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revista colombiana de psiquiatr˝a / vol. xxx / n” 2 / 2001 141 141 141 141 141 * MØdico Psiquiatra. Exdirector Revista Colombiana de Psiquiatría. Escritor. Miembro del ComitØ Editorial de la Revista Colombiana de Psiquiatría. ART˝CULO O R I G I N A L CON CETRO DE INSIGNE MARFIL CON CETRO DE INSIGNE MARFIL CON CETRO DE INSIGNE MARFIL CON CETRO DE INSIGNE MARFIL CON CETRO DE INSIGNE MARFIL EDMUNDO RICO TEJADA (1899-1966) RAFAEL SALAMANCA RODR˝GUEZ * El profesor Edmundo Rico Tejada, mØdico internista y psiquiatra, nacido en Sogamoso el 8 de Febrero de 1899, fue una de las personalidades del mundo mØdico que mÆs sedujo al vasto pœblico a lo largo de su vida, antes de morir el 2 de Marzo de 1966. Formó una generación de discípulos en la mÆs clÆsica tradición de la medicina clínica francesa y de la psiquiatría constitucionalista del siglo XIX. Entabló pleitos conceptuales con el movimiento psicoanalítico local y participó con pluma adornada e irreverente en los debates mØdicos y humanísticos de su Øpoca. Fue un perso- naje brillante y polØmico que con su febril actividad estimuló a toda una generación mØdica. Palabras Clave: Historia de la psiquiatría; Edmundo Rico Tejada. EDMUNDO RICO TEJADA WITH AN IVORY SCEPTER The professor Edmundo Rico Tejada, medical internist and psychiatrist, born in Sogamoso, February 8, 1899, was one of the personalities of the medical world that more seduced the vast public to the long of their life, before dying March 2, 1966. He formed a generation of pupils in the most classic tradition of the French clinical medicine and of the constitutionalist psychiatry of the XIX century. He began conceptual cases with the local psychoanalytical movement and he participated with adorned and irreverent feather in the medical and humanistic debates of his time. He was character brilliant and polemic that stimulated to an entire medical generation with his feverish activity. Key Words: Psychiatry, History; Edmundo Rico Tejada.

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revista colombiana de psiquiatrÍa / vol. xxx / nº 2 / 2001 141141141141141

EDMUNDO RICO

* Médico Psiquiatra. Exdirector Revista Colombiana de Psiquiatría. Escritor. Miembro del Comité Editorial de la Revista Colombiana de Psiquiatría.

ARTÍCULOO R I G I N A L

CON CETRO DE INSIGNE MARFILCON CETRO DE INSIGNE MARFILCON CETRO DE INSIGNE MARFILCON CETRO DE INSIGNE MARFILCON CETRO DE INSIGNE MARFILEDMUNDO RICO TEJADA (1899-1966)

RAFAEL SALAMANCA RODRÍGUEZ *

El profesor Edmundo Rico Tejada, médico internista y psiquiatra,nacido en Sogamoso el 8 de Febrero de 1899, fue una de laspersonalidades del mundo médico que más sedujo al vasto públicoa lo largo de su vida, antes de morir el 2 de Marzo de 1966.

Formó una generación de discípulos en la más clásica tradición dela medicina clínica francesa y de la psiquiatría constitucionalistadel siglo XIX. Entabló pleitos conceptuales con el movimientopsicoanalítico local y participó con pluma adornada e irreverenteen los debates médicos y humanísticos de su época. Fue un perso-naje brillante y polémico que con su febril actividad estimuló a todauna generación médica.

Palabras Clave: Historia de la psiquiatría; Edmundo Rico Tejada.

EDMUNDO RICO TEJADAWITH AN IVORY SCEPTER

The professor Edmundo Rico Tejada, medical internist andpsychiatrist, born in Sogamoso, February 8, 1899, was one of thepersonalities of the medical world that more seduced the vastpublic to the long of their life, before dying March 2, 1966.

He formed a generation of pupils in the most classic tradition of theFrench clinical medicine and of the constitutionalist psychiatry ofthe XIX century. He began conceptual cases with the localpsychoanalytical movement and he participated with adorned andirreverent feather in the medical and humanistic debates of histime. He was character brilliant and polemic that stimulated to anentire medical generation with his feverish activity.

Key Words: Psychiatry, History; Edmundo Rico Tejada.

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SALAMANCA R. RAFAEL

�Sólo una cosa no hay. Es el olvido�.

J.L. Borges.

EVOCACIÓNINTRODUCTORIA

Algo inusual en él, papá llegó a casatarde, achispado y contento: venía decompartir unos tragos con su amigoel profesor Edmundo Rico. En com-pañía de un grupo de paisanos el pro-fesor los había invitado a su quinta�La Esperanza�, y allí, luego de en-señarles su vasta biblioteca en variosidiomas sobre medicina, literatura ehistoria, como un prestigitador leanalizó y diagnosticó el carácter a mitío Hernando Rodríguez basándoseen un pliegue profundo de la frente,les hizo una detenida y brillante ex-posición sobre las diferentes clases delocura existentes a la época y los di-virtió con deliciosas y picantes anéc-dotas, hasta que se quedó dormidode la borrachera en su regio y mulli-do sillón de patriarca.

El relato de papá se me antojó nove-doso y fascinante, y me impresionósobretodo que contara que les habíatocado limpiarle los mocos de las bar-bas. El contraste entre la sagrada yumbría biblioteca en varios idiomasque acreditaba la brillante erudicióndel profesor, y su vulnerable caída enuna embriaguez vulgar y dionisíaca,determinó desde entonces mi ideaesencial sobre la textura del psiquia-tra: un médico humanista, bohemioy excéntrico.

Edmundo Rico era considerado en-tonces el psiquiatra por antonomasia,

algo así como el psiquiatra del país.Y he aquí que algunos lo veían comouna especie de excéntrico o de loco.De cualquier manera constituía paramí un motivo de identificación y or-gullo, pues era, como yo, raizal deSogamoso.

Años más tarde cuando, por los añossesenta, estudiaba yo medicina en laUniversidad Nacional, un compañe-ro mío lo consultó por lo que enton-ces calificábamos como una �neuro-sis a deux� exacerbada por la agita-da y vana lectura de Marx, Freud ySartre. El profesor Rico lo atendiópaternalmente, le prescribió Tofranil(toda una novedad, recuerdo) y leobsequió dos delgados libritos en rús-tica dedicados de su puño y letra, unopara él y otro para mí, su paisano.Se trataba de La Depresión melancólicaen la Vida, en la Obra y en la Muerte deJosé Asunción Silva, editada en 1964por la Imprenta Departamental deTunja. Me impresionó la delicadacaligrafía �como de mujer- de su de-dicatoria y el que a mi compañero lepareció que el profesor ese día esta-ba algo ebrio. Los dos, con aquel ges-to, creímos alcanzar el Olimpo mis-mo de las ciencias, pues el profesorRico era ya una figura de renombreen Colombia. Por hondas y diversasrazones, incluida ésta, años más tar-de, mi amigo y yo, terminamos estu-diando psiquiatría y soñando con sergloriosos escritores.

A mí, Rico se me convirtió en unaobsesión literaria recurrente, aunquehumanamente cada vez menos clara.Alguna vez aspiré a novelar su bio-

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EDMUNDO RICO

grafía. Se han reducido tales preten-siones. Acatando la obligada breve-dad de este artículo, me referiré alprofesor en sus tres aspectos primor-diales: médico, escritor y hombre demundo, tomando para ello prestadala voz de quienes lo conocieron me-jor: colegas, familiares y amigos.

ESTUDIANTE, PROFESOR YJEFE DE CLÍNICA

«Nací en Sogamoso y allí pasé mi in-fancia -declaró mi personaje para Lec-turas Dominicales de El Tiempo-. Noconfieso mi edad porque el que ladice es capaz de confesarlo todo. Mehice médico porque mi padre, el doc-tor Abel de J. Rico era un médico no-

table y probablemente de allí surgiómi vocación por la medicina, pese aque mi padre insistía mucho en en-viarme a Italia a estudiar derechopenal». En aquella villa apacible na-ció el 8 de febrero de 1899, en el res-petable hogar de Abel de J. y su se-ñora Rebeca Tejada.

El doctor Abel de J. Rico fue un gale-no ilustre y bondadoso, propietariode la �Botica Nueva� situada en uncostado de la plaza central, en la queatendía a sus numerosos pacientes y,a renglón seguido, les despachaba susfórmulas magistrales. Era un perso-naje �venerado y querido por todos,apóstol de la caridad y del consuelo;

El profesor Edmundo Rico con un grupo de sus colaboradores en el Frenocomio deMujeres de Bogotá (1950)-- Izquierda a derecha: Carlos Castaño Castillo, Alvaro LópezPardo, Alvaro Villar Gaviria, Carlos Plata M., Luis Jaime Sánchez, Alfonso Barbosa,Alvaro Calderón, Profesor Rico, Ricardo Azuero V.

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SALAMANCA R. RAFAEL

orgulloso del espíritu público y de laerudición humanística, símbolo dehonradez y médico en la más signifi-cativa esencia del vocablo�. Su píonombre perdura en una placa conme-morativa en la capilla que domina elValle de Iraca y a la que yo subía tro-tando en mi adolescencia por una em-pinada escalera de piedra.

Lo exaltó su hijo en numerosos escri-tos. En Grandes clínicos del pasado en1954 escribió: «En Boyacá, aunque ig-norados �como allí acaece frecuente-mente� hubo grandes clínicos talescomo Severo Torres, Edmundo Mu-rillo, Cristóbal Camargo, Abel de J.Rico, Aristóbulo y Félix M. Archila yJulio Sandoval>. Lo quería mucho,(le decía papacito) hablaban de me-dicina y de humanidades hasta altashoras de la noche y coinciden quie-nes lo conocieron que lo prefería a lamadre, mujer altiva y algo complica-da. Ella era prima de Eduardo Caba-llero Calderón.

Otto Rico (sobrino del profesor) larecuerda así: «Mi abuela no se dejabacoger la mano de mi abuelo antes deque se bañara tres veces con jabón yse echara alcohol, porque como él eramédico, decía que la contagiaba».

Sin embargo, hablando de LuisEduardo Nieto Caballero, se expresanoblemente su hijo: «Mutua inextin-guible simpatía, lo ligó desde el prin-cipio con mis progenitores: la ecua-nimidad, erudición y altruismo de mipadre, así como la gracia, desenvol-tura y belleza de mi madre».

Como sogamoseño y exalumno delcolegio Sugamuxi, con menudo es-

fuerzo puedo imaginar al joven Ed-mundo, mocetón espigado e hiperac-tivo, atormentando, curioso, por bre-ñas y caminos a mirlos y copetonesentre la agreste vegetación de cactus,sauces y eucaliptus de los montes cer-canos, y asaltando en sus días librelos brevos, manzanos y ciruelos de lossolares tapiados del pueblo. Entresemana alarmaba ya en las aulas pro-vincianas del viejo claustro con suprecoz inteligencia.

El médico historiador Andrés Soria-no Lleras lo evocaba así en un home-naje: <Estudió Edmundo Rico susprimeras letras en el Colegio de Su-gamuxi, regentado entonces por eldoctor Santiago F. Losada, eminenteeducador huilense que introdujo alpaís técnicas de enseñanza hasta en-tonces aquí desconocidas y quien in-fluyó mucho en la educación del ca-rácter independiente de sus alumnos.Durante su vida de escolar Rico semostró siempre inquieto, pendencie-ro, rebelde; era muy conversador ysimpático y gustaba de hacer versos,frecuentemente hirientes, lo que letrajo entonces numerosos disgustos>.

Genio y figura, pensamos. Muchosaños después, su mordaz columna enel Heraldo Médico y en El Tiempo, laBalanza del caduceo, sería unas vecesapasionada trinchera intelectual des-de la que zahería a sus enemigos cir-cunstanciales con ácidos sarcasmos,echando mano de la psicopatologíay la retórica como de filosas armas, yotras, inspirada excusa para elogiaren adornada prosa y en páginas ma-gistrales a sus maestros, amigos ycompatriotas.

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Una vez salió de la provincial Soga-moso, <una provincia asentada en laconcavidad hechicera y fecunda deun valle cuyo cielo, imperturbable-mente azul, tan azul como algunoscielos de Italia, convida a la paz yayuda, como pocos a la meditación>,el joven Rico cursó estudios secunda-rios en el colegio del Rosario de Bo-gotá y medicina en la Facultad Na-cional. <Me gradué de bachiller en elColegio del Rosario. Monseñor Ca-rrasquilla deseaba que estudiase Fi-losofía. Terminé la carrera de medi-cina muy joven, a los veinte años,pero no pude graduarme sino a losveinticinco porque mi padre y el doc-tor Pompilio Martínez consideraronque estaba muy joven>.

Se graduó en 1926 con la tesis La Ra-bia en Colombia (denso folleto de 77páginas), recomendada así por el doc-tor José María Lombana Barrenecheal rector de la Universidad doctorRoberto Franco: <La importanciacientífica de este estudio sobre la ra-bia, su utilidad práctica para comba-tir tan terrible flagelo, y el carácter depresidente de tesis de que me ha in-vestido el señor Rico Tejada, me ha-cer informar a usted, señor rector, quetal producción se eleva a un planosuperior que la hace acreedora de unahonorífica mención especial y a suclasificación entre las tesis que mere-cen conservarse y consultarse y porconsiguiente publicarse>. No era sóloun cortés formalismo. La tesis es se-suda, amena y sorprendentementebien escrita.

No son claras las razones por las cua-les salió del país. Pero su desatada

ambición intelectual debió ser una deellas. Viajó a Francia y perfeccionó allísus estudios de clínica médica y neu-ropsiquiátrica en París en donde per-maneció cerca de un lustro: <habíanutrido allí mi mente con la savia ju-gosa de Widal y Abrami, Chavrol yClaude, de Milian, Sicard y Laignel-Lavastine>. Asistió a las clases demedicina interna de maestros deltemple de Ferdinand Widal y cirugíade Henri Mondor, y a las de psiquia-tría de Georges Dumas, Henri Clau-de, Levi Valensi y Séller, y concurrióa los afamados hospitales de la Sal-petrière, Bicêtre y Sainte Anne.

El contacto con los grandes clínicos ymaestros dejó en él huellas profun-das que siempre reconoció con grati-tud. De Henri Mondor, se expresó asíen su discurso de posesión de la pre-sidencia de la Academia Nacional deMedicina en 1961: «Mondor, ciruja-no intelectual por antonomasia, escalificado por sus pares como uno delos cirujanos que hacen retroceder ala muerte». Para comprender, por lodemás, esta admiración por el insig-ne cirujano, escuchemos su respues-ta a la pregunta de por qué estudiópsiquiatría: «A mi padre le gustabala Psicología y yo leía sus libros, pa-reciéndome que esta era una rama in-teresante. Operaba bastante biencuando era jefe de clínica del serviciodel profesor Pompilio Martinez, peroal morírseme el primer paciente mepasó lo que a los toreros: tuve mi bañode sangre. Me explico. Cuando el to-rero sale dispuesto a hacer maravillas,si lo coge el toro y no es ésta su voca-ción, se asusta y hasta ahí llega. Eso

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SALAMANCA R. RAFAEL

me ocurrió a mí. Me decidí entoncespor la psiquiatría y la medicina in-terna».

Fue en la nutricia Europa donde elfuturo profesor leyó y asimiló condeleitoso provecho la Introducción ala medicina experimental de ClaudeBernard; las Lecciones de clínica médi-ca de Trousseau, Dieulafoy y Peter;los Trabajos de Pasteur, Roux, Potainy Charcot entre otros. En cuanto asociología y psicología, Durheim,Ribot, Richete, Taine y Bergson deja-ron en él sólidas y fecundas semillas.

A su regreso, y establecido definiti-vamente en Bogotá, no tardó muchoesta metrópoli estirada y europeizan-te en acogerlo con admiración comoa uno de sus más conspicuos hijos yprofesionales. Su fama de clínico y decurador certero de cuerpos y de al-mas no sólo se extendió por la geo-grafía nacional, sino que traspasópronto las fronteras nacionales. OttoRico, su sobrino recuerda que una vezfue llamado de Brasil a practicar unexperticio de un millonario a quien,con sindicación de demencia, queríandespojar alevemente sus herederos.Rico lo declaró cuerdo y capaz de di-rimir sus asuntos.

A la usanza médica de la época nues-tro personaje dedicó su juvenil entu-siasmo y su preparación a trabajar eninstituciones públicas y en consultaprivada. Así, al fallecimiento del doc-tor Julio Manrique, fue designadodirector del manicomio de mujeres,que funcionaba en la calle quinta,institución que él modernizó y admi-

nistró de manera ejemplar por mu-chos años. En 1949, fallecido el pro-fesor Pablo A. Llinás, Director delmanicomio de Sibaté, el doctor Ricofue encargado por poco tiempo de ladirección de ambos asilos y al año si-guiente se produjo su renuncia a ladirección del frenocomio de mujeres.

Su muy visitado consultorio, por otraparte, quedaba en la calle 24 con ca-rrera 9 y después en la calle 24 concarrera 13.

Alfonso Agusti Pastor: «Redactaba pe-ritazgos médico legales o de psiquia-tría forense y no era óbice esta insom-ne actividad, para atender a una nu-merosísima clientela, habiendo llega-do a decirse que todo enfermo men-tal había sido visto o lo estaba vien-do o lo vería el profesor EdmundoRico».

Carlos Castaño: <Era un gran médicointernista y atendía a los millonariosde Bogotá. Le hacían regalos suntuo-sos. Camacho, por ejemplo, en agra-decimiento de que no le pasó cuenta,le regaló un automóvil Chrysler. Ed-mundo cuidó mucho a ese carro, pesea todas sus borracheras, nunca lo es-trelló>.

Luis Jaime Sánchez: «Poseía lo que sellama el ojo clínico. Casi sin mirar alpaciente le hacía un diagnóstico muypreciso. Tenía la sabiduría de un li-bro y con su intuición clínica le decíaal paciente qué tenía>.

En aquella época Santa fé de Bogotáera aún una ciudad sin pretensionesexcesivas de metrópoli. Nada más

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EDMUNDO RICO

natural y esperable entonces que eldistinguido clínico iniciara un pron-to y meritorio ingreso a la cátedrauniversitaria.

Alfonso Agusti Pastor: «De regreso alpaís se acogió a los concursos en bue-na hora implantados en le facultad demedicina por el rector Carlos Esgue-rra, de quien fue Jefe de Clínica en unservicio de Medicina Interna. Poste-riormente obtuvo el título de Profe-sor Agregado en Psiquiatría en unconcurso en que el jurado examina-dor fue presidido por el entonces pro-fesor de la materia, doctor Maximi-liano Rueda».

Humberto Rosselli: «Fue profesor depsicología en el Externado de Dere-cho y en la Universidad Nacional. En1934 presentó concurso para profesorAgregado de Clínica Neurológica yPsiquiátrica. En 1938 fue elevado a lacategoría de Profesor Titular de Clí-nica Médica, cargo que desempeñóhasta 1953».

Y la cátedra le proporcionó a estehombre esencialmente verbal y peda-gogo nato, la oportunidad de ense-ñarle a los suyos, en el estilo brillanteque lo caracterizaría siempre. Enaquella oportunidad, con motivo desu nombramiento, comenzó así sudiscurso: «A semejanza de aquelloscentinelas descritos por Lucrecio enlas fiestas nocturnas de Grecia, centi-nelas apostados de trecho en trecho,y cuyo papel consistía en recibir laantorcha simbólica para transmitirlaluego en manos del relevo próximo,así, tócame ahora recibir la antorcha

profesoral de la Clínica Médica, ex-hibida y transmitida sucesivamente,con brillantez meridiana, en este de-venir �breve y fugaz como el rito he-lénico de las lampadoforias� por Jo-sué Gómez, por Lombana Barrenechey Canales, entre los muertos, por Car-los Esguerra y Miguel Jiménez López,entre los vivos».

Personalidad exuberante e histrióni-ca, Rico solía a veces asistir a sus con-ferencias vestido de un atuendo quele prestaba majestad profesoral ymefistofélica: largo capote y alónsombrero negro y en su diestra unblanco indicador de marfil. Pregun-tado sobre el por qué del gesto, res-pondía que así debía enseñarse lagaya ciencia «con cetro de insignemarfil»�.

Luis Jaime Sánchez: «Como profesorfue muy brillante, un catedrático quesabía de literatura, filosofía, arte yhacia su clase muy agradable porqueno sólo era un médico sino un huma-nista. Cualquiera fuera el tema, élsiempre buscaba una manera amenacon anécdotas, ejemplos a veces mor-daces, hasta el punto de que uno a ve-ces se salía a reír de las cosas inge-niosas que decía».

Padre Benjamín Agudelo: «Tenía unavoz atiplada. Cualquier día dictó unaconferencia y se la grabamos. Unosmeses más tarde cuando estábamosen una reunión escuchamos la cintay el doctor Rico preguntó quién erael marica que estaba hablando. Lagente se sonrió y cuando le dijeronsoltó la carcajada. Es que tenía apun-tes geniales. Una vez se fue de la Pla-

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za de Bolívar a la Plaza de Santandery al regreso me dijo: Me encontré conuna multitud de individuos. Pásme-se usted: el 98% tienen cara de asesi-nos».

Andrés Soriano Lleras: «Sus enseñan-zas eran famosas. Además de las ci-tas de los grandes maestros de la lite-ratura, especialmente de la francesa,solía poner ejemplos, muy cáusticosa veces, de personas actuantes ennuestros círculos políticos, médicos osociales, no siempre favorables aquienes, sin saberlo, servían para re-cordar a los estudiantes del notablepsiquiatra, una neurosis o una psico-patía».

Humberto Rosselli: «El doctor Rico con-tinuó en la docencia de la Facultadde Medicina en su cátedra de clínicamédica hasta 1953 en que su disposi-ción reglamentaria se opusó a que unmismo docente ejerciera dos asigna-turas como profesor titular, y en sucátedra de clínica psiquiátrica hasta1959, en que renunció junto con unbuen número de los antiguos profe-sores en protesta por las reformas uni-versitarias que entonces implantó eldecano Raúl Paredes Manrique. LaUniversidad Nacional le confirió eltítulo de profesor honorario en 1962».Fue por esta época que fue llamadocomo director de la Clínica La Pazpor los hermanos de San Juan deDios, posición que conservó hasta sumuerte.

Carlos Castaño: «Luego que salimostodos del asilo de locas en 1950 eldoctor Rico se dedicó a dirigir la Clí-

nica de La Paz, de los hermanos deSan Juan de Dios. Me pidió que loayudara en la organización de esainstitución y lo acompañé dos añoscomo subdirector. Era una clínicamuy grande y muy linda. El doctorRico siguió de director».

Padre Benjamín Agudelo: «Nosotros lollamamos a trabajar con la Comuni-dad y cuando pasé allí de superiornos entendíamos muy bien y nos tra-taba con mucho respeto. Estuvo connosotros hasta que murió. Jamás pen-samos en prescindir de él. Lo selec-cionamos por su prestancia, era nosólo un gran médico sino un hombrede letras y tal vez la primera autori-dad en psiquiatría del país».

Parece una breve parábola laboral yacadémica. Había transcurrido enverdad medio siglo en el cual el pro-fesor, en plena madurez, ejerció comomédico y catedrático en el país, des-pertando controversia siempre, pa-sando desapercibido nunca.

PSIQUIATRÍA YPSICOANÁLISIS

Por aquellos años, importantes figu-ras de la psiquiatría descollaban enel panorama médico del país: Alfon-so Martínez Rueda, Mario CamachoPinto, Félix Enrique Villamizar, Al-fonso Agusti Pastor, Hernán Verga-ra, entre otros. Y empezaba a conso-lidarse una nueva y brillante genera-ción, formada a la sombra inevitabley generosa del profesor Rico. En unode sus artículos dedicado a MarioCamacho Pinto dice: <Pláceme sobre-manera reconocer públicamente las

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EDMUNDO RICO

cualidades de Mario Camacho. Cómome siento orgulloso de tenerlo nue-vamente como colaborador en el fre-nocomio de mujeres en cuyos servi-cios y en los tres años que llevo comodirector, se ha logrado formar contratirios y troyanos, psiquiatras y auxi-liares de psiquiatría dignos de estenombre, tales como Marco A. CastroRey, Ariel Durán, Ricardo Azuero,Luis Callejas Arboleda, Enrique Dar-nalt, Carlos Castaño Castillo, Hernan-do Groot, Alvaro Rojas García, An-drés Rosselli, Augusto Palacio y LuisMartín Dávila>. Omitió en esa lista-¿olvido inconsciente?- a Alvaro Ló-pez Pardo, Alvaro Villar Gaviria, Gui-llermo Arcila Arango, Roberto SerpaFlórez, J. Andrés Didier, Carlos Pla-ta, Humberto Rosselli, Tufik Meluky otros maestros que ahora se me es-capan.

Porque simultáneamente y bajo laégida de los doctores José FranciscoSocarrás y Arturo Lizarazo se crea-ban entonces la Sociedad Colombia-na de Psicoanálisis (1956) y posterior-mente la Asociación PsicoanalíticaColombiana (1962), escuelas que re-volucionaron las ideas en boga sobrela enfermedad mental en el país y porsupuesto el modo de ejercer la profe-sión psiquiátrica en Colombia.

En pleno auge mundial del prestigiode Freud, introducían, con medio si-glo de retraso, el ejercicio formal dela psicoterapia psicodinámica, a tra-vés de un grupo entusiasta de psi-coanalistas colombianos, entre ellosalgunos discípulos de Rico. Este, sien-do básicamente un internista forma-

do en la escuela clínica francesa, es-céptico a rabiar de las poco tangiblesy verificables teorías freudianas y ce-loso de su propio poder, habría de li-brar feroces batallas académicas yverbales contra los advenedizos psi-coanalistas, hasta el punto que rom-pió finalmente con algunos de susdiscípulos más queridos, por la gra-ve falta de apostasía.

Luis Jaime Sánchez: «Edmundo era unhombre de pasiones muy fuertes. Aél había que quererlo u odiarlo, nohabía término medio. Tenía una ma-nera de pensar muy propia en todo:en política, en religión, en literatura.El que no pensara como él, el que lecaía mal, Edmundo lo volvía peda-zos. La gente le tenía pánico».

Temperamentalmente apasionadoRico cultivaba, con el mismo volubleardor que dedicó al conocimiento,amores y odios. El psicoanálisis cons-tituyó históricamente uno de susodios. Con el profesor José FranciscoSocarrás, por ejemplo, terminó dis-tanciado y enfrentado. Mientras en1944, a raíz del prematuro falleci-miento del Doctor Gómez Pinzón,Rico llamara a Socarrás a remplazar-lo como encargado de la cátedra depsiquiatría, más tarde, en 1952, cuan-do Socarrás volvió de su entrena-miento psicoanalítico en Francia, enun artículo satírico titulado Psicoaná-lisis y Lobotomía -escrito a propósitode un sonado debate público-, nodudó en llamarlo la �Josefina Bakerdel Psicoanálisis�.

Satirizó desde entonces implacable-mente a los psicoanalistas: «El más

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SALAMANCA R. RAFAEL

profundo y erudito a mi entender esAriel Durán Solano -escribía-. Tam-bién está dando pruebas de periciafreudiana el doctor Angel Villegas ybien entendido que los doctores Li-zarazo y Socarrás trasiegan con pro-vecho y constancia por los fructíferossocavones de la vida interior>. Yagregaba: <La inmensa mayoría delos discípulos de Freud son intoca-bles, particularmente los pontífices oautopontífices, porque en psicoaná-lisis también hay auto nombramien-tos� «.

A lo largo de 1959, en artículos polé-micos la emprendía contra los psicoa-nalistas bogotanos: <Quienes pensa-mos, con algún fundamento idealis-ta, que los psiquiatras del mañanaserán más comprensivos y desintere-sados con la locura universal, con-fiamos, igualmente en que los psicoa-nalistas venideros, despojados enton-ces del untuoso culto mitológico yarcaico rendido al demiurgo Freud,se acerquen hasta las cavernas abis-males de lo inconsciente con menosinmodestia que hogaño, ofrendandoya sin ambages, su egolatría postizaal servicio de la humanidad>.

Esta batalla intelectual perdida conlos psicoanalistas fue una de las tan-tas, grandes y chicas, que al final lofueron aislando de colegas y amigos.Mientras el país lo leía, consultaba yadmiraba, entre sus colegas era estig-matizado e incluso ridiculizado.Abiertamente se llamaba a su colum-na �La balanza del caduco�.

En 1980 al calor de unos tragos y deuna chimenea, Carlos Castaño Casti-

llo, uno de los pocos amigos que loacompañó hasta último momento, meconfesaba con tristeza: «Cuando Ed-mundo murió estaba completamen-te solo».

Luis Jaime Sánchez: «Sus enemigos fue-ron los psicoanalistas. El doctor Ricosiempre se opuso a la filosofía delpsicoanálisis por la sexofronía deFreud. Cuando empezaron a llegarlos primeros psicoanalistas, Pastranay Carlos Plata entre otros, vimos elpeligro con Edmundo de cómo el psi-coanálisis venía a invadir el país.Nosotros considerábamos en esa épo-ca que el psicoanálisis había sido crea-do para otra gente, pero no para no-sotros, países subdesarrollados, en losque no tenía nada qué hacer. Lo con-siderábamos peligroso por sus plan-teamientos.

Entonces planeamos una serie de con-ferencias en la Universidad Javeria-na sobre por qué el psicoanálisis noera para Colombia. Fue un escánda-lo. Hubo conferencias contra los psi-coanalistas y peleas académicas muyinteresantes entre los pros y los con-tras. Fuimos muy ingenuos en creerque con unas conferencias se iba aparar la ola de psicoanalistas que eranya un fenómeno mundial. Les hici-mos fue un bien porque el psicoaná-lisis empezó a difundirse por culpanuestra. Fue una batalla perdida>.

Alvaro Villa Gaviria: «Rico era una per-sona muy brillante, pero de una cul-tura bastante superficial, porque nosabía profundamente de nada. Cono-cía algo de literatura, un poco de his-toria, algo de poesía y nada de músi-

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ca, había viajado algo por Europa. Eraun hombre sumamente inteligente,pero muy despiadado con los colegasy con los alumnos. Yo creo que hizomucho en contra de la evolución dela psiquiatría porque, poseído porodios muy violentos, se opuso pro-fundamente al psicoanálisis».

Carlos Plata: «Es una paradoja queRico haya atacado tanto al psicoaná-lisis, si los psicoanalistas nos forma-mos con él, como es el caso de Rosse-lli, Plata, Ayala, etc, que fue como lasegunda generación del psicoanálisis.Conmigo no se peleó, pero por otrasrazones, de gratitud, por un pacien-te».

Humberto Rosselli: «En sus concepcio-nes psiquiátricas se guiaba especial-mente por las obras de Achiles Del-mas y Marcel Boll (La personalidadhumana: su análisis) y Maurice de Fleu-ry (La angustia humana y Los locos, lospobres locos y la sensatez que nos ense-ñan). Aceptaba entonces que en laconstitución humana existen comodisposiciones efectivo-activas (origi-nada en las tendencias instintivas) laavidez, la bondad, la emotividad, laactividad y la sociabilidad, cuyasfluctuaciones, en el sentido de hiper-trofias o atrofias, unidas a las aptitu-des intelectuales, memoria, imagina-ción y raciocinio, dan el temperamen-to de cada uno».

En 1959, a propósito de la aparicióndel libro La Misión de Sigmund Freud,Rico escribió en su Balanza del Cadu-ceo: «Así, de esta manera, desgarra-do el telón olímpico de la idolatríadel venerado santuario del demiur-

go austríaco, ha venido a saberse queFreud, a despecho de su inteligenciainmensa, era un ser de carne y hueso,un hombre como los otros. Un serpsicasténico, aquejado de obsesionesy fobias, inseguro y ansioso, cuyaexistencia osciló entre amenazas, pe-ligros imaginarios y supuestas trai-ciones; un hombre en fin, según loafirma Fromm, víctima de la neuro-sis. Cabe suponer que con la lecturadel sensacional e impresionante librosobre la Misión de Sigmund Freud, lairacundia, el furor sagrado, las explo-siones y contorsiones fanáticas de lospsicoanalistas ortodoxos del orbe en-tero, será catastrófica».

Descontados los elementos visiblesde su vanidad y su poder heridos,¿qué otros alimentaron su fiera opo-sición al freudismo?

Vemos hoy que Rico fue pues un pro-tagonista de la crisis del naturalismoy del racionalismo cartesiano a ul-tranza. El panorama psiquiátrico serepartía entonces entre la orientaciónclínica heredada de los alienistas delsiglo anterior y las afirmaciones psi-copatológicas de Freud y sus discípu-los. Entre ambos sectores reinó en elmundo entero una franca oposicióny sus miembros se combatían conacritud.

La filosofía, desde un siglo antes, ha-bía comenzado a flaquear en su cer-teza de una concepción antropológi-ca centrada en la razón y en el cono-cimiento claro y preciso. Para Ricoaceptar la movediza realidad de loinconsciente y su influencia psíquica,suponía toda una novedad: el hom-

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bre no era como parecía o decía ser.Arrogante profesor de una psiquia-tría constitucionalista, descriptiva yfenomenológica enraizada dentro delcorpus médico clásico, insertada en elbiologismo y en el cientifismo reinan-te, se opuso con todas sus armas a quede tan seguros predios la sacara elvaporoso psicoanálisis.

En Colombia él lideró valientemen-te la defensa de la psiquiatría médicay clínica. Hoy, a comienzos del nue-vo siglo, el colosal progreso del nue-vo biologismo, triunfante frente alidealismo de un psicoanálisis que,habiendo legado al mundo lo mejorde sí, languideció con el siglo, pare-ciera darle en parte la razón a esteaguerrido maestro.

LITERATO, PERIODISTA YHOMBRE PÚBLICO

Aunque Rico no fue un escritor pro-lífico (sólo publicó un pequeño libro),figuró a nivel nacional como colum-nista y escritor brillante y polémico.Incisivo, adornado y eficaz comuni-cador, cautivó a una diversa genera-ción de leales lectores. Rico escribíacon donosura, con un estilo linajudoy clásico, grávido de citas, metáforase ironías.

¿Cuáles fueron, pues, sus fuentesprístinas, sus cardinales influenciasliterarias? El mismo nos lo dice. En�La Voz de Bogotá�, del radio sema-nario de la época dirigido por FelipeLleras Camargo, oigámoslo de vivavoz:

«Desde muy niño, apenas supe leerdespertóseme una verdadera obse-

sión por la lctura. Julio Verne, Gabo-riau y el vizconde Ponson Duterrail,eran mis autores predilectos. Añosmás tarde influyeron, definitivamen-te en mi afición a la literatura, consus bondadosos consejos y estímulosEduardo Santos y Calibán. El gestorde la Danza de las Horas posee una es-tupenda cualidad: presta los libros yluego no los reclama. Sin embargo, ylo confieso sin falsa modestia, no soyliterato. De aquí que los facultativosdigan, a este respecto, que soy mejorliterato que médico, al paso que losliteratos, o los que tales se creen, afir-man que soy mejor médico que lite-rato. Estimo, pues, que ambos ban-dos tienen la razón».

¿Cuál fue el primero de sus escritos quevio la luz pública?

«Un cuento titulado La Venganza delToro, aparecido en Bogotá Cómico, deVíctor Martínez Rivas y que ilustróPepe Gómez. Recuerdo que al ver enletra de molde esta primera produc-ción mía, la leí el mismo día más decincuenta veces. A la tarde siguienteinvité al famoso cronista taurino Va-lerio Grato para leérsela al calor deunas cervezas. A la octava o novenalectura mi amigo me puso un ojo ne-gro a tiempo que me decía: �esta noes la venganza del toro, sino de lavaca».

¿Cuáles han sido, a su juicio, los colegasde usted que sin abandonar la ciencia hantenido grande éxito en la literatura uni-versal?

«El porcentaje es bastante crecido.Básteme con citar a Osler, Aldous

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Huxley, Xavier Bichat, el filósofo fi-siólogo y escritor admirable acerca delas investigaciones sobre la vida y lamuerte; a Sherington y a Cushing; alalemán Virchow en su apasionantelibro sobre la Anatomía celular; al ita-liano Pende en sus asombrosas pági-nas científico literarias atinentes a esatierra de promisión que son las glán-dulas de secreción interna; a CharlesNicole y al ruso Pavlov en el realis-mo novelesco de sus reflejos condi-cionados; a Georges Duhamel, Ra-món y Cajal y a don Gregorio Mara-ñón; a las geniales páginas clínicas deTrousseau, Charcot y Maurice deFleury; a Axel Munthle, a HenryMondor y René Leriche, y en fin, alargentino José Ingenieros, de quiendijera el cirujano escritor Ramón Me-jía que �acompaña en sus excursio-nes terroríficas a Dante, medita conSpencer, delira con Nietzche, y seembruja con D´Annuncio».

¿Cuáles son sus autores predilectos na-cionales y extranjeros?

«Para referirme únicamente a los ac-tuales, admiro a Hernando Téllez y aCalibán. Asimismo soy un fervorosode Eduardo Caballero Calderón, deKlim, de Maya y de Juan Lozano; delmaestro Sanín Cano y de Luis Eduar-do Nieto Caballero; de López Nar-váez y Jaime Posada, así como de donLuis Zulueta a quien y todos consi-deramos como un hijo de Colombia.Entre los autores extranjeros profesoculto inextinguible por Balzac, Dos-toyevsky, Shakespeare y Tolstoi. Asímismo admiro intensamente a donBenito Pérez Galdós, a Dickens, a

Paul Bourget, a Tomas Mann, Proust,Somerset Maugham, Anatole France,Zweig, Colette y André Gide».

¿Cuál le parece la figura más sustantivade cada una de las cuatro últimas gene-raciones colombianas?

«De la generación del centenario, nin-guna tan sustantiva y serena como ladel profesor López de Mesa. De lageneración de los nuevos tengo lamás alta predilección por Alberto Lle-ras Camargo. En poesía por Maya yJuan Lozano, por Ángel Montoya yLópez Narváez. De los piedracielis-tas aprecio a Carranza, Camacho Ra-mírez y Jorge Rojas. Y en cuanto alos cuadernícolas ignoro cuál ha sidosu suerte, porque hace ya tiempo queno visito el manicomio de Sibaté�.

En Anales Neuropsiquiátricos nos daotra clave: «A Luis Eduardo NietoCaballero debo mis esporádicos es-carceos periodísticos. Y aunque nosoy ni he pretendido nunca autobau-tizarme literato, ello no es óbice paraque la gratitud sea eterna con estehidalgo amigo�. Gaya lección, cuen-ta, le dio LENC, cuando hacía susprimeros pinitos: �Siga trayéndomesiluetas de los profesores de la Facul-tad de Medicina �le dijo-, si conside-ra que debe atacarlos o criticarlos,hágalo, pero con elegancia, decenciae ironía y defiéndase si sus adversa-rios replican en la misma forma�.Vaya si el aventajado discípulo siguióal pie de la letra su consejo.

Humberto Rosselli paisano y amigode familia dice a este propósito en suHistoria de la Psiquiatría en Colombia:

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«Sus numerosos escritos puedenagruparse en cuatro campos: traba-jos clínicos y científicos, estudios psi-quiátricos y literarios de personalida-des históricas (que él llamó psicosi-luetas); semblanzas de grandes mé-dicos colombianos y extranjeros, y co-mentarios periodísticos y críticos dela actualidad médica nacional. Entresus interpretaciones histórico psi-quiátricas, en que se movía con ver-dadera delectación al reconstruir elpasado temperamental y circunstan-cial de sus personajes para colocar-los bajo su lente clínico, fueron nota-bles sus estudios sobre Stefan Zweig,Ricardo Rendón, Eduardo Castillo,Luis Ignacio Andrade, Savonarola,Edgar Alan Poe, Simón Bolivar».

«Respecto a las semblanzas de gran-des médicos colombianos y extranje-ros, casi no hubo antiguo profesor dela facultad a quien él no retratara li-terariamente. Entre elogios académi-cos y artículos necrológicos son me-morables los que dedicó a FranciscoGómez Pinzón, Zoilo Cuellar Durán,Rafael Ucrós, Roberto Franco, Maxi-miliano Rueda, Julio Manrique, entrelos nacionales y entre los europeos asu antiguo profesor Henry Mondor,Gregorio Marañón y al distinguidooftalmólogo español José Ignacio Ba-rraquer, quien le practicó iridectomíabilateral para cataratas en 1957 y cuyacandidatura sometió vanamente a laAcademia Nacional de Medicina».

Constituye con sólo un placer de re-memoración histórica la lectura desus columnas de Balanza del Caduceo,en las que aborda todos los temas,

mas a mi juicio algunas sus mejorespáginas -sin límite de extensión- seencuentran en los Anales Neuropsi-quiátricos, revista creada y publicadapor él y que sobrevivió en 60 núme-ros interrumpidos desde 1942 hasta1960. Allí publicó discursos y ensa-yos que por su extensión no teníancabida en las páginas de El Tiempo oEl Espectador.

En la prosa de Rico adivinamos ade-más algunos de sus lectores, sin pre-tensiones críticas, entre muchas otrasinfluencias ignoradas, como lo decíaalguno de sus amigos, la amenidadde Maurois, la sutileza y minuciosi-dad de Proust, la crudeza hiperbóli-ca de Rabelais, la ironía filosófica deVoltaire, la lógica gala de Descartes,la guasona pero profunda humani-dad de Molière, la sublimidad deCorneille y de Bossuet. En fin la deFrancia, su segunda patria.

Rico era como todo gran lector, in-somne, ávido y desordenado.

Carlos Castaño Castillo: «Edmundo te-nía una particularidad, que no dor-mía. Y esto era fabuloso para él. Te-nía libros de todos los temas y se pa-saba las noches leyendo y subrayan-do los libros y escribiendo anotacio-nes al margen. Él todo lo asimilaba,con una gran inteligencia. Amanecíaleyendo. Tenía una vasenilla grandeque amanecía llena de orines y decolillas de cigarrillo. Fue un bibliófi-lo que leía cuantos libros que llega-ban al país. Gran lector de los auto-res franceses, tenía una bibliotecacientífica maravillosa y otra fabulosade poetas románticos».

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Así pues, su fama de clínico rigurosoy afortunado lo había llevado a la cá-tedra, y allí, al expresarse libre y cal-culadamente como un actor, sus pa-labras dejaban ecos, resonancias, por-que no era simple charla lo que ofre-cía, sino lenguaje, idioma puro, cono-cimiento bellamente expresado. Lite-ratura, en síntesis, por antonomasia.Su éxito verbal lo condujo entoncesal periodismo y éste a un prestigio deerudito y humanista que celebrado yreconocido en su pueblo, lo llevaríainevitablemente a la participación enpolítica. Así, dentro de su faceta dehombre público de la época, no po-día faltar su activa incursión en polí-tica: fue parlamentario por su tierra,de 1936 a 1943.

Carlos Castaño Castillo: «El fue repre-sentante a la cámara por Boyacá.Gozó mucho esa época que para él fuemaravillosa. Iba a la cámara echabasus discursos, tomaba trago con losotros representantes, conoció muchagente. Claro que nunca lo volvierona reelegir».

Humberto Rosselli: «Era muy amigodel doctor Alonso López Pumarejo,del doctor Eduardo Santos, del doc-tor López de Mesa, de los políticos deesa época. Como representante a lacámara participó como opositor en eldebate del certificado médico pre-nupcial que querían imponer, lo com-batió y no lo dejó aprobar. Participóen el debate de la Universidad Na-cional una vez que hubo una huelgauniversitaria y cayeron el decano demedicina, el rector y el ministro deeducación, él llevó la voz cantante en

la cámara. Era muy buen parlamen-tario, excelente orador, no le ayuda-ba mucho la voz que era como chillo-na, pero así como escribía hablaba».

Tuvo muchos amigos en la política.Con Gabriel Turbay fue condiscípu-lo de la Facultad de Medicina, Cuan-do viajó a Francia una segunda vez,él lo remplazó en su consultorio pri-vado ubicado entonces en la carrera9 entre calles 16 y 17.

La política fue otra plataforma peda-gógica. Siempre estaba hablando: conel amigo, con el discípulo, en el pe-riódico y en el parlamento. Y ense-ñando siempre.

BAJO EL SIGNO TRÁGICO DEBACO

Edmundo Rico era, en consenso, unhombre bien parecido. De elevadaestatura, de mirada viva y de com-plexión robusta, bien formado, algoencorvado y con una frente dilataday enérgica. Con su nariz recta, su tezpálida, sus dedos alargados, tenía unafigura aristocrática, distinguida y unasimpatía desbordante y atrayentepara hombres y mujeres. Era un hom-bre refinado y gentil, un personaje desociedad, delicado en sus maneras,un intelectual de salón. Vanidoso enextremo, a este varón selecto le gus-taba vestir muy bien, elegante, conropa, camisas y corbatas finas, casisiempre corbatín.

Alfonso Agusti Pastor: «Era un hom-bre apuesto, de modales señoriales yde verbo irreverente y mordaz. Apesar de ser leptosómico, su psicolo-

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gía correspondía a un extrovertidocon ribetes de excitación constitucio-nal; este rasgo psicológico explica suprodigiosa actividad».

El doctor Alberto Lleras, su amigo devieja data, lo había definido acerta-damente como un hombre pasional.

Pero esta exuberancia de animal so-cial lo llevó a ser un bebedor fuerte.De chispa rápida y de verbo lúcido,con el fuego de los primeros whiskiesse convertía en el centro obligado deatención social, gárrulo y encantador,hasta que se emborrachaba.

Carlos Castaño Castillo: «Entonces co-menzaba a decir bobadas y cosas des-agradables y si había comenzado abeber en el Jockey o en el Gun Club,terminaba en cafés o donde fuera. Enel Café Victoria, el Café Inglés, el Caféde La Paz, el Café Martinón. Se em-borracha en el Jockey, sitio dilecto desus simpatías sociales, y se venía ca-minando por la séptima, entraba a loscafés y molestaba a los estudiantessentándose en las mesas, les daba tra-go, les decía cosas, echaba discursos.Hablaba mucho, nunca dejaba de ha-blar. Le gustaba esa vida de bohe-mio».

Humberto Rosselli: «Era un individuomuy sociable, muy simpático, muyagradable, de una conversación chis-peante. Claro que cuando se pasabade tragos se ponía necio, y la gente lesacaba el cuerpo porque se ponía pe-sado en sus bromas, pero aparte deesos momentos era un individuo degran éxito social, de gran mundo y lasociedad bogotana lo quería y lo con-sentía�.

Calibán: «Tenía Edmundo Rico unaabscóndita vena sarcástica de fino yamargo humor, que en veces se leexaltaba. Era entonces un espectácu-lo intelectual lo incisivo de sus certe-ras críticas. En veces se dejaba llevarpor su temperamento e incurría enexcesos violentos. Pero tenía la hidal-guía de rectificar y la gallardía de con-fesarse equivocado. Porque en mediode ese aparato emocional de sus ve-hemencias, había un alma de niñosorprendido cada día ante el milagrode la vida. Y se acercaba a las gentes�sobre toda a sus pacientes� con pie-dad y comprensión».

Otto Rico: «Lo que más le gustaba eransus reuniones sociales en el aparta-mento. Le gustaba el whisky. Y escri-bir. Recuerdo cuando yo vivía con él,lo oía hasta altas horas de la nochecon la máquina de escribir. Leía mu-chísimo. Le gustaba comer muy bien,platos especiales, internacionales, yonunca lo vi comiendo cocina colom-biana, mazorca o sancocho, ni siquie-ra ajiaco. Le hacían muchos souflés yle gustaban mucho sí las brevas conarequipe. Siempre tomaba el vino yel agua en copas de plata, decía queasí sabía más agradable todo. Le agra-daba la música clásica sobre todo Be-thoveen, a quien le decía Luisito.Siempre, durante el almuerzo, poníaa Bethoveen o la radiodifusora nacio-nal. Pero en la tarde no le podía fal-tar el whisky».

El culto a Baco dejó huellas en su viday ayudó a minar su vida familiar ysu salud física. Su señalado tempera-mento volcánico, su inteligencia, su

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distinción y su erudición de insom-ne fueron los elementos que catapul-taron, sin duda, su envidiable éxitosocial. Pero estos mismos rasgos, con-dimentos esenciales de su encanto, leacarrearon terrenales problemas,cuando el dios le atizaba las entrete-las indomeñables de su carácter.

Carlos Castaño Castillo: «Él llegabamuy borracho y nunca tenía llaves dela casa. A las dos o tres de la mañanaempezaba a timbrar y a gritar: Fran-cisca ábrame, Francisca me orino yllegaba Francisca al fin y le decía,Francisca me oriné y ella tenía que ba-ñarlo. Francisca era una mujer vieja,fea, india, abnegada, una sirvienta dela época. Le tenía mucha confianza.Toda la plata de la consulta la guar-daba ella en un baúl y Edmundo ledecía: Francisca una botella de whis-ky, saque del baúl y mande por una,Francisca venga hacemos cuentas. Enese tiempo la consulta costaba veintepesos. Cuando murió Edmundo laesposa echó a Francisca ese mismodía, se encerró en el apartamento, seapoderó de todo, alegando que comosu hija se había muerto ella era la he-redera».

Su accidentado matrimonio habíadurado poco. Luego de separarse desu esposa Isabel Camacho, sostuvocon ella una continuada batalla cam-pal y legal por su la custodia de suhija Amparito, a quien adoraba. Serelatan violentas anécdotas. El abo-gado de la esposa, el �sapo� Gómezestaba una vez en la �Terraza Pas-teur�, cuando fue avistado por Rico.Se le abalanzó sobre éste y le mordió

una oreja, como vesánico y alteradoVan Gogh. Después al abogado ya nole dijeron �sapo� Gómez, sino �sobra-do de Rico�.

Rico descubría en las cosas su ladohumorístico, lo que revelaba, su sen-tido trágico. Y la tragedia golpeócruel y paradójicamente la vida delprofesor con el suicidio de su hijaAmparito en un hotel de ciudad deMéxico. Había sido su niña mimada,la luz de sus ojos, pero quiso el desti-no que desarrollara un maligno pro-ceso esquizofrénico, para el cual nisiquiera su padre, el magnífico cura-dor y psiquiatra, pudo hallar alivio.

Padre Benjamín Agudelo: «Su esposa sellamaba Isabel. Se separaron. Una vezen un hotel elegante de esa época(Hotel Granada) le pegó a ella delan-te de toda la gente. No sé los moti-vos. Pero en cambio adoraba a la hija.La niña era loca y se suicidó. Un díaél me llamó y me dijo padre, se memurió la niña, se suicidó. Fue muyduro para él».

Carlos Castaño Castillo: «El doctor Ricola quiso muchísimo, él vivió para esamuchachita y peleó por ella. Se sepa-ró cuando la niña estaba muy chiqui-ta, demandó a la señora, quiso qui-tarle la niña y finalmente se la quitóy la mandó para el Canadá a estudiary luego a México. La muchachita eramuy linda, consentida y desquicia-da. Se aprovechó mucho del papá, lofregó mucho, fue un desastre en suvida que lo afectó enormemente».

Pese a todo el profesor hasta sus últi-mos días conservó su fino sentido de

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humor, sus lúcidos sarcasmos y unaespléndida apariencia.

SU MUERTE

No llegaba a los setenta años cuandoEdmundo Rico murió inesperada-mente el 2 de marzo de 1966.

Carlos Castaño Castillo: «Un buen díaél creyó que le había pasado algo enla cara, un médico le dijo doctor Rico,¿por qué está tan colorado, qué lepasa? El se asustó mucho, se miró alespejo, el colega imprudente le reite-ró que estaba muy colorado. El doc-tor Rico era muy aprensivo, se afana-ba mucho por todo, era muy vanido-so y naturalmente que le dijeran queestaba mal le produjo una reacción,se tomó un antialérgico, un Fenergánposiblemente, siguió preocupado y sefue para la casa y se tomó una pasti-lla y otra. Por la tarde se mandó apli-car de Francisca una morfina y pare-ce que entró en coma hepático. En-tonces los curas de San Juan de Diosle mandaron un catre de enfermo alapartamento y dos enfermeros que lecolocaron suero. El catre estaba en lasala pero no llamaban a un médico,hasta que Francisca me avisó al con-sultorio y fui a verlo. Lo encontrémuy malo y pregunté qué le estabanhaciendo, quién lo estaba viendo. Eldoctor Rico estaba grave, yo sabía queél era capitán retirado del ejército ytenía derecho al Hospital Militar. Lollevé al hospital y allí estaba el doc-tor Agustín Pastrana su discípulo. Sehospitalizó en el Militar y ahí lo vie-ron otros médicos, entre ellos el doc-tor Hernando Rubiano, otro alumnode él�.

Luis Jaime Sánchez: «Un día me llamóFrancisca muy temprano, me dijovéngase ya para la casa. A mí se mehizo muy raro, pregunté qué paso. Sehabía muerto. Cuando llegué estabarecostado en la cama, antes de míhabía llegado el doctor Carlos Casta-ño Castillo. El médico que lo vio ve-rificó que la muerte se había debidoa un coma hepático».

La noticia de su muerte conmovió alpaís. El día de sus funerales, se cita-ron en nutrida y emocionada concu-rrencia más de mil personas de diver-sa condición social en la capilla de laclínica Nuestra Señora de la Paz.Emocionados oradores amigos lo des-pidieron ante el féretro haciendo cadauno una elogiosa aproximación a lapersonalidad de Rico y echando alvuelo los ecos de su leyenda: Guiller-mo Uribe Cualla, Jorge Cavelier,Humberto Rosselli, Pío Gómez, Ra-fael Peralta, pronunciaron sentidaspalabras. Manuel Prada Sarmiento lededicó el siguiente poema:

�Vete tranquilo por los caminosdonde ya no hay huellas.

Tus pasos las dejaron bien grabadasen el sendero de tu vida plena.

Vivas están esas tortuosas sendaspor las que tantos se apoyaron

En la muleta de tu inmensa ciencia�.

Calibán escribió en los días siguien-tes: «La inteligencia de EdmundoRico no cabía dentro de lo normal. Eraun abismo luminoso. No fue un hom-bre feliz. Sufrió grandes amarguras.La trágica muerte de su hija única, ala que adoraba, fue un golpe del cual

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nunca pudo recuperarse. Edmundotenía un demonio interior que torcíasu voluntad y su mente. Había en él,como en todos los psiquiatras y losgenios, cierta brizna de locura. Locual no le impidió, sino todo lo con-trario, ser uno de los profesionalesque dejó en la medicina colombianahuella más luminosa».

Me parece que citaba a Tirso de Mo-lina: «No hay sabio que un poco, si aPlatón damos fe, toque en loco». Y dealguna manera la estrofa de ManuelMachado: «Fue elegante, fue hermo-so y fue artista, inspiró amor, temory respeto».

Al terminar sus funerales, sobrecogi-dos y llorosos los presentes vieronpartir la carroza mortuoria que con-ducía su cuerpo a la tierra de sus an-cestros, cumpliendo así su voluntadde ser enterrado en las amadas tie-rras de su finca «La Esperanza», jun-to a la tumba de su perrita �Frufrú�,que él mismo había cavado amoro-samente.

La finca es hoy propiedad de la em-presa Bavaria y, cuando hace años lavisité para conocer sus aposentos yhusmear los aires tranquilos del pa-sado, había sido remodelada, aunqueconservaba aún algunos muebles yarmarios con las iniciales de su anti-guo dueño: E.R.T.

En su salón biblioteca, ahora despo-jado de libros y de obras de arte, aún

permanecía vivo, como un fantasma,el ambiente sacro e intemporal de lar-gas horas de conversación, medita-ción y estudio.

Al frente se levantan en la actualidadlas instalaciones de la inmensa cerve-cería que le restan, por contraste,majestad a la hermosa quinta. La ca-sona se divisa a la derecha de la an-gosta carretera que conduce de Dui-tama a Sogamoso y cada vez que pasode visita al terruño, contemplo sutumba jardín, pequeña y rectangular,cercada por una verja y oculta ahorapor un tupido y oscuro bosque depinos y eucaliptos. Y recuerdo queun día, en aquella casona colonial, elprofesor enseñó a mi padre su biblio-teca, sus objetos de arte, su verbo, subrillo y su miseria, dando origen sinsaberlo, a través de una de esas mis-teriosas hendijas del tiempo, a otraaccidentada vocación médica y lite-raria y a este breve y afectuoso recuer-do, muchos años después.

AGRADECIMIENTOS

A los doctores Humberto Rosselli,Carlos Castaño Castillo, Carlos Pla-ta, Otto Rico, Jorge Sánchez, ManuelPrada Sarmiento, Alvaro Villar Gavi-ria, Luis Jaime Sánchez, AlfonsoAgusti Pastor, Hernán Vergara y alpadre Benjamín Agudelo por susamables entrevistas.

Al señor Jorge Villa por su investiga-ción periodística de 1986 a 1987.

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SALAMANCA R. RAFAEL

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

�Balanza del Caduceo�, 145 artículos publicados en el Diario El Tiempo entre 1937 y 1966.

Revista �Anales Neuropsiquiátricos�, 50 artículos.

�Revista Médica� de la Academia Nacional de Medicina.

�Revista Colombiana de Psiquiatría�.

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