida de cohesión global, que es la

densidad, y una medida de cohesión local, que son los cliques. Por su parte, las propiedades

relacionales (o interaccionales), relativas a la naturaleza de las conexiones son los vínculos

fuertes y los vínculos multiplex.

Propiedad estructural: cohesión

En la teoría de redes sociales una propiedad estructural es la cohesión, concebida como el

nivel de entretejimiento de los nodos en la red. En términos de la teoría de grafos, un grafo

es cohesivo cuando: a) hay líneas relativamente frecuentes; b) muchos nodos con

centralidad de grado relativamente alta (cantidad de vínculos directos); c) caminos

relativamente numerosos o cortos entre pares de nodos; d) muchas distancias geodésicas

cortas y diámetro pequeño (diámetro como la longitud de la mayor distancia geodésica

entre un par de nodos) (Bott, 1990; Kadushin, 2013; Wasermann y Faust, 2013).

Una forma de medir la cohesión es a través de su conectividad, la que está presente

si existen vínculos entre cualquier par de nodos de la red. Tendiendo en perspectiva la

conectividad, una medida de cohesión global de la red es la densidad, que es la proporción

entre el total de vínculos reales en relación al total de vínculos posibles en una red según la

cantidad de nodos que la integran (Rodríguez, 2005; Scott 2000). En una red con alta

densidad la mayoría de los nodos están directamente conectados entre sí y si consideramos

estas conexiones como las vías o circuitos a través de las cuales circulan recursos, que son

capital social, como la información (Herreros, 2002), decimos, entonces, que esta

información es distribuida en forma rápida y todos los integrantes de la red tienen acceso a

ella y de esta forma todos pueden enterarse de un comportamiento oportunista y

sancionarlo (Cook, Hardin y Levi, 2005; Ponthieux, 2006: 16).

Al ilustrar brevemente con Coleman (2001, 2011), indicamos que la estructura de la

red incide en la formación y acceso de los recursos de capital social. La información

circulará si existen suficientes canales de distribución representados por los vínculos y las

normas tendrán un efecto de control si las redes de observación mutua tienen suficiente

cierre (closure), es decir, si todos los individuos están directamente conectados entre sí, ya

que todos tienen acceso rápido a información sobre el potencial comportamiento

oportunista de otros, quien no tendrá incentivos para defraudar.

En marco, Durston (2000) analiza la interface entre las relaciones diádicas, las

relaciones en los grupos (como el entretejimiento de redes ego-centradas) y las relaciones

en comunidades e indica que las últimas se configuran a partir de las dos primeras y que

una de sus propiedades es que gracias al capital social es posible la existencia del control

social porque en el seno de estas relaciones. En este mismo sentido, Dasgupta (2009)

señala que en las comunidades el control social es posible porque existe una trama de

compromisos vinculados anidados en relaciones sociales que conforman redes sociales

interpersonales como sistemas de canales de información.

La importancia de la estructura de las redes para generar cooperación ha sido también

destacada desde la sociología económica, particularmente a través de Mark Granovetter, en

torno a la embeddedness (inscrustación) como categoría explicativa. Granovetter postula

que para realizar una adecuado análisis de la acción económica es necesario abandonar las

visiones señaladas y considerar, como antes se dijo, que esta se encuentra enraizada en

relaciones sociales situadas y específicas. La tesis del embeddedness señala que la acción

económica, sus resultados y las instituciones económicas son afectados por las relaciones

personales diádicas de los actores, y por la estructura general de la red de relaciones

(Granovetter, 1990a, 1992a, 1992b).

Granovetter distingue dos tipos aspectos de la embeddedness: la relacional y la

estructural. La embeddedness estructural indica que las relaciones sociales se constituyen

como redes sociales cuya configuración tiene una estructura que incide tanto en la

naturaleza de las relaciones como en los resultados económicos micro y macro que se

derivan de estas. De la estructura de relaciones depende, por ejemplo, el flujo de

información en las redes: redes más densas en las que se conforman grupos cohesivos

facilitan para sus integrantes el acceso más simétrico y rápido de información. Esto tiene

consecuencias para el control social informal, pues los grupos cohesivos son más eficientes

en la generación de estructuras normativas, simbólicas y culturales que afectan la conducta

económica (Granovetter, 1990a, 1992a).

El alto nivel de vinculación en las redes expresado en la cohesión, además de ser

calculado a través de la densidad como medida de cohesión global en la red, puede ser

mensurado a través de los cliques como medida de cohesión local en la red. Un clique es el

máximo subgrafo completo posible y se expresa como un subgrupo de al menos tres nodos

directamente conectados entre sí (Herrero, 2000) y en el que existe alta conectividad y

distancia geodésica pequeña (Wasermann y Faust, 2013). En un clique y también en una

red total con alta densidad los nodos tienen una centralidad de grado similar, esto es,

contextualmente tienen muchos vínculos directos con otros nodos de la red y por ello,

tienen acceso a la información que circula en la red.

Al interior de los cliques, dada la alta cohesión relacional, la información hace

posible el funcionamiento de sistemas de confianza multilateral. Coleman (2001, 2011)

concibe los sistemas de confianza en las relaciones bilaterales en las cuales ambos

individuos confían y son depositarios de confianza y en este marco, si en los cliques existen

vínculos directos entre todos, las relaciones de confianza mutua también pueden producirse

entre más de dos individuos. Aquí el control social que reduce el oportunismo opera en

base a las expectativas de reciprocidad como forma de capital social.

El grado de cumplimiento de las partes depende de la fiabilidad de la estructura

social, es decir, del cierre de red en que se encuentran insertos: si una parte no cumple,

puede ser sancionada por el afectado, quien en el futuro le pagará con la misma moneda y

además, puede ser sancionada por el resto de los miembros de la red con cierre en el sentido

antes señalado. Además, el grado de cumplimiento se ve favorecido por la propia

racionalidad de los individuos implicados en los vínculos de reciprocidad. Cada uno de los

implicados sabe que es más rentable a largo plazo mantener la reciprocidad que defraudar

en el corto plazo.1

1 En términos de la teoría de juegos, según el seminal análisis de Axelrod (1996) antes mencionado, si la sombra del futuro es lo suficientemente larga, los individuos tendrán incentivos para cooperar mutuamente. Así, un potencial dilema del prisionero en el cual la primera preferencia de cada jugador es defraudar, no se produce y en cambio se establecen intercambios con una estructura de pagos propia de un juego de seguridad, en el que la primera preferencia de cada jugador es cooperar con el otro y hacerlo en el futuro siempre y

Los cliques, sobre todo aquellos denominados como “solapados”, es decir, en los

que un nodo forma parte de más de un clique, constituyen comunidades de comunicación

(regiones de la red en las que existe una colección de cliques conectados) (Zubcsek et al.,

2014), o círculos sociales (Herrero, 2000), en los que la información se transmite

eficientemente entre sus integrantes gracias a la alta conductividad de la microestructura

reticular y así es posible que operen el efecto control de las normas sociales y se

desincentive, como señalamos, el oportunismo.

Propiedades relacionales: lazos fuertes y vínculos múltiplex

Si bien, el cierre de red, la densidad y los cliques hacen referencia a la estructura de la red,

también expresan la naturaleza de los vínculos que forman a esas configuraciones

reticulares. En este mismo sentido, Ostrom (2010) destaca la importancia para la acción

colectiva de determinadas cualidades de los vínculos, puntualmente de las interacciones

cara a cara que se repiten, porque permitirían tener información sobre el comportamiento

pasado de los otros y generar aprendizajes interactivos a través del tiempo, por medio de

heurísticas que viabilizan la adopción de las mejores estrategias considerando la

información que se dispone desde el entorno. Desde la perspectiva de la teoría de juegos, a

partir de sus experiencias, los individuos pueden actualizar sus creencias sobre los otros

(mantenerlas o modificarlas), permitiéndoles ajustar sus decisiones a la luz de la evaluación

sobre la confiabilidad de otros. Además, como señala Axelrod (1996), si los individuos

tienen expectativas de que sostendrán relaciones repetidas (iteradas) durante un suficiente

tiempo con otros, tiene incentivos para cooperar con ellos privilegiando las ganancias en el

largo plazo producto de la reciprocidad mutua. Entonces, las relaciones sociales de larga

duración hacen posible el surgimiento de la confianza, la reputación y la reciprocidad

necesarias para la cooperación sostenida.

Desde lo anterior, se identifican algunas características de los vínculos como la

repetición o frecuencia y la larga duración. Estas nos remiten a aquellas ya identificadas por

autores clásicos de la teoría de redes, a partir de los cuales Granovetter trazó una distinción

entre lazos débiles y lazos fuertes. La fuerza de los lazos es expresada en una combinación

de tiempo, intensidad emocional, intimidad y servicios recíprocos (Granovetter, 2000). Los

cuando el otro lo haga. En definitiva, las obligaciones de reciprocidad toman la forma de una cooperación condicional.

lazos débiles son vínculos esporádicos, distantes, entre conocidos y los lazos fuertes son

vínculos cercanos, estables, permanentes. Aquellos que se vinculan fuertemente, son

similares entres sí, considerando los principio de la homofilia y transitividad en las redes, se

conocen suficientemente entre sí e integran redes densas (Granovetter, 2000). También,

según Granovetter (2003a), mientras más fuerte es el vínculo entre dos atores, mayor es el

grado de solapamiento de los cliques que integran, generándose así, círculos sociales

cohesivos.

A partir de la propuesta original de Granovetter, los lazos fuertes se han analizado

desde dimensiones expresivas (intensidad de la relación a nivel afectivo, tipo de apoyos

intercambiados, tiempo invertido en la relación), dimensión estructural (configuraciones

estructurales de los vínculos en la red: red densamente conectada o “tupida”, triadas

transitivas y círculos sociales) y dimensión social (vínculos entre actores homogéneos,

circulación de recursos y acciones expresivas que requieren confianza) (Cruz y Miquel,

2013). Como se advertirá, los lazos fuertes no remiten solamente a una propiedad relacional

si no además, tienen una expresión estructural, concordante con las propiedades de este tipo

que antes destacamos. En esta lógica es que Dasgupta (2009) señala que lo propio de los

integrantes de comunidades es que mantienen vínculos fuertes, en las que los compromisos

son establecidos en el marco de relaciones densas, frecuentes y de larga duración, que se

producen en escalas territoriales reducidas.

En todo caso, es importante que si bien, las personas que comparten lazos fuertes

comparten información similar, a la que acceden de forma rápida y a bajo costo, y esta

información, como capital social, es fundamental para que opere el control social producto

de las normas social, esta información puede quedar encapsulada al interior de una red o

sub red con cierre. Por ello, en este punto es importante indicar que no sólo el cierre de red

es una propiedad estructural de la red que genera dinámicas de control social que inciden en

las decisiones y acciones de sus integrantes, en específico, aquellas orientadas a la

cooperación y al cumplimiento de compromisos. Al respecto, González (2009, 2010) y Lin

(2001) señalan que lo fundamental es cómo la estructura de la red configurada por la

distribución de los nodos facilita suficientemente (hace eficiente) los flujos de información,

de tal forma que una proporción significativa de esos nodos accedan a ella. Esto dependerá,

según González (2010), de una determinada combinación en que un número adecuado de

nodos dispongan del número adecuado de vínculos; lo relevante no es necesariamente que

los nodos tengan muchos vínculos, sino que estén bien conectados.

En estos términos, si lo que importa es la conectividad, que puede ser conectividad

entre redes o subredes, los lazos débiles también tienen un papel en la promoción de la

cooperación. Granovetter (2000, 2003a) los concibió como vínculos esporádicos, distantes,

entre conocidos, que hacen posible la circulación de información entre subgrupos en una

red o entre círculos sociales distantes y distintos. En términos generales, los lazos débiles

constituyen puentes locales que permiten la transmisión de información novedosa y no

redundante entre redes sociales heterogéneas y segmentadas. Granovetter (2003a) ilustra la

relevancia de los lazos débiles en la circulación de información útil para el control social

que desincentiva los comportamientos oportunistas, a través de la investigación realizada

por Weimann, quien señala que en los kibutz, la creciente heterogeneidad ha generado

subgrupos, pero el mix virtuoso entre lazos fuertes y lazos débiles favorece la cohesión y

conectividad global.

La segunda propiedad relacional que comentamos son los lazos multiplex o

multifacéticos o multidireccionales. En las relaciones multiplex los integrantes de una red

están conectados entre sí por más de un rol, posición o contexto. “Una red puede ser

caracterizada como multiplex si los individuos que la componen están vinculados

socialmente unos con otros no sólo a través de vínculos de negocios, sino también siendo

miembros de la misma iglesia, club social, o sistema escolar” (Aslanian, 2006:385). Este

tipo de multiplicidad es denominada “de rol”, por ejemplo, tener a la vez un vínculo en el

cual existe un contexto de amistad y además, laboral. En complemento, existe la

denominada “multiplicidad de contenido”, según la cual dado que existe un vínculo

múltiple, gracias a él, una persona puede acceder a diferentes tipo de recursos entregados

por otra (dinero, conocimiento, apoyo emocional), los que son provistos desde los diversos

contextos de la relación (Kadushin, 2013).

Las implicaciones de lo anterior, para la cooperación pueden ser dos. Una, se refiere

a que, de acuerdo a lo planteado por Coleman (2001), una persona puede apropiarse de un

recurso disponible de un contexto para usarlo en otro contexto. Específicamente, en torno a

las obligaciones de reciprocidad como forma de capital social, una persona puede hacer un

favor en un contexto, de amistad por ejemplo, con otra persona y luego cobrar ese favor,

para tener un tipo de ayuda en el contexto laboral en que ambas participan. Por esta razón,

las personas valoran mantener relaciones múltiples por las oportunidades que les reportan

como oportunidades para acceder a recursos y cuidará esas relaciones cooperando con el

otro. La segunda implicación se deriva de la primera. En las relaciones multiplex, el

incumplimiento que afecta a un contexto puede afectar las otros contextos de las relaciones

sociales y si un individuo valora la riqueza de estas relaciones no defraudará al otro.

Importan en las redes, por tanto, la reputación y la estabilidad de las relaciones de

confianza. Esto sobre todo es así, cuando las partes tienen la expectativa de que la relación

se extenderá en el tiempo, lo que es propio de los lazos fuertes. Esto nos lleva a señalar que

los análisis clásicos en la teoría de redes sociales, asocian vínculos fuertes a vínculos

multiplex y como señala Granovetter (2000), en la mayoría de las ocasiones es así, pero

también puede ocurrir que una relación con un solo contenido, también pueden ser fuertes.

Otra relación que se establece en la literatura es entre vínculo multiplex y densidad

de la red. En este marco, específicamente, en torno al cierre de red, es ilustrativo el ejemplo

que aporta Coleman (2001), para señalar la relevancia de esas dos propiedades, para la

existencia de control social y de cooperación en las comunidades. En una comunidad judía

en Brooklyn, Nueva York, hay comerciantes de diamantes que intercambian entre sí bolsas

con estos productos para revisar su calidad. Ninguno de los comerciantes sustituye o roba

los diamantes, pues todos forman parte de una comunidad cerrada en la que comparten

intensos vínculos de parentesco, étnicos, comerciales y religiosos (red multiplex o

multifacética). La comunidad constituye una red con cierre en la cual la información sobre

los comportamientos fraudulentos se esparciría muy rápido y todos sus integrantes se

enterarían. El costo social para quien incurriera en esta conducta sería muy alto, porque la

sanción social aneja a la norma social podría ser aplicada gracias a la estructura cerrada de

la red que surge como externalidad de las relaciones sociales.

La complementariedad entre propiedades como los vínculos múltiplex y la cohesión

en las redes nos sitúa nuevamente en torno a la relevancia del embeddedness propuesto por

Granovetter, ahora, respecto al embeddedness relacional. Este refiere a que las relaciones

sociales tienen historia y se encuentran situadas en contextos sociales específicos

(Granovetter, 1990a, 1992a). Por ejemplo, si la relación de negocios entre dos empresarios

o entre un jefe y su subalterno es antigua y además se mantendrá en el futuro (y si además

existe intensidad emocional), ambos tienen incentivos para cooperar y cumplir sus

compromisos mutuos (Granovetter, 1990a). En esta historia de relaciones se conforman los

“contratos implícitos” en donde las partes han demostrado que otorgan a las otras garantías

y condiciones adecuadas en los intercambios que mantienen. Además, como las relaciones

sociales están situadas, el funcionamiento de empresas y organizaciones económicas está

permeado por estas relaciones que operan como estructuras de governance informales: en

una organización existen redes (multiplex) en las cuales los vínculos entre dos personas se

encuentran solapados, según lo ya señalado.

Comunidad relacional: cohesión, los lazos fuertes y vínculos multiplex en las redes sociales

Tal como señala González (2009), la interdependencia es el mecanismo más básico a

través del cual las redes moldean el desarrollo de ciertos procesos sociales: la existencia de

conexiones es lo que hace a los agentes tomar en consideración la acción previamente

tomada por otros individuos e influir, a su vez, a otros tantos. Lo anterior, es especialmente

relevante para comprender el surgimiento de la acción colectiva y el papel de las redes

sociales en ello, para lo cual, a su vez, es necesario conocer las redes sociales, en términos

de sus atributos estructurales y relacionales. Con este propósito hemos descritos estas

propiedades, en base al conocimiento disponible desde la teoría de redes sociales,

conocimiento que complementados con el aportado por la teoría del capital social, la nueva

sociología económica y la teoría de juegos.

En torno a estas mismas teorías, además advertimos que implícita o explícitamente,

se refieren al concepto de comunidad cuando analizan las propiedades estructurales y

relacionales que tratamos. Además, estas teorías, también analizan el efecto de estas

propiedades situadas en torno al concepto de comunidad, para generar cooperación social.

Esto es de especial interés para explicar la acción colectiva desde el prisma de las redes

sociales, aportando mecanismos sociales específicos, situados en un nivel situacional

(transición macro-micro), en términos de la sociología analítica, y de esta forma superar los

déficit de la perspectiva relacional de la teoría de los movimientos sociales. Ello

considerando que los mecanismos que proponen son insuficientes para aportar

explicaciones satisfactorias sobre la acción colectiva, debido a que no proveen

microfundamentos, los que sí son posibles identificar desde un análisis sobre la eficacia

causal de las redes sociales en la acción colectiva, desde la perspectiva de las comunidades

relacionales.

Para finalizar, en torno al concepto de comunidad relacional, según nuestra

propuesta, ilustramos con lagunas ideas disponibles desde las teorías antes señaladas.

Comenzamos señalando que, según varios autores, la eficacia colectiva, la gobernanza

comunitaria o el cumplimiento en comunidad promueve la cooperación. La razón es que las

relaciones cara a cara en vínculos cohesivos, multifacéticos, periódicos (por tanto, fuertes)

y públicamente reconocidos entre un número no muy alto de integrantes, permiten el acceso

de información privada sobre los integrantes de la red (sobre sus preferencias,

competencias y comportamientos pasados) a bajo costo y además, este alto grado de

observabilidad multilateral, la larga duración de estas relaciones (juegos iterados de n

jugadores sin una ronda final establecida) en un marco de derechos y obligaciones

compartidas, favorecen la confianza y la reciprocidad y el interés de los individuos de

invertir en reputación, ya que la coordinación de expectativas basada en creencias sobre

compromisos creíbles formadas desde información local, configura estructuras de

oportunidad propias de un juego de seguridad en el que es posible la cooperación

condicional como un equilibrio endógeno sostenido (Aoki, 2000, 2007, 2010; Barbera,

2005; Bowles y Gintis, 1998, 2002; Dasgupta, 2010; Kandori, 1992; Ostrom, 1998).

Tilly (2010) concibe las comunidades como redes de confianza:“(…) conexiones

interpersonales ramificadas, establecidas principalmente sobre fuertes lazos, dentro de los

cuales la gente pone recursos y empresas valorados, trascendentales y de largo plazo ante el

riesgo de fechorías, los errores y los descuidos de los demás (…) las redes de confianza se

destacan respecto de otros tipos de relaciones sociales, precisamente, porque crean

controles para evitar las fechorías y brindan salvaguardas contra las consecuencias de

errores y descuidos en su funcionamiento rutinario (…) las redes de confianza reducen los

costos de transacción y aumentan la seguridad de los contratos (…) controlan a sus

miembros, pero también les otorgan recompensas que hacen costosa la exclusión” (Tilly,

2010: 32-33).

En sintonía con lo anterior, Bowles (2004: 474) señala: “Por comunidad quiero

decir un grupo de gente que interactúa directamente, con frecuencia y de forma

multifacética. En este sentido, las personas que trabajan juntas son comunidades, así como

lo son algunos barrios, grupos de amigos, redes profesionales o de negocios, pandillas y

ligas de deportes. La característica que define la comunidad es la conexión (…) la

naturaleza repetida y multifacética de las interacciones sociales en las comunidades, la

cantidad relativamente pequeña de personas involucradas, y, como resultado, la

disponibilidad de información sobre quienes están asociados con uno, puede apoyar niveles

altos de lo que algunas veces se denomina capital social: confianza, interés por quienes

están asociados con uno, y la disposición de vivir bajo las normas propias de la comunidad

y castigar a los que no lo hacen.”

En sintonía con lo anterior, Greif, al analizar desde un enfoque neoinstitucionalista

el papel de las instituciones (reglas) como dispositivos endógenos para el funcionamiento

del comercio medieval en el mediterráneo, destaca la importancia de la densidad de la red

es una condición necesaria para la circulación de la información que favorece el control

social para el cumplimiento de normas sociales. La información que utilizaban los

comerciantes para proteger sus intereses era obtenida como subproducto de las actividades

comerciales que se hacía pública si existían los suficientes canales de transmisión de la

información que circula entre los miembros de la comunidad, que permitía además y

previamente que se identificasen entre ellos. La antes citada “coalición”, la regla

autoimpuesta por los principales referida a no contratar a un agente que falló a uno de ellos,

operaba gracias a la existencia de una red densa de relaciones entre los principales que

además de permitirles tener información sobre el desempeño de sus agentes, hacía posible

que todos sus integrantes se enteraran de la conducta de sus pares respecto al cumplimiento

efectivo de este castigo multilateral hacia el agente oportunista. De esta forma, la estructura

de la red de relaciones hacía posible el efecto de los incentivos que generaban equilibrios

conducentes al auto-cumplimiento (Greif, 2006).

Si bien era posible que no todos los individuos articulados en torno a la “coalición”

se conocieran directamente entre sí, al menos alguno de ellos podía identificar a otros y de

este modo se generaba un sistema de identificación entre sus integrantes soportado por una

estructura de red basada en conexiones densas. Los mercaderes integrantes de esta red

tenían incentivos para informarse sobre la conducta pasada de sus pares, pues esto afectaba

sus intereses. Así, la información circulaba entre los comerciantes lo que permitía que la

conducta deshonesta de uno de sus miembros se hiciera pública. En este mismo sentido,

Aslanian (2006) aporta evidencia sobre cómo entre los mercaderes armenios Julfan entre

los siglos 16 y 18, los intercambios comerciales caracterizados por asimetrías temporales

(el servicio no se entregaba en el mismo momento de ser pagado porque se trataba de

negocios en torno al comercio de larga distancia) e informacionales (en el sentido ya

señalado) fueron eficientes porque operaron en base a dispositivos de gobernanza que

incluían: a) reglas formales como el Datastana girk Astrakhani Hayots (códigos de leyes

que regulaban los contratos de commenda, sobre todo respecto al buen uso de los bienes

encomendados por un principal a un agente); b) la Kalantar (coalición o asamblea de

comerciantes) y; c) la densa (cerrada) y multiplex (vínculos étnicos, religiosos y

comerciales) red de relaciones gracias a la cual circulaba la información sobre la reputación

de los agentes, quienes tenían incentivos para cumplir sus compromisos contractuales, ya

que los futuros negocios en los que podrían participar estaban condicionados a su conducta

pasada.

Las nociones de densidad, cierre de red, vínculos fuertes y multiplex y de

comunidad relacional son capturadas bajo el concepto de capital social comunitario,

propuesto por Durston (2000: 21), quien señala que “se expresa en instituciones complejas,

con contenido de cooperación y gestión (…) estructuras normativas, gestionarias y

sancionadoras”, que viabilizan el control social sancionando a los free-riders, la creación de

confianza, la resolución de conflictos, la movilización y gestión de recursos y la generación

de bienes públicos. El capital social comunitario hace posible la cooperación necesaria para

la acción colectiva, porque “las obligaciones y expectativas entre las personas apuntan en

todas direcciones (…) permite establecer normas respetadas por todos, y sanciones a cada

individuo por la colectividad” (Durston, 2000: 29).

Comunidades que tienen características reticulares como las señaladas por Durston

y que, producto de ello, logran iniciar y sostener dinámicas de cooperativas, son las

analizadas por Taylor y Ostrom. El primero estudia las relaciones de comunidad y su efecto

en las preferencias de los implicados, gracias a lo cual se superaron dilemas de acción

colectiva y gatillaron acciones políticas revolucionarias como cooperación condicional en

China, Rusia y Francia. Se trata de comunidades fuertes (relaciones directas, múltiples,

repetidas, con actividades solapadas) (Taylor, 1991). También Taylor (2001), sostiene que

las comunidades poseen relaciones cooperativas, producto de la existencia de capital social

anidado en redes sociales, y las agencias estatales que se coordinan con ellas deben cuidar y

no erosionar esas redes sociales. Ostrom (2000b), por su parte, analiza el círculo virtuoso

que se produce entre las relaciones comunitarias y las reglas de autogobierno que generan

para lograr la necesaria acción colectiva orientada a la preservación de recursos de uso

común.

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